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Hace ochenta y siete años, en el atardecer del día 2 agosto de 1931, Avelino Siñani, campesino y
arriero aimara, y Elizardo Pérez, profesor rural, se estrechaban en un abrazo jubiloso: Había
concluido la faena comunal con que se iniciaba la construcción del local de una escuela para niños
de Warisata, en el norte de Bolivia. Aunque los unía el mismo sueño, probablemente no imaginaban
entonces que, al cabo de pocos años, la escuela que fundaban se convertiría en la mayor experiencia
de educación rural en América Latina.
El edificio mismo habría de tener en pocos años una estructura inusual. Además de las aulas y un
ambiente para la dirección, tenía un pabellón de internado con cinco dormitorios, con capacidad
para 150 personas. Además, contaba con ambientes para talleres de carpintería, tejidos, alfombras,
herrería, y un terreno extenso para el huerto. En medio de los edificios, un patio con jardines donde
florecían gladiolos y kantutas. El espíritu creador de los dos líderes, uno campesino, el otro citadino,
animó a los comuneros. Las crónicas que describen la empresa varían un tanto, pero todas hablan
de jornadas intensas de trabajo colectivo con tradición comunal, por turnos, con ceremonias y
cantos acompañados de tarkas y pinkillus. El principio no fue feliz. Tuvieron que pasar semanas para
conseguir que los comuneros vencieran sus recelos y se sumaran al esfuerzo de los dos pioneros,
que, solos, comenzaron a preparar el terreno. Mientras se avanzaba con la construcción, pared por
pared, techo por techo, se desarrollaban las labores escolares con una población que concertaba
sus tiempos para estudiar y trabajar en sus campos, como es tradición en el Ande. En ocasiones, las
comunidades cercanas prestaban su apoyo. Carlos Salazar Mostajo, que fue profesor en Warisata,
recuerda emocionado la faena comunal realizada en cinco días para reabrir un acueducto “inkaico”
que llevaría agua al huerto y las chacras de la escuela desde las lejanas faldas del Illampu, nevado
protector de Sorata.
La escuela de Warisata se fue perfilando como distinta a las demás. El edificio que la albergaba no
fue construido siguiendo un molde general de las escuelitas indigenales bolivianas. No; fue erigido
para ser un ambiente de trabajo y aprendizaje, para acciones distantes de la rutina donde, en medio
del silencio andino, se escucha el coro de niños que repiten una lección. Tampoco iba a ser –no lo
fue- un lugar que permanecería vacío en ciertos días y épocas. En Warisata no había “vacaciones
escolares”: se trabajaba todo el año, en consonancia con el calendario productivo de la comunidad,
y las labores no terminaban pasado el medio día, como se acostumbra en los sistemas escolares,
porque siempre había alumnos y maestros trabajando aun llegada la noche. Esto sucedía porque
Warisata no era solamente una escuela de niños. Allí, junto los pequeños de Jardín (de 4 a 7 años)
y los de la sección Elemental (hasta los 10 u 11 años), concurrían los jovencitos de la sección
Vocacional, y, finalmente, escogidos entre los mejores, los de la Profesional, una de cuyas secciones
era la Normal, de la cual egresaron maestros rurales que dejaron huella en muchos lugares del gélido
altiplano boliviano.
Por los años en que existió Warisata, los planes de estudio del sistema boliviano eran concisos, con
rubros más bien generales. Esto permitió que en la escuela se desarrollaran programas propios
ligados a la realidad campesina del norte boliviano, con acciones ejecutadas muy cerca de la
comunidad y con participación de la misma. Un año no era igual a otro, porque los asuntos
cambiaban. Años después, se acusaría a los maestros de Warisata de no tener una planificación en
regla, como lo disponían las autoridades de La Paz. Muy difícil debió ser para los maestros de
Warisata el intento de encasillar en documentos administrativos lo que se hacía en una verdadera
escuela de trabajo, ámbito donde los aprendizajes escolares se entretejían con las labores de
producción agrícola o artesanal. Una granizada podía hacer que todos abandonaran sus lechos para
salvar a medianoche los almácigos, suceso que sería examinado después para ganar experiencia; la
rotura de un eje podía quebrantar la rutina de producción en un taller y dar lugar a explicaciones de
mecánica; la floración de la quinua, la limpieza de una acequia, el nacimiento de un ternero, todo
podía ser ocasión de aprendizaje, para los comuneros mayores de manos encallecidas y para los
niños y adolescentes, que seguían siendo el centro de la atención pedagógica[1].
La escuela de Warisata hizo realidad las normas del Estatuto Orgánico de la Educación Indigenal,
aprobado en 1919, que contenía ideas avanzadas para su época; pero las llevó más allá. No estaba
previsto en el Estatuto que Warisata llegaría a tener un personal de 54 personas, conformado no
solo por profesores sino también por “maestros” de labores productivas, músicos, poetas,
“curiosos”. Dos escritores puneños y un artista cusqueño se cuentan entre el personal que laboró
en la escuela, a la que llegaron también José Antonio Encinas[2] y Gamaliel Churata. Tampoco estaba
previsto que los comuneros intervendrían en el gobierno de la escuela, como en efecto sucedió
desde que fue conformado un Consejo de Administración integrado con autoridades comunales, y
que actuaba siguiendo las normas tradicionales para tomar acuerdos y hacerlos cumplir.
La escuela de Warisata pronto se convirtió en el centro de un núcleo conformado con tres escuelas
más, dos unidocentes y una polidocente incompleta, que recibieron su influjo saludable. Años
después, el número de escuelas integrantes del núcleo se elevó a 33. Y así, con una escuela central
y escuelas seccionales en torno, se constituyó un modelo de organización valioso para el altiplano,
donde la dispersión de las poblaciones da lugar a pequeñas instituciones escolares también
dispersas y aisladas. Luis E. Valcárcel –que fue Ministro de Educación (1945,1946-1947) del
Presidente Bustamante- daría después un gran impulso a los Núcleos Escolares Campesinos, de los
cuales puede ser precursor al núcleo escolar de Warisata.
[1] No es arriesgado decir que la escuela de Warisata tiene mucho parecido con la Colonia Gorki,
dirigida por Antón Makarenko, la otra gran experiencia de educación ligada al trabajo productivo.
Entre ambas experiencias no hubo –no podía haberlos- vasos comunicantes; pero lo común entre
ambas fue la inserción del trabajo productivo en la educación.
[2] Encinas pasó un mes en Warisata, pocos años después de la publicación de su Ensayo de escuela
nueva en el Perú (Lima, Minerva, 1932). Poco sabemos de esa estadía, salvo que dictó cursos para
maestros, probablemente de sicología del niño, asunto que le preocupaba mucho.