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IBERO-AMÉRICA Y LAS RELACIONES

EUROPA – AMÉRICA LATINA

Ponencia presentada en el
Seminario “Desafíos y Oportunidades para las Relaciones
Iberoamericanas”
(Lisboa, Portugal, 15 de octubre de 2007)

Ernesto Ottone
Secretario Ejecutivo Adjunto, CEPAL

¿Hay una identidad propiamente latinoamericana?

Simón Bolívar decía en el Congreso de Angostura de 1819: “No somos


europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los
españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en
el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en
el país que nos vio nacer contra la oposición de los invasores, así nuestro caso es
el más extraordinario y complicado”.

En el mes de agosto recién pasado, al dictar la Cátedra Raúl Prebisch de


la CEPAL, el distinguido historiador Tulio Halperin Dongui nos recordaba que
América Latina no siempre se llamó de esta manera; se trataba más bien la
América Española y la América Portuguesa; y que más allá de los procesos de
independencia las reformas borbónicas, por ejemplo, tienen una evidente
influencia en la conformación de los estados de América Latina en el siglo XIX.
Nuestra historia como continente tiene una innegable referencia europea, donde la
península ibérica ha sido la puerta de entrada. Nuestros países nunca se
consideraron un sector ajeno al núcleo europeo, sino que más bien de cierto
modo una parte marcada por las carencias. De manera provocativa el gran
escritor Carlos Fuentes ha dicho: “América Latina es lo mejor de Europa fuera de
Europa”

Así se ha definido desde hace mucho la situación: nuestra propia imagen


no es extraña a la de Europa y ella ha sido y es parte de la búsqueda de
nuestra propia identidad a través de la “originalidad de la copia” como lo
señalara certeramente Fernando Henrique Cardoso. Es así como se ha
construido nuestra difícil identidad mestiza y sincrética.
¿Dónde estamos?

Somos hoy entonces, después de nuestro turbulento recorrido histórico, un


continente de identidad compuesta y nunca acabada, de ingresos medios,
tremendamente heterogéneo y con una alta proporción de su población en
condiciones de pobreza, y con la peor distribución primaria del ingreso dentro de
las regiones del mundo. Pero somos también un continente que por siglos lucha
y aspira por salir del atraso.

Si se mira a América Latina desde la segunda mitad del siglo 20, podemos
observar que –sin lugar a dudas-, ha tenido avances muy notables en su
desarrollo. Podemos decir que vemos un vaso medio lleno si consideramos los
indicadores más clásicos, por ejemplo:

a) En menos de 50 años, se ha logrado un aumento importante del número


esperado de años de vida al nacer, pasando de 56 años en 1960 a 73
años en 2004;

b) En el mismo período, se produce una reducción muy significativa de la


mortalidad infantil, pasando la mortalidad de 101 cada mil nacidos vivos
en 1960, a 25 en el año 2004;

c) Disminuye notablemente también la mortalidad en menores de de cinco


años, así como la desnutrición. Se ha observado mayor acceso a la salud
e importantes inversiones en infraestructura básica, que han dotado a un
porcentaje alto y creciente de la población de servicios de agua potable y
saneamiento básico;

d) Al mismo tiempo, en los últimos 30 años se redujo el analfabetismo


adulto, se masificó la educación primaria y se elevó el acceso de los
jóvenes a la educación secundaria en plazos muy breves, al menos si se
los compara con el tiempo que les tomó alcanzar tales niveles de
cobertura educacional a los países de mayor ingreso por habitante. En la
última década, muchos países expandieron además la cobertura de la
educación técnica y superior.

Podría extenderse la lista de indicadores que muestran mejoras en el


nivel de vida de la población, por ejemplo, la rápida expansión del acceso a
bienes durables que registran los censos de población y vivienda, que son
bienes que representan mejoras importantes en el bienestar y que no captan
directamente las mediciones de la pobreza basadas en el ingreso de los hogares
y en el acceso a los recursos que lo hacen posible.

América Latina ocupa hoy la posición relativa más alta en el ranking


dentro del grupo de países en desarrollo según el Índice de Desarrollo Humano
(IDH). Este índice muestra que el ingreso por habitante de América Latina y el

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Caribe expresado en dólares de igual poder adquisitivo es 70% mayor que el
promedio de los países en desarrollo, y se considera como región de ingreso
intermedio en el contexto mundial.

Sin embargo, podemos también ver el vaso medio vacío.

A veces se dice que América Latina crece pero reparte mal sus
beneficios, la verdad es más grave: crece poco y reparte mal sus beneficios.
Entre 1980 y 2003 el PIB per cápita se mantuvo estancado en un 2,2%.

Las paradojas del progreso en materia de desarrollo social han hecho


más visible la situación de quienes han quedado excluidos. En otras palabras,
los propios avances han puesto sobre el tapete la exigibilidad de los derechos
económicos, sociales y culturales y, posiblemente, han favorecido las acciones
que reivindican su cumplimiento.

Cuando se habla de América Latina es ya un lugar común referirse a ella


como un continente donde el nivel de pobreza y la desigualdad de los ingresos
no se corresponden con los niveles de ingresos medios.

En relación a la pobreza, en los años noventa, aunque la proporción de


personas en situación de pobreza se redujo en la mayoría de los países (en
total, bajó del 48.3 al 43.8% de la población), por efecto del crecimiento
demográfico aumentó el número de individuos en esa condición de 200 a 211
millones. Y si bien se da una correlación entre dinámica económica y dinámica
de la pobreza, la volatilidad tiende a ser corrosiva por cuanto el aumento de
pobres en tiempos de crisis es siempre mayor que su disminución en tiempos
posteriores de recuperación.

La buena noticia es que las más recientes estimaciones, para el año


2005, muestran una reducción al 39.8% de incidencia de pobreza y además, por
primera vez en mucho tiempo, una baja en el número absoluto de pobres (209
millones). La extrema pobreza, para el mismo año, fue estimada por la CEPAL
en 15.4% de la población, afectando a alrededor de 81 millones de personas. Y
las proyecciones para el 2006 indican una reducción ulterior que dejaría un total
de 205 millones de pobres y 79 millones de pobres extremos. En otras palabras,
la población que no alcanza a satisfacer sus necesidades alimentarias en
nuestro continente es superior a las poblaciones totales y sumadas de España y
Portugal. Hemos mejorado, pero estamos lejos de estar bien.

El conocido talón de Aquiles del desarrollo social latinoamericano es la


concentrada distribución del ingreso, ya sea que se la mida por el Índice de Gini,
por la relación entre el porcentaje del PIB que concentra el 10% más rico vs. el
50% más pobre, o por la relación entre el primer vs. el quinto quintil. Entre los
factores que inciden en la distribución del ingreso destacan la educación, el
patrimonio, los rasgos demográficos y la razón de dependencia de los hogares.

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Pese a la mala distribución del ingreso, la buena noticia la encontramos
en los últimos 2 a 3 años, en que algunos países, tal como lo revela el
Panorama Social de América Latina del 2005 de la CEPAL, han logrado revertir
la endémica tendencia a la concentración del ingreso. Tal publicación muestra
que la distribución del ingreso tendió a mejorar al comparar la situación entre
1998-99 y 2003-2005: se ha observado una reducción de la distancia entre los
grupos más pobres y los más ricos, medida en el porcentaje del PIB que cada
uno capta.

Esto se relaciona junto a otros factores a un crecimiento de un promedio


anual cercano al 4.5% entre 2003 y 2006, y para 2007 se espera que la región
crezca a una 4,9%. De este modo, la región está completando una fase
expansiva de cinco años consecutivos, un hecho sin precedentes en la historia
económica latinoamericana. Este hecho contrasta fuertemente con lo sucedido
en las dos últimas décadas: la reciente aceleración del crecimiento ha permitido
también una notable recuperación del producto por habitante, en efecto entre
2003 y 2006 el producto por habitante creció a un 3% mientras que entre 1980 y
2002 el desempeño fue de un modesto 0.1%. Por otro lado, el actual ciclo
expansivo de la economía regional está caracterizado por una menor
vulnerabilidad a los shocks externos, lo que hace que esta fase sea una de
crecimiento mucho más sano que el experimentado a comienzos de los años
noventa.

La Democracia y los consensos

Nunca debemos olvidar que América Latina tiene una historia muy lábil en
materia democrática, basta señalar que en 1930 la región contaba con sólo 5
gobiernos democráticos; en 1948 con 7; y en 1976 con apenas 3 (PNUD 1994).
Los profundos avances en este terreno en las últimas décadas, en las que
prácticamente en América Latina el conjunto de los países con mayor o menor
solidez han adoptado el sistema democrático, constituyen un patrimonio a la vez
precioso y precario.

La diversidad de América Latina es muy grande y sus asimetrías también


lo son. Considérese solamente que en la región conviven más de 700 etnias. Al
mismo tiempo, hay marcas históricas, culturales y políticas que facilitan, como
quizás en ninguna otra parte, los procesos de integración. América Latina vive
hoy una situación de gobiernos legítimamente elegidos a través del voto, lo que
constituye una situación muy particular en su frágil desarrollo democrático.

Muchos de los resultados electorales reflejan la aspiración de justicia


social y de reivindicaciones centenarias de pueblos y de sectores que hasta ayer
no habían tenido acceso al poder político. Lo importante para que estos
procesos signifiquen avances y no frustraciones, es que puedan llevar adelante
el binomio clásico de la democracia entre libertad y aspiración a la igualdad. Ello
significa que terminar con la “negación del otro” no signifique a su vez la

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negación del antiguo negador y que la aspiración de justicia social no termine
cercenando las libertades y jibarizando la democracia.

En la actual inflexión latinoamericana la cohesión social, las brechas


objetivas que hemos descrito y las debilidades del sentido de pertenencia,
adquieren otros sentidos asociados a urgencias propias de un desarrollo
excluyente: urgencia de .gobernabilidad democrática ante la agudización de
brechas salariales y sociales, urgencia de contar con instituciones creíbles y que
gocen de la confianza ciudadana; urgencia de contar con redes de protección
social que protejan a las personas de los infortunios y de la volatilidad del
crecimiento económico; urgencia de contar con políticas públicas apropiadas
para enfrentar las crisis laborales; urgencia de contar con instituciones capaces
de procesar positivamente las consecuencias de la mayor individuación cultural
de la nueva fase de modernización.

La pregunta es simple: ¿sabremos aprovechar la oportunidad que nos


ofrece nuestra actual bonanza?

Para ello debemos sacudirnos del “pensamiento de la queja” del que nos
hablaba el pensador argentino José Aricó, aquél que considera que América
Latina no puede ser porque alguien nos condena a no ser y decidirnos a asumir
nuestras posibilidades.

Disminuir brechas; tener instituciones sólidas, creíbles, y confiables;


contar con una ciudadanía activa y que se sienta parte de un proyecto colectivo:
este es el desafío latinoamericano de la cohesión social.

La historia de España y Portugal, desde que nos separamos por el


proceso de independencia, también ha sido turbulenta, y a veces dramática y
dolorosa. El siglo XIX y buena parte del siglo XX no fue ni el progreso ni la
democracia lo que marcó esa historia. Sin embargo, los últimos treinta años
constituyen a ritmos diferentes un salto, fabuloso en ambos sentidos, que se
transforma en punto de referencia y apoyo.

Deseamos aumentar nuestra colaboración con Europa, tener un comercio


justo, una indispensable cooperación en el ámbito público y privado, requerimos
vivir desde América Latina una globalización sostenible, una globalización con
más oportunidades que amenazas, una globalización que nos permita -en un
plazo razonable- alcanzar ciertos umbrales de desarrollo y lograr hacer realidad
el anhelo de siglos de justicia y progreso.

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