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Este artículo explora desde una perspectiva psicoanalítica diversos desafíos a los que se
enfrentan los niños en marcos de cuidado alternativos tales como orfanatos, internados,
refugios post-desastre, e incluso entornos de hogares alterados por la guerra. Entre estos
desafíos están los efectos del abuso sexual y el miedo a que se repita, el ataque al sentido del
self que se está desarrollando en el niño y el adolescente, y la culpa irracional conectada a los
acontecimientos traumáticos. Se exploran los efectos indirectos, pero muy poderosos, de ser
cuidado por adultos traumatizados por la guerra. Se hacen recomendaciones sobre cómo
ayudar y proteger a estos niños y mejorar la efectividad de sus cuidadores.
Este artículo describe una variedad de problemas a los que se enfrentan los niños en
CA y discute el cuidado para esos niños que se desprende de la comprensión de sus
circunstancias especiales. Se abordarán algunas áreas de manera general (por ej. qué
necesitan los niños para sentirse seguros) y otras de manera más específica (por ej. la
experiencia de una niña traumatizada durante la guerra de una manera concreta).
Muchas de las áreas abordadas se basarán en ejemplos de casos que han sido
alterados para proteger la confidencialidad del niño, su familia y el CA. Este artículo no
es un estudio empírico. En cambio, es una compilación de observaciones, viñetas y
descubrimientos a la cual suelo volver cuando describo a los estudiantes lo que hago.
Defino aquí los CA ampliamente y en líneas generales. Mi esfuerzo por entender las
necesidades especiales de los niños en estos entornos se realizará principalmente
viéndolos a través de una lente psicoanalítica, basándome en las subteorías
psicoanalíticas del conflicto intrapsíquico, el miedo, la angustia, el trauma, las
defensas compensatorias, la culpa y la psicología del self.
Al considerar las necesidades de los niños en CA, es necesario que haya una
conciencia equilibrada, simultáneamente, de necesidades físicas de supervivencia y
de necesidades psicológicas. A veces, al discutir la grave situación de los niños en el
mundo en desarrollo, hay una tendencia desafortunada a dejar de lado inicialmente,
sus necesidades psicológicas partiendo del supuesto, no suficientemente evaluado,
según el cual es necesario tener bien cubiertas sus necesidades físicas tales como
albergue, vestimenta y nutrición, antes de tener en cuenta sus necesidades
psicológicas. Es importante considerar simultáneamente las necesidades básicas de
supervivencia y las emocionales/psicológicas, totalmente entrelazadas las unas con
las otras.
Es bien sabido que la mejor ayuda psicológica para los niños inmediatamente después
de un desastre natural es restablecer el mayor número posible de rutinas previas al
desastre. La estructura de las rutinas parece ofrecer seguridad dotando al yo de un
sentimiento de dominio siendo capaz de anticipar qué sucederá a continuación. Esto
ayuda a calmar en sentimiento de que es inminente otra desubicación, amenaza o
catástrofe traumáticas. El trauma por el ataque, la pérdida y el abandono es por su
misma naturaleza impredeciblemente peligroso y puede desbordar al yo. Desde el
punto de vista de la psicología del yo, centrarse en una agenda puede considerar una
defensa compulsiva necesaria: si mañana a las 7 tenemos el desayuno y luego a las 8
nos vamos al colegio, entonces no pasará nada terrible.
En los CA en Sri Lanka y Etiopía, los niños han sido abandonados por sus padres o,
en algunos casos, los padres han muerto en la guerra o debido al SIDA. He observado
la tendencia en los adultos a considerar esas situaciones como tan comunes que las
respuestas psicológicamente dolorosas en cada niño a estos ataques psicológicos
pueden ser pasadas por alto o negadas. Asimismo, los adultos se habituaban a estas
situaciones terribles, y en el proceso comunicaban a los niños que sus sentimientos
sobre estas cosas no tenían lugar. Los adultos comunican a los niños que deberían
seguir adelante con sus vidas, un mensaje que sólo puede ser de ayuda si va
acompañado del reconocimiento de que es totalmente natural pensar en sus pérdidas
o en sus experiencias traumáticas. Cuando no hay espacio psicológico en los adultos
para emociones dolorosas sobre la muerte, la pérdida o el miedo, los niños pueden
ver como malo tener sentimientos o pensamientos fuertes e inquietantes, haciendo
que los expresen indirectamente, a menudo mediante canales de conversión
psicosomáticos, histéricos. El personal del orfanato y los padres de acogida pueden
ser educados sobre lo duro que es aceptar sentir el dolor de la pérdida, por ejemplo, y
cómo necesitan permitirse afrontar esos sentimientos para poder ayudar a los niños a
hablar de ellos y elaborarlos. Vivir en campos de refugiados, donde la seguridad no es
fiable, tiene como resultado que los niños sean víctimas de ataques físicos y sexuales
y, con ello, el efecto continuo internamente traumatizante, muy significativo y a
menudo obviado, de miedo y preocupación constantes respecto a futuros ataques.
para personas desplazadas tras el tsunami ilustra los efectos patogénicos que tuvieron
en ella un ataque que sufrió y la problemática negación por parte de su madre de las
emociones que la chica estaba tratando de afrontar y de las que intentaba hablar. Un
estudiante de trabajo social y yo nos reunimos con esta chica, que describió ser
atacada por detrás por un hombre mientas ella estaba orinando durante un viaje al
bosque para recoger leña. El hombre sostuvo un cuchillo contra su garganta y trató de
coger una cadena que pensaba que ella llevaba. Ella dijo que luego la obligó a retener
algún líquido en la boca durante unos minutos, para que no pudiera pedir ayuda,
mientras él escapaba. Tras varios meses seguía preocupada por los recuerdos del
ataque, y le daba miedo ir al colegio pro si veía al hombre que había huido del campo.
Le daba miedo estar sola. Hablé con ella sobre cómo opera su miedo: que durante el
ataque alguien se había apropiado a la fuerza y con violencia de algo que para ella era
muy importante, su cuerpo. Es terrible para cualquiera que eso pase. Le pregunté si le
pasó algo sexual, y ella insistió en que no, pero yo sospechaba que sí, tal vez
penetración oral. Dijo que “estaba tan asustada, pensé que iba a matarme”. Le dije:
“Eso fue terrorífico y puede que lo sigas sintiendo cuando piensas en él”. Le pregunté
si tenía alguien con quien hablar de esto y dijo que sí, su madre y sus amigos. Le
pregunté si se sentía desprotegida porque esto hubiera pasado y el hombre siguiera
fugado. “No”, dijo; siente que tiene apoyo. Pero en este punto de la entrevista, me dijo
que en ciertos momentos, especialmente a las 8 de la tarde, ¡se desmaya! Le
pregunté cuando ocurrió el ataque y me dijo que a las 8 de la tarde. Le dije: “justo a la
hora a la que te desmayas. A veces pensar en algo espantoso es demasiado y
encontramos la forma de escapar. Desmayarse es una forma de escapar de ello”. Ella
asintió. Así que en Sri Lanka hallé que el síntoma histérico actual de elección es el
mismo que en occidente durante la época victoriana, existe un apoyo social y cultural
para este tipo de síntoma.
La madre quiso saber entonces si su hija tenía algún problema físico causado por lo
que el hombre le hizo tener en la boca. “¿Estuvo enferma su hija después de que
pasara eso?”, pregunté. “No”, dijo la madre, “pero tal vez entrara en su cerebro poco a
poco”. También estaba preocupada porque los problemas de su hija tuvieran que ver
con su nutrición: la chica no come pescado. Le pregunté qué más come, y me pareció
que estaba comiendo bien, incluyendo otras fuentes de proteínas. Esta área no tenía
problemas de comida, incluso tras el tsunami. De modo que aquí vemos las teorías
fisicalistas que la madre sostenía frente a un problema psicológico. El desmayo de la
hija revela un uso del cuerpo como metáfora, que los pensamientos o los recuerdos
que realmente están en su mente se consideran fuerzas físicas que trabajan sobre su
cuerpo. La madre considera que los problemas de su hija provienen del líquido que el
hombre le hizo mantener en la boca. Esto promueve en la chica una evitación de sus
sentimientos y pensamientos sobre lo que pasó y explica en cambio la causa de los
problemas de la chica en base a una ilusión de pasividad, la defensa de carácter
propia de la personalidad histérica (Krohn, 1978): algo químico se introdujo en el
cuerpo de la chica, luego en su cerebro, y ahora ella es pasiva frente a su poder
tóxico.
problemáticas, por ejemplo, el uso que hacen los chicos adolescentes de la actuación
agresiva para evitar sentimientos de miedo, impotencia o necesidad.
En varios orfanatos en Sri Lanka y Etiopía, donde había lugares para que la mente y la
vida de los niños estuvieran a salvo, observé a los niños, con más frecuencia a las
niñas, usar otra defensa: comportarse excesivamente bien. Los visitantes de occidente
a menudo se sentían impresionados y deleitados por lo educados y respetuosos que
eran los niños. Los niños obedientes y que se adaptan son más fáciles de manejar en
cualquier marco institucional. Hasta cierto punto, esto es útil para los niños, también,
pero los niños y los adolescentes pueden desarrollar un pseudoself, una presentación
que se construye para el consumo externo, pero que deja incontrolados y sin
reconocer sus deseos internos de hacer y ser algo muy diferente de lo que se autoriza
como bueno. Cuando le pregunté a una serie de chicas en entrevistas individuales en
un orfanato de Sri Lanka qué querían hacer cuando dejaran el orfanato, casi todas
dijeron usando exactamente las mismas palabras: “Quiero ser profesora (o doctora) y
dar dinero a mi familia”. Cuando se les preguntó qué les hacía sentir placer personal
en la vida, a menudo ni siquiera entendían la pregunta.
En las siguientes viñetas, ambas de Sri Lanka, la culpa se ve más intensificada por la
actitud negativa de la cultura hacia los deseos agresivos, las expresiones
interpersonales de hostilidad, de egoísmo, especialmente en las mujeres y las niñas.
Una trabajadora social describió llegar a casa cuando tenía seis años tras trabajar
todo el día en un campo de arroz. En el recuerdo, que era vívido, una estructura
enmarcada de recuerdo encubridor, ella quería comer algo frito, pescado o verduras,
pero su madre no tenía nada de eso. La niña tuvo una rabieta, gritándole a la madre y
rompiendo un plato. “Yo era una niña terca, terca”, dijo, pareciendo cabizbaja y
avergonzada. Su hermano, mucho mayor que ella, que tenía 20 años en aquel
momento, le dijo: “Ese no es modo de comportarse para una niña”, y, poco después,
se fue de casa. Después de eso, tuvo poco contacto con él. Dijo que decidió no volver
a comportarse así. Luego añadió, aparentemente fuera de contexto, pero
probablemente muy en un contexto inconsciente: “y mis padres ahora están muertos”.
El sacar a colación su muerte justo en ese momento probablemente expresaba su
culpa inconsciente. Sugiere la fantasía que no sólo le hace ver que fue culpa suya que
su hermano se marchara, sino que también lo fue la muerte de sus padres.
Luego invité al grupo a ofrecer sus respuestas a lo que habían escuchado. Tras unas
dudas, algunos miembros del grupo dijeron que ella se sentía muy culpable, pero que
en realidad no había hecho nada malo. Usamos este momento como una oportunidad
para hablar en general sobre la culpa, consciente e inconsciente, racional e irracional.
La discusión volvió a girar en torno a la culpa de esta joven. Hablamos sobre cómo
todos los niños de 6 años tienen rabietas de vez en cuando. Ella parecía tan
disgustada que le hablé directamente: “Dijiste que eras una niña terca –le dije- pero tal
vez eras sólo una niña, como cualquier otra, expresando tu apetito de una comida en
concreto tras un largo día en el campo, o teniendo los sentimientos de enfado
normales que las niñas tienen hacia sus madres. Pareces estar culpándote, sin razón,
de que tu hermano se marchara o de que tus padres murieran. No mereces castigarte
por ninguna de las dos cosas”. Estaba intentando ser educativo, explicando cómo los
niños conectan irracionalmente algo que hicieron con algún resultado terrible, y
terapéutico, marcando directamente una interpretación para ella. Esto pareció
ayudarla, y simultáneamente el grupo pudo ver cómo podía hacerse una
interpretación.
El intercambio dio pie a que otro miembro del grupo trajera un recuerdo similar:
cuando ella tenía 5 años, no quería ir a la guardería y, en cambio, estaba jugando con
un palo en la arena. Su madre le gritó y después de eso ella fue a la guardería sin
quejarse y siempre exactamente a tiempo. Enfatizó que después de eso estaba
dispuesta a ser una “niña muy, muy buena” y a no volver a desobedecer a su madre.
Usé este ejemplo para ilustrar el desarrollo de la formación reactiva: ser una “niña
muy, muy buena” convertía la rebeldía en su opuesto. La mujer añadió luego que justo
después de este incidente tenía miedo a la hora de acostarse de que un monstruo la
cogiera. Hablamos de cómo esa fobia, común en los niños en torno a los 5 años, pudo
producirse después de expresar sentimientos hostiles o rebeldes. Debido a la culpa,
una niña puede sentir que su agresión o su enfado se le devolverán en forma de
castigo. Se puede enseñar a un cuidador en el entorno de un niño a ayudarle a
entender que no hubo conexión entre ser demandante o estar enfadado y la pérdida
de personas importantes. El cuidador puede aprender a hablar a un niño o a los niños
de un grupo sobre cómo a veces los niños se sienten culpables por cosas de las que
no son responsables y con las que no tienen nada que ver.
Los miembros del personal y los padres en los CA, necesitan entender que los chicos
adolescentes enmascaran el miedo a la pérdida, a la debilidad y a no ser amados,
intentando asumir una identidad de hombre contradependiente, físicamente
invulnerable. Los chicos adolescentes usan una conducta agresiva y arriesgada que
pretende crear la ilusión de invulnerabilidad, fuerza y valentía. Esta conducta puede
tener, por supuesto, consecuencias destructivas. Las chicas adolescentes tienden, en
cambio, a usar la pasividad y la formación reactiva, como se ha ilustrado, para
defenderse contra los afectos traumáticos y postraumáticos.
De un perceptivo científico social del área de Jaffna, al norte de Sri Lanka, lugar del
conflicto militar más importante durante la guerra civil y de la limpieza étnica de los
tamiles durante sus días finales, aprendí acerca de las defensas que utilizaban los
chicos tamiles adolescentes. Estos niños habían vivido toda su vida en un estado de
miedo a que el gobierno cayera repentinamente en manos de los tamiles, como había
sucedido en el pasado, y también, a que los Tigres Tamiles los forzaran a convertirse
en niños soldados. También estaba el miedo al castigo de los padres si la conducta del
chico daba razón a las autoridades cingalesas para centrar sus sospechas en el chico
o en su familia.
La cohesión de los niños entre ellos es una fuente de enorme apoyo y sostén en
orfanatos, campos de refugiados o internados. Simultáneamente puede ayudar a la
institución a manejar a los niños. Este proceso grupal debería ser respetado y
fomentado, pero sin sacrificar el desarrollo de la identidad individual.
Las personas de fuera pueden ser modelos con los que identificarse: en un orfanato
en el que consulté, los adultos de la comunidad vinieron de visita con determinados
niños. En otro, se usaba Skype para que los niños tuvieran individualmente un adulto
especial de los Estados Unidos.
Discriminación de los niños del orfanato por parte de los niños locales
Cuando los niños se inscriben en un colegio externo al orfanato o el lugar donde se les
aloja, son comunes la discriminación, el estigma, el acoso o la exclusión más sutil por
parte de los niños locales. Esto puede hacer que los niños del orfanato se retiren para
juntarse sólo con otros niños del CA, aislándose más del grupo de clase más amplio.
Esto aumenta la experiencia de que el mundo fuera del orfanato es un entorno ajeno,
hostil, en el que no serán aceptados. Los administradores de los colegios en los
colegios off-ground, así como el personal del orfanato, pueden confundir la pasividad o
la tranquilidad de un niño en la clase con una verdadera integración grupal (en el
grupo de clase.)
Las secuelas del trauma de origen natural u ocasionado por el hombre pueden
ocasionar un TEPT. Diagnosticar el trastorno es útil en sí mismo, pero una
comprensión más en profundidad de los efectos del trauma puede ayudar a un
trabajador de la salud mental a ofrecer algo de psicoeducación terapéutica. Esta
psicoeducación consiste en ayudar a los individuos traumatizados, incluyendo niños, a
entender cuál es el propósito de estos síntomas, qué significan. Si esto se explica de
una manera simple, podemos ayudar a un niño o adulto, sea en un marco grupal o en
una conversación individual, a entender el valor originalmente adaptativo, útil, de
supervivencia de reacciones tales como hipervigilancia, entumecimiento afectivo y
suspicacia. La vigilancia sirve para proteger al organismo estando alerta por si se
repite la experiencia traumática. El entumecimiento afectivo sirve para prevenir que las
emociones sean masivamente abrumadoras, pero más adelante estas
autoprotecciones pueden tener como resultado un bloqueo de la vida emocional como
por ejemplo las relaciones con otras personas, que requieren un vínculo emocional, se
ven seriamente obstaculizadas. Los flashbacks y las rumiaciones del trauma, pueden
ser esfuerzos, si bien poco eficaces, por volver atrás y dominar los acontecimientos
con la esperanza de que esta vez salgan mejor.
Estas dinámicas pueden explicarse a los niños y a las personas que viven con ello y
los cuidan. En lugar de simplemente etiquetar los esfuerzos de los niños como TEPT,
las personas del entorno del niño pueden comunicar verdadera y profundamente su
empatía con el niño y con sus esfuerzos por asumir el trauma, si entienden que la
historia concreta que hay tras las respuestas postraumáticas del niño. Los abordajes
utilizados en situaciones de desastre suelen ser iguales para todos los individuos
apuntando al apoyo, ante las dificultades de un niño tras un trauma. Resulta muy
adecuada una perspectiva psicoanalítica para buscar y explicar la construcción
subjetiva que cada niño hace de lo que ha sucedido. Poner en palabras la experiencia
particular del niño tiene un impacto terapéutico mucho mayor.
Otra contratransferencia en los CA es el deseo de que los niños y sus padres estén
agradecidos con quienes los ayudan. Los voluntarios de la Cruz Roja que trabajaban
en los refugios de Louisiana tras el Katrina se enfadaron mucho con los evacuados,
niños y adultos por ser demandantes y no ser lo suficientemente agradecidos. En un
desayuno de trabajo, un grupo de voluntarios del refugio expresaron su enfado por la
ingratitud de los evacuados. En mi papel como trabajador de la salud mental en la
Cruz Roja, los animé a ponerse en la piel de los evacuados: a considerar el impacto
de haberlo perdido todo y, además, tener que vivir indefinidamente en un refugio.
También hice la interpretación de que todos nos sentíamos impotentes a la hora de
satisfacer las necesidades de los evacuados (el día antes, los evacuados se
presentaron en el refugio al haber escuchado, erróneamente, que las tarjetas de
dinero de emergencia se distribuirían ahí). A veces cuando nos sentimos impotentes,
buscamos rechazar ese sentimiento con una emoción fuerte, activa, como es el
enfado. Otra respuesta a esta impotencia es huir, como algunos estaban preparados
para hacer en ese mismo momento. Después de haber hablado, todos se quedaron y
las actitudes críticas se redujeron notablemente.
En un pueblo, cuatro meses después de que fuera azotado por el tsunami, tuvimos
una reunión con profesores, padres y niños de preescolar para discutir los efectos
continuados en los niños. Uno de los varios temas que surgieron fue que los niños
seguían siendo dependientes de padres y profesores, y algunos adultos estaban
disgustados y frustrados con esto.
Los ayudamos a entender como es una regresión normal en niños, luego de lo que les
aconteció, y también acerca de la utilidad que representa una regresión transitoria
para poder salir adelante.
Tanto en Sri Lanka como en Etiopía, el castigo corporal como un modo de disciplina a
menudo se diluye en abuso físico. En la formación de profesores y paraprofesionales,
estallaron fuertes reacciones al hablar sobre la investigación que indica que azotar y
golpear a los niños da lugar a un bajo rendimiento escolar. Este tipo de disciplina
puede proporcionar control de la conducta, pero puede dañar el espíritu del niño, a su
sentimiento de autovalía, y puede ocasionar reacciones postraumáticas. Reconocimos
las diferencias en los enfoques y luego hablamos sobre lo que consideramos el valor
de la explicación para ayudar a los niños a desarrollar controles internos. Los
miembros del grupo hablaron, tanto en la reunión de grupo como en privado, sobre
sus propias experiencias como víctimas del castigo corporal y/o el abuso físico.
Un director de colegio en otra formación, se me acercó durante una pausa para decir
en una voz inicialmente alta y en tono discutidor que el castigo detiene la conducta y
dijo que lo sabía por propia experiencia cuando era niño: echó a rodar un neumático
por una carretera, tras lo cual su padre lo golpeó severamente. Dijo: “¡Puedo decirle
que nunca más lo hice!”. “Sí, debido al miedo a que su padre lo golpease, la conducta
no se repitió”. Entonces dijo, espontáneamente y con lágrimas en los ojos: “Pero he
tenido durante muchos años un problema con la ‘iniciativa’ y sólo recientemente he
podido ver esto en mí mismo”. “La iniciativa puede parecer muy peligrosa”, le dije,
“como echar a rodar el neumático en la carretera, como que su padre volverá a
castigarlo enfadado”. Escuchó atentamente y hablamos de este durante un rato.
Espero que aplicara este insight en su papel como director de colegio.
La filosofía parental en Sri Lanka tiene una interesante historia que planeo sacar a
colación la próxima vez que me enfrente con el tema de la disciplina infantil allí: De
Zoysa, Newcombe, y Rajapaksa (2006) investigaron las prácticas de crianza durante
la era monárquica cingalesa precolonial en Sri Lanka y descubrieron escritos que
recomendaban y aceptaban un acercamiento más cariñoso y cuidadoso para criar a
los niños. El cambio al modelo más rudo y punitivo vino con la colonización británica.
Cuando las actitudes culturales chocan con los derechos humanos básicos
Refiriéndose al abuso de niñas y mujeres, Hillary Clinton dijo: “La violencia contra las
mujeres no es cultural, es criminal” (Clinton, 2011).
Los prejuicios sociales y la discriminación pueden tener efectos muy palpables en las
personas, incluyendo los niños. Aunque puede considerarse irrespetuoso con la
cultura local y que se impone un sistema de valores exterior al modo neocolonial, para
ayudar a los niños, especialmente a las niñas, es vital adoptar una posición que ponga
en cuestión ciertas actitudes. El matrimonio de niñas (y, consecuentemente, los
embarazos tempranos que provocan fístulas), la mutilación genital y el que se les
niegue la educación a las niñas son algunos ejemplos.
Los efectos destructivos de estas actitudes sociales afectan también a los chicos: un
ministro se me acercó en el restaurante de un hotel mientras yo desayunaba y me
preguntó si podía hablar conmigo. Hablamos durante unas dos horas sobre sus
esfuerzos por ayudar a una comunidad de víctimas de tsunami en Chennai, India,
donde vive. Es muy difícil allí ayudar a la comunidad y para la comunidad es difícil
ayudar a las personas, porque, debido al sistema de castas, no hay una sola
comunidad. Luego empezó a hablar sobre los efectos de su casta, la intocable, sobre
él mismo, su hijo y su comunidad. Pasamos dos horas en lo que sólo puedo describir
como una educación para mí y una psicoterapia muy breve para él. Es un ministro
cristiano que trabaja como asesor/trabajador social sin apenas formación, como él
mismo admite. Habló de lo aprisionado que se siente por su casta. Habló de que el
sistema sigue siendo muy fuerte y habló de su decepción con Gandhi por no haber
sido directamente crítico con él. Habló de las restricciones externas acerca de lo que
puede hacer un intocable. Dijo que ser un paria estaba “en mis huesos”.
A continuación habló con amor y tristeza sobre su hijo, que era un jugador de cricket
muy dotado en un país obsesionado por el cricket. Pasó del equipo de su escuela
local a la competición de distrito, mejorando su record en cada etapa. Entonces le
dijeron que, debido a su casta, no podía continuar. El niño no volvió a jugar al cricket
ni a hablar de él. Se cerró, como si se le hubiera dicho que tenía una limitación física
que le impediría seguir progresando. Fue una de las cosas más escalofriantes, y que
más me enfurecieron, que hubiera escuchado nunca. Por supuesto, estaba
describiendo una defensa del chico para adaptarse a esta terrible injusticia, una
defensa sobre cuyos efectos a largo plazo solo podríamos especular. Dijo que el
sistema de castas seguiría a su hijo a cualquier lugar de Asia, especialmente en las
comunidades hindúes
Ser un extraño a esta cultura, como ser un otro para nuestros pacientes, me dio a mí y
a lo que estaba diciendo un cierto poder transferencial. Puede ser, también, y he
sentido esto en diversos momentos en Sri Lanka, que lo que dije conllevara cierto
poder debido a una imagen de la etapa colonial del sur de Asia sobre el hombre
blanco, educado y superior. No me atrae pensar que esta transferencia le diera un
peso adicional a lo que decía, pero puede haber sido así. Es como si una autoridad
más elevada que su cultura estuviera aportando una fuerza para invalidar el sistema
de castas. Lo que hice puede haber sido útil, pero puede haber implicado intercambiar
una internalización (el sistema de castas) por otra (mi perspectiva). Sin embargo,
también puede haber implicado un deseo perdurable en este hombre de deshacerse
de la internalización que la sociedad hace de él como intocable. Expulsar esta
internación devaluada obviamente puede tener efectos positivos más allá de él mismo:
puede volverlo más capaz de ayudar a la gente de su comunidad, adultos y niños, a
verse a sí mismos y a su valía de forma más positiva y realista.
Referencias
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London: Hogarth Press, 1959.
Harlow, H. F. (1964), Early social deprivation and later behavior in the monkey. In:
Unfinished Tasks in the Behavioral Sciences, ed. A. Abrams, H. H. Gurner, & J. E. P.
Tomal. Baltimore: Williams & Wilkins, pp. 154–173.
Hartmann, H. (1939), Ego Psychology and the Problem of Adaptation. New York:
International Universities Press.
Krohn, A. (1978), Hysteria, the Elusive Neurosis (Vol. 12). New York: International
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Spitz, R. A., & K. M. Wolf. (1946), Anaclitic depression: An inquiry into the genesis of
psychiatric conditions in early childhood. II. Psychoanal. Study of Child, 2: 313–342.
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De Dora a Lady Gaga. Una aproximación a los síndromes somáticos funcionales (SSF)
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