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Definición de ética

La ética es una rama de la filosofía que estudia y sistematiza los conceptos del bien y el mal, así como otros relacionados. Esta
disciplina tiene como objetivo definir de forma racional qué constituye un acto bueno o virtuoso, independientemente de la cultura
en la que se enmarque.
Los sistemas éticos, consistentes en prescripciones con respecto a los patrones de conducta que deben seguir las personas, han sido
propuestos tradicionalmente desde la filosofía y la religión.
Definición de moral
La moral se define como el conjunto de normas que rigen el comportamiento de las personas que forman parte de una sociedad
determinada, de modo que puedan contribuir al mantenimiento de la estabilidad y de la estructura social.
Se suele relacionar el concepto de moral con la conformidad con las leyes implícitas y explícitas de un grupo social, que se transmiten
a los individuos dentro del proceso de socialización al que se someten a lo largo de su desarrollo. En este sentido, la moral parte de
las tradiciones y los valores del contexto en que nos criamos.
La moral surgió con toda probabilidad como una consecuencia natural de la organización de los seres humanos en grupos. Al
complejizarse las sociedades, las normas de interacción que las estructuraban se habrían transformado progresivamente en reglas
morales y en leyes explícitas, especialmente con la aparición de la escritura.
Diferencias entre ética y moral
Muchas personas opinan que hoy en día los conceptos ‘moral’ y ‘ética’ significan básicamente lo mismo, al menos desde el punto de
vista del lenguaje coloquial.
Sin embargo, desde un punto de vista teórico e histórico podemos encontrar varias diferencias entre estos dos términos.
1. Objeto de interés

La moral se encarga de determinar qué conductas son adecuadas y cuáles no en un contexto determinado, mientras que la ética se
refiere a los principios generales que definen qué comportamientos son beneficiosos para todas las personas.
La ética es una disciplina normativa y la moral es descriptiva; así, la ética se diferencia de la moral en que pretende definir los
comportamientos correctos, más que los que son aceptados por una sociedad.
Dicho de otro modo, si la ética es un elemento más bien estático que sirve como referencia para comprender el tipo de
comportamientos que regulan el funcionamiento de la sociedad en un contexto determinado, la moral es de carácter aplicado,
teniendo en cuenta todo lo que interviene en la decisión de actuar de una u otra forma.
2. Ámbito de aplicación

La ética se sitúa en el nivel de la teoría, tratando de encontrar principios generales que favorezcan la armonía entre las personas. Por
contra, la moral trata de aplicar las normas determinadas por la ética a un gran número de situaciones concretas, según la
descripción de lo que ocurre en cada caso.
Por tanto la ética tiene un carácter teórico, abstracto y racional, mientras que la moral hace referencia a lo práctico, diciéndonos
cómo debemos comportarnos en nuestra vida cotidiana a través de reglas y afirmaciones más o menos explícitas.
3. Origen y desarrollo

Las normas éticas son desarrolladas por personas concretas a través de la reflexión y la evaluación de lo que se entiende por la
naturaleza humana. Posteriormente dichos individuos aplicarán las normas a su conducta.
En algunos casos la ética individual puede influir a un gran número de personas, llegando incluso a convertirse en una tradición;
esto ha sucedido frecuentemente en el caso de las religiones, sistematizaciones de las ideas de sus profetas. Una vez alcanzado este
punto, pasaríamos a hablar de moral para referirnos a la transmisión intergeneracional de tal sistema ético.
De forma sintética podemos decir que la ética tiene un origen individual, mientras que la moral se deriva de las normas de nuestro
grupo social, determinadas a su vez por un sistema ético previo. La moral es la generalización de esa clase de descripciones sobre lo
que es bueno y lo que es malo, su manera de conformar una abstracción sobre lo que debe hacerse y lo que debe ser evitado.
4. Capacidad de elección

Como hemos dicho, la ética parte de la reflexión individual, mientras que la moral tiene una naturaleza más impositiva y coercitiva:
si una persona no cumple las normas sociales es probable que reciba un castigo, sea de tipo social o legal, ya que la moral no puede
ser creada por una sola persona, sino que tiene que ver con las ideas compartidas de lo que es bueno hacer y lo que es malo o lo
que, incluso, debe ser motivo de castigo.
La ética se fundamenta en el valor intelectual y racional que los individuos otorgan a sus actitudes y creencias, a diferencia de la
moral, que viene determinada por la cultura y por consiguiente es de tipo más bien irracional e intuitivo. No podemos elegir la moral,
tan sólo aceptarla o rechazarla; por tanto, tiene que ver con la conformidad con las normas de nuestro grupo social.
5. Modo de influencia

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Las normas morales actúan en nosotros desde el exterior o bien desde el inconsciente, en el sentido de que las interiorizamos de
forma no voluntaria a medida que nos desarrollamos dentro de un grupo social determinado. No podemos permanecer al margen de
ellas; siempre las tenemos en cuenta, ya sea para defenderlas o para rechazarlas.
La ética depende de elecciones voluntarias y conscientes, ya que este concepto define la identificación y el seguimiento de unas
normas determinadas por tal de actuar del modo que nos parezca correcto desde un punto de vista personal. Además, al ser de
ámbito más bien individual, da un cierto margen a reflexionar sobre si algo está bien o no, dependiendo de las circunstancias.
6. Grado de universalidad

La ética tiene la pretensión de ser universal, es decir, de poder ser aplicada en cualquier contexto, ya que idealmente parte del uso
guiado del pensamiento, no de la obediencia ciega a normas rígidas. Esta disciplina busca, por tanto, establecer verdades absolutas
que se mantengan como tales independientemente del contexto en el que se apliquen, siempre y cuando la persona tenga la
capacidad de actuar de forma racional. Kant, por ejemplo, intentó plantear principios éticos objetivos, por encima de la cultura o la
religión.
Por contra, la moral varía en función de la sociedad; conductas que pueden estar aceptadas en algunos grupos sociales, como la
violencia de género o la explotación infantil, serían consideradas inmorales por personas de otras sociedades, así como desde un
punto de vista ético. En este sentido podemos decir que la moral está influida en gran medida por el relativismo cultural.
Si el ser humano ha llegado a ser una especie tan particular es, en parte, porque ha sido capaz de crear grandes tejidos sociales de
cuidado mutuo y transmisión de conocimientos. Es decir, que somos muy dados a relacionarnos los unos con los otros de muchas
maneras diferentes, una tendencia que puede ser resumida en un concepto: conducta prosocial.
A continuación veremos qué es exactamente la conducta prosocial, de qué maneras se expresa y qué relación guarda con los
fenómenos de la empatía y la cooperación.
¿Qué es la conducta prosocial?
Aunque no existe una definición universal del concepto de conducta prosocial, hay un elevado consenso en definirlo como un
repertorio de comportamientos de carácter social y positivo.
Debido a las diferencias de criterio sobre si incluir el factor motivacional en la definición, los autores consideran que existen dos tipos
de conductas sociales positivas: las conductas que reportan un beneficio para ambas partes implicadas y las conductas que solo
benefician a una de las partes.
Una propuesta de definición que integra tanto la vertiente comportamental como la motivacional, afirma que toda conducta social
positiva se efectúa para beneficiar a otro en presencia (o no) de motivación altruista, como por ejemplo dar, ayudar, cooperar,
compartir, consolar, etc. Por su parte, Strayer propone una clasificación de cuatro tipos de actividades para clarificar el fenómeno de
la conducta prosocial:
1. Actividades de dar, compartir, intercambiar o cambiar objetos con otros individuos.
2. Actividades cooperativas.
3. Tareas y juegos de ayuda.
4. Actividades empáticas hacia el otro.
Atendiendo a esta propuesta, en la conducta prosocial el beneficio recae en la otra persona, mientras que en la conducta cooperativa
ambas partes se coordinan para obtener un beneficio mutuo. Ahora bien, determinar cuánto gana cada una de las partes es en sí un
reto para la psicología y las ciencias del comportamiento en general. A fin de cuentas, la voluntad de ayudar a alguien y la satisfacción
de haberlo hecho son en sí factores que nos hablan de una recompensa para el individuo altruista.
La investigación realizada sobre el tema
La conducta prosocial es un concepto en absoluto reciente en el ámbito de la psicopedagogía. Sin embargo, el mayor auge de las
investigaciones respecto de este campo de conocimiento se corresponden con la etapa final del siglo pasado. A partir de ese punto
se ha estudiado más extensamente de qué manera este fenómeno influye en el bienestar emocional del individuo (obteniéndose una
correlación intensamente positiva entre ambos) y qué metodología debe seguirse para implementar programas que potencien este
tipo de funcionamiento beneficioso en la población infantil.
Así, parece ser que durante el desarrollo socioemocional del ser humano es cuando más incidencia puede producir el fomento de la
conducta prosocial, es decir, la interiorización de un conjunto de valores como el diálogo, la tolerancia, la igualdad o la solidaridad
que se reflejan conductualmente a partir de actos como la ayuda al otro, el respeto y la aceptación del otro, la cooperación, el
consuelo o la generosidad al compartir algún objeto determinado.
La conducta prosocial desde las teorías del aprendizaje

Una de las principales explicaciones del concepto de conducta prosocial ha sido propuesta por las teorías del aprendizaje, aunque
también existen ortos modelos teóricos como la perspectiva etológica y sociobiológica, el enfoque cognitivo-evolutivo o la
perspectiva psicoanalítica.
Las teorías del aprendizaje, de elevada consideración empírica, defienden que la conducta prosocial deriva de la influencia de
factores externos o ambientales. Así, este tipo de comportamientos se aprenden mediante procedimientos como el
condicionamiento clásico y operante, a partir de los cuales quedan asociadas las acciones emitidas con estímulos y consecuencias
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agradables para el individuo (refuerzo positivo) y, por ello, tienden a repetirse en el futuro. Más frecuentemente, el tipo de refuerzo
que se proporciona es de tipo social (un gesto, una sonrisa, una muestra de afecto), en lugar de material.
El hecho de recibir una recompensa afectiva, según las investigaciones realizadas, parece que fomenta en el individuo el deseo de
emitir una conducta de ayuda al otro. Es decir, que se da una motivación interna para efectuar dicha conducta, a diferencia de lo que
ocurre cuando la recompensa es material, donde el comportamiento se realiza para conseguir ese premio concreto.
Por otra parte, otros estudios proponen lo relevante que resulta el aprendizaje observacional por imitación de modelos prosociales.
Algunos autores destacan una mayor influencia de factores internos como por ejemplo los estilos cognitivos empleados en el
razonamiento moral, mientras que otros enfatizan que los factores externos (agentes socializadores -familia y escuela- y ambiente) se
van modificando hasta convertirse en controles internos mediante la interiorización de la regulación de la conducta propia ( Bandura,
1977 y 1987).
Estas aportaciones se clasifican dentro de las perspectivas interaccionistas, ya que contemplan la interacción del individuo con la
situación como factor determinante de la conducta.
La empatía, un componente esencial
La capacidad de empatía constituye uno de los factores causantes de la conducta prosocial, aunque las investigaciones deben arrojar
más luz sobre la relación concreta existente entre ambos fenómenos.
Algunas propuestas abogan por definir la empatía como un proceso interactivo entre aspectos afectivos, motivacionales y cognitivos
que tienen lugar durante las distintas etapas del desarrollo. La empatía presenta un carácter mayoritariamente aprendido mediante
procesos de modelado y se define por ser una respuesta afectiva que se emite tras la conciencia de comprender la experiencia de la
situación y los sentimientos o percepciones que el otro está recibiendo. Esta capacidad puede aprenderse a partir de la comprensión
del significado de unas determinadas claves no verbales como la expresión facial que indican el estado emocional del sujeto en
cuestión.
Algunos autores han centrado sus estudios en diferenciar la empatía situacional de la empatía disposicional, la cual se refiere a la
tendencia de algunos tipos de personalidad más sensibles a las manifestaciones empáticas. Esta última distinción se ha tomado como
aspecto clave para estudiar la naturaleza de la conducta prosocial, hallándose una elevada correlación entre una alta predisposición
empática y una mayor emisión de comportamiento prosocial.
Las facetas de la empatía

La capacidad empática puede entenderse desde tres perspectivas distintas. Atendiendo a cada una de ellas, puede verse
diferenciado el papel mediador de este fenómeno en lo que a la conducta prosocial se refiere: la empatía como afecto, como proceso
cognitivo o como el resultado de la interacción entre los dos primeros.
Los hallazgos muestran que el primer caso se encuentra más estrechamente relacionado con la conducta de ayuda al otro, aunque no
se ha concluido que sea un factor causante sino mediador. Así, también juega un papel importante el nivel de empatía disposicional,
el vínculo establecido con la figura materna, el tipo de situación concreta en la que se dé el comportamiento empático, la edad de los
niños (en los preescolares la asociación entre empatía y conducta prosocial es más débil que en los niños mayores), la intensidad y
naturaleza de la emoción suscitada, etc.
Aún así, parece claro que la implementación de programas de fomento de la capacidad de empatía durante el desarrollo infanto-
juvenil puede resultar un factor de protección de bienestar personal y social en el futuro.
Cooperación vs. Competición en el desarrollo socioemocional
También son las teorías del aprendizaje las que en el último siglo han puesto más énfasis en delimitar la relación existente entre la
manifestación del comportamiento cooperativo vs. competitivo respecto del tipo de desarrollo psicológico y social que experimentan
las personas expuestas a uno u otro modelo.
Por comportamiento cooperativo se entiende el conjunto de conductas que se expresan en una situación determinada cuando los
implicados en ella trabajan para conseguir de forma prioritaria los objetivos grupales compartidos, actuando este punto como
requisito para alcanzar el objetivo individual. Por el contrario, en la situación competitiva cada individuo se orienta a conseguir sus
propias metas e impide que los demás tengan la posibilidad de alcanzarlas.
Las investigaciones realizadas por Deutsch en el MIT hallaron una mayor eficacia comunicativa, más interacciones comunicativas en
cuanto a propuesta de ideas propias y aceptación de otras ajenas, mayor nivel de esfuerzo y coordinación en las tareas a
desempeñar, mayor productividad y mayor confianza en las aportaciones de los miembros del grupo en los colectivos cooperativos
que en los competitivos.
En otros trabajos posteriores, aunque sin una validación suficientemente contrastada empíricamente que permita una generalización
de los resultados, se ha asociado a los individuos con comportamientos cooperativos características como una mayor
interdependencia para la consecución de metas, se dan más conductas de ayuda entre los distintos sujetos, una frecuencia más
elevada en la satisfacción de necesidades mutuas y mayor proporción de evaluaciones positivas del otro y una mayor promoción de
las conductas ajenas.

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Cooperación y cohesión social

Por otra parte, Grossack concluyó que la cooperación se relaciona positivamente con una mayor cohesión grupal, mayor
uniformidad y la calidad de las comunicaciones entre los miembros, de forma similar a lo que apuntaba Deutsch.
Sherif confirmó que las pautas comunicativas son más honestas en grupos cooperativos, que se observa un incremento en la
confianza mutua y la disposición favorable entre los distintos miembros del grupo, así como una mayor probabilidad de de
organización normativa. Finalmente, se observó un mayor poder de las situaciones cooperativas para reducir situaciones de conflicto
intergrupal. Posteriormente otros autores han asociado la aparición de sentimientos de contraempatía, mayores índices de ansiedad
y menor nivel de conductas tolerantes en colectivos competitivos de escolares.
Cooperación en la educación

En el ámbito educativo, se han evidenciado los múltiples efectos positivos derivados de la utilización de metodologías que fomentan
el trabajo cooperativo, potenciando a su vez un mayor rendimiento académico (en aptitudes como asimilación de conceptos,
resolución de problemas o elaboración de productos cognitivos, matemáticas y lingüísticas), mayor autoestima, mejor predisposición
al aprendizaje, mayor motivación intrínseca y un desempeño más eficaz de determinadas habilidades sociales (la comprensión del
otro, la conducta de ayuda, el compartir, el respeto, la tolerancia y la preocupación entre iguales o la tendencia a cooperar fuera de
situaciones de aprendizaje).
A modo de conclusión
A lo largo del texto han podido comprobarse los beneficios obtenidos en el estado psicológico personal cuando se potencia el
aprendizaje de la conducta prosocial durante la etapa de desarrollo. Estas competencias son fundamentales, ya que ayudan a
conectar con el resto de la sociedad y beneficiarse de las ventajas que comporta ser un miembro activo de ella.
Así, las ventajas no sólo repercuten optimizando el estado emocional del individuo sino que el comportamiento cooperativo se asocia
a una mayor competencia académica, donde se facilita la asunción de capacidades cognitivas como el razonamiento y el dominio del
conocimiento instrumental abordado durante la época escolar.
Podría decirse por tanto, que el fomento de la conducta prosocial deviene un gran factor protector psicológico para el sujeto en el
futuro, haciéndolo individual y socialmente más competente, a medida que tiene lugar su maduración hacia la edad adulta. Aunque
parezca paradójico, crecer, madurar y ganar autonomía pasa por saber cómo encajar con el resto y gozar de su protección en algunos
aspectos.
Referencias bibliográficas:

 Bandura, A. (1977). Self-efficacy toward a unifying theory of behavioral change. Review of Psychology, 84, 191-215.
 Calvo, A.J., González, R., y Martorell, M.C. (2001). Variables relacionadas con la conducta prosocial en la infancia y
adolescencia: personalidad, autoconcepto y género. Infancia y Aprendizaje, 24 (1), 95-111.
 Ortega, P., Minguez, R., y Gil, R. (1997). Aprendizaje cooperativo y desarrollo moral. Revista Española de Pedagogía, 206, 33-
51.
 Ortiz, M.J., Apodaka, P., Etxeberrria, I., et al. (1993). Algunos predictores de la conducta prosocialaltruista en la infancia:
empatía, toma de perspectiva, apego, modelos parentales, disciplina familiar e imagen del ser humano. Revista de Psicología
Social, 8(1), 83-98.
 Roberts, W., y Strayer, J. (1996). Empathy, emotional expressiveness, and prosocial behavior. Child Development, 67 (2), 449-
470.
 Roche, R., y Sol, N. (1998). Educación prosocial de las emociones, valores y actitudes. Barcelona: Art Blume.

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