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UNIVERSIDAD DE CENTRO DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL

“ECONOMIA AMBIENTAL VS. ECONOMIA ECOLÓGICA.


Controversias elementales derivadas de la Economía Marxista”.
MARCELO SARLINGO

Trabajo sintetizado para exponer en el SEMINARIO SOBRE PROBLEMÁTICA


AMBIENTAL CONTEMPORÁNEA Y ENFOQUES INTERDISCIPLINARIOS

OLAVARRIA, mayo 2001


1. Introducción.

El tema central de este trabajo es la relación Sociedad/Naturaleza. Es,


posiblemente, uno de los temas sobre los que más se ha escrito en los últimos quinientos
años. Y, al tratar de articularlo con algunos conceptos problematizados en trabajos
anteriores, esta argumentación ha tomado una dirección algo zigzagueante.

Consciente de la enorme masa de conceptos que las diferentes disciplinas han


producido acerca de este tema, el recorte que realizaré comienza desde el punto 2:
¿cómo se enfoca desde la economía la relación entre la sociedad capitalista y la
Naturaleza?. Parte de la respuesta puede adelantarse ya en esta introducción: desde el
“árbol” de teorías dominantes (lo que se denomina en el tecnolecto económico “la
“ortodoxia) se está consolidando el enfoque denominado “Economía Ambiental”, que
centralmente trata de expandir el dominio teórico de la categoría “mercado” (en el
sentido neoclásico) a otros aspectos de la vida económica y política en los que nunca
había penetrado hasta ahora.

En el punto 3. sintetizaré los núcleos de las posiciones de algunos autores


marxistas que tratan de llevar a fondo la problematización de la comprensión de algunos
problemas ambientales utilizando categorías más totalizadoras. Uno de los aspectos más
interesantes está centrado en torno a la cuestión de las crisis, especialmente en el sentido
en que la crisis ambiental contemporánea se presenta fundamentalmente como una
“crisis de realización” desde los discursos dominantes, sostenidos por empresarios,
políticos y líderes de opinión en el marco del capitalismo de fin de siglo. Esta parte del
trabajo está construida, fundamentalmente, por los aportes de autores encuadrados en lo
que se denomina comúnmente “ecosocialismo”. Pero es necesario advertir de entrada
que, debajo de esta denominación, aparecen una pluralidad de posiciones realmente
asombrosa. Sin embargo, es posible extraer algunos núcleos argumentales interesantes,
la mayoría de ellos sostenidos por la tradición marxista más clásica, y otros en franca
oposición.
Y finalmente, en el punto 4., abordaré los núcleos problemáticos que me
parecen útiles para profundizar el análisis de la crisis ambiental contemporánea. Las
tradiciones antropológicas que se acercan al tema desde los años ´80 ponen el eje del
análisis en la interacción entre ecosistemas y sistemas culturales. Han podido integrar
en un mismo marco teórico la antropología ecológica norteamericana, el neomarxismo y
el neoestructuralismo francés y la antropología económica de base británica, aunque la
producción empírica está todavía bastante dispersa. De este mix ha salido lo que se
denomina la “Ecología Política”, y algunos de sus planteamientos centrales constituirán
el eje de este último capítulo. Entiendo que los núcleos conceptuales de esta corriente
antropológica entroncan con varias cuestiones que algunos autores marxistas debaten, y
que fueron ilustradas en numerosos textos no demasiado difundidos. Trataré de
combinar estos aportes con algunas contribuciones de la denominada “Economía
Ecológica”, corriente de la economía que antagoniza con los núcleos teóricos de la
Economía Ambiental descriptos en el capítulo 2. La característica principal de esta
corriente, (en lucha de paradigmas, en el sentido kuhniano, con la Economía Ambiental
de base neoclásica) es la utilización de conceptos provenientes de la ecología, de las
ciencias de la información y de otras disciplinas con visiones más dinámicas que la
física newtoniana.

La Antropología Económica estuvo, hasta los años ´70, atravesada por la disputa
conocida como “Formalismo vs. Sustantivismo”. Bibliotecas enteras se llenaron con
esta discusión teórica, que básicamente consistía en determinar si las sociedades pre-
capitalistas podían ser analizadas con categorías proporcionadas por los modelos
formales de la Economía neoclásica, o si, por el contrario, la economía de estas
sociedades tenía instituciones movidas por otra racionalidad, una racionalidad
“sustantiva” (determinada por las relaciones sociales estructurantes de la identidad de
los actores de cada sociedad, que implica no reducir todos los objetos y relaciones a
valores de uso y de cambio).

La evolución del capitalismo y la diversidad de formas de articulación de


diversas culturas al modo de producción capitalista superó la utilidad real del debate.
Pero, como resultado del mismo y, sobre todo, de la importancia que tenía la esfera del
consumo para los enfoques sustantivistas (cuyo referente teórico más destacado fue Karl
Polanyi), hay una preocupación especial en la Antropología por no reificar las acciones,
y por no confundir desarrollos conceptuales con “realidades objetivas”.

De ahí que mi encuadre teórico se apoye en esta tradición. Hoy existe, en la


Antropología, consenso conceptual acerca de que el mercado no es una realidad en sí
misma, sino que es el lugar de encuentro de acciones de oferta, de demanda y de
intercambio. Es un lugar de contacto entre sujetos (individuales y/o colectivos), entre
actores. Lo mismo sucede con la reciprocidad, entendida como una serie de acciones
entre “socios” y de acuerdo con los múltiples significados intraculturales que pueda
tener esta relación. Y aún la producción, incluso si pone en acción materias y
herramientas materiales, no es un “objeto real”. Es el conjunto de operaciones en las que
entran los productores con el fin de obtener los resultados que pretenden.

En este sentido, mi posición se sustenta en que la “economía” como tal es un


objeto analítico, que existe sólo por sus agentes, y que el principio organizador de la
economía no debe ser buscado ni en el mercado, ni en la producción, ni en las lógicas
de consumo, sino en las trayectorias colectivas e individuales destinadas a movilizar los
recursos de estos tres registros de acción. Por eso, una característica de muchos
trabajos antropológicos es que tratan de hacer la síntesis teórica de las acciones
económicas desde una socio-antropología de la acción y de los actores, lo que implica
no considerar las conductas como reducidas exclusivamente a una racionalidad
“unidimensional”.

2. Poniéndole precio al ambiente.

La actividad económica, definida convencionalmente como el conjunto de


procesos de trabajo que los humanos realizan con el fin de asegurar la reproducción
material de las sociedades, depende de las características del mundo material. Y
depende especialmente de la “parte viva” de éste, la biosfera.

Desde este punto de vista, la relación de las sociedades con el ambiente fue
siempre problemática. Pero es en las últimas décadas del siglo XX en que los impactos
de las actividades humanas en la biosfera alcanzan carácter planetario (pensemos en la
pérdida de biodiversidad, en el “efecto greenhouse”, en la destrucción de la capa de
ozono atmosférico), y como consecuencia de ello, es que todas las disciplinas se
encuentran atravesadas por los interrogantes que tales problemáticas generan.

¿Cómo reacciona la economía?. La economía denominada “ortodoxa” (centrada


en el individuo como actor económico, en el mercado como estructura básica y
universal para la toma de decisiones, y en el ajuste entre el empresario y las señales del
mercado como mecanismo transformador del proceso económico) responde
extendiendo su instrumental teórico y técnico a un nuevo objeto de estudio: el “medio
ambiente”1. Esta extensión tiene algunos puntos fuertes: el concepto de externalidad, la
teoría de los bienes públicos (y en especial el concepto de “bienes libres”), la
centralidad metodológica del análisis costo-beneficio, todo ello epistemológicamente
enmarcado en la teoría del equilibrio general walrasiano.

Los dos problemas fundamentales que aborda la Economía Ambiental son,


justamente, el problema de la externalidades y la asignación intergeneracional óptima
de los recursos agotables. Quienes tratan la primer cuestión, sentando las bases
conceptuales para su discusión, son Arthur Cecil Pigou y Ronald Coase.

De los trabajos del primero deriva la expresión “impuestos pigouvianos”,


popular entre los economistas ambientales. En 1920, analizando las divergencias entre
el producto neto marginal privado y el producto neto marginal social (desmenuzando
empíricamente situaciones de arrendamiento, problemáticas urbanas, sistemas de
subsidios al transportes, costos encubiertos en la agricultura, e inclusive, la
contaminación del aire londinense, etc.), destaca que:

1
. Medio Ambiente y no “Naturaleza”. También cabe “recursos naturales” (como se denomina en
las universidades argentinas: Economía de los Recursos Naturales), “ecosistema”, “entorno
natural”. Son denominaciones provenientes del éxito que ha tenido la ecología en la interpretación
de algunas problemáticas. Varios de sus conceptos han pasado a utilizarse en otras disciplinas, y
hoy forman parte del lenguaje científico con que se expresan las actuales preocupaciones por la
“degradación ambiental”. El término “Naturaleza” ha reducido su significado: sólo se aplica a las
porciones del planeta que parecen haber quedado inalteradas de las mutaciones que son fruto de
la industrialización y de una explotación masiva de los recursos. En la bibliografía económica que
se cita a continuación, este significado reducido es el que prima, y esto tiene importancia frente a
conceptos antropológicamente más abarcadores, como por ej. la idea de “segunda naturaleza”,
muy importante en el pensamiento marxista.
“...cuando las interacciones de varias personas privadas afectadas
son altamente complejas, el Gobierno puede estimar necesario ejercer
cierto control, a más de facilitar la subvención...Es absurdo suponer que
una ciudad resultaría bien planeada si las distintas actividades de los
especuladores aislados se encargasen de un trazado...No puede confiarse
en que una mano invisible logre un arreglo perfecto en todo,
combinando separadamente las partes. Es por tanto necesario que una
autoridad competente intervenga y acometa los problemas colectivos de
la belleza, el aire y la luz, de la misma forma que la del gas y el agua...”
Pigou, A. C., en AGUILERA KLINK, F. y ALCANTARA, V., comp.; 1994:
63)

Esta noción intervencionista deviene del reconocimiento de la brecha existente


los intereses privados y los colectivos, y la necesidad de que alguien externo a la
dinámica empresaria “regule”. Esta regulación es, concretamente, un impuesto, y está
propuesto en términos teóricos como el equivalente del daño causado por una unidad
marginal de contaminación, en el nivel óptimo de contaminación.

Pigou estimaba que, en la mayoría de las actividades, había un daño colectivo


que debía intentar cuantificarse, y que ese daño era externo a los intereses privados de
quien lo generaba. De ahí que establezca que el contaminador deba pagar el costo del
daño que causa, y que el óptimo impuesto sea que pague por el mismo valor de la
contaminación que genera. Así se logra el equilibrio entre el costo social y el costo
privado. Esto es lo que se conoce actualmente como “gravámenes por contaminación”,
y se aplica en diversas legislaciones de muchos estados 2.

Varias décadas más tarde, y teniendo siempre el mismo marco epistemológico


(centrado en el equilibrio del sistema económico), Ronald Coase discute los argumentos
de Pigou y los considera inadecuados. En un artículo sumamente conocido por los

2
. Arthur C. Pigou (1877-1959) fue catedrático de Economía Política en la Universidad de
Cambridge, desde 1908 a 1944. La formulación de su “óptimo” fue tomada en muchos países,
inclusive en el nuestro, en algunas áreas específicas como el manejo de los recursos hídricos. Uno
de los primeros decretos menemistas (674/89) establece el principio “contaminador-pagador”, que
reemplaza a un decreto similar (2125/78) de la época de la Dictadura, que permite el pago de una
cuota de resarcimiento por parte de aquellos que vuelcan efluentes industriales a las aguas
lindantes.
economistas (pero que, afortunadamente, no parece haber trascendido las fronteras
disciplinares), “El problema del costo social”, defiende ideas más liberales, basadas en
la eliminación de la acción del Estado mediante la fijación de derechos de propiedad
privada a bienes que Pigou establecía claramente como colectivos.

El argumento de Coase critica que el Estado tenga autoridad reguladora,


fundamentalmente porque éste ha sido, por acción o por omisión, el responsable del
deterioro ambiental. Pero plantea que si la propiedad del recurso ambiental está bien
definida, el agresor y el agredido ambiental pueden llegar a acuerdos de compensación
monetaria satisfactorios para ambas partes sin la intervención del Estado. Y este
acuerdo no significa que el agresor deba pagar, porque si una empresa ha emprendido
una actividad económica de “buena fe”, aunque contaminante, un cambio hacia una
legislación ambiental más restrictiva reduce su posición de bienestar, lo cual puede
llevar a que el agredido deba pagar para limitar la agresión. En este caso, se puede decir
que el contaminador tiene los derechos de propiedad del medio ambiente.

En efecto, Coase propone que la única limitante al uso de un derecho es el


incremento de costos: si sale más caro poner en marcha un factor de producción debido
a las compensaciones por contaminación a quienes no son propietarios, su formulación
más famosa expresa que éstos deberían compensar al propietario por la ganancia que no
puede obtener, en un marco de competencia perfecta y en ausencia de costos de
transacciones del mercado (COASE, R., EN: AGUILERA KLINK, F. y ALCANTARA,
V., comp. 1994: 85). El enunciado del Teorema de Coase expresa lo siguiente:

se arriba al mismo óptimo social si el contaminador paga a los


damnificados, que si los damnificados le pagan al contaminador.

Dicho de otra manera y con un ejemplo sencillo, una comunidad que residiera al
lado de una fábrica contaminante, en virtud del derecho a movilizar un factor de
producción del propietario, debería compensarlo en el caso de que el costo social fuera
mayor que el privado. El problema aparece cuando hay “ausencia de derechos de
propiedad”, o sea cuando los bienes son comunales y los individuos los explotan
buscando utilidad privada. O estos derechos tienen una definición confusa, lo que
sucede frecuentemente en diferentes marcos legales.
Puntualmente, la formulación de Coase tiene muchas críticas, tanto desde los
economistas ambientales (v. PEARCE, D.W., 1976, PEARCE, D. Y KERRY
TURNER, R., 1995), como de las vertientes con visiones más “socializantes”
(BERMEJO, R. 1995, los ya citados AGUILERA KLINK, F. y ALCANTARA, V.,
comp., 1994: 173), pero serán mencionadas en el punto 4 de este trabajo.

El impacto de estas elaboraciones teóricas condujo a los economistas ortodoxos


a una conclusión que, al mismo tiempo, era también un postulado: las cuestiones
derivadas de la problemática ambiental deberían tener precio de mercado.

Un nuevo salto en el “descubrimiento” del ambiente por la economía neoclásica,


se produce a principios de la década del '70, cuando se reflexiona en torno a temáticas
que el mercado no resuelve. Para explicar otras problemáticas originadas en el mante-
nimiento del equilibrio entre la oferta y la demanda, Ayres y Kneese (1969), re-
describen el proceso económico incorporando el principio físico de la conservación de
la materia.

Esta noción se basa en la negación de la posibilidad de que los objetos


materiales puedan ser destruidos mediante procesos de consumo final. Pueden cambiar
de forma o de estado (líquido, gaseoso o sólido), pero la masa total perdurará a través de
la manipulación a la que son sometidos. En esta perspectiva, el ambiente físico cumple
una doble función:

 origen de las materias


 lugar de disposición de los residuos del proceso de producción y consumo.

3
. Aunque estos últimos no critican la formulación en sí, sino que la utilidad de la cita está en que
resaltan un efecto ideológico (que propicia, entre otras cosas el uso del artículo de Coase para
fundamentar procesos de pillaje sobre las rentas públicas): “...se puede afirmar que quizá el
principal problema del artículo de Coase es que sus partidarios han practicado el reduccionismo
más feroz. En consecuencia, allí donde el autor muestra su capacidad de reflexión sugiriendo
diferentes escenarios con diferentes soluciones, sus partidarios sólo ven el Teorema de Coase,
que no es más que una versión particularmente idealizada, y por lo tanto fácilmente formalizable,
de los acuerdos voluntarios de Pigou, en la que no hay costes de alcanzar el acuerdo...”
AGUILERA KLINK, F. y ALCANTARA, V., comp., 1994: 17
Según el planteo de estos autores, es posible representar los movimientos
anuales de materia y energía que desde el “entorno” se dirigen hacia la sociedad (vía
producción-consumo, o directamente, consumo), y retornan desde la sociedad al
“entorno” (residuos de la etapa del consumo o de la producción). Todo ello, en una
economía cerrada, donde la tasa de inversión es cero, es decir:

 la producción de bienes de inversión y consumo durables iguala a los que quedan


fuera de servicio,

 el volumen anual de materia introducida en el proceso productivo igualará el


volumen de desperdicios generados.

El esquema puede complicarse para incluir formaciones de stock (lo que retarda
la aparición de los residuos), o el comercio exterior, cuyo efecto dependerá del signo del
movimiento neto de materiales. El medio ambiente natural cumple, entonces y siempre
de acuerdo con las nociones de la economía neoclásica, dos funciones:

 aprovisionador de insumos
 receptor de residuos.

Especialmente como receptor de residuos, el ambiente es utilizado en forma


discrecional por el contaminador, sin que su uso le signifique ningún costo (salvo que
operara un sistema de “impuestos pigouvianos”). Es decir, la apropiación del ambiente
hacía pensar a los economistas clásicos que éste era un “bien libre” (aquellos bienes
sumamente abundantes, o ilimitados en cantidad, y que no son propiedad de nadie).

Sin embargo, y tal cual lo han pensado siempre otras culturas, con otros marcos
de construcción de la realidad, el agua, el suelo, el aire, etc., son bienes que pertenecen a
toda la comunidad. Aquí aparecen las competencias del derecho, abordadas desde
diferentes perspectivas por Pigou y Coase, pero ambos coinciden en un punto esencial:
la contaminación de estos bienes afecta la calidad de vida de terceros y genera costos
en otra parte del proceso económico.
Vuelta a problematizar por Ayres y Kneese, en 1969, esta cuestión ya no se
considera como un caso de falla de mercado, sino :

“... como una parte normal e inevitable de la producción económica, que


se agrava al incrementarse los efectos del desarrollo industrial...”.

En efecto, todas las actividades económicas en una sociedad industrializada, y en


las pre-industrializadas también, deberíamos agregar, generan subproductos. Algunos de
estos elementos son naturalmente digeridos por los ecosistemas, pero otros generan
repercusiones que son afrontadas por la sociedad en su conjunto aunque hayan sido
originadas por alguna actividad particular. Si estas repercusiones no son asumidas por
los productores, y el costo de afrontarlas se socializa, se dice que son externas a la
lógica de la producción, pero ello no impide que puedan identificarse y calcularse.

Con esta finalidad se recurre al concepto de externalidad, cuyo valor en los


análisis económicos de los procesos de contaminación producidos por la sociedad
industrial se torna realmente importante a cierto nivel. Externalidad designa (en el
marco de la Economía Ambiental) a todos aquellos costos externos a los procesos
productivos y que implican una pérdida de bienestar a terceros que no es compensada
por nadie.4 Ahora bien, el sentido económico de externalidad permite acotar el
concepto, porque la externalidad puede hacer interior (internalizarse) al proceso
económico si algún agente asume el costo de la contaminación.

Fuera del análisis del campo económico, y en el terreno de la ecología, algunas


especies, cuando compiten en un nicho por otra, generan “contaminación” (por ej., las
algas verdes y azules que toman el oxígeno del agua, la están contaminando para los
peces que viven en ese lago) pero nadie pensaría en este proceso como una externalidad.
Esto tiene importancia para razonamientos posteriores. Tanto Pigou como Coase
reconocen la existencia de externalidades, y ambos las entienden de la misma manera,

4
. El concepto de externalidad deviene, en la teoría clásica, de la idea de falla de mercado, o sea,
aquellas situaciones en las que el mercado no funciona como eficiente asignador de recursos. En
la mayoría de los textos que discuten centralmente los núcleos clásicos del pensamiento
económico ortodoxo no refiere a relaciones de la sociedad con la naturaleza, sino a interacciones
entre agentes económicos.
aunque proponen diferentes soluciones y escenarios complejos. Con el trabajo de Coase
se funda la corriente que podríamos adjetivar “conservadora”, partidaria de profundizar
los derechos de propiedad privada sobre el medio ambiente y de suprimir la regulación
del Estado. Con Pigou, se recupera el enfoque “intervencionista”, que legitima la
participación del Estado para asegurar la calidad del medio ambiente.

Ayres y Kneese se apoyan más en esta última posición, profundizando la noción


de que es posible establecer monetariamente un “balance de materiales” extraídos del
entorno y devueltos a él luego de su transformación. Todas las transferencias internas y
los costos de los procesos, son equilibrados monetariamente por transacciones
mercantiles, para lo cual también es importante determinar las externalidades y
establecer mecanismos para abonarlas.

En términos ideológicos, el reconocimiento de las externalidades por los


economistas neoclásicos tiene dos efectos fundamentales:

a) desviar el eje del problema de la producción de contaminación por un


agente o empresario particular o interés privado a la regulación de la
contaminación (por lo tanto, colocando esta regulación como una
responsabilidad colectiva)

b) desplazar el eje semiológico: la contaminación en sí ya no es el


problema, sino que el problema pasa a ser el precio de la contaminación.

Puesto que el mercado -en la teoría neoclásica - es axiomáticamente el asignador


más eficiente de los recursos y el indicador más fiel de la satisfacción de la población, la
solución es hacer entrar a la contaminación en el mercado. Para ello se propone
recurrir al auxilio de un conjunto de medidas (tarifas, subsidios, remates, licitaciones,
etc.), con el fin de que los agentes económicos internalicen en sus cálculos los costos y
beneficios del deterioro ambiental. En la práctica, consiste en monetizar determinados
aspectos de la Naturaleza.
Y esta cuestión matemática genera la mecánica, muy común en las sociedades
desarrolladas, de que los mismos contaminadores, en especial los gigantescos
conglomerados de la industria química, de la transformación de combustibles fósiles,
etc., vendan más tarde la tecnología y los servicios de descontaminación, obteniendo
ganancia por la desestructuración de los ecosistemas que crearon antes. En términos
teóricos, es posible ver que la actividad económica de reparación de los servicios
ambientales (como puede ser la limpieza y depuración de un río o un acuífero, como el
famoso caso del Támesis) es contabilizada por los gobiernos como generadora de
riqueza individual, cuando en realidad es una pequeña reparación de una pérdida
colectiva.

La externalización/internalización de los “costos ambientales” ha generado una


profusa literatura de métodos matemáticos, modelos, fórmulas, teoremas, etc.
verdaderamente impresionante, y cuyo objetivo es encontrar un camino confiable para
valorar monetariamente algunos aspectos de la relación Cultura/Naturaleza5.

En especial, se han popularizado dos conceptos por medio de los cuales se


denomina a los mecanismos básicos de internalización de costos ambientales: la
DISPOSICION A PAGAR y la COMPENSACION EXIGIDA. La aparición de estos dos
conceptos surge a partir de la constatación de que los costos de gestión del ambiente son
repartidos entre actores muy diferentes, la mayoría de los cuales no se apropia en
absoluto de la ganancia generada por la circulación y mercadeo del bien producido en
base a un recurso natural, y encima sufre las consecuencias de la depositación de los
residuos del proceso productivo. Esto último, cuestión normal que siempre genera
gastos encubiertos que no pueden contabilizarse sólo como un error de mercado
(AZQUETA OYARZUN, D., 1994, JACOBS, M. , 1997, AZQUETA, D. Y
FERREIRO, A, 1994).

En la Economía Ambiental, una gran parte de la bibliografía disponible reduce


el análisis a la discusión de la medida del bienestar individual( V. PEARCE, D. 1976).
Los economistas ambientales dividen el problema en tres:

5
. Un trabajo que resume la aplicación de estos métodos a variados problemas (contaminación
atmosférica, ruido, efectos sobre la salud) es el de AZQUETA OYARZUN, DIEGO. Valoración
Económica de la Calidad Ambiental, Madrid, McGraw Hill, 1994.
a) puede monetarizarse el cambio en el bienestar individual en relación con la calidad
ambiental?.

b) Cómo descubrir el cambio en el bienestar individual, como consecuencia de


modificaciones ambientales?.

c) Cómo agregar una serie de valores puramente individuales, para que representen un
cambio en el bienestar social, en las opciones de bienestar de los conjuntos sociales?.

Existe un axioma básico en la economía clásica, que sostiene que el consumidor


individual tiende todo el tiempo a buscar una maximización de las utilidades y una
minimización del gasto o de todo lo que pueda representar pérdida. Para la gran
variedad de la vida social en una sociedad de mercado, la maximización depende de las
estructuras de precios de los bienes y de los ingresos y la renta que puede obtener el
consumidor. De manera tal que, ante la ausencia de algunos bienes, el mercado
compensa con otros y el consumidor soberano elige.

Ahora bien, cuando pueden determinarse claramente los conjuntos de bienes, la


utilidad que obtiene el consumidor se denomina utilidad estrictamente separable ,
mientras que si la posibilidad de obtener bienes y utilidades depende de las cantidades
disponibles de los demás bienes se llama utilidad no separable .

Los bienes ambientales, cuya gran mayoría aún no tiene precio, están
relacionados con conjuntos de bienes que sí tienen. De manera tal que, si observamos
lo que los grupos sociales hacen con los bienes que se producen y comercializan, este
es el punto de partida teórico que la Economía Ambiental propone para poder decir si
es posible monetizar los cambios en el bienestar individual.

Si la disponibilidad de un bien ambiental mejora, como por ejemplo la calidad


del agua, es difícil expresar en dinero una sensación subjetiva. Pero la microeconomía
nos proporciona una serie de posibilidades de medición del bienestar personal. Veamos
algunas:
a) El excedente del consumidor:

Se refiere a la diferencia entre lo que cada persona estaría dispuesta a pagar


como máximo por cada cantidad consumida de un bien, y lo que realmente paga.

b) La variación compensatoria:

Esta medida se refiere a la cantidad de dinero que, ante el cambio producido, la


persona tendría que pagar para que su bienestar permanezca inalterable.

En un ejemplo, supongamos que el municipio de Olavarría, ciudad donde vivo,


esté analizando un plan de potabilización del agua del arroyo. Se sabe que el agua
potable aumenta el bienestar, pero el problema es determinar cuánto. Para ello se debe
relacionar la cantidad de agua que se consume, la cantidad de todos los demás bienes
consumidos, siempre tomando como constante una medida original del bienestar. La
mejora de bienestar que representa el abastecimiento de agua municipal implica un
aumento en el precio del agua. La cuestión es medir cuánto incide el costo del agua en
la renta de cada persona o grupo social para alcanzar el nivel de bienestar original.

Si el ejemplo cabiera para lo local, solucionar los problemas de abastecimiento


de agua potabilizando el fluido tomado del Arroyo Tapalqué (que atraviesa la planta
urbana de la ciudad) hubiera incrementado los precios del mismo en X cantidad de
dinero. Cuánto incremento en relación a salarios promedio de $ 450 hubiera aceptado
pagar la población para mantener constantes los niveles de abastecimiento en una
ciudad cuyas gestión se deteriora, sería justamente la variación compensatoria.

El precio del agua no podría incidir en un alto porcentaje en el presupuesto de


una familia sólo para mantener constante sus niveles de bienestar (o por lo menos, de
acceso al recurso). Cómo esto era muy complejo para la estructura del municipio y
conllevaba un costo “político” por lo impopular de tener que pagar por los consumo
urbanos básicos, a escala comunal la lógica fue muy sencilla: que el costo político no lo
pague el gobierno municipal. En Economía Ambiental el “costo político” no es posible
de ser cuantificado, porque sólo se tienen en cuenta dos tipos de capital: el monetario y
el natural; no se analiza el simbólico o el político6.

c) La variación equivalente.

Trata de cuantificar la cantidad de dinero que le tendría que dar el Estado o un


particular a una persona para que alcance el mismo nivel de bienestar que si todos los
servicios funcionaran perfectamente, cuando en realidad no lo hacen.

Obviamente, esto funciona bien en sociedades en donde no se abandona a


quienes pertencen a ella. En otras palabras, los economistas ambientales parten del
postulado que las personas tendrían que aumentar sus rentas cuando no acceden a
servicios, porque alguien (generalmente el Estado) debería compensarlos. En esta
cuestión aparecen aspectos como los bienes públicos no optativos, es decir, aquellos de
los cuáles se es consumidor en función de determinada forma de vivir, por ejemplo el
aire contaminado de una ciudad o la estrategia de defensa nacional. Aplicado al caso de
las cementeras olavarrienses, nos bancamos la contaminación y la “negociamos” o
monetizamos por servicios (colegios, hospitales, etc.) que encajan con las pretensiones
ideológicas o el imaginario de las dirigencias locales acerca de lo que es una “ciudad
moderna”.

d) El excedente equivalente:

Aplicando los mismos principios que el anterior, parte de analizar la nueva


situación de bienestar, ya sea por la mejora o por la pérdida de calidad, una vez que se
puso en marcha un sistema de explotación de recursos o de provisión de servicios.

Todos estos enfoques desembocan en justamente lo señalado al principio.


Veamos que:

6
. Esto se relaciona con otro problema: el supuesto de la economía clásica de que el Homo
Economicus es el ciudadano prototípico, y que su conducta y aspiraciones pueden reducirse a un
cálculo racional de costo/beneficio.
 ante una mejora en la cantidad ofrecida de un bien ambiental no optativo, la
DISPOSICION A PAGAR puede presentarse de la misma manera que el
EXCEDENTE COMPENSATORIO.

 mientras que la compensación exigida por renunciar a la mejora que se propone es


análoga al EXCEDENTE EQUIVALENTE.

Ahora bien, analizando cualquier caso concreto (la licitación del agua corriente o
las privatizaciones de cualquier servicio en Argentina) vemos claramente que estas
cuestiones funcionan de manera imperfecta, por lo siguiente:

 La disposición a pagar por una mejora cualquiera o por una pérdida de la calidad
ambiental está totalmente limitada por la renta de una persona. En aquellos países,
especialmente en el Tercer Mundo, con familias cuyo ingreso diario es menos de un
dólar, y que representan casi la quinta parte de la humanidad, esta cuestión no puede
plantearse en términos de precio. Es decir, estas cuestiones funcionan sólo para
determinadas regiones, ni siquiera para determinadas sociedades tomadas
globalmente.

 La compensación exigida plantea el problema (por supuesto que para los


economistas) de que, en las sociedades con un gran desarrollo del movimiento
ambientalista, son cada vez más las personas que no aceptan recibir un pago del
Estado o de un pool de industrias que contamine el ambiente. Es decir, estas
cuestiones funcionan para determinados momentos históricos.

En Olavarría, aceptamos una mayor exacción sobre nuestra renta a cambio de la


mejora en la provisión de agua, es decir que nuestra disposición a pagar no generó una
resistencia política considerable. Al tiempo que, durante todo el auge de la explotación
de canteras compensada por el "Impuesto a la Piedra"7, una de las cuestiones que se
percibe claramente es el funcionamiento de una compensación exigida. Este
antecedente, obviamente, debe ser recuperado dándole un nuevo contenido histórico.
7
. El “impuesto a la piedra” es la denominación de una tasa que el Municipio de Olavarría percibe
en concepto de explotación de canteras. En los años ´60 llegó a representar el 50 % de los
ingresos municipales, y con ese dinero se financió el desarrollo urbano y la obra pública de la
ciudad.
En relación a esto último, el modelo de desarrollo y las condiciones de vida que
las comunidades han sabido construir es un argumento importante para una discusión de
tipo económico. Pensemos, por un momento, en las condiciones de vida en muchos
países subdesarrollados, en los cuales la falta de agua potable obliga a que varios
miembros del grupo familiar (generalmente las mujeres) caminen muchos kilómetros
por día cargando recipientes vacíos y llenos. En algunos países africanos, la mujer
emplea el 85 % de su tiempo en procurar agua. Si de repente tuvieran que pagar el
abastecimiento de agua que les llega directamente a las viviendas, serían tantos los
argumentos a favor y en contra que el resultado merece pensarse. Inicialmente no
tendrían dinero.

Pero, en términos teóricos, los economistas necoclásicos consideran importante


a la productividad marginal de las horas de trabajo que se liberarían para otras
actividades. Aplicadas a la producción, el tiempo disponible de mano de obra femenina
articulado a modalidades domésticas permite recuperar la inversión comunitaria. Captar
esta renta potencial es lo que ha impulsado a muchos promotores del desarrollo a
promocionar estos planes, incorporando zonas periféricas a la producción capitalista, y
no tanto las razones ideológicas o humanitarias que podrían argumentarse.

Entonces, para cuantificar algunos aspectos del bienestar individual, todas


las posibilidades de medición fluctúan entre la disposición a pagar y la
compensación exigida. Los problemas prácticos de cada forma de cálculo
constituyen aspectos teóricos y metodológicos que se discuten al interior de la
Economía Ambiental. Técnicamente, la aplicación de un método de cálculo u otro
depende de las particularidades del caso.

La segunda cuestión, o sea ¿cómo descubrir el cambio en el bienestar


individual, como consecuencia de modificaciones ambientales?, nos lleva a cuestiones
derivadas de las anteriores. Ya no se pregunta acerca de la asignación de precios al
bienestar individual. Cálculo que, por otra parte, vemos que tiene zonas de
incertidumbre muy grandes, a medida que empezamos a considerar algunas
especificidades.
Como ciudadanos de hoy, ¿sabemos a que niveles de calidad de aire y del agua
tenemos derecho?. ¿Qué grados de no intromisión en el paisaje (a través de rutas y
caminos, canales y alcantarillas, explotaciones mineras, tendidos eléctricos, carteles
publicitarios, etc.) podemos reclamar, exigir o construir?. ¿Qué niveles de ruido o que
medidas de tranquilidad estamos en condiciones de definir?. ¿Cuáles de estos derechos
son negociables, y por lo tanto susceptibles de compensación, y cuales son
absolutamente inalienables?.

El planteamiento tecnocrático de las soluciones sobre este tema es, por lo menos,
engañoso. El análisis costo-beneficio de la calidad ambiental es un aspecto que tiende a
resolver el conflicto dando lugar a unos intereses que predominan sobre otros. Pero el
simple cálculo económico no puede ocultar el hecho de que es necesario que se debata y
se consensúen los derechos que los grupos sociales pueden ejercer.

Si pudiéramos resolver esto de manera fundamental, vamos a ir a la cuestión


conceptual, y al gran tema del valor. ¿Qué tipo de valores poseen los bienes
ambientales?. Entre las varias clasificaciones de tipos de bienes, puede hacerse en
principio una gran distinción derivada de otro de los postulados de la economía clásica (
y que puede ser discutido posteriormente): la existencia de bienes de uso y de no uso.

El tema del valor de uso funciona con lo ambiental de manera bastante clara, en
apariencia. Las personas utilizan un bien (el aire, al agua) y cualquier cambio en la
disponibilidad o en otros factores afecta esta utilización. Por lo que empiezan a
funcionar una serie de clasificaciones, según este uso sea directo o indirecto, según se
viva cerca del recurso o haya que consumir otros bienes (por ejemplo, viajar hasta un
parque, que implica obtener otras cosas en un mercado) para llegar hasta él. Cualquier
cosa que altere este proceso, puede pensarse como abordable, aunque empiezan a
aparecer complicaciones. Por ejemplo, ¿cómo calcular el valor de uso para las personas
que entran en contacto con él a través de imágenes televisivas o de libros?.

El valor de no-uso tiene varios ítems desagregables. En primer lugar aparece el


valor de opción: en el futuro voy a optar por usarlo. O sea, por tratar de aplicar otro
ejemplo local, cualquier olavarriense podría plantear: en el futuro quiero vivir en la
sierra, por lo que no quiero que se destruya ese lugar por la actividad minera.

En este caso hay un grado de incertidumbre. ¿Estará el bien disponible para


cuando yo tome la opción?. Aquí podríamos calcular cuánto dinero puedo pagar ahora
para asegurar que el bien esté presente en el momento en que yo decida tomar la opción.
Pero, derivado de un segundo tipo de incertidumbre, aparece otra variante del valor de
no-uso, que es el valor de cuasi-opción.(AZQUETA OYARZÚN, D. , op.cit.: 56 y ss.)

Este es un principio de gran relevancia en el campo del medio ambiente y de la


gestión de los recursos naturales, y se vincula directamente a la incertidumbre del
decisor, de quien toma las decisiones acerca del uso de los recursos naturales. El valor
de cuasi-opción se refiere a la opción que tiene el decisor de esperar para reunir
información sobre un ecosistema o recurso, y esta decisión puede traer un beneficio
económico neto que también puede calcularse. Este es un criterio básico en las políticas
integradas de manejo de los recursos naturales. Obviamente que no lo es para el caso
local.

El valor de existencia tiene que ver con lo que las personas valoran simplemente
porque el bien existe, y su desaparición permite suponer para ellas una pérdida de
bienestar. También pueden aplicarse los ejemplos al tema de la disponibilidad de las
sierras de Tandilia. Para los científicos, considerados como categoría, la cuestión de la
existencia se completa con el valor de investigación: preservar un ecosistema o un
entorno permite conservar un laboratorio viviente o natural para la investigación, la
investigación y la búsqueda de nuevas soluciones. Existe un método (el de Brown y
Goldstein cit. en DALY, H. y COB, J., 1993) que está pensado especialmente sobre esta
consideración.

Según los economistas ambientales, todos estos valores son susceptibles de


cuantificarse. Algunos métodos derivados de esta cuestión se refieren especialmente a
cuando, para disfrutar un bien público, obligatoriamente debemos recurrir al uso de
bienes privados. Sucede mucho con los grandes espacios verdes, parques y lugares
públicos de las grandes ciudades metropolitanas. Esta relación de complementariedad se
calcula con el método del costo de viaje, que vincula también aspectos relacionados con
el valor económico del tiempo libre. En realidad, estas posibilidades de medición han
sido exploradas ya desde principios de los 50, cuando un famoso economista ambiental
norteamericano, J.V. Krutilla, buscaba algunas maneras de preservar paisajes
amenazados por represas hidroeléctricas que el análisis costo-beneficio condenaba a
desaparecer. Introdujo entonces una sobrevaloración del valor recreativo de estos
paisajes y una infravaloración de la electricidad, bajo el argumento de que ésta última
sería mucho más barata en el futuro debido al progreso técnico. Al tiempo que, al
aumentarse los ingresos y mejorar la calidad de vida, los paisajes tendrían un valor más
alto porque serían un bien escaso.

En términos generales y dentro de esta lógica, la creciente rareza de los servicios


de la naturaleza justificaba valorarlos más, en economías como las del Primer Mundo,
en donde un metro de tierra urbana es un precioso regalo. El modelo de Krutilla-Fisher
intenta abordar la cuestión para aquellos casos en que está amenazada la existencia de
un recurso único (v. MARTINEZ ALLIER, J. 1995). También es muy fácil percibir otro
nivel problemático, el de ejecución de las políticas ambientales, que genera “ruido· en
las mediciones a nivel individual que intentan realizar algunos economistas ambientales.

Aparecen acá verdaderas cuestiones de carácter político, que nos llevan a una
tercer pregunta, o al tercer orden de problemas: la pretensión de valorar los servicios
de la naturaleza como si fueran bienes que están disponibles en un mercado. ¿Cómo
agregar una serie de valores puramente individuales, para que representen un cambio
en el bienestar social, en las opciones de bienestar de los conjuntos sociales?.

Esta cuestión tiene una clara implicancia política y antropológica. Los


individuos no son iguales en todas las culturas, y el cálculo (que reduce a los individuos
como si su comportamiento fuera homogéneo), no tiene en cuenta la manera de calcular
la diversidad en relación a cuestiones tales como las futuras generaciones.

Para salvar esta objeción, se propone recurrir al “método de la valoración


contingente”, que se basa en las preguntas directas, en la interrogación a la mayor
cantidad de personas acerca de los aspectos que poseen sentido dentro de definiciones
“émicas”, es decir, de las categorías conceptuales de los sujetos. (LACABANA, M.
,1995). Claro que los economistas ambientales suponen un nivel de información
homogénea y también cierta calificación, lo que pone entre paréntesis la construcción
social de las relaciones de clase, el accionar de los aparatos de hegemonía, la capacidad
de influenciar en la construcción de las agendas de los medios de comunicación que
disponen algunos agentes, etc.

También aparece el problema propio de todos los mercados “imperfectos”: los


precios no sólo dependen de los costos de producción, sino también de la distribución
del ingreso, y de una problemática que tiene sentido sólo si se piensa colectivamente: la
de la asignación de derechos de propiedad sobre rubros del “capital natural”, o de la
naturaleza capitalizada (tema central para entender la aproximación marxista, que será
abordada en el capítulo siguiente).

El caso internacional más conocido actualmente en el cual se discuten estas


cuestiones es el de Ecuador. La explotación petrolera en Ecuador ha vertido más
petróleo crudo a la selva que el derrame que el Exxon Valdez liberó en las costas de
Alaska. La Texaco ha tenido que afrontar un reclamo de 1.500 millones de dólares por
daños ocasionados no sólo por los derrames de petróleo, sino también por la
desforestación y los inconvenientes traídos a la vida de indígenas y de comunidades de
pioneros y colonos agrícolas promovidos por el mismo gobierno ecuatoriano que
permitió la explotación. Texaco ha extraído más de 1.000 millones de barriles de
petróleo crudo entre 1970 y 1990, por lo que los daños reclamados representan
aproximadamente un dólar y medio por barril, un 10 % del valor bruto de las ventas
(MARTINEZ ALIER, 1995).

La complejidad del problema se presenta cuando, por ejemplo, el mismo estado


ecuatoriano que permitió la explotación no apoya el litigio y trata de llegar a un acuerdo
por separado, exigiendo de la Texaco...15 (quince) millones de dólares de reparación.
Cuando se discute este tema, que aún no se ha resuelto en los tribunales de Nueva York
(pero se acepta casi que la Texaco va a terminar pagando unas cien veces menos de lo
que se le reclama, solamente algunos centavos por barril) siempre aparece la referencia
a un axioma que dice : “los pobres venden barato”, y se refiere a la debilidad estructural
de los países del Tercer Mundo, o las “economías emergentes” frente a la dinámica de
los países desarrollados. Las cantidades de dinero que pueden parecer abismales para
los países pobres, significan muy poco en la vida de las compañias que hegemonizan la
rapiña sobre los recursos naturales del planeta.

Para nuestra intranquilidad, una demanda similar a la efectuada por el gobierno


de Ecuador, pero en nuestro país, le planteó a YPF el gobierno de la Pcia. de Neuquén
en la primera parte del año 1999. La pcia. cordillerana reclama una indemnización por
daños ambientales provocados por la explotación del petróleo de alrededor de 1.000
millones de dólares, sumando el perjuicio a napas de agua, a comunidades indígenas, a
tierras inutilizadas para la explotación, etc.. El economista nacional que condujo el
cálculo del daño ambiental es Héctor Sejenovich.

Otro caso seguido con atención a nivel mundial es el de Indonesia. Quienes


visitan Indonesia se asombran de la permanente neblina que sofoca la ciudad. Esta
proviene de los incendios de bosques. Indonesia posee uno de los movimientos
ambientalistas más combativos del Tercer Mundo, pero aún así en muchos casos los
ambientalistas no pueden poner en línea a un gobierno que rifa los recursos naturales
(durante mucho tiempo fue un gobierno dictatorial, y muchas de las luchas étnicas entre
lo grupos federales y los tamiles, minoría étnica, tenían que ver con la preservación de
la autonomía de determinadas comunidades) y muchas más veces, las companías
forestales ni siquiera solicitan permisos del gobierno, sino que presionan directamente a
los líderes locales. Estas comunidades ven como en pocos menos de dos meses todo el
territorio que ocuparon sus ancestros por siglos es desforestado, y la lluvia convierte
rápidamente en roca el precario suelo. Aún cuando hayan podido hacer un arreglo
colectivo con las compañías, deberán migrar a engrosar el cordón de miseria de
Yakarta, Bandung o de Surabaya (las tres ciudades más importantes).

Así se repiten los casos en los lugares en donde los últimos siglos la presencia
colonial ha instalado una debilidad política crónica que deja inermes las comunidades
frente a las nuevas formas de trasnacionalización de las economías. En muchos casos,
para las “economías emergentes”, el esquema de apertura sin restricciones al mercado
mundial es suicida, y no hay casi espacio para hablar de derechos colectivos. De ahí que
todos estos conceptos teóricos que la Economía Ambiental ha desarrollado sean
inaplicables a la realidad de asimetría de poder de la mayoría de los países
desarrollados.
Aún así subsisten otras problemáticas cuyo ejercicio teórico nos vincula con una
serie de incertidumbres, pero todas provienen de la observación de cuestiones de hoy.
Para ir pasando a otro nivel de análisis, se puede mencionar el caso de Finlandia, que en
el campo del medio ambiente logró una gran reducción en la emisión de dióxido
sulfúrico generado por la industria papelera (que, junto con la forestal y la fabricación
de teléfonos celulares, es el eje de la economía del país). A partir de este hecho, se
descubrió que el 50 % de la polución atmosférica de Finlandia provenía...de los países
vecinos. La pregunta que tendríamos que resolver es si es posible pensar, en ciertos
problemas, sólo en el marco de un estado local o regional, o si debemos ampliar el
análisis a problemáticas estratégicas de otros niveles.

La reacción a estos métodos de explotación es la base de muchas luchas


populares, y las experiencias de negociación se cuentan por centenares, algunas con
mayor o menor éxito. En general, se acepta que las empresas deben internalizar costos
de una gestión ambiental descuidada, y hasta el Banco Mundial recomienda medidas de
regulación ambiental muy estrictas para financiar determinados procesos de explotación
de recursos naturales.

Pero todos estos aspectos que hemos ido consignando como insuficiencias de los
órdenes de problemas en los que desemboca la pretensión de ponerle precio al ambiente,
se ponen todavía más de manifiesto cuando se aborda el tema de los recursos naturales.
El pionero en relación a este punto es Harold Hotelling, quien formuló algunas
cuestiones fundamentales en relación a la agotabilidad de los recursos naturales y al
impacto en los mercados que tiene esta característica.
Hotelling publicó su artículo en 1931, en The Journal of Politic Economic, y modelizó
una serie de mecanismos que, décadas más tarde, cobraron mucha importancia al calor
de los debates suscitados por el Informe Meadows8 y otros trabajos del MIT y del Club
de Roma.

8
. El Informe Meadows es el nombre con que se popularizó el trabajo denominado “Los límites del
crecimiento”. Fue realizado por Dennis Meadows, y básicamente consistió en un modelo
matemático que extrapolaba los datos del ritmo del crecimiento económico occidental y la exacción
de recursos naturales que esto implicaba. En términos numéricos, el año 2050 era el límite fijado
para la supervivencia de la especie humana si se continuaba con los procesos económicos de la
sociedad capitalista y la carrera armamentista entre EE.UU. y la URSS.. El colapso civilizatorio
vendría mucho antes, debido a que el ritmo de extracción de recursos sería imposible de sostener
En otra expresión típica de la concepción neoclásica, Hotelling establece que :

“...el precio, neto de costos de extracción, de la unidad marginal de un


recurso debe crecer a un ritmo igual a la tasa de interés del mercado. Si
ello sucede así, la extracción del recurso se realiza en condiciones de
eficiencia y de equilibrio en un mercado competitivo, y la industria opera
en una situación de óptimo social. No se justificarían entonces los
llamados para un control público, basados en el supuesto de que la
explotación privada tiende a sobreexplotar más en general, a mal
explotar el recurso...” (GUTMAN, P., 1985:52)

La noción de óptimo social aparece, en la concepción de Hotelling, remitida al


futuro, por lo que penetra en el terreno de lo que se denomina la “asignación
intergeneracional óptima de los recursos agotables”. Pero esta cuestión está asociada a
la demanda, ya que para asignar óptimamente un recurso natural agotable debería
conocerse lo que las futuras generaciones van a demandar.

El análisis de la conformación del precio de un recurso natural sería analizado y


criticado por Solow (1974), planteando que las cuestiones que era necesario conocer
para poder arribar a un óptimo de asignación intergeneracional eran imposibles. Entre
otras críticas, la falta de capacidad explicativa real y la imposibilidad de reunir los datos
acerca del futuro (mercados de futuro organizados, necesidades de consumo de recursos
perfectamente claras y delimitadas por los consumidores, empresarios que conozcan al
detalle la evolución futura de sus costos de producción, la evolución futura de las tasas
de interés, etc.). Es decir, los parámetros relevantes para establecer el precio óptimo de
un recurso no renovable (tasa de descuento, el precio de la tecnología sustitutiva, el

y la contaminación del aire y de los mares destruiría prácticamente los ecosistemas humanos. Si
bien el informe demostró, con argumentos científicos, que el desarrollo económico capitalista tiene
límites planetarios, se le objetaron aspectos metodológicos (combinación de variables,
construcción de datos, etc.) y aspectos epistemológicos (concepción lineal de la evolución
humana, imposibilidad de cambio social, etc.).
costo de extracción, la demanda y sobre todo, las existencias del recurso) aparecen
inciertos 9.

Pero el problema de fondo del análisis neoclásico de los recursos naturales es


que las soluciones en las que se alcanza un equilibrio formal ponen entre paréntesis la
realidad institucional (social, política, histórica, etc., que ha construido la red
institucional que atraviesa el proceso económico) y que permite que los actores se
comporten en el mercado de manera diferente de lo que la solución formal recomiende.
Según Hotelling, el precio de recursos como el petróleo o el hierro deberían subir
constantemente, a medida que las reservas se van agotando (y que esta presunción de
agotamiento se refleja en una elevación de la tasa de interés).

Esto último no se corresponde lo que el nivel empírico muestra. Es que cualquier


recurso natural o materia prima requiere de relaciones sociales para su extracción y
puesta en el mercado. Y cuando estas relaciones son de dominio y explotación, las
posibilidades “políticas” de mandar sobre el precio son escasas para las comunidades
que dependen de ese recurso.

No es necesario abundar sobre el caso del petróleo que abastece al Primer


Mundo. Gerenciado por gobiernos “amigos”, tiene un precio descendente, a pesar de su
creciente escasez y de su vitalidad para la civilización industrial. Los esfuerzos políticos
y militares que realizó Occidente para mantener el control sobre el Golfo Pérsico
incluyeron una guerra, pero también el fomento de aparatos políticos serviles a partir de
aprovechar los sistemas de parentesco característicos de Medio Oriente. Algunos
emiratos se transformaron en “hydrocarbon societies”, porque ningún resquicio de la
estructura parental de la clase dominante está fuera de los circuitos de producción de
petróleo.

Pero la explicación liberal acerca de la baja de precios está centrada en


argumentos endógenos al proceso económico, especialmente en cuestiones ligadas al
avance tecnológico y al reemplazo de recursos naturales por materiales sintéticos.

9
. En un sentido más amplio, también caben las mismas críticas que Paul Davidson efectúa a la
idea de equilibrio que predomina en la economía neoclásica. (v. Davidson, Paul. “Economía
poskeynesiana. La solución de la crisis de la teoría económica”. En: Bell, D. y Kristol, I. La crisis en
la teoría económica. Buenos Aires, Ed. El Cronista Comercial.
Algunos ejemplos empíricos, en abstracción de contextos político-sociales, parecen
dotar de cierto respaldo a esta visión. Casos como el caucho o el cobre (éste último
reemplazado por fibra óptica) otorgan sustento empírico, si se coloca entre paréntesis la
lucha norteamericana previa a la guerra por asegurarse reservas naturales de materiales
estratégicos a escala planetaria (esquema que hoy se está repitiendo con el petróleo).

Otro núcleo teórico derivado del enfoque de balance de materiales (además de la


preocupación por la determinación de los mecanismos formales de asignación de
precios) es la noción de capital natural. Este deviene también de la misma
preocupación por el mantenimiento del stock de recursos naturales, frente a la certeza de
agotamiento. Este punto es relevante leerlo en función del proceso de expansión
semiótica del capital que conceptualiza Martin O´Connor, y que abordaré más adelante.

Y un tercer problema ubicado en esta misma dirección es la valuación monetaria


de la preservación del ambiente considerado “natural”, que ofrece servicios recreativos,
paisajísticos, e inclusive, de banco genético. Aquí reaparecen las cuestiones
mencionadas en páginas anteriores, acerca de la centralidad de los métodos de
“valoración contingente”, “precios hedónicos”, “costo de viajes”, etc.. Pensado como un
recurso agotable y en condiciones de elegir si se preserva o no, aparecen los modelos
como el ya mencionado Krutilla-Fisher, etc.

Para hacer una síntesis apretada, el intento de ponerle un precio de mercado a los
problemas de contaminación y al uso de los recursos naturales tiene dos vertientes
analíticas. La que se origina en visiones “conservadoras” se centra en el mantenimiento
de los derechos de propiedad privada sobre el ambiente. Las responsabilidades en el uso
de los recursos y en el vertido de contaminantes la tiene quien usufructúa el derecho de
propiedad, y puede compensar tanto al afectado por la contaminación, como éste último
puede compensar al titular de un derecho por no contaminar. La vertiente que se basa en
la regulación monetaria de los perjuicios ambientales, reconoce la necesidad de fijar una
compensación monetaria equivalente al daño ambiental producido. Esta compensación
requiere una intervención del Estado en la fijación de sanciones e incentivos
económicos. De esta vertiente deriva el enfoque denominado “balance de materiales”
Ambas posiciones reconocen la existencia de externalidades ambientales, y
ambas requieren el desarrollo de un instrumental metodológico y técnico para monetizar
y mercantilizar aspectos que nunca hasta ahora se habían monetizado. En general, la
economía ambiental adolece de los mismos problemas epistemológicos que se le ha
criticado al enfoque neoclásico de la economía. La pretensión formal de equilibrar las
ecuaciones no se corresponde ni con la dinámica de los sistemas sociales ni mucho
menos con el “desorden” y desequilibrio ecológico que caracteriza a los sistemas
naturales.

3. Problemática ambiental y marxismo

Uno de los pilares del andamiaje teórico con que Marx estudió la dinámica del
sistema capitalista es la teoría acerca del valor del trabajo. Esta centralidad, y sobre todo
el argumento sostenido en el capítulo 5 de “El Capital” (donde conceptualiza las
diferencias entre el trabajo humano y la transformación de la naturaleza que realizan
algunos animales sociales, como la abeja), se apoyan en una concepción del cambio
como avance material y tecnológico.

Por esto último (y tal como fuera también desarrollado por Engels en “Dialéctica
de la Naturaleza”10) no puede pensarse en los cambios naturales como si fuera un
“trabajo”: la Naturaleza no tiene intencionalidad, porque no hay reificación de sus
representaciones mentales previas, y por lo tanto, no hay un “sentido de la historia” por
fuera de las sociedades humanas.

La concepción marxista hace hincapié en el desarrollo y expansión del


capitalismo motorizado por la lucha de clases, y no hay argumentos o planteamientos
acerca de un problema que surge en el presente siglo: el de los “límites naturales”, los
10
. Me parece una contribución interesante de Engels su atención a lo que hoy se puede llamar
“resultados no previstos de la aplicación de tecnologías” o “racionalidad no intencional”: “...No
debemos, sin embargo, lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la
naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que
todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean,
además, otros imprevistos con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los
primeros. Quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia , el Asia Menor y otras
regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para
el estado de desolación en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al talar los bosques,
acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad” (ENGELS, F.,
1961: 151).
topes o frenos a la expansión planetaria del modo de producción capitalista debido a que
se queda sin base material, sin soporte natural para transformar en mercancía.

De este agotamiento de los recursos a escala planetaria y de las señales de


alarma que estallaron en todo el mundo, la corriente de pensamiento denominada
“ecomarxismo” sostiene que es uno de los emergentes de una nueva contradicción.
Marx derivaba todas las transformaciones sociales de la contradicción primaria entre
capital y trabajo; los ecomarxistas argumentan que la crisis ecológica actual y el
surgimiento de nuevos movimientos sociales denuncian el surgimiento de una segunda
contradicción: entre la formación histórica de la naturaleza y la evolución del modo de
producción capitalista, en su fase actual de transición desde el fordismo hacia la
acumulación flexible.

El teórico que ha sistematizado esta idea de la Segunda Contradicción es James


O´Connor. En un artículo publicado en 199111 explica que:

“...el punto de partida de la teoría “marxista ecológica” de la crisis


económica y de la transición hacia el socialismo es la contradicción
entre las relaciones de producción capitalistas (y las fuerzas
productivas) y las condiciones de producción capitalistas, o entre las
relaciones capitalistas y las fuerzas de reproducción social. Marx definió
tres clases de condiciones de producción. La primera son las condiciones
físicas externas, o los elementos naturales que entran en el capital
constante y variable. Segundo, definió la fuerza de trabajo de los obreros
como las condiciones personales de producción. Tercero, Marx se refirió
a las condiciones generales, comunales, de producción social, por
ejemplo, los medios de comunicación. ¿Qué son hoy las condiciones de
producción?. Hoy se habla de las condiciones físicas externas en
términos de la viabilidad de los ecosistemas, los niveles atmosféricos de
ozono, la estabilidad del litoral y las cuencas de los ríos, la calidad del
agua, del aire y la tierra...En los conceptos de condiciones físicas
externas están implicados los conceptos de espacio y entorno social.

11
. O´Connor, James. “Las condiciones de producción. Por un marxismo ecológico, una
introducción teórica”. En. Ecología Política nro. 1, Barcelona, ICARIA/FUHEM, 1991.
Incluimos, por lo tanto, como condición de producción, el espacio
urbano (la naturaleza capitalizada como urbana) y otras formas de
espacio que estructuran y están estructuradas por la relación entre las
personas y el medio ambiente, que a su vez ayuda a producir entornos
sociales...” (O´CONNOR, JAMES, 1991: 115 -116).

Esta larga cita es el núcleo desde el cual parte el autor para construir otra mirada
sobre la crisis del sistema capitalista, que deviene de los “límites naturales” y la
consiguiente exigencia para el capital de re-estructurar constantemente las condiciones
de producción (lo que conlleva modificaciones en la esfera de la reproducción, como se
verá más adelante). La aparición de los “límites naturales” deviene de algo que Marx ya
había notado, que es que la explotación humana destruye o arruina la base natural. Pero
no argumentó que la destrucción ambiental podría ser una barrera surgida desde la
misma dinámica del sistema capitalista, por las dificultades que la escasez de recursos y
la contaminación generan a la acumulación de capital.

Esta “Segunda Contradicción” también es externa a los límites tradicionales que


se le fijan al sistema económico, y por ello mismo más difusa y diversa. Deriva de la
apropiación y el uso autodestructivo de la fuerza de trabajo, del espacio, de la
infraestructura urbana y de los recursos naturales.

Ahora bien, lo que James O´Connor teoriza como “condiciones de producción


actuales” es lo que la Economía Ambiental denomina “externalidades” : los costos de la
producción (que no inciden en el valor del trabajo o en los procesos de formación de
precios) , que aparecen para los economistas como gastos destinados a salud o
educación, transporte urbano, infraestructuras, etc. y que, como ocurre con los costos
derivados de la destrucción del ambiente, se socializan para poder garantizar la
apropiación privada de la riqueza. La “Segunda Contradicción” se expresa en la
dificultad de los procesos productivos de reproducir sus condiciones de existencia, y al
originarse esta dificultad en procesos de explotación muy diferentes (dadas la diversidad
de ecosistemas, de recursos, de procesos contaminantes, etc,), no aparece ningún
elemento equivalente a la explotación que sufre el obrero en la Primera Contradicción
(capital/trabajo).
Esta es la explicación que se desprende para entender el surgimiento del
Ambientalismo/Ecologismo en sus múltiples variantes y en toda su diversidad
(ecologismo cosmético, feminismo esencialista verde, luchas vecinales EMPN,
movimientos urbanos, ONGAs de diferentes tipos, redes de acción política
ambientalista, etc., v. VIOLA Y LEISS, 1990, RIECHMANN Y FERNANDEZ BUEY,
1994). Como antagonista del Capital, el Ambientalismo/Ecologismo se suma al
movimiento obrero como actor en la transformación social, y los logros de su accionar
dificultan la explotación de los recursos naturales, inciden simbólicamente sobre las
actitudes de los consumidores y por lo tanto (hipotéticamente) puede hacer disminuir la
tasa general de ganancia.

En otro trabajo teórico, publicado unos años después, en 1995 y en la misma


revista, Martin O´Connor utiliza otra categoría para ampliar la explicación sobre la
exigencia de reproducción del capitalismo:

“...el modus operandi del capital como sistema abstracto experimenta


una mutación lógica. Lo que anteriormente se consideraba un ámbito
externo y explotable, ahora se redefine como un stock de capital. En
consecuencia, la dinámica primaria del capitalismo cambia, pasando de
la acumulación y el crecimiento alimentados en el exterior de lo
económico a ser una forma ostensible de autogestión y conservación del
sistema de naturaleza capitalizada encerrada sobre sí misma. A este
proceso, que también lo podríamos llamar la expansión semiótica del
capital se une la co-opción de personas y movimientos sociales en el
juego de la “conservación”...”. (O´CONNOR, MARTIN, 1994: 17).

El resultado de esta expansión semiótica del capital no es la armonía, el


“equilibrio” o justamente la conservación (término utilizado frecuentemente con un
sentido legitimador), sino el incremento de la competitividad en la apropiación de los
recursos naturales recurriendo a cualquier medio y sin ningún tipo de escrúpulos. Por lo
que la crisis del capital (que en la primera contradicción Capital constante/Capital
variable se manifestaba como momentos de sobreproducción) se manifiestan como
crisis de costos :
 los costos que el capitalista externaliza y no paga, aumentan los costos de otros
capitalistas y de la reproducción de todo el conjunto, inclusive los servicios/subsidios
que brindan los estados al capital en cada sector de la economía.

El avance de Martin O´Connor es reparar en que el proceso implica una


producción ideológica central a la legitimación de la apropiación de la naturaleza (y en
el modo de producción flexible, directamente el patentamiento y la mercanitilización de
la vida reproducida con las biotecnologías actuales), y no sólo un simple dominio
material por ocupación y conquista física. Es una conquista semiótica de la Naturaleza.

En este punto, convergen con uno de los antropólogos marxistas que ha


teorizado sobre la articulación entre la Naturaleza y la Cultura de manera más fértil:

“...al contrario que los demás animales sociales, los hombres no se


contentan con vivir en sociedad, sino que producen la sociedad para
vivir; en el curso de su existencia inventan nuevas maneras de pensar y
de actuar sobre ellos mismos, así como sobre la Naturaleza que los
rodea. Producen la cultura y fabrican la historia...” (GODELIER, M.
1989: 17)

Con esta noción, Godelier se introduce a trabajar la temática del papel que
juegan los sistemas simbólicos en la producción de la articulación a la Naturaleza. Ya
había adelantado elementos de este acercamiento en un texto de 1976 “Antropología y
biología. Hacia una nueva cooperación” (Barcelona, Anagrama), donde ya planteaba la
centralidad de conceptos como racionalidad, dialéctica opacidad/transparencia (que
sería lo que cada sistema social muestra o informa a los sujetos de sus propias
condiciones de reproducción), desequilibrios funcionales, etc., para poder comprender
la adaptabilidad del capitalismo a explotar los recursos de todos los ecosistemas del
planeta.

Curiosamente, estos análisis (y sobre todo la necesidad de re-dimensionar los


aspectos ideológicos y simbólicos en el proceso de apropiación de la Naturaleza a escala
planetaria) confluyen con una elaboración de uno de los más ácidos detractores de la
perspectiva marxista tradicional, Jean Baudrillard, quien expresa que :

“...La Naturaleza (que parece convertirse en hostil, deseosa de vengar su


explotación mediante su deterioro) debe participar. Con la Naturaleza,
al mismo tiempo que con el mundo urbano, es necesario recrear la
comunicación (es decir, implantar la armonía) a base de multitud de
signos (como debe ser recreada entre empresarios y trabajadores, entre
los gobernantes y los gobernados, con la fuerza de los medios de
comunicación y con la planificación)...” (BAUDRILLARD, J., 1972:
185)

Una coincidencia de todos estos autores es que ha habido una “mutación lógica”,
un cambio de concepción acerca de la Naturaleza, que es clave para explicar la “huida
hacia adelante” del capitalismo post-industrial, cuyos agentes son conscientes de la
crisis de costos y, como estrategia, consiguen convertirla en factor de reproducción del
sistema capitalista en su conjunto:

“...Uno de los principales destructores de la capa de ozono se atribuye el


mérito de ser un precursor en su defensa. Una gran compañía petrolera
afirma adoptar un principio de precaución sobre el calentamiento
global. Un importante fabricante de productos agro-químicos
comercializa un pesticida tan peligroso que ha sido prohibido en
numerosos países mientras propagandiza que la compañía ayuda a
combatir el hambre. Una firma petroquímica utiliza los residuos de un
proceso contaminante como materia prima para otro y lo presenta como
una iniciativa de reciclaje. Una compañía corta madera de una selva
tropical y la reemplaza por un monocultivo de una especie exótica y a
esto llama proyecto de desarrollo forestal sostenido...” (NIETO,
JOAQUIN, 1995: 153)

Lo que simplemente aparece como un lavado de imagen para legitimar las


políticas empresariales, se teoriza como algo más amplio: mecanismos semióticos de
generación de consenso para expandir mercados y crear nuevo valor para sus productos,
y para tecnologías que prometen descontaminar y remediar los ecosistemas que los
mismos que hoy las venden han contaminado.

En virtud de esta mutación lógica, la Naturaleza aparece también como un stock


de capital: ya no es algo externo a la cultura sino un objeto que, en virtud del dominio
de sus claves genéticas, es transformable en mercancía y re-creable en un laboratorio
para su intercambio cuantas veces lo requiera el proceso económico.

En realidad, la discusión que propone Baudrillard, y que es tomada como


contribución por el “mainstream” ecomarxista, es más compleja que lo que presenta
Martin O´Connor en el artículo ya mencionado. Se basa en la idea de que la
capitalización de la Naturaleza ya no está guiada por la necesidad intrínseca de la
ganancia, sino por un proyecto de dominación simbólica de la esfera de la cultura, para
reproducir las relaciones de producción capitalistas como una forma social abstracta.
La dificultad de valorizar los procesos naturales, así como la inconmensurabilidad entre
la lógica del capital y las diferentes dinámicas productivas de los ecosistemas, estarían
llevando a una pérdida de referentes reales, y a de-sustantivizar las luchas sociales del
ecologismo.

Esta cuestión, batalla por el control ideológico (la “Madre de Todas las
Batallas”) es, en definitiva, una estrategia del Capital por apropiarse de la Naturaleza y
transferir los costos ecológicos a los grupos y clases sociales desposeídos. La obsesión
semiótica por codificar el mundo como capital natural sustituiría, según Baudrillard, la
pulsión de la ganancia como motor del proceso de reproducción del capital. Afirmación
compleja y arriesgada, comprensible en el marco de la búsqueda posmoderna por
reducir el mundo material a su interpretación simbólica. (v. Baudrillard, J.,1996)12

12
. Tal afirmación de Baudillard debe leerse como inscripta en una corriente que se opone al
reduccionismo materialista en que incurrieron diversas corrientes filosóficas y sociológicas,
enmarcadas en la tradición académica europea, y que adquirieron preponderancia política a fines
de los 60´. El intento por balancear tal reduccionismo generó también un excesivo idealismo, pero
finalmente sobrevivieron síntesis teóricas que están siendo fertilizadas. Pienso que Baudrillard
acierta en resaltar los componentes semióticos que permiten codificar el mundo según una
categoría occidental, pero me parece discutible interpretar la dinámica de los procesos de
acumulación de capital según el modelo de las pulsiones en oposición de base freudiana. Esta
misma objeción puede plantearse para el abordaje de Toni Negri, en cuanto al uso de la categoría
“deseo”. No es que el nivel psicoanalítico no sea un componente válido en cuanto a la explicación
del funcionamiento del mercado y de otras instituciones sociales. Pero no puede ser el único,
como tampoco puede serlo el semiótico o el lingüístico en una teoría de la cultura.
Lo sostenido por ambos O´Connor, Martin y James, en cuanto a las condiciones
de producción, la expansión semiótica del capital y la importancia de las dimensiones
simbólicas en la articulación compleja Cultura/Naturaleza, y la hipótesis de la Segunda
Contradicción, son los núcleos distintivos de la corriente eco-marxista. Se encuentra
problematizados en la revista Capitalism, Nature, Socialism , fundada por James
O´Connor en 1988, con el objetivo de proponer una reconstrucción crítica del marxismo
problematizando desde las discusiones acerca de la problemáticas ambientales
mundiales. La revista tiene versiones simultáneas en inglés, francés, italiano y español,
y su comité editor organiza seminarios anuales. Se publican también contribuciones
teóricas de ambientalistas y académicos latinoamericanos, como Enrique Leff, Víctor
Toledo y Silvio Funtowicz.

Y es particularmente interesante el privilegio que se otorga a la


interdisciplinariedad. Así, diversos análisis incorporan conceptos provenientes de la
teoría termodinámica de los sistemas abiertos, como “apertura, dispersión o
indeterminación, procesos estocásticos”, o de la ecología “coevolución, codependencia,
huella ecológica”, de la antropología “procesos de transición simbólica,
esquismogénesis, incrustación13, opacidad/transparencia”, etc., además del uso variado
de las categorías marxistas clásicas.

Pero el eco-marxismo no se crea en el vacío. En tèrminos sociales, está


totalmente relacionado al avance de los movimientos ecologistas/ambientalistas y a sus
alianzas con sectores del feminismo, del sindicalismo obrero europeo y del agrarismo
campesino latinoamericano, y con científicos críticos del uso de las biotecnologías sin
control. En términos teóricos, el antecedente más importante del ecomarxismo se
encuentra en la obra del antropólogo Karl Polanyi, especialmente en un libro publicado
en 1944, titulado La gran transformación14. Este texto trata de las maneras en que el

13
. El término utilizado en varios artículos es “imbededness”, que podría entenderse
alternativamente como articulación, y que proviene de los trabajos de antropólogos culturalistas
norteamericanos que supieron observar cómo determinadas instituciones (en el sentido teórico del
funcionalismo malinowskiano) podían “incrustar” a otras, constituyendo redes de relaciones
empíricamente observables y permitiendo la transmisión de ciertas “herencias sociales”.
14
. Curiosamente, este texto es muy poco citado (y no sé si conocido) entre los antropólogos
latinoamericanos. En Argentina, no aparece en las bibliografías de las carreras de grado, en la
materia de Antropología Económica, en ninguna de las tres universidades más importantes donde
mercado capitalista aniquila la naturaleza, destruyendo sus propias condiciones sociales
y medioambientales. Pero también se nutre con aportes de autores como Murray
Bookchin, que desarrolló una teoría de la “ecología social” en EE.UU. sosteniendo
categorías libertarias de base anarquista, reivindicando la descentralización del poder, la
toma de decisiones comunitarias en cuanto al uso de los recursos, a la utilización de
tecnologías “adecuadas”, etc..

Obviamente, el núcleo de la reflexión marxista en que se basa esta corriente


también es, a mi entender, bastante sólido y no me parece encontrarse desactualizado. Si
bien Marx no pudo prever la magnitud de la actual crisis ambiental y los desequilibrios
ecológicos globales, sí logró anticipar los efectos del modo de producción capitalista en
la pérdida de fertilidad de los suelos. Ciertamente, creo que el marxismo ha construido
una categoría filosófica de la Naturaleza, como se desprende de algunos aspectos de las
obras de Lukács. Y también ha formulado un concepto de naturaleza fundado en una
metafísica del ser social como ser productivo y del proceso de trabajo como mediador
de toda forma de apropiación social de la Naturaleza.

Esto último ha sido vuelto a problematizar por A. Schmidt, en su texto de 1976,


“El concepto de naturaleza en Marx”. Polanyi se centra en el papel de la evolución del
mercado, Bookchin en el control cada vez más centralizado del poder, pero en los
trabajos de Marx todavía se encuentran las cuestiones medulares acerca del proceso de
trabajo, “proceso determinante del metabolismo entre sociedad y naturaleza”. En el
capítulo 3 del libro de Schmidt están analizadas las maneras en que la destrucción de la
naturaleza aparece como un efecto sobredeterminado por la explotación del trabajo. A
mi entender, el logro del análisis de Schmidt se encuentra en explicar de qué manera el
concepto de naturaleza que utiliza Marx proviene de la necesidad de diferenciarse de la
ideología naturalista del siglo XVIII, por lo que construye su enfoque de las
determinaciones sociales sobre la Naturaleza mencionada anteriormente.

Esta exigencia epistemológica que el pensamiento marxista debió enfrentar es,


según Schmidt, la razón por la cual Marx excluyó la contribución específica del mundo
natural como fuerza productora de riqueza y de valores de uso. De ahí también que el

se enseña. James O´Connor reconoce haber utilizado planteos de Polanyi para re-caracterizar la
noción marxista del concepto de “condiciones de producción” (O´Connor, 1991:114)
impulso dado al desarrollo de la producción en las experiencias del socialismo real (que
terminaron generando desastres equivalentes a los del capitalismo, pero en la mayoría
de los territorios de la ex-URSS), los intentos innumerables de ganar “la lucha final
contra la Naturaleza” que se preconizaran especialmente desde Stalin en adelante, y el
énfasis en puesto en buscar una medida única del valor. El concepto de tiempo de
trabajo socialmente necesario, patrón de medida del valor, excluye a las condiciones de
producción que configuran la “oferta” o “soporte” natural irreductibles a unidades
temporales y espaciales homogéneas, dadas la diversidad de los ecosistemas y la
complejidad de los procesos socioambientales.

Un “racconto” de las críticas al marxismo desde una perspectiva ecológica es


posible encontrar en un artículo de John Bellamy Foster (1995)15. Estas críticas pueden
ser agrupadas en dos grandes temas, según este autor: el de las fuerzas productivas y el
del valor. Es interesante ver la discusión del primero de ellos. Los argumentos de los
críticos se centran en que Marx consideraba el desarrollo de las fuerzas productivas
benéfico de por sí, que entendía la producción desde una perspectiva prometeica, que
reparaba en la naturaleza tan sólo como un objeto a ser dominado, y que, al utilizar los
conceptos de producción o productividad, no tomaba en cuenta los perjuicios que la
acción humana podía provocar sobre la naturaleza. Pero estas cuestiones pueden
relativizarse: como A. Giddens (1995) señala, el énfasis productivista era un núcleo de
la concepción antropocéntrica dominante en la época en que Marx analizó al
capitalismo, donde ya había una fuerte discusión teórica y cierta producción artística
(especialmente literaria) en la que se oponía la liberación humana en función de la
dominación del resto de la naturaleza.

En cuanto al análisis marxista del valor y sus críticas desde una perspectiva
ecológica, éste se reduce a lo que Marx pudo abordar en sus análisis, o sea, a los efectos
de la inversión de capital en un medio natural, heterogéneo y monopolizable. Esto dio
origen a la denominada Teoría de la renta capitalista del suelo, explicada en la sección
sexta del tomo III de El Capital, y su núcleo analítico procede de los trabajos de David
Ricardo que Marx acierta a discutir. Pero se reconoce que, en este marco, todas las
referencias a la Naturaleza fueron secundarias, porque la preocupación de Marx era

15
. El artículo original no pude obtenerlo completo. Una versión resumida puede leerse en
FOSTER, J.B.. “Marx and the environment”. Montly Review, New York, July/August 1995,
entender la dinámica de la tasa de ganancias (y no tanto el papel que la Naturaleza
jugaba en ésta). Aún así, algunas cuestiones son susceptibles de ser actualizadas.
Porque, aunque en el siglo XXI las multinacionales de la biotecnología puedan
prescindir del suelo e impulsar los cultivos hidropónicos y/o tecnologías similares, el
suelo (ahora codificado como capital natural) sigue siendo un aspecto clave para
incorporar la Naturaleza en el valor. Si relacionamos este aspecto con lo que propone la
economía ambiental, en el sentido de regular los procesos de deterioro ambiental
mediante el manipuleo de precios (o introduciendo otros argumentos en la creación de
valor), vemos que la regulación se vuelve inviable en situaciones en que inversiones
suplementaria de capital permiten lograr ganancias extraordinarias (en el caso de la
tierra sería el equivalente a la renta diferencial II). Es lo que sucede con el agro
argentino en el actual proceso de reconversión hacia una “agricultura de precisión”,
basada en la combinación de los ya conocidos plaguicidas, fertilizantes y otros
productos originados en la “Revolución Verde” con los Organismos Genéticamente
Modificados16.

Lo cierto es que el ecomarxismo, como corriente teórica (articulada a


modalidades de acción social y de praxis política) está aún en construcción, pero plantea
la exigencia de abrir nuevas vías teóricas y metodológicas para dar cuenta de la cuestión
de los “límites naturales a la expansión del capital”. La mejor síntesis de esta exigencia
se encuentra formulada de la siguiente manera:

“...se plantea el problema de conocer los procesos que determinan la


formación de los recursos naturales y los equilibrios ecológicos que
sustentan a los procesos productivos. De allí se plantean dos opciones
teóricas: a) la incorporación de la estructura y funcionamiento de la
base ecosistémica de recursos naturales y de la dinámica ecológica a la
dialéctica social del proceso de producción y reproducción del capital,
b) pensar el ambiente como un potencial productivo basado en la
articulación de procesos productivos de diverso orden (natural, cultural,
económico y tecnológico), y en los procesos ecológicos como procesos

16
. Por ejemplo, en los últimos siete años de la década, la soja transgénica sembrada en nuestro
país superó las 5.500.000 has.. Muchos productos ingresados en el mercado están hechos con
cosechas de soja transgénica, cuyos efectos en la salud están muy lejos de ser evaluados aún en
los sistemas sanitarios más evolucionados.
co-determinantes de la producción, llevando a una reformulación
paradigmática , no sólo de la teoría de la producción capitalista, sino de
todo proceso sustentable de desarrollo.” (LEFF, E.; 1994:338).

Obviamente, tal reformulación requiere un altísmo desarrollo de la


transdisciplinariedad, y no sólo de la interdisciplinariedad. Algunos, como Roberto
Fernández (1996) y el mismo Leff, plantean el cruce teórico en la categoría
“problemática ambiental” como un nuevo paradigma del saber, en tanto eje de la
complejidad y de la necesaria reorganización de saberes disciplinarios. Pero entrar en
este tema ya nos desvía de la descripción breve de los núcleos conceptuales del
ecomarxismo que estaban propuestos para este punto. Por lo que es el momento de
pasar al siguiente.

4. Ecología política y economía ecológica.

El renacimiento del ambientalismo en los ´60 estaba limitado a los países


industrializados del Norte. Lo que se denominó “ecologismo popular” fue, en realidad,
un término que agrupaba luchas tan disímiles como el Movimiento Chipko en la India,
los reclamos de los Tigres de Tamil en SriLanka, la preservación de los ecosistemas
andinos y costeros del Pacífico en Perú y Chile, los reclamos de los caucheros de la
Amazonía, etc.. O sea, una serie de movimientos populares que, entre sus variadas
demandas, sostenían la preservación de los recursos naturales como condición de
supervivencia de las comunidades asociadas a ellos.

En términos gubernamentales, las políticas ambientales de los países del Tercer


Mundo no existían. Muchos gobiernos consideraban la “cuestión ecológica” como un
estadio que aparecería una vez alcanzada la etapa de desarrollo industrial. Para otros,
hablar de la “contaminación ambiental” en los mismos términos que los voceros de los
gobiernos europeos y norteamericano era casi de “ciencia ficción”, o un lujo que no se
podían permitir17. La narrativa de los países dominantes coincide en ubicar la génesis de

17
. En Argentina, curiosamente, el planteo ambientalista lo realizó Perón en 1973, al regreso de su
exilio. Un par de interpretaciones del tema ambiental en sus “Discursos” habilitaron a la creación
del primer organismo específico a nivel nacional, la Secretaría de Planificación y Ordenamiento
la problemática ambiental en las denuncias de diversos científicos y académicos durante
los años ´60, que llamaron la atención de políticos y empresarios acerca de la gravedad
del impacto de la sociedad industrial en los ecosistemas. El primer hito que se cuenta en
esta historia ubica a la Conferencia de Estocolmo, reunión de la Naciones Unidas
realizada en 1972 para tratar el tema del Ambiente Humano, como el primer paso dado
en la búsqueda de una política ambiental internacional. De esta conferencia resulta el
establecimiento del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la
creación de agencias nacionales de protección ambiental en los países desarrollados.

El ya mencionado “Informe Meadows”, cuyo título en realidad era “Los límites


del crecimiento”, es frecuentemente mencionado como otro faro en la cuestión
ecológica. Elaborado por científicos del MIT, constituye un documento valioso como
muestra del resurgimiento del neo-malthusianismo, uno de los polos ideológicos más
fuertes en torno al cual se agrupan varios sectores del ambientalismo norteamericano.
Pero la virtud de este informe fue la de llamar la atención de los sectores más poderosos
del capitalismo mundial, acerca de que la cuestión ambiental presenta una ecuación sin
resolución a la vista para el sistema capitalista.

La historia “oficial” de la “crisis ecológica” coloca también el surgimiento del


concepto de “sustentabilidad” como otro paso significativo en la comprensión del
problema. En realidad, el contexto de surgimiento de este concepto estaba ya lo
suficientemente complejizado con diversas visiones. La “cuestión ambiental” se podía
entender como un campo de disputa discursiva, en el sentido en que Bourdieu le otorga
a la palabra campo:

“...Puede definirse como una red o configuración de relaciones objetivas


entre posiciones. Estas posiciones se definen objetivamente en su
existencia y en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, ya sea
agentes o instituciones, por su situación actual y potencial en la
estructura de distribución de las diferentes especies de poder o de capital

Ambiental, que comenzó un trabajo de corte tecnocrático dirigido a relevar los recursos naturales y
a intentar regular los impactos del desarrollo económico de base industrial. Esta experiencia se
desnaturalizó por la dictadura, y algunos de los sobrevivientes de la misma hoy tienen un
interesante protagonismo académico, y están articulando al país a una red internacional de
instituciones universitarias que producen información y trabajos en materia de gestión ambiental
urbana.
simbólico - cuya posesión implica el acceso a las ganancias específicas
que están en juego dentro del campo - y de paso, por sus relaciones
objetivas con las demás posiciones (dominación, subordinación,
homología)...” BORDIEU, P. y WACQUANT, L., 1995: 64.

En efecto, en 1980, la administración Bush encargó a un grupo de científicos


independientes el informe Global 2000 , con la idea de contrarrestrar las profecías
catastróficas del Informe Meadows y fundamentar de otra manera la exacción por parte
de EE.UU. de los recursos mundiales. Pero el resultado de tal investigación confirmó
las peores sospechas: la sobreexplotación de los recursos y la contaminación a escala
planetaria llevaban al “sueño americano” a una pesadilla. El desconcierto que este
informe generó fue bastante importante, y sólo se salió de él casi al final de la década,
cuando otro informe mundial, esta vez de la denominada “Comisión Brundtland”,
reubicó algunos temas complejizando las variables políticas e introduciendo nuevos
planteamientos, algunos de ellos retomados del movimiento ambientalista mundial.
“Nuestro futuro común”, tal es el título que tiene el informe síntesis del trabajo de la
Comisión Brundtland, introduce el papel de la pobreza y de las poblaciones desposeídas
en la degradación de los recursos naturales, el control de las fuerzas del mercado en los
procesos de desarrollo, la noción de equidad intergeneracional y planetaria. La
Conferencia de Rio, en 1992, no pudo lograr más que documentos y compromisos de
acción articulados en torno a estas ideas.

De las nociones explicitadas por la Comisión Brundtland proviene la


comprensión acerca de que un modo de vida puede ser sustentable en tanto y en cuanto
no afecte la posibilidad de que las “futuras generaciones” puedan gozar de una calidad
de vida equivalente. Por lo tanto, puede existir un “desarrollo sustentable”, siempre y
cuando no se afecte el stock de recursos naturales. Esta idea ha podido atravesar el
contexto tecnocrático en el cual fue formulada y se ha entroncado con una creciente
aceptación acerca de la aplicación del conocimiento acumulado por las ciencias
naturales a los procesos económicos. La afirmación de la pertinencia de la
sustentabilidad, basada en que la escala y el índice de utilización de materiales y energía
a través del sistema económica tienen límites entrópicos. Y esta cuestión no fue tanto
confirmada por físicos o ecólogos, sino por antropólogos: antes del advenimiento de la
civilización moderna de base industrial, numerosas culturas (los mayas, las sociedades
de la Mesopotamia asiática, los habitantes de la Isla de Pascua, varias sociedades de la
meseta libanesa, los campesinos del pedemonte ecuatoriano, etc.) agotaron sus recursos
naturales, al salinizar sus tierras de cultivo, talar sus bosques, erosionar las laderas de
los valles, y terminaron precipitándose en una crisis total, cuyo punto crítico aparece
mucho antes de la desestructuración final de los ecosistemas (HARRIS, M., 1979,
LATOUR, B. 1993, BEHNKE JR., R. 1980, BRAILOVSKY, E. Y FOGUELMAN D.
1992). Así que la tesis de los límites físicos impuestos al crecimiento económico tiene
muestras terribles en la experiencia de sociedades de menor nivel tecnológico, de menor
presión poblacional, pero no por ello de menor irracionalidad en su articulación a la
Naturaleza.

Ahora bien, la “cuestión ambiental” alcanzó repercusión durante los años ´60
como uno de los temas más radicalizados, y generó formas de acción política
novedosas. Estas prácticas pudieron mantenerse, y algunos grupos ambientalistas fueron
pioneros en entender la dinámica de la globalización mediática y utilizarla como
herramienta de construcción de identidad (v. CASTELLS, M. 1998: 153). Sin embargo,
en los ´70, como hemos visto, la problemática fue asumida por los poderes políticos y
cooptada de diversas maneras (LIPIETZ, A. 1987). La más común es asumirla como
meta política de los poderes establecidos sin conectarla prácticamente a otro tipo de
procesos de reproducción, ni mucho menos a otras necesidades de cambio social. Por
ejemplo, que el Informe Brundtland reconozca a la pobreza del Tercer Mundo y a los
procesos de concentración de la riqueza como generadores de desestructuración
ecológica a escala planetaria no ha podido cambiar la dirección de estos procesos.

Uno de los mecanismos por medio de los cuales se opera este salto, esta
conversión de una argumentación profundamente radicalizada a meta convencional del
establishment, es la reducción de la idea de sustentabilidad a una ecuación puramente
económica. La idea de “capacidad de sustentación” es un concepto netamente ecológico
(DESCOLA, P. 1988, FERNANDEZ, R. 1994, 1996). Fue producido por los ecólogos
para entender las relaciones de intercambio de energía alimentaria entre una población y
su medio. De manera simplificada, establece una articulación entre la energía
alimentaria que una población puede tomar del ambiente que la “sustenta”. Si el ritmo
de obtención de energía es más rápido que lo que la base material (o el “medio
ambiente”) puede generar, la estabilidad de esa población se verá conmovida. Ahora,
traducido por un economista como David Pearce (que no es el más ortodoxo defensor
del mercado), la cuestión queda así:

“...el desarrollo sustentable implica la maximización de los beneficios


netos del desarrollo económico, sujeto al mantenimiento de los servicios
y la calidad de los recursos naturales a lo largo del tiempo...El
desarrollo económico y el mantenimiento de los recursos naturales se
relacionan en dos sentido amplios:
1. Es posible que hasta un nivel dado de utilización del recurso existe
algún tipo de posibilidad de intercambio entre el desarrollo y los
servicios proporcionados por el recurso (relación complementaria).
2. Más allá de este nivel es probable que el desarrollo económico
conlleve reducciones en una o más de las funciones del medio ambiente
natural: como input para la producción económica, como servicio de
asimilación de residuos y como provisión de recreación/amenidad. En
este contexto de concesión mutua (trade-off), la multifuncionalidad de
los recursos naturales es un concepto crítico.” (PEARCE, D. Y KERRY
TURNER, R., 1995:51-52)

Para evitar estos reduccionismos y el uso de categorías provenientes de la


ortodoxia económica, va cobrando bastante peso el llamado “paradigma
coevolucionario” (v. NORGAARD, R., 1984). Este enfoque parte de la sencilla idea de
que el desarrollo económico se puede ver como un proceso de adaptación a un medio
ambiente cambiante, siendo, a su vez, una fuente de cambio ambiental. Desde esta
perspectiva, hay tres fuentes de transformaciones: la ruptura de un equilibrio ecológico,
las demandas de consistencia y cambio tecnológico, y el desarrollo de nuevos tipos de
necesidades a medida que varían los costos reales de la visa. Mediante estas tres
cuestiones combinadas, el desarrollo es un proceso de desplazamiento por una sucesión
de nichos ecológicos, y tal proceso lleva aun nivel creciente de explotación ambiental.
Las existencias disponibles de baja entropía se ven reducidas por la extracción de
recursos y la generación de desechos. Los sistemas económicos se han hecho más
circulares y complejos a medida que se han ido desarrollando, y acá aparece la idea de
co-evolución: cualquier proceso de interacción que tenga lugar entre dos sistemas en
evolución.

Durante la co-evolución, los excedentes energéticos se generan dentro de


sistemas y están disponibles para estimular nuevas interacciones entre sistemas. Si las
interacciones demuestran ser positivas para el conjunto de la sociedad, la co-evolución
continúa. Pero, como ha pasado en diversas sociedades, muchas interacciones superan
en intensidad la capacidad de obtener excedente energético y esto genera
desestructuración en diferentes niveles de cada sistema.

Esta sutil y compleja interdependencia no es un concepto novedoso. Para


abordar otros problemas, Gregory Bateson tomó el concepto de esquismogénesis, con el
objetivo de dar una idea de la trayectoria (negativa o positiva) que podían seguir pautas
de conducta que se iban diferenciando progresivamente, hasta que, como resultado de
esta diferenciación, cambiaba la sociedad. La esquismogénesis positiva era aquella
tendencia a la diferenciación de conductas que se estandarizaban y permitían la
organización de patrones, mientras que la esquismogénesis negativa era una espiral de
conductas que conducían al colapso del sistema de relaciones. Esta idea, que fue
formulada en 1935, cuando Bateson se encontraba discutiendo si era posible estudiar
una cultura dividiéndola en partes (lo económico, lo social, lo religioso), tuvo su
aplicación en campos muy diversos (la psiquiatría, la teoría de la comunicación,
problemas específicos como el alcoholismo, e inclusive el mismo Bateson la utilizó para
entender la génesis de la crisis ecológica contemporánea, v. BATESON, G., 1991:93).

Este enfoque es totalmente articulable con el de la Ecología Política, que una de


las corrientes antropológicas más recientes, ubicable en la última década del siglo
pasado (me refiero al siglo XX, aunque hay quienes afirman que los trabajos de Polanyi,
de Clifford Geertz en la Isla de Java y el texto de Eric Wolf titulado “Europa y la gente
sin historia”, de 1982, constituyen el origen de este enfoque). La Ecología Política es
una síntesis teórica entre la economía política leída y trabajada por los antropólogos y la
18
ecología cultural de los ´60 . Sus principales ejes de análisis son las diferencias

18
. Existe una vasta bibliografía, aunque dispersa. Los sig. autores han producido trabajos que
tienen aspectos que los relacionan con esta corriente: Banton, M. , 1980; Barnes,A. 1987,
Boissevain,J., 1987; Geertz, C., 1973; Gellner, 1986, 1995, Silverman, S. 1986, Wikan, U. 1995;
sociales en el acceso a los recursos naturales, el papel de los factores políticos en el uso
y gestión de tales recursos, las dinámicas de desarrollo y sus efectos sobre el medio
ambiente, y especialmente, la articulación de los contextos locales y globales.

Teniendo en cuenta que estas son sus perspectivas centrales, las decisiones en el
uso de los recursos, racionalidades e irracionalidades de los grupos que poseen
posiciones dominantes en la sociedad son claves para entender las crecientes
complejidades de los sistemas productivos. Y por lo tanto, para establecer caminos co-
evolutivos. Por ej., análisis del movimiento ambientalista mundial, del surgimiento de
propuestas aplicadas al desarrollo basadas en conceptos ecológico-políticos (STONICH
y DE WALT, 1996) y de la noción de “desarrollo sustentable” como aggiornamiento
ideológico del desarrollo clásico (LINS RIBEIRO, G. ,1992), o la discusión sobre el
surgimiento de una conciencia ecológica mundial (ABRAM, 1996; EDER, 1996;
WYNNE, 1996), aportan perspectivas interesantes acerca de los caminos del
capitalismo en su compleja relación con la Naturaleza.

¿Qué aportan estas visiones al abordaje del capitalismo o, más bien, a una
construcción de este abordaje según lo plantean diversas discusiones de fin de siglo?.
Empiezan a hacerse visibles algunos casos donde aspectos teóricos pueden ser
contrastados con cuestiones empíricas. La centralidad de la ley del valor para el análisis
del capitalismo es importante cuando se piensa en el valor que pueden alcanzar los
recursos y servicios ambientales, y no sólo porque sean escasos. En términos teóricos,
dado que la Naturaleza no efectúa “trabajo” en el sentido marxista, no podría funcionar
la ley del valor para lo que se denomina “productividad” natural. Pero esto, en
condiciones de asignación y de creación de valor mercantilizable.

Ahora, cuando se analiza en términos históricos las formas en que se han ido
incorporando espacios antropizables a la dinámica de la sociedad industrializada, y los
recursos naturales se van incorporando a la economía “crematística”19, se ve que las

Trinchero, H. 1995, Davis, S., 1996, Renner, M., 1993. Un trabajo más orientado hacia la historia
es el de Brailovsky y Foguelman, 1992.y un antecedente latinoamericano, bien en el campo de la
Antropología y pionero en el tratamiento de algunos temas de desestructuración ambiental es de
Darcy Ribeiro (1969).
19
Este término viene de la concepción alemana denominada “Raubwirschaft”, que literalmente
significa “rapiña”. Es una corriente de análisis económico que trata las maneras en que la sociedad
comunidades que dependen de ellos se ven crecientemente empobrecidas y sujetas a la
dominación política. Su posición en el mercado y en el proceso de creación de valor es
siempre dependiente, subordinada. Y esta se refleja en el axioma “los pobres siempre
venden barato”. Por consiguiente, venden barato también las mercancías ambientales.

Un claro reflejo de esto es el acuerdo del Instituto Nacional de Biodiversidad de


Costa Rica (INBio) con la compañía farmacéutica Merck, efectivizado en 1992. Aunque
no se trata de “vender” en escala los recursos genéticos, dado que lo que Costa Rica
vende no serían volúmenes de patrimonio genético , sino que mercantiliza los servicios
de recolección y de preparación de una gran cantidad de muestras de diversidad
biológica (taxones de plantas, animales diversos, insectos, microorganismos, etc.),
provenientes de sus zonas de conservación natural. INBio tiene acceso libre a estos
recursos, debe pagar solamente los costos de recolección a través de las personas
denominadas “parataxónomos” (frecuentemente con conocimientos propios, heredados
socialmente por transmisión oral) y debe pagar también los costos de preparación de las
muestras. No paga los costos directos de establecer y guardar parques naturales u otras
figuras de conservación de la Naturaleza, ni el “costo de oportunidad” de mantener estas
reservas de vida silvestre. La multinacional farmacéutica paga un millón de dólares cada
dos años, a cambio del derecho exclusivo a la información genética contenida en las
muestras, y luego pagaría un módico royalty sobre las ganancias de los productos que
pueda comercializar como derivados de tales muestras.

A menos que haya eficaces medidas y políticas de conservación, una


reglamentación legal, controles y vigilancia estatal (a cargo de las autoridades de Costa
Rica y de las comunidades locales), el incentivo económico aportado por la Merck es
insuficiente para compensar la desforestación y la erosión genética. En teoría, la Merck
puede ganar miles de millones de dólares comercializando productos sólo en el mercado
de los países desarrollados. De manera tal que se repite la historia de expoliación y
colonialismo denunciada desde diferentes enfoques teóricos y literarios (desde Lenin y
Rosa Luxemburgo hasta E. Galeano, K. Polanyi o Eric Wolf).

industrial hace un uso totalmente destructivo de los recursos naturales, a un ritmo directamente
depredador.
Termina pareciendo normal que Costa Rica venda barato. No porque exista un
argumento lógico que funcione bajo la forma de una ley (como las contradicciones en la
lógica general de los procesos de acumulación que finalmente reducen las tendencias
crecientes de los beneficios), sino por la construcción histórica y política de las
relaciones entre los países desarrollados y las sociedades pobres. La distribución de
activos de todo tipo en el mundo es muy desigual. Aún cuando favorezca
territorialmente a algunas naciones (como los países de la OPEP para el caso del
petróleo, o a las naciones tropicales en el caso de la biodiversidad), las condiciones de
negociación internacionales son leoninas en virtud del dominio político. La
segmentación de los mercados mundiales de trabajo es realmente impresionante, debido
a la retroalimentación entre la discriminación racial, la desigualdad sexual, el acceso
restrictivo al conocimiento y a la educación, y por las prohibiciones prácticas al
desplazamiento dado por la militarización de las fronteras. Se impone políticamente el
“mercado libre” a los trabajadores, pero se les prohibe el desplazamiento “libre” a las
masas de pobres, como lo testimonian la experiencia de cientos de millones de
refugiados económicos y políticos cada año. En tales circunstancias, los países pobres
tienen que vender sus mercancías a un precio barato, vender barato sus recursos
ambientales y aceptar la contaminación a bajo precio.

Podemos decir que los procesos de valorización del ambiente dependen de


condiciones políticas en que se fijen. Un mercado ecológicamente ampliado (que sólo
considere o internalice los costos ambientales) repetirá los mismos vicios que cualquier
otro mercado, en donde las “imperfecciones” terminan generando situaciones que
dudosamente se regulen por mecanismos intrínsecos.

Lo cierto es que las cuestiones relativas a la internalización de costos


ambientales están relacionadas con los contextos políticos, y en tales contextos operan
pluralidad de actores, desde el Estado, las comunidades locales, los representantes de las
trasnacionales, las ONGas con capacidad de despliegue internacional, etc.20. Estas

20
Para investigar estas complejas articulaciones, Andrew Vayda (1983) propone el “método de
contextualización progresiva”: abordar 1) las formas de producción regionales y su orientación
hacia formas de reproducción simple o expandida, 2) estructura de clases sociales y conflictos por
el acceso a los recursos, 3) formas de inserción en los circuitos mercantiles, 4) rol del Estado y
estructura de la sociedad civil, políticas que favorecen intereses de clases, 5) grado de
interdependencia global, a partir de los intereses de inversores y empresas y agencias
arenas políticas implican desigualdad en la construcción del poder. Así es entendible
porque las tendencias al incremento de los beneficios se sostienen desde el Estado
(funcionarios del Estado que gerencian la acumulación privada, salvatajes artificiales de
capitales obsoletos e ineficientes, etc., tal cual se menciona en Katz, C. 1998:73). Se
puede coincidir con el análisis del prof. Katz, teniendo en cuenta lo siguiente:

a) analizar los actuales procesos de globalización en términos de una lógica que evita
los problemas de la simple polarización o de las explicaciones mecánicas. Es norma que
los acercamientos a lo global pierdan de vista las peculiaridades del caso, y terminan
explicando las realidades locales como simples epifenómenos de procesos globales, y

b) avanzar en un acercamiento al poder que focalice sobre la manipulación estratégica


de los recursos económicos e institucionales para complementar interpretaciones
prevalentes sobre procesos globales que acentúan esencialmente los aspectos culturales
y representacionales de la dinámicas del poder.

Un interesante ejemplo de estas cuestiones (y también de cómo, en la “arena


ambiental” la cooptación de propuestas de cambio por el establishment permite
contribuir a la reproducción del capital) se encuentra en la idea rectora de los programas
de “canje de deuda externa por conservación de Naturaleza”. La noción de los “canjes”
ha ideo penetrando gradualmente los diferentes ámbitos gubernamentales, pero nació
especialmente en el ámbito de las ONGAs. En nuestro país, por lo que puede rastrearse,
el tema comenzó a aparecer con la visita del Dr. Konrad Von Moltke, especialista del
Fondo Mundial para la Vida Silvestre21 (ente más conocido por su sigla y su logotipo, el
famoso oso panda de la WWF), a fines de los años ´90. En ese momento, Bolivia había
comenzado un programa de canje que alcanzaba a casi un cuarto de su deuda externa, y
en Argentina coincidió con la firma de un decreto menemista declarando la
intangibilidad de las veinticinco áreas naturales que el país intenta preservar22. Pero la

internacionales, 6) ideologías que orientan el uso de los recursos y legitiman las actuaciones
políticas que impulsan determinados planes de desarrollo.
21
. La WWF es una organización no gubernamental regida por una ideología manifiestamente
conservacionista. Aunque es de carácter internacional, tiene su sede en Washington
y cuenta con delegaciones en 25 países. Algunas de estas delegaciones tienen bastante
autonomía política, en especial las de Suiza, Alemania, Inglaterra y Holanda. Se financia con
aportes de socios, que tienen que pagar un mínimo de 25 dólares anuales, por la WWF maneja un
presupuesto de 35 millones de dólares por año, de los cuáles bastante más de la mitad se utiliza
para apoyar proyectos conservacionistas.
idea original del sistema fue formulada por Thomas Lovejoy (director de la WWF) y
difundida a través de una publicación propia en 1986. Surgió de la preocupación
instalada en los países desarrollados acerca de que, como muchos ecosistemas
amenazados se encuentran en los países pobres, no se puede pedir a las poblaciones más
desfavorecidas del mundo que cuiden sus recursos. Los países más pobres de la Tierra
son también los más endeudados, y en la búsqueda por obtener más recursos para pagar
la deuda externa, incentivan la explotación de recursos naturales más allá de los límites
de su regeneración. Por lo que entonces surgen las organizaciones conservacionistas
que, a cambio de un porcentaje de quita de deuda, administran las áreas naturales que se
acuerdan con el gobierno deudor.

Las argumentaciones que esgrimen en torno al potencial “exitoso” de este tipo


de mecanismos (que comienzan a implementarse en muchos países del Tercer Mundo)
aluden a la vinculación equilibrada que se logra entre racionalidad económica y
preservación de los recursos, alivio de la presión externa sobre el país deudor, y en
especial, el beneficio para los bancos acreedores, que acceden a cobrar una deuda
incobrable de una manera mucho más valiosa que el dinero. Dado que cualquier
proyecto de preservación debe ser controlado por la banca acreedora y por las empresas
que subsidian o apoyan a las ONGAS, el sistema significa la pérdida de soberanía de los
estados nacionales sobre vastas áreas, cuyas riqueza potenciales para la industria
farmacéutica, para la investigación genética y bioquímica, más el potencial
biotecnológico a descubrirse, pasan (mediadas por la organizaciones no
gubernamentales) a ser administradas por los acreedores.

Por supuesto que, además del retroceso que esto significa para los Estados
nacionales, hay otros puntos oscuros, como la posibilidad de controlar los usos de las
áreas protegidas, la situación de las comunidades locales que viven de los recursos que
extraen de las áreas naturales, la protección a la diversidad cultural (todos temas de los
cuáles tampoco se ocupan algunos estados nacionales).

22
. Se trata del decreto presidencial 2148/90, sancionado el 10 de octubre de 1990, acompañado
de disparatados anuncios en el mejor estilo menemista: “ser el primer país ecológico del mundo”,
en un reportaje periodístico del 18/10/90.
Los proyectos de “canje de deuda por Naturaleza” que, hasta ahora, se intenta
implementar en Aca. Latina son un ejemplo de cómo determinadas propuestas
globalizadas dependen, para su implementación, de las características de las estructuras
de poder locales y de las articulaciones que éstas pueden sostener frente a la emergencia
de otros poderes. Un país como Argentina, con una clase política dispuesta a entregar el
país de rodillas23, ni siquiera intentó formular tales propuestas, para cuya
implementación se requiere de la siempre compleja mediación de díscolos ecologistas.
Directamente se privatizaron los recursos del subsuelo, y primero se aumentó la
extensión de las áreas protegidas para luego concesionar su explotación a capitales
privados y sociedades de explotación del turismo internacional.

Uno de los impactos de la mundialización es que propuestas de este tipo bajan


de los organismos financieros internacionales como “recetas” para cualquier lugar del
planeta. Pero no en todos lados, debido a las particularidades culturales y la
estructuración de los sistemas de poder políticos regionales y locales, se pueden
implementar “felizmente” para los intereses del capital. Y estas diversidades fueron
muy discutidas, sobre todo desde 1945, momento en que empezaron los procesos de
descolonización, proceso cuya carga traumática para los sistemas de conocimiento
europeos les llevaría a problematizar la importancia de las arenas políticas locales como
variable importante para entender el cambio social.

Varios antropólogos (de diferentes países) que incursionaron en la economía


propusieron una mirada del desarrollo del moderno sistema mundial que abre,
implícitamente, una puerta al análisis del rol del agenciamiento humano en los órdenes
globales. Como algunos trabajos destacan (v. MINTZ, 1985, ALLEY, KELLY D.
,1994), el moderno sistema mundial no se desarrolla en términos de una lógica absoluta
y no contradictoria ni produce formas sociales generalizables. Por el contrario,
semejantes desarrollos son el resultado, siempre específicos y relativos a un tiempo y
espacio, de la combinación de factores ecológicos, estructurales y culturales, con las

23
. Luego de conocerse las medidas de política ambiental de María Julia en relación a este tema,
circuló un chiste atribuido a Menem: el Presidente anuncia a sus ministros que hay dos noticias,
una mala y una buena. Todos piden la buena: “Se resolvió el tema de la Deuda Externa. No
tenemos que pagar un solo dólar más”. El inefable Corach pregunta: “Pero, Sr. Presidente:
entonces, ¿cuál es la mala?”. Menem contesta: “Corach querido, que hay que desalojar el país en
24 horas”.
estrategias de actores concretos que persiguen proyectos diferentes y responden a
intereses contradictorios.

Estas luchas ocurren entre “los capitalistas” y las clases subalternas que resisten
pasiva o activamente; pero también ocurren entre los capitalistas mismos, quienes
persiguen fines comunes en torno a la acumulación en situaciones de competición y de
acuerdo a diferentes racionalidades. Es muy acertada la crítica a la “exageración
trasnacionalista” y a la existencia de una “burguesía trasnacionalizada” actuando fuera
del circuito de los estados existentes (KATZ, C., op.cit: 76).

Si uno combina estas dos perspectivas, una enfatizando el conflicto entre fuerzas
capitalistas, y la otra enfatizando los cambios como consecuencia del conflicto de
clases, entonces la relación “centro-periferia” en el sistema mundial no emerge como
una relación de dominación total, fija en sus resultados y mecánica en sus
manifestaciones. Esta relación aparece más bien como un fluido de procesos no
controlados, en los cuales el poder se mueven en diferentes direcciones, creando
conflictos pero también validando comunidades de interés.

Si la dinámica “centro-periferia” implica dominación capitalista, ello también


implica conflicto entre los dominadores permitiendo, en esta tendencia, la impredecible
apertura de espacios en los cuales los dominados pueden negociar una mejor posición
(esto, siendo optimistas).

Me permitiré tomar algunos temas básicos corrientemente debatidos en


antropología, pensando en un aporte complementario a la propuesta de estudio del
capitalismo que el prof. Katz y su equipo han propuesto desde el seminario.

El primero que quiero considerar es el de los roles interrelacionados entre


práctica, agenciamiento y poder en la constitución de órdenes sociales (ver:
BOURDIEU, 1991; GIDDENS, 1984, 1991); el hecho que la geopolítica del
capitalismo (con sus centros y periferias) es continuamente reconstituida por los
actuales procesos de dominación (HARVEY, 1989, GARCIA CANCLINI, N. 1989,
1990, 1995); el hecho que las instituciones no son solamente actores con campos de
intereses irreconciliables, y que las clases no pueden ser automáticamente asumidas
como comunidades de interés. Estos acercamientos ofrecen importantes guías para
dirigir estos tópicos creativamente, sugiriendo maneras de trascender la obsoleta
distinción entre lo local y global (APPADURAI, 1991; HANNERZ, 1992, FRIED-
SCHNITMANN, D. 1994), dentro de un marco analítico que mantenga la especificidad
histórica de la unidad de análisis elegida.

Un punto delicado sigue siendo cómo avanzar en la búsqueda de una epistemología que
pueda permitirnos entrar en el tema de discusión acerca de la práctica y agenciamiento
en escenarios intrasistémicos. Pienso que es indiscutible la validez de la interconexión
entre estructura y acción o procesos materiales e ideológicos. Aunque se podría discutir
más profundamente su sistema de categorías, la noción de práctica de Bourdieu es usada
habitualmente con eficacia en el análisis de arenas limitadas y microcosmos culturales.
Pero el intento de utilizar prácticamente este acercamiento requiere también que se
plantee un tema frecuentemente evitado por los antropólogos: que la noción de análisis
del micro-nivel, tradicionalmente asignada al dominio epistemológico de la
antropología, puede ser aplicada a temas y sucesos en gran escala. Este punto es
importante porque la validez del análisis a nivel micro no depende necesariamente de
focalizar realidades a pequeña escala, sino más bien que el método designa el traer al
centro del escenario a actores y a agentes (TROUILLOT, 1986; GERSTEIN, 1987,
REYNOSO, C., 1987).

Quedan por introducir en el análisis algunas cuestiones relacionadas con la


mundialización y las maneras en que se puede enriquecer el análisis desde lo trabajado
por algunos antropólogos.

Cuando se aborda esta cuestión, el enfoque de Inmanuel Wallerstein es un punto


de partida importante. Este desarrolló la teoría del sistema mundial en los años setenta,
y me parece que en un momento en que el marxismo reflexionaba nuevamente acerca de
la imposibilidad de que el socialismo se construyera en un solo país, y en el que las
teorías sobre el subdesarrollo del Tercer Mundo se basaban en el esquema
dependentista. También, el enfoque de Wallerstein es una reacción saludable a los
estrechos esquemas de la teoría de la modernización (todavía de vigencia ideológica
como “teoría del derrame”) y al etnocentrismo que esta teoría vehiculiza al proponer
como referencia comparativa a la sociedad occidental.
Su idea de “sistema mundial” se basa en considerar que cada sociedad debe
analizarse como parte de un patrón sistemático de relaciones entre sociedades. La
construcción de la “economía-mundo” resulta de la expansión planetaria del capitalismo
como sistema de intercambio y la mercantilización de todas las cosas como hegemonía
del capitalismo en los ámbitos definitorios de la subsistencia. Lo que genera que las
sociedades bajo tal hegemonía pasen a tener un determinado papel según la posición
que ocupan en este sistema mundial, y esto define la evolución de sus componentes
político-culturales.

Wallerstein consigue explicar la expansión de las economía de mercado, y


algunos análisis derivados, como el de Eric Wolf en “Europa y los pueblos sin historia”
(1982) o el de June Nash (1985), atienden a la cuestión de cómo es posible la
conformación de periferias que constantemente deriven recursos a los centros de
acumulación mundial. En determinadas áreas del mundo, la expansión del colonialismo
y la creación del mercado no deviene sólo de la imposición de las instituciones
capitalistas, sino de complejos procesos políticos a escala local y regional. En otra
dirección, Peter Worsley (1990), reconstruye el concepto “Tercer Mundo”, recordando
que surgió para superar la dicotomía entre países de Occidente y el bloque comunista.
El capitalismo, como sistema, se desarrolló sólo en el bloque occidental, pero no en los
otros dos24, aunque logró absorber para su propia lógica distintos sistemas económicos y
sociales de despliegue regional. Así, la perspectiva histórica sobre estas cuestiones
necesariamente ha de ser dinámica, pues en el transcurso histórico ciertas periferias se
han transformado en espacios simbólicos centrales (el caso de EE.UU, o el más reciente
de Japón), mientras que algunos centros han perdido la importancia que en otros
momentos tuvieron (el caso de España y Portugal, con la pérdida de sus colonias de
ultramar).

Puede haber, enfatizando estas perspectivas, una historia que describa y explique
cómo se llegó al estado actual, en que la sociedad occidental utiliza el 75 % de los
recursos del planetaria para sostener a menos de un tercio de la población del mismo. Al

24
Según Godelier (1989), el socialismo no llegó a construir una base material propia, sino que se
asienta en la misma base material que posee el sistema capitalista (o sea, el maquinismo). Por ello
no ha conseguido implantarse como un sistema histórico, la abortada transición al socialismo
terminó siendo ilusoria.
mismo tiempo, cómo es que hemos llegado a utilizar, para satisfacer economía de alto
consumo energético, el 50 % de la productividad natural de todos los ecosistemas
terrestres, eliminando especies sin precedentes, agotando las pesquerías, saturando la
atmósfera y los mares de contaminantes, y condenando a la pobreza definitiva a
sociedades que utilizaron los mismos recursos (a un ritmo menos intenso) durante miles
de años en algunos casos. Muchos de estos grupos, además, no desaparecen como
sociedades. Incluso aumentan en número y hasta conservan parte de sus rasgos
culturales. Pero ya no dominan los mecanismos de su reproducción (la cual pasa a
depender de los “mecanismos del mercado”) y por consiguiente pierden totalmente la
autonomía cultural.

Algunas repercusiones internacionales de la crisis ambiental parecen re-editar lo


que Georges Balandier describiera en su libro “Teoría de la Descolonización” y más
tarde en “El poder en escenas” (1995), en el que aborda los procesos por medio de los
cuales las sociedades de toda Africa se sacudieron el yugo colonial. En la oportunidad
de mercantilizar la biodiversidad que surge para muchos países ecuatoriales, entre los
que se encuentran algunas de las sociedades más pobres del planeta, muchos grupos
locales propician ellos mismos los cambios que los incorporarán al mercado, de la
misma manera que las “sociedades de la Tradición” que los colonialistas europeos
querían “modernizar” (frecuentemente con métodos violentos) reforzaban los
mecanismos ancestrales y los re-significaban para interpretar su nueva situación
histórica. Así intentaban tomar otros caminos, muchos de ellos reforzando mecanismos
identitarios ancestrales, sin quedar pasivos frente a la creciente occidentalización.

De esta manera, lo que los países pobres intentan conservar, se reelabora y se


combina con lo impuesto por las culturas occidentales, de manera que el sistema social
y cultural resultante es único y diferente a lo que acontece en otras partes del mundo.
Como Balandier señaló ya en 1969, prácticamente ninguna sociedad del mundo actual
puede reproducirse sin incorporar algún elemento de Occidente: útiles, armas, técnicas,
ideas o relaciones sociales, y en esta perspectiva, no es correcto enfatizar solamente las
dimensiones mercantiles.

Aparecen otros aspectos que orientarían una discusión en otra dirección. Como
resultado de la constitución de la Sociedad de la Información (CASTELLS, M. 1997,),
algunos25 han postulado tendencias hacia una “desmaterialización de la economía”, una
disminución de los patrones de uso de recursos naturales, minerales, y la posibilidad de
sustitución de tecnologías que impliquen menor volumen de transformación de materia
por unidad del PBI. Se puede discutir internamente esta tesis, tal cual lo hace Bunker
(1996), o abordarla cuestionando el optimismo de la idea acerca lo que significaría en
términos del estado evolutivo actual de nuestro modo de vida.

En este sentido, la emergencia de nuevas formas de circulación de la


información (y por consiguiente, los cambios que se introducen en las esferas sociales y
políticas, v. LEFEBVRE, 1974, FINQUELIEVICH, S., 1996) no alienta una
disminución transformadora de los patrones de alto consumo de las metrópolis del
mundo desarrollado. Por el contrario, la articulación de procesos de decisión en tiempo
real y la revolución de los transportes, permitió una eficiencia mayor en la extracción de
recursos naturales y una neutralización más eficaz de los reclamos de las comunidades
locales (cuando no un menor costo, el del mantenimiento de la factoría o sistema de
fábrica con villa obrera, donde la reproducción cotidiana pasaba a ser un costo del
capitalista). No hay evidencia estadística de que las sociedades industriales consuman
menores volúmenes de recursos naturales, y hay en cambio numerosos ejemplos acerca
de que las condiciones de internacionalización de capital, la movilidad de las
inversiones y los enormes excedentes financieros refuerzan las inversiones
crematísticas, facilitando proyectos de minería (en el viejo estilo depredador), de pesca
de altura, de tala de bosques sin reforestación, etc.. La reciente demora del Acuerdo
Multilateral de Inversiones, equivalente financiero de la frustrada “Ronda del Milenio”
del comercio internacional, impidió transitoriamente la casi liberalización de la
responsabilidad financiera en cuanto a las condiciones de apropiación de los recursos
naturales en los países más pobres. Esto implica un retroceso en cuanto a que los países
desarrollados decidan internalizar en sus procesos económicos el deterioro que generan
en la base material de todas las sociedades.

Elmar Altvater (1998) trata de analizar tendencias “macro” en la relación entre la


sociedad occidental y la Naturaleza, sosteniendo el tránsito hacia un nuevo orden global
a partir de la constatación por los poderes políticos y económicos occidentales de que

25
. Se trata de los autores englobados en la corriente denominada “Ecología Industrial” (Frosch y
Gallopoulos, 1989, 1990, Ayres y Axtell, 1992, Tibbs, 1992, 1993)
los problemas de contaminación no pueden ser contenidos por las fronteras políticas de
los estados nacionales. Afirma que este tránsito dista muchísimo de ser un proceso
armonioso: en términos ideológicos, el argumento de la contaminación ambiental sirve
de excusa para establecer nuevos ghettos y sostener políticas de “apartheid” globales en
función de las economías más poderosas del mundo. Muchos procesos de fijación de
stándares de emisiones condenan al atraso económico a sociedades “emergentes”, al
funcionar como barreras arancelarias, en un marco de certero deterioro de los
ecosistemas planetarios. Es decir, es real la crisis ambiental a escala planetaria, y sobre
esta realidad, los principales centros de poder mundial van diseñando un “régimen
ambiental” que favorezca todavía más la reproducción de capital. Un instrumento
internacional de protección del medio ambiente (pongamos por caso los protocolos para
protección de la capa de ozono) implica cambios tecnológicos profundos, que dan
nuevas ventajas comparativas a los países productores de tales nuevas tecnologías. Por
eso, de manera casi inocente, algunos autores (ESTRADA OYUELA, S. ,1993) se
complacen en señalar los cambios que introduce un nuevo desarrollo del Derecho
Ambiental Internacional: los “Sistemas Legales Sectoriales Dinámicos”, regímenes
legales a escala internacional comparativamente autónomos y dinámicos en relación al
Derecho Internacional tradicional (un derecho pensado para solucionar controversias
entre estados nacionales y fuertemente influido por el compromiso fordista), aún cuando
perciban la transformación copernicana que esto significa para los modos tradicionales
de articular las regulaciones estatales “fronteras adentro” de cada país. En este sentido,
también aparece una línea para complejizar el proceso de desaparición del estado que
describe J. Hirsch (y en general los autores que enfatizan los aspectos económicos de
este proceso) en sus análisis sobre las formas contemporáneas que toma la dominación
estructural.

Para ir concluyendo este trabajo, es necesario reconocer que la viabilidad de las


propuestas de la Economía Ecológica dependen de las condiciones de desenvolvimiento
político de determinados actores, y no sólo de la coherencia económica o del
conocimiento científico y tecnológico disponible. ¿Qué poder real posee el movimiento
ecologista para imponer propuestas como la sustitución de la contabilidad
macroeconómica y reemplazar sus magnitudes clásicas (PBI,PNB) con valores que
reflejen el uso de los recursos y los niveles de contaminación?. Propuestas de este tipo,
realizadas por los verdes alemanes a principios de los ´90 (JACOBS, M. 1997,
RODRIGUEZ MURILLO, 1995), parecen de ciencia ficción en los países
latinoamericanos. Otras todavía más: limitar el uso del automóvil (para disminuir las
emisiones de monóxido un 35 %), como se está haciendo en Italia en estos días, vigilar
los stocks de fauna marina para asegurar una pesca sostenible, bajar las emisiones
industriales hasta niveles que puedan ser digeridos por los ecosistemas boscosos
naturales, sanear ríos y controlar los residuos urbanos. Todas cuestiones
tecnológicamente posibles y racionalmente probables, pero irrealizables debido a las
maneras en que se logran los “consensos” y la “persuasión” ideológica en sociedades
como la nuestra.

Proteger los recursos y transitar hacia una Economía Ecológica implica un


cambio en el estilo de vida, que la mayoría de dueños de los capitales no están
dispuestos a realizar voluntariamente. Entonces, un aspecto importante en esta cuestión
lo constituye la capacidad de actuación de sectores populares, de organizaciones
transversales capaces de articular intereses que, en ocasiones, pueden resultar
objetivamente opuestos. La mundialización de la explotación crematística de los
recursos trajo también la mundialización de la resistencia, y veremos la agudización de
este proceso en las próximas décadas.
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