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EL VUELO DE LA MOSCA

Sidi

Víctor, alumno del último año de Periodismo de una de las universidades privadas

de Santiago está, junto a dos compañeros, de visita en un hospital público. Tienen

como tarea observar y describir el ambiente de una sala común, entrevistar a un

enfermo hospitalizado y relatar la experiencia en un artículo con no menos de

quinientas ni más de dos mil palabras.

El joven universitario, parado en un extremo de una sala común de hombres, está

molesto y con ganas de mandar al diablo la tarea pedida. La actividad a realizar

no tiene atractivo alguno para él. Al contrario, todo lo relacionado con hospitales,

sangre, inyecciones, enfermedades, le provoca profundo rechazo y ahí está,

vacilante, sin saber qué hacer. Después piensa en sus padres, en las dificultades

que han tenido para costear sus estudios y decide hacer un esfuerzo para cumplir

con la tarea pedida por la universidad.

Con la vista recorre las camas ordenadas en dos filas de siete. Todas están

ocupadas por enfermos vestidos con una bata color crudo, abierta hacia atrás.

Algunos están recostados; otros, sentados al lado de sus camas, escuchan radio,

hojean diarios y revistas o conversan con los vecinos. Los más enfermos,

permanecen encamados. Todos son viejos, excepto un adolescente y un hombre

de aproximadamente treinta años que se ven tan saludables que llaman la

atención.

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Víctor piensa que será más fácil conversar con uno de los dos enfermos jóvenes y

mientras evalúa las ventajas de entrevistar a uno u otro, sus compañeros se

adelantan e inician una conversación con los dos que había seleccionado.

Con rabia por la avivada de sus pares, vuelve a mirar a los doce enfermos

restantes, elige a uno que le parece menos comprometido físicamente y hacia él

dirige sus pasos. “Buenos días señor,” es el saludo de Víctor. “Soy estudiante de

Periodismo y quisiera saber si puedo conversar unos minutos con usted, para

hacer una tarea que me dio la universidad. Tiene todo el derecho a negarse y yo lo

entendería, pero puede ser entretenido para los dos y le aseguro que no voy a

molestarlo”.

El hombre, amistoso y colaborador desde un comienzo, accede a la petición del

estudiante e inician un diálogo animado y sin pausas. Cuenta que está en el

hospital por una enfermedad de la sangre con un nombre raro que no recuerda,

pero que tiene buen tratamiento. Es la primera vez que lo internan y el personal

médico y de enfermería lo han atendido bien. Se siente mejor y está agradecido

de todos.

También está tranquilo y confiado porque en los veinte días que lleva en el

hospital, la mosca gigante ha entrado dos veces a la sala y ni siquiera se ha

acercado a su cabeza. Estimulado y divertido por la cara de extrañeza de Víctor,

continúa diciéndole que de las dos visitas a la sala que ha hecho el temido insecto

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desde que está hospitalizado, en una voló un largo rato sobre la cabeza de un

enfermo que parecía agónico. Para sorpresa de todos, en ningún momento se

posó en la frente del paciente quien, después de una larga hospitalización, regresó

a su casa completamente mejorado. En la segunda visita, la mosca, después de

sobrevolar todas las camas, se dirigió hacia la puerta y cuando todos suspiraban

aliviados creyendo que se iba, se devolvió y, después de tensos segundos, se

posó en la frente de un enfermo que estaba de alta ese día. La sala enmudeció, el

enfermo elegido por la mosca comenzó a sollozar y esa misma tarde abandonó la

sala. Desgraciadamente, en vez de irse a su casa, fue trasladado en una camilla,

cubierto por una sábana, hasta la morgue del hospital.

Ante las ansiosas preguntas de Víctor, el paciente le cuenta que, desde hace

algunos años, los que trabajan en ese hospital y muchos enfermos antiguos,

aseguran que existen unas moscas grandes, negras y longevas, que aparecen

cada siete a diez días, sobrevuelan las camas de los enfermos y, frecuentemente

se posan en la frente de uno. Los más antiguos afirman que estas moscas nunca

se han equivocado y que frente que tocan, enfermo que muere.

El futuro periodista, entusiasmado con la historia, siente renacer su vocación e

incrédulo ubica y conversa con la enfermera, las auxiliares, el personal de aseo y

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el médico de turno, quienes corroboran totalmente el relato del paciente.

Convencido de la potencialidad de la historia que tiene en sus manos, vuelve a la

cama del entrevistado, le agradece su colaboración y acuerdan seguir

conversando los próximos días para enriquecer un artículo que el estudiante

imagina, será entretenido y original.

“Fue un gusto conversar con un periodista. Me entretuve harto y espero me

nombre cuando escriba el artículo. Nunca he salido en los diarios”, comentó el

enfermo cuando se despidieron.

Víctor, había llegado al hospital por obligación y no pensó que terminaría la visita

entusiasmado con la actividad solicitada por la universidad. Está tan agradecido

del enfermo por su amabilidad y por su extraordinaria historia que, antes de

abandonar la sala común, se da vuelta para despedirse, por segunda vez, de su

nuevo amigo.

Una mosca, grande y negra, está parada en la frente del enfermo. Indiferente a la

conmoción que provoca en el paciente, en Víctor y en todos los enfermos de la

sala, la mosca se restriega los ojos con sus patas delanteras.

La confusión del enfermo entrevistado duró pocos segundos. Sin mover su

cabeza, pidió silencio con un dedo índice apoyado verticalmente sobre sus labios,

tomó con cuidado una revista del velador y, ante el asombro de todos los

presentes, se dio un fuerte golpe en la frente. Al levantar la revista, los que

estaban más cerca vieron que la temida mosca se había transformado en una

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masa pastosa en la que se reconocían partes de las alas y de las patas del

insecto.

En la sala, solo se oía la agitada respiración de un asmático. Segundos después

se escucharon tibios y escasos aplausos, que luego aumentaron en número e

intensidad y fueron seguidos de risas, abrazos y gritos de alegría.

Los primeros días, pasada la euforia inicial, fueron una tensa espera por la

posibilidad de la aparición de moscas con poderes similares. Han transcurrido seis

meses, nadie ha visto alguna con las características de la ajusticiada; hasta hoy el

verdugo goza de excelente salud y es el héroe de todos los enfermos de ese

hospital.

En su casa guarda, como si fuera un tesoro, el artículo que escribió su amigo, el

periodista, que lo nombra cinco veces y contiene una foto donde sonríe orgulloso,

rodeado por los otros enfermos de su sala.

Así terminaba el cuento. Pero, hay más.

Hace pocos días, se supo el final de esta historia. Un año después de los hechos

relatados, el enfermo héroe fue rehospitalizado. En la noche durmió poco y mal

por un fuerte y mantenido dolor en el pecho. Al día siguiente, agotado por la falta

de sueño, se acostó a dormir una siesta y no sintió cuando una enorme mosca

negra se posó en su frente. El sueño se hizo eterno.

Al funeral asistió el periodista, quien juró y rejuró haber escuchado, durante toda la

ceremonia, el zumbido de una mosca gigante sobrevolando a su alrededor.

Sus conocidos y amigos dicen que desde entonces está mal de la cabeza porque

siempre, esté donde esté, duerme protegido por un mosquitero y pasa todo el día
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gritando amenazas y dando manotazos al aire para ahuyentar a una mosca negra

y gigante que, asegura, lo persigue y quiere posarse en su frente.

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