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Mariana Rosetti
Universidad de Buenos Aires/ CONICET
Resumen
Este artículo analiza el uso estratégico que realizaron Mier y Lizardi de las tra-
diciones narrativas europeas a fin de reflexionar y cuestionar el lugar del letrado
criollo dentro del sistema colonial en crisis. Sostenemos que estos escritores
configuraron una enunciación desplazada, a medio camino entre el discurso
reformador liberal y la lucha de valores tradicionales (como fueron la nobleza y
el honor). Para ello, dialogamos con los aportes críticos de Halperín Donghi,
Moraña, Pérez Mejía y Station y Rojas, quienes entienden la lucha político-
cultural de los letrados criollos coloniales en vínculo directo con la apropiación
estratégica de las tradiciones narrativas europeas.
Palabras clave: Servando Teresa de Mier, José Joaquín Fernández de Lizardi, in-
dependencia novohispana, utopía-apología.
Abstract
The present article aims to analyze the strategic use of European narrative tra-
ditions displayed by Mier and Lizardi as a way of interrogate the ambiguous
place of the Creole men of letters within the crisis of the Colonial system. I ar-
gue that these writers configured a displaced enunciation, halfway between li-
beral reformist discourse and the struggle of traditional values (such as nobility
and honor). Mier and Lizardi´s appropriations are studied in the light of the
studies by Halperín Donghi, Moraña, Pérez Mejía y Station, and Rojas. These
researchers conceive the political cultural quarrel of the Creole men of letters
related to the strategic assumption of the European narrative traditions.
Keywords: Servando Teresa de Mier, José Joaquín Fernández de Lizardi, inde-
pendence of New Spain, utopia, apology.
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Introducción
las ventajas del manejo subjetivo del relato) para retratar las peripe-
cias de los letrados criollos devenidos en sujetos desplazados del sis-
tema burocrático colonial1. Estas técnicas de apropiación de las tra-
diciones narrativas europeas se sustentan en un consciente trabajo
de traducción, uso estratégico y, en muchos casos, amputación de la
perspectiva exótica y denigrante sobre la vida americana2. Es decir,
tanto en la traducción como en el relato autobiográfico prevalece la
enunciación de un sujeto desplazado sometido a un errar en el espa-
cio. Sujeto que, en palabras de Ángela Pérez Mejía y Sally Station,
plantea una reescritura crítica de la primacía eurocéntrica del saber
al concebir el poder de la escritura ligada a la parodia y repetición
como una forma de resistencia política y cultural (70).
En ambos autores persiste la defensa del nombre y del honor del
protagonista criollo. Lucha que deviene anacrónica en el contexto
político-social independentista. Esta contienda es leída por muchos
críticos como atada a un retardo americano que justificaría las falencias
de escritura, la llaneza de la prosa, en pos de un objetivo pedagógico
claro: “[E]l Pensador, por lo general, no abandonó su habitual llane-
za. Escribió para el pueblo y en él entró, como nadie lo había logra-
do (Urbina 118). Simpleza que algunos críticos leen como la afirma-
ción de estos letrados criollos dentro del recinto simbólico de la ciu-
dad letrada (Rama): “[L]as Memorias devienen un gesto de reposición
imaginaria, de restitución simbólica del yo en el ámbito de las legali-
1
“El relato de Mier es también un signo de las ‘metamorfosis’ que atravie-
san los letrados en esa época de transición entre la Colonia y la Independencia,
encerrados en límites ideológicos y de comportamiento rígidamente definidos”
(Rotker 134).
2
Entendemos la amputación como la satirización corrosiva o tratamiento
irónico que construyen Lizardi y Mier en los relatos autobiográficos literarios
para desestimar la mirada exótica o utópica sobre América. Estos letrados plan-
tean en sus narraciones tensiones en los argumentos, caídas morales de sus per-
sonajes y dificultades en la sociabilidad y progreso de los letrados criollos que
se distancian del tratamiento reformista de los géneros utópico, picaresco y ro-
mántico sobre la vida en América. Sostenemos que las amputaciones de los
personajes de Lizardi y de Mier, así como sus narraciones intervenidas por di-
gresiones morales extensas o tratamientos apologéticos hiperbólicos son hue-
llas, marcas claras del desfasaje y desacomodo entre la implementación de géne-
ros narrativos europeos con realidades socio-culturales americanas distintas y
dinámicas.
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3
“Según Fray Servando, convencido Mina de que los pueblos americanos
habían de emanciparse fatalmente, arribó a México con dos propósitos primor-
diales: uno era el de implantar la Constitución en Nueva España; el otro, darle
la libertad a fin de conseguir una ruptura no violenta con la metrópoli” (Verges
y Díaz Thomé 32). Ver Robinson y Guedea para conocer los motivos que mo-
tivaron la expedición de Mina y los vaivenes que sufrió en su armado, lucha
contra los desertores y derrota frente a los realistas liderados por el militar
Arredondo.
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4
“Arredondo lo había publicado [el indulto] a nombre del Rey, bajo su pa-
labra de honor ‘que nunca había sido quebrantada’, para cuantos se presentasen
a él o alguno de sus oficiales” (Memorias 259), Mier se refiere al brigadier penin-
sular y realista Joaquín Arredondo (1768-1837) a cargo de las Provincias Inter-
nas de Oriente. Este militar desarmó la expedición de Mina y fue el responsable
de su muerte en la batalla.
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5
Esta intromisión en la privacidad del cuarto de Mier contó con un episo-
dio previo en el que el prior o padre superior del convento, fray Domingo Ba-
rreda, le solicita la llave de su celda de orden del provincial fray Domingo Gan-
darias: “[…] el que era entonces prior, a más de ser mi enemigo por envidia,
tenía el honor de ser muy humilde mandadero del provincial, como sucede casi
siempre que es europeo y el prior criollo […]” (Memorias 100).
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niales y como crítica a las injusticias del sistema colonial (33, 35).
Este lugar de enunciación expone, según esta investigadora, una de-
terminada postura epistemológica que busca enseñarle al receptor
los fundamentos de la verdad propia, mostrando un nuevo ángulo
de conocimiento al legitimar una realidad diversa a la promovida
desde los centros de poder (36-37).
Halperín Donghi, por su parte, se concentra en la apología de
Mier y sostiene que este letrado criollo elabora un discurso basado
en el honor, valor que le permite erigir una imagen que sobrevive al
derrumbe del antiguo régimen y el advenimiento del tiempo de
emancipación:
Su desesperada lucha por defenderlo lo pone en contacto con la insoluble
paradoja de ese honor que está en la base del orden monárquico […] fue la
obstinada reivindicación de su lugar en una sociedad mexicana inventada
por una imaginación más nostálgica que revolucionaria la que lo mantuvo
en la brega […] gracias a la lealtad inquebrantable a una cierta imagen de sí
mismo, entre el antiguo orden en cuyo marco esa imagen se había forjado y
el nuevo que –según apasionadamente quería creer– había surgido para re-
alizarla (Halperín Donghi 123, 142, 143).
A lo largo de sus Memorias Mier desea reivindicar su honor, su
nombre mancillado. Para ello, equipara esta virtud con la pureza del
milagro guadalupano corrompido por la apropiación e interpreta-
ción perversa de los conquistadores y primeros misioneros en Amé-
rica y lo diferencia de la corrupción del sistema colonial y de la con-
trautopía moral y cívica de España. Su labor organizativa de la na-
rración de los hechos se concentra en aclarar los errores de interpre-
tación de los malos intérpretes peninsulares:
Hablaré claro: todo esto no es más que una comedia con dos actos y un en-
tremés […] Los europeos, sin creer la tradición de Guadalupe, han gritado
más alto que los criollos para destruir la especie de la predicación de Santo
Tomás porque creen que les quita la gloria de haber traído el Evangelio, y
los iguala con los indios en cuanto a la imagen del Pilar. Desgraciadamente,
ha tocado la tecla un criollo brillante, y su Ilustrísima ha embarazado el es-
cudo con furor para exterminar de una vez mi honor y dejarme confundido
para siempre con el polvo. Este es el ruido ordinario que en el asunto han
metido las pasiones encontradas en un punto (146-147)7.
7
Fragmento que dialoga con el siguiente: “[Y]a es necesario hablar claro.
Los conquistadores y los primeros misioneros, quitando los ídolos, sustituyeron
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a los más célebres, y en los mismos lugares montaron imágenes del cristianis-
mo, análogas en los nombres y la historia, para que prosiguiesen celebrándose
las fiestas antiguas con la misma analogía y concurrencia, como ya se lo oímos
contar al padre Torquemada” (157)
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8
Su dinamismo se presenta también en la multiplicidad de temporalidades
que la misma contiene. Sobre este aspecto, Bloch en su ensayo El principio espe-
ranza analiza el funcionamiento particular de las utopías: “Cumplen un cometi-
do social, una tendencia reprimida o germinal de un próximo estadio social”
(Tomo II 41).
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nes que le modifican la vida y, sobre todo, el regreso del viajero con
una narración que aporta una imagen de una comunidad distinta.
Sin embargo, la utopía como viaje hacia los confines prefigura
no sólo la posibilidad de encontrarnos con una organización perfec-
ta, sino también de descubrirnos a través del relato. Genera una
suerte de conversión tanto del viajero como del lector, sea ésta de ca-
rácter moral, cívico o religioso. Es decir, el contacto del viajero con
un espacio inexistente y una temporalidad inmutable9, ofrece al lec-
tor la posibilidad de hacer uso de ese “vacío referencial” como puen-
te (Mumford), pasaje (Paredes) o frontera (Rojas, La escritura) hacia la
construcción de una realidad distinta. Es necesario aclarar que dicha
construcción (o reconstrucción)10 no requiere necesariamente de una
modificación radical del contexto socio-político del lector, sino,
como bien lo señala Bloch, posibilita una antelación ensoñadora de
lo que vendrá.
Teniendo en cuenta lo señalado, nos interesa poner en diálogo
las recurrencias narrativas de carácter utópico que Fernández de Li-
zardi intercala en sus periódicos y sus novelas a modo de encontrar
continuidades en torno a su preocupación por su rol de letrado den-
tro de la sociedad novohispana. Cada uno de estos episodios recurre
al género utópico como modo de reconfigurar el vínculo del letrado
criollo tanto con la ciudad letrada (Rama) como con el pueblo mexi-
cano durante los procesos de cambio social, político y culturales ini-
ciados por el período independentista.
Frente al viaje de descubrimiento español (viaje fundador del
discurso de la otredad americana a través de ojos imperiales [Pratt]),
Fernández de Lizardi plantea un viaje ficcional y distanciado que
conlleva un recorrido de redescubrimiento de la riqueza de América
y, en particular, del valor del rol letrado criollo dentro de Nueva
España. Para ello, hace uso del género utópico como modelo alter-
9
Al respecto, Davis, Trousson y Joset analizan de qué forma en las islas
utópicas predomina un tiempo presente infinito que no hace mella ni perjudica
la vida de los isleños.
10
Mumford estipula dos tipos de utopía: la de escape y la de reconstruc-
ción. Estos modelos de sociedad “perfecta” se prefiguran en base a distintos
objetivos: evadir momentáneamente la realidad de forma ingenua y superficial
por un lado, repensar las bases morales y cívicas de la sociedad en la que el
utopista vive, por el otro.
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nativo al modelo burocrático colonial (sin ser por ello una evasión o
negación del sistema real). A través del uso de este género narrativo
busca avalar la construcción de una comunidad imaginada (Anderson)
discursivamente americana capaz de sustentarse por sus propios
medios y de crear sus propias leyes. Si bien este periodista criollo
reitera el contenido y la estructura narrativa del modelo utópico de
Tomás Moro, sostenemos que sus recurrencias utópicas se caracte-
rizan por mostrar la incomodidad del letrado criollo en el espacio
ideal. Es decir, la regulación perfecta de la ciudad utópica conlleva-
ría el entendimiento de los ciudadanos de las leyes, derechos y
prohibiciones que regulan su vida sin necesidad de intérpretes sea
de la letra sagrada (religiosos) como de la letra jurídica (abogados,
escribanos y letrados en general). En esta comunidad aislada de la
corrupción y los vicios humanos, el Estado ejerce un control estric-
to sobre la vida de sus ciudadanos. Lizardi remarca en sus aproxi-
maciones utópicas cómo la ciudad y la ropa de sus miembros pasa a
ser escenario y libro de las leyes y oficios que otorgó el Estado:
Al día siguiente salimos a nuestro paseo acostumbrado, y habiendo andado
por los parajes más públicos, hice ver a Limahotón que estaba admirado de
no hallar un mendigo en toda la ciudad, a lo que él me contestó:
–Aquí no hay mendigos aunque pobres, porque aun de los que lo son, mu-
chos tienen oficio con que mantenerse; y si no, son forzados a aprenderlo
por el gobierno.
–¿Y cómo sabe el gobierno –le pregunté– los que tienen oficio y los que
no?
–Fácilmente –me dijo–; ¿no adviertes que todos cuantos encontramos
tienen una divisa particular en la piocha o remate de tocado en la cabeza?
[…] Mira, aquel que tiene en la cabeza una cinta o listón ancho de seda de
nácar, es juez; aquel que la tiene amarilla, es médico; el otro que la tiene
blanca, es sacerdote; el otro que se adorna con la azul, es adivino; aquel que
la trae verde es comerciante […] Los empleados en dignidad, ya con rela-
ción al gobierno político y militar, que aquí no se separan, ya en orden a la
religión, se distinguen con sortijas de piedras en el pelo, y según son las
piedras y las figuras de las sortijas, manifiestan sus graduaciones […] Los
nobles son los que visten túnicas o ropones de seda, y los que se han se-
ñalado en acciones de guerra, las traen bordadas de oro. Los plebeyos las
usan de estambre […] Los que veas que a más de estos distintivos, así
hombres como mujeres, tienen una banda blanca, son solteros o gente que
no se ha casado; los que la tienen roja, tienen mujer o mujeres, según sus
facultades y los que la tienen negra, son viudos (El Periquillo 767-768).
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del modelo ideal dado por Tomás Moro: “la utopía lizardiana no se
define como un reino totalmente imaginario sino como antisistema.
No es propiamente una ‘invención’, otro mundo, sino un ‘contra-
mundo regido por algunas ideas sociales de la Ilustración” (358).
Esta hipótesis de trabajo lo lleva a sostener que Lizardi plantea una
utopía ambigua (359) ya que no otorga un modelo ideal que el lector
quiera emular o desear aplicar. Según Joset, Lizardi construye una
utopía degradada ya que contiene fallas en su estructura o esqueleto
regulativo: “si la sociedad isleña fuese ideal, Periquillo hubiera teni-
do que convencerse de su perfección, arrepentirse, convertirse y
adoptar las costumbres utópicas” (359).
Nuestra postura concuerda con la de Joset: son innegables las fa-
llas del sistema o modelo utópico lizardiano. Estas fallas o quiebres
del modelo genérico transforman las sociedades alternas en escena-
rios de los cuales cualquier forastero querría escapar debido a la ri-
gurosidad de sus leyes y los grandes obstáculos para el ejercicio
pleno de la libertad civil. Sin embargo, al establecer una lectura dia-
crónica de las recurrencias utópicas lizardianas observamos que el
verdadero problema para este escritor no es el modelo utópico am-
biguo o fallado, sino el peligroso naufragio social que experimenta
el letrado criollo durante el período dinámico de las independencias
hispanoamericanas. El vagabundeo o recorrido errático del criollo,
lépero, catrín, pícaro, es la imagen clara del fracaso del sistema co-
lonial que ha avalado la formación de un sector de la sociedad que
luego no podrá insertarse en ningún oficio, labor o camino de vida y
que vivirá de la simulación, la mentira y, sobre todo, del engaño. A
lo largo de sus distintas aproximaciones utópicas, Lizardi resignifica
el lugar del letrado criollo como guía del pueblo desorientado en el
período independentista que solicita su ayuda y lo insta a salir de su
ociosidad. Así, se destaca la carta que el hermano del Pensador Me-
xicano, comerciante náufrago devenido en alcalde de la utópica isla
Ricamea, le envía a su hermano letrado en busca de consejos sobre
cómo gobernar. Esta isla americana se ve invadida por una revolu-
ción que no sabe manejar o controlar el hermano del Pensador. Por
ello, le pide a su hermano que le escriba un plan de acciones a se-
guir, como una suerte de manual de instrucciones: “escríbeme cuan-
to te parezca conducente al bien de este pueblo, al decoro de mi
honor y al beneficio general de la nación. Dame cuantas instruccio-
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