Esta Feria está montada sobre la vida del Libro, su comercio y algo más, en esta ocasión consagrada a Colombia, hoy, a pesar de sutilezas, intentaremos honrar la memoria de Vargas Vila, el colombiano que, después de García Márquez, vendió mas libros y ganó mas lectores mundialmente en el siglo XX. Pues, es curioso que, hasta su fecha de nacimiento aparece errada en muchas partes, aún en Wikipedia, a pesar que en 4 ocasiones, él mismo la precisó en su Diario. Igualmente, nuestro ensayista mas reconocido a nivel mundial en el siglo XX -Rafael Gutiérrez Girardot exiliado también en Alemania-, a través de toda su obra y en su ensayo del Manual de Historia lo menciona, mezquinamente. Pareciera que la cultura dominante en el país y su intelectualidad lo consideran como un escritor de orden Menor. Aún el mismo García Márquez -en una entrevista, que Amadeo Clavijo subraya en su extraordinario libro Insumisión, anarquía, herejía en V.V.- lo recela injustamente como un novelista malo, ratificando de paso su descuido - otro lunar más- ante la oferta de repatriar su Diario, presente en Cuba, de manos de su custodio, quien finalmente publicó en Barcelona una parte, a través de lo que él logró trascribir a su gusto y sacar en manuscrito, previa entrega forzada del original, al estado cubano. Por otra parte, su lenguaje de erudito con cuatro idiomas a cuestas y una emotividad difícil de imitar, coronan su copiosa literatura. Con un vocabulario colindante con la extravagancia, pero que recibía no sólo el respaldo de los lectores, sino que ponía a su alcance, hipnotizados y, tal vez por ello, los enredos de la vida moderna; que la filosofía, la ética y la religión oscurecían discretamente, para sostener su poder espiritual en un mundo aparentemente sólido, que se desvanecía en el aire. Por eso se olvida lo que recordó William Ospina en El regreso de Vargas Vila, (2011) el veredicto que una autoridad tan respetada en el mundo literario como Borges, sentenció diciendo: “Vargas-Vila es autor del insulto más espléndido de la literatura, (con lo cual) le confirió un lugar de privilegio en su cielo literario, aunque a continuación tuviera que medirse con él, e intentar despacharlo con una ofensa equivalente.” Por ello podemos señalar que su verbo, similar a esa prosa hiriente que cautivaba al público en la primera década del siglo XX, contenía un profundo desencanto de la modernidad y el lacerante autosacrificio de nuestra América de entonces, consagrando a Vargas Vila, como militante de la razón y, al mismo tiempo, su crítico. Su encanto está en la expresión directa y escandalizante, en su dialéctica centrada en lo sensual latinoamericano; que se atrevía, sin embargo, a burlarse del infantilismo del gran Rubén Darío, en medio de su profunda amistad y admiración. Como también esa imaginación intempestiva que coloca Saramago respecto a Vargas Vila en el mismo ridículo de García Márquez ante Kawabata, sólo que la “puta triste” de Vargas Vila fue más demoledora que la del portugués, y se llamó María Magdalena, su novela de 1911. Pero Vargas Vila es uno de los nuestros, cuyo pensamiento al igual que el de Jorge Isaacs, Julio enrique Blanco, Quintín Lame, Camilo Torres Restrepo, Jorge Eliécer Gaitán, Biófilo Panclasta, aún Gutiérrez Girardot y Sanín Cano, reconocidos mundialmente han sido postergados y opacados por la intelectualidad y el mundillo de esta cultura parroquial; pues tal intelectualidad se cuida en promover la obra de sus pensadores, desde Caro, Valencia, Rafael Pombo, Jaime Jaramillo, Nicolás Gómez y hasta el “Dr.” Malcom Deas, que denigró pomposamente de Vargas Vila, para adobar su doctorado y ciudadanía, de la misma mano. En tanto que es misión nuestra velar para que la memoria de nuestros pensadores nos mantenga despiertos; a pesar que en su época casi el 60% de Colombia era entonces analfabeta, según las investigaciones y no había televisión. Pero, cuando nos asaltan de repente con una noticia, que es medio escape furtivo en la prensa oficial (accionado talvez, por accidente), sobre los intríngulis de los desayunos cuaresmales del embajador de USA para comunicarle a los legisladores colombianos sobre las órdenes a seguir en el parlamento, que la obediencia será remunerada con millones de dólares y que “ni de fundas” el estado yanqui permitirá no extraditar a Santrich, aunque no aportará ninguna prueba. Seguro no la tiene. Pero también, cuando seguimos las noticias sobre el bloqueo militar y económico, el decomiso fraudulento de oro y fondos bancarios y el ataque antihumanitario a los servicios públicos, que se despliega ahora contra Venezuela; en una típica guerra de quinta generación que comenzó Obama con su decreto de peligro extremo y ahora encabeza Donald Trump con su pandilla de aquí y allá. Y, además, uno no se nutre con las babosadas de sus periodistas patrocinados aquí; entonces se puede comprender la actualidad que adquieren estas palabras ya centenarias de V.V. “el mundo agoniza con las venas abiertas, sobre los campos ardidos…el yanqui ha escogido bien la hora… los mercaderes se han hecho merodeadores, y , aprovechando que los pueblos de Europa combaten, ellos roban; el monroísmo es la consigna de ellos… atracar, más que atacar los pueblos débiles; esa es la consigna de su cobardía; mientras los pueblos de Europa mueren, ellos roban.” Sobre la Historia y la política Con los trabajos de Jaime Jaramillo y otros historiadores surge la imagen, a partir de los 60, de la llamada Nueva Historia de Colombia, pero se desconoce que, a partir de Vargas Vila, en sus trabajos sobre las guerras civiles, surge el juicio crítico de la Regeneración como el principal obstáculo a la cultura de la modernidad. Se reconoce la historia de los Manuales de Colcultura, pero no ocurre lo mismo con el escritor de veinticinco años -V.V.- que en 1885 se estrena como analista histórico, relatando la forma en que se muere la república laica en la batalla de La Humareda, y se lleva a la tumba a sus mejores hijos, frustrando el proceso de formación de la nación moderna. Hoy, a 134 años, podemos precisar mediante la investigación histórica, que a través del relato emotivo del joven V.V. tal vez, se puede apreciar de manera más viva y esclarecedora esta situación anómala de la nación que en la versión de los “nuevos ”. Con el tiempo su maduración autodidacta, va al ritmo del contacto con sus amigos: José Martí, a quien conoce y llega a profesar una devoción que conservará toda la vida hasta llegar a la veneración, mucho tiempo antes de ser reconocido por la América entera, lo encontró en Nueva York en 1893, cuando el cubano estaba a punto de terminar su obra, mientras él apenas empezaba su peregrinación. “Solo tres hombres significativos, tres encarnaciones de pueblos, han surgido en América después de Bolívar: Benito Juárez, José Martí y Eloy Alfaro...”. A Rubén Darío, lo conocería casi desde el principio y lo trataría con una confianza fraternal de hermano mayor, aunque pasara el enojo de verlo convertido en diplomático de Rafael Núñez y cuestionar su vida licenciosa. De Eloy Alfaro sería vocero, y después de su violenta muerte, su vengador en el verbo. Muchos otros latinoamericanos ilustres del entresiglo constituyen su compañía intelectual. Su exilio y la proscripción de su patria lo hicieron hijo de América, bajo su emblema de libertad. Su insumisión conmueve hasta a los propios anarquistas de la FAI en Barcelona quienes vacilan ante el furor que despierta en sus bases; esas asociaciones de obreros libertarios, letrados ya y autodidactas de la CNT como Ventura Durruti, ávidos de ideas y apasionados como los inmigrantes que llegaron a Buenos Aires, la Patagonia y hasta Tolú -como Vicente Adamo-, también las juventudes educadas por Ferrer y Guardia; todos ellos vecinos a su apartamento de la Rambla de Cataluña, donde V.V. escribía, donde quiso yacer definitivamente, y en vísperas de las sangrientas barricadas del triunfó fugaz de la Revolución española sobre el golpe fascista de Franco. Esta relación con el anarquismo, ciertamente le confronta con algunas ideas de sus teóricos importantes y es lo que se encuentra en el fondo de su polémica con Federica Monsegni. Pareciera que el verbo de Vargas Vila desconcertaba, aún a los mismos dirigentes anarquistas. Por otra parte, una frase sobre su arraigo en la historia, es esta dramática confesión de agosto de 1920 cuando recién ha cumplido 60 años: “Tal vez no ha habido un devorador de libros tan ávido como lo fui yo en mi juventud; mis noches fueron días para las lecturas, mis días eran demasiado cortos para mi tarea de leer… fui el autodidacta apasionado y completo; a los veinte años, la antigüedad clásica me era familiar. Especialmente en la época de su madurez, entre sus 50 y 60 años, cuando su América era avasallada por la doctrina Monroe y sus garras tomaban posesión de Panamá, República Dominicana, Haití, Nicaragua y engullían medio México; mientras, por otro lado, la guerra mundial llevaba al espasmo la voracidad imperialista en Europa. Entonces le asalta el problema de la justicia y su aplicación a través del estado, la ley y la legitimidad; pues el desarrollo de las posibilidades del género humano, que nutre las propuestas políticas de Platón, que inquietan a Kant en el siglo XVIII y aún en pleno siglo XXI, a las mentes más sofisticadas. En mi opinión, era esto lo que sumía al Vargas Vila tardío en el desencanto que proyecta su evocación a la soledad, pero creo que era la misma del pensador de Könisberg al afirmar en su Filosofía de la Historia “Este es el problema más difícil y el que más tardíamente resolverá la especie…”. Así, en Vargas Vila se destaca su conciencia histórica, que se expresa en la forma certera de calificar las fuerzas que se disputan el mundo, los conflictos que se ciernen sobre él, las guerras y el destino de los vencidos. Especialmente, su juicio sobre el imperialismo norteamericano precedido por un análisis profundo de la naturaleza humana propia de la era del capitalismo contemporáneo. Por ello debe estar al lado de pensadores como Murillo Toro, Nariño, Russi y Joaquín Pablo Posada, quienes representaron el pensamiento insumiso colombiano en el siglo XIX, aunque resultó derrotado y desconocido. Pues, una cultura moderna nacional que emancipara a sus hijos, sólo resultó una cultura de la ‘simulación’, según Gutiérrez Girardot. Pero esa conciencia histórica se traduce inmediatamente -a través de su literatura y sus emotivos ensayos vindicatorios- en un pensamiento marcado por principios de una posición revolucionaria que va mas allá del liberalismo radical -como plantea Hernán Ortiz Rivas cuyos ensayos están en proceso de edición-. Su cuestionamiento a la moral hipócrita y a todas la Iglesias; también a la política moderna y sus partidos; además, su insumisión frente al Poder; su radical cuestionamiento al imperialismo y a las guerras del capitalismo; todo mediante violentas adjetivaciones; y su cuestionamiento razonado a la dirección de la República soviética - incluidas sus reservas sobre Lenin- justifican, no sólo su caracterización como ácrata -pues no hace honor a V.V. declararlo apolítico-. Mas bien creemos que su posición es la de un intelectual revolucionario y perseguido por sus ideas, a la altura de lo más avanzado de su tiempo, como él lo dijo: un intempestivo. O sea: el divino o su contracara, el maldito. La filosofía en Vargas Vila Ser filósofo no es repetir filosofías consagradas académicamente para seguirlas o superarlas, decía Kant sobre la diferencia entre el filósofo y el filodoxo. Tampoco es, como dictaminó duramente Jacques Lacan, ser el discurso del Amo. Filosofar es pensar, y pensar libremente, como nos ha recordado Foucault, con el discurso de la verdad que no se doblega al Poder, como los cínicos y Sócrates ante los tiranos. Es el parresiástés. Vargas Vila reniega de esa filosofía de los profesores que, desde los discípulos de Ortega en la Nacional hasta los semiclérigos de la filosofía latinoamericana católica, inundan nuestras aulas universitarias, practicando un pensamiento típico de esa modernidad que Bolívar Echavarría denominó con el calificativo moderado de ethos barroco; una modernidad hipócrita, jesuítica -como la calificó Kant -. Los filósofos, dice V.V., son los lapidarios del espíritu; no todos los días saben hallar una verdad, pero todos los días dan una faz de la verdad… todo filósofo vive confinado en un sistema, como un cenobita en su desierto… Y en otra parte, (Rosal pensante) confiesa: Yo suelo filosofar pero no, yo no soy un filósofo, ese título me espeluzna, y contra él he protestado en todos los tonos siempre que con él ha querido regalárseme… la vida de la filosofía es incalculable; la filosofía de la vida es inagotable… De esta reflexión surgió, en mi Filosofía en Colombia, modernidad y conflicto, la necesidad de incluir un capítulo dedicado a evaluar el alcance de aquello que sobrevivió la Regeneración como pensamiento ético, crítico y filosófico y, además, proyectó su influencia en la formación de las clases medias, artesanos y comerciantes, en la preparación del mediocre proceso civilizatorio que siguió a la caída del régimen conservador. Había una corriente liberal alimentada por la literatura, en medio de la primera lucha del movimiento obrero y campesino-indígena y perseguida por la iglesia, donde el verbo de Vargas Vila, el periodismo crítico de Baldomero Sanín y el rigor académico de Carlos Arturo Torres, mostraban explícita orientación hacia una cultura filosófica. Como Sócrates, Diógenes, Bruno, Spinoza, Bakunin, Marx y muchos más, Vargas Vila pagó el precio de su filosofía insumisa con el desprecio de la aristocracia colombiana. Si la filosofía es el ejercicio de la razón en el más amplio sentido de la palabra, de manera autónoma y centrada en el universo del hombre, entonces Vargas Vila es filósofo de principios del siglo XX, con sus angustias y sus veleidades y, con su desencanto del mundo en el que le tocó vivir, creación del capitalismo moderno. Pues, al estilo de la filosofía que, con Nietzsche, asimilaba literatura y poesía; a través de aforismos, en estilo periodístico, V.V. expresaba un nihilismo desencantado de la modernidad capitalista, desde una esfera lacerante de soledad -pero apuntando más lejos que el sajón-. Siempre en ese tono cercano a nosotros, aunque en vocablos sofisticados, que encuentra eco en gentes del pueblo; en artesanos y marginados de nuestra América, cuyo calificativo de Latina fue, precisamente de los primeros en cuestionar. Igual que Martí, no fue profesor por circunstancias vitales, lo mismo que Marx; siendo, talvez, para Vargas Vila peor por ser autodidacta obligado, sin formación universitaria -para escándalo de Gutiérrez Girardot-. Pero su capacidad para asimilar los problemas del siglo naciente, la guerra mundial, la condición de América Latina frente a Estados Unidos, su valoración de la cultura europea y su conciencia de la mediocridad de la aristocracia dirigente colombiana, le llevaron cerca de los cerebros más brillantes de su época en la comprensión de la historia y cerca también, como pocos académicos desde sus escritorios, a las entrañas de estos pueblos, con su prosa apasionada, con sus ideas de crítica al poder, autonomía, libertad de conciencia y soberanía. Vargas Vila, al contrario de algunos superficiales historiadores de su obra, expresa en sus escritos un amplio dominio de la filosofía de su época -compartiéndola o cuestionándola-. Sus referencias permanentes, en el Diario, a las figuras de la filosofía clásica alemana pues dice expresamente conocer a Kant, Hegel y Schopenhauer, aparte de Goethe, Schlegel y el poeta Heine; a los franceses Voltaire, Diderot, Montesquieu, Holbach y Renan. Su predilección por Nietzsche, como un alter ego epocal, -era el V.V. que se negó a arrodillarse ante el Papa-. Él convierte en herramientas el nihilismo y la crítica, pues se propone erigir la palabra en arma aplastante. Pensador militante del verbo; sus figuras simbolizan la desgracia de una raza caída en la barbarie dentro de una conciencia desencantada por la derrota. Recurre a la racionalidad para denunciar y condenar a quienes denigran su estirpe. Se expresa a golpes, pero su actitud es la del intelectual que se destruye a sí mismo, mientras expone ante el mundo la desgracia de su propio pueblo. “Yo soy porque no tengo un Dios... solo soy porque no tengo una patria; solo soy porque no tengo un Hogar; solo soy porque no tengo un Amor; solo soy porque no tengo un amigo; todas las soledades, las del cielo y la tierra, me rodean; el único sol que brilla sobre mi soledad, se nubla en este momento, con una nube tan triste, que hace palidecer el rostro de mi soledad: la enfermedad. Su obra filosófica se prodigó en la literatura; poblando con personajes y pasiones su análisis de los valores éticos, psicológicos y sociales; reflejando la conciencia sus lectores que así comprendían, a través de sus ensayos y novelas, el cuestionamiento de una época, que en Francia produjo poetas malditos y pintores impresionistas cuyos pares, en nuestro suelo sólo producían estupefacción. Basta estudiarlo para ver, que no sólo era su verbo una réplica al mundo moralizado de principios de siglo, sino que su pluma era una espada para combatir la intolerancia, la banalidad y la hipocresía; de manera que sólo mentalidades construidas sobre una credulidad cerrera, pueden menospreciar la calidad humana de un hombre que despreció los honores y se colocó del lado de los que piensan y no se doblegan por temor a la indiferencia.