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La conquista
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hombres del Tahuantinsuyu — a l igual que para los aztecas— el guerrear no les
era extraño sino que, por el contrario, se trataba de una actividad muy frecuente
entre ellos. Lo cierto, sin embargo, es que 168 españoles —de los cuales solo
sesenta tenían caballos— pudieron someter en u n tiempo muy corto los dominios
del Inca. Porque no solo debemos preguntarnos por las razones de la captura de
Atahualpa, sino también por los factores que permitieron la rápida sumisión del
Tahuantinsuyu en su conjunto a los designios de los españoles. Variadas circuns-
tancias pueden explicar ese fenómeno. Frente a las antiguas versiones de los cro-
nistas en torno a la ayuda divina recibida por los conquistadores —ya que ellos
se consideraban portadores del mensaje de la verdadera fe—, o referidas a la supe-
rioridad racial y cultural de los españoles, surgieron posteriormente otras expli-
caciones que, en conjunto, pueden ayudarnos a entender las razones de la caída
del Tahuantinsuyu.
U n elemento importante que debe considerarse es el de las contradicciones
políticas que existieron en el seno del Tahuantinsuyu, entre la etnia dominante
inca y los grupos étnicos regionales que habían sido conquistados y subyugados
por ella. En opinión de Waldemar Espinoza, el desagrado de los más importan-
tes señores regionales frente al dominio inca fue el motor vital del triunfo de los
españoles. Por otro lado, se ha hablado también de la división que existía entre
las panacas o familias reales de El Cuzco, que conformaron dos bandos, apoyando
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explican la ventaja, y el texto que citamos, tomado de la Visión de los vencidos reco-
pilada por Miguel León-Portilla, refleja la impresión que causó a los embajadores
el despliegue del armamento de los conquistadores y los sentimientos que la des-
cripción produjo en el dirigente azteca: ... se le aturden a uno los oídos. Cuando cae
el tiro una como bola de piedra sale de sus entrañas, va lloviendo juego, va destilando
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chispas, y el humo que de él sale es muy pestilente, huele a lodo podrido, penetra hasta
el cerebro causando molestia. Pues si va a dar en un cerro, como que lo hiende, lo resque-
braja, y si da contra un árbol, lo destroza hecho astillas, cual si alguien le hubiera soplado
desde el interior. Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen
como capacete a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, sus escudos, sus
lanzas. Los soportan en sus lomos sus «venados». Tan altos están como ¡os techos. Por
todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras... Pues sus perros
son enormes... tienen ojos que derraman juego, están echando chispas. Son muy juertes
y robustos... Cuando hubo oído esto Moctezuma se llenó de grande temor y como que se
le amorteció el corazón, se le encogió el corazón, se le abatió con ¡a angustia.
Las ventajas técnicas de los españoles en lo relativo al armamento fueron deci-
sivas. Y no solo por ser más eficaces —los arcabuces, las espadas, etc.— que las
armas de los indígenas, sino también por efectos colaterales —tales como el ruido
generado por las armas de fuego, o el humo consiguiente— que, sobre todo en
los inicios de las conquistas, causaron gran impresión en los indígenas. Sin embar-
go, y como es fácil suponer, rápidamente los indígenas se habituaron a la presen-
cia de las armas de fuego. En ese sentido, fue más importante el hecho de disponer
del caballo, el cual permitía —entre otras facilidades— combatir a mayor altura
que el enemigo. Junto con ello, los españoles empleaban mejores tácticas guerreras,
dándose la circunstancia adicional de que los indígenas tenían una visión ritual
de los combates, que en muchos sentidos los limitaba. Así, por ejemplo, y con
referencia al caso mexicano, los propósitos de los combatientes eran distintos: los
españoles se enfrentaban al enemigo con el propósito último de matarlo, mientras
que entre los aztecas el objetivo era el de apresar al contendor para ofrecerlo en
sacrificio. Igualmente, la guerra entre los aztecas estaba regida por una serie de
reglas —como la de anunciar los ataques— que, como es obvio, los españoles no
utilizaban, lo cual les daba una gran ventaja.
Por otro lado, tanto Cortés como Pizarro supieron aprovechar las ventajas deri-
vadas de las rivalidades internas en el seno de los imperios azteca e inca. En este
punto, Cortés recibió mucha más ayuda de los grupos étnicos enemigos de los
aztecas que Pizarro en el caso del Tahuantinsuyu. La descripción que sigue, tomada
también de la Visión de ¡os vencidos antes citada, nos indica la significación de esta
ayuda: Hecha su gente comenzaron a marchar y a mover sus ejércitos españoks y tlax-
caltecas con mucho orden de su milicia, número y copia de gentes y bastimentos bastantes
para tan grande empresa, con muy principales y jamosos capitanes ejercitados en la
guerra según su uso y manera antigua. Fueron por capitanes Piltechutü, TecpanécaÜ,
Cahuecahua i..] y otros muchos que siempre tuvieron jidelidad con Cortés hasta e¡ cabo
de su conquista... Después de relatar la conquista de Cholula, los testimonios se
refieren al eco de la noticia en México donde puso horrib¡e espanto, y más en ver y
entender que ¡os tlaxcaltecas se habían confederado con ¡os dioses (los españoles).
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Los tlaxcaltecas hacen un gran recibimiento a Cortés y se alian con él contra sus enemigos
tradicionales: los mexica. (Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme.
Diego Duran. 1579. 00026-01 l_000411_f207r. (BN).
azteca, Tenochtitlan, el más destacable fue la alianza celebrada con los indígenas
tlaxcaltecas. En efecto, los de Tlaxcala —localidad situada a menos de 100 kiló-
metros al este de Tenochtitlan—, disconformes con el dominio azteca, vieron una
alternativa para liberarse de él en la alianza con los españoles. Por su parte, los azte-
cas pudieron comprobar, a través de los contactos habidos entre los enviados de
Moctezuma y Cortés, que la naturaleza de los invasores no era precisamente
divina. A este respecto, el relato que hicieron los embajadores de la reacción de los
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los pies por las gradas abajo; y estaban aguardando abajo otros indios carniceros, que
les cortaban brazos y pies, y las caras desollaban y los adobaban después como cuero
de guantes... y se comían la carne con chumóte...
Los precedentes de la llegada de los conquistadores españoles al territorio del
Tahuantinsuyu están vinculados al istmo de Panamá. En efecto, en los primeros
años del siglo xvi se inició la ocupación española de esas tierras, lo cual llevó a
que se crearan dos gobernaciones: Castilla del Oro y Nueva Andalucía. La ciudad
más importante fundada allí fue Santa María de la Antigua del Darién, en tierras
de Castilla del Oro. Uno de los colonos de aquella ciudad, Vasco Núñez de Balboa,
reorganizó el dominio sobre los indígenas con una actitud humanitaria poco fre-
cuente. En 1513 atravesó el istmo y encontró el océano Pacífico. Las expediciones
que llevaron al descubrimiento del océano Pacífico fueron impulsadas en buena
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medida por ciertas noticias que llegaron a Núñez de Balboa en torno a la existencia
de u n gran mar y de ricas tierras en dirección al sur. Como ya hemos señalado,
uno de los que lo acompañaban era precisamente Francisco Pizarro.
Luego del descubrimiento del océano Pacífico empezó el gran desarrollo de
Panamá como centro a partir del cual se proyectaron diversas iniciativas de expan-
sión y conquista. Allí tuvo u n papel protagonista el gobernador Pedrarias Dávila,
quien desde esa ciudad patrocinó expediciones hacia diversos lugares, tanto de
Centroamérica como de la América del Sur. Allí fijaron también su residencia
Francisco Pizarro y Diego de Almagro.
Podemos imaginar que a esa ciudad seguirían llegando noticias o rumores en
tomo a la supuesta existencia de tierras que encerraban grandes riquezas hacia el
sur. Se hablaba, por ejemplo, del «país del oro». Eso fue, indudablemente, lo que
movió a ambos a constituir una «compañía» en 1524, y a asociar a ella al clérigo
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Pizarro, Almagro y Fray Vicente, con Felipe el intérprete (lingua) presentan los evangelios
a Atahualpa y le conminan a convertirse a su fe. En la otra escena, Atahualpa preso. Como
indica Guarnan Poma, Almagro, Pizarro, y los demás españoles, le robaron su hacienda.
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para matar a Huáscar. Otros señalan como decisivo el afán de los españoles de
llegar cuanto antes a El Cuzco, y consolidar así el dominio sobre el territorio del
Tahuantinsuyu, ya que en Cajamarca se seguían sintiendo inseguros. Su ejecución
se produjo ante los asombrados ojos de muchos indígenas.
Luego de la muerte de Atahualpa, Pizarro se encaminó hacia El Cuzco. Lo
cierto es que cuando los españoles llegaron allí, en noviembre de 1533, el
Tahuantinsuyu estaba sin cabeza. Así, Manco Inca Yupanqui — o t r o de los hijos
de Huayna Cápac fue nombrado por Pizarro como nuevo gobernante. Pero,
desde la llegada de los españoles a El Cuzco, la situación de Manco Inca fue
bastante delicada, subordinado como estaba a la autoridad de los conquistadores
y expuesto a maltratos y a crecientes exigencias económicas. El inevitable saqueo
de El Cuzco por las tropas de Pizarro y la evidencia de la consolidación del
dominio español llevaron a Manco Inca a la resistencia.
Tras huir de la ciudad imperial, Manco Inca se estableció en el cercano valle
de Yucay y encabezó la mayor y más peligrosa resistencia a la que tuvieron que
hacer frente los españoles. Desde allí procedió a organizar u n ejército indígena,
con el cual se encaminó hacia El Cuzco, logrando establecer el cerco de esa ciu-
dad en mayo de 1536. La defendían dos centenares de españoles dirigidos por
Hernando Pizarro, y ayudados por numerosos indígenas aliados. El cerco fue
m u y duro, logrando los hombres de Manco Inca hacer diversas entradas en la
ciudad, causando graves daños. La situación se tomó del todo desesperada para
los españoles cuando el Inca rebelde logró tomar la fortaleza de Sacsahuamán,
lugar desde donde se dominaba la ciudad. Luego de varios días de sangrientos
enfrentamientos, la fortaleza fue recuperada por los españoles. Manco Inca man-
tuvo el cerco de El Cuzco. Sin embargo, el tiempo jugó en su contra, dado que
muchos de sus hombres querían ya volver a sus tierras, y además empezaban
a escasear los alimentos.
Estas circunstancias, unidas a las noticias de envíos de refuerzos militares
españoles desde la costa, llevaron a Manco Inca a decidir el levantamiento del
cerco de la ciudad imperial, tras lo cual se retiró a la ciudadela de Vilcabamba.
Esta simboliza la resistencia inca frente a la conquista española. Desde allí,
Manco Inca emprendió diversas acciones de ataque, aunque ninguna tuvo ya
la magnitud de la representada por el cerco de El Cuzco en 1536. Manco Inca
murió en 1545 en Vilcabamba, asesinado por unos españoles —partidarios de
Diego de A l m a g r o — a los cuales había dado refugio luego de las guerras civiles
entre pizarristas y almagristas. Pero su muerte no significó el final de la resis-
tencia. Sus sucesores siguieron planeando algunas acciones de ataque a los espa-
ñoles, aunque paralelamente establecieron conversaciones con las autoridades
virreinales en busca de algún tipo de acuerdo que respetara ciertas prerrogativas
en los descendientes de los Incas.
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El sucesor de Manco Inca fue Sayri Túpac, quien luego de varios años llegó
a u n acuerdo con las autoridades españolas, en virtud del cual salió de Vilcabamba
y llegó a Lima. En la capital virreinal se declaró vasallo del rey de España, a
cambio de lo cual se le reconoció el control sobre el valle de Yucay, cercano
a El Cuzco, y que había sido muy importante para los incas, tanto desde el punto
de vista económico como religioso. Pero luego de la muerte de Sayri Túpac la
situación volvió a ser tensa. Su hermano y sucesor, Ti tu Cusí Yupanqui, empren-
dió algunas acciones de ataque contra los españoles. Sin embargo, a la vez entró
en conversaciones con las autoridades virreinales, llegando a celebrar con ellas
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indígenas a u n español , lo cual generaba en este — e l encomendero—una serie
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Ya en la España medieval había existido la encomienda. Sin embargo, la encomienda
americana presentó una particularidad. A diferencia de la española, la encomienda en América
no significó concesión de tierras, sino tan solo de la fuerza de trabajo de los indígenas.
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ros pidieron que se concediera la perpetuidad, pero no fue otorgada por el temor
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En la tercera década del siglo xvii se estableció que los encomenderos podrían gozar
de sus mercedes por una vida más, a cambio de u n pago a la Real Hacienda.
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Tal como hemos indicado páginas atrás, en el contexto de lo que fue el impacto
en Europa de los descubrimientos geográficos llevados a cabo por españoles y
portugueses, u n punto importante fue el de las polémicas que se desarrollaron
—sobre todo en España y en sus dominios americanos— en tomo a la justicia y
la licitud de la conquista. En definitiva, se discutieron intensamente los justos
títulos de España para colonizar América y servirse de la mano de obra indígena.
Se suele señalar el célebre sermón del fraile dominico Antonio de Montesinos
en La Española, en 1511, como el hito iniciador de la lucha por la justicia — e n
palabras del historiador norteamericano Lewis H a n k e — en la conquista de Amé-
rica. Ese sermón tuvo como tema central el cuestionamiento de la licitud del
dominio español en las Antillas, así como la censura frente a la explotación a la
que los colonizadores — y sobre todo los encomenderos— sometían a la población
nativa. Montesinos planteó tres graves preguntas a los colonos de dicha isla: ¿en
qué condiciones podía hacerse la guerra justa contra los indígenas?; ¿con qué
título ejercía el rey de Castilla su dominio sobre América?; ¿podía emplearse la
fuerza contra los indígenas para predicar el cristianismo, o esta predicación debía
realizarse solo por medios pacíficos?
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justo título para adueñarse de las tierras y soberanía de los indígenas. El segundo
título era el derecho de los españoles de «predicar y declarar el evangelio en
países bárbaros». En tercer lugar, afirmaba que si los príncipes indígenas pre-
tendieran forzar la vuelta a la idolatría de algún natural convertido al cristianismo,
se estaría ante otro título justo de conquista. Igualmente, la «elección cierta y
voluntaria» de los españoles como señores por los indios y sus soberanos, se
configuraría como otro título válido, al igual que el uso de la fuerza para salvar
a gente inocente de una muerte injusta, con fines — p o r e j e m p l o — de caniba-
lismo. Igualmente, afirmaba Vitoria que los españoles podían hacer suya la causa
de sus aliados o amigos indígenas, y además que el Papa, en el caso de indígenas
convertidos al cristianismo, podía darlos a u n soberano cristiano destronando a
los soberanos infieles.
En definitiva, Vitoria buscó establecer criterios razonables que pudieran ser
aceptados por todos los hombres como títulos válidos de conquista. Por eso, no
sin razón, diversos autores lo consideran el fundador del Derecho internacional
público.
Así como fue grande el impacto que los europeos experimentaron en el contacto
con la realidad americana, terrible fue el trauma que los nativos sufrieron tras la lle-
gada de los españoles. ¿Qué pensaron los hombres del Nuevo M u n d o al ver llegar
a sus costas a los descubridores y conquistadores? ¿Qué sentido dieron a su lucha?
¿Cómo valoraron su propia derrota? Por fortuna disponemos de testimonios direc-
tos de algunos de los nativos que nos permiten responder a estas preguntas. Estos
testimonios fueron plasmados en imágenes por los propios testigos de los hechos,
relatados a personas que los pusieron por escrito, como Fray Bernardino de Saha-
gún, o consignados por escrito por los propios testigos una vez que aprendieron
el alfabeto latino. Las antologías de Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos,
Relaciones indígenas de la conquista (1959) y El reverso de la conquista. Relaciones
aztecas, mayas e incas (1964), ofrecen u n impresionante cuadro de los sentimientos
y actitudes de los vencidos.
El temor ante las primeras noticias de la llegada de los españoles se había exten-
dido entre los aztecas y causaba honda preocupación a su dirigente: Moctezuma
cavilaba en aquellas cosas, estaba preocupado; lleno de terror, de miedo: cavilaba qué
iba a acontecer con la ciudad. Y todo el mundo estaba muy temeroso. Había gran espanto
y había terror. Se discutían las cosas, se hablaba de lo sucedido. Hay juntas, discusiones,
se forman corrillos, hay llanto, van con la cabeza caída... Los padres de familia dicen:
—¡Ay, hijitos míos!... ¿ Qué pasará con vosotros?
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LAM. 4*
don Andrés de Tapia (5), siete caciques indios son descuartizados por perros de presa.
(BNE 2_049901_lam_004).
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Cardiel, José, (S.I.) San Martín, Sebastián de, (S.I.) 1749. Tierra de Magallanes con las
Naciones que se han podido descubrir en viajes de Mar y tierra desde el año 1745 hasta el
de 1748. Patagonia. Escala [ca. 1:10.000.000]. La exploración de los jesuítas en 1748 por
Tierra adentro y por la Playa del Mar permite comprobar que no se habían fundado nuevas
ciudades al sur de Santiago y Valdivia, en Chile, ni al sur del Río de la Plata en Argentina
desde las conquistas de Valdivia. (BNE: MR.000042-0362-1)
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dicación de San Bartolomé (la idolatría vino más tarde al fundar Manco Cápac
su dinastía) y, finalmente, los andinos no habían sido vencidos en una guerra
justa sino que habían aceptado voluntariamente la soberanía de Carlos I.
A l hacer referencia a la visión de los vencidos, debemos ponderar no solo el
trauma profundo de la derrota en las civilizaciones indígenas, sino también la
diversidad de reacciones ante la misma. En teoría, los indígenas tuvieron y ejer-
cieron varias opciones: integrarse en el sistema de vida de los vencedores; que
darse más o menos al margen de ese modelo y, finalmente, resistir. En muchos
casos se produjo en los indígenas una doble actitud: de asimilación de los valores
europeos, pero también de conservación de los propios. Puede apreciarse esto,
por ejemplo, en los múltiples modos en los que fue ingresando el cristianismo
en la mentalidad indígena, o también en las actitudes ambivalentes de muchos
de los caciques americanos, que eran señores naturales a cuya autoridad tradicional
se añadía el reconocimiento de los europeos como intermediarios entre ellos y
los naturales.
Por otro lado, son numerosos los casos de grupos étnicos que opusieron tenaz
y prolongada resistencia a la colonización. En este sentido, hemos ya mencionado
el caso de los indígenas chilenos. Sin embargo, las resistencias no se dieron solo
en zonas periféricas, sino también en la América nuclear. Por ejemplo, es muy
ilustrativo el caso de los últimos incas de El Cuzco, que se mantuvieron resistiendo
en su reducto de Vilcabamba hasta cuatro décadas después de la llegada de Pizarro
a los Andes.
Tuvieron más éxito en su resistencia, como ya se ha indicado, los araucanos,
en el sur del Perú, y los chichimecas, en el norte de México. En principio eran
pueblos con culturas menos sofisticadas que las de los aztecas o incas; pero una
vez que supieron adaptar sus técnicas guerreras a la estrategia de los españoles
se convirtieron en u n problema que obligó a estos a tener en pie de guerra u n
ejército permanente.
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