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En Cuba

En Cuba, como apunta Enrique Ubieta, la guerra cultural lo atraviesa todo: el valor de los
héroes consagrados, la veracidad de las explicaciones históricas, la nostalgia inducida por un
pasado no vivido que puede colorearse convenientemente, la promesa del enriquecimiento
para deportistas, científicos y otros profesionales, la duda sembrada, el conflicto avivado,
la inversión sistemática de cualquier información que provenga de la Isla rebelde, los
personajes fabricados en laboratorios, el calificativo despectivo de oficialista para
cualquier persona que defienda la Revolución, el de independiente a los que se le oponen, etc.
[113]
La reproducción de valores socialistas, -en línea con Ubieta-, será en lo adelante una tarea más
compleja, que exigirá la ruptura de moldes desde hace tiempo indefinidos. ¿Cómo hacer el
trabajo político, cómo involucrar a toda la sociedad en las labores más urgentes?, ¿cómo
reproducir la subjetividad socialista? Si olvidamos esas preguntas, si apostamos solo a los
estímulos salariales, sin dudas, importantes, y obviamos que los valores que debemos
reproducir no se asocian solo con la relación entre lo producido y lo devengado, le estaríamos
provocando un gran daño al socialismo.
Los caminos predominantes en el mundo de hoy conducen a una realización de corte
individualista, ¿cómo reproducir los valores del socialismo en el contexto global culturalmente
dominado por valores capitalistas?, ¿cómo estimular el interés individual, el que la propia
Revolución creó en los jóvenes, sin que se convierta en individualista, en un mundo en el que
los medios audiovisuales (las películas, las telenovelas, los vídeos musicales) incentivan por lo
general el consumismo?, ¿cómo conducir la realización del individuo hacia metas
profesionales o laborales, de creación, que exijan de él lo mejor, en su bien y en el de la
sociedad y no hacia la acumulación de objetos?
La guerra cultural es más intensa en los predios de la memoria histórica. No hay futuro sin
pasado. No existe proyecto político sin tradición que lo respalde. La historia narra episodios
que no vivimos, y que debemos reconstruir desde nuestros prejuicios y experiencia. La
investigación histórica no está desprovista de metodologías que aseguran una imprescindible
"objetividad", pero no puede ni desea desentenderse de la subjetividad humana. Por eso, la
sospecha ha sido siempre un recurso de los historiadores revolucionarios, sobre todo porque
según una frase sabia, "la historia la escriben los vencedores", y ellos, pocas veces lo han sido.
Es absolutamente legítimo e inevitable que la política se sirva de la historia- la memoria de una
sociedad no es un camposanto o un mausoleo, sino una sala de partos; la historia no es pasado,
es futuro-, y los discursos históricos de los políticos, tienen finalidades políticas. Los pueblos
desechan las minucias y se apropian de las esencias.
Dicho todo esto, los ideólogos de la contrarrevolución describen a nuestra juventud desde la
frivolidad o el inmanentismo. La guerra es mente a mente. Muchos de los adolecentes con los
que conversamos a diario, se identifiquen como roqueros, friquis, emos, punkies, repas,
miquis, no son frívolos, están reencontrándose; en definitiva, la adolescencia es un período de
tránsito, no exento de contradicciones . Quizás ellos no imaginan que la batalla principal de la
guerra cultural se libra por las conquistas de sus mentes y voluntades. Debemos atender otros
peligros, sobre todo aquello que crece en algunos jóvenes, desesperados por tener, antes de
empezar a ser.
Debemos trabajar en medio de nuestra diversidad juvenil por una juventud más unida, culta y
revolucionaria. Preguntémonos entonces una vez más: ¿Cómo hacer para que los jóvenes se
hagan protagonistas de su Revolución?, ¿para que hagan suyas
las organizaciones juveniles?, ¿para que se diviertan y no dejen de crecer espiritualmente?
Cabe decir que en más de medio siglo de hostilidad y de acoso ideológico, hasta hoy, Cuba ha
ganado la guerra cultural. El reto está en continuar siempre cuesta arriba sin equivocar el
camino ni hacer concesiones en los principios, sin tergiversar los conceptos, sin alejarnos de la
práctica como criterio valorativo de la verdad, con la participación de cada uno y todos los
cubanos dignos.
Para ello es necesario seguir demostrando que esta Revolución ha sido, es y será una Obra de
Juventud, y que continuará siendo la Revolución de los jóvenes. Como se validara en el II
Congreso de la Asociación Hermano Saiz (AHS), en la base del socialismo próspero y
sustentable que construimos debemos aplastar todo tipo de trabas burocráticas; y elevar a lo
más alto de los sentimientos y la razón la sensibilidad que nos distingue como nación.
El socialismo próspero y sustentable al que aspiramos no se puede construir al margen de la
cultura; "(… ) en una Cuba donde el que produce y el que canta se confunden en una misma
trinchera y acumulan reservas materiales y espirituales… "[114]

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