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3/3/2019 Un debate sobre las libertades | Edición impresa | EL PAÍS

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TRIBUNA:ARON-MITTERRAND

Un debate sobre las libertades


ARTURO USLAR PIETRI

1 OCT 1976

No hacía gala de su seguridad y desparpajo habitual Francois Mitterrand, candidato


a la presidencia de Francia en las pasadas elecciones y jefe del Partido Socialista.
Tampoco parecía cómodo y en su ambiente el pensador y analista de la política
Raymond Aron, en el diálogo que sobre la libertad sostuvieron recientemente en la
televisión de París.Hablaron de libertad o de libertades, en plural. Es el tema de
moda en la política europea en los últimos tiempos. Desde la reciente reunión de los
partidos comunistas en Alemania Oriental y de las declaraciones sorprendentes y
casi heréticas de los partidos de Italia, Francia y España, hay un reverdecer casi
obsesional de la afirmación de la libertad y del pluralismo.

Todos pueden rechazar la dictadura, el partido único y el monopolio ideológico.


Todos prometen preservar intactas y hasta hacer más efectivas las viejas libertades
proclamadas en la declaración de los Derechos del Hombre por los revolucionarios
de 1789.

Muchas cosas están cambiando velozmente en el escenario de las ideologías y en la


posición de los partidos. Ya nadie hace mofa de la libertad y son pocos los que se
refieren desdeñosamente a las libertades formales.

El punto central, en el que desembocaron sin poderlo debatir a fondo, fue el de la


contradicción casi insoluble entre el crecimiento de los poderes del Estado en la
.economía, por una parte, y por la otra, la conservación de las libertades.

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3/3/2019 Un debate sobre las libertades | Edición impresa | EL PAÍS

Ese Estado, prohijado en general por las izquierdas, que para luchar contra los
excesos de poder en la sociedad y el agravamiento de las desigualdades tiende a
convertirse en el gran empresario y en el director supremo de la economía, al través
de la propiedad de los medios de producción y al través de la planificación
centralizada.

Ese Estado, que llega a acumular no sólo el poder político de la mayoría, sino el
conformismo ideológico y además el poder económico en proporción gigantesca por
medio de la intervención y absorción de la economía privada, puede llegar a hacer
prácticamente negativas las libertades civiles y a establecer de hecho un régimen
autoritario.

Frente a las viejas maquinarias políticas de los regímenes antiguos, Montesquieu y


los pensadores del racionalismo tuvieron la concepción genial de dividir el poder,
que estaba concentrado en las manos de los reyes absolutos. La teoría de los tres
poderes ha sido desde entonces la base de toda la organización democrática
occidental.

Pero la historia reciente ha demostrado que esta separación no alcanza sino a los
poderes institucionalizados en el Estado: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Han
surgido y se han fortalecido en los últimos tiempos nuevos y no previstos poderes, o
nuevas formas de poder, que no entran dentro del viejo esquema de Montesquieu.

Habría que enumerar, por lo menos, el poder de las grandes empresas económicas,
nacionales y transnacionales, el de los sindicatos de trabajadores, el de los medios
de información. En las viejas naciones democráticas no pocas veces hoy las grandes
decisiones tienen que venir de esas nuevas formas de concentración de poder antes
de ser homologadas por las instituciones formales.

La división clásica de los poderes no fue sino una tentativa feliz y práctica de crear
contrapesos y contrapoderes. Cada uno era suficiente para equilibrar y limitar al
otro haciendo imposible la arbitrariedad de ninguno, pero frente a estos nuevos y
grandes poderes no se ha diseñado ningún sistema de contrapesos y equilibrios.

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3/3/2019 Un debate sobre las libertades | Edición impresa | EL PAÍS

El remedio que proponen los socialistas, que es el de acrecer el poder del Estado,
aumentando sus funciones políticas con crecientes atribuciones económicas, no es
sino la fabricación paciente de un nuevo Leviatán, que puede arrasar las libertades.
Por lo menos así lo afirma la experiencia de muchos pueblos modernos.

Hace falta un nuevo Montesquieu que diseñe un sistema adecuado de divisiones y


contrapesos para los nuevos poderes, que complete y fortalezca la antigua división.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 1 de octubre de 1976

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