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Dentro del campo de lo que se conoce como violencia doméstica, el Abuso Sexual
Infantil lleva tanto al profesional como a la institución a situaciones altamente
dilemáticas que suelen resolverse en expulsiones: del problema, de los pacientes,
de los profesionales interesados.
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cada protagonista contra la sociedad misma. Cualquier alianza, tradicional o
potencial es amenazante y toda desconfianza naciente se exagera, cada pregunta
se con-vierte en una disputa y cada respuesta en un insulto...".
- Las conclusiones, siempre provisorias, a las que fui arribando desde mi primer
acercamiento al tema.
Por otra parte, aquellos que se han acercado al problema de los efectos de la
violencia en la constitución subjetiva, con el intento de formular nuevas
preguntas y dar nuevas respuestas, suelen dejar fuera la problemática del abuso
sexual como si ésta no implicara una violentación. LÉVI-STRAUSS sostenía que
la interdicción del incesto concernía tanto al acto como a la manera de hablar de
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él. Y yo agregaría: también a la manera de no hablar de él. Resulta ilustrativo en
este aspecto el no por eso poco interesante texto periodístico de Beatriz JANIN
Los "pedazos muertos" del niño violentado.
Ahora bien, sería tema para una fecunda discusión dilucidar en qué consiste la
no inocencia de un niño. Porque, más allá de las manifestaciones específicas de
la sexualidad infantil, ni la estructura ni el contenido de las "mentiras infantiles"
se pueden homologar a las de un adulto. No sólo porque, como se lo ha señalado
más de una vez, el adulto, por su posición en elintercambio social, tiene muchas
más razones y tuvo mucho más tiempo para aprender a mentir, sino además
porque sabemos que la mentira o el engaño, así como el chiste, aparecen sólo en
cierto momento de la constitución subjetiva de un niño y en una especial relación
con el otro, para señalar sólo la puerta de entrada de una discusión posible.
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En mi opinión, lo fundamental a tener en cuenta en la problemática con la que
nos enfrenta la sospecha de abuso sexual de un niño no pasa por el eje
inocencia/no inocencia (tema que retomaré), sino por el reconocimiento de lo
propio de la sexualidad infantil que, desde FREUD, ya nadie podría negar. Esta
sexualidad que es violentamente interferida por el trauma real de la sexualidad
del adulto.
FREUD sostenía que las aberraciones sexuales han existido desde siempre. La
cuestión es qué hace con ellas la sociedad actual. Es ésta, en mi opinión, una
pregunta pertinente para reemplazar la de quienes sospechan en el fenómeno del
Abuso Sexual Infantil un "invento mediático". Los analistas, alejados de las
estadísticas por la teoría que manejan, las demandan justamente en un problema
de difícil resolución, ya que es casi imposible la traducción numérica de un
fenómeno acerca del cual ellos mismos no concuerdan en cuanto a su definición.
Por otro lado, frente a una sospecha de abuso sexual, ¿qué le debería preocupar a
un psicoanalista? ¿Si forma parte de una gran cantidad o de un pequeño
número? La clínica es del caso. La epidemiología debería interesar
fundamentalmente a las políticas de salud.
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A continuación intentaré comunicar algunas conclusiones producto de mi
"encuentro" con niños y familiares de niños abusados sexualmente. Surgen de
sólo cuatro años de experiencia con el tema (de ahí su carácter provisorio) y de
consultas que implicaron distintos tipos de intervenciones (evaluación,
tratamiento, observación de grupos terapéuticos de niños y familiares,
supervisiones, interconsultas, audiencias en juzgados).
"Cualquiera que sea tocado por la realidad del abuso sexual de niños entrará a
un mundo nuevo del que no hay regreso. Viejos consuelos como la justicia, la
belleza, la decencia, la autoestima, el poder, la autonomía y la libertad tomarán
allí un nuevo significado. Aun aquellos que enfrenten el cambio exitosamente se
sentirán aislados y alejados de sus amigos y colegas" (SUMMIT, 1986).
Lucrecia tenía 4 años cuando su madre consultó porque la niña se negaba a ver a
su padre los fines de semana (matrimonio divorciado) y también a ir al Jardín.
Ante la preocupación de su mamá, Lucrecia le contó lo que ocurría y llegaron
entonces al hospital en busca de orientación.
En la primera entrevista con la niña, a solas, ante una pregunta abierta, relató:
L.: "Y no voy más al cole porque mi papá me sigue, me quiere robar, yo me quiero
quedar con mi mamá, y por eso venimos acá, al hospital, todos los días...
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L.: Sí, blanco... A Viviana no le hacía nada porque me parece que ella quería
ahorcarlo... cuando se le subía a cococho él no podía respirar... ella le apretaba el
cuello... ¿Sabés que yo siempre sueño que mi papá es un Sol?...
T.: Ah ¿sí?
L.: Me gustaría llamarlo «papá» a Tito (nueva pareja de la mamá) pero entonces va
a empezar a meterme los dedos y a querer dejarme ciega...".
Considero que los fenómenos que, dentro del marco doctrinario de la violencia
familiar, caben bajo la denominación de Abuso Sexual Infantil deben pensarse
como vínculos que implican siempre interacciones incestuosas. Para decirlo de
otra forma: el problema del abuso sexual de niños es el problema del pasaje al
acto incestuoso (transgresión de la interdicción del incesto).
También desde el punto de vista antropológico y dada la precoz inserción del niño
abusado en el intercambio sexual, es que deberíamos referirlo siempre al incesto.
Por lo tanto, hablar de "abuso" implica muchas veces minimizar la gravedad de la
conducta transgresora.
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restaría responsabilidad subjetiva, no hace sino contribuir a la negación del
conflicto.
La abuela de dos niñas abusadas por su padre (de 6 y 8 años) desata una crisis
familiar con su denuncia. Consulta al respecto a una psicóloga que le aconseja
"poner todo en el freezer" y dejar que su hija, si quiere, actúe. La madre de las
niñas no admitía el abuso y sostenía que el padre, por ser tal, podía "manosear" a
sus hijas como quisiera. Ambos padres son médicos.
"En el Servicio me dijeron que podían empezar a ver a ni hijo para ayudarlo a él,
pero que no era su función hacer ningún informe. Les dije que no me estaban
dando una salida para protegerlo de su padre. Me contestaron que tampoco
iniciarían ningún tratamiento si el padre no asistía, y él nunca quiso hacerlo ...".
"Se lo cuento a Ud. porque no puedo hacerlo con la asistente social de tribunales,
ni en el grupo de autoayuda: lo que me derrumbó cuando escuché a mi hija
contar lo que le hacía el padre fue saber que nunca más podría estar con ese
hombre, a quien jamás había renunciado a pesar de la separación". "¿Cómo
pueden sospechar entonces que miento? ¿Cómo se me ocurriría inventar
justamente eso? Yo sé que descuidé a los chicos, pero él siempre desaparecía
cuando eran bebés y yo caía en depresión" (madre de una niña abusada, de 3
años).
"Vos criás una florcita y de golpe cae el rayo... que es como un tumor que se va
agrandando... Y sabés que vas a vivir toda la vida con él" (madre de una niña de 6
años abusada por un familiar).
5) Entre el niño inocente y el goce del niño: el niño presa del fantasma del adulto.
El punto de vista según el cual hay algo en el niño abusado, en su posición, que
lo hace vulnerable al hecho (lo que continuaría la idea de FREUD respecto de la
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disposición psicosexual y el autoerotismo), es paralela a la que sostiene que el
tratamiento de un niño abusado no puede concluir sin algún grado de asunción
de responsabilidad sobre su goce (en una extrapolación de lo que ocurre en el
tratamiento de un adulto). Dejando de lado la adolescencia, que abre a nuevos
problemas teórico-clínicos, la posición descripta sería, en mi opinión, una nueva
versión de la seducción iniciada por el niño.
Cuando alguien acude para ser orientado sobre el supuesto abuso sexual de un
niño, esto configura, según mi experiencia, una situación que participa tanto del
riesgo como de la urgencia. Quiero subrayar con esto que no se puede considerar
como cualquier otro motivo de consulta que se resuelva, por ejemplo, en una
derivación a Admisión del Servicio de Psicopatología. Las razones son diversas:
Cuando un niño finalmente puede hablar, o ser escuchado en relación con la
conducta abusiva de un adulto, sale de una situación de riesgo para entrar en
otra posiblemente más peligrosa: amenazas, estallido de conflicto familiar,
fantasías de abandono, etc. Tal situación debería poder ser evaluada por el
profesional al que se dirige el adulto, sea pediatra, asistente social o psicólogo.
- Esta primera consulta (haya ocurrido el abuso o no) no debería quedar cerrada,
para quien la hace, con una respuesta en torno a las posibles consecuencias
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psíquicas, lesiones físicas o recomendaciones legales. Se impone, por el contrario,
transmitir la complejidad de la problemática considerando la sospecha de abuso
como el emergente de una situación familiar o personal igualmente compleja y
que demanda una intervención más prolongada.
Los sentimientos que genera en las mujeres la averiguación del abuso de sus
hijos (sentimientos de shock, confusión, vergüenza, autoculpabilidad,
aislamiento) también contribuyen a inhibir la búsqueda de ayuda y a generar una
impresión de "inmencionabilidad".
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8) Entre el abuso y el incesto: el psicoanalista.
Ahora bien, ¿cómo responden las instituciones de salud al aumento del número
de consultas sobre abuso sexual de niños?
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internados, las interferencias en las comunicaciones que los profesionales deben
hacer a los juzgados, etc., son algunas de las muchas formas que los directivos y
jefes de unidades hospitalarias suelen imponer a los profesionales interesados en
el tema. Tales maniobras toman siempre el estilo de la amenaza velada del
sumario o el traslado.
De modo que la problemática del Abuso Sexual Infantil en nuestro país, salvo
proyectos nacientes de algunas ONG, revela la "vulnerabilidad psicosocial" de la
categoría "niño" a nivel de la sociedad en general, así como la "selectividad" con la
que las instituciones de salud se orientan hacia la "mujer", construyendo
"estereotipos" de ambos.
Casi no hay literatura sobre abuso sexual de niños que en algún punto no
mencione las "suposiciones" o "creencias" sobre el mismo. Para tomar un ejemplo
a mano: sólo en las primeras páginas del artículo de Summit sobre el Síndrome
de acomodación al Abuso Sexual Infantil (1983) encontramos, por lo menos una
vez, la referencia a términos como "prejuicio", "mitos", "creencias", "negación",
"suposiciones" y "mitologías".
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Voy a distinguir tales presuposiciones en tres categorías: mitos, prejuicios y
complicidades. Diré qué entiendo por cada una de ellas y finalmente las ilustraré
con un ejemplo.
Tomo a los mitos en el sentido que éstos tenían para las sociedades no
occidentales: como respuestas a las preguntas últimas de una cultura, es decir,
como un intento de explicar lo inexplicable. Ahí están los enigmas referentes a la
vida y a la muerte, la sexualidad, la paternidad, etc. Un mito tomado desde este
punto de vista sólo puede ser sustituido por otro y no por un argumento racional.
Siendo el Abuso Sexual Infantil a la vez una temática psicosocial y un delito, los
mitos, prejuicios y complicidades se transforman en obstáculos a las
intervenciones específicas bajo las formas más diversas: como argumentos
seudoteóricos, como judicialización de estrategias clínicas, como la
burocratización de los Comités de Maltrato que se transforman en comités para el
control del fantasma de la mala praxis.
De modo que estos tres tipos de formaciones discursivas se suelen organizar, con
distinto grado de complejidad, en representaciones sociales, tomada esta noción
en su sentido más amplio, esto es, representaciones que se manifiestan en el
discurso de la institución. Uno de los imaginarios más comunes de las
instituciones de salud es el de la madre cómplice o vengativa que pretende usar
la consulta hospitalaria a modo de escenario para descalificar a un padre
rencoroso porque se lo "impotentiza" en su función. El niño es visto en el centro
del escenario tironeado por la fuerza inductora de la madre y la supuestamente
liberadora del padre.
1) La complicidad de no denunciar.
Cuando un profesional ha concluido con fundamento suficiente que un niño ha
sido puesto en riesgo por quienes deberían haberse encargado de su cuidado,
según nuestros códigos, debe dirigirse al asesor de Menores solicitando que se lo
proteja para, entre otras cosas, poder efectivizar las intervenciones terapéuticas.
Éste y no otro es el objetivo esencial de la "denuncia".
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prisión. Es evidente, entonces, que quien no denuncia con este argumento está
en la posición de juez que decide no enviar a prisión, acción que, por otra parte,
no está entre las posibilidades de ningún profesional de la salud.
Más allá de estos dilemas que merecen un debate profundo, considero que
cuando un niño habla y demanda un corte en una situación abusiva, quien está
en condiciones de escucharlo debe llevar su voz hasta los tribunales de Familia
para que la ley (que es la que asume la representación de la sociedad) efectivice a
su manera ese corte. Los enunciados fuera de un dispositivo carecen de valor, de
ahí que las demandas adquieren un significado especial sólo cuando pasan por el
dispositivo judicial. Por otra parte, la denuncia anula toda posible significación de
complicidad por parte de la institución con la patología familiar. Reynaldo
PERRONE, en un texto conocido hace poco en Buenos Aires, sostiene que, ante
las crisis provocadas por los abusos incestuosos, las intervenciones terapéuticas
requieren las siguientes condiciones:
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"En ese caso es importante informar a la familia acerca de las diferencias y
complementariedades entre el sistema judicial y el terapéutico. En el tratamiento
del incesto, el hecho de aplicar la ley, aunque no se baste en sí mismo, es
ineludible" (lo destacado en letra cursiva es mío).
Sin duda se abren nuevas dificultades cuando se hace lugar a la justicia en estos
casos (todos sabemos los costos de sostener el lugar del niño en los tribunales),
pero en mi experiencia el riesgo que se genera cuando la justicia se elude es
mucho mayor para el niño. Entre otras cosas porque cuando el profesional pone
entre paréntesis el hecho de que el abuso sexual es un delito, el abusador, por el
contrario, lo tiene siempre muy presente y actúa en consecuencia (amenazando
con juicios por tenencia, secuestro o simple presión económica).
Los médicos, bien entrenados para tomar decisiones sobre nuestros cuerpos,
padecen una seria inhibición frente a los vínculos parentales de riesgo.
El pediatra parece estar preparado para aliarse sólo con padres de buenas
intenciones hacia su hijo (su paciente).
Los psicólogos y también los psicoanalistas, mejor entrenados que los médicos
para comprender que ser padre se define por un lugar y una función y no por un
lazo biológico, parecen olvidarlo cuando se trata de la sospecha de vínculos
incestuosos. El paradigma biologicista suele resurgir así de sus cenizas y,
olvidando que un padre abusivo está en posición de madre que pretende
reintegrar su producto, vuelven a apelar al discurso del sentido común: "El padre
es el padre y... la familia es la familia...".
Con sólo un paso se llega a otro mitema cuya difusión corre pareja con los
peligros que encierra para una intervención eficaz: "Lo más importante es la
preservación del vínculo". Sobre la base de este argumento se duplica la
vulnerabilidad de un niño en riesgo.
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3) Los prejuicios teóricos.
En ningún otro campo como en el del abuso sexual de niños, los profesionales
adscriptos a una de las dos líneas teóricas que dominan la clínica en nuestro país
(el psicoanálisis en primer lugar y la teoría sistémica en el segundo) revelan tan
claramente sus prejuicios, ideologizando sus posiciones [6].
Así como hay también un punto de vista sistémico para todo, y nada hay que no
se pueda explicar por una disfunción
[6] Quizás aparezca como una reducción simplista la referencia a sólo dos teorías
en la clínica psicopatológica de nuestro país. Pero si bien existen también
representantes del neoconductismo, de la gestalt, del cognitivismo, de las terapias
biológicas, del existencialismo, etc., ninguna ha llegado a tener el lugar
hegemónico que en nuestra tradición han tenido en primer lugar el psicoanálisis
y luego la teoría sistémica. Es justo agregar que, en ambos casos, la producción
teórica dentro de estos ámbitos se ha diversificado de forma tan fecunda que
debería hablarse con más propiedad de "los psicoanálisis" y "las sistémicas", ya
que son muchas las líneas que orientan las respectivas prácticas terapéuticas.
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Es en este contexto de los prejuicios teóricos donde psicoanálisis e instituciones
de salud suelen aliarse frecuentemente en argumentaciones que confluyen en
negar entidad al fenómeno del abuso.
2) Que tal conflicto revela una carencia institucional y abriría el camino hacia el
reconocimiento de las necesidades reales de la institución.
BIBLIOGRAFIA
16
GLASER, Dyana, y FROSH, Stephen: Abuso sexual de niños, Ed. Paidós, Buenos
Aires, 1997.
HÉRITIER, Françoise, y otros: Del incesto, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1995.
HOOPER, Carol-Ann: Madres sobrevivientes del abuso sexual de sus hijos, Ed.
Nueva Visión, Buenos Aires, 1994.
JANIN, Beatriz: Los "pedazos muertos" del niño violentado, Diario "Página 12",
Buenos Aires, octubre 1997.
SIMMONDS, LES, y cols.: Counselling for Sexual Abuse, Oxford University Press,
New Zealand, 1995.
VICENS, Antoni: ¿De qué son responsables los niños?, mesa redonda, Actas de
las Séptimas Jornadas de Forum-Nueva Red Cereda, Barcelona, abril 1994.
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ZAFFARONI, Eugenio Raúl: consultoría en "Clínica de la vulnerabilidad",
Jornadas de Psicólogos Forenses de la República Argentina, 1996.
¹ Para aquellos lectores alejados del campo "psi" tal vez sea pertinen-te aclarar que mientras el
psicólogo es el profesional formado en las ciencias de la conducta, el psiquiatra es un médico
especializado en psicopatología (conductas perturbadas). Por su parte, el psicoanálisis constituye
una teoría (basada en la determinación inconsciente del comportamiento humano) que implica un
método de investigación y una terapéutica. Cuando el psicólogo clínico y el psiquiatra aplican el
método psicoanalítico en el tratamiento de sus pacientes, la tarea de ambos se superpone. De ahí
las confusiones frecuentes.
Lo cierto es que, como lo destaca Kozicki (1993), "la legalidad atraviesa la teoría psicoanalítica... y
la intersección del derecho y el psicoanálisis constituye el eje de una inédita investigación", cuyo
puntapié inicial lo dio Pierre LEGENDRE en El amor del censor. A través del concepto de "función
dogmática" (o jurídica), LEGENDRE, psicoanalista y hombre de derecho, intenta mostrar "el
anudamiento de lo biológico, lo social y el inconsciente".
En relación con el término "demanda", en la medida en que LACAN lo establece buscando una
diferencia entre "necesidad" y "deseo", es de muy difícil definición si no se lo articula con esas
nociones, lo que excedería estas Notas. Mínimamente se puede afirmar que la demanda implica la
formulación verbal de elementos relacionados con el deseo y dirigidos a un otro, de quien, en
última instancia, se espera su amor (dejo de lado su articulación con la pulsión).
³ Que me refiera sólo a los casos de abuso sexual de niños por parte de ofensores masculinos se
debe únicamente a que hasta ahora son la mayoría. No obstante, los profesionales dedicados al
tema ven aumentar el número de consultas en las que tanto madres como tías o abuelas fueron
las protagonistas de conductas abusivas.
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