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Infancia y

soledad

Psicología
Evolutiva I

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Infancia y soledad
¿Por qué se utiliza el juego en la clínica psicoanalítica? Por un lado, está la
razón de que los niños pequeños no tienen acceso aún al campo discursivo,
al campo semántico, o sea, del sentido, el sentido les viene del otro, en
palabras simples. Aún no asimilan como propio lo que han incorporado. Lo
incorporan, lo construyen y lo definen con el tiempo. Para ello, se utiliza el
juego, entendido como una vertiente de significados que aún no pueden
expresar en el lenguaje.

El juego es constitutivo de la subjetividad en la infancia. Poder jugar para el


niño es poder realizar tareas separado de la madre y, de alguna manera,
logra tolerar la separación.

Winnicott, en su escrito La capacidad de estar a solas (1957), dice que el


niño juega para sustraerse de las exigencias maternas, pero es bastante
dialéctico porque, para poder abstraerse del otro, en este caso la madre,
debe estar ahí, uno no se puede retirar de alguien que no está. Juega solo
ante otro, el cuidador a cargo.

Lo mismo sucede en la clínica. En consultorio, el niño juega ante el analista,


es decir, hay un adulto ahí. La presencia de cada una de ellas es importante
para la otra. Es un indicio de salud el ser capaz de estar en soledad al lado
de otro que también está solo, esto es disfrutar de una soledad
compartida, implica esos silencios con el otro que se mantiene sin
incomodidad, lejos estamos de lo que se llama retraimiento.

El poder pasar de una relación bipersonal niño-madre a una relación


unipersonal, o sea, poder estar solo consigo mismo y estar bien es un
proceso que requiere de muchos momentos constructivos que luego darán
cuenta de la madurez que logra el sujeto en su desarrollo emocional.

Si el individuo ha tenido la posibilidad de formarse de a poco la creencia y


la sensación de estar en un medio ambiente cálido y benigno, que le
permite estar solo y sentirse bien, es señal que este ha madurado
individualmente y avanza en la construcción de su subjetividad.

Esto es primero una relación diádica madre-niño. Luego que establece


confianza básica, el niño puede separarse de la madre y, frente a ella,
retraerse jugando a fin de que se establezca un ambiente de confianza y,
finalmente, poder prescindir de la presencia materna.

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Este desarrollo afectivo es análogo a lo que ya desarrollamos en el Módulo
2 con el concepto de apego: dependiendo de la confianza que se genera
con el cuidador, el niño podrá calmarse y volver a jugar.

Si este proceso se acelera, lo que obtura esta construcción de sí mismo, es


posible que no se den estas posibilidades de manera esperable, a lo que
puede devenir desconfianza, angustia, tensión.

Rodulfo, en su texto Futuro porvenir (2008), desarrolla algunas


consideraciones de este estar solo en las que el niño que no pudo construir
este espacio de confianza y genera un aislamiento extremo para no sentir
de alguna manera la posibilidad que del otro lado (del ambiente) no haya
alguien. Este es un aspecto nodal en las fobias infantiles y luego pueden
transformarse en síntomas neuróticos, fobias, crisis de ansiedad, los tan
conocidos ataques de pánico. Además de nodal, muy difícil de curar
porque, para ello, hay que lograr que puedan enfrentar la soledad de la
que tanto huyen estando solos.

Angustia, un toque de vacío, una certidumbre-sensación de estar privados


del otro, aprisionados en una inquebrantable soledad que nada ni nadie
podría romper, por más intentos de acercamiento humano que se
prodiguen.

Muchas veces, un acompañamiento terapéutico es más lo que tapona y


sobredetermina la fobia que lo que la disminuye, porque logra continuar
aislado con su acompañante y huye de las intensidades de enfrentar el
dolor de la soledad.

Es por ello que, cuando el niño juega, si se interviene, es ideal hacerlo


dentro de su juego, incluirse, formar parte y así tal vez poder construir de a
poco ese ambiente facilitador, de confianza. Un adulto que irrumpe para
intervenir, ya sea en consultorio o en la casa corta el juego, obtura y
muchas veces le deja la sensación al niño que no se le da importancia,
ahora hay que hacer otra cosa. Lo del adulto sí vale, lo que hace el niño,
no. Otra vez, la soledad. No hay nadie del otro lado.

No es lo mismo quedarse solo que sentirse solo. Quedarse solo es una


opción y corresponde a un aprendizaje y a una adquisición que puede
cobrar la apariencia de una pérdida, pero, como toda pérdida, se puede
procesar en terapia o con propios recursos, ya implica un enfrentamiento a
la situación de estar solo e intentar procesarlo.

¿Cómo es que esto sucede? Quedarse solo para no enfrentar el dolor de la


soledad. Parece ilógico, pero más real de lo que se quisiera.

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Cuando en algún momento el niño registra que del otro lado no hay nadie y
no está preparado para tolerarlo, se produce una angustia de separación
muy difícil de tolerar y aquí el yo lo sobrevive como puede, pero instala un
mecanismo defensivo, una angustia señal que lo tendrá alerta para no
sentir de nuevo semejante situación de angustia. Es por eso que cada vez
que el niño, joven o adulto tiene una situación donde se ve comprometida
la posibilidad de separación, pérdida o abandono, el yo pone su angustia
señal en movimiento y el sujeto se retira, se va, se aísla para no sentirse
solo y logra lo que tanto teme: estar solo.

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Referencias
Rodulfo, R. (2008). Futuro porvenir. Argentina-México. Novedades
educativas.

Winnicott, D. (1957). La capacidad para estar a solas. Escrito leído ante


una reunión extracientífica de la British Psycho-Analytical Society, 24 de
julio de 1957, publicada por vez primera en «Int. J. Psycho-Anal.», 39, pp.
416-420.

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