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SOBRE EL REALITY COMO BIEN DE CONSUMO

Solemos adjudicar los epítetos de radical y de moralista a todo aquel que cuestiona
mediante juicios drásticos o absolutos aquellos asuntos humanos que gozan de una cómoda
posición éticamente relativa o frente a los cuales se efectúan amplias concesiones morales.
El morbo es definido como el placer obtenido mediante el dolor ajeno, y la explotación
publicitaria que hace el reality como formato televisivo justifica tal caracterización. Cada
noche y a todo color, desde hace años, bajo la sana competencia y los ocasionales chistes y
alegrías, vemos el yacimiento oscuro de los llantos, los gritos, los insultos, las burlas y
hasta la desesperación. En definitiva, los síntomas naturales de las crisis nerviosas en
jóvenes sometidos voluntariamente a períodos de estrés agudo. Cabe preguntarse, entonces,
hasta cuándo podrá ser lo anterior un bien de consumo razonable. Si acaso llegará el
momento en que las personas tomen consciencia, sea lo que sea que ello signifique, y se
pregunten a sí mismas, abierta y honestamente en su calidad de espectadores, cuán
edificante es el contenido que escogen como divertimento. Pues no se trata de esperar
mucho de la humanidad avanzar hacia una culturización más rica, y si se arguye que el
circo es un elemento inevitable en todo pueblo, entonces el deber ha de ser, cuando menos,
idear formas menos lesivas e inútiles de entretención.

SOBRE LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR

Quien ha sido alumno/a de una universidad pública y, tiempo después, profesor/a de


una universidad privada, conoce a ciencia cierta que, frente al compromiso con la exigencia
por parte de la segunda, mediante sistemas de evaluación con eje en los y las estudiantes en
cuanto clientes, la primera adolece, corrientemente, del funcionamiento que por desgracia
es asociado a las iglesias: dilación y encubrimiento. Como si al estudiante que no paga se le
estuviese haciendo un favor, brindándole una oportunidad que por sus propios medios no
tendría, prevalece la representación social de que reclamar es una falta de criterio.
Naturalmente, otros pros y contras deben ser sopesados para que el balance entre modelos
educativos sea justo. Pero no hay peor mal para un ser humano en formación que
instrumentos de prueba arbitrarios, falta de disposición, desinterés por la enseñanza y, en
ocasiones, abuso de autoridad y vulneración de derechos. En suma, los problemas propios
de la labor docente en su carácter híbrido de poder y vocación. La educación, en todo nivel,
ha de ser ejemplo de rectitud, imagen de sabiduría y compromiso humano. Pero ¿cuántos
estudiantes de universidades públicas de nuestro país no han sabido de docentes vengativos,
perezosos, arrogantes y hasta libidinosos? Huelga, entonces, mejorar los estándares
humanos en la definición del perfil de cargo docente, en vez de juzgar la idoneidad de un
profesor o profesora, exclusivamente, mirando sus credenciales académicas.
SOBRE LAS CIENCIAS Y LAS HUMANIDADES

Cabe preguntar si el mundo actual no precisará de más humanistas que científicos.


En tres siglos ininterrumpidos de descubrimientos teóricos, aplicaciones prácticas e
invención de aparatos, poco han mejorado nuestros estándares éticos, y la política y la
economía, como fuerzas motrices de las sociedades, parecen hacer de las suyas frente a la
mirada impasible de la academia. Quizá sea el momento de comenzar a privilegiar el
fortalecimiento de las relaciones humanas por encima de la generación de conocimiento y
la innovación tecnológica. ¿Qué razones de fondo justifican la tendencia neurocéntrica y el
ímpetu astronómico –propiamente astrofísico- que vemos hoy? Las librerías siguen
poblándose de historias sobre el universo y sobre el funcionamiento del cerebro como
panacea explicativa. Podría decirse que la cuestión de fondo es advertir qué necesitamos
como sociedad, y si al evaluar los resultados de los derroteros que hemos seguido el
resultado es positivo. Porque si las modas intelectuales no llegan al ciudadano corriente, y
la academia tiende en general a ser testigo silencioso del curso de la sociedad, restándose de
participar en la toma de decisiones para el beneficio de la ciudadanía, tal parece que es otro
el pulso de nuestra historia.

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