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INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA

Unidad 1:

Cambios y continuidades en el conocimiento histórico

Aproximaciones epistemológicas al concepto de historia: aportes y enfoques historiográficos desde la conformación de la


historia científica en el siglo XIX. Transformaciones de las últimas décadas. La renovación de la historia social. Variables
del análisis histórico: estructuras, procesos, conflictos, sujetos. Ejes para la reflexión epistemológica: objeto y sujeto de la
histórica, la cuestión de la objetividad en el conocimiento histórico, saber y conciencia histórica

Resumen de: Cambios, continuidades y características del conocimiento histórico (Marta Barbieri Guardia)

Aproximaciones epistemológicas al concepto de historia

En su origen griego (historia), el término “historia” significa pesquisa, búsqueda, interrogatorio. Luego la historiografía
tradicional le atribuyó dos sentidos:
 Res gestae (historia materia): o sea, los hechos y procesos pasados, que pueden enmarcarse (aunque existan
discrepancias y polémicas) desde la invención de la escritura (alrededor del 3300 a. C) hasta la actualidad.
 Rerum gestarum (historia conocimiento): o sea, la narración sobre los hechos pasados. La historia como proceso
científico y como ciencia (así sería una construcción humana) que estudia y trata de reconstruir esos hechos y
procesos pasados protagonizados por las sociedades.
De esta manera se podría decir que la historia es lo que pasó y lo que decimos acerca de lo que pasó.
Diversos historiadores han considerado que esta separación es ficticia, puesto que no puede establecerse una separación
tajante entre la realidad histórica y el relato cerca de esta: la historia implica una construcción signada por el presente
del relator. Se trata de un proceso que abarca presente, pasado y futuro, y que el historiador procura analizar el cómo las
cosas han llegado a ser lo que son e incluso el rumbo que tomarán en el futuro aun cuando, de ningún modo opera como
astrologo ni ejerce el oficio de la predicción. Incluimos entonces, la realidad histórica y el conocimiento histórico en tanto
síntesis sobre aspectos de esa realidad. Conocimiento y realidad se entrelazan en nuestras conciencias ya que la historia
alude a la condición temporal de los seres humanos viviendo en sociedad.

La constitución de la historia científica: cambios de enfoque y nuevos paradigmas, la transformación de las últimas
décadas y la renovación de la historia social

En el transcurrir de los siglos se desarrollaron diversas respuestas, enfoques epistemológicos, metodológicos o


sociopolíticos sobre la disciplina. En efecto, el conocimiento histórico, las formas de producirlo y de enseñarlo, han ido
cambiando junto a las respuestas que se impusieron a los interrogantes y problemas propios de nuestras circunstancias e
intereses actuales.
La historiografía, como tradición de escritura histórica, evolucionó desde las crónicas y ya desde el nacimiento de las
academias en el siglo XVII, se desarrollaron comunidades que compartieron reglas para hacer reglas para hacer ciencias.
Los “Principia” de Newton fundamentaron una imagen matemática y mecánica del universo y contribuyeron a modificar
el concepto del tiempo que abandonó su carácter neutral, circular y religioso y se convirtió en entidad absoluta, lineal,
secular y universal.
En el siglo XVIII la Ilustración impuso una cosmovisión mecanicista del mundo y el carácter absoluto de las ciencias, lo
que estimuló la búsqueda de leyes para explicar el ascenso de la humanidad. Consagró así un modelo denominado
heroico que identificó razón, producción científica y progreso cuya finalidad fue enfrentar las verdades proclamadas por
la iglesia y el Estado absolutista.
La Universidad de Berlín (1810) fue modelo de universidad científica que monopolizaría la investigación y la enseñanza.
De este modo la historia como “ciencia” se desplegó de las sociedades burguesas del mundo occidental moderno.
Fue en el siglo XIX cuando se consolido como disciplina científica y significó el nacimiento de la historia explicativa y la
búsqueda de leyes.
Ranke propuso una ciencia de la sociedad que debía buscar las leyes generales que regulaban la evolución histórica para
ordenarlos y modificarlos en el futuro, garantizando de esta forma lo que ellos entendían como progreso de la sociedad.
Estos aportes incidieron en la consolidación de una historia científica fundada en el rigor documental. La objetividad
debía caracterizar el trabajo del historiador, que mostraba las cosas tal y como sucedieron y donde la subjetividad
prácticamente no intervenía. Le daba importancia a los hechos vinculados con algunos tipos de actividades vinculados
con algunos tipos de actividades como la guerra, la política y la diplomacia. Relataba hechos cuyos protagonistas eran
famosos, los héroes, próceres. Los hechos que el historiador relataba debía comprobado por documentos. Buscaban un
hecho único o asilado en los documentos, es decir, identificando el razonamiento inductivo con el conocimiento basado
en fuentes, y sostuvieron que la teoría surgiría de la acumulación de datos. Esta tradición es conocida como positivismo
o historicismo tradicional.
Algunas construcciones historiográficas surgidas en el siglo XIX no se ajustaron a los criterios positivistas, como por
ejemplo, en Francia, Michelet analizó la Revolución Francesa desde distintas dimensiones. Este y otros historiadores
consideraron que el desarrollo económico guardaba relación con las formas de organización social, las leyes y la
estructura política. Muchos de ellos procuraron abordar la trama entera de la sociedad francesa en crisis, aunque lo
político constituyó el terreno para la acción trascendente del hombre.
La industrialización estimulo la alfabetización, facilitó el acceso a la prensa y a publicaciones distribuidas masivamente.
En cuanto al naciente nacionalismo del siglo, la historia desempeñó un papel importante en la construcción de la
nacionalidad con distintos énfasis según los países, las coyunturas históricas y el clima ideológico. Las nuevas formas de
asociación sostenidas en el lenguaje, el comercio, el gobierno, también dependieron de la difusión de valores
compartidos y de la transmisión de una educación patriótica en la que la historia adquirió el vigor de una verdad
indiscutible.
En un mundo signado por rivalidades imperialistas, en cada Estado-nación la construcción de una memoria histórica
procuró crear y fusionar la identidad personal y nacional. La historiografía justificó derechos, contribuyó a generar un
consenso ideológico en torno al pasado y fundamentó los componentes de la conciencia nacional.
A fines de siglo XIX a medida que se evidenciaron las consecuencias de la industrialización, los historiadores se
plantearon la ampliación del objeto de estudio hacia la sociedad, la cultura, las condiciones de vida de los obreros, etc.
La historia económica y social brindó repuestas a las falencias del modelo tradicional limitando a la realidad política y
manifestó el propósito de estudiar el conjunto de la sociedad. Aunque estos enfoques socio-históricos no ocuparon
todavía un papel estelar sostuvieron la importancia tanto de explicar los hechos como de conocer sus interrelaciones. La
producción histórica debía fundarse en la evaluación crítica de fuentes.
Asimismo surgieron críticas por corrientes idealistas que originan las “ciencias del espíritu”, surgen críticas a la cultura,
al modo de vid burgués y al concepto de ciencia vigentes en las sociedades burguesas. Nietzsche sostenía que los
intereses del historiador se gestan en su época y condicionan su conocimiento del pasado. Negaba así la utilidad de la
investigación histórica, la primacía del pensamiento lógico y la existencia de una verdad objetiva al margen de la
subjetividad de los investigadores.
Hacia el siglo XX la historia y las otras disciplinas continuaron escribiéndose bajo el influjo de la modernización. Todas
las producciones definieron una historia orientada a la realidad objetiva que se guiaba por reglas uniformes.
Emile Durkheim analiza la diferenciación de funciones, el aislamiento del individuo y el efecto de los procesos sociales a
largo plazo. Reflexiona sobre el problema de la conciencia colectiva alimentada por las normas, la costumbre y la religión.
Max Weber destaca el papel de los mercados, los estados y las burocracias en la integración de vastos grupos y destacó
que la cientificidad de la historia se fundamenta en su imparcialidad y la aplicación de conceptos causales. Sostuvo que
las causalidades no están en una realidad objetiva sino en el pensamiento científico y planteo que el eje articulador de la
dinámica interna de toda sociedad existe en la esfera cultural en estructuras de pensamiento que condicionan la
actuación y el cambio social. Sobre esta base sostuvo la necesidad de comprender el entramado social pero no como un
acto intuitivo, sino como un proceso racional que no eliminaba la explicación y el análisis.
Estos sociólogos y teóricos ejercieron influencia en los científicos sociales. Apelaron a la historia para explicar la
modernización.
En Francia surge una reacción contra la “historia episódica”, la historia que ordenaba cronológicamente los
acontecimientos y su obsesión por los grandes hombres.
La escuela de los Annales surge a comienzos del siglo XX y centra su interés en las tendencias demográficas y
económicas. Supone una renovación con la incorporación de la historia económica y social, expande el campo de estudio
hacia temáticas diversas planteando que cualquier actividad humana se debe estudiar como parte de la historia. Afianza
la concepción de una historia globalizante que integra todos los planos de la vida histórica sin aislar aspectos de la vida
humana.
Estos historiadores se guiaron por una serie de principios como ser el abordaje de los diferentes niveles de análisis
(económico, político, social, etc.), el descubrimiento de articulaciones entre estos niveles para hacer comprensible la
totalidad de la sociedad.
Ferdinand Braudel planteó los distintos niveles de estudio de la realidad histórica:
1° nivel: la historia del hombre en relación a la tierra.
2° nivel: las estructuras y los patrones sociales.
3°nivel: la política, los individuos, la cultura y la vida intelectual.
Sí como también compuso un modelo integrado por distintas temporalidades o duraciones en los procesos:
 Tiempo corto: los acontecimientos.
 Tiempo medio: las coyunturas.
 Tiempo largo: las estructuras.
Sostuvo que los viejos historiadores solo veían el tiempo corto y que era necesario analizar todas las realidades sociales
con sus ritmos diversos. Todos estos tiempos debían ser considerados en el trabajo historiográfico. Comienzan a ver los
documentos de un modo distinto, integrándolos en series y utiliza métodos valorativos que midieran el flujo de las
sociedades. En una coyuntura podían advertirse el cruce de diferentes duraciones junto a relaciones particulares que
debieran permitir l reconstrucción de la unidad del proceso en general.
Se comienza a ser observaciones y se dice que la objetividad es relativa.
Existe influencia del estructuralismo de Levi Strauss que priorizó la idea de estructura. Es un sistema o conjunto de
sistemas interrelacionados, una arquitectura temporal que se desgasta en largo periodos y somete la vida de los
hombres.
El funcionalismo también es otro elemento que influye, adopta la idea de función y enfrenta al causalismo y al
historicismo privilegiando el análisis sincrónico sobre el diacrónico (reconstrucción de vastos panoramas sin considerar
los procesos que los generan y transforman).
Priorizan la investigación científica sobre las filosofías que pretendían enunciar el sentido de la historia. Así por ejemplo
asociaron la historia de las mentalidades a la historia serial y secuencia de datos, por ejemplo mediante el estudio de los
testamentos en un lugar y momento determinado para estudiar las ideas sobre la muerte, la secularización, etc.
El análisis marxista fue ganando influencias en la producción historiográfica. En el siglo XIX Marx buscó leyes del
desarrollo histórico combinando la sociología, el análisis económico y la historia. En base a ello abordo el conjunto de
relaciones que los hombres establecen entre si en el curso de la producción de su vida social y busco establecer leyes
generalizables que explicaran los cambios históricos, que resultaban de un proceso dialectico de tesis y antítesis como
consecuencia de la lucha de clases por la dominación de los medios de producción. Enfoco particularmente el conflicto
social, la economía, sus crisis, las estructuras, las duraciones, las coyunturas; y como consecuencia se fortalecieron la
historia económica y la historia social, que privilegiaron lo cuantitativo, los procesos masivos, los largos plazos y el
método hipotético-deductivo. Marcó la interdependencia del campo de lo simbólico y la realidad material, y la existencia
de fases que no se prestan a simplificaciones, sus seguidores esquematizaron estas afirmaciones en una sucesión que
pasaba desde la comunidad primitiva al régimen esclavista, de éste al feudal y al capitalista para derivar en el socialismo.
A su vez la nueva historia económica norteamericana fundada en la recolección sistemática de documentos
cuantificables reflejo la influencia de los estudios comparativos de Weber acerca de los orígenes de la modernidad. Si los
historiadores acentuaban la lucha de clases (marxistas), los cambios demográficos (la escuela francesa de los Annales) o
el desarrollo de redes de inversión y comunicación (modernization theory de los EEUU), esperaban a que sus modelos
fueran válidos para todo el mundo. Como consecuencia impulsaron el afianzamiento de la historia social como ámbito de
la investigación en el siglo XX y buscaron descubrir la realidad de la gente común olvidada por la historia tradicional.
En este panorama cabe mencionar también a corrientes que cuestionaron la calidad científica de la historia. Los
positivistas del Círculo de Viena (1920) difundían a idea de una ciencia libre de valores y ajena a lo social, supusieron que
el mundo puede ser conocido objetivamente mediante la observación y el razonamiento. Hacia 1930 muchos de ellos
fueron obligados a dejar Austria y se radicaron en universidades de habla inglés, desde donde influyeron en los historia
dores. La obra de Karl Popper contribuyó a instalar este paradigma que plantea una confianza ilimitada en el poder de la
ciencia y de la técnica para lograr una sociedad más justa y rica. Sostenía que la lógica positiva de la ciencia era el modelo
metodológico en todas las disciplinas ligadas a la neutralidad científica y a la viabilidad de un pensamiento racional y
objetivo, El método científico se sostiene en las leyes de la lógica y la verificación de teorías, no en la mera recolección de
hechos. Niega la interpretación social de la ciencia y condena la vinculación entre la ideología y el pensamiento científico.
También niega el carácter científico de las ciencias sociales entre ellas la historia, puesto que no se ocupa de lo general y
tampoco es capaz de realizar predicciones ni formular leyes de tipo matemática y cuantificable.
Hasta fines del siglo XX la idea de evolución y racionalidad constituyeron un fuerte axioma y sirvió de norma a la
mayoría de los historiadores que atribuyeron sentido a la historia como expresión de la victoria de la cultura, la ciencia y
la técnica sobre la irracionalidad. No obstante la Segunda Guerra Mundial, los crímenes de guerra, la Shoá, las purgas
estalinistas, la utilización de la ciencia nuclear, los quebrantos ecológicos, la destrucción provocad por las guerras como
la de Vietnam o Afganistán, las explosiones fundamentalistas islámicas, la caída del régimen chino y del socialismo, etc.
Generaron un marco de escepticismo e incertidumbre en el que ya no fue posible confiar en el progreso de la humanidad
ni en la noción de ciencia al margen de valores.
Así, la llamada “década de oro” de la historiografía” (1960-1970), de la historia sociológico-estructural, derivó en
múltiples críticas y cuestionamientos hacia la “historia científica” y el modo de vida burgués.
Nuevas investigaciones renovaron estrategias de investigación con origen en la antropología, la lingüística y la semiótica.
El conflicto adoptó perfiles humanos y se multiplicaron los objeto de estudio desde los sectores privilegiados a otros
discriminados, desde las estructuras sin rostro humano a aspectos de la vida cotidiana, de lo macro a lo micro, de la
historia social a la cultura. Se renovó también la historia política y una historiografía narrativa que se propuso dar cuenta
de los aspectos subjetivos de la existencia humana.
A fines de 1969 Braudel se aleja de la revista de los Annales, lo que generó el fortalecimiento de una corriente cuyos
integrantes se identificaron con lo que llamaron la “nueva historia”. En 1978 dirigida por Jacques Le Goff proclamó
atender a nuevos problemas y objetos de estudio y el reconocimiento al tiempo largo braudeliano, a la historia
cuantitativa, a las mentalidades y al contacto con diversas disciplinas, sobre todo con la antropología. El énfasis en la
cultura supuso que l cultura no constituye ya el tercer nivel de la experiencia histórica, sino que opera como un
determinante primario de la realidad histórica. Toda práctica económica o cultural depende de las representaciones
mentales que los individuos emplean para entender su mundo, intentaron ubicar los productos formales de la
jurisprudencia, literatura, ciencia, y artes para descifrar los códigos, gestos, signos mediante los que los seres humanos
comunican sus valores y verdades.
Esta historia cultural rechazó el estudio de procesos anónimos y la confianza en los métodos cuantitativos de la historia
social y retomó tradiciones anteriores. Atendió itinerarios vitales y los sentimientos y comportamientos de los pobres. A
través de la vida de una persona o un suceso pretendió develar el funcionamiento de una cultura o sociedad del pasado.
Para ello transformó los métodos sociocientíficos tradicionales, recurrió a la antropología y a la teoría literaria y tendió a
captar con ello la complejidad del mundo humano al negar, aunque no siempre, la universalidad del lenguaje conceptual
y la uniformidad del razonamiento humano. Así priorizó el campo simbólico pero además, su relación con las prácticas
sociales que lo constituyen cabalgando así entre lo mental y lo social.
Algunos historiadores cuestionaron los modelos meta-narrativos (los grades esquemas para organizar, interpretar y
escribir la historia) como el positivismo, el liberalismo o el marxismo. Se volcaron a estudiar utillajes mentales y cedieron
paso al sujeto individual a la narración de la vida cotidiana y de la experiencia privada, Rescataron la importancia de la
parte meditada de las acciones humanas y matizaron la fuerza de las direcciones colectivas, ya que para explicar el
funcionamiento social estudiaron las normas culturales, las informaciones, las pertenencias sexuales, generacionales,
educativas, territoriales, etc. Se enfocaron en el conjunto de relaciones y tensiones que constituyen lo social desde un
punto particular, el relato de una vida, un acontecimiento oscuro, etc., y abordaron las representaciones con las que los
individuos dan sentido a su experiencia privada, a la vida cotidiana, a los márgenes de la libertad en los intersticios y
contradicciones de los sistemas normativos que los constriñen.
La “posmodernidad” hace referencia a la situación de incertidumbre de la existencia humana y de la predictibilidad del
futuro en la que se cuestiona y se somete a prueba los presuntos de la modernidad. En este contexto se produjeron
nuevas polémicas sobre el significado y la escritura de la historia y su pretensión de objetividad, El termino se refiere a
las críticas a las sociedades modernas sumidas en la tecnología, que se autorepresentaron como superación de la
tradición y la costumbre y proclamaron la existencia de un individuo libre, que conoce libremente, permitiendo el
progreso de la humanidad. Expresó así el cuestionamiento hacia esas sociedades que no facilitan el desarrollo de seres
autónomos y que se fundan en una racionalidad ciega para todo lo que no sea meramente reproductivo.
Michael Foucault y Jacques Derrida inspiraron los principales argumentos posmodernistas. Ambos reivindicaron la obra
de Ferdinand de Saussure sobre la naturaleza del lenguaje y la distancia entre el significante (sonido o aspecto de una
palabra) y el significado (sentido o concepto). Sobre estas ideas estos autores negaron la posibilidad de generar una
relación objetiva con la realidad histórica. Consideraron que la realidad siempre esta velada por el lenguaje y que este no
implica ningún sentido trascendental o verdad previa. Ello justificó el método propuesto por Derrida (la
“deconstrucción”), que procura demostrar las múltiples interpretaciones que admiten los textos pues sus significantes o
tienen conexión esencia con lo que significan. De esta forma este método debería evidenciar que las palabras no
expresan “la verdad” de la realidad como lo supuso el logocentrismo occidental. Existirían infinidad de significantes sin
sentido claro por lo que nos situamos en un mundo sin significado, sin intensiones, sin coherencia. Los aportes de la
filosofía del lenguaje alimentaron dichos argumentos, sobre todo por la labor de Ludwing Wittgenstein quien sostuvo
que todo problema filosófico era un problema de lenguaje con que nos referimos a mese mundo. El lenguaje es un
sistema autorreferencial por lo que la realidad no podría ser abordada como objetiva o exterior al discurso. Como no
existe ninguna realidad extralingüística ya que todo significado se constituye y conforma solo por el lenguaje, el
historiador sería ingenuo si mantuviera la visión de elaborar un conocimiento científico y debería renunciar al principio
de la causalidad, la explicación y la supuesta correspondencia entre lenguaje y mundo exterior.
Los posmodernistas no aceptan la seguridad del conocimiento ya que este no existe fuera de la ideología y
subordinación al” régimen de la verdad” de la sociedad en la que se elabora. La ciencia y la tecnología están atrapadas
por intereses hegemónicos y se expresan en discursos que se elaboran desde instituciones al servicio de estos intereses.
Juzgar que la realidad no puede trascender el discurso y que la objetividad implica una construcción ideológica que
oculta la participación de los científicos en la selección y configuración de los hechos, tanto como su pertenencia a
relaciones de poder y propuestas políticas.
Cuestionó la existencia de la verdad y la narración histórica y denuncio las expectativas de emancipación ya que no es
posible diferenciar texto y contexto, causa y efecto, lenguaje y universo social.
La desconfianza y descontento de los filósofos posmodernistas son fácilmente identificables en un mundo en el que la
ciencia y la tecnología se han utilizado para crear mayores desigualdades, bombas nucleares, campos de exterminios,
etc. Sin embargo sus representantes suelen cuestionar sin aportar soluciones y generan así un escepticismo que
neutraliza los compromisos e intentos de cualquier tipo para modificar el orden establecido.
Si bien las críticas posmodernas dividieron a los estudiosos en posturas opuestas renovaron discusiones sobre métodos,
objetivos y fundamentos del conocimiento y viabilizaron la aceptación de que la historia se escribe desde los
interrogantes del presente. Así, fueron útiles para estimular la corrección de errores y hacer ver a los historiadores de
qué manera su visión del mundo condiciona su trabajo, que procede de acuerdo a intereses y provocan resultados a
través de disputas y coacciones ideológicas, políticas e institucionales ya que el conocimiento histórico esta siempre
sujeto a cambios de signo y de sentido, a nuevas inquietudes y preguntas. También contribuyeron a reflexionar sobre las
relaciones entre normas e individuos, entre procesos y estructuras, entre lo material y lo ideal, entre sujeto y objeto,
confirmando la necesidad de explicaciones parciales y objetivas acerca de la forma en como se ha operado en el pasado
y se ha proyectado en el presente.
El quehacer histórico se ha enriquecido también mediante la renovación de la historia política que recurre a la ciencia
política, a los aportes jurídicos y reivindica el análisis de las prácticas. Surgieron asimismo múltiples corrientes como la
historia de género, la historia oral, la criometría, la ecohistoria, la historia de la vida privada, de los mitos, de la infancia,
de la lectura, o la recuperación de los puntos de vista de los sectores marginados o “vencidos” a partir de la expansión
colonial de los países europeos. La historia del presente recuperó por su parte la contemporaneidad que expuso la
historia en sus orígenes y cuestionó al positivismo y sus patrones de objetividad y de la condena de las interpretaciones.
El acercamiento a la antropología y también a la crítica lingüística y literaria “deconstruccionista” llevó a dudar de la
posibilidad de conocer los documentos y textos e los que se apoya el trabajo del historiador y reforzó las orientaciones
relativistas de la disciplina. Si estos enfoques plantean la imposibilidad real de conocer el pasado tampoco es posible
analizar un presente que se convertirán indefectiblemente en pasado y carecerán de sentido. Este escepticismo
promovió el denominó “giro lingüístico” que priorizó una filosofía del lenguaje.
Las polémicas en torno a la historia se han multiplicado en las últimas décadas. Se han construido nuevos paradigmas
que reconocen la diversidad de objetos de estudio y su tratamiento diferenciado. La oposición entre métodos analíticos y
hermenéuticos, explicación y comprensión, individuo o sociedad, no se han evaluado de forma definitiva. Para el
historiador Eric Hobsbawm las diversas líneas pueden conjugarse ya que tanto si miramos a través de un microscopio,
como si lo hacemos a través de un telescopio, buscamos desentrañar las caves de un mismo universo.
A su vez han resultado valorables los aportes de la teoría del caos de Ilya Prigogine que acentúa el carácter complejo e
impredecible de la realidad o de la termodinámica de los sistemas no lineales. Señala que en la dinámica clásica y en la
física cuántica no existen certezas sino probabilidades y que no solo hay leyes sino acontecimientos que no pueden
deducirse de las leyes. Son estas ideas las que nos permiten estudiar mejor las grandes transformaciones históricas,
abrirnos a la complejidad del mundo social y acceder a la comprensión de que racionalidad no es lo mismo que certeza
ni probabilidad significa ya ignorancia.

La renovación de los horizontes de la historia social

Estos fuertes quebrantos que afectaron a los estudios macrosociales y a las ideas en torno a la posibilidad de un
crecimiento científicamente controlado. Ello revitalizo las discusiones acerca de los métodos, propósitos y fundamentos
del conocimiento y enriqueció la perspectiva de la historia social que acentuó la necesidad de procurar explicaciones
reconocidamente parciales y objetivas del pasado, sin negar el concepto de racionalidad de la ciencia histórica
tradicional, pero ampliándolo significativamente.
Esta historia social renovada aborda distintos niveles de la realidad histórica: sus fundamentos económicos, la
estructura social, sus fundamentos políticos y la esfera de lo simbólico. Analiza las articulaciones entre estos niveles y no
establece determinismos rígidos o unidireccionales, ya que enfoco el conflicto y las conexiones entre estructuras,
procesos y experiencias. Recurre tanto a los métodos hermenéuticos como analíticos pues en la actualidad, la historia
social reconoce el pluralismo y combina lo estructural con lo episódico, aborda lo político, lo económico y lo cultural para
reconstruir la historia de las sociedades en toda su complejidad.
Entendemos a la historia social como la historia de las sociedades que estudia acontecimientos únicos por cierto, pero
inscriptos en un proceso que los abarca. Le interesa la integración de todas sus partes y la definición de grandes etapas o
“periodos sociales”, los cambios y las continuidades, lo conflictivo de la existencia humana, sus aspectos materiales y
simbólicos.
La nueva historia social no renuncio a la objetividad y en ese sentido concibe a la historia como objeto de la
investigación y no como realidad objetiva. Asumió los códigos de la disciplina profesional, cuestiono los usos ideológicos
de la historia y tomo conciencia sobre la necesaria autonomía que reclama el saber histórico. Un saber que se interesa
por estudiar tendencias generales y que procura responder a las grandes preguntas del “por qué”, aun concentrándose
en interrogantes diferentes a lo largo de las décadas. Aspira a la síntesis y crea conceptos analíticos en función del
camino recorrido por cada historiador, de su propia investigación y de las fuentes diversas que utiliza para construir
dichos conceptos. Asumió que todo discurso es narración y que se trata de narrar verazmente, de facilitar la
comprensión de los fenómenos sociales y de aprehender la relación entre las estructuras y los seres humanos concretos.
Se constituye como disciplina que aborda el problema de la temporalidad y del cambio social. No prescinde de la
cronología, pero esta es una forma de hacerlo, ya que los acontecimientos organizadores cambian según las culturas y
tradiciones. Además, en relación a la temporalidad los aportes de Annales fueron importantes ya que actualmente la
historia prioriza la concepción de los tiempos múltiples en el proceso del cambio social y asume que el tiempo histórico
es una construcción, un producto de la historia. Emprende la priorización histórica con un criterio sistémico,
identificando cambios y continuidades en distintos niveles de la vida social, comparando y relacionando dichos niveles,
marcando su estabilidad y su ruptura mediante la particular velocidad de los cambios, los ritmos específicos de lo
político, cultural económico, etc.
La crisis de los paradigmas que afecto a las ciencias, también posibilito la renovación de la historia social y sus
transformaciones. Reconoció la confrontación dialéctica entre estructuras y acción social, ya que los humanos forman
parte de una trama compleja de sistemas interactuantes que organizan la experiencia cotidiana, sesgada por los deseos
personales y la imaginación. Incorpora lo histórico para explicar lo social y plantea que si bien las estructuras pautan la
vida de los seres humanos, estos contribuyen a alterarlas y a promover con sus acciones, la reproducción y el cambio de
las instituciones sociales.
La historia social intenta pensar racionalmente el pasado como un esfuerzo que es externo a ese mismo pasado e
inherente a este tipo de conocimiento en construcción, provisorio, aunque no arbitrario, que obedece a reglas, técnicas e
instrumentos que contribuyen a explicar las posibilidades y límites del conocimiento del pasado en forma más o menos
coherente. La producción de conocimiento desde la historia social se enmarca en una práctica que tiene en cuenta las
siguientes cuestiones:
 Objeto y sujeto de la historia: Considerando que el sujeto tiene un papel activo frente a la realidad. En este
sentido, la relación cognoscitiva es una interacción entre sujeto y objeto de conocimiento, ambos tienen una
existencia real y operan uno sobre el otro. El objeto de estudio de la historia son los seres humanos desde el
pasado, el perpetuo cambio de las sociedades humanas, entendidas como relaciones entre individuos y grupos.
El ámbito de lo humano es la sociedad, una realidad de relación, el sujeto de la historia es un sujeto social,
condicionado por la historia, la cultura, el lenguaje especialmente.
 La objetividad en la historia: Lo objetivo no existe en el objeto ni en cada individuo. Se alcanza mediante la crítica
y el debate entre historiadores que están sujetos a las normas que establece la comunidad académica de la que
forman parte, normas que, como exigencias, fijan límites a las diversas interpretaciones sobre un proceso
histórico.
La ciencia histórica postula el acceso a la verdad. No se trata de una verdad absoluta puesto que el conocimiento es un
complejo proceso perfectible e inacabado, una elaboración de distintas perspectivas sobre lo que consideramos la
realidad histórica, los datos históricos, vislumbrados desde las fuentes y convertidos en hechos históricos. Todo
conocimiento está condicionado por el ser social del sujeto e implica a la ideología. En definitiva no existe pensamiento
humano ajeno a las influencias ideologizantes del contexto histórico, social, económico, cultural. Lo que pensamos,
sentimos, hacemos, la memoria y el olvido, la valoración de nuestra propia vida social y de las relaciones sociales. Así, el
conocimiento se da siempre desde una postura determinada y ello supone que se trata de un proceso acumulativo de
verdades parciales.
Situado en su contexto, el historiador parte de preguntas que le permiten formular problemas que luego indaga a partir
del material empírico disponible e intenta revelar las causas de u fenómeno, mediante la utilización de los conceptos
pertinentes, organiza la información para comunicarla comprensiblemente. Esto es, construye conceptos a partir de sus
fuentes, elige claves, encadenamientos, síntesis que posibilitan la explicación y la comprensión de las interacciones
humanas a parir de sus supuestos sobre las motivaciones humanas y la acción social.
En este proceso la intervención del factor subjetivo es real pero ello no elimina el carácter objetivo del historiador. La
objetividad se redefine como una relación interactiva entre un sujeto investigador y un objeto externo (internalizado en
los valores o intereses del historiador junto a los problemas de su sociedad o tiempo). El historiador somete los hechos
del pasado que registran sus fuentes a la crítica externa o análisis del valor, de la intencionalidad de una fuente. El
historiador no manipula los hechos arbitrariamente sino que los ubica en una secuencia temporal y en una trama de
relaciones de orden político, económico, cultural, etc. Los hechos no hablan por sí solos. Son seleccionados y valorados
por el historiador, pero no de forma arbitraria. Esa búsqueda de la verdad implica elaborar enunciados consistentes con
los hechos (sometidos a prueba), debe dar cuenta de su objeto y también de las teorías que se enunciaron sobre este.
Ello se integra en una estructura explicativa o discurso de demostración a la que responde mediante una explicación
causal sobre los orígenes del fenómeno y hechos que conducen a otros hechos y nos dan la idea de proceso histórico.
Muchos historiadores actuales no ignoran que las diversas interpretaciones historiográficas responden a supuestos
disimiles. A partir de estos seleccionan los indicios del pasado humano y formulan teorías. Las experiencias cotidianas y
prejuicios condicionan la interpretación de esto indicios. Más allá de la existencia de diferentes escuelas y teorías, lo
relevante en el trabajo histórico es la resolución de interrogantes básicos entre lo que ha sido y la memoria de lo que ha
sido y el establecimiento de conexiones con el pasado para aclarar los problemas del presente y su proyección hacia el
futuro. Si existen diversas versiones de lo sucedido, ello refleja la complejidad e imprevisibilidad de la vida humana, lo
que da lugar a nuevas lecturas de los distintos mensajes que envuelven los acontecimientos del pasado. Así el
compromiso con el saber objetivo nos obliga a situarlo en el tiempo, a reconocer nuestra posición en una determinada
perspectiva cultural al asumir la verdad del conocimiento histórico como una empresa que no concluye. Un
conocimiento progresivo pero no en el sentido de progreso lineal y armónico sino conflictivo como todo lo relativo a los
seres humanos y sobre todo fundado en fuentes. Un conocimiento que se expresa en un relato veraz, aunque parcial e
inacabado sobre el pasado.
 Saber y conciencia histórica: Es el cuerpo social al que pertenecemos, el que impone el desarrollo de nuestra
conciencia histórica. Se trata de la conciencia de ser en el tiempo, de las distintas formas que una sociedad tiene
sobre sí misma y sobre las demás. Se trata de intentar explicarnos la realidad y de la construcción de proyectos
para el futuro mediante visiones del pasado. Implica, pues comprender las circunstancias dadas o transmitidas
del pasado y reflexionar en torno de la estructura de pensamiento que orienta nuestras prácticas sociales a
través del tiempo. A partir de ello, será más posible el autoconocimiento y el desarrollo de una identidad propia
y autodeterminada.
El saber histórico se construye en el marco de la conciencia histórica que marca el espacio de experiencia y los
horizontes de expectativa de una época. Está condicionado por esta y aspira a la búsqueda de la verdad como un
objetivo al que debe tenderse. Tiene una exigencia de rigor e instrumentos de control, los propios de su metodología
que ayudan a mantener este rigor. Esta tensión entre conciencia y saber lleva al permanente enriquecimiento del saber
histórico por la conciencia social e incluye nuestra temporalidad. El pasado existe en el presente y desde este intentamos
elaborar conocimiento sobre el pasado.
El trabajo del historiador revela la conciencia histórica como una dimensión de la conciencia de una sociedad. Esta
conciencia orienta las preguntas que podemos formular al pasado que, cambia con las épocas y las diversas perspectivas.
Por ello cambian los relatos históricos que incluyen selección, interpretación, recuerdos y olvidos. Asimismo esta
construcción del pasado, que explica una tarea social, incide en el presente ya que nos lleva a otorgar carácter “histórico”
a aspectos, situaciones o seres humanos que hasta entonces no habíamos tenido en cuenta.
A partir de este análisis podemos afirmar que las nuevas escuelas historiográficas nos conducen a entender el pasado a
partir de sus diversas opciones, a entender que no necesariamente terminó imponiéndose la mejor, también que las
otras opciones podrían continuar abiertas. En síntesis la producción científica no es ajena a lo social. El saber humano
está construido socialmente pero asimismo, la práctica de la ciencia sigue produciendo afirmaciones razonablemente
veraces sobre la naturaleza y la sociedad.
Así, su enseñanza posibilita el desarrollo de una forma de pensamiento crítico sobre la realidad. Si la competencia
principal del historiador es la crítica de los documentos, si la historia es un examen disciplinado de fenómenos sociales,
el aprendizaje histórico puede encararse como una posibilidad para asumir la crítica de la información.

Unidad 2
Las revoluciones burguesas: formas de emergencia y desarrollos del liberalismo y el capitalismo

2.1. Problemas que plantea la transición del feudalismo al capitalismo.


La crisis del absolutismo inglés y la construcción del sistema liberal en el siglo XVIII.
La sociedad del Antiguo Régimen en Francia.
Nuevas actitudes hacia el conocimiento científico, Ilustración y pensamiento moderno.
2.2. Industrialización y capitalismo: la Revolución Industrial en Inglaterra. Interpretaciones. Proyecciones.
2.3. La formación de los Estados Nacionales y las políticas liberales. La Revolución Norteamericana.
2.4. La Revolución Francesa. Génesis y desarrollos. La expansión napoleónica.
2.5. Modernidad e independencia en Hispanoamérica. Problemas de la construcción del Estado-Nación. El proyecto
liberal en el mundo americano.

2.1 La transición a los tiempos contemporáneos

Resumen de: “La transición a los tiempos contemporáneos” de Marta Barbieri Guardia y Luis M. Bonano

Cuando a partir de la revolución neolítica, hace unos 8.000 años comienza a producirse la acumulación de recursos, ello
se da en beneficio de un sector. Este sector obtiene por la fuerza de las armas, la ley, de la costumbre o de la religión, el
trabajo de los otros. Puede este proceso presentar diversas formas, tomaremos tres: esclavitud, servidumbre, trabajo
libre asalariado.
La esclavitud, sistema dominante en la Grecia y la Roma clásicas, se caracteriza porque la persona del trabajador, era
una mercancía. Las fuentes para obtenerlo eran la guerra, la piratería y el comercio. Creció en un mundo conectado por
el Mar Mediterráneo, un mundo agrícola que contó con una concentración de propiedad privada de la tierra y necesito
en forma permanente de trabajadores extrafamiliares. En este mundo se habían creado los mercados y los esclavos se
compraban allí. Además faltaba la mano de obra interna y fue imposible importarla. Ello se dio en Atenas desde el siglo
IV y se incrementó a partir del expansionismo de Roma desde el siglo III a.C.
Finley ha demostrado que, a medida que crecía la ciudad-estado griega, se imponía un tipo de esclavitud autentica en
vez de viejas formas de subordinación como el ilotismo. La vitalidad se explica por ella, contrastando con el progresivo
achicamiento de la infraestructura, la tecnología que era exigua y primitiva y, a su vez el esclavo no encontraba estímulos
para mejorarla.
El sistema respondió a una civilización ciudadana de gran fuerza y complejidad cultural que respondía a una economía
esencialmente rural y estaba a cargo de los esclavos. La división entre residencia y renta era absoluta; la ciudad implica
una agrupación de terratenientes cuyos principales ingresos los obtenían mediante mano de obra esclava (eran los
cereales, los aceites y los vinos.)
La esclavitud comenzó a ser reemplazada por otras formas de trabajo subordinada. En los siglos IV y V los esclavos
habían perdido su lugar ante trabajadores independientes en las ciudades y colonos e los campos.
Una explicación a esto es económica: el fin de la expansión romana al pretender superar la geografía del Mar
Mediterráneo impidió la llegada regular de prisioneros de guerra, principal fuente de la esclavitud. En este marco los
esclavos encarecieron su valor, lo que condujo a que el sistema se vuelva antieconómico por su alto costo y baja
productividad.
Varios acontecimientos desordenaron el paisaje material de Europa: el peso económico de la burocracia de la iglesia
cristiana a partir de su conversión en religión oficial del Imperio Romano en el siglo IV, el colapso del propio Imperio
como sistema central de gobierno, la influencia germana y el alejamiento de los centros de comunicación y comercio del
mar Mediterráneo. Sobreviven con ello la desorganización, falta de seguridad, caída de los productos comercializables,
decadencia de las ciudades, crisis demográfica, etc. Cuando a la burocracia imperial se le negó el sostenimiento del clero
cristiano se agravó la inviabilidad económica del imperio. Las invasiones bárbaras tuvieron éxito no tanto por ellas
mismas sino por la extrema debilidad del propio imperio, que en medio de su crisis había perdido su dinamismo.
Se inicia la llamada “Edad Oscura” que para algunos historiadores se extiende durante toda la Edad Media y que para
otros abarcas desde el siglo V hasta los tiempos de la dinastía Carolingia (fines del siglo VIII). Esta dinastía intenta
reestructurar el poder imperial asociándose al cristianismo y la iglesia romana. La estructura administrativa se reorganiza
sobre la base de antiguos municipios ocupados ahora por obispados y abadías.
En estos siglos se evoluciona hacia un nuevo sistema de vida y producción que es el Feudalismo, conformado a partir de
una síntesis entre elementos romanos, cristianos y germanos. Además se desarrollarán condiciones nuevas que pautarán
su conformación. Por ello podemos señalar que el Feudalismo se constituyó en las turbulencias de los siglos V al IX,
signados por los asaltos constantes a Europa de oleadas de pueblos barbaros (germanos, hunos, berberiscos y eslavos).
Europa se convirtió en una ciudadela sitiada, las ciudades cayeron en abandono y la guerra como presencia constante,
promovió el encierro interior. En realidad había tendencias de larga data, desde la Roma tardía, que empujaban hacia
una sociedad de tipo agrícola rural. En los últimos siglos de existencia del Imperio Romano el volumen de la población se
había desplomado, en un proceso que se extendió hasta el siglo IX (esterilidad de los esclavos, bajos índices de natalidad,
pestes, hambrunas, guerras). Ello produjo un mundo despoblado, en profunda contracción económica.
Surgió en consecuencia un modo de producción dominado por la tierra, una sociedad agrícola, eminentemente rural, en
el que el conjunto de relaciones sociales se forjaron en torno a la tierra.
Económicamente se la denominó natural o cerrada, o una economía sin mercados. Fue una economía escaza en
mercados, monedas e intercambios. No es que hubieran desaparecido por completo los mercados subsistieron algunos
de carácter local, de lujo, etc., o algunos en los que el labriego vendía sus pocos excedentes a los escasos habitantes de
las ciudades, a los clérigos, a los hombres de armas.
Pero el rasgo no urbano de la sociedad es un hecho incontestable. No sucedió en todas partes con la misma intensidad
pero ninguna región escapó a esta ruralización de la vida, en la que el eje son los dominios, centros de producción
agrícola, controlados por los nobles.
Estos son los señores feudales que detentan la propiedad de la tierra. Es una propiedad limitada, por cuanto la recibió
en calidad de feudo o beneficio de alguien que es más poderoso que él, a cambio de un servicio militar. Además el
trabajador de su dominio goza del derecho de usufructo y de ocupación sobre parcelas a cambio de las prestaciones que
debe a su señor. Así, la unidad productiva básica fue el feudo, en cuyo interior se encuentra subordinada la parcela
familiar campesina. Los productores directos (campesino) se radicaron en un medio de producción (la tierra) y generaba
un pobre excedente que pasaba a la clase dominante por coacción extraeconómica, como renta feudal.
Desaparece entonces la propiedad absoluta (de tipo romano). Además, existe la forma comunal que venía de los
germanos (varias familias agrupadas en torno a tierras comunes indivisas), y los pastos comunes, que implica completar
el sustento manteniendo a sus ganados en los prados incultos y leña y caza en los bosques. Así, posesión y propiedad
exhibían distintos grados, se cruzaban y se limitaban mutuamente.
La estructura social se teje como una red de vínculos personales mediante relaciones de dependencia. En la cumbre
serán relaciones de vasallaje, que hacen de cada noble, un hombre del rey, y en la base de relaciones de servidumbre por
la que el campesino (no todos) es el siervo de su señor rural. En primer plano encontramos relaciones feudales que
nuclean a los señores y a sus vasallos. En el segundo, a las relaciones señoriales, basadas también en la reciprocidad,
conectan a los señores y sus dependientes trabajadores del campo. Ningún señor feudal, a excepción del emperador o
rey era propietario de las tierras que usufructuaba. Las recibía en forma de tenencia temporal (“tennure”) o de beneficio
por los servicios militares prestados. Se inicia como un bien en usufructo temporario aunque luego será vitalicio y
hereditario en la práctica.
La nobleza feudal se afirmó ante la disgregación del poder, afianzándose como la clase guerrera. Goza del privilegio, la
exención tributaria y el derecho a cobrar a los demás, de consejo alrey, único y verdadero hombre libre; la nobleza en fin
es el ejército. La guerra es su oficio y una gran fuente de beneficios, consagrados por la costumbre feudal. El vasallaje era
la forma de dependencia propia de las clases superiores. A cambio de beneficios, sobre todo el militar, el vasallo recibe el
beneficio, es decir, el feudo o tierra y un conjunto de oficios públicos delegados por el rey. Hay una cadena de jerarquías
cuyo punto más alto es el rey, de quien es el dominio eminente toda la tierra. Los grandes señores son los vasallos reales,
quienes reproducen la cadena hacia abajo y designan sus vasallos, señores menores y vasallos en segundo grado del rey,
forman el escalón inferior de la aristocracia feudal. Los señores supremos serán los que llevarán, según las regiones el
título de rey, príncipe, duque. Y reclaman más atribuciones que las propiamente feudales. Son los “gobernantes
territoriales”. Las relaciones feudales de servidumbre se reproducen hacia abajo como una forma para que el señor
supremo o gobernante territorial se conecte con la masa de población. Así el proceso de subdivisión de feudos será
permanente.
La masa campesina forma la inmensa mayoría de la sociedad y provienen de esclavos libertos, colonos y campesinos
libres, pero en realidad han caído bajo la dependencia de un señor, la servidumbre de la gleba que los mantiene
adscriptos a la tierra.
En general si el monarca conserva algo de poder, será en su condición de señor feudal; la tensión entre la monarquía y
nobleza subsistió a lo largo del feudalismo. Por ello en este periodo no se desarrolló un aparato estatal robusto ya que a
través de la justicia se ejercía el poder político. La realeza comienza a restituirse cuando la feudalidad se debilita y recurre
a ella para el mantenimiento de sus tradicionales privilegios. Nacerán entonces las monarquías feudales.
El feudalismo atravesó diversas fases de desarrollo económico y social ya que posee carácter dinámico. Hacia el año
1000 se dio un proceso de renovación agrícola, cambios técnicos e invenciones. A esto se suma el fin de las invasiones
por la consolidación de los Estados feudales y el aumento del excedente agrícola (arado de hierro, molinos de agua,
empleos de arneses adecuados, uso del caballo, rotación trienal, cultivo en tres hojas, reducción del barbecho). Aumenta
la productividad de manera notable. El feudalismo constituyo pues el primer intento por imponer un marco
gubernamental firme a regiones que habían sido devastadas. Impuso la noción de derechos y justicia y fijó límites del
gobierno, justificando el uso de la fuerza armada.
El apogeo del sistema feudal se registra entre el siglo XI y XIII. La población aumenta y crece la expectativa de vida (35
años). Esto se encadena con la expansión agrícola y la colonización de nuevas tierras. Las consecuencias sociales serian
grandes: aumento de la productividad, aflojamiento de la servidumbre, conmutación de las prestaciones personales por
rentas en productos o dinero, introducción de relaciones mercantiles en la economía rural. El resurgimiento de la vida
urbana, la aparición de artesanos y mercaderes desvinculados de la tierra es producto de todo esto. El renacimiento de
la vida urbana introduce modificaciones en lo que hasta ese momento eran características de la economía y de las
relaciones sociales propias del feudalismo y de la economía medieval. También señaló la entrada de nuevas fuerzas
políticas: se trata de individuos que por sí solos carecían de poder y reclamaban derechos de naturaleza corporativa
(asociación por pertenencia a un colectivo capaz de operar como entidad unitaria). Las ciudades crecieron en base a
obtener prerrogativas, defendidas mediante la fuerza y con el paulatino apoyo del gobernante territorial que garantizaba
un contexto más amplio y uniforme de gobierno.
Se inicia entonces un sistema de gobierno más amplio en el que aparecen estamentos: pueden definirse como un grupo
de personas que tienen el mismo status o posición por la que se asocia a un conjunto. Implica derechos y deberes,
privilegios y obligaciones. Se constituyen en cuerpos y se presentan ante los reyes que especialmente desde el siglo XII,
intentan detener la anarquía feudal imponiendo la ley del más fuerte y en torno los cuales comenzarán de delinearse en
los estados modernos, aun en el marco de sus derechos feudales. Estos estamentos se reúnen en asambleas para tratar
con el gobernante o sus agentes. Tienen una clara referencia territorial y se asocian en el gobierno por acuerdo mutuo.
La crisis del siglo XIV que habían adjudicado a la “peste negra” (bubónica) de 1348, demostró en realidad las
limitaciones del sistema feudal. Durante el auge de los siglos anteriores se habían incorporado muchas tierras marginales
a la explotación agrícola. Por su carácter marginal, era necesario realizar en ellas obras de irrigación, desagote,
fertilización, etc. (reinvertir en ellas). La reinversión no se produjo porque los señores feudales no concebían que esa sea
una de sus funciones en el sistema económico. Los campesinos no reinvirtieron porque no podían hacerlo, dado que una
vez pagadas las diversas rentas feudales no les quedaban más que para sobrevivir. Así bajó la productividad, millones de
hectáreas de tierras marginales dejaron de ser cultivadas por su escaso rendimiento, la escasez de productos generó
aumento de precios y masas de campesinos y habitantes pobres de las ciudades, en función de la mala alimentación,
quedaron expuestas a las enfermedades por desnutrición.
La crisis del siglo XIV fue estructural del sistema feudal y tuvo mayores efectos en Europa Occidental, debilitó al sistema
feudal y en particular a los señores feudales, intensificó las revueltas campesinas y urbanas, y favoreció el traspaso de
tierras a los burgueses y, alentó la introducción (en pequeña escala) del trabajo asalariado. Ese debilitamiento de los
señores feudales contribuyó a ampliar los horizontes de los burgueses que logran importantes concesiones. Asimismo se
ven beneficiados los reyes y emperadores que comienzan un largo proceso de fortalecimiento del estado en dirección a
la centralización.
Entre los siglos XVI y XVIII los cambios se aceleran y se produce lo que conocemos como transición del feudalismo al
capitalismo. Esta etapa puede analizarse desde distintas dimensiones.
En lo económico se produce el ascenso del capitalismo. La perspectiva de los siglos permite apreciar las fluctuaciones
seculares de la economía europea:
1. Auge de los siglos XI al XIII, expansión agrícola, aparición de la burguesía, avance de la economía mercantil y
tendencias a la liberación del trabajo campesino.
2. Crisis de los siglos XIV y XV. Las razones de la crisis debemos buscarla en la propia dinámica del sistema feudal:
 La población había crecido más allá de las posibilidades técnicas de la innovación agrícola de los siglos
anteriores, porque la falta de reinversión de las utilidades por parte de la clase nobiliaria genera que las tierras
marginales comiencen a agotarse.
 Los señores feudales habían incrementado las exacciones, como así también la iglesia y el rey.
3. Expansión de los siglos XV y XVI. Del espanto del siglo XIV surgirían lentamente los elementos de una nueva
sociedad en Europa Occidental y las bases para la formación posterior del sistema capitalista mundial. La crisis
evidencia que sus relaciones de producción se habían convertido en un factor que trababa el desarrollo de las
fuerzas productivas sociales. A partir de entonces, comenzaran a desarrollarse nuevas fuerzas que pautarán el
proceso de transición desde el modo de producción feudal al capitalista. Transición que dura tres siglos y que
recién permite hablar del sistema capitalista a partir del siglo XVIII en Inglaterra y desde el siglo XIX en otros
países europeos y en EEUU.
Entre estas fuerzas, debemos mencionar a los descubrimientos geográficos y la formación del mundo colonial. Desde el
siglo XIII, especialmente después de los viajes de Marco Polo entre 1271 y 1295, se inició una corriente de viajes hacia
distintas partes del mundo. Se trataba de manifestaciones de fuerzas que iban atrayendo a los continentes hacia
relaciones más amplias y que convertirían al mundo en un escenario unificado de actividades.
Los estados que impulsaron la expansión colonial, fueron Portugal, España, Holanda, Francia e Inglaterra. Los dos
primeros se transformaron en distribuidores de la riqueza del mundo colonial hacia otras potencias.
La hegemonía en el comercio internacional pasó a los holandeses y se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XVII
cuando la competencia de Inglaterra se hizo sentir mediante las luchas que los enfrentaron y concluyeron con el triunfo
de los ingleses. Estos también enfrentaron la competencia francesa y se quedaron con todos los réditos ya hacia el siglo
XVIII, cuando tomaron la porción francesa de Canadá en 1763.
El encuentro entre sociedades diferentes y modos de producción diferentes terminarían marcando la supremacía de los
europeos en todas las partes del mundo, de los ingleses especialmente luego del triunfo del modo de producción
capitalista desde el siglo XVIII. Comenzaba a perfilarse el mercado mundial y la constitución de relaciones asimétricas
sobre la base de nuevas modalidades comerciales: letras de cambio, créditos, contabilidad por partida doble, bolsas.
4. La fase expansiva se cierra con la crisis general del siglo XVII, crisis agrícola, de escasez, miseria y hambre, de
caída demográfica. Se trata de una crisis estructural de los negocios feudales, los señores aumentan las presiones
y esto se agrava con las guerras y las epidemias. A partir de ella se incuba el verdadero capitalismo, en
correspondencia al desplazamiento del centro económico que hubo desde el mar Mediterráneo hacia los países
atlánticos.
África y América, donde se destruyó las culturas existentes, se integraron a este proceso como partes subsidiarias de
Europa, centros de venta de productos manufacturados europeos y de producción de materias primas. De ello sacaron
provecho no las potencias impulsoras de la invasión sino Holanda e Inglaterra. La primera se mantuvo dentro del sistema
colonial del siglo XVI, ligado a los negocios feudales y el capital acumulado no se reinvirtió en actividades productivas,
sino en actividades especulativas parasitarias. Holanda fue así la “tienda del mundo”, mientras que Inglaterra comenzó a
ser la “fabrica del mundo”.
5. En el siglo XVIII se observa un nuevo auge. Países como Inglaterra superan los límites del mundo feudal, van
minimizando el rol de los monopolios, dejan de ser el centro productivo en los mercados de lujo y elijen el
camino de la producción masiva.
Durante el siglo XVIII y la mayor parte del XIX la agricultura siguieron siendo la base del sistema económico. Excepto en
Inglaterra, Holanda y en algunas pocas ciudades de la Europa Atlántica, la producción feudal siguió siendo dominante. El
desarrollo del capital mercantil no pasará de ser secundario en la época de la sociedad feudal tardía. La pequeña
explotación familiar será la unidad de producción fundamental. Los señores se habían retirado del proceso de
producción, dejando lugar a la comunidad campesina. Si aún tenían tierras en reserva, las explotaban por medio de
sistemas mixtos, en parte servil y en parte con el trabajo asalariado. Sus ingresos básicos provenían de la renta y sobre
todo la pérdida de su importancia militar.
Este mundo era esencialmente rural. Es por ello que el problema agrario resultaba fundamental en esta realidad y la
primera escuela sistemática de economía, los fisiócratas franceses, consideraron que la tierra y la renta de la tierra eran
la única fuente de ingresos y que el eje del problema agrario pasaba por la relación entre quienes poseen la tierra y
quienes la cultivan, entre los que producen su riqueza y los que la acumulan.
Siguiendo a Hobsbawm, podemos dividir al complejo económico cuyo núcleo es Europa Occidental, en tres sectores. Al
Oeste las colonias americanas donde, salvo los EE.UU, el cultivador típico es el indio o el negro esclavo sometido por
medio de la coacción jurídica. El terrateniente era el propietario de un territorio casi feudal o de una plantación de
esclavos. La riqueza que de allí se extraían consistían en productos de minería, o tropicales como el café, tabaco y, cada
vez más, algodón (desde la Revolución Industrial). Por otro lado, al este del Rio Elba (Imperio Alemán) pero también en la
España y la Italia meridionales había una pequeña porción de trabajadores técnicamente libres, pero la gran mayoría
estaba ahogada por la servidumbre en carácter de campesinos que dedicaban parte de la semana a trabajos forzosos
sobre la tierra del señor que era un noble propietario explotador de grandes haciendas. En el caso de los Balcanes, bajo
la dominación turca existía un sistema de propiedad rural hereditaria bajo señores mahometanos que se limitaban a
sacar lo que podían de sus campesinos. Se trataba de países campesinos pobres sin concentración de la propiedad.
La estructura agraria en el resto de Europa, marcaba la estructura social puesto que cualquiera que poseyese una finca
era un caballero con participación en el manejo del poder. El orden feudal estaba de esta manera vivo políticamente y
más cerrado, aunque cada vez resultaba más anticuado en lo económico.
Un rasgo permanente en estos siglos de transición fue el desarrollo junto a la producción agraria, del ámbito
especializado de producción mercantil manufacturera. Hubo división del trabajo entre el campo y la ciudad. La unidad
económica en la ciudad, como en el agro es la familia, el taller artesanal. Se organiza en gremios artesanales cuya función
es doble: reglamentar el trabajo hacia el interior y monopolizar la producción hacia el exterior (Weber). La finalidad es
asegurar el ingreso mediante la regulación de la producción y limitación de la competencia.
El capital mercantil, se relaciona con la producción como una condición dada, es externo a ella. Su crecimiento lo llevará
a romper el monopolio gremial mediante la organización de la producción en aldeas y campo, enlazando con el taller
doméstico campesino y subordinándolo. Es lo que se denomina protoindustrializacion o artesanía rural a domicilio,
organizada por los comerciantes con mano de obra campesina, sobre todo en el invierno cuando el clima impide el
trabajo sobre la tierra.
La crisis del siglo XVII tuvo consecuencias prodigiosas en Inglaterra ya que en un momento dado, se dio prioridad a la
producción. Cumplió así una condición previa para llegar a ser el primer país en entrar a la fase de crecimiento industrial
y transitar al capitalismo que se apoya en la producción masiva.
También se incrementó la demanda del mundo colonial. Inglaterra pasa a ser, cada vez mas centro de producción y
exportación de mercancías propias. Por otra parte, se impulsó un mercantilismo sumamente agresivo. Se trata de un
conjunto de prácticas que redujeron la autonomía de los órganos de regulación económica de asiento local y refuerzan el
sistema estatal uniforme más sofisticado técnicamente y menos atado a la tradición. Se fijaban precios y normas para las
mercaderías, se controlaba la competencia, se intentaba obtener saldos comerciales positivos y reservas de metales
preciosos. En el caso de Inglaterra este mercantilismo agresivo estableció un sistema de protección a los intereses del
comercio. Ello terminó con la competencia holandesa y convirtió a Inglaterra en el centro europeo de distribución de
productos coloniales.
El fenómeno de la protoindustrializacion se presenta como industria a domicilio y su núcleo es la economía doméstica
de los pequeños productores artesanales, con identificación del trabajo femenino y masculino y de todos los miembros
del hogar. Coincide con la economía campesina. El campesino recibe salarios bajos y los complementa llegando incluso a
la autoexploración. No venden directamente al consumidor sino que están mediados por un comerciante. Cuando el
productor vendía su producción al comerciante, la esfera de la circulación y la producción coexistían
independientemente. Cuando el capital comercial logró someter a su dominio el suministro de materias primas e
instrumentos de la producción penetró en la esfera de la producción sin asumir totalmente el control el comerciante
integró ambas esferas con predominio de la suya, la esfera de la circulación de los bienes.
En este proceso el comerciante empezó a convertirse en empresario, e invirtió en capital fijo cuando instaló talleres
centralizados donde se tendía a concentrar todo el proceso productivo. Allí ya aparece el salario, generalmente a destajo
(según el volumen producido por cada individuo). Así la manufactura fue un eslabón importante en la transición de la
producción doméstica a la fabril porque indicó a la fábrica el camino a seguir. Se dio inicialmente en el ámbito textil.
En el siglo XVIII el sistema protoindustrial evidenció sus limitaciones por cuanto la producción se reducía en momentos
de auge, los costos marginales por la gran dispersión y el difícil control de los trabajadores y el desequilibrio entre la
producción de hilo y la tejeduría, potenciando la búsqueda de soluciones en el campo de la técnica.
La única alternativa fue la mecanización y la centralización. La primera manufactura que lo pondrá en práctica fue el
algodón. La demanda impulsó a reemplazar recursos escasos por recursos abundantes como capital, carbón y vapor. Se
terminará sustituyendo el modo de producción protoindustrial por el industrial. Se dará una nueva valoración del capital,
que servirá no para acumular, sino para aplicarse a producir, para comprar trabajo asalariado, para invertir en capital fijo,
fábricas y tecnología.
Las finanzas y el comercio comenzaron a ser superados por la producción de manufacturas. Asimismo creció el mercado
interno por el aumento de la producción agraria, en base a nuevas técnicas, la conversión de los campesinos en
asalariados a raíz de la expansión de los cercamientos en el campo: también denominados “enclosures”, son leyes
aprobadas por el Parlamento inglés que autorizan a establecer zonas de pastoreo donde antes se efectuaban tareas de
labranzas. Conducen una expulsión masiva de campesinos, tanto serviles como libres, que deambularán por el país en
busca de trabajo. Muchos de ellos serán captados por los talleres de los comerciantes bajo el régimen de trabajo
asalariado. Las transformaciones en la agricultura iniciaron en realidad en Flandes en el siglo XVI y se profundizaron en
Inglaterra en el siglo XVIII. Consistieron básicamente en el desarrollo de sistemas de rotación de cultivos que eliminan el
barbecho y permiten garantizar la alimentación del ganado. La aparición del forraje fue importante pues se podía
guardar, evitando así la eliminación de los animales en invierno.
El denominado sistema Norfolk de rotación implica:
 Rotación en cuatro hojas que se aplica por cuartos a toda la finca y en los cuales se desarrolla la misma rotación.
 Primer año: trigo.
 Segundo año: nabos.
 Tercer año: cebada y avena.
 Cuarto año: trébol (fija nitrógeno al suelo)
Esto fue aplicado básicamente por los grandes propietarios, lo que incrementó la tendencia a los cercamientos a gran
escala, desapareciendo tanto el sistema comunitario de los pastos y bosques usados por los campesinos serviles. Todo
ello tuvo un elevado costo social por la expulsión masiva de familias, las que fueron la base de la mano de obra
propietaria que construyó el capitalismo.
En definitiva las condiciones que favorecieron el paso del modo de producción feudal al capitalista, en Inglaterra fueron:
 La liberación de los factores de producción, tierra, trabajo, capital.
 La existencia de una infraestructura material, institucional y personal.
 Los mercados con capacidad de expansión y en expansión, tanto en el interior como en el exterior, es decir que
comenzaran a disolverse las formas de producción feudales.
Por el contrario las limitaciones del mercado interno, debilitado por un descenso de la productividad agrícola, fue lo que
fundamentó la caída de la producción en Francia, junto con una intensificación de la protesta campesina. Lo que llevó a
los señores feudales a ponerse bajo la protección del rey, generando el triunfo de una monarquía absoluta, imposible de
concebir para el caso de la ya transformada Inglaterra.
En estos siglos de transición al capitalismo, en cuanto a la realidad social el modelo fue Francia donde nos encontramos
con la sociedad dividida en órdenes. Según Le Goff, el orden fue originalmente una noción eclesiástica, orden spiritualis y
orden temporalis, que, al laicizarse dio origen a la tradicional división tripartita del feudalismo: sacerdotes, guerreros y
trabajadores.
El orden era un grupo con privilegios legales, una sociedad en la que las funciones tienden a ser fijas y hereditarias. Ello
no implicó ausencia de movilidad, pero los cambios de posición fueron pocos frecuentes. Para Sombart, en la sociedad
de ordenes lo importante es ser, la riqueza es la consecuencia, eres poderoso, en consecuencia eres rico. En la sociedad
de clases, lo importante es tener, eres rico, luego eres poderoso.
Vilar ha observado que esta división es artificial por cuanto en todas las sociedades, castas, ordenes, clases, la noción
de poderoso reúne ambas nociones, riqueza y poder, de modo realista y continuo.
Esta sociedad no constituyó un mero vestigio del sistema medieval, sino que fue el producto de nuevas condiciones, del
desarrollo de la economía mercantil y la emergencia del estado moderno. La sociedad continúo siendo aristocrática y se
organizó a partir del privilegio de nacimiento y la riqueza territorial, aunque ya en el siglo XVIII evidencio fuertes fisuras
por el crecimiento de la riqueza nobiliaria y de la burguesía. Los roles y posiciones los fijara el Estado. Cada persona por
nacimiento o adquisición será miembro de los siguientes estamentos:
1. El estamento eclesiástico: contenía grupos diversos:
 Alto clero, enteramente formado por nobles, con todos los privilegios.
 Bajo clero, curas aldeanos provenientes del pueblo y generalmente sin instrucción.
2. El estamento de la nobleza: en éste encontramos una:
 Alta nobleza principesca, de corte. Con poder económico de origen feudal.
 Baja nobleza, generalmente rural. Algunos compartían las llamadas nuevas ideas.
3. El tercer estado: conjunto de los no nobles y no clérigos. Es decir, la casi totalidad de los habitantes del país. Su
grupo superior era la burguesía, en número reducido en comparación con la masa campesina y sectores
populares de las ciudades. Soporta los tributos e impuestos reales, además del diezmo.
La alta burguesía asume las políticas mercantilistas, se aliara con el monarca y se convertirá, gracias a su fortuna, en la
nobleza de “toga” o de “robe”: son los que se convierten en nobles comprándoles al rey el título nobiliario una vez que
ya son propietarios de tierras. Se diferencia de la nobleza de espada, es decir de los que deben su condición a los
servicios feudales de sus antepasados. Cuando se sienta fuerte para dominar el mercado mundial abandonará las
prácticas mercantilistas e impulsará el libre cambio y la revolución. Pero hay otros niveles de la burguesía, como
pequeños comerciantes y artesanos que se diferencian de ese mundo que circula en la corte real. Clérigos y nobles no
pagan impuestos. A este mundo de privilegios se denominó “Antiguo Régimen”.
En cuanto a la realidad política, Inglaterra representó un modelo diferente, ya que, en forma paralela a los cambios
económicos, los sectores propietarios crearon el marco institucional que protegería sus intereses. Durante el siglo XVII se
produjeron revoluciones (1648 y 1688) que tendieron a consolidar las tradiciones, entendidas como el Derecho Común
(la Carta Magna de 1215), el Parlamento, el habeas corpus), en un contexto que les daba nuevo sentido funcional.
Estas dos revoluciones terminaron con los intentos de monarquía absoluta en Inglaterra. Sus impulsores se alinearon
dentro de los grupos “puritanos” e “independientes” (corrientes religiosas inspiradas en el calvinismo). Los primeros
bregaban por la libertad de conciencia y la lectura de la Biblia y pretendían purificar la Iglesia de todo resabio de
catolicismo, en un contexto de costumbres especialmente austeras. Los independientes atacaban la supremacía del rey
en la iglesia y proponía la separación de iglesia y Estado. Ponían especial atención en la predicación y la disciplina y ello
alimentó la ideología de las revoluciones inglesas. Atrajeron a los pequeños empresarios de las zonas más desarrolladas y
a sectores de la “gentry” (burguesía agraria que obtuvieron sus tierras por la venta de bienes de la iglesia católica en el
siglo XVI), cuya base de poder estaban dadas por sus propiedades cercadas, trabajadas por asalariados en general y
orientadas a la agricultura y la ganadería. Habían obtenido, gracias a su riqueza, el acceso a la Cámara de los Comunes.
Puritanos e independientes incorporaron a sus filas también a algunos nobles, ricos mercaderes y artesanos, tenderos y
labradores. Realizaron una función fundamental para mantener unidos a los elementos de oposición al absolutismo.
La última etapa del cambio político fue la revolución de 1688 que terminaría entregando la corona a los Hannover y
estableciendo el triunfo del Parlamento sobre el rey. Será la época de oro de los grandes propietarios que conquistaron
su libertad para hacer los grandes negocios que promoverían la transformación de Inglaterra. El ideólogo de la revolución
fue Locke que sostenía que todos los hombres tienen derecho natural a la vida, la libertad y propiedad, la seguridad y
resistencia a la opresión. Las leyes debían asegurarlos.
Los gobiernos, según sus planteos, nacen por contrato voluntario de estos hombres y la protección de sus intereses
individuales. Este gobierno es responsable ante el pueblo y sus poderes se limitan por la ley moral. El pueblo puede
remover el gobierno si no protege sus derechos. El gobierno ideal es el de una monarquía limitada por el Parlamento. Los
poderes se dividen en legislativo, ejecutivo, con judicial y federativo para asuntos externos. Votaban solo los grandes
propietarios. El parlamento era representante de un pequeño número de nobles y comerciantes cuyos intereses e
combinaban en diferentes formas.
El camino de los derechos civiles en Inglaterra es el de la ampliación de los privilegios feudales a derechos que irán
haciéndose extensivos a capas cada vez más amplias de la sociedad en un proceso lento de dos siglos. Estas revoluciones
permiten observar un cambio político de gran magnitud, la destrucción de la iglesia de Estado, las batallas en torno a la
“libertad religiosa”, debates ideológicos, el surgimiento de grupos con aspiraciones democráticas de un radicalismo
insurgente y por otra parte se trata de un fenómeno que tiene repercusiones internacionales. La consecuencia más
importante fue quizás el cambio en las creencias y valores. Los debates socavaron el supuesto de que la nación debe ser
una sociedad religiosa única, separó la pertenencia religiosa del sometimiento al poder civil, dio fuerza a la idea de que
las libertades políticas y religiosas deben marchar juntas. Las ideas, argumentos y programas políticos de la era
revolucionaria ofrecieron nuevas perspectiva de gobierno y libertad.
La vieja sociedad feudal se fue reemplazando por una más dinámica en la que crecía la productividad agrícola como
parte de la transformación de las clases agrarias o de las relaciones de propiedad. Los cambios en la producción
vinculados a las transformaciones del comercio mundial indicaron a los propietarios agrícolas la conveniencia de dedicar
mayormente sus tierras al ganado (lanar en especial). En tal circunstancia, los campesinos feudalizados constituían una
molestia y fueron echados de los campos mediante las “enclousures” o leyes de cercamientos. Se necesitaba poca mano
de obra para pastorear ovejas, en relación a la que era imprescindible en campos de cultivo. Se fueron convirtiendo en
los asalariados de las nacientes fábricas, con una vida cualitativamente distinta.
En la Europa continental en estos siglos de transición, los nobles impactados por la crisis, se asociaron ahora al monarca
sobre todo en forma individual y no en base a derechos corporativos. Asimismo, algunos sectores de la burguesía de las
ciudades disminuyen su vitalidad y se orientan al ennoblecimiento. Se consolida la nobleza de robe, despreciada por la
de espada. Ambas van a parar a la corte del rey absoluto. Este es un personaje público la corte de un mundo visible de
privilegio. El rey posee el poder de hacer leyes, la administración de justicia, la percepción de impuestos y el derecho a
tener ejércitos.
Los estamentos ven debilitada su capacidad para asociarse al gobernante en cuestiones de gobierno. Este asume el
manejo y fomento de actividades económicas e incrementa su propia capacidad de mando por:
 Nuevas exigencias militares del concierto internacional
 Demandas de una regulación uniforme que abarque todo un territorio
 Capacidad para producir leyes, que no lo limitan, y hacerlas cumplir en forma abarcativa.
El absolutismo, imponiéndose en toda Europa, llega a su apogeo con Luis XIV de Francia, que llegó a decir “El Estado soy
yo”. Hay polémicas en torno a las fuerzas que determinaron su aparición. Para algunos historiadores es expresión de
fuerzas feudales y su resistencia a los cambios (como por ejemplo Perry Anderson). La persistencia de la renta feudal es
la prueba. El absolutismo sería un aparato reorganizado y potenciado de dominio feudal. Posición similar sostienen Hill,
Dobb y Althusser. Otros como Mousnier le atribuyen un papel mediador: es la teoría bonapartista del estado absolutista.
Es una fuerza que equilibra a la nobleza feudal y la nueva burguesía pero tiende a favorecer a ésta que sería la piedra
regular del poder monárquico. Perry Anderson privilegiará la persistencia de la renta feudal y señalará que el
absolutismo es un aparato reorganizado de dominio feudal.
En realidad, no se trata ya del viejo poder estamental feudal, propio del mundo medieval, sino que representa un
cambio decisivo en el cual lo determinante es lo feudal pero van apareciendo elementos burgueses cuyo peso crecerá en
el siglo XVIII.
La política económica de los Estados absolutos fue mercantilista, lo que les permitió alejar a la población de cuestiones
políticas y afrontar los enormes gastos del sistema (en especial de la Corte). El mercantilismo implica proteccionismo
estricto de la actividad manufacturera y comercial de Estado frente a la competencia externa. En Francia ello llevó al
desarrollo económico y con ello a la expansión de lo que más importaba al rey y sus representantes: la base impositiva
del país. A su vez, los límites impuestos al comercio de granos, las barreras aduaneras entre las provincias protegieron a
una parte de los intereses locales, pero sobre todo, resguardaron de los efectos de las malas cosechas y de la carestía,
del hambre y las sublevaciones.
Parece útil anotar algunas diferencias entre la realidad francesa y la alemana. En Francia la intelectualidad burguesa se
integró a la Corte puesto que la distancia entre las clases era más baja, los contactos más frecuentes y la actividad
política de la burguesía más desarrollada. Por ello la tensión entre las clases sociales produjo frutos más tempranos. De
la corte surgieron las reglas del trato, la modelación de los afectos, las convenciones de estilo, del bien hablar, etc. que
caracterizaron a la cultura mundana francesa. De allí vino el concepto francés de civilización. Por eso triunfaron en
Francia propuestas moderadas y no por ejemplo Rousseau con sus críticas radicales al orden de valores dominantes en el
siglo XVIII. Esta intelectualidad moderada tratara, durante mucho tiempo de mejorar las cosas sin oponerse al orden
hegemónico ya que recoge el modelo cortesano para reelaborarlo. Con el ascenso de la burguesía, luego de la
Revolución de 1789, las tradiciones cortesanas se mantuvieron y el concepto de civilización se convirtió en la quinta
esencia de la nación, expresión de la autoconciencia nacional. Más tarde, cuando la revolución fue moderándose, el
término fue útil para justificar los impulsos nacionales franceses de expansión y colonización. Como a ellos, a otros
pueblos triunfantes y expansivos, el resultado de la civilización implicó la conciencia de la propia superioridad y justificó
la dominación que ejercieron naciones colonizadoras, una especie de “clase alta” para el mundo extraeuropeo. Igual que
antes la civilización había servido para justificar la dominación de la clase superior cortesano-aristocrática.
En Alemania la clase media intelectual se configuro en los estudios universitarios especializados y no pudo acceder a la
administración de los Estados. Por eso cuando se organizaron como nación, despreciaron los comportamientos
aristocráticos. Este fue el origen del concepto alemán de cultura elaborado por una intelectualidad crítica, pero
imponente en lo político. Constituyó el núcleo central de una tradición burguesa distinta de la tradición cortesano-
aristocrática y de sus modelos. Así los rasgos específicos de clase media siguieron siendo dominantes en un ámbito
amplio de la tradición cultural alemana.
Las transformaciones culturales resultan relevantes en estos siglos. Por un lado podemos identificar diferentes
expresiones culturales. Por otra parte se difunden planteos intelectuales que comienzan a cuestionar al Antiguo Régimen
y exaltan las ideas de nacionalidad y soberanía nacional. Ideas que serán apoyadas por sectores subalternos y un
proletariado emergente. El siglo XVIII es l siglo de la crítica, de la razón y de la popularidad de la cultura.
(VER ILUSTRACION)
En este marco los sectores de la burguesía comienzan a comportarse como clase y no como estamento. Ahora sus
límites no los fija un cierto comportamiento, sino la posesión o no de los recursos del mercado que da a sus propietarios
derecho a quedarse con una parte del producto social que puede volver a invertirse en el mercado. Se admite la
competencia ya que existen intereses compartidos por los miembros de la clase en el mercado. Si bien al principio este
sector necesitó del centro unitario de poder, luego, el énfasis absolutista en la intervención en cuestiones de negocios,
restricciones a la competencia, comienza a interferir en la autonomía y despliegue del mercado. A partir de allí esta
burguesía comienza a plantear el desafío político al absolutismo. Ello ocurrirá ya en el siglo XVIII, cuando la nobleza cierre
sus filas tratando de conservar el monopolio de los altos cargos del Estado y la Iglesia. Esto se unirá a la cólera popular
por carestías y hambre, lo que terminará revirtiendo el orden tradicional. Será el eje de la crisis del Antiguo Régimen.
Los nuevos regímenes se estructurarán en base a revoluciones políticas y tendrán numerosos elementos de continuidad
entre los sistemas pre y postrevolucionarios. La clase burguesa, dada la complejidad de la sociedad civil y la necesidad de
luchar externamente por los mercados se interesará en fortalecer el poder estatal para la conducción social, defensa de
fronteras y moderación del conflicto.
Como señalamos, el siglo XVIII significará un nuevo período de auge en la que se equilibraran la población y los recursos
y se superan las consecuencias de las guerras modificándose, en principio en Inglaterra, las relaciones feudales de
producción. En Francia, la crisis del Antiguo Régimen culminará con la Revolución, que sentó las bases del nuevo orden
burgués.
Hasta aquí hemos intentado presentar un panorama sobre la trasformación del mundo hacia el siglo XVIII y las
condiciones que favorecieron el advenimiento del capitalismo como modo de producción finalmente determinante en el
mundo, se trata de un período de transición en el que coexisten formas feudales y otras nuevas en lo económico, social,
político, etc.

2.3 La Revolución Norteamericana

Resumen extraído de: Versión libre y sintética de Anthony McFarlane, El Reino Unido y América: la época colonial,
Madrid, Ed. MPFRE, 1992.

Después del triunfo de Gran Bretaña en la Guerra de los Siete Años, España y Francia habían sido expulsadas por la
fuerza de la mitad oriental del continente americano, y ahora que Gran Bretaña había vencido a sus rivales europeos, sus
colonias encaraban unas oportunidades sin precedentes para la expansión de la colonización, el dominio y comercio.
La anexión de Canadá abrió el interior a la expansión hacia el oeste deseada por los colonos y especuladores, al crear
espacio para una población britanoamericana que continuaba creciendo a una velocidad vertiginosa, tanto por la
inmigración, como por el aumento natural. Después de 1763 las corrientes de inmigrantes seguían saliendo a raudales de
Europa, atraídas por las posibilidades de tierra barata o gratuita. La tasa de reproducción de las familias de las colonias
seguía siendo muy alta y, combinada con la inmigración, acrecentó la población blanca de Norteamérica hasta cerca del
medio millón en el breve espacio de una década, después del año 1765.
El comercio colonial también fue vigoroso. Durante principios del decenio de 1760, el ritmo del crecimiento disminuyó
puesto que el auge de la guerra impulsado por los gastos y el crédito de los británicos se terminaban, dejando a la
mayoría de las colonias luchar con la recesión económica, pero la recesión de la posguerra duraría poco. La creciente
demanda en los mercados europeos de cereales trajo consigo el alza de los precios para los productos de los agricultores
de las colonias septentrionales y centrales. Así, el notable crecimiento de la población y de la actividad económica que
caracterizó la primera mitad del siglo XVIII siguió y se aceleró en el contexto temporal pax británica establecida en
Norteamérica después de la Guerra de los Siete Años. Esto no significó que las colonias estuvieran libres de los
problemas económicos. El derrame de efectivo para pagar el alto nivel de importaciones de Gran Bretaña durante la
guerra, y el rechazo del parlamento británico a permitir que las colonias pusieran en circulación billetes como un
suplemento de la moneda, contribuyeron a impedir el crecimiento económico. Sin embargo, el principal problema que
afligió al Imperio británico después de la Guerra de los Siete Años estaba, no en las relaciones económicas entre las
colonias y la metrópoli, sino en sus relaciones políticas. En la década posterior a 1763, los gobiernos británicos se
enfrentaban a una vasta extensión del imperio, con análogas cargas adicionales de administración y defensa. Para poder
hacerle frente introdujeron una serie de políticas diseñadas para racionalizar el imperio, en un esfuerzo por llevar el
orden y la eficacia a una agrupación inconexa de colonias.

La reorganización imperial

El problema más inmediato con el que el gobierno británico se enfrentó fue cómo imponer el control sobre nuevos
territorios que había adquirido Norteamérica. En primer lugar, el engrandecimiento del Emperio significó que Gran
Bretaña tuviera que consolidar su dominio sobre la población francesa de Canadá y hacer planes para su integración en
un sistema de gobierno británico. Segundo, el parlamento tuvo que construir relaciones estables con los nativos del
interior, para evitar que los sangrientos conflictos entre los colonos americanos y los indios continuaran sangrando los
recursos financieros y militares de Gran Bretaña.
Para poder hacer frente a los colonos franceses de Canadá, los gobiernos británicos buscaron la conciliación, por lo que
evitaron cambios importantes. El gobierno francés fue reemplazado por un gobierno militar británico y sus tenientes; y a
pesar de que Canadá estaba ahora bajo la soberanía británica, y abierta al comercio británico, siguió siendo una sociedad
fundamentalmente francesa, que conservó por lo general intactas sus instituciones sociales y culturales.
La ordenación de las relaciones con los indios del interior fue más complicada, pero también provocó una reacción
inmediata del gobierno británico. Tras la reanudación de las hostilidades entre blancos e indios con la rebelión
encabezada por el jefe Pontiac, el parlamento aprobó la Ley de Proclamación por separar las tierras indias de las blancas
en el interior, y así proteger a las tribus indias de las incursiones incontroladas en sus territorios. La “Línea de
Proclamación” puso un límite que se extendía desde el golfo de San Lorenzo hasta Florida, y los grandes territorios al
oeste se reservaban para los indios. El límite fue artificial, los blancos y los indios siguieron viviendo a ambos lados de él
y como no hubo fondos suficientes para vigilarlo rigurosamente, los colonos blancos continuaron entrando en tierras que
los indios consideraban como suyas.
Medidas como éstas no resolvieron el problema central con el que se enfrentaba el parlamento británico tras la guerra
de los Siete Años; a saber cómo financiar la defensa y el gobierno de un imperio acrecentado por medio de un tesoro
agotado por la guerra. Dentro de Gran Bretaña había una fuerte oposición hacia cualquier aumento de los impuestos.
Los británicos eran ya la nación más sometida a contribuciones en Europa y la aristocracia se quejaba constantemente de
las cargas fiscales que tenía que soportar. Además, la aversión a pagar más impuestos fue reforzada por la poca
disposición que había para financiar un ejército regular, por la simple razón de que tal institución amenazaría la libertad
inglesa. Los gobiernos de Londres se mostraron cautelosos de imponer nuevos impuestos en Inglaterra, por el miedo a
las consecuencias políticas. Visto desde Londres, había en cualquier caso una alternativa al alcance de la mano. Si las
colonias tenían que ser defendidas ¿por qué los colonos no debían pagar más por su propia defensa? En comparación
con los habitantes de Gran Bretaña, ellos no pagaban casi nada de impuestos. Aparte de los aranceles de aduana,
algunos colonos no pagaron ningún impuesto. En estas circunstancias fue que George Grenville, el primer ministro de
Jorge III, pidiera que las colonias pagaran por los ejércitos permanentes que necesitaban para su defensa.
Al principio, Grenville decidió que las colonias deberían pagar más impuestos sobre su comercio para costear los gastos
de su defensa. En 1764 introdujo una ley de comercio que reorganizaba los derechos sobre ciertas importaciones a las
colonias y tomaba algunas medidas para asegurar que los aranceles de la aduana fueran recaudados eficientemente en
los principales puertos. Conocida como la “Ley del Azúcar”, porque afectaba la importación de la melaza de las Antillas a
Norteamérica, esta nueva legislación provocó resentimientos en las colonias, que se expresaron más a través de la
evasión y la no cooperación que mediante una oposición política organizada. En 1765, Grenville introdujo la “Ley del
Timbre”, que exigía el pago de impuestos sobre documentos legales y comerciales, periódicos, panfletos y naipes.
La Ley del Timbre levantó una oleada de protestas. Multitudes urbanas atacaron a los recaudadores y su propiedad,
impidieron el arresto y el juicio de los manifestantes y una red de grupos de protesta, compuestos por pequeños
colonos, artesanos, comerciantes, marineros, obreros y otros que se denominaron a sí mismos los “Hijos de la Libertad”,
organizó una campaña concertada para asegurar que el impuesto no entrara en vigor. Los recaudadores americanos del
impuesto del timbre fueron obligados a dirimir de sus cargos, y la corona fue acosada con peticiones para revocar la
medida, tanto por parte de los colonos como de los comerciantes británicos, quienes calificaron la desorganización en los
puertos como muy perjudicial para sus negocios. El gobierno británico decidió que la cautela era la mejor actitud,
Granville fue reemplazado por un nuevo ministro y revocó la ley apenas un año después de su promulgación. Esto infligió
un daño considerable a la relación entre Gran Bretaña y las colonias norteamericanas.
El problema no fue simplemente que los colonos o tuvieran ganas de pagar nuevos impuestos; para ellos, la Ley del
Timbre era un asunto de principios. La ley violaba uno de sus derechos defendido por largo tiempo: votar sus propios
impuestos, sin la interferencia del parlamento. La resistencia hacia el nuevo impuesto asumió por tanto una forma más
aguda y peligrosa porque cristalizó en un asunto político de suma importancia para los americanos: la doctrina que
establecía: “no impuestos sin representación”. Al tratar de recaudar impuestos directamente, el parlamento había
desafiado la autonomía de gobierno que se había convertido en artículo de fe entre los coloniales.
En este sentido, la Ley del Timbre fue verdaderamente un “prólogo a la revolución”. No sólo produjo el desafío
colectivo a gran escala hacia las órdenes del gobierno británico, sino que también planteó el asunto problemático de la
magnitud de la jurisdicción del parlamento sobre las colonias. Y lo que fue todavía peor, ello puso a Gran Bretaña y sus
colonias en el camino de una coalición. Entre los norteamericanos, la Ley del Timbre difundió el recelo acerca de las
intenciones del gobierno metropolitano, volviéndoles muy susceptibles hacia cualquier acto del parlamento británico
que pudiera interpretarse como un nuevo ataque a sus derechos políticos. Al tiempo que los norteamericanos se volvían
más celosos en la defensa de su “libertad”, en Gran Bretaña surgían en el gobierno los que estaban igualmente
determinados no solo a obligar a las colonias a hacer más contribuciones a los impuestos, sino también a poner en
práctica el principio de la soberanía incontestable del parlamento.

Reforma y rebelión

La intención del parlamento de imponer su autoridad apareció en escena al mismo tiempo que la Ley del Timbre era
revocada. El parlamento aprobaba el Acta Declaratoria, reservando su derecho a legislar para las colonias “en
cualesquiera de los casos”. En 1765, el parlamento había decretado una ley que requería que los colonos americanos
suministrasen alojamiento y provisiones para las tropas británicas, y cuando la asamblea neoyorquina se negó a cumplir
con esta Ley de Acuartelamiento el parlamento suspendió su legislatura en 1767, obligándola a rendir obediencia. El
nuevo ministro de Hacienda, Charles Townshend, volvió de nuevo a la ofensiva fiscal. Lanzó un programa para reunir
rentas públicas con que pagar los gastos administrativos y de defensa de las colonias exigiendo el pago de aranceles
sobre una variedad de importaciones americanas, al tiempo creaba un nuevo mecanismo para asegurar que estos
aranceles fueran recaudados.
Para justificar esto insistieron en que los aranceles eran un impuesto “externo” recaudado sobre el tráfico en los
puertos “internos”; y excitaron una nueva oleada de iras en Norteamérica. Los colonos no habían aceptado la distinción
entre impuestos “internos” y “externos”, objetando el derecho del parlamento de imponer cualquier clase de impuestos
que reuniera rentas públicas e vez de simplemente regular el comercio de las colonias. La legislatura de Massachusetts
encabezó la oposición contra los decretos de Townshend, mediante una llamada al boicot general de las importaciones
británicas, especialmente del té. Los acuerdos de no importación tuvieron tanto éxito que el gobierno de Londres se vio
obligado a retroceder una vez más.
La oposición hacia la legislación de Townshend no solo revivió una resistencia fuerte y coordinada en las colonias
norteamericanas, sino que aumentó el creciente sentimiento antibritánico cuando las tropas dispararon contra una
tumultuosa manifestación en Boston, durante la llamada “Masacre de Boston” en 1770. La retórica de los radicales
americanos (que retrataban al gobierno inglés como un despotismo determinado a destruir la libertad americanas)
encontró un eco de simpatía entre un público colonial cada vez más politizado. Sin embargo, las dudas y las divisiones
quedaban. Entre los comerciantes y los hombres ricos que se habían confabulado en la oposición contra la política
británica, el entusiasmo por la resistencia disminuyó a medida que el bloqueo de las importaciones interfería en sus
negocios, y los problemas políticos dotaban a los radicales de una influencia política previamente reservada a las clases
altas. Así pues, la parcial revocación de los decretos de Townshed dio una tregua a la disputa con el gobierno británico, y
abrió un espacio para la reconciliación.
La participación popular en la resistencia organizada contra la política británica había implicado a hombres nuevos,
muchas veces pobres, en la política y, como algunos de estos individuos encontraron sus vocaciones y carreras políticas
en excitar y orquestar la oposición hacia Gran Bretaña, los problemas que dividieron la metrópoli y las colonias no se
desvanecieron. El gobierno de lord North, iniciado en 1770, buscó la conciliación, pero pronto tropezó con un problema.
En 1773 aprobó la Ley del Té, con el fin de que la Compañía Británica de la India Oriental resolviese sus dificultades
financieras monopolizando las importaciones del té en las Américas. Visto desde Londres, no parecía haber razón para
que los colonos se opusieran a esta medida, ya que reducía el precio del té pagado por el consumidor. De hecho, la Ley
del Té sirvió para aglutinar los resentimientos coloniales en una nueva coalición de protesta. La ley no solo amenazaba
con arruinar a los comerciantes americanos que tenían existencias de té compradas a precios más altos, sino que, a
causa de haberse reanudado los intentos parlamentarios por imponer impuestos a los colonos, también permitió que los
radicales reviviesen el fantasma de la usurpación británica de la libertad americana.
Las protestas se centraron en el puerto de Boston, donde la defensa de los intereses económicos y de los principios
constitucionales unió a los comerciantes y a las muchedumbres urbanas en un desafío directo a la Ley del Té. En la
famosa “Fiesta del té de Boston” del 16 de diciembre de 1773, los barcos que transportaban el té fueron abordados por
los que protestaban disfrazados de indios, y sus cargamentos arrojados a las aguas del puerto, en medio de un público
regocijo. En respuesta lord North decidió castigar a Boston y a la colonia de Massachusetts. En 1774 las “Leyes
Intolerables” cerraban el puerto de Boston, dar al gobernador real mayores poderes, hacían una revisión de los
procedimientos jurídicos y facilitaban el acuartelamiento de tropas británicas donde quiera que ocurrieran desordenes
civiles.
Mientras North intentaba sacar una retribución de Massachusetts, sus leyes coercitivas provocaban que otras colonias
se unieran por afinidad al movimiento general de oposición en que se convirtió una protesta provincial. El Acta de
Quebec de 1774 reforzó la aversión general hacia la política real y ayudó a solidificar una alianza contra Gran Bretaña. Al
extender los límites de la provincia de Quebec hacia el sur y el oeste, confirmaba los temores coloniales de que la
corona estaba decidida violar su libertad. El Acta parecía ser un deliberado intento de poblar las tierras occidentales con
franceses católicos, que, al no tener instituciones representativas y ser gobernados directamente por la corona, parecían
estar sujetos al mismo despotismo al que temían los habitantes de las colonias. La resistencia se extendió rápidamente
más allá de Boston. Al tratar de aislar e intimidar a Massachusetts, lord North logró lo contrario. Los gobiernos de los
habitantes de las trece colonias de Norteamérica vieron la amenaza contra una como un desafío contra todas, y se
unieron para apoyar a Massachusetts. En septiembre de 1774, un Congreso Continental se celebró en Filadelfia para
elaborar una política común que se opusiera al gobierno británico.
Todas las colonias excepto Georgia enviaron delegados al Congreso y en el curso de sus deliberaciones, entre los
delegados había una minoría que deseaba reordenar las relaciones con la metrópoli persuadiendo al gobierno británico a
crear un sistema federal para el imperio, encarnado en un “Plan de la Unión” propuesto por Josephs Galloway. Este plan
exigía la creación de una nueva legislatura americana elegida por las asambleas coloniales. Este cuerpo federal aprobaría
toda la legislación americana en conjunto con el parlamento británico, sujeto al veto de un presidente-general nombrado
por la corona, mientras que dejaba a las legislaturas coloniales existentes con el control sobre los asuntos locales.
Se rechazó este compromiso y los delegados se adhirieron a un plan más radical; en conjunto condenaron al parlamento
por su ataque contra los principios constitucionales del gobierno colonial y acordaron alinear a las colonias en una
Asociación Continental. Los objetivos de ésta eran simples: bloquear el comercio con Gran Bretaña e impedir el consumo
de mercancías británicas, y montar una fuerza militar que protegiera los derechos coloniales. La respuesta de lord North
y del rey Jorge III fue igualmente intransigente. El derecho del parlamento a decretar impuestos sobre las colonias fue
finalmente ratificado, a la vez que se hicieron los preparativos para enviar refuerzos a las tropas para respaldar la
voluntad real con la fuerza si fuera necesario. Los acontecimientos llevarían a la confrontación armada en abril de 1775.
Cuando los delegados de las asambleas se reunieron de nuevo para el Segundo Congreso Continental en el mismo mes,
las colonias ya estaban efectivamente en guerra con Gran Bretaña, y en junio en Congreso votó crear y financiar un
ejército continental, con George Washington como comandante en jefe.
Aun a estas alturas quedaba una posibilidad remota de reconciliación. El Congreso negó que su intención hubiera sido la
de separarse de la metrópoli, insistiendo en que los colonos estaban simplemente protegiendo sus derechos como
ingleses, y suplicó al rey que cambiara el curso de su gobierno, Jorge III, sin embargo, no fue capaz de apoyar ninguna
retracción del principio de soberanía parlamentaria y su intransigencia ante la petición de la “Rama de Olivo” rompió el
último lazo entre las colonias estaban en un estado de rebelión, puso un embargo sobre el comercio norteamericano, y
envió más tropas británicas para imponer la autoridad del rey.
El Congreso Continental se decidió por la ruptura definitiva con la metrópoli. En junio de 1776 la Asamblea de Virginia,
presentó al Congreso las resoluciones que declaraban la independencia de las colonias unidas, demandando un plan de
confederación y declarando la necesidad de buscar alianzas con el extranjero para la guerra con Gran Bretaña. Los
delegados decidieron redactar un documento que explicara y justificara sus acciones. El resultado fue la Declaración de
Independencia del 4 de julio de 1776. A partir de ese momento la guerra siguió para decidir si las colonias capitularían a
la autoridad británica o se separarían de ella.

La crisis de la autoridad británica

La crisis no abarcó todo el imperio de la América británica. Mientras las colonias continentales entraban en la lucha por
su independencia, los súbditos británicos en las colonias insulares del Caribe siguieron siendo fieles a la corona.¿ Por
qué, entonces, el Imperio se quebró de esa manera, dejando las colonias caribeñas intactas, mientras América del Norte
se separaba?¿ por qué el dominio británico se mostró tan vulnerable precisamente en esas regiones donde, al eliminar a
sus rivales extranjeros en 1763, parecía haber establecido su predominio tan completamente?¿qué había sucedido con
los norteamericanos que los transformó en decididos adversarios del dominio imperialista?.
Para entender la reacción de las colonias contra el gobierno británico después de 1763, es importante, recordar el
carácter de las relaciones políticas y económicas que prevalecieron en el imperio antes de ella. Desde finales del siglo
XVII, los colonos no habían experimentado ningún intento de control imperial riguroso y centralizado; al contrario.
Después de la “Revolución Gloriosa” de 1688, la nueva monarquía de Gran Bretaña abandonó los esfuerzos de sus
predecesores para imponer la autoridad de la corona por medio de una estructura rediseñada del gobierno colonial, y
había permitido a las colonias un alto grado de autonomía sobre sus asuntos internos y un amplio margen de tolerancia a
su comercio. Las relaciones, no obstante, no estuvieron completamente libres de fricciones. Pero el parlamento nunca
había llegado a estar lo suficientemente interesado en estos asuntos como para forzarlos a una decisión concluyente, así
que en general las relaciones políticas entre la metrópoli y las colonias siguieron estando en un plano de igualdad.
Tampoco a los norteamericanos les preocupó mucho las restricciones impuestas sobre ellos por las Leyes de Navegación
británicas. Estas regulaciones comerciales no representaron ningún impedimento serio al desarrollo del comercio
externo de las colonias y, al unir los productores y a los comerciantes en una matriz de mercados en expansión, ayudaron
a mantener el Imperio unido. Las colonias de Gran Bretaña podían comerciar directamente con los extranjeros en ciertos
mercados, y una amplia variedad de salidas europeas e intercoloniales aseguraron que, a mediados del siglo XVII,
estaban entre las economías más florecientes del mundo colonial americano. Tanto política como económicamente, el
sistema colonial británico funcionó sin tensiones serias durante más de medio siglo después de la “Revolución Gloriosa”.
Entonces, ¿por qué las relaciones empeoraron después de 1765, llevando al rescabrajamiento del imperio en 1776?
Un análisis de esta transformación política debe comenzar desde el punto en el que el imperio parecía más fuerte, en
176. La derrota del colonialismo francés en Canadá fue una gran victoria para Gran Bretaña y un alivio para sus súbditos
norteamericanos. Sin embargo, la eliminación de la amenaza francesa no solo cambió la balanza del poder colonial entre
Gran Bretaña y Francia, también modifico el equilibrio de los intereses dentro del mismo imperio angloamericano.
En el Caribe, donde Francia retenía sus posesiones más importantes, las colonias británicas continuaron haciendo frente
a la amenaza de un ataque externo, y por eso aun dependían de la fuerza naval y militar suministrada desde la metrópoli
para su defensa. En Norteamérica, la expulsión de Francia redujo la dependencia colonial del poder británico, mientras al
mismo tiempo sembraba la discordia entre el gobierno metropolitano y las colonias. Para los norteamericanos la derrota
de Francia prometía nuevas oportunidades para la expansión y parecía un momento adecuado para aflojar las
restricciones; para el gobierno británico conllevaba nuevas cargas en defensas y administración, y precipitó un cambio
abrupto en la política imperial. Fue esta reorientación de la política lo que provocó el problema entre Gran Bretaña y sus
colonias. No solo incluía leyes que vulneraban intereses económicos coloniales específicos; después de un largo período
en el que los colonos se había acostumbrado al blando del gobierno de Londres, también reveló la brecha previamente
latente en las opiniones coloniales y metropolitanas acerca de la constitución misma del imperio y, al generar la
resistencia hacia el gobierno británico, ayudó a que las diferentes colonias se unieran en una causa común.
Este reto hacia la autoridad británica empezó con la respuesta de las colonias a las medidas gubernamentales diseñadas
para obligarlos a pagar una gran parte de los gastos del imperio. Pero sus líderes no se opusieron simplemente a los
nuevos impuestos y a los nuevos métodos para su recaudación; también refutaron el derecho del parlamento hasta
proponer y hacer leyes que gobernaran la tributación colonial. Cuando el parlamento persistió en su insistencia al
derecho de legislar para las colonias, las posiciones se endurecieron en ambos lados. El desafío colonial interrumpió los
esfuerzos británicos para la reforma, pero los gobiernos británicos buscaron poner en práctica sus políticas por medio de
la coerción, la cual provocó una resistencia aún mayor, seguida por medidas más duras de los gobiernos metropolitanos
determinados a mantener su autoridad. Cuando Gran Bretaña recurrió a los métodos militares, provocó una movilización
en las colonias, que llevaría al estallido de una guerra.
La evolución del conflicto no puede explicarse simplemente por las medidas específicas introducidas por el parlamento
entre 1765 y 1774. Aunque las protestas contra los nuevos impuestos empezaron como una defensa de los intereses
locales y sectoriales, el conflicto asumió una dimensión política más amplia porque un número creciente de
norteamericanos llegó a estar convencido de que el parlamento no trataba simplemente de quitarles más dinero, sino
que estaba lanzando un ataque contra sus derechos políticos fundamentales. Los norteamericanos consideraban a sus
sociedades como extensiones en ultramar de la madre patria, y no como meros territorios coloniales conquistados, y se
estimaban a sí mismos como ciudadanos británicos con idénticos derechos que los súbditos que se encontraban en la
misma Gran Bretaña.
Así pues, el movimiento norteamericano de independencia comenzó como una defensa de las prácticas establecidas
dentro del sistema político creado bajo la soberanía británica, más que como una repudiación inmediata de aquel
sistema. Fue el mismo sistema de unidad de los colonos con la metrópoli y sus tradiciones políticas lo que llevó a su
separación de ella.
La insistencia colonial en el derecho de “gobernar mediante el consentimiento de los gobernados” se basaba en la
práctica política, más que en cualquier principio legal formulado. Las colonias habían desarrollado sus propios gobiernos,
encarnados en las Asambleas elegidas que los colonos consideraban como equivalencias americanas del parlamento
británico, y que como el parlamento, los protegían contra el uso arbitrario del poder ejecutivo. Sin embargo, la corona y
el parlamento jamás habían reconocido la igualdad de los gobiernos coloniales y cuando éste introdujo medidas nuevas
para el sistema tributario impuso su supremacía constitucional. El parlamento no compartía la opinión americana del
imperio como un sistema político federal con partes iguales, unidas por una lealtad mutua hacia el mismo monarca.
El descubrimiento de esta divergencia fue un terrible golpe para los norteamericanos, que, influidos por las tradiciones
de pensamiento político que emanaba de la misma Gran Bretaña, llegaron a ver la política británica como una
conspiración para privarles de sus derechos básicos. Esta percepción estuvo formada por una configuración de ideas y
actitudes, procedentes principalmente de la cultura metropolitana misma, la cual les proporcionó al mismo tiempo un
vocabulario y una gramática política para entender su situación. Los textos clásicos del mundo antiguo les animaron a
exaltar sus simples virtudes provinciales contra la corrupción del centro de poder y les dio analogías para su propia
época. El pensamiento renacentista reforzó la opinión de que la mejor forma de Estado era aquella en la que los
ciudadanos se gobernaban a sí mismos.
De Inglaterra llegaban otras tradiciones políticas e influencias intelectuales. La primera se hallaba en el cuerpo del
derecho consuetudinario inglés, que mediante sus procedimientos, proporcionó una vía para defender la libertad
individual contra las usurpaciones de los poderosos. Otra influencia inglesa vino del puritanismo, con su idea de un
convenio entre la comunidad y dios, y su creencia de que la colonización había sido un acontecimiento especial en el
plan divino, cuya significación aun esperaba la plena revelación.
Por último y más importante, los colonos fueron influidos profundamente por el pensamiento radical ingles del siglo
XVII y principios del XVIII, que les dio un medio clave para entender sus disputas con Gran Bretaña en términos políticos.
El pensamiento radical ingles se desarrolló desde que la Guerra Civil había seguido siendo promovida durante principios
del siglo XVIII en panfletos y folletos escritos por los oponentes a los corruptos y oligárquicos gobiernos de la monarquía
hanoveriana, y al ser ampliamente leída en las colonias esta literatura dio al mismo tiempo un marco conceptual
poderoso para explicar el comportamiento del gobierno británico y justificar su oposición hacia él. Esta tradición
presentaba la política como una lucha sin fin entre la libertad y la tiranía, en la que los hombres agresivos y hambrientos
de poder luchaban continuamente para transformar a sus conciudadanos en subordinados serviles despojados de sus
libertades. Sus ideas fomentaron un catalizador vital para la formación de una completa teoría política, que unía los hilos
dispares encontrados en los clásicos, en el pensamiento renacentista y en el ilustrado, en el derecho consuetudinario y
en la teoría puritana, dando un filtro conceptual por medio del cual los colonos analizaban y respondían a las nuevas
políticas impuestas por Gran Bretaña después de 1763.
Informados por estas ideas, los intelectuales y líderes norteamericanos se aprestaron rápidamente a ver motivos
escondidos y en las acciones del gobierno británico, interpretando todas sus acciones como un ataque a la libertad
americana. Una vez establecida, esta actitud fue agudizada aún más peor todas las acciones posteriores del gobierno
británico; fue su percepción del significado de aquella política lo que los condujo a desafiar y eventualmente derrocar a
la autoridad británica.

El derrocamiento del gobierno británico

A medida que la convicción de que Gran Bretaña había decidido privarles de sus libertades crecía progresivamente
entre os colonos, durante el paso de la Ley del Timbre en 1765 a las “Leyes Intolerables” de 1774, cobraba fuerza e
impulso un movimiento para desafiar primero y luego para derrotar el gobierno británico. Éste no era un movimiento
único, basado en una preexistente ideología nacionalista que hubiera ya considerado una vida política fuera del sistema
colonial. Al contrario, era una serie de alianzas que emergieron de las sucesivas reacciones hacia las acciones británicas y
fueron un elemento crucial en el proceso que condujo a la independencia puesto que ninguna región sola o grupo social
había sido capaz de oponerse al poder británico.
Antes de 1765 no había ningún nacionalismo “americano” claramente articulado. Los súbditos coloniales de Gran
Bretaña en las Américas habían sentido por largo tiempo las diferencias importantes entre sus sociedades y la de la
metrópoli, pero no fue ésta sensación de diferencia por si misma lo que generó un deseo de autodeterminación política.
Las colonias estaban profundamente divididas no solo entre sí, sino aun dentro de cada una de ellas. Si eran conscientes
de una identidad, ésta era principalmente regional y sus gobiernos raras veces estuvieron preparados para actuar de una
manera cooperativa o coordinada. Las colonias también estaban divididas internamente en una variedad de formas de
ser. Las diferencias religiosas separaban a los grupos que profesaban las diferentes corrientes del protestantismo
practicado en América, las divisiones étnicas colocaron a un lado a los descendientes de los colonos ingleses de los
inmigrantes no ingleses, y los asentamientos fronterizos en el oeste frecuentemente se enajenaron de las sociedades
establecidas en la costa, donde se radicó el gobierno. En consecuencia, después de la Guerra de los Siete Años, “los
americanos un estaban muy lejos de ser u pueblo unido por un sentimiento compartido de fines e identidad”.
Estas diferencias no las borró la oposición a Gran Bretaña. Las leyes del gobierno británico crearon una situación política
en la que las diferencias coloniales fueron sobreseídas por un antagonismo general hacia el poder metropolitano, y un
sentido de identidad compartida contra el adversario británico. La tendencia hacia la unidad empezó en 1765, con la
organización de un congreso general de las colonias para oponerse a la Ley del Timbre, y tomó una forma mucho más
tangible después de 1773, cuando la Asamblea de Virginia convocó a las otras asambleas coloniales para participar en la
formación del Comité de Correspondencia para coordinar su reacción a la conducta británica, abriendo paso a la creación
del primer Congreso Continental que se reunió en Filadelfia en 1774. Doce colonias enviaron delegados al Congreso,
donde formaron una asociación para oponerse a la política británica, impidiendo las exportaciones, las importaciones y
la compra de mercancías británicas. De aquí en adelante el término “americano” tuvo su propagación más amplia, siendo
usado para expresar tanto la oposición general hacia Gran Bretaña como el compromiso para una nueva confederación
protonacional.
Mientras tanto otro fenómeno que se estaba dando entre el público general fue el ascenso de la conciencia política,
entre las muchas personas que antes sólo habían tenido una pequeña parte activa en la vida política, por medio de la
creación de organizaciones que les dieron la posibilidad de articular sus motivos de queja y combinar sus protestas. La
base de tal politización en masa estuvo inicialmente en la movilización de las muchedumbres urbanas que, protestó
contra la Ley del Timbre. Pero el otro elemento crucial de esta movilización vino del trabajo político hecho por grupos
conocidos como los “Hijos de la Libertad”. Estas organizaciones crearon un movimiento militante interregional que unió
los motivos de queja populares en un movimiento político más amplio. Una final resistencia popular llegó con la
organización de los comités locales para reforzar el boicot económico a Gran Bretaña entre los años 1774 y 1776, los
cuales extendieron la oposición práctica a Gran Bretaña en una verdadera explosión de actividad política participativa.
Así, cuando en agosto de 1775, Jorge III declaró que las colonias estaban en rebelión y su gobierno tomó medidas para
suprimirla por la fuerza, un marco organizativo ya existente se preparó para extender las actividades que harían frente a
la emergencia. Los comités que anteriormente habían operado clandestinamente salieron ahora a la luz. En unos sitios,
los comités asumieron las funciones del gobierno, y en todas partes hicieron los preparativos para la guerra, formando
milicias y organizando las armas y suministros militares. La movilización popular mediante los comités transformó la vida
política de las colonias, llevando a colonos, pequeños comerciantes y artesanos al centro de la vida pública y dándoles
confianza en su causa.
La resistencia popular fue acrecentada por la amplia divulgación en 1776 del panfleto “El sentido común” escrito por el
radical inglés Tom Paine. Alineándose con las clases bajas de la sociedad más que con gente común, e hizo un
llamamiento para la fundación de una república libre del dominio monárquico con una amplia base democrática. Colonia
tras colonia hubo instruido a sus delegados para vota por la separación, fue pronto seguido por la declaración formal de
la independencia en el segundo Congreso Continental de julio de 1776. En su redacción de la declaración de la
independencia, Thomas Jefferson se hizo eco de los sentimientos de Paine e igual que éste rechazó el argumento de que
las colonias deberían suplicar por un monarca benéfico y urgió a los americanos a que lucharan juntos para derrocar al
dominio inglés y reemplazarlo por su propio Estado. De esta manera, el escenario estuvo preparado para la batalla final.

La ruptura del poder británico: la Guerra de Independencia americana

A primera vista, las posibilidades estaban casi totalmente en contra de los rebeldes norteamericanos. Gran Bretaña tenía
una supremacía militar y naval abrumadora, recursos económicos y financieros más poderosos, y una gran experiencia
en la guerra. Los americanos tenían apenas un ejército, mal entrenado, y poca experiencia militar. Su única ventaja
material era que su posición defensiva estaba a tres mil millas de Gran Bretaña, y un terreno inadecuado para los
métodos bélicos europeos. Al principio, los británicos parecían bien organizados para vencer estos obstáculos. Su
estrategia era tomar el control sobre la costa oriental en tres puntos estratégicos, desde los cuales las fuerzas británicas
penetrarían hacia el interior para aplastar a los rebeldes. Los puntos estarían en el norte de Terranova, Nueva Escocia y
Canadá; en el sur, en la Florida oriental, Georgia y Carolina del Sur; y en el centro en Nueva York abriría una brecha entre
Nueva Inglaterra y las colonias. Estos objetivos nunca se lograron por completo. Las entradas septentrionales del
continente fueron tomadas sin dificultad. Pero en las Carolinas la oposición rebelde demostró ser demasiado fuerte y los
británicos lograron mantener sólo las áreas marginales del sur. Una poderosa fuerza consiguió tomar Nueva York a finales
de 1776, y venció al ejército del general Washington, pero no consiguieron acabar con él. Esto les costaría muy caro, pues
un año después, Washington logró una importante victoria cuando avanzaba hacia el sur desde Canadá en un intento de
unirse con las fuerzas británicas de Nueva York. En octubre de 1777, las fuerzas británicas bajo el mando de Burgoyne
estaban rodeadas y fueron obligadas rendirse en Saratoga.
El triunfo de Washington en Saratoga señaló un momento decisivo en la guerra, porque persuadió a Francia para entrar
en la guerra contra Gran Bretaña, ayudando a los americanos con armas, provisiones y apoyo de la armada, y
transformando el conflicto local en algo global. Gran Bretaña tendría que desplegar sus fuerzas naturales y militares
sobre un frente más amplio.
La potencia naval británica se aseguró de destruir el comercio norteamericano, y en 1779 hubo algunos éxitos militares
en Georgia y Carolina del Sur. Sin embargo, Gran Bretaña fue incapaz de dominar el interior sureño, y cuando España
entró en la guerra en junio de 1779, como un aliado de Francia, una nueva amenaza hizo su aparición en la Florida; y
como los enemigos de Gran Bretaña se multiplicaban, su estrategia militar se fue desintegrando lentamente.
El control de unos cuantos centros urbanos a lo largo de la costa no consiguió romper la resistencia americana, puesto
que la mayor parte de la población colonial no dependía económicamente de tales ciudades. Los rebeldes americanos
estaban en casa y en su ambiente, y en libertad de usar tácticas guerrilleras para acosar a las fuerzas británicas que se
aventuraban en el interior. Así, los británicos tuvieron que concentrarse en mantener los pocos puntos fuertes de la
costa, y sus ejércitos fueron obligados a contar con líneas de provisión trasatlántica muy extendidas.
Esta política resultó ser impracticable. Incapaces de mantener los territorios grandes, las fuerzas militares trataron
simplemente de mantener unas cuantas bases valiosas en la costa, en una estrategia que se hundiría bajo la doble
presión de la creciente fuerza militar americana y la intervención marítima francesa. En 1780, después de una serie de
duros combates con las Carolinas, Gran Bretaña desplazó su principal ejército desde Carolina del Sur a Virginia.
Washington respondió desplazando sus fuerzas desde un planeado ataque a Nueva York a la marcha hacia el sur, el plan
británico se deshizo rápidamente. Al enterarse de que el general Cornwallis había desplazado su ejército a Yorktown,
Washington pidió a los franceses que bloquearan la costa de la bahía mientras que el usaba su gran ejército para cortar la
retirada por tierra de Cornwallis. Asediado por las fuerzas superiores de Washington, e incapaz de escapar por mar, al
general Cornwallis o le quedaba otra opción que capitular. Sobrepasada por la magnitud del conflicto, Gran Bretaña,
cansada ya de la guerra, optó por pactar condiciones con los rebeldes americanos. Después de largas negociaciones, se
concluyó un tratado formal en septiembre de 1783, con él, las trece colonias continentales se separaban de Gran Bretaña
y era reconocida su existencia como los independientes Estados Unidos de América. Gran Bretaña conservó Canadá y
cuidó de mantener a Francia fuera del continente, pero devolvió la Florida a España con el fin de retener su posesión de
Gibraltar. Las colonias de la costa occidental y el territorio recién nacido en el sur, se perdieron para siempre. Por primera
vez en la historia del mundo euroamericano, los pueblos coloniales habían derrocado de modo permanente al gobierno
de su metrópoli mediante una lucha revolucionaria.

Independencia y revolución

Antes de resumir nuestro recuento de los acontecimientos en el mundo angloamericano, haremos unas breves
observaciones sobre el resultado de la Revolución americana y las primeras etapas de la construcción de una nación en
los Estados Unidos, aunque solo sea para indicar la naturaleza de los cambios políticos traídos por la ruptura del sistema
colonial.
La independencia americana fue algo más que la negación del dominio imperial. La movilización popular también
transformó la vida política americana. La creciente influencia de los elementos populares acentuó considerablemente el
carácter participativo y democrático de la política americana. Entre 1776 y 1780, todos los nuevos estados tenían
constituciones escritas para proclamar la doctrina de la soberanía popular, y, al extender el sufragio, ampliaron la base
social de la política. En algunos estados, el poder de las elites se desgastaba mientras los grandes contingentes de
artesanos urbanos y pequeños colonos, que estuvieron activos en la resistencia revolucionaria se oponían como nunca
antes. La independencia significaba más que el simple traslado del poder del gobierno imperial a las manos de las
oligarquías de los ricos y de los privilegiados. A partir de ese momento las instituciones políticas llegaron a ser con
frecuencia más representativas y más sensibles a las necesidades y aspiraciones populares.
Los requisitos de propiedad para votar fueron, por lo general, reducidos y en algunos estados se abolieron
completamente, los procedimientos de gobierno también fueron revisados o rechazados. . Había una tendencia general
entre los estados a disminuir el poder ejecutivo, en reacción contra la institución del gobierno real de la época colonial.
Las nuevas constituciones estatales siguieron las tradiciones y precedentes coloniales al establecer las legislaturas
bicamerales con cámaras alta y baja. Pero también ellos innovaron en algunos aspectos importantes, los representantes
en ambas cámaras fueron elegidos por los votantes, el período del cargo de la cámara baja tendía a ser limitado, y la
representación se redistribuía para dar más peso a las áreas occidentales recientemente colonizadas. En la mayoría de
los estados, los miembros de la legislatura controlaron los nombramientos de la magistratura, y las constituciones
estatales también definieron los derechos del ciudadano con claridad, garantizando la libertad de manifestación y
asamblea, el derecho de llevar armas, etc.
Tales reformas institucionales no garantizaron la estabilidad política inmediata. Entre las dificultades de la época de la
posguerra, la participación más amplia en la política provocó muchas veces luchas por el poder. En efecto, en apuros
económicos combinados con la subida de los impuestos, condujo a muchos disturbios agrarios entre 1785 y 1786. La
politización popular y la eflorescencia de la política radical no condujeron, sin embargo, a la violencia a gran escala o a la
inestabilidad prolongada. De las tempestades políticas de la Revolución surgió, entre 1787 y 1788, un Estado estable y
unido, entonces los nuevos estados aceptaron una constitución federal que invistió al Congreso de suprema autoridad, y
dio el liderazgo del ejecutivo a un presidente americano.
Al principio, parecía que la herencia del colonialismo británico impediría la unificación de un estado americano
independiente. La adopción de los artículos de la Confederación de 1777 había creado sólo un débil marco para la
unidad. El congreso continental tenia autoridad de actuar en los asuntos de la política externa, pero en otros aspectos
estaba un poco lejos de ser un gobierno nacional. No podía por ejemplo, recaudar impuestos, regular el comercio o crear
su propio ejército, pero tenía que depender de los estados individuales para allegar los recursos monetarios y efectivos
militares. El congreso tampoco pudo transformarse en un instrumento más efectivo de la autoridad central. Todos los
estados tenían un voto en los asuntos importantes, y la enmienda a los artículos de la Confederación requería
unanimidad. Esta debilidad no era accidental. Provenía de la profunda sospecha de una fuerte autoridad, centralizada, y
por eso tiránica que, creada por la experiencia colonial había fomentado el movimiento hasta la misma Revolución, y que
fue acentuado después de la independencia por la preferencia de muchas personas por los gobiernos pequeños a los
que podía controlar. Después de la independencia, las dificultades de lograr la unidad fueron más exacerbadas por el
hecho de que los artículos de la Confederación se aplicaban sólo a las antiguas colonias, y no incluían a los territorios
occidentales cedidos por el tratado de paz con Gran Bretaña.
Así, después de la guerra, los Estados Unidos todavía se enfrentaban con un problema insoluble. ¿Continuarían como
una amplia confederación de estados soberanos independientes entre sí, o se unirían en un Estado nacional? La
necesidad de decidir sobre la distribución y el gobierno ordenado de las tierras occidentales, y la necesidad cada vez más
urgente de una política económica y fiscal en común para sacar a los Estados Unidos de su dislocación económica de
posguerra, condujo a los estados a una nueva experimentación de la política. En 1787, los delegados de doce estados
asistieron a una Convención Constitucional en Filadelfia, y acordaron que el gobierno central debería ser reforzado con la
creación de una nueva constitución. El resultado fue la Constitución Federal, la cual dio nacimiento a un gobierno
nacional que compartía la soberanía con los estados.
El gobierno nacional se aproximaba a la práctica británica en cuanto a que se establecería un equilibrio entre los
poderes legislativo, ejecutivo y el judicial independiente. La legislatura se componía de dos partes: una Cámara de
Representantes, elegidos por los votantes de los estados en proporción a su población, y un Senado en el cual cada
estado tendría un número igual de representantes. El nuevo Congreso fue investido con los poderes de los que había
carecido el Congreso de la Confederación: el derecho de recaudar impuestos en la Unión y regular el comercio de todos
sus estados. El poder ejecutivo estaba encarnado por el presidente, elegido por elección indirecta e investido de
poderes, ejercidos en conjunto con el Senado, para conducir la política externa, vetar las leyes del Congreso y nombrar a
los funcionarios públicos.
Tras una intensa campaña política se logró la aprobación a la constitución. Así, las colonias que se habían convertido en
los Estados Unidos de América independientes llegaron a ser también una federación nacional, uniendo al mismo tiempo
sus estados y sus habitantes bajo una soberanía común. En un aspecto vital, la nueva república siguió siendo imperfecta.
La institución de la esclavitud una contradicción de los principios de la libertad a la que los americanos se había adherido
en su constitución, siguió estando intacta, dejando a la mayor parte de los negros en las mismas condiciones de
servidumbre que éstos habían sufrido bajo el dominio colonial. Para los blancos la estabilización del nuevo estado señaló
los comienzos de una nueva época. Después de recobrarse del trauma de la guerra y la revolución, a principios del siglo
XIX los Estados Unidos entraron en una época de rápido crecimiento económico y de expansión territorial.

2.2 La Primera Revolución Industrial y el Capitalismo

(Visión Clásica)

Resumen de texto n° 6: Versión libre y sintética de Eric J. Hobsbawm, Las revoluciones burguesas. Madrid, Guadarrama,
1974.
¿Qué significa la frase “estalló la revolución industrial”? Significa que un día, entre 1780 y 1790 se liberó de sus cadenas
(una estructura social preindustrial, una ciencia y una técnica defectuosas, el paro, el hambre y la muerte imponían
periódicamente a la producción). Esta multiplicación (técnicamente “take-off into self-sustained growth”) se produjo de
forma paulatina. Desde mediados del siglo XVIII, el proceso de aceleración se hace tan patente que los expertos marcan
la década de 1780 como decisiva por ser ella cuando los índices estadísticos tomaron el impulso ascendente que
caracteriza al “take off”. Se convirtió en el acontecimiento más importante de la historia del mundo desde la invención de
la agricultura y las ciudades. Y se inició en Inglaterra, lo cual no fue fortuito.
Aun cuando antes de la revolución Inglaterra superaba al resto de las monarquías y Estados europeos, en cuanto a
producción per cápita y comercio, su adelanto no se debía a una superioridad educativa, científica o técnica. Por fortuna
eran necesarios pocos refinamientos intelectuales para hacer la revolución industrial. Sus inventos técnicos fueron
sumamente modestos, no requirió más conocimientos físicos que los asequibles en la mayor parte del siglo.
La única solución revolucionaria británica para el problema agrario había sido ya encontrada. Un puñado de
terratenientes de mentalidad comercial monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez
empleaban gentes sin tierras o propietarios de pequeñísimas parcelas. Los residuos de la antigua economía aldeana
serian barridos por los Enclousure Acts (1760-1830) y transacciones privadas. Los arrendamientos rústicos eran
numerosísimos y los productos de las granjas dominaban los mercados, la manufactura se había difundido por el campo
no feudal. La agricultura estaba preparada para cumplir con sus tres funciones en una era de industrialización:
 aumentar la producción y productividad para alimentar a una población no agraria en rápido y creciente
aumento,
 proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutas para las ciudades y las industrias
 suministrar un mecanismo para la acumulación de capital
 Otras funciones eran las de crear un mercado amplio entre la población agraria y proporcionar un excedente
para la exportación que ayudase a las exportaciones de capital.
Las primeras manifestaciones de la revolución industrial ocurrieron en una situación histórica en la que el crecimiento
económico surgía de las decisiones de innumerables empresarios privados e inversores, regidos por el principal
imperativo de la época: comprar en el mercado más barato para vender en el más caro. Lo que necesitaban no era
cualquier clase de expansión (por ejemplo depender de la demanda existente) sino una revolución industrial que
generara una aceleración sin igual en la expansión de sus mercados. Dado que ya se habían puesto en Inglaterra de
finales del siglo XVIII los principales cimientos sociales de una sociedad industrial, se requerían dos cosas:
1. Una industria que ya ofrecía excepcionales retribuciones para el fabricante que pudiera aumentar
rápidamente su producción total, con innovaciones baratas y sencillas,
2. Un mercado mundial ampliamente monopolizado por la producción de una sola nación.
Por otra parte tenía una economía lo bastante fuerte y un Estado lo bastante agresivo como para apoderarse de los
mercados de sus competidores. Las guerras de 1793-1815, última fase del duelo librado durante un siglo por Francia e
Inglaterra, eliminaron virtualmente a todos los rivales del mundo extraeuropeo, con la excepción de EEUU. Además
Inglaterra poseía una industria equipada para acaudillar la revolución industrial en las circunstancias capitalistas, y una
coyuntura económica que se lo permitía: la industria algodonera y la expansión colonial.

II

La industria británica, como todas las demás industrias algodoneras, tuvo su origen como sub-producto del comercio
ultramarino, que producía su material crudo y los artículos de algodón indio o indianas, que ganaron los mercados de los
que los fabricantes europeos intentaron apoderarse con sus imitaciones. Sin embargo, sus mayores posibilidades para
una rápida expansión estaban en ultramar. La industria del algodón, creada por el comercio colonial, y la esclavitud,
marcharon juntas. Los esclavos africanos se compraban, al menos en parte,, con algodón indio, pero cuando el
suministro de este se interrumpía por guerras y revueltas en la }India o en otras partes, el Lancashire salía a la palestra.
Las plantaciones de las Indias Occidentales, adonde los esclavos eran llevados, proporcionaban gran cantidad de algodón
en bruto suficiente para la industria británica, y en compensación los plantadores compraban grandes cantidades de
algodón elaborado en Manchester.
De este modo, la industria del algodón fue lanzada como un planeador por el impulso del comercio colonial al que
estaba ligada; un comercio que prometía una rápida e imprevisible expansión que excitaba a los empresarios a adoptar
las técnicas revolucionarias para conseguirlas. En términos mercantiles la Revolución Industrial puede considerarse como
el triunfo del mercado exterior sobre el interior. La importancia mayor la adquirían los mercados coloniales o
semicoloniales que la metrópoli tenía en el exterior.
Dos regiones merecen un examen particular. Hispanoamérica vino a depender virtualmente casi por completo de las
importaciones británicas durante las guerras napoleónicas, y después de su ruptura con España y Portugal, se convirtió
caso por completo en una dependencia económica de Inglaterra, aislada de cualquier interferencia política de los
posibles competidores de éste último país. La India había sido el exportador tradicional de mercancías de algodón
impulsadas por la Compañía de Indias. Pero cuando los nuevos intereses industriales predominaron en Inglaterra, los
intereses mercantiles de las Indias Orientales se vinieron abajo. La India fue sistemáticamente desindustrializada y se
convirtió a su vez en un mercado para los algodones del Lancashire.
Por otro lado, la industria algodonera también ofrecía otras condiciones que la hacían posible. Los nuevos inventos que
la revolucionaron (máquinas de hilar, husos mecánicos y un poco más tarde los poderosos telares) eran relativamente
sencillos y baratos y compensaban sus gastos de instalación con una altísima producción. Podían ser instalados por
pequeños empresarios que empezaban con unas cuantas libras prestadas. La expansión de la industria pudo financiarse
fácilmente al margen de las ganancias corrientes, pues la combinación de sus conquistas de vastos mercados y una
continua inflación de precios produjo fantásticos beneficios.
La fabricación de algodón tenía otras ventajas. Toda materia prima venía de afuera, por lo cual su abastecimiento podía
amentarse con drásticos procedimientos utilizados por los blancos en las colonias (esclavitud y apertura de nuevas áreas
de cultivo) más bien que con los lentísimos procedimientos de la agricultura europea.
El cambio evidente de la expansión industrial en el siglo XVIII era no construir talleres, sino extender el sistema llamado
“domestico”, en el que los trabajadores, artesanos independientes o artesanos con tiempo libre elaboraban el material
en bruto en sus casas recibiéndolo de y entregado de nuevo a los mercaderes que estaban a punto de convertirse en
empresarios. En la industria del algodón esos procedimientos se extendieron mediante la creación de grupos de
tejedores manuales domésticos que servían a los núcleos de los telares mecánicos, por ser el trabajo manual primitivo
más eficiente que el de las máquinas. En todas partes el tejer se mecanizó al cabo de una generación, y en todas partes
los tejedores manuales murieron lentamente, y en ocasiones se rebelaron contra su terrible desgracia, cuando ya la
industria no los necesitaba para nada.

III

Así, pues, la opinión tradicional que ha visto en el algodón el primer paso de la revolución industrial inglesa es acertada.
En 1830, la algodonera era la única industria británica en la que predominaba el taller o “hilandería”. Al principio estas
máquinas se dedicaban a hilar, cardar y realizar otras operaciones secundarias; después se ampliaron también para el
tejido. Puede asegurarse que las palabras “industria” y “fabrica”, en su sentido moderno, se aplicaban casi
exclusivamente a las manufacturas del algodón en el Reino Unido. En primer lugar ellas empleaban directa o
indirectamente cerca de un millón y medio de personas (1833), en segundo lugar, su poder de transformación
(alumbrado, buques, adelantos químicos, etc.) contribuyó en gran medida al progreso económico de Inglaterra; en tercer
lugar, la expansión de la industria algodonera fue tan grande y su peso en el comercio exterior británico tan decisivo que
dominó los movimientos de la economía total del país.
No obstante el progreso de la economía industrial dominada por el algodón, éste distaba mucho de ser uniforme y,
suscitó problemas de crecimiento que se tradujeron en lentitud y disminución de la renta nacional.
Las más graves consecuencias de esta crisis capitalista fueron sociales: la transición a la nueva economía creó miseria y
descontento y la revolución social estalló en la forma de levantamientos, dando origen a las revoluciones de 1848 en el
continente y al movimiento cartista en Inglaterra.
En este tipo de economía los tres fallos más evidentes fueron el ciclo comercial de alza y baja, la tendencia de la
ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de inversiones provechosas. El primero de ello no se
consideraba grave, salvo por los críticos del capitalismo en si, que fueron los primeros en investigarlo y considerarlo
como parte integral del proceso económico del capitalismo y un síntoma de sus inherentes contradicciones.
No se consideraba así la disminución del margen de beneficios, como lo ilustra la industria del algodón. Inicialmente
esta industria disfrutaba de enormes ventajas. La mecanización aumentó mucho la productividad de los trabajadores,
muy mal pagados, y en gran parte mujeres y niños. Y la construcción de fábricas era relativamente barata. El mayor
costo, el del material en bruto, fue rebajado por la rápida expansión del cultivo del algodón en los Estados del Sur de
Norteamérica después de inventar Eli Whitney, en 1793, el almarrá.
Después de 1815 estas ventajas se vieron cada vez más neutralizadas por la reducción del margen de ganancias. En
primer lugar, la revolución industrial y la competencia causaron una constante y dramática baja en el precio del artículo
terminado, pero no en los diferentes costos de la producción. En segundo lugar, después de 1815, el ambiente general de
los precios era de deflación y no de inflación, o sea que las ganancias padecían una ligera baja. Pese a ello era posible la
acumulación de capital. Sobre todo si se reducían los costos. Y de todos los costos, el de los jornales era el que más se
podía comprimir.
Pero había un límite fisiológico a tales reducciones, si no se quería que los trabajadores murieran de hambre. Los
fabricantes de algodón opinaban que ese costo se mantenía artificialmente elevado por el monopolio de los intereses de
los hacendados, agravado por las tremendas tarifas protectoras con las que un parlamento de terratenientes había
envuelto la agricultura británica después de las guerras (las “Corn Laws”, las leyes de cereales). Lo cual tenía la
desventaja de amenazar el crecimiento esencial de las exportaciones inglesas. Si al resto del mundo todavía no
industrializado se le impedía vender sus productos agrarios, ¿cómo iba a pagar los productos manufacturados que sólo
Inglaterra podía y tenía que proporcionarle?
Así, la industria se veía obligada a mecanizarse, a racionalizarse y a aumentar su producción y sus ventas, sustituyendo
por un volumen de pequeños beneficios por unidad la desaparición de los grandes márgenes. Su éxito fue vario.

IV

Es evidente que ninguna economía industrial puede desenvolverse más allá de cierto punto hasta que posee una
adecuada capacidad de bienes de producción. Por esto, todavía hoy el índice más seguro del poderío industrial de un
país es la cantidad de su producción de hierro y acero.
La minería, que era principalmente la del carbón, tenía la ventaja de ser no solo la mayor fuente de poderío industrial
del siglo XIX, sino también el más importante combustible doméstico, gracias a la relativa escasez de bosques en la Gran
Bretaña.
El crecimiento de las ciudades había hecho que la explotación de las minas de carbón se extendiera rápidamente. En el
siglo XVIII era una primitiva industria moderna, empleando las más antiguas maquinas a vapor para sondeos y
extracciones. Por ello sus innovaciones fueron más bien mejoras que verdaderas transformaciones en la producción,
pero su capacidad era ya inmensa.
Esa inmensa industria era lo suficiente amplia para estimular la invención básica que iba a transformar a las principales
industrias de mercancías: el ferrocarril. Las minas no solo requerían máquinas a vapor sino también unos eficientes
medios de transporte para trasladar las grandes cantidades de carbón desde las galerías a la bocamina. Y desde ésta al
punto de embarque. El “tranvía” o “ferrocarril” por el que corrieran las vagonetas era una respuesta evidente.
Impulsar estas vagonetas por máquinas fijas era tentador, impulsarlas por máquinas móviles no parecía demasiado
impracticable. Técnicamente el ferrocarril es el hijo de la mina, y especialmente de las minas de carbón del Norte de
Inglaterra.
Sin duda su capacidad para abrir caminos hacia países antes separados del comercio mundial por el alto precio de los
transportes, el gran aumento en la velocidad y el volumen de las comunicaciones terrestres, para personas y mercancías,
iban a ser a la larga, de mayor importancia. El inmenso apetito de los ferrocarriles, apetito de hierro y acero, carbón y
maquinaria pesad, trabajo e inversiones de capital, fue más importante en esta etapa y contribuyó a la transformación
radical de las grandes industrias y a la producción masiva de hierro y carbón.
La razón de esta súbita, inmensa y esencial expansión estriba en la pasión con la que los hombres de negocios e
inversionistas se lanzaron a la construcción de ferrocarriles.
Las inversiones en el extranjero eran una magnifica posibilidad. El capital británico estaba dispuesto al préstamo.
En realdad encontró los ferrocarriles, cuya creación rapidísima y a gran escala o hubiera sido posible sin ese torrente de
dinero invertido en ellos, especialmente en la mitad de la década 1830-1840. Lo cual fue una feliz coyuntura, ya que los
ferrocarriles lograron resolver virtualmente y de una vez por todos los problemas del crecimiento económico.

Estudiaremos ahora la movilización y el despliegue de los recursos económicos, la adaptación de la economía y la


sociedad exigida para mantener la nueva y revolucionaria ruta.
El primer factor que hubo de movilizarse y desplegarse fue el trabajo, pues una economía industrial significa una
violenta y proporcionada disminución en la población agrícola y un aumento paralelo en la no agrícola, y un rápido
aumento de toda la población. Lo cual implica también un brusco aumento en el suministro de materias alimenticias,
principalmente agrarias, es decir “una revolución agrícola”.
Ese cambio agrícola había precedido a la Revolución Industrial haciendo posible los primeros pasos del rápido aumento
de población, por lo que el impulso siguió adelante. El gran aumento de la producción se alcanzó, gracias a la adopción
general de métodos descubiertos a principios del siglo anterior para la racionalización y expansión de las áreas de cultivo.
Pero todo ello se logró por una transformación social más bien que técnica: la liquidación de los cultivos comunales
medievales con su campo abierto y pastos comunes, de la petulancia de la agricultura campesina y de las caducas
actitudes anticomerciales respecto a la tierra. Esta solución radical del problema agrario, que hizo de Inglaterra un país
de escasos grandes terratenientes, de un moderado número de arrendatarios rurales y de muchos labradores jornaleros,
se consiguió con un mínimo de perturbaciones.
En términos de productividad económica esta transformación social fue un éxito inmenso; en términos de sufrimiento
humano, una tragedia aumentada por la depresión agrícola. Pero desde el punto de vista de la industrialización también
tuvo consecuencias desagradables, pues una economía industrial necesitaba trabajadores y ¿de dónde podía obtenerlos
sino del sector social antes no industrial? La población rural en el país o, en forma de inmigración (sobre todo irlandesa)
en el extranjero, fueron las principales fuentes abiertas por los diversos pequeños productores y trabajadores pobres.
Los hombres debieron verse atraídos hacia las nuevas ocupaciones u obligados a aceptarlas.
Para formar una mano de obra experta y eficaz, la solución británica consistió en un sistema laboral draconiano, pero
sobre todo en la práctica de retribuir tan escasamente al trabajador que éste necesitaba trabajar intensamente toda la
semana para alcanzar unos salarios mínimos. Otro procedimiento para asegurar la disciplina laboral fue el subcontrato o
la práctica de hacer de los trabajadores expertos los verdaderos patronos de sus inexpertos auxiliares.
Junto a tales problemas de provisión de mano de obra, el de la provisión de capital carecía de importancia. A diferencia
de la mayor parte de los otros países europeos, no hubo en Inglaterra una disminución de capital inmediatamente
invertible. Por otra parte, el rico del siglo XVIII estaba preparado para emplear su dinero en ciertas empresas beneficiosas
para la industrialización, transportes y minas de las que los propietarios obtenían rentas, incluso cuando no las
explotaban directamente.
Tampoco había dificultades respecto a la técnica dl comercio y las finanzas, privadas o públicas. Los bancos, letras de
cambio, modalidades del comercio exterior, eran conocidos y numerosos los hombres que podían manejarlas o aprender
a hacerlo. Además, a finales del siglo XVIII, la política gubernamental estaba fuertemente enlazada a la supremacía de los
negocios.
De esta manera casual, improvisada y empírica se formó la primera gran economía industrial.

Apuntes de clases prácticas:

1. Definir a qué se lama Revolución Industrial


2. Señale el papel que debía cumplir el campo para que fuera posible la industrialización
3. Señale el papel de los mercados coloniales
4. ¿Por qué se dio en Inglaterra y no en otros países según la visión clásica?

Desarrollo

1. La Revolución Industrial fue un proceso que se desarrolló en Inglaterra a fines del siglo XVIII, que marcó el paso
de una sociedad donde la base de la economía fue la agricultura a una sociedad donde la actividad industrial
juega un papel predominante. Cambia el método de producción antes movidos con la energía obtenida de la
tracción a sangre, la energía eólica o hídrica, pro motores que son funcionados por el vapor, para ello se necesitó
además que se desarrollara el ferrocarril, asociado a la minería y al carbón, que significaba una fuente de
inversión y además facilitaba el transporte y el traslado de personas y cosas.

2. El campo fue el soporte agrario de las ciudades ya que los obreros consumían la producción agraria en las
ciudades, lo que generó una mayor demanda requiriendo una innovación técnica que ayude a una mayor
productividad (revolución agraria previa).
Vemos que cambia la estructura social del campo: los cercamientos hicieron que progresivamente se consolidara
la propiedad privada en manos de terratenientes; los campesinos que han sido desposeídos de sus tierras deben
trabajar como jornaleros para subsistir y comprar del mercado lo que necesitaban (antes lo producían). Esto
genera más demanda de productos de la industrialización; así se van a trabajar a las ciudades en las fábricas,
convirtiéndose en mano de obra.
Algunos comerciantes que se enriquecieron optaron por dejar la actividad agrícola y volcarse a la industria.

3. Los mercados jugaron un papel clave al ser los que abastecían a la metrópolis de materia prima y además eran
los receptores de los productos elaborados. Inglaterra compraba a bajo costos algodón de la India y del sur de las
colonias Norteamérica, y luego los vende elaborados adentro de su país y en las colonias. Utilizó esclavos
africanos que eran cambiados por algodón y que además eran utilizados como mano de obra abaratando los
costos.

4. ¿Por qué se dio en Inglaterra y no en otros países?


 Por abundancia de carbón y de hierro
 Cambios en la agricultura inglesa que permitieron que se den las funciones necesarias para que se dé la
industrialización
 El Estado y el gobierno inglés emplearon las políticas convenientes para este proceso.

(Nuevas perspectivas)

Resumen de: Versión libre y sintética de Santiago Rex Bliss (compilador). La Revolución Industrial: Perspectivas Actuales.
Instituto Mora, México, 1997.

La visión clásica consideraba que la industrialización en el mundo había surgido como resultado de una revolución
industrial, que tuvo lugar en Inglaterra y que había constituido en la difusión del uso del hierro, el carbón y la energía del
vapor, fundamentalmente en la industria textil algodonera. Según ellos, este proceso se desarrolló en un escenario
nuevo, la fábrica; y como resultado de la aplicación de estos cambios, se produjo lo que se ha denominado una fuerte
aceleración o despegue en el crecimiento económico que tuvo lugar en las últimas dos décadas del siglo XVIII y que
afectó de un modo sustancial la estructura social inglesa, desarrolló la relación entre campo y ciudad en otros términos y
modificó los niveles de vida de las clases populares.
La agricultura también desempeñó un importante papel en el desarrollo industrial, pues la revolución agrícola (que
precedió y acompañó a la industrialización) permitió abastecer de alimentos a la creciente población urbana. Por último,
al considerarse el caso inglés como la única vía posible al desarrollo industrial, aquellos países que quisieran acceder a
los beneficios de la industrialización, debían intentar recrear las condiciones en que se habría producido el despegue
británico.

La Revolución industrial y la “nueva historia económica” (aportes de los nuevos enfoques)

A partir de los años 60, la historia económica se enriqueció metodológicamente con los aportes de la economía
cuantitativista. La revolución industrial constituía un interesante campo para la aplicación. Los primeros trabajos,
orientados a reconstruir las tasas de crecimiento anual de la economía inglesa durante el proceso de industrialización,
fueron los de Phyllis Deane y W. A. Cole. Estas obras no cuestionaron la visión que en ese entonces se tenía acerca de la
revolución industrial. Al contrario, brindaron una justificación cuantitativa a los que veían en la revolución industrial una
súbita aceleración del crecimiento económico. La importancia del sector fabril en el marco general de la economía no
fue revisada, ni cuestionaron la cronología de ese desarrollo. Estas estimaciones gozaron de una aceptación general, y
sobre sus bases cuantitativas se cimentó la visión tradicional de la industrialización.
En los años 80, Williamson, Crafts y Harley, aplicando criterios cuantitativos, pero revisando los métodos empleados por
sus predecesores, estos autores modificaron sustancialmente la visión del crecimiento económico británico durante los
siglos XVIII y XIX. La crítica más seria que formularon fue que Deane y Cole habían sobreestimado la importancia de los
sectores más dinámicos del algodón y el hierro en la economía general, de manera que sus resultados globales
exageraban las tasas de crecimiento.
Los nuevos datos brindaban un panorama muy diferente acerca del proceso de industrialización. Entre los aportes de
estos nuevos enfoques se encuentran:
1) Crítica al take off o “despegue”: proponen una visión gradualista del proceso. Se sabe que en los 80 años anteriores al
despegue hubo más crecimiento que en los 50 años posteriores. A fines del siglo XVIII hubo un incremento de las tasas
de hierro y carbón, pero ese crecimiento no fue en lo general. La producción de hierro y algodón solo representaba un
pequeño segmento de la economía británica considerada globalmente. Entonces el rango más importante de la
revolución industrial no fue un acelerado crecimiento económico, sino un inusitado traslado de trabajadores del campo a
la ciudad, en un contexto de crecimiento gradual. Esto no implica que las transformaciones económicas y sociales que
genero la revolución industrial no hayan sido considerables: la fuerte transferencia de trabajadores del campo a la
ciudad, las innovaciones tecnológicas, el desarrollo de nuevos medios de transporte y comunicaciones, el surgimiento de
ciudades industriales, la expansión en busca de nuevos mercados, etc. son elementos que cambiaron a la sociedad
occidental y que se deben en gran parte a la industrialización.
Otra crítica que se hace es la utilidad del uso de variables agregadas a escala nacional para valorar el cambio económico
en el periodo estudiado. La información disponible no permite formular cálculos exactos, como gran parte de la actividad
económica se desarrollaba durante el siglo XVIII en pequeñas empresas artesanales, muchas de las cuales no han dejado
registros, así las estadísticas están viciadas por márgenes de error. Sostienen que las variables macroeconómicas deben
usarse con cautela, pues la información disponible sobre las economías preindustriales es incompleta, así los resultados
estadísticos deben complementarse con el uso de otras fuentes. Además para que se apliquen los análisis
macroeconómicos sobre el objeto de estudio es necesario que su condición sea homogénea, en tanto las economías
preindustriales se caracterizan por su extrema heterogeneidad, con sus mercados segmentados sectorial y
regionalmente. También se cuestiona la omisión de los niveles de empleos como variable de análisis, lo cual distorsiona
los resultados.
Según señalan estos investigadores la economía industrial no surgió como resultado de un crecimiento cuantitativo de
la economía preindustrial, sino de su transformación. Algunos críticos dicen que es erróneo identificar el concepto de
crecimiento económico con el de revolución industrial, medir el primero o implica explicar el segundo.
Otro aspecto que discuten es la composición de la fuerza de trabajo de estos, de tal manera que sus conclusiones son
parciales, es más, muchas de las maquinas protagonistas de la revolución industrial fueron diseñadas originalmente para
que fueran operadas por niños, lo cual subraya su importancia en la composición de la fuerza de trabajo.
2) Durante décadas el modelo británico era utilizado como la vía hacia la industrialización, es decir, analizaban en que
medidas las economías nacionales del resto de Europa se acercaban o distanciaban de ese modelo.
El estudio de otros casos de desarrollo industrial, en especial el francés, ha demostrado que la industrialización británica
no fue ni el único ni el mejor de los modelos posibles.
Al realizar una comparación entre las tasas de crecimiento de ambos países se obtenía que a nivel global la
productividad del trabajo en Inglaterra era superior ya que ocupaba una mayor cantidad de población en la industria; lo
mismo sucedía en la esfera industrial. Pero al desglosar los datos por rubros se obtenía que Inglaterra era superior en
aquellas ramas de alto consumo de energía como la metalurgia, la fabricación de ladrillos, de vidrio y de cemento.
Francia presentaba ventaja en las partes terminales del proceso de producción, como la industria mecánica, alimenticia,
cuero y ciertos sectores de la industria textil. Estas diferencias pueden explicarse por la mayor disposición de recursos
naturales, como carbón y hierro en Inglaterra, o la estructura de la demanda: el crecimiento demográfico, la urbanización
y la expansión ultramarina inglesa reforzaron la demanda de bienes de consumo masivos; Francia contrastaba con que
no tenía un amplio mercado cautivo, su industria se orientado a satisfacer la demanda de productos refinados, y esta
producción implica un alto valor por unidad pero no así de grandes volúmenes de fabricación.
En Francia la existencia de un número importante de pequeñas empresas fue vista como un signo de atraso, se pensaba
que la eficiencia económica y la elevada productividad se alcanzaban solo en el marco de una gran empresa. Esta idea
debió de reconsiderarse cuando los nuevos datos macroeconómicos mostraron que la economía francesa creció por
encima de la británica durante el siglo XIX. Se descubrió que la presencia de la pequeña empresa no es un signo de
debili9dad sino una respuesta adecuada a las condiciones sociales, económicas y tecnológicas particulares de Francia,
que transitó por una vía distinta hacia la industrialización, pero no inferior a la de Gran Bretaña.
Condiciones de Francia hacia la
industrialización:
Producción artesanal de lujo
Nivel de urbanización inferior a la de
Gran Bretaña
Mayor importancia en la agricultura
Bajo crecimiento demográfico
Mercado más reducido que el de Gran
Bretaña
Pequeñas empresas
Así se cuestionó el modelo británico como única vía de industrialización y se demostró que el camino hacia el desarrollo
industrial no fue unilineal. Ya no se trata de buscar similitudes y diferencias como la Inglaterra del siglo XVIII, sino
intentar la búsqueda, dentro de cada sociedad en particular, las características que ayuden a explicar las vías alternativas
posibles hacia el desarrollo industrial.
3) La teoría de la protoindustrializacion ha demostrado que la industria no nació ni en la fábrica, ni en la gran ciudad, sino
que surgió de un complejo proceso de articulación entre la ciudad y el campo, entre el capital comercial y el trabajo de la
familia campesina. Además, gracias a ella, se comprobó la fuerte vinculación entre la estructura agraria, el desarrollo del
capital mercantil y las presiones demográficas.
De manera acotada podemos decir que entre las características de la teoría de la protoindustrializacion se menciona la
idea de que el productor era un campesino que empleaba los momentos de baja actividad del ciclo agrícola para realizar
tareas artesanales.
La producción era organizada y coordinada por un mercado urbano quien le suministraba las materias primas al
campesino o le compraba el producto terminado. La producción tenía como destino mercados extrarregionales y a
menudo ultramarinos. Esto permitió que un sector del campesinado acumulara capitales que luego iban a hacer posible
la transformación hacia un sistema industrial.
Algunos autores ven en la protoindustrializacion una fase de transición sobre todo en relación muy fuerte con la fase
textil.
Como la protoindustrializacion estuvo orientada a aumentar cuantitativamente la producción, el progreso de la
productividad fue escaso, llegándose a un punto donde los costos tendieron a aumentar. Además, en la medida en que el
mercader ampliaba sus actividades le resultaba más difícil supervisar las tareas artesanales. Esto marcó un límite a las
posibilidades de ampliación del sistema. La resolución se dio con la transformación hacia la industria capitalista. Así
como resultado se habría desarrollado un amplio estrato de trabajadores asalariados. Por otra parte, habrían surgido
comerciantes y pequeños productores que, gracias al capital acumulado durante el proceso protoindustrial, se
convirtieron en protagonistas de la industrialización.
La industria rural a domicilio permitió al capital mercantil introducirse en la esfera de la producción. La posición del
mercado como coordinador de la producción permitió una fiel adaptación de la industria a las condiciones cambiantes
de la demanda, al mismo tiempo que fomentó la creación de redes comerciales locales regionales e internacionales que
luego resultaron prescindibles para la industrialización.
Criticas a esta teoría:
 Esta teoría se constituyó a partir de la industria textil y aunque la gran importancia de este rubro, no deben
perderse de vista otras actividades de cierta importancia, como la producción de objetos de hierro y acero, etc.
 La teoría pone demasiado énfasis en la economía doméstica como la forma organizativa central, dejando de lado
otras que también tuvieron gran difusión, así se distingue una mediante la cual, bajo un mismo techo, muchos
trabajadores realizaban la misma tarea; un taller centralizado que presenta cierta división de tareas; y una sin
ninguna vinculación con el tipo protoindustrial como la industria del vidrio, el papel o productos de lujo.
 No ha podido explicar cómo se dio el paso de los estadios protoindustriales a los industriales. Todavía no somos
capaces de explicar por qué determinadas regiones con floreciente industria doméstica se convirtieron en
importantes centros fabriles, mientras que otras continuaron siendo protoindustriales.
 Sidney Pollard cuestiona la vinculación causal entre la protoindustrializacion y la industrialización. La idea de un
desarrollo económico por estadios como acumulativa evolutiva o dialéctica ha sido dejada por otra que concibe
a la industrialización como un proceso más variado, heterogéneo y con una evolución menos putada por etapas y
cuyo final no siempre aparece claramente anunciado.
 Dirigió la atención de los estudiosos hacia la industria rural, pero tendió a descuidar el problema de las industrias
desarrolladas en las ciudades.
 Varios autores consideraban que una perspectiva nacional no es un buen punto de partida para analizar y
comprender cambios con pautas regionales. Se ha propuesto que la industrialización fue un proceso
básicamente regional y así debe ser analizado como tal.
4) Las discusiones no solo se dirigieron a evaluar la importancia de la tecnología como causa del desarrollo industrial,
sino que también se orientaron a dilucidar las alternativas tecnológicas posibles.
En este sentido la idea de que la producción masiva de bienes debe ser la opción obligada de aquellas sociedades que
desean participar del progreso económico, comienza a ser cuestionada. Esto responde por la notable vitalidad
demostrada por las pequeñas empresas.
Consideran que el uso de tecnologías que permitan una especialización flexible en el marco de una pequeña empresa es
una alternativa válida, les permitía no solo abastecer las variadas necesidades de los mercados locales y regionales, sino
cambiar su oferta para ampliar sus actividades. La relación con el mercado era estimulada por el uso de tecnologías
flexibles.
Este tipo de análisis permite afrontar la industrialización desde una perspectiva menos apriorística, la producción
masiva no se impuso como consecuencia de una necesidad histórica, sino que surgió de una conjunción particular de
elementos económicos, políticos y sociales.
5) Los nuevos enfoques llevaron a cuestionar procesos más amplios, como la formación de la burguesía industrial o el
cambio en los niveles de vida de las clases trabajadoras durante la revolución.
En contra de lo que se creía tradicionalmente, la riqueza de las clases altas no tenía origen en la industria. Los estudios
han demostrado que el comercio, las finanzas y la tierra eran más importantes que las actividades industriales como
fuente de ingresos.
Algunos atribuyen el fracaso de los industriales por alcanzar las más altas esferas del poder político y social a los nuevos
ricos de asimilarse a la gentry (aristocracia agraria) que pasaban la mayor parte del tiempo en sus casas de campo,
dedicados a los placeres de la caza o de otras actividades, cuyo escenario era la señorial casa de campo, disfrutando de
un estilo de vida aristocrático. Los burgueses privilegiaban las actividades vinculadas al comercio y las finanzas sobre las
industriales. La producción industrial era despreciada, pues se adaptaba mucho menos a ese estilo de ida, ya que
implicaba tener relación directa con la clase trabajadora, vivir en zonas industriales y dedicar la mayor parte de su
tiempo al trabajo; por el contrario, las finanzas y el comercio se adecuaban perfectamente a los ideales aristocráticos de
vida, por lo que adquirió un papel político y social relevante en Inglaterra.
En efecto, no solo la industrialización fue más lenta y menos innovadora tecnológicamente, sino que además, los
industriales nunca gozaron de mayor prestigio social, y se mantuvieron subordinados a la tierra, comercio y finanzas.
Las nuevas estimaciones demuestran que la población inglesa antes del inicio de la industrialización era mucho menos
agrícola de lo que se creía. Esto ha llevado a atenuar el impacto de la revolución en el cambio de la estructura
ocupacional de la población.

2.4 La Revolución Francesa

Apunte formado en base a clases teóricas, prácticas y al texto n° 5: versión libre y sintética de Michelle Vovelle,
Introducción a la Historia de la Revolución Francesa, Ed. Crítica, Barcelona, 1981

Génesis (apunte de clases prácticas)

1. Antiguo Régimen (Feudalismo, sociedad estamental, absolutismo)


2. Estados Generales
3. Asamblea Nacional Constituyente
4. Asamblea Legislativa (el rey convive con la Revolución)
5. Convención
a. Girondina
b. Jacobina
c. Termidoriana
6. Directorio
7. Consulado
8. Imperio

Desarrollo

El Antiguo Régimen (en base al texto n°5)


Se conoce como “Antiguo Régimen” al nombre con el que los revolucionarios de 1789 mencionaban al orden vigente
anterior a la revolución.
El Antiguo Régimen se caracterizaba por:
1) El feudalismo en el mundo rural francés:
 La economía francesa era abrumadoramente feudal: el campesino representaba el 85 % de la población
francesa.
 Existía un esquema de explotación agraria muy atrasada.
 La existencia de tributos señoriales, que recaían sobre la tierra y que recuerdan la propiedad que detentaba el
señor. Esas cargas incluían rentas en dinero (el censo) y el champart (un porcentaje que debía entregarse sobre
las cosechas). Había muchísimos otros impuestos, algunos anuales y otros ocasionales, en dinero o especies, por
ejemplo el laudemio (derecho de mutación sobre la propiedad), el “vasallaje” (las declaraciones de fe y
homenaje) y las banalidades (se expresan en monopolios señoriales sobre los molinos, los hornos y los lagares).
Cabe mencionar que el señor detentaba un derecho de justicia sobre los campesinos de sus tierras. En
determinadas provincias sobrevivía la servidumbre personal.
 La aristocracia terrateniente concentraba la propiedad de la tierra.
2) Una organización social en órdenes o estamentos: Una corriente de la historiografía francesa ha propuesto la
idea de que sería imposible aplicar a la Francia clásica un tipo de análisis de tipo moderno y distinguir en ella
clases sociales. R. Mousnier sostiene que l sociedad francesa era más bien una “sociedad de órdenes”. Por
“órdenes” no entiende solamente a la división en clero, nobleza o tercer estado, sino también a las normas de
organización de un mundo jerarquizado con estructura piramidal.

Primer Estado o Clero

Segundo Estado o Nobleza

Tercer Estado o Estado Llano

a. Primer Estado o Clero: Poseían el 10% de las tierras de la nación, lo que significaba una gran riqueza. El cargo no
era hereditario, debían pagar dotes para ingresar y de acuerdo a su aporte sería su jerarquización. Distinguimos:
 Alto clero: muchos clérigos eran personajes de la nobleza que habían conseguido su título eclesiástico por un
favor al rey o lo habían comprado. Disfrutaban de cuantiosos recursos proporcionados por las propiedades
eclesiásticas, los derechos señoriales y el diezmo.
 Bajo clero: tenían un sueldo escaso, lleno de privaciones. Algunos provenían de hijos de campesinos y
participaban de las angustias del pueblo.
Otra distinción que podemos hacer es entre:
 Clero secular: miembros de las órdenes
 Clero regular
b. Segundo Estado o Nobleza: poseían el 30% de las tierras. Distinguimos:
 Nobleza de espada: cuyos títulos son antiguos y lo han obtenido como herencia de viejos señores feudales.
 Nobleza de toga: sus títulos lo habían obtenido por algún servicio a la corte.
También podemos distinguir:
 Nobleza de cortesana: vive en la corte del rey (Versalles).
 Nobleza provincial: se quedó a vivir en sus castillos. Sus ingresos disminuyen y so despreciados por los
cortesanos.
c. Tercer Estado o Estado Llano: comprendía al resto de la nación de Francia. Abarcaba a campesinos, burgueses,
artesanos, abogados, etc.
Esta jerarquía no es meramente figurativa, sino que en ella los “privilegiados” (Primer y Segundo Estado) gozan de una
posición muy particular. El clero y la nobleza se benefician con privilegios fiscales que los exceptúan de pagar impuestos.
Pero también hay privilegios honoríficos y el acceso a los cargos más altos en la administración y el ejército.
3) El absolutismo monárquico de derecho divino: Fue el resultado de un proceso de concentración de la autoridad
desde el siglo XVII. Al principio tuvo un efecto modernizador, pero a fines del siglo XVIII estaba en bancarrota.

La crisis del Antiguo Régimen (en base al texto n°5)

Podríamos discernir una crisis interna y una externa.


En cuanto a la primera podemos decir que frente a las condiciones que significaba el régimen feudal hay un reclamo del
campesinado para abolirlo.
En cuanto a la organización social las transformaciones económicas han hecho que la burguesía progrese económica y
culturalmente. Se encuentra una declinación de la aristocracia nobiliaria, declinación, que según el punto de vista en que
uno se coloque, es absoluta o relativa. En términos absolutos, se comprueba que una parte de la nobleza vive por encima
de su capacidad económica y se endeuda. La comprobación es válida tanto para la alta nobleza parasitaria de la corte de
Versalles como para una buena parte de la nobleza provinciana. La nobleza retentista dinámica se había beneficiado con
el ascenso de la reta de la tierra a lo largo del siglo, pero esa riqueza esta en declinación relativa con la explosión del
beneficio burgués. Esta declinación relativa puede provocar reacciones diferentes según los casos. En la casta nobiliaria
se expresa en lo que se llama la “reacción nobiliaria o aristocrática”. Por otro lado tenemos también lo que se denomina
“reacción señorial”, los señores resucitarán antiguos derechos y a menudo se aferran con éxito a las tierras colectivas o a
los derechos de la comunidad rural. Al provocar la hostilidad de los campesinos y de los burgueses, la reacción señorial y
la reacción nobiliaria contribuyeron en gran medida a la creación del clima prerrevolucionario.
Por su parte la monarquía absoluta de derecho divino era una monarquía con superposiciones, una monarquía que
debía afrontar la debilidad e incoherencia del sistema de impuestos: la carga de estos impuestos era diferente según los
grupos sociales, según los lugares y las regiones. El peso de esta herencia no era una novedad pero en este fin de siglo la
opinión publica toma conciencia más clara de ella, como si se tratara de una carga insoportable. He aquí, que asistimos a
la quiebra fiscal, a una bancarrota económica debida a que los egresos (las guerras, los gastos de la corte, las malas
cosechas, la insuficiencia del feudalismo) superan a los ingresos.
Sin embargo, sería imposible describir la crisis final del Antiguo Régimen exclusivamente en términos de contradicciones
internas; pues también sufrió un ataque desde el exterior, a partir de la burguesía y los grupos populares. Los burgueses
se enriquecen y se convierten en una clase con pujanza económica, buscando la amplitud de sus derechos políticos. Los
grupos populares, por su parte, se ven empobrecidos por las malas cosechas, los aumentos de impuestos, los tributos
señoriales, etc. generando hambrunas, situación empeorada por el aumento poblacional que está sufriendo un proceso
de transformación industrial.

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