You are on page 1of 3

LA FILOSOFIA DEL ARTE

El arte tiene en común con la religión y la filosofía su objetivo final, que es la expresión y la revelacion
de lo divino. Pero da a esta expresión una forma sensible. Tiene necesidad, por consiguiente, de un
material externo, que está constituido por imágenes y representaciones y tiene necesidad también de
las formas naturales, en las cuales debe expresar su contenido espiritual.

Pero el material externo y las formas naturales no valen en el arte como tales, sino únicamente como
expresiones o revelaciones de un contenido espiritual; por tanto, la imitación de la naturaleza no
expresa de ninguna manera la esencia del arte.

“El arte bello, dice Hegel, tiene como condición la autoconciencia del espíritu libre; y por consiguiente,
la conciencia de la dependencia del elemento sensible y meramente natural respecto del espíritu: hace
del elemento natural sólo una expresión del espiritu, que es la forma interna, que se manifiesta sólo a sí
misma.”

La aparición del arte anuncia el fin de una religión que está todavía ligada a la exterioridad sensible. Al
mismo tiempo que parece dar a la religión su máxima transfiguración, expresión y esplendor, el arte la
eleva por encima de su limitación, sustrayéndola a las formas en las cuales la religión estaba todavía
ligada a la apariencia sensible.

Frente a esta apariencia, la belleza del arte es infinitud y libertad. El arte se eleva por encima del punto
de vista del entendimiento, y lo finito que está necesariamente unido a él. Para el entendimiento, el
sujeto y el objeto son igualmente finitos, por ser externos y opuestos el uno al otro y, por tanto,
recíprocamente limitantes entre sí.

Para el arte bello el sujeto y el objeto se compenetran y forman los dos un todo. El objeto no es ya
una realidad externa e independiente, porque es la manifestación del concepto, esto es, de la
subjetividad misma; el sujeto no se contrapone ya al objeto, sino que se realiza en el objeto que
constituye con él un todo.

“Así, dice Hegel, queda suprimida la referencia puramente finita del objeto, que hacía de este solamente
un medio útil para fines exteriores, un medio que o se oponía a su realización de un modo carente de
libertad, o estaba obligado a admitir en sí esos fines extraños. Y queda al mismo tiempo suprimida la
referencia no libre del sujeto, porque éste renuncia a la distinción entre las intenciones subjetivas
propias y el material y los medios externos, y cesa, en la realización de las intenciones subjetivas
mediante los objetos, de atenerse a la relación finita del simple deber ser, porque tiene ante sí el
concepto y el fin perfectamente realizados.”

Hegel distingue tres formas fundamentales del arte: el arte simbólico, el arte clásico y el arte romántico.
El arte simbólico se caracteriza por el desequilibrio entre la Idea infinita y su forma sensible. La Idea
procura apropiarse la forma; pero, puesto que todavía no ha encontrado su forma verdadera, esta
apropiacion tiene carácter de violencia. En el intento de hacer la materia sensible adecuada a sí misma,
la Idea la maltrata, la desgarra y la dispersa, dando lugar a lo sublime, que representa típicamente la
forma del arte simbólico, propio de los pueblos orientales.

En cambio, en el arte clásico hay plena y completa conformidad entre la idea y su manifestación
sensible. El ideal del arte encuentra aquí su realización completa. La forma sensible ha sido
transfigurada, sustraída a la finitud y hecha perfectamente conforme con el concepto. Esto sucede
porque la Idea infinita ha encontrado finalmente su forma adecuada: la figura humana. La figura
humana es la única forma sensible en que el espíritu puede ser representado y manifestado
plenamente. “La forma que tiene en sí misma la idea en cuanto espiritual, o mejor, la espiritualidad
individualmente determinante, si se debe expresar en la apariencia temporal, es la forma humana. Ha
sido frecuentemente calumniada como degradación de lo espiritual, la personificación y humanización
del arte. Pero el arte, en cuanto tiene que llevar el espíritu a la forma sensible para hacerlo accesible a la
intuición, debe proceder a esta humanización, porque solamente en su cuerpo el espíritu se manifiesta
sensiblemente de una manera adecuada”.

La fase sucesiva del arte, que es la tercera, se distingue por la ruptura de la unidad de contenido y
forma; por tanto, es también un retorno al simbolismo, pero un retorno que es al mismo tiempo un
progreso. El arte clásico ha alcanzado su desarrollo más alto en cuanto arte; su defecto es el de ser
únicamente arte, y nada más. En su tercera fase, el arte intenta en cambio elevarse a un nivel superior:
se convierte en arte romántico o cristiano. La unidad de la naturaleza divina y de la naturaleza humana,
que en el arte clásico es una unidad directa e inmediata, se convierte en unidad consciente en el arte
romántico; por la cual el contenido no es dado por la forma humana, sino por la interioridad consciente
de sí misma.

El cristianismo, concibiendo a Dios como espíritu, no individuable o particular, sino absoluto, y


procurando representarlo en espíritu y verdad, ha renunciado a la representación puramente sensible
y corpórea, en favor de la expresion espiritualizada e interiorizada. La belleza, en esta fase del arte, no
es ya la belleza corpórea y exteriorizada, sino la belleza puramente espiritual, la de la interioridad como
tal, de la subjetividad infinita en sí misma. El arte romántico es, por tanto, indiferente a la belleza del
mundo sensible: no lo idealiza, como hace el arte griego, sino que lo representa en su realidad
indiferente y trivial, y se sirve de ella sólo en los límites en que se presta a expresar la interioridad
como tal.

De aquí la diferente actitud del arte clásico y del arte romántico frente a la muerte. Esta es para el arte
clásico el mal supremo. En el arte romántico, al contrario, la muerte es representada como un morir del
alma natural y de la subjetividad finita, un morir que es negativo sólo respecto a lo que es negativo en
sí, y tiene por objeto la superación de lo que está desprovisto de valor, la liberación del espiritu de su
finitud y de su desdoblamiento, y la conciliación espiritual del sujeto con lo absoluto”.

Indudablemente, también el arte romántico tiene sus límites; pero son los límites mismos del arte como
tal. Este está siempre ligado a la forma sensible, y la forma sensible no es revelación adecuada y plena
de la Idea infinita, del espíritu como tal. Las tres formas del arte, simbólica, clásica, romántica, son los
tres grados a través de los cuales se realiza el ideal del arte, esto es, la unidad del espíritu y de la
naturaleza. El arte simbólico se encuentra aún en la búsqueda del ideal, el arte clásico lo ha alcanzado,
el arte romántico lo ha sobrepasado.

Ahora bien, si este ideal es considerado, no ya en sus grados de desarrollo, sino en las determinaciones
necesarias en que se realiza, nos encontramos ante el reino del arte, constituido por el sistema de las
artes particulares. La primera realización del arte es la arquitectura. En virtud de ella el mundo
inorgánico externo sufre una purificación, se ordena según las reglas de la simetría, se aproxima al
espíritu y se convierte en el templo de Dios, en la casa de su comunidad.

Con la escultura, Dios mismo se introduce en la objetividad del mundo externo y se convierte en
inmanente a la figura sensible en un estado de calma inmóvil y de feliz serenidad. La arquitectura y la
escultura se relacionan entre sí como el arte simbólico y el arte clásico: la arquitectura es el arte
simbólico; la escultura es el arte clásico por excelencia.

El arte romántico es la unidad de arquitectura y escultura, una unidad que se vale de nuevos medios
expresivos, porque pretende seguir el movimiento de la espiritualidad pura en todas sus
particularidades, y en su despliegue en variedad de manifestaciones. Este arte tiene a su disposición
tres elementos: la luz y el color, el sonido como tal y, en fin, el sonido como signo de la representación,
esto es, la palabra. El arte romántico se manifiesta, por tanto, en la pintura, en la música y en la poesía.

De estas tres artes, la poesía es la más elevada. “La poesía es el arte universal, el arte del espíritu que se
ha hecho libre en sí mismo, desvinculado ya para su realización, del material sensible externo; del
espíritu que se mueve solamente en el espacio interior y en el tiempo interior de la representación y de
la sensación.
Sin embargo, precisamente en este grado supremo, el arte se eleva también por encima de sí mismo, en
cuanto se abandona el elemento sensible del espíritu y, por la poesía de la representación, sobrepasa la
prosa del pensamiento”.

Pero en todas sus formas y en todas sus determinaciones, el arte permanece en el dominio de la
apariencia. Como ya se ha visto en la lógica, la apariencia no es una apariencia engañosa, sino
manifestación necesaria del ser o de la realidad en si. Pero el arte no es la manifestación más elevada de
la realidad, es decir, de la Idea infinita. Sus límites son los de la intuición sensible, de la cual deduce la
forma de sus manifestaciones.

En su realidad más profunda, la Idea infinita escapa a la expresión sensible, y se manifiesta más
adecuadamente en la religión y en la actividad racional de la filosofía. Los bellos días del arte griego y la
edad de oro de la Edad Media avanzada han sido superados. Ninguno ve ya en las obras de arte la
expresión mas elevada de la idea; se respeta el arte y se lo admira; pero se lo somete al análisis del
pensamiento para reconocer su función y su lugar.

El mismo artista no puede sustraerse al influjo de la cultura racional, de la cual depende, en último
análisis, el juicio sobre su obra. “En todos estos aspectos, dice Hegel, el arte fue y sigue siendo para
nosotros, en cuanto a su supremo destino, una cosa del pasado. Ha perdido para nosotros su propia
verdad y vitalidad, y ha quedado relegado en nuestra representación, de manera que no afirma ya en
realidad su necesidad y no ocupa ya el lugar supremo. El “futuro del arte” está en la religión. Esto no
quiere decir, por otra parte (como alguien ha interpretado) que el arte esté destinado a desaparecer del
mundo espiritual de los hombres. Lo que ha desaparecido y no puede ya volver es, según Hegel, el valor
supremo del arte, aquella consideración que hacía del arte la más alta y plena manifestación de lo
absoluto. No puede ya volver, en otras palabras, la forma clásica del arte. Pero el arte fue y sigue siendo
una categoría del espíritu absoluto; y todas las categorías son necesarias e inmutables, porque
constituyen, en su totalidad, la autoconciencia viviente de Dios.

You might also like