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UNIVERSIDAD DEL QUINDÍO

Facultad de Ciencias Humanas y Bellas Artes


Programa de Filosofía

Trabajo de exposición
Asignatura: Seminario Kant – Filosofía práctica
Tema: Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres
Prólogo-Capítulo 1
Estudiante: Carlos Andrés Andrade Torres
Fechas: abril 24 de 2019

PRÓLOGO
FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES

Al pensar a Immanuel Kant como uno de los precursores de la Ilustración, se deberá


observar el libro en cuestión como consecuencia de una necesidad del
razonamiento valiente que busca encontrar nuevas formas en las instituciones que
administran las acciones y situaciones del hombre en el Estado. Sólo así se podrá
adquirir una idea de cómo aquel cúmulo de conceptos sobre la comprensión de
realidad que se venía formando en la Época Moderna, y su propósito de encontrar
leyes aplicables a todos los sucesos en el espacio y el tiempo del ser racional, darían
como resultado un estudio que se encargara de guiar al hombre que, por su
naturaleza dada hacia las inclinaciones, e incapaz de realizar Juicios1 en el curso
de su vida, hiciera uso de la mera razón para construir un “pensamiento superior”.

Es por lo anterior, que, en el prólogo de la Fundamentación de la Metafísica de las


Costumbres, y al proponer una moral basada en el razonamiento a priori2, Kant,

1Juicio será la facultad de juzgar, y juicio será el acto singular de aquella facultad. (Kant, 2007: 4)
2
Kant considera que el conocimiento a priori es independiente de la experiencia, a diferencia del
conocimiento a posteriori, que tiene su origen en la experiencia (K. r. V. Β 2).
empieza por investigar los tipos de filosofía y a cuál pertenece la investigación que
permita la observación de principios e ideas de una voluntad pura posible.

De acuerdo, entonces, con la filosofía griega existen tres tipos de ciencia: la física,
la ética y la lógica. Además, todo tipo de conocimiento racional se dirige: o hacia el
objeto, que son aquellas investigaciones de tipo material, o se ocupa de las formas
del entendimiento y de la razón independientemente de los objetos. A partir de allí
se infiere que aquellas investigaciones concernientes a la lógica deben ser hechas
sin interferencia de lo empírico, y que aquellas investigaciones que se refieren a sus
objetos y a sus leyes, a su vez deben dividirse en dos: por una parte aquella filosofía
que se ocupa de las leyes de la naturaleza (física), y aquella otra que se ocupa de
las leyes de la libertad (ética), que por excepción, requiere en parte del empirismo
porque debe determinar las leyes de la naturaleza a partir de la voluntad del hombre
y de una aplicación factual, pero su hilo conductor debe ser una filosofía con una
teoría derivada de principios formales y metafísicos (objeto del entendimiento) a
priori.

La división de aquel estudio en mención debe ser explicado, según Kant, para
entender por qué el estudio racional de la moral debe anteceder lo empírico de la
antropología práctica. Y es así, que realiza una analogía con la división del trabajo
que permitió que las tareas y medios que se dirigían a un fin eran más eficaces si a
cada parte se le asignaba un trabajo en específico para agregar al capital constante
un valor agregado al producto final. Contrario a lo que sucedería si dicho trabajo
fuese un artífice universal. Por ello, es que en el estudio de las ciencias de la física
y la ética se debe dedicar la actividad del pensamiento primero a una metafísica de
la naturaleza antes que a la física, y una metafísica de las costumbres antes que a
una antropología práctica (ambas desligadas de todo lo empírico).

Kant (2007) preguntará: “¿No se cree que es de la más urgente necesidad el


elaborar por fin una filosofía moral pura, que esté enteramente limpia de todo cuanto
pueda ser empírico y perteneciente a la antropología?” A lo que responde que debe
ser así ya que se advierte que una ley para valer moralmente tiene que llevar
consigo una necesidad absoluta, como se observa en el siguiente ejemplo: “no
debes mentir, no tiene su validez limitada a los hombres, como si otros seres
racionales pudieran desentenderse de él, y asimismo las demás leyes propiamente
morales” (Kant, 2007:3). Por ende, el construir una moral de tal tipo debe ser
realizada. Además, hace dos salvedades, por una parte: que, si se tiene en cuenta
dicho propósito, pero basado en la experiencia, se tendrá como resultado una mera
regla práctica pero jamás una ley moral; y por otra parte, que dicha investigación no
puede dirigirse meramente a los hombres de acuerdo a sus circunstancias, sino a
priori únicamente hacia los conceptos de la razón pura.

Consecuentemente, una filosofía moral como la que se menciona debe descansar


enteramente sobre su parte pura, dadora de leyes a priori al hombre. Por ende, se
quiere un Juicio mesurado y resistente, nutrido por la experiencia, y así saber en
cuáles y en qué casos tiene aplicación para su posible realización. De no ser así,
habrá lugar para la corrupción en los actos mientras falte un imperativo que permita
el exacto enjuiciamiento de los casos. En los siguientes términos lo dirá Kant (2007):

(…) esta metafísica deberá, pues, preceder, y sin ella no podrá haber filosofía moral
ninguna, y aquella filosofía que mezcla esos principios puros con los empíricos no
merece el nombre de filosofía -pues lo que precisamente distingue a ésta del
conocimiento ordinario de la razón es que la filosofía expone en ciencias separadas
lo que el conocimiento ordinario concibe sólo mezclado y confundido-, y mucho
menos aún el de filosofía moral, porque justamente con esa mezcla de los principios
menoscaba la pureza de las costumbres y labora en contra de su propio fin.

Por lo que aquella búsqueda de la ley moral en su pureza y esencia debe hacerse
en una filosofía pura, y no en una filosofía práctica universal, que considere el querer
en general. Kant, dirige su ataque a Wolff3 porque parece ser que este no diferencia
entre la filosofía práctica universal de la metafísica de las costumbres, como
tampoco diferencia entre la lógica universal (reglas y acción del pensar en general)
y la filosofía trascendental (reglas y acciones particulares del pensar puro), lo que
lo lleva a interpretar o tener en cuenta aspectos psicológicos que no son relevantes
en la construcción de ideas y principios de una voluntad pura. Según Kant, Wolff

3(Christian Freiherr von Wolff o Wolf; Breslau, 1679 - Halle, 1754) Jurista, matemático y filósofo
alemán.
reconoce los motivos como un todo, sin distinguir los motivos empíricos que se
elevan a universales, y aquellos motivos que en sí son representados enteramente
a priori solo por el entendimiento. Es decir, su dificultad reside en no interpretar el
origen de cada uno de los motivos y su relación con la obligación moral, porque
siendo así podrían tener origen tanto a priori como a posteriori.

Concluyentemente, Kant, postula que el fundamento de la metafísica de las


costumbres es la razón pura práctica; afirmando que se hace más necesaria que el
estudio de la metafísica de la naturaleza (meramente dialéctica) porque la moral
puede ser conducida a mayor exactitud y precisión al acomodarse al entendimiento
ordinario. La determinación del principio supremo de la moralidad, y volver
sintéticamente de la comprobación de ese principio, y de los orígenes del mismo
hasta el conocimiento ordinario, será el método para conducir el razonamiento moral
con justeza para alcanzar el pensamiento superior que propugna la Ilustración.

CAPÍTULO 1
TRÁNSITO DEL CONOCIMIENTO MORAL ORDINARIO DE LA RAZÓN AL
CONOCIMIENTO FILOSÓFICO

En el presente capítulo Kant se encargará de mostrar aquel camino a través del cual
la razón práctica puede resolver los diferentes conflictos en los que se ven
inmiscuidas las acciones humanas, para así alcanzar un comportamiento
mesurado, y, además, a través de la experiencia en el uso de aquel tipo de
razonamiento irse familiarizando con el conocimiento filosófico. Para conseguir
dirigir aquel camino, se debe ser consciente que la razón ordinaria debe acudir a la
crítica de la razón para aprehender con mayor certeza el significado de las
preguntas y proposiciones sobre los verdaderos principios morales.

La presente investigación no residirá en ahondar en la crítica de la razón pura, sino


en encontrar entre la dialéctica de la naturaleza cuál es el factor determinante de la
voluntad, fundamento de toda acción. Es decir, al establecer un principio general en
el que se relacionen los dones de la naturaleza y la buena voluntad, se podrá
encontrar una regla moral para la consecución de las acciones del ser racional.

La buena voluntad puede considerarse como buena sin restricción de los mundos
posibles, y así sucede con los dones de la naturaleza, la riqueza y la felicidad; ya
que sin una buena voluntad que los rectifique, pueden llegar a ser
extraordinariamente malos y dañinos, o estar dotados de arrogancia. Por otra parte,
hay ciertas cualidades que son favorables para la existencia de una buena voluntad
y su acción, pero carecen de valor interno porque presuponen la buena voluntad.
Lo anterior se ilustra mejor, si tomamos como ejemplo a un sujeto cuya personalidad
esté dotada de un control de sus pasiones, de una reflexión sensata, es decir,
cualidades de un sujeto que parece destinado a poseer el principio de su buena
voluntad, pero sus acciones son resultado de unas intenciones perversas de un ser
de sangre fría.

Independientemente de lo que se realice o de su adecuación respecto al fin


propuesto, es más valiosa que el conjunto de todas las inclinaciones la buena
voluntad. La esterilidad o utilidad no le agregan o le quitan nada a su valor absoluto,
ya que es muchísimo más valiosa poseerla en sí.

Al presentarse la razón como directora de la voluntad, se puede sospechar que


aquel fundamento comentado sea una mera fantasía y producto de una
interpretación errónea del propósito de la naturaleza.

Sería entonces, una mala interpretación pensar que la razón tiene como propósito
buscar la propia conservación; ya que, la felicidad sería la más idónea si pensamos
en un instrumento para un fin de un ser que en sus disposiciones naturales está
organizado para la vida. Esto es así, si entendemos que, si el fin es la felicidad, el
instinto sería el llamado a prescribir su regla de conducta y todas sus acciones que
concuerden con su propósito. Y la razón, en este ámbito de la conservación, sólo
tendría la disposición de regocijarse y dar gracias a la causa de su felicidad, sin
someter la facultad de desear. No obstante, de ser así, “la naturaleza habría
impedido que la razón se volviese hacia el uso práctico y tuviese el
descomedimiento de meditar ella misma, con sus endebles conocimientos, el
bosquejo de la felicidad y de los medios a ésta conducentes” (Kant, 2007: 9).

Si observamos de nuevo aquel principio en mención, a veces se nos puede hacer


dificultoso pensar en la razón como el instrumento que tenga como finalidad la
felicidad, si en ocasiones encontramos que un sujeto que se dedica a cultivar la
razón, y que además se preocupa por gozar de la vida y alcanzar la felicidad, por lo
general se encuentra con una mayor insatisfacción. Los más experimentados en la
razón acaban odiando la razón misma, y envidiando a aquel hombre vulgar, al que
le llevan ventaja en cuanto a las penas y dolores.

Antes bien, parece ser la razón práctica el instrumento más adecuado cuando lo
que se busca es ser consecuente, respecto al digno propósito y finalidad para la
vida, con los juicios que se hacen respecto a las acciones humanas. Ya se
mencionó, entonces, que no es la mera razón dicho instrumento porque al dirigir la
voluntad lo que hace es multiplicar las necesidades y su satisfacción; cosa que no
sucede con la razón práctica, ya que es una facultad que tiene el influjo sobre la
voluntad, y su destino es hacerla buena. Por lo tanto, la buena voluntad, producto
de la razón práctica, viene a ser el bien supremo y condición de cualquier otro,
incluso del otro instrumento dispuesto para un fin: la felicidad.

Lo dicho hasta aquí, nos permite afirmar que la buena voluntad se encuentra en el
sano entendimiento natural, y como tal no necesita ser enseñada, sino explicada
porque se encuentra en cada ser racional. Y esto es así, porque es el deber, como
concepto, el que está contenido en una buena voluntad. Por lo tanto, se hace
menester investigar en qué consiste el deber, y qué relación existe con la buena
voluntad. A causa de ello, para empezar dicha tarea se deberá tener en cuenta, que,
en esta indagación sobre el concepto del deber, no se tendrán en cuenta dos
acciones; a) primero, aquellas acciones conocidas que suponen la existencia del
deber, pero porque se dan en contra de este; b) y segundo, aquellas acciones que
se llevan a cabo por la mediación de otra inclinación, que son “conformes al deber”,
y que por tanto, no aparecen como inclinación inmediata. Por ejemplo:
(…) es, desde luego, conforme al deber que el mercader no cobre más caro a un
comprador inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante
avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio fijo para todos
en general, de suerte que un niño puede comprar en su casa tan bien como otro
cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente. Mas esto no es ni mucho
menos suficiente para creer que el mercader haya obrado así por deber, por
principios de honradez: su provecho lo exigía; mas no es posible admitir además
que el comerciante tenga una inclinación inmediata hacia los compradores, de
suerte que, por amor a ellos, por decirlo así, no haga diferencias a ninguno en el
precio. Así, pues, la acción no ha sucedido ni por deber ni por inclinación inmediata,
sino simplemente con una intención egoísta. (Kant, 2007:11)

En la ilustración anterior, podemos observar que dicha acción es conforme al deber


porque así, en el mercado, más clientela irá a tener por manejar un precio justo; lo
que es a fin a sus intenciones de acumular capital. Es decir, es fácil distinguir si su
acción es conforme o no al deber, porque se evidencia una intención egoísta de
enriquecerse.

En cambio, diferente y más difícil de saber, resulta de aquellas acciones que son
conformes al deber y además hay una inclinación inmediata, como se evidencia en
lo que sigue:

Conservar la vida es un deber y es una inmediata inclinación a hacerlo, pero aquel


cuidado angustioso no tiene ningún valor interior, y la máxima de su cuidado carece
de contenido moral; por ello es “conforme al deber”, y no “por deber”, por ejemplo:
“cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre
todo el gusto por la vida” (Kant, 2007:12), si este hombre además de desalentado,
desea la muerte, y conserva su vida, sólo por deber, sin que medie la inclinación del
amor hacia su propia vida o hacia el miedo de morir, entonces allí su máxima tiene
contenido moral.

Siguiendo con los ejemplos, Kant se va a referirse a una actuación benéfica, y


considerará lo siguiente: aquellos que hacen actos de beneficencia merecen
alabanzas y estímulos, pero no estimación; ya que les falta la máxima de contenido
moral. Dichas acciones al realizarse tienden hacia alguna inclinación, como el
regocijo que encuentran en la felicidad o contento del otro; y por tanto, es una acción
alejada del contenido moral, porque no se realiza “por deber”. Caso contrario
sucede, cuando dicho filántropo logra desasirse de esta mortal sensibilidad, y realiza
la beneficencia sin ninguna inclinación, lo que lo volverá poseedor de su verdadero
valor moral.

Por lo anterior, al parecer aquellos hombres cuya naturaleza se caracteriza por poca
simpatía, y un temperamento frío e indiferente a los dolores ajenos, que exigen en
los demás la misma paciencia y fortaleza ante dicho malestar existencial, le harán
preguntar a Kant (2007): “¿no encontraría, sin embargo, en sí mismo cierto germen
capaz de darle un valor mucho más alto que el que pueda derivarse de un
temperamento bueno?” (p.12). Sí, lo encontrarían, según lo hasta ahora analizado,
porque poseen el verdadero, o supremo, carácter moral de hacer el bien por deber,
porque su actuación es ajena a todo tipo de inclinación: es un sujeto caracterizado
por un temperamento apático hacia el bienestar ajeno, atributo que lo hace
poseedor de un valor por encima de los derivados de una personalidad buena.

Al extremo de este individuo en mención, se encuentra aquel que además de


descontento con su estado se ve apremiado por muchos cuidados sin satisfacer,
por tanto, sus necesidades; y que lo llevan a la tentación de infringir los mandatos
de la buena voluntad. No está demás mencionar que, asegurar la felicidad es un
deber, y los hombres tienen cierta inclinación hacia la felicidad, pero esta puede
perjudicar algunas otras inclinaciones, por ende, no puede hacerse un concepto
seguro y determinado de la satisfacción de todas ellas, bajo el nombre de felicidad.
Por ejemplo:

“-Un hombre que sufra de la gota- puedan preferir saborear lo que les agrada y sufrir
lo que sea preciso, porque, según su apreciación, no van a perder el goce del
momento presente por atenerse a las esperanzas, acaso infundadas, de una
felicidad que debe hallarse en la salud” (Kant, 2007:13).

Sin embargo, en este caso, queda como en los demás casos la ley de preservar
cada cual su propia felicidad por deber, porque la universal tendencia a la felicidad
y la salud no determinan ni entran en los términos de la apreciación para su acción.
Luego, se ocupará Kant de las Escrituras para aseverar que el amor por inclinación
no puede ser mandado, cuando se dice que amemos al prójimo, incluso al enemigo.
Es amor práctico hacer el bien por deber indistintamente de la inclinación que se
dirija a ello y se oponga a una aversión natural e invencible. Por tanto, si este amor
se funda en los principios de la acción, puede ser ordenado.

La segunda proposición, de acuerdo con lo mencionado, será que toda acción


hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que esta versa como medio,
sino en el máximo por la cual ha sido resulta. Esta es valiosa por el sólo principio
del querer, que prescinde de todos los objetos del desear. Por ello cuando se
piensan las acciones y sus efectos como motores y fines no son de ningún valor
absoluto y moral; porque todo tipo de acción por sí no debe ser la causa, ni las
consecuencias sus fines, porque de ser así, no se estaría siendo fiel a una máxima
que permita su resolución. Y en ello consiste el principio de la buena voluntad, que
al encontrarse entre su principio a priori y su influencia a posteriori, será
determinada por el principio formal del querer en general.

Luego, la tercera proposición será: El deber es la necesidad de una acción por


respeto a la ley (Kant, 2007:14). Proposición que debe interpretarse en la medida
que se entienda el objeto, efecto de la acción de mi propósito, hacia el cual puedo
tener inclinación, pero nunca respeto: porque el objeto adepto de mis inclinaciones
existe en la medida que es un propósito propio y no por una coerción del respeto.
Así, por inclinación mía, que es en general, puedo aprobar determinada inclinación,
y si es de otro, puedo considerarla favorable a mi provecho, pero en ningún caso
considerarla por respeto. Se infiere, entonces, que el objeto del respeto sólo es
aquello que se relacione con la voluntad como fundamento, y que, además, domine
la inclinación o que logre descartarla por completo. En consecuencia, lo que ha de
determinar mi voluntad objetivamente, es la ley; y subjetivamente, es el respeto puro
a esa ley práctica.

Así las cosas, entenderemos por máxima el principio subjetivo del querer; el
principio objetivo —esto es, el que serviría de principio práctico, aun subjetivamente,
a todos los seres racionales, si la razón tuviera pleno dominio sobre la facultad de
desear— es la ley práctica (Kant, 2007:14).

En lo referente al respeto, para interpretar más acorde a los términos la máxima


anterior, es importante mencionar que el reconocimiento de una ley se asume con
respeto, ya que es la subordinación de mi voluntad consciente a una ley; es decir,
dicho respeto, como efecto, es la representación de un valor que menoscaba el
amor que me tengo a mí mismo, ya que es una consecuencia de mi propia voluntad.

Pero, y entonces, vuelve a preguntar Kant (2007): “¿Cuál puede ser esa ley cuya
representación, aun sin referirnos al efecto que se espera de ella, tiene que
determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin
restricción alguna?” (p.15). A la cual no queda si no responder que es aquella, que
es el único principio de la voluntad: “La universal legalidad de las acciones en
general” (p. 15), lo que se irá volviendo explícito en lo restante del presente texto.

Por lo tanto, mi modo de actuar en el mundo deberá ser pensada de modo que
pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal; es necesario así,
formular la universal legalidad de determinada acción, si no se quiere hacer del
deber una mera ilusión. Y esta formulación le permitirá a la razón ordinaria hacer
concordar sus juicios con dicha máxima de la ley universal. Por ejemplo, en el apuro
en que me encierre determinada situación se podrá hacer una promesa a sabiendas
de no cumplirla; y allí, debo hacer la diferencia de si es prudente o si es conforme
al deber hacer dicha promesa, y así darle un valor a dicha pregunta. Esta actuación
sagaz puede librarme del apuro, pero puede ser muy perjudicial en el futuro, y
aunque todas las consecuencias son imprevisibles, basta con notar que la confianza
en mí mismo se puede perder. Por lo visto, sería más prudente universalizar la
máxima en la que la acción quede determinada por no prometer algo si no con el
propósito de cumplir, porque de no ser así me vería envuelto en diferentes
circunstancias en las que ninguno de los hablantes creería en las promesas del otro
ni en las de sí mismo.

Pero pronto veo claramente que una máxima como ésta se funda sólo en las
consecuencias inquietantes. Ahora bien; es cosa muy distinta ser veraz por deber
de serlo o serlo por temor a las consecuencias perjudiciales; porque, en el primer
caso, el concepto de la acción en sí mismo contiene ya una ley para mí, y en el
segundo, tengo que empezar por observar alrededor cuáles efectos para mí puedan
derivarse de la acción. (Kant, 2007:16)

Lo que queda de ello es que: si me aparto del deber, seguramente será malo dicho
actuar. Porque si al tornarse ley universal mi máxima, esta se destruye a sí misma,
entonces no está siguiendo los preceptos de la buena voluntad de la razón práctica.

Para concluir, y de acuerdo con el propósito del capítulo, Kant plantea que a pesar
de que el ser racional sea inexperto en lo que ocurre en el mundo, y no preparado
para los sucesos que han de llegar, sólo basta con preguntar: “¿Puedes creer que
tu máxima se convierta en ley universal?” (p.16) Si la respuesta es negativa, esto
es así porque no puede estipularse como principio en una legislación universal. Es
decir, una vez apartado de las máximas que radican en las necesidades e
inclinaciones, la filosofía práctica puede esbozar mejor el origen de determinado
principio moral. Por lo tanto, la necesidad que hay en mis acciones por puro respeto
a la ley práctica es el constituyente del deber; condición de la voluntad buena en sí,
a la cual la razón me impone respeto inmediato. No obstante, dicho fundamento
puede ser investigado por el filósofo, pero con fines del entendimiento ordinario
dicho fundamento basta; para que, a pesar de la fuerza contraria de la felicidad, no
se vulgaricen las leyes del deber. Aunque la construcción práctica ordinaria deberá
hacerse consciente de la necesidad de someter constantemente nuestra razón a
una crítica para salirse así de las necesidades y pretensiones de la naturaleza
humana, e ir en búsqueda de los verdaderos principios morales.

Bibliografía

Immanuel Kant. (2007). Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres.


Puerto Rico: Pedro M. Rosario Barbosa. PDF

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