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13 de enero de 1533

Primera conmemoración

El 13 de enero de 2018 se cumplirán 484 años de la resistencia de


los nativos de Cartagena de Indias al desembarco del conquistador
español.

En procura de nuestra identidad y sentido de pertenencia


Al lector:
En Cartagena de Indias, después de 515 años se honrará por primera vez la memoria, valor y
sacrificio de sus nativos, pues fue en 1502 cuando los españoles Rodrigo de Bastidas y Juan
de la Cosa, avistaron la hermosa bahía que llamaron ‘Cartagena de Poniente’ por su similitud
con la mediterránea de Cartagena de Levante en Murcia, España.
Estas páginas contienen una compilación de escritos que describen el descubrimiento del
continente americano y en especial la conquista de Cartagena de Indias, cuyas costas
pobladas por bravos nativos, que los españoles identificaron convenientemente como
caníbales o ‘Caribes’, que a diferencia de sus hermanos los Taínos que habitaban la mayoría
de las Antillas, no se dejaron esclavizar o, por lo menos, no lo hicieron pacíficamente.
Diezmadas en pocos años las poblaciones Taínas, los ojos de los conquistadores se volcaron
entonces hacia las costas continentales de las actuales Venezuela y Colombia, donde se
encontraban los principales asentamientos de los fieros 'Caribes', los que harta sangre
demandaban a quienes incursionaban en sus tierras.
A partir de 1522 con las publicaciones de las primeras ‘Cartas de Relación’ de Hernán Cortés,
sobre su conquista de México, narrando las inmensas riquezas que obtuvo y la forma como
con solo 410 españoles venció a 40 mil nativos de 8 provincias; otros ambiciosos aventureros
animaron sus pasos en las propias, como lo hizo Francisco Pizarro en Perú en 1532 al someter
a 30 mil con solo 180 hombres, y Pedro de Heredia en Cartagena de Indias, quien el 14 de
enero de 1533 la conquistó con poco más de 300 hombres.
Esta conmemoración honrará y visibilizará a los aborígenes de Cartagena de Indias y en ellos
a los nativos de América, cuyas culturas subsisten hoy en pocos asentamientos, pero su ADN
se preserva en la mayoría de los habitantes de este continente.
El 13 de enero de 1533 los nativos de Cartagena de Indias, desafiaron con valor y
arrojo a los conquistadores; por ello en su honor y en su memoria conmemoraremos juntos
esta efeméride cultural a partir de 2018, cimentando nuestra propia identidad y sentido de
pertenencia como ejemplo para futuras generaciones, y así cada año en esta fecha, recordar
y valorar su sacrificio, agradecidos y orgullosos de nuestra la propia estirpe.

Francisco Hernando Muñoz Atuesta.

Cartagena de Indias, octubre 31 de 2017


1
Descubrimiento
1.1 Encuentro de dos culturas

Cristóbal Colón, Reclama el Nuevo Mundo. Pintura de John Vanderlyn. 1847.

El 12 de octubre de 1492, después de 72 días de navegación, Cristóbal Colón y su


tripulación tocan tierra Americana, cambian la concepción que había del planeta e inician la
unión de dos mundos.

Llegaron inicialmente a la isla de San Salvador –Bahamas- encontrando en ella a los


indios Taínos quienes les recibieron con reverencia, pues para ellos, estos visitantes eran
seres de los cielos, y atraídos por la curiosidad les ofrecían cuanto tenían a cambio de
cualquier cosa que estos les dieran. De estos indios el Almirante tomó siete para que
aprendieran la lengua castellana, a lo cual mostraban natural habilidad repitiendo con
claridad las palabras que escuchaban; aunque a los dos días, tres de estos habían escapado
lanzándose por la borda.1 En Cuba el Almirante mandó tomar indios de diferentes partes,
con el fin de llevarlos a Castilla como testigos del descubrimiento, doce hombres, mujeres y
niños, lo cual fue hecho sin escándalo. Antes de partir un indio se acercó al navío pidiendo
le llevaran ya que entre los tomados estaban su mujer y dos de sus hijos, y el Almirante
mandó que le recibieren y que a todos se les hiciera buen tratamiento.2

El 4 de enero de 1493 parte el Almirante de la isla La Española, había perdido un navío


–La Santa María- por imprudencia del Maestre –Juan de la Cosa-, y con sus restos
construyeron el fuerte Navidad, dejó en él a 39 de sus hombres y toda la artillería. Hizo muy
buena relación con el cacique Guacanagarix, quien le había llenado obsequios para llevar a
los Reyes, y el Cacique quedaba agradado con los españoles que se dejaban en la isla , ya
que estos con sus armas les defenderían de sus enemigos los indios Caribes.3 Martín Alonso
Pinzón, capitán de la Pinta, se había apartado del Almirante desde el 21 de noviembre y se
reencontraron el 6 de enero; Pinzón estuvo rescatando oro al Este de La Española, abordo
trajo 4 indios tomados por la fuerza, que el Almirante liberó. Continuó Colón rodeando la
isla La Española y mandó un bote por aguada a la costa, allí tuvieron un encuentro con los
indios a quienes compraron un arco y varias flechas, convencieron a un indio de ir a bordo
del navío del Almirante y al regresarlo a la costa con los obsequios que recibió, se
encontraron con 55 nativos armados quienes se mostraron hostiles con los 7 españoles que
fueron a dejar al nativo, hubo pelea y murieron muchos indios. 4
La expedición del descubrimiento fue una empresa temeraria, y se tuvo que recurrir a
personas de toda clase, incluyendo criminales a los que la Corona mandó suspender sus
causas por medio de la Cédula Real del 30 de abril de 1492.

Cristóbal Colón en la corte de los Reyes Católicos. Abril de 1493. Pintura de Juan Cordero. 1850.

1. Antonio de Herrera y Tordesillas. Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y
Tierra Firme del mar océano. Década I, Libro I, Capitulo XIII. Pág. 22.
2. Ídem. Capitulo XV. Pág. 25.
3. Ídem. Libro II. Capitulo I. Pág. 34.
4. Ídem. Pág. 35
1.2 Primeros pobladores de Cartagena de Indias
Las costas y riveras del puerto de Cartagena estaban pobladas por indios de la cultura
Caribe, pueblo amerindio que se presume emigró de la zona del río Orinoco en América del
Sur para instalarse en las islas del Caribe5 alrededor del año 1200 d.c. Sus orígenes se
encuentran en la región del Caribe y la costa Norte de la América del Sur. En el siglo XV
ocupaban el Norte de la actual Colombia, el Noreste de Venezuela y Brasil y algunas Antillas
menores. Varios factores antropológicos influyeron en la expansión Caribe por América;
entre ellos su habilidad para la navegación, tanto por mares como por cuencas fluviales, eran
polígamos y practicaban la exogamia, por lo cual buscaban mujeres fuera de sus propios
pueblos, adquiriéndolas por medio de la guerra; por ello los españoles encontraron en algún
asentamiento Caribe que los hombres hablaban una lengua y las mujeres otra.6
A los Caribes se les suele contraponer en las crónicas a los Taínos de lengua arahuaca
que llegaron a las Antillas antes que ellos; de esta manera, mientras que los Taínos eran
vistos como un pueblo pacífico y con una cultura elevada, a los Caribes se les veía como un
pueblo belicoso y salvaje que practicaba la antropofagia; de hecho, su nombre es el origen
de los términos caníbal y canibalismo con cuyos equivalentes se describe en varios idiomas
europeos la práctica de alimentarse con carne humana; sobre esto último, algunos misioneros
anotan que las calaveras con las que los Caribes coronaban las empalizadas que rodeaban
sus chozas de paja –cuyos techos de dos aguas llegaban casi hasta el suelo- correspondían a
sus ancestros, porque de acuerdo a sus creencias, sus espíritus les cuidaban y protegían. La
afirmación de ser los Caribes “caníbales y sodomitas abominables”, les fue conveniente a
los conquistadores para que los Reyes Católicos permitieran su captura y utilizarlos como
esclavos en la isla de la Española, o donde se necesitara mano de obra; de esa manera los
descubridores lograran diezmar su población ya que su fiereza y bizarría limitaba los planes
de aquellos codiciosos.
Los indios eran capturados en faenas de caza denominadas “cabalgadas o monterías”,
como lo fueron los negros africanos por los portugueses, y marcados con hierro al rojo vivo,
principalmente en el rostro. Esta marca se denominaba “carimba”, vocablo que en portugués
significa: sello.7
El origen del carimbo indio aparece en la Cédula Real del 25 de julio de 1511, dirigida
a los Oficiales de la Casa de Contratación: “…a causa que los indios que se traen a la isla
Española de las otras islas comarcanas, no están, ni andan, señalados, para que se
conozcan cuáles son e dónde e cuyos en la dicha Isla hay, y se espera haber algunas
diferencias, e así mismo los dichos indios se van e ausentan, e por causa de no ir señalados
no se pueden haber ni conocer…”. 8
Guerrero Caribe. Pintura del artista historiador George Stuart.
Museum of Ventura County.

5. Fray Pedro Simón. Cuarta parte de las Noticias Historiales de la Conquista de Tierra firme en las Indias
Occidentales. 1625. Capitulo XXVII. Pág. 321
6. Manuel Cárdenas Ruiz. Crónicas francesas de los indios caribes. 1981. Pág. 80
7. Carmen Mena García. Los inicios de la esclavitud indígena en el Darién y la desaparición de los “Cuevas”.
Universidad de Sevilla.
8. AGI. Indiferente General, 418, lib II, fols. 119 – 123. Publicada por Luis Arranz Márquez. Don Diego
Colón, almirante, virrey y gobernador de las Indias. Vol. I. Págs. 351 – 356.
Familia Caribe. Pintura del militar y escritor John Gabriel Stedman. 1818.

1.3 Fray Pedro Simón se refiere a los nativos de Cartagena


“La razón porque estos indios vivían y viven en el agua es más por salud y librarse
de mosquitos, de que hierve la tierra, por la mucha humedad que tiene a las
márgenes de la laguna, pero es muy fértil de maíz. Son los indios e indias grandes
nadadores, porque a nadar y a andar se enseñan juntamente. Son ellos de buena
disposición y ellas de buena gracia y hermosas, aunque ningunos traen cubierto
más que las partes de la honestidad, y estas no del todo”. 9
1.4 Descripción del Padre Jesuita don José Gumilla, sobre los indios Caribes:
“Son los Caribes de buen arte, altos de cuerpo y bien hechos; hablan desde la
primera vez con cualquiera, con tanto desembarazo y satisfacción, como si fuera
muy amigo y conocido. En materia de ardides y traiciones son maestros
aventajados, por lo mismo que de suyo son muy temerosos y cobardes. Preguntados
estos, ¿de dónde salieron sus mayores? No saben dar otra respuesta, que esta: Ana
cariná róte, esto es: Nosotros solamente somos gente. Esta respuesta nace de la
soberbia con que miran al resto de aquellas naciones, como esclavos suyos; y con
la misma lisura se lo dicen en su cara con estas formales palabras: Amucón
paporóro intóto nantó: Todas las demás gentes son esclavos nuestros. Esta es la
altivez bárbara de esta nación cariba; y realmente trata con desprecio y con tiranía
a todas aquellas gentes, rendidas unas, y otras temerosas de su yugo”. 10
1.5 Versión de los indios Sálibas sobre el carácter de los Caribes:
“Dicen los Sálibas, que el Puru –dios de ellos- envió a su hijo desde el cielo a
matar una serpiente horrible, que destruía, y devoraba las gentes del Orinoco, y
que realmente el hijo del Puru venció, y mató a la serpiente, con gran júbilo, y
alegría de todas aquellas naciones, y que entonces Puru dijo al demonio: ‘Vete al
infierno, maldito que no entrarás en mi casa jamás’. Y añaden, que aquel consuelo
les duró poco, porque luego que se pudrió la serpiente, se formaron en sus entrañas
unos gusanos tremendos, y que de cada gusano salió, finalmente, un indio Caribe
con su mujer; y que como la culebra, o serpiente, fue tan sangrienta enemiga de
todas aquellas naciones, por eso los Caribes, hijos de ella, eran bravos, inhumanos,
y crueles”. 11
1.6 Versión sobre el origen de los Caribes, por los indios de la nación Achagua:
“…Que los Caribes son descendientes legítimos de los tigres, y que por eso se
portan con la crueldad de sus padres”. 12

9. Fray Pedro Simón. Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra firme. Tomo I. Primera parte. Pág.
38.
10. Padre Jesuita José Gumilla. El Orinoco ilustrado. 1741. Tomo 1. Pág. 108
11. Ídem. Pág. 108-109
12. Padre Jesuita José Gumilla. El Orinoco ilustrado. 1741. Tomo 1. Pág. 109
Amuleto de la cultura Caribe.
1.7 Esclavitud de los aborígenes
La ambición de riqueza de los invasores inició con el abuso de la ingenuidad de los
nativos quienes deslumbrados con estos “seres celestiales” entregaron generosamente el
poco oro que tenían a cambio de toda clase de baratijas, luego les fue arrebatado con
violencia y al no haber más, les esclavizaron para que lo extrajeran. Al toparse los españoles
con los Caribes que eran fieros guerreros los combatieron cruelmente.
Cédula Real del 20 de junio de 1500 prohíbe la toma de esclavos.13
Alonso de Ojeda participó en 1494 en el segundo viaje de Colón, regresó a España en
1496 y capituló con los Reyes una expedición, a espaldas de Colón, que emprendió el 18 de
mayo de 1499, con él viajaron Juan de la Cosa y Américo Vespucio, siendo este viaje el
primero de los denominados “viajes menores” o “viajes Andaluces”. Rescató oro como pudo
y tomó indios como esclavos los cuales llevó a La Española y posteriormente a España.
1.8 Rebelión en la isla de la Española
En el segundo viaje de Colón -1494- viajó don Francisco Roldán Jiménez, quien desde
su juventud tuvo el favor de la Corona española. Fue compañero de viaje de Fernando el
Católico en varias ocasiones y participó en la conquista de Granada. Dirigió una rebelión en
La Española contra los hermanos Colón, lo que motivó el nombramiento de don Francisco
de Bobadilla como pesquisidor y Gobernador de La Española en remplazo del Almirante.
Era tal la confianza de los Reyes en Bobadilla que le entregaron Cédulas firmadas en blanco
para que las usase como y cuando creyera conveniente. Los procuradores de Colón que
viajaron con las noticias de la rebelión de Francisco Roldán, llegaron a España en dos navíos,
en los cuales el Almirante envió 300 indios repartidos como esclavos, lo que causó gran
enojo a la Reina, y dijo: “que el Almirante no tenía su poder para dar a nadie sus vasallos:
y mandó pregonar en Sevilla, Granada, y otras partes, que todos los que tuviesen indios,
que les hubiese dado el Almirante, los devolviesen a La Española, so pena de muerte: y que
particularmente volviesen estos indios, y no los otros, que antes se habían traído, porque
estaba informada, que eran habidos de buena guerra”. Y habiéndose embarcado don
Francisco de Bobadilla en dos navíos, con cierta gente de sueldo que los Reyes le dieron,
para que fuese más seguro, se hizo a la vela a fines de junio de 1500. Tras sus pesquisas en
La Española don Francisco de Bobadilla ordenó el apresamiento y vuelta a España de Colón
y sus hermanos, cargados de cadenas. 14 –Francisco Roldán y don Francisco de Bobadilla
fallecieron ahogados en una tormenta que les sorprendió en su regreso a España en 1502.-

“La política de la Corona se desarrolló con dos posiciones contradictorias: la


admisión de venta de esclavos a España y la necesidad de definir la manera más
conveniente de relación entre españoles e indígenas. Desde 1500 la política se
definió por la consideración de libertad para los indígenas. La realidad colonial
presionaba por mantener el sometimiento y la esclavitud de los indígenas, en
defensa del mantenimiento de la mano de obra esclava.” 15
13. Manuel Lucena Salmoral. El descubrimiento y la fundación de los reinos ultramarinos hasta fines del
siglo XVI. 1982. Tomo VII. Pág. 130 .
14. Antonio de Herrera y Tordesillas. Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra
Firme del mar océano. Década I, Libro IV, Capitulo VII. Pág. 109 – 110
15. Morella A. Jiménez A. La Esclavitud Indígena en Venezuela (siglo XVI). 1986. Pág. 297.
1.9 Llegan a España más navíos cargados con nativos americanos en cadenas.
1501. “Pedro Alonso Niño en las costas de Paria ataca a 18 canoas de caníbales
que iban a cazar hombres en la boca de Dragos y con acompañantes toma un bote
donde solo haya un indio atado, pues los Caribes cazadores se habían comido seis
de los apresados ‘sacándoles las entrañas y cortándolos cruelmente en pedazos’,
lo que iban hacer con él al día siguiente.” 16
1501. “Capturaron por la fuerza unos cincuenta hombres y mujeres de aquel lugar,
y los han traído al Rey, quien los ha visto, y tocado, y observado; empezando por
su altura, dicen que son bastante más grandes que lo que es normal entre nosotros,
y tienen miembros en proporción y bien formados; los cabellos de los hombres son
largos como los llevamos nosotros y les caen sueltos y con muchas ondas; tiene el
rostro con grandes marcas que son como las las de los indianos; sus ojos tienen un
color cercano al verde y cuando miran le confiere una gran fiereza a toda la cara;
sus voces no se entienden, pero no por eso tienen alguna aspereza; más bien son
humanas, su porte y gestos suavísimos, ríen mucho y demuestran gran placer” –Se
refiere a los Caribe- 17
1501. “El día cinco de este mes llegó al puerto de Cádiz una carabela de Su
Majestad el Rey de España que él había enviado hace varios meses a sus islas de
las Antillas, y ha traído setenta esclavos.” 18
1.10 Ingleses en el Caribe
1502. “Ojeda que en su primer viaje, halló a ciertos ingleses en las inmediaciones
de Coquivacoa –Lago de Maracaibo- […] pasa por Paria y allí pierde a un
cristiano en manos de los caníbales.” 19

16. EV, Enciclopedia de Venezuela. Tomo 1. 1973. Barcelona. Pág. 31.


17. Marisa Vannini de Gerulewiez. El mar de los descubridores. 1989. Pág. 42.
18. Ídem. Pág. 43.
19. Guillermo Morón. Historia de Venezuela. 1960. Tomo 1. Pág. 102.
Uno de los 125 grabados en cobre del misionero, teólogo y explorador holandés Arnoldus Montano.
Monumental De Nieuwe en Onbekende Weereld. 1671.
1.11 Monopolio comercial español. 1495
“Dada, pues, la importancia que tenía el comercio, la Corona estableció un rígido
sistema de monopolio comercial a partir de 1495 por el cual solo los súbditos de
Castilla podían comerciar con América; por lo mismo, se prohibía a las naciones
extranjeras, e incluso a los españoles no castellanos, participar en el comercio
americano. Todo esto hizo que el tráfico fuera controlado por un reducido número
de mercaderes residentes en Sevilla y por una élite de comerciantes extranjeros que
controlaban a los primeros.
El monopolio se estableció en Sevilla con el propósito de que este puerto controlara
la totalidad del tráfico marino; la centralización del comercio obedecía a razones
poderosas: necesidad de controlar con pocos funcionarios el tráfico comercial,
asegurar a los castellanos los mayores márgenes de ganancia, protegerse de los
ataques piratas y, sobre todo, vigilar cuidadosamente las importaciones de metales
preciosos, evitando el contrabando de estos.
Desde el punto de vista institucional y para garantizar el monopolio comercial, la
Casa de Contratación que funcionó desde 1503 hasta 1717 en Sevilla, llegó a ser
la clave del Imperio Español en ultramar. Tenía un conjunto de poderosas
atribuciones que hacía que todas las personas y artículos que venían a las Indias o
salían de ellas, debían ser canalizados a través de ella. Pero, la Casa de
Contratación tenía también una escuela de navegación y era, a su vez, un tribunal
para atender aspectos criminales ocurridos en alta mar, así como los problemas
relacionados con el tráfico comercial entre España e Hispanoamérica. Desde el
punto de vista de su funcionamiento, la Casa de Contratación era una junta
comercial nombrada por la Corona, cuyos funcionarios tenían íntimos lazos con
los comerciantes españoles, como con los extranjeros, y se tejían entre ellos
grandes redes de poder. Los comerciantes castellanos se hallaban agrupados en
un Consulado o gremio, que era una pequeña élite que controlaba con gran
cuidado el ingreso de nuevos miembros y excluía a los no castellanos. Sin embargo,
los comerciantes extranjeros disponían de financiamiento y amplios contactos en
Europa, por lo que a menudo los castellanos se convertían en sus comisionistas
intermediarios. Con características similares fueron autorizados en Nueva España
(1594) y Perú (1613) dos nuevos consulados.
El tráfico comercial se hacía entre Sevilla e Hispanoamérica a través de un sistema
de flotas o convoyes de barcos para protegerse unos a otros. Dos flotas partían
anualmente de España a América, o más concretamente de Sevilla a La Habana;
de allí la flota se dividía hacía La Veracruz (Nueva España), Cartagena (Nueva
Granada) y Portobello (Panamá), desde donde las mercancías eran embarcadas a
El Callao (Perú).
Como es fácil imaginar, el sistema de abastecimiento de España era lento y
limitado para abastecer una considerable demanda que se originaba en
Hispanoamérica. La pequeña oferta y la gran demanda tenían por objeto mantener
siempre altos los precios, por lo cual los comerciantes de Sevilla mantenían altas
tasas de ganancias y eran ellos, en consecuencia, los grandes beneficiarios del
sistema monopólico.
La movilización de mercancías se hacía partiendo de grandes ferias que se
celebraban en Jalapa (México), Cartagena y Portobello y de allí se enviaban a las
principales ciudades de Hispanoamérica, luego a las zonas menos pobladas y de
allí a las zonas de frontera. Como se puede observar el tráfico era lento y costoso.
Solo al final del período colonial, y con ocasión de las reformas borbónicas, este
sistema fue liberalizado mediante la supresión de las flotas (1740) con lo que se
pretendía incrementar el tráfico comercial.” 20

20. Carlos Araya Pochet. Historia de América en perspectiva latinoamericana. UNED. 1984. Págs. 64 – 65.
1.12 Descubrimiento de la bahía de Cartagena de Indias. 1502

Rodrigo de Bastidas

“No antecedió castellano alguno en dar vista y pisar la tierra de este distrito a
Rodrigo de Bastidas, pues el año de 1501, llevado del gran ruido, que ya sonaba
en todos los rincones de España, de las sumas riquezas que se iban descubriendo
en las Indias, empleó las suyas, habida licencia en armar en Sevilla dos buenos
navíos, y pertrechados de lo necesario á tan larga y mal conocida (que lo era
entonces) navegación, con la mejor gente que pudo, entre quien se contaba Vasco
Núñez de Balboa (que después fue uno de los singulares y valerosos Capitanes que
han dado vista a estas Indias, siendo el primero que la dio y descubrió el mar del
Sur) y por piloto a Juan de la Cosa, ya diestro en la carrera, por haberla pasado
en todas las ocasiones, desde la primera en que vino Don Cristóbal Colón al
descubrimiento, se dio a la vela con dos navíos, que sin zozobra llegó al Cabo de
la Vela, hasta donde sólo había ya llegado y puéstole este nombre Alonso de Ojeda,
y pasando a probar ventura más al Occidente, á vista de Tierra firme que le demora
al Sur y su mano izquierda, ya habiendo atropellado los embates de oleajes en tres
aguas saladas y dulces del río de la Magdalena y mar, sin hallar desde esta boca
(porque no lo hay) puerto seguro donde surgir, y por ojear los de sus costas la
innumerable multitud de naturales con que hervían, llegó a un famoso puerto en
once grados de latitud y setenta y tres y treinta minutos de longitud, que por dar
entrada a las naves, por dos bocas, a causa de dividirlas una prolongada isla al
Sur, que los naturales llamaban Códego le puso por nombre el puerto de
Cartagena, por ser esta entrada al modo de la del puerto de nuestra Cartagena de
España; si bien no es poca la diferencia de la isla que los divide y el puerto, como
he advertido, habiéndolos visto ambos; no hallo conformes los autores en el que
haya sido de cierto que impuso este nombre a este puerto, atribuyéndolo unos al
que hemos dicho, otros a Alonso de Ojeda cuando después llegó a él, como presto
veremos; otros a Don Pedro de Heredia cuando vino por Gobernador y pobló la
ciudad que hoy permanece en él: no me detengo con su averiguación, por no hallar
más fundamentos para lo uno que lo otro. Aquí surgió el Capitán Bastidas, y
habiendo tenido algunas refriegas con sus naturales más cercanos al puerto, que
no eran pocos, ni poco valientes hombres y mujeres (como veremos), y haberles
repelado el oro que pudo en rescates y por los modos que pudo, sin detenerse
muchos días, aunque bajó otra buena distancia de costa al Poniente y entró en la
ensenada Acla, tomó la vuelta de Santo Domingo, donde hizo asiento con su casa,
por ir aquello en nuestro crecimiento, hasta que después se le dio el Gobierno de
Santa Marta…
No se detuvo mucho Alonso de Ojeda el mismo año en salir de la bahía de Cádiz,
donde a la sazón se hallaba por los mismos pasos que Bastidas (aunque sin saber
llevaba aquéllos), y con dos navíos en que iba, entre la demás gente, por mercader
Américo Vespucio, habiendo dado segunda vista al Cabo de la Vela, se dejó correr,
no sé si habiendo surgido de paso en el puerto de Cartagena hasta entrar por la
costa de Urabá, que está hasta cincuenta leguas de la ciudad de Cartagena al
Oeste, donde intentó hacer un fuerte para amparo y sala de armas de su gente, que
la pensaba emplear en conquistas de tantos indios como había venido notando
hervían aquellas costas. A este golfo de Urabá (que es una ensenada grande que
se mete hasta veintiséis leguas al Sur, parece que a recibir con tiempo las grandes
aguas del Darién que entran por su culata) se le puso en esta ocasión este nombre
por un famoso Cacique llamado Urabá, que enseñoreándose de grandes pueblos
que ocupaban y hoy ocupan las márgenes, del Este de este golfo, se hacía temer de
sus convecinos. Tomaban los términos de su tierra desde los bajos que llaman de
Caribana (que era de otro Cacique llamado así) hasta acercarse a la boca del
Darién, dicho así por otro famoso Cacique que tenía el mismo nombre y su Estado
a la boca de este gran río, que teniendo sus principios en la laguna del Dabaibe,
en la Gobernación de Antioquia, y más al Sur recoge las aguas que se le acercan
a dos manos y las trae a esta ensenada que también se llama Acla, porque a la
banda del Poniente, cerca de su boca, que tendrá de distancia de una a otra punta
tres o cuatro leguas, cuando entraron en ella los nuestros hallaron sus sabanas y
campos cubiertos de huesos de hombres que habían muerto en batallas que estos
bárbaros habían tenido, antiguas, y preguntando los soldados la causa de tantos
huesos, no respondían los indios sino Acla, que en su lengua quiere decir hueso de
hombre.
Dividió Ojeda su gente (aunque no era mucha), enviando la mitad con un navío
que diesen vista a la costa al Poniente, quedándose él con el resto entre los Urabaes
ocupados en el fuerte, que aunque no se saca (¿oro?) en estas tierras, sino que
viene del Dabaibe el río abajo del Darién, por rescates, y de los Sinúes, que uno de
ellos era el que ahora llaman Guamoco, pasando el gran río Cauca (como se
advirtió en las puentes que le hallaron los nuestros, en que pasaban a sus rescates),
con todo se halló mucho entre los Urabaes, de que no dejó de sacar buen repelón
Ojeda y su gente mientras la nave corrió hasta el puerto del Retrete (límite que
también tuvo Bastidas habiendo corrido la misma costa) y dio la vuelta a Urabá,
desde donde con la gente que le había quedado de otros que se le habían muerto,
pareciéndole no era la que había menester para sustentarse allí por entonces, y con
el oro y algunos indios esclavos, atropellando mil encuentros de olajes y tierra,
surgió en la Isla Española y ciudad de Santo Domingo el mismo año de 1501,
dejando bien avispados los Urabaes y otros donde hizo lo mismo que con ellos, que
juntándose estos desabrimientos con los que les fueron acrecentando Juan Guerra
y otros que a la deshilada y sin licencia llegaron después a las mismas costas al
husmeo del oro y esclavos, quedaron acedísimos, como los hallaron los que
después vinieron a poblar la tierra, como veremos.
Quedaron por algunos años todas estas costas sin que acudiese a ellas castellano
de consideración, y si alguno las visitaba, sólo era llevado de sus intereses de
rescates de oro y prisioneros indios, de que se seguían dos o tres notables
inconvenientes: uno de acedar los más, y otro, el avilantez con que estaban
pensando que la resistencia que hacían a los nuestros en pisar sus tierras, era
causa de no venir a tomar asiento en ellas ; y aun otro mayor que ambos: el
retardarse rayar el sol de la gracia en estos naturales con la publicación del
Evangelio, comenzada en solas las Indias, en especial la Española, donde hacía
pie la fuerza de los españoles, por irse a priesa engrosando allí los caudales con
la saca del oro y otras inteligencias de indios esclavos y entables de haciendas de
campo.” 21
“En el año de mil quinientos y dos, el capitán Rodrigo de Bastidas, con licencia de
los Reyes Católicos, salió de la ciudad de Cádiz con dos carabelas muy bien
armadas y vitualladas a costa suya y de Juan de Ledesma, y otros sus amigos, para
ir a descubrir en la Tierra Firme todo lo que se pudiese saber de ella. Y traía por
piloto a Juan de la Cosa, que fue hombre muy diestro en las cosas de la mar. Y
fueron a la isla de la Gomera, -Islas Canarias- donde se proveyeron de algunas
cosas que convenían al viaje, así como carne, agua, leña, quesos y otros refrescos.
Y desde allí tomaron su derrota con buen tiempo, y la primera tierra que de las
Indias vieron, fue una isla verde, de la cual no supieron qué nombre tenía entre los
indios, porque no tuvieron plática con ellos; pero este nombre bien se podría dar
a todas las demás, porque siempre están verdes, a causa de la mucha humedad que
estas islas tienen, pues son muy pocos los árboles que acá pierden la hoja. Esta isla
está a la parte que de la isla de Guadalupe mira a la tierra del Sur o austral y cerca
de las otras islas de aquel paraje. Se creyó que debía ser la isla Deseada o
Marigalante; y tomaron agua allí, y prosiguieron su camino hasta la costa de la
Tierra-Firme, por la cual fueron platicando con los indios, o rescatando en
diversas partes y obtuvieron hasta cuarenta marcos de oro. Y continuaron por la
costa al Poniente desde el Cabo de la Vela, y pasó este Capitán por delante de
Santa Marta, y descubrió los indios coronados que hay en aquella costa, y el rio
Grande y el puerto de Zamba y el de Cartagena, y las islas de Arenas y las de San
Bernardo y Barú, e isla Fuerte, que es una isla llana donde se hace mucha sal a
dos leguas o tres desviada de la costa de Tierra-Firme, enfrente de Caparoto y del
rio del Sinú.” 22
1.13 Rodrigo de Bastidas da nombre a la bahía de Cartagena
“Un Rodrigo de Bastidas, hombre honrado, y bien entendido, y que debía tener
hacienda, vecino de Triana, determinóse de armar dos navíos, para ir a descubrir,
y rescatar oro, y perlas. Concertóse con algunos, y en especial con Juan de la Cosa,
que era el mejor piloto, que había por aquellos mares; que era hechura del
Almirante. Y alcanzada la licencia, yendo él por capitán, partió de Cádiz, de donde
entonces se despachaban todos los navíos, en el principio de enero. Navegaron a
la Tierra Firme, por los rumbos, y caminos, que el Almirante había llevado, cuando
la descubrió, y tomando el hilo de ella, la fueron costeando. Llegaban a todos los
puertos, y playas, adonde salían infinitas gentes a contratar, y rescatar, que es
vocablo, que los castellanos usaron, por decir trocar. Y llegados al golfo de
Venezuela, que se llamaba Coquibocoa, que descubrió Alonso de Ojeda, navegaron
la costa abajo, y pasaron por la rivera de la mar, que ahora se llama Santa Marta,
y Cartagena, hasta la Culata, o Ensenada, que es el Golfo de Urabá, dentro del
cual se contiene la Provincia del Darién, que por algunos años fue por aquellas
islas, y en Castilla, muy celebrada. Siguieron la costa del poniente abajo, y llegaron
al puerto, que llamaron el Retrete, adonde estaba la Ciudad, y Puerto de Nombre
de Dios, y todo lo que de nuevo descubrió, pasó de cien leguas, y dio el nombre a
Cartagena, y a todas las islas, que por allí hay.” 23

21. Fray Pedro Simón. Tercera parte de las Noticias Historiales de la Conquista de Tierra firme en las
Indias Occidentales. 1625. Capítulo I-II. Págs. 345 – 348
22. Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia General y Natural de Indias. 1548. Pág. 334
23. Antonio de Herrera y Tordesillas. Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra
Firme del mar océano. Década I, Libro IV, Capitulo XI. Págs. 116 – 117.
1.14 Bastidas arriba a la Española cargado de riquezas
En 1502 Rodrigo de Bastidas arribó a La Española en su ruta a España, un poco antes
que Cristóbal Colón en su cuarto viaje intentara entrar al puerto de Santo Domingo, que le
fue negado por el nuevo gobernador don Nicolás de Ovando, no valieron las alertas de un
huracán, el que por cierto cobró muchos navíos, oro y entre las muchas vidas cobró la del
anterior gobernador don Francisco de Bobadilla. Colón mandó a tierra a un enviado quien
con las negativas del gobernador Ovando, le informó de la llegada de Bastidas con muchas
riquezas y perlas. 24
1.15 Las tripulaciones a Indias se completaban con toda clase de convictos
Durante los primeros 30 años de invasión las tripulaciones que se enrolaban en las
expediciones eran compuestas en buena parte por criminales.
“Las cosas de estas Indias aún no estaban en fama de tanta riqueza, que deseasen
los hombres pasar a estas partes: antes para traerlos a ellas, había de ser con
mucho sueldo y apremiados. Y yo me acuerdo que los Reyes Católicos mandaron
en toda Castilla a sus jueces y justicias, que los que hubiesen de sentenciar a
muerte, o a cortar la mano o el pie, o a darles otra pena corporal o infame, los
desterrasen para estas Indias perpetuamente, o por tiempo limitado, según la
calidad del delito, en lugar o recompensa de la pena o muerte, que así se les
conmutase.” 25

En esta primera orden se dijo que a los sentenciados e infames, les mandaron los
Reyes Católicos que pasasen a las Indias, y esto, si mal no me acuerdo, fue año de
mil quinientos y ocho. Ahora que estamos, como he dicho, en el de mil quinientos
y cuarenta y ocho, no consienten pasar a ninguno sin licencia expresa del
Emperador o su Consejo, y que no sean infames ni sospechosos a la fe, ni padezcan
otros defectos, y con limitación y ordenanzas que a muchos excluyen y excusan ser
hábiles para tal navegación.” 26

24. Manuel Lucena Salmoral. Obra citada.. Tomo VII. Pág. 139.
25. Gonzalo Fernández de Oviedo. Obra citada. Libro XXVI. Capitulo II. Pág. 335.
26. Ídem. Pág. 336
Bahía de Cartagena de Indias. Bautista Antonelli. 1602. AGI. MP. Panamá.22.

1.16 Primeros españoles en la bahía de Cartagena. 1504


Las costas de Cartagena fueron visitadas por diversos aventureros desde fines del siglo
XV; según la crónica del coronel Joaquín Acosta en la parte en que hace referencia al viaje
de don Alonso de Ojeda en 1509, menciona a Cristóbal Guerra.
“…Pero los indios, a pesar del requerimiento hecho por ante escribano, no se
mostraban obedientes ni dóciles, sino que rehusaban acercarse a los españoles.
Ojeda probó por algunos días los medios suaves sin fruto alguno, pues las
violencias y ultrajes de que habían sido víctimas en las visitas de los diversos
aventureros, particularmente de Cristóbal Guerra que en años pasados había
tomado a muchos por esclavos, los hacía desconfiados y temerosos de alguna
celada…” 27

27. Joaquín Acosta. Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo
décimo sexto. Pág. 26
1.17 Los hermanos Luis y Cristóbal Guerra. 1504
Cristóbal Guerra, nació en el barrio Triana de la ciudad de Sevilla, fue un mercader y
marino castellano que participó en la exploración de América tras el descubrimiento de esta
por Cristóbal Colón en 1492. Realizó tres viajes a América, en el primero 1499-1500, junto
con Pedro Alonso Niño llegó a la Isla Margarita y a la Costa de las Perlas, coronando la
primera expedición española a América que obtuvo una rentabilidad económica, a su regreso
a Galicia en febrero de 1500, fueron acusados por sus propios hombres ante el gobernador
don Hernando de Vega, de haber defraudado el quinto del Rey. 28
Su segundo viaje lo realizó entre agosto de 1500 y julio de 1501, asociado con su
hermano Luis y con Alonso Vélez de Mendoza; fletaron dos carabelas y llegaron a la costa
de Brasil, desde donde se dirigieron hasta el sur del cabo de San Agustín. En este viaje
Cristóbal Guerra volvió a obtener grandes cantidades de perlas y capturó algunos nativos
como esclavos, a pesar de la prohibición de los reyes españoles a la práctica de la esclavitud
por parte de los colonos, obtuvo en 1501 una autorización para apresar y vender indígenas
caribes de la Costa de las Perlas, con el compromiso de pagar a la Corona un tercio del precio
de su venta, esto se logró alegando la condición de antropófagos y rebeldes a la colonización.
En 1503, nuevamente asociado con su hermano Luis, firmó capitulaciones para
realizar un nuevo viaje a las Indias, en esta ocasión con cuatro carabelas. Su hermano Luis,
tras establecer negociaciones con Juan de la Cosa con el objeto de llevar a España un
cargamento del recién descubierto palo de Brasil, emprendió el regreso a España.
“Habían ya en este tiempo mandado los Reyes Católicos, además de la instrucción
que se dio a Nicolás Ovando, que nadie escandalizase a los indios de La Española,
ni de ninguna de aquellas islas, y Tierra Firme, ni los cautivasen, ni llevasen a
Castilla, ni a otras partes, ni en sus personas, y bienes les hiciesen daño alguno,
por el celo que tenían, que las gentes de aquellas tierras recibiesen buen ejemplo,
y buenas obras, para que más fácilmente fuesen traídos a nuestra santa Fe: y con
este fin, dieron en Castilla licencia a algunos, para que fuesen a rescatar, y
contratar, para que comunicasen con los indios de paz, y con la comunicación, y
amor de los cristianos, se aficionasen a las cosas de la religión cristiana. Pero
como los años pasados quedaron escandalizados de Cristóbal Guerra, y de otros,
especialmente en Cartagena, adonde hizo violencias, y no los dejaban saltar en sus
tierras, y con armas la defendían, y mataron algunos cristianos, de que formaron
grandes quejas a los Reyes Católicos, y les informaron, que eran caníbales, que
ahora dicen Caribes, a los que comen carne humana: y era así, que estos tales
siempre huyeron de la conversión de los cristianos: por lo cual, aborreciendo la
Reina esta nueva de comer carne humana, que para ella fue muy espantosa, y la
relación de sus bárbaras, y bestiales costumbres, mandó dar una patente, cuya
substancia era:
Que aunque habían procurado de convencer, y animar a los indios, a que
fuesen cristianos, y para que viviesen como hombres de razón, habían
enviado con sus capitanes, religiosos, que les predicasen, y doctrinasen en
las cosas de nuestra Santa Fe Católica; y aunque en algunas islas fueron bien
recibidos, en otras, adonde estaba cierta gente, que llaman caníbales, nunca
los quisieron oír, ni acoger, antes los defendieron con sus armas, que no
pudiesen entrar, y mataron algunos cristianos: y después acá, habían estado
su pertinencia, haciendo guerra a los indios, que estaban en su servicio,
prendiéndolos para comerlos, como de hecho los comían; y siendo
informados, que para el servicio de Dios, sosiego, y seguridad de los indios
pacíficos, convenía, que fuesen castigados, por los delitos, que cometían
contra sus súbditos; y que habiéndolo consultado con los de su Consejo,
atento que los dichos caníbales habían sido requeridos muchas veces, que
fuesen cristianos, y se convirtiesen, y estuviesen incorporados en la
Comunión de los fieles, y debajo de su obediencia, y tratasen bien a los otros
sus vecinos de las otras islas, y no solo no lo habían querido hacer, sino antes
se defendían, para no ser doctrinados en las cosas de la Fe, y continuaban
en hacer guerra a sus súbditos, estando endurecidos en su mal propósito,
idolatrando, y comiendo carne humana: Acordaron de dar licencia a
cualesquiera personas, que con su mando fuesen a las islas, y Tierra Firme,
para que porfiando los dichos caníbales en resistirlos, pudiesen cautivar, y
llevar a cualquier partes, para venderlos, y aprovecharse de ellos, sin
incurrir en pena alguna, pagando el derecho Real, porque trayéndolos entre
cristianos, más fácilmente pudiesen ser convertidos.
Señalaronse, especialmente, las islas de San Bernardo, isla Fuerte: y las de Barú,
que han perdido su nombre: y los puertos de Cartagena, Santa Marta, y otros.” 29
Cristóbal Guerra murió en Cartagena en 1504 en el enfrentamiento con los naturales; su
hermano Luis, falleció en el viaje de regreso a España emprendido con Juan de la Cosa.

28. Antonio de Herrera y Tordesillas. Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra
Firme del mar océano. Década I, Libro IV. Capitulo V. Pág. 106.
29. Ídem. Libro VI. Capitulo XI. Págs. 161 – 162.
1.18 Juan de la Cosa y su primera incursión en Cartagena.
“ …Cartagena: Juan de la Cosa, vecino de Santa María del Puerto, piloto de
Rodrigo de Bastidas, armó el año de 1504 cuatro carabelas con ayuda de Juan de
Ledesma, de Sevilla, y de otros, y con licencia del Rey, porque se ofreció a domar
los Caribes de aquella tierra. Fue pues a desembarcar a Cartagena, y creo que
halló allí al capitán Luis Guerra, y entre ambos hicieron la guerra y mal que
pudieron; saltearon la isla de Códego, que cae a la boca del puerto. Tomaron
seiscientas personas, discurrieron por la costa, pensando rescatar oro […] Alonso
de Ojeda fue allá dos veces, y la postrera le mataron setenta españoles; y él, como
ya estaban dados los Caribes por esclavos, cogió la gente, oro y ropa que pudo. A
Cartagena la nombraron así los primeros descubridores, porque tiene una isla en
el puerto como nuestra Cartagena, aunque mayor, y que se dice Códego. Es larga
dos leguas, y ancha media. Estaba muy poblada de pescadores, cuando los
capitanes Cristóbal y Luis Guerra y Juan de la Cosa la saltearon.
Los hombres y mujeres de esta tierra son más altos y hermosos que los isleños.
Andan desnudos como nacen, aunque se cubren ellas la natura con una tira de
algodón, y usan cabellos largos. Traen cercillos de oro y en las muñecas y tobillos
cuentas, y un palillo de oro atravesado por las narices, y sobre las tetas bronchas.
Ellos se cortan el cabello encima de las orejas, no crían barbas, aunque hay
hombres barbados en algunas partes. Son valientes y belicosos. Préciense mucho
del arco; tiran siempre con yerba al enemigo y a la caza. Pelea tan también la
mujer como el hombre.” 30
“Rodrigo de Bastidas, acompañado de Juan de la Cosa descubrió el golfo de
Urabá; robó y aprehendió al cacique Careta31 en la isla de Códego, 32 y mandó
prisioneros a los indios para ser vendidos en las Islas Antillanas. El pingüe botín
que alcanzó con todo ello y que visiblemente guardaba solo para sí, le valió una
denuncia…”.33 “Debió de hacer buen negocio, -Juan de la Cosa- pues entregó al
Tesorero general Martienza el quinto de la Corona, que constaba de 50,000
maravedís, por lo cual obtuvo como recompensa una pensión de una suma igual a
la que había entregado. En esta expedición él era capitán y piloto al mismo
tiempo”.34

30. Francisco López de Gómara. Historia General de las Idias.1552. Capítulo 70.
31. Careta: Cacique de los indios cueva –Acla, Panamá- En la isla de Códego el cacique era Carex.
32. Códego: Isla de Carex, hoy isla de Tierra Bomba, al Sur de Cartagena de Indias.
33. Josefina Olivo de Coll. La resistencia indígena ante la conquista. Siglo XXI Editores. Pág. 144.
34. Soledad Acosta de Samper. Biografías de hombres ilustres ó notables, relativas a la época del
descubrimiento, conquista y colonización de la parte de América denominada actualmente EE. UU. De
Colombia. 1883. Pág. 36
Juan de la Cosa por Luis Fernández Gordillo. 1979. Museo Naval de Madrid

1.19 Juan de la Cosa, ataca a los nativos de Cartagena. 1509.


“Pero el cuidado de los Reyes, a cuya cuenta está el socorro de inconvenientes
tamaños, y en esta necesidad el proveer de obreros a estas almas, que, cual
sazonadas mieses, se les podía ya arrimar la hoz de la divina palabra, llegando a
sus católicos oídos estos descubrimientos de Tierra firme y lo mucho que se podía
interesar en la razón de estado y servicio del cielo si se poblasen ciudades católicas
en ella, mostraban en toda ocasión deseos de esto, que traídos a las orejas del
Capitán Alonso de Ojeda, persona bien a propósito para ello, por ser el primero
que pisó estas tierras después de Colón, y ser de ánimos y bríos valientes, trató de
pedir en Gobierno, para conquistarlo y poblar, lo que hay del Cabo de la Vela
hasta los Urabaes, que serán de costa hasta doscientas sesenta o trescientas leguas,
y animándole de este pensamiento los amigos con quien lo comunicaba en la ciudad
de Santo Domingo, y en especial Juan de la Cosa, de sus más íntimos, se ofreció
éste a irlo a negociar a Castilla, fiado en el buen caudal que ya tenía (que bien lo
hubo menester para socorrer el poco de Ojeda, que era lo que hacía retardar sus
pensamientos) y en Don Juan Rodríguez de Fonseca, Obispo de Palencia, que era
por cuya mano corrían las cosas de las Indias (singular amparo de las de Ojeda),
fue a la Corte con sus poderes a lo último del año de 1508, que proponiendo el
intento, como se juntaba con el del Rey, con facilidad le concedieron por Gobierno
toda la tierra dicha que hay desde el Cabo de la Vela hasta la mitad del golfo de
Urabá, y la tierra adentro al Sur todo lo que conquistase, y que se llamase la Nueva
Andalucía. Negoció también Juan de la Cosa ser Teniente General de Ojeda, y más
se le hizo merced del oficio de Alguacil Mayor en toda la Gobernación, con
sucesión en un hijo suyo.
Hiciéronse las capitulaciones con que se había de asentar el Gobierno, que las
más principales fueron: que se le diese pasaje franco en Castilla para doscientos
hombres, y desde la Isla Española para seiscientos, y para los navíos que quisiese
en aquella isla; que las minas de cualquier metal que descubriese pudiese gozar
por diez años, pagando al Rey el primero la décima parte, el segundo la novena, el
tercero la octava, el cuarto la séptima, el quinto la sexta, y los otros cinco la quinta;
y que todo el oro de rescates o de otra suerte habido, se manifestase ante los
oficiales Reales; que no pagase alcabala él ni su gente ni otros algunos derechos
por cuatro años; con que pagasen el primer año el quinto de todo lo que en
cualquier modo se ganase, y los tres siguientes el cuarto; que pudiese sacar de la
Isla Española cuarenta indios maestros de sacar oro, para que llevándolos consigo,
enseñasen a otros; prohibíanle que pudiese llevar a su Gobernación ningún
extranjero. Díosele licencia para que habiendo poblado algunas ciudades en su
distrito, se pudiesen volver los que quisiesen a Castilla, y vender sus haciendas; y
que pudiesen tomar de la Española los navíos que hubiesen menester, como no
fuesen más que dos para cada asiento; y que se obligase a fabricar dos fortalezas
en su distrito, de cuyas tenencias se le hacía merced; y últimamente, que diese
fianzas ante el Obispo de Palencia, Don Juan Rodríguez de Fonseca, de cumplir lo
capitulado, como también prometió el Rey cumplirle todas las condiciones puestas.
Diósele también ordenado un requerimiento que se les había de hacer a los indios
antes que se pusiese mano a las armas contra ellos; que si venían en él, no se les
había de hacer guerra, que es éste: ‘’Yo, Alonso de Ojeda, criado de los muy altos
y muy poderosos Reyes de Castilla y de León, domadores de las gentes bárbaras,
su mensajero y Capitán, vos notifico y hago saber, como mejor puedo, que Dios
Nuestro Señor, uno y eterno, crio el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de
quien vosotros y nosotros y todos los hombres del mundo fueron y son
descendientes procreados, y todos los que después de nosotros vinieren, más por
la muchedumbre de generación que de éstos ha procedido desde cinco mil y más
años que ha que el mundo fue criado, fue necesario que los unos hombres fuesen
por una parte y los otros por otra, y se dividiesen por muchos Reinos y Provincias,
porque en una sola no se podían sustentar y conservar. De todas estas gentes Dios
Nuestro Señor dio cargo a uno, que fue llamado San Pedro, para que de todos los
hombres del mundo fuese Señor y Superior a quien todos obedeciesen, y fuese
cabeza de todo el linaje humano, doquier que los hombres tuviesen y viniesen y en
cualquier ley, secta o creencia; y dióle a todo el mundo por su servicio y
jurisdicción, y como quiera que le mandó que pusiese su silla en Roma como en
lugar más aparejado para regir el mundo; también le prometió que podía estar y
poner su silla en cualquiera otra parte del mundo, y juzgar y gobernar todas las
gentes cristianas, moros, judíos, gentiles y de cualquiera otra secta o creencia que
fuesen. A este llamaron Papa, que quiere decir Admirable, Mayor Padre y
Guardador, porque es Padre y Gobernador de todos los hombres. A este Santo
Padre obedecieron y tomaron por Señor, Rey y Superior del Universo los que en
aquel tiempo vivían; y asimismo han tenido a todos los otros que después de él
fueron al Pontificado elegidos; y así se ha continuado hasta ahora y se continuará
hasta que el mundo se acabe. Uno de los Pontífices pasados que he dicho, como
Señor del mundo, hizo donación de estas islas y Tierra firme del mar océano a los
católicos Reyes de Castilla, que entonces eran Don Fernando y Doña Isabel, de
gloriosa memoria, y a sus sucesores nuestros Señores, con todo lo que en ellas hay,
según se contiene en ciertas escrituras que sobre ello pasaron, según dicho es (que
podéis ver si quisiéredes). Así que S. M. es Rey y Señor de estas islas y Tierra firme
por virtud de la dicha donación, y como a tal Rey y Señor, algunas islas y casi todos
a quien esto ha sido notificado, han recibido a Su Majestad y le han obedecido y
servido y sirven como súbditos le deben hacer y con buena voluntad y sin ninguna
resistencia; luego sin ninguna dilación, como fueron informados de lo susodicho,
obedecieron a los varones religiosos que les enviaba para que les predicasen y
enseñasen nuestra Santa Fé; y todos ellos, de su libre y agradable voluntad, sin
premio ni condición alguna, se tornaron cristianos y lo son; y Su Majestad los
recibió alegre y benignamente, y así los mandó tratar como a los otros sus súbditos
y vasallos; y vosotros sois tenidos y obligados a hacer lo mismo. Por ende, como
mejor puedo, vos ruego y requiero que entendáis bien esto que os he dicho y toméis
para entendello y deliberar sobre ello el tiempo que fuere justo, y reconozcáis a la
Iglesia por Señora y Superiora del universo mundo, y al Sumo Pontífice, llamado
Papa, en su nombre, y a Su Majestad en su lugar, como Superior y Señor Rey de
las islas y Tierra firme, por virtud de la dicha donación; y consintáis que estos
Padres religiosos os declaren y prediquen lo susodicho; y si ansí lo hiciéredes,
haréis bien, y aquello que sois tenidos y obligados; y Su Majestad, y yo en su
nombre, vos recibirán con todo amor y caridad, y vos dejarán vuestras mujeres e
hijos libres, sin servidumbre, para que de ellos y de Vosotros hagáis libremente
todo lo que quisiéredes y por bien tuviéredes, como lo han hecho casi todos los
vecinos de las otras islas; y allende de esto Su Majestad vos dará muchos
privilegios y exenciones y vos hará muchas mercedes; si no lo hiciéredes o en ello
dilación maliciosamente pusiéredes, certifíceos que con el ayuda de Dios yo
entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y
manera que yo pudiere, y vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su
Majestad; y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los
venderé y dispondré de ellos como Su Majestad mandare; y vos tomaré vuestros
bienes y vos haré todos los males y daños que pudiere como á vasallos que no
obedecen ni quieren recibir a su Señor y le resisten y contradicen, y protesto que
las muertes y daños que de ello se recrecieren, sea a vuestra culpa y no de Su
Majestad, ni nuestra ni de los caballeros que conmigo vinieron, y de cómo os lo
digo y requiero pido al presente escribano que me lo dé por testimonio signado’”.
35

[…] “Por ser la travesía de la Española a Cartagena de infalibles brisas, con que
se la dan a popa los navíos, no gastó en ella mucho tiempo Ojeda hasta hallarse en
el puerto de Cartagena y cerca del pueblo Calamar, cuyos indios y de los demás
de aquellas islas y márgenes del puerto halló tan avispados y alerta por lo que les
había sucedido con los Castellanos que habían aportado a aquellas costas, que
daban a entender con las armas en las manos estimaban en menos sus vidas que el
seguro de sus tierras y el no dejar asentar en ellas el pie hispano. No fueron parte
estos aparentes bríos de estos indios para que Ojeda minorase un punto la
confianza concebida de allanar la tierra, y lo primero esta, por ser tan en el puerto,
donde era forzoso haber de abrigarse las naves, y así alentado él y su gente con los
indios ladinos de la lengua de esta costa que traían de Santo Domingo, a donde de
esta misma tierra habían llevado en otras ocasiones cautivos, hizo llamar a los de
Calamar y a otros que de otros pueblos se habían juntado a la resistencia, y por
medio de nuestros frailes y las lenguas les hizo la amonestación o requerimiento
referido, exhortándoles de más que dejasen sus idolatrías, supersticiones, pecados
nefandos y otras ofensas de Dios, a que respondieron los indios como a quien no
se lo decían ni lo entendían, ni atendían a más que a defender sus tierras con nubes
de envenenadas flechas, pretendiendo hacer retirar a los nuestros a sus barcas en
que saltaron en tierra.
Bien bastó la frente que los Calamares hicieron a los nuestros, para conocer que
les era necesario apretar la mano a la espada si querían asegurar el pie en las
tierras peregrinas, y aunque Ojeda llevaba orden del Rey, resuelta por acuerdo de
hombres doctos, teólogos y canonistas, que pudiese tomar las armas contra los que
no quisiesen admitir la Santa Fé Católica y tomarlos para esclavos, evitó todavía,
no obstante la resistencia hecha y tentar otra vez el vado por halagos dándoles
algunas cosillas de Castilla, ya en rescates de oro y ya graciosos, poniendo más la
mira en la granjería de las almas que en la vileza de él, y así determinó que
quedándose él en los pueblos de la Costa en contorno del puerto, procurando
reducirlos por bien o por mal con la mayor fuerza de la gente, para que hubiese
quien también guardase los navíos, Juan de la Cosa, con hasta veinte hombres
escasos y algunos indios lenguas, entrase la tierra dentro al Levante a dar un tiento
á los ánimos y fuerzas con que estaban de resistirlos o admitirlos, porque ya la voz
de su llegada había corrido grandes leguas por unas y otras partes, a cuyo parecer
no acudía muy de gusto Juan de la Cosa (por ventura siendo presagio de lo que le
sucedió), por tenerle de que dejando por entonces para mejor ocasión estos tan
valientes indios y que peleaban con tan venenosa yerba, pasasen a poblar al golfo
de Urabá, donde no eran tan caribes los naturales, desde donde podrían revolver
sobre los Calamares y los demás del puerto; pero los bríos y determinaciones de
Ojeda, que eran de casta de rayo, no sujetos a dilaciones, no consintieron las
hubiera en la ejecución.
Y así, con casi doscientos soldados, los más de los chapetones que trajo de Castilla,
y entre ellos Diego de Ordáz, tomó Juan de la Cosa la vuelta del pueblo de Turbaco,
de innumerables vecinos, y bien alentados y avisados ya por sus espías ellos y otros
convecinos de la ida de los nuestros, que por esto cuando llegaron al pueblo, que
está cinco leguas de Cartagena al Levante, lo hallaron tan en arma y escuadrones
briosos (si bien a lo bárbaro) que adelantándose a los requerimientos que llevaban
de intento hacerles los nuestros como a los demás, las primeras salutaciones fueron
rociadas de valientes y venenosas flechas, esto tan aprisa, que obligaron a los
nuestros a que con ella se pusiesen a la defensa y a la ofensa de quien así lo hacía
con ellos. Fueron los primeros ímpetus de esta guasábara tan furiosos de ambas
partes, que de ambas comenzó luego a despacharse gente para la otra vida, si bien
de los indios era diez tantos la que caía, con que a no ser tanta la fuerza de bárbaros
con que por instantes se iban fortificando, aunque en tropel confuso, presto se diera
por los nuestros fin la contienda, en que no se mostraban de menos valor que los
hombres las mujeres, administrándoles a ellos armas unas y otras, jugando de ellas
mejor que el más valiente gandul, pues de una se afirma que sin más ayuda que de
sus fuerzas, dio fin a las de ocho españoles antes que lo diera a las flechas de su
carcax; al modo de la otra bárbara de estas riberas que cuenta el Licenciado
Enciso que teniendo escasos veinte años, mató en su presencia diez españoles, tales
eran sus bríos y alientos; iba recargando sobre los nuestros tanta infinidad de
salvajes (de que hervía la tierra), que tuvieron por partido algunos de los
chapetones, juzgando ser imposible escapar las vidas de otra suerte, ampararlas
entre la maleza del monte, sin ser bastantes a reparar esto (que pasaba a sus ojos),
ni a avivar el decaimiento y mano floja que veía en su gente, las voces y bríos de
Juan de la Cosa, por lo cual acordó, viendo la cierta perdición de todos, enviar a
dar aviso a Ojeda, como lo hizo con Diego de Ordáz, que vido solo junto a sí,
haciendo la riza en los indios que un león en ovejas, no obstante que traía pasada
una pierna de un flechazo, venturoso por haber acertado a ser sin veneno.
Despachóse Ordáz, y con más brevedad que daba lugar la herida, llegó a ver y a
dar la nueva á Ojeda en el puerto.
No fueron así los bríos de Juan de la Cosa, despachado Ordáz, pues recogiendo
solo ocho compañeros que detuvieron sus voces y reprensiones hacían crueles
matanzas en los bárbaros, desnudos, derribando brazos a cercén, piernas, y
destripando a su gusto, hasta que cargó tal fuerza de salvajes sobre ellos, que les
obligó a arrimarse todos a un buhío que descubrieron para que no lo pudiesen
encender, donde pelearon valerosísimamente, hasta que vido a sus ojos Juan de la
Cosa caer muertos sus compañeros, y que a él le iba prendiendo de muerte la yerba
de más de veinte venenosas y penetrantes flechas que le tenían como erizo, de que
también rindió la vida, retirándose con esto los indios, viendo acabada la
guasábara, con muerte de más de setenta españoles, sin otros ocho que se llevaron
a manos y amarraron de las suyas y pies en un buhío, que fueron los más
venturosos.
Plutarco en sus Apotemas refiere un dicho de un Capitán ateniense llamado
Cabrias, a quien la experiencia militar le hizo advertir y decir que es más valiente
un ejército de ciervos cobardes si llevan por Capitán un león, que uno de leones si
tiene por cabeza un ciervo ; sentencia que agradó tanto a Filipo, Rey de
Macedonia, que no se le apartaba de la boca, atribuyendo la fortaleza significada
por el león o la cobardía por el ciervo al Capitán, de donde se siguen los malos o
buenos y valerosos hechos.
Mucho tuvo Ojeda de Capitán león y de Capitán de leones (fuerzas y fortaleza más
que dobladas), pues cada uno de sus soldados podía ser cabeza de ejércitos de
ciervos y hacerlos leones; pero como no sea sólo esto lo que asegura los buenos
sucesos, si no da también la mano la buena suerte, ocasión y ventura, lo será muy
crecida si éstas faltan; salir sola la fortaleza con el colmo de sus pretensiones, y
así faltándole estas en algunas ocasiones, tuvo de buenos y malos sucesos en las
que iba emprendiendo Ojeda, a quien halló Ordáz, cuando le llegó con la nueva,
bien ocupado con los Calamares y otros convecinos, a quien viendo que a las veces
eran de poco provecho blanduras, embestía con rigores, matando a unos y
prendiendo a otros, en que halló también algún pillaje de chagualas de oro bajo;
a todo lo cual dio de mano al punto que supo en el de la necesidad que quedaba
Juan de la Cosa ; y tomando cien hombres de los mejores que tenía y algunos
caballos y yeguas, a paso largo tenían caminadas las cinco leguas a tiempo que
pudieron dar sobre los indios Turbacos, descuidados por haber vencido la
guasábara y parecerles haber acabado ya con los hispanos, y así llegando al
pueblo al cuarto del alba y hallándole desapercibido (no obstante el aviso que les
dieron con sus acostumbrados gritos los guacamayos de los árboles y de las casas),
se hicieron los nuestros dos mangas y les embistieron con tal traza, pegando fuego
a los buhíos, que huyendo de ellos por no abrasarse, daban en manos de los
soldados, de quien escapaban todos muertos, por haberse echado bando que no se
tomase indio a vida, de que vinieron a concebir tales temores, que tenían ya por
menor mal abrasarse dentro de sus casas que morir a manos de los nuestros;
conque unos no osaban salir de ellas con sus mujeres e hijos, y otros, habiendo
salido y visto lo que pasaba afuera, se volvían a entregar dentro de las llamas, de
que se siguió un cruel estrago. A ocho indios que se hicieron fuertes y con valor de
sus brazos y flechas se defendían en un buhío, después de haber muerto un soldado,
pasados los pechos con una flecha, que como más atrevido se les llegó más, les
mandó pegar fuego Ojeda, donde perecieron. Diéronse luego á ranchear el pueblo
ya vacío del todo de sus vecinos por muertos o huidos, y andando trastornándolo
hallaron los ocho soldados vivos amarrados, y los cuerpos muertos, y entre ellos a
Juan de la Cosa, feísimo y espantable por el mucho veneno de las muchas flechas
de que murió, que no causó poco temor en los soldados y fue causa para no
detenerse mucho en el rancheo (que al fin fue de más de doce o catorce mil pesos
de buen oro), porque no sucediera, dándose aviso los indios, ponerlos los muchos
que se pudieran juntar en aprieto de la vida, y así tomaron la vuelta del puerto,
donde con brevedad alzó velas para entrar en Urabá, fines de su Gobierno. Bien
diferente se refieren por otros estas guasábaras de Turbaco, pero esta relación
tengo por la más cierta.” 36

35. Fray Pedro Simón. Tercera parte de las Noticias Historiales de la Conquista de Tierra firme en las Indias
Occidentales. 1625. Capítulo II. Págs. 348 – 351.
36. Ídem. Capítulo III –V. Págs. 354 – 358.
1.20 Versión de González de Oviedo sobre Juan de la Cosa
“[…] No me displacería de hallar disculpado al capitán Juan de la Cosa del salto
que hizo en la Isla de Códego […] pero no obstante esto, considero cómo le trajo
Dios desde algunos años a morir allí cerca a manos de los indios de aquella tierra;
puesto que cuando este Capitán los salteó, no me determino si estaban dados por
esclavos esos indios de Cartagena por el serenísimo Rey Católico, así porque allí
comen carne humana y son sodomitas abominables, como porque son idólatras y
tienen otros muchos vicios. Más sé que cuando lo mataron, estaban sentenciados a
que fuesen esclavos; y porque aquí se tratará de materia que es menester atención,
esforzarme y a relatarlo con brevedad y desde su principio, para que mejor se
entienda.
El año de mil quinientos y ocho, Diego de Nicuesa, fue por procurador de esta
ciudad de Santo Domingo de la Isla Española a la corte del serenísimo Rey
Católico; y después que hubo despachado las cosas de su embajada y procuración,
suplicó al Rey que le hiciese merced de la gobernación de Veragua para sí, y que
se le diese al capitán Alonso de Ojeda la gobernación de Urabá, porque eran muy
amigos. Finalmente, se les concedió y yo he visto la capitulación, y fue despachada
en la ciudad de Burgos a nueve días de junio de mil quinientos y ocho años; y entre
otras cosas que se tomaron por asiento con estos capitanes, fue una de las
principales esta: que el golfo de Urabá les partía las gobernaciones, y desde el
golfo a la parte del Oriente, administrase y gobernase Alonso de Ojeda con
Cartagena, y había de hacer dos fortalezas en su jurisdicción;
y desde allí al Oeste o parte occidental, se dio a Diego de Nicuesa, y que hubiese
en gobernación desde el mismo golfo de Urabá hasta en fin de la tierra que se llama
Veragua. Por manera, que el rio grande que torna dulce aquel golfo, partía estas
dos gobernaciones; y Diego de Nicuesa había de hacer otras dos fortalezas en la
parte que le cabía de su jurisdicción. Otro sí, que estos gobernadores y los que con
ellos fuesen a ambas gobernaciones, o cualquiera de ellas, pudiese a la ida prender
y capturar indios de los lugares que estaban señalados por esclavos que son en el
puerto de Cartagena, que por otro nombre los indios la nombran Calamarí, y
Códego, islas de Barú y de San Bernardo, e Isla Fuerte, y cargar de ellos sus navíos
y enviarlos o traerlos a vender a esta Isla Española: y que si a la ida no lo pudiesen
hacer por falta de tiempo, que a la tornada de los navíos lo pudiesen hacer y
capturar los indios en aquellas partes y lugares que he dicho. Y también, mandó el
Rey Católico que el capitán Alonso de Ojeda llevase por su lugarteniente al capitán
Juan de la Cosa, para que en las partes donde no estuviese el Ojeda, fuese Juan de
la Cosa capitán de Su Majestad, en nombre de Ojeda, y que donde se hallase fuese
su teniente, estando todavía debajo de su obediencia. Por manera, que se debe
creer que pues el Rey se acordó de Juan de la Cosa, y mandó a Ojeda por expreso
capítulo que lo llevase consigo en la forma ya dicha, que se tuvo por servido de lo
que había ya hecho antes en aquella costa, y porque era diestro en la mar y sabia
las cosas de aquella tierra. La verdad es, que desde aquel golfo de Urabá para
Oriente, hasta en fin de la boca del Drago y de la Trinidad, todo está poblado de
indios Caribes flecheros, y comen carne humana, y por sus delitos se les empleaba
muy bien cualquier castigo.
Estas armadas de aquellos dos capitanes vinieron así a esta ciudad de Santo
Domingo en el año siguiente de mil quinientos y nueve, y entre ellos hubo ciertos
debates en que no se pudieron concertar, porque cada que el almirante Don Diego
Colón quiso concertarlos y no pudo. Y así estando desavenidos, partió del puerto
de esta ciudad el Alonso de Ojeda contra la voluntad de todos, con tres navíos; y
uno de ellos era de Diego de Nicuesa, y se lo llevó: y siguió su viaje derecho a
Cartagena, porque era de su gobernación. Y allí saltó en tierra con la más y mejor
gente de los que llevaba, y con él su teniente Juan de la Cosa, todos a punto de
guerra, y dieron en un pueblo de indios que se dice el pueblo de las Ollas, que
estaba muy cerca de la costa, a medio tiro de ballesta o menos. Y en este lugar el
cacique con todos sus indios de pelea, se hizo fuerte en un bohío muy grande que
estaba en medio de la plaza, y allí lo cercó Ojeda; y estaban dentro hasta cien
hombres flecheros. Y cómo el cacique tenía sabido que los cristianos eran
codiciosos de oro, arrojaba por la puerta hacia ellos algunas patenas y otras piezas
de oro labradas, y los cristianos codiciándolas iban a tomarlas, y los flechaban y
mataban desde el bohío.
Viendo esto los nuestros, apretároslos con los ballesteros y espingarderos,
dándoles mucha presa; y una india, de edad de diez y siete ó diez y ocho años, salió
del bohío de entre los indios, y se metió entre los cristianos con un arco y sus
flechas, con pensamiento que por su persona y contra la voluntad de los españoles
le bastaba el ánimo de salvarse peleando. Y antes que la pudiesen prender, hirió
cuatro cristianos, imitando aquellas armígeras y feroces amazonas, de cuyo
esfuerzo y valor Justino y otros muchos autores hacen mención. Así que, entre estos
indios muchas mujeres se han visto no menos bien ejercitadas y animosas en la
guerra que los hombres.
Finalmente, fue pegado fuego a aquel bohío, y mucha parte de los indios fueron
quemados vivos, sin quererse rendir, y de los que huían de en medio de las llamas
los mataban los nuestros, y muy pocos fueron presos.
Hecho esto, tuvo noticia Ojeda de otro pueblo que estaba tres o cuatro leguas de
allí, que era del cacique Catacapa; tierra llana y en la misma costa dentro del
ancho de Cartagena, al cual otros llaman Matarap: y envió al capitán Juan de la
Cosa adelante con parte de la gente, el cual llegado a aquel pueblo, lo saqueó. Y
se tomaron ocho o nueve mil castellanos de buen oro y hasta cien prisioneros, la
mayor parte de mujeres; y el cacique y los indios de pelea escaparon huyendo, sin
poder llevar más que sus arcos y flechas. Y los cristianos se aposentaron por
aquellos bohíos para descansar la siesta, el sol era muy grande: y de dos en dos o
más o menos compañeros, con mucho descuido, se desarmaron y ataron sus
hamacas, tan seguros como si ninguna guerra tuvieran. De esto se dio mucha culpa
al capitán Juan de la Cosa, y no se tuvo como hombre de experiencia ni de
prudencia alguna; porque el buen soldado nunca ha de dejar las armas en tiempo
sospechoso ni sin tener segura la paz, cuanto más que debiera mirar que los
maridos y padres de aquellas mujeres, cuyas casas y haciendas se tomaban, no
hacía muchas horas que lo poseían, ni en tan breve tiempo se habían de desacordar
de su injuria, como no se desacordaron: antes todos los indios se acaudillaron, y
teniendo aviso por sus espías del mal recaudo y peor guarda que los cristianos
ponían en sus propias vidas, como hombres ofendidos, animosamente volvieron
sobre el pueblo, y con súbito asalto y gritos dieron sobre los cristianos, y mataron
e hirieron hasta cien de ellos y cobraron todo el despojo; y allí murió el capitán
Juan de la Cosa.
Ojeda iba con la gente que le quedaba hacia el mismo pueblo para socorrer a Juan
de la Cosa y a los que con él habían ido delante: y llegando cerca del pueblo,
conoció el daño y desbarato ya hecho, y se retrajo a un monte que está junto a el
lugar, donde recogió algunos compañeros que salían heridos de entre los indios; y
de esta manera los indios cobraron su pueblo victoriosos y casi a las cuatro horas.
Después de medio día salió un cristiano huyendo del lugar, y dos indios tras él
flechándole, y a las voces que aquel español daba, salió del monte Ojeda con cinco
hombres a socorrerle, y llegado a él supo enteramente lo que había pasado. Y
Ojeda le mandó y rogó que a la gente que tenía en el monte no dijese lo que había
intervenido al capitán Juan de la Cosa ni a los que con él habían ido; sino que les
diese a entender que la gente que había llevado, iba por otro camino con mucha
presa de oro y prisioneros a la costa, y que este hombre se había quedado atrás, y
que por haberse desviado de la compañía, le ha podido costar la vida. Y con este
ardid y disimulando la verdad, llegó Ojeda a la gente que le quedaba, mostrando
mucha alegría, diciéndoles: ‘Señores, vamos de aquí, que adelante va nuestra
cabalgada por otro camino más cercano que este para la mar’.
Y con esta alegría movió con su compañía para el puerto donde se había
desembarcado, y caminando así, algunos de los heridos que llevaban, pensaban
que les quedaban seguras las espaldas, y que era verdad que Juan de la Cosa con
la otra gente y cabalgada iba por otro camino, y no se les daba nada por andar, y
lo hicieron poco a poco. Mas cómo el capitán Alonso de Ojeda iba en la rezaga
con los heridos, para que no se perdiesen esos y otros, y no le bastaban ruegos ni
buena razón con ellos para hacerlos andar, entonces les dijo lo que había
acontecido, y que anduviesen cuanto pudiesen, porque él quería poner recaudo, si
pudiese, en los que le quedaban vivos. Y así se fue con toda la gente de los que
estaban sanos; y atendió a los heridos dos días después que allegó al puerto, y
recogió a todos los que no murieron y pudieron volver a la costa donde estaban las
naos, y muchos quedaron en el camino.
Estando en este trabajo Ojeda, llegó el capitán Diego de Nicuesa con su armada
de dos naos y tres bergantines, y como vio que Ojeda estaba en tierra, hizo echar
una barca al agua, y armado, en ella entró con doce hombres, y mandó que ninguno
otro sin su licencia saliese a tierra; porque, como a él Ojeda le había hecho mal, y
se le había traído una nao y quedaron mal avenidos, iba con determinación de
probar su espada con él. Y en la verdad cada uno de estos capitanes era muy
valiente hombre de su persona, y Ojeda muchas veces había dado experiencia de
su esfuerzo, el cual era natural de la ciudad de Cuenca, y era uno de los sueltos
hombres que hubo en su tiempo; y Diego de Nicuesa era buen caballero, natural
de Baeza, y de los gentiles jinetes de España; y en la conquista de nuestra Isla
Española, y en otras partes, estaba su persona por muy experimentada, y era tenido
por muy buen hombre. El cual mandó a los que bogaban la barca que guiasen
adonde habían visto a Ojeda en tierra; y así cómo llegó junto a la costa, Ojeda le
vino a recibir con dos hombres con sus espadas y rodelas hacia donde Diego de
Nicuesa podía desembarcarse; y llegada la barca a tierra, casi antes que ningún
marinero le tomase en los hombros, para que no se mojase, como se suele hacer,
saltó Nicuesa en el agua hasta la cinta con su espada y su rodela, con sobrado
enojo que tenía contra Ojeda. Y así cómo salió del agua en tierra, Ojeda le dijo:
‘Señor Diego de Nicuesa, desbaratado soy y mala jornada ha sido la mía: que los
indios me han muerto la mejor gente que traía, y a Juan de la Cosa, mi teniente,
con cien hombres’.
Entonces Diego de Nicuesa, mirándole en el rostro, vio que se le arrasaban los ojos
de agua a Ojeda, y lo mismo hicieron los suyos a Diego de Nicuesa; pero no le
respondió ni dijo palabra, sino en el instante se convirtió la ira que él tenía en tanta
compasión, que volvió la cabeza hacia la barca de que había salido, y la mandó
retornar a los navíos, y envió a mandar que luego saltasen en tierra trescientos
hombres, los ciento cincuenta rodeleros y sesenta ballesteros, y otros cuarenta con
sus coseletes y picas, y otros cuarenta empavesados. Lo cual se puso así
inmediatamente por obra. Y salidos y puestos en orden, tomó por guía al mismo
Ojeda con algunos de los de su gente: y anduvo toda aquella noche, y al cuarto del
alba, al tiempo que hubo de dar en el pueblo, estaban el cacique con más de
quinientos indios flecheros velándose, porque ya sabían que habían llegado más
navíos y cristianos al puerto. Y estaban tan sobre aviso, que al tiempo de romper,
fue primero su grito que el de los cristianos.
En aquel pueblo entró Diego de Nicuesa por tres partes con tres escuadrones: el
uno llevaba él, y el otro un capitán suyo, llamado Lope de Olano, y el tercero el
gobernador Alonso de Ojeda. Y así fue como la batalla o asalto se comenzó, fue
tan grande la prisa que los cristianos se dieron en quemar los bohíos llenos de
indios, y en matar indios, que cuando fueron las diez horas del día, no había en
todo el pueblo indio vivo, ni chico ni grande.
Después de hecho este castigo, y habida esta victoria, sin tomar despojo alguno y
acabada la pelea, estando en la plaza del pueblo estos capitanes, Ojeda suplicó al
gobernador Diego de Nicuesa que hiciese enterrar al capitán Juan de la Cosa y a
los otros españoles que primero habían los indios muerto, pues que Dios les había
dado tanta victoria. Y estaban juntos en la misma plaza hasta ochenta cuerpos;
porque el cacique, después que hubo la victoria en que los mató, los había hecho
allegar o amontonar allí y acabarlos de matar a flechazos, atadas las manos,
experimentando su experimentada y diabólica hierva, que hace morir rabiando al
que de ella es herido, si es fresca. Y de esta manera estaban hechos aquellos
pecadores un montón y muy hinchados. A lo cual Diego de Nicuesa respondió a
Ojeda que le dejase poner cobro en los vivos, que era más servicio de Dios que no
estar allí un día ó dos por enterrar aquellos cuerpos, que ya estaban corrompidos
y llenos de gusanos. Y luego hizo tocar las trompetas y recogió su gente, sin haber
reposado un punto aquel día ni la noche antes; y sin consentir que se parasen a
comer en el pueblo, se tornó con toda su gente sin que le mataran hombre alguno,
y solo tres compañeros fueron heridos de flecha, pero ninguno de ellos murió. Y
llegado al puerto, donde estaban las armadas de los dos gobernadores, allí en la
costa descansaron y cenaron: y luego mandó el gobernador Diego de Nicuesa que
su gente se embarcase, y que si algún despojo escondidamente alguno traía de los
suyos, que lo catasen y lo tomasen y se diese a Ojeda. Y así se hizo, y se halló así
oro y se le dio. […]” 37
1.21 Conquistadores coinciden en el puerto de Cartagena
Francisco Pizarro se encuentra en el puerto de Cartagena con Pedro Arias Dávila,
Martín Fernández de Enciso y Vasco Núñez de Balboa. 1510
“…Francisco Pizarro fue a escaparse al Puerto de Cartagena, y cuando entraba,
descubrió una nao, y un bergantín: lo esperó, y era el bachiller Enciso, que llevaba
bastimentos, ciento y cincuenta hombres, doce yeguas, y algunos caballos, y
puercas con sus verracos, para criar: llevaba muchos tiros de pólvora, lanzas, y
espadas, y otras armas, y llevara más gente, porque había concertado con muchos
de los adeudados, que se saliesen a los puertos de mar, que los iría tomando: pero a
pedimento de los acreedores, mandó el Almirante, que le acompañase una nao
armada, hasta dejarle muy apartado de la Española: muchos tienen opinión, que
pasó Vasco Núñez de Balboa al golfo de Urabá, con Ojeda; pero otros afirman, que
siendo uno de los que debían muchas deudas, se metió escondido en una pipa, sin
que el bachiller Enciso lo supiese, y que desde Salvatierra de la Sabana, adonde
tenía indios de repartimiento, se fue a la jornada: era hombre de treinta y cinco años,
bien alto, y dispuesto de cuerpo, de buenos miembros y fuerzas, y de gentil rostro,
y pelo rubio, y muy bien entendido, y sufridor de trabajos: este pasó a Tierra Firme
con Rodrigo de Bastidas, cuando fue a descubrir. Estando ya en la mar, salió de su
pipa, y Enciso se enojó mucho, y dijo, que en la primera isla despoblada le había de
dejar, porque según las leyes, merecía muerte: pero humillándose mucho, y por
rogadores que hubo, se aplacó, porque lo tenía Dios guardado para mayores cosas.”
38
37. Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia General y Natural de Indias. Tomo I. II parte.
38. Antonio de Herrera y Tordesillas. Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y
Tierra Firme del mar océano. Década I, Libro VIII, Capitulo V. Pág. 212.
1.22 Instrucción Real a Pedrarias Dávila:
“Que en caso que lo pudiese hacer sin impedimento del viaje, tocase en las Islas de
los Caníbales, que eran Isla Fuerte, San Bernardo, Santa Cruz, Güira, Códego, y
Calamarí, que es Cartagena, los Indios de las cuales estaban dados por esclavos,
porque comían carne humana, y por el daño que habían hecho a la gente Castellana,
y por el que hacían a los otros Indios, y a la Gente que entre ellos había querido
publicar la Fe Católica, y que hallando manera para requerirlos con la Fe, y con la
obediencia, lo hiciese, donde no, tomase cuantos pudiese, y los enviase a la isla
Española, adonde se entregasen a Miguel de Pasamonte, y a los otros oficiales
Reales. Que en llegando, pusiese nombre general a toda la Tierra, y nombres
particulares a las Villas, y lugares: y que primeramente diese orden en las cosas
concernientes al aumento de la Fe Católica, y conversión de los indios, y a la buena
orden del servicio de Dios, y aumento del Culto Divino: para lo cual se enviaba al
Obispo Fray Juan de Quevedo, y con él los clérigos que parecían necesarios. Que
procurase, por cuantas vías pudiese, que los indios estuviesen con los castellanos,
en amor, y amistad, y que por esta vía fuese todo lo que se hubiese de hacer: y que
para conseguirlo, no consintiese, que por sí, ni por otras personas, se les quebrantase
ninguna cosa que se les prometiese, sino que se mirase primero, con mucho cuidado,
si se les podía guardar: y si no, que no se prometiese: pero que prometido
enteramente, se les guardase de tal manera , que los pusiese en mucha confianza de
fu verdad, no consintiendo que se les hiciese mal, porque de miedo no se
alborotasen, ni levantasen, pues que por esta vía vendrían antes a la conversión, y
al conocimiento de Dios, y de nuestra Santa Fe Católica: porque más se ganaba en
convertir ciento de esta manera, que cien mil por otra; y que en caso que por este
término no quisiesen venir a la obediencia Real, y se les hubiese de hacer Guerra,
había de mirar, que por ningún caso no fe les hiciese, no siendo ellos los agresores,
y no habiendo hecho, o intentado de hacer daño a la gente castellana, y aunque
hubiesen acometido antes de romper con ellos, les hiciese de parte del Rey los
requerimientos usados, para que viniesen a su obediencia, una, dos, tres, y más
veces, cuantas viese que eran necesarias: y que pues había castellanos, que sabían
la lengua, con ella les diese primero a entender el bien que le les seguiría, en ponerse
debajo de la Real obediencia, y los daños que de las guerras les habían de resultar,
y más habiendo de ser Esclavos los que se tomasen en ella: y que les hiciese
entender, qué cosa era ser Esclavo, de manera, que de ello tuviesen entera noticia,
sin poder pretender ignorancia: porque para poderlo ser, y tenerlos los castellanos
con buena conciencia, estaba todo el fundamento en lo susodicho.
Que estuviese muy sobre aviso, en que todos los castellanos, porque se les
encomendasen los indios, tenían gana que fuesen de Guerra; y que aunque no se
podía excusar de no platicarlo con ellos, era bien estar avisado de ello, para el
crédito, que en tal caso se les podía dar: y que parecía al Rey, que el más sano
consejo, sería el del Reverendo Padre Fray Juan de Quevedo, Obispo del Darién, y
de los Sacerdotes que con él iban, porque citarían con menos pasión, y menor
esperanza de haber interés de los Indios; y que en caso que se hubiesen de dar en
encomienda, o por Naborías, había de hacer, que se guardasen las ordenanzas, que
para ello llevaba, que eran las que se hicieron para la isla Española, porque se habían
hecho con mucha información; porque de aquella manera serían más conservados,
y mejor tratados, y más doctrinados en nuestra Santa Fe Católica, y por eso no se
había de disminuir ninguna cosa de ellas; antes que si alguna viese, de más de lo
que en ellas se contenía, que se debía de hacer en provecho de los indios, y de su
salud, y conversión, sería bien que se hiciese, para que fuesen mejor tratados, y
viviesen con más contentamiento, en compañía de los castellanos; y que la
resolución de esto era, que cuanto aquí, y en el capítulo precedente se decía, era
para que con amor, voluntad, y amistad fuesen atraídos a la Santa Fe Católica, y se
excusase de forzarlos, y maltratarlos para ello, cuanto fuese posible, porque de esta
manera se serviría mucho Nueftro Señor, y el Rey se tendría en ello por muy
servido: y que esto era más necesario, que en Tierra-firme se hiciese, que no en la
Española, porque los indios eran menos aplicados a trabajo, y habían acostumbrado
siempre a holgar, y se veía, que en la Española se iban huyendo a los montes por
no trabajar: y era de creer, que mejor lo harían los de Tierra-firme, pues se podían
ir la Tierra adelante, lo que no podían hacer los de la Española, y no tenían que dejar
sino las Casas , i por esto parecía muy dudoso, que los indios se pudiesen
encomendar de la manera que estaban los de la Española.
Y que por lo sobredicho parecía, que sería mejor, que por vía de paz, y de concierto
de los cristianos, aliviándolos lo más que ser pudiese en el trabajo, en esta manera:
que los que quisiesen estar en la paz, y concierto de los cristianos, y a la obediencia
de vasallos, diesen, y sirviesen al Rey con cierto número de personas, y que no
fuesen todos, sino una parte de ellos, como tercio, o cuarto, o quinto de los que
hubiese en el pueblo, o de los que tuviese el cacique principal, si en Tierra-firme
estaban debajo de caciques , como en la Española: y que estos anduviesen un mes,
o dos, y se remudasen, habituándolos a trabajar, para que perdiesen el vicio del
holgar tanto; y que propuesto, que cualquiera de estas formas, por vía de
encomendarlos, o por vía de concierto, se pudiese hacer que sirviesen, estaría bien
así; más: que en caso que lo uno, ni lo otro no se pudiese hacer, parecía que cada
pueblo, según la gente que tuviese, o cada cacique, diese tantos pesos cada mes, o
cada luna, como ellos cuentan: y que dando estos, serían seguros, que no se les haría
mal ni daño: y que tuviesen en sus pueblos señales para conocer, que eran de los
que estaban en la obediencia Real, y que las trajesen en sus personas, para ser
conocidos, como eran, vasallos del Rey, porque no se les hiciese mal pagando su
tributo, como con ellos fuese asentado. Y porque se entendía, que una de las cosas,
que más les había alterado en la Isla Española, había sido el tocarles en las Mujeres,
e hijas contra su voluntad, se le mandaba que lo defendiese, por cuantas vías, y
maneras pudiese, mandándolo pregonar siempre que le pareciese necesario, y
ejecutando las penas en las personas que quebrantasen sus mandamientos, con
mucha diligencia.” 39
39. Antonio de Herrera y Tordesillas. Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y
Tierra Firme del mar océano. Década I, Libro X, Capitulo VII. Págs. 274 – 275.
2
Conquista
2.1 Gonzalo Fernández de Oviedo. Nombrado primer gobernador de Cartagena. 1525

Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés. Madrid, 1478 – Valladolid, 1557.

El puerto de Cartagena tuvo oportunidad de ser gobernado desde 1519 por un noble
español llamado Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés, pero solicitó en sus capitulaciones
que le fueran asignados 100 caballeros de Santiago para que le acompañaran, lo cual no le
fue aceptado por la Corona. Años después, en 1524, se le concedió la gobernación de
Cartagena, y tras enterarse de los atropellos del Rodrigo de Bastidas contra los naturales de
su gobernación, que lograron “incendiarle todas aquellas costas”, decidió “levantar su mano
de ese asunto” ya que había cultivado una buena y próspera relación con aquellos nativos
durante muchos años.
“…En el año de 1519 se pidieron al Emperador –Carlos V- en Barcelona tres
gobernaciones y que el que pidió la de Santa Marta, demandó cien hábitos de
Santiago para cien hombres hijosdalgos y de limpia sangre, y que por no se
conceder estos hábitos, aunque otras muchas cosas se le concedieron, cesó esto…”
40
40. Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia General y Natural de Indias. Libro VII. Capítulo III. Pág. 344”

España envió a América lo peor de su gente hasta el año de 1538, cuando se determinó
solo enviar a los mejores de los suyos. Iniciativa que Oviedo planteó muchos años antes.
“Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés. Colonizador español de ascendencia noble
de Asturias, ‘sus progenitores naturales del Principado de Asturias de Oviedo,
procreados en un pequeño pueblo que se dice Borondes, de la feligresía de San
Miguel de Bascones y Concejo de Grado, notables hijosdalgos y de nobles solares’,
y entró muy joven a servir a un hijo de un hermano bastardo de Fernando el
Católico llamado don Alfonso de Aragón y Escobar, segundo Duque de
Villahermosa, cuya casa denominó la ‘casa de Minerva y Marte’ por unirse en ella
el ejercicio de las armas con el cultivo de las letras del Humanismo hispano. Allí
estuvo hasta los 13 años, y más tarde fue nombrado mozo de cámara del príncipe
don Juan.
Presenció la rendición de Granada en 1492 y el regreso de Cristóbal Colón tras su
primer viaje, y conoció a los hijos del descubridor, que eran pajes del príncipe. La
muerte del infante en 1497 cambió el rumbo de su vida, y abandonó la Corte para
marchar a Italia. En 1498 estuvo en Milán al servicio de Ludovico Sforza ‘el Moro’,
y conoció a Leonardo da Vinci. En la Mantua del pintor Andrea Mantegna entró a
servir a Juan de Borja y Castro o Borgia, a quien acompañó por diversas ciudades
de Italia.
En 1500 se desplazó a Roma y de allí a Nápoles, donde pasó a servir en la corte de
su rey don Fadrique. Cruzó luego el estrecho de Mesina hacia Sicilia, donde
entabló amistad con Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como ‘el Gran
Capitán’, quien acababa de conquistar Tarento y había hecho prisionero al Duque
de Calabria, a quien más tarde serviría en Madrid. En 1502, de regreso a España,
residió en Madrid, su ciudad natal, y cuando Isabel la Católica murió, en 1504,
entró de nuevo en la corte de Fernando el Católico. Sirvió por entonces al Duque
de Calabria.
En 1506 debió casarse con Margarita de Vergara, que murió pronto, y al año
siguiente fue nombrado notario público y secretario del Consejo de la Santa
Inquisición; al año siguiente se casó nuevamente, en esta ocasión con Catalina
Rivafecha, y trabajó hasta 1511 como notario público de Madrid. En 1512 ejerció
de secretario del Gran Capitán por poco tiempo.
Viajó a las Indias en 1513 en la expedición a Panamá de Pedrarias Dávila, quien
había sido nombrado gobernador de Castilla del Oro, como jurista, desempeñó
como escribano de ‘minas e del crimen’.
Como militar, fue teniente del gobernador Pedrarias, a la sazón, gobernador de
Cartagena de Indias. Se desempeñó como capitán y alcayde de las fortalezas de
Santo Domingo y la Española.
Tras su segunda estancia en América, publicó el Sumario de la Natural Historia de
las Indias -1526-, dedicada a Carlos I.” 41

41. Enciclopedia Cristóbal Colón. Pablo Emilio Taviani.


2.2 Motivos que tuvo González de Oviedo para no tomar la gobernación.
Por sus palabras, otra hubiera sido la suerte de Cartagena de Indias si este noble hubiera
sido su fundador; su interés de aventurarse a la gobernación en compañía de 100 nobles
hubiera llevado (según dice) los destinos de estos territorios y sus naturales por mejores
sendas; aunque en realidad, como todos, también venía tras el oro, y tomó muchos nativos
como esclavos.
“Después el año de mil quinientos y veinte y cuatro, al tiempo que el capitán
Rodrigo de Bastidas procuraba esta gobernación, estando la Cesárea Majestad -
Carlos V- en Valladolid, yo había tornado de estas partes a la corte; y el
reverendísimo Cardenal de Sevilla, que a la sazón era obispo de Osma y presidente
del Consejo Real de Indias, y los otros señores que con él asistían, me mandaron
llamar y me dijeron que a Su Majestad se pedía la gobernación de Santa Marta;
más que porque yo la había pedido primero cinco años había, y era criado de la
casa Real, que viese si quería tornar a entender en la negociación; porque
holgarían que a mí se me diese, antes que a otro alguno, y también porque veían
que cuando en Barcelona yo había movido este negocio, me ofrecí a hacer más de
lo que otros se ofrecían. A esto respondí a aquellos señores que yo había dado
ciertos capítulos sobre esto, y que no tenía en la memoria que cosas se me
concedían o negaban a la sazón: por tanto que les suplicaba que me los mandasen
mostrar, pues los tenía el secretario Juan de Sámano, y que vistos respondería;
porque mi deseo fue siempre servir a Sus Majestades con mi persona y lo demás. E
incontinenti me los dieron, porque los tenían allí en la mesa de su audiencia, donde
estaban juntos en Consejo, en el monasterio de San Pablo de Valladolid, y también
tenían allí la capitulación que se daba por parte de Rodrigo de Bastidas. Y esta
merced o cortesía, que aquellos señores quisieron darme a entender, que en parte
era favorecerme, yo entendí que procedía en la ventaja que había en lo que yo
ofrecí que haría más que los que pedían esta gobernación: y me mandaron que otro
día les diese la respuesta. Y así la di, y dije que sin crecer ni menguar cosa alguna
de lo que había dicho en Barcelona, me encargaba de aquella conquista y
pacificación, si se me concedía lo mismo que había pedido, así en lo de los hábitos
y Orden de Santiago, como en las otras cosas; todas las cuales ya estaban
concedidas en las márgenes de mis capítulos. Me dijeron aquellos señores que en
lo de la Orden no hablase, y que en lo demás se haría y se mandarían otras
mercedes, y yo repliqué que sin aquello, no hablaría en el negocio. Y así se procedió
en él con Bastidas, y se le dio a él aquella gobernación, y yo alcé la mano de ella;
pero la verdad es que si yo la quisiera sin los hábitos de Santiago, conmigo
quedaría, y aún más larga que a él se le dio, como se puede ver por las mismas
capitulaciones, si la suya aparece; porque la mía se me tornó original, en las
márgenes de la cual, de letra del comendador mayor don Francisco de los Cobos,
y del secretario Juan de Sámano, aparecerá lo que digo.
Entonces comencé a entender en suplicar que se me diese la gobernación de
Cartagena, que está más al poniente de Santa Marta, porque yo sabía que era tan
buena o mejor: y me fue concedida por Sus Majestades, y me dieron los títulos y
despachos para ello muy cumplidamente, y los tengo al presente. Pero creo que me
hizo Dios merced en apartar esto, y que yo no lo efectuase, según he visto que
sucedió a los gobernadores de la una y de la otra provincia, como adelante se dirá;
no obstante que lo de Cartagena ha sido rica cosa. Y yo no lo ignoraba; porque
sabía muy bien estas costas, y siendo yo vecino del Darién, con una carabela y un
bergantín míos que traje al trato de los rescates, pacifiqué desde el puerto de la
Ramada hasta el Darién todos los indios de la costa, que son ciento y sesenta leguas
o más, de la más áspera gente, y flecheros que tiran con hierba diabólica e
incurable la más veces, sin matar e injuriar a indio alguno, ni ellos a ningún
cristiano de los que andan en mis navíos. Y hube de mi parte siete mil pesos de oro
o más, y fui causa que por mi industria se metieran en la ciudad del Darién, con
mis navíos y otros que e dieron a los rescates, más de cincuenta mil pesos de oro:
de lo cual resultó mucha envidia en los de esta isla Española y en otras islas y en
otros mis vecinos: y tuvieron forma de meter tanto la mano en los rescates y en
tomar indios, de cualquier manera que podían, que alteraron la costa y se
escandalizaron los indios, y se hizo de guerra la costa, y se siguieron otros males
muchos.
Todo esto había sido antes que al capitán Rodrigo de Bastidas se le diese la
gobernación de Santa Marta, ni a mí se me concediese Cartagena, dos años
primero. Pues otorgadas estas provincias al uno y al otro, yo pensaba que como
Bastidas y yo éramos amigos, que nos hiciéramos la vecindad como tales, y salió
al revés; porque por cartas de malos terceros, y no escribiéndole la verdad, quedó
resabiado por lo que en Valladolid pasó, cuando los señores del Consejo Real de
Indias me dijeron que si quería entender en lo de Santa Marta, que pasó como
tengo dicho; y sus factores le dieron a entender que yo le estorbaba, lo cual por
cierto nunca pensé. Y después él me escribió diciendo que holgaba que fuésemos
vecinos en las gobernaciones, y me ofreció parte de la gente que él tenía ya
allegada a Santo Domingo, que le sobraba.
Al tiempo que se me concedió la gobernación de Cartagena, había yo antes cobrado
ciertos pesos de oro, por mandado del Emperador, en la Tierra Firme, que le
pertenecían a Su Majestad, de las condenaciones del adelantado Vasco Núñez de
Balboa, y aquellos que con él padecieron; y supliqué a los señores del Consejo que
mandasen tomarme la cuenta, que quería pagar el alcance a la Cámara de Su
Majestad, y que se me hiciese merced de la mitad del artillería que tenía Pedrarias
Dávila, gobernador de Castilla del Oro, para la fortaleza y gobernación de
Cartagena; y César lo mandó así. Y con este despacho fui a la Tierra Firme; y
estando yo dando la cuenta y pagando el alcance que se me hizo, delante del
licenciado Juan de Salmerón, juez de residencia, supe que el gobernador Rodrigo
de Bastidas había enviado gente con mano armada a pagarme el amistad, que yo
pensaba que conmigo tenía, y saquearon la isla de Códego, que está en la boca de
la bahía y puerto de Cartagena, y tomaron al cacique Carex y hasta quinientas
ánimas de indios e indias chicos y grandes, a barrisco salteados, y más de diez o
doce mil pesos de oro, y llevaron los indios después a vender por estas islas.
Como yo supe esto en la ciudad de Panamá, escribí a Sus Majestades y a los
señores del consejo Real de Indias, quejándome del Bastidas; y despidiéndome de
la gobernación, supliqué que la diesen a quien fuese su servicio, aunque había
gastado dineros, comenzando a aparejarme: y así enojado, alcé mi mano de la
negociación. De esta manera cesó mi gobernación de Cartagena, o por ventura
otro mayor trabajo que pudiera sucederme en aquella conquista; y se quedó
Bastidas con mi hacienda, que a la verdad lo era, y no pensaba yo perderla, si él
viviera, al cual se le siguió lo que adelante se dirá. Y después que él murió yo fui a
España a la corte, estando César en Alemania, y quise pedir al señor obispo de
Venezuela, hijo y heredero del gobernador Rodrigo de Bastidas, mis daños, pues le
quedaba hacienda de su padre, contra la cual creo yo que se me hiciera justicia. Y
me lo estorbaron dos cosas: la una ser el Obispo tan noble y reverenda persona y
mi vecino en esta ciudad de Santo Domingo, y tal que no debe ser enojado, sino
servido; y la otra causa fue la señora visoreina de las Indias, madre del señor
almirante don Luis Colón (a quien yo no quise descomplacer en esto, aunque fuese
con pérdida mía), que a la sazón estaba en la corte, y el señor Obispo y sus padres
fueron y son, y yo no menos, sus servidores y amigos. Y así me quedé con mí pérdida
y sin Cartagena, y sucedió en ella Pedro de Heredia.” 42

42. Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia General y Natural de Indias. Libro XXVI. Capítulo III. Págs.
337 – 339.
2.3 Ingenuidad en los nativos
Narración de don Gonzalo Fernández de Oviedo sobre una burla que les hizo a los
nativos de Cartagena en 1521
“Pero pues hace al propósito de los rescates que toqué antes, en que dije que obtuve
cantidad de oro de los indios de aquella costa, y en especial en aquella isla de
Códego y en Cartagena, diré aquí una burla que les hice; por donde se verá la
simplicidad que entonces había en ellos, y la diferencia que ahora se halla, a causa
de los cristianos revolvedores y remontadores, que después entendieron en estos
rescates con mucho peligro de sus vidas y conciencias.
El año de mil quinientos y veinte y uno de la natividad de Cristo, estando Pedrarias
Dávila, gobernador de Castilla del Oro, en la ciudad de Panamá, había traído y
allegado de algunas entradas hechas por mar y tierra en las costas de la Tierra
Firme, a la parte del Sur, hasta setenta mil pesos de diversos oros: en el cual tiempo
yo era veedor de las fundiciones del oro por Sus Majestades en aquella
gobernación, y fue necesario ir allá, para hacer fundir aquel oro y que se pagasen
a César sus quintos y se repartiese lo restante por los que lo debían de haber. Y así
partí desde la ciudad de Santa María de la Antigua del Darién, que es en la otra
costa del Norte en el golfo de Urabá, y fui por mar sesenta leguas que hay, la vía
del poniente, hasta la ciudad del Nombre de Dios: y desde allí fui por tierra a
Panamá aquellas veinte leguas que hay de travesía hasta la otra costa, que está de
la parte al Sur o más austral que esta otra. Y repartido aquel oro, cuando me quise
tornar al Darién a mi casa, pedí al gobernador ciertas cosas que convenían al
Darién por virtud del poder que para ello tenía de la ciudad, y como regidor de
ella; quejándome en nombre de aquella república que se iba poco a poco
despoblando a causa del mismo gobernador, porque daba indios y repartimiento a
los vecinos del Darién y de su provincia y costa del Norte y otra del Sur, donde él
quería hacer su asiento, y les prometía de hacerlos ricos con que dejasen al Darién
y se avecindasen en Panamá; y así se nos iba la gente y quedamos pocos, para
sostener aquella ciudad, donde yo y los demás estábamos heredados. Y vino la cosa
a tanto, que yo le dije que él despoblaba aquella ciudad, y le hice ciertos
requerimientos y protestaciones; y él me replicó que qué manera me parecía a mí
que se debía tener, para que la ciudad del Darién se sostuviese y no se perdiese ni
despoblase, y yo le dije: ‘Señor, si yo fuese gobernador, bien sabría hacerlo, y vos
lo podrías de hacer, si quisiesedes’. A lo cual replicó, y como era hombre sagaz
dijo: ‘Señor veedor; pues eso decís, hacedlo vos, y haréis servicio a Sus Majestades
y a mí mucha merced: y yo os daré tan bastante poder, como yo lo tengo, para que
lo hagáis, porque el presente yo no puedo dejar esta costa’.
Y como yo veía que se perdía mi hacienda y las de todos los que allí vivíamos,
acepté el poder y volví al Darién y comencé a entender en los rescates con los
indios bravos, por la mar en costa del Norte. Y aunque la costa toda estaba de
guerra, a causa de que se habían hecho en diversos tiempos muchos daños y robos
a los indios por los descubridores y armadores, pacifiqué toda la costa, como lo
dije en el capítulo precedente, desde el Darién, la vía del Oriente, hasta el puerto
de la Ramada; e hice meter en aquella ciudad el oro que he dicho, a causa de lo
cual los vecinos que estaban alterados y para irse a Panamá, se sosegaron, y aún
se venían otros al Darién de aquellas islas y de otras partes. Y la forma que tuve
para ello fue que, como yo sabía lo mucho en que los indios estiman las hachas,
para cortar árboles y otras cosas, envié una carabela mía a tentar la negociación
con un criado mío y hasta veinte personas, y con dos tiros pequeños de pólvora y
las armas que eran necesarias. Y mandé que ningún indio ni india rescatasen ni
diesen por él cosa alguna; porque los indios una de las granjerías que tienen, es
vender a otros indios y trocarlos, así de sus enemigos como de sus naturales, y
algunas veces los propios hijos, si tienen necesidad, los truecan por maíz en tiempo
de hambre, y aún sin ella por su placer. Y en los viajes que esta carabela y un
bergantín míos hicieron, yo saqué más de siete mil pesos quitos de todas costas, de
más de lo que cupo a otros vecinos a quien hice participar en esta granjería, porque
todos se aprovechasen y holgasen de estar en aquella ciudad.
Se siguió que faltándome ya las hachas, que no las tenía ni venían ya navíos al
Darién, porque era en el tiempo que andaban alteradas las comunidades de
Castilla, acordé de hacerlas hacer de los aros de las pipas vacías que pude recoger
y de otro hierro viejo: y me hicieron hasta quinientas hachuelas pequeñas, como
las querían los indios, para ejercitar con una sola mano, porque hallaban pesadas
las hachas vizcaínas que primero yo había hecho rescatar con ellos. Y holgaron
mucho con estas hachuelas, por ser pequeñas, puesto que no valían nada, así por
ser sin acero (que no le tenían ni lo había para echárselo) como por ser mal
templadas. En fin todas las tomaron y me trajeron más de mil y quinientos
castellanos quitos de costas: que eran asas, porque cada marinero y compañero
ganaba a cinco pesos de oro cada mes, allende de las soldadas mayores del capitán
y del maestre y piloto, y del bastimento y matalotajes que yo les daba, allende del
sueldo que he dicho. Después de esto, como me faltó sí mismo el hierro y no le
había para hacer más hachuelas, acordé de enviar la carabela; y para que no fuese
en balde, yo consideré que las hachuelas había tres meses que las habían los indios
rescatado, y que como eran ruines y sin acero, que ya estarían botas y torcidos los
filos. Y compré una muela grande barbero, e hice hacer de ella tres molejones, y
los hice armar y meter en la carabela, debajo de cubierta, y mandé que fuese este
navío a aguzarles aquellas hachuelas; pero que tuviesen especial cuidado el
capitán y los que envié que ningún indio viese los molejones; así se hizo. Y así como
la carabela llegó a Cartagena y en las otras partes, donde habían rescatado las
hachuelas, luego los indios con ellas torcidos los filos y desportilladas, vinieron en
sus canoas a la carabela: y las tomaban los que para esto yo envié diputados, y
debajo de cubierta las afilaban y concertaban y se las tornaban, y no les costaba
menos que cuando las compraron: antes como veían que salían de manera que
cortaban, traían de las vizcaínas y de las primeras que tenían aceros a las amolar.
De este camino me trajo la carabela más de otros siete mil castellanos, sacadas las
costas para pagar cuatro o cinco que me habían costado la piedra o muela, de que
hice hacer aquellos molejones.” 43

43. Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia General y Natural de Indias. Libro XXVI. Capítulo IV. Págs.
339 – 341.
India Catalina. Estatua en Cartagena de Indias

2.4 India Catalina


“Entre los indios cautivos y libres de servicio que traían los nuestros, venía una
india llamada Catalina, natural de Zamba, muy ladina en nuestra lengua y más en
las de estas costas, de donde la llevó a Santo Domingo los años de antes Diego de
Nicuesa, cuando desde allí frecuentaba estas riberas.” 44

44. Fray Pedro Simón. Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra firme. Tomo IV. Tercera parte. Pág.
8.
2.5 Don Pedro de Heredia. Fundador de Cartagena de Indias

Don Pedro de Heredia. Estatua en la ciudad de Cartagena de Indias

Don Pedro de Heredia nació en Madrid en 1488 y murió al naufragar el barco en


que viajaba a Cádiz en 1554. Hidalgo de nacimiento, salió de España por camorrero y se
estableció en isla de La Española. Más tarde, aceptó el empleo de teniente que le ofreció
el gobernador de Santa Marta, don Pedro Vadillo. Se hizo muy rico adentrándose en el
Valle de Upar, donde obtuvo gran cantidad de oro, y regresó a España.
“De esta jornada salió tan próspero y rico el Maese de campo y Teniente general
Pedro de Heredia, que se fue á España y con el oro que llevó procuró haber y
hubo la Gobernación y adelantamiento de Cartagena, é hizo gente y volvió y
pobló aquella Gobernación”. 45

45. Fray Pedro Aguado. Recopilación Historial. Capitulo VII. Pág. 37.
2.5.1 Capitulación de los Reyes de España con Pedro de Heredia para la conquista de
Cartagena
“La Reina.
Por cuanto vos, Pedro de Heredia, con deseo de nos servir os ofrecéis a poblar y
conquistar la costa de Tierra Firme desde el río Grande que está entre la provincia
de Santa Marta y Cartagena hasta el río Grande que está en el golfo de Urabá, que
serán hasta setenta leguas de costa, con las isletas que confinan con la dicha tierra,
y sujetar a nuestro servicio y Corona Real a los indios de ella e industriarlos en las
cosas de nuestra Fe Católica; y asimismo os ofrecéis a hacer en la dicha tierra una
fortaleza cual convenga para la defensa de los españoles que en ella residieren, en
la parte que mejor os pareciere, y tendréis con los dichos un clérigo de buena vida
que los bautice, industrie y enseñe las cosas de nuestra santa Fe Católica, y así
conviniere que haya más clérigos lo pondréis, y no habiendo en la dicha tierra
diezmos de que se paguen, los tendréis a vuestra costa todo el tiempo que no
hubiere los dichos diezmos, y trabajaréis con dádivas y buenas obras de los
pacificar y traer al reconocimiento y vasallaje que no deben, y que viniendo a
recibir la doctrina cristiana les haréis sus iglesias según la disposición de la tierra
en que la reciban; y nos suplicasteis y pedisteis por merced vos hiciese y otorgase
las mercedes y con las condiciones que de yuso eran contenidas, sobre lo cual yo
mandé tomar con vos el asiento y la provisión siguiente.
1. Primeramente vos doy licencia y facultad para que podáis hacer y hagáis en la
dicha provincia la dicha fortaleza, cual convenga para la defensa de los españoles
que en ella residieren, en la parte que os pereciere, y que vos haré merced, como
por la presente vos la hago, de la tenencia de ella para vos y para un heredero
vuestro cual por vos fuere señalado, con doscientos ducados de salario en cada un
año, de las rentas y provechos que tuviéremos en la dicha tierra, de los cuales
habéis de gozar desde el día que la dicha fortaleza estuviere acabada a vista de los
nuestros oficiales de la dicha provincia; y en cuanto a lo del clérigo que habéis de
poner para industriar de los indios en las cosas de la Fe, decimos que, habiendo
obispo en la dicha provincia, a él pertenece poner los dichos clérigos; y no lo
habiendo, que habemos por bien y queremos que entre tanto que haya prelado, vos
pongáis uno o dos clérigos a vuestra costa hasta que haya diezmos eclesiásticos de
que ser pagados, y de ello vos mandaremos dar provisión en forma.
2. Otrosí, entendiendo ser cumplidero al nuestro servicio y al bien y pacificación
de la dicha provincia, y administración y ejecución de nuestra justicia, y para
honrar vuestra persona, prometo vos hacer y vos hacemos nuestro gobernador de
la dicha provincia por todos los días de vuestra vida, sin que por razón de la dicha
gobernación llevéis salario alguno, con tanto que cada y cuando que nos fuéremos
servidos vos podamos mandar tomar residencia del dicho cargo de gobernador.
Asimismo vos hacemos merced del alguacilazgo mayor de la dicha provincia por
todos los días de vuestra vida, y que en él podáis nombrar la persona que quisiereis
y por bien tuviereis, con tanto que no sea de las personas prohibidas.
3. Otrosí, para que con más voluntad los dichos indios vengan a la amistad de los
españoles, y porque esto parece que es un camino para que más presto con la
conversación de ellos vengan en conocimiento de nuestra Santa Fe Católica, y
porque vos y los dichos españoles seáis aprovechados, vos damos licencia y
facultad para que venidos los dichos indios de paz y contratación, para que vos y
la persona que tuviereis en la dicha fortaleza, y los demás que vos quisiereis,
contratéis con los dichos indios de la dicha provincia como hombres libres, como
lo son, y rescatar con ellos todo el oro y plata y piedras preciosas y perlas y joyas
y otros metales y mantenimientos y ropas de algodón y canoas y todo género de
cosas que ellos tienen o tuvieren, dándoles por ello lo que con ellos concertéis, por
manera que todo sea a su voluntad, con tanto que no podáis recatar ni rescatéis
indios algunos por esclavos….
7.Otrosí, habido respeto a los gastos que en lo susodicho se ofrezcan, y a la
voluntad de nos servir con que a ello os movéis, es nuestra merced y voluntad que
habiendo disposición en la dicha tierra tengáis en ella todas las granjerías, así de
ganados y labranzas y todas las otras cosas que tienen en la isla Española y San
Juan los vecinos de ella, y gozarlos según ellos lo gozan, y ocupar todas las tierras
que para esto fueren menester, y asimismo que el primero ingenio de azúcar que
hiciereis en la dicha provincia sea libre por vuestra vida, y de un heredero, de todos
pechos y derechos; que asimismo para el dicho ingenio podáis llevar de estos
Reinos y de las Indias todas las herramientas de hierro que sean necesarias, sin
pagar derechos de almojarifazgo, ni otros derechos, y todo lo demás necesario al
dicho ingenio hasta estar acabado para poder moler, de herramientas y otros
materiales, y que los otros ingenios que se hicieren en la dicha provincia, tengan
la libertad que tienen los de la isla Española.
8. Y asimismo vos hacemos merced, como por la presente vos la hacemos, que de
todo lo que llevareis para hacer la dicha fortaleza, de materiales, no paguéis
derechos algunos de almojarifazgo; y asimismo es mi voluntad que de todas las
mercaderías y cosas que llevareis para rescatar con los indios de la dicha
provincia, no paguéis almojarifazgo ni otros derechos algunos por cinco años, con
tanto que lo que así llevareis para las cosas que son dichas, vayan derechamente a
la dicha provincia; y si a otra parte se llevare, sea perdido para nos, y que todo lo
que llevaren de mercaderes y mercadurías y mantenimientos y otras cosas para
proveimiento de la dicha provincia, nos paguen los derechos a nos pertenecientes
como se paga en la isla Española.
9. Asimismo vos daré licencia para poder pasar a la dicha provincia, de estos
nuestros Reinos y del Reino de Portugal e isla de Cabo Verde, y donde quisiereis y
por bien tuviereis, cien esclavos negros, la mitad hombres, y la mitad hembras,
pudiéndolo hacer sin perjuicio del asiento de los alemanes, libres de todos derechos
de almojarifazgo, con que sean para vuestras granjeras y labranzas, y hacer la
dicha fortaleza, con tanto que los llevéis derechamente a la dicha provincia, y que
si los llevaréis a otra parte, sean perdidos para nuestra Cámara.
10. Y porque me suplicasteis y pedisteis por merced mandase que si los dichos
indios repudiasen la doctrina cristiana y no diesen la obediencia que deben, y
haciendo con ellos las diligencias que está mandado que se hagan en las otras
poblaciones, en tales casos, guardando aquella orden, les pudiesen hacer guerra y
sean dados por esclavos, mandamos que vos hagáis primero las diligencias y
solemnidades que por nos está mandado y ordenado, y hechas las enviad a los del
nuestro Consejo de las Indias, para que vistas mandemos proveer en ello lo que
convenga; y entre tanto no podéis tomar ni tomáis ningún indio de la dicha
provincia por esclavo….
Fecha en Medina del Campo, a cinco días del mes de agosto de mil y quinientos y
treinta y dos años. Yo, la Reina. Refrendada de Sámano. Señalada del Conde,
Beltrán, Xuárez, Bernal, Mercado.”46

46. FRIEDE, JUAN, Colección de documentos inéditos para la Historia de Colombia (1509-1550). 10
Vols. (Bogotá, 1955-1960). Págs. 277 – 282
2.6 Conquista de las costas del puerto de Cartagena.

“Sacra Cesárea Católica Majestad.


Pedro de Heredia, gobernador de esta provincia de Cartagena por
Vuestra Majestad, haciendo relación de lo sucedido en la tierra dice:
que él entró en esta provincia de Cartagena a 14 días de enero con una
nao y dos carabelas y una fusta en que metería ciento y cincuenta
hombres de guerra y veintidós caballos, no embargante que en la isla
Española embarcó cuarenta y siete y los demás se murieron en el
camino, de los cuales caballos el día que desembarcaron, que fué dentro
de esta bahía de Cartagena, uno de ellos, como salió de la mar, que
como andábamos desembarcando los otros no miramos en ello, cuando
le fuimos a buscar hallamos por el rastro que lo llevaban los indios. Yo,
como lo vi, acordé de ir en seguimiento de ellos y fui con dos de a
caballo y quince peones, porque al presente no nos hallamos más fuera
de los navíos, y como el rastro iba fresco yo creí que los alcanzáramos.
Luego fuimos en rastro de ellos hasta una legua poco más por la costa
de la mar. Y yendo que íbamos topamos con un escuadrón de indios que
a nuestro parecer seria número de ciento, poco más o menos, los cuales
venían hacia donde nosotros íbamos y en descubriéndonos se pusieron
en arma y nos comenzaron a flechar. Arremetimos a ellos, volvieronnos
las espaldas, alcanzámoslos con los caballos luego. No consentí que
matasen ninguno, antes los rodeamos y tomamos uno de ellos para saber
su lengua de la tierra; el cual, después de tomado, nos llevó a su pueblo.
Cuando llegamos, no hallamos a nadie dentro sino los buídos cerrados.
No consentí yo que se les entrase en ninguna casa, ni se les tomase
nada antes nos volvimos con aquel indio que tomamos al real donde yo
le hice entender al indio con la lengua, como nosotros no veníamos a
hacerles mal, sino a tenerlos por amigos y a contratar con ellos y a darles
hachas, cuchillos y otras cosas, y le hice dar dado una hacha y peines y
cuchillos y anzuelos y le dije que se fuese y que lo dijese en su pueblo
y volviese a hablarnos él dijo que volvería otro día y esperamos tres
días que no volvió. Después de los cuales yo acordé tornar a ir al pueblo
y cuando fuimos no hallamos a nadie como en (el) primero acordamos
de asentar en el mismo pueblo, porque hallábamos mejor agua que la
que tomamos a donde estábamos porque en toda la bahía no se ha
podido hallar agua que corra sino de pozos y poca, por la cual causa yo
envié una de las carabelas que traíamos arriba de donde estábamos y la
otra abajo a que mirasen los términos que Vuestra Majestad me dio de
gobernador y para ver donde podríamos hallar mejor asiento. La
carabela que fue hacia arriba a la parte de Santa Marta halló un puerto
que dicen Zamba, que es seis o siete leguas del Río Grande, el cual le
pareció buen puerto y que estaba en el mejor término de todos para
poblar por lo que convenía al servicio de Vuestra Majestad. Yo acordé
partirme para allá por tierra con cincuenta peones y veinte de a caballo
porque la gente demás iba en los navíos. En comenzando a caminar
hasta una legua del pueblo donde estábamos, que dicen Calamar,
hallamos otro pueblo pequeño en el que tampoco los indios nos
quisieron esperar aunque estaban en ese pueblo cuando llegamos hice
que les tomásemos once o doce indias las cuales le hicimos entender lo
mismo que en el otro pueblo y las soltamos una a una para que fuesen
a llamar a los indios haciéndoles todo el buen tratamiento que
podíamos; tampoco nunca volvió ninguna. Tornamos a seguir nuestro
camino con un indio que tomamos por guía el cual nos llevó a un
camino de donde vimos a un cabo y a otro del camino quedar pueblos,
porque crea Vuestra Majestad que lo que de la tierra hemos visto es la
más poblada y abundosa de comidas, que nunca en estas partes se ha
visto. Plega a Dios por su infinita bondad que todo lo demás sea así.
Llevónos por aquel camino porque dijo que por allí habíamos de ir a
Zamba, a donde queríamos ir. Y habiendo andado hasta tres leguas
dimos con un pueblo y entramos por él procurando apaciguar la gente,
porque estaba toda dentro según lo que pareció no sabían de nosotros,
o si sabían con ser el pueblo tan grande no se les daba nada. Ellos se
encomenzarón a rehacer y a pelear con nosotros; hubimos de hacer lo
mismo. Era el pueblo tal que había dos horas que andábamos peleando
con ellos y no habíamos llegado a la mitad del pueblo. De donde yo
acordé tornar a recoger la gente y recogernos hacía el un cabo del
pueblo, y creyendo ponerles temor hicieles poner fuego. Y mientras el
pueblo ardía nos retiramos a unas labranzas a rehacernos, a donde
estando que estábamos vienen los indios a dar con nosotros; tornamos
allí a pelear con ellos como los tomamos fuera de la fuerza del pueblo,
desbaratamoslos luego. Tornamosnos recoger para rehacernos otra vez
y todos juntos acordamos de ir a dar otra vez en el pueblo. Cuando
fuimos, no hallamos ya a nadie porque todos eran idos huyendo.
Tomamosles hasta en cantidad de treinta o cuarenta indias las cuales yo
las solté la mayor parte de ellas una a una haciéndoles entender como
nosotros no veníamos a hacerles mal, y si alguno les habíamosle hecho
era porque ello nos habían comenzado a flechar a nosotros, rogándoles
que fuesen nuestro amigos; tampoco nunca quisieron venir. Obró Dios
en este día con nosotros uno de sus misterios que Él hace cuando es
servido, que no nos hirieron más de dos hombres, de los cuales murió
el uno, y seis caballos, de los cuales murieren tres. Y porque los seis
caballos que nos hirieron eran los mejores, acordamos de tornarnos al
pueblo donde salimos a curarlos y también, viento la grosedad de la
tierra, por enviar de socorro de caballos; para lo cual luego
despachamos una carabela para Jamaica. Creo, placiendo a la voluntad
de Dios, si no; rehacemos de los caballos que hemos menester, en esta
tierra se hará muy gran servicio a Dios y a Vuestra Majestad. Supimos
de un indio que tomamos del mismo pueblo que dos leguas de allí está
otro pueblo mayor que aquel. Dice que la tierra es muy rica; y en lo que
nosotros de ella hemos visto así parece, porque el oro que en ella hemos
visto es fino. La abundancia que en este pueblo se halló de comidas fue
en mucha cantidad y es de manera, que si lo mucho que está por ver
responde con lo poco que hemos visto, aunque anden mil de caballo en
la tierra, serán menester. Hemos sabido de otro camino por la costa de
la mar para ir a Zamba donde queremos ir a sentar, que nos dicen los
indios que los pueblos que hay en al camino son pequeños. Estamos de
partida para allá. Muestrase la gente esta tierra ser belicosas y tener
guerras unos con otros, porque en esto pueblo donde nosotros estamos,
que es pueblo de calidad y el otro grande, los hallamos todos cercados,
la mayor parte de ellos, de cabezas de muertos puestas en palos. Lo que
de ello hemos pedido alcanzar es que son de sus enemigos.
Salimos del pueblo de Calamar para ir a Zamba. Dios Nuestro Señor,
que quiso encaminar para que lo que en esta tierra estaba encubierto se
supiese, nos encaminó que el día que salimos de allí hallamos un indio
pescando a la orilla del mar y le tomamos para que nos guiase el camino
para Zamba. En tomándole yo le hice decir con la lengua que no
hubiese miedo y él me dijo que no había miedo, que amigo era de los
cristianos, yo le dije que, pues que era nuestro amigo que hiciese que lo
fuesen todos. Y él dijo que así lo haría, y así lo hizo que siempre lo
envíe delante a los pueblos e iba y sacaba a los indios que nos saliesen
a recibir y así que tuvimos toda la tierra de paz hasta que llegamos a
Zamba. La cual yo anduve toda a buscar sí había asiento y no hallé
disposición para pueblo principal, porque el puerto es bajo a la entrada
que no tiene más de brasa y media, y aunque es la más fértil tierra que
hay en el mundo y más poblada, no hay buena disposición para hacer
un pueblo. Y de aquí acordamos que sería bien ir a ver el Río Grande,
pues estábamos tan cerca de él que estaría diez leguas, y por ver la tierra
que así /?/ era. De aquí se volvió el indio que traíamos por guía. Yo
tomé de aquí otras guías que nos llevaron y vamos catorce de a caballo
y hasta setenta peones. El día que salimos de Zamba salieron con
nosotros a nuestro parecer bien dos mil hombres y fueren con nosotros
una jornada y de allí se volvieren. Seguimos nuestro camino hasta el
río. Hallamos a cada legua o a cada dos leguas pueblos muy grandes,
muy gran muestra de oro en ellos, porque no habíamos indio qué no
trajese oro en cantidad. Fuimos al río, andaríamos por él haciendo
entradas y salidas, porque él arriba no se puede andar obra de veinte
leguas. Y hallamos tantos pueblos que en ninguna tierra de España ni
en ningún cabo la hay tan poblada. Todos los más pueblos cuando
llegábamos nos tenían aparejada tanta comida que aunque fueramos
mil hombres nos pudiera sobrar. Pedíamosles y dabannoslo en cada
pueblo lo que ellos querían, porque como éramos poca gente no
hacíamos más de lo que ellos querían. Estuvimos en esta entrada hasta
volver a este pueblo de Zamba veintidós días. Trajimos diez mil
castellanos de oro fino y bajo, poco más o menos. Cuando volvimos a
este puerto de Zamba hallamos la carabela que yo había enviado al río
del Cenú haber si había buena disposición para poblar que era venida.
Dicen que hay buena disposición allí para poblar y hemos acordado
porque el invierno se entra de recogernos a Calamar, que es en el puesto
de Cartagena, adonde primero estábamos, para rehacernos allí este
invierno de caballos y gente, porque yo he enviado a cargar dos navíos
de caballos a la Isla, para de allí salir el verano a verlo y hacer pueblo
de asiento. Este pueblo de Calamar donde nos fuimos a invernar es para
poca gente, buen asiento y muy seguro. Vuestra Majestad crea que si lo
demás de la tierra responde como lo hemos visto así de abundancia de
comidas como de riqueza de oro, que en todo lo descubierto no hay otro
tal. Si nosotros con tan poca gente pudimos andar lo que anduvimos fue
que en lo que anduvimos se hallaron seis diferencias de lenguas y no
hay pueblo ninguno que no tenga guerra con otro, que como los pueblos
son grandes tienen grandes divisiones unos con otros, porque en
allegando que llegamos a pueblo luego nos rogaban que les fuésemos a
ayudar diciendo que tenían guerra con otros. En algunos pueblos no se
ha dejado de castigar algunas cosas sin que se haya perdido, bendito el
nombre de Nuestro Señor, hombre, sino el que nos mataron en la
primera guazavara, aunque se han hecho castigos en otros pueblos, tan
recios, porque hallamos una provincia que se comían unos a otros a
donde yo ahorqué a ciertos que tenían por oficio de carniceros de
hombres para comer. Otra casa al presente no hay que hacer saber a
Vuestra Majestad, más de quedar rogando a Dios Nuestro Señor por la
vida de Vuestra Majestad con acrecentamiento de mayores Estados en
ensalzamiento de nuestra Santa Fe Católica.
De Vuestra Sacra Cesárea Católica Majestad.
El menor vasallo.
Firma: Pedro de Heredia.
Sin fecha, Febrero 1533 /?/

Fuente:
 FRIEDE, JUAN, Colección de documentos inéditos para la Historia de Colombia (1509-1550). 10 Vols.
(Bogotá, 1955-1960). Tomo III, Págs. 20-26.
2.7 Crónica de Fray Pedro Simón, sobre Pedro de Heredia.
“Despachado Heredia de la Corte con algunos avisos que le dio el Real Consejo
por la noticia que tenía de la ferocidad de estos indios y lastimosa memoria del
suceso del Capitán Francisco Becerra, que con otros españoles pereció en la
Provincia de Sinú, tomó la vuelta de Sevilla con toda su casa, donde comenzó luego,
al paso de su caudal a disponer el viaje para su Gobierno, dando principio en la
compra de un galeón y una carabela con otro navichuelo ligero a propósito para
correr las costas, en que se embarcaron muchas suertes de abundantes matalotajes
y cosas de rescates, con que suelen atraer a estos naturales, como bonetes, cuentas,
espejos, cascabeles, machetes, hachas y alpargates para las jornadas.
Voló luego la fama de esto por toda España, a que movida mucha gente cuando
llegaron a embarcarse, escogió hasta ciento cincuenta hombres, que era para los
que traía licencia, de lo más granado y noble de la gente que se le había juntado,
y así la trajo por la mayor parte de estas condiciones: eran entre ellos Sebastián
de Riza, vizcaíno; Héctor de Barros, portugués, con dos hijos y un sobrino, hombres
de suerte y valor; un Lusiaga, guipuzcoano; Pedro de Alcázar, natural de Sevilla;
Juan Alonso Palomino, que después mató Francisco Hernández Bión; Sebastián de
Heredia, pariente del Gobernador; dos hermanos (parientes) llamados los
Albadanes, y otros dos hermanos Robles, que después fueron rebelados del Perú;
el capitán Ñuño de Castro, Burgales, que fue grande amparo de pobres y
necesitados; Gonzalo Fernández, Pedro Martínez de Agramonte y el capitán
Alonso de Monte con otros.
Después de todo, y a pique la jornada, se embarcaron en las fustas dichas, trayendo
por pilotos a Ginés Pinzón y Juan Gómez Cerezo, y se dieron a la vela a los últimos
del mismo año de 1532, y con viento próspero, sin mal suceso, a vista en las
Canarias del gran picacho Jeya, llegaron a la ciudad de San Juan de Puerto Rico,
donde se desembarcaron para alentar la gente y hacerse de matalotajes. Los años
antes, que fue el de 1526, había capitulado con el Consejo un Sebastián Gavoto,
Piloto Mayor del Rey, que armaría con tres navíos y pasando el estrecho de
Magallanes, iría en demanda de las islas de los Molucos y de las demás islas sus
convecinas, recién descubiertas, con que embarcó y sacó mucha gente noble de
España; y entendiendo más de pilotaje que de Capitán, le faltó la disposición y
vituallas, por mal repartidas; con que apretado de la necesidad, pasado el cabo de
San Agustín y bahía de Todos los Santos, determinó, dejando el viaje de los
Molucos, por parecerle imposible, meterse por el río que llamaban de Solís y ahora
de la Plata, no porque en él se haya hallado alguna cosa hasta hoy, sino porque
muchas leguas arriba de su boca hallaron en poder de ciertos indios algunos
planchones de ella que habían bajado del Cuzco en rescates. Este Capitán Gavoto,
después de haber descubierto algunas provincias en este río, tomó la vuelta de
España a dar noticia al Rey de sus facciones; en el cual viaje, o por varios sucesos
que por instantes ofrece el mar, o por querer guiar de intento por allí su rumbo,
tocó en la isla y ciudad de Puerto Rico, donde se le quedó alguna de su gente
cansada o disgustada de tan larga peregrinación, pues había sido de tan largos
años y tan poco provecho. Algunos de éstos halló Pedro de Heredia, y entre ellos
a un Francisco César, cuyas obras correspondían con su nombre, bien conocidas
de todos los de Gavoto, aunque no le acreditara otra cosa que una hazaña (si no
fue temeridad) que hizo en la costa del río de la Plata, tomando sus riberas arriba
con sólo diez compañeros, y trastornando tierras de innumerables y valentísimos
indios, no fueron bastantes a retardarles el intento ni a verle dar un paso atrás
hasta dar vista a los Andes y tierras del Perú, desde donde volvió a darla por los
mismos pasos a sus compañeros que había dejado en el mismo puesto del Real de
la Plata. Conociendo el Gobernador los deseos que mostró de venirse con él, lo
hizo su Teniente, de que no quedó Heredia engañado, pues sus valientes hechos
desempeñaron las obligaciones en que le puso el Gobernador en esto y con
agradables tratamientos y cortesías, como veremos. Se juntaron de los mismos casi
otros treinta soldados, y entre ellos dos hermanos llamados los Valdiviesos, y otros
dos llamados Hogacones, toda gente de ánimo, valiente y bien versada en guerras
de estos naturales.
Con esta gente que se le juntó en Puerto Rico y toda la suya, por no haberle faltado
hasta allí ninguna, se dio a la vela y a vista de la Mona y el Mónico, islas, en pocas
horas tomó la Española y fue á desembarcar en Azúa, donde tenía sus haciendas,
y dejando allí la gente y orden de lo que se había de hacer, sin perder tiempo, para
reformar las cosas del viaje que restaba, tomó el Gobernador el de la ciudad de
Santo Domingo a dar cuenta de él a la Real Audiencia y sus amigos, que le
recibieron con no pequeño gusto, y con muy acrecentado algunos capitanes y
soldados de las reliquias y desperdigados del capitán Cedeño y Don Diego de
Ordáz, de cuyos disturbios y disensiones, que fueron causa de dividirse por aquí y
otras partes… fueron de éstos poco menos de cincuenta los que luego manifestaron
al gobernador Pedro de Heredia, los deseos en que estaban de servirle en esta
jornada, ninguno de desechar por sus buenos bríos y curtidos ya en hambres, fríos
y calores tolerados en conquistas iguales a la que se emprendía, por ser ya en esto
baquianos y por consiguiente gente prevenida y cuidadosa. Era uno de estimación
por cien chapetones que hasta que han tomado el curso a las jornadas tienen
malogrados mil buenos sucesos en ellas por su descuido, pues siempre es el que los
da malos, porque con poco cuidado que los nuestros tengan, siempre llevan lo peor
los indios. Los más señalados de estos que se le juntaron fueron: Juan de Victoria,
Gonzalo Cerón, Sebastián Pérez, Martín Yañez Tafur, el bachiller Soria,
Montemayor, que después, fue Alférez, Pinos, Alonso López de Ayala, Bautista
Zimbón, Bartolomé de Porras, Villafaria, Rivadeneira, Diego Maldonado, Julián
de Villegas Alvarado, Juan de Peñalver, el Capitán Hurones, Juan de Orita y otros.
Entre las demás prevenciones y pertrechos de guerra con que en Azúa acrecentaron
los que traían, fue uno, salido de un donoso arbitrio, de aferrar las puntas de
muchos cuernos de vaca, y después de blandos al fuego, abrirlos a la larga y
juntándolos con ciertas correas hacían unas como corazas, pareciéndoles buena
defensa de espaldas y pechos contra las flechas de los indios, de que cargaron
muchas para suplir la falta de armas milanesas, si bien todo esto fue trabajo bien
excusado, como veremos. Esto, prevenido con gran copia de matalotajes, caballos,
yeguas y carabelas donde embarcarlos con otros animales de cría, vacas, puercos
(aunque la tierra de Calamar y sus contornos era y es hoy, por ser montuosa, poco
acomodada para tales crianzas), y pasada allí la fiesta del Santísimo Nacimiento,
se dieron todos a la vela, sin dejar por poca cosa que importase a la jornada y con
buen viaje a escotas a dos puños, por ser vivas y frescas las brisas por popa, en
poco tiempo atravesaron y se hallaron en el puerto de Gaira, costa de Santa Marta,
dos leguas de la ciudad al Poniente, donde habiéndose detenido poco, se dieron a
la vela con las mismas brisas y peores sucesos, pues hallándose en breve a la boca
del Río Grande con pilotos más diestros, los embates del oleaje salado con el dulce
eran tan furiosos, que con facilidad pusieron las fustas a pique de trastornarse,
porque aunque el galeón resistía más, al navichuelo, por ser de cubierta entera,
fue forzoso clavarle la escotilla, con que aunque lo cubrían las olas, salía de debajo
el agua, fortuna menos mala que la que corrió la carabela, pues habiendo perdido
el timón por la fuerza de los embates de las olas, anduvo desde media noche hasta
otro día a las diez a la cortesía del mar, hasta que con cierta traza que dio un
caballero que había seguido más la Corte que navegación, pudo gobernar; con que
se hallaron casi de milagro y sin pérdida de gente juntas las tres fustas, y siguiendo
su derrota se pusieron a vista de Calamar, pueblo de indios, en el mismo sitio que
hoy tiene la ciudad de Cartagena, y entrándose en su puerto, que está al Suroeste,
se anclaron al abrigo con seguro de las naves, a trece días del mes de enero del
año de 1533, con más de trescientos hombres de pelea, algunas mujeres y negros e
indios esclavos y libres aljamiados a y lenguaraces b de aquellas costas.
Apenas los Calamares descubrieron a una vista los navíos, cuando avispados de
las ocasiones pasadas, ellos y sus convecinos se juntaron en el girón de tierra que
corre Norte Sur desde la boca del puerto,c y prevenidos los unos y los otros con
multitud de arcos y flechas y otras de sus armas y con valientes bríos para resistir
el pisar los españoles sus tierras, y viendo que ya iba cubriendo la noche cuando
entraban las naves por el puerto, determinaron hacer espesas y grandes hogueras,
para que con su luz no pudiese la capa de la noche encubrir la entrada y
desembarcación de los nuestros, tañendo a vueltas de estas cuidadosas diligencias
de fuegos, con gran estruendo, gran número de caracoles y cornetas, de que
retumbaba la tierra y mar con tanto ruido, que a no ser los nuestros españoles y
poco espantadizos de estos y otros más peligrosos ruidos, pudiera meterle en
cuidado el mucho que veían en el gran número de naturales de que estaba cubierta
la playa por ambas partes, sin que en toda la noche diesen lugar al sueño; con que
el Gobernador tuvo por más cierto, visto no ser posible saltar en tierra sin ser
sentidos ni poderse cubrir con la capa de la noche, se dejase para la mañana, como
se hizo al primer quebrar del alba, desembarcando gente y caballos con todos los
pertrechos de guerra que pareció importar para aquella primera vista. Pisando ya
todos la tierra, por haber ojeado de ella desde los bateles con las escopetas a los
indios que pretendían hacer frente a la desembarcación, con la brevedad posible
se ensillaron y armaron de algodón colchado los caballos, caballeros y peones,
probando también su intención los de las coracinas de cuernos, que habiendo a
poco visto lo poco que les aprovecharían a la resistencia y la demasiada carga que
les era en tierras calientes, les dieron carta de erró, como dicen, pareciéndoles
bastaba espada y rodela, lo que también llevaban algunos jinetes, supliendo esto
en otros la lanza y adarga. Con estas prevenciones y la que pedía el orden militar,
en bien formado escuadrón, llevando los jinetes a las ancas a los peones porque
llegasen descansados a la ocasión de la guazabara, fueron marchando la frente al
pueblo de Calamar, a donde se iban retirando los naturales (atemorizados de las
escopetas que les disparaban), los cuales advirtiendo llevaban de veras los
nuestros la entrada en él, con la brevedad posible echaron fuera de él en canoas, y
por la parte contraria de la cinta de tierra, donde está fundado el pueblo, sus hijos
y mujeres, y lo que a prisa les dio lugar a arrebatar del pobre y miserable menaje
de sus casas, quedando ellos con buenos bríos haciendo rostro a los nuestros, hasta
que viendo ser menores que los que les soldados traían, por llegar haciendo
demostraciones valientes con banderas tendidas y gran ruido de cajas, al llegar a
las primeras casas sin disparar flecha, libraron los Calamares en la ligereza de sus
pies la defensa de sus vidas, dejando limpio el pueblo de todos sus moradores, fuera
de un viejo llamado Corinche, que por serlo tanto no pudo imitar a los demás en la
huida.
Entre los indios cautivos y libres de servicio que traían los nuestros, venía una
india llamada Catalina, natural de Zamba, muy ladina en nuestra lengua y más en
las de estas costas, de donde la llevó a Santo Domingo los años de antes Diego de
Nicuesa, cuando desde allí frecuentaba estas riberas. Esta habló a Corinche lo que
el Gobernador pretendía informarle, que era de los intentos que traían los
españoles de hacerse sus deudos y parientes y tratando a todos los indios con
afabilidad y amigables obras, dejarlos seguros en sus tierras y casas, con sus
haciendas, mujeres e hijos, pretendiendo sólo vivir con ellos alumbrándolos en las
tinieblas con que los traía ciegos el demonio y enseñándoles caminos excelentes
para gozar de grandes bienes y descansos en la otra vida ; y que al presente,
trayendo determinado de hacer asiento en aquel puerto y sitio, sólo deseaban ir
pacificando la tierra y la primera la de Zamba (que es una isla pequeña que mete
una punta en la mar catorce leguas de Cartagena), por la mayor noticia que traían
de ella, por los muchos naturales que la ocupaban, y que pues él sabía para ella
camino más breve, lo fuese guiando. No le había bien declarado Catalina estos
intentos á Corinche, cuando se determinó, cubriendo con amigable y obediente
respuesta su malicia, guiarlos por el pueblo de Turbaco, indios (como hemos visto)
de los más valientes de estas provincias, donde tenía seguro el viejo perecerían los
nuestros, ya que no todos, gran parte de ellos, como en la de Juan de la Cosa y
Ojeda.
Rancheóse a la noche el Gobernador Heredia en Calamar, librando el sueño de los
demás en el desvelo de cuidadores centinelas, hasta que viniendo rompiendo la
mañana, un religioso de nuestra Orden, llamado el Padre Mariana, les dijo misa y
echó a todos la bendición para la entrada a que estaban aprestados jinetes y
peones. Y habiendo despachado el Gobernador algunos soldados con el orden que
había de guardar la gente de los navíos, fue siguiendo con el resto los pasos de
Corinche, que lo llevaban bien a la mira los más cuidadosos peones, y guiando la
frente a Turbaco, no sabiendo ninguno de los nuestros otra cosa que lo que el indio
disponía en el camino, en cierto paraje de él, no lejos del pueblo, se sentó a llorar
el viejo, y preguntándole la causa, respondió, porque habían de ser todos presto
muertos. En otras preguntas acerca de esto estaba ocupado el Gobernador y
soldados, cuando de repente vieron en unas medias laderas tanta multitud de indios
que las cubrían y que con tan levantada grita de voces, caracoles y fotutos d
apresuraban la llegada a los nuestros, con levantados penachos de plumería y con
los ademanes que ellos suelen hacer de victoriosos, que sin poderse poner los
nuestros en más orden militar que el que llevaban, se hallaron a tiro de escopeta
de ellos, de suerte que comenzando los salvajes a despedir nubes de flechas, a cada
cual de los soldados le fue forzoso defenderse y ofender en la ferocísima canalla,
que aunque desnudos, andaban tan valientes que fue menester fuesen los nuestros
quien eran, con que de una parte y de otra se encendió la guazabara tan sangrienta,
que en breve rato no les eran a todos de poco estorbo los cuerpos muertos y heridos
que ocupaban la tierra.
El Gobernador Heredia, en un valiente caballo (que de ordinario las cosas parecen
a sus dueños) tanto se fue cebando en alancear y destripar los indios, que en poco
rato se halló bien apartado de sus soldados y a solas, que gozando los bárbaros la
ocasión, lo cercaron en tan gran número, que habiéndole ganado la lanza, fue
menester aprovecharse de la espada, con que hacía tan valientes hechos que no me
atrevo a decirlos por no dejar su credulidad en cortesía; si bien siendo solo entre
tantos, le fue bien necesario el socorro que le llegó de algunos soldados que lo
andaban buscando, que rompieron el escuadrón bárbaro, lo sacaron entre todos a
fuerza de espada y lanza, dejándose la suya entre los indios, y sacando erizadas
sus armas y las del caballo con innumerables flechas, que por ser ambas hechas
con cuidado, las conservaron sin peligro, aunque a Heredia le pusieron las suyas
en tanto de calor, por la fuerza del pelear y ser poco más de medio día, y la tierra
calidísima, que el primer socorro que pidió fue que le desabrochasen el sayo de
armas, con lo cual y un jarro de agua que bebió, quedó tan alentado, que por andar
en su fuerza la batalla, y tan en un peso que no se habían conocido ventajas de
ninguna parte hasta allí, revolvió al punto a ella acompañado de Francisco César
y de un capitán Montes, Juan Alonso Palomino, Juan de Villorria, Pinos y
Villafaña, que todos juntos hacían mil valentísimos hechos, cayendo sobre el suyo
el ánimo que les ponía el Gobernador; la sobra del que tenía Francisco César, su
Teniente, le fue bien necesario para salir de los riesgos en que le ponía su caballo,
por ser tan duro de boca, que sin serle posible guiarlo por donde quería, lo metía
en lo más fuerte de la batalla, si bien por todas las partes que entraba hacía
valentísimos hechos; pero aunque eran así, no eran bastantes a sacarle de tales
peligros sin milagrosos socorros, como a una boca lo confesaban todos, porque
escapó hecho un erizo de innumerables flechas: veintiuna le traspasaban el sayo
de armas, hasta topar con una cuera de Anta que llevaba debajo de él ; las de su
caballo no eran menos que mortales, pues muchas le traspasaron, de suerte que a
no vencer su peligro el lavarle muchas veces con agua del mar, muriera como otros.
Atribuía César esta su buena suerte a algunas devociones que tenía de rezar a
Nuestra Señora todos los días, sin olvidarse. No era mucho menor el fuerzo que los
peones traían, por las partes que se hallaban los escopetazos, tirando de
mampuesto: no disparaban tiro en balde, y de ordinario solía (como la resistencia
era sola) pasar una bala a tres, cuando los topaba a propósito, uno tras otro; que
todo fue causa para que los indios, aunque se iban en tropas aumentando,
reconocieran ventajas en los nuestros y se fuesen muchos deslizando poco a poco,
y amparando de lo más espeso del monte; conque el Gobernador mandó hacer
reseña a recoger su gente, que la halló sin faltar ninguno, con solos treinta heridos,
que habiéndolos curado principalmente con fuego, los remitió al puerto con una
escuadra de soldados, donde prosiguiendo en la misma cura y lavándoles con agua
de la mar, teniendo dieta y dándoles a beber agua de membrillos, sólo murió Juan
del Junco Montañés, quedándoles a los vivos, por la fuerza del veneno, una mortal
amarillez en todo el cuerpo. Murieron cuatro caballos de los mejores, más por la
gran fuerza del veneno que por lo penetrante de las heridas.
Diéronse luego los soldados, por estar ya vacío de gente, a ranchear el pueblo, que
aunque fue poco el pillaje, por haber puesto las mujeres en cobro lo mejor mientras
la batalla, con todo no sacaron las manos vacías, y sacaran más con el cuidado
que trastornaban las casas, si el que tenía el Gobernador de prevenir los
inconvenientes que podía haber andando derramada la gente, no los hiciera
recoger, a quien junta, les habló diciendo: ‘No es de valientes ánimos despreciar
al enemigo, en especial si los tiene valientes, como hemos conocido en estos indios,
de quien podemos temer el revolver sobre nosotros a deshoras, y más si sus espías,
que sin duda las tienen, dieren aviso de algún descuido nuestro; y pues no es razón
lo tengamos, no sólo en el estar alerta, pero en que no cuidemos de buscar lugar
llano para valernos bien de los caballos, que son los nervios de la guerra, contra
estos naturales, mudémonos al llano que tenemos enfrente, que parece acomodado
a todo’. Hiciéronlo así, mudándose, poco trecho, a ciertas labranzas viejas, llanas
y limpias de estorbo, donde estuvieron tan apercibidos, que ni al caballo se quitó
la silla, ni al jinete las espuelas, ni a ninguno las armas de la mano, ni de a cuestas,
cuidado bien importante para el que tenían los indios, pues apenas se habían puesto
los nuestros en las labranzas, cuando se descubrieron infinitos, que descendían con
poderosa mano de apariencias y armas, de levantados penachos de rica plumería,
con sus acostumbradas señales de rompimiento, que eran crecidas voces y ruidos
de caracoles y cornetas.
Dispusiéronse en un punto los nuestros, con gallardos bríos, a recibir al contrario
y púsoselos el Gobernador, diciéndoles con breve arenga: ‘Bien advertís,
caballeros y amigos, cuan nos importa en esta ocasión hacer mérito de la sangre
española que han criado nuestras venas, pues sobre la virtud valiente que debemos
mostrar en todo trance, en éste se requiere mayor, porque de conseguir esta
victoria contra estos valientes indios, que lo son más que cuantos hay en estas
provincias, quedaremos seguros en ellas, estimándonos los demás por quien somos,
que pues hemos vencido a quien ellos temen, no les estará bien no entregarnos los
cerriles cuellos, en nombre de nuestros Reyes Católicos’. Al último acento de estas
breves razones llegó a saludar a los soldados una gran nube de flechas, disparadas
de manos tan feroces, que sucedió con una pasar de parte a parte uno de los más
briosos caballos, con que el Gobernador en el suyo embistió el primero a la
desordenada caterva de los bárbaros, a quien hacía tan terrible estrago con su
lanza, jugándola de una parte y otra, que a no ser la multitud tan inmensa, bastaran
solos él y su caballo a concluir la pendencia, según los muchos que, el uno
atropellando, y el otro alanceando, despachaban de esta vida; a quien imitaba
César no con menos valerosa mano, que haciendo los demás como españoles,
presto se vio cubierto el campo de cuerpos muertos y heridos, regado de sangre,
rodando los ricos penachos fundados sobre planchas de oro. La furia de los indios
crecía por instantes con bulliciosos y ligeros saltos, sin ser incitados a estos
furiosos bríos de ninguna cabeza, que no se conoció entre ellos, por procurar cada
cual serlo en la defensa de sus tierras, y no se les ha conocido a estas provincias
tenerla, sólo caciques, señores de parcialidades, aunque para la guerra se juntaban
todos contra los españoles.
Apretábanlos mucho los peones cegando a cercén piernas y molledos, que
sembrados por los campos piernas y brazos mezclados con los sesos de cabezas
rotas, hacían un lastimoso espectáculo ver perecer tantos bárbaros sin querer
admitir las voces que les daban los nuestros, que dejasen aquella tan costosa porfía
y se diesen de paz, que era lo que deseaban; a que no querían advertir, poniendo
todo su fin en defender su tierra, aunque viendo eran tantos los muertos y flaquear
conocidamente la mano de los vivos. Los que estuvieron para ello al irse, ya
poniendo el sol, se fueron poniendo en cobro por entre el boscaje más espeso, con
que los nuestros, alentados del demasiado calor con que estaban, dieron infinitas
gracias a Dios, de cuya mano conocidamente (pues otro poder no bastaba)
consiguieron aquella victoria, determinada de sólo su infinita disposición, cansado
ya de tantas idolatrías como entretenían a estos miserables; lo que dio bien a
entender Heredia a sus soldados, dándoles las gracias de lo que de su parte habían
hecho, prometiendo en cuanto era de la suya dar noticia al Rey de sus valerosos
ánimos y buenos primeros pasos que habían tenido en la conquista que habían
tomado a su cuenta, para que los premios no fuesen postreros a los merecimientos.
Pareció a todos asegurarles los dos buenos sucesos y miedo con que quedaban los
indios, para poder pasar la noche confiados en vigilantes centinelas dentro del
pueblo de Turbaco, como lo hicieron hasta las primeras luces del siguiente día, que
tomaron la vuelta del puerto, alegres con tan bien lograda salida, que aunque les
bastara por premio la vida y honra con que volvían, con muertes de tantos indios,
sin faltar de los nuestros más que uno, y seis o siete caballos, el del pillaje no fue
poco, con que también perdieron las mohínas que al principio tuvieron con
Corinche por haberles guiado por allí y puestoles en aquella ocasión maliciosa en
el viejo; pero un rectum aberrore, pues se convirtió en buena fortuna, guiada por
la causa superior que sabe de tal suerte disponer los males, que de ellos saca
colmados bienes. Llegados a Calamar, que aún se estaba vacío de sus moradores,
saltaron en tierra los de los navíos, y habiéndoles dado mil parabienes merecidos
del buen suceso, ordenó el Gobernador se sondease de propósito el puerto, y
hallándole fondo para naves de doscientas toneladas y más hasta poder barbear
en la tierra cerca de Calamar, determinó, con parecer de todos, se fundase de
propósito ciudad en el mismo pueblo, como de hecho se hizo el mismo año de mil
quinientos treinta y tres, a veintiuno f de enero, tomando posesión en nombre del
Rey el Gobernador.
Trazaron las cuadras, calles y plazas, con iglesia, que fue la vocación de San
Sebastián, por ser este su día, a quien tomaron por patrón, si bien después se hizo
en otra parte cerca y más acomodada la Iglesia Catedral, con título de la
Concepción, quedándose la de San Sebastián para iglesia de un hospital, como hoy
permanece, que con otros dos, uno del Espíritu Santo en Getsemaní y otro de San
Lázaro, fuera de la media luna, sustenta la ciudad tres. Eligieronse alcaldes y los
demás oficios de República. Talóse el manglar de la parte de Levante para que
mejor gozase la ciudad de los dos mares que le baten; comenzóse a edificar luego
de lo que así a más coger pudieron. No se le puso otro nombre que el que tenía el
pueblo de los naturales, Calamar, como dijimos… con que permaneció algunos
años, hasta que poco a poco se fue perdiendo este nombre con el que le daban del
puerto de Cartagena, en que permanece.
Avispados y ausentes estuvieron los indios de él por algún tiempo, hasta que
conociendo el buen tratamiento de los españoles, se redujeron algunos y vivieron
en la misma ciudad, como en las demás se ha hecho y permanecen hoy…
El bramo de esto, que en pocas horas llegó a los oídos de todos los vecinos de la
costa, los dejó tan perplejos y absortos, que sin saber dar salida a determinación
alguna, no se bullían de sus buhiuelos en pro ni en contra de los nuestros, de que
tomó ocasión el Gobernador para despachar á Corinche, para quo así a sangre
caliente y ocupados del espanto, fuese más fácil el negociar con todos el darse de
amistad a los hispanos, y habiéndole informado de lo que les había de decir y sanos
consejos que para su bienestar les había de dar y cómo era mejor la paz que la
guerra, y dádole algunas cosillas de bujerías, bonetes, cascabeles, tijeras, espejos
y otras que les diera, prometió hacer más fielmente la embajada que la pasada y
dar la vuelta con respuesta de lo que pudiese negociar, en tres días, por estar cerca
los dos pueblos de Carex que llamaban el Rico, el uno el Grande y el otro el Chico,
que fue a donde pareció fuese primero. Llegó el viejo, y habiendo hecho fiel e
hidalgamente su embajada con levantados encarecimientos de que sólo venían los
nuestros a hacerles amigos, le respondió el Carex, cacique que así se llamaba,
acordándose de ocasiones pasadas con españoles, que mentía en todo aquello, pues
solo venían a robarles sus haciendas y personas, de que la larga experiencia les
era más verdaderos que él, y así que estimaba en menos su vida que su defensa y
de sus tierras, y añadiendo a esto mil amenazas y bravatas, concluyó diciendo que
si algo querían los hispanos, fuesen ellos a él, que allí les daría a entender quién
era Carex.
No valiendo las persuasiones de Corinche para sacar otra cosa de su embajada,
en el tiempo que dijo, volvió con ella a Heredia, que luego determinó no librar en
dilaciones la conclusión de Carex, y embarcando con él en un bergantín y una
buena chalupa más de doscientos soldados, y llegando en breve, por estar sólo dos
o tres leguas, a ponerse en frente de Carex, que es donde hoy llaman la Boca-chica
del puerto, hallaron la playa cubierta de innumerables indios, todos embijados y
con sus armas y penachos y señas de rompimiento por las voces y estruendos de
caracoles y cornetas, mezclados con valientes ademanes y acciones demostrativas
de sus victoriosos deseos; venciendo los bríos españoles los temores que podrían
causar estas aunadas catervas, arrojando el rejón del bergantín algo apartado de
la playa y apegándose más la chalupa, saltaron de ella, como leones, tres valientes
mancebos, llamado el uno Juan Dexio y otros dos hermanos llamados los Cerones,
que con sus espadas y rodelas rompieron por el escuadrón espeso, sin ser bastante
poderosa resistencia, hasta llegar a la principal y más eminente casa, que luego se
conoció ser del Cacique, a quien hallando dentro procuraron prender, como lo
hicieron, contra mil lanzas y macanas opuestas; a cuyos golpes rindió la vida
Cristóbal Cerón, y sucediera lo mismo a los dos compañeros, si con mejor ventura
e iguales bríos no se defendieran sus personas y el preso, hasta que llegándoles
socorro pudieron alentarse y con los demás defenderse de una tan sangrienta
batalla que luego so comenzó entre la braveza de los nuestros y furia de los
bárbaros, a quien exhortaban y animaban dos valentísimos indios que se llamaban
Piorex y Curixix, señores principales de los vasallos de Carex y sus Capitanes
Generales, que entre los demás que murieron en la batalla rindieron las vidas, sin
serles de importancia, para sacarlos en salvo, sus bríos.
Los de ambas partes, bárbaros y cristianos, eran tan feroces, aquéllos en recobrar
y librar, como buenos, a su señor cautivo, y éstos en defenderlo y sujetar a los
demás, que en breve tiempo y espacio murieron de los nuestros diez o doce
soldados, y de los bárbaros tanta cantidad, que embestidos de sobrado temor los
que quedaron vivos, dieron lugar con su huida a que los castellanos ranchasen sus
casas, de donde sacaron poco menos de cien mil castellanos de, oro, por donde le
llamaron Carex la rica.
Prosiguiendo el Gobernador en su conquista, pasaron al pueblo de Cerón, que se
portó más cuerdamente redimiendo el sosiego de su casa y vasallos con amistad y
buen agasajo que les hizo, mezclado a vueltas con gruesas y mal labradas joyas de
oro fino, prometiendo, como lo hizo siempre, amistad. No pasaron de aquí a los
pueblos Matarapa, Cocón y Cospique, vasallos todos de Carex, o a lo menos sus
muy familiares y aliados, para darles con esto más término de poderse determinar
en mejores resoluciones que Carex, y así, lleváronle preso con muchos de sus
indios, y entre ellos a un gran hechicero llamado Carón, a quienes el Gobernador
hizo buen tratamiento. Volviéndose a embarcar, llegaron a su nueva ciudad con
más acrecentados caudales, que había cosas entonces en qué emplearlos; desde
donde despachó luego a Carón a los demás pueblos de su comarca para que
procurase por todas vías reducirlos a la amistad cristiana, excusando estruendos
de guerra, que raras veces se intentan sin minorarse sangre y vidas, y para que
más se cebaran los ánimos de los indios, le dieron algunos rescates de Castilla que
les diera en nombre del Gobernador: alfileres, cuentas de vidrio y otras cosas. No
rehusó Carón este viaje, y para que surtiera mejores efectos, aconsejó al
Gobernador sería de gran importancia le acompañasen dos hispanos, con que
echarían de ver los naturales no hacía aquella embajada de sólo su capricho, que
pocos de los soldados lo aprobaban; atribuyendo más el hecho a temeridad que a
medio importante a los fines del deseo, y no mostrando ninguno de los más tenerlo
de hacer la entrada, se ofrecieron a ella dos valerosísimos y briosos mancebos, el
uno llamado Don Francisco Valderrama, cordobés, y el otro Don Pedro de Abrego,
hijo de Sevilla, que no recelándose de lo que les pudiera suceder entre aquellas
bárbaras naciones, no dudaron poner la frente a donde la ponía Carón, con que en
breve tiempo llegaron al gran pueblo o ciudad de Bahaire, a donde el cacique, que
se llamaba Duboa, recibió a Carón con tan grandes demostraciones de alegría y
gusto (por ser conocido y estimado por el más famoso Mohán y hechicero de
aquella tierra), como admiraciones de ver en la suya y en su compañía los dos
mancebos a quien venían a ver tantas tropas y multitud de indios, que los ponían
en aprieto, si bien los miraban con respeto y admiración, por mandarlo así el
Cacique, que siempre se les tuvo con muy buen agasajo.
Después del primero que les hizo Duhoa recién llegados, le trató Carón la razón
de su viaje con larga arenga y bien propuestas razones, a quien oídas por el
Cacique, pidió dos días de término para responderle. En el primero hizo junta de
sus capitanes y principales, y proponiéndoles el caso e intentos que le había
significado Carón tenían los castellanos de ser sus amigos, y los que él tenía, que
eran los mismos, por parecerle convenía así para la quietud de sus tierras, vasallos,
mujeres e hijos, se levantó el más viejo de la junta y aprobó el parecer de Duhoa,
habiendo advertido desde el principio de su plática ser conveniente su
determinación y tener por amigos y vecinos a hombres tan valientes como
calificaba la fama y victorias contra los Turbacos. Bien al contrario sintió otro
valentísimo indio de los de la junta (por ser tentar imposibles pretender que el vulgo
ha de ser siempre de un parecer), pues levantándose con soberbio y arrogante
aspecto, reprendió la determinación de Duhoa, atribuyéndola a cobardía, y pues
esta no cabía en su corazón, no pensaba sujetarle jamás a nadie, sino con más
braveza defender como hasta allí sus tierras. No pudiendo la de Duhoa sufrir tan
vanas arrogancias y que podían ser principios de que otros las tuviesen, las
procuró atajar levantándose con valiente brío y dándole un golpe de macana tan a
tiempo y en tan buena parte, que le hizo dos pedazos la cabeza, suceso que lleva
por premio el agradecérselo los demás, por haber merecido aquel castigo quien
levantaba crestas de arrogancias contra la voluntad de su Rey, a que se sujetaron
todos, y por consiguiente a dar la obediencia y paz a los españoles, como Carón lo
negociaba.
Mucha le parecía ya al Gobernador Heredia la tardanza de Carón y los dos mozos,
y así, solicitado del deseo de saber de ellos y sus sucesos, pareciéndole no fiar esto
de otros, se entró con veintidós soldados en un barco, que llegando allá a la ligera
y no teniendo la boca del estero por donde había de entrar al pueblo el fondo que
demandaba la fusta, hizo disparar un arcabuz, para que entendiendo los dos
soldados la seña, si estaban vivos (cosa muy usada en estas jornadas), acudiesen a
ella, como lo hicieron al punto por tierra, en compañía de algunos indios amigos.
Aunque los previno Duhoa en compañía de Carón, bajando con tanta brevedad en
una barqueta, que por mucha que tuvieron los dos españoles hallaron ya al
Gobernador con el Cacique, que con grandes sumisiones le estaba haciendo cierta
la paz que había prometido en su nombre a los dos soldados y a Carón y lo que le
había sucedido con el capitán que había mostrado en la junta contrarios intentos,
y que para más asegurar desde luego los que tenía de darle una muy asentada y
firme paz, pasase con él a ver su pueblo y casa, donde le serviría, si no conforme a
la grandeza del huésped, sería con la de la voluntad. Agradeciendo con amorosas
palabras lo uno y lo otro el Gobernador, se fue mano a mano hablando con Duhoa,
agradeciéndole ambas cosas, en especial la paz que admitía y aseguraba con
perpetuo vínculo en nombre de su Rey y Señor. Hiciéronsele las superiores fiestas
que los bárbaros sabían, sin cesar, todo el resto del día, hasta que cubriendo ya las
luces, despidiendo los ruegos de Duhoa sobre que se quedara allí hasta la mañana,
determinó embarcarse con todos sus soldados la vuelta de Calamar, dejándole
rogado al Cacique se sirviese de irle a visitar a su nueva ciudad con los mejores
de sus vasallos, en especial los Caciques de Cospique, Cocón, Corecocox y
Matarapa, con quienes deseaba asentar la misma paz que con él.
Sobre la quedada de los dos soldados, Don Pedro de Ábrego y Don Francisco
Valderrama, en el pueblo de Bahaires y sus convecinos, no fue poca la variedad de
pareceres, teniéndolos algunos ser de importancia para asentar más de veras la
paz de aquellos pueblos, que se quedaran los dos por más tiempo del que los dos
también gastaron, por haber llegado sus caudales a razonable estado desde que
estaban entre los indios y tener esperanzas de acrecentarlos por el mucho y fino
oro que bullía entre ellos. Venció este parecer a los demás, con que se quedaron
los dos llenos de arrogancia, y el Don Pedro con el resto y la barca llena de maíz,
tomó la vuelta de su nueva ciudad, que llena de regocijo le salió a recibir (aunque
se desembarcó a media noche), por las buenas nuevas que aun antes de
desembarcar daban a voces los soldados, de la paz que habían dado Bahaire y su
comarca, con toda la cual o lo más granado de ella y de su pueblo se partió Duhoa
a dos o tres días, en muchas canoas cargadas de maíz, carne de monte y otras
comidas la vuelta de la nueva ciudad, donde lo recibió el Gobernador y toda su
soldadesca con grandes salvas, y aposentó al Cacique y a los más principales en
su propia casa, que le pagaron bien la posada y regalos que les hizo con más de
sesenta mil ducados que le presentaron; con que quedó también satisfecho del vino
de Castilla, que alegraba el convite de los bárbaros con demostraciones varias y
menos libres de juicio que a los principios en sus fines, de quien quedaron
aficionadísimos hasta el día de hoy, que no es pequeña la parte que gastan estos
bárbaros en sus fiestas a vuelta de su chicha y brebajes. En dos o tres días que
gastaron en el hospedaje quedaron tan asentadas las paces en estos pueblos, que
no han sido posibles contra ellas el largo tiempo y varios sucesos que siempre
ofrece. Concluyóse la fiesta al fin de los tres días con dar a todos cosas de Castilla,
de menos valor que apariencia y estima de los indios, como cuentas de varios
colores, corales, bonetes colorados, cuchillos, machetes y hachas.
Quedándole al Gobernador Heredia sabrosa la mano con el suceso de Bahaire y
su comarca, que se extiende (como hemos dicho) por la costa al Sur, quiso luego
probar ventura por la de la otra banda al Norte, y teniendo apercibida de su gente
la que había de quedar guardando el pueblo, con el resto, unos por mar y otros por
tierra, tomó la vuelta de Zamba, cerca de donde, caminando con el recato de entre
bárbaros y enemigos, no lejos de la isla y pueblos (a quien da paso una pequeña y
poco sondable ciénaga que se ceba de la mar grande) dos soldados de a caballo y
el Teniente Francisco César, hubieron a las manos dos indios pescadores del
mismo pueblo, a quien hablándoles Catalina, que, como dijimos, era nacida en él,
les certificó venir los cristianos de buenas para ellos, y a ser sus hermanos y
parientes y defenderlos de quien los quisiese ofender, para que con paz y gusto
pudiesen gozar sus tierras, casas y haciendas, y que tomasen ejemplo en el
tratamiento que a ella le hacían, siendo de su mismo pueblo, y así que les sería
partido ir a él y decir a todos lo que ella les decía, para que sin costa de sangre
recibiesen a los españoles valentísimos para quien les resiste, de cuya compañía se
podían prometer muchos bienes, como lo habían empezado a experimentar los
pueblos de Bahaire y toda aquella costa. Admirados los pescadores de ver a
Catalina tan en otro traje (llevaba el español) que el que traía la que la parió, que
sólo usaba de las galas que le dio naturaleza, partieron con prisa al pueblo, y
habiendo referido al Cacique y principales lo que les enviaba a decir el
Gobernador por medio de Catalina, a quien conocieron por su vecina, respondió
con palabras blandas y dispuso con brevedad el salir a recibir con la mejor gente
a los españoles, a quien recibió el Gobernador con muchas cortesías y con mayor
codicia las muchas joyas que le ofrecieron, con abundantes comidas que de todas
partes les traían. Rancheados ya en el pueblo, de donde venían a ver a montones
las indias a Catalina, y en reconocimiento de ser su paisana, le ofrecieron no
pequeña cantidad de oro, en especial la Cacica, que con mayores demostraciones
la regaló y acarició.
La misma paz fueron dando los demás pueblos de la costa a donde llegaban los
nuestros, como fueron Tocama, Macaguapo, Guaspates, Turipana y el cacique
Cambayo, señor del pueblo de Mahates, a todos los cuales iban dando algunos de
los rescates de Castilla que hemos dicho otras veces. Aunque todos los indios de
estas provincias se llamaban con un común nombre, los Mocanaes, y todos se
originaban de los que habían venido a poblar allí en canoas, la costa abajo, desde
Maracapana y Caracas, con todo eso, por intereses particulares, se abrasaban con
guerras y disensiones, pero luego que las conoció, no le faltó advertencia en esta
salida al Gobernador, de una razón de Estado que a todos ha salido bien en las
conquistas de estas tierras, como le sucedió a Hernando Cortés en las de Nueva
España, que es saber de las guerras y enemistades (que en pocas partes han
faltado) que tenían unas parcialidades y señores con otros, porque arrimándose a
la una, de más de tenerla, según engrosaban nuestros Capitanes su ejército, lo
hacían más hábil para entender las trazas y ardiles de guerra con que se habían de
conquistar. Esto, pues, usó el Gobernador Heredia con Cambayo, que habiendo
sabido las sangrientas guerras que traía con el Zipacuá, le ofreció su gente y
ayudarle, si no fuese que Zipacuá le saliese de paz, porque en tal caso, no pudiendo
hacerle guerra justa, trataría de considerarlos y tener a ambos por amigos. No era
tan bárbaro el Cambayo que no conociese la sustancia de esta determinación del
Gobernador, de que le alabó mucho. Pero tras la alabanza, añadió que la
arrogante y poderosa mano del Zipacuá jamás consentiría sujetarse de su voluntad
a nadie, menos habiendo sido vencido por otra más poderosa, y pues la de los
hispanos lo era, por aquel camino se había de negociar con el Cacique que con
facilidad se haría, si al ejército de los españoles allegaba el de sus guerreros, como
si los quería admitir con brevedad se los daría a su gobierno y disposición.
Conociendo el Gobernador lo bueno que esto tenía para contra el Cacique, si se
determinase a rebelde resistencia, le dijo a Cambayo que apercibiese su gente para
las primeras luces del siguiente día, en que vería cómo el valor de ella, acrecentado
con el de sus soldados, bastaría a dar ejemplar castigo al arrogante Zipacuá.
Pareciendo a Cambayo estarle bien el concierto, trató luego, sin perder un punto
de tiempo, de emplear en cuidadosas diligencias la noche, previniendo su gente,
que no las hizo menores el Gobernador y la suya, no dando mayor confianza de
seguro a la amistad de Cambayo, en cuyo pueblo estaba rancheado, que a la que
se podía tener del Zipacuá; con que estuvieron sin cuajar sueño unos ni otros toda
la noche.
Descubierto a la mañana el sol y toda la marina cubierta de bien apercibidos
bárbaros, y habiendo ordenado el Gobernador todos sus jinetes y peones y puesto
todo a pique para marchar, comenzó Cambayo en alta voz a exhortar los suyos,
diciendo con bien concertada plática: ‘Ocasiones han venido a las manos con el
ánimo que tenemos de estos cristianos, hijos del sol, para quedar hoy vengadas
nuestras afrentas si no flojea nuestra dura mano, con que quedarán resueltas las
antiguas contiendas y las crueldades que han tenido nuestros antepasados con el
Zipacuá, de que se seguiría, vencido él, el gozar nosotros con paz y quietud segura
nuestras haciendas y casas y aun las suyas: para ahora es vuestra destreza y
valentía en el manejo del arco, lanza y macana, cuando no fuera para otra cosa
que para mostrar quién sois a vista de los españoles que nos acompañan’. Esto
dicho, comenzaron luego todos a marchar con buen orden, los indios delante sin
desmandarse a una parte ni a otra, hasta que llegaron temprano aquel día a un
pequeño pueblo llamado Oca, vasallo del Zipacuá, que lo hallaron vacío de gente
por haberles hecho el miedo de los Mahates y españoles huir al amparo de la gran
ciudad de Zipacuá, y esto tan de priesa por haberlos cogido la voz sobresaltados,
y ya que iban sus enemigos pisando sus términos, que no dándoles lugar el miedo,
procurando más el seguro de las personas que de las haciendas, se dejaron en las
casas cuantas tenían, sin sacar alguna; que hallándoles así el Gobernador, mandó
echar luego un bando, con pena de la vida, que ninguno tocase nada, como lo
hicieron los españoles, que sirvió sólo de dar más lugar a la desenfrenada canalla
de los indios, que llevados de la furia enemiga y sin reparar en amenazas de los
nuestros, dieron a saco todo el pueblo, robando cuanto en él hallaron, y pegándole,
en remate de su malicia, fuego a todo el pueblo, huyó cada cual por donde pudo,
hasta que dejaron solos a los españoles, que retirándose a un lado la tierra adentro,
fueron a dar a otra gran ciudad llamada Tubara, gente rica, valiente y robusta,
como se echó de ver en la resistencia que hicieron a los nuestros, defendiendo su
pueblo con tan valientes bríos, que a no ser los que eran los de los españoles,
saliesen con la suya ; pero al fin, después de derramada mucha sangre y vidas de
indios y haber muerto un caballero llamado Don Juan de Vega, que dejó bien
vengada su muerte con la de muchos bárbaros; los ahuyentaron del pueblo, y
rancheando las casas, sacaron de ellas gran suma de oro, sin hacer ningún daño a
la chusma de mujeres y niños, que por sus pocas fuerzas no las tuvieron para huir.
Tomó el Gobernador, hecho esto, la vuelta de Zipacuá, que estaba avispadísima
del incendio y robo de Oca, de que dio muestras el recibimiento que les salieron a
hacer, llegando ya cerca del pueblo, todos los de él, embijados y con un haz de
flechas y macanas, con voces tan desatinadas, que más parecían infernales que de
hombres, si bien hicieron alto a tiro de escopeta de los nuestros, sin dispararse de
una parte ni de otra, con que se dio lugar a que el Gobernador, con la lengua, les
pudiese dar a entender no haber sido ellos los ocupados en la maldad de la aldea,
sino sus enemigos los Mahates, contra quien si gustaba el Zipacuá, revolvería y
haría un ejemplar castigo merecido a tal maldad, y más por haber sido en su
presencia, sin haberlo podido reparar y haberse huido y dejádole solo con los
suyos; pero que entretanto que determina el Cacique la última resolución en esto,
se sirva de no pasar de aquel puesto donde tienen hecho alto, él ni ninguno de sus
indios, pues él tampoco ni su gente pasarán del que tienen, sino que antes se
ranchearían donde el Cacique les señalase, sin entrar en su ciudad, por no
desasosegarla. No le pareció mal al Cacique lo uno ni lo otro, en especial el
prometerle vengarle de sus enemigos, en pago de lo cual prometió amistad al
Gobernador toda su vida, como lo ha hecho hasta hoy, como a él se la guarden, y
lo que le han prometido.
No se trató por entonces de otra cosa, y así el Gobernador, con sus soldados, se
rancheó en el mismo sitio donde pasó esto, y tomando el Zipacuá la vuelta de su
ciudad, le despachó cuatrocientas viejas cargadas de maíz, carne de monte y otras
comidas, porque las había entre estos indios, como dejamos dicho, las cuales, como
pareció a algunos, envió maliciosamente el Cacique, aunque tuvieron otros por
más cierto haberse ido ellas por su voluntad, por ser aquél su trato, que luego,
antes que entraran en el Real, les hizo volver el Gobernador a su pueblo. No
hubieron llegado las primeras luces, cuando el cacique Zipacuá se halló en los
ranchos de los españoles, y preguntando por el Gobernador, le hizo un más que
razonable presente de piezas de oro fino, rogándole se sirviese de visitar su ciudad
con algunos de sus compañeros, donde con gusto le serviría. Hízolo con mucho
Heredia, y habiendo visto sus casas y gran templo de su adoración, halló en él un
puerco espín de oro que dijimos adoraba aquella gentilidad, que romanado pesó
cinco arrobas y media. Este se llevó el Gobernador, declarando al Cacique la
supersticiosa adoración que hacían en él, lo que también hizo en el pueblo de
Carnapacuá con otros ocho patos de oro que adoraban, de peso de cuarenta mil
ducados. Volviéndose a la estancia de sus soldados en compañía del cacique
Zipacuá, le aseguró que en otra ocasión en que estuviese más desocupado haría el
castigo prometido a Cambayo porque la prisa que llevaba de ver los pueblos de
adelante no se lo prometía por entonces, pero que estuviese seguro de esto y del
amparo que le haría en todo, pues ya era su vecino de asiento, habiéndolo tomado
y fundado ciudad en el pueblo de Calamar, donde jamás habían de faltar españoles
vasallos del gran Rey que los había enviado allí, a quien él debía dar la obediencia
y segura paz, si quería gozarla en sus tierras, mujeres e hijos, que él en nombre
suyo se la daba y su palabra de conservársela siempre. Habiendo apercibido el
Zipacuá todas estas razones, y advertido serle convenientes, se resolvió en hacer
todo lo que le decía el Gobernador y serle obediente a su Rey, de que tuvo
agradable respuesta, dando las gracias con palabras y obras de un solemne convite
que le hizo en su tienda, cuyo remate fue cargarle de mil bujerías de Castilla y
darle machetes y hachas para sus talas y labranzas y encargarle que pues era tan
gran señor de aquella tierra, hiciese con sus vasallos guardasen lo mismo y con los
señores fronterizos, que se daban por sus amigos; con que se despidieron, tomando
el cacique la vuelta de Zipacuá y el Gobernador la de los pueblos de adelante al
Este hasta las márgenes del Río Grande, que todos se le fueron dando de paz hasta
que llegó a darle vista, sin haber querido ranchearse dentro de ninguno, sino
siempre en el campo, por no serles pesado, no obstante que todos le convidaban a
sus casas y ciudades; con que los dejó contentos y con algunos donecillos de
cuentas y otras cosas que les iba dando.
Ya había dado vista el Gobernador Heredía, cuando fue Teniente de Santa Marta,
a las dos riberas del Río Grande, en especial a esta de la parte de Cartagena y
barranca del pueblo de Malambo, cuyo Cacique, como dejamos dicho en nuestra
segunda parte, fue el primero que hizo amistad a nuestros españoles, aunque no
muy fundada, por vía de Santa Marta, y así solo se detuvo aquí Heredia con su
gente lo que bastó para asentar nueva amistad con el cacique Malambo y darle a
entender que también estaba poblada de españoles la costa de sus espaldas en el
pueblo de Calamar, como la que tenía enfrente de Santa Marta, con que pasando
adelante por la margen del mismo río arriba y cargándose desde la barranca que
hoy llaman de Mateo (donde es toda la carga y descarga y primera embarcación
del Nuevo Reino para la ciudad de Cartagena y de la de Cartagena para el Nuevo
Reino) a la mano derecha, fueron a dar a unas tan grandes poblaciones de
naturales, que por ser tantas y de tan gran número cada una, después el año de
1534 pobló entre ellas para su mayor seguro, aunque las más se le dieron de paz
en esta ocasión, un pueblo que se llamó María, que hoy sólo conserva el nombre la
provincia, con algunos pocos indios que le han quedado, que se ocupan en cultivar
estancias de los vecinos de Cartagena.
Para donde revolvieron desde allí enderezando su viaje, para de camino visitar
otra vez la isla de Zamba, donde habían quedado aguardando, por orden del
Gobernador, los barcos que habían llevado a la ida, que no les fue de poco gusto
a todos hallarlos y sin ningún peligro, después de cuatro meses que los había
retardado esta vuelta, ordenándoles desde allí que tomasen los marineros la de
Calamar costa a costa; los soldados, con él Gobernador, tomaron la misma vuelta
por tierra, caminando con el mismo recato que hasta allí: a dos leguas ya de la
ciudad dieron en el pueblo de Canapote, que parece había guardado para esta
vuelta el hacer la resistencia a los nuestros en el pasaje y entrada a su pueblo, pues
no habiendo hecho ningún ruido al primer pasaje de los soldados, aunque fue por
cerca de él, en este segundo lo hicieron tan grande que fue menester el valeroso
brío de los nuestros para que llevara Canapote lo peor, con algunos indios muertos
y otros presos y buen pillaje de oro de rancheos de las casas y adorno de las
mujeres doncellas y casadas que prendieron peleando al lado de sus padres y
maridos. No estaba lejos este pueblo de la gran laguna o ciénaga de Tescatán, llena
de pescado de muchas suertes, que hoy es el principal socorro de la ciudad de
Cartagena, a donde llegando el Gobernador con toda su gente sin habérsele
minorado de ella cosa de consideración por los buenos sucesos que hemos dicho,
repartió el pillaje de oro que les había valido la entrada, que fue de tanta
consideración, que sacados los Reales quintos, cupo a cada soldado a más de seis
mil ducados, sin defraudar las ventajas de Capitanes y otros oficiales mayores y
menores: razonable paga para un soldado en cinco meses.
Halló el Gobernador más gente de nuevo en su ciudad, que se la habían enviado
de la de Santo Domingo en un navío, con el orden que él había dejado, en que
también vinieron algunos indios é indias lenguas de esta costa y ladinos en la
castellana, para lo que se ofreciese, con que el Gobernador determinó fuesen
saliendo algunas tropas de soldados a más prolongados descubrimientos, que se
fueron haciendo con buenos efectos y a poca costa. Llegaron también a esta sazón
dos navíos despachados de la ciudad de Nombre de Dios para la vuelta de España,
que no les fue de poco gusto hallar aquí escala y seguro para sus navíos; ni al
Gobernador le fueron ellos mala ocasión para que en España y los puertos que
surgiesen diesen la voz y nuevas de los gruesos y ricos principios que tenía aquella
fundación y conquista; que habiéndolo hecho así y volando la fama por ventura
aún más de lo que era (con ser mucho) por todos los rincones de España, trastornó
gente de todos ellos, solicitados del deseo de ver y gozar tan gran cosa como se les
representaba; ocasión bastante para que posponiendo los balances y rigores del
mal seguro mar, se arrojasen a él mercaderes de gruesos empleos, de toda ropa,
sedas, granas, perpiñanés, holandas, ruanas, géneros, caballos y de buenas razas,
toda suerte de oficiales mecánicos, y a vuelta de ellos gran número de mujeres de
toda broca, con que en poco tiempo se acrecentó tanto la ciudad, que se hallaba en
ella de cosas de Castilla y de las Indias cuanto pedía el deseo para la vida humana,
pues aun hasta melcocheros, buñueleros, pasteleros y otros de este pelaje le hacían
vecindad, hasta que con sus crecidos caudales les crecían los pensamientos a más
graves oficios, como le crecieron al Gobernador Heredia de mayores caudales, no
siendo pocos los que ya poseía, frutos de su Gobierno, que fueron la piedra imán
de más altos pensamientos, verificándose en él el común dicho, que crece la codicia
del dinero al paso que él crece, y adquirido alguno, es como beber salado, que
queda mayor la sed, sin ser bastante a satisfacerla, al fin como cosa para que no
nacía el corazón humano.” 47

47. Fray Pedro Simón. Tercera parte de las Noticias Historiales de la Conquista de Tierra firme en las
Indias Occidentales. 1625. Tomo IV. Capitulo XII. Pág. 3 – 24
a. Aljaminados: Entre los antiguos musulmanes habitantes de España, lengua de los cristianos
peninsulares.
b. Lenguaraz: Que domina dos o más lenguas.
c. Extensión de tierra conocida hoy como Bocagrande.
d. Fotuto: Instrumento de viento que produce un ruido prolongado y fuerte como el de una trompa
o caracola.
F. Se equivoca Fray Pedro Simón afirmando ser el 21 de enero la fecha de San Sebastián, cuyo día
corresponde en el santoral católico al 20 de enero; fecha que confirman otros cronistas como
don Juan de Castellanos.
2.8 Palabras del ingeniero Manuel de Anguiano, sobre la conquista de Cartagena
“El territorio de Cartagena fue descubierto por Rodrigo Galván de Bastidas en
los años de 1501 a 1502, y aunque por los de 1504 empezaron la guerra contra los
indios que lo habitaban, los españoles Juan de la Cosa y Cristóbal Guerra, tuvieron
al fin tan poco éxito en sus empresas que no pudieron vencer los naturales; igual
suerte experimentaron por los años de 1520 Diego de Nicuesa, Alonso de Ojeda,
Américo Vespucio, y Gregorio Hernández de Oviedo con otros varios
conquistadores; pero reservada por último esta gloria al famoso D. Pedro de
Heredia natural de Madrid, logró triunfar de los indios con el valor y constancia
de sus compañeros en repetidos encuentros que tuvieron con no poca resistencia
de los naturales que defendían su Patria y Libertad, de modo, que hasta las mujeres
con el arco y la flecha única arma ofensiva que conocían entonces, opusieron una
resistencia varonil dando muerte a muchos españoles con el veneno que aplicaban
a la punta de la flecha.
Por último D. Pedro de Heredia victorioso y dueño de este terreno que los indios
llamaban Calamarí que significa cangrejo, sin duda por la mucha abundancia que
había de esta especie y que aún subsiste particularmente en la estación de aguas:
La población la fundó Heredia con título de Gobierno en 1532 erigiéndose al
mismo tiempo en silla episcopal, y aunque a la verdad no tuvo la mejor elección en
el suelo que prefirió a la vista de otros más elevados y ventilados con que hubiera
proporcionado mayor sanidad a sus moradores, sin embargo merece alguna
disculpa, pues es de inferir que dio la preferencia a la seguridad de la Población
en estas islas de arena en que podía defenderse con menos gente de los ataques de
los naturales al abrigo y favor de la bahía que con tanta seguridad y comodidad de
sus embarcaciones le facilitaba los auxilios en la ofensiva y defensiva como que su
entrada era entonces por el canal de Bocagrande cuyas bellas circunstancias
fomentó la Población ensanchándose a otra isla nombrada Getsemaní, y enriqueció
el comercio con la abundancia de oro del país que despertó la codicia de los piratas
extranjeros.”

Fuente:

 Ingeniero militar don Manuel de Anguiano y Ruiz. “Descripción histórica de la ciudad de Cartagena”.
1805. Pág. 41.
Fray Pedro Simón

2.9 Fray Pedro Simón.


Nació en 1574 en San Lorenzo de la Parrilla, Cuenca, España; falleció en Ubaté,
Cundinamarca Ca. 1628, fue un franciscano español, profesor y cronista, que desarrolló
la mayor parte de su vida profesional en las actuales Colombia y Venezuela, sus crónicas
se basan en parte en las de Fray Pedro de Aguado (Valdemoro, España, 1538-1609) quien
fue un franciscano español, provincial del convento de Santa Fe en el Nuevo Reino de
Granada.
Poco es lo que se sabe de la vida de Fray Pedro de Aguado, antes de su llegada a
América, sin embargo consta que nació en la villa de Valdemoro (provincia de Madrid) y
fue bautizado hacia 1513, sin embargo se ignora cuándo fue ordenado sacerdote. Hacia
1560 emprende viaje misionero al nuevo mundo, formaba parte del grupo de 50 religiosos
que llevó fray Luis Zapata, nombrado entonces comisario-reformador de la orden
franciscana para el Perú. Arribó al Nuevo Reino de Granada, y a partir de entonces
comenzó su labor como misionero, para evangelizar a los indios. Fue doctrinero de Cogua,
Nemeza y Peza, durante dos años; y según está manifestado en un documento
recientemente encontrado, también lo fue de Bosa. Conoció la provincia de los Panche y
es probable que haya visitado la ciudad de Cartagena, pero ya como provincial de su orden.
De sus demás actividades se sabe que fue, en dos ocasiones, guardián del convento en
Santafé y, tal vez, en Tunja. En 1573 fue nombrado provincial de la orden de San
Francisco, dos años más tarde se volvió a su país, España. Siendo testigo de mucho de los
hechos de la conquista y teniendo a mano varias fuentes sobre las actividades de los
Welser de Augsburgo y otros conquistadores en territorio venezolano escribió Testimonio
historial, dedicado a Felipe II, y dividido en cuatro partes: Conquista y población de Santa
Marta y Nuevo Reino de Granada (1581) e Historia de Venezuela (1582). Estas obras
servirían más tarde como fuentes para fray Pedro Simón (1574-1628) en sus Noticias
historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales y a José de Oviedo
y Baños (1671-1738) para su Historia de la conquista y población de la Provincia de
Venezuela. Su obra fue publicada luego de su muerte en dos partes. Las mismas se
titularon: “Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada” (1906) e “Historia de
Venezuela” (1913). En ella Pedro Aguado narró los sucesos que vivieron tanto los
españoles como los indígenas. Por ser obras de validez testimonial, éstas fueron reeditadas
por la Academia Española de la Historia entre 1916 y 1918. De esta manera, se logró
destacar su gran labor como cronista.

Fuente:

 Guillermo Morón. Biografía de Fray Pedro de Aguado. Madrid. Instituto Gonzalo de Oviedo. 1954.
Fray Bartolomé de las Casas

2.10 Bartolomé de las Casas. Apartes de una carta al Rey sobre Cartagena.

“Esta provincia de Cartagena está mar abajo cincuenta leguas de la de Santa


Marta hacia el poniente, y junto con ella la del Sinú hasta el Golfo de Urabá, que
tendrán sus cien leguas de costa de mar, y mucha tierra la tierra adentro hacia el
mediodía.
Estas provincias han sido tratadas, angustiadas, muertas, despobladas y asoladas
desde el año de mil cuatrocientos noventa y ocho o nueve hasta hoy como las de
Santa Marta; y hechas en ellas muy señaladas crueldades, muertes y robos por los
españoles, que por acabar presto esta breve suma, no quiero decir en particular, y
por referir las maldades que en otras ahora se hacen.” 48

48. Fray Bartolomé de las Casas. Breve relación de la destrucción de las Indias Occidentales. 1552. Págs. 95
– 96
2.11 Alexander Von Humboldt

Alexander Von Humboldt

“…Humboldt y Bonpland pasaron en abril de 1801 una semana en Turbaco antes


de subir por el río Magdalena. Allí Humboldt no solamente quedó encantado de la
naturaleza tropical sino también de los indígenas. Critica la imagen europea de los
indígenas tropicales: contra lo que se publicaba en Europa, de que el género
humano se encogía en los trópicos cerca del ecuador, los caribes eran un pueblo
magnifico, bien parecido, de gigantes semejantes en fuerza al Júpiter olímpico”. 49
En cuanto a los habitantes de Turbaco, Humboldt escribe:
“Los indígenas de este pueblo, en el cual viven también familias españolas, andan
vestidos pero todavía poseen sus conucos así como los indios del río Guainía
ubicados a distancia de media jornada en la selva. Sus chozas están construidas de
bambú al mismo estilo que antes de 1492. Encima de una gran cantidad de cañas
de bambú ligadas, se encuentra el techo de hojas de palmera. Como a ellos les
gusta mucho el calor en la parte de la choza en la que duermen, las rajas entre las
cañas de bambú están tapadas con barro. La otra parte de la choza tiene las rajas
abiertas así que el aire puede circular y enfriar la choza.
¡Estos son los progresos que los indios hacen bajo el dominio español! Al
contrario, los españoles han adoptado todo de los indios. Los primeros aventureros
(gente baja inculta) no escogieron lugares donde la vista al comercio futuro se
hubieran podido reunir mayores poblaciones, sino se establecieron en los mayores
pueblos de los indios. Por tal motivo nacieron grandes ciudades en lugares menos
esperados, como en Santa Fe y Caracas, en terrenos extremadamente quebrados.
Los recién llegados aprendieron de los indios a construir casas, aprendieron a
cocer, a preparar jugos fermentados, a dormir en hamacas, sentarse en butaques
(sic por butacas), sillas maravillosas, bajas, inclinadas, a modelar ollas sin torno
de alfarero y sin calcinarlas, a construir canoas; aprendieron que los campos se
queman para preparar la siembra, que se puede vivir sin plantar, porque la
naturaleza por sí misma produce todo… Ellos impidieron por intolerancia religiosa
y a través de leyes el progreso espiritual de la cultura, la propia actividad de los
indios… y no les dieron parte de su cultura europea, de todos modos rudimentaria
–no introdujeron el torno de alfarero ni el arado, ni el horno de alfarero-”. 50

49. Alexander Von Humboldt. Reise auf dem Río Magdalena, durch die Anden und Mexico, Teil I: Texte.
Aus seinen Reisetagebüchern zusammengestellt und erläutert durch Margot Faak. Mit einer einleitenden
Studie von Kurt-R. Biermann, Akad. Verl., Berlin (1986)2 2003, p. 61.
50. Ídem.

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