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EDITORIAL Verbum
© José Luis Villacañas Berlanga, 2013
© Editorial Verbum, S.L., 2013
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Índice
Prólogo...................................................................................... 9
Capítulo I
DIFICULTADES AL INICIO: INSTANTES GOZOSOS................ 25
1. La Ilustración radical.......................................................... 25
2. Una nueva Dulcinea............................................................. 27
3. El don y el cáliz................................................................... 30
4. Todo delirio encuentra su manía...................................... 36
5. La doble inluencia de Rousseau sobre Kant...................... 37
6. Educación y política........................................................... 43
Capítulo II
LA DIFICULTAD DE LA EDUCACIÓN ILUSTRADA:
HISTORIA POLÍTICA........................................................ 49
1. Supersticiones contemporáneas sobre la historia............... 49
2. Enredos en la ilosofía de la historia................................... 54
3. Fin en sí mismo desde siempre............................................. 58
4. Fin en sí, imaginación y ley.................................................. 64
5. El inal del orden animal: sociedad..................................... 68
6. La dinámica y la mecánica social........................................ 73
7. Historia de la libertad y republicanismo............................. 75
8. Historia política como ciencia............................................. 84
9. Historia política cosmopolita................................................ 88
Capítulo III
DIFICULTADES CON LA POLÍTICA ILUSTRADA................ 93
1. Círculos viciosos repetidos y acumulados............................. 93
2. La ruptura de la mimesis imperial....................................... 97
3. El caso hispánico.................................................................. 101
4. Trauma.................................................................................. 105
5. Urgeschichte......................................................................... 109
6. Excursus: el concepto de estilo.............................................. 114
7. Toledo 1448........................................................................... 116
8. El escándalo de Joseph Roth................................................ 124
9. Volver al principio................................................................ 129
Capítulo IV
DIFICULTADES CON LA MORAL.
LO SUBJETIVO, LO GENÉRICO, LO COMÚN.............. 143
1. Inteligencias.......................................................................... 143
2. ¿Qué nos hace sujetos dignos?............................................ 147
3. Naturalezas.......................................................................... 150
4. Zuerst ist das Gebot. Die Menschen kommen später.... 154
5. Fines objetivos y subjetivos................................................ 157
6. Diicultades en la práctica.................................................. 165
7. Democracia.......................................................................... 172
8. ¿Pero Kant no era liberal?................................................... 176
9. Communio y commercium.............................................. 182
10. Despotismo espiritual......................................................... 191
11. ¿Hacia Weber?..................................................................... 198
Capítulo V
DIFICULTADES CON LOS PODERES ILUSTRADOS............ 203
1. Algo más que un mito............................................................. 204
2. Unas pocas zonas iluminadas.............................................. 210
3. Oscuridad que genera oscuridad......................................... 216
4. Comodidad............................................................................ 221
5. Valor y seguridad................................................................... 231
6. Kant se desvincula de Platón................................................ 234
7. Es ‘casi’ inevitable.................................................................. 242
8. Acumulación de improbabilidades........................................ 249
9. Esquizofrenias....................................................................... 251
10. La Ilustración animosa........................................................ 257
11. El republicanismo apunta................................................... 266
Conclusión................................................................................ 281
prólogo
9
10 José Luis Villacañas Berlanga
Pero si no hay dolor, si sólo hay goce en el delirio, entonces no hay cura
posible. El delirio privado que imposibilita una cura cooperativa ya es
en cierto modo una cura especial. Esto es: sólo se curan los que están en
cierto modo sanos. Los que están en su delirio, sin embargo, parece que
no necesitan nada más. Sin embargo, en tanto delirio, la suya es una cura
genérica, no personal.
Pero Kant todavía se encaró con otras diicultades en su libro El Con-
licto de las Facultades. En éste, mucho más a la defensiva, reconoció que
bien podía ser que todos los doctos y expertos de las facultades recibieran
la orden de la superioridad de no publicar nada para el mundo de lecto-
res, según aquello que Kant llamó uso público de la razón. Esta medida
implicaba un serio contrapié al programa ilustrado. Sin embargo, Kant
recompuso su posición. Consideró que esta orden de la superioridad a sus
funcionarios no podía aplicarse jamás a los de la facultad de Filosofía.
No se logra saber muy bien por qué reclamó este privilegio. Argumentó
que, en caso de que lo hiciera, el gobierno iría “en contra de su auténtico
propósito”, como si el gobierno pudiera aceptar que alguien diferente de
él pudiera tener conocimiento de cuál era su “auténtico propósito”. El
caso es que Kant llamó a una orden tal ilegítima y habló de estado de ex-
cepción por el cual se violaba la vieja constitución universitaria alemana.
Su idea era que la Facultad de Filosofía se ocupa de “doctrinas que no son
adaptadas en función de una orden superior”2. En realidad, esto era una
excusa. Lo que quería decir Kant es que esta Facultad se ocupa de la ver-
dad. De tal manera que la divisa de la Ilustración “atrévete a saber”, en el
fondo quería decir “mantén un compromiso con la verdad” y esto a su vez
venía a concretarse en “sé ilósofo”. Pues con toda claridad dijo que “la
facultad de ilosofía puede reclamar [la presencia de] cualquier disciplina
para someter a examen su verdad”3.
Ahora bien, frente a la anterior divisa del ensayo de 1784, ahora no
se trataba de que el análisis ilosóico se hiciera público. En realidad, Kant
había concluido que el pueblo sólo quiere ser guiado y que especialmente
le gusta la minoría de edad. Así que la ilosofía debía elevarse hacia los
funcionarios de las facultades de derecho, teología y medicina, para ilus-
2
Inmanuel Kant, El Conlicto de las Facultades, ed. de R. Rodríguez Aramayo, Madrid,
Alianza, 2003, p. 75.
3
El Conlicto, ed. cit., p. 77.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 15
trarles acerca de su verdad. Sin embargo, que esta verdad se incluyera en
sus manuales, doctrinas, catecismos, y libros de higiene, no estaba garan-
tizado. Esto a su vez dependía de la orden del poder, primero, y de que los
demás doctos fueran receptivos de la ilosofía. En suma, Kant creía que
desde los funcionarios hasta el rey estarían interesados en un régimen de
verdad que vendría dictado por la facultad inferior de los ilósofos. Esto
sería así porque el gobierno sabe mejor que nadie que no puede vivir sin
un régimen de verdad. El problema es si el gobierno elige el régimen
despótico de las facultades superiores o el régimen crítico de la Facultad
inferior. Es de suponer que este tema fuera muy querido para Foucault.
Podemos creer por un momento que este asunto de la Facultad infe-
rior de Filosofía nos concierne de forma central. Sin embargo, no estoy
seguro de que hoy sea así. Y la situación que se ha creado con ello, añade
ulteriores diicultades a la Ilustración, porque mientras tanto el régimen
de la verdad se ha escindido de tal modo que la razón no signiica nada
entre los contemporáneos. Nadie cuida de someter cualquier disciplina a
su condición de verdad. Si se recuerda, la Facultad de Filosofía se siente
concernida por todas las disciplinas históricas. Esto es, la facultad tiene a
su cargo la verdad sobre la historia del poder, del código, de la religión y
del ser humano. En esta dimensión histórica también cabe incluir la his-
toria natural, la historia de la relaciones entre el ser humano y otros ani-
males y entre él y la Tierra y cosas así. Kant parece sostener que el poder
tiene como su verdadero interés que el ilósofo le diga su propia historia
y su propia verdad. Aquí, sin duda, resonaban los ecos de la necesidad de
que una cabeza ilosóica se ocupara tanto de la historia universal en sen-
tido político cuanto de la historia natural, desde el Big Bang hasta la an-
tropogénesis. Las diicultades se amontonan entonces. No sólo el ilósofo
ya no se dirige hacia los menores de edad, no sólo no toma contacto con
el público, tampoco se dirige a las demás Facultades, y tiene que habitar
en un mundo del que ha desaparecido todo régimen de verdad, a favor de
un régimen de administración. Pues la verdad debe ser pronunciada por
quien la logra; la administración debe ser aceptada y obedecida por quien
recibe la orden. Que el poder sea por una parte despótico en regular las
Facultades superiores, y liberal al regular la inferior, es un espectro. El
poder se siente más seguro si todo régimen de verdad desaparece bajo un
régimen administrativo.
16 José Luis Villacañas Berlanga
14
Gobierno de sí, p. 31.
15
Daímon, p. 8.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 21
más bien de la no-ilustración? Sin embargo, esto no es lo importante, sino
esto otro: ¿acaso no reparó la Ilustración en las diicultades de ser escu-
chada si sólo contaba con una mala retórica? Así que, más bien que una
genealogía de la modernidad suicientemente asentada, una genealogía
de las diicultades de la Ilustración, tal vez. Una genealogía de la rever-
sibilidad de la modernidad o mejor todavía, una genealogía del no-inicio
de la modernidad. ¿Otra forma de explicar la jaula de hierro weberiana,
de explicar la dialéctica de la Ilustración? Cierto, pero también de expli-
car que a esa jaula ha cooperado la propia dialéctica de la Ilustración, la
desvinculación precipitada de la Ilustración ante una diicultad que ella
misma había producido.
En Foucault, desde luego, hay algo así, pero su grandeza reside en
que hay mucho más. Tras decir que la crítica se había orientado hacia la
deinición de la ciencia, la técnica, las estructuras administrativas y es-
tatales —justo lo que se denunciaba en El Conlicto— se preguntó cómo
la racionalización conduce al furor del poder. Aquí hizo su homenaje a
Heidegger. Esto parecía prometer a la vez una genealogía de la Ilustra-
ción y de las diicultades de la Ilustración. Entonces citó a Max Weber.
Era demasiado fácil, pero lo dijo. A una pregunta de Henri Gouhier que
vinculaba la emergencia de la crítica al poder pastoral en el siglo xV y la
Reforma, con la renovación del socratismo como esquema de la crítica
occidental [“podría usted retomar su análisis si hiciese una exposición so-
bre Sócrates y su tiempo”16], Foucault, anticipando sus cursos ulteriores,
asintió que “éste es, en efecto, el verdadero problema”. Entonces pensó
que el problema de Sócrates, sin anacronismo, era el de Kant. Balbucien-
do, dijo algo así: quizá esa fuera la operación de Heidegger al interrogar
a los presocráticos. No podemos saber si Foucault estaba contraponien-
do dos tradiciones contradictorias para él. De forma clara lo eran. Como
este ensayo demostrará, el comparativo de Kant es Platón, aunque ambos
escrutan la experiencia de Sócrates. Todo esto anticipa desde luego los
últimos cursos de Foucault. Pero la pregunta verdaderamente relevante
de Foucault consistió en plantear de forma adecuada la pregunta, no por
la Ilustración, sino por aquello que la lleva al fracaso. Al principio de la
primera sesión del Gobierno de sí, mientras diferenciaba su método de la
historia de las mentalidades, del análisis de las ideologías, y de la historia
16
Daìmon, pp. 20-21.
22 José Luis Villacañas Berlanga
las estrategias que median en los procesos históricos que lo hacen proba-
ble e improbable, aceptable e inaceptable. En suma, las tres “dimensiones
necesariamente simultáneas del mismo análisis”19 histórico-ilosóico, en
su relación, no hablan sino de las diicultades de la Ilustración. Pero si el
cronotopo del tiempo histórico está amenazado, las diicultades con la
Ilustración se multiplican porque entonces es imposible incluso el análisis
acerca de la historia de sus diicultades. Desde luego, el presente sin pasa-
do habrá desaparecido en eso que Agamben llama “el tiempo que resta”,
y todo se habrá convertido en piedra. Quizá entonces la Ilustración tenga
que asumir la peor de las retóricas, la de quienes claman en el desierto.
Quizá entonces nos demos cuenta de que la retórica de la Ilustración ha
equivocado su camino. A in de cuentas, quizá se trate sólo de retórica,
no de su verdad, que sin condición histórica pierde también lo que pueda
ser el error. Por eso quizá también haya algo más y no sólo una debilidad
retórica. Debemos ir más allá del problema de la modernidad, más allá
del tiempo histórico, más allá del trabajo histórico-ilosóico; más lejos
de la teoría del concepto de la ilosofía clásica y de la teoría de la historia,
hacia una verdad que haga pie en la versatilidad casi proteica del animal
humano y sus tenebrosas posibilidades. Pero incluso entonces ya estere-
mos en una antropología ilosóica que todavía, mientras sea posible, po-
drá encontrar alguna modalidad de lo preferible. Ahora bien, lo deseable
supone una insistencia en las funciones vitales de la inteligencia (en la
línea de Ortega, tan cercana). Esa antropología todavía histórica podría
ser una antropología política. Así se podría reunir el programa de Kant,
Blumenberg y Koselleck. La verdad que de ahí emergiera podría disponer
de una adecuada retórica capaz de producir efectos materiales en algo
que no puede ser sino una teoría de la educación basada en la voluntad de
no olvidar a Freud. Así que quizá la retórica de la Ilustración ha fallado
por un fracaso en la teoría, pero en todo aún necesitaría de una retórica
adecuada, pues ya se dejaría ver cómo una adecuada teoría del concepto
no puede abrirse camino sin una teoría de la metáfora. Acertar con ella es
la última de las diicultades que deseaba señalar. Porque aunque este libro
no se propone resolver estas diicultades, sí al menos se coloca en la línea
de identiicarlas.
19
Daìmon, p. 16.
Capítulo I
DIFICULTADES AL INICIO: INSTANTES GOZOSOS
Al contrario que don Quijote, que se lanza a una vida expuesta a to-
das las compañías y abierta a todos los vientos del mundo, y en la que sólo
puede obtener magulladuras, Rousseau ha ido de los libros a sí mismo,
y no de los libros al mundo. Ambos están completamente indispuestos
contra la miseria de la realidad. Sin embargo, por la injusticia del mun-
do uno ha deseado cambiarlo, mientras Rousseau se ha camulado en su
obra. Uno, don Quijote, se entrega a la muerte con las manos vacías. Otro,
el ginebrino, tiene unas Obras Completas. Uno pasa por ser el personaje
icticio de un mero libro que es una humorada, y los libros del otro se
suponen que son la base de las transformaciones humanas y sociales de
lo moderno, la Biblia de la crítica radical, la base normativa de la actitud
ilustrada. En realidad, los dos, Rousseau y don Quijote, son seres icticios
y literarios. Sus experiencias han marcado las formas de relatar la vida
europea más que la forma de vivirla. En el caso de Rousseau, nos ha
transmitido una forma de lo que es valioso y decisivo, radical y esencial
en el ser humano. En el caso de don Quijote, nos ha transmitido que, más
allá de la crítica radical frente al mundo, la actitud básica y deinitiva es
el humor. Nosotros todavía deberíamos preguntarnos si ese componente
del humor de don Quijote forma parte de una Ilustración que controla su
propia práctica.
3. El don y el cáliz. Hay en la citada carta de Rousseau a Malherbe
un ejercicio de autorrelexión, de autoconciencia, que aspira a presentar
las condiciones de posibilidad de su enfermedad y describir lo productivo
de la misma. No es de menor importancia que una de esas condiciones se
caracterice como “feliz azar”. Este decidió su vida, según nos coniesa.
Podemos trazar un cierto paralelismo entre azar y gracia y así movernos
siempre en el horizonte reformado. Lo que nos constituye no está de-
terminado ni dominado por nosotros mismos. Por eso sus efectos sobre
nuestra subjetividad son tan poderosos e inapelables. No debemos olvidar
este detalle. Reposamos sobre un acontecimiento que no tiene causalidad
deinida, que surge del fondo misterioso de las cosas como por un asalto
salvaje e invencible de la realidad. Sin embargo, de este acontecimiento
azaroso se deriva la decisión. Antes de él, Rousseau estaba indeciso entre
amar y odiar a los contemporáneos, entre relacionarse con ellos desde el
sentimiento o desde la implacable razón. Tras el feliz azar, la decisión se
deriva de forma natural e inapelable. Lo más sorprendente que se puede
decir de los efectos de ese acontecimiento es que constituye a la sub-
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 31
jetividad para toda la eternidad, otro elemento que nos permite recono-
cer en él la faz de la gracia. “Siempre lo tendré presente aunque viviera
eternamente”25. En realidad no había pasado tanto tiempo. El suceso feliz
había ocurrido en 1749.
La anécdota es conocida26. Rousseau va a visitar a Denis Diderot a la
Bastilla. En el bolsillo de su abrigo lleva un periódico, como el viejo Blai-
se Pascal sus oraciones y máximas, cosidas a su forro, siempre al alcance
de la vista. La diferencia entre la llamada graciosa que nos otorga el don
azaroso y el esfuerzo pelagiano se ha sustanciado aquí, en el método de
los dos personajes. Pascal debe esforzarse para no perder el rumbo en un
universo que de repente se ha vuelto tenebroso, confuso y amenazante.
Rousseau abre el periódico, algo así como una nueva Biblia, y la voz le
pide que responda, como Samuel contestó a la llamada que irrumpe en los
sueños. ¿Es que el establecimiento de las ciencias y las artes ha contri-
buido a perfeccionar las costumbres? Leer esta pregunta en el diario fue
una revelación. Duró un cuarto de hora exactamente. Determinó todo lo
que Rousseau tendría que recordar durante toda la eternidad. Allí, debajo
del árbol, haciendo un alto en el camino de la Bastilla, durante un cuarto
de hora, la mente de Rousseau rozó el ininito, como la de Descartes lo
hiciera en una noche confusa en un cuartel de la Guerra de los Treinta
Años. Ahora, si Pascal veía el espacio ininito del cosmos como una rea-
lidad inhóspita y feroz, Rousseau percibió el tiempo histórico como el
mismo escenario terrible y tenebroso. Esta es la parte feliz del azar. Lo
que Rousseau escribiría durante años no será sino el despliegue, la expli-
catio de este cuarto de hora ininito. Por eso su obra posee este indudable
carácter unitario.
Todavía más importante que este aspecto que sostiene su unidad
anímica, resulta para nosotros la dimensión violenta del proceso. Se han
puesto en marcha fuerzas que Rousseau no puede detener. La consecuen-
cia recuerda una vez más la ingenua y casi estúpida compulsión de los pu-
ritanos que siguen de por vida con su obsesión casi de forma automática,
como herramientas de Dios. Así, se nos dice: “me convertí en un autor a
pesar mío”27. Todo lo que escribió después se lo dictó la pasión, el ardor
25
J. J. Rousseau, Cartas Morales, p. 219.
26
Cf. E. Cassirer, “El problema Jean-Jacques Rousseau”, en Rousseau, Kant, Goethe,
Madrid, FCE, 2007, pp. 60 ss.
27
J. J. Rousseau, Cartas Morales, p. 220.
32 José Luis Villacañas Berlanga
Dejemos caer aquí una primera diferencia con Kant, y es curioso que
tenga que ver con el tiempo. Un hombre siempre pendiente del reloj no
habría caído en la inconsecuencia de narrar su experiencia una vez como
si durase media hora, y otra como si se limitase a un cuarto de hora. Pero
sea como fuere, durase un tiempo u otro, tenemos aquí la irrupción de lo
sobrehumano, real, de aquello que justo por ser lo radicalmente otro nos
28
En Confessions, OC., I, 513, Rousseau se reirió a este punto con fuerza: “Yo sabía que
todo mi talento no provenía sino de cierto enardecimiento del alma por las materias a tratar y
que sólo el amor hacia la verdad y lo bello pudo animar mi ingenio. [...] Se creía que yo podría
escribir por oicio, como el resto de los hombres de letras, cuando yo nunca he sabido escribir
sino por la pasión”.
29
O.C., V, 120.
30
J. J. Rousseau, Cartas Morales, p. 219. Para lo que sigue, pp. 147 y 337.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 33
constituye como nosotros mismos. Luego, la dinámica de la humanidad
sigue su curso fuera de control: esas lágrimas, turbación y presión del
pecho, ese aturdimiento y ebriedad, todo nos habla de la presencia de algo
sobrecogedor que, en su aspecto inhumano, nos hace portadores de una
verdad eterna. Es lo de menos que Rousseau ya forme parte de un uni-
verso mecánico, que tenga que asegurar la relevancia de su experiencia
por una invocación a la matemática. Han sido miles de luces las que ha
visto y las ideas se agolpan sin número en su mente, un viejo eco de la
analogía de las realidades cósmicas y las mentales. Con independencia de
cualquier otra consideración, lo decisivo es que esta experiencia le va a
ofrecer a Rousseau el comparativo ontológico de todo lo que tiene de va-
lor en su vida. En la iV de las Cartas morales todavía pudo decir a Sophie:
“Mi existencia no reside sino en mi memoria, no vivo más que de mi vida
pasada y su duración cesa de serme querida después de que mi corazón no
tiene nada nuevo que sentir”. Al inal de su vida, a la condesa de Berthier
dijo que la felicidad no era consecuencia de apilar placeres, sino que se
derivaba de “un estado permanente que no se halla compuesto de actos
distintos”. Apenas podemos tener dudas de que ese único acto, denso e in-
mutable, que reverberará a lo largo de su vida, era el que tuvo lugar aque-
lla tarde de la Bastilla. Si Rousseau escribe de forma persuasiva es, desde
luego, porque conecta con esta experiencia y la analiza, la despliega. Su
literatura ofrece un aspecto secuencial y humano a lo que, al presentarse
de forma unida y concentrada, tenía el aspecto inhumano y poderoso de
una intensidad sobrecogedora. Momento de ebriedad máxima, se va a
medir la vida por la cercanía con lo dado en esa experiencia. Desde este
momento, cualquier cosa que se presente como verdadera a sus ojos, ha
de tener este aspecto de la ebriedad. Si no es así, estaremos delante de una
escritura fría, mortal, despreciable. El carisma había iniciado de nuevo su
camino y su ambivalente destino.
Rousseau dijo una vez que había amado la verdad demasiado como
para no abjurar de la sátira31. Esto habría conmovido a Cervantes y le
habría hecho protestar porque, en verdad, él no estaba organizando una
sátira. El humor es otra cosa. Por eso, aunque estamos seguros de que el
tipo de auto-presentación literaria que nos propone Rousseau no merece
una sátira, tenemos dudas de que no sea el apropiado para responderlo
31
J. J. Rousseau, Cartas Morales, p. 240.
34 José Luis Villacañas Berlanga
35
Se puede ver este aspecto de la doctrina de Rousseau en Alessandro Biral, “Rousseau,
la sociedad sin soberano”, en Giuseppe Duso (ed.), El contrato social en la ilosofía política
moderna, Valencia, Res Publica, 2002, pp. 193-241.
36
J. J. Rousseau, Cartas Morales, p. 327.
37
J. J. Rousseau, Cartas Morales, p. 336. Para lo que sigue, pp. 225, 352, 214, 226, 227,
212, 145.
36 José Luis Villacañas Berlanga
particular, casi perenne, con las fantasías de don Quijote. Sin embargo,
hay algo así como un genio del lugar, un espíritu telúrico que parece di-
ferenciar la lectura de Rousseau respecto de la de Cervantes. Aquello que
se había dado cita como suceso cósmico en el pecho de Rousseau frente
a la Bastilla, cincuenta años más tarde, exactamente, era una agitación
que reducía a polvo la misma fortaleza donde otrora Diderot estuviese
preso, pagando por publicar la Carta a los ciegos. Mientras, un poco an-
tes, Rousseau pasaba los últimos años de su vida entregado a los lirios
del campo. Hay una última cristología en este entusiasmo por la planta
perfecta, y es curioso que esa magníica descripción del lirio que tenemos
en la primera carta de las que dedica a la botánica, en 1771, acabe de
esta forma. “El lirio, que he escogido por ser su estación, adolece de una
parte constitutiva de la lor perfecta, a saber el cáliz”. Y era así. Para ser
metáfora perfecta de la vida humana, toda planta, como toda vida, debía
tener su amargo cáliz. En su retiro, por in en su refugio, tampoco la de
Rousseau lo tenía. En efecto, esta vida retirada le ayudaba a Rousseau a
soportar y olvidar lo que entendía que era el duro trago de la persecución
general de los contemporáneos.
4. Todo delirio encuentra su manía. “Si hubiera que borrar del mun-
do las huellas de mis locuras...”, dice Rousseau, ya sin esperanzas de lo-
grarlo, a Malherbes, el 4 de enero de 1762. Su prestigio reside sobre todo
en que jamás ha querido llevar a la práctica ninguna de sus ensoñaciones.
Por eso no fue un fracasado, como Maquiavelo. La vida activa no tienta al
ginebrino. Se ha confesado indolente. Ha gustado de los seres quiméricos.
Ha fantaseado con la edad de oro, desde luego, pero con fuerza ha dicho
que, “si todos mis sueños se hubiesen vuelto realidad, no me hubieran
bastado”. Él habría seguido imaginando, soñando, deseando. Es la nega-
tividad radical frente a lo real lo que Rousseau ha descubierto, un “vacío
inexplicable”, un anhelo “hacia otro tipo de goce del que no tenía ni idea y
que sin embargo necesitaba”. Un deseo negativo, eso rige la subjetividad
de Rousseau. Así que nos ha transmitido locuras en estado puro, locuras
conscientes de serlo, y ha dejado que otros, inducidos por él, locos sin
saberlo, inicien el camino de la realización imposible de la negatividad.
Sin ninguna duda, esta indisposición a la acción brota de algo que él co-
noce en el origen: tiene un corazón demasiado sensible. Otros vendrán
que no lo tengan y esos asumirán las consecuencias de Rousseau sin el
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 37
obstáculo originario que signiicó su carácter. Los herederos considerarán
como algo despreciable la compasión y los nuevos momentos de arrebato
llevarán consigo una exigencia práctica rigurosa. Una literatura carente
de humor entonces educó la vida de los nuevos héroes. Cuando Rousseau
describe uno de esos momentos gozosos, en la iVª de las Cartas morales,
en su construcción literaria no hay isura entre teoría y praxis. Sin duda, se
nos habla allí de “arrebatos involuntarios”, “ardor voraz”, sublimes extra-
víos, fuego sagrado y “noble delirio”, pero todas estas dimensiones recla-
maban “acciones heroicas”. Aquel “santo” entusiasmo ofrecía a nuestras
facultades la energía suiciente para obtener la más noble grandeza. Sólo
la vejez deja de presentar el entusiasmo como disponibilidad a la acción
y sólo ella goza de las formas del delirio como si se auto-contuviera,
se conformara con ellas, en una contemplación de sí mismo que pronto
será insuiciente. Todavía en la Ensoñaciones38, volverá a estos éxtasis
de forma compulsiva. Por su estructura, la compulsión siempre, tarde o
temprano, pasa a la acción. Cuando lo haga, la indisposición contra los
contemporáneos y las actitudes mesiánicas, lejos de ser acontecimientos
de lo sublime psíquico, se convertirán en otra cosa. La negación completa
de la realidad como ilegítima irrumpe entonces. ¿Cómo podría encarnar
lo real el encanto del delirio?
5. La doble inluencia de Rousseau sobre Kant. En todo caso, los
dos sucesos que estamos vinculando, la publicación de la obra completa
de Rousseau como despliegue de su experiencia de la Bastilla y la des-
trucción de la Bastilla como consecuencia de la publicación de su obra
completa, ofrecen un indicio más de que el mismo escenario quedaba
unido por una secreta trama de acontecimientos. Y es que los dos suce-
sos distrajeron a Kant del paso de las horas y le hicieron olvidarse de la
puntualidad del reloj. Un estudioso de Rousseau, José Rubio Carracedo,
no dejó de anotarlo en el primer punto de su escrito Rousseau en Kant,
justo en el momento en que analiza el inlujo emocional de un hombre
sobre otro. De forma oportuna, cita el pasaje kantiano de las Notas a las
Observaciones sobre lo bello y lo sublime, un escrito de 1764 en el que
Kant maniiesta que ningún escritor como Rousseau, de ningún tiempo o
país, había poseído semejante conjunto de dones39. Luego recordó la frase
38
OC., I, 1003, 1047, 1062-63, 1065-66.
39
Estos pasajes me hacen regresar a mi viejo primer libro, La formación de la Crítica de
la razón pura, Universidad de Valencia, 1981. Envío allí al lector para un desarrollo completo de
estas inluencias y paralelismos.
38 José Luis Villacañas Berlanga
decisiva: Kant debía leer dos veces el texto del ginebrino. Una primera,
para gozarlo, y la segunda para que la escritura no le cautivara y así pu-
diera juzgarlo con la mera razón40. Con energía, Rubio Carracedo dice:
“queda desautorizada sin embargo la tendencia de ciertos comentaristas
que acentúan el carácter emotivo de su encuentro con Rousseau para tri-
vializar después su relación intelectual”41. Esta frase me parece oportuna
y creo que encierra una sorprendente verdad.
Pues en efecto, pareciera como si hubiera que elegir: o bien inlujo
emotivo y entonces relación intelectual trivial, o bien relación intelectual
poderosa y así habría surtido efecto esta voluntad de lectura ascética que
Kant llevaría a cabo en su segunda lectura. Me pregunto si cabe una lec-
tura de Rousseau que anule la inluencia sentimental, si cabe una relación
poderosa intelectual al margen de la reproducción de la experiencia de
los momentos gozosos que la lectura incorpora. Si seguimos leyendo el
texto de Rubio nos encontramos con una expresión sintomática. “Todo
apunta a que la primera gran revelación que Rousseau hizo a Kant...”.
Nos detenemos aquí. Rousseau había construido un texto que brotaba de
una revelación a la sombra del árbol de la Bastilla. ¿Cómo leer el texto
que transmite una revelación sin reproducir esta revelación en nosotros?
Esta es la estructura del legado intelectual de occidente, hasta la gene-
ración de 1900, la que recogió la herencia de Nietzsche, que como buen
gnóstico renegó de la revelación judía. Rubio acierta plenamente al mos-
trar que en Kant se reproduce ese legado. La experiencia inicial de Kant
no fue una fría experiencia racional, sino una revelación que transformó
su vida, la orientación de su trabajo, su auto-comprensión como ilósofo
y como intelectual. La revelación circuló en otra revelación y que Kant
relexionara sobre ella no lo distinguía ab initio del propio Rousseau, que
se había pasado la vida explicándola. El texto de Kant que cita Rubio lo
dice claramente. “Rousseau me abrió los ojos”. De nuevo Pablo de Tarso,
que es cegado para ver mejor, aunque siempre como en un espejo. Se trata
de una experiencia sobriamente descrita, pero no menos transformadora.
Kant estaba ciego y ha visto. Su ceguera era moral, producida por la so-
berbia, la capacidad de menospreciar a los seres humanos sencillos desde
su atalaya de cientíico y académico. Ahora es otro hombre porque mira
40
José Rubio Carracedo, “Rousseau en Kant”, p. 21.
41
José Rubio Carracedo, “Rousseau en Kant”, p. 22.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 39
a los seres humanos de otra manera. Kant se consideraría el más inútil de
todos los seres humanos si no avanzara de alguna forma en el estableci-
miento de los derechos de la humanidad42.
Por cierto que este fragmento concierne a la historia hispana de al-
guna manera. Pues de la misma forma que Newton mostró el carácter
completamente equivocado de la blasfemia de Alfonso X el Sabio, dice
Kant, Rousseau nos permite olvidar el dualismo moral del maniqueísmo.
Alfonso x, el par de Manes en el ámbito de la ciencia natural, nos parece
aquí una nota plena de color. Él habría acusado a Dios de haber realizado
la creación del cosmos de forma tan imperfecta que el propio rey estaba
en condiciones de mejorarla. De esa manera, Alfonso lanzó sobre Dios
la responsabilidad por las imperfecciones que, en el fondo, no procedían
de la realidad, sino que eran exclusivas de su forma equivocada de mirar
el cosmos. Desde la misma actitud, Manes había sentido la necesidad de
lanzar sobre un dios del mal la responsabilidad por la parte tenebrosa e
inmoral del ser humano y del mundo material. Quizá lo que había en el
fondo de Manes era la incapacidad de ver, como Alfonso, que lo que se
llamaba ‘mal’ no lo era tanto. Esta percepción acerca de la obra moral de
Rousseau como semejante a la de Newton acompañó a Kant hasta el inal.
Todavía en la Antropología se puede leer que Rousseau permitía salir del
laberinto del mal43. Rubio nos recuerda el texto44.
La inluencia sentimental de Rousseau no es contraria a la inluencia
intelectual profunda. Antes bien, es su propia condición de posibilidad.
Al respecto, podemos decir que Kant avanzó de forma analítica, mien-
tras Rousseau lo hacía de forma sintética. Ambos aspiraban a reconciliar
naturaleza y cultura, a compaginar el desarrollo de la civilización con
el desarrollo moral. Para eso resultaba preciso dominar la índole de la
sociedad y de la cultura y garantizar que el proceso histórico se hiciera
según un plan. La cuestión residía en el estatuto de esa planiicación y
de su temporalidad. Kant también era uno de esos que deseaba pasar a la
práctica, pero no podemos decir que fuera semejante a Robespierre. Ese
42
Kant, Bemerkungen an die Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabe-
nen, Johann Jacob Kanter, Königsberg, 1766, ahora en Akademie der Wissenschaften, Berlín,
XXII, 44. Ed. bilingüe, México, FCE, 2004.
43
Kant, Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, Ak, VII, 326. Ed. esp. Madrid, Alianza,
1991, trad. de José Gaos.
44
José Rubio Carracedo, “Rousseau en Kant”, 30.
40 José Luis Villacañas Berlanga
50
Jacques Lezra, Materialismo Salvaje. Ética del Terror en la nueva República, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2012.
51
Kant, Ak. XXVIII, 127-4.
44 José Luis Villacañas Berlanga
ción liberal a una más republicana liberal, lo que implica matices y dife-
rencias importantes. En todo caso, es cierta la conclusión inal de Rubio:
la tensión y diferencia entre la libertad individual y la civil, la autonomía
racional y la autoridad estatal, no pueden resolverse de una vez y ofrecen
la clave de la apertura de la vida histórica hacia la lucha por la democra-
cia, una política que asume las premisas universalistas, tanto en el terreno
social como político56. Sin embargo, esta tensión implica algún tipo de
paso al republicanismo, esto es, a la acción política consciente de su exi-
gencia de virtud, capaz de superar los obstáculos históricos concretos.
Con ella emerge el concepto de su responsabilidad, presionado siempre
por la comprensión de que ninguna acción es una conquista deinitiva
del cuerpo político. Todas ellas gozan de reversibilidad y están por igual
sometidas a la crítica. Y esta actitud, frente a la mesiánica rousseauniana,
supone la aceptación del estatuto histórico de la acción política. En Rous-
seau, por el contrario, brilla la idea de que la revolución, que coincide
con la irrupción del contrato social, ya es una conquista irreversible. Tan
irreversible como su instante gozoso. Esto le otorga a toda revolución un
carácter extremo, último, dualista. O revolución o muerte, o salvación o
condena. La revolución es la irrupción en la historia de un acontecimiento
heterogéneo, inalmente meta-histórico, cuyo futuro no será sino el des-
pliegue perfecto de lo que se encerraba en el instante originario. Así se
produjo la transferencia metafórica a la política de la experiencia extáti-
ca de Rousseau. No es de extrañar que María Zambrano pudiera hablar
de “delirio” como lo propio de otra revolución que nos concierne, la de
1931. Tampoco lo es que, lo que había empezado con Rousseau como
modelo, acabara en manos de la Zambrano analizado desde la perspec-
tiva del Quijote, haciendo de la ii República española su Dulcinea. No
es un azar tampoco que los que intentaron introducir algo de orden tras
toda irrupción revolucionaria, como Tocqueville, rastrearon en la historia
política el destino de la revolución, su inevitabilidad y misterio. Así se
aplicó al acontecimiento mesiánico la crítica histórica, algo que ya había
hecho la Ilustración respecto a la primera venida del Mesías. Esa crítica
histórica es lo primero que tienen que eliminar quienes pretendan evocar
de nuevo la mística del acontecimiento.
56
José Rubio Carracedo, p. 58.
Capítulo ii
LA DIFICULTAD DE LA EDUCACIÓN ILUSTRADA:
HISTORIA POLÍTICA57
63
Kant, Werke, ed. W. Weischedel, Frankfurt, Suhrkamp, 1968, vol. XI, 88. (En adelante
WW.)
60 José Luis Villacañas Berlanga
66
WW. XI, 90.
62 José Luis Villacañas Berlanga
67
WW. XI, 91.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 63
por la mímesis, no regida por una ley propia. Y sin embargo, el ser huma-
no todavía debe superar esa mimesis que se paraliza en su propia apertura
sobreabundante, en su exceso de modalidad. Pues ésta no trae en verdad
la noticia de una ley propia, sino que necesita la alteridad como motivo.
El ser humano, sin embargo, no puede imitar cualquier cosa; busca desde
siempre una ley propia de lo humano.
Mientras tanto, entregados a la mera la imaginación, los seres huma-
nos ni son meros animales ni son racionales. Ni tienen ya naturaleza ni
todavía gozan de libertad racional. Son un proyecto o posibilidad, pero
también un vacío. Esta es una imagen bastante realista del ser humano
y creo que es la más ajustada representación que del mismo nos ofrece
Kant. Es una representación ontogenética y ilogenética a la vez. Por eso
es la base de su noción de Ilustración. Sea cual fuere el nivel histórico en
que se sitúe el ser humano, siempre tiene por delante el mismo problema,
acceder a la ley moral que hace de él un in en sí para llegar a ser algo
concreto, no un mero “ni…ni”. Kant ha puesto ahí la conquista de la hu-
manización plena. Todos tenemos el mismo combate y el mismo estatuto.
Ninguno transiere a otro las conquistas morales, ninguno transiere a otro
una imaginación ya ordenada ni una mimesis ya superada. Por eso, de
forma autorizada, y con una crítica implícita a la vieja consigna del mag-
num miraculum homine propia del humanismo, concluye Kant que “uno
no sabe inalmente qué concepto debemos hacernos de nuestro género,
tan envanecido acerca de sus privilegios”68. En esas condiciones previas,
mientras se halla sometido a la posibilidad continua del deseo, acuciado
por esa pretensión de asegurar su existencia y llegar a ser in en sí mismo,
el ser humano no puede presuponerse ningún “propósito racional propio”.
Desde el punto de vista de la res gestae, la acción del ser humano es la
propia de la reducción de la posibilidad abierta de la mimesis, que se
desea tanto como se teme. Si los seres humanos se quedaran en esta situa-
ción, su vida sería bastante parecida a la locura. la histeria, a una mime-
sis siempre enfrentada a su propia razón insuiciente y por tanto siempre
indecisa entre realizarse y no realizarse, en una excitación permanente e
68
WW. XI. I, 34. No sigo la edición española. Este tema es un viejo topos de la literatura
de sabiduría mundial. Procede de las viejas literaturas persas y pasó a Europa por los escritores
hispanos sapienciales. Uno de ellos, quizá el más fascinante, Anselm Tourmeda, escribió a prin-
cipios del siglo XV uno de esos libros para cuestionar el estatuto privilegiado del ser humano en
su conocida Fabula del’ Asse, irmada en Túnez hacia 1415.
64 José Luis Villacañas Berlanga
69
Es la tesis del quinto principio de Ideas: El propósito supremo de la naturaleza es que el
ser humano pueda alcanzar “la evolución de todas sus disposiciones”. WW. XI, 39. Aquí vemos
una diicultad del planteamiento de Kant, en la medida en que bien pudiera ser que el ser humano
no tuviera unas disposiciones contadas y que por lo tanto no pudiera llegar a un momento de
alcanzarlas todas, sino que fuera un ser entregado a su propio devenir, sin otra orientación que lo
que en cada presente hace de sí mismo.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 65
ser humano es el territorio de su propia constitución. Y el historiador (o
el novelista) no hace sino escribir el camino de esta evolución por la cual
el ser humano llega a ser algo a partir de una potencialidad o modalidad
que nos subsume a todos. Por eso, el hilo conductor de la historia como
escritura consiste en narrar la “continuamente progresiva aunque lenta
evolución de las disposiciones originarias”70. Creo que esto es otra forma
de decir que esta historia narra el camino por el cual el hombre se trabaja
a sí mismo para lograr, a partir de ciertas modalidades, disposiciones,
posibilidades, potencialidades o Anlage, las respectivas realizaciones,
capacidades y poderes.
Veamos este asunto más de cerca. Una cosa es la libertad humana
como separación de la estructura instintiva, como su ruptura a manos de
la imaginación animada por la mimesis, la libertad negativa en su pri-
mer paso, que lleva al ser humano a preocuparse de sí mismo desde la
urgencia de la expectativa angustiosa y del miedo; y otra muy distinta la
libertad como trabajo racional y consciente de nuestros deseos, apropia-
ción evolutiva de nuestras disposiciones, aceptación de una posibilidad
limitada y trabajo de coacción a la imaginación en la búsqueda de una
ley propia. Una cosa es libertad imaginaria y otra la libertad real. Una
cosa es la libertad salvaje —wilde Freiheit la llama Kant71— y otra la
libertad concreta. En suma: la imaginación rompe la animalidad, pero
no construye humanidad. En medio, la historia es la verdadera evolución
desde la una a la otra. Y esto implica tanto el paso desde la imaginación
representacional a la razón teórica, como desde la imaginación deside-
rativa a la razón práctica, como desde la imaginación estética al gusto, o
desde la imaginación política (moi et mon droit) a la justicia jurídica. La
ciencia y la moral, la estética y la política, son hallazgos evolutivos de la
misma entidad y forman parte de la misma antropogénesis acontecida en
la historia. Estas esferas de vida son resultados de esa continua aunque
lenta evolución de las disposiciones originarias, en su voluntad de traba-
jar el carácter abierto de la imaginación y darnos una versión reglada y
inita de nuestra vida. Hoy nuestras disposiciones son mucho más amplias
y complejas que las de un hombre primitivo, pero el combate por elabo-
rarlas como capacidades y haberes, como Vermögen, es exactamente tan
70
WW. XI. I, 33.
71
WW. XI, 40.
66 José Luis Villacañas Berlanga
72
WW. XI, I, 35.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 67
focal de nuestras inquietudes, pero entregados a la imaginación no parece
que podamos llegar a perfección alguna. En suma: si el hombre fuera sólo
un ser de imaginación, no podría sentirse satisfecho con ningún modelo
imaginado. La imaginación entregada a sí misma no permite reconocer
algo tan estrecho como un modelo. Este es el argumento básico que llevó
a Platón a proponer la realidad de las ideas más allá de los fantasmas de
la imaginación. El hombre de la imaginación no se puede elevar formal-
mente a in en sí, ni puede imaginarse jamás como tal de forma concreta y
vinculante. Para eso se necesita algo más que imaginación. De otro modo,
su proyecto de ser in en sí es una pura palabra. Puede trabajar todas sus
disposiciones, pero entre sus fuerzas initas y sus proyectos indeinidos
no puede existir una mediación ni una continuidad temporal apropiadas.
Aquí el consuelo del futuro es vano: en cualquiera futuro se sentirá igual.
La imaginación es tan libre y abierta que no se siente vinculada a una
línea de despliegue de las disposiciones en capacidades. Si el ser huma-
no no tiene ethos por naturaleza, con la mera imaginación no llegará a
hacerse una idea concreta para alcanzarlo. Ella le ofrece una posibilidad
abierta. No tiene un futuro, sino muchos futuros.
El ser humano es su propia obra, dice el principio tercero del texto
kantiano de Ideas. Pero en la medida en que sus planes no tengan límite,
es una obra siempre en el inicio, hacia ningún sitio ijo. Un ser entre-
gado a la imaginación no sólo siente que siempre decide la posibilidad
mala. También teme que cualquier elección es insoportablemente limi-
tativa. Angustia e imaginación son realidades inevitablemente enlazadas
y esa angustia tiene algo que ver con el miedo que produce estar ante un
delirante. El trabajo de las pulsiones, entregado a la pura imaginación,
no permite jamás la emergencia del principio de reconciliación con uno
mismo ni la satisfacción de expectativas. En este sentido, es el propio es-
tatuto de ser in en sí el que peligra. Un ser humano apegado a la imagina-
ción, un ser de indeinidos deseos dotado de un tiempo inito de elección,
es un absurdo. Es más: para la conciencia de posibilidad implícita en la
imaginación, una permanente elección equivocada es una condena. La
imaginación, de no ser trascendida, lleva consigo el colapso evolutivo del
hombre. Esta es la percepción que ha entregado a la Gnosis su permanen-
te atractivo. La otra opción, que constituye una amenaza porque implica
desactivar todo el trabajo de sí, y con él la función evolutiva de la ilosofía
68 José Luis Villacañas Berlanga
73
WW. XI, I, 37.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 71
objetivas. La imaginación es libre, sobre todo porque la mimesis abre
todos los escenarios posibles. Pero algo en el ser humano hace preferir
aquellas posibilidades imitativas que tienen el estatuto de ser antagónicas
y diferenciales con otros seres humanos.
El hombre es un ser de imaginación, desde luego, pero también de
afectos, lo único que ata la imaginación, vínculos que brotan de su dispo-
sitivo animal, con su activación de la repetición. Hablamos de los seres
humanos como seres miméticos, que sobre todo se sienten afectivamente
vinculados a imitar las actuaciones de otros seres humanos, de conside-
rarlas como posibilidades suyas. Y sin embargo, más allá de esos víncu-
los, por un operativo que Kant no ha estudiado, parece que el ser humano
se vincula más a las posibilidades que implican lucha y competencia con
otros, que a las meras posibilidades dispersas de su fantasía. Ahí ata sus
repeticiones y conigura sus disposiciones. La disposición trascendental
de todas las demás disposiciones, lo ha dicho Kant, es la insociable socia-
bilidad. Una mimesis que implica competición. Eso es lo que preferimos.
Se trata de un afecto fuerte por lo que queremos imitar, tan fuerte que
deseamos que sea potencialmente exclusivo. La insociable sociabilidad
es así un derivado de la mimesis.
Pero, en aquella misma frase Kant ha dicho algo más. El antagonis-
mo ija las posibilidades, ofrece constancia a las inclinaciones, produ-
ce estabilidad en la mimesis, genera insistencia, descubre el placer de la
repetición y sus seguridades, se vincula a un trabajo de larga duración,
disciplina las disposiciones, urge a su conversión en poderes, sin los cua-
les la competencia resulta solo la angustia de los celos y de la envidia.
Kant halla entonces en la dimensión práctica algo parecido a lo que la
imaginación teórica había encontrado en la estructura esquematizadora,
algo con la que trabajó su relación con la realidad. De hecho dice: “ese
antagonismo acaba por convertirse en la causa de un orden legal de las
mismas disposiciones”. Las disposiciones libres se concretan, ordenan y
regulan por el antagonismo social. La insociable sociabilidad funciona
así como el esquema que ija nuestra imaginación práctica y hace que no
seamos ya ines en sí mismos abstractos, ilusorios, meros puntos focales
de un interés angustioso que no tiene objetivo, sino procesos concretos,
que pasan por la apropiación de las realidades sociales ya conquistadas
por otros. En el ámbito concreto de relaciones sociables e insociables a la
72 José Luis Villacañas Berlanga
74
WW. XI, I, 39. Ed. esp. p. 10.
76 José Luis Villacañas Berlanga
75
Janet Coleman, “El concepto de República”, Res Publica, n. 14, enero-junio (2005).
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 77
cambios semánticos que experimenta la noción de res publica como for-
ma especíica de dominación legítima, que siempre concreta la cuestión
de la insociable sociabilidad en la historia. Con ella podríamos seguir un
hilo conductor de la historia de la dominación política occidental y el des-
tino de la Ilustración en su seno. Creo que en este programa superaríamos
tantos el déicit de la investigación inicial de Pocock y Skinner, cuanto
la pretensión de corte radical de épocas históricas propia de la historia
conceptual, pues explicitaría el presupuesto de la continuidad estructural,
conceptual y semántica, de uno, e iría más allá del mero cambio retórico,
de los otros, y descubriríamos que la forma de dominación caracterizada
como res publica tiene un pasado mucho más amplio que el analizado
por los estudiosos ingleses, que integra variaciones estructurales de sen-
tido mucho más profundas que los cambios retóricos, pero que se vincula
como un substrato a las épocas históricas que Koselleck ha visto fragmen-
tadas por semánticas diferentes. Uno de sus sentidos, el del republicanis-
mo liberal, podría ayudarnos a entender las diicultades de la Ilustración y
ajustar su contenido político normativo a las exigencias de la conciencia
individual como in en sí, que tanto caracteriza la ilosofía de Kant, frente
a las exigencias censoras y coactivas del republicanismo comunitario del
pasado. El republicanismo liberal es, por deinición, el adecuado a las
metas ilustradas. De esto diremos algo más en el capítulo iV.
En esa noción de Res Publica habría elementos normativos de reduc-
ción de la dominación política nunca desplegados ni hechos conscientes,
pero que inspirarían luchas históricas continuas desde su emergencia en la
vieja Roma. Sin duda, dispondría de conceptos de largo plazo y de retó-
ricas de más corto uso, que sufrirían cambios semánticos desde experien-
cia características del tiempo histórico, profundamente condicionantes.
Aquellas luchas podrían ser comprendidas y descritas en detalle según
hayan traído a conciencia el núcleo normativo republicano y sus condi-
ciones sociales de existencia. Sin duda, cualquier historia del concepto
tiene que enfrentarse a la variedad que impulsó la iglesia católica, bajo
el aliento de la analogía de la civitas Dei, la res publica christiana, la res
publica comunal, la federación, y todas sus variaciones y contraposicio-
nes. En todo caso, la relevancia de Kant reside en que él llevó a extrema
conciencia las relaciones entre sociedad civil y res publica que coniguran
no sólo una clara conciencia de la constitución republicana sino sus con-
78 José Luis Villacañas Berlanga
80
Sexto Principio de Ideas, WW. XI, I, 40.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 87
se habrán formado unos órdenes jurídicos que no asumen las formas repu-
blicanas. En ellas, la historia política puede ser la historia de una desaten-
ción continua de las exigencias de la humanidad81, sociales y jurídicas. Es
la historia de los masacrados que cubre con sus alas el ángel de la historia,
que tanto nos recuerda Walter Benjamin. Desde luego, es la historia de los
ensayos pisoteados de construcción de sociedades civiles y constituciones
republicanas. La historia política occidental narra las desviaciones res-
pecto de la sociedad civil y de la res publica, como normatividad básica.
Esa historia no puede ser identiicada, no aparece, no se torna fenómeno
sin el sentido de la res publica. En ella, la destrucción de lo humano no
ha servido a in alguno. En esa historia se perdieron seres humanos, ines
en sí que no llegaron a serlo, promesas que se convirtieron literalmente
en nada. Desde este punto de vista, la historia política republicana está
siempre inserta en el tiempo absoluto de la moral. Pero también queda
inserta en la moral cuando estudiamos desde esa historia los motivos y las
causas de esos fracasos para así emprender con más y mejor conciencia y
garantías esta misma lucha histórica. En ambos aspectos, la historia como
relato no es ajena a nuestros intereses prácticos.82 En un caso, porque
no nos es ajena la pérdida de lo humano. En otro, porque no podemos
ser indiferentes a la pérdida de lo humano en nosotros y nuestro tiempo.
Aquí llegamos a la última invocación de Newton, que muestra una sín-
tesis entre intereses epistemológicos y prácticos en el seno de la historia.
Pues si lográramos conocer en la historia empírica del tiempo humano
alguna trayectoria ordenada, por pequeña que fuera, capaz de coincidir
aunque sólo fuera con un fragmento de la igura ideal de este cosmos
caracterizado como societas civilis sive res publica, quizás entonces po-
dríamos pensar que, colocados en un tiempo futuro, podríamos describir
la trayectoria evolutiva entera del género humano, el curso de este ser
desde la no-animalidad de partida hasta la humanidad. Tendríamos visible
siempre solo una pequeña parte de una línea. Pero esos pocos puntos nos
81
Preguntándose cómo habrían de cargar la posteridad con la pesada carga histórica que le
legamos nosotros, Kant se responde: “Aplicando únicamente el criterio que más le interese, esto
es, evaluando lo que los pueblos y sus gobiernos han hecho a favor o en contra de un punto de
vista cosmopolita”. WW. XI, I, 50.
82
Kant lo ha reconocido así en el último punto de su ensayo. Página 50. “Pero todavía
queda otro pequeño motivo a tener en cuenta para intentar esta ilosofía de la historia: encauzar
tanto la ambición de los jefes del Estado como la de sus servidores hacia el único medio que les
puede hacer conquistar un recuerdo glorioso en la posteridad”.
88 José Luis Villacañas Berlanga
84
WW. XI, 1, 42.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 91
y legales entre los Estados y no puede ser resuelto sin solucionar previa-
mente este último”85. Pero entonces parece que tenemos un problema ma-
yor de la Ilustración. En realidad, un enojoso problema de círculo vicioso.
Porque primero ha de lograrse una sociedad ordenada de Estados para que
en el seno de cada Estado la constitución republicana tenga una oportuni-
dad. Ahora bien, sin Estados republicanos no habrá manera de encarnarse
hacia una sociedad legal de Estados. Entonces parece que lo que debería
ser causa del orden se encomienda al desorden. Es el mismo círculo vi-
cioso de Rousseau, de otra forma. Los cuerpos políticos no sólo deben
aspirar a albergar una sociedad civil capaz de aclararse sobre los derechos
y deberes, obediencia y poder; deben tener la masa estatal apropiada para
lograr equilibrios entre seguridad y paz. Pero sin esto no tendrán aquello
y sin aquello no tendrán esto. No habrá equilibrios internacionales sin
Estados republicanos, pero no habrá Estados republicanos sin equilibrios
internacionales. La fragilidad de la política presiona a favor de una in-
tensa Ilustración. Si no es así, bien por la necesidad de expandirse como
forma de obtener seguridad, bien por la necesidad de entregarse impoten-
tes a una paz injusta, los grupos humanos no podrán asumir la función de
luchar en su seno por el hombre como in en sí86. En otras palabras: sólo
podemos pensar en concreto un grupo humano orientado a reconocer el
estatuto del ser humano como in en sí, si ese mismo grupo en su conjunto
construye unas relaciones exteriores basadas en el equilibrio de la segu-
ridad y de la paz.
Para escapar a este dilema, Kant apuntó a una solución. El colapso
teórico expuesto ofrecería la base ilosóica que hace inexorablemente
aines el pensamiento republicano con el pensamiento de la federación.
Sólo en un proceso federativo, y en un Estado cosmopolita universal en
el límite, se darían por tanto las condiciones concretas para que el ser
humano sea in en sí, para que cada ser humano realice las tareas de an-
tropogénesis, por la cual se ha de decidir su indiferencia originaria entre
la animalidad y la humanidad. Y sólo una historia que tenga en cuenta
85
WW. XI, I, 41.
86
WW. XI, I, 45: “Mientras los Estados malgasten todas sus fuerzas en sus vanos y violen-
tos intentos de expansión, y obstruyan continuamente el lento esfuerzo de la formación interna
de la forma de pensar de sus ciudadanos [der inneren Bildung der Denkungsart ihrer Bürger
unaufhörlich hemmen], prinvándolos de todo apoyo en este sentido, no cabe esperar nada en este
sentido, porque para ello se requiere un largo trabajo de toda res publica para la formación de
sus ciudadanos [lange innere Bearbetiung jedes gemeinen Wesens zur Bildung seiner Bürgers]”.
92 José Luis Villacañas Berlanga
este hecho podrá interesar a un presente que haya reconocido las normas
de la vida práctica en la que se vinculan, sin posibilidad de separación,
los aspectos de la moral y de la política. Sólo así el tiempo absoluto de la
moral y el tiempo de la historia política no serían hostiles entre sí.
De esta manera, vemos que la carencia de sentido histórico del pro-
grama del republicanismo de Pocock y Skinner, no sólo reside en su inca-
pacidad a la hora de mostrar la modulación del sentido de la res publica
y su dependencia de los diferentes sentidos de sociedad que tienen en
su base, con sus cambios semánticos. También muestran un déicit de
sentido histórico al no atender las relaciones entre la construcción de un
espacio republicano y la formación de un escenario de política internacio-
nal federativa, contraria a un programa imperial. Así pueden articular la
ideología republicana, ahora puramente retórica, con la política británica
imperial. Una perspectiva ilustrada no puede sino reparar en la ainidad
entre republicanismo y federación. El programa de Koselleck, desde lue-
go, como antes los de Ludwig Dehio, Leopold Ranke y Hermann Heller,
era muy sensible a la incidencia de las relaciones internacionales en la
norma válida para “dentro”, para la política interior. Sin embargo, incapaz
de separarse de la ratio status prusiana, era poco sensible al núcleo cons-
tante de legitimidad que se vierte en occidente por la palabra res publica
y a sus modulaciones normativas. Sólo un programa inspirado en Kant
permite escapar a estas limitaciones y proponer una historia política como
historia del republicanismo en la cual a la vez se muestre tanto el progre-
so de la conciencia normativa hacia la constitución republicana como la
formación de estratos sociales implicados en su defensa y construcción,
sin olvidar la construcción de un espacio cosmopolita federativo basado
en la seguridad y la paz. Tal programa, como dijo Kant, sólo puede ser
llevado a cabo por una cabeza ilosóica que por lo demás habría de ser
muy versada en materia de historia.
Capítulo iii
DIFICULTADES CON LA POLÍTICA ILUSTRADA.
EL EJEMPLO ESPAÑOL
todas las armas a la mano. Y la mejor arma que tenemos a la mano, aparte
de aprovechar algunas realidades geográicas, no es otra que conceder de-
rechos políticos reales a los ciudadanos que deiendan la comunidad con
las armas en las manos. Los derechos de los combatientes han ido siempre
por delante de los derechos políticos. La potencia imperial, por el contra-
rio, responderá a estos retos con exigencias cesaristas de concentración
de poderes. En la periferia del imperio crecerá el republicanismo. En el
centro, el cesarismo de los poderes militares concentrados y especiales.
La historia aquí es muy instructiva. Pues el caso más general es que
los grupos humanos que concedieron derechos a casi todos sus miembros
para luchar contra las fuerzas imperiales, cuando lograron el más mínimo
triunfo, siempre acabaron imitando al imperio derrotado y usurpando sus
emblemas, divisas, leyes, iguras administrativas y aspiraciones. El ejemplo
paradigmático es el de los pueblos germánicos tras 453. Los reyezuelos vi-
sigodos, por ejemplo, se vieron como Flavios, acuñaron monedas como los
emperadores, redactaron códigos al estilo de Roma, se rodearon de comites,
dictaron pragmáticas, hablaron de isco y se vistieron púrpura. Como es
natural, se entregaron a todo tipo de ambición expansionista. Otro ejemplo,
quizá más espectacular, es la resistencia de poblaciones heterogéneas de
vascones, francos y godos al empuje del poder imperial musulmán, tal y
como se dio en la Península Ibérica, y que tuvo como consecuencia la lenta
formación de un poder imperial mimético del musulmán, con su carisma
guerrero, que con el tiempo se alojaría en el poder regio de Castilla. De
aquí no puede surgir sino ese rodar de lo mismo por la historia, esa violen-
cia que Walter Benjamin entendió como la estructura de la historia natural
de la humanidad irredenta. Kant llamó cíclica a esta idea de la historia, y
el deporte favorito de los historiadores inspirados por ella sería comprobar
la emergencia y la ruina de los imperios. No se puede decir que sea un
espectáculo alentador. Incluso centrarse en él implica cierto resentimiento:
al comprobar que sólo se gana una vez y luego se va hacia la decadencia y
la muerte, el historiador anticipa en su relato histórico la suerte que han de
padecer quienes aspiran al poder hegemónico.
La conclusión de estas someras invocaciones históricas es que no
basta con asegurar que todos los imperios tendrán alguien que los resista.
La cuestión es garantizar que quien los resista esté en condiciones de no
imitarlos. Esto signiica que no concederá derechos políticos y libertades
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 97
sólo mientras dure la lucha contra el imperio, sino que podrá elevar estas
concesiones a una ley estable, y segura. La resistencia anti-imperial que
buscamos ha de tener funciones constituyentes republicanas. Y éstas han
de ser tan sólidas y solventes que puedan iniciar procesos federativos de
esos cuerpos resistentes entre sí. Esa solución constituyente no parece que
venga determinada por la índole de la mera resistencia contra el poder
imperial. Cuerpos políticos que no llegaron a estos hallazgos evolutivos
fueron débiles, o murieron y desaparecieron. Otros, como ya he dicho,
sustituyeron a los anteriores y compartieron su destino de expansión y
decadencia, como es el caso de Castilla, una vez más. Con estas alusio-
nes basta para regresar a la metáfora central del Newton de la historia,
propia de Kant. Es preciso identiicar un momento en el tiempo en que
unas realidades históricas, aun durante un breve fragmento de su órbita,
nos permitan proyectar una trayectoria posible hacia la meta republicana
y federativa. Aquí no vale inventarse el material empírico ni deducirlo
a priori. Ese momento, existe o no. Y sólo cuando hayamos percibido
que existe, estaremos en condiciones de interrogar con Weber, ¿por qué
esto se ha dado aquí y no en otra parte? La pregunta es la misma que
esta otra: ¿cómo se han educado aquellos que, durante un breve tiempo
histórico, han movilizado la constitución republicana contra las potencias
imperiales, con efectos federativos constituyentes? ¿Quién ilustró a estos
agentes históricos? ¿Qué hizo posible la interrupción de la mimesis impe-
rial? ¿Fue la desnuda voluntad? ¿O más bien las mismas bases que hicie-
ron posible su resistencia anti-imperial impidieron la mimesis imperial?
¿Cómo los actores históricos llegaron a aclararse sobre esto?
2. La ruptura de la mimesis imperial. Podemos considerar a todos los
efectos al gran dramaturgo Friedrich Schiller como un hombre compro-
metido con el programa kantiano. Interroguémosle acerca de cómo, dónde
y cuándo buscar ese fragmento de órbita de la historia de un pueblo que
nos permite reconstruir la fe en que ese pueblo acabará por describir una
igura completa republicana. Sin duda, tales cosas suceden en las revolu-
ciones políticas contra los imperios. Dejemos de lado que ya hablamos
aquí de revoluciones en un sentido occidental. Hablamos de la estructura
de la ciencia como revolución copernicana y hablamos de la estructura de
la historia como revolución republicana. Estos usos analógicos siempre
implican Ilustración: aclararse acerca del sujeto o del observador. Ya vi-
98 José Luis Villacañas Berlanga
romano se sintetizó con la nueva teoría del cuerpo místico de Cristo, que
ya no podía ser identiicado con la corporación eclesiástica. Esta doctri-
na de la iglesia como verdadero cuerpo místico de Cristo en la tierra, la
esposa del Cordero, estaba deteriorada tras el concilio de Basilea, de tal
manera que, ante la percepción de muchos actores, la iglesia de Roma
había evolucionado de forma reactiva a todo cambio. El motivo básico de
esta opción reactiva fue que Roma se había constituido en el nudo vital
de la compleja política itálica, el lugar en el que las elites italianas podían
contener, ellas también, los asaltos imperiales. Aquí la Iglesia de Roma
hizo buena de nuevo su aspiración originaria anti-imperial. La confusión
decisiva se cumplió cuando lo que quedaba de aristocracia italiana autó-
noma tuvo que encastillarse en la institución del Papado para hacer frente,
bajo la forma de una compleja oscilación de puntos de vista, precisamente
al poder que se auto-presentaba como el defensor de la propia Iglesia, la
Monarquía hispánica. Nunca se dio un juego más complejo de camulaje
del enemigo bajo la forma del aliado. El caso es que, tras algún frágil
intento de mantener la Iglesia de Roma como una institución europea
(impulsado por Erasmo y Adriano de Utrecht), la institución que tenía que
representar al cuerpo místico de Cristo ya no podía cumplir otra función
que mantener una gota de independencia política en Italia, siempre de
corte anti-imperial. Que el agudo sentido de la libertad itálica se refugiara
en el Papado es un fenómeno histórico que merece comprensión, porque
a su modo fue la manera itálica de resistencia a poderes imperiales que
a punto estuvieron de acabar con ella por completo. Sin embargo, sólo
podía ser esgrimida con éxito en la medida en que el Papado escapara a
las presiones del imperio de los Austrias, cuya lucha por hacer del Papa
un mero capellán imperial no conoció límites. Si la idea de cuerpo místico
cristiano no hubiera encontrado la manera de basarse en las comunidades
unidas por un nuevo sentido del pneuma, tal y como lo defendió la Re-
forma de Juan Calvino, el cristianismo, como de forma precipitada pensó
Maquiavelo, habría perdido toda oportunidad histórica de reconciliarse
con la virtud política. Sin embargo no fue así.
Este fue el mérito del calvinismo, que logró la hazaña histórica de
darle eicacia a la idea de Espíritu Santo como “Bund”, como vínculo di-
recto, inmediato, sagrado, fortalecedor de la comunidad de los creyentes.
Se ha dicho mucho que los movimientos escatológicos desde Joachino
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 101
di Fiore jugaban con la iglesia del Espíritu, que debía dejar obsoleta la
iglesia del Hijo, cuyo legatario era Pedro y los papas que heredaron su
patrimonio. Pero en cierto modo el calvinismo es también una iglesia del
Espíritu y su vinculación con la idea de comunidad popular, de cuerpo
místico integrado por la fe, capaz de exigir una nueva institución, fue
determinante no sólo para fortalecer la resistencia contra los monarcas
hispánicos (que en el fondo desde Fernando de Aragón eran los que aspi-
raban a calzarse los privilegios de la Santa Sede) sino para permitir una
intensiicación de la aspiración institucional común, y una ampliación de
la idea de cuerpo místico que era de naturaleza federal, en tanto se basaba
en promesas compartidas y en un espíritu común capaz de renovarlas. Las
dos exigencias kantianas, una institución justa y una federación pacíica y
auto-defensiva, fueron percibidas ya por los reformados más conscientes.
Así, los que mantenían la misma fe podían darse la participación en la
comunión generando un nuevo cuerpo místico unitario formado desde
abajo, desde las comunidades autónomas. Esto es lo que llevó a la iglesia
reformada en Holanda y en Suiza a revitalizar la idea de pueblo cristiano
con una energía que no tuvo rival.
3. El caso hispánico. La historia del republicanismo hispánico es
mucho más larga que la historia de la ii República española. En este sen-
tido, los que han fortalecido la idea de una memoria histórica republicana
han olvidado el tiempo largo de su ideario. Sin duda, esto ha determi-
nado que se haya celebrado la República menos republicana de cuantas
han existido y se haya elevado a mito político algo que quienes lo cele-
bran ya reconocen que fue un delirio. Tras este intento de idealización
de lo que no puede ser idealizado, se esconde algo más profundo, que
ha encontrado su mejor metáfora en la imagen del Laberinto. Delirio es
la respuesta desesperada de una subjetividad que no encuentra la salida
histórica a ese laberinto español. Pero la índole de esa desesperación es
muy antigua y encierra fracasos históricos sin número, cada uno de los
cuales hace todavía más probable el fracaso siguiente. Que los defenso-
res de la ii República hayan pasado por alto este “pequeño” detalle, y
no hayan estudiado las causas inmanentes de su fracaso, cargando todas
las culpas sobre algo que era una pura exterioridad agresora (golpe de
Estado y potencias extranjeras), ya nos da una idea de las diicultades de
la Ilustración en nuestro país. Parece como si los ideales republicanos
102 José Luis Villacañas Berlanga
87
Para una mirada más detenida cf. mi “Republicanismo clásico en España: las razones de
una ausencia”, Journal of Spanish Cultural Studies, 6, 2, julio de 2005, 163-183.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 103
en sus aspiraciones y deseos. Como luego en la Reforma, ese intento de
revolución fue posible mediante la reactivación de un sentido paulino del
cristianismo. Los autores que estaban preparados para activar esa com-
prensión paulina del cristianismo eran los judíos que, por presiones vio-
lentas y criminales, inalmente se habían decidido hacia 1391 por el cris-
tianismo. Subrayo este punto porque no cabe duda de que en las ciudades
de Castilla la Vieja, desde Burgos a Toledo, y en las de Aragón, desde
Zaragoza a Tortosa, se tomó una decisión existencial que implicaba la
integración irreversible en el cuerpo político de los reinos hispanos. Para
la coniguración de ese cuerpo místico nuevo, por primera vez pensado,
esos conversos propusieron un sentido del cristianismo bíblico, basado
en los Salmos, que permitía un pacto o alianza no traumática de razas.
Ese pacto de razas, por el que debía emerger una gran Castilla dispuesta a
operar como potencia europea, había de tener lugar en el seno de las ciu-
dades castellanas, y debía unir a las elites urbanas letradas judías con las
aristocracias más capaces de asumir los nuevos idearios de reinamiento
y de sentido propio.
Este esquema fracasó, y con ello la idea de cuerpo místico castella-
no, y luego hispánico, dejó de operar de forma adecuada, comunitaria,
integradora. Pero lo más relevante no reside en observar que esa idea del
cuerpo místico dejó de operar, conigurando dos razas, dos pueblos, dos
culturas, dos ciudades relacionadas por la corrupción y el cohecho, la
persecución y el expolio. Lo más decisivo reside en la manera en que se
destruyó el intento de la unión, en los hábitos sociales que coniguró, en
el estilo político que generó y en el automatismo de repetición que forjó
en las instituciones y en los poderes. Pues basta que se dé un único caso,
para que la pulsión de repetición estabilice las conductas casi como un
destino. El fracaso de ese pacto de razas y esa formación de un cuerpo
místico (al que sólo se accede desde Pablo de Tarso) debilitó a las ciuda-
des castellanas hasta el extremo de que perdieran sus batallas históricas
una y otra vez. Tal fracaso tuvo lugar antes que las luchas violentas de
1506 y de 1520. Y por ello podemos decir que cada fracaso de estas fuer-
zas históricas hace más probable el fracaso siguiente. A no ser que la serie
entera se neutralice con un aporte ingente de relexión, de memoria y de
conocimiento histórico. En suma, con un aporte de una Ilustración tanto
más necesaria cuanto más improbable.
104 José Luis Villacañas Berlanga
88
G. Agamben, Signatura Rerum, Barcelona, Anagrama, 2009, p. 114.
110 José Luis Villacañas Berlanga
89
Signatura FERUM, p. 117.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 111
hace olvidar en general esta procedencia y consigue que sea inútil comprender la
necesidad de tal regresión90.
91
A pesar de todo, debe reconocerse de forma rotunda la peculiaridad del imperio his-
pánico en América y la diferencia que presenta respecto del mantenimiento de las etnias y las
lenguas americanas en una proporción que el imperio británico no logró. Esto es fue por varios
motivos. Uno de ellos es, desde luego, la menor potencia civilizatoria del imperio hispánico
y el menor grado de eicacia técnica de sus prácticas coloniales. Sin embargo, este hecho está
cargado de consecuencias ambivalentes, pues garantizó amplios espacios vírgenes, pero tuvo
efectos fatales sobre la población desde el punto de vista de la salud y del trabajo, aumentado su
carácter mortífero. Por eso, la mayor diferencia en la política imperial hispana reside en que, al
ser un imperio católico, no pudo evitar la división de poderes que siempre garantiza la iglesia.
En el caso que nos ocupa, las diversas variaciones católicas, como las que representaban los
franciscanos, dominicos y agustinos, y luego los jesuitas, produjo una división de poderes que
se presentó como una voluntad decididamente contraimperial. En todo caso, este hecho permitió
que inmediatamente se editaran libros en lenguas indígenas. Hoy sabemos que casi 600 libros
fueron impresos en estos idiomas. La obra de los franciscanos en este sentido fue altamente
conservadora, pues mantener la lengua implicaba proteger el modo de vida de las poblaciones.
Tal actitud sólo podía derivarse de la proyección de esquemas utópicos especíicamente católi-
cos y humanistas sobre los indígenas americanos y esto desde el mismo inicio de la conquista,
desde Mendieta y Montesinos. Frente a ellos, la posición especíicamente imperial, inclinada a
la protección del conquistador, del encomendero y de las grandes explotaciones —todas ellas de
profundas consecuencias genocidas— tuvo muchas veces que matizarse y moderarse, equilibrar-
se y a veces anularse. Con el tiempo, se impugnó el estatuto de esclavo para el indígena y esto
tuvo profundas repercusiones jurídicas y sociales. En un imperio sostenido sobre un Estado más
organizado sobre el paradigma unitario del Leviatán, tales resistencias debían ser necesariamente
mínimas. Aquí, como siempre, la división de poderes, incluso la más tradicional protagonizada
por el catolicismo, tuvo efectos beneiciosos. A esto habría que añadir que todo el pensamiento
católico jamás entendió la noción de naturaleza como opuesta a la posibilidad de la recepción
de la gracia, con lo que la primera no tiene que ser destruida con necesidad para recibir la sal-
vación. Esto hizo que la verdadera ideología católica americana fuera siempre la “naturaleza”,
y “lo natural”, con lo que la aceptación de las manifestaciones autóctonas necesariamente fue
superior a la que mostró una civilización más moderna y, por ende, más inclinada a transformar
la naturaleza desde prácticas y técnicas cientíicas y jurídicas.
114 José Luis Villacañas Berlanga
92
Cf. mi “La teología paulina de Alfonso de Cartagena”, en Cirilo Flórez y Maximiliano
Hernández, La primera escuela de Salamanca, Universidad de Salamanca, 2012.
118 José Luis Villacañas Berlanga
así dos pueblos que no podían gozar de los mismos derechos y deberes,
que no podían aspirar a los mismos cargos, si bien se había presionado a
los judíos a la conversión con la promesa de esa igualdad. No había car-
go de herejía por medio, no había posibilidad de invocar ninguno de los
elementos que dieron excusa al antisemitismo de Alonso de Espina, poco
después. No fue un movimiento racista que vino de abajo, sino una acción
impulsada desde el poder político, militar, jurídico y teológico, instigado
por Luna, predicado por los franciscanos, animado por los hidalgos del
Alcázar toledano, justiicado por los bachilleres y juristas de la ciudad.
Pronto se dio más signiicación a la sangre que a la fe. La violencia esta-
lló dirigida y provocada, articulada y preparada desde de la política. La
consecuencia fue la expropiación general de los conversos y judíos, que
fueron muertos y despojados. Los más afortunados vagaron desnudos por
los campos. Cuando se repuso el orden y el obispo de Cuenca Lope de
Barrientos entró en las mazmorras del Alcázar de Toledo, todavía pudo li-
berar a centenares de seres humanos espectrales, moribundos, que habían
sido despojados de todo y estaban custodiados mientras se preparaba su
venta en una operación de rescate a costa de sus lejanas familias de otros
lugares de Sepharad. Todo esto se hizo bajo las banderas del poder. De
ello se obtuvo dinero que fue bendecido y respetado por el príncipe En-
rique cuando irmó las paces. La recua de Diego Sarmiento, el oicial del
Alcázar, llevaba cientos de mulas cargadas de objetos de valor. Se dirigía
a Burgos y allí fue detenido, deshecho y capturado por las milicias capi-
taneadas por los Haro y los Cartagena, por el pueblo castellano, dirigido
por la familia del viejo rabino Ha-Levi que de nuevo daba su hijo Alfonso
como obispo a la capital castellana.
Alfonso de Cartagena y su gente lograron que el Papa condenara
como herejes a Marquillos y a los que provocaron el motín. Pero como
consecuencia de este suceso de 1449 sucedieron muchas cosas. Una, que
Luna, el causante último del pogromo, fuera desalojado del poder por la
alianza de elites conversas y aristocráticas. Nunca tuvo Castilla mejor
aristocracia que entonces. Lo sabemos por Generaciones y semblanzas,
la obra conmovida de una hombre íntegro, Fernando del Pulgar. Luna fue
detenido en la casa de los Cartagena. Cuando salía preso, miró a la venta-
na y señaló como culpable de su caída a dos obispos que veían la escena:
Alfonso y Barrientos. Entonces los amenazó. El hombre que acompañó a
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 119
Luna en todo su camino hacia el cadalso, el que lo confesó y lo consoló
tiene un nombre. Se llama Alfonso de Espina. Es de suponer que este
franciscano compartiera el diagnóstico del valido, que había perdido el
poder por la actuación de los conversos. El caso es que este franciscano,
escribió un texto que se convirtió en la Biblia del antisemitismo europeo
y que, a su vez, no es sino un centón plagiado de otras fuentes adornado
con todas las leyendas antisemitas medievales. No hay Fortalitium Fidei
sin los viejos textos de los dominicos como Pugio idei adversus Mauros
et Judaeos de 1270, de Ramon Martín, tan inluyente. Este mismo Espina
fue luego confesor de Enrique iV, a quien propuso fundar la Inquisición
contra los conversos y expulsar a los judíos. Fue derrotado por un teólogo
de la altura del jerónimo Alonso de Oropesa y todos los grandes caste-
llanos del momento celebraron su derrota con alivio. Pero el programa
Espina siguió allí. Había nacido de la experiencia de Álvaro de Luna. Su
caída había mostrado quiénes eran las únicas fuerzas que podían impedir
la tiranía. Quienes aspiraran a ella sabían qué tenían que destruir.
Para hacer frente a lo que sucedió en Toledo se escribió otro libro
y su autor era el fundador de la inteligencia castellana, Alfonso de Car-
tagena. El libro no fue editado en latín hasta 1940. Se trata de un texto
que no ha querido ser leído por la tradición dominante, una fuente que ha
sido sepultada por ella. Su título: Defensorium unitatis idei christianae.
En él se deiende la unidad de la fe entre conversos y cristianos viejos y
la unidad de las razas de los judíos y los hidalgos. No fue el único texto
que escribió Cartagena y no puedo detenerme en ello. Baste con decir
que Cartagena ofrece el estilo hispánico de ese tiempo pero que, con el
trauma y la Inquisición que le siguió, perdió toda oportunidad de ser el ca-
mino de integración que necesitaba Castilla y España. Fue el forjador de
un programa de unidad que resistió a la dualidad que se avecinaba entre
cristianos nuevos y viejos, pues logró que fuera declarado herejía por el
Santo Padre. Todo aquello condenado fue exactamente la norma del poder
en la época de Fernando el Católico. Cartagena deinió el castellano como
idioma cultural y ilosóico, religioso, moral y político. El trauma origi-
nario siempre consiste en que no se puede reconocer al padre, porque en
él se contiene todo lo que odiamos y lo que amamos. Siempre sucede así.
La cultura castellana, el sentido de su autoestima, de su dignidad, de su
prestigio, de su sentido expansivo, de su proyecto como pueblo europeo
120 José Luis Villacañas Berlanga
97
Joseph Roth, Judíos en la emigración, Barcelona, Muchnik, p. 110.
98
Judíos en la emigración, p. 140.
126 José Luis Villacañas Berlanga
Tenemos aquí, como se ve, una invocación del tiempo absoluto del
hombre. El escándalo es múltiple. Primero para una conciencia histórica,
por cuanto establece una relación entre tiempo y trascendencia que hace
depender una serie de sucesos reales, con millones de causas inmanentes
y materiales, de una palabra pronunciada más de cuatrocientos años antes.
Al leer esta frase, los historiadores nos sentimos escandalizados por esta
recaída en la magia de los números. Pero también escándalo religioso.
Quien escribe estas frases no puede ocultar que en su opinión está pa-
sando algo debido. Para Roth, se cumple una sentencia derivada de un
juicio justo y perenne cuya consecuencia es la catástrofe actual. En este
sentido, se supone que los españoles son castigados en justicia por los
decretos divinos. Emerge ante nosotros un Dios que mira por encima del
tiempo y dice a los vencedores: todavía conoceréis mi justicia. El texto
de Roth nos escandaliza porque no podemos dejar de preguntarnos si, tras
esa nítida constatación objetiva, no se esconde una secreta alegría ante
el cumplimiento de la sentencia. Se ha hablado mucho del Dios de Israel
como un ser vengativo. Y esto parece conirmarlo. Pero me temo que ésta
es la última resistencia antes de que emerja la verdadera consideración:
que el mal moral genera efectos que no conocen el tiempo empírico, para
la moral irrelevante. Esa es también la creencia que anida como resultado
de una adecuada Ilustración. Roth conirma la fe en las sentencias de los
padres de su pueblo, y proclama la certeza de que el pueblo de Israel,
testigo del tiempo, también será el verdadero testigo de la justicia. No el
actor. Nietzsche, en su análisis del judaísmo, nos ha confundido con su
retórica supericial y llamó a esto resentimiento y venganza alucinatoria.
El testimonio nunca lo es. Sólo tiene otro tiempo, que se abre cuando la
justicia se ha cumplido. El tiempo de la moral no está hecho para con-
denar, sino para abrir otro futuro. En in, los pasajes de Roth producen
escándalo político. Los españoles, que durante siglos se consideraron un
pueblo elegido (“Reinaré siempre en España con predilección a otros pue-
blos”, decían las viejas invocaciones de Cristo Rey), de repente descubren
bajo estas frases de Roth que en realidad llevan siglos de ser un pueblo
maldito. También se podría añadir que sólo así pueden dejar de serlo,
puesto que ya todo está cumplido.
Escándalo pues epistemológico, en tanto somos historiadores; reli-
gioso, en tanto que algo se rebela en nosotros contra este Dios de vengan-
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 127
za; y político, en cuanto que nos obliga a preguntarnos por la verdad de
nuestra auto-percepción histórica de una manera radical. Y sin embargo
hay algo de misterioso y terrible en este relato, como si una verdad se nos
quisiera comunicar de forma no suicientemente articulada. Una verdad
que no es contraria a la ciencia ni a la religión ni a la política, y que por
eso requiere una elaboración por parte de esa conciencia escandalizada.
Podemos disminuir lo chocante de la expresión de Roth con ayuda de uno
de los personajes que vieron horrorizados los sucesos de 1448, nuestro
converso Alfonso de Cartagena, que todavía podía hablar del “odio de
Dios” respecto de aquellos acontecimientos de Toledo de 1449. Desde
luego, habría podido usar esta expresión con más propiedad sin hubiera
vivido en 1481, o luego, si hubiera juzgado las actuaciones del tiráni-
co Lucero, el reinado Diego de Deza, o el mesiánico Cisneros en Orán.
Todo ello no podía sino provocar el odio de Dios. Alfonso de Cartagena
no podía pensar ni por un instante que Dios odiara a los españoles. Tal
cosa le habría parecido monstruosa. Para él, Dios odia el mal, como to-
davía parece reconocer Kant en algunos pasajes de su obra inal. Ahora
debemos desarrollar esta idea moral del odio de Dios, porque desarrolla
la cuestión del tiempo de la moral. Además nos permitirá dar entrada a
la cuestión central del próximo capítulo, el despliegue del tiempo de la
moral en el concepto de “reino de los ines” kantiano99.
La cuestión es que al entrar en el aspecto moral de la cuestión del
odio de Dios, encontramos un modo fácil de pasar de lo metafísico a
lo temporal. Pues la mala obra, la realice quien la realice, tiene conse-
cuencias que se cumplen sobre los mismos que la han producido. Dios
odia el mal, no a los españoles, podría decir Roth con Cartagena. Pero
99
Sería difícil desplegar aquí este argumento, tan clásico. Pero debemos decir que al tra-
ducir el problema de la inmortalidad del alma al problema de la especie humana sobre la tierra, y
al fundar sobre él todo planteamiento de la teología, Kant no ha hecho sino disponer el problema
de Dios como observable sólo desde aquella mirada que se pregunta por las disposiciones evo-
lutivas de la especie humana sobre la Tierra. Toda representación procedente de la teología está
interesada por analizar las cosas desde la posibilidad de que la especie humana tenga un horizon-
te evolutivo abierto. La mirada desde el concepto de Dios es una mirada evolutiva y global de la
especie que pretende identiicar vías cerradas en su propio futuro. Todas las invocaciones que ha-
gamos a este problema, se pueden traducir en estos términos. La consecuencia más básica es que
no se puede conigurar esta mirada sino desde una relexión igualmente de largo plazo sobre el
pasado evolutivo de la especie, el proceso de antropogénesis y la función directa e inconsciente
que ha cumplido el concepto de Dios, o de lo sagrado, para hallar salidas improbables en tiempos
de crisis de la humanidad. Por ejemplo, en el periodo de decadencia de Roma.
128 José Luis Villacañas Berlanga
los españoles han obrado un mal que no puede sino tener efectos sobre
ellos mismos y, al inal, llevar a la mayor catástrofe de su historia: la
guerra civil de 1936. Y hay una cierta razón moral para que la mayor de
las catástrofes españolas coincida con el inal de la maldición que fue re-
sultado del trauma originario. Sin embargo, estos argumentos tienen otra
inalidad que la pura constatación. Las consecuencias del mal pueden ser
tan profundas que amenazan con destruir al sujeto que lo produjo. Esto
sucede cuando lo transforman de tal modo que pueden dotarlo de un estilo
de subjetividad que le predispone a repetir el mal una y otra vez, hasta la
catástrofe. Cada vez que se sobrevive, todavía y siempre se abre la puerta
para ganarse un nuevo estatus moral, una nueva subjetividad. Mas no sin
esfuerzo, pues la puerta es cada vez más estrecha, porque el hábito des-
tructivo es cada vez más arraigado. No hay que confundir supervivencia
con nueva subjetividad. Esta última es la obra de la Ilustración producida
por la historia política republicana. Y como hemos visto, esta historia
tiene sus diicultades. Si no se encuentra el camino hacia ella, entonces el
trauma originario repite compulsivamente, se perpetúa y, con él, un estilo
subjetivo incapaz de gozar de un sentido de la res publica.
Cuando miramos las cosas desde esta perspectiva, nos obligamos a
reparar en los efectos casi necesarios que el mal tuvo en el ámbito de la
inmanencia sobre la misma subjetividad histórica que actuó torpemente
produciendo el trauma. Seguimos por tanto en el ámbito de la tempo-
ralidad de la Tierra y el ojo de Dios no es sino la invitación a mantener
la mirada en el largo plazo de la historia, en el ámbito evolutivo de la
especie humana. Esos efectos inmanentes, multiplicados y repetidos por
el estilo político que generó, han seguido operando hasta la catástrofe
inal porque esa subjetividad así conformada no ha dejado de actuar tor-
pemente. Este orden de consecuencias no repugna ni a nuestra concien-
cia epistemológica ni a nuestra conciencia religiosa o política. Entonces
nos vemos obligados a considerar que la maldición no es sólo una voz
externa, ni una sentencia trascendente, sino una constitución inmanente
de la subjetividad, práctica y operativa, un hábito con el que el sujeto
vive como en su segunda piel, sin ser consciente de su mal. Y esto es así
porque el primer descarrío es tan traumático que no puede ser recordado,
genera una huida hacia adelante y presenta la historia como un dominio
de fuerzas y pulsiones que el propio sujeto no sabe manejar. El trauma
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 129
así nos llama a su repetición como un fantasma absorbente. Nos vemos
obligados a reconocer que la maldición es más bien el proceso de cons-
trucción de nuestra subjetividad y carácter, de nuestra percepción, de tal
forma que nos lleva sin alternativas a consecuencias catastróicas. Lo diré
de otra forma: cuando miramos las cosas desde el punto de vista moral,
nos damos cuenta de que la maldición es un anticipo que nos avisa de que
existe el mal y tiene consecuencias, de que el mal es la condición interna
constituyente de una subjetividad que produce resultados catastróicos,
tanto más graves cuanto menos reconocida o asumida sea la culpa. La
maldición es un trauma sepultado en el olvido y lo que el trauma forja no
es sino la repetición de lo que se quiere inútilmente olvidar.
En efecto, el trauma es constituyente. Moralmente constituye una
catástrofe psíquica originaria que no puede sino producir catástrofes
al obrar, a menos que se produzca algo parecido al instante gozoso de
una transformación relexiva. La repetición es una ley del trauma. Una
conciencia moral podría hablar a una conciencia religiosa diciendo: esa
ley del trauma Dios no puede alterarla, sino que sólo puede recogerla y
respetarla en su justicia. Tardará tiempo, pero siempre se cumplirá. Y al
político podría decir: la ley del trauma es la maldición de una división
civil perpetua por la cual los propios actores pagan la consecuencia de su
violencia, porque ya no sabrán actuar en la historia sino produciendo di-
visión civil. Cuando miramos las cosas desde el aspecto moral, entonces,
comprendemos a la vez la historia, la política y la religión. En realidad, la
moral genera el esquema que permite traducirlas. Entonces la moral edu-
ca, pues es el hilo conductor de la mirada de largo plazo sobre la historia
política de los pueblos.
9. Volver al principio. Parece que con este ejemplo de la historia
política hispana hemos ido demasiado lejos de Kant. Parece que con este
asunto del odio de Dios nos hemos alejado demasiado de la Ilustración.
Pero quizá sea una falsa percepción. Puede que, si resaltamos la acción
moral como fundamental para labrar cierto destino subjetivo (los dramas
de Schiller están escritos desde esta perspectiva), se nos haga evidente
que todo el orden social y político se sostiene sobre un abismo. Mientras
todo funciona, funciona; pero cuando deja de funcionar nadie sabe cómo
reparar la situación. Alguien podría decir: entonces se abre la hora de las
instituciones. Pero se olvida que las instituciones, siempre, ofrecen otro
130 José Luis Villacañas Berlanga
100
Cf. Nietzsche, Utilidad e inconvenientes de la historia, Barcelona, Círculo de Lectores,
p. 76; Genealogía de la Moral, en el mismo vol., p. 208.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 131
to de vista. En esta mirada que sólo ve por doquier un mismo crimen, pro-
pio de una naturaleza caída, la Ilustración moral ha desaparecido. Con-
forme avanza la historia es más difícil identiicar estos oscuros estratos
determinantes. Hoy, desde luego, quizá ya sea demasiado tarde. Hoy más
bien asistimos al regreso mítico a la justicia conmutativa, pero con mati-
ces. Las últimas consecuencias de este planteamiento fueron enunciadas
con toda crudeza por Michel Foucault en uno de sus últimos cursos. “El
crimen es lo que se castiga mediante la ley”, dijo; pero añadió, frente
al mito del resorte coactivo que va desde Hobbes a Schelling: “Llamo
crimen a toda acción que hace correr el riesgo a un individuo de ser con-
denado a un pena”. Foucault hizo reír a sus alumnos con esta frase, que
aplicaba la teoría de la utilidad marginal, propia de la economía, a la jus-
ticia. Así forjó la teoría económica del crimen y la tesis oicial del código
penal francés101. El criminal es un economista: con su obra ilegal espera
una ganancia y acepta el riesgo de una pérdida. Es un inversor. El Estado
también: calcula si le sale barato perseguir el delito o por el contrario le
es demasiado oneroso. Estos gastos son los enforcement of law102. Si per-
seguir el crimen sale demasiado caro, lo dejará marchar. Hay una oferta
y una demanda de crimen y el criminal es una variación del homo eco-
nomicus. Si el criminal es racional, actuará en aquellos crímenes que al
Estado le sea costoso perseguir. En suma, se acogerá a la oferta de crimen
realizable porque el enforcement of law exige demandas muy altas. Si
sube demasiado la demanda de estos crímenes, entonces quizá sea econó-
mico perseguirlos. Entonces los votos de los ciudadanos (que en la nueva
economía política signiican sólo un crédito de gasto) exigirán que se
persigan y, para ello, se pondrá más dinero en el sistema policial. Aunque
la demanda social de persecución sea alta, habrá crédito para ejercerla.
Esto quiere decir que la oferta criminal para esos crímenes bajará porque
la prima del riesgo del criminal aumentará. Así se limitará esta oferta de
crimen hasta lograr un equilibrio: “que no se supere el costo de la crimi-
nalidad cuya oferta se procura reducir”103. La mítica justicia conmutativa
queda reintroducida, pero con el matiz de que desparece la compensación
a la víctima como motivo. De hecho, con esta teoría postnietzscheana se
llega a una situación en la que hay crimen, pero no hay víctima. Se trata
101
M. Foucault, El Nacimiento de la Biopolítica, México, FCE, 2007, p. 291.
102
El Nacimiento de la Biopolítica, p. 295.
103
El Nacimiento de la Biopolítica, p. 297.
132 José Luis Villacañas Berlanga
Fines en sí, de nuevo. Fue Cassirer quien junto a esta frase, recordó
esta otra que procede de la Antropología: “Toda virtud humana en el trato
social es calderilla; quien la toma por oro auténtico es un niño”105. La frase
sugiere algo parecido a lo que dice Foucault: la vida social no sólo se debe
organizar como un sistema de equivalencias, sino que incluso este siste-
ma se puede atender perfectamente con bajos precios. Basta con calderilla.
Creer otra cosa es de niños. Sorprende que el optimista Kant se muestre tan
pesimista en este trance. De esta posición se derivaría una conclusión: to-
dos los programas de justicia reclaman atender la dignidad como objeto de
respeto, no regalar calderilla a quien quiere otra cosa. La historia, si quiere
formar parte de la justicia, no debería ignorar la narración de lo que con-
cierne a la dignidad y sus consecuencias. Pues si nos concentramos en todo
lo demás, sólo puede ofrecer calderilla. Quizá eso es lo que narra la historia
carente de ese horizonte kantiano. La calderilla no puede ser lo único que
104
Fundamentación de una metafísica de las costumbres, Ak. Vol. IV, 434-435; Madrid,
Alianza, pp. 123-124.
105
Antropología, Ak. Vol. VII, 152. Las citas las evoca Cassirer en Kant y Rousseau, Ma-
drid, FCE, 2008, p. 169.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 133
tengamos para atender una exigencia de dignidad que no tiene precio. Esta
desproporción es ingente. Ahora nos parece que quizás haya sido un mal-
entendido considerar optimista a la Ilustración.
Veamos el asunto más de cerca, pues está relacionado con lo esencial
que debe contar la historia republicana y permite responder a la pregunta;
¿a qué viene contar viejas historias? El problema de la virtud es más im-
portante de lo que parece. Lo mismo se puede decir de la vida buena. Por
regla general, ambas instancias identiican aspectos de la existencia que
implican bienes materiales y algo más, en lo que ponemos la dignidad.
Ese algo más está vinculado con nuestro sentido de lo imprescindible para
no sentirnos dañados. Esto imprescindible, en lo que reposa la compren-
sión de nuestra integridad, marca el sentido y la intensidad de la ofensa
o la herida que podamos recibir. Somos soberanos no sólo para sentir
las ofensas como tales, sino para medir su intensidad y para identiicar
lo imprescindible. En kantiano: nadie puede dictar nuestro sentido de la
dignidad. Esta podía ser una buena deinición de ser in en sí. Esta con-
dición nos pone en situación de reconocer la posibilidad de la situación
de lo trágico, lo que está en la base de toda tragedia: que tenemos más
sensibilidad para las heridas padecidas en nuestra dignidad que para las
heridas que producimos en la dignidad de otros106. Ofrecemos calderilla,
pero exigimos que nos den oro. Esto es propio de niños. Esto no afecta
poco a la estructura de la Ilustración, pues ésta consiste en salir de la
minoría de edad. La cosa no es tan trivial. La tragedia, como supo Freud,
consiste en no salir de la infancia o en regresar a ella.
Podemos ofrecer una salida, recordando doctrinas de Freud: incluso
el sentido de la integridad, de lo imprescindible, debe ser relativo. Un
sujeto consciente y epistemológicamente equilibrado, ¿debería ser iró-
nico respecto de lo imprescindible? ¿Sería esto ilustrado? ¿Es lo mismo
ser irónico que ejercer el humor? En cierto modo, un ilustrado debería
mostrarse muy poco exagerado a la hora de discriminar las heridas de su
dignidad. No debería seguir la igura psíquica de Rousseau. Esta deini-
ción de la virtud comparte el supuesto de toda otra deinición de la virtud:
sólo funciona si es común. Entonces vemos lo verdadero: que producir
justicia depende de que existan percepciones materiales comunes sobre
lo prescindible e imprescindible, la dignidad y lo equivalente, lexibilidad
106
Cf. “De la tragedia a lo trágico”. En Andrés Ortiz-Osés, La interpretación del mundo.
Cuestiones para el tercer milenio, Barcelona, Anthropos, 2006, pp. 151-169.
134 José Luis Villacañas Berlanga
acerca del mundo, sea estoica, cristiana o judía. Por ejemplo, aquellos
bienes que afectan al estatuto moral del sujeto, como el buen nombre o
la inocencia. La herida a la dignidad en la vida social, la que implica la
imposibilidad de mantener el sentido moral, no puede compensarse sino
con una indisposición moral con el mundo, un humor sobre el mundo que
no indispone a la lucha por una reparación capaz de dar creencia a la po-
sibilidad de una disposición moral del mundo. Los géneros literarios de la
tragedia y de la comedia están diseñados para producir reconciliación con
el sentido moral del mundo de una doble manera. El primero, al mostrar
los devastadores efectos de la vida pulsional y del trauma, fortalecerá la
auto-ironía y el distanciamiento respecto de esas pulsiones. El segundo,
con un humor más completo, permite gozar de la capacidad de los seres
humanos para compensar de forma feliz las faltas a la dignidad, para lo-
grar la reversibilidad de la herida moral, la reconciliación y la amistad. Se
trata sencillamente de luchar con la aplastante seguridad del humor por
el buen nombre (algo que para siempre aparece en don Quijote). Así, la
historia moral se puede desplegar desde el género trágico, mostrando el
destino de división civil. Eso es lo que hemos hecho con la pequeña his-
toria del trauma español y la historia de la tragedia de los conversos. Pero
también se puede mostrar desde el género cómico, mostrando cómo a pe-
sar de todo la vida sólo pudo seguir mediante algún tipo de reconciliación,
cuando se acaba la maldición del buen nombre. El valor de la tragedia
consiste en que un traumatizado pueda descubrir el instante gozoso de su
transformación, ése que dice: o transformación o muerte. El valor de la
comedia muestra la manera en que una víctima pura puede ver su buen
nombre reparado con los medios de la amistad.
El valor de la comedia, por tanto, se pone a prueba ante una situación
en la que un inocente es culpado y lucha por su buen nombre. Si el ino-
cente es culpado y condenado no sólo se le retira algo de calderilla sino su
fe en la posibilidad del combate moral. Al ser condenado e inocente, tiene
la certeza de que un mundo en el que sucede esto no puede proceder de
las manos de Dios. En términos kantianos: no puede ser mirado como una
totalidad desde la cima del reino de los ines. Aquí se produce un abismo
inconmensurable con los actos de la calderilla. El inocente condenado no
puede socialmente seguir su combate crítico por la virtud sin reparación.
La única manera de no arrojar la toalla es una producción activa que haga
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 137
que este mundo se sane a sí mismo, pueda regenerarse su inocencia y
producir esperanza en que el resentimiento no es el fruto obligado de la
desesperación. Sin ninguna duda, la racionalización cristiana ofrece un
detalle ulterior. Lo único que puede hacer regresar el mundo a la inocen-
cia anterior a la existencia de una víctima pura es el perdón que ofrece el
inocente culpado incluso una vez reconocido como inocente. El inocen-
te culpado se dirige entonces al que mira el mundo como totalidad y le
ruega, le pide, casi le exige que su condena no sea considerada como un
obstáculo para esa mirada total que descubre el pequeño progreso desde
el reino de los ines. Simplemente dice que no se vea esta injusticia como
un obstáculo deinitivo al futuro del reino de los ines. Es más, al hacerlo,
considera que el perdón es el cemento que une esa cadena hacia el bien
inal, el tejido que mantiene unidas las generaciones de los seres huma-
nos a través del tiempo, lo sustantivo mismo de la historia. Un problema
central es que el inocente no puede otorgar el perdón si mantiene la fama
y el cargo de culpable. Es éste el momento que Hegel se ahorró al escribir
su teodicea más allá de Kant. La víctima pura no puede perdonar antes de
ser declarado inocente. Y no puede perdonar si no se le solicita el perdón.
La víctima pura, sin embargo, no puede ignorar sus deberes para con el
mundo y debe abrir un futuro. Aquí, la racionalización moral cristiana es
la misma que la racionalización ética judía del Siervo de Yahvé. Respecto
de la escena del inal de la maldición de la guerra civil española, la cues-
tión es: ¿las víctimas puras han sido declaradas inocentes, y su causa de
buen nombre ha triunfado tanto como su perdón?
El discurso de la lucha moral dice que un inocente culpado ha de
generar energías en este mundo para que no se consume la injusticia. La
víctima pura necesita un acto de justicia pura. Y necesita al propio mundo
para que lo produzca. Aunque no sepamos qué es la justicia en general
aquí sabemos qué es lo injusto. La primacía de lo injusto sobre lo justo es
alentadora, pues identiica y produce un acto inmanente compensatorio.
Produce una herida moral, pero no se rinde y tras la investigación, ener-
gía, constancia y virtud adecuadas, produce un acto que muestra cómo
los seres humanos implicados se mueven por una idea compartida. No se
puede producir lo justo sin cooperación, como veremos. La reparación
del buen nombre permite creer por un instante que los seres humanos son
capaces de producir algo que deja el mundo tal y como podría ser pensado
desde el reino de los ines. Si un acto de esta naturaleza se produce, el
138 José Luis Villacañas Berlanga
mundo y su tiempo continúan por obra del ser humano. Estas percepcio-
nes han sido expuestas de manera muy plástica en una obra de teatro y de
cine reciente, The Winslow Boy108. Allí, ante una víctima pura, un inocente
culpado y condenado precipitadamente, se genera la virtud epistemológi-
ca y el coraje de luchar para que brille la verdad. Seres humanos libres, in-
dependientes, apenas unidos por nada, desconiados, inclinados más bien
a pensar, con De Maistre, ese negro espíritu predecesor del personaje de
A touch of Evil, que todos los seres humanos son culpables a priori, cam-
bian de opinión y luchan hasta el inal por el buen nombre del inocente.
Su posición respecto al tiempo es: “Because I don’t believe it is a lost
cause”. Al inal de la obra se nos dice: “I wept to-day because rigth had
been done”. La madre del muchacho Wislow pregunta: “No justice?” Y
el abogado le dice: “No, not justice. Right. It is no hard to do justice, very
hard to do right. Unfortunately, while the appeal of justice is intellectual,
the appeal of right appears, for some odd reason, to induce tears in court”.
No es un azar que el Schiller historiador viera la historia moral como
una especie de tribunal. Nosotros añadiremos: un tribunal que debe de-
fender a las víctimas puras como nuestros conversos, símbolos de todas
las víctimas de nuestra historia. Y ahora llegamos al inal del argumento.
Pues cuando miramos los ininitos juicios que se hicieron en España tras
la fundación de la Inquisición, comprendemos que jamás pueden brotar
las lágrimas comunes anunciadoras de un sentido de lo justo encarnado
en un instante histórico. Aun cuando en todos los labios se diga que en
esos tribunales se defendía la causa de la justicia, sabemos que se hizo lo
monstruosamente injusto. Lo decisivo reside aquí. Pues la pregunta, a la
que aún haremos frente, es cómo puede vivir un pueblo que se sabe que
asentado sobre la producción de lo injusto. ¿Qué tipo de experiencia se
acumula en los siglos en que domina lo injusto una y otra vez justiicado,
legitimado, y repetido? Sin duda, aquí estaba implicado el sentido de la
libertad moral y es legítimo preguntarnos cómo puede consolidarse tal
sentido en medio de una experiencia semejante. ¿Cómo puede un pueblo
tal ponerse de acuerdo consigo mismo? ¿De dónde extraerá el antece-
dente para decir “esto como aquello, lo justo”? ¿No será más fácil que
reniegue de una vida social y política en la que sólo pueda decir “esto,
como aquello, siempre lo injusto”? Para el punto de vista de la historia
108
The Winslow Boy, de Terence Rattigan, Logman Literature, 1991. La película la hizo
Daivd Mammet en 1999.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 139
económica, de las estructuras, de los poderes, la herida de una víctima
pura quizá pueda considerarse reversible, pagable. Pero esta forma de la
temporalidad no es la única en la que se cruza la dimensión moral y la físi-
ca. Otras veces se daña un bien moral de forma que parece irreparable. En
el tiempo, estos bienes morales se presentan como irreversibles salvo que
la inteligencia del investigador y la libertad de la víctima los clausure en
el pasado. Pero por lo general la víctima pura también pierde la vida, con
lo cual la clausura de su herida no resulta reversible. La marca indeleble
de la tortura en el cuerpo y la mente a veces son también la muerte de la
subjetividad. ¿Qué pasa entonces, cuando las víctimas puras no pueden
entrar en una comedia? ¿Qué pasa cuando son inocentes y condenados y
sus cuerpos violados y muertos? ¿Cómo mantener la creencia de que el
mundo puede ser mirado desde el mundo de los ines? Sólo diciendo que
esto no integrable merece el odio de Dios. Lo injusto concreto reversible
puede generar energías capaces de producir un juicio común sobre lo jus-
to concreto y entonces unir a los seres humanos en el goce de lo común.
¿Pero qué pasa cuando lo injusto concreto sobrepasa toda medida, de tal
manera que no puede ser compensado por acto justo alguno? ¿Qué pasa
con esta falta de posibilidad de compensación a las víctimas puras del
pasado? ¿Quién hablará por el injusto para pedir perdón a una víctima que
ya no puede darlo? ¿Quién hablará por las víctimas puras para otorgarlo?
Respecto a las víctimas puras de la historia de la expansión imperial, los
conversos, los judíos, los moriscos, los indígenas americanos, por hablar
sólo de la expansión imperial española, ¿quién compensará todas estas
acciones?109 ¿Quién las integrará en el reino de los ines?
Desde luego, las apariencias morales pueden ampliarse hasta el in-
inito aquí. Alguien podría decir que nada más fácil que considerarse a sí
mismo víctima pura. Y es verdad. Incluso para abordar bien esta situación
se requiere salud psíquica, con sus problemas de autocontrol. Pero no
109
Es más fácil cuando las víctimas no son puras. Pero a pesar de ello no es fácil, como
sabemos. ¿Quién reparará el sentido moral del mundo? Por cierto, ¿cómo reparamos la violencia
en nuestro país cuando unos hablan desde el punto de vista de los perdedores de la guerra civil y
otros desde el de los vencedores y nadie se acuerda de que el deber inmediato de quien se atreve
a reclamar estas voces es el de exigir que sea pedido recíprocamente perdón? ¿Por qué no se
ha encarado bajo el paraguas del perdón recíproco la memoria histórica, de tal manera que sea
entendida como la necesidad de saber qué es lo que se perdona, y no la prioridad de la compen-
sación? ¿Por qué no se ha visto como más sano no reclamar la continuidad entre estas voces y
aquéllas? ¿Por qué podemos decir con irme convicción que no nos sentimos representados por
aquellos que reclamen aquella continuidad con aquellos maniiestos poderes injustos?
140 José Luis Villacañas Berlanga
143
144 José Luis Villacañas Berlanga
siego ingente, un malestar interno, cuando aprecia que las fuerzas reales
dentro y fuera de sí no están relacionadas con su proyecto de ser in en sí.
Comento aquí de nuevo el ensayo al que una y otra vez hay que vol-
ver, el Comienzo verosímil de la historia humana. También se puede en-
tender este título como “inicio hipotético”. En efecto, es en ese texto don-
de Kant deiende que, por un mecanismo que ha llamado “wilde Freiheit”,
la animalidad del ser humano se ha superado a sí misma. El ser humano,
movido por un exceso —un lujo, le llamó Roger Caillois—, fruto de un
desarrollo cerebral sin precedentes, situado en un cambio drástico de bio-
topo, desprovisto de pautas y respuestas ante realidades cambiantes, in-
trodujo la mimesis respecto a todos los demás animales. Todo esto le dejó
sin pautas propias de conducta. Sin duda, este acontecimiento, la escena
originaria de la humanidad, implica que no podemos volver allí dónde
estábamos perfectamente adaptados y satisfechos. Tenga esta inquietud
causas exógenas, fruto de la catástrofe del biotopo anterior, o endógenas,
fruto de un cerebro que no puede soportar el aburrimiento, o ambas cosas
a la vez, tuvo como resultado la condición de un ser humano emigrante
e hiper-atento a la novedad del cambio de mundos. Esta libertad salvaje
es la última condición de posibilidad la inteligencia como capacidad de
ser in en sí subjetivo, la lucha por hacer de la existencia nuestra causa
propia. Esta inteligencia es nuestra verdadera madre, cuya primera tarea
es construirnos como ines.
Es irrelevante saber qué vino antes: el trauma por el que la naturale-
za nos abandonó, transformando el medio ambiente en el que estábamos
adaptados (y que hasta ahora nos había ofrecido protección) en un medio
hostil, donde todas las señales eran ambiguas; o la lexibilidad de una
mimesis impulsada por el propio placer de las posibilidades inéditas que
se abrió a todas las opciones animales que veía a su alcance, produciendo
así una indeterminación instintiva respecto a los objetos del deseo. Kant
habló de catástrofes en la Crítica del juicio teleológico y de mimesis en
el Comienzo verosímil. Respecto del inicio, siempre hay más de una po-
sibilidad hipotética, desde luego. Comprenderse como inteligencias no
es jamás algo seguro. Pero lo que deseamos comprender es un aconteci-
miento único: que el ser humano se descubrió como inteligencia bien en
medio de la angustia por la falta de una naturaleza cerrada o bien por la
insatisfacción aburrida de tenerla. Este descubrimiento, que alienta en el
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 153
fondo mismo de todos los mitos que hacen necesaria una segunda crea-
ción del ser humano, es el supuesto de la inteligencia por la cual el ser
humano se eleva a in en sí mismo. La falta de naturaleza y el caos sub-
siguiente le fuerza a ello. Por este descubrimiento mítico, el ser humano
se vio siempre en la ilosofía clásica como un proceso formativo desde
el caos al orden y se comprendió también como ámbito de aplicación de
fuerzas míticas, entre ellas las propias de la astucia, el lejano ancestro de
la inteligencia.
Por eso es muy comprensible que el ser humano buscara un orden
para su vida justo a través de la misma potencia que lo había introduci-
do en ese desorden. Había de intentar elevar la libertad, ya no salvaje,
sino ordenada como inteligencia, a la verdadera madre de su ser. Así la
inteligencia le propuso elevarse a in en sí, deber a sí mismo, y no a la
naturaleza, su propio ser. La inteligencia que nos reclama ser ines en sí
no puede proponerse que insistamos en nuestro ser, sino que aspiremos a
dotarnos de uno; no puede pedirnos que mantengamos nuestra naturaleza,
sino que logremos dotarnos de una, ahora debida a nosotros mismos. Por
eso la otra formulación de lo que llamamos imperativo categórico dice:
actúa de tal manera que tu máxima de conducta se pueda convertir en una
ley de la naturaleza. La inteligencia dice: pues todavía no la tienes. Este
es un deber al que no puede dejar de estar vinculado. Esta ley es algo más
que una representación ideal que puedes o no pueden querer. No es una
mera posibilidad ideal, sino la condición existencial que te inclina a dejar
de ser una mera posibilidad.
Imita a la naturaleza en el orden que conoces, viene a decir este nú-
cleo estoico de la razón, y sobre todo imítala en aquella manifestación
básica legal que presenta ante ti. Kant no tiene otra representación teórica
de la ley de la naturaleza que la que garantiza la compensación de la ac-
ción y la reacción entre las masas materiales. Esa garantía de equilibrio es
la que buscamos imitar cuando aspiramos a ser al mismo tiempo ines en
sí y medios para los ines del otro. Esa es la sustancia del juego de todos
los contratos que llevan a la constitución política: la construcción de un
cuerpo de poderes equilibrados, de fuerzas capaces de acción y reacción,
de libertades composibles y ordenadas en su movimiento. De ahí deriva
la metáfora del cuerpo de la res publica. Una mimesis de la naturaleza y
de su orden (tal y como es conocida por la inteligencia) porque la libertad
154 José Luis Villacañas Berlanga
La clave es que esta promoción de los ines ajenos sea recíproca, pues
no puede implicar el sacriicio de los míos. La promoción de los ines ob-
jetivos de la humanidad, allí donde se halle, también en mí, tiene que ser
parte de mis ines subjetivos de esta acción. La mirada que perseguimos
producir en nosotros, como si fuera la mirada de la voluntad buena uni-
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 165
versal, no puede dejar de ser también la mirada de un hombre particular.
La bondad de esa mirada tiene que incluir una promesa de la felicidad y
al mismo tiempo la promesa de una sociedad. Esa es la situación en la
que Kant ha puesto al sujeto moderno. Esa es la naturaleza de su sueño.
Uno forjado sobre la voluntad de no renunciar a ninguna exigencia de lo
humano en tanto común. Por muy difícil que pueda ser su síntesis. Esa es
la norma que la crítica racional, sea cual sea nuestro incumplimiento, no
puede olvidar. Lo peculiar del sueño de Kant es que no se puede soñar
solo ni al principio, como el de Rousseau. No es un instante gozoso que
nos da la certeza de que ya somos. En cierto modo, ha de ser un sueño
común en cada acción social concreta que se produzca entre los seres
humanos. A ese vínculo común objetivo y racional, Kant le ha llamado
“ethische gemeinen Wesen”, que es la forma en que se vive dentro de la
idea del reino de los ines [Reich der Zwecke], y que podemos traducir
como “ser común ético”. Sólo sobre esta base ética común se podrá con-
igurar una comunidad política, eso que ha llamado un republicanismo.
Educar en la moral en este sentido es decisivo para la educación política.
6. Diicultades en la práctica. Rara vez se ha reparado en la tensión
entre la teoría moral de Kant y su teoría de la Ilustración. La primera,
como he dicho, establece una clara vinculación entre la dimensión de
inteligencias racionales que tenemos los seres humanos y nuestra dig-
nidad como seres morales. Su argumento es bien sencillo. La diferencia
entre una inteligencia racional pura, por naturaleza, como la ideal divina,
es que los ines de su acción estarán ordenados a un in apropiado a su
naturaleza racional. Dios no podría distinguir en sí entre ines subjetivos
y objetivos. El rasgo decisivo que diferencia al ser humano de un Dios es
que el ser humano no tiene una naturaleza racional. En realidad, la tesis
que se deriva de Kant es que el ser humano no tiene naturaleza. Desde
luego, la razón no es su naturaleza y por eso los ines racionales objetivos
no le son propios en el sentido en que se puede decir tal cosa de Dios. Lo
máximo que se puede decir es que la razón es para él un deber y que para
llegar a ver los motivos racionales como propios tiene que impulsar un
trabajo de elaboración de su estatuto de in en sí subjetivo mediante disci-
plina de intereses, deseos, pulsiones y motivos. Un kantiano posterior po-
dría decir que todavía se debe investigar si la razón fue y es funcional a la
supervivencia de los individuos humanos, especie humana hasta el punto
166 José Luis Villacañas Berlanga
los ines, necesaria para la perspectiva moral y esto signiica que ya cree
estar humanizado, perfecto, digno de esos instantes gozosos que ahora
vemos como propios de una infancia satisfecha de sí misma. Menor de
edad, el cobarde no puede disfrutar de los beneicios de la dignidad y, si
no disfruta de dignidad, no puede activar derechos. La Ilustración no ha
dicho qué hay que hacer con los permanentes menores de edad, pero me
imagino que no puede tener otra receta que sugestionar a los seres huma-
nos para que sean valientes en el uso de su inteligencia hacia la razón.
Los métodos de la sugestión, de la persuasión, de la exhortación, propios
de una larga tradición retórica, quizás debieran estar a disposición de los
agentes ilustradores. Lo que parece claro es que, si tenemos la posibilidad
de discriminar que alguien es menor de edad, desde cualquier punto de
vista, no parece que podamos concederle la plenitud del estatuto moral.
Puesto que no podemos rechazar esta concesión, deberíamos abstenernos
de aquella discriminación. Pero entonces nos quedaríamos sin retórica
de la Ilustración. La condición moral del ser humano no sería algo que
se dispone, sino que se adquiere según obre. Es como si algo que tiene
sentido solo si nos vemos en la perspectiva del reino de los ines, ahora
pudiera ser contemplado desde la situación presente empírica, unos con
portavoces autorizados y otros ajenos a la perspectiva del mundo de los
ines. ¿Quién podría decidir entonces?
No necesito decir las terribles consecuencias que se derivarían de
estos planteamientos, en caso de ser llevados hasta el inal. La clave es:
¿quién podría decir que alguien es menor de edad? ¿Hasta qué punto lo
puede ser uno? Si la mayoría de edad implica acceder a la perspectiva
del mundo de los ines, y esto solo se logra a través de argumentos muy
elaborados, entonces, ¿cómo decir que somos culpables de no entender
algo tan abstracto? Al inal, ¿cuando se ha dado el salto a la perspectiva
del reino de los ines? ¿Quién controla ese salto y su valentía? ¿Cómo
podemos adscribir a todos inteligencia, sin adscribirle razón? ¿Quién tuvo
la culpa, el ser humano o la retórica de los educadores? ¿Cuándo se goza
de la plenitud de la dignidad? ¿Hay que tratar a los ilustrados igual que a
los no-ilustrados, a los valientes que a los cobardes, a los que se elevan a
in en sí objetivo y a los que no se elevan, a los que usan de su inteligen-
cia en el sentido de la razón y a quienes no? ¿Qué queda entonces de las
consecuencias democráticas del punto de vista moral? Pero si no estamos
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 171
en condiciones de identiicar en la realidad concreta a los valientes de
los cobardes, si suponemos que todo ser humano en tanto ser humano ya
ha conquistado la perspectiva de la humanidad, entonces parece que los
análisis de Kant nos sirven de poco y la artiiciosidad del reino de los ines
parece estéril. En suma, la perspectiva moral, o discrimina demasiado o
no discrimina nada. En ambos aspectos es un problema, si no un peligro.
¿Dónde está el problema de todo esto? Ciertamente, en que la pers-
pectiva moral es meramente formal, mientras que la perspectiva de la
Ilustración puede caer en la tentación de dotarse de un contenido clara-
mente material que ofrecería la clave de la normalidad al presente. La
primera, en la medida en que reconoce que no hay un arquetipo de la
naturaleza humana, concede como único motor de la vida humana la in-
teriorización de ines y la capacidad de asumirlos se le llama inteligencia.
La idea de Kant es que esa es siempre una base suiciente para dar pasos
argumentativos precisos hacia la inteligencia racional. Asumir el desplie-
gue de la razón, como in objetivo en nosotros, se llama moralidad. La
Ilustración corre el peligro de suponer que hay usos concretos adecuados
a esas inteligencias racionales, usos que son propios de mayores de edad,
verdaderos por su contenido material, mientras que hay usos que no lo
son, sino a lo sumo propios de una inteligencia subjetiva. ¿Quién juzgará
entonces? ¿Quién será el representante de la razón en ese tiempo histórico
de tal manera que pueda elevarse a juez de los demás y decirles: “tú eres
un mero in subjetivo, pero no objetivo”? El juicio ilustrado sería enton-
ces determinante, autorizado, equivalente al de un juez. Pero Kant jamás
ha defendido que este sea el tipo de juicio al que abra camino con su idea
de Ilustración. Este no podría ser el juicio de un jurado y un público que
comparten la emoción ante la producción de lo justo. La clave de todo
es que desde el punto de vista moral jamás tenemos posibilidad de sen-
tenciar que alter sólo tiene ines subjetivos y no objetivos. Al contrario,
desde el punto de vista moral siempre debemos suponer que los ines
subjetivos que tenemos en relación con alter no pueden hacer imposible
que este camine hacia sus ines objetivos como ser racional, el uso de sus
capacidades intelectuales destinadas al orden de su propia psique y la
posesión de sus capacidades. De lo que decimos desde el punto de vista
moral no podemos derivar nunca un punto de vista privilegiado para ase-
gurar que un ser humano concreto no es en el fondo inteligencia racional,
sino minoría de edad. La Ilustración no tiene iscal.
172 José Luis Villacañas Berlanga
mucho que el maestro sepa más, está como nosotros en lo que todavía
ignora. Así que es una cuestión de fusionar las perspectivas. Sin duda, la
primera debe darnos asentimiento a los ines concretos, puntuales, y se
mantiene confusa acerca de la obra de hacerse uno a sí mismo. Esa es la
perspectiva de la inteligencia y la de ser ines subjetivos. Otra perspectiva
le da asentimiento a esos ines concretos, pero siempre los confronta con
una visión del in general de hacerse uno a sí mismo en el largo plazo. Es
la perspectiva del reino de los ines y del ser in en sí objetivo. La tercera
y sintética regula esta visión preguntándose por la promoción de las fun-
ciones que nos llevan a promover el conocimiento y el autocontrol como
bienes racionales que beneician a todos los seres humanos con los que
nos crucemos, produciendo algo común entre nosotros. Aquí la razón y la
perspectiva del reino de los ines sólo se construyen a través de lo común.
La primera perspectiva, la que da asentimiento a ines concretos, deja en
la penumbra el diseño de hacerse a sí mismo en su totalidad. Permite un
intercambio de ines subjetivos con otros seres humanos, algo así como
los contratos concretos. La segunda perspectiva, teniendo en cuenta el ha-
cerse a sí mismo propio de un ser que debe velar por su propia existencia
como una totalidad, integra muchos ines a los que gustosos damos asen-
timiento, pero que se ordenan bajo el rótulo de la aspiración a una vida
plena en el largo plazo y promueven intercambios racionales duraderos,
con expectativas controladas y aseguradas, quizá institucionalmente vin-
culadas y desde luego afectivamente reforzadas. La tercera, la perspectiva
pragmática, selecciona la forma de producir esos intercambios sociales
en la medida en que promueve formas racionales que intensiican la pers-
pectiva cooperativa, la amplían, y con ello aumentan el conocimiento de
lo real y reducen toda emergencia pulsional en el trato con nosotros mis-
mos y con los otros, produciendo así lo común. Estas tres perspectivas
son reinamientos de la misma inteligencia. Somos inteligencias porque
siempre nos representamos de alguna manera el tiempo futuro, y admi-
nistramos la aspiración y el anhelo, el miedo y la inquietud. La razón
objetiva no es sino una forma de administración que reduce la dimensión
de autoairmación, el narcisismo, y nos permite mirarnos bajo la forma en
que lo haría alguien desde fuera, de tal manera que, en el límite, nuestro
juicio sobre nosotros mismos fuera semejante al que tendría otra subjeti-
vidad, que mirase desde el reino de los ines.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 175
Así que, en todo caso, lo decisivo es arruinar de manera radical la natu-
raleza iscal y judicial, culpabilizadora y material de la Ilustración. Damos
derechos y dignidad al ser humano de manera incondicional y esto no está
en juicio. Pero unas posiciones pragmáticas son más razonables que otras.
Desde el reino de los ines no se juzga a seres humanos vivos y singulares.
Se juzga si otra objetividad es posible. No diremos de alguien que es menor
de edad ni estaremos tentados de retirarle su estatuto de poseedor de digni-
dad y derechos. Todo lo que nos inspira esta circunstancia es que la educa-
ción es una meta sin in. Quien asuma una posición ilustrada, en el sentido
kantiano, y por tanto valiente, no es para juzgar, sino para mirar el futuro de
ese ser humano desde el orden de la producción de la objetividad común.
Quizá de su forma de entender en cada caso el proyecto moral se puedan
derivar algunos perjuicios para nuestro proyecto de vida en sentido mate-
rial, pero entonces deberíamos recordar lo de “atrévete a saber” por nuestra
parte. No podemos pretender que nuestro proyecto completo de vida no se
vea afectado por el avance de la racionalidad en nuestra sociedad. Ante esa
perspectiva, no podemos pretender la soledad que reclama estar al margen
con la superioridad de un privilegio. Si hubiéramos sido suicientemente
ilustrados deberíamos saber que siempre se comparte la suerte de tu socie-
dad. Lo común nunca nos abandona. No verlo así, acumula ceguera tras
ceguera. Pues la pregunta moral no se relaciona con mi proyecto de vida y
de cómo se sienta afectado por el nivel racional de los demás, sino con el
proyecto de una humanidad racional que puede que incluso mejore con un
retroceso material de mi propio proyecto subjetivo de vida. Kant ha dado
prioridad a la forma genérica de la razón. Esta no nos otorga derecho a juz-
gar el curso de la humanidad desde el curso de nuestro proyecto vital. En
este caso, lo que nos dice el saber histórico es que cuando alguien es juez
del proyecto material de vida y tiene en su mano promover la sentencia de
culpabilidad, acaban sucediendo cosas peores que cuando se comprende
que no todo es un asunto de sugestión y de valentía. Que las diferencias
humanas sean compatibles con el estatuto a priori de dignidad es a in de
cuentas algo que la Ilustración sabía desde siempre, pero todavía con eso no
tenemos claro el problema de si la dignidad por sí sola genera lo común. En
realidad, ésas son las reglas del juego humano. Una de las reglas que per-
mite escapar a las diicultades de la Ilustración es que nunca se debe culpar
a los otros de las insuiciencias de la Ilustración entre los contemporáneos.
176 José Luis Villacañas Berlanga
114
“Tönnies versus Weber. El debate comunitarista desdde la teoría social” en Francisco
Cortés, Alfonso Monsalve (eds.), Liberalismo y comunitarismo. Derechos humanos y democra-
cia, Valencia, Edicions Alfons el Magnanim, 1996, pp. 19-55.
115
Los límites de la comunidad, Madrid, Siruela, 2012.
116
Cf. mi trabajo “Decisiones sobre el mito: el caso Metrópolis”, en J. A. Baca Martín y A.
Galindo Hervás, Cine y prospectiva social, Diputación de Almería, 2004, pp. 19-49.
178 José Luis Villacañas Berlanga
125
Ak. IV, 563.
182 José Luis Villacañas Berlanga
135
Cf. Claudio La Rocca, Strutture Kantiane, Pisa , ETS, 1990. Un análisis igualmente
en esta línea se puede ver en mi contribución a la Historia de la Ética recopilada por Victoria
Camps, Vol. II, Barcelona, Crítica, Grijalbo, 1994. Hay diferencias considerables entre la prime-
ra y la segunda edición.
136
Religión dentro de los límites de la mera razón, Cuarta Parte, Segunda Sección, WW.
VIII, 847-8.
194 José Luis Villacañas Berlanga
137
Crítica de la razón pura, B, 258: “eine Bestimmungen enthält, wovon der Grund in
deranderen enthalten ist”.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 199
Weber ha dicho de forma parecida: “Por relación social debe entenderse
una conducta plural que por el sentido que encierra se presenta como
recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad”. Lo esencial
es que no le falte de hecho “el ser referido a otro del actuar recíproco”138.
Como el propio Weber dijo, y entendida en este sentido, la relación social
no puede dejar de producir dimensiones comunitarias, afectivas y ijadas,
en la medida en que sea exitosa. En todo caso, el éxito en la acción social,
normada por el imperativo, o en la acción política, normada por el sen-
tido republicano de la ley, generará ese complemento sentimental de lo
común, no a la inversa. Acordémonos del abogado en el caso del Winslow
Boy: hace lo justo, lograr que brille lo justo, y desde luego dispara con
ellos fuertes emociones. Pero son emociones racionales comunes, de las
que se alegraría cualquiera que no tuviera interés en producir víctimas
puras. El fundamento de la comunidad subjetiva ha de ser un inlujo real
objetivo y la apercepción como nosotros depende de la percepción y ex-
periencia de algo común, no de algo imaginado. Sólo así la comunidad es
abierta, condición indispensable para la universalidad de las normas im-
plicadas. Pero también de normas que se concretan en presencias reales.
En este caso se mantendrá el estatuto de la condición moral propia de los
seres humanos. Sólo así dejaremos de presentarnos la propia comunidad
como realidad sustancial a representar de forma sublimada y carismática;
tendremos seres sociales que en su núcleo duro son también subjetivida-
des racionales, pero no sólo individuos; concederemos a los seres huma-
nos lo debido: que aunque tengan una dimensión individual, subjetiva,
autorreferencial, secreta, más allá de los consensos concretos, impidamos
que surja la doble ilusión del liberalismo y del comunitarismo: tanto que
se pueda disolver el secreto de todos en una communio, como que un ser
humano se pueda realizar sin mediaciones materiales concretas capaces
de hacernos gozar de lo común.
Este punto es el decisivo. La relación entre los intereses atendidos y
realizados mediante la cooperación de seres que son ines en sí mismos,
queda entregada a mi subjetividad. Por ser in subjetivo soy ese inso-
ciable ser social; ser parte de lo ético común, un sociable ser insocial
138
Weber, Wirtschaft und Gesellschaft, Tubinga, Morh, 1972, vol. I, pp. 14 y 15. “Eine
Soziale Beziehung soll ein seinem Sinngehalt nach aufeinander gegenseitig eingestelltes und
dadurch orientiertes Sichverhalten mehrerer heissen”. Hay vers. esp. en México, FCE, 1969,
p. 21.
200 José Luis Villacañas Berlanga
que culmina la acción social no de forma estratégica, sino inal. Por ser
moral soy a la vez genérico y especíico, universal y singular, pero por
el comercio social real soy lo común. En suma, no entregamos nunca
la personalidad completa en el commercium, pero sólo encontramos la
autonomía, que reposa en algo concreto gozoso, a través de esa relación
social. Coniguramos la subjetividad más íntima y más plena por la ins-
tantánea communio de los juicios neutros en que expresamos lo común de
forma presencial, en tanto clara experiencia de cuerpos afectados incluso
por su dimensión orgánica irreprimible: la risa o el llanto. Al margen de
todas las estructuras de cooperación y de comercio real, incluso el día
en que entremos en el reino de los ines, seremos un punto subjetivo, un
elemento opaco a todos los demás, pero que se abre a un gozo común que
reverbera para siempre. De la misma manera que en el ámbito jurídico no
entrego mi arbitrio, en el ámbito moral no entrego mi in en sí objetivo.
Y ésa es la garantía frente a todo despotismo espiritual, cuyas formas no
paran de renovarse sin cesar.
Una breve conclusión y una coda sobre la diicultad de la Ilustración:
Kant deseó separarse de la regulación natural de los intereses, al estilo
de la mano invisible, tanto como de su mera regulación mecánica, como
pronto pensaría Schelling. Quiso abrirse a las condiciones de la sensibili-
dad, propias de un ser racional sensible, para ofrecer una educación estéti-
ca adecuada a la libertad, capaz de superar las formas de sentimentalidad
de la pertenencia comunitaria tradicional. Con ello ha desvinculado el
gozo común de la pertenencia. Como luego Schiller, un kantiano puede
identiicar esta sentimentalidad no tradicional con los ejemplos de cons-
trucción de una historia republicana capaz de ofrecer casos de lo justo
que sólo al evocarlos conmueven incluso al observador ajeno a la perte-
nencia, en la que los ines personales subjetivos resultan condicionados
por los ines objetivos, mediante la realización de lo común que pone en
la senda del derecho racional. Esta historia debe separarse, sea cual sea
su momento temporal, tanto de la sociedad estamental oligárquica como
de la idea de comunión cerrada puesta de moda en la modernidad por la
nación francesa, de la que ya hablé en La Nación y la Guerra: ni puede
claudicar ante una dignidad materialmente condicionada por los oicios y
deberes; ni ante una igualdad y libertad materialmente condicionada por
la pertenencia a una comunidad dada a partir de la trascendencia natural
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 201
o histórica. Del mismo modo, Kant elimina la posibilidad ilosóica de
apostar por un Reich como imperio mundial, al situar el Reich der Zwec-
ken en un no-Ort, como quiere Pirni, ideal y nouménico. Nada por tanto
de una Erörterung del ideal, de un enraizamiento perpetuo en un espacio,
tierra o suelo elegido, en una civitas terrae, como en el fondo sucedió en
el caso hispano, al elevar el solar de Castilla a lugar de la iglesia visible
de los cristianos viejos.
Con ello, al poner de nuevo en circulación el ideal de Reich, Kant
se ha separado de la noción de Imperium o monarchia universal139, tanto
como de los localismos sublimados. Lo universal en la norma es tras-
cendente al espacio de la frontera, y sólo genera un ámbito o Gebiet de
la libertad. Al limitar lo juzgable a la actuación externa, Kant se separa
del derecho de Inquisición, del gobierno de las almas y los cuerpos que
reconoció la forma monarchia y acabó imponiéndose en el Estado de la
confesionalización y la disciplina. Con ello se opuso a las dos caracte-
rísticas centrales de la forma imperial y despótica: gobierno universal de
almas y cuerpos, gobierno universal de inquisición y disciplina. Así el
modelo kantiano limitó las disposiciones administrativas del poder sobre
los seres humanos y aspiró a que el ser humano estuviera en su propio
poder. Y puso las bases de una sociedad de subjetividades que se confor-
man cada vez en lo común, pero no de sujetos individualistas; elaboró
una crítica pero con aspiraciones al consenso concreto y renovado, e hizo
de ella una actividad de juicio que busca lo común, republicana en suma,
sostenida por una noción de racionalidad moral. Estos procesos históricos
enmarcan su decisión por la forma republicana política sobre la base de
sociedad civil liberal. Cuando tales procesos en los que se enmarca la
aventura kantiana se juzguen irrelevantes, entonces Kant ya habrá dejado
de signiicar algo para nosotros.
¿Diicultades de la Ilustración moral? Inevitables. Esta supone un
trabajo psíquico de desdoblamiento, de diferenciar los ines subjetivos
de meras utilidades respecto de los ines objetivos de goce de lo común
en su pluralidad de manifestaciones. Pero lo que hace difícil la Ilustra-
ción es sencillamente que ningún acto de formación de lo común puede
sustancializarse ni heredarse. Requiere la misma energía que el acto ante-
rior pues cada uno de éstos tiene la misma estructura del acontecimiento.
139
Religión dentro de los límites de la mera razón, Primera parte, WW. VIII, 682, nota.
202 José Luis Villacañas Berlanga
203
204 José Luis Villacañas Berlanga
140
La noticia la da Manfred Kühn, en su excepcional biografía de Kant, Madrid, Acento,
2003, p. 382.
206 José Luis Villacañas Berlanga
que todos los agentes velan por el bien eterno de las almas en pena. Nadie
puede dudar del progreso, del verdadero progreso que implica que los
presos, a pesar de todo, canten alabanzas a Dios. Al menos, no podrán ce-
lebrar una asamblea para juzgar al ilósofo. A pesar de todo, este se siente
en peligro. La seguridad por la que tiene que velar el ilósofo que toma
contacto con ellos no es la del individuo Sócrates, sino la de los piadosos
vecinos de la ciudad y el ilósofo es su representante. Ya no tenemos aquí
a la vista al ilósofo intrépido, que nadie sabe por qué ni cómo desciende
a la caverna para producir una liberación imprudente. Ni siquiera tene-
mos a la corporación académica platónica que se parapeta tras sus altas
vallas para impedir un asalto democrático de la institución. La ciudad, los
vecinos, y entre ellos el ilósofo, como uno más, son los que han de velar
por la seguridad. Para ello, los presos deben hacer un buen uso de lo que
le queda de su restringida libertad, deben hacer un esfuerzo más: ajustar
las voces de sus cánticos a Dios. Sólo entonces Inmanuel Kant podría
disfrutar de su casa, dispuesta “a un silencioso aislamiento de los ruidos
de la ciudad y del mundo”141, sobre la que dominaba el único retrato de
Rousseau, el hombre que había desdeñado la casa como lugar natural del
hombre y reivindicado el claro del bosque. En este alejarse de los ruidos
del mundo descubrimos un eco de los instantes gozosos que habían fun-
dado la Ilustración radical. Y sin embargo, ahora esos gozos eran más
bien su contrapunto.
Jakob Burckhardt, a su regreso a Berlín en 1882, había identiicado
una cierta falta de generosidad en el espíritu de la antigüedad helenística.
Blumenberg lo ha recordado no sólo con motivo de su experiencia berli-
nesa ante el friso del templo de Pérgamo. La misma falta de generosidad
se podía apreciar en el sencillo hecho de que Platón se hubiera negado
completamente a revelar las relaciones vitales objetivas que daban a su
relato de la caverna la fuerza que nos ha impresionado siglo tras siglo.
No se trataba de una mera idea, sino de experiencias históricas al alcance
de todos. Ese origen en la vida cotidiana había sido cegado en el relato
platónico, de la misma manera que Kant deja sin relación alguna la pal-
maria experiencia de la culpabilidad de sus presos con la de los tutelados
menores de edad todavía no ilustrados. En el caso de Platón, ese origen
vital del mito venía dado por las noticias comunes de las minas de plata
141
Manfred Kühn, 384.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 207
de Atenas, donde los esclavos, la clase más desdichada de hombres, vi-
vían encadenados en las grutas que excavaban, sin ver otra cosa que las
sombras de la luz y la comida que les lanzaban sus guardianes. La pre-
gunta de Burckhardt era algo más que la expresión de una duda. “¿No se
apoyará la caverna platónica en impresiones de esas minas?”142 Con ello,
expresaba su pesimista amargura ante la tesis que Nietzsche había asumi-
do sin reservas, incluso con la emocionante previsión de la necesidad de
la repetición en el mundo moderno: que la cultura estética de los griegos
se sostenía sobre un inhumano sufrimiento. Para Burckhardt, como es
sabido, éste era un motivo más de pesimismo. Los mismos hombres que
habían identiicado aquello de lo que el ser humano podía sentirse más
orgulloso, eran quienes habían establecido la medida de la infamia que
se puede cometer contra otro ser humano. De la misma manera, Kant no
quiere reconocer plenamente las experiencias sociales que dan sentido
a su diagnóstico sobre la Ilustración. Todo esto nos permite sospechar,
como mera hipótesis, que a la propuesta sobre qué sea la Ilustración le
es internamente necesario el olvido de las experiencias cotidianas en las
cuales vive el ilósofo que lanza su diagnóstico. Esto produce una diicul-
tad de sentido y de comunicación. La idea demasiado estricta y militante
de la Ilustración (ésa es mi hipótesis) olvida muchas cosas que sabemos
del hombre, cosas que hemos aprendido abriendo los ojos a lo que pasa a
nuestro alrededor, experiencias cotidianas accesibles a cualquiera.
Esta hipótesis reclama una interpretación de las franjas oscuras de las
propuestas ilustradas. Si hemos de decirlo con Freud, esas franjas oscuras
nos revelan el saber social reprimido y compensan, con reinado pesimis-
mo, elusivo e implícito, el optimismo explícito de las propuestas ilustra-
das. De ahí la necesidad de una militancia más bien sádica para hacer que
la realidad coincida con la idea ilustrada. Un sadismo que inalmente pasa
inadvertido. La pregunta, que tiene que ver con la antropología, dice así:
lo que sabemos del ser humano ¿nos permite esperar su Ilustración? Y si
no es así, ¿a qué el sadismo, la culpabilización y la militancia? Como se
ve, la cuestión concierne a la totalidad del pensamiento kantiano. La más
mínima duda en este sentido, nos lanza hacia el aristocratismo platónico,
un sadismo expreso. Asumamos que las complejas disquisiciones del ca-
142
H. Blumenberg, Salidas de Caverna, La balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 2004, pp.
524-5.
208 José Luis Villacañas Berlanga
143
Kant, WW. XI, 53.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 211
inexorables de la inmadurez humana y no en superarla sino explotarla
económicamente y mantenerla como consumo. Hoy, cuando esa forma
de tutela se ha hecho tan evidente y tan general que ha corrompido hasta
la propia noción de ilosofía en favor de las éticas aplicadas, y cosas así,
recetarios para menores de edad; cuando se da por supuesto que todo
discurso práctico se ha convertido en un discurso experto de los admi-
nistradores. Quien, con las armas del caballero Kant, quisiera hoy poner
las manos en el proyecto de la emancipación humana no sólo necesitaría
romper el tabú de hablar del dolor. Ante todo tendría que dar la batalla
contraria: luchar contra el prestigio de la comodidad. Quizá por ello Kant,
en todas sus grandes obras, emprendió la batalla contra la felicidad, una
batalla que, por cierto, le ha merecido las peores acusaciones e imprope-
rios de inactualidad por parte de quienes creen que todavía necesitamos
reforzar el hedonismo. Cuando nos sentimos confusos ante tanta protec-
ción sentimental, no podemos sino agradecer el gesto reseco de Kant, ese
hablar que no cede a los sentimientos. Pero el problema sigue intacto, si
no agravado en la actualidad. Mientras tanto ya no sabemos qué sería la
madurez ni la mayoría de edad.
Así que Kant puso nombre a las dimensiones subjetivas de los en-
cadenados platónicos y así se explicó su goce: pereza, desde luego. Esto
lo había sabido Platón, cuando recordó la fuerza de la costumbre, los
efectos inerciales de los hábitos de los presos, la adaptación del cuello y
los brazos a los grilletes y de los ojos a las circunstancias apropiadas del
claroscuro y de las sombras. La pereza es la base subjetiva de la como-
didad, algo que se dice más pronto que se comprende, ya que sus raíces
antropológicas necesitan todavía de la iluminación correspondiente. E
incluso puede que existan raíces más lejanas que las antropológicas, un
principio de repetición y de automatismo perceptible como pulsión, pero
que viene de más allá de nosotros, quizá de la vida en nosotros, y puede
que de esa estructura económica cósmica que se aferra a las soluciones
que una vez han tenido éxito, una repetición que va más allá de la historia
humana, como ya saben los actuales discípulos de Nietzsche.
En todo caso, Kant ha sabido del ser humano lo suiciente. A él le ha
dedicado atención en su Antropología desde un punto de vista pragmáti-
co. Como es natural, al aludir a la comodidad, Kant no ha podido eludir
las metáforas que, de forma insistente, relacionan el estar encerrados y la
212 José Luis Villacañas Berlanga
144
WW. XII, 411. Para lo que sigue, 408 y 407.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 213
entregado a su propio disfrute, sea en el tutor o en el menor, revela de re-
pente la estructura de los obstáculos de la Ilustración. Sin duda, para que
exista Ilustración en algún momento se deberá acabar este tiempo de jue-
go. ¿Pero se acaba de verdad? Todavía escuchamos las ruidosas protes-
tas de Nietzsche contra esta posibilidad. Y sin embargo, ni siquiera aquí
obtenemos la base misma del egoísmo. Las bases del amor a sí mismo,
del tiempo del juego, de la apertura inocente y la franqueza que inclina a
entregarnos en manos de otro, los placeres comunes al educador y al niño
atravesados por el juego, aun siendo la piedra rocosa del recuerdo, no son
el origen. El destino se juega más allá del recuerdo, más allá del Ich, de la
aprehensión y el hablar. Se hunde en ese tiempo en que el Selbst se sien-
te, y no se piensa, en un amor ciego y no traído a la luz. “El recuerdo de
sus años infantiles no alcanza ni mucho menos hasta este tiempo: porque
este no es el tiempo de la experiencia, sino el tiempo de las percepciones
meramente dispersas todavía no reunidas bajo el concepto de Objeto”145.
La apertura, la franqueza, la Offenheit, está relacionada con el estado
de dispersión en que se encuentra el Selbst, y su opacidad estructural al
recuerdo está relacionada con el hecho de que el tiempo recordable sólo
se organiza sobre un mundo de objetos, no de pulsiones abiertas y percep-
ciones inconexas. El juego y su tiempo cierra esa apertura y organiza esas
percepciones mediante el aprendizaje del yo, pero sepulta en el olvido el
proceso mismo de formación. El Selbst deviene Ich mediante esta aper-
tura y entrega franca y completa a otro —la identiicación de Freud, o la
formación del fantasma en Lacan. Por tanto, la constitución del sujeto se
realiza en las formas mismas de la dependencia y la comodidad, unas que
llenan de satisfacción al educador ilustrado porque le permiten volver a
ser un niño. Luego, y de forma extraña, esa dependencia constitutiva ha
de ser abandonada por el imperativo de la Ilustración, uno que de repente
dice: deja de jugar. En la minoría de edad nos constituimos mediante un
complejo sistema de dependencias y así dejamos atrás la edad del ol-
vido, y la Ilustración quiere que, frente a este proceso, luego operemos
en sentido contrario a nuestra propia constitución. Esto es algo más que
una diicultad para el antropólogo. Es una diicultad para el ser humano.
Todo lo que podemos recordar son sistemas de dependencias que dejan
atrás el tiempo secreto en que el yo todavía no es. La Ilustración nos pide
145
WW. XII, 408.
214 José Luis Villacañas Berlanga
146
WW. XII, 416.
216 José Luis Villacañas Berlanga
150
WW. XII, 431.
151
WW. XII, 457.
152
WW. XII, 443.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 219
entretenerse y para escapar de la bajeza de las representaciones sensibles153.
Lo más decisivo es que ese camino se llama “soñar despierto” y que sus
placeres los ha aprendido el ser humano en sueños. Aquí habla el discípulo
de Rousseau y evoca los instantes gozosos que ya vimos originarios de su
experiencia ilosóica. Ahora bien, coherente hasta en las autocensuras, este
elemento de las ilusiones, junto con el sueño, también es dejado por Kant
al cuidado de la antropología isiológica. En todo caso, hay algo decisivo
aquí que al menos se atreve a decir el ilósofo. Y es que este embotamiento
del tiempo del sueño tiene su economía. De hecho, es una necesidad para
el que quiera dejar de prestar atención a sus propios sucesos isiológicos en
estado de vigilia, y así pueda relacionarse con el mundo exterior de manera
tal que no sienta los propios estímulos y acontecimientos del sentir interior.
Podría hablarse de una división de trabajo regulada por la compensación.
Así que el dormir profundo es una “recolección de las fuerzas renovadas de
las sensaciones externas, con lo que el ser humano se ve en el mundo como
un recién nacido”154.
Tenemos pues que la condición para una mirada clara sobre el mun-
do y percibirlo de forma adecuada, el dormir, es también el despertar de
la zona oscura del alma para gozar de esos éxtasis de la ilusión que es el
soñar. Parece que Rousseau simplemente se confundió de franja horaria.
Por eso, cuando la ensoñación se produce en la vela genera esa especial
forma de estupor en la que el ser humano “queda paralizado durante al-
gunos momentos en el uso de los sentidos externos”. Vemos así que las
diicultades para con la Ilustración tienen sus raíces isiológicas en un
ser (Wesen) que causa admiración, desde luego, pero por su dimensión
contradictoria. El ser humano ha usado el sueño con prestaciones fun-
cionales contrarias: percibir mejor y dejarse llevar por las ensoñaciones.
Esa admiración de Kant es, pues, una confesión de cierta impotencia. No
hay forma de avanzar en la percepción del mundo sin dejarnos embaucar
por los instantes gozosos de la ensoñación. Sin duda, en este punto po-
demos apreciar en toda su importancia la institución del gusto estético,
del sentido común, un placer perceptivo que sin embargo puede ser tan
fuerte como para neutralizar la ensoñación propiamente dicha. De ahí la
funcionalidad perceptiva del gusto estético y su génesis en la formación
153
WW. XII, 457.
154
WW. XII, 463.
220 José Luis Villacañas Berlanga
155
WW. XII, 415.
156
En la traducción citada de editorial Tecnos, 58 nota.
222 José Luis Villacañas Berlanga
ilustrada. ¡Es tan cómodo para el ilustrado ser ilustrado!, podríamos decir.
Por lo demás, estas inclinaciones se potencian entre sí y por ello ha podido
decir Kant que esta comodidad es muy engañosa (sehr betrügerisch)157.
Tenemos así inclinaciones al autoengaño muy cómodas y placenteras; e
inclinaciones a la comodidad, muy engañosas. En realidad, todas éstas
son otras tantas formas de perder el tiempo, de matarlo o de llenarlo, o en
todo caso de vencerlo. Algo de esto suponemos cuando recordamos que
el geliebtes Selbst está más allá del tiempo. Surge entonces la sospecha
de que el tiempo, en el fondo, se nos presentaría como un cierto territorio
vacío y por eso insoportable, algo que tendríamos que rellenar con repre-
sentaciones cuales sean. Ahora bien, toda Ilustración pretende un orden
del tiempo. ¿Cómo reprimir entonces la sospecha acerca de su valor real
cuando lo que buscamos de verdad, lo que queremos hacer presente, está
más allá del tiempo? Los obstáculos para la Ilustración, como vemos, se
amontonan. Ante ella queda la divisa secreta, ‘atrévete a saber’, a usar el
entendimiento propio. ¿Pero estamos seguros de que se puede vencer?
En el artículo de 1784 dedicado al tópico, sin embargo, parece que
Kant no haya medido el verdadero alcance de las diicultades. La descrip-
ción que hace Kant de la comodidad nos retrata a todos sin contemplacio-
nes, pero no es sino una variación de la insistencia platónica en las condi-
ciones inerciales del cuerpo. Sin embargo, en Kant, esos lastres caracterizan
la condición del ánimo que debía liberarnos de esas mismas tendencias.
Así, la estrategia platónica es cortocircuitada tan pronto el alma racional
desaparece como sujeto verdadero de todo el proceso del recuerdo.
En el mito de la caverna todo estaba diseñado para identiicar a los
soistas que mueven los rutilantes juegos de sombras. Kant actualiza los
sistemas de autoridad. Una actualización más bien mínima, por cuanto
el esquema es plenamente estoico. Así, Kant despliega las autoridades
que se ocupan de la fysis, el logos y la conciencia moral, los sujetos que
tutelan la minoría de edad, mediante la organización social del sujeto con
sus médicos, sus enciclopedias y sus sacerdotes. Por un instante parece
que escuchamos a Panecio, lo cual no es de extrañar, ya que Kant, en
esta época de 1784, está releyendo los Oicios de Cicerón para contestar
a Garve158. Una enciclopedia cosiicada que transmite el saber sin que
157
WW. XII, 443.
158
En efecto, sabemos que Kant deseaba contestar el libro de Garve sobre Observaciones
ilosóicas y ensayos acerca de los libros sobre los deberes de Cicerón, editado en 1783. El libro
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 223
ejerzamos el entendimiento; un director espiritual que sustituye mi con-
ciencia moral y dicta lo que debo hacer; un médico que me prescribe una
dieta sin que yo ejerza mi criterio acerca de lo que me sienta bien o no:
ésta es la comodidad que en nuestra época ha llegado a identiicarse con
la biopolítica. ¡Es tan cómodo dejarse administrar por los poderes de la
biiopolítica!, diría Kant. Podríamos ampliar los ejemplos, desde luego, y
llevarlos a la comodidad en la educación de los hijos o en la averiguación
del derecho: es más cómodo considerar que ya lo tenemos de antemano y
un buen abogado nos lo reintegrará, que luchar políticamente para coni-
gurarlo de modo universal. Lo que denuncia la especial variación que la
comodidad sufre en la época burguesa es la condición de posibilidad de
la misma: basta con que se pueda pagar. (Wenn ich nur bezhalen kann...).
Pagar es sin embargo el gesto económico externo que nos permite seguir
nuestro juego preferido con las representaciones internas, esa oscuridad
que genera oscuridad.
Blumenberg ha señalado que una gran doctrina platónica está ausente
del mito de la caverna. En efecto, en ningún momento aparece en el relato
referencia alguna a la anámnesis. Sin embargo, el mito de la caverna no
es la última palabra de Platón. Incluso todo el cuento está diseñado para
mostrar la necesidad de mediaciones entre los encadenados y el ilósofo.
La moraleja del relato de la caverna reside en que, sin tales mediaciones,
el enfrentamiento radical entre el encadenado y el ilósofo repetiría la
experiencia mortal de Sócrates. La anamnesis ofrecería esa mediación.
Como el analista de Freud, el ilósofo exhortaría a recordar. Lo que el
ilósofo quiere descubrir al encadenado no es una realidad exclusiva del
hombre sabio, sino algo que alienta en el fondo de su propio olvido. El
encadenado ha de poner algo de su parte para librarse de sus cadenas: el
esfuerzo de hacer memoria. Pero si lo hace descubrirá la igualdad ontoló-
gica de las almas y su plena capacidad de contemplación de las ideas. Es
curioso que Platón, sin embargo, no haya apreciado la necesidad del dolor
para la memoria, con lo que no ha encajado las piezas completas de su
relato. El camino de la paideia, en este sentido, aunque una mediación, no
es el más persuasivo, porque Platón da por descontado que produce pla-
en cierto modo era una revisión particular del libro de S. Pufendorf, De los deberes del hombre
y del ciudadano según la ley natural en dos libros, igualmente basado en Cicerón. Cf. M. Kühn,
391ss. De esa revisión de Los Oicios surge la Grundlegung kantiana, verdadera crítica radical
de la comprensión estamental de la dignidad humana.
224 José Luis Villacañas Berlanga
cer. Pero placer por placer, resulta más cómodo y seguro el que tenemos
con las imágenes, o con el mercado. ¿Por qué, a in de cuentas, se tendría
que recordar cuando es tan cómodo este presente perpetuo entregado a
las imágenes nuevas, amañadas, preparadas, placenteras o brillantes que
nunca han de faltar?
El fallo del programa platónico se aprecia en la tesis de Kant porque
él ha demostrado que recordar sigue siempre en el ámbito de las repre-
sentaciones oscuras y no lleva a la luz. El esfuerzo kantiano brota de
otra fuente y surge directamente de la previsión estoica y averroísta de
que todos participamos en el entendimiento, en el logos. Esta participa-
ción substituye la necesidad de la anámnesis por el dinamismo propio
del intelecto con su estructura a priori, pero nos deja en el mismo sitio.
Al parecer, el logos está a nuestra disposición, pero puede ser inhibido,
tanto como la memoria platónica, mediante la imaginación, la ensoña-
ción, las asociaciones placenteras de los recuerdos. Sin embargo, tengo
la impresión de que la clave de Kant reside en esto: mientras que el re-
cuerdo platónico debe ser animado por las preguntas oportunas del que
sabe, el uso de la razón puede ser inhibido por un acto propio e interno.
Uno, Platón, se centra en lo externo, en el sistema de autoridad propio de
quien ya hace las preguntas, el amo al esclavo; mientras el otro, Kant, ya
opera en una época en que esto no es posible, porque todo depende de la
autonomía inal del sujeto. Ciertas preguntas, parece suponer Kant, son
internas al uso de la inteligencia. Se presentan de forma natural, salvo que
se inhiban desde la propia razón. Al introducir el estoicismo de la razón,
Kant ha comenzado a pensar de otra manera en los encadenados. Aquí
tenemos la diferencia decisiva. En tanto que seres racionales, el uso de la
razón es una inclinación más, junto con las disposiciones hemos expuesto
de naturaleza isiológica. Como toda inclinación, no puede ser reprimida
por otra, sino que sólo se desactivará desde la inhibición. Esta última es
justamente la que tiene que ser explicada. Todo el mundo comprende la
comodidad, pero es mucho más difícil penetrar la relación entre la co-
modidad y la inhibición de la inteligencia. ¿Qué tendría que ver una con
otra? Está aquí en juego la sospecha de un autoritarismo que no procede
de donde suponemos, una especie de autoritarismo interno que inhibiera
con la misma eicacia y coacción con que las preguntas del sabio, en el
caso platónico, debían ser atendidas. Por eso Kant tuvo que ir más allá de
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 225
Platón y añadir a la pereza y la comodidad otra dimensión capaz de ex-
plicar el estado de inmadurez que surge de la inhibición de la razón. Y así
dijo: no sólo comodidad, no solo pereza (Faulheit) sino también Feigheit.
Se suele traducir esta palabra por cobardía159. Una de las injusticias
de la hermenéutica reside en concederle trascendental importancia semán-
tica a las rebuscadas palabras de Heidegger y pasar por alto las sencillas
palabras de Kant, vertidas en expresiones coloquiales. Así una ilosofía
carga de patetismo un asunto, mientras otra lo comenta como un asunto
de ilisteos burgueses. Cobardía es una palabra que cualquiera entiende.
Es algo parecido a lo que hacen los perros cuando se van con el rabo entre
las piernas. De hecho ahí tiene su origen, en la palabra coe, cola. Coart
en el viejo francés sería el que vuelve la cola y huye. Los inmaduros son
unos cobardes. Esto es sencillo y deinitivo. Pero Feigheit no es el que
huye ante algo ajeno. Kant no ha querido decir eso. Esta palabra signiica
algo completamente diferente. En su origen germánico, feigi era aquel
que se encontraba cercano a la muerte, destinado a ella y debía enfrentar-
la sin ayuda del dios de la guerra. Era pues un estado lleno de agitación,
miedo y angustia. Lutero empleó el adjetivo en su traducción de la Biblia
para identiicar esos estados de horror que frecuentaban los ieles del Dios
de Israel. Así pasó a signiicar en el siglo xViii una situación subjetiva de
angustia (Angst), pero de la que elimina toda capacidad de actuar, que pa-
raliza, deja sin ánimo o lo disminuye, que en todo caso debilita e inhibe.
Por eso se consideraba equivalente al estado de Mutlosigkeit y de Unheil.
Como sabemos, este sustantivo quiere decir tanto carencia de salud como
de salvación y vincularlo a la falta de ánimo es la última huella de un
pueblo que hizo del paraíso el ingreso valeroso en el Walhala. Recor-
demos que Lutero había identiicado el estado de salvación como aquel
dominado por la certeza de fe. El que siente miedo no tiene certeza160.
Kant conoce bien el signiicado de la palabra Feigheit cuando habla “de
falta de resolución y valor para servirse del entendimiento propio”. Es un
defecto de militancia.
A in de cuentas, este parece un desenlace lógico. Kant, que había
considerado la razón como una dimensión natural del hombre, debía pen-
sar que sólo algo parecido a un estado enfermizo imposibilitaría su uso.
159
Cf. R. Rodríguez Aramayo, Qué es la ilustración, Madrid, Alianza, 2002, p. 83. Cf. A.
Lastra, Defensa de la Ilustración, Barcelona, Alba, 1996, p. 63.
160
Cf. Ethimologischen Wörterbuch des Deutschen, Akademie Verlag, I, 333.
226 José Luis Villacañas Berlanga
161
“Pereza y cobardía son las causas merced a las cuales tantos hombres continúan siendo
con gusto menores de edad durante toda su vida” (XI, 53).
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 227
cial de la pereza. Antes que percibir el esfuerzo como una pesada losa,
estaba la parálisis, la falta de fuerzas, el desánimo, el rechazo de la acti-
vidad. Nada de ese esfuerzo ingente de relexión parecía ofrecer algo va-
lioso. Plantearse este razonamiento, sólo eso, ya daba miedo. ¿Qué había
en este uso del logos que diera miedo? Ese es el punto. Feigheit no tiene
sentido sin realidades que aterrorizan. En el caso de la tradición se identi-
icaba sobre todo el miedo a la muerte sin dios. Pero en realidad hay otra
cosa: en Anthropologie (§12) se dice que existe una “Anekelung seiner
eigenen Existenz”162. Ese asco o repugnancia frente a la propia existencia
surge de tener presente “die Leerheit des Gemüts an Empindungen, zu
denen es unaufhörlich streibt”. Es difícil traducir esa frase. Pero el asco
de la propia existencia tiene que ver con el vacío del ánimo respecto de
ciertas sensaciones a las que aspira de manera continua. Ese vacío no es
otro que la forma misma del tiempo puro, la forma misma de la expe-
riencia interna, la forma misma del logos sensible, que de ser forma tras-
cendental pasaba a ser para el ánimo una condena, el fastidio del tiempo.
En el tiempo aspiramos a ciertas sensaciones de forma continua, pero
jamás se cumple esta promesa. Ahí el ánimo permanece vacío. Podemos
matar ese vacío mediante este exceso de ocupación que llamamos trabajo
(Arbeit) y así podemos alejar aquel asco (jenen Ekel vertreiben), pero un
peso equivalente a aquel asco se presenta pronto, y con él un sentimiento
sumamente pesado (ein höchst widriges Gefühl). Se trata de la inadecua-
ción entre el trabajo y lo que deseábamos conseguir.
Sin duda, todo esto sucede porque se mantienen intactos los afec-
tos que nos vinculan a nuestros engaños, porque mediante ellos rozamos
nuestro amado ‘Sí mismo’. Eso es lo que queríamos alcanzar y lo que no
logramos obtener. Pero si mantenemos los engaños y juegos es porque,
al rozar ese querido Sí mismo, nos colocamos fuera del tiempo, como si
de repente estuviéramos en un instante que conecta con la eternidad, con
lo ya cumplido, como aquello que identiicamos con el inal de todas las
promesas, como instantes gozosos. Una mirada ilustrada mostraría que no
es así, que esos goces son también elementos temporales en la conciencia,
que no nos dan lo que queremos. Pero hay aquí un diálogo de sordos.
“Mira, tu goce es pasajero”, dice la conciencia. Pero el Sí mismo situado
más allá del tiempo, sonríe y responde que eso es lo que la conciencia
162
WW. XII, 443. Ahí mismo para lo que sigue.
228 José Luis Villacañas Berlanga
163
“Nachem sie die Natur längst von fremder Leitung frei gresprochen (naturaliter
maiorennes), dennoch gerne zeitlebens unmündig bleiben”.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 229
mo, el ser humano no es adulto para dirigirse por sí mismo a lo largo de
ese camino. En los sueños, en la pulsión de repetición, en la comodidad,
siempre es un niño. La naturalidad de la razón no parecía a in de cuentas
“tan natural”. Kant ofrecía aquí una reforma de los estoicos. No existía
ese cerrado paralelismo entre la Physis, el ethos y el logos. Respecto a
este paralelismo, y su coherencia, la naturaleza nos había dejado a mitad.
Ajustar estas tres dimensiones de la vida humana (el cuerpo maduro, el
entendimiento adecuado, el sentido moral oportuno) no es a su vez fruto
de la naturaleza. Ver claro en todo esto puede producir una pulsión aún
mayor por la oscuridad de la caverna, llevarnos a un rápido regreso a ella
para aliviar la tensión. Una vez que sabemos el duro trabajo que nos ofre-
ce la virtud y la experiencia, bien pudiera ser legítimo sumergirnos en la
ensoñación. La otra opción era buscar el goce de lo común. ¡Pero es tan
difícil buscarlo de nuevo cada vez!
En todo caso, Kant parece no querer recurrir a ese elemento. Desde
luego, esto es fatal para su pedagogía. Así, al decidir entre el engaño de
las pulsiones y la ilusión de la virtud y el Logos, el destino del ser huma-
no no parece muy alentador. Llamar a una cosa engaño y a otra inocente
ilusión no parece muy relevante ni muy justiicado. ¿Por qué no pensar
en la necesidad humana del autoengaño, sencillamente? En todo caso, no
parece que la ilusión de la virtud pueda ser un ideal cualitativo frente al
autoengaño, sino una variación de lo mismo. En todo caso, el proyecto
de síntesis que es la vida humana ha de ser manipulado y cerrado por el
propio ser humano. Carente de unidad per se, parece que cualquier proce-
der para cerrarla será bienvenido, sea el de elevarse a in en sí objetivo o
el de amoldarse al mercado y la alteridad, el de luchar o el de ceder, el de
engañarse o el de ilusionarse. Parece que cerrar el tiempo del ser humano
es un proyecto extranatural, desde luego, pero no contranatural. En reali-
dad, nada de lo que haga el ser humano se opone al ser humano. Y así, la
posibilidad de una metanorma que establezca la preferencia objetiva entre
la norma moral y la Ilustración, por un lado, y el juego de la oscuridad
de las sugestiones de la caverna entregada a la imaginación, por otro, no
parece posible. Cada uno, aseguraba Freud, alcanza el nivel de Ilustración
adecuado a su umbral de neurosis.
Aquí, la crítica no siempre ha sido lúcida. Además de los tabúes que
cada uno levanta contra la tarea de pensar, por cobardía, la crítica ha ten-
230 José Luis Villacañas Berlanga
“Er hat sie sogar lieb gewonnen”. Lo decisivo es este “sie”. Kant viene de hablar de la
165
inmadurez convertida en algo parecido a la naturaleza. Lo que produce afecto es justamente este
232 José Luis Villacañas Berlanga
Pero no sólo los sacerdotes, con sus miedos, con sus amenazas: también
la tendencia del sistema social a las cosiicaciones, a la transmisión escle-
rotizada de los saberes, a la transformación de lo que una vez fue espíritu
en un puro mecanismo, tal y como Weber hablará a principio de siglo so-
bre el diabólico artefacto del capitalismo. Kant ha introducido en sus ar-
gumentos aquellos razonamientos que el primer Herder popularizó acerca
de la tendencia de la Ilustración a detener su energía en cerradas enciclo-
pedias sin vida. Kant también sabe eso. Él ha incluido estas dimensiones
sociales entre los elementos que mantienen presos a los encadenados. Él,
en cierto modo, ha acompañado discretamente a esta época que inventa la
diferencia entre el espíritu y la letra, entre el dinamismo y la cosiicación.
Sabemos de qué lado estaba.
“Estipulaciones y formulas, estas herramientas mecánicas de un abu-
so racional de los dones naturales [de la razón]”166. Esto es lo seguro. El
uso verdadero de la razón implica un déicit de seguridad. Sólo el abuso
de la razón aspira a la automática certeza del mecanismo. Así que no hay
manera de eliminar el riesgo en el uso de la razón. Ya lo vimos al hablar
de los goces comunes. Los tutores lo han sabido siempre. Ellos conocen
bien la naturaleza humana también en este aspecto. Saben que lo que da
miedo en ella, lo que inspira pavor en cada uno de los seres humanos, es
su insuperable inseguridad, su inevitable angustia, su carencia de solidez.
Por eso, Kant distingue entre uso y abuso, entre ser capaz de cargar con la
inseguridad consciente y eliminarla de forma aparente con estipulaciones y
mecanicismos. No todo es obsesivo de la misma manera. De ahí que exista
una íntima ainidad entre el uso del entendimiento y el valor, el coraje. Usar
el entendimiento supone aceptar un déicit de seguridad. Todo tabú reposa
en una urgente necesidad de certezas, de irmezas, de estrategias repetibles.
Aquí estamos ante estratos del ánimo que sólo pueden exponerse bien en
términos nietzscheanos. De ahí la suprema diferencia entre el tabú y el de-
ber. Este es concreto, siempre nuevo en cada caso. El tabú es lo que siempre
retorna, porque está ahí cada vez que deseamos violarlo.
Sin duda, todo esto es conocido. Pero no debemos olvidar sus pro-
blemas. Por supuesto, Kant no se ha limitado a decir que es preciso ser
valiente. Sapere aude, ha dicho en su mejor divisa. Sin embargo, las pre-
conjunto de cosiicaciones dependientes.
166
“Satzungen und Formeln, diese mechanische Werkzeuge eines […] vernünftigen Miss-
brauchs seiner Naturgaben” (WW. XI, 54).
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 233
guntas pueden seguir. ¿Está en nuestra mano crear valor desde nosotros
mismos? Si hay condiciones objetivas que hacen de la vida humana un te-
rritorio en el que el miedo es un efecto normal, entonces, ¿podemos decir
que atenernos a esa búsqueda de seguridad es un relejo culpable? ¿Cuán-
do y cómo lo es? Y someternos a los medios únicos de los que podemos
extraer cierta seguridad, ¿acaso no es un relejo natural, una suposición
inevitable? ¿Está el valor a nuestra disposición? Esa culpabilidad de no
atreverse con la inseguridad, sin duda, es un punto ciego en el argumento
de Kant. Al igual que podemos tener coraje, pero no capacidad. ¿Cómo
hacer que ambas cosas vayan juntas? ¿Qué armonía supone Kant en todo
su argumento?
De repente, Kant nos parece débil. Si la naturaleza humana está atra-
vesada por la inseguridad, cualquier resultado es posible. Si la razón no
hace sino aumentarla, justo ella, que es la que debería anularla, ¿cómo
acusarnos de que busquemos otros medios compensatorios? La apertu-
ra humana permite tanto el cierre del mecanismo psíquico mediante el
tabú, como el continuo ensayo, abierto a la incertidumbre continua de los
más arrojados. ¿Se puede exigir esa valentía continua? ¿Nadie se can-
sa de ella? ¿Y sería inhumano cansarse? ¿Es un posible antropológico
no sentir nunca pereza? Los dones naturales permiten el uso tanto como
el abuso racional. Esto signiica: permiten mantener vivo el ensayo y el
tiempo, pero también inexorablemente permiten cerrarlo. La apertura es
una posibilidad, pero también y por eso lo es un cierre mecanicista, aun-
que implique la esclerosis de la razón. Al in y el cabo sabemos que es
cuestión de tiempo que así sea. ¡El dispositivo cerebral es tan frágil! Kant
no ha encarado todavía la paradoja central de la naturaleza humana: la
de una apertura que no puede mantenerse abierta de forma continua. Y si
esto es así: ¿qué decir entonces del miedo a una muerte sin sentido, del
amuleto que nos pueda alejar de este pensamiento paralizante, o del cie-
rre precipitado de la vida que conigura la dependencia y la ritualización.
¿Seguiremos hablando de culpa, o es más bien éste un resultado propio de
un agente iscalizador que en el fondo sólo pide imposibles? Kant acepta
el carácter inexorable del cierre de las posibilidades humanas. Nada más
lejos de su ilosofía que una sospecha de ininitud, apertura continua y
virtualidades disponibles. Eso no es el ser humano. La Ilustración no es
una permanencia en la angustia ni en el gozo continuo de la diferencia,
234 José Luis Villacañas Berlanga
dan y contemplan el deber ser. Algún día, ésos serían los gobernantes de
la ciudad…, mientras tanto, bastaba que alguien hubiera recordado hasta
el inal, hasta la intuición de lo que está más allá del ser, para que éste
transmitiera el sentido del recuerdo a los demás elegidos. ¿Depende Kant
también de estos escenarios?
Parece mala idea recordar la paideia completa platónica, inaliza-
da en la idea del bien, para distanciarla de Kant, justo cuando acaba de
llegar la Fundamentación a la deinición más precisa de deber que haya
producido la ilosofía. Y sin embargo, aquí, donde tenía que emerger la
convergencia mayor, operan las mayores distancias. Kant no tenía razón
alguna para distinguir entre esta propuesta platónica y aquella otra que
representaban los tutores de la humanidad. A ojos de un observador im-
parcial se trataba del mismo autoritarismo. La noción kantiana de deber
ser, de lo que está más allá de la esencia, de lo que excede la naturaleza,
no procede de una intuición mágica que caracteriza a algunos, a esos que
deben dirigir a los directores, a los caudillos que conducen a los caudillos.
Para Kant se debe suponer un acceso inmediato a la conciencia moral,
como insiste Claudio La Rocca167. Hans Blumenberg ha recordado a este
respecto la interpretación literal que Heidegger hace del mito de la caver-
na y las consecuencias políticas del mismo en el Discurso del Rectorado
de 1933. Es curioso que el libertinaje ilológico de Heidegger aquí, como
en otros sitios, se atenga a la literalidad de un espíritu arcaico de fuer-
tes implicaciones existenciales.168 En todo caso, es muy signiicativa la
transformación de la caverna como cueva de los cebados con imágenes,
en aquellos que viven en la existencia inauténtica de la vida cotidiana del
“Man”, y los vigilantes en la metáfora del pastor del ser que conoce la
diferencia ontológica, diferencia que funda la existencia auténtica. Esta
asume el papel de comparativo ontológico propio de las ideas, que antes
permitía relacionar las copias con los arquetipos. El punto que diferencia
para siempre esta línea continua de idealismo que va desde Platón a Hei-
degger, respecto de Kant, es que éste jamás legitima las diferencias entre
los elegidos y sus cohortes de seguridad. Así no se organiza la diferencia.
167
Claudio La Rocca, “Conciencia moral y Gesinnung”, en el I Congreso Internacional de
la Sekle (en prensa).
168
H. Blumenberg, Salidas de Caverna, p. 601: “La absolución general de todo libertinaje
ilológico se vincula a un componente existencial, exponerse y disiparse uno mismo. Eso oicia
de criterio de verdad en lugar de cualquier positividad”.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 237
La naturaleza humana, para Kant, en tanto abierta, no puede organizarse
como copia de ningún arquetipo ni encarnarlo. La dimensión derivada y
inita de su existencia lo impide. Estando determinado lo humano por las
representaciones del espacio, el tiempo y la imaginación, indeinidas en
sí mismas, abiertas como tales, el ser humano no puede cerrarse en una
igura imitando modelo alguno. Ese cierre no se halla en aquellas coorde-
nadas de la homogeneidad. La mimesis aquí no funciona sin transforma-
ción del signiicado del referente, que así pierde toda su arquetipicidad.
La naturaleza humana no tiene representantes ejemplares. Cada uno debe
cerrar su existencia elevándose a in en sí objetivo. Para esto no hay mo-
delos. Si no lo hace, uno no puede justiicarse en el hecho de que sigue
a un caudillo. No lo sigue. Siempre se sigue a sí mismo. Sencillamente,
se acoge a lo que podemos llamar su “caudillo interior”, en una opción
no menos libre. La idea de Kant a este respecto es que nadie puede dejar
de recordar este deber, porque nadie puede eliminar completamente la
inteligencia en sí169. Ya vimos que Kant aquí no siempre tiene en cuenta
la diferencia entre inteligencia y ser racional. En tanto ser racional, cual-
quiera tiene esa noción de deber. Es fácil y sencillo hallarla. ¡Pero es tan
difícil ser inteligencias racionales! En todo caso, para llegar a la razón
parece que no necesitamos los viajes místicos de Platón y sus cegadoras
intuiciones. Como se verá, no sabemos muy bien lo que necesitamos.
Pero la pregunta sigue rondando: ¿y si mi inteligencia me dicta que sólo
estoy en condiciones de hacer justo esto, aceptar una autoridad, porque
comprendo que por mí mismo no llegaré nunca a ser racional? ¿Y si mi
cobardía no me deja hacer otra cosa que, por decirlo con Foucault, aceptar
se gobernado por otros? No es que renuncie a un plus de inteligencia, que
en todo caso tengo, para entregarme a un tutor. Es que mi inteligencia me
dicta que lo mejor que puedo hacer es justo esto. Otros podrán hacer otra
cosa, pero yo no. Así podría razonar quien también creyera cumplir con el
deber de ser racional de esta forma. ¿Y qué decirle a éste?
El comparativo ontológico en el modelo de Kant, por tanto, está en
la diferencia y en la decisión entre cerrar nuestra naturaleza mediante una
dependencia interiorizada de la exterioridad o bien impulsar ese cierre
169
Kant ha luchado a favor de esta noción sencilla de deber como accesible a todo ser
humano en el escrito dedicado a Refrán acerca de si lo que es verdadero en teoría también lo es
en el práctica, y que aquí ya ha pasado a conocerse, por la traducción de R. R. Aramayo, como
Teoría y Praxis, sobre todo en la primera parte del ensayo.
238 José Luis Villacañas Berlanga
172
El alemán original dice: “durch eigene Bearbeitung ihres Geistes”.
173
La expresión alemana utiliza el verbo herauszuarbeiten.
240 José Luis Villacañas Berlanga
175
“…den Geist einer vernünftigen Schätzung des eigenen Werts und des Berufs jedes
Menschen, selbst zu denken, um sich verbreiten werden” (WW, XI, 54).
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 245
corriente. La maldad de que en el fondo aspira al dominio es contraintui-
tiva, pero eicaz. Su porvenir en este sentido queda muy comprometido.
Los que estaban bajo el yugo entonan su particular “¡vivan las cadenas!”,
elevan canciones en loor de Dios y exigen al tutor díscolo y emancipa-
do atenerse a su función. Se le exige, y hay varias maneras de hacerlo,
que mantenga el yugo que puso sobre sus discípulos, pero también que
mantenga el yugo sobre su propia cerviz, el yugo de cumplir una tarea de
control y disciplina en la que ya no cree. Y esto es lo que hará la mayoría
de los que rodean al tutor-emancipador por una sencilla razón: él siempre
estará en minoría. La mayoría la formarán los tutores que se atienen a
su posición de dominación y poder. Con facilidad estos lanzarán a sus
dominados contra este loco que pretende hacerles pensar por sí mismos.
La primera previsión kantiana sobre la estructura que genera el espacio
público es la guerra civil ideológica entre los tutores. O mejor: esa será
la constatación más básica, signiicativa y relevante. Pues este enfrenta-
miento mortal entre tutores es también un faktum sociológico de la Ilus-
tración. No es preciso esperar a Koselleck o a Schmitt para identiicar
que también la estructura del espacio público ilustrado surge de la guerra
amigo-enemigo. Kant lo sabía: “Pero aquí sucede algo particular: que el
público, que hasta ahora había sido sometido por ellos bajo este yugo,
los coaccionará después a permanecer bajo él, al ser instigado a esto por
algunos de sus tutores incapaces por sí mismos de toda Ilustración”176.
Hay tutores torbos, conspiradores e ineicaces. ¿O no lo sabíamos?
Esta guerra civil ideológica entre tutores, en la que el tutor ilustrado estará
más bien solo, es el precio a pagar por mantener prejuicios entre los seres
humanos. Prejuicios e ilustración son dos caras de la misma moneda. Uno
no puede existir sin la otra. Se trata de la consecuencia inevitable de un
estado de minoría mental artiicial, programado, embrutecedor, lleno de
miedos y de ansias, visto por otros que no lo siente tanto, o no así. El dato
originario es la diferencia, y sin ella la humanidad no existe.
Kant no ilumina la condición moral de aquellos tutores que son in-
capaces por sí mismos de toda ilustración. En realidad ellos no saben de
sí de este modo. Los otros lo dicen. Así que Kant se limita a decir que
esa guerra civil es la venganza [Rache] de aquella patología social no-
176
“Besonders ist hiebei: dass das Publikum, welches zuvor von ihnen unter dieses Joch
gebracht worden, sie hernach selbst zwingt, darunter zu bleiben, wenn es von einigen seiner
Vormünder, die selbst aller Aufklärung unfähig sind, dazu aufgewiegelt worden” (WW, XI, 54).
246 José Luis Villacañas Berlanga
177
“Daher kann ein Publikum nur langsam zur Aufklärung gelangen”
(WW, XI, 55).
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 247
ducir por la apariencia? Un público no es una estructura vertical, sometida
al dictado. Entonces sería una jerarquía y mantendría las dimensiones de
tutela. Sólo es una administración de lo que cabe en un debate, en una lucha
sin victoria inal, que sólo se rige por ese misterioso casi.
Hay un optimismo que forma parte de la mentalidad autoritaria.
Consiste en olvidar que hay condiciones antropológicas serias que ayu-
dan y exigen ese cierre en minoría de edad de mucha gente: el miedo, la
ansiedad, la angustia, la propia dimensión problemática y abierta de la
naturaleza humana. Hay un optimismo que olvida esto y que le niega toda
legitimidad a estas salidas. Este optimismo pone en la base del ser huma-
no una naturaleza originaria buena, dispuesta a la acción tan pronto como
se retiren las adiciones de la historia. Tal cosa se comprende de forma
verosímil mediante una revolución limpiadora de prejuicios y de ídolos,
mediante una desconstrucción romántica de la historia. Basta con destruir
lo que la historia acumula como ganga para que brille la naturaleza hu-
mana originaria. Ignora este optimismo que entonces nos las veríamos,
en un escenario agavado, con la misma naturaleza humana inacabada,
abierta, en la lor de sus miedos y de sus angustias, de sus inseguridades
y tormentos, dispuesta a cerrarse de otra manera todavía más externa y
dependiente. Esta inquietud sería todavía más insoportable porque, en un
grado avanzado de civilización, hay muchas más cosas que temer, más
peligros que nos amenazan.
En efecto, al temor y la desconianza que produce en esos escenarios
la lucha del hombre con el hombre, hemos de añadir el miedo aumentado
que produce el hombre que dispone de herramientas técnicas apropia-
das. Ese optimismo que confía en la revolución o en la deconstrucción,
y en lo que se hallará al inal del proceso, lo quiera o no lo quiera, de-
berá acudir al autoritarismo y al dominio de las mentes para ofrecer una
solución inmediata a los ingentes miedos de los seres humanos, en esa
hora ya carentes de las herramientas culturales adecuadas para vencerlos.
Entonces, tras el momento de la destrucción revolucionaria, no brillará
la naturaleza humana, sino un amplio vacío que exigirá una más intensa
tutela. Unos prejuicios sustituirán a otros. No es un capricho. Será una
necesidad de la gobernación. “Nuevos prejuicios, de igual manera que
los antiguos, servirán como bridas de una gran multitud sin criterio”178.
178
“Neue Vorurteile werden, eben sowohl als die alten, zum Leitbande des gedankenlosen
grossen Haufen dienen” (WW. XI, 55).
248 José Luis Villacañas Berlanga
179
“Durch eine Revolution wird vielleicht wohl ein Abfall von persönlichen Despotism
und gewinnsüchtiger oder herrschsüchtiger Bedrückung […] zu Stande kommen” (WW. XI,
55). Repárese en las cautelas de Kant: por una revolución bien podría seguirse una caída de un
despotismo personal, de una opresión borracha de anehlos de ganancia o de poder.
180
Cf. mi oposicion a Foucault, en la introducción al vol. de Kant, En defensa de la Ilus-
tración, cit.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 249
8. Acumulación de improbabilidades. La improbabilidad de la Ilus-
tración depende primero del faktum de que unos tutores se emancipen de
su papel, se rebelen de su tarea directiva, dejen de someter las conciencias
a su criterio y cambien su consigna. Ya no dirán más “déjate llevar” o
“confía en mí”, sino aclárate a ti mismo. Desde luego, tendrán que en-
frentarse a los colegas tutores que le gritan: “¡irresponsable, no ves que
llevarás la inquietud y el ansia a los que no pueden darse una respuesta¡”.
Como es evidente, también tendrán que enfrentarse a las protestas de sus
dirigidos que dirán: “Pago mis impuestos para que me dirijas, no para
además tener que pensar por mí mismo”. Se requiere un espíritu animoso
para entrar en esta pelea, desde luego. Pero sobre todo se requiere que
haya pelea. La improbabilidad de la Ilustración aumenta porque cabe que
la autoridad pertinente de la caverna, convertida en Estado, recuerde al
tutor emancipado su papel de funcionario. A las voces de sus colegas y de
sus dirigidos se añadirá la voz fría y rigurosa de la autoridad, que recor-
dará al tutor-emancipado que es preciso atenerse a la función debida, no a
su recién estrenada mirada emancipada. Pues inalmente, es un funciona-
rio y está sometido en el ejercicio de su función a la cadena de mando y
obediencia. Así que la transformación improbable del tutor todavía debe
encontrar un ánimo decidido que no se arruga ante la batalla, y luego un
espacio de libertad, concedido por la autoridad o conquistado por la va-
lentía del tutor emancipado, en el que poder argumentar alrededor de las
ventajas de pensar por uno mismo.
Kant aquí ha operado con el uso más ingenuo de la retórica, el que
esconde la verdadera potencia del arma que esgrime. Así que ha presen-
tado sus exigencias como humildes e inofensivas. En una cultura que se
había especializado en distinguir retóricamente los corderos de los lobos,
este gesto es más bien estéril, como se puede comprobar en la historia que
siguió a la irrupción de la Ilustración. Cuando Kant reclama la libertad
como el espacio del público, hace depender de esta condición el destino
de la Ilustración entera. Ahora bien, la batalla de la Ilustración es por el
uso de la libertad de pensar y la decisión de pensar por sí mismo. En caso
de victoria sería inevitable la destrucción de todas las estructuras socia-
les que implican dominio de la conciencia, autoritarismo y dependencia
personal. En suma: se trata de la depuración de la estructura social hasta
dejar en pie sólo una red continua de intercambios de servicios para la so-
lución recíproca de necesidades. Esta depuración implicaría una extraor-
250 José Luis Villacañas Berlanga
mismo, como proyecto consciente del que él habría de tomar las riendas
por sí mismo. Es cierto: para ambos todo esto sería una lenta transforma-
ción. Pero aquí el sentido de los tiempos sufrió una alteración. Reimarus
creía que las verdades descubiertas por él en el proceso de aclararse a
sí mismo no estarían en condiciones de ser asumidas por la gente hasta
pasados doscientos años. En un intento de suprimir un escándalo que po-
dría causar la confusión mental en mucha gente, Reimarus exigió a sus
herederos que no publicaron su manuscrito sobre el Evangelio originario
hasta pasados doscientos años de su muerte. Según confesión propia, la
verdad debía esperar a que los tiempos estuviesen maduros, o al menos
fueran un poco más ilustrados. Algunos han preferido traducir este aviso
por el más castizo de esperar a que los tiempos se aclaren190.
Aquí comienzan las diferencias con Kant. De hecho, nuestro Kant
había estado muy atento a la obra de Reimarus, de quien había hablado
con admiración en El único argumento posible, valorando su Abhandlun-
gen von den vornehmsten Wahrheiten der christlichen Religion. Pero el
caso es que Reimarus era seguidor, en su tiempo, de la moral provisional
de Descartes. En cierto modo, aquella moral fue la divisa de la república
de las letras en el siglo xVii, su expediente teórico para fortalecerse en
medio de poderes hostiles. Era preferible dejar pasar por alto muchos
errores a provocar radicalismos por expresar verdades antes de tiempo.
Esta fue la razón de la general censura que sufrió Hobbes al dar a conocer
su Leviatán191. La aspiración era muy clara. “El sabio preiere, por mor de
la paz, plegarse a usos y opiniones imperantes”192. Esta es la divisa de lo
que Blumenberg ha llamado “die schonende Aufklärung”, la ilustración
considerada. Su aspiración consistía en acreditar en el terreno personal el
conjunto de verdades que cada uno pudiera soportar, antes de exigirlo a
nadie. También en luchar contra los propios prejuicios y supersticiones,
todavía vivos en el fondo del alma, antes de preocuparse por extender los
valores abstractos a los demás. Lichtenberg era aquí el modelo y jamás
consideró acabado su combate contra su propia fantasía como para trans-
mitir un saber a los demás.
190
Cf. la por otra parte excelente traducción de Salidas de Caverna, en Madrid, Visor, y
sobre todo la nota llena de humor que se nos propone en p. 450.
191
Cf. El capítulo dedicado a Hobbes por A. Biral, en El contrato social en la ilosofía
moderna, Res Publica, Murcia, 2002.
192
Blumenberg, Ob. cit., ed. alemana, p. 547; esp., p. 451.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 259
Esto es así, desde luego. Pero creo que Blumenberg ha exagerado las
distancias entre Kant y Reimarus. Con cierta injusticia, ha contrapuesto
en exceso la Ilustración considerada de Reimarus con la Ilustración ani-
mosa de Kant. De hecho, se podría decir incluso que la posición de Kant
supone la de Reimarus y meramente la continua desde un diagnóstico
que está implícito en eso que Blumenberg ha llamado la autosugestión de
Kant, el darse ánimos para usar el propio juicio. En realidad, no sólo para
usarlo, sino también para publicarlo, asumiendo los costes de división y
de guerra civil entre los doctos que habría de producir. Los tiempos no
se aclararán jamás si los que ya se han aclarado a sí mismos encierran
sus manuscritos. El gesto de Lessing, de romper los papeles en los que
hubiera expuesto algo con claridad, en este sentido, puede parecer una
broma. Pero no lo es. Lo que es demasiado evidente, lo que está ya claro,
no aclarará la época. No hay violencia alguna en dar a conocer al público
los resultados todavía confusos de la propia batalla, los que reclaman la
participación de todos los demás. Eso es todo. No estoy seguro de que
Kant haya oscurecido con ello ni el montante relexivo del proceso ilus-
trado (aclararse a sí mismo), ni haya aumentado el “enigma de su origen”
al separarse de la metafórica del crecimiento orgánico193. Kant ha visto el
origen de la Ilustración en hombres como Reimarus. No hay nada enig-
mático en ello. Son hombres que tenían obligaciones en la dirección de
los hombres y que se han aclarado a sí mismos sobre verdades que no
estaban previstas en las órdenes acerca de cumplir con su función, pero
que hubiera sido completamente ciego y cobarde ocultar. No servirse de
las conquistas de su propio entendimiento habría implicado culpabilidad.
Creo que éste es el sentido profundo del “sapere aude”, una consigna
lanzada ante todo a los que ya son doctos, pero que todavía aceptan sin
dudar el papel de tutores. Es el inal de la consigna de la moral provisio-
nal. En este sentido, la culpabilidad inicial sería de ellos, de los doctos,
no tanto de los tutelados. Para decirlo pronto: hay que atreverse sobre
todo a oponerse a los colegas más retrógrados y obtusos en el uso de la
razón privativa y gremial. Esa es la valentía real en la que piensa Kant.
Su ethos es sobre todo el propio del universitario, del académico. En todo
caso, al reparar en estos aspectos, vemos que el artículo de Kant, que no
193
Aquí la traducción española falla al no verter el adjetivo central del pasaje: el esquema
de maduración orgánica. Cf. p. 451, ed. alemana; esp., p. 548.
260 José Luis Villacañas Berlanga
ha sido leído con atención en esta ocasión, incluye una historia de la pre-
historia de la Ilustración. De la misma manera que la Crítica de la Razón
Pura incluye una historia de la razón, la noción de Ilustración incluye
una constatación de su propia historia. En un caso y en otro son acciones,
actuaciones, y en algunos casos tienen nombres y apellidos. Tales, Gali-
leo, Newton: ellos ampliaron el campo de la razón con sus revoluciones
copernicanas. Reimarus, es uno de estos hombres. Pero aquellos no com-
partieron la idea de la Ilustración considerada. No dejaron enterrados sus
hallazgos. Los lanzaron al mundo. La legitimidad de la edad moderna está
relacionada con la aceptación generalizada de la inteligencia libremente
operativa. Lo mismo debía suceder en los usos y las costumbres. Ya esta-
ba bien de mantener como provisional una moral que llevaba camino de
eternizarse en su provisionalidad. Lo mismo pasaba, y ésta es la cuestión
central, en aquel terreno de la vida práctica que estaba condicionado por
la religión. ¿A qué venía aquella consideración de enterrar los papeles
por doscientos años? ¿Por qué los que se habían aclarado a sí mismos no
hacían lo que Galileo, incluso contra el cardenal Belarmino: publicar sus
resultados y defenderlos?
Esta exigencia de seguir una única conducta racional, basada en el
modelo de la ciencia, es la propia de la Ilustración consciente de su his-
toria. Si no escandalizaba saber que en las aguas crecen gérmenes de ma-
nera ingente, ¿por qué debía escandalizar descubrir que los Apóstoles de
Cristo estaban atravesados por un sentimiento político-mesiánico defrau-
dado? Una y otra cosa podía producir miedo, desde luego. ¿Pero acaso no
era mejor saberlo que ocultarlo? Kant ha dejado atrás la época de la moral
provisional. Basta de que la ciencia sí, pero que la moral no se someta a la
crítica. La religión ha de someterse igual a la crítica racional y pública por
parte de aquellos que se hayan aclarado a sí mismos sobre el asunto. En
el fondo, ¿no lo sentía así Lessing cuando entregó los fragmentos más ca-
racterísticos de la obra de Reimarus a su público? ¿Acaso por eso Lessing
dejó de pensar que publicar aquellos fragmentos, y someterlos a juicio de
los que quisieran aclararse sobre aquellas cuestiones, era un gesto violen-
to? No. Lessing sabía demasiado bien dónde estaba la violencia y dónde
el consuelo del espíritu. La posición de Kant, así, estaba diseñada para
dar razones a Reimarus, para responder sobre todo a Reimarus. Incluso
parece tener en cuenta sus objeciones en favor de la auto-censura.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 261
Volvamos al texto de Kant, cuando, después de hablar del oicial mi-
litar, del inspector iscal, pasa a hablar del sacerdote, del Geistlicher. Aquí
Kant, como Reimarus, recuerda su obligación de atenerse al símbolo de
su fe en las homilías que dirige a sus catecúmenos y feligreses. Pero, si
él, como Reimarus, ha llegado mediante pensamientos “bien intencionados
y cuidadosamente examinados” a aclararse acerca de ciertas fallas de ese
credo, y tiene propuestas que podrían mejorar la institución de la iglesia
y la ordenación de la religión194, entonces debe tener plena libertad para
comunicarlos al público. Es más: no sólo debe tener libertad de una manera
concedida y graciosa. Kant, y este es el punto frente a Reimarus, insiste en
que este gesto valiente sería parte de su Beruf. Cuando aparece esta palabra,
desde luego, nos introducimos en un territorio que Weber ha plagado de
resonancias. En el texto de Kant, la palabra sugiere que hacer públicos esos
hallazgos sería su trabajo, su vocación y su deber. Respecto a este deber
incurriría en una culpabilidad de mantener a su público en una minoría de
edad respecto a la madurez que él habría obtenido por sí mismo.
Kant, ahora lo vemos, sigue argumentando como si tuviera delante
a Reimarus. La ilustración considerada, que éste encarnó, habría sentido
cargo de conciencia por llevar la confusión y la zozobra a personas que
podrían vivir en paz con su viejo aunque incierto credo, y por llevar la
división al seno de los Geistlichern. Kant niega este cargo de concien-
cia195. Nada de su oicio como sacerdote de la iglesia quedaría desatendi-
do. Quien se acercara a él recibiría los fundamentos de la creencia oicial
y los consuelos espirituales que demandara y esperara. Su relación con el
público no interiere en su relación con los feligreses. En términos cice-
ronianos, que tan relevantes son por estas fechas para Kant, este ilustrado
animoso cumpliría con su oicio y cargaría con las expectativas concretas
que una parte de la sociedad ha puesto sobre él. Su honorabilidad estaría
fuera de duda. Desde esta parte del asunto, por tanto, la esquizofrenia está
asegurada. Más correoso es el argumento desde el lado de su propia con-
ciencia. Pues ante ella quizá tendría que comprometerse a explicar y utili-
zar proposiciones “que él no podría suscribir con plena convicción”196. El
quid de la cuestión está en esta cláusula de la plena convicción o, para ser
194
“Vorschläge wegen besserer Einrichtung des Religions- und Kirchenwesen” (WW, XI, 56).
195
“Es ist hierbei auch nichts, was dem Gewissen zur Last gelegt werden könnte” (WW,
XI, 56).
196
“Nicht mit voller Überzeugung unterschreiben würde” (WW, XI, 57).
262 José Luis Villacañas Berlanga
205
“Die schädlichste, also auch dis entehrendste unter allen ist”( WW, XI, 60).
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 267
do, en su estrecha ainidad con la problemática de la política. No es un
asunto nuevo, desde luego. Al recoger la centralidad de la religión para la
vida del hombre, y al cifrar la norma de una Ilustración en un apropiado
tratamiento de este tema, Kant regresa al momento inicial de la moder-
nidad, cuando los cristianos exigieron disponer de libertad de conciencia
y el Estado mereció la aceptación por parte de los seres humanos por su
capacidad de resolver el problema religioso. Al mismo tiempo, el análisis
de Kant permite identiicar el atraso de las sociedades que, como las cató-
licas, no supieron resolver este punto crucial de la emancipación humana.
Al establecer esta relación entre religión y política, además, surge más
nítido el carácter animoso de la Ilustración de Kant y el sentido más bien
injusto de la decisión de Reimarus de excluir toda exhortación pública
dirigida al prójimo, para que cada uno se aclare a sí mismo sobre lo rele-
vante para su vida. Por todo ello, Kant concluye la valoración de un gesto
parecido al de Reimarus con un cierto acercamiento y una cierta crítica:
Un hombre puede, para su persona y sólo por algún tiempo, aplazar la Ilustra-
ción acerca de lo que le concierne saber; pero renunciar a ella, sea para su persona,
sea todavía más para la posteridad, esto signiica violar y pisotear los derechos
sagrados de la humanidad206.
207
WW, XI, 58.
270 José Luis Villacañas Berlanga
proponerse por sí mismo una tal ley”208. La clave es ésta: ¿podría el pue-
blo declararse infalible a sí mismo, considerar inmutables sus órdenes
institucionales, y valorar como dogmas sus leyes concretas? ¿Podría un
pueblo entero cerrar su historia? ¿Puede en suma un pueblo rechazar el
uso de la razón para el futuro? ¿Cómo podrá decidirlo para toda la pos-
teridad? ¿No debería hablar la posteridad por sí misma? “¿Acaso podría
un pueblo proponerse a sí mismo semejante ley?”209 La vieja máxima del
republicanismo se dibuja aquí: lo que a todos afecta a todos concierne. Al
futuro concierne también decidir lo que sólo el futuro sabrá, lo que sólo
al futuro afectará. Para aclararse acerca de las posiciones últimas ante la
vida, implicadas en la cuestión religiosa, ¿cómo entregar para siempre
la palabra a gentes de las que no sabemos ni siquiera que se preocupen
de esos asuntos? Lo que a todos concierne está sometido a la necesidad
de aclararse propia de cada uno y eso pasa por declarar abierto el futuro.
Republicanismo, el seguir andando por el camino de la historicidad y la
Ilustración, van juntos en religión y en política.
La libertad de crítica, el rechazo de la infalibilidad tienen que ver
con la preparación y articulación de ese futuro. De ahí la necesidad de
señalar los defectos de esas instituciones (das Fehlerhafte der dermali-
gen Einrichtungen). Si el rey o la autoridad suprema impide esta libre
crítica, entonces se pone de parte del estamento clerc que se ha declarado
infalible e imprescindible, único director de los asuntos espirituales de
la comunidad. Las palabras de Kant en este sentido son muy duras, pero
servirían para describir cualquiera de los reyes hispanos que apoyaron la
pretensión de infalibilidad de la iglesia católica y sus tribunales. Desde
luego, el monarca “demuele su majestad cuando se mezcla en esto: en
someter a su control gubernativo los escritos por los que sus súbditos
buscan poner en claro sus puntos de vista”210. Pero no sólo eso. Es todavía
208
El original dice “Der Probierstein alles dessen, was über ein Volk als Gesetz beschlos-
sen werden kann, liegt in der Frage: ob ein Volk sich selbst wohl ein solches Gesetz auferlegen
könnte?” WW, XI, 58. No creo que se pueda traducir, como hace Aramayo, “La piedra de toque
de todo cuanto puede acordarse como ley para un pueblo....” La comparación se debe establecer
entre “sich selbst auferlegen” y “über ein Volk beschlossen”. El pueblo se propone a sí mismo,
mientras que la otra acción consiste más bien en concluir algo sobre el pueblo. Un proceso es
relexivo, el otro es una transferencia autoritaria.
209
WW, XI, 58.
210
WW, XI, 59. Desde luego, no se trata de que “daña su majestad”, como traduce Ara-
mayo: se trata de que reduce a escombros su majestad. Este es el sentido de “Es tut selbst seiner
Majestät Abbruch”.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 271
peor que “envilezca su poder supremo hasta el punto de apoyar en sus
estados, y contra sus demás súbditos, el despotismo espiritual de alguno
tiranos”. Alfonso de Cartagena no podría decir nada diferente.
La tarea del poder político en el asunto de la religión no pasa por
asentar las pretensiones de infalibilidad de un colectivo clerc, cuya aspi-
ración histórica a tiranizar espiritualmente a la gente es bien conocida. La
inalidad del poder político no puede someterse a las previsiones de esta-
bilidad y poder de la corporación religiosa. Con ecos que resuenan desde
mucho tiempo atrás, Kant dice que la inalidad de la autoridad suprema es
garantizar la paz. Pero la paz no puede ser entendida, a la manera dogmá-
tica, como una adhesión a la infalibilidad. Debe ser entendida como una
posibilidad de coexistencia de diferentes formas de entender la salvación
del alma bajo el mismo orden civil. De eso y sólo de eso debe cuidar el
poder político. Para eso debe permitir que surja la crítica, que se propon-
gan mejoras, que cada ciudadano se aclare acerca de lo que signiica su
Seelenheil, la salud de su alma —y de paso lo que va unido a esto, la salud
de su cuerpo. Cualquier obstáculo que impida este trabajo de cada uno
sobre sí mismo debe ser retirado y esa es una responsabilidad central del
gobierno. Esto es algo que Reimarus debía haber exigido. Pues, en ver-
dad, el proceso de aclaración de cada uno puede ser neutralizado por po-
deres ajenos y, como ya hemos visto, violentos e ilegítimos. Retirar estos
obstáculos, y defender la libertad en la búsqueda de la salud del alma de
cada uno, es responsabilidad del poder político. Exigirlo es obligación bá-
sica de los que ya se han aclarado a sí mismos. Hacerlos coexistir en paz
bajo su autoridad es un deber político del soberano, lo que implica limitar
la violencia de cualquier imposición dogmática violenta211. En suma, la
Ilustración considerada de Reimarus no era el problema. El asunto central
residía en la imposibilidad de una Ilustración impolítica o anti-política.
Lessing no podía sino corregir este punto dentro de sus límites.
No se trataba de la aceleración por la aceleración, en una posición
que sería simétrica aunque contraria a la de Reimarus. Esta que lleva a
la crisis de forma irresponsable, no sería la forma de la política ilustra-
211
“Si él [rey] mira sólo a que toda mejora verdadera o supuesta coexista con el orden
civil, entonces puede en lo demás dejar hacer a sus súbditos lo que encuentren necesario por la
salvación de su alma; esto no le concierne en absoluto, pero sí desde luego impedir que uno im-
pida a los otros de forma violenta trabajar con todas sus capacidades acerca de la determinación
y promoción de la misma”. WW, XI, 59.
272 José Luis Villacañas Berlanga
214
El príncipe, dice Kant, “rehúsa el altivo nombre de tolerancia” (WW. XI, 60). Para lo
que sigue, 58.
274 José Luis Villacañas Berlanga
de las voces como para que el legislador real actúe como lo que verdade-
ramente es: el representante de la voluntad conjunta del pueblo, su orden
de minorías y mayorías. Esta es la presuposición estrictamente liberal de
Kant216. Sin embargo, la monarquía liberal suponía un acuerdo difuso de
la opinión pública con arreglo al cual el monarca gobierna. El desenlace
del proceso de Ilustración kantiana es diferente y debe llevar a consensos
capaces de reformas institucionales. Como es obvio, la previsión básica
de la hipótesis ilustrada en todo caso es que el debate público no pone en
peligro “la paz pública y la unidad de la res publica”217. De cumplirse esta
previsión, y de romperse la unidad, el debate público alteraría aquello que
es preciso obedecer. Pues para establecer la norma o la reforma institu-
cional, se ha de tener en cuenta la voz reunida de la mayoría, cuya con-
dición es mantener la unidad. Que esa mayoría no implique facción, que
no divida a la res publica, que no imponga elementos de arbitrariedad,
son otros tantos supuestos de la hipótesis cuyo enunciado más preciso
dice: la libertad es un antídoto contra la barbarie. En modo alguno en la
previsión kantiana se atisba la posibilidad de que la libertad del espacio
público pueda generar una nueva barbarie218. Si el trabajo de base es que
cada ser humano se aclara sobre sí mismo, y sobre todo sobre la salud de
su alma, de su dieta, de su derecho, tal cosa, en verdad, parece razonable.
Lo problemático, más bien, reside en dar por supuesto este trabajo de base
de los individuos, cada uno seriamente preocupado por sí mismo.
Estamos contemplando cuál sería la consecuencia de aplicar el mo-
delo de la reforma de la religión a la vida política. Quien sea capaz de una
cosa, siempre podrá ser capaz de la otra. Quien no sea capaz de la primera,
a duras penas podrá ser capaz de la segunda. La consideración dogmática
cerrada se impone tanto sobre los códigos religiosos como sobre los po-
líticos. La actitud es la misma. ¿Pero ha mantenido Kant esta previsión?
¿O se ha limitado a exigir libertad de debate, dejando desvinculada la vo-
luntad de mando del monarca y, por tanto, sin condicionar la necesidad de
216
Para este sentido de liberal, cf mi trabajo “Las raíces ilustradas del liberalismo”, en Los
orígenes del Liberalismo, de Germán Rodríguez, Biblioteca Valenciana, 2002.
217
El texto alemán: “Dass die Freiheit, für die öffentliche Ruhe und Einigkeit des gemei-
nen Wesen nicht das mindeste zu besorgen sei”.
218
“Die Menschen arbeiten sich von selbst nach und nach aus der Rohigkeit heraus, wenn
man nur nicht absichtlich künstelt, um sie darin zu erhalten” (WW. XI, 60). Los Los hombres
hombres elabo-
elabo-
ran su rudeza poco a poco y por sí mismos, sólo con que no se intente expresamente mantenerlos
en ella. Una vez más el verbo central aquí es arbeiten.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 277
obediencia por parte de los súbditos? Es evidente que el inal del ensayo
de Kant es más bien críptico. Pero la falta de claridad es un síntoma de un
pensamiento que busca superar las coacciones propias. Dos pasajes nos
hablan inicialmente de estos síntomas. En el primero, Kant dice que “este
espíritu de libertad se extiende hacia el exterior (ausserhalb), incluso allí
donde tiene que pelear con los obstáculos externos (äusseren Hindernis-
sen) de un gobierno que se comprende mal a sí mismo”219. Aquí la fuerza
de la frase reside en las alusiones a lo exterior. La libertad no sólo tiene
que ver con el debate público acerca de cuestiones teóricas o intelectua-
les. También quiere extenderse a un espacio exterior. Sin embargo, la úni-
ca noticia que de tal exterior quiere darnos Kant es la existencia de ciertos
obstáculos. Esos obstáculos externos serían resultado de un gobierno que
no se comprende bien a sí mismo. Frente a estos obstáculos la libertad
tiene que pelear. La palabra no puede ser más expresiva: zu ringen. La li-
bertad ha de ir al ring. En este escenario, nadie dudará de lo apropiado del
adjetivo “animosa” para esta Ilustración, por mucho que venga deinido
por un espíritu tan poco deportivo como Kant. La clave de todo el asunto,
como es natural, está en qué pueda signiicar un gobierno que se entiende
mal a sí mismo. Se supone que ese gobierno es el que debe subir al ring
para batallar con el Ilustrado. Esta posición, por cierto, es la que jamás
contempló Koselleck en su Crítica y Crisis, pues sugería que también el
poder había tenido su responsabilidad en la deriva radical de la Ilustra-
ción. Ahora bien, lo que dijimos acerca de un gobierno que se entiende
bien a sí mismo era más o menos esto: que debería reunir en su legislación
la voz conjunta de la voluntad popular. La única manera de que un gobier-
no no se comprenda bien a sí mismo, en este contexto, reside en que su
legislación no conecte con la voluntad conjunta del pueblo. La cuestión
por tanto es esta: ¿tiene algo que ver el debate libre y público acerca de la
legislación y sus debilidades, con la capacidad de vincular el gobierno al
consenso de la mayoría, con la posibilidad de ayudar al gobierno a que se
entienda bien a sí mismo?
El segundo texto sintomático de Kant, para propiciar este paso a la
Ilustración política, tiene que ver justamente con este asunto. Un monarca
ilustrado no sólo se contenta con alentar la libertad del pueblo en asuntos
religiosos. No sólo deja en libertad el debate público. Todavía ha de ir
más lejos. Lo que sigue dice así:
219
WW, XI, 60.
278 José Luis Villacañas Berlanga
220
WW, XI, 61.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 279
libertad del espíritu del pueblo y sin embargo le pone a ella limites más
infranqueables” (algo que sabían muy bien los fundadores de la constitu-
ción norteamericana), mientras que “por el contrario, un grado menor de
aquella libertad produce este espacio en el que ella puede expandirse se-
gún todas sus potencialidades”. Sin duda, Kant está hablando aquí, en el
límite, de la paradoja de la constitución republicana obtenida poco a poco
por la vía de las reformas. En ella, la libertad de cada uno está limitada,
pero justo por ello cada uno puede desplegar su libertad sin ser molestado,
perturbado, violentado o amenazado. Lo mismo sucede con la institución.
Quizá en cada presente se puede decidir un margen más estrecho de cues-
tiones, pero estas son decididas de forma muy eicaz y poderosa. Se trata
de reconocer que la libertad es, como todo en el ser humano, algo inito.
Así que podría realizarse plenamente en un espacio limitado con más ga-
rantías que en un espacio ilimitado. Lo mismo sucede en el proceso de la
Ilustración. Más que el imperativo de comenzar de cero la vida histórica,
lo que llevaría a reconocer lo infranqueable de cada vida humana, la Ilus-
tración requiere aclararse en relación con lo dado a partir de la crítica. En
la política, más que un momento fundacional, que mostraría los límites de
la libertad con la violencia originaria y civil, Kant apuesta por una liber-
tad limitada que aspira a la reforma institucional y que puede desplegarse
plenamente dada la conciencia pacíica de su trabajo.
Pero la previsión en el largo plazo es la constitucionalización de las
reformas, ese momento histórico en que sin mutar de forma radical, el
poder se transforma por el mero uso de la crítica en un nuevo consenso.
El punto inal de este debate y de esta mejora no es sino lo que una Ilus-
tración impaciente desearía ver realizado ahora y aquí, como principio
y puerta de entrada al paraíso. Kant apuesta por otra previsión: que la
mejora crítica de la legislación vaya trabajando retrospectivamente en la
forma de ser del pueblo, que a su vez vaya transformando los principios
constitucionales del gobierno hasta adecuarlos a las previsiones norma-
tivas básicas de la dignidad humana y la constitución republicana. Pues
ese pretendido punto de partida fundacional, ese poder constituyente que
cumple de manera radical los supuestos normativos encerrados en la con-
ciencia moral, no es un hecho inmediato de la naturaleza, ni está garanti-
zado por una irrupción apasionada o inspirada del ser humano, sino solo
por el trabajo del tiempo y de la historia. No está nunca al principio, sino
280 José Luis Villacañas Berlanga
221
Relexión 6867.
222
Relexión 7202.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 283
Éxtasis material, tardamos la vida entera en explicar su contenido. Ahí se
nos ofrece una nueva sabiduría. Kant no ha querido situar el origen de la
perspectiva moral en este tipo de experiencias gozosas. Y sin embargo,
tampoco parece que haya sido capaz de ofrecer una puerta argumental a
la adopción de la actitud moral. Y esto nos lleva a la cuestión decisiva.
¿Cómo pasamos de ser ines subjetivos, seres inteligentes, que relexio-
nan sobre sus ines y se disponen a usarse y usar a los demás como me-
dios, a ser ines objetivos, que se disponen a promover la relación racional
entre los seres humanos, capaces de considerarse a cada uno como in en
sí objetivo?
Ese paso, desde “un animal estúpido y limitado” a un “ser inteli-
gente y un ser humano” fue concebido por Rousseau como un “dichoso
instante”223. Si se tiene esta gracia, entonces se goza del coraje, de la va-
lentía. Se sabe lo importante y se declara de forma solemne que el hombre
antiguo puede ser vencido, de la misma manera que se tiene certeza que
la historia degradada de la humanidad puede ser corregida. Creo que hay
razones para poner este instante dichoso de Rousseau en relación con el
don de la perfectibilidad224, el a priori de todas las teorías de la educación.
Pues la educación es una actividad reglada y social que tiene que lograr
repetir en el ser humano el instante dichoso que logró la especie. La epi-
génesis de la moral no empieza de cero. Irrumpe en el proceso evolutivo
desde un tiempo largo. En cierto modo, al tener este horizonte nos damos
cuenta de que la educación tendría que lograr en cada uno algo parecido a
lo que un bendito azar reveló a Rousseau bajo el árbol de la Bastilla, la pa-
radójica experimentación de la apertura de la perfectibilidad. Este punto
extático determinó el complemento literario de la teoría. La literatura po-
dría producir instantes gozosos, experiencias cercanas a las de Rousseau.
Es lo de menos que pronto esta experiencia fuera la de Sade y luego la
de Flaubert, el tedio, ya fuera superado al modo de las tentaciones de san
Antonio o de la aburrida madame Bovary. Educación como intensiica-
ción sentimental que sobrevive y compensa a la intensifación conceptual
siempre limitada de la teoría. La educación literaria tedría que encarar el
problema de generalizar lo que se presentó como una experiencia gozosa,
particular, misteriosa, extraña y entusiasmada. Si aquel instante gozoso
223
Contrato social, lib. I, cap. 8, OC. III, 364.
224
Discurso sobre origen de la desigualdad, OC. III, 142.
284 José Luis Villacañas Berlanga
225
“Locura”, Diccionario Filosóico de Voltaire. Apud Cassirer, Ob. cit., p. 87.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 285
si ese instante, caracterizado por Rousseau como expresamente gozoso,
nos presenta el gozo típico que de una manera y otra debe producirse
como condición de posibilidad de la educación.
En realidad, con ello nos aproximamos a las bases mismas de la dii-
cultad de la modernidad y a la fragilidad verdadera de su punto de apoyo.
Pues la cuestión es cómo se transmite esta experiencia carismática, go-
zosa, entusiasta, sin la cual los ideales de la modernidad están muertos, y
esto a través de un proceso reglado y cotidiano, como es la educación. Sin
duda, solo llegamos a ser consciente de este problema tras Weber. Cassi-
rer fue consciente a medias de él cuando dijo, de forma lúcida, que la me-
jor forma de comprender el plan de Rousseau en su conjunto “es analizar
la teoría educativa en el espejo de su doctrina de la religión”226. Pero si
aquel instante gozoso y revolucionario es el azar de la voz divina, ¿cómo
puede producirse y ponerse en las manos de los seres humanos? ¿Cómo
lo que no puede explicarse sino como una gracia o un don, puede exten-
derse por un colectivo de funcionarios del Estado? Sin duda, Kant pensó
en un momento que esto debía ser facilitado por la exhortación. Pero ¿qué
pasa si no tenemos este acceso gozoso, ese sentimiento de vacío que se
llena con un anhelo que ya goza del futuro imaginario? ¿Qué pasa si la
exhortación no es escuchada? O mejor, ¿qué pasa si a pesar de todo no es
entendida? ¿Y si es entendido y a pesar de todo no produce efectos? ¿Qué
pasa si no hay a la postre un instante gozoso? ¿Cómo suplirlo entonces?
¿Cuál es el paso siguiente?
No hay paso siguiente. Estamos en el inal, en la pasión que da con-
sistencia a la vida. Sin duda, Cassirer dice que Rousseau anticipa el ca-
mino de Lessing. Sólo podemos realizar ese camino si cambia nuestro
sentido de la religión. Pero ese cambio de nuestro sentido de la religión
ya supone la Ilustración que la haga posible, porque el viejo sentido de la
religión, como sabe Kant, no produce el gozo del autoconocimiento sino
que lo hace imposible en medio de culpas y fantasmas. Pedagogía y polí-
tica, moral y religión, dice Cassirer, se interpelan recíprocamente, pero en
un círculo cuya condición última ellas mismas no pueden producir, con-
trolar ni dominar. Lo incontroloable es el instante gozoso de la revelación
del deseo que no se cumple con lo que ya tenemos, con los medios a la
mano, sino que crea el vacío sobre el que se alza la experiencia vivida de
226
Cassirer, Ob. cit., p. 145.
286 José Luis Villacañas Berlanga
conectar con el germen en su pureza. Eso es algo que debe ocurrir contra
el tiempo empírico, que sólo puede describirse como una “nueva crea-
ción” (neue Schöpfung). Aquí tenemos un instante gozoso nouménico, y
se puede expresar en términos de Moisés, i, 2, y en términos de Pablo.
También en términos de Rousseau: una revolución psíquica, una meta-
noia que muestra un cambio radical en la intención del ser humano: de
ser in subjetivo a ser in objetivo. Aquí hay un ser humano nuevo, como
proclamó Rousseau. Kant le ha llamado una “especie de renacimiento,
como por una nueva creación”. Se trataba de un cambio de corazón que
podría entenderse como un hombre nuevo (Ibid., 698).
Kant es demasiado riguroso como para reconocer que un débil ger-
men de bien pueda producir un efecto tan extraordinario hacia el bien que
está más allá de las fuerzas humanas, más allá de su comprensión. ¿Cómo
una fuerza dudosa puede producir una “única decisión inmutable” (eine
einzige unwalderbare Entschliessung)? ¿Pero esa revolución, acaso no
tenía que hacerla el propio ser humano? ¿Quién se la inspira? Lo nece-
sario para elevarnos al punto de vista moral ha de ser posible, pero no
puede hacerlo el ser humano en medio de su vida, pues para hacerlo tiene
que conectar con una fuerza hacia el bien de la que por principio carece.
Aquí de nuevo estamos en un círculo, que Kant no dejó de observar227.
Este argumento hace más probable la no-Ilustración que su contraria. En
realidad, este círculo se levanta sobre todas las evidencias que tenemos
sobre el ser humano. La revolución es necesaria, pero no parece obra
humana. Para evitar un camino que le llevaba directo a las garras de la
litertura de Rousseau, Kant dio un rodeo sutil e inteligente, pero lleno de
riesgos. Su airmación, que pasa a menudo desapercibida, es que la apela-
ción a la revolución es necesaria para “el modo del pensamiento” (für die
Denkungsart), pero no para el modo de lo sensible. Para este “Sinnesart”
basta con la “allmählich Reform”, con la reforma paulatina. Pero esta
reforma paulatina tiene como verdadero contenido identiicar los obstácu-
los que continuamente se aponen a aquel modo de pensar que nos permite
descubrir nuestra dimensión moral. Dijo, con ello, que basta con la virtud
empírica, con las luchas reales por fundar una costumbre que poco a poco
nos aproxime a la máxima racional, aunque no sea por el valor de la máxi-
227
Ibid. (WW. VIII, 698): “Pero si el hombre está corrompido en cuanto al fundamento de
su máxima, ¿cómo es posible que lleve a cabo por sus propias fuerzas esta revolución y se haga
por sí mismo un hombre bueno”.
Diicultades con la Ilustración. Variaciones sobre temas kantianos 289
ma racional. Basta con esto, aunque no esté bien explicado el origen de
esta perspectiva moral. El caso es que los seres humanos luchan por ser
mejores, más serenos, aspiran a ser iables, aunque todo sea como fruto de
la inteligencia que le dicta ser ines en sí subjetivos. Por su propia ventaja
van reinando sus máximas y van aprendiendo a tener respeto por el otro,
aunque sólo sea porque así consiguen mejor sus propios ines subjetivos.
Esto es todo. No hay ningún mítico instante gozoso. Hay el ser humano
tal y como lo conocemos. ¿Pero y el reino de los ines en sí objetivos?
¿Qué hay de esto que parecía el punto de partida adecuado de la moral?
El reino de los ines en sí objetivos, como la ley moral que se obedece
por el valor de la ley moral, en toda su pureza, como la Gesinnung o in-
tención moral es lo que ve un observador de toda la serie de la humanidad
cuando mira el combate cada vez más deinido de los seres humanos consi-
derado como un todo228. No es lo que ve un ser humano. Desde la concien-
cia personal, no hay tal suceso revolucionario en el origen. Lo que hay es la
contemplación de todos esos pequeños actos de puriicación de la ley como
si en el tiempo ininito alguien situado fuera del tiempo lo viera como un
único acto unitario. La renovación, el renacimiento, la segunda creación,
es el conjunto que ve un Dios acerca de lo que el hombre persigue en el
tiempo ininito de toda la serie de sus pequeños progresos. Para Ése, “para
quien la ininitud del progreso es unidad” (für den also diese Unendlichkeit
des Fortschritts Einheit ist), tal cambio continuo de la historia “puede ser
considerado una Revolución” (kann diese Veränderung als Revolution be-
trachtet werden, ww. Viii, 699). El instante gozoso sólo lo goza Dios. No-
sotros sólo conocemos lucha, el combate por la Ilustración. De ahí que el
gesto de Rousseau fuera la última manifestación de una deiicatio que para
Kant no puede ser aceptada. El precio de esto es no romper el círculo, en
la consciencia de que la ruptura ofrecida por Rousseau obliga a pagar un
precio demasiado caro. Si la lucha moral contra vicios concretos es el inicio
de la educación moral, todavía falta comprender el telos de esa lucha, una
lucha moral, y éste es el punto que deberíamos resolver con la revolución
228
De nuevo invoco la conferencia de Claudio La Rocca, “Conciencia moral y Gesin-
nung”, en el congreso internacioal de la SEKLE: “La Gesinnung es, así pues, […] el término de
referencia ideal, es decir, no propiamente cognoscible, de una valoración de la conducta moral
que en principio se extiende o debería extenderse al conjunto de la acción humana. […] La Ge-
sinnung, escribe Kant, ocupa el lugar de la totalidad de esta serie de la aproximación proseguida
al ininito” (p. 10).
290 José Luis Villacañas Berlanga
229
Ak, II, 267.
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