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ERES LO QUE ESCRIBES,

ERES COMO ESCRIBES.

miércoles, abril 25, 2007

Nuestro idioma es una ciudad imaginaria que entre todos levantamos.

La materia básica de la escritura es el lenguaje. Y decir lenguaje es hablar


de vasos comunicantes que vinculan nuestro paso por el mundo, nuestra
cultura en el tiempo. Yo creo que de aquí a mil años el español seguirá
vivo y actuante, aunque no sea el español que hoy escribimos. Si puedo
leer las cantigas del rey Alfonso X, ¿por qué no podrían leer, en ese lejano
futuro, lo que hoy escribimos en nuestros blogs? Por más arcaica que les
llegara a parecer nuestra escritura del siglo XXI, estoy seguro que habría
puntos de comprensión, puentes de entendimiento.

Escribir es perdurar. Si no lo creen pregúntenle a Fernando de Rojas y a


Netzahualcóyotl. Y la única forma de preguntarles es leyéndolos, es decir,
entablando un diálogo, silencioso o en voz alta, con sus palabras, con sus
tramas, ideas y personajes. No necesitamos saber cuándo escribieron lo
que escribieron. Lo que requerimos es aceptar que estamos ante seres
humanos como nosotros: con sus penas y debilidades, con sus arrebatos y
alegrías.

De ahí que nuestro planteamiento: Somos lo que escribimos, somos como


escribimos. Pero eso lo advierten, sobre todo, los lectores. La otra orilla de
ese río interminable llamado escritura son quienes nos leen, quienes nos
observan sin condescendencias ni miramientos. Escribimos como somos
para que los demás sepan nuestras circunstancias en la realidad que nos
tocó vivir, para que los otros, nuestros cómplices, nuestros semejantes,
sientan lo que nosotros padecimos o gozamos en un momento específico
de la travesía humana. Y para ser veraces hay que ser precisos. Y para
decir las cosas por su nombre hay que darle su valor a las palabras, peso a
la escritura, razones a nuestro discurso.

No escribimos lo que nos place: escribimos lo que sabemos que nos place.
Es nuestra cultura, con sus intensas, con sus inmensas contradicciones, la
que surge cuando nos comunicamos con nuestro prójimo. Al escribir nos
desnudamos. Al leer somos testigos, voluntarios o involuntarios, del
desnudamiento de nuestros semejantes. En cada texto está algo más que
lo que quisimos decir: está nuestra educación, nuestra ideología, nuestra
perspectiva del mundo. La óptica con la que juzgamos las realidades que
nos acosan o divierten, los acontecimientos que nos simpatizan o nos
indignan, la geografía desde la que aprendimos el español con sus
distintos giros idiomáticos, con su riqueza de raíces árabes y judías, incas y
mayas, latinas y griegas, africanas y aztecas.

Nuestra lengua es historia en marcha. No algo detenido en el tiempo. No


una pieza de ámbar. No una reliquia. Es un ente vivo, una música que es
un regalo a compartir, un don a explorar de cara al futuro. Por eso
apuesto por su escritura consciente en todo momento y lugar. Por eso
pido se le cuide y se le atienda como una madre prodigiosa cuya
descendencia cuenta con hijos tan disímiles en timbres y tonos, en
personalidades y gustos.

De ahí que la claridad para expresarnos nos permite despejar malos


entendidos, nos ayuda a ver la diversidad de nuestro idioma, su riqueza en
frutos verbales, en palabras que nos ofrecen algo más que comunicación:
nos dan la posibilidad de entendernos mejor, de saltar sobre la
incomprensión, la desconfianza, las fronteras, nos sirven para trascender
nuestro tiempo y espacio, nuestros ritos y rutinas. Escribir es un ágora
donde nuestra lengua se fortalece a sí misma, un bálsamo que cura
nuestras dolencias y libera nuestros sueños.

La lengua castellana es una creación que alimentamos dondequiera que la


hablemos o la escribamos, es una ciudad que construimos entre todos,
que edificamos a diario con nuestra imaginación, con nuestro carácter y
temperamento, con nuestras ansias e idiosincrasias. El español es un
pacto entre hermanos, un vínculo que nos permite salvar nuestras
distancias y diferencias porque todos aportamos algo a su riqueza, a su
evolución y desarrollo. Empobrecerlo o reducirlo, subordinarlo o
minimizarlo no es un camino: es un callejón sin salida. Una claudicación
ante la lengua misma que nos permite expresarnos, decir quién somos,
mostrar nuestras pasiones y conocimientos.
Por eso Eres lo que escribes, eres como escribes tiene como propósito
impulsar el español desde lo que nos une y no desde lo que nos separa,
desde lo que nos fortalece y no desde lo que nos debilita. Escribir para
entendernos: pensando en los demás y no sólo en nosotros mismos.
Escribir para ser una comunidad y no un simple conjunto de sectas
herméticas con sus propias claves ortográficas. Escribir desde la libertad
que nos da el blog, con la responsabilidad de mantener un idioma vivo y
vivaz, lúcido y lúdico, vuestro y nuestro. Escribir, en definitiva, para
abrirnos al mundo sin olvidar lo que fuimos, sin perder lo que somos, sin
extraviar el futuro.

Yo espero, como los niños que estuvieron en el Congreso de la Lengua


Española en Medellín, Colombia, en 2007, que las palabras preferidas que
allí se dieron a conocer sobrevivan a las contingencias de la historia, a los
percances del mundo. Que palabras como chocolate, mamá, música,
carcajada o amigo nos sigan acompañando en nuestra larga travesía, que
continúen siendo indispensables en nuestro diario vivir, en nuestro paso
por esta tierra que llamamos nuestra pero que hoy sabemos es de todos.

Publicado por Gabriel Trujillo

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martes, septiembre 04, 2007

Lenguas vivas, lenguas libres

Decía Sófocles, el famoso dramaturgo griego, que los hombres libres


hablan lenguas libres. La libertad de expresión era un culto en la cultura
grecolatina, una manera de pararse frente al mundo y decir lo que uno
quiere sin tapujos, sin más asideros que la opinión de cada cual, de cada
quien.

Lo mismo va para la lengua española: la hablamos y escribimos como


hombres y mujeres libres, la conservamos y la transformamos según
nuestras necesidades y propósitos. Pero la libertad también les ofrecía a
los antiguos una parcela común para discutir y argumentar, para ponerse
de acuerdo y pactar aquello que los hacía fuertes frente a los grandes
imperios invasores de sus tierras, de su lengua.

Los griegos, en libertad, preservaron su propia cultura porque sabían que


en ella residía lo mejor de su sociedad, lo más profundos saberes y
deberes. Es decir: sus costumbres y tradiciones lo mismo que su capacidad
de soñar un futuro para todos los seres libres que tenían ideas propias,
pensamientos distintos.

La libertad es una idea en evolución constante y cosa igual puede decirse


de nuestro idioma: avanzamos como sociedad, como civilización, creando
nuevas formas de expresión, dándole nuevos giros lingüísticos, nuevos
significados, a las palabras que utilizamos día con día.

Nadie puede detener estos cambios. Nadie, con un mínimo de sentido


común, cree que puede hacerse tal cosa. La lengua española, como el
resto de las lenguas del mundo, está viva porque la seguimos moldeando
a diestra y siniestra. Una lengua está muerta no porque no se use en la
actualidad (aquí el latín es el ejemplo mayor) sino porque nadie la
retuerce, la cambia, la trastoca. El respeto a una lengua es como una
sentencia de muerte, como un embalsamamiento.
Una lengua está viva si la gente la usa a su real entender, si la sociedad
depende de ella para todas sus necesidades y requerimientos. De ahí que
por más que se utilice en ceremonias oficiales del Vaticano, el latín del
imperio Romano es una reliquia intacta, limpia de incorrecciones, que no
se habla en la plaza pública sino en los cubículos de los especialistas y en
las celdas de los conventos y monasterios.

Al oírlo nos recuerda un pasado de luces y sombras, pero no nos remite al


mundo contemporáneo, pleno de voces que distorsionan o recomponen
nuestro léxico, nuestra ortografía y redacción. Es, en todo caso, un
cadáver conservado por motivos religiosos o políticos, pero sin significado
real entre el pueblo mismo, su real hacedor y transformador.

Sin embargo, el decir la palabra cambio parece como si este concepto se


equiparara al de destino. Que el cambio sea un factor esencial para
comprender la realidad en que vivimos no significa que el provenir sea lo
que hoy decimos vaya a ser. Muchas palabras inventadas o muchos giros
lingüísticos han terminado por tener una vida efímera, por usarse sólo por
un momento de la historia de nuestra lengua.

Lo que hoy es moda, mañana es galimatías. El centro de la lengua, su


capacidad de expresar las cosas por su nombre y que estos nombres
abarquen a la mayor parte de los hablantes y escribientes de tal idioma, es
lo que mantiene la cohesión interna de cualquier lengua. Es el núcleo de
su permanencia (incluidos cambios y transformaciones en cada época y
con cada circunstancia).

La lengua, en todo caso, es un tesoro que cuidamos y, a la vez, es una


fiesta donde todos participan y en la cual puede suceder lo más
escandaloso y bizarro, lo más detestable y risible. Un acto de vida en
movimiento.

Publicado por Gabriel Trujillo

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miércoles, julio 09, 2008

La selección natural de las palabras

Darwin tenía razón si consideramos su idea de evolución en un contexto


humano: en el mundo en que vivimos sobreviven los más aptos (y aquí
apto no es equivalente a depredador sino a un ser capaz de sobrevivir a su
entorno no importando cuántos y cuáles cambios tenga que soportar), los
que logran adoptarse a los cambios conservando un núcleo de
conocimientos, costumbres y tradiciones efectivas, los que mantienen un
vínculo tenaz con su comunidad, pero la verdadera prueba de un lenguaje
para adaptarse sólo puede ser medida a largo plazo.

Esto es: no todo lo nuevo sobrevive necesariamente y no todo lo


establecido muere indefectiblemente. Porque cambios hay siempre y en
todo lugar, y lo que hoy es aceptado mañana puede ser olvidado. El
internet es un instrumento que, como bien lo decía McLuhan, ejemplifica
a la perfección que el medio es el mensaje. Y sus mensajes pueden
hacernos creer que la simplificación es el único camino evolutivo para
nuestra lengua, que el futuro de nuestro español se reduce a sus
consonantes e iniciales. No lo creo.

El internet, por ejemplo, es una herramienta de aprendizaje


extraordinaria, es una fuente de textos, un boom escritural como no se
había visto desde hace un siglo con las tarjetas postales. Nuevas
generaciones han resucitado el diario en formato de blog, la comunicación
epistolar en parrafadas de chat, el debate público en conversación
instantánea.

El cambio no es uno solo y en una sola dirección. Cada quien se adhiere a


los cambios que le convengan (pragmáticamente) o que le interesen
(idealistamente). Para eso son las opciones que da nuestra cultura, para
eso sirve nuestra lengua: para la memoria y la experimentación, para la
fortaleza y la flexibilidad de lo que decimos y escribimos lo que pensamos
y sentimos.
No se trata de defender una indefendible pureza de nuestro idioma (el
español es un melting pot de raíces griegas, latinas, celtas, árabes, judías,
africanas, americanas, es una construcción heterogénea, amalgama de
estilos y modas, que no se inmoviliza o petrifica), porque no hay mayor
prueba de la capacidad de supervivencia del español que sus nuevos giros
idiomáticos, que sus conceptos en uso, pero preservando una identidad
multifuncional que nos permita decir: Esto es lo que somos. Esta es la
escritura que nos escritura. En su conjunto, nuestra lengua es un retrato
de todo lo que hemos conseguido realizar en más de mil años de historia,
de todo lo que hemos podido fomentar para comunicarnos entre
nosotros. Y cuando digo historia digo evolución y expansión a una escala
mundial.

El español, como parte de un imperio, supo crear dialectos y versiones de


sí mismo al mezclarse con las lenguas nativas de las comarcas o reinos
conquistados al paso de sus soldados. Es, ciertamente, una lengua
impuesta, pero que acabo enriqueciendo nuestra cultura. En sus impulsos
y energías está nuestra herencia y nuestro legado, la mezcla de nuestras
tentativas y nuestros logros: vida por vida, palabra por palabra. Lo que
empezó como esclavitud e imposición acabó siendo un acto de
autoafirmación siglos más tarde: el español de ahora ya no le pertenece a
España sino que es propiedad colectiva y personal de cada hablante, de
cada escritor en cualquier lugar del mundo.

Lo que los griegos llamaron libertad. Ese espíritu que el español hoy
proclama y representa: sin falsas modestias, con orgullosa diversidad. De
cara al futuro.

Publicado por Gabriel Trujillo

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miércoles, agosto 05, 2009

¡Wacha, ése, lo que spiko no existe!

Al leer la noticia no pude hacer otra cosa que pensar que este
acontecimiento ya había sucedido, en forma muy parecida si no es que
idéntica, casi dos mil años antes. ¿A qué me refiero? ¿De cuál noticia
hablo? Don José Moreno de Alba, filólogo eminente, autor de libros
preciosos sobre la lengua castellana en nuestra patria y presidente de la
Academia Mexicana de la Lengua, se le acaba de ocurrir afirmar que el
spanglish no es ni será una nueva lengua, sino que viene a reforzar al
español que se habla y escribe en México. A lo más le da el carácter de
dialecto. Para nuestro querido académico, el spanglish no existe.

Y entonces recordé a los filósofos de la época de la decadencia del Imperio


Romano, cuando los buenos ciudadanos y literatos que vivían en la
península itálica, se quejaban amargamente de la forma escandalosa en
que las tribus bárbaras, las que habían sido incorporadas al imperio por la
fuerza, corrompían el latín y le añadían palabras de sus propios dialectos
(el imperio siempre llama dialecto a las lenguas que compiten con la suya
y que son un obstáculo a su objetivo de borrar, de arrasar las culturas
autóctonas de los pueblos vencidos). Allá por el segundo, tercero y cuarto
siglos después de nuestra era, estos gritos de angustia fueron cada vez
más repetidos y, a la vez, cada vez importaron menos porque la sociedad
del imperio romano terminó siendo mayoritariamente bárbara y
minoritariamente romana pura.

Para cuando Atila recogió los despojos y tomó a la fuerza la capital del
mayor imperio de la mundo antiguo, los hombres y mujeres que lo
habitaban hablaban (con la excepción de los jurisconsultos, los monjes y la
casta aristocrática) un latín “degradado”, o mejor dicho, distintos latines
“deformados”, de tal forma que ya no eran la lengua oficial del imperio
sino los cimientos de lo que más tarde serían el inglés, el francés, el
alemán, el italiano y el español.
¿Cómo fue que los bárbaros triunfaron sobre los cultos ciudadanos
romanos? Tal vez porque la lengua de uso es la lengua que pervive, el
idioma que logra perdurar por una simple razón: su capacidad de
adaptación a las necesidades de la comunidad donde se practica. En
realidad, los idiomas son herramientas utilitarias colectivas. Y cuando digo
herramienta me refiero a que una sociedad en su conjunto ve a su
lenguaje como un arma defensiva tanto como un juego en el que todos
participan: quitándole y agregándole palabras, inventando nuevos
vocablos, transformando las órdenes del opresor en signos propios, en
jerigonza que define quién es quién.

El lenguaje, entonces, es otra clase de campo de batalla entre amos y


esclavos, entre nativos y extranjeros, entre los que entienden el sentido
de lo que digo y los que se quedan sin saber lo que nosotros decimos de
ellos en su cara.

Y ese proceso sigue y sigue: el español de los españoles no fue el español


de los indígenas que tuvieron que aprenderlo para sobrevivir en la Nueva
España, ni el español mexicano de este lado de la frontera es igual al
spanglish que hablan los mexicoamericanos que viven y trabajan al otro
lado. Cada una de estas clases de español es una rama distinta de un árbol
por demás frondoso. Por eso siento un poco de ternura ante el exabrupto
de nuestro académico don José. Como los viejos filósofos romanos quiere
creer que hay una sola manera de hablar y escribir el latín deformado que
llamamos español y no las numerosas formas de transfigurarlo en otras
lenguas más adaptables a cada tribu sometida.

Decir que el spanglish no existe en nada hiere o agrede al spanglish ni a las


personas que lo hablan y lo escriben y lo viven como parte de su botiquín
de supervivencia cultural. Lo único que demuestra esta clase de
pronunciamientos es que el spanglish ya llegó para quedarse, que ya no se
le puede ningunear como hace apenas unas dos décadas todavía se
acostumbraba hacer entre los intelectuales del interior del país, para
quienes toda frase o expresión en spanglish era un acto de traición a la
patria, una forma de darle la espalda al castellano. Ahora se intenta
acaparar al spanglish, abrazarlo como un hermanito menor (véase el
paternalista prejuicio de clase) bajo la protección del español a la
mexicana (que casi siempre equivale al español defeño).

Intento inútil a todas luces. Porque el spanglish no necesitó permiso de


nadie para hacerse y difundirse ni necesita ahora bendiciones de sus
anteriores detractores. El spanglish es una ruta más hacia el futuro de dos
lenguas nacidas desde el latín: el español y el inglés. Una herramienta
práctica, excelente para nuestro tiempo de globalizaciones y fronteras
cerradas, de internet y ghettos en auge. Así que don José Moreno de Alba:
deje al fantasma del spanglish en paz. No seremos nosotros los que
dictaminaremos su destino ni sus cambios a futuro. Eso lo deciden, como
siempre ha sido, la gente que lo utilice y lo practique, la comunidad que lo
entienda y lo talka.

Por eso la conciencia del lenguaje es imprescindible: saber por qué


decimos lo que decimos y por qué lo decimos de una forma distinta a los
demás. Eres lo que escribes no es un imperativo categórico: es una
descripción de nosotros mismos en un mapa siempre cambiante, en
evolución constante. Un mapa que se hace al andar por su geografía de
palabras, de signos, de puentes que nos comuniquen, de ideas que
podamos entre todos hacer nuestras. No es una orden sino una petición
de principios: tratemos de entendernos con la lengua que somos entre
todos y tratemos de aceptar que cada dialecto es una posibilidad de
futuro, un atajo hacia otras comarcas por descubrir, por explorar, por vivir.

Publicado por Gabriel Trujillo

http://escribesinfaltas.blogspot.com/

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