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ANTOLOGIA DE POESIA DE MUJERES, PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX

Alicia Salomone, U. Chile

DELMIRA AGUSTINI

“El arte” El libro blanco (1907) “Amor”

Rara simiente de color de fuego Yo lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;


Germinó en una hora bendecida Hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
A la sombra del árbol de la vida… Era un mar desbordado de locura y de fuego,
Nació trémulo y triste como un ruego. Rodando por la vida como un eterno riego.

Como oriflama victorioso luego Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
Yergue triunfal la pompa florecida, Que dobla ante la noche la cabeza de fuego;
Y se puebla de alondra. –Un día anida Después rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
Entre sus frondas, misterioso y ciego, Soñaba sus cristales el alma de la fuente.

Un pájaro que canta como un dios Y hoy sueño que es vibrante, y suave, y riente, y triste,
Y arrastra la miseria en su plumaje-. Que todas las tinieblas y todo el iris viste;
Con las alondras viene a su follaje Que, frágil como un ídolo y eterno como un Dios,
De alimañas sin fin la acometida, Sobre la vida toda su majestad levanta:
Y él vence y sigue de la Estrella en pos… Y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
Hoy es sombra del árbol de la Vida! En una flor de fuego deshojada por dos…

“La musa” “El intruso”

Yo la quiero cambiante, misteriosa y compleja; Amor, la noche estaba trágica y sollozante


Con dos ojos de abismo que se vuelvan fanales, Cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
En su boca, una fruta perfumada y bermeja Luego, la puerta abierta sobre la sombra helante
Que destile más miel que los rubios panales; Tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

A veces nos asalta un aguijón de abeja; Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
Una raptos feroces a gestos imperiales Bebieron en mi copa tus labios de frescura,
Y sorprenda en su risa el dolor de una queja, Y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
En sus manos asombren caricias y puñales! Me encantó tu descaro y adoré tu locura.

Y que vibre, y desmaye, y llore, y ruja, y cante, Y hoy río si tú ríes, y canto si tú cantas;
Y sea águila, tigre, paloma en un instante, Y si tú duermes, duermo como un perro a tus plantas!
Que el Universo quepa en sus ansias divinas; Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
Tenga una voz que hiele, que suspenda, que inflame, Y tiemblo si tu mano toca la cerradura
Y una frente que erguida su corona reclame Y bendigo la noche sollozante y oscura
De rosas, de diamantes, de estrellas o de espinas! Que floreció en mi vida tu boca tempranera!

“El vampiro” Cantos de la mañana (1910) “Por tu musa”

En el regazo de la tarde triste Cuando derramas en los hombros puros


Yo invoqué tu dolor… Sentirlo era De tu musa la túnica de nieve,
Sentirte el corazón! Palideciste Yo concentro mis pétalos oscuros
Hasta la voz, tus párpados de cera, Y soy el lirio de alabastro leve.

Bajaron… y callaste… Pareciste Para tu musa en rosa, me abro en rosa;


Oír pasar la Muerte… Yo que abriera Mi corazón es miel, perfume y fuego;
Tu herida mordí en ella -¿me sentiste?- Y vivo y muero de una sed gloriosa:
Como en el oro de un panal mordiera! Tu sangre viva debe ser mi riego.

Æ Æ

1
Y exprimí más, traidora, dulcemente Cuando velada por un tul de luna
Tu corazón herido mortalmente, Bebe calma y azur en la laguna
Por la cruel daga rara y exquisita Yo soy el cisne que soñando vuela;
De un mal sin nombre, hasta sangrarlo en llanto!
Y las mil bocas de mi sed maldita Y si en luto magnífico la vistes,
Tendí a esa fuente abierta en tu quebranto. Para vagar por los senderos tristes,
…………………………………………. Soy la luz o la sombra de una estela...
¿Por qué fui tu vampiro de amargura?
¿Soy flor o estirpe de una especie oscura
que come llagas y que bebe el llanto?

“Ofrendando el libro” Los cálices vacíos, 1913 “Nocturno”

A Eros Engarzado en la noche el lago de tu alma,


Diríase una tela de cristal y de calma
Porque haces tu can de la leona Tramada por las grandes arañas del desvelo.
Más fuerte de la Vida, y la aprisiona
La cadena de rosas de tu brazo. Nata de agua lustral en vaso de alabastros;
Espejo de pureza que abrillantas los astros
Porque tu cuerpo es la raíz, el lazo Y reflejas la sima de la Vida en un cielo!...
Esencial de los troncos discordantes
Del placer y el dolor, plantas gigantes. Y soy el cisne errante de los sangrientos rastros,
Voy manchando los lagos y remontando el vuelo.
Porque emerge en t mano bella y fuerte,
Como en broche de místicos diamantes
El más embriagador lis de la Muerte. “Otra estirpe”

Porque sobre el Espacio te diviso, Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego…


Puente de luz, perfume y melodía, Pido a tus manos todopoderosas,
Comunicando infierno y paraíso. Su cuerpo excelso derramado en fuego
Sobre mi cuerpo desmayado en rosas!
-Con alma fúlgida y carne sombría…
La eléctrica corola que hoy despliego
“El cisne” Brinda el nectario de un jardín de Esposas;
Para sus buitres en mi carne entrego
Pupila azul de mi parque Todo un enjambre de palomas rosas!
Es el sensitivo espejo
De un lago claro, muy claro! Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
Tan claro que a veces creo Mi gran tallo febril… Absintio, mieles,
Que en su cristalina página Viérteme de sus venas, de su boca…
Se imprime mi pensamiento. ¡Así tendida soy un surco ardiente,
Donde puede nutrirse la simiente,
Flor del aire, flor del agua, De otra Estirpe, sublimemente loca!
Alma del lago es un cisne
Con dos pupilas humanas,
Grave y gentil como un príncipe;
Alas lirio, remos rosa…
Pico en fuego, cuello triste
Y orgulloso, y la blancura
Y la suavidad de un cisne…

2
El rosario de Eros (1924)

“Cuentas falsas”

Los cuervos negros sufren hambre de carne rosa;


En engañosa luna mi escultura reflejo,
Ellos rompen sus picos, martillando el espejo,
Y al alejarme irónica, intocada y gloriosa,
Los cuervos negros vuelan hartos de carne rosa.
¡Amor de burla y frío
Mármol que el tedio barnizó de fuego
O lirio que el rubor vistió de rosa,
Siempre lo sé, Dios mío…

O rosario fecundo,
Collar vivo que encierra
La garganta del mundo.
Cadena de la tierra
Constelación caída.

O rosario imantado de serpientes,


Glisa hasta el fin entre mis dedos sabios,
Que en tu sonrisa de cincuenta dientes
Con un gran beso se prendió mi vida:
Una rosa de labios.

3
GABRIELA MISTRAL
“Todas íbamos a ser reinas”, Tala (1938) En las viñas de Montegrande
con su puro seno candeal,
Todas íbamos a ser reinas mece los hijos de otras reinas
de cuatro reinos sobre el mar; y los suyos nunca-jamás.
Rosalía con Efigenia
y Lucila con Soledad. Efigenia cruzó extranjero
en las rutas, y sin hablar,
En el valle de Elqui, ceñido le siguió, sin saberle nombre,
de cien montañas o de más, porque el hombre parece el mar.
que como ofrendas o tributos
arden en rojo y azafrán. Y Lucila, que hablaba al río,
a montaña y cañaveral,
Lo decíamos embriagadas, en las lunas de la locura
y lo tuvimos por verdad, recibió reino de verdad.
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar. En las nubes contó diez hijos
y en los salares su reinar,
Con las trenzas de los siete años en los ríos ha visto esposos
y batas claras de percal, y su manto en la tempestad.
persiguiendo tordos huidos
en la sombra del higueral. Pero en el Valle de Elqui, donde
son cien montañas o son más,
De los cuatro reinos, decíamos, cantan las otras que vinieron
indudables como el Korán, y las que vienen cantarán.
que por grandes y por cabales
alcanzarían hasta el mar. “En la tierra seremos reinas,
y de verídico reinar,
Cuatro esposos desposarían, y siendo grandes nuestros reinos,
por el tiempo de desposar, llegaremos todos al mar”.
y eran reyes y cantadores
como David, rey de Judá. “Desvelada”, Desolación (1924)

Y de ser grandes nuestros reinos Como soy reina y fui mendiga, ahora
ellos tendrían, sin faltar, vivo en el puro temblor de que me dejes,
mares verdes, mares de algas, y te pregunto, pálida, a cada hora:
y el ave loca del faisán. “¿Estás conmigo aún? ¡Ay! No te alejes!”

Y de tener todos los frutos, Quisiera hacer las marchas sonriendo


árbol de leche, árbol del pan, y confiando ahora que has venido;
el guayacán no cortaríamos pero hasta en el dormir estoy temiendo
ni morderíamos metal. y pregunto entre sueños: -“¿No te has ido?”

Todas íbamos a ser reinas, “Meciendo”, Desolación (1924)


y de verídico reinar;
pero ninguna ha sido reina El mar sus millares de olas
ni en Arauco ni en Copán. mece divino.
Oyendo a los mares amantes
Rosalía besó marino mezo a mi niño.
ya desposado con el mar,
y al besador, en las Guaitecas, El viento errabundo en la noche
se lo comió la tempestad. mece los trigos.
Oyendo a los vientos amantes
Soledad crió siete hermanos mezo a mi niño.
y su sangre dejó en su pan, Dios Padre sus miles de mundos
y sus ojos quedaron negros mece sin ruido.
de no haber visto nunca el mar. Sintiendo su mano en la sombra /mezo a mi niño

4
“País de la ausencia”, Tala (1938) “La otra”, Lagar (1954)

País de la ausencia Una en mi maté:


extraño país, yo no la amaba.
más ligero que ángel
y seña sutil, Era la flor llameando
color de alga muerta, del cactus de montaña;
color de neblí, era aridez y fuego;
con edad de siempre, nunca se refrescaba...
sin edad feliz.
Piedra y cielo tenía
No echa granada, a pies y a espaldas
no cría jazmín, y no bajaba nunca
y no tiene cielos a buscar “ojos de agua”.
ni mares de añil.
Nombre suyo, nombre Donde hacía su siesta,
nunca se lo oí las hierbas se enroscaban
y en país sin nombre de aliento de su boca
me voy a morir. y brasa de su cara.

Ni puente ni barca En rápidas resinas


me trajo hasta aquí, se endurecía su habla,
no me lo contaron por no caer en linda
por isla o país. presa soltada.
Yo no lo buscaba
ni lo descubrí. Doblarse no sabía
Parece una fábula la planta de montaña,
que ya me aprendí, y al costado de ella,
sueño de tomar y de desasir. yo me doblaba...
Y es mi patria donde
vivir y morir. La dejé que muriese
robándole mi entraña.
Me nació de cosas Se acabó como el águila
que no son país; que no es alimentada.
de patrias y patrias
que tuve y perdí: Sosegó el aletazo,
de lo que era mío se dobló, lacia,
y se fue de mí. y me cayó a la mano
su pavesa acabada.
Perdí cordilleras
en donde dormí, Por ella todavía
perdí huertos de oro me gimen sus hermanas
dulces de vivir; y las gredas de fuego
perdí yo las islas al pasar me desgarran.
de caña y añil,
y las sombras de ellos Cruzando yo les digo:
me las vi ceñir - Buscad por las quebradas
y juntas y amantes o haced con las arcillas
hacerse país. otra águila abrasada.

Guedejas de nieblas Si no podéis, entonces,


sin dorso y cerviz, ¡ay! Olvidadla.
alientos dormidos Yo la maté. Vosotras
me los vi seguir, también matadla!
y en años errantes
volverme país,
y en país sin nombre / me voy a morir.

5
ALFONSINA STORNI

“Buenos Aires”, Languidez (1920) Y abarca en dos golpes de ojo


Toda la costa de América.
Buenos Aires es un hombre
Que tiene grandes las piernas, Ponle muy cerca el oído;
Grandes los pies y las manos Golpeando están sus arterias:
Y pequeña la cabeza. ¡Ay si algún día le crece
Como los pies, la cabeza!
(Gigante que está sentado
Con un río a su derecha, “Van pasando mujeres”, Languidez (1920)
Los pies monstruosos movibles
Y la mirada en pereza). Cada día que pasa, más dueña de mí misma,
Sobre mí misma encierro mi morada interior;
En sus dos ojos, mosaicos En medio de los seres la soledad me abisma.
De colores, se reflejan Ya ni domino esclavos, ni tolero señor.
Las cúpulas y las luces
De ciudades europeas. Ahora van pasando mujeres a mi lado
Cuyos ojos trascienden la divina ilusión.
Bajo sus pies, todavía El fácil paso llevan de un cuerpo aligerado:
Están calientes las huellas Se ve que poco o nada les pesa el corazón.
De los viejos querandíes
De boleadoras y flechas. Algunas tienen ojos azules e inocentes;
Van soñando embriagadas, los pasos al azar;
Por eso cuando los nervios La claridad del cielo se aposenta en sus frentes
Se le ponen en tormenta Y como son muy finas se las oye soñar.
Se siente que los muertos indios
Se le suben por las piernas. Sonrío a su belleza, tiemblo por sus ensueños,
El fino tul de su alma, ¿quién lo recogerá?
Choca este soplo que sube Son pequeñas criaturas, mañana tendrán dueños,
por sus pies, desde la tierra Y ella pedirá flores… y él no comprenderá.
Con el mosaico europeo
Que en los grandes ojos lleva. Les llevo una ventaja que place a mi conciencia:
Los sueños que ellas tejen no los supe tejer,
Entonces sus duras manos Y en manos ignorantes no perdí mi inocencia.
Se crispan, vacilan, tiemblan, Como nunca la tuve, no la pude perder.
¡A igual distancia tendidas
De los pies y la cabeza! Nací yo sin blancura; pequeña todavía
El pequeño cerebro se puso a combinar:
Sorda esta lucha por dentro Cuenta mi pobre madre que, como comprendía,
Le está restando sus fuerzas, Yo aprendí muy temprano la ciencia de llorar.
Por eso sus ojos miran
Todavía con pereza. Y el llanto fue la llama que secó mi blancura
En las raíces mismas del árbol sin brotar,
Pero tras ellos, velados, Y el alma está candente de aquella quemadura.
Rasguña la inteligencia ¡Hierro al rojo mi vida! ¿Cómo pude durar?
Y ya se le agranda el cráneo
Pujando de adentro afuera. Alma mía, la sola; tu limpieza, escondida
Con orgullo sombrío, nadie la arrullará;
Como de mujer encinta Si en música divina fuera el alma adormida,
No fíes en la indolencia El alma, comprendiendo, no despertara ya.
De este hombre que está sentado
Con el Plata a su derecha. Tengo sueño mujeres, tengo un sueño profundo.
Oh humanos, en puntillas el paso deslizad;
Mira que tiene en la boca Mi corazón susurra: me haga silencio el mundo
Una sonrisa traviesa È Y mi alma musita fatigada: ¡callad!

6
“Domingos”, Languidez (1920) “Olvido”, Ocre (1925)

En los domingos, cuando están las calles Lidia Rosa: hoy es martes y hace frío. En tu casa,
Del centro quietas, De piedra gris, tú duermes tu sueño en un costado
Alguna vez camino, y las oscuras, De la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho enamorado
Cerradas puertas Ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa:
De los negocios, son como sepulcros
Sobre veredas. El hombre que adorabas, de grises ojos crueles,
En la tarde de otoño fuma su cigarrillo,
Si yo golpeara en un domingo d’esos Detrás de los cristales mira el cielo amarillo
Las frías puertas, Y la calle en que vuelan desteñidos papeles.
De agrisado metal, sonido hueco
Me respondiera… Toma un libro, se acerca a la apagada estufa,
Se prolongara luego por las calles En el toma corriente al sentarse la enchufa
Grises y rectas. Y sólo se oye un ruido de papel desgarrado.

¿Qué hacen en los estantes, acostadas, Las cinco. Tú caías a esa hora en su pecho,
Las negras piezas Y acaso te recuerda... Pero su blando lecho
De géneros? Estantes, como nichos, Ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado.
Guardan las muertas
Cosas, de los negocios adormidos “Encuentro”, Ocre (1925)
Bajo sus puertas.
Lo encontré en una esquina de la calle Florida
Una que otra persona por las calles Más pálido que nunca, distraído como antes.
Solas, se encuentra: Dos largos años hubo poseído mi vida…
Un hombre, una mujer, manchan el aire Lo miré sin sorpresa, jugando con mis guantes.
Con su presencia,
Y sus pasos se sienten uno a uno Y una pregunta mía, estúpida, ligera
En la vereda. De un reproche tranquilo llenó sus transparentes
Ojos, ya que le dije de liviana manera:
Detrás de las paredes las personas - ¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes?
¿Mueren o sueñan?
Camino por las calles: se levantan Me abandonó. De prisa le vi cruzar la calle
Mudas barreras Y con su manga oscura rozar el blanco talle
A mis costados: dos paredes largas De alguna vagabunda que andaba por la vía.
Y paralelas.
Perseguí por un rato su sombrero que huía…
Vueltas y vueltas doy por esas calles; Después fue, y ya lejana, una mancha de herrumbre
Por donde quiera, Y lo engulló de nuevo la espesa muchedumbre.
Me siguen las paredes silenciosas,
Y detrás d’ellas
En vano saber quiero si los hombres
Mueren o sueñan.

7
“El tranvía” (1927, poema no publicado en libro) “Siglo mío”, Ocre (1925)

Sobre dos vías de luna Siglo mío: concentra tu alma en una criatura.
se mueve Ya la veo: haz de nervios, casi sin envoltura.
el feo animal Y en la mano, cargada de elegantes anillo,
de hierro y madera. Un frasco inmundo lleva de ungüentos amarillos.
Su cara cuadrada y hosca
se agranda al acercarse. Viene hacia mí, me toma la mano descarnada,
Sus fríos ojos Pues mi gran risa aguda, ocre y desesperada,
de colores, Dice bien y se entiende con sus frases audaces,
y la cifra en su frente Insole ntes y frías, y sus modos procaces.
nos recuerdan un barrio
donde hemos vivido. Yo la invito: -Del brazo vamos por esas calles,
Monótona y antipática, Jovencitas precoces, de delicados talles,
su voz metálica No vírgenes, y hombres fatigados veremos
nos invita a aceptar
el destino. Sigamos tras la ola que el tanto descoyunta,
Por entre rascacielos la astuta luna apunta,
“Y la cabeza comenzó a arder”, Mundo de siete ¡Ea! Al compás gangoso de una jazz-band, ¡bailemos!
pozos (1934)

Sobre la pared “Uno”, Mundo de siete pozos (1934)


negra
se abría Viaja en el tren en donde viajo. ¿Viene
un cuadrado del Tigre, por ventura?
que daba Su carne firme tiene
al más allá. la moldura

Y rodó la luna de los varones idos y en su boca


hasta la ventana como en prieto canal,
se paró se le sofoca
y me dijo: el bermejo caudal...
“De aquí no me muevo; Su piel
te miro. color de miel
delata el agua que bañó la piel.
No quiero crecer (¿Hace un momento, acaso, las gavillas
ni adelgazarme. de agua azul, no abrían sus mejillas,
Soy la flor los anchos hombros, su brazada heroica
infinita de nadador?)
que se abre
en el agujero ¿No era una estoica
de tu casa. flor
todo su cuerpo elástico, elegante,
No quiero ya de nadador,
rodar echado hacia adelante
detrás de en el esfuerzo vencedor?
las tierras
que no conoces, La ventanilla copia el pétreo torso
mariposa, disimulado bajo el blanco lino de la pechera.
libadora (¿En otras vidas, remontaba el corso
de sombras. mar, la dulce aventura por señuelo,
con la luna primera?)
Ni alzar fantasmas
sobre las cúpulas Luce, ahora, un pañuelo
lejanas de fina seda sobre el corazón
que me beben. y sobre media delicada cae su pantalón.
Me fijo. Æ Æ

8
Te miro”. Desde mi asiento, inexpresiva, espío
Y yo no contestaba. sin mirar casi, su perfil de cobre.
Una cabeza ¿Me siente acaso? ¿Sabe que está sobre
dormía bajo su tenso cuello este deseo mío
mis manos. de deslizar la mano suavemente
Blanca por el hombro potente?
como tú,
luna.

Los pozos de sus ojos


fluían un agua “Vaticinio”, Motivos de ciudad, Mundo… (1934)
parda
estriada Un día,
de víboras luminosas. la ciudad que desde arriba
veo,
Y de pronto se levantará sobre sus flancos
la cabeza y caminará.
comenzó a arder Sus grandes remos
como las estrellas de hierro,
en el crepúsculo. moviéndose a un compás
solemne,
Y mis manos avanzarán río adentro
se tiñeron y el agua
de una substancia los sostendrá.
fosforescente. Con su ancha proa roma,
hecha para calar
E incendio en el horizonte
con ella túneles gigantes,
las casas sus selvas de chimeneas,
de los hombres, lanzas negras;
los bosques sus nieblas y sus penachos
de las bestias. y su ejército de casas,
ordenado por una
voluntad prevista,
dejará sus húmedos
sótanos coloniales,
y, atravesando el mar,
entrará en la Tierra
gastada y luminosa
de los Hombres.

9
“Imagen”, Motivos… Mundo... (1934) “Hombres en la ciudad”, Motivos… Mundo... (1934)

Palermo, espesa cabellera verde, Arden los bosques


sueltas tu crenchas del horizonte;
sobre el lomo diestro de Buenos Aires: esquivando llamas,
Casas de ensueño, como peinetas cruzan, veloces,
de colores, los gamos azules
las avivan y fijan. del crepúsculo.
El Río de la Plata,
musculoso brazo derecho, Cabritos de oro
acciona emigran hacia
articulado al torso de hierro de la ciudad: la bóveda
con sus dedos nerviosos y se recuestan
toma en racimo a los emigrantes, en los musgos azules.
los desparrama en el puerto;
conduce a los seres reparados, Se alza
a sus tierras natales; debajo,
toca con la uña enorme,
del dedo mayor la rosa de cemento,
a Montevideo; la ciudad,
para con sus puños terrosos inmóvil en su tronco
los toros azules del Atlántico; de sótanos sombríos.
alimenta sobre sus palmas
las grandes mariposas blancas de los veleros; Emergen
teje una túnica de gasas húmedas - cúpulas, torres -
para su cuerpo descarnado y cúbico sus negros pistilos
y levantándolo a la espera del polen
por encima del hombro lunar.
alcanza los verdes lunares
del Paraná. Ahogados
Paralítico casi, por las llamas de la hoguera,
su brazo izquierdo de tierra pampeana y perdidos
pende a lo largo de su cuerpo entre los pétalos
en un vaivén de espera… de la rosa,
Sus pies, invisibles casi,
mal calzados de un lado a otro,
con botines de humo negro, los hombres…
casuchas sombrías,
chapas de cinc,
sudor, fatiga y llagas,
se hunden
brutalmente
en los barrios del Sur.

10
“Danzón porteño”, Mascarilla y trébol (1938) “Sol de América”, Mascarilla…(1934)

Una tarde, borracha de tus uvas Cerrada está mi alcoba y yo viajando


amarillas de muerte, Buenos Aires, por las playas del sueño donde pesco
que alzas en sol de otoño en las laderas antiguos mitos y alza una madrépora
enfriadas del oeste, en los tramontos, su alma futura que escribirá libros.

vi plegarse tu negro Puente Alsina (El hombre, la cabeza desmedida,


como un gran bandoneón y a sus compases salta en los pararrayos pero añora
danzar tu tango entre haraposas luces su limo blando donde el alma holgada
a las barcazas rotas del Riachuelo: dejaba hacer al animal primero.)

sus venenosas aguas, viboreando Por su canal estrecho la milla


hilos de sangre; y la hacinada cueva; dejó filtrar minúscula una mano
y los bloques de fábricas mohosas, del sol ardiente que sacude el sueño.

echando alientos, por las chimeneas Crecido está de luces por su llama
de pethos devorados, machacaban mi cuarto oscuro y golpeando afuera
contorsionados su obsedido llanto en su cristal de fuego el Nuevo Mundo.

“Un lápiz”, Mascarilla... (1938)

Por diez centavos lo compré en la esquina


y vendiómelo un ángel desgarbado;
cuando a sacarle punta lo ponía
lo vi como un cañón pequeño y fuerte.

Saltó la mina que estallaba ideas


y otra vez despuntólo el ángel triste.
Salí con él y un rostro de alto bronce
lo arrió de mi memoria. Distraída

lo eché en el bolso entre pañuelos, cartas,


resecas flores, tubos colorantes,
billetes, papeletas y turrones.

Iba hacia no sé dónde y con violencia


me alzó cualquier vehículo, y golpeando
iba mi bolso con su bomba adentro.

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