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El sabor del vino de plátano: sobre Nuestra América, de José Martí – David Mayoral B.

Crear es la poiesis de la América nueva. Nuestra América es un acto de creación: de ahí que su
producto sea, a manera de metáfora, el vino de plátano.

***

El vino rojo o el vino blanco, ambos son conductos de la violencia europea. El viñedo fue a la guerra
de la conquista. La uva se mezcló con el cacao; preguntar por cuál fue primero en la tierra americana
es un sinsentido. La semilla de la uva, eso sí, resulta ser lo verdaderamente ofensivo. La implantación
forzosa de una bebida sin función ritual, sin consagración más que a unas barrigas infladas y ciertas
barbas como arbustos.

***

América, disfrazada de viñedo, ahora cree que el cacao es el invasor.

***

Como un reloj de arena que gira hasta el infinito, América debe revertir la negación de su propio ser
para apartarse de ellos y ser reflejo de nosotros. El tiempo, es cierto, está coagulado. El tránsito de la
arena al pasar por la cintura del reloj es lento. Imposible resolver la sangre de América empotrándole
las cartas magnas y las constituciones de países y reinos que tardaron siglos enteros en conformarse.
Peor cosa es pensar que lo que ha funcionado allá funcionará aquí, donde incluso los nombres son
distintos. La Francia o la España que hablaba náhuatl: no existe cosa tal. O se es América, o se es un
lago con el reflejo roto, abominable y fingida como una ninfa con tres cabezas.

***

Las tres cabezas de América que se muerden entre sí: Estados Unidos, Europa, y los propios pueblos
que la conforman. La arena del reloj comenzó a galopar por la violencia. El odio, como el tiempo, se
deshace a cuenta gotas. Ahora se prueba la hermandad.

***

«¿Cómo somos? Se preguntan, y unos a otros se van diciendo cómo son».

***

¿Cómo soy? Soy de esta forma, y como tal, no soy de aquella otra. No soy el periódico yanqui ni la
Constitución europea. Soy, si acaso, materia de mis propias costas y llanuras. Soy el nombre que
acepto hoy y que se me impuso hace siglos. Soy mis propios ojos piramidales y no eclesiásticos. No
soy la condena entre razas; soy el alma libre que une todas mis partes. «Conocer es resolver», y
entonces hablo con mis propias cordilleras y desconozco el oprobio; recorro mis caminos y encuentro
un destino que no es Roma; perdono mi lengua y recito un canto más de ave que de caballero andante.
Hago mi propia crónica y me encuentro desconocida hasta hoy, que deseo ser mía, nuestra. América:
materia de estudio, de conocimiento, antídoto contra la falsa erudición que proponían contra mí,
‘barbarie’.
***

Hice mi propio vino, y le hallé amargo. Sabe a fuerza y a resistencia, pero igual a compasión con
aquél que fue intolerante conmigo. Sabe a diferencia sin enemistad. Eso está bien. Veo la arena
marchar mientras doy otro sorbo, y así hasta mi próximo periodo de embriaguez.

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