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FACULTAD DE HUMANIDADES
DOCTORADO EN CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
PRIMER SEMESTRE, IV COHORTE, COLOMBIA
En el presente texto pretendo responder a las primeras tres consignas orientadoras: explicar
las distintas interpretaciones acerca de la crisis del orden colonial y las revoluciones de
independencia; identificar distintos sentidos en la construcción de la idea de América Latina
y reflexionar acerca de las tensiones de la modernización impulsada por las oligarquías. Para
lograr las dos primeras consignas me apoyo en autores como John Lynch (1985), François
Xavier Guerra (1994) y Gabriel Di Meglio (2013) y para la tercera en Brian Hamnett (2008).
En este orden de ideas, inicio por la crisis del orden colonial y cómo esta crisis derivó en la
independencia de Hispanoamérica. Para ello doy cuenta primero de aquellas tensiones que
se fueron gestando en esta parte del mundo a lo largo de la colonización, luego me centro
específicamente en el periodo 1908-1914 caracterizada por la ausencia del rey y por último
analizo como en dicha coyuntura participan las clases populares. Inicio pues por todas
aquellas situaciones que se fueron tejiendo en Hispanoamérica como resultado del largo
proceso colonial y pudieron ser determinantes al momento de lanzarse a las revoluciones
independentistas.
Una de las razones que provocó tal crisis en el orden colonial fue, según Lynch (1985) el
segundo imperialismo. Pero antes que nada es importante aclarar cuál fue entonces el primero
y por qué España consideró necesario lanzarse a un segundo imperialismo. El primer
imperialismo fue aquella época de dominación de la población nativa, esto es, la época de la
invasión y control de estos territorios recién hallados. El segundo imperialismo, según este
autor, se dio cuando España quiso retomar el control en el siglo XVIII después de un siglo
de inercia. Ahora bien, ¿qué sucedió durante este centenario que fue necesario poner en
marcha un nuevo plan de dominación?
En tal siglo pasaron muchas cosas. En primer lugar, las colonias americanas disminuyeron el
tesoro enviado a España, porque mucha parte lo dejaban para hacer obras, pagar empleados,
fortalecer su economía, esto es, para su auto sostenimiento. Por ejemplo, de acuerdo con
Lynch (1985): “Perú no dependía necesariamente de las importaciones de España: tenía
capital sobrante y una marina mercante, y podía satisfacer muchas de sus necesidades de
consumo dentro de América, particularmente con lo procedente de México y de Asia. Y las
remesas a España disminuyeron espectacularmente” (p. 215); o México: “la colonia reorientó
su economía hacia la agricultura y ganadería y empezó a cubrir sus necesidades de productos
manufacturados (…) lo que significaba que la riqueza de México sostenía más a éste que a
España” (p. 214). Y esta autonomía que fueron adquiriendo, les permitió comerciar sus
productos sus propios productos con otras colonias o directamente con extranjeros
desarrollando así su propia industria. De esta forma, al vivir más de sí misma, América
necesitaba cada vez menos de España.
Un segundo aspecto que alarmó a los españoles fue la autosuficiencia en defensa que estas
colonias habían alcanzado. Como España no tuvo nunca el dinero ni los hombres para
mantener grandes tropas, tuvo que depender principalmente de las milicias coloniales, las
cuales a mediados del siglo XVIII fueron ampliadas y reorganizadas. Tal ejército estaba
creado principalmente por criollos y mestizos. Para ello se les otorgó a los criollos el “fuero
militar” una privilegiada condición que antes gozaban solo los militares españoles. “Los
criollos no solo adquirieron el nuevo fuero, sino también un sentido de identidad militar y
confianza, nacidos del conocimiento de que la defensa del país estaba en sus manos” (Linch,
1985, p218).
Y un tercer asunto no menos importante fue la crisis económica por la que pasaba la corona,
lo que ocasionó que España haya gobernado a América sin gastos, sin pagar el salario a sus
principales funcionarios, por tanto, dichos funcionarios del rey conseguían sus ingresos
vulnerando la ley haciendo acuerdos con mercaderes capitalistas llamados “aviadores”. Estos
les garantizaban salarios, obligaban a los indios a aceptar adelantos de dinero y equipos para
extraer sus productos y tenerlos así endeudados y ellos podían exportar los productos a su
antojo. Así lo describe Lynch (1985): “Los indios eran obligados a producir y consumir; los
funcionarios reales recibían un ingreso; los mercaderes conseguían productos agrícolas para
exportar; y la corona se ahorraba el dinero de los salarios (p. 217). De este “repartimiento”
como se denominó a esta alianza entre funcionarios y comerciantes, hacía por un lado que la
independencia económica cada vez prosperara más, pero a cambio de ello, los indígenas
fueron reducidos a una forma de servidumbre que hacía que cada vez aumentara en estos la
insatisfacción.
Por tanto, este siglo XVIII en la que la corona bajó el control de sus colonias en América,
hizo que éstas adquirieran mayor autonomía social, económica y militar. Del mismo modo,
Esta inercia de España hizo que en esta época no pensaran en la independencia porque, como
ya se ha dicho: “gozaban de un considerable grado de independencia de facto y la presión
sobre ellos no era grande” (Lynch, 1985, p. 215). Situación que un siglo más tarde era
completamente diferente.
Ahora bien, para retomar el control a través de un segundo imperialismo, la corona en manos
de rey Carlos III propone en 1765 nuevas medidas, conocidas como las reformas borbónicas.
Tales reformas querían lograr que América volviera a ser económicamente dependiente de
España y detener tal emancipación de Hispanoamérica. Del mismo modo, “el principal
objetivo no era expulsar a los extranjeros sino controlar a los criollos” (Linch, 1985, p. 216).
Para ello, se crearon nuevos virreinatos, otras unidades administrativas, se nombró nuevos
funcionarios como es el caso de los intendentes, abolieron el sistema de repartimiento a través
del decreto del 4 de diciembre de 1786, se introdujo la paga a los funcionarios y se garantizó
a los indígenas a comerciar libremente con quienes quisieran, lo que implicaba rehusarse a
trabajar en haciendas o en cualquier tierra que no fuera la suya y a no pagar deudas que no
hubieran sido libremente contraídas.
Este segundo imperialismo también se propuso debilitar a la iglesia que gozaba de un poder
económico gracias a sus haciendas y otras formas de propiedad. Así los jesuitas que en su
mayoría eran criollos, fueron expulsados quedando sin privilegios, sin patria y sin misiones.
Asimismo, reforzaron el control económico aumentando la tributación y fortaleciendo el
monopolio que hizo que a América llegara más importaciones que las exportaciones.
También se forzó a América a producir solo materias primas y se le obligaba a comerciar
exclusivamente con España. Igualmente, este segundo imperialismo introdujo la posibilidad
de “movilidad social”: permitiendo a los pardos a entrar a la milicia y comprar “la blancura
legal” mediante cédulas de gracias al sacar. Algunos fueron autorizados a recibir educación,
casarse con blancos y tener cargos públicos.
Estas reformas, muchas de las cuales iban impregnadas de un liberalismo social y racial o
liberalismo relativo; incomodaron a los terratenientes y financieros criollos porque veían
reducidos su poder social y económico y porque se sentían amenazados por los mestizos y
pardos con el asunto de la movilidad social. Esto es lo que concluye Lynch (1985): “La
política borbónica era un error de cálculo, sin relación con el tiempo, la gente y el lugar (…)
era impotente para imponerse -era una especie de ilustración sin despotismo-, provocando a
los privilegiados sin proteger a los pobres” (p. 226). En este caso, los privilegiados eran los
criollos, que dadas las circunstancias optaron por la independencia como una reacción contra
la nueva colonización, como un mecanismo de defensa para conservar sus posiciones.
Pero además de tales reformas borbónicas, otro asunto que pudo influir en las revoluciones
fue el creciente inconformismo de los criollos a causa de sus posiciones subordinadas con
respecto a los españoles peninsulares. Así comenzó a fraguarse la idea de que si querían
cambiar tal situación solo era posible a través de la independencia. Y teniendo presente que
a comienzos a del siglo XIX los criollos eran más que los españoles nacidos en España “La
independencia tenía una inevitabilidad demográfica y simplemente fue la derrota de la
minoría por la mayoría” (Lynch, 1985, p. 223).
Al mismo tiempo, otro asunto que influyó para que se dieran las revoluciones
hispanoamericanas, fue la idea de identidad propia, una identidad americana que los permitía
distinguir de los españoles. Pero tal identidad no se gestó pensando en América como un solo
territorio, sino de manera regional, esto por lo lejanas unas colonias de otras, por las
divisiones impuestas por la naturaleza: selvas, montañas, ríos, desiertos, por lo difícil de las
comunicaciones y también por las rivalidades que existían entre ellos económicamente
hablando. Así, cada cual fue buscando una solución de manera individual sin preocuparse de
sus vecinos. A su vez esta naciente nacionalidad se ve fortalecida por la literatura de la época
a manos de los que antes eran jesuitas.
De igualo manera, otro elemento importante, fueron las ideas que llegaron de la Ilustración.
Pero suponer que estas ideas hicieron revolucionarios a los hispanoamericanos es confundir
causa y efecto, Según Lynch (1985) lo que hizo fue darles el último empujón: “Algunos eran
ya disidentes; por esa razón buscaban en la nueva filosofía inspiración para sus ideales y una
justificación intelectual para la revolución venidera” (p. 228).
Finalmente, todo lo anterior tomó forma, con el colapso de España a manos de los ejércitos
de Napoleón, específicamente cuando éste obligó a abdicar a Carlos IV y a su hijo Fernando.
Este hecho sin precedentes hizo que los criollos actuaran rápidamente anticipándose a la
rebelión popular, puesto que eran conscientes de la cólera reprimida de las masas, “tuvieron
que coger la oportunidad de la independencia no solo para tomar el poder de España, sino,
sobre todo, para impedir que lo hicieran los pardos” (Lynch, 1985, p. 226). Y es que dicha
cólera de las masas tenía un tinte racial, producto de legislación discriminatoria.
Es que los indígenas, los negros y los mestizos, habían sido obligados a vivir en una situación
social inferior, en la pobreza y en medio de una profunda desigualdad. Este descontento de
esta población que era mayoritaria representaba para los criollos una amenaza evidente, así
que era mejor tenerlos de su lado y luchar por la independencia de todos, que esperar que
tomaran la iniciativa y acabaran no solo con los españoles peninsulares sino con ellos -los
criollos- una élite que desde siempre los ha explotado.
Sin embargo, este hecho que en la perspectiva de Lynch (1985) es la gota que derrama la
copa, es solo el inicio en la perspectiva de François Xavier Guerra (1994). Según este último
autor todo inicia con la “abdicación regia” de 1808. “Al ser el rey la cabeza del cuerpo
político, su desaparición es el mal supremo, pues la acefalia condena todo cuerpo a la
corrupción, es decir, a la disolución política tanto territorial como social” (p. 198). Así tal
ausencia, en la línea de Guerra (1994), lleva a un vacío de legitimidad y este conduce a la
desintegración de la monarquía de manera inesperada, súbita.
En tal ausencia del rey, ocurren asuntos que hasta entonces no habían tenido lugar: la
proliferación de la idea moderna de nación, del concepto de igualdad y los intentos de otras
instancias de asumir el poder político. Es a partir de tal ausencia que toman fuerza las ideas
modernas de nación entendida como “asociación voluntaria de individuos iguales” (Guerra,
1994, p. 201) es decir, la idea de nación que había triunfado en la revolución francesa, esto
en contraposición a una estructura monárquica formada por una pirámide de comunidades
superpuestas: pueblos, ciudades, provincias, reinos y corona que era la que hasta el momento
imperaba en España. A su vez, esta idea de nación iba en contra del absolutismo que
caracterizaba la monarquía y en cambio promulgaba un gobierno libre, es decir, no absoluto.
De la misma manera, la idea de igualdad también traía otras tensiones que nunca habían sido
igualitarias: la libertad de comercio en América y el lugar ocupado por los criollos frente a
los peninsulares, pero sobre todo lo que fragua un rencor creciente es la absoluta desigualdad
frente al poder de representación: 30 diputados para representar a América y alrededor de
250 a la España peninsular.
Con respecto al tercer elemento mencionado en párrafos anteriores relacionado con la toma
del poder político, hay que decir que, tanto en la península como en Hispanoamérica, se
rechazó cualquier autoridad proveniente de un francés, sea Napoleón o su hermano y en
cambio se proclamaba fidelidad a Fernando II. Para ello, se conformaron juntas encargadas
de gobernar en nombre del rey, juntas que luego no fueron reconocidas y tuvieron que unirse
en una “junta central” en donde hubiese representación de cada una de ellas. En América se
aceptó la legitimidad de tal junta central, sin embargo, deja un gran sinsabor el hecho de que
se les negó el derecho de consolidar sus propias juntas, y las que se crearon fueron, según
Guerra (1994): “reprimidas por las autoridades reales como si se trataran de vasallos
rebelados con el rey” (p. 205). Esto fragua un rencor creciente ante esta negación práctica de
igualdad.
Luego en 1910, la junta central se disuelve y aparece una figura denominada: “Consejo de
regencia” figura que no fue reconocida en América, rompiéndose así los lazos entre estos y
España, es que fue: “un jalón esencial en el proceso de desintegración de la monarquía”
(Guerra, 1994, p. 214). Tal fractura, fue desencadenando paulatinamente en una idea de
“Americanidad” que consistía primero en diferenciar el español peninsular del español
americano, luego los términos mutaron hacia solo español o americano. Así lo americano
pasó a designar lo propio y lo español la tiranía, la crueldad, incluso la irreligión.
Ni siquiera la constitución de Cádiz de 1812, que materializa un ideal liberal logra recoger
esas exigencias fundamentales de los americanos como: el asunto de la representación, el
establecimiento de una verdadera igualdad entre las dos partes de la monarquía, la
transformación del desprecio de las élites peninsulares frente a los americanos, la
transformación de la división administrativa distinta a reinos y provincias y la constitución
de juntas autónomas americanas.
Y digo dialécticamente, ya que, Di Meglio (2013) realiza un estudio que propone salir al paso
al problema de la escala, ya que, un estudio local encuentra causas locales, mientras que
estudios a mayor escala arrojan causas más amplias para el mismo fenómeno. Es que
“evidentemente, las causas de los movimientos populares en las revoluciones y
contrarrevoluciones hispanas combinaron una coyuntura general con conflictividades de
escala micro o incluso con tradiciones locales” (Di Meglio, 2013, p. 116).
Para mostrar tales causas locales, Di Meglio hace un amplio recorrido por diferentes lugares
de Hispanoamérica mostrando como las clases populares hacían protestas, manifestaciones,
levantamientos armados, por diferentes motivos sociales: económicos, por resentimientos
existentes, descontento, sensaciones generales de injusticia, agravios locales, para preservar
las comunidades, con el fin de lograr reformas agrarias, para mejorar las condiciones de vida,
para alcanzar igualación racial…
Ahora bien, este asunto de lo local no va en la misma línea de Guerra (1994) quien pone en
el centro lo que pasó en la península. En cambio, Di Meglio (2013) afirma que: “La chispa
estuvo indudablemente en la península porque allí estaba el rey, pero luego la acción popular
en cada región tuvo que ver más con circunstancias locales que con lo ocurrido en Europa”
(p. 121)
Con respecto a las causas generales, es indudable que una de ellas, fue la crisis imperial a
propósito de la ausencia del rey, esto es, las tensiones de orden político que de allí se
desprenden. Sostiene que hubo causas generales, pero tampoco parece adecuado “entender
la crisis imperial como mera oportunidad para expresar tensiones más o menos soterradas”
(p. 117). En esta dirección, no es adecuado entender la ausencia del rey como una
oportunidad, sino como un problema, como una causa en sí misma. “No hay razones para no
creer que la ausencia del rey fue un problema. Fundamentalmente, insisto, porque era el único
que mantenía unida una estructura en franca descomposición” (Di Meglio, 2013, p. 120).
Sin lugar a duda, el hecho general más disruptivo fue la “Acefalia real”, un tiempo de
incertidumbre política, de desestabilización, de confusión, desmoronamiento, de abandono
“paternal”. Es que la figura del rey era una figura fundamental, es que según Schaub citado
por Di Meglio (2013) en la mirada popular: “un mundo sin rey, al igual que un mundo sin
iglesia, era un mundo boca abajo, presa del caos y de la conducta arbitraria en la que los
débiles y los pobres eran las principales víctimas” (p. 119). Entonces al no estar la figura del
rey muchos pensaron que había que coronar un rey en América, que habría cambios en el
tributo o no habría que darlos porque el rey estaba muerto. “He aquí una clave, tal vez la
clave, del origen de la acción popular en este periodo” (Di Meglio, 2013, p. 119), es que el
hecho de que no hubiera rey, el sistema tendría que ser otro y ello habilitaba la construcción
de algo nuevo y las clases populares se sintieran abocadas en tal asunto.
Esta cuestión de la “acefalia” tal como lo afirmó Guerra (1994) posibilitó, en este continente,
la circulación de información y difusión de noticias de otras revoluciones en otros lugares,
influenciando a los habitantes de las ideas de la Ilustración. Pero no solo fue información
escrita, también hubo bastante proliferación de rumores, lo que permitió que todos esos temas
fueran ampliamente difundidos. Tanto rumores como información de primera mano
prepararon las gentes para la acción, ya que percibían de manera diferente la realidad, así
muchos querían construir un orden diferente, imaginando posibilidades distintas o en
palabras de Di Meglio (2013): “alternativas a una realidad ingrata” (p. 118).
Es importante aclarar, que en muchos de los episodios los integrantes de las clases populares
actuaron siguiendo a miembros de las élites y solo en unos pocos la dirección de los
movimientos estuvo enteramente en manos de personas de origen popular, entre ellos, los
movimientos de esclavos estuvieron entre los más autónomos. Di Meglio (2013) aclara que
pudo haber manipulación por parte de las élites sobre estas clases populares, pero dice que
no por ello es menos válida: “convengamos que la participación popular puede ser
subordinada y no autónoma, pero no por eso deja de pesar (…) A la vez, esa subordinación
no implica necesariamente pasividad” (p. 110 -111).
Hasta este momento se ha dicho que existieron causas locales para la acción popular, pero
también una causa general que empujó a la participación en todo el imperio español. Por
tanto, las causas locales no alcanzan a explicar un comportamiento general en todo el
territorio hispanoamericano, aunque es indudable que hubo causas locales; pero tampoco una
causa general por si misma es suficiente, sin desconocer que existió una gran causa general.
De ahí que, de la mano de John Lynch, Xavier Guerra y Di Meglio haya logrado enfatizar
tanto en causas locales y generales no como asuntos dicotómicos, sino dialécticos,
complementarios.
Una vez que Hispanoamérica se hubo independizado, a principios del siglo XIX a excepción
de Cuba, estas nacientes repúblicas se ven atravesadas por una fuerte recesión económica
propio de eso proceso postcolonial y es sólo hasta después de 1840 que logran integrarse por
segunda vez a los mercados internacionales. Vale la pena aclarar que la primera integración
de estos territorios a los mercados internacionales fue durante la colonia. Es que desde tal
época, existían relaciones comerciales entre los países de Europa occidental y el mundo
iberoamericano, que ni las llamadas reformas borbónicas pudieron eliminar, por tanto,
“Iberoamérica formaba ya parte de la economía internacional y que pasó así a integrarse en
el capitalismo occidental mucho antes de su independencia política entre 1808- 1826”
(Hamnett, 2008, p. 319).
Por tanto, ese segundo periodo de integración a los mercados internacionales se da unas
décadas después de la independencia de España con productos relativamente nuevos como:
la industria minera en México; la carne y los cereales en Argentina; el guano y el azúcar en
el Perú; Bolivia con producción de estaño y plata; en Chile con la extracción de nitrato; el
cultivo de cacao en Ecuador; la producción de café en Venezuela, Colombia, Costa Rica, El
salvador y Honduras; intensificando así su comercialización desde mediados del siglo XIX
por la creciente demanda de alimentos y productos tropicales desde los países de Europa
Occidental. Este periodo centrado en la agroexportación o exportación de productos
primarios es denominado “modernización” o “regeneración”.
Es que la regeneración o modernización, se entiende como aquel proceso que tuvo lugar en
diferentes naciones y afectó a regiones y subregiones específicas más que a países enteros.
Por ende, las consecuencias de tal proceso fue el de “acentuar o exagerar las diferencias entre
los países del continente y las regiones dentro de ellos, poniendo aún más de relieve el
relativo retraso de regiones ya atrasadas” (Hamnett, 2008, p. 320). Ahora bien, este periodo
de regeneración comprendido entre 1875-1900, trajo consigo grandes implicaciones en los
países iberoamericanos: aspectos positivos en mejoras en la infraestructura, pero grandes
problemas como: dependencia económica, desigualdad, cambios en la propiedad de la tierra,
poca diversificación de la producción y sobre todo el fortalecimiento de una clase
oligárquica. Veamos brevemente en qué consiste cada una de tales implicaciones.
Con respecto a la infraestructura, un aspecto que benefició a los diferentes países está: la
construcción de puertos, canales o diques; aumento de las comunicaciones marítimas través
de nuevas embarcaciones; la instalación de servicios públicos; mejoramiento de la
comunicación terrestre: líneas ferroviarias, caminos, puentes; adquisición de nueva
tecnología: máquinas a vapor, telégrafos; creación de complejos agroindustriales y la
consolidación de bancos modernos. Todo lo anterior se hizo, para facilitar la exportación de
productos primarios y la importación de productos elaborados, pero sin diseñar una política
que permita sustituir luego las importaciones.
Pero como el propósito nunca estuvo en desarrollar las economías internas ni menos la
transformación de economías rurales en sociedades industrializadas por medio del apoyo del
estado, lo que se creó fueron unas economías netamente dependientes. Es que tal
modernización estuvo impulsada desde el exterior, por capital extranjero predominantemente
británico, francés y más tarde norteamericano. Por tanto, en los países no se mejoró la
productividad para el consumo de la mayoría de la población, debilitándose por tanto la
agricultura con graves consecuencias sociales y políticos, ya que el capital estuvo en los
sectores que ofrecían mayores beneficios. Es que en correspondencia con Hamnett (2008)
“las economías iberoamericanas crecieron, pero no se desarrollaron” (p. 345). Esta forma de
regeneración o modernización hizo que los países iberoamericanos continuaran en el
subdesarrollo, pero con deudas externas cada vez más altas.
Finalmente, a modo de conclusión, podría decir que, desde la época de la conquista, hasta
este periodo de la regeneración, no cambió mucho la situación para las clases populares.
Durante la colonización fuimos subyugados por los españoles y luego por los criollos y ya
cuando se gozaba de una supuesta independencia, pasamos a ser dominados por una clase
oligárquica que emergió con gran poder económico y con el guiño del estado.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS