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Trabajo Social Comunitario 2019 “Año de la exportación”.

Trabajo Social comunitario 2


Ficha de cátedra
“Pensando acerca de los derechos”

Para comenzar a transitar el segundo nivel del Trayecto Curricular Integrador Trabajo Social
Comunitario, nos proponemos darnos un espacio colectivo entre estudiantes y docentes que implique
un primer proceso de aprendizaje, reflexión, debate y problematización, tomando como tema el
concepto de “Derechos”.

En términos de Eduardo Rinesi (2016), “la idea de derecho (…) supone la noción de un Estado activo,
garante e incluso –a veces- promotor. Tenemos derechos porque tenemos un Estado que los
promueve, defiende y garantiza. A diferencia de la idea liberal de libertad (de la idea de libertad
negativa de los individuos frente a todos los poderes, incluido el del Estado), que pone al Estado del
lado de las cosas malas de la vida y de la historia, la idea democrática de derecho pone al Estado en
otro sitio: no en el de las amenazas de las que debemos preservarnos, sino en el de los recursos con
los que contamos para que nuestros derechos puedan realizarse.

De esos derechos que el Estado tiene la obligación de garantizar, nosotros, los ciudadanos, somos los
sujetos. Somos nosotros, los ciudadanos, los que tenemos, los que detentamos unos derechos que el
Estado, porque los reconoce como tales derechos, y porque nos reconoce a nosotros como sus
titulares, debe asegurarnos.” (2016:22)

En este sentido, continúa el autor, “el sujeto de los derechos no es solamente, un sujeto individual,
sino un sujeto colectivo." (2016:23). Y para pensar en ejemplos podemos hablar de casos donde el
sujeto colectivo pueden ser les estudiantes o, en palabras de Rinesi, el Pueblo. "Los derechos que el
Estado debe promover, defender, garantizar, tienen siempre un titular al que se le deben. De otro
modo: que, de los derechos que reclamamos al Estado y que el Estado debe asegurarnos que
podamos ejercer, nosotros somos los sujetos. (…) El sujeto de ese derecho que requiere del estado y a

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favor del cual el Estado debe movilizar sus recursos y su acción no es el Estado: somos nosotros.”
(2016:23)

Ahora bien, señala Rinesi que, “A diferencia de la de un privilegio, que presupone una relación
desigual entre las personas o los grupos y que naturaliza esa desigualdad aceptando que algunas de
esas personas o grupos pueden gozar de determinado bien, determinada posibilidad o determinado
beneficio del que otras personas u otros grupos, en cambio, quedan excluidos, la idea de derecho, la
postulación de que sobre ese bien, esa posibilidad o ese beneficio todos tienen un derecho, supone
una relación igualitaria o la construye (…): la refuerza si ya existe, la crea si no existía. En cualquier
caso, pensarnos como sujetos de unos derechos que nos corresponden y que se nos deben nos lleva a
pensar, y a construir, sociedades más igualitarias. (2016:24)

Por su parte, autores como Alfredo Carballeda (2016) proponen posicionarnos desde un “enfoque de
derechos”, desde el cual “se considera que el marco conceptual, que da sentido y orientación tanto a
las Políticas Sociales como a la Intervención, se apoya en las posibilidades de respaldo y garantía que
brindan los Derechos Humanos en tanto derechos legitimados por la comunidad internacional. Y
desde allí tienen la potencialidad de ofrecer un conjunto coherente de principios y pautas que pueden
ser aplicables en las Políticas Sociales (…) Desde esta perspectiva, los Derechos Humanos son
pensados como una serie de propuestas que pueden guiar y orientar a las Políticas Sociales de los
Estados y contribuir al fortalecimiento de las instituciones democráticas. Los principios que dan forma
a los Derechos Humanos han fijado con mayor precisión tanto las obligaciones negativas del Estado
como así también una serie de de obligaciones positivas. En este aspecto, es posible pensar que los
Derechos Sociales tienen cierta limitación en función de que enuncian atribuciones dentro de la esfera
del sujeto, pero no se amplían en función de aquello que el Estado -como garantía de éstos- debe o no
hacer, y se presentan como atribuciones sectoriales. Esto significa, en otras palabras, que el enfoque
de derechos ha definido con mayor precisión no sólo aquello que el Estado no debe hacer a fin de
evitar violaciones, sino también aquello que debe hacer en relación a intentar facilitar y construir una
realización plena de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. El principio de
Interdependencia muestra algunos puntos interesantes en este nuevo juego de relaciones que se
plantea entre los Derechos Sociales y los Derechos Humanos. El mismo fue aprobado en la

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Declaración y Programa de Acción de Viena, ratificada por la Conferencia Mundial de Derechos


Humanos en junio de 1993. Ésta establece en su artículo quinto que: ‘Todos los derechos humanos
son universales, indivisibles e interdependientes y están relacionados entre sí. La comunidad
internacional debe tratar los derechos humanos en forma global y de manera justa y equitativa, en pie
de igualdad y dándoles a todos el mismo peso. Debe tenerse en cuenta la importancia de las
particularidades nacionales y regionales, así como los diversos patrimonios históricos, culturales y
religiosos, pero los Estados tienen el deber, sean cuales fueren sus sistemas políticos, económicos y
culturales, de promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales’. El
Enfoque de Derechos se ratifica desde una perspectiva abarcativa e integral, proponiendo un sistema
completo y estructurado por principios, reglas y estándares de Derechos Humanos que intenta operar
en términos de otorgar efectividad a las medidas comprometidas por los Estados.”(2016:2-3)

“La posibilidad de integralidad que esta configuración posee, tiene la capacidad de resolver en forma
más concreta la superación de la consideración de las personas como meros “beneficiarios” de
programas sociales asistenciales, para que éstos sean conceptualizados como titulares plenos e
integrales de derechos cuya garantía es responsabilidad del Estado y donde su expresión es la
aplicación y no el enunciado.” (2016:1)

Adriana Clemente (2016) introduce una dimensión interesante para pensar en estas cuestiones: la de
la participación. Propone “entender a la participación social en las políticas sociales como un
fenómeno reciente que puede atender tanto a la funcionalidad de las políticas de Estado como a los
intereses estratégicos de los sectores afectados por una situación de necesidad. Los escenarios de
participación que tienen como objeto un mayor impacto de las políticas sociales tienen como
particularidad la capacidad de generar procesos complejos y contradictorios que en su devenir
reproducen a nivel microsocial la puja en torno a la distribución secundaria del ingreso que se da en
otras escalas de la sociedad." (2016:119)

"La acción organizada en torno a un conflicto social involucra actores, posiciones y un capital (bienes,
servicios, provisiones, etc.) que se disputa con posibilidad de encontrar algún tipo de respuesta y así
superar ese estadio de conflicto (Raymond y Zinder, 1974). Desde la perspectiva del conflicto, el

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campo de las políticas sociales supone una tensión permanente entre necesidades y satisfactores,
tensión que se debería retroalimentar en dirección ascendente en busca de nuevos umbrales de
bienestar. Es en este punto que la participación entra en juego, ya sea como instrumento de
transformación o de adaptación.” (2016: 121)

La autora concibe a “la participación social como un conjunto de prácticas de movilización y


organización cuyo objeto es colectivizar tanto las prácticas de los sujetos sociales como,
principalmente, sus resultados. Estos resultados se refieren a cuestiones que hacen a la vida en
común, es decir, relacionadas con las condiciones de vida y su producción. La noción de producción
alude a que las condiciones, más allá de reproducirse, pueden, por concepto, mejorarse. La diferencia
entre la participación social y la política es en algún punto ficticia, ya que están implicadas.
Participación social y participación ciudadana suelen utilizarse como sinónimos. Nora Britos (2003)
reflexiona sobre la inusitada vigencia de la noción de ciudadanía desde la perspectiva más difundida,
la de Thomas Marshall, que diferencia entre derechos civiles, sociales y políticos, que en su conjunto
conformarían los derechos de ciudadanía. La autora pone en diálogo la tipología de Marshall con los
aportes del jurista Luigi Ferrajoli (1999), quien observa que estos derechos se confieren a las personas
y no sólo a los ‘ciudadanos’, en alusión al carácter excluyente que conlleva el enfoque de ciudadanía.
La perspectiva de la participación ciudadana fue un componente obligado de las llamadas nuevas
políticas sociales, focalizadas y en clave asistencial. Se trata de un concepto que contribuyó a la
despolitización de la participación en torno a reivindicaciones de carácter social (mejoramiento
urbano, servicios públicos, salud, educación, etc.). La noción de ciudadanía en documentos y
justificaciones de políticas y programas sociales de los 90 (aún vigentes) aparece más vinculada a la
democracia y al ejercicio jurídico de los derechos y obligaciones que al ejercicio efectivo de los
derechos sociales.” (2016:123)

La autora rescata “la acción cooperativa de un grupo de pequeños productores (…), la comunidad
organizada protagonizando sus demandas como, principalmente, los movimientos sociales que
disputan con su acción organizada aspectos neurálgicos del poder.” (2016: 125)
“Podemos ver contradicciones entre las corrientes que propician el protagonismo de los beneficiarios
en los dispositivos que genera el Estado para dar respuesta a las demandas sociales y/o elevar el piso

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de los derechos sociales. Para diferenciar la participación que se propicia como parte de un dispositivo
de intervención, de la que deviene de un proceso definido desde la base, preferimos hablar de
participación regulada y consignar de modo claro que se trata de escenarios que prevén la consulta, la
opinión, la autogestión u otras modalidades participativas a la vez que establecen límites y/o
anticipan el resultado final de esos procesos.” (2016: 125)
"Ante un cambio de paradigma que va de la concepción del “pobre merecedor” a la de “sujeto de
derecho”, se impone peguntarnos cómo se establecen bajo el nuevo paradigma los vínculos entre el
Estado proveedor y los sujetos que por diferentes circunstancias (principalmente económicas) tienen
una alta dependencia del subsidio (directo e indirecto). Atentos a cómo opera la variable territorial, ya
sea integrando o segregando población, esta preocupación cobra más importancia a partir de
reconocer el modo en que las relaciones de proximidad operan en la colectivización de las relaciones
sociales, bajo el supuesto de que esas son las relaciones que contrarrestan las desigualdades
sociales.” (2016: 127-128)
“En el territorio se expresan las desigualdades sociales, y el Estado (nacional, provincial o municipal)
puede intervenir positiva o negativamente en los procesos de segmentación territorial que, por su
naturaleza de acumulación, produce el mercado.
La función integradora que pueden cumplir las políticas públicas no sólo depende de los grandes
lineamientos programáticos, sino también de la aplicación concreta que los gobiernos subnacionales
(principalmente locales) materializan en el territorio respecto a las prioridades y la aplicación
presupuestaria en materia de obra pública, equipamiento en salud y educación, regularización de
tierras, políticas de recuperación y conservación del espacio público y otros tópicos que, en su
conjunto, configuran la dinámica de inclusión/exclusión que luego expresa la ciudad.”(2016: 130)

El derecho a la universidad

Por último, y recuperando varios de las ideas presentadas hasta aquí, nos planteamos pensar
específicamente en el “Derecho a la universidad”. Ello se vincula con algunas reflexiones expresadas
en el marco del aniversario de los cien años de la Reforma de 1918 ocurrida en la Universidad

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Nacional de Córdoba, con consecuencias y ecos en toda la realidad política y educativa argentina y
latinoamericana.

Autores como Diego Tatián (2018) proponen, reflexionando sobre ese proceso político y la cuestión
del derecho a la universidad, la idea de “la democracia universitaria y la universidad en general no
sólo reducidas la expresión ‘estado de derecho’ (que equivaldría al imperio de la ley), sino pensadas
como ‘estado de derechos’, en plural. Los derechos nunca están dados, siempre se conquistan; se
defienden, se resguardan y, muchas veces, se pierden. Por eso exigen una acción política
ininterrumpida para su preservación. (2018:41)

En este sentido, el autor se interroga no sólo acerca del significado de “la educación como un
derecho, como marca reformista” sino que también –y ello nos lleva de nuevo a la compleja
conceptualización a la que vienen abonando lxs disntintxs autorxs que recuperamos- se pregunta
“¿Qué es un derecho? Un derecho es por definición algo universal, y aunque en su definición incluya
la universalidad eso no quiere decir que sea una realidad automática. Un derecho es siempre una
declaración.” (2016:42). En el caso de lo específico de pensar en el derecho a la universidad, nos dice
Tatián: “Esa declaración postularía: todos los seres humanos que opten por la universidad, que
deseen acceder a los estudios superiores (…) tienen derecho a hacerlo, tienen derecho al acceso a la
universidad –que, como todo derecho, una vez reconocido debe ser garantizado por el Estado-;
entonces, será necesario construir las condiciones de posibilidad materiales para que todas las
personas puedan acceder a la universidad. (…) Para que esa garantía no sea una garantía puramente
formal sino una realidad, es necesario adoptar un conjunto de políticas públicas que pongan la
universidad al alcance de un conjunto de de sectores sociales que nunca han tenido la universidad
cerca. (…) Solo un conjunto de políticas públicas orientadas a la democratización del conocimiento
puede operar un giro de la universidad como un privilegio hacia la universidad como un derecho. (…)

La sustracción de la universidad de un estado de privilegio es honrar sustantivamente la herencia


reformista. Las herencias son siempre incómodas, las herencias son siempre un trabajo. Hacer algo
con ellas, estar a la altura de la historia, significa plantearse un conjunto de cuestiones emancipatorias
en un momento determinado y no la reproducción vacía de eslóganes que finalmente convierten al

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significante reformista en algo vacío. Mantener viva la una herencia es una disputa del presente y el
futuro.” (2018:41-2-3)

En este sentido, aparece también como un aporte relevante el planteo de Sebastián Torres y Paula
Hunziker” (2018), quienes sostienen que “‘derecho de universidad’ es el sintagma que en el inicio de
nuestro siglo XXI expresa la renovación de ese lazo entre universidad y proyecto nacional y
latinoamericano. Esto es, contiene una enunciación que permite poner en discusión no sólo aquellos
aspectos ligados al acceso a la educación superior, (aunque no es ajeno a definiciones institucionales
muy concretas), sino también un proyecto de universidad, una universidad como proyecto educativo,
científico, político, social y cultural.

Que el Derecho de Universidad pueda ser comprendido, en primera instancia, como un derecho de
acceso a la educación superior resulta de su carácter de bien social universal (…). No obstante, su
efecto más disruptivo resulta de su confrontación con la idea de la división social entre quienes son
sujeto de conocimiento y quienes son objeto de conocimiento. Que una comunidad pueda pensarse a
sí misma supone que una comunidad se proponga hacer accesible el conocimiento a todos, y que
todos tengan la posibilidad de participar en la definición de sus objetos de estudio, problemáticas y
horizontes de trabajo. Así, la democratización de la educación superior no supone sólo un cambio
cuantitativo en el acceso a la universidad, sino también un cambio cualitativo en su sentido, función y
fines, a partir de una ampliación en los modos de participación en el espacio de la transmisión y
producción de los saberes sociales. Decimos que el acceso es una forma primaria de comprender el
Derecho de Universidad, porque la participación –y aquí podemos encontrar puntos de encuentro en
lo planteado por Adriana Clemente acerca de esta categoría- implica, por extensión, el
establecimiento de vínculos institucionalizados con la comunidad no-universitaria, con organizaciones
sociales, con conocimientos no académicos, con problemáticas sobre cuestiones públicas que pueden
no encontrar una representación en las grillas actuales de los saberes institucionalizados. Vínculos
que, reversiblemente, ponen también a la universidad en el camino de lo posible, principalmente para
jóvenes cuya historia social se encuentra demasiado distante de este horizonte de vida. Entonces,
democratizar el conocimiento es más que un reparto de los bienes existentes, es la transformación de

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estos en un bien común. Por este motivo el Derecho de Universidad se convierte en un proyecto de
universidad, que recoge una inspiración reformista en la medida en que confronta con el presente, en
el que el conocimiento se ha convertido en un capital sujeto a intereses económicos privados y las
lógicas del mercado internacional (una transformación radical de la escala de apropiación del saber
que los reformistas ni imaginaron).” (2018:298-9)

Referencias bibliográficas

Carballeda, Alfredo (2016) “El enfoque de derechos, los derechos sociales y la intervención del Trabajo
Social” Revista Margen N° 82 – octubre 2016.

Clemente, Adriana (2016) “La participación como enfoque de intervención social” Rofman, Adriana
(comp.) Participación, políticas públicas y territorio : aportes para la construcción de una perspectiva
integral, Los Polvorines, UNGS.

Rinesi, Eduardo (2016) “La educación como derecho. Notas sobre inclusión y calidad”. En Brenner,
Gabriel. y Gustavo Galli (comps.) Inclusión y calidad como políticas educativas de Estado o el mérito
como opción única de mercado. La Crujía, Stella y la Fundación La Salle Argentina, Buenos Aires.

Tatián, Diego (2018) “La Reforma Universitaria en disputa” en Rinesi, Eduardo, Natalia Peluso y Leticia
Ríos (comps.) Las libertades que faltan. Dimensiones latinoamericanas y legados democráticos de la
Reforma Universitaria de 1918. Los Polvorines, UNGS.

Torres, Sebastián y Paula Hunziker (2018) “Derecho de universidad, a cien años de la Reforma” en
Rinesi, Eduardo, Natalia Peluso y Leticia Ríos (comps.) Las libertades que faltan. Dimensiones
latinoamericanas y legados democráticos de la Reforma Universitaria de 1918. Los Polvorines, UNGS.

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