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QUINTILIANO, LIBRO OCTAVO

Julieta Martínez Jiménez

Los preceptos tienen un efecto negativo sobre los jóvenes, provocando que su curiosidad e
ingenio natural muera. Es necesario adoptar un lenguaje llano, es decir, que sea sencillo de
comprender. Esto es lo que nos dice Quintiliano en su obra.
Del elocuente se dice que habla con adorno, se consigue con imitación y ejercicio. Sin
embargo, debe ser el adorno moderado, acompañado de magnificencia y evitar ser
afeminado, optando por lo varonil. A propósito de la claridad nos advierte sobre el vicio de
la impropiedad. No se debe rehuir a nombrar con su propio término a cosas vulgares o
asquerosas cuando no hay otra forma de decirlo. Por otra parte, ya nos dice Quintiliano que
llamamos entre muchas cosas de un mismo nombre a aquella de que otras le tomaron. Un
claro ejemplo de esto es cuando, al escuchar la palabra remolino, se asocia a cualquier cosa
que gira alrededor de sí, sin embargo, bien se puede hablar de un remolino de agua, o un
remolino de esos que se forman en el cabello.
La oscuridad trae consigo palabras que no están en uso, necesitando un contexto, rodeo,
verbosidad, ambigüedad y escasez de palabras. Dentro de esto también se encuentra la
intertextualidad, que sucede cuando dos contextos diferentes conviven en un único
acontecimiento. Existe la posibilidad de utilizarla sin crear oscuridad, solo si es muy corto
lo que se interpone.
Si en cambio, lo que se desea es la amplificación, ya sea por aumento, comparación,
raciocinio o amontonamiento. El ejemplo que propone Quintiliano respecto a la
amplificación es como cuando se dice que ha muerto el que solo ha sido herido. El ornato
tiene vicios y virtudes, debe adecuarse al público que se dirige.
Otro recurso utilizado por los oradores son las sentencias, que en la actualidad se utilizan
sin medida. En cuanto al uso de tropos, pueden ser dos: como metáfora o como adorno.
Pueden ser la sinécdoque, onomatopeya, perífrasis, hipérbaton, etc. Las figuras se forman
en los nombres por lo respectivo al género y la mayoría de ellas sirven para deleitar. Es
debido tener cuidado con estas, ya que si no son buscadas con estudio, caen
inevitablemente en el vicio.
A lo largo de la obra, Quintiliano cita reiteradamente a Cicerón, como por ejemplo: el vicio
de que más comúnmente adolecemos, es el apartarnos de los términos usuales y recibidos
ya por todos (Del orador, I, 12). Se apoya mucho en sus pensamientos
Es necesario, pues, en cuanto a los jóvenes, elegir un estilo llano y fácil para introducir a
aquellos interesados en el estudio de esta escabrosa materia. Es propio, pues, del buen
orador, detenerse en menudencias.

Quintiliano, Institutio oratoria (Libros VIII y IX), Conaculta, México, 1999, pp. 335-439.

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