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En los últimos tiempos, la palabra “crisis” está en boca de todos. No hay casi
un día en que no aparezca en los titulares de algún diario, en el discurso de
algún político, en la explicación de algún analista, hasta en la intimidad de
una conversación entre amigos. ¿Está todo en crisis? ¿Se acabaron los
paraísos personales? ¿Cómo es posible que la crisis afecte en forma
implacable desde la capa de ozono hasta las profundidades del alma humana,
pasando por los sistemas políticos, el dinero, la salud, la motivación de los
chicos en las escuelas y tantas otras cosas tan dispares y, a la vez, tan
comunes?
La metáfora del reloj resulta útil para comprender los efectos del paradigma
moderno. A mediados del siglo XIV, el reloj nace casi como una atracción que
desde los campanarios o las torres de las plazas permitía ordenar la vida de la
comunidad. Terminó adherido a nuestros cuerpos, internalizando el rigor del
tiempo métrico como el más incisivo artefacto de control social y personal.
Talvez a raíz de un miedo básico y ancestral, que al mismo tiempo nos llevó a
aferrarnos a la ilusión de un mundo real, sólido y estable, nos convencimos de
que todo puede y debe medirse y controlarse.
El gran giro paradigmático dado desde comienzos del siglo XX -primero por la
física y luego por las demás ramas de la ciencia y las humanidades- ha
marcado el fin del determinismo y la caída de la ilusión fundamentalista de la
certeza y el control. Hemos entrado decididamente en la era de la
incertidumbre y esto, que sin lugar a duda significa una fuerte conmoción
existencial y filosófica -la tan mentada caída del fundamento-, también abre
otras posibilidades epistemológicas y plantea el desafío de llevarlas a la
práctica.
Hoy sabemos, gracias a la teoría del caos -uno de los nuevos paradigmas en el
campo de las matemáticas y la ciencia de los sistemas- que la tensión no
siempre es negativa, sino que en los sistemas complejos tiene un papel
altamente creativo como disparador de súbitos reordenamientos de los que
emergen cualidades nunca vistas anteriormente y nuevas configuraciones
más apropiadas para enfrentar las mismas condiciones que dieron lugar a la
tensión.
De modo que llega también aquello que más nos cuesta, porque sólo se logra
desde el corazón: entregar, soltar el control. No rendirse y bajar los brazos,
sino confiar y acompañar. No retener, pues nada hay peor y más doloroso
que impedir el curso natural de aquello que puja por nacer.
© La Nación
La autora es antropóloga y epistemóloga. Investigadora del Conicet, escribió Del reloj a la flor
de loto. Crisis contemporánea y cambio de paradigmas (Del Nuevo Extremo, 2011)
Fuente: www.lanacion.com.ar/1440823-el-arte-de-vivir-en-crisis