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No escribimos lo que nos place: escribimos lo que sabemos que nos place.
Es nuestra cultura, con sus intensas, con sus inmensas contradicciones, la
que surge cuando nos comunicamos con nuestro prójimo. Al escribir nos
desnudamos. Al leer somos testigos, voluntarios o involuntarios, del
desnudamiento de nuestros semejantes. En cada texto está algo más que
lo que quisimos decir: está nuestra educación, nuestra ideología, nuestra
perspectiva del mundo. La óptica con la que juzgamos las realidades que
nos acosan o divierten, los acontecimientos que nos simpatizan o nos
indignan, la geografía desde la que aprendimos el español con sus
distintos giros idiomáticos, con su riqueza de raíces árabes y judías, incas y
mayas, latinas y griegas, africanas y aztecas.
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ERES LO QUE ESCRIBES,
ERES COMO ESCRIBES
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ERES LO QUE ESCRIBES,
ERES COMO ESCRIBES
Lo que los griegos llamaron libertad. Ese espíritu que el español hoy
proclama y representa: sin falsas modestias, con orgullosa diversidad. De
cara al futuro.
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ERES LO QUE ESCRIBES,
ERES COMO ESCRIBES
Al leer la noticia no pude hacer otra cosa que pensar que este
acontecimiento ya había sucedido, en forma muy parecida si no es que
idéntica, casi dos mil años antes. ¿A qué me refiero? ¿De cuál noticia
hablo? Don José Moreno de Alba, filólogo eminente, autor de libros
preciosos sobre la lengua castellana en nuestra patria y presidente de la
Academia Mexicana de la Lengua, se le acaba de ocurrir afirmar que el
spanglish no es ni será una nueva lengua, sino que viene a reforzar al
español que se habla y escribe en México. A lo más le da el carácter de
dialecto. Para nuestro querido académico, el spanglish no existe.
Para cuando Atila recogió los despojos y tomó a la fuerza la capital del
mayor imperio de la mundo antiguo, los hombres y mujeres que lo
habitaban hablaban (con la excepción de los jurisconsultos, los monjes y la
casta aristocrática) un latín “degradado”, o mejor dicho, distintos latines
“deformados”, de tal forma que ya no eran la lengua oficial del imperio
sino los cimientos de lo que más tarde serían el inglés, el francés, el
alemán, el italiano y el español.
¿Cómo fue que los bárbaros triunfaron sobre los cultos ciudadanos
romanos? Tal vez porque la lengua de uso es la lengua que pervive, el
idioma que logra perdurar por una simple razón: su capacidad de
adaptación a las necesidades de la comunidad donde se practica. En
realidad, los idiomas son herramientas utilitarias colectivas. Y cuando digo
herramienta me refiero a que una sociedad en su conjunto ve a su
lenguaje como un arma defensiva tanto como un juego en el que todos
participan: quitándole y agregándole palabras, inventando nuevos
vocablos, transformando las órdenes del opresor en signos propios, en
jerigonza que define quién es quién.
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