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La nulidad procesal es uno de los temas más confusos e incompletamente resueltos del
Derecho Procesal. Tradicionalmente se ha vinculado a la majestad del rito en lo funcional y se
le ha identificado con la corrección procesal. En la práctica, la ley se ha visto a menudo
obligada a implementar remedios que corrijan el abuso que se hace de la institución como
maniobra dilatoria, s en desmedro de la buena fe procesal.
La excesiva ritualidad y formalismos que impera en nuestro ordenamiento ha llevado a la
exageración de los preciosismos procedimentales, en desmedro del principal objetivo cuál es la
búsqueda de la justicia.
Se dice corrientemente que la nulidad radical obra de pleno derecho es decir, sin necesidad de
declaración judicial, pero esto no es completamente exacto pues habiendo un título o apariencia
externa de ese acto jurídico, si las partes o una de ellas se intentan amparar en él será necesario que
quién tenga interés en impugnarlo ejercite la correspondiente acción judicial y sus características son
las siguientes:
a) La nulidad plena puede ser reclamada mediante acción o mediante excepción por toda
persona que tenga interés en ello. Sin embargo la acción de nulidad de los contratos no es en
nuestro derecho una acción pública por entenderse que no afecta al interés público pero
tampoco está limitada a las partes al contrario de lo que sucede en la acción de anulabilidad
(artículo 1302 del Código Civil), siendo extensiva a los terceros interesados
b) La nulidad de pleno derecho es perpetua e insubsanable no pudiendo por ello, ser objeto
de confirmación ni de prescripción. Así lo establece nuestro Código Civil en el artículo
1310 cuando establece que "solo son confirmables los contratos que reúnen los requisitos
expresados en el artículo 1261."