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Cómo Citar: Cardona, Héctor (2015).

Culturas o Sociedades: enfoques internos en un debate irresoluto


dentro de la Arqueología Social Latinoamericana. Ponencia presentada en el IV Congreso
Latinoamericano de Antropología. Asociación Latinoamericana de Antropología, Simposio: La
arqueología Social Latinoamericana: perspectivas de estudios actuales. Ciudad de México, 7 al 10 de
octubre de 2015 (no publicado en las memorias del evento).

Culturas o Sociedades: enfoques internos en un debate irresoluto dentro de la

Arqueología Social Latinoamericana

Héctor José Cardona Machado


hector.cardona@gmail.com

Resumen

La Arqueología Social Latinoamericana (ASL) adoptó desde sus inicios un andamiaje

marxista-estructuralista para la sustentación de todo un sistema de conceptos que procurara

explicaciones a las dinámicas de la sociedad y conjuntamente, se articuló con los debates

políticos que los intelectuales llevaban a cabo dentro y fuera de las academias.

En este contexto se colocaría en tela de juicio el concepto mismo de cultura. Se

esgrimirá que la arqueología culturalista interpreta los cambios evidenciados a través del

registro de una misma ocupación, como realidades histórico-sociales distintas y fragmentadas;

proponiendo desde la ASL que dichos cambios deberían interpretarse como respuestas que

una sociedad dio a momentos particulares de su historia, como un continuo sin rupturas

metodológicas o epistemológicas (mucho menos ideológicas).

Desde que se publicó la primera edición de la obra de Luis Lumbreas Arqueología como

Ciencia Social (en 1971), el autor había señalado que la pretensión de seguir un concepto

como el de cultura, suponía reproducir su uso como un “arma del imperialismo” con la que

había que romper y propone su sustitución por el de sociedad, señalando que la arqueología

debe tener como objetivo de estudio el reconocimiento de formaciones socio-económicas de

las sociedades.

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Sin embargo, en la última gran reunión de los representantes de la ASL (2009), algunos

de sus asistentes intentarán volver sobre la pertinencia en el uso del concepto de cultura,

considerando enfoques ya discutidos: ya sea articulados a sistemas metodológicos de análisis

– como el Sistema Tricategorial –; como un concepto utilitario u operativo, planteado en su

momento por Lumbreras; o sencillamente reproduciendo los enfoques culturalistas.

Llama la atención, no solo la falta de concierto, sino la posible negación a su discusión.

¿Es necesario este acuerdo? Esta ponencia revisa aspectos del debate interno a la ASL sobre

cómo se ha esgrimido este tema.

Preámbulo

Cuando estudiaba la carrera de Antropología, tuve una profesora que aconsejaba jamás

señalar en un trabajo escrito lo que no se intentaba, es decir, no incluir ninguna frase como

“este trabajo no pretende…”

Empero ello, estas palabras no pretenden comenzar ninguna discusión en pro de exigir

que los colegas adscritos a la ASL converjan de una vez por todas en definir qué es cultura

para ellos; así como los límites de uso dentro de su corriente.

La razón que esgrimo subsiste en dos niveles: el primero es que, sin importar la

tendencia, escuela, mirada o procedencia, todavía no se ha logrado un consenso general sobre

el término cultura, más que acertar en una serie de rasgos muy generales que esquivan las

posibilidades de debate; en específico: la de toda creación humana capaz de ser transmitida.

La segunda razón la ubico en el seno de los colegas arqueólogos sociales

latinoamericanistas, y la subdivido en dos: la primera es la negación del término por cuanto

funge como punta de lanza de las corrientes antropológicas decimonónicas e imperialistas

(Lumbreras 1981); y la segunda es que, por desgracia, Marx se fue a la tumba sin profundizar

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suficiente en el concepto y dejar la tarea hecha, lo que dejó un vacío explicativo, al menos en

sus seguidores más dogmáticos.

Una de las dudas que surge en este contexto es sobre la real importancia de tener que

definir cultura. Personalmente creo que no es muy importante en seno de la ASL, pues de

serlo, los intentos serían más públicos y los debates más abundantes y juiciosos. No obstante,

podemos salvar la responsabilidad histórica de algunos integrantes de esta corriente por

debatir seriamente el concepto y su inclusión teórica y metodológica dentro de lo que debe ser

la práctica de una arqueología social en Latinoamérica.

Los Problemas con la Cultura

Los representantes de la ASL se identificaron en sus inicios con un andamiaje

estructuralista para la construcción de todo un sistema de conceptos que darían explicaciones

a las dinámicas de la sociedad, conjuntamente buscaron articularlo en los debates políticos que

los intelectuales llevaban a cabo dentro y fuera de las academias.

Como gran moda, el marxismo no escapó a la proliferación, entre sus muy abundantes

adeptos, de todo tipo de oportunismos… Gracias al consenso abrumador de la moda,

esa misteriosa dialéctica omnipresente estaba fuera de duda y de discusión. Lo cual,

junto con su ritualizada trivialización, mantenía a todos a salvo de la incomodidad o el

bochorno de poner al descubierto el insólito abismo de desconocimiento generalizado

que se ocultaba tras ese término mágico (Bate 1993:76).

Se pretendía tener una especie de escudo que podría desviar la atención sobre

problemas fundamentales y que señala posibles incongruencias internas. No obstante, lo que

llama la atención no es solo el hecho de no poder llegar a un acuerdo sobre el tema, sino el no

desear hacerlo.

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Destacamos el origen del problema en la propuesta de Gordon Childe en 1946, en su

obra La Arqueología como Ciencia Social al señalar que la arqueología debe tener un sentido

histórico y hacerse comprensible desde el materialismo histórico, separándose de la

antropología por su origen colonialista e imperialista (Lorenzo, 1976). Asimismo, y como

mencionamos, Lumbreras (1981:22) dirá lo propio, al definir esta ciencia como “arma del

imperialismo en su lucha por la conquista del mundo, a través de una ciencia llamada

antropología que se declara autónoma en la medida en que su objeto es el estudio de los

pueblos primitivos”.

Desea romper Lumbreras con las generalidades y propone la sustitución de “cultura” por

el de “sociedad”. Lo importante es definir más bien que la arqueología como ciencia debe tener

como objeto de estudio histórico de la formación social y económica de las sociedades

(Lumbreras 1981).

Pero, ¿es realmente un problema la convivencia de los términos cultura y sociedad?

Pensamos que la resolución tomada por algunos representantes de la ASL intenta resolver esta

diatriba, al menos desde el nivel de la mirada metodológica.

Thomas Patterson (1991) ya había mencionada la necesidad de formular un concepto

de cultura desde la trinchera marxista de la arqueología; y Bate lo delimita de una manera que

manejable y aplicable: “conjunto de formas singulares fenoménicas a través de las cuales se

manifiesta sensiblemente, en la realidad social concreta, el sistema de contenidos esenciales

generales de la formación económico-social” (Bate 1993:184)… es imprescindible entonces

comprender y manejar la relación dialéctica entre forma - contenido.

La forma puede presentarse de manera general, pero también algunas particulares;

pero todas guardarán correspondencia con el contenido. Habría que establecer los aspectos

que agrupan o le son comunes a estas formas (variabilidad)… no obstante, diversas formas

pueden presentar relaciones con contenidos diferentes, lo que la final parece ser un tremendo

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ejercicio metodológico para discriminar las relaciones dialécticas que deban, puedan o quieran

establecerse. ¿Se conciben infinitas las posibilidades? ¿Podemos entonces señalar que las

relaciones dialécticas se limitan más por las posibilidades del registro arqueológico que por las

capacidades de aplicarlas de los investigadores? Bate refiere insiste en que hay que

profundizar con Hegel.

Más aún, cómo definir diferentes significados en el transcurrir sociohistórico de una

forma ¿qué tan flexibles son las posibilidades de definir trayectorias cambiantes en la relación

forma – contenido? (y pensemos en ello tanto sincrónica como diacrónicamente). No es que

pensemos que no se pueda, es que no hemos ubicado la metodología para ello.

Un avance importante fue formulado por Iraida Vargas (1990) y consta de un conjunto

de categorías que aparentemente engloban el método dialéctico propuesto por Marx. El

sistema se establece a partir de la formación económico-social (FES), el modo de vida y

cultura.

La FES incluye los modos de producción y reproducción social que además muestra la

totalidad concreta, que es uno de los objetivos de la arqueología según la ASL. Los modos de

vida dan cuenta de las expresiones particulares que se desarrollan en cada FES a través de

respuestas históricas y sociales de cada grupo particular, las cuales están determinadas por las

condiciones naturales y sociales con las que debe interactuar. La cultura es la representación

fenoménica de los modos de vida particulares a cada FES (Bate 1993; Vargas 1990).

Hasta este momento todo parece indicar que hay cierta convención entre los

arqueólogos sociales latinoamericanos sobre este punto.

Lino Meneses (2012) menciona que lo que diferencia a la arqueología social de la

arqueología culturalista, en la “realidad”, es que esta última interpreta los cambios evidenciados

en el registro arqueológico como realidades histórico-sociales distintas (es decir, culturas,

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según esta perspectiva que persigue las causas del cambio cultural). Sin embrago mediante el

Sistema Tricategorial, los cambios en el registro arqueológico darían cuenta de las respuestas

que una sociedad dio a momentos particulares de su historia, considerando el origen de los

fenómenos desde respuesta al medio natural o al social.

Persiste el problema

No obstante, al revisar publicaciones recientes nos damos cuenta de dos puntos

importantes que señalan que sigue habiendo un problema grave al considerar el concepto de

“cultura” en el método de la arqueología social. El primero refiere posiblemente a un problema

de ignorancia por parte de los seguidores sobre la reconciliación del término y su cabida en las

investigaciones. Planteamos esto de manera muy sencilla por cuanto se siguen observando

comentarios en algunas publicaciones sobre la deficiencia que posee la ASL al no poder llegar

a consensuar sobre ello (considerando que desde 1990 había sido presentado el Sistema

Tricategorial por Iraida Vargas). Para Jackson et al. (2012) el problema no está resuelto por la

sencilla razón que aún hay contradicciones.

Para Lumbreras, el término –de ser usado- puede seguirse “utilizando su etiqueta sin

importar sus implicancias. Esto conduce a atribuir contenidos a la cultura sin conocer de qué

manera este concepto refleja los contenidos de la formación social” (Jackson et al. 2012:70).

Asimismo, los autores señalan que Bate presentará el Sistema Tricategorial (Meneses 2012

menciona fue Iraida Vargas) donde, como hemos mencionado, define a la “cultura” como una

serie de formas fenoménicas que denotan una FES (Bate 1993).

Luis Lumbreras retomará el concepto de Bate, pero de nada servirá, pues insiste en el

carácter instrumentalista que hará que se interprete de cualquier forma acorde con los

intereses de la investigación, y reducida solo a la materialidad, a lo físico. Resulta entonces la

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“cultura [según la perspectiva de Lumbreras] como una categoría del objeto de estudio sobre la

cual se agregan contenidos de la formación social, pero al instrumentalizar el concepto todo

cabe en éste, en forma más o menos coherente, según la habilidad de la gimnasia

epistemológica de cada investigador” (Jackson et al. 2012:70).

Pero insiste Luis Felipe Bate (2012), y nos aclara de manera concreta que el problema

al definir “cultura” tiene sus bases en el desconocimiento de la dialéctica materialista. Acusa el

autor el poco interés y mucho desgano para debatir sobre este concepto y su función dentro del

método dialéctico; siendo la principal excusa que no vale la pena retomar un concepto

proveniente de posturas culturalistas y sus inevitables lastres, el cual ciertamente sigue siendo

utilizado hoy día por “un buen número de políticos chauvinistas y xenófobos, desde que los

regionalismos y nacionalismos son la ideología más barata y permite la manipulación de las

mayorías más incultas y carentes de reflexividad” (Bate 2012:99).

Hasta los momentos podemos definir dos claras tendencias en cuanto al uso que ha

emanado de las investigaciones y de los propósitos de los investigadores adscritos a la ASL en

cuanto al asunto de las naciones y los nacionalismos.

La primera critica las posiciones homogeneizantes de las historias nacionales, en

cuanto a suscribir una historia única que castra la posibilidad de historias regionales o locales,

deslegitimando la historia construida desde los centros de poder coloniales (que igualmente

han pervivido hasta hoy, con sus claros visos positivistas).

La segunda tendencia se suscribe como copartícipe en la construcción de nuevas

versiones, reconociendo las historias locales y regionales, pero supeditadas a una versión

mayor, nueva y estilizada, que las reúne en pro de la construcción de una sociedad de hombre

y mujeres igualmente nuevos. Empero, mantienen el mismo modelo basado en una ideología

hegemónica, que trazan sus límites encima de las mismas líneas en que los conquistadores,

los padres fundadores y demás élites.

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Randall Mcguire comenta al concluir la obra más importante de la reciente Arqueología

Social Latinoamericana que “la ASL debería desafiar a las historias oficiales del nacionalismo y

cuestionar las ideologías que éstas sustentan”. Unas líneas más abajo señala que, aun sin un

concepto fuerte –propio- de ideología (que se ha interpretado como falsa conciencia), que

“cuando los arqueólogos latinoamericanos, como Mario Sanoja e Iraida Vargas, han dirigido

explícitamente la arqueología en el contexto de la ideología, el género y el nacionalismo, se

han comprometido en la acción política” (McGuire 2012:491).

Queda la duda si también hace falta un concepto propio y fuerte de nacionalismo que

comprometa a los arqueólogos sociales latinoamericanos con alguna acción política, aunque

ello ya se ha visto medianamente en acción.

En derroteros similares, tenemos que para Manuel Gándara (2012) la concepción de

“cultura” es uno de los conceptos más poderosos en la ASL, pero también el más criticado y

menos entendido. Señala como trivial el hecho de articularlo con la antropología clásica o con

algún sistema clasificatorio de culturas, arguye que todo descansa en la incomprensión por

parte de los arqueólogos sociales, de la categoría tal cual la propone Bate. Sin embargo, no la

considera como una fuente suficiente de explicación, pues señala que una particularidad

observada en una sociedad determinada, en un momento determinado, no puede explicarse

solo como (en el sentido de rasgo, elemento de la) “cultura”.

Omar Olivo (2012) refiere a dos etapas, sobre la que hemos asomado algunos puntos:

La negación política que le propina Luis Lumbreras por su origen colonialista e imperialista; y

una negación dialéctica por parte de Luis Felipe Bate. Para este último la negación total es la

muerte del concepto y de sus posibilidades de uso. Bate ha reformulado el concepto,

superando ese pasado al servicio colonial y tratando de desvincularlo de la que llama la

antropología tradicional (incorporándolo al Sistema Tricategorial). O en otras palabras,

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Encontramos contradicciones y buenas lecciones, y es que, fuera de la dialéctica, hay

múltiples formas de negar una categoría o un concepto: la negación política, la

científica, o como bien lo comenta Bate: ‘simplemente porque todos sabemos a qué se

refiere’. Sucede, claro está, si nos metemos en el tobogán de lo que Marx le recrimina a

Proudhon, una dialéctica dogmática o quitar lo malo y dejar lo bueno (Olivo 2012:191).

Palabras finales

Si la pretensión de la Arqueología Social Latinoamericana es convertirse en una fuente

de cambio y transformación, queda mucho recorrido por delante por cuanto deben comenzar

por alcanzar esa independencia epistemológica que comentamos.

Comprender que el método en arqueología depende del logro de objetivos y contextos

particulares. Donde el préstamo conceptual, analítico y de métodos no atenta contra su

cimiento, sino que lo enriquece, subsanando deficiencias que son resultado de miradas

heterogéneas y de un origen del pensamiento que, si bien postuló un método histórico desde

una perspectiva lineal, no lo preparó para los momentos actuales.

Se debe asumir su procedencia desde una sólida teoría para un momento particular,

aportó y sigue aportando al conocimiento, pero que si han logrado formalizarse como una

“arqueología” más -en un momento histórico que los adoptó, entre muchos otros hijos- ha sido

por oponerse a otras miradas, más que por ser una alternativa innovadora.

Pensamos no se requiere ser un arqueólogo social latinoamericano para intervenir

responsable y éticamente; lo que se demanda es aclarar con quién es el compromiso y hasta

dónde podemos (o debemos) hacerlo, antes de forzar los objetivos de la arqueología. Las

obligaciones personales, son otra cosa.

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Referencias citadas

Bate, Luis Felipe


1993 Teoría de la Cultura y Arqueología. Boletín de Antropología Americana 27:74-94.
2012 Una nota sobre dialéctica en la “arqueología social”. En La Arqueología Social
Latinoamericana: de la Teoría a la Praxis, compilado por Henry Tantaleán y Miguel
Aguilar, pp. 85-101. Universidad de Los Andes, Colombia.
Gándara, Manuel
2012 ¿Estructura Oculta o Narrativa Causal?: La Explicación en la Arqueología Social
Ameroibérica. En La Arqueología Social Latinoamericana: de la Teoría a la Praxis,
compilado por Henry Tantaleán y Miguel Aguilar, pp. 103-139. Universidad de Los
Andes, Colombia.
Jackson, Donald, Andrés Troncoso y Diego Salazar
2012 Hacia una crítica de la práctica de la arqueología social latinoamericana. En La
Arqueología Social Latinoamericana: de la Teoría a la Praxis, compilado por Henry
Tantaleán y Miguel Aguilar, pp. 67-81. Universidad de Los Andes, Colombia.
Lorenzo, José Luis
1976 Hacia una arqueología social. Reunión de Teotihuacán. Octubre de 1975. Publicaciones
del INAH, México.
Lumbreras, Luis
1981 Arqueología como Ciencia Social. Peisa, Perú.
McGuire, Randall
2012 Utilizar la arqueología social para hacer hablar al perro. En La Arqueología Social
Latinoamericana: de la Teoría a la Praxis, compilado por Henry Tantaleán y Miguel
Aguilar, pp. 485-501. Universidad de Los Andes, Colombia.
Meneses, Lino
2012 Aportes Teóricos y Éticos Políticos de la Arqueología Social Latinoamericana. En La
Arqueología Social Latinoamericana: de la Teoría a la Praxis, compilado por Henry
Tantaleán y Miguel Aguilar, pp. 205-219. Universidad de Los Andes, Colombia.
Olivo, Omar
2012 Cultura Como Categoría en la Arqueología Social Latinoamericana: De la Negación
Política a la Negación Científica. En La Arqueología Social Latinoamericana: de la
Teoría a la Praxis, compilado por Henry Tantaleán y Miguel Aguilar, pp. 179-193.
Universidad de Los Andes, Colombia.
Patterson, Thomas
1990 Algunas Tendencias Teóricas de la Posguerra en la Arqueología Estadounidense.
Boletín de Antropología Americana 21:5-23.
Vargas, Iraida
1990 Arqueología, Ciencia y Sociedad. Ediciones Abre Brecha, Caracas.

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**** Preguntas Abiertas
**** se legitima la ASL solo a partir de su contradicción con escuelas histórico-culturalistas?
¿Solo por la praxis comprometida? ¿Dónde está el aporte real de la “historia real”? (casos
Venezuela, México) … ¿es necesaria la discusión de un concepto, aunque ello distraiga el
verdadero “ser” de la ASL en una práctica política que medie hacia la visibilización de los
dominados?

*** ¿cuál es la innovación? = esos planteamientos los tienes otras corrientes que no se
dispersan en disertaciones filosóficas, incluso en arqueologías locales o regionales que –
superando el asunto de los nacionalismos- luchan desde trincheras, disminuidos, con un “real”
compromiso con la gente y no invierten mucho tiempo en definir estos términos, solo luchan.

**** La cosa es: ¿llegan los resultados de estos espacios “realmente” a los colegas que tratan
de aplicar más y disertar menos? ¿Y la gente?

**** Volvemos al punto inicial: ¿hace falta dictar línea? O podemos intentar hacer una
arqueología desde la ASL más libre y que devuelva esa igualdad prístina a la gente y a los
investigadores, sin la hegemonía de una corriente amparada en el escudo del marxismo.

**** Al final… tenemos (tuve) más dudas y expectativas que aportes, al menos que consideren
mi interés por dilucidar en este espacio estas inquietudes. No soy arqueólogo social
latinoamericano, pero me formé en un contexto de coexistencia y ciertamente me hubiese
gustado ver más impacto de la ASL, pero sospecho que parte de su superación está en discutir
más las cosas esenciales, sin seguir tanta línea y –en mi opinión más individual- execrando
escenarios de victimización como intelectuales incomprendidos por ser tildados de marxistas…
porque hasta ahora, ninguna postura teórica ha influido y protagonizado más en la arqueología
y en la antropología que el marxismo.

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