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&
Cummings, J. L. (Eds.), Textbook of Geriatric europsychiatry (2da Edición) (pp. 81-105).
Washington D. C.: The American Psychiatric Press, Inc.
Traducción para uso personal por Nancy China.
Toda conducta y experiencia está mediada por el cerebro. Ninguna conducta, pensamiento, o
emoción carece de un evento cerebral correspondiente, y las anormalidades de la conducta humana
frecuentemente son un reflejo de una estructura cerebral anormal y se acompañan de funciones
aberrantes del cerebro. Esta premisa no niega la influencia del aprendizaje, los eventos de la vida, la
educación, o la dimensión socio-cultural de la existencia humana; estos factores crean el contexto de
la conducta humana y ejercen poderosas influencias biológicas, del desarrollo, y situacionales. En
todos los casos, sin embargo, los efectos psicológicos y socioculturales están mediados por la
función cerebral. Así, un enfoque abarcativo de la conducta humana demanda una comprensión de la
base neurológica de la cognición, la emoción, y la psicopatología humanas.
En este capítulo, ofrecemos una revisión de las bases neuroanatómica y neuroquímica de la conducta
humana. Primero, presentamos un modelo sinóptico de la neuroanatomía de la conducta como un
marco para la discusión siguiente. El modelo divide al sistema nervioso en tres zonas
conductualmente relevantes: una zona interna que rodea al sistema ventricular, una zona media que
incluye a los ganglios basales y el sistema límbico, y una zona externa comprendida principalmente
por la neocorteza. Presentamos la anatomía de cada zona y describimos las consecuencias
conductuales del daño en cada una. Luego, describimos dos sistemas distribuidos; éstos atraviesan
las tres zonas para permitir que la información ingrese al cerebro (sistema tálamo-cortical) y que los
impulsos que median la acción salgan del cerebro (circuitos fronto-subcorticales). También
presentamos los síndromes neuropsiquiátricos asociados a anormalidades de estos sistemas.
Finalmente, integramos la base bioquímica de la conducta con este enfoque anatómico.
Paul Yakovlev desarrolló un modelo abarcativo del SN en términos relevantes para la conducta
(Yakovlev, 1948, 1968; Yakovlev y Lecours, 1967). Adoptó una perspectiva evolutiva y notó que el
cerebro consiste de tres regiones generales: una zona mediana que rodea al sistema ventricular, que
contiene al hipotálamo y estructuras relacionadas; una zona límbica-paramediana que consiste
principalmente de las estructuras del sistema límbico, los ganglios basales, y partes del tálamo; y una
zona supralímbica que contiene a la neocorteza.
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En este capítulo, presentamos el enfoque de Yakovlev – actualizado con información proveniente de
estudios anatómicos más recientes (Benarroch, 1997; Mesulam, 1985) – como una base para
comprender las relaciones cerebro-conducta (Figura 1). La zona mediana está inmediatamente
adyacente al canal central, está pobremente mielinizada, y tiene neuronas de axones cortos que hacen
sinapsis con células próximas, así como con células de axones largos que proyectan a núcleos más
distantes. La zona mediana contiene al hipotálamo, el tálamo medial, y la sustancia gris
periventricular del tronco cerebral, así como a áreas funcionalmente relacionadas de la amígdala y la
corteza insular. El sistema media el metabolismo de la energía, la homeostasis, la peristalsis, la
respiración, y la circulación. La zona mediana contiene al sistema reticular activador y las
proyecciones tálamo-corticales no específicas que mantienen la conciencia y el arousal (activación)
en el estado de vigilia y participa en los mecanismos del sueño. No se evidencia especialización
lateral en la zona mediana. Este sistema es completamente funcional al nacimiento y es responsable
de la supervivencia en los primeros días de vida del infante.
Figura 1.
Versión actualizada del modelo del sistema
nervioso de Yakovlev que muestra a la zona
mediana (amarillo), la zona paramediana-
límbica (verde), y la zona supralímbica
(rojo). Fuente. Modificado por los autores
de Yakovlev PI, Lecours A-R: “The
myelogenetic cycles of regional maturation
of the brain”, en Regional Development of
the Brain in Early Life. Editado por
Minkowski A. Oxford, Inglaterra, Blackwell
Scientific, 1967, pp. 3-65.
La zona límbica-paramediana tiene neuronas que están mejor mielinizadas que las de la zona
mediana, y aquí, las neuronas se agrupan en estructuras nucleares conectadas en serie. Muchos de los
núcleos talámicos, los ganglios basales, el giro cingular, la ínsula, la región órbito-frontal, el
hipocampo, y los giros parahipocámpicos se incluyen en esta zona. La zona límbica-paramediana
incluye a las estructuras que componen el sistema límbico (Papez, 1937). Las estructuras de esta
zona median los aspectos vivenciales de los estados emocionales. También median la postura y la
expresión abierta de la emoción en la vocalización, los gestos, y el dispositivo afectivo facial. Hay
poca especialización lateral en las estructuras paramedianas. Filogenéticamente, este nivel de
desarrollo del cerebro está presente en los reptiles (MacLean, 1990). La zona límbica-paramediana es
funcional parcialmente al nacimiento, y la emergencia de su integridad se torna evidente en la sonrisa
y el gateo. Los desórdenes de la motivación, el ánimo, y la emoción están asociados a disfunción
límbica-paramediana, y esta zona es el sitio anatómico de las estructuras involucradas en muchos
desórdenes neuropsiquiátricos. La enfermedad de Parkinson, con su depresión, apatía, akinesia, cara
de “máscara”, voz hipofónica, y marcados cambios posturales, es un ejemplo de enfermedad
frecuente de las personas mayores que afecta a la zona límbica-paramediana.
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así como a las neuronas piramidales que se proyectan a los miembros, los labios, y la lengua. Media
los movimientos altamente especializados de la motricidad fina, evidentes en el habla humana y el
control manual. Ontogenéticamente, esta zona encuentra su primer expresión en la prensión y el
habla articulada. Filogenéticamente, la zona supralímbica empieza a aparecer en los mamíferos y
está mejor desarrollada en los humanos (MacLean, 1990). La zona supralímbica se expresa en los
logros culturales humanos que incluyen al arte, la manufactura, el habla, y la escritura. La zona
supralímbica exhibe especialización lateral con marcadas diferencias entre las funciones de la
neocorteza de los dos hemisferios.
Este modelo de neuroanatomía de la conducta provee una perspectiva ontogenética que muestra la
función emergente de estas estructuras en los primeros años de vida, y su vulnerabilidad patológica
de la senescencia. El modelo refleja una perspectiva evolutiva del cerebro enfatizando su desarrollo a
través del tiempo y el aumento en su complejidad en respuesta a las presiones evolutivas. Desde un
punto de vista clínico, la mayoría de los síndromes neuropsicológicos, como los desórdenes del
lenguaje y de las praxias, se asocian con disfunción de la neocorteza supralímbica, mientras que los
desórdenes del ánimo, la psicosis, y los trastornos de personalidad más probablemente ocurren con
anormalidades del sistema límbico-paramediano. La zona mediana es responsable de funciones
vitales más básicas, y los disturbios en dicha zona se reflejan en los desórdenes de la conciencia y las
anormalidades del metabolismo, la respiración, y la circulación. Así, los patrones de los disturbios
neuropsiquiátricos que ocurren con los desórdenes cerebrales son eventos altamente organizados que
reflejan la historia, la estructura, y la función del sistema nervioso.
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externa y consiste principalmente de axones que conectan áreas corticales locales; las capas II y III
tienen un predominio de células piramidales pequeñas y sirven para conectar una región de la corteza
con otra; la capa IV tiene mayoritariamente células no piramidales, recibe la mayor parte de la
información que ingresa a la corteza proveniente del tálamo, y está expandida en gran parte en la
corteza sensorial; la capa V es la más prominente en la corteza motora y tiene células piramidales
grandes que tienen axones largos que descienden a las estructuras subcorticales, el tronco cerebral, y
la médula espinal; y la capa VI es adyacente a la sustancia blanca hemisférica y contiene células
piramidales, muchas de las cuales se proyectan al tálamo (Kelly, 1991) (Figura 2). Las capas II y IV
tienen la mayor densidad celular y las células más pequeñas; inversamente, las capas III y V tienen la
menor densidad y las células más grandes. El tamaño de la célula correlaciona con la cantidad de
ramificaciones dendríticas, lo que implica que las células de las capas III y V que se proyectan a
otras regiones corticales tiene los mayores dominios dendríticos (Schade y Groeningen, 1961).
Figura 2.
Estructura histológica de las seis capas de la
corteza. Fuente. Reimpreso con permiso a
los autores de Carpenter MB: Core Text of
euroanatomy, 4ta Edición. Baltimore, MD,
Williams & Wilkins, 1991, p. 391.
Copyright 1991 Williams & Wilkins.
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Figura 3.
Distribución de los tipos histológicos
diferentes de corteza en el cerebro
humano. La alocorteza hipocámpica se
muestra en anaranjado, la corteza
paralímbica en morado, la corteza de
asociación unimodal en bordó, la corteza
de asociación multimodal en fucsia, la
corteza motora primaria en verde y la
corteza sensorial primaria en azul. Fuente.
Imagen cortesía para los autores de M.
Mega y del Laboratorio de
Neuroimaginería de la UCLA.
eocortex
Corteza primaria
Koniocortex 6 Corteza sensorial primaria Visión, audición, sensaciones
(parietal) somáticas
Macropiramidal 6 Corteza motora primaria (corteza Movimiento
motora)
Corteza de asociación 6 Asociación secundaria (cortezas Procesamiento de modalidad
unimodal parietal, temporal, occipital) específica de la visión, la
audición, y la sensación
somática
Corteza de asociación 6 Asociación multimodal (cortezas Asociación de orden superior
héteromodal del lóbulo parietal inferior,
prefrontal)
Allocortex
Archicortex 3 Hipocampo Memoria
Paleocortex 3 Corteza piriforme Olfacción
Paralímbica (mesocortex) 4, 5 Corteza órbitofrontal, ínsula, polo Conducta emocional
temporal, giro parahipocámpico,
giro cingular
5
La corteza motora primaria ocupa la franja motora en la parte posterior del lóbulo frontal y sirve
como el origen del sistema motor piramidal (Figura 3, en verde). Las lesiones de la corteza motora
produce debilidad contralateral, particularmente de los flexores de la pierna y extensores del brazo,
hiperreflexia, y una respuesta plantar extensora. La corteza somatosensitiva primaria está localizada
en el giro postcentral en la parte anterior del lóbulo parietal, la corteza auditiva primaria ocupa el
giro de Heschl en la parte superior del lóbulo temporal, anterior al área de Wernicke, y la corteza
visual primaria está situada en la región calcarina del lóbulo occipital (Figura 3, en azul). Las
lesiones de estas regiones resultan típicamente en déficits hemisensoriales contralaterales (el sistema
auditivo es una excepción).
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vías de conexión. Aunque cada región tiene funciones únicas, cada una contribuye también a
procesos integrativos más complejos requeridos por la experiencia y la conducta humanas.
La sustancia blanca del cerebro consiste en axones mielinizados de neuronas y contiene tres tipos de
fibras: 1) fibras de proyección, que conectan la corteza con los ganglios basales, el tálamo, el tronco
cerebral, y la médula espinal; 2) fibras de asociación, que interconectan regiones corticales del
mismo hemisferio; y 3) fibras comisurales, que conectan un hemisferio con el otro (Carpenter y
Sutin, 1983). Los tractos de proyección principales incluyen a las proyecciones córticoestriadas
eferentes; las conexiones córticotalámicas; las fibras córticobulbares, córticopontinas, y
corticoespinales; y las radiaciones tálamocorticales aferentes. También hay fibras de asociación
cortas y largas. Las fibras de asociación cortas o fibras en “U” conectan surcos adyacentes; las fibras
de asociación largas forman tractos largos que conectan regiones más distantes dentro de cada
hemisferio (Figura 4). Los principales tractos de asociación largos son el giro uncinado, que conecta
la región órbitofrontal con la corteza temporal anterior, el fascículo arcuato, que se proyecta entre el
lóbulo temporal y los giros frontales superior y medio, el fascículo longitudinal superior, que se
extiende entre las cortezas parieto-occipital y frontal, el fascículo longitudinal inferior, que conecta
la región parieto-occipital con el lóbulo temporal, y el cíngulo, que contiene fibras que conectan las
regiones frontal y parietal con el hipocampo. Las fibras comisurales se sitúan en la masa del cuerpo
calloso, que interconecta todos los lóbulos de un hemisferio con áreas del hemisferio contralateral, y
en la comisura anterior más diminuta, que interconecta las regiones olfatorias y los giros temporales
medios e inferiores de los hemisferios (Figura 5).
Figura 4.
Disección del cerebro que muestra a las
conexiones cortico-corticales cortas y las
conexiones intrahemisféricas. Fuente.
Imagen cortesía para los autores de M.
Mega y del Laboratorio de
Neuroimaginería de la UCLA.
La función cerebral intacta depende de la integridad de los axones de sustancia blanca, así como de
la actividad de las neuronas de sustancia gris. Las enfermedades de la sustancia blanca con
desmielinización difusa o multifocal producen anormalidades de memoria, demencia, depresión,
manía, delusiones, y alteraciones de la personalidad. Las lesiones focales de los tractos de sustancia
blanca producen un número de síndromes de desconexión, que surgen cuando las áreas neuronales
críticas no se acoplan debido a una lesión interviniente (Geschwind, 1965; Kirshner, 1986). La Tabla
2 resume los principales síndromes de desconexión.
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Figura 5.
Las fibras comisurales de los hemisferios
que incluyen al cuerpo calloso y a la
comisura anterior. Fuente. Imagen
cortesía para los autores de M. Mega y
del Laboratorio de Neuroimaginería de la
UCLA.
La disrupción de las fibras comisurales debido a ataques, cirugía, o trauma, desconecta los
hemisferios izquierdo y derecho, y se reconocen clínicamente varios síndromes comisurales o
callosos. Con una lesión callosa anterior, el hemisferio derecho que controla a la mano izquierda se
desconecta del hemisferio izquierdo; así, la mano izquierda ya no accede a las habilidades verbales y
motoras del hemisferio izquierdo, y resulta en una apraxia callosa, anomia táctil de la mano
izquierda, y agrafia de la mano izquierda. Cuando se daña el esplenio del cuerpo calloso en
asociación con injuria de la corteza occipital izquierda (usualmente, a partir de una oclusión de la
arteria cerebral posterior izquierda), la información visual disponible para el hemisferio derecho no
puede transferirse al izquierdo para la decodificación semántica, y se produce la alexia sin agrafia.
Los síndromes de desconexión también ocurren con lesiones de los tractos de las fibras de
asociación. La interrupción del fascículo arcuato es responsable de la afasia de conducción y de la
apraxia parietal. Las lesiones del fascículo longitudinal inferior derecho producen prosopagnosia y
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agnosia ambiental, mientras que el daño bilateral del fascículo longitudinal inferior provoca agnosia
visual de objetos. Los déficits hemisensoriales y la hemianopsia homónima resultan de lesiones que
afectan a las proyecciones tálamocorticales, y ocurren síndromes hemimotores con lesiones de las
proyecciones córticoespinales descendentes. El síndrome de deseferentización motora (locked-in
syndrome) 1 ocurre con lesiones bilaterales de los tractos de proyección córticobulbar y
córticoespinal descendentes, a nivel de la protuberancia.
Asimetrías anatómicas. Los dos hemisferios cerebrales, aunque groseramente simétricos, difieren
en algunos aspectos del desarrollo, la estructura, y la composición bioquímica. Se han mostrado
diferencias entre los hemisferios derecho e izquierdo tanto en la superficie superior de los lóbulos
temporales como en la superficie ínferolateral del lóbulo frontal. El área del lóbulo temporal
correspondiente al área de Wernicke (en el 65% de los casos) y la región frontal correspondiente al
área de Broca son más grandes que las regiones correspondientes en el hemisferio derecho (en el
83% de los casos) (Falzi et al., 1982; Galaburda et al., 1978). La superficie temporal superior es
mayor y el área total es aproximadamente un tercio más grande en el hemisferio izquierdo. La cisura
de Silvio es más larga y más horizontal en el izquierdo, mientras que está más curvada hacia arriba
en el derecho (Galaburda et al., 1978). Las diferencias citoarquitectónicas se corresponden con estas
asimetrías morfológicas: hay una mayor región correspondiente al área de Wernicke en el izquierdo,
en comparación con la del derecho.
Otras grandes asimetrías del cerebro humano incluyen un lóbulo occipital izquierdo más amplio y
largo, un lóbulo frontal derecho más amplio, un asta occipital del sistema ventricular lateral derecho
más largo, y una tendencia del tracto piramidal descendente izquierdo a decusarse antes que el
derecho en el bulbo (Galaburda et al., 1978). También se han identificado asimetrías en las
concentraciones de los neurotransmisores. La actividad de la colina acetiltransferasa cortical es
mayor en el lóbulo temporal izquierdo que en el derecho (Amaducci et al., 1981).
Las asimetrías cerebrales no ocurren en los cerebros de no primates, sino que están presentes en los
gorilas, los chimpancés, y los orangutanes, así como en los humanos (LeMay, 1976). Los estudios en
cráneos fósiles revelan que las asimetrías cerebrales similares a las de los humanos modernos se
evidenciaron en lo cerebros de los Neanderthal hace 40.000 años, y pueden haber estado presentes
hace tanto como 400.000 años en el hombre de Peking (Galaburda et al., 1978).
Las investigaciones de las asimetrías entre los dos hemisferios han identificado diferencias en el
nivel morfológico grosero, en la estructura citoarquitectónica de los hemisferios, en la forma del
1
N.T.: Los pacientes presentan cuadriplejía, diplejía facial y parálisis labio-gloso-faringo-laríngea. Conservan los
movimientos voluntarios de apertura de los ojos y los movimientos verticales de los ojos, que permiten descartar el coma.
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cerebro, en la forma de aspectos específicos del sistema ventricular, y en las concentraciones de
neurotransmisores. La magnitud de estas diferencias es relativamente pequeña y no se corresponde
con las marcadas diferencias en la función hemisférica. Los medios por los cuales se alcanzan las
diferencias dramáticas en la función de los dos hemisferios siguen siendo enigmáticos. La ventaja de
la especialización hemisférica y el desarrollo lateralizado de las capacidades funcionales es que la
capacidad del cerebro humano se ve casi doblada (Levy, 1977). La principal desventaja es que la
reducción en la redundancia exagera los efectos de la injuria cerebral lateralizada; en los humanos,
una lesión unilateral a menudo tiene consecuencias conductuales devastadoras debido a la limitada
capacidad compensatoria del hemisferio contralateral.
El lenguaje es el ejemplo mejor conocido de una función lateralizada. El hemisferio derecho media
los aspectos prosódicos de la expresión verbal; el cerebro izquierdo media el habla proposicional. El
hemisferio izquierdo se especializa en la utilización de símbolos que incluyen a las palabras
(habladas, escritas, oídas, y leídas), los símbolos matemáticos, los gestos simbólicos, y la memoria
verbal. El cerebro izquierdo es dominante para el lenguaje en casi todos los individuos diestros y en
la mayoría de las personas zurdas. La lateralización de la función del lenguaje no es completa, y
están presentes en el cerebro derecho habilidades lingüísticas rudimentarias.
Las praxias se refieren a la capacidad de ejecutar movimientos aprendidos a la orden. Esta capacidad
está mediada por el hemisferio izquierdo, y la mayoría de los casos de apraxia ocurre en pacientes
con injuria cerebral izquierda.
El hemisferio derecho es dominante para las funciones visuoespaciales, pero el hemisferio izquierdo
tiene una considerable habilidad visuoespacial y las lesiones izquierdas frecuentemente producen al
menos déficits visuoespaciales menores. Las anormalidades visuoespaciales más marcadas y
duraderas ocurren con lesiones del hemisferio derecho posterior. Las habilidades visuoperceptuales
elementales (por ej., juicio de orientación de líneas y percepción de la profundidad), las habilidades
de discriminación y reconocimiento visual complejas (por ej., discriminación entre dos rostros
familiares o reconocimiento de rostros familiares), y las habilidades visuomotoras (por ej., el dibujo,
la copia, y el vestido) están mediadas principalmente por el hemisferio derecho (Kimura y Durnford,
1974).
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Los procesos corticalmente mediados están bien lateralizados, y los fenómenos neuroconductuales
como la afasia, la alexia, la agrafia, la amusia, las anormalidades de la discriminación y el
reconocimiento visuales, y la expresión afectiva alterada ocurren con daño local del hemisferio
izquierdo o derecho. La corteza está comprendida por módulos regionalmente especializados, que
pueden tornarse disfuncionales debido a injuria cortical local o por desconexión de otras regiones por
lesiones de la sustancia blanca.
Tabla 3. Habilidades mediadas principalmente por el hemisferio derecho o izquierdo y déficits clínicos
correspondientes resultantes de lesiones lateralizadas
Hemisferio izquierdo
Lenguaje Afasia
Ejecución Afasia no fluente
Comprensión Defecto de comprensión
Lectura Alexia
Escritura Agrafia
Memoria verbal Amnesia verbal
Fluencia verbal Fluencia verbal reducida
Habilidades matemáticas Anaritmetia
Praxias Apraxia
Ritmo musical (ejecución) Ritmo alterado al cantar
Atención espacial contralateral Negligencia derecha
Función motora contralateral Hemiparecia derecha
Función sensorial contralateral Pérdida hemisensorial derecha
Percepción del campo visual contralateral Hemianopsia homónima derecha
Hemisferio derecho
Prosodia del habla Aprosodia
Ejecutiva Aprosodia ejecutiva
Receptiva Aprosodia receptiva
Memoria no verbal Amnesia no verbal
Fluencia de diseños (generación de figuras nuevas) Fluencia de diseños reducida
Habilidades visuoespaciales elementales
Percepción de la profundidad Percepción reducida de la profundidad
Discriminación de ángulos Discriminación reducida de ángulos
Habilidades visuoespaciales complejas
Reconocimiento de rostros familiares Prosopagnosia
Reconocimiento de lugares familiares Agnosia ambiental
Discriminación de rostros no familiares Discriminación facial reducida
Habilidades visuomotoras
Habilidad constructiva Disturbio constructivo
Vestir (orientación cuerpo – vestimenta) Disturbio del vestir
Melodía musical (percepción y ejecución) Amusia
Atención espacial contralateral Negligencia izquierda
Función motora contralateral Hemiparesia izquierda
Función sensorial contralateral Pérdida hemisensorial izquierda
Percepción del campo visual contralateral Hemianopsia homónima izquierda
Misceláneas
Reconocimiento de voces familiares Fonoagnosia
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Sistema límbico (Zona paramediana)
Las estructuras del sistema límbico comprenden un sustrato neuroanatómico crítico para la
mediación del ánimo, la emoción, y la motivación. La disfunción límbica contribuye a una variedad
de síndromes neuropsiquiátricos que incluyen a la psicosis, la depresión, la manía, los trastornos de
personalidad, y el desorden obsesivo-compulsivo.
“Límbico” significa “límite” u “orilla” y fue utilizado con un sentido anatómico por primera vez por
Broca, el anatomista francés, para describir las estructuras que están por debajo de la neocorteza y
que rodean al tronco cerebral (Isaacson, 1974). En 1937, Papez escribió el histórico artículo “Un
mecanismo propuesto de la emoción”, en el que planteaba la hipótesis de que estas estructuras que
rodean al tronco cerebral superior formaban un sistema funcional que media la emoción humana.
Desde entonces, la investigación y la observación clínica han confirmado en gran medida la idea de
que las estructuras límbicas están involucradas en la mediación de las conductas y experiencias que
comparten el rasgo común de tener un componente emocional.
En el sistema límbico están incluidas porciones de los ganglios basales. La cabeza del núcleo
caudado consiste de las porciones ventromedial y dorsolateral. La sección ventromedial tiene
conexiones importantes con el sistema límbico, y recibe proyecciones del hipocampo, la amígdala, la
corteza cingular, y la corteza órbitofrontal. La porción dorsolateral, en contraste, recibe proyecciones
de la corteza prefrontal lateral, y tiene poca entrada límbica (Nauta, 1986). El globo pálido está
dividido similarmente en porciones dorsales-no límbicas y porciones ventrales-límbicas. Como lo
predicen estas observaciones anatómicas, las enfermedades de los ganglios basales se acompañan
comúnmente de disfunción emocional y psicopatología.
Varios desórdenes clínicos neuropsiquiátricos están asociados con disfunción del sistema límbico
(Cummings, 1985; Doane, 1986) (Tabla 4). El sistema límbico no sirve a una única función, y el
único rasgo común compartido por los desórdenes del sistema límbico es que tienen un dimensión
emocional. Las lesiones del sistema límbico producen disturbios emocionales y raramente causan
déficits intelectuales. (Una excepción es la amnesia producida por lesiones del sistema hipocámpico).
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La psicosis, los desórdenes del ánimo, la conducta obsesivo-compulsiva, las alteraciones de la
personalidad, y los disturbios de la conducta sexual han sido todos unidos a disfunción del sistema
límbico. La psicosis ocurre con lesiones de los lóbulos temporales y de estructuras subcorticales del
sistema límbico. Los desórdenes epilépticos del tipo de la esquizofrenia ocurren casi exclusivamente
en pacientes con focos críticos en la corteza témporolímbica (Perez et al., 1985). Los accidentes
cerebrovasculares, los tumores, la encefalitis herpética, y la enfermedad de Alzheimer son otros
desórdenes que afectan a la corteza temporal y producen rasgos psicóticos en los mayores. A nivel
límbico subcortical, la enfermedad de Huntington, una calcificación idiopática de los ganglios
basales, y el estado lacunar son ejemplos de condiciones con patología del sistema límbico y
aumento de la frecuencia de la psicosis.
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Los desórdenes del ánimo también han sido relacionados con disfunción del sistema límbico (Duffy
y Coffey, 1997). La depresión ocurre con disfunción de los ganglios basales en los accidentes
cerebrovasculares, los desórdenes del movimiento, y los desórdenes depresivos idiopáticos (Baxter et
al., 1985; Cummings, 1992; Starkstein et al., 1987, 1988). La conducta maníaca ha sido asociada con
desórdenes que afectan a los núcleos caudado, tálamo, y áreas basotemporales (Bogousslavsky et al.,
1988; Cummings y Mendez, 1984; Folstein, 1989; Starkstein et al., 1988b).
Una variedad de alteraciones de la personalidad ha sido correlacionada con lesiones del sistema
límbico. Las lesiones en los circuitos órbitofrontales y órbitofrontales-subcorticales producen
conducta desinhibida, impulsiva, y falta de tacto; la epilepsia témporolímbica ha sido asociada con
una actitud rígida, viscosa, con hipergrafia, circunstancialidad, hiposexualidad, e hiperreligiosidad
(Brandt et al., 1985); y las lesiones bilaterales de la amígdala producen conducta apacible como parte
del síndrome de Klüver-Bucy (Lilly et al., 1983).
La ansiedad idiopática se asocia con un aumento temporal y una disminución en los ganglios basales
del metabolismo de la glucosa (Wu et al., 1991). La ansiedad ha sido asociada con desórdenes del
lóbulo temporal y de los ganglios basales, que incluyen a la enfermedad de Parkinson y a la
enfermedad de Alzheimer (Reisberg et al., 1989; Stein et al., 1990).
La apatía está cada vez más reconocida como un cambio conductual común en pacientes con
desórdenes cerebrales. La reducción en la motivación, el interés, el compromiso, el afecto, y la
actividad contribuyen a un síndrome de compromiso disminuido (Marin, 1990). El síndrome varía en
severidad desde una pérdida leve del interés y compromiso reducido en asuntos previos hasta un
estado de mutismo akinético con reducción marcada del movimiento, el habla, y el contenido
intelectual. El síndrome más común resulta de lesiones en la corteza cingular anterior o en
estructuras relacionadas del circuito cingular-subcortical, que incluyen al nucleus accumbens, el
globo pálido, y el tálamo (Cummings, 1993).
Los desórdenes de la función sexual también pueden reflejar disturbios en el sistema límbico. La
disminución de la libido ha sido asociada con injuria hipotalámica y con el estado interictal de
pacientes con focos críticos del lóbulo temporal. La hipersexualidad se ha observado en pacientes
con injuria órbitofrontal o trauma en la región septal, y como una manifestación ictal en el curso de
crisis del lóbulo temporal (Gorman y Cummings, 1992). La conducta parafílica, que incluye a la
pedofilia, el travestismo, la conducta sadomasoquista, y el exhibicionismo, se ha observado en
pacientes con injuria y epilepsia del lóbulo temporal, desórdenes de los ganglios basales, y tumores
cerebrales que involucran a las estructuras límbicas (Cummings, 1985; Miller et al., 1986). Las
adicciones al opio y la cocaína parecen estar mediadas en parte por receptores localizados en
regiones del cerebro límbico (Gawin, 1991).
Por lo tanto, los desórdenes neocorticales y las lesiones de la sustancia blanca tienden a producir
déficits del lenguaje, las praxias, y las gnosias. Los desórdenes del sistema límbico tienen poca
alteración intelectual asociada y producen diversos desórdenes “productivos” de la función
emocional, con la nueva aparición de síntomas neuropsiquiátricos positivos.
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Asimetrías del sistema límbico y síndromes neuropsiquiátricos lateralizados
Asimetrías anatómicas y bioquímicas del sistema límbico. Las asimetrías de las estructuras
subcorticales son menos marcadas que las asimetrías de las regiones corticales, pero se ha
encontrado que el globo pálido izquierdo, el núcleo geniculado medial del tálamo derecho, y el
núcleo posterior lateral del tálamo izquierdo son más grandes que los núcleos correspondientes del
hemisferio contralateral (Eidelberg y Galburda, 1982; Kooistra y Heilman, 1988). Se han
identificado asimetrías en las concentraciones de los neurotransmisores en las estructuras del sistema
límbico. El contenido de dopamina y colina acetiltransferasa (un marcador de la función colinérgica)
está aumentado en el globo pálido izquierdo, comparado con su contenido en el derecho (Glick et al.,
1982); las concentraciones de norepinefrina son mayores en el pulvinar izquierdo y en los núcleos
somatosensoriales del tálamo derecho (Oke et al., 1978). Las asimetrías en los transmisores pueden
subyacer a la ocurrencia diferencial de desórdenes en el ánimo y de la ansiedad con lesiones de los
hemisferios izquierdo y derecho.
Los aspectos vivenciales de la emoción son más difíciles de estudiar, y la neurobiología subyacente
está establecida de manera menos segura. La información ha sido derivada de investigaciones con
electrodos de profundidad, de los cambios emocionales reportados en asociación con crisis
epilépticas, de la inactivación temporaria hemisférica con inyecciones de amobarbital intracarotídeo
(test de Wada), y de estudios de lesiones. La estimulación con electrodos de profundidad localizados
en y alrededor de la amígdala produce la sensación de déjà vu, ansiedad, sensaciones viscerales,
alucinaciones (Halgren et al., 1978), y ocasionalmente miedo o ira intensa (Girgis, 1981),
independientemente del hemisferio estimulado. El miedo es el afecto más comúnmente
experimentado en el curso de las crisis epilépticas espontáneas. Algunos estudios han encontrado un
predominio de foco derecho (Hermann et al., 1992), pero el miedo también se observa en pacientes
con lesiones izquierdas, sugiriendo que esta experiencia no está consistentemente lateralizada
(Strauss et al., 1982). La depresión es el segundo afecto ictal más frecuente y ocurre tanto con focos
izquierdos como derecho (Williams, 1956). Un pequeño número de pacientes tiene experiencias
emocionales positivas como manifestaciones ictales, y la risa como conducta ictal puede ser más
común con focos críticos izquierdos que con derechos (Sackeim et al., 1982), aunque no hay
consenso respecto de la interpretación de esta observación (Coffey, 1987). Considerados juntos,
estos datos sugieren que muchos aspectos vivenciales de la emoción están mediados por estructuras
no lateralizadas del sistema límbico.
15
Una importante fuente de información respecto de la lateralidad del procesamiento emocional es el
test de Wada. En esta técnica, se inyecta amobarbital en la arteria carótida de pacientes con epilepsia,
previamente a la lobectomía temporal, para establecer qué lado del cerebro es dominante para la
función del lenguaje. La carótida es el principal suplemento arterial para el hemisferio ipsilateral, y
luego de la inyección, sigue la inactivación hemisférica transitoria. Aproximadamente el 50% de los
pacientes sometidos a este procedimiento evidencian un cambio marcado en la emoción,
inmediatamente después de la perfusión de amobarbital. Cuando se inactiva el hemisferio izquierdo,
ocurre una reacción depresiva o catastrófica; cuando está involucrado el hemisferio derecho, los
pacientes manifiestan euforia o una reacción de indiferencia (Loring et al., 1992).
Los estudios de cambios emocionales en pacientes con lesiones unilaterales conducen a conclusiones
similares a las sugeridas por el test de Wada. Los pacientes con lesiones en el hemisferio izquierdo
tienen más reacciones catastróficas y están más ansiosos y deprimidos; los pacientes con lesiones en
el hemisferio derecho evidencian más indiferencia y tienden a bromear, minimizar, o negar su
discapacidad (Gainotti, 1972). La investigación de pacientes con accidentes cerebrovasculares ha
encontrado una mayor prevalencia de depresión severa entre aquéllos con lesiones del lóbulo frontal
izquierdo, mientras que los pacientes con lesiones en el cerebro derecho exhibieron más alegría
inmotivada u, ocasionalmente, manía franca (Robinson y Starkstein, 1990). Van Lancker (1991)
observó que muchas funciones del hemisferio derecho eran responsables de la determinación de la
relevancia personal de los estímulos ambientales, y Weintraub y Mesulam (1983) reportaron que
niños que tenían injuria cerebral derecha tenían de manera característica dificultades interpersonales,
timidez, y prosodia y gesto alterados. Una capacidad alterada para comprender información
personalmente relevante o para ejecutar adecuadamente claves interpersonales puede conducir a
dificultades para establecer relaciones interpersonales y al aislamiento social subsiguiente. En los
individuos mayores, la disfunción del hemisferio derecho puede contribuir a la falta de compromiso
y anormalidades interpersonales evidentes en muchos pacientes con accidentes cerebrovasculares
derechos y síndromes demenciales.
Otra vía para investigar la hemisfericidad de la emoción es buscar evidencia de disfunción cerebral
lateral en los desórdenes psiquiátricos idiopáticos. Un número de estudios neuropsicológicos ha
sugerido una disfunción cerebral derecha preferencial durante los estados de ánimo depresivos que se
normaliza durante la eutimia, y se han reportado unos pocos pacientes que exhiben déficits
neurológicos francos atribuibles al hemisferio derecho, que estaban presentes durante el período
depresivo (para una revisión, ver Coffey, 1987). Los estudios electrofisiológicos han demostrado
cambios electroencefalográficos atribuibles al hemisferio derecho durante episodios de depresión
(Davidson, 1992), pero los estudios de flujo sanguíneo y metabolismo cerebral regional han
producido hallazgos conflictivos, con disfunción en alguno o en ambos hemisferios acompañando a
la depresión (Baxter et al., 1985; Delvenne et al., 1990; Dolan et al., 1992; Drevets et al., 1992;
George et al., 1996; Sackeim et al., 1990).
16
Tabla 5. Desórdenes neuropsiquiátricos asociados con disfunción cerebral lateralizada
La zona mediana contiene a la formación reticular, que incluye el sistema activador reticular
ascendente, los mecanismos vasopresores y respiratorios, y los componentes centrales de los
sistemas nerviosos simpático y parasimpático (Carpenter, 1991). La formación reticular es una densa
red de neuronas de axones cortos y largos, que forman núcleos en las áreas grises periventriculares
que rodean al acueducto cerebral en el cerebro medio, es adyacente al piso del cuarto ventrículo en la
protuberancia, y se extiende en el bulbo. El sistema activador reticular ascendente se proyecta a los
núcleos intralaminares del tálamo, y éstos, a su vez, se proyectan a la corteza cerebral. Los núcleos
intralaminares se proyectan principalmente a la capa I de la corteza, la capa formada por fibras
paralelas cuya estimulación resulta en activación cortical local (Figura 6).
Figura 6.
Proyecciones corticales desde le tálamo.
Fuente. Imagen cortesía para los autores
de M. Mega y del Laboratorio de
Neuroimaginería de la UCLA.
17
El núcleo reticular talámico es una estructura única que forma una delgada cáscara alrededor de los
aspectos anteriores del tálamo, y gobierna el arousal (activación) cortical. Recibe proyecciones de la
corteza cerebral, los núcleos intralaminares dorsales, y los núcleos dorsales específicos sensoriales.
No tiene proyecciones a la corteza cerebral, sino que vuelve a proyectarse a los núcleos dorsales
talámicos. Está ubicado para servir como entrada, modificando y censando la información
proyectada desde el tálamo a la corteza, y su principal efecto es inhibir la actividad cortical
(Carpenter y Sutin, 1983; Plum y Posner, 1980).
El aumento en la entrada proveniente del sistema activador reticular del tronco cerebral reduce la
inhibición tónica del núcleo reticular y activa a la corteza desinhibiendo las proyecciones corticales
de otros núcleos talámicos (Plum y Posner, 1980). El sistema activador reticular ascendente es
responsable del mantenimiento de la conciencia, y los disturbios del sistema resultan en un arousal
alterado que varía desde la somnolencia hasta la obnubilación, el estupor, y el coma.
Los núcleos de la formación reticular también están involucrados en el control de la tasa cardíaca, la
presión sanguínea, y los ritmos respiratorios (Carpenter, 1991). La disfunción de estos núcleos
resulta en alteraciones de la presión sanguínea, arritmias cardíacas, e irregularidades respiratorias. El
hipotálamo está contenido en la zona mediana, y pueden ocurrir anormalidades de las funciones
vitales básicas (por ej., el apetito, la libido, y el sueño) en individuos que tienen injuria hipotalámica.
El hipotálamo influye en la función endócrina a través de sus conexiones con la glándula pituitaria, y
las anormalidades endócrinas son producto de lesiones hipotalámicas.
La información ingresa al sistema nervioso por una vía principal, y hay una vía principal de salida
por la que los humanos actúan sobre su ambiente. La vía de entrada es a través de las aferencias
tálamocorticales que reciben información sensorial de los receptores sensoriales periféricos y llevan
los datos a la corteza. La principal vía de salida es a través de los tractos córticoespinales
descendentes, particularmente del sistema piramidal. Así, el flujo de la información es desde el
tálamo a la corteza sensorial primaria, a la corteza de asociación unimodal, y luego a la corteza de
asociación héteromodal. Desde allí, las fibras de asociación largas conectan la corteza héteromodal
posterior con la corteza héteromodal anterior (lóbulo frontal), que a su vez conecta con los núcleos
subcorticales. Luego del procesamiento a través de los circuitos fronto-subcorticales, los comandos
ejecutivos fluyen a la corteza motora primaria, y luego a los mecanismos efectores bulbares y
espinales. Las aferencias tálamocorticales y las eferencias fronto-subcorticales son sistemas
distribuidos que incluyen porciones tanto de la zona paramediana (límbica) como de la supralímbica
(neocortical). La activación de las estructuras cerebrales no se limita a la secuencia descrita; hay
activación simultánea de muchas regiones cerebrales, así como mecanismos de feedback proveniente
de la actividad en curso.
Relaciones tálamo-corticales
El tálamo juega varios roles cruciales en la función cerebral humana. Los núcleos talámicos
específicos reciben entradas de un número relativamente limitado de fuentes y se proyectan a las
capas III y IV de la corteza.
Los núcleos específicos incluyen a los núcleos sensoriales que procesan toda la información
sensorial que ingresa, salvo de la olfacción (ventral posterior, geniculado medial, y geniculado
lateral); los núcleos que participan en las vías motoras (ventral anterior y ventral lateral); los núcleos
18
de asociación que tienen conexiones importantes con las cortezas de asociación frontal (núcleos
dorsomediales) o témporoparietales (núcleos laterales); y los núcleos que están incluidos en los
circuitos límbicos (núcleos anterior y medial) (Carpenter y Sutin, 1983; Nauta y Feirtag, 1986). La
Tabla 6 presenta una clasificación funcional de los núcleos talámicos con sus principales aferencias y
eferencias.
Un número de desórdenes conductuales distintivos ha sido asociado con disfunciones de los núcleos
talámicos asociativos y sensoriales. Los desórdenes de los núcleos asociativos dorsales mediales
producen amnesia y un síndrome tipo “lóbulo frontal” (Cummings, 1993; Stuss et al., 1988). La
apatía también es común luego de injuria nuclear dorsal medial. Las lesiones de los núcleos
talámicos específicos sensoriales causan déficits en la sensación primaria. Las lesiones nucleares
ventrales posteriores alteran todas las capacidades sensoriales de los miembros, tronco, y rostro
contralaterales. En algunos casos, ocurre dolor espontáneo discapacitante del lado afectado
(síndrome de Dejerine-Roussy) (Addams y Victor, 1981). Las lesiones de los cuerpos geniculados
laterales produce un defecto del campo visual contralateral. La manía ha sido observada en varios
pacientes con lesiones talámicas derechas que involucran a los núcleos talámicos paramedianos
(Bogousslavsky et al., 1988; Cummings y Mendez, 1984; Starkstein et al., 1988).
úcleos límbicos
Anterior Cuerpos mamilares Cíngulo Función emocional
úcleos motores
Ventro anterior Globo pálido Corteza frontal Función motora
Ventro lateral Cerebelo Corteza frontal Función motora
úcleos sensoriales
Pósterolateral ventral Tractos sensitiva del cuerpo Corteza parietal Tacto, temperatura,
sensitiva vibración, posición
Pósteromedial ventral Tractos sensitiva del rostro Corteza parietal Tacto, temperatura,
sensitiva vibración, posición
Geniculado lateral Tractos ópticos Corteza occipital Visión
Geniculado medial Colículos inferiores Corteza temporal Audición
úcleos de asociación
Dorsomedial Globo pálido, amígdala, Corteza prefrontal Función intelectual y
cortezas temporal y frontal emocional
Lateral Núcleos talámicos sensoriales, Corteza Función intelectual
cortezas parietal y temporal témporoparietal
úcleos inespecíficos
De la línea media Hipotálamo Amígdala, cíngulo, Función visceral
hipotálamo
Intralaminares Formación reticular, corteza Estriado, corteza Activación
precentral y premotora
Reticular Núcleo talámico y corteza Núcleos talámicos Muestrea, da ingreso, y
dorsales focaliza la salida
tálamocortical
19
Circuitos fronto-subcorticales
El lóbulo frontal es el origen de los procesos ejecutivos que guían la acción. La salida del lóbulo
frontal se da a través de circuitos subcorticales, que eventualmente alcanzan a las vías motoras.
Actualmente se reconocen cinco circuitos que conectan los lóbulos frontales y las estructuras
subcorticales: un circuito motor que se origina en el área motora suplementaria, un circuito
óculomotor con orígenes en los campos oculares frontales, y tres circuitos que se originan en la
corteza prefrontal (corteza prefrontal dorsolateral, corteza orbital lateral, y corteza cingular anterior)
(Alexander y Crutcher, 1990; Alexander et al., 1986, 1990). La estructura prototípica de todos los
circuitos es un origen en los lóbulos frontales, la proyección a estructuras estriadas (caudado,
putamen, o nucleus accumbens), conexiones desde el estriado al globo pálido y la sustancia nigra,
proyecciones desde estas dos estructuras a núcleos talámicos específicos, y una conexión final de
nuevo al lóbulo frontal (Figura 7).
Figura 7.
Organización de los circuitos prefrontales-
subcorticales. Las regiones corticales
prefrontales (prefrontal dorsolateral,
órbitofrontal, y cingular anterior) se
proyectan a regiones estriadas específicas
que a su vez se proyectan al globo pálido y
la sustancia nigra. Estas estructuras se
proyectan a los núcleos talámicos que
conectan con el lóbulo frontal, completando
el circuito. Fuente. Imagen cortesía para los
autores de M. Mega y del Laboratorio de
Neuroimaginería de la UCLA.
El circuito motor se origina en neuronas del área motora suplementaria, la corteza premotora, la
corteza motora, y la corteza somatosensitiva (Alexander y Crutcher, 1990; Alexander et al., 1986). A
través del circuito, se mantiene la organización somatotópica discreta de las neuronas relacionadas
con el movimiento. Distintos tipos de disturbios motores se asocian con lesiones en diferentes sitios
del circuito motor. Las anormalidades de la iniciación motora (akinesia) se asocian con lesiones en el
área motora suplementaria; el parkinsonismo y la distonía se observan con disfunción putaminal; y
los movimientos coreiformes ocurren con daño del caudado y del núcleo subtalámico.
El circuito óculomotor se origina en los campos oculares frontales, así como en las cortezas
prefrontal y parietal posterior. Las lesiones agudas de los campos oculares corticales producen desvío
ocular ipsilateral, mientras que las lesiones crónicas producen impersistencia ipsilateral de la mirada.
Las lesiones en otras áreas del circuito producen parálisis supranuclear de la mirada, como las
observadas en la enfermedad de Parkinson, la parálisis supranuclear progresiva, y la enfermedad de
Huntington.
Se reconocen tres síndromes neuroconductuales del lóbulo frontal, y cada uno de ellos corresponde a
una región de origen de uno de los tres circuitos prefrontal-subcorticales. La disfunción de cualquiera
de las estructuras miembros de los circuitos resulta en complejos conductuales específicos del
circuito, y estos circuitos fronto-subcorticales componen ejes anatómicos importantes que gobiernan
20
la conducta (Cummings, 1993). El circuito prefrontal dorsolateral se origina en la convexidad del
lóbulo frontal y se proyecta principalmente a la cabeza dorsolateral del núcleo caudado (Alexander y
Crutcher, 1990; Alexander et al., 1986) (Figura 8). Esta región caudada conecta con el globo pálido y
la sustancia nigra, y las neuronas palidales y nigrales del circuito se proyectan a los núcleos
talámicos medial y dorsal que, a su vez, vuelven a proyectarse a la región prefrontal dorsolateral. El
síndrome prefrontal dorsolateral se caracteriza principalmente por déficits en la función ejecutiva.
Las anormalidades incluyen el pobre desarrollo de estrategias para la resolución de problemas
visuoespaciales o el aprendizaje de nueva información y una disminución en la capacidad para el
cambio de set. Tales cambios conductuales se observan en pacientes con lesiones prefrontales
dorsolaterales, así como en pacientes con disfunción caudada, del globo pálido, y talámica.
Figura 8.
Orígenes corticales prefrontales de los
circuitos dorsolateral (azul), cingular anterior
(rosa), y orbital (verde). Fuente. Imagen
cortesía para los autores de M. Mega y del
Laboratorio de Neuroimaginería de la
UCLA.
El circuito cingular anterior comienza en la corteza del giro cingular anterior (área 24 de Brodmann)
y se proyecta al estriado ventral (también conocido como estriado límbico), que incluye al núcleo
accumbens y las porciones ventromediales del caudado y el putamen (Alexander y Crutcher, 1990;
Alexander et al., 1986) (Figura 8). Los casos más dramáticos de injuria cingular anterior exhiben
mutismo akinético. Los pacientes están profundamente apáticos: típicamente tienen sus ojos abiertos,
no hablan espontáneamente, si responden a preguntas lo hacen con monosílabos, y están
21
profundamente indiferentes. La apatía también ha sido asociada con lesiones del núcleo accumbens,
del globo pálido, y del tálamo, los principales miembros subcorticales del circuito cingular anterior.
La Tabla 7 resume los circuitos fronto-subcorticales conductualmente relevantes, incluyendo a las
estructuras anatómicas involucradas, los disturbios conductuales observados con disfunción del
circuito, y las enfermedades frecuentes que afectan a cada circuito.
Tabla 7. Anormalidades conductuales asociadas con desórdenes del circuito fronto – subcortical
22
Los desórdenes obsesivo-compulsivos tanto adquiridos como idiopáticos han sido relacionados con
disfunción de los circuitos fronto-subcorticales. La conducta obsesivo-compulsiva ha sido observada
en pacientes con disfunción caudada en la enfermedad de Huntington y luego de la corea de
Sydenham (Cummings y Cunningham, 1992; Swedo et al., 1989), así como con lesiones del globo
pálido en la enfermedad de Parkinson postencefalítica, la parálisis supranuclear progresiva, el
parkinsonismo inducido por manganeso, y luego de injuria anóxica (Laplane et al., 1989; Mena et al.,
1967; Schilder, 1938). El desorden obsesivo-compulsivo idiopático ha sido asociado con un aumento
del metabolismo de la glucosa en el giro órbitofrontal izquierdo y los núcleos caudados (Baxter et al.,
1987) y con una aumento en el flujo cerebral en el área frontal medial (Machlin et al., 1991).
Los circuitos fronto-subcorticales están afectados en pacientes que tienen enfermedades de los
ganglios basales. La alta frecuencia de alteraciones neuropsicológicas, el aumento en la prevalencia
de disturbios de la personalidad y el ánimo, la ocurrencia del desorden obsesivo-compulsivo, y la
similitud entre las conductas de pacientes con enfermedades de los ganglios basales y los que tienen
injuria en el lóbulo frontal son atribuibles a la disfunción de múltiples circuitos fronto-subcorticales
en los desórdenes de los ganglios basales.
euroquímica y conducta
23
un tipo de transmisor. La Tabla 9 presenta las principales relaciones transmisor-conducta
identificadas actualmente.
Hay dos proyecciones colinérgicas principales desde sitios subcorticales al cerebro. La primera se
origina en la formación reticular y se proyecta a través del haz tegmental dorsal al tálamo. Este haz
es el componente esencial del sistema activador reticular ascendente (Nieuwenhuys, 1985). La
segunda proyección colinérgica comienza en las células del núcleo basal en el prosencéfalo basal y
se proyecta al hipocampo, el hipotálamo, la amígdala, y difusamente a la corteza (Figura 9). Las
aferencias al núcleo basal son principalmente de las estructuras límbicas corticales y subcorticales,
estableciéndose el núcleo basal como un relevo entre las aferencias del sistema límbico y las
eferencias a la neocorteza (Mesulam y Mufson, 1984).
Figura 9.
Proyecciones colinérgicas desde el núcleo
basal. Fuente. Imagen cortesía para los
autores de M. Mega y del Laboratorio de
Neuroimaginería de la UCLA.
Hay tres proyecciones dopaminérgicas principales del tronco cerebral a los hemisferios cerebrales:
1) una proyección nigroestriada que surge de la porción compacta de la sustancia nigra y se proyecta
al putamen y el caudado, 2) una proyección mesolímbica que se origina en el área tegmental ventral
24
y se proyecta a las estructuras del sistema límbico, y 3) un sistema mesocortical que comienza en el
área tegmental ventral y se proyecta a áreas frontales y temporales (Nieuwenhuys, 1985) (Figura 10).
Los blancos de la proyección dopaminérgica mesolímbica incluyen al núcleo accumbens, el núcleo
septal, y la amígdala. Las proyecciones mesocorticales terminan principalmente en el lóbulo frontal
medial, el lóbulo temporal medial, y la región cingular anterior. Proyecciones menos robustas se
distribuyen a la necorteza.
Figura 10.
Proyecciones dopaminérgicas nigroestriadas
y nigrocorticales. Fuente. Imagen cortesía
para los autores de M. Mega y del
Laboratorio de Neuroimaginería de la
UCLA.
La función dopaminérgica está mediada por receptores metabotrópicos que pueden clasificarse
farmacológicamente como D1 (estimulan el AMPc) o D2 (inhiben el AMPc). Estos receptores tienen
diferentes distribuciones a lo largo del cerebro. Los receptores D2 son bloqueados por neurolépticos,
y es posible que subtipos de los receptores D2 medien diferencialmente los efectos motores y
mentales de las drogas dopaminérgicas.
La dopamina juega un rol clave en las funciones motrices y la conducta. La deficiencia o bloqueo de
dopamina conduce a parkinsonismo; el exceso de dopamina produce corea, diskinesia, o tics.
Conductualmente, la deficiencia de dopamina causa al menos una alteración cognitiva leve y puede
contribuir a la depresión que frecuentemente acompaña a la enfermedad de Parkinson y otros
síndromes parkinsonianos. El exceso de dopamina conduce a psicosis, elación o hipomanía, y
confusión. La hiperactividad de la dopamina puede contribuir a la fisiopatología de la esquizofrenia,
la conducta obsesivo-compulsiva, la ansiedad, y algunas conductas parafílicas (Cummings, 1985,
1991).
El locus coeruleus y los núcleos adyacentes comprenden el origen del sistema de proyección
noradrenérgico. Un haz noradrenérgico dorsal cursa en el tronco cerebral dorsal al septum, el
tálamo, la amígdala, el prosencéfalo basal, el hipocampo, y la neocorteza (Nieuwenhuys, 1985)
(Figura 11). Un haz noradrenérgico ventral proyecta al hipotálamo y a la formación reticular del
cerebro medio. La función adrenérgica está mediada por receptores metabotrópicos que pueden
clasificarse farmacológicamente como α (inhiben el AMPc) o β (estimulan el AMPc). Los receptores
α-adrenérgicos pueden subtipificarse como α1 o α2; los primeros son postsinápticos y los últimos pre
y postsinápticos. Estos receptores tienen diferentes distribuciones a lo largo del cerebro. El
tratamiento efectivo para la depresión se asocia con menor cantidad (regulación hacia abajo) de
25
receptores β-adrenérgicos. La hipofunción noradrenérgica ha sido unida a depresión, demencia, y
reducción del alerta y la concentración (Agid et al., 1987). El aumento en la actividad noradrenérgica
ha sido unida a ansiedad (Lechin et al., 1989).
Figura 11.
Proyecciones noradrenérgicas desde el locus
coeruleus. Fuente. Imagen cortesía para los
autores de M. Mega y del Laboratorio de
Neuroimaginería de la UCLA.
Las neuronas serotoninérgicas se localizan casi exclusivamente en los núcleos del rafe mediano y
paramediano del bulbo, la protuberancia, y el cerebro medio (Figura 12). El sistema de proyección de
estas neuronas serotoninérgicas es un sistema complejo y altamente ramificado de fibras que abarca
virtualmente a todo el sistema nervioso central (Nieuwenhuys, 1985). La función serotoninérgica
está mediada por múltiples receptores metabotrópicos (5-HT1, 5-HT2, 5-HT4) y en menor medida por
receptores ionotrópicos (5-HT3). Estos receptores tienen diferentes distribuciones a lo largo del
cerebro. Se ha planteado la hipótesis de que la deficiencia de serotonina juega un rol importante en el
suicidio, la depresión, y la agresión (Agid et al., 1987), y la hiperactividad de la serotonina puede
jugar un rol en la conducta obsesivo-compulsiva y la ansiedad (Lechin et al., 1989; Zohar et al.,
1987).
Figura 12.
Proyecciones serotoninérgicas. Fuente.
Imagen cortesía para los autores de M.
Mega y del Laboratorio de Neuroimaginería
de la UCLA.
26
Tabla 8. Orígenes y destinos de las principales proyecciones de los transmisores extrínsecos
Acetilcolina
Sistema reticular Formación reticular Tálamo
Sistema del cerebro basal Núcelo basal y banda diagonal Neocorteza, hipocampo, hipotálamo, y
anterior de Broca amígdala
Dopamina
Sistema nigroestriado Sustancia nigra Putamen y núcleo caudado
Sistema mesolímbico Área tegmental ventral Nucleus accumbens, núcleo septal, y
amígdala
Sistema mesocortical Área tegmental ventral Lóbulos temporal medial y frontal y corteza
cingular anterior
oradrenalina
Haz dorsal Locus coeruleus Tálamo, amígdala, cerebro basal anterior,
hipocampo, y neocorteza
Haz ventral Locus coeruleus Hipotálamo y formación reticular del
cerebro medio
Serotonina Núcleos del rafe Todo el sistema nervioso
Histamina Hipotálamo posterior Todo el sistema nervioso
GABA Zona incerta Neocorteza, ganglios basales, y tronco
cerebral
Caudado y putamen Globo pálido y sustancia nigra
Globo pálido y sustancia nigra Tálamo
Glutamato Neocorteza Caudado, putamen, tálamo, y nucleus
accumbens
Núcleo subtalámico Globo pálido
Tálamo Neocorteza
Hipocampo, subiculum Región septal
Corteza entorrinal Hipocampo
27
neurotransmisor de proyecciones de la corteza al tálamo, del tálamo a la corteza, y de una región de
la corteza a otra. Las neuronas glutamatérgicas también proyectan del núcleo subtalámico al globo
pálido. El glutamato funciona en varias proyecciones relacionadas con el hipocampo, incluyendo al
haz perforante que se proyecta de la corteza entorrinal al hipocampo, y las vías que se originan en el
hipocampo y el subiculum adyacente y se proyectan a la región septal (Alexander y Crutcher, 1990;
Nieuwenhuys, 1985). La función glutamatérgica está mediada por receptores ionotrópicos y
metabotrópicos, habiendo sido implicados los subtipos del primero (por ej., el receptor -metil-D-
aspartato) en el aprendizaje, la excitotoxicidad, y los efectos psicotomiméticos de la fenciclidina.
Estos receptores tienen diferentes distribuciones a lo largo del cerebro. La liberación de glutamato es
inhibida por varias drogas recientemente introducidas en la práctica clínica. Estas incluyen la
lamotrigina (anticonvulsivante) y el riluzole (esclerosis lateral amiotrófica). Se desconocen las
consecuencias conductuales de las alteraciones en la función del glutamato.
Varios otros transmisores ocurren en áreas conductualmente relevantes, pero su rol en la conducta
humana sigue sin determinarse. Las neuronas histaminérgicas están situadas en el hipotálamo
posterior y se proyectan de manera difusa a la mayoría de las estructuras cerebrales incluyendo la
neocorteza, la amígdala, el septum, el caudado, y el putamen (Nieuwenhuys, 1985). La glicina es un
transmisor inhibitorio que puede funcionar en neuronas de circuitos locales en la sustancia nigra, el
caudado, y el putamen. La sustancia P está presente en la proyección del caudado y el putamen a la
sustancia nigra, y las neuronas que contienen encefalina se proyectan del caudado y el putamen al
globo pálido (Alexander y Crutcher, 1990; Nieuwenhuys, 1985). Las neuronas peptídicas
vasoactivas intestinales son intrínsecas a la corteza y participan en circuitos neuronales locales
(Nieuwenhuys, 1985).
Resumen
El cerebro consiste en una zona mediana que media el arousal (activación) y las funciones vitales
básicas, como la respiración, la digestión, la circulación, y la función neuroendócrina; una zona
límbica paramediana que media la función extrapiramidal y muchos aspectos de la experiencia
emocional; y una zona neocortical supralímbica que media las funciones cognitivas instrumentales
como el lenguaje y las praxias (Tabla 10). La injuria en la zona neocortical supralímbica está
asociada a síndromes de déficit neuroconductual como la afasia y la apraxia; la disfunción de la zona
límbica paramediana correlaciona con desórdenes neuropsiquiátricos como los desórdenes del
ánimo, las psicosis, la ansiedad, y el desorden obsesivo-compulsivo. Dentro de cada zona, pueden
28
relacionarse los déficits conductuales con la disfunción de neurotransmisores específicos. Este
enfoque provee un marco abarcativo para comprender las relaciones cerebro-conducta.
Tabla 10. Resumen de la anatomía, funciones, y síndromes de las zonas mediana, límbica –
paramediana, y neocortical – supralímbica del cerebro
29