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Introducción
Los movimientos sociales representan las demandas concretas de la gente, mientras que
los movimientos de izquierda proyectan dichas demandas hacia escenarios públicos más
amplios. El cambio revolucionario fue jalonado desde la esfera política, al menos hasta
tiempos recientes. Sus mutuas interacciones y las relaciones que establecen con el Estado
y el conjunto de la sociedad se estudiarán a continuación en siete períodos que abarcan el
grueso del siglo xx y los inicios del presente.
En el primer decenio del siglo pasado Colombia intentaba recuperarse de los efectos
devastadores de la Guerra de los Mil Días y de la pérdida de Panamá. Por consecuencia de
estos fenómenos políticos se creó un clima de negocios apoyado en políticas
proteccionistas que consolidaron algunas industrias de bienes de consumo no durables. Las
incipientes fábricas que convivían con innumerables talleres artesanales atrajeron mano de
obra, estimulando la migración rural y el crecimiento urbano. Este último a su vez redundó
en un aumento de la construcción y de las obras de infraestructura para el mejor
equipamiento urbano. Paralelamente se expandía el cultivo del café en los valles
interandinos, cuya exportación exigía mejores vías de transporte. Esto significa que la
población tuvo una gran transformación a causa de este periodo de industrialización ya que
según uno de Los primeros censos del siglo pasado muestran que los trabajadores rurales
eran el 75% de la Población Económicamente Activa (pea). Se trataba de una mano de obra
abrumadoramente mestiza, aunque en algunas regiones predominaban grupos afro
descendientes y comunidades indígenas. Por consiguiente la a mayoría de la población era
de clase obrera lo que generó lo que se conoce como los nuevos actores sociales que
exigirán en forma cada vez más pública y militante la solución de la “cuestión social”,
arrinconando de paso a la hegemonía conservadora.
El primer movimiento socialista se evidencio en El partido liberal, dividido entre guerreristas
y civilistas, se vio obligado a permanecer en la oposición, gestando algunas alianzas con
sectores conservadores para tener acceso a los dineros públicos. En ese proceso recogió
los intereses de las capas urbanas, adecuando su plataforma política a los vaivenes de las
luchas de estos sectores. Luego del fracaso de la candidatura del general Benjamín Herrera
en 1922, se radicalizó, dando origen a un ala de izquierda que tendrá estrecho contacto con
el inconformismo social y los nacientes núcleos socialistas. Acompañado del rechazo de las
comunidades indígenas y campesinas a aquellas políticas rurales reviviendo el choque
entre el “hacha y la ley”. Si bien no fue una movilización generalizada a todo el campo
colombiano, puso sobre el tapete la inequitativa distribución de la tierra y las inhumanas
condiciones de trabajo en las haciendas. En el ámbito urbano también se hizo presente el
inconformismo de los empleados públicos a finales de los años diez, cuando las finanzas
estatales entraron en crisis por el descenso de los precios internacionales del café, la
principal fuente de ingresos gubernamentales. De esta forma, jueces, trabajadores de
hospitales, maestros de escuela y algún personal de la policía y hasta del mismo Ejército,
se lanzaron a las calles a reclamar el pago puntual de sus salarios. Esta crítica situación
desnudó la incapacidad del Estado para cumplirles a sus empleados, pero fue superada con
la recuperación de los precios del café y las medidas derivadas de la modernización estatal
en el primer lustro de los años veinte.
Las primeras organizaciones obreras semejaban asociaciones mutuales o clubes políticos
artesanos. Si a comienzos de siglo todavía compartían intereses con los grandes maestros
y aún con los empresarios, Surgiendo los primeros sindicatos en 1919, cuando una
manifestación de artesanos, especialmente sastres, fue duramente reprimida por el
Gobierno, con un saldo de una decena de muertos y otros tantos heridos. Fue la última gran
demostración política de los artesanos, y en adelante lo harían al lado de la clase obrera.
Estos movimientos provocaron un programa reformista en la conferencia socialista Ese
temprano socialismo cedió terreno a expresiones criollas comunistas y anarquistas, que se
expresarían en los congresos obreros de mediados de los veinte, en los que se gestó la
Confederación Obrera Nacional (con), primero, y luego el Partido Socialista Revolucionario
(PSR). Este partido se lanzó a la captación de los primeros núcleos asalariados, y a través
de novedosos medios de politización, como las giras de María Cano, puso a temblar a las
élites. Ella, y otros dirigentes del PSR, orientaron las huelgas de los enclaves petrolero
(octubre de 1927) y bananero (noviembre-diciembre de 1928), que terminaron en baños de
sangre del proletariado, especialmente la última, en la conocida masacre de Ciénaga. Estas
huelgas hacían parte de la táctica insurreccional adoptada por los socialistas, en acuerdo
con algunos viejos liberales guerreristas, para poner en jaque a la hegemonía
conservadora.
En 1930, después de una fugaz campaña electoral, salió elegido el liberal moderado y
cercano a los círculos norteamericanos, Enrique Olaya Herrera. Si con el ascenso del
liberalismo al poder se superaba la crisis de legitimidad del Estado, también se crearon
expectativas de cambio social que no se cumplieron, generando una frustración popular que
fue recogida por el gaitanismo. El liberalismo emprendió la tarea de la modernización
política, primero con Olaya, y especialmente durante el primer mandato de Alfonso López
Pumarejo, conocido como la “revolución en marcha”. Así, se produjo la legalización de los
sindicatos y la consagración de la jornada laboral de ocho horas, se modernizó el
procedimiento electoral y en 1936 se hizo una reforma constitucional que permitió una cierta
intervención estatal, la cual estableció la función social de la propiedad y separó la Iglesia
del Estado. En Colombia, las izquierdas identificaron al “lopismo” como su aliado por el
reformismo ya señalado y las concesiones laborales, comenzando por el estímulo a una
organización nacional, que en 1938 tomó el nombre de Confederación de Trabajadores de
Colombia (CTC). Algo similar, pero con menor intensidad, ocurrió en el sector agrario y en el
de empleados de cuello blanco. De esta forma López unificaría a las fuerzas de izquierda,
incluido Gaitán, quien luego de un breve intento de independencia se había incorporado al
liberalismo. De manera concomitante la derecha civil y eclesiástica se unió contra las
reformas liberales, mientras absorbía los pequeños núcleos fascistas nacionales.
El país al final del conflicto mundial. El partido liberal se dividió entre un desdibujado
candidato oficial, Gabriel Turbay, y uno disidente, Jorge E. Gaitán. En esa coyuntura el
conservatismo lanzó al moderado Mariano Ospina, perteneciente a los círculos cafeteros e
industriales antioqueños, quien accedió al poder por la división liberal. Por esto, intentó
gobernar en alianza con los liberales en medio de una creciente violencia por el control
político local y regional. En efecto, a mediados de los cuarenta, Jorge Eliécer Gaitán
comenzaba a agrupar a las crecientes masas urbanas y a sectores agrarios descontentos
con la gestión liberal. Si bien en 1946 no logró superar electoralmente al oficialismo, mostró
inusitada fuerza en las grandes ciudades —salvo en Medellín— y en las zonas de
colonización. Posteriormente unificó al liberalismo y aumentó sus bases populares más allá
de las estructuras partidistas, lo que incluyó al conservatismo y al comunismo: fue el “país
nacional” el que se agrupó en un programa reformista y de corte populista, de acuerdo con
los vientos continentales. Pero al contrario de Perón, Gaitán apelaba a una relación directa
entre pueblo y caudillo, sin mediaciones organizativas de clase. Cuando es asesinado, el 9
de abril de 1948, se produjo un gran levantamiento popular que se tornó caótico en Bogotá
y más organizado y perdurable en provincia. Con su muerte se cerró la posibilidad histórica
del populismo en Colombia y se acrecentó la confrontación bipartidista.
En 1974 se presentaron las primeras elecciones libres desde 1946, en las que compitieron
tres grandes de la política, imponiéndose el liberal Alfonso López Michelsen beneficiado por
el aura de reformista de su padre y su pasado rebeldes obre el conservador Álvaro Gómez
hijo de Laureano y defensor del desarrollismo y María Eugenia Rojas, en reemplazo de su
anciano padre al frente de la Anapo. Se inició el desmonte paulatino del Frente Nacional,
aunque se mantuvo como norma constitucional la paridad en el gabinete ministerial. Lo más
impresionante durante el gobierno de López Michelsen fue la magnitud de las protestas
sociales. En efecto, según los registros históricos, en ese período se observó no sólo gran
cantidad de luchas sociales, sino que se presentó la mayor movilización de la segunda
mitad del siglo xx. Se trató del Paro Cívico Nacional de septiembre de 1977, convocado por
las centrales sindicales y secundadas por amplias capas populares urbanas y rurales. Esta
jornada había sido precedida por una serie de huelgas laborales que abarcaron desde los
jornaleros de la caña y de la palma africana hasta los maestros, bancarios y médicos del
Seguro Social, pasando por los petroleros, cementeros y trabajadoras textiles. La agitación
en el campo, aunque disminuía en intensidad, no desaparecía, mientras aumentaba la
protesta “cívica” en pequeñas y medianas ciudades y se reactivaba el movimiento
estudiantil.
En consecuencia de estas protestas surgió el movimiento 19 de abril (M-19), en
consonancia con la oleada insurgente que se vivía en Centroamérica. Después de golpes
de impacto público como el robo de armas del Cantón Norte y la toma de la embajada de la
República Dominicana, el M-19 presionó al Gobierno a dialogar para buscar una salida
política al conflicto armado. Como con Turbay no se logró avanzar mucho en este terreno, le
correspondería a Belisario Betancur enfrentarlo. De hecho las grandes guerrillas, con la
excepción del ELN, hacen acuerdos de paz que desafortunadamente no son duraderos. Y
es que además de la oposición del viejo establecimiento, la aparición de grupos
paramilitares torpedeó tales acercamientos. Los pocos logros de los acuerdos de esos años
se plasmaron en una reforma que propició la descentralización política y la elección popular
de alcaldes. Ese sería el legado que intentó consolidar Virgilio Barco, mientras desmontó en
forma definitiva el régimen de coalición. La degradación y la fragmentación de la violencia
llevaron al país “al filo del caos” a fines de los ochenta10, pero antes de considerar esa
coyuntura veamos otros aspectos de este período.
Las guerrillas que realizaron pactos de paz con Betancur fueron regresando a la guerra en
distintos tiempos. En ese contexto ocurrió la toma del Palacio de Justicia por el M-19, y la
consiguiente contra toma militar, con un saldo de más de un centenar de muertos, además
de algunos desaparecidos que continúan como tales hasta el presente. Siguiendo el
ejemplo centroamericano, las fuerzas insurgentes conforman sucesivas coordinadoras
guerrilleras, pero ya afloran dos polos en torno a la vigencia de la lucha armada. Así surgirá
la AD-M19, agrupando a las fuerzas en proceso de desmovilización, y las restantes en
armas seguirán en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (cgsb). Mientras tanto, la
violencia, degradada y fragmentada desde la insurgencia, los paramilitares, el narcotráfico y
las bandas sicariales, con participación de algunas fuerzas estatales, exige una salida
política en forma de nuevo pacto social. La aludida “guerra sucia” contra la oposición y el
asesinato de cuatro candidatos presidenciales, para no abundar en el terrorismo
narcotraficante para impedir su extradición, son expresiones de este caos armado. Las
guerrillas en vías de desmovilización y sus frentes políticos comienzan a exigir ese nuevo
pacto social, que es implementado finalmente por la presión de los estudiantes movilizados
luego del asesinato de Luis Carlos Galán en agosto de 1989. Se abría así la puerta a una
Asamblea Constituyente que reformaría la carta política de Colombia.
Como ya se ha dicho, el fracaso de los diálogos de paz con las FARC en 2002 inclinó a la
opinión pública hacia la salida militar anunciada por el candidato disidente liberal Álvaro
Uribe Vélez. Éste inaugura un gobierno de mano dura, no sólo contra la subversión, sino
contra todo lo que parezca de izquierda; en cambio, es de gran corazón con los
paramilitares, con quienes inició un proceso de negociación que no desmontó
completamente sus estructuras políticas y económicas e incluso militares, y que les ha
garantizado cierta impunidad. En el plano internacional Uribe está al margen de las
tendencias de integración latinoamericana por favorecer las relaciones unilaterales con
Estados Unidos. Su política contra las drogas y la insurgencia va internacionalizando cada
vez más el conflicto armado y generando roces crecientes con sus vecinos.
En cambio, las organizaciones sociales “modernas”, como los sindicatos, siguen perdiendo
representatividad, pero paradójicamente continúan siendo cruciales a la hora de convocar
grandes movilizaciones. Muchos de ellos han desaparecido por el asesinato de sus
dirigentes o las amenazas a sus afiliados, pero también por los efectos del neoliberalismo
que los lleva a disolverse o a reconvertirse en accionistas de su propia empresa. Pero la
globalización también ha favorecido una mayor proyección internacional en ramas como el
banano, o por medio de intentos unitarios mundiales como la recién creada Confederación
Sindical Internacional (CSI). En el mundo agrario también hay organizaciones nacionales
que se han afiliado a la internacionalista Vía Campesina. Otro tanto ocurre con los
indígenas en el plano continental. Y la participación de distintos dirigentes sociales
colombianos en los Foros Sociales Mundiales también favorece a la agenda anti neoliberal
en el país. Incluso se hacen visibles algunas protestas en nuestro medio contra la guerra en
Irak o contra la imposición unilateral norteamericana en asuntos de drogas o de orden
público
En poco tiempo la izquierda democrática ha logrado resonantes avances, como la conquista
de la Alcaldía de Bogotá en 2003, hecho que se repite en 2007, y de gobernaciones, como
la del Valle y ahora la de Nariño. Igualmente fue significativa la alta votación obtenida por el
candidato presidencial del PDA en 2006, Carlos Gaviria, quien con un 25% del total se ubicó
en el segundo lugar por encima del liberal Horacio Serpa. De esta forma, en Colombia
también soplan los nuevos vientos políticos latinoamericanos, pero la pervivencia y
degradación del conflicto armado, al igual que la salida autoritaria del actual Gobierno, les
quitan oxígeno, limitando severamente la construcción de la democracia en el país.
VIDEO
A través del tratado de extradición, era un acuerdo de narcotráfico y guerrillas, (Toma del
palacio de justicia)
1958-1974