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Antagonismo y lucha.

El lugar de la contingencia en el método de Marx en El


Capital

Adrián Piva

El Capital de Marx es una obra extremadamente compleja, que es posible abordarla


desde diferentes perspectivas y cuyo significado, además, se encuentra abierto por el
hecho de ser una obra inconclusa. Por esa razón, y debido al límite de espacio,
trataremos de manera muy breve un aspecto singular del método de Marx en El Capital
pero que resulta central para entender el propio concepto de capital y su relación con la
práctica revolucionaria. Ese aspecto es el del lugar de la contingencia en el método de
Marx en El Capital.
Aunque no lo podemos demostrar en los límites de este artículo, ya se observa desde
las obras tempranas, en particular en el período 1843 – 1845, un creciente
distanciamiento de Marx respecto de la noción de que el desarrollo histórico es el
resultado de alguna lógica objetiva y de que las grandes transformaciones históricas, los
pasajes de unas formas sociales a otras y, por lo tanto, el vínculo entre ellas fuera del
tipo de una necesidad lógica. Sin embargo, todavía en los Manuscritos de 1844 (a pesar
de que allí las nociones de propiedad privada y trabajo alienado corresponden
plenamente a la relación capital/trabajo) el movimiento de la propiedad privada aparece
como un desarrollo que hunde sus raíces en los primeros pasos de la humanidad, se
despliega a través de la historia y cuyo punto culminante – el desarrollo pleno de su
concepto - es la propiedad privada capitalista. Y aun en La ideología alemana (1845) la
división del trabajo parece ocupar el lugar de la Idea hegeliana y se presenta como un
proceso evolutivo cuya culminación es la sociedad capitalista.
En realidad, el distanciamiento de visiones objetivo/evolutivas no concluyó nunca.
Tuvo un momento crucial en la relevancia que adquirió el concepto de lucha de clases
entre 1847 y 1852 al calor de la reflexión sobre el movimiento revolucionario del
período. En El manifiesto comunista, La lucha de clases en Francia o en El 18
brumario de Luis Bonaparte la lucha de clases se convierte en un principio explicativo
del movimiento histórico. Sin embargo, la lucha de clases mantiene una relación
ambigua y ciertamente nebulosa con determinaciones histórico - sociales de las que, por
momentos, parece ser una expresión necesaria, mientras que en otros se presentan como
condiciones de posibilidad para la acción.
Pero, sobre todo, es entre la escritura de los Grundrisse y El Capital que el
distanciamiento adquiere un grado de ruptura. Negri (2012) da mucha importancia en
ese giro, y acordamos en este punto con él a pesar de la distancia que guardamos con su
lectura, a las conclusiones que Marx saca de la crisis de 1857 que lo llevan a ubicar en
el centro de la dinámica de acumulación y crisis el antagonismo entre capital y trabajo.
Esto no significa en absoluto que hubiera una tendencia en Marx hacia una forma de
historicismo que rechazara cualquier determinación o que redujera la historia a un
simple problema de relaciones de fuerza, sino que en El Capital la relación entre
determinación y contingencia está en el centro de la elaboración conceptual hasta el
punto en el que lo contingente ya no se presenta como exterior a una lógica objetiva del
concepto, como un resto inexplicado o irracional, sino que es incorporado como un
momento del propio concepto de capital. Esto se observa en varios pasajes de El
Capital. Tomemos sólo algunos ejemplos.
Aparece en la exposición de las formas del valor, en el capítulo 1, en el pasaje del
equivalente general al dinero. Por un lado, el hecho de que una mercancía se constituya
como expresión general del valor, como el equivalente general, aparece como una
necesidad lógica de la extensión del intercambio. Sólo de esa forma es posible la
generalización del intercambio mercantil, imposible sobre la base del trueque. Por otro
lado, la forma dinero es resultado de un proceso histórico a través del cual el oro llega a
ser equivalente general. Pero el pasaje del equivalente general a la forma dinero no es
un momento inesencial en el desarrollo de las formas del valor. De hecho, no hay
equivalente general sin que una mercancía se imponga en la lucha entre mercancías (de
resultado contingente) por ocupar ese lugar funcional. Ese es un hilo que permite
enhebrar la sección tres del capítulo 1, que presenta las formas del valor, el capítulo 2
sobre el intercambio (en el que Marx expone cómo en el propio proceso de intercambio
una mercancía es crecientemente separada de las demás y se opone a las otras como
expresión general de valor) y el capítulo 3, sobre el dinero, que presupone que esa lucha
ya fue ganada por el oro.
Otro ejemplo es el modo en el que Marx aborda la cuestión de la determinación de la
jornada laboral. Nuevamente, el problema no es menor, porque el capítulo 8 del tomo I
– en el que lo trata - es condición del pasaje del análisis del plus valor absoluto al del
plus valor relativo. La cuestión es como sigue. Dado un tiempo de trabajo necesario
para la reproducción de la fuerza de trabajo podemos determinar la duración mínima de
la jornada laboral. La jornada laboral debe superar ese mínimo porque de lo contrario no
habría producción de plus valor. A su vez, existe una duración máxima de la jornada de
trabajo más allá de la cual la reproducción de los trabajadores como clase se pone en
cuestión. Pero entre aquel mínimo y este máximo la jornada laboral se encuentra
indeterminada. Esa indeterminación es resuelta, una vez más, por la lucha.
Volvemos a encontrar a la contingencia en el modo en que Marx trata al salario en el
capítulo XVII del tomo I, es decir, a la transformación del precio de la fuerza de trabajo
en precio del trabajo. Dicha apariencia, que oculta el carácter de relación de explotación
del trabajo asalariado, es el fundamento de la mistificación de las relaciones sociales
capitalistas que alcanza su máximo desarrollo en las formas de superficie del tomo III
de El capital y, en particular, en la denominada fórmula trinitaria: trabajo – salario;
capital – ganancia; tierra - renta. Sólo porque el salario aparece como remuneración del
trabajo en su “forma natural”, es decir, como elemento común a las distintas formas
sociales de producción, es que los medios de producción son inmediatamente vistos
como capital y fuente de ganancia y que de la tierra parece brotar renta para su
propietario del mismo modo que la tierra libre nos regala frutos. Pero la apariencia del
salario como precio del trabajo no se deriva lógicamente del carácter mercantil de la
fuerza de trabajo. Efectivamente el valor de uso de la fuerza de trabajo, como cualquier
otro valor de uso, sólo se realiza en el consumo, y el consumo de la fuerza de trabajo no
es otra cosa que el trabajo mismo. Pero eso es sólo una condición de posibilidad para la
confusión entre trabajo y fuerza de trabajo. El salario se presenta como precio del
trabajo como consecuencia de su modo de pago. Es decir, en la medida que se liga pago
del salario y rendimiento laboral: salario por tiempo, por pieza, etc. Mediante el
establecimiento de ese vínculo entre pago del salario y rendimiento laboral se articula
un dispositivo social orientado a la máxima obtención de excedente. Se busca que el
obrero, que a diferencia de la máquina debe ponerse en movimiento a si mismo, haga su
mayor esfuerzo a cambio del salario que le paga el capitalista. El salario aparece ahora
en las cabezas del capitalista y del trabajador como pago del trabajo. Pero la articulación
de ese dispositivo es un hecho histórico, es imposible deducirlo lógicamente.
Pero, donde más claramente aparece lo contingente como momento del concepto de
capital es en la transformación de dinero en capital, en el capítulo IV del tomo I.
Nuevamente, la propia naturaleza contradictoria del dinero es sólo condición de
posibilidad, no hay necesidad lógica de desarrollo de la relación de Capital. El dinero
representa valor, como tal puede comprar cualquier cosa, pero sólo existe en cantidades
limitadas. En dicha contradicción anida la posibilidad de un impulso acumulador que es
incluso condición de formas precapitalistas de capital comercial y de capital dinerario.
No necesitamos decir acá que la génesis y desarrollo del modo de producción capitalista
requirió de todo un proceso histórico, que Marx lo aborda en el capítulo XXIV del tomo
I sobre la acumulación originaria y cuyo proceso de conocimiento está todavía
inacabado. Lo que nos interesa destacar es que, como Marx señala, ese proceso fue, por
un lado, un proceso de producción histórica, contingente, de trabajadores libres (es
decir, de separación violenta de los productores directos de los medios de producción)
y, por otro lado, fue un proceso de subordinación de ese trabajo libre como trabajo
asalariado, proceso también contingente y que no está dado con la mera producción del
trabajador libre.
El hecho es que si esto es así no podemos simplemente constatar la existencia de un
período de génesis histórica – contingente - del capitalismo, marcado por la lucha y la
violencia, y suponer luego que, una vez nacido, el capital puede ser comprendido
adecuadamente como un proceso sometido a una lógica puramente objetiva. No se trata
de que no deba distinguirse la acumulación originaria – presidida por la violencia
material - de la reproducción ampliada fundada en la transformación de plus valor en
capital adicional, impulsada por el látigo de la competencia. No es esa nuestra posición.
Se trata de que si no es posible derivar lógicamente el capital del dinero, tampoco
existe transición suave o transformación garantizada, por una pura lógica objetiva, del
dinero en capital en la reproducción permanente y cotidiana de las relaciones
capitalistas. La conclusión es, y no puede ser otra, que la reproducción del capital
incluye un momento irreductiblemente contingente: requiere la reproducción, la
recreación cotidiana de la separación de los trabajadores de los medios de producción y
de la subordinación del trabajo bajo su forma asalariada. Es decir, requiere la recreación
permanente del poder del capital sobre el trabajo en cada lugar de trabajo, en el mercado
y en el estado. Y eso de manera ampliada.
No es casual que en cada uno de esos momentos de contingencia que señalamos
como inherentes al concepto de capital, sólo algunos ejemplos entre los muchos de El
Capital, el poder de estado tenga un papel importante: regulación del dinero, garantía de
la continuidad de la acumulación, regulación de la jornada laboral, regulación salarial,
etc. La marca de la presencia del estado con su violencia material nos señala los límites
de la objetividad del capital. La objetividad del capital es el resultado – siempre
precario, tendiente a crisis - de la recreación permanente de la subordinación del trabajo.
El antagonismo entre capital y trabajo, entonces, que está en el propio corazón del
concepto de capital es, al mismo tiempo, como momento de contingencia, de
indeterminación, de libertad, condición de posibilidad para la acción política
revolucionaria de los trabajadores. Es por eso que nos parece tan importante la cuestión
del lugar de la contingencia en la teoría de Marx y en su método, y nos parece que es
también por eso que se ha transformado en motivo de discordia en las discusiones entre
los propios marxistas.

Bibliografía

Marx, Karl (1968) Manuscritos de 1844. Economía política y filosofía, Buenos


Aires: Editorial Arandu.
Marx, Karl (1979) La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, Madrid: Espasa
Calpe.
Marx, Karl (1979b), El 18 brumario de Luis Bonaparte, Madrid: Espasa Calpe.
Marx, Karl (1998) El Capital, Tomos I, II y III, México: Siglo XXI.
Marx, Karl (2007) Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse) 1857-1858, Tomos I, II y III, México: Siglo XXI.
Marx, Karl y Engels, Friedrich (1985) El manifiesto comunista, Buenos Aires:
Anteo.
Marx, Karl y Engels, Friedrich (2005) La ideología alemana, Buenos Aires: Santiago
Rueda.
Negri, Antonio (2012) Marx más allá de Marx. Cuaderno de trabajo sobre los
Grindrisse, Madrid: Akal.

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