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CONTEXTO DE LA LITERATURA CONTEMPORÁNEA O DE LA POST-GUERRA


 
1.1.-LA LITERATURA ESPAÑOLA TRAS LA GUERRA CIVIL:
LOS AÑOS CUARENTA Y CINCUENTA
El fin de la guerra civil, 1939, supone una ruptura cultural, una gran corte intelectual. A partir de entonces en
España se crean dos literaturas: al del exilio y la del interior, que prácticamente vivirán incomunicadas casi hasta
los años sesenta. La poesía es quien mas sufre esta ruptura ya que existía, como hemos visto, un grupo de poetas
los del veintisiete que ya habían publicado importantes libros y casi todos ellos eligen el exilio.
Es curioso constatar cómo algunos de los fenómenos que aparecen en la post guerra ya se daban en los años
anteriores a la contienda: adopción de formas métricas tradicionales, como el soneto (Lorca, Alberti, Gerardo
Diego, Luis Rosales), o la aparición de la poesía religiosa (recordemos la revista alicantina El Gallo Crisis, donde
empezó a escribir Miguel Hernandez). A partir de 1939 se produce un empobrecimiento de esta rica tradición
poética y la poesía de esos años podemos caracterizarla por la aparición de temas sacros o heroicos y por el
alejamiento de las corrientes extranjeras, tan presente hasta entonces.
Los hitos más importantes son la aparición de la revista Garcilaso (1943), que defiende una poesía neoclásica,
intimista y nacionalista aunque encontramos en ella dos tendencias, una que aboga por la poesía pura, el arte por
el arte y otra que apoya una poesía lírica. La revista se caracterizó por su retórica trasnochada y por su insistencia
en formas clásicas, como el soneto. El miembro más representativo de este grupo fue José Agustín Goytisolo vio
así a estos "garcilasistas":
 
Es la hora, dijeron, de cantar los asuntos
maravillosamente insustanciales, es decir,
el momento de olvidarnos de todo lo ocurrido
y componer hermosos versos, vacíos, sí, pero, sonoros,
melodiosos como el laúd,
que adormezcan, que transfiguren,
que apacigüen los ánimos, ¡qué barbaridad!

Ésta es la historia, caballeros, de los poetas celestiales, historia clara y verdadera, y cuyo ejemplo no han seguido
los poetas locos que, perdidos en el tumulto callejero, cantan al hombre, satirizan o aman al reino de los hombres,
tan pasajero, tan falaz, y en su locura lanzan gritos, pidiendo paz, pidiendo patria, pidiendo ​aire​ verdadero.
En 1944, un año importante porque Vicente Aleizandre publica "Sombra del paraíso", Luis Cernuda "Como quien
espera el alba" y Dámaso Alonso "Hijos de la ira". Libro de poesía existencial y de crítica social, antecedentes de la
posterior poesía comprometida. Con poemas tan importantes como el inicial "Insomnio".
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las ultimas estadísticas) …

Mujer con alcuza​ :


¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?…

En la novela, los vencedores rompen con la tradición anterior. Podemos considerar que la historia de la Novela
Española de la post guerra se inicia en 1942 con la publicación de "La familia de Pascual Duarte", de José Cela. Al
igual que "Hijos de la ira", dicha novela pone de manifiesto lo más sórdido de la sociedad española del momento.
Es una narración con reminiscencia clásicas en su estructura y procedimientos narrativos y tiene una clara
relación con la picaresca. La obra cuenta facilita su existencia. Esta novela fue calificada de "tremendista", término
que inventó
Antonio de Zubiaurre y que designaba al nuevo estilo realista "que acentuaba las tintas negras, la violencia y el
crimen truculento, episodios crudos y a veces repulsivos, zonas sombrías de la existencia … respecto al lenguaje
desgarro, crudeza y, en alguna ocasión, una cierta complacencia en lo soez".
En 1945, Carmen Laforet obtiene con "Nada" el primer Premio Nadal. La crítica de la época lo elogió mucho
(Ignacio Agustí: "un gran libro", "un libro ​oportuno​, de una ​oportunidad asombrosa"). La novela cuenta las
andanzas de una joven, estudiante en la Universidad de Barcelona, en los primeros años de la post guerra, que
convive con unos familiares desquiciados por la contienda. Así como sus intentos de evasión, al relacionarse con
sus compañeros de estudios, lo que nos muestra un contraste de vidas y la final insatisfacción de la protagonista,
Andrea. Esta obra habría que vincularse tanto al Existencialismo como al Neorrealismo, tan en boga en aquellos
años en Europa.
Otra novela interesante es "El camino", de Miguel Delibes, publicada en 1950. En ella aparece un lenguaje nuevo y
narra los recuerdos de infancia de un niño, Daniel, en un pequeño pueblo castellano. Novela costumbrista y con un
final con mensaje conservador, pues, en la disyuntiva que se le ofrece al protagonista de ir a estudiar a la ciudad o
seguir el oficio de su padre, quesero, el cura del pueblo responde con esta frase: "La felicidad no está, en realidad,
en lo más alto, en lo más grande, en lo más apetitoso, en lo más excelso; está en acomodar nuestros pasos al
camino que el Señor nos ha señalado en la Tierra. Aunque sea humilde". Novela, de todas las formas, de muy
agradable lectura y con episodios realmente, graciosos.
Al comienzo de los años cincuenta aparecen cuatro preciosas novelas. En 1951, Rafael Sánchez Mazas publica "La
vida nueva de Pedrito de Andía", que narra los años escolares y los amores infantiles de un hijo de la burguesía
vasca de comienzos de siglo. Ese mismo año su hijo Rafael Sánchez Ferlosio publica "Alfanhuí", una extraña
novela llena de imaginación y fantasía. Y un año de estante tradición nacional. Tres aspectos de esta novela
pasaron luego a incorporarse a la novela social: la concentración del tiempo (dos días y una mañana), la reducción
del espacio (Madrid, el café) y el protagonista colectivo.
 
1.2.-HACIA LOS AÑOS SESENTA
En los años cincuenta y sesenta empiezan a publicar un grupo de poetas que nos proporcionarán los mejores
versos de estos últimos años: Ángel Gonzáles, José M. Caballero Bonald, Alfonso Costafreda, José María Valverde,
Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Francisco Brines y Carlos
Rodríguez. Casi todo ellos empezaran escribiendo poesía social y pasaran, pronto, a escribir unos versos mas
irónicos, más esteticistas. Son poetas con una gran formación cultural.
 
"De vita beata"
de Jaime Gil de Biedman
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer un casa y poca hacienda
y ​memoria​ ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
 

"Se tú mi límite"
José Ángel Valente
  cuerpo puede
Tu
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la tristeza.
Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.
Si tú acercas tu boca inagotable
hasta la mía bebo
sin cesar la raíz de mi propia existencia.
Pero tú ignoras cuánto
La cercanía de tu cuerpo
Me hace vivir o cuánto
Su distancia me aleja de mí mismo,
Me reduce a la sombra.

En la novela, 1961 es un año importante, pues aparece "Tiempo de silencio", de Luis Martín – Santos. Esta cierra
el camino de la tendencia socialrealista y abre nuevos rumbos. Partiendo de una concepción novelesca barojiana,
Pedro, el protagonista, intelectual e investigador, renuncia a una actividad con cierto futuro y se refugia en la
autodestrucción.
En esta obra encontramos una desmitificación sistemática de la realidad y una subversión de los valores utilizados
por la novela social para producir una versión esperpéntica y descoyuntada. Todo esto narrado en un lenguaje
innovador lleno de neologismos, cultismos, perífrasis, interpolaciones ensayísticas. El mayor valor de esta novela
radica en haber logrado armonizar diversos hallazgos anteriores, con el fin de encontrar unas nuevas formas de
expresión más acorde con la realidad del momento.
Otras novelas interesantes son "La saga – fuga" de J.B. (1972), de Gonzalo Torrente Ballester, que transcurre en
un ambiente fantástico y está escrita en un tono paródico. "La verdad sobre el caso Savolta" (1975), de Eduardo
Mendoza, que es una mezcla de subgéneros (novelas de aventuras, eróticas, policíaca) escrita con una técnica
clásica, la de la picaresca, novela de muy agradable lectura.
 
1.3-ULTIMAS TENDENCIAS
Tras la muerte de Franco se pone de moda la literatura de género: de aventuras, policíaca, erótica, femenina, etc.,
quizá porque el lector estaba cansado de la narrativa estructuralista y empachado de obras de tipo político. El
gusto por los relatos con argumento, donde se narra aventuras y sucesos, predominará durante estos años de la
transición; así, se traduce profusamente a autores como Stevenson, Melville, Konrad y London. La literatura
policíaca vuelve a reverdecer, y a las versiones de Hammett y Chandler, entre otros, se unirán autores nacionales
como Vázquez Montalbán ("La soledad del manager", 1977; "Los Mares del Sur", 1979; "Asesinato en el Comité
Central", 1981; "Los pájaros de Bangkok", 1983; "La rosa de alejandría", 1984, y "El pianista").
 
1.4.-LA ÉPOCA CONTEMPORÁNEA
1.4.1.-DE LA POSGUERRA A LA MODERNIDAD
La guerra civil sumió a España en una grave depresión económica, política y cultural de la que se fue recuperando
con lentitud. Y tras la guerra, hubo que iniciar un camino sembrado de dificultades.
Los años comprendidos entre el final de la guerra civil (1939) y la muerte de Franco (1975) constituyeron una
etapa de búsqueda, en la que sucesivas generaciones de novelistas, poetas y dramaturgos configuraron un
particular paisaje literario, caracterizado por la vacilación entre el esteticismo y la denuncia social.
En todo el resto de Europa se producía una nueva fractura: la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945). Esta guerra
no sólo destruyó el continente, sino que tuvo como consecuencia la división del mundo en dos bloques
antagónicos: el capitalista, encabezado por Estados Unidos, y el comunista, por la Unión Soviética.
La década de los cuarenta estuvo marcada por las consecuencias de la guerra civil y por la segunda Guerra
Mundial. La derrota de las potencias ideológicamente afines al gobierno de Franco trajo aparejado el aislamiento
internacional de España y la existencia de graves problemas económicos. A causa de la represión franquista,
muchos españoles, entre ellos intelectuales destacados, se vieron obligados a exiliarse en otros países.
En los años cincuenta, Estados Unidos firmó un tratado de ayuda militar con España; al poco tiempo se aceptó el
ingreso de España a la ONU. Esto se explica porque tanto Franco como Estados Unidos combatían las ideologías
de izquierda; el primero desde la dictadura y el segundo desde la democracia capitalista. En este contexto, Cuba se
independizó del sometimiento norteamericano en 1958. El reconocimiento internacional al régimen de Franco
implicó mejoras en lo económico, sobre todo en la década siguiente. Además, se flexibilizó un poco la censura y se
logró entrar en contacto con las novedades culturales que se produjeron en el extranjero.
1.4.2.-El fin del mileno
A partir de 1975, tras la muerte de Franco, accedió a la jefatura del Estado, con el título de rey, Juan Carlos I. Bajo
el gobierno del primer ministro Adolfo Suárez, en 1977 se celebraron las primeras elecciones, tras casi cuarenta
años de dictadura. En 1982, en las elecciones generales, el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) alcanzó la
mayoría absoluta y asumió el gobierno Felipe González, que fue reelecto tres veces.
Con la democracia, se inició una nueva etapa de la historia española en la que se logró la normalización
democrática, que trajo aparejadas la legalización de los partidos políticos y la desaparición de la censura, así como
la incorporación de España en la política europea e internacional.
1.4.3.-El género literario de estos tiempos
En la actualidad, la narrativa es el género de mayor auge: la publicación de novelas, cuentos, relatos y biografías se
generalizó, según lo confirman la proliferación de reseñas y entrevistas a escritores en medio gráficos y
audiovisuales, la gran cantidad de premios literarios que se otorgan, la difusión masiva de novedades.
En España, una vez superada la censura impuesta por la dictadura, las producciones aumentaron. Si la narrativa
posmoderna había comenzado por ser una narrativa sin historia, se produce en estos años una vuelta a la
narratividad, al gusto por contar historias.
 
REPRESENTANTES EN LOS GENEROS LITERARIOS DE LA POSGUERRA
 2.1.- LA POESIA DE POSTGUERRA.
Los poetas de post-guerra fueron aquellos que, en pleno desarrollo de la Guerra de abril de 1965 y durante la
primera década que siguió a ésta, pusieron la protesta en primer plano y asumieron el compromiso histórico de
repudiar incondicional-mente la segunda intervención norteamericana a la República Dominicana al tiempo que
intentaron, a través de su canto, de sepultar para siempre el espíritu diabólico de la tiranía trujillista, rechazando
toda posibilidad de supresión de las libertades individuales. Los Poetas de post-guerra hay que dividirlos en dos
categorías: poetas escogidos y poetas excluidos 42.
Los escogidos fueron aquellos que encontraron protección y apoyo en las páginas del suplemento literario Aquí,
del periódico La Noticia, bajo la dirección de Mateo Morrison, uno de los principales representantes de dicha
promoción. Entre los que disfrutaron el privilegio de figurar entre los escogidos estaban: Norberto James
Rawlings, Enriquillo Sánchez, Andrés L. Mateo, Alexis Gómez Rosa, Enrique Eusebio, Federico Jóvine Bermúdez,
Tony Raful, José Molinaza, Soledad Alvarez, Miguel Aníbal Perdomo y Luis Manuel Ledesma. Los excluidos nunca
o muy escasas veces tuvieron acceso a las páginas de Aquí, el medio que difundió más ampliamente la producción
literaria de entonces. Entre los principales excluidos se destacan: José Enrique García, Josefina de la Cruz, René
Rodríguez Soriano, Pedro Pablo Fernández Tomás Modesto Galán, Radhamés Reyes Vásquez, Wilfredo Lozano,
Domingo de los Santos y Chiqui Vicioso.
A partir de 1965 aparecieron varias agrupaciones literarias que funcionaban como pequeños talleres literarios.
En ellas se reunían los Independientes del 48, los poetas de la Generación del 60 y los Poetas post-guerra. El
orden de aparición de estas agrupaciones es como sigue: El Puño (1966), en la que militaban Iván García, Miguel
Alfonseca, Enriquillo Sánchez, René del Risco Bermúdez, Ramón Francisco y Marcio Veloz Maggiolo; La isla
(1967), integrada por Antonio Lockward Artiles, Wilfredo Lozano, Norberto James Rawlings, Andrés L. Mateo y
Fernando Sánchez Martínez; La antorcha (1967), que agrupaba a Mateo Morrison, Soledad Al-varez, Alexis Gómez
Rosa, Enrique Eusebio y Rafael Abreu Mejía; La máscara (1968), compuesto por Aquiles Azar, Héctor Díaz
Polanco y Lourdes Billini43. Al mismo tiempo funcionaba el Movimiento Cultural Universitario (MCU), que
reunía en sus secciones sabatinas de literatura a casi todos los grupos antes mencionados, más los poetas y
escritores que provenían de los clubes culturales localizados en los barrios marginados de Santo Domingo y que
no pertenecían a ninguna parcela literaria.
El impulso logrado por las letras nacionales inmediatamente después de la Guerra de abril de 1965 no se limitó
sólo a la ciudad de Santo Domingo. En varias provincias del país se formaron círculos literarios, casi siempre
ignorados por los intelectuales de la capital, que sirvieron para estimular a jóvenes provincianos cuyos escritos no
tenían cabida en los escasos me-dios de difusión existentes. De esa forma se sumaron a la bibliografía literaria
dominicana los nombres de Manuel Mora Serrano y Francisco Nolasco Cordero, fundadores del Grupo Amidado,
en sus diferentes etapas: "Manuel Mora Serrano, Francisco Nolasco Cordero, Alberto Peña Lebrón, Héctor
Amarante, Cayo Claudio Espinal, José Enrique García, Elpidio Guillén Peña, Orlando Morel, Pedro Pompeyo
Rosario, Pedro José Gris, Emelda Ramos, Rafael Castillo y Sally Rodríguez".
La publicación de poemarios fue escasa entre 1965 y 1970, los medios más utilizados por los poetas para divulgar
sus obras fueron los recitales y lecturas en clubes culturales, parques, estadios deportivos y otros lugares
públicos. En la década de los 70, especialmente los cuatro primeros años, la publicación de poemarios se redujo
considerablemente. Entre 1971 y 1973 se publicaron los siguientes poemarios: Imperio del grito (Radhamés Reyes
Vásquez, 1971), La luz abre un paréntesis (Rafael Abreu Mejía, 1971), Raíces de la hora (Domingo de los Santos,
1971), Los poemas del ferrocarril central (Lockward Artiles, 1971), Juegos reunidos (Pedro Vergés, 1971), La
provincia sublevada (Norberto James Rawlings, 1972), Fórmulas para combatir el miedo (Jeannette Miller, 1972),
El diario acontecer (Pedro Caro, 1972), La poesía y el tiempo (Tony Raful, 1972), Poemas decididamente fuñones
(Apolinar Núñez, 1972), Oficio de post-muerte, (Alexis Gómez Rosa, 1973), Desde la presencia del mar hasta el
centro de la vida (Enrique Eusebio, 1973), Ultimo universo (José Molinaza, 1973), La esperanza y el yunque
(Wilfredo Lozano, 1973), La muerte en el combate (Radhamés Reyes Vásquez, 1973), Canto a mi pueblo sufrido
(Franklin Gutiérrez, 1973), Gestión de alborada (Tony Raful, 1973), Aniversario del dolor (Mateo Morrison, 1973)
y Poemas sorpresivos (Apolinar Núñez, 1973). Los títulos de dichos poemarios sugieren el tipo de discurso poético
practicado por los Poetas de post-guerra para testimoniar el estado de descomposición del pueblo dominicano.
Fue una poesía en la que coexistieron la sangre y el dolor; en la que la situación política reinante predominó por
encima de todo y en la que, además, no importaba mucho la expresión artística, sino la comunicación directa con
la colectividad.
En 1975 se inició, repentinamente, una etapa de aletargamiento que afectó la producción de muchos de esos
poetas. Algunos redujeron de forma notable su trabajo creativo y otros desaparecieron del ambiente literario
sometiéndose a un proceso de autorreflexión que se extendió hasta 1980, año a partir del cual varios de ellos
(Pedro Vergés, Tony Raful, Andrés L. Mateo, Franklin Gutiérrez, Radhamés Reyes Vásquez, Jeannette Miller y
otros), dieron a la publicidad nuevos poemarios y comenzaron a cultivar otros géneros, especialmente la novela, el
cuento y el ensayo crítico. Al referirse a la poesía escrita en el país entre 1961 y 1978, el poeta Víctor Villegas dice:
"Independientemente de que cada promoción careció, ostensiblemente, de un liderazgo firme y continuado, lo
que no su- cedió con sus antecesores inmediatos, no hubo, en sentido general, en aquellos jóvenes poetas, plena
conciencia de la esencia y naturaleza verdadera de la poesía, lo que explica, por demás, su desvinculación con el
pasado, sobre todo con la obra poética realizada en el país a partir del Postumismo. Pasado político y pasado
literario no fueron separados por ellos, y en un afán de borrar esos vestigios se emprendió la tarea de crear una
poesía desde cero, con la sola aceptación de obras y autores dominicanos que recién llegaban del exilio"46.
Interesado en defender lo que él llama Generación del 65, Alberto Baeza Flores, insinúa que la producción de
los poetas de la Generación del 60, especialmente los de Post-guerra, motivada e influenciada por la poesía de
Pablo Neruda, Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Roberto Juarroz y Roque Dalton, mantuvo la misma calidad y
altura de la poesía que se escribía en el resto de Latinoamérica en aquel momento.
Es indudable que algunos textos de Miguel Alfonseca ("La guerra y los cantos"), Jacques Viaux ("Nada
permanece tanto como el llanto"), René del Risco (El viento frío) y otros de Andrés L. Mateo ("Portal de un
mundo") y Norberto James Rawlings ("Los inmigrantes"), son buenos ejemplos de poesía social porque su valor
estético y su planteamiento de la problemática política los distancia del resto de la producción de esos años. Sin
embargo, una hojeada a la poesía mexicana (José Carlos Becerra, 1936-1970 y José Emilio Pacheco, 1939);
peruana (Antonio Cisneros, 1942); cubana (Luis Rogelio Nogueras, 1944); colombiana (Gustavo Cobo Borda,
1948); chilena (Raúl Barrientos, 1948) de las décadas de los 60 y 70, sirve para desautorizar
las afirmaciones de Alberto Baeza Flores.
Los poetas de la Generación del 60 y de Post-guerra perseguían ideales comunes, luchaban por las mismas
causas y se alimentaron de las mismas vivencias y de los mismos re-cuerdos. Pero el tono excesivamente político y
combativo de su poesía, encauzó su producción por una ruta que se acercaba más a un proyecto bélico que a un
proyecto literario. Los poetas de la Generación del 60, en sus dos períodos, no supieron, en la mayoría de los
casos, distinguir entre lo artístico y lo político y llevaron la poesía a tal grado de compromiso con la realidad que su
obra, en muchos casos, adquirió categoría de panfleto. Ello explica el que la producción poética dominicana del
período 1961-1978 se acerque más al documento histórico que a la obra literaria. Los poetas de dicho período
dejaron un testimonio valioso de la situación política y del descontento social que vivió el país durante esos años;
pero les negaron a la literatura nacional una poesía capaz de representar artísticamente las razones históricas que
la motivaron.
 2.2.-Declaración de los artistas
El arte vive dentro de un compromiso contraído ineludiblemente con la sociedad y el tiempo que lo crean. Los
artistas dominicanos, conscientes en todo momento de esta responsabilidad, hemos participado en la lucha
desarrollada heroicamente por el pueblo de la República Dominicana. Y seguimos participando en su firme
decisión de mantener en la mesa de conferencias los principios fundamentales de esta lucha. El arte, integrado
como actividad colateral a la lucha armada, ha constituido una fuente de impulso al espíritu indomable que
mantuvo en la trinchera vivo el heroísmo e inagotable la fuerza.
Nuestra sociedad es ésta y éste es nuestro tiempo. Los artistas no hemos vacilado en acatar este designio
histórico y, yendo más allá, realizamos aportes de inestimables valor al martirologio de la revolución. Hoy,
cuando se busca por los caminos de la paz la solución real al conflicto que llevó al pueblo a las armas,
consideramos como un deber ineludible alzar nuestras voces para que el mundo sepa que hemos estado junto al
pueblo y que como siempre estaremos dispuestos a combatir con el arte como arma y escudo. Los artistas
dominicanos hemos padecido con indignación en la sangre el atropello incalificable contra la Soberanía Nacional
que una potencia extranjera, por la razón de su fuerza, ha perpetrado con la República.
Y en defensa de esa soberanía nos lanzamos al combate. Los artistas dominicanos hemos visto con amargas
lágrimas en los ojos el asiento descarado de la tropa extranjera para con-sumar la violación flagrante no sólo a la
Soberanía Nacional sino a la Libre Determinación que como pueblo tiene la patria muy bien ganada. Y en defensa
de esa soberanía y de ese inalienable derecho de auto determinación estamos dispuestos a continuar combatiendo
en los campos honrosos de la negociación.
Hemos cumplido con nuestro deber y seguiremos cumpliendo. Por- que el arte, cuando no es fiel expresión de
las agonías y de las esperanzas del pueblo que a través de su propia existencia lo sugiere, abandona por completo
su raíz esencialmente humana y humanitaria.
Los artistas dominicanos, conscientes de haber cumplido con nuestro deber y conscientes también de la autoridad
y responsabilidad que debemos asumir en estos momentos, no vacilamos en ofrecer al Gobierno Constitucional un
amplio voto de apoyo y reconocimiento, tanto por su posición en las horas dramáticas de la guerra como por su
posición en los momentos difíciles de las negociaciones pacíficas.
Presente, pues, hemos dicho los artistas dominicanos en esta lucha por la libertad, por la justicia social, por la
democracia.
En los años cuarenta hubo dos corrientes poéticas: la poesía arraigada y la poesía desarraigada.
● La poesía arraigada ​propuso volver al modelo tradicional y clásico y, por lo tanto, a sus géneros: romances,
sonetos, décimas. No tenia por tema la circunstancia histórica. Por eso, algunos poetas posteriores acusaron a los
"arraigados" de haber sostenido una poética conformista, que defendía los valores de la vida familiar, la
tranquilidad de la conciencia y un discurso religioso convencional. Algunos poetas de esta corriente fueron Luis
Rosales, Leopoldo Panero y José García Nieto.
● La poesía desarraigada ​concebía la existencia como algo doloroso e incierto. Bases de esta mirada, fueron dos
libros publicados en 1944: Hijos de la ira, de ​Dámaso Alonso y Sombra del paraíso, de ​Vicente Aleixandre​.
Ambos coincidieron en el rechazo al mundo.
En los años cincuenta se consolida la tendencia a la rehumanización que estaba ya presente en los "poetas
desarraigados". La poesía social triunfa en 1955, año en que se publican dos obras muy importantes de esta
corriente : Caminos iberos, de Gabriel Celaya y Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero.
Mas adelante, por los años sesenta se produce una reacción contra la ​instrumentalización ​de la poesía como
vehículo para la propagación de mensajes sociales y contra la consiguiente pérdida de calidad artística. Muy
influyentes son las obras de Jaime Gil de Biedma, Compañeros de viaje, Moralidades y Poemas póstumos.
Ya por los años setenta aparece una promoción de poetas cuyo denominador común es su alejamiento definitivo
del realismo. Son figuras importantes ​Pere Gimferrer, Félix de Azúa y Luis Antonio de Villena​, que
promueven una estética influida por los medios de comunicación de masas.
 
2.3.-El Teatro
En los años ​d ​e la posguerra se impuso un teatro cuyo objetivo era entretener, hacer olvidar el trauma social que
significó la guerra civil. Mas adelante, fueron surgiendo otras tendencias en el teatro. Estas son las principales :
● Teatro social​. Es el centrado en el compromiso político, en la denuncia de las injusticias y de la hipocresía de la
sociedad. El mejor dramaturgo de esta vertiente fue ​Antonio Buero Vallejo​.
● Teatro poético​. Intentó superar la realidad por medio de la poesía, de la ilusión y de la fantasía. El mejor
dramaturgo de esta vertiente fue ​Alejandro Casona​.
● Teatro humorístico​. Fue el teatro de mayor calidad. Tiene el propósito de renovar la risa. Los dramaturgos,
cansados ya del humor fácil, ofrecen una nueva forma de interpretar la realidad. No en vano los críticos han visto
en sus obras un humor intelectual, próximo al de las comedias del absurdo. Sus principales representantes fueron
Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura​.
 
2.4.-La Narrativa
En la década de los cuarenta, la narrativa española se dedicó a hacer propaganda y a exaltar al bando vencedor en
la guerra civil. En general, era una narrativa convencional, que no tenia encuentra las innovaciones que ya existían
en la literatura europea y americana.
Sin embargo, la primera novela de ​Camilo José Cela​, La familia de Pascual Duarte, marca la inauguración de
una corriente narrativa llamada ​tremendismo​, caracterizada por tomar los aspectos más brutales de la realidad
para efectuar una reflexión profunda sobre la condición humana.
En los años cincuenta, la novela se aleja de los conflictos existenciales de personajes aislados para afrontar
planteamientos más comprometidos con la sociedad en su conjunto. Se inicia el realismo social en el que la novela
se centra en la denuncia de la injusticia como resultado del compromiso político y moral del autor. Entre los
autores que destacan están ​Camilo José Cela, Juan Goytisolo y Carmen Martín Gaite​.
Ya por los setenta, las innovaciones de la novela europea y la brillantez de la narrativa latinoamericana hacen que
los novelistas españoles se interesen más por los aspectos formales. La novela más influyente de este periodo es
Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. Es necesario mencionar a los escritores ​Luis Goytisolo, Miguel
Delibes, Juan Benet y Gonzalo Torrente Ballester.
La narrativa de las últimas décadas retorna a la subjetividad, al ámbito de lo intimo por encima del análisis del
mundo externo, de la sociedad.
Respecto a las técnicas narrativas, no hay una tendencia homogénea entre los escritores, ni tampoco es frecuente
el uso exclusivo de una de ellas en cada escritor, sino que abunda el eclecticismo, la mezcla de técnicas
tradicionales y vanguardistas.
La experimentación formal es mucho más moderna que en las novelas de los años sesenta. Las obras son más
asequibles, y los argumentos vuelven a tener relevancia. Todo ello ha redundado en una amplia difusión entre el
publico.
Son autores de esta última generación ​Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza, Juan José
Millás, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y Arturo Pérez Reverte.
 CARACTERÍSTICAS GENERALES
LA LITERATURA DE POSGUERRA
 3.1.-Temática y fondo ideológico
● La crítica literaria
● Las guerra civil española: los que quedan en España y los que se exilian
● La dictadura de Francisco Franco
● Literatura "comprometida" que sirve fines sociales y políticos
● La fantasía
● El teatro del absurdo
● El psicoanálisis; los sueños
● Los -ismos: idealismo, surrealismo, neoclasicismo, neorromanticismo, gongorismo
● Realismo y naturalismo
● Filosofía existencialista
● Religión: a) la duda; b) la religión mezclada con la sensualidad
● Desdén de lo tradicional; el futuro
 3.2.-Estética
Naturalidad de expresión; lenguaje preciso

1. Sencillez
2. Experimentación; libertad métrica
3. Indirección
4. La imagen
5. El mundo ideal
6. Imágenes vagas
7. Falta de sentimiento personal
8. La retórica
9. El sonido
10. La tragedia
 
3.3.-Ideal
1. Conciencia social y activismo político
2. Una mejor sociedad
3. La comunicación intersubjetiva
4. La democracia
1. La libertad
 3.4.-Política
1939-75 Dictadura de Francisco Franco
1975 Juan Carlos I (La restauración borbónica)
 
LITERATURA DE POSGUERRA: NOVELA DE LOS AÑOS 40 A 60

La Narrativa
A) La Narrativa de la década de 1930 y la novela de exilio
La novela de los años 30 (como la poesía) había tendido hacia la rehumanización y el compromiso social, tras
abandonar la deshumanización de los años 20. En esta línea se encuentra la literatura de Ramón J. Sender, Max
Aub, Francisco Ayala, Rosa Chacel, quienes al acabar la guerra marchan al exilio por su apoyo a la República. Su
obra se realiza al margen de la literatura que se hace en España y, en general, tratan con insistencia sobre el tema
de la guerra
B) La novela de los primeros años de posguerra
En la inmediata posguerra se hace evidente la ruptura de la natural evolución literaria. Así, la novela no puede
enlazar con la narrativa social de los años 30, prohibida por el franquismo, ni parece válida la estética
deshumanizada de los años 20. En ese panorama de desconcierto abundan tres tipos de narraciones, todas de
estilo tradicional: ideológica, realista y humorística. Hasta los años 50 no comienzan los indicios de renovación.
En la década de 1940 sólo hay casos excepcionales y aislados, como C. José Cela, Carmen Laforet y Miguel Delibes.
1942: La familia de Pascual Duarte de C.J. Cela
1944: Nada de Carmen Laforet (Premio Nadal)
Estas dos novelas comparten el tono sombrío y existencial, que contrasta con el triunfalismo o la actitud
evasiva, general en la novela de éxito de la inmediata posguerra. A estas nuevas voces se les unen poco después
otras como la de Miguel Delibes y Ana María Matute. En general, estos novelistas coinciden en reflejar el desolado
mundo de la posguerra desde una perspectiva pesimista y existencial; por eso abundan en sus narraciones los
personajes desorientados, tristes y frustrados.
La familia de Pascual Duarte, de Cela, provoca una polémica en torno al tremendismo. Se le acusaba de
deformar la realidad al subrayar lo más desagradable. En 1942, suponía un revulsivo, pues la truculencia y la
visión desolada del mundo contrastaba con una narrativa triunfalista. La novela narra un cúmulo de crímenes y de
atrocidades que parecen verosímiles por el tipo de protagonista y por el ambiente. Como un nuevo pícaro, Pascual
Duarte narra su biografía para que entendamos cómo ha llegado a ser un condenado a muerte.
La limitación intelectual de Pascual, el destino que parece dominar la obra y el ambiente bárbaro e injusto
convierten a esta criatura en un asesino víctima.
La obra refleja un radical pesimismo, cercano al existencialismo. La publicación de una novela tan desgarrada
en un momento de censura política y moral muy estricta, sólo se explica por ser Cela un excombatiente franquista
y porque los sucesos se sitúan en la España de posguerra. Toda su obra refleja pesimismo ante el mundo y el ser
humano (P. Baroja). Su tono es distanciado y burlón, con humor negro, desgarrado y cruel. Refleja una visión
deformada del mundo.
C) Década de los 50. Contexto social y cultural
Con la Guerra Fría, en los años 50, España empieza a salir del aislamiento y se incorpora a algunos organismos
internacionales, en la órbita de EEUU. El incipiente desarrollo del turismo y la industria conlleva cierta
recuperación económica y cambios en los estilos de vida, como las migraciones de los campesinos hacia las
ciudades, la difícil inserción de estas personas en los suburbios urbanos, .Al mismo tiempo, los jóvenes que han
vivido la guerra como niños o adolescentes consideran la guerra y el país de posguerra desde otra perspectiva y
aparecen actitudes críticas respecto al poder y a la división social entre vencedores y vencidos. Estas posturas se
manifiestan sobre todo en círculos obreros y universitarios.
 El Realismo Social
A) Principales características
La novela española de esta década recoge pronto las nuevas preocupaciones sociales y abandona la visión
existencial de la década anterior. En 1951 Cela publica La Colmena de tono crítico y testimonial, con un amplio
personaje colectivo.
A lo largo de la década, el realismo social se intensifica y en el año 1954 alcanza su momento cumbre, pues se
publican varias obras de este tipo de Ana Mª Matute, Ignacio Aldecoa, Jesús Fdez. Santos, Juan Goytisolo, Rafael
Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite y Juan García Hortelano.
El tema de la novela es la propia sociedad española: la dureza de la vida en el campo, las dificultades de la
transformación de los campesinos en trabajadores industriales; la explotación del proletariado y la banalidad de la
vida burguesa. El estilo de la novela realista es sencillo, tanto en el lenguaje como en la técnica narrativa, se
pretende llegar a un amplio público. Los contenidos testimoniales o críticos son más importantes.
B) Novelas destacadas del Realismo Social
■ 1954: ​Pequeño teatro,​ de Ana María Matute; ​Los bravos,​ de Jesús Fernández Santos; ​El fulgor y la sangre,​ de
Ignacio Aldecoa; ​Juegos de manos​, de Juan Goytisolo.
■ 1955: ​El Jarama,​ de Rafael Sánchez Ferlosio.
■ 1957: ​Entre visillos​, de Carmen Martín Gaite.
■ 1958: ​Central eléctrica,​ de Jesús López Pacheco.
■ 1959: ​Nuevas amistades​, de Juan García Hortelano.
■ 1960: ​La mina,​ de Armando López Salinas.
■ 1961: ​La zanja,​ de Alfonso Grosso.
■ 1962: ​Dos días de septiembre,​ de José Manuel Caballero Bonald.

LA LITERATURA HISPANOAMERICANA Y EL EXILIO

Del 21 al 23 de marzo de 1983 se celebró en la Facultad


de Filología de la Universidad Complutense un coloquio
sobre La literatura hispanoamericana y el exilio, en
colaboración con el Vicerrectorado de Extensión Cultural
y el Instituto de Cooperación Iberoamericana. Por su
especial interés ofrecemos seguidamente los textos de tres
de las intervenciones, como anticipo de una deseable
publicación de la totalidad de los mismos.

Me enfrento a este tema con el ánimo de ofrecer —no respuestas, ya que sería muy pretencioso intentarlo— sino
elementos para tratar de resolver dos problemas que se nos proponen. El primero de ellos es saber si se trata del
exilio de hoy, o del de ayer y el de siempre. El segundo, es constatar si existe una literatura hispanoamericana del
exilio o solamente escritores hispanoamericanos en el exilio.

El largo exilio latinoamericano


El destierro de los patriotas de nuestro subcontinente es tan antiguo como la historia misma de las repúblicas
independientes. Bernardo O’higgins, el primer Director Supremo de Chile, vencedor de las batallas de Maipú y
Chacabuco, que consagraron la independencia de su patria, falleció en 1842 en su exilio peruano, viviendo en una
hacienda que le donó el gobierno de Lima como muestra de agradecimiento por su gesta revolucionaria. Fueron
dos décadas de amargura, lejos de la tierra en que había nacido y a la que había contribuido, decisivamente, a
independizar. Su amigo, el general argentino José de San Martin, que luchó en la guerra liberadora de su país
natal, en los combates de la liberación chilena y que asestó el golpe mortal al coloniaje consagrando la libertad del
Perú, murió el año 1830 en su destierro de Boulogne sur Mer, en la costa francesa, luego de casi tres décadas de
Ostracismo.
El propio Simón Bolívar, el Libertador, general de cien batallas encarnizadas, Ihíleció camino del destierro,
mientras una fragata inglesa lo esperaba en la costa para conducirlo a Europa. Antes de sucumbir sufrió el
lacerante dolor de ser notificado por escrito de que la Asamblea Nacional de Colombia lo había declarado
proscrito. Y él, que había expulsado al dominio español en su tierra, falleció en casa de un amigo español,
Joaquín de Mier, que había sido su amigo y amigo también de la causa independentista. Si bien no puede
considerarse a Simón Bolívar como un escritor, su figura fue destacada por plumas como las de Rodó, Valencia, la
Mistral, Rubén Darío y Neruda.
Y antes de cerrar este acápite de añoranza, quisiera referirme al general chileno José Miguel Carrera, ejecutado en
Argentina por haber dirigido bandas de montoneros que trataban de tomarse Buenos Aires. Expulsado de Chile,
muy joven aún, viviendo en el peligro y la aventura, mientras era conducido en una carreta hacia el patíbulo, divisó
tras las blancas cortinas de una ventana la figura de una dama con la que había tenido tempestuosos amoríos; se
sacó el sombrero haciendo una venia cortesana y siguió su camino hacia la muerte, aromado por el perfume del
recuerdo. No es en vano entonces cuando les digo que el exilio nos ha flagelado desde el inicio mismo de nuestra
vida como pueblos independientes.

Los destierros en masa


Hay una nación latinoamericana en que las expulsiones en masa de sus ciudadanos han jalonado su trayectoria.
Ese país se llama Paraguay y un escritor paraguayo que participa en este coloquio ha escrito largamente sobre su
trágico destino.
Ya en 1767 ocurrió la expulsión de los jesuitas que provocó, a su vez, un éxodo en masa de los indios. Fue, a la vez,
la primera expulsión masiva de extranjeros, y ello se debió a la tentativa jesuita para revivir las viejas formas de
trabajo agrario, suavizando los rigores de la conquista y de la colonia. En 1865-1870 irrumpe la guerra con la
Triple Alianza, lucha desigual durante la que el reducido pueblo paraguayo se enfrentó a gigantes como Argentina
y Brasil, perdiendo la mitad de su territorio y a la mayor parte de su población activa. Desde entonces, la mitad de
la población paraguaya ha sido lanzada al destierro y ahora mismo la dictadura continúa provocando la huida de
miles y miles de paraguayos. Todavía en 1947 la insurrección popular de Concepción provocó la muerte de diez mil
personas.

Los exiliados del siglo XIX


Ilustres intelectuales, artistas y escritores latinoamericanos sufrieron el flagelo del exilio durante el siglo XIX.
Nótese que prefiero utilizar el término de «latinoamericanos » debido a que, en nuestro subcontinente, existen
naciones y pueblos que no hablan el español: Haití, poblada por hombres de raza negra, utiliza el idioma francés;
Brasil, que representa más del 25 por viento de la población sudamericana, es un país en que se habla el
portugués; en Paraguay, sólo el 5 por 100 es bilingüe —español y guaraní-— y el resto conoce solamente el guaraní,
idioma vernáculo de la masa aborigen. Y todavía en vastas zonas del altiplano compartido por Perú y Bolivia, se
habla mayoritariamente el quechua o el armará.
El gran educador y político argentino Domingo Faustino Sarmiento vivió largos años desterrado en Chile; el
ecuatoriano Montalvo, en Bogotá o en Paris; el insigne José Martí, cubano, poeta y combatiente, en Centroamérica
y en los Estados Unidos; el puertorriqueño Hostos, en Perú. Martí, que anunció la época de los políticos de acción
sobre los demagagos de turno, murió luchando por la independencia cubana.

Los exiliados que conocí en Chite


Los chilenos no pensamos jamás que el exilio pudiera afectarnos a nosotros, ya que concebíamos nuestra patria
como un «asilo contra la opresión», tal como lo señala la letra de nuestra Canción Nacional. De ahí que tratáramos
siempre de acercarnos a los patriotas extranjeros que llegaban hasta nuestro suelo.
Los primeros exiliados con los que tomé contacto, e hice gran amistad, cuando yo me empinaba en mis dieciocho
años, fueron tres poetas peruanos o, mejor, una poetisa y dos poetas. Ellos fueron Magda Portal, su compañero
Serafin Delmar y un pariente de éste, el poeta Julián Petrovié; los parentescos nada tienen que ver con los
nombres, que eran seudónimos literarios. Magda Portal era una gran poetisa y a ella le dedica muchas páginas
José Carlos Mariátegui, en su ensayo sobre literatura inserto en sus «Siete Ensayos de Interpretación de la
Realidad Peruana». Autora de un libro de prosa, de tendencia anarcoide, “El derecho de matar» y de varios libros
de poemas, entre ellos «Una esperanza y el mar», supo expresar la amargura de la ausencia en versos que no he
podido olvidar jamás:

¿¿He tenido tantas veces


la actitud de los árboles suicidas
en los caminos polvorientos y solos.»
¿Qué exiliado no se ha sentido alguna vez, en momentos de desfallecimiento y de
nostalgia, como un árbol suicida en un camino polvoriento?

Magda perteneció a una pléyade de grandes poetisas latinoamericanas de las primeras décadas de este siglo. La
Ibarbourú, la Mistral, la Agustini. Blanca Luz Brum y la propia Magda Portal son algunas de ellas. De ahí que,
alegremente, el escritor peruano Félix del Valle, le dijera un día a Mariátegui: “Esto de escribir poesía deviene un
oficio de mujeres».
Conocí, por supuesto, a otros exiliados del subcontinente durante ya mi larga peregrinación por la vida. Políticos y
escritores, aunque con razón se ha dicho que los políticos suelen ser malos escritores y los escritores generalmente
pésimos políticos. Uno de ellos fue el venezolano Rómulo Betancourt, que llegó a ocupar la Presidencia de la
República venezolana, y que vivió largos años en Chile. Otro, el peruano Villanueva, que fue candidato a la
Presidencia peruana y es actualmente el Secretario General del APRA. También a Juan Bosch, el dominicano, que
fue elegido Presidente de su patria y que publicó en Chile libros tan hermosos como la «Isla Fascinante» y
«Judas Iscariote, el calumniado». Tuve que ver directamente con la edición de este último libro, que se hizo a
través de la Editorial Socialista “Prensa Latinoamericana”. Se trata de una increíble novela policial sobre la base
del texto de la Biblia. Bosch sostiene, y creo que lo demuestra, una versión alucinante; dice que Judas no vendió a
Cristo por los treinta denarios, sino que el traidor fue el apóstol Juan, indignado porque Judas le había pedido
cuentas, por ser el tesorero de los seguidores de Cristo. De tanto repetirse por siglos que Judas Iscariote era un
traidor, se llegó a la situación en que ya nadie se atrevió a dudarlo. Y cita, como ejemplo contemporáneo, el caso de
Trotsky, acusado en gran parte del mundo actual como autor de los peores y más aberrantes crímenes, lo que ha
convertido al principal cooperador de Lenin durante la época revolucionaria, al creador del Ejército Rojo, al
dirigente más capacitado del Comité Central Bolchevique, en un réprobo vendido al fascismo y envenenador de los
pozos de agua en que bebían los niños soviéticos.
Finalmente quiero referirme a un uruguayo que llegó huyendo a Chile y que, hace unos meses ya fallecido, aún en
el exilio, en la ciudad de Barcelona. Me refiero a Carlos M. Rama, que caminaba dificultosamente como
consecuencia de una poliomielitis, lo que me impresionaba, ya que con los años se me ha agravado una vieja
dolencia a la cadera. Le entregué a Rama una columna diaria en La Nación, periódico oficial del gobierno de
Allende, que yo dirigía, y otra en el diario Clarín, del que yo era simultáneamente Jefe de Redacción. Cuando
Carlos intentó darme las gracias le dije sonriente y desaprensivo: no me digas nada, que esto lo hago porque a lo
mejor un día yo también me convierto en un exiliado. La verdad es que no lo pensaba y ni siquiera se me pasaba
por la imaginación. Y, ya ven ustedes, en donde me encuentro ahora, encarnación viviente del exilio chileno.
Espero haber suministrado antecedentes para demostrar que el éxodo de intelectuales, profesionales, escritores y
artistas no es un fenómeno de hoy, sino, como lo dije, de ayer y de siempre.

Quisiera dedicar unas palabras a un exilio singular, que sirvió para relacionar a los intelectuales brasileños con el
resto de los pertenecientes a países de habla hispana. Brasil era un gigante al que los latinoamericanos
ignorábamos o temíamos. Con sus ríos tumultuosos, su selva impetuosa, sus enormes ciudades febriles, aquella
inmensa nación parecía aplastarnos. Cuando ocurrió el golpe militar de 1964, que derrocó a Joao Goulart, miles y
miles de brasileños debieron huir a otros paises de la zona, y pudieron descubrir, a la vez, otras realidades y otros
climas. Mario Pedraza y Theotonio dos Santos, en Chile, Ferreira Gullar, en Argentina; Darcy Ribeiro, en
Uruguay o Francisco Iuliao, en México, son algunos de los nombres que, en este momento, se me vienen a la
cabeza.

El campo y la ciudad
Los espacios telúricos de la inmensidad geográfica latinoamericana han servido fatalmente de escenario a la
literatura en esta zona del planeta. La tierra laborable, al llegar los conquistadores, era entregada en usufructo por
el poder central a los jefes de las tribus que, a su vez, las entregaban a las familias de acuerdo a sus necesidades, y
sólo por un año. O sea que si al año siguiente un grupo familiar había crecido por haberse casado algunos o por
haber nacido más hijos, recibía mayor extensión de tierra y si, por el contrario, había disminuido, alcanzaba una
porción menor que el último año.
Los conquistadores sólo pensaron, según expresión de Mariátegui, en distribuirse el pingíle botín de guerra; así
surgieron los repartimientos y las encomiendas, mediante lo que se amortizaron extensiones ilimitadas en pocas
manos. El sistema se perpetuó a través de las vinculaciones y los mayorazgos, que impedían las divisiones por
herencia, cayendo la totalidad del latifundio en manos del hijo mayor. Esto originó no sólo el exterminio
inhumano de los indios, sino que el régimen del latifundio, cuyos excesos debieron lamentar por siglo los pueblos
latinoamericanos.
Para darles sólo unos ejemplos empecemos por México. El general Terrazasdenía en Chihuahua seis millones de
hectáreas, una extensión igual a la de toda Costa Rica; en el Estado de Hidalgo, el ferrocarril avanzaba 135
kilómetros a través de la hacienda de José Escandón; todo el Estado de Morelos pertenecía a 32 terratenientes. El
magnate de la prensa norteamericana. William Hearst, era dueño de la Hacienda Babicor, con 507.000 hectáreas.
Trasladándonos a la historia de mi patria les puedo decir que he examinado, como jurista, títulos de dominio
realmente descabellados; en uno se daba como deslinde de un latifundio la siguiente indicación: «Subiéndose a la
loma, por el sur, hasta donde se pierde la vista». Se trataba, como ven, de que el encomendero tuviera mejor o
peor visión para adueñarse de mayor o menor terreno; y tiemblo al pensar en lo que hubiera sucedido si en esos
tiempos se hubieran conocido los prismáticos.
Todavía en los años cuarenta conocí la Hacienda Illapel, de la familia Irarrázabal, que se extendía desde el mar
hasta la cordillera, con tierras aun en el lado argentino; esta propiedad cortaba a Chile, literalmente, por la mitad.
Insurrecciones y reformas
Esto explica que las primeras novelas de algún valor en América Latina —y me refiero propiamente al siglo xix—
afincaran su temario en la lucha del campesino por la tierra o en el drama de la población indígena. Comenzando
por La vorágine, del colombiano José Eustacio Rivera; Don Segundo Sombra, de Ricardo Guiraldes, la gran novela
de la pampa argentina; Doña Bárbara, del venezolano Rómulo Gallegos, que narra el antagonismo entre la
civilización y la barbarie, hasta llegar a Huasipungo, obra extraordinaria del ecuatoriano Jorge Icaza y El mundo
es ancho y ajeno, del peruano Ciro Alegría. Recordemos también Ranquil, del chileno Renato Lomboy;
Los ríos profundos,​ de Arguedas; La casa verde, de Vargas Llosa, o Los pasos perdidos, del cubano Carpentier.
Esta literatura de la tierra y del indio emerge de la naturaleza exuberante y resulta por lo menos difícil, mantenerla
con el mismo ímpetu en el exilio.

La progresión urbana
El otro fenómeno que ha impulsado la novela latinoamericana por derroteros generalmente comprometidos
—aunque en ocasiones, como es el caso de Jorge Luis Borges, por derroteros europeizantes y preciosistas— es el
crecimiento vertiginoso y dinámico de las ciudades del subcontinente.
Esta migración es inconcebible para la mente europea. Veamos algunos ejemplos: Buenos Aires tenía, en 1930, un
millón de habitantes; en 1950, cinco millones; en 1960, siete millones; en 1980, once millones. Sao Paulo, que no
es capital nacional y que no está ubicada directamente sobre la costa, ha seguido el siguiente ritmo: en 1900,
240.000 habitantes; en 1920, 580.000; en 1940, 1.300.000; en 1950. 2.300.000; en 1963, 3.400.000, y en 1980,
alcanzaba la cifra extraordinaria de lO.000.000 de pobladores. Constituye un error muy común considerar a todos
los países latinoamericanos como similares en su estructura económica, social y hasta étnica. Aunque no es el
momento de entrar en tales pormenores, señalemos la relación entre la población humana y su ubicación
territorial. Según datos del Banco Interamericano de
Pero no sólo varia la relación campo-ciudad, sino que la composición racial; Haití es una nación de raza negra;
existe una gran masa indígena en países como México, Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala, Paraguay o Nicaragua;
predomina la población blanca, de origen europeo en naciones como Argentina, Uruguay, Chile o Costa Rica;
existe una gran proporción de negros o mulatos en Brasil, Venezuela, Cuba o Colombia. Resulta singular que,
mientras en Costa Rica no existe más de un 1 por 100 de indígenas en los países vecinos de Centroamérica la
proporción es mucho mayor.
Y el vertiginoso crecimiento de las grandes urbes, que llegan a tener en el caso de las capitales la tercera parte y
hasta la mitad (Montevideo) de la población total del país, no las planifica en barrios residenciales y barrios
pobres, sino que surge una periferia miserable, sólo comparable a la pobreza que se evidencia en África y en
algunas regiones del Asia. Son las favelas brasileñas, las villas miseria argentinas, las poblaciones callampa
chilenas y otras expresiones primitivas del subdesarrollo casi absoluto.
Expresión de esta vida afiebrada y contradictoria han sido novelas como E/ señor Presidente, de Asturias; En las
calles, de Jorge Icaza; El roto, del chileno Joaquín Edwards Bello; El túnel, del argentino Sábato; La ciudad y los
perros, de Vargas llosa, y sobre todo la novelística posterior a la década de los sesenta se inscribe en lo que se ha
llamado el “boom» de la novela latinoamericana. Pero quisiera referirme a una breve novela del chileno Carlos
Sepúlveda Leyton, Híjuna, que narra historias de un muchachito en un barrio modesto de Santiago y que es una
verdadera joya literaria; esta novela fue editada muy modestamente en una ciudad de provincia y, por eso, su
divulgación no alcanzó la proporción deseada; sólo vino a destacar luego de la llegada a la Presidencia de Salvador
Allende, época en que la reeditó dignamente la editorial del Estado Quimantó.

El exilio interior
Antes de pasar a hablar del destierro propiamente tal, dediquemos algunas palabras al exilio interior, integrado
por los escritores que han permanecido o aún permanecen en sus países, obligados a una auto-censura. trabajando
con el temor constante de recibir por las noches la visita de una patrulla militar que no sólo requise los originales,
sino que se lleve al autor que se expone así a la prisión arbitraria, a la tortura o a ese extraño rigor del
«desaparecimiento» que caracteriza la brutalidad Castrense,
Existe un gran número de escritores, entre ellos la mayoría de los argentinos, que han permanecido en su tierra,
escribiendo en esas condiciones difíciles; y hay otros que se han inclinado ante la autoridad militar, como Jorge
Luis Borges --y lo digo con mucha tristeza— tal vez obsesionado por conseguir el apoyo oficial a su eterna
candidatura al premio Nobel; pero Borges no sólo se ha inclinado ante la dictadura de su patria, sino que ha ido a
mi país, a Chile, a rendirle pleitesía pública al general Augusto Pinochet, y ante esto huelgan los comentarios.
Para que ustedes se den exacta cuenta de la actitud de las dictaduras ante la educación y el intelecto, voy a leerles
el texto exacto de una circular del “Comando de Institutos Militares” de Chile, que es similar al procedimiento
utilizado por otras dictaduras de la zona. Previamente debo advertirles que la totalidad de los rectores de
Universidades chilenas son militares en servicio activo o en retiro, y que también lo son una gran parte de los
decanos y directores de facultades.
En la circular a que me refiero se dispone que «los jefes de establecimientos educacionales deben canalizar a
través de la autoridad militar competente aquellas materias de seguridad que constituyen problemas.., se ordena,
en consecuencia, poner en conocimiento de dichas autoridades hechos irregulares tales como comentarios sobre
política contingente, propagación de rumores mal intencionados sobre actividades de gobierno o grupos
extremistas, propagación de chistes o cuentos relativos a la gestión de la Junta o de sus miembros, distorsión de
los conceptos o valores patrios, distorsión de las ideas contenidas en los textos de estudios, dándoles
interpretaciones antojadizas y parciales, no cumplimiento de sus horarios o de sus programas de materias,
propugnación de reuniones o materialización de ellas en el recinto del establecimiento o fuera de él sin la
correspondiente autorización de la autoridad militar, propagación de ideas tendientes a disminuir en el cuerpo de
profesores, auxiliares y/o administrativos el concepto de autoridad del director hacía todo el personal, no
acatamiento de las disposiciones emanadas del Ministerio de Educación o de la autoridad militar en forma rápida
y efectiva especialmente aquellas relacionadas con la exaltación de los valores patrios...» Agreguemos, por si
hubiera dudas, que bajo tales dictaduras no pueden publicarse revistas, libros u otros impresos sin pasar por la
censura previa de las autoridades militares.

El exilio exterior
Si el exilio interior obliga a los intelectuales a mantenerse aislados, el exilio exterior, por razones obvias, corta
muchos vínculos y separa físicamente a quienes atraviesan por la diáspora. Antes de generalizarse el destierro los
escritores latinoamericanos se conocían, relativamente, muy poco entre sí; los escritores argentinos y los escritores
mexicanos, por ejemplo, partícipes de poderosos movimientos literarios, se solían ignorar entre ellos, y miraban
más hacia los públicos europeos que hacia sus propios pueblos. El hecho concreto es que existió, por lo menos
hasta la década del sesenta, una “compartimentación” palpable de los diversos segmentos nacionales.
Esta situación, es cierto, se ha modificado después del estallido del “boom” con la participación de escritores como
Fuentes, Cortázar, Sábato, García Márquez, Vargas Llosa, Carpentier o Donoso. Novelas como Cien años de
soledad, del colombiano, o La guerra del fin del mundo, del peruano, son ya de dominio general en nuestros
países. Y, además, la obra de la Casa de la Cultura, en Cuba, ha contribuido fuertemente a eliminar falsas
fronteras.
Pero subsiste la interrogante que planteábamos al comienzo de esta intervención, ya que los escritores en el exilio
se encuentran enfrentados a problemas casi insuperables. Los que han debido instalarse en países de idioma
extraño, no pueden dirigirse a una audiencia que no los entiende; los que viven en países de habla española, en
especial México, Venezuela y, por supuesto, la misma España, han perdido el contacto con su propio público y
deben adaptarse al nuevo, que les ofrece diferencias de paisaje, de clima, de ambiente y hasta semánticas.
Por eso yo sostengo, claramente, que no puede hablarse de una literatura hispanoamericana del exilio, sino de
escritores latinoamericanos en el exilio. Aunque existe, tal vez, una excepción: la de los escritores especializados en
los tenias socioeconómicos que han- tenido mayores oportunidades de reunirse en Institutos de
Investigación, en seminarios, coloquios o asambleas y que cuentan con un gran número de revistas en que se
mantiene vivo el debate sobre nuestra miseria, nuestro subdesarrollo y nuestras perspectivas. Entre estos
escritores puedo recordar, a vuelo del pájaro, nombres como los del venezolano Teodoro Petkoff, los argentinos
Gregorio Selser, David Tieffenberg, Julio Godio, Jorge Beinstein o Marcos Kaplan; los brasileños Carey Ribeiro,
Theotonio dos Santos, Helio Jaguaribe, Mauro Marini o el ya fallecido Josué de Castro; los chilenos Jaeques
Chonchol, André Gunder Frank o Fernando Mires, los uruguayos Carlos M. Rama o Vivian Trías, ambos
recientemente fallecidos, y muchos más.
Observemos, por otra parte, que gran parte de los escritores latinoamericanos, me refiero a los novelistas y poetas,
no están actualmente exiliados: me refiero concretamente a García Márquez, José Donoso, Mario Vargas Llosa,
Jorge Edwirds, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Carlos Fuentes.

Reflexiones finales
Les ruego, queridas amigas y queridos amigos, perdonar a este escritor latinoamericano que, temo, haya
exagerado los tonos sombríos de la nostalgia y de la derrota, porque el exilio, como decía Magda Portal, nos hace
tener muchas veces la actitud de los árboles suicidas en los caminos polvorientos y solos: creo que el exilio es
consustancial con la historia de nuestros pueblos, desde los mismos días de haber surgido como naciones
independientes, y ahí quedan los casos de aquellos padres de la patria a que yo me refería en un comienzo. Y creo,
también, que no existe y aún que no puede existir, una literatura hispanoamericana del exilio, ya que estaría
privada de sus auténticas raíces, de la presencia telúrica de una geografía disparatada y gigantesca, de la
turbulencia de un combate social ininterrumpido. de las condiciones indescriptibles de la miseria y el
subdesarrollo.
Existen, si, escritores en el exilio, que continúan su lucha por recuperar los valores de la educación y la cultura,
que forman parle de los cientos de miles de patriotas desterrados, que se sienten en su casi totalidad como
combatientes, en el seni.ido de José Martí, de la gran causa de la revolución liberadora de sus pueblos. Con ellos
late mí solidaridad y mi esperanza.

Muchas gracias.

Oscar Waiss
Escritor
Madrid
(España)
Colegio Nº 8018. CODESA
Año: 2° de Polimodal
Ciclo Lectivo: 2011
Asignatura: Literatura
Docente: Alejandra M. López

Selección de Textos
Teóricos
BENDITA LA MUJER DURANTE LA POSTGUERRA ESPAÑOLA

El propósito de este trabajo Bendita la mujer durante la postguerra española es el de analizar la obra de
Carmen Martín Gaite, en concreto, su ensayo Usos Amorosos de la postguerra española, en el que la autora expone
la realidad política de los años 1930, 40 y 50 en España y explica cómo esta realidad inmediata a la posguerra
condiciona la relación entre ambos sexos.
Carmen Martín Gaite nació en la ciudad de Salamanca el 8 de diciembre de 1925 y murió en Madrid el 22
de julio del año 2000. Obtuvo el título de Licenciada en Filosofía y Letras en Salamanca y se doctoró en Madrid
con una tesis titulada Usos amorosos del siglo XVIII en España. Fue considerada una de las principales
representantes de la generación de narradores de la posguerra civil española, junto con Ignacio Aldecoa y Rafael
Sánchez Ferlosio, quien fuera su esposo. Ganó en 1957 el premio Nadal por su novela Entre Visillos. Por El Cuarto
de atrás recibió en 1978 el premio Nacional de Literatura. En 1986 obtuvo el premio Anagrama de Ensayo por su
libro Usos amorosos de la postguerra española; en 1988 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 1992 el
Premio Castilla-León y en 1994 el Premio Nacional de Literatura.
A base de recuerdos personales y de una buena cantidad de recortes de revistas, diarios y libros de la época,
Martín Gaite expone la condición general de la mujer española en esta época, subrayando la mística pasividad y
sumisión a la que estaba sometida la mujer por la propaganda del franquismo. El nuevo régimen, que se sabía
vencedor de la guerra civil y al mismo tiempo cada vez más aislado internacionalmente, condena a sus ciudadanos,
especialmente a la mujer, al forzado orgullo de sentirse español y nada más. La propia hermana del ideólogo
falangista José Antonio Primo de Rivera, Pilar Primo de Rivera, sentenciaba que “a las mujeres les falta desde
luego el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles; nosotras no podemos hacer nada más que
interpretar mejor o peor lo que los hombres han hecho”.
La sociedad española de los cuarenta estaba retrasada frente a otros países más avanzados. Todo está
relacionado con el régimen de Franco: “Franco era un militar ambicioso, decidido y sin escrúpulos de
conciencia…Enterrar el pasado reciente y exaltar el pasado remoto fue una de más inquebrantables consigna de la
España de Franco” (20, 23). La autora se centra en la condición de la mujer en la posguerra, periodo en el cual se
retoma la imagen de la “mujer virtuosa” decimonónica como el símbolo de la “Nueva España” y a ella se le
yuxtaponen una serie de valores más en consonancia con los intereses del creciente nacionalismo. La
reconstrucción de los valores de la “mujer virtuosa”, confirma la definición de la “Nueva España”:
El elemento de continuidad con un pasado glorioso de la nación española. La reinvención de este pasado
intentará borrar cualquier vestigio de una España contemporánea.
Carmen Martín Gaite afirma que la posición de la mujer española estaba como en la Edad Media: “La
posición de la mujer española está hoy como en la Edad Media. Franco le arrebató los derechos civiles y la mujer
no puede poseer propiedades ni incluso, cuando muere el marido, heredarle…No puede frecuentar los sitios
públicos en compañía de un hombre sino es su marido…Tampoco puede tener empleos públicos…” (30). Los
únicos destinos posibles y deseables de la mujer eran, primeramente el matrimonio, al que había que aguardar con
castidad y esperanza; segundo, el convento.
El tema de las jovencitas que se metían a monjas, renunciado los placeres del mundo era algo épico. No es
que se entendiera muy bien la vocación, pero era algo así como una llamada que venía de lo alto. La que se metía a
monja lo hacía porque le daba la gana. Y además la gente no hablaba mal de ella, ni se burlaba. Pero más bien se
las admiraba. El tema de las solteras era muy diferente. A las quienes se les había pasado “la edad de casarse”, los
adultos hablaban con una mezcla de piedad y desdén. Se las condenaba de antemano: “Esa se queda para vestir
santos”; se decía que eran “raras”. En el vocabulario de la época, aparece el término “complejos” y a los hombres
no les gustan las chicas con complejos. Eran incómodas. Se salían de la norma.
Se decía de una chica que tenía complejos cuando no sonreía, a los hombres no les gustaban las mujeres
tristes: “Sonrisa es benevolencia, dulzura, optimismo, bondad. Nada más desagradable que una mujer con la cara
áspera, agria, malhumorada. El hombre puede tener aspecto severo. La mujer debe tener aspecto dulce, suave,
amable”.(40)
Surge una concepción del amor: el hombre que no se casaba es porque no quería y la mujer que no se
casaba es porque no podía. Nadie desacreditaba estas ideas que estaban arraigadas en toda la sociedad. La
solterona era objeto de burla o recriminación o ambas cosas, tanto en los casos en que la mujer no había
encontrado con quien casarse como en los más raros casos de mujeres que a pesar de la presión social, vivían bien
sin marido. Incluso una soltería larga antes de matrimonio se desaconsejaba, porque podía acostumbrar a la mujer
a ser independiente y en algún caso a auto mantenerse y luego volverse muy exigente con su marido, cuando éste
fuera el único que trabajara (ya que casarse y abandonar el trabajo se consideraba que iban unidos). Sin embargo,
el hombre podía quedarse soltero y, a ojos de la sociedad, estaba bien visto. En todos los sentidos, la mujer debía
considerarse destinada al lugar más oscuro, a la paciencia e incluso al sufrimiento, pero debía hacerlo siempre con
alegría y sin rencores.
Los noviazgos solían ser largos y vividos en la precariedad económica, sin oportunidades para conocer el
cuerpo del otro antes del matrimonio. Dado lo grave que podía ser para el prestigio de una muchacha ser
abandonada por su novio, en los casos en que éste quería dejar la relación solía obrar de manera desconsiderada
para provocar que fuera la mujer la que diera el paso.
Al ser la población femenina mayor que la masculina, muchas han de quedarse solteras. Lee un texto de
1951: “Resulta desolador presentar a las mujeres el panorama de unos cientos de miles que no pueden casarse por
la sencilla razón de que no hay hombres bastantes. En el último censo de Madrid, el número de mujeres supera al
de varones en casi 200.000”. De ahí la necesidad de educar técnica y profesionalmente a las jóvenes, para que
puedan tener una independencia económica en caso de no poder tener un hogar familiar. En este caso, las
mujeres jóvenes podían trabajar fuera de sus casas. Incluso cuando habían llegado a ejercer una carrera de
categoría, la tomaban como algo provisional. Su verdadero ideal era otro: el hogar y la familia. Tajantes
afirmaciones son las que la abogada madrileña María Teresa del Segura: “Me encanta la carrera, pero me encanta
más casarme. La mujer no tiene más misión que el matrimonio” (49). Desde un punto de vista político, se intentó
alejar a la mujer de sus labores.
José Antonio Primo de Rivera, líder del la Falange Española, fue siempre contrario a la emancipación de la
mujer. A la muerte de José Antonio, su hermana, Pilar Primo de Rivera, sigue siendo pieza única de la ideología
del partido a través de la Sección Femenina de la Falange:“Tenemos que tener detrás de nosotros toda la fuerza y
decisión del hombre para sentirnos más seguras, y a cambio de esto nosotras les ofreceremos la abnegación de
nuestros servicios y el no ser nunca motivo de discordia” (58).
Las afiliadas de la Sección Femenina, junto con Pilar, se someten en la Escuela Municipal del Hogar, núcleo
del la Sección Femenina, a un “baño cultural” con que tendían a complementar los encantos naturales de las
mujeres casaderas. Algunas de estas asignaturas son: Cocina, corte y confección, canto, costura, economía
doméstica etc. Para que no hubiese española que escapase a la ideología falangista se hizo requisito indispensable
que todas las mujeres solteras entre 17 y 35 años que quisieran tomar parte en oposiciones y concursos, obtener
títulos, tener pasaporte o carnet de conducir (hago un paréntesis aquí para anotar que, en esta época casi no había
autos, debido a la escasez económica y la falta de combustible, y los pocos que había eran conducidos por
hombres), tendrían que haber realizado estos cursos.
Entre otras novedades, La Sección femenina inventó el “pololo”. Era la prenda más típica de la posguerra
que consistía de unos calzones oscuros que se ajustaban por encima de las rodillas, para que la mujer pudiera
hacer gimnasia, ya que: Ayudaban a conseguir la plenitud de su gracia y armonía física; despierta en ella el sentido
de la disciplina y esclarecen su inteligencia. Y la hacen más apta para su misión maternal” (60). Medina, una de las
revistas oficiales de la organización de Primo de Rivera, indicaba los beneficios de ese método gimnástico:
“Limpiar los cristales proporciona un busto bonito; barrer es un ejercicio para los brazos; tanto planchar como
encerar un tablero hace que adquiera gran belleza el talle…” (Prado, 457)
Los nombres de republicanas como Victoria Kent, Margarita Nelken, que defendieron el matrimonio civil y
el divorcio, o Federica Montseny, que cuando era ministra de Salud firmó la legalización del aborto, solamente
volvieron a ser mencionados en la postguerra para ser presentados de forma negativa, a la que ninguna mujer
debería parecerse En su lugar, se intentó reducir a las mujeres al papel de madre y esposa, se les exigió un carácter
sumiso y fueron condenadas a una existencia secundaria: “La primera idea de Dios fue el hombre”-dice un
panfleto falangista de la época. Mientras tanto, el hombre era un núcleo de referencia abstracta para aquellas
ejemplares Penélopes condenadas a coser, a callar y a esperar: “Coser esperando que apareciera un novio llovido
del cielo. Coser luego, se había aparecido, para entretener la espera de la boda, mientras él se labraba un porvenir.
Coser, por último, cuando ya había pasado de novio a marido, esperando con la más dulce sonrisa de disculpa para
su tardanza. Tres etapas unidas por el mismo hilo de recogimiento, la paciencia y de sumisión” (72). Tal era el
“magnífico destino” de la mujer falangista soñada por José Antonio.
La Sección Femenina, a través de su fundadora Pilar Primo de Rivera, les aseguró que el temperamento
femenino se manifestaba en dos únicas virtudes, “la abnegación y el silencio”, y les dio una consigna tres veces
inquebrantable: “Vosotros no tenéis que tener más que obediencia, fortaleza y fe” (Prado 91). Frente al ideal de
mujer austera y recatada concebido por la Sección Femenina, se desarrolló otro tipo de chica soltera, igualmente
deseosa de pescar marido: La “niña topolino”.
Las primeras alusiones burlescas a la niña topolino aparecen en “La Codorniz”, semanario humorístico
dirigido por Miguel Mihura. Su contenido ha sido muy criticado por unas personas y muy querido por un amplio
sector de la juventud. La palabra “topolino” que significaba ratoncito sufrió un desplazamiento semántico y pasó a
designar cierta innovación en el calzado femenino que hizo furor entre las chicas. Los zapatos topolino, de suela
enorme y en forma de cuña, a veces con puntera descubierta, fueron recibidos con algo de escándalo por la
mayoría de las madres que los llamaban despectivamente “zapatos de coja” aludiendo a su aspecto ortopédico La
chicas que llevaban aquellos zapatos no eran consideradas de buenas familias.
¡Qué tiempos! Tras la derrota del nazismo, las chicas “topolino” se convirtieron en el reflejo edulcorado
machismo. Incluso las inocuas modernidades de las llamadas chicas topolino eran vistas con desconfianza por la
ideología oficial. Aún antes de que la moda de los zapatos propagase su denominación a las chicas, que desafiaron
el criterio nacional poniéndolos de moda, éstas se caracterizaron por no tener en la cabeza nada más que
pájaros:… “La verdad es que hablaban sin ton ni son y que no animaban a nadie” (79). En el desdén por los
modales sueltos y ostentosos de aquellas chicas empezó a sonar la alarma del crecimiento de una burguesía
aparecida de la noche a la mañana y que se codeaba con entre la gente de apellido ilustre. El dinero desempeñaba
un papel muy importante en la juventud `topolino'. Manejaban dinero o estaban rodeadas de gente que lo
manejaba. Ganarlo, en cambio, nunca se les pasó por la cabeza:“ No se puede criticar siempre a estas muchachas
“topolino” de vida más o menos dislocada…
Sus madres o sus hermanos declinan la responsabilidad, se hacen los suecos, no quieren saber de nada…A
falta de fuerzas para imponerse…las familias “sueltan” a las topolinos porque es más fácil que sujetarlas .
Con respecto a la educación, la primera medida de urgencia que tomó la victoria franquista fue una ley de
mayo de 1939 que prohibía la coeducación por considerarla un sistema pedagógico abiertamente contrario a los
principios del Glorioso Movimiento Nacional . Esta ley que se mantuvo en vigor por treinta años, marcó la
conducta de las nuevas generaciones de españoles en las que se acusaba la camarería de género: “las chicas con las
chicas y los chicos con los chicos”, que desembocarían en las torpezas de conocimiento y desconfianza del otro
género.
Para los niños de la posguerra había dos alternativas: el colegio religioso y el instituto. La mayoría de los
padres de cierto nivel social elegían la primera. En los institutos de segunda enseñanza la matricula era más barata
que en los colegios de monjas, por tanto allí acudía gente de clase media y rural. Conviene aclarar que el ensayo se
refiere aquí a capas de la sociedad más o menos privilegiadas, porque amplios sectores de la población española
vivían en la miseria, especialmente en los suburbios de Madrid, que quedaron prácticamente arrasados durante la
guerra y que en el año 1944 apenas se había reconstruido nada: “Y entre las ruinas las gentes se amontonan
aprovechando ansiosamente una habitación para albergarse cuatro o cinco familias, buscando refugio en sótano o
cuevas de tierra y durmiendo en repugnante mezcolanza de sexos y edades. Sin muebles, sin vestidos, sin casi
comida: así viven muchos miles de almas en las afueras de Madrid, dedicados a la busca, a la ratería y a la
mendicidad…” Entre 1940 y 1946 murieron de inanición en España 40.000 personas. Era la época de las cartillas
de racionamiento, las epidemias de tisis y el temido piojo verde, los cortes de luz, la falta de combustible y la
escasez para casi todos (Prado, 200).
El extrarradio de las ciudades fue un tema candente para los rectores de la moral oficial, porque allí se
situaban todos los focos de rebeldía de postguerra y el temor de las autoridades era el de la manzana podrida que
contaminara a la sana. De los suburbios de Madrid surge la prostitución clandestina y callejera que escapaba de
todo control sanitario y policial. Esta prostitución furtiva era ejercida por jóvenes desamparadas o sirvientas
despedidas: Las muchachas de servir llevan una cruz a cuestas, pues en su casa no pueden tenerlas por falta de
medios y están siempre expuestas, lejos de sus padres, a caer en inmuebles peligrosos: “Los salarios son bajos y no
les basta para atender a sus necesidades, cosa que las obliga a recurrir a medios deshonestos para hacer frente a la
vida” .
Siguiendo con la educación de las señoritas de clase media, a las que se les reservaba el derecho a una
“buena educación” y un marido, crecían desde pequeñas con la noción de que la desorganización de un hogar, la
falta de higiene, el malhumor, la incompetencia de la mujer, etc., pueden ser factores que alejan a los hombres del
medio doméstico. La mujer debía de ensuavecer la vida de su marido: “El malhumor y la bata para la limpieza se
debe dejar para cuando no está en casa:… Hay que evitar que él os vea enfundadas en esa vieja bata que usáis para
la limpieza, calzadazas con unas zapatillas deterioradas. Nada hay que desilusione tanto a un hombre como ver a
su compañera poco cuidadosa de su persona, demasiado ocupada en las cosas del hogar e indiferente a la
proximidad del esposo” .
A las chicas se les acostumbraba a jugar con muñecas, para que se acostumbren desde la primera edad a
cuidar y adornar su futura familia. Se lanzó al mercado una muñeca llamada Mariquita Pérez. Mariquita nació
después de la guerra civil, vestida siempre de punta en blanco, con biografía, padres, hermano, y todo lo que
pudiese hacer falta. Mariquita se convirtió en el sueño de muchas niñas de la época, sueño que por desgracia
muchas no pudieron cumplir, ya que era una muñeca muy cara, rondaba las 100 pesetas por entonces cuando el
salario medio en aquella época no llegaba ni a 10 pesetas diarias .

Mariquita fue un fenómeno social, al alcance de muy poca gente.


En esta época hubo una gran polémica sobre algunos cambios de los vestidos de novia. Se suprimió la cola
y se cortó la falda del vestido, con que podía más adelante ser aprovechado para una fiesta, sin necesidad de
grandes arreglos. La alta costura española, aunque minoritaria, alcanzó bastante auge a partir del año 41,
coincidiendo con la ocupación de París por los alemanes. De todos modos, los modelos de alta costura detonaban
en la vía pública que “hacían volver la cabeza con cierto escándalo” (45). De todos modos, la moda, como los
peinados y los consejos de higiene y belleza, tuvieron durante bastante tiempo un cariz secreto y confidencial, al
estilo casero. Las mujeres tardaron muchos años en ir a la peluquería porque en los años cuarenta las peinadoras
venían a las casas. Este tipo de oficio fue desapareciendo poco a poco.
La relación de la mujer con su ropa tenía mucha importancia para entender la relación con los hombres. La
prenda clave era la faja, y ninguna chica decente se podía librar de ella. Algunas más atrevidas la suprimían en el
verano. Los bandos de la moralidad pública en playas y piscinas prohibían terminantemente tomar el sol sin
albornoz o llevar la espalda demasiado descubierta. Por su parte, el pantalón femenino, como el uso del tabaco no
llegó a establecerse en España para las mujeres hasta mediados de los sesenta. “Los bandos de la moralidad
pública” en playas y piscinas prohibían terminantemente tomar el sol sin albornoz o llevar la espalda demasiado
descubierta. . En cuanto a la ropa dormir a las chicas se les prohibía el pijama, que era sustituido por unos
camisones muy amplios abotonados hasta el cuello.
Con relación al pelo, se aconsejaba recogerlo. Había que tener cuidado con los rizos, que no se descuidaran
mucho tampoco. Normalmente, se llevaban turbantes y pañuelos, anudados en la nuca o bajo la barbilla, lo que
daba a la usuaria un aire de aldeana regional, muy grato a las consignas de la Sección Femenina. Pero, lo peor
visto era “soltarse el pelo”, expresión que se empleaba como acto de desmesura: “En la cabeza de una chica
honesta, cuantas más horquillas, mejor”. (133) O sea, que la muchacha que quisiera ajustarse a este ideal social,
no debía ser llamativa ni vistosa.
Por otra parte, tenía que conseguir llamar la atención y ser vista entre la multitud de candidatas que, como
ella, debía encontrar un marido para casarse. Mientras tanto, el sueño y la ilusión mantenían a la mujer en las
nubes. Las jovencitas vivían de ilusiones: de las letras de las canciones que se cantaban sin cesar; de las películas
americanas y, especialmente, de las “novelas rosa” de mayor consumo. Y de las nubes se caía en un noviazgo
concreto. Antes de que una jovencita de buena familia fuera presentada en sociedad tenía que vestir un traje largo
y podía haber aprendido a bailar. La chica recién puesta de largo, al llegar a casa y colgar el traje de noche, casi
siempre reconocía que la habían defraudado en sus expectativas, porque esperaban al “príncipe azul”, personaje
de las “novelas rosas” que devoraban constantemente: “A los 17 años, Juanita no vive más que de novelas; sueña
con un conoce más que de vista, pero que tiene el rostro y la figura de su “héroe”. Al fin consigue atraparlo. Pero
Juanita no puede abstenerse de “novelar”. A los 20 le conoce más a fondo y es vulgar, no un Gregory Peck…” (143).

Las mujeres hacían coincidir el amor con la magia, alimentada por medio de trucos monótonos y burdos, que era
el argumento de las novelas aparecidas en publicaciones femeninas. Las protagonistas eran chicas de clase social
inferior, dependientas, costureras o secretarias ansiosas de vivir el mito de la Cenicienta. La novela rosa-escribió
una autora- “Es algo llamado a desaparecer por absurdo. Es un pomo de veneno en manos femeninas. La novela
rosa acaba siempre donde comienza la vida: en el matrimonio” La novela rosa contribuye de manera esencial al
proceso de construcción y perpetuación de la mujer como prototipo de imagen a seguir.
Especial mención merecen las biografías sobre mujeres que, por una causa o por otra, se habían destacado
en la historia. El pueblo español estaba muy orgulloso de figuras como Santa Teresa de Jesús, Mariana Pineda,
Isabel la Católica o Agustina de Aragón. Pero su ejemplo era un buen ejemplo sólo para las mujeres porque: La
verdadera misión de la mujer es crear hombres valerosos. Saber infundir en los hombres este valor que ellas ni
poseen ni deben poseer…
Podemos deducir que, bajo los efectos anestésicos de este tipo de literatura, se pretendía apagar cualquier
chispa de curiosidad que hubiera en la mujer. Mantenerse joven era distraer la atención de cualquier cuestión
espinosa, aunque eso significara seguir de espaldas a la política y a la historia. Eso es precisamente lo que quería el
gobierno de Franco.
Por supuesto que con esta educación que recibía la mujer, a la hora de que el hombre llevara a la muchacha
ante el altar vestida de blanco, ella sabía muy poco del matrimonio. Teóricamente, el noviazgo significaba una
etapa de matrimonio, pero nadie les decía nada a las jóvenes. Todo se resolvía con dichos como: “Ya aprenderás,
hija”. Lo primero era estudiar a fondo el carácter del futuro marido y hacer que la respete, porque el amor era
concebido como una batalla que requería una actitud defensiva. El amor es conquista y había que emplear siempre
estas palabras: combate, victoria, estrategia… “De siempre el hombre ha buscado en el amor satisfacción de
apetitos de conquista”. (168) En esta época era lógico que floreciera así el tipo de muchacho arrogante
acostumbrado a la conquista fácil, cuyo único dilema sería qué novia elegir entre tantas posibles: “Han nacido
todos para héroes, y como para ganar batallas en el pecho de las adolescentes que es mucho más fácil que avanzar
atravesando ríos y paralizando tanques”. (168). Pero el peor problema de los jóvenes en la España de la posguerra
no era el desconocimiento del otro género, sino la tuberculosis que se cebaba en los adolescentes de constitución
poco vigorosa y que, a menudo, afectaba a los órganos sexuales. El mayor número de víctimas mortales se las
cobró en barrios donde reinaba la miseria, es decir, donde las familias no contaban con los medios más
elementales ni para prevenir el contagio, ni para alimentar a los enfermos en condiciones: “Era una enfermedad de
pobres, pero que sólo conseguían curársela los ricos” (172). Las sospechas de tuberculosis suponían un grave
impedimento para el amor.
Además, una personalidad masculina enfermiza y de apariencia endeble no era bien vista entre las mujeres.
Una escritora de la época resumió así los atributos del hombre ideal: “Ha de tener fuerza física, éxito, voluntad.
Dentro de una determinada clase social, un chico no se acercaba a una muchacha ni la sacaba a bailar sin
que se la hubieran presentado previamente. Se atribuía mucha importancia a la forma que un hombre tenía de dar
la mano y la mirada: “Conviene siempre dejarles la iniciativa y la decisión…Los hombres no gustan de ejercitarse
en tácticas defensivas y están, por los siglos de los siglos, acostumbrados a iniciar el ataque… El código de señales
más utilizado era el intercambio de miradas. La etapa de las miradas de desarrollaba generalmente al aire libre,
durante las horas del paseo: En todas las ciudades españolas existía una calle principal o una plaza mayor donde a
horas finas tenía lugar la ceremonia… (184).
Primero el chico se convertía en acompañante y luego se podían enamorar el uno del otro. Cuando
empezaban a salir el lugar oportuno era el cine. Una chica nunca iba sola al cine. Recibir una llamada por teléfono
era algo excepcional. Un joven, si no conocía a la familia, tenía que vencer una cierta timidez cuando llamaba por
la primera vez a la casa. Pero una chica nunca podía llamar por teléfono al chico. En cambio, a la jovencita de la
posguerra le encantaba escribir cartas. Así se podía mantener una correspondencia interesante con personas de
género contrario.
Algunas madres temían que sus hijas pueden terminar enamorándose de él. Pensaban que el primer paso
había que darlo siempre él. La gente se enteraba de que un chico y una chica se habían hecho novios cuando los
empezaba a ver solos en el cine o tomando aperitivos. Tampoco podían volver a bailar él con otro ni ella con otro.
Estaba permitido que los novios pasearan cogidos del brazo. Cuando los novios rompían había la costumbre de
que se devolvieran los regalos y las cartas que se hubieran podido escribir: “Pídele las cartas…Hay quien sostiene
que la auténtica propiedad de los pliegos escritos es de aquel que los recibe…” . Muchas veces esta petición solía
partir de la novia. A un novio con el que se rompía definitivamente, no había costumbre de volverle a hablar ni a
saludar cuando se le encontraba por la calle.
Definitivamente, la paciencia debía acompañar a la mujer en todas sus acciones. En aquella época, que
comenzaba con las miradas y a las que le seguía el noviazgo, la novia empezaba a hacerse el ajuar, a no salir con las
amigas cuando él tenía que estudiar, a guardarle ausencias si el se iba de viaje: “Y toleraba de mejor o peor grado
que él siguiera saliendo con los amigos, yendo al café de noche y sabe Dios si teniendo alguna aventura con la que
consolarse con tanto estancamiento…” (208). Unos años más tarde, cuando algunas revistas católicas de
vanguardia empezaron a plantearse la necesidad de abrir los ojos de las futuras esposas y acometer aquellos temas
de las relaciones entre los sexos desde una óptica más realista, un autor criticaba así la falta de información sexual
que había presidido hasta entonces la educación de las mujeres.
“Las mujeres devotas y burguesas de las últimas cuatro o cinco generaciones, víctimas del pseudo
espiritualismo erótico y “rosa” del siglo XIX, adoptaron ante el problema sexual la actitud del avestruz,
defendiendo con tenacidad el ideal de lo que dieron en llamar “inocencia”; ignorancia a ultranza de todo lo
relacionado con el sexo, por considerarlo feo, malo e inconveniente. El sacramento del matrimonio resulta
forzosamente menospreciado y reducido al triste papel de una tolerancia excepcional, una salvedad, algo así cono
una “vista gorda de Dios”…
Martín Gaite concluye que aún más grave que la represión sexual en que se construían aquellas relaciones
era la insinceridad que se acostumbraban a adoptar los novios: Para ganar en quites de amor, hay que empezar
por perderle el respeto a la sinceridad, decía uno de los consultorios de la época. Esto, según Martín Gaite,
provocaba que en sus relaciones nunca los novios conocieran la importancia de ser amigos y transmitirse sus
respectivos deseos, miedos, decepciones y esperanzas.
“Usos amorosos de la postguerra española” es un ensayo que nos presenta la posición de la mujer antes de
la Segunda Guerra Mundial. A través de este ensayo descubrimos la sociedad española de la décadas de los treinta
a los cincuenta, una sociedad con grandes restricciones para la mujer Carmen Estévez Sherer

Mª Carmen Estévez Sherer

Obras citadas
-Martín Gaite, Carmen. Usos amorosos de la postguerra española, Ed. Anagrama, Barcelona, 1987 -Prado
Benjamín .Mala gente que camina, Ed. Santillana, Madrid, 2007 -http//www.elmundo.es. Domingo, 8 de abril
2007 -http//www.tezdelimon.wordpress.com.jpg
Colegio Nº 8018. CODESA
Año: 2° de Polimodal
Ciclo Lectivo: 2011
Asignatura: Literatura
Docente: Alejandra M. López

Selección
de
Textos
Literarios

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