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BARROCO
(Pieza en dos breves movimientos)
ALEJANDRO TANTANIAN
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1.
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oscuros de la tierra. Caminar sobre la línea del horizonte y caer del lado de la sombra.
En los ojos de nuestro hombre están grabados los paisajes de su viaje: orillas de aguas
turbias donde se retuercen sin descanso los cuerpos de los hombres, áridas superficies
de tierra donde los niños arañan el suelo en busca de un líquido que nunca aparecerá,
galpones inmensos en cuyas puertas se abisman hileras de hombres y mujeres con sus
gorros encasquetados e inmensas valijas aferradas a las manos, bosques diezmados por
el fuego donde se pudren sin descanso los cadáveres incesantes bajo la acción horadante
de las moscas, la violenta superficie del mar en donde encallan todos los barcos en todas
las rocas y los náufragos se aferran a podridas maderas, una calle que asciende y
desciende donde detrás de una cortina metálica se oculta un hombre que derrama sangre
de una herida, sangre cuyo exacto perfume es el que tienen las manos de nuestro
hombre, de nuestro personaje de sonrisa quieta y pasos orbitales. ‘El viaje es otra cosa’ -
dice y observa sus manos rojas, hunde su mirada en la superficie de su piel, abisma el
pensamiento y dice o piensa: ‘Las manos teñidas en sangre.’ Aparta la vista de sus
manos para posarla en otro, en alguien, en algún otro que escucha, como siempre, para
que alguien diga, como siempre para que alguien hable, un otro, entonces, escucha lo
que él dice.
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2.
HOMBRE.
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Él ya sabía.
Yo no suelo llevar eso en la cartera. ¿Usted sabe?
Este era un caso excepcional.
Sabía que terminaría el día y eso ya habría sido utilizado.
Y no me equivoqué.
El padre sacó al niño a los nueve años el idioma aprendido era aquello que él descu-
brió en la soledad del cuarto oscuro cuarto grande cuarto de paredes húmedas cuarto
negro sobre una casa que más tarde descubrí cálida suave alta blanca casa pero el
padre sacó al niño y yo entonces de nueve años sobre la alfombra roja el cuerpo en
tensión la lengua echada hacia el fondo del paladar los ojos perdidos en las uñas
negras de los pies los pies oscuros embarrados enmarcados en la alfombra roja que
sostenía el cuerpo del niño de nueve años que salía al mundo a hablar el idioma de
dios el idioma aprendido en la oscuridad el retiro el silencio más profundo el idioma
que hablará a los hombres después de su encierro.
Él se comportó mal. Usted lo conoce.
Usted puede saber lo que hizo.
No fui yo quien habló.
Y eso es importante que lo sepa.
Si yo hubiese hablado todo habría sido diferente.
Pero su voz es más fuerte. Usted lo escuchó.
Y no pude hablar.
Desde entonces escribo versos sobre los papeles encontrados versos que rapto a las
hojas en blanco versos atorados en la tinta versos silenciosos que paren con dolor
sobre esta superficie versos que nacen en grito y es ese grito el que se inscribe en la
cabeza de los hombres sobre los hombros de los hombres en cada piel grabada versos
que desde entonces escribo arrancándoselos a las piedras versos que traen el aprendi-
zaje lento forzoso del idioma en la tierra.
Pero el día se prestaba a la inquietud.
Y así estaba: inquieto.
Y mi voz siempre por encima de su voz.
Intentando sobrepasarla.
Escalar la cima de esa voz para volcarse en esta garganta.
Pero él siempre podía más.
Y así fue.
Usted comprende.
Yo despierto sobre ese hombre.
¿Entiende?
Allí a pasos de la persiana, a metros escasos de la vereda, de la calle que en descenso
me trae a esta puerta.
Desperté sobre él.
Su cuerpo allí.
Soportando mi levedad.
Y estaba así.
Como usted me vio.
Pero los años sobre el hombre deshicieron el recuerdo posible de aquel niño el pe-
queño desapareció tras la puerta de madera cuando pisó la alfombra roja se evaporó
en el aire de la casa el hombre creció y llegó a este cruce de caminos y no sabe el
hombre porque perdió al niño cuál camino debe tomar el de allí es recto y sobre él el
cielo es azul éste parece abismarse en una curva y sobre el suelo se eleva un cielo
negro tal vez la luna roja espere del otro lado de la curva quizás en el recto camino
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encuentre el punto de no regreso tal vez el idioma de dios sea la respuesta quizás en
él hallemos las palabras que forman esa frase que es cerrada oscura secretamente el
nombre de dios la creación es posible sobre el cadáver del hombre puedo armar esos
versos hundiendo la pluma en la piel blanca y húmeda para aventurarme en su san-
gre espesa que moja la pluma para trazar palabras sobre el cuerpo el cuerpo laxo
abandonado cuerpo a las caricias de hombre sobre la piel de otro hombre en busca
del niño evaporado sobre la alfombra roja tras pasar la puerta de madera que separa
el cuarto grande oscuro cuarto en el que aprendió las palabras para hablar hoy esta
lengua que lleva al hombre a hablar con el niño encerrado entre paredes húmedas el
hombre sale entonces a buscar el cielo negro sobre la curva cerrada de este camino y
en él encuentra al otro hombre que saca de sus ropas un pequeño filo que la noche se
traga y el hombre se arroja a los brazos del otro hombre que lo recibe el filo sobre las
carnes y la superficie del cuerpo vacía el interior derramado la sangre sobre las ma-
nos y el cuerpo arrojado entonces a la orilla del camino donde la curva se clava en el
cielo negro que escupe ahora con violencia el filo sobre esos cuerpos que simulan
dormir los hombres confundidos y el abrazo que los une doloroso y final sobre la no-
che tal vez la luna roja sea testigo pero calla como yo al caer sobre el hombre des-
pertando en un nuevo sueño esta vez de cielo azul.
¿Otro té?
Era esto lo que quería mostrarle.
Sabía que le interesaría.
¿Vio?
La piel es muy suave todavía.
Y blanca.
Y pensar que hace pocos minutos allí, subiendo la calle, en la tienda, tras la persiana
metálica, él abrió los ojos y vio mi cara, mi sonrisa extasiada y los dientes blancos, res-
plandecientes.
Él hundió la vista en mis dientes.
Y gritó.
Y allí mi voz no pudo con la suya.
No hubo grito que alcanzara su grito.
Ni la lengua aprendida en la oscuridad sirvió entonces.
Usted sabe que yo no suelo venir calle abajo hasta esa puerta envuelto en gritos usted
sabe que esos objetos están lejos de mis manos y que no puedo lavarlas ahora hasta que
el olor se quite se evapore usted sabe y no me dejará mentir que aquel hombre apareció
bajo el cielo negro tras la curva y yo no pude evitar el abrazo ni pedir a la oscuridad que
no escupiera aquel filo sobre los cuerpos porque y usted lo sabe ni la lengua aprendida
en la oscuridad sirve en estas raras ocasiones en las que el sol vomita su luz y no deja al
hombre olvidarse del niño.
¿Qué hace?
¿Qué está haciendo?
Su mano está detenida allí.
En alto.
Pido al cielo devore ese filo.
Cae.
Baja.
Así.
Sí.
Baja.
Como la calle.
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Sí.
Sobre la cabeza.
El cielo negro.
Sí.
Voy a dormir.
Sí.
Ahora, entonces,
sí,
el cielo es azul.
Las manos teñidas en sangre.
Alejandro Tantanian.
Buenos Aires,
Agosto de 1997.