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1-11-2018 Problemas
Antropológicos
Contemporáneos
Desde fines de la segunda guerra mundial tienen lugar los llamados procesos de
descolonización, que afectan la relación entre los principales centros de poder y el
llamado tercer mundo. En este marco, la antropología resulta objeto de fuertes
cuestionamientos a su práctica científica, en tanto disciplina que emanaba de las potencias
imperiales y hundía sus raíces en el sistema colonial. Si bien este proceso no constituirá
el foco de nuestro trabajo, se trata de un momento relevante en el devenir de la autoridad
etnográfica, en tanto se pone de manifiesto el contexto de producción de una serie de
trabajos fundantes en la disciplina. La autoproclamada neutralidad valorativa exhibía sus
fracturas en el tendencioso recorte de la realidad que realizaban estos trabajos, cuyos
objetos de estudio eran sociedades inmersas en un sistema de dominación colonial del
que la presencia misma del antropólogo constituía un síntoma, a la vez que un
instrumento. El aséptico cientificismo cede lugar ante una concepción en la que el poder
toma protagonismo en la relación que se establece entre el antropólogo y la sociedad que
estudia.
Sin embargo, estas nuevas teorías, si bien difieren radicalmente en sus supuestos
epistemológicos respecto al cientificismo, no implican en sí una ruptura en muchos
aspectos de la autoridad etnográfica en tanto no se modifica esencialmente la relación que
se establece entre el antropólogo y la sociedad que estudia. La construcción del estar allí,
persiste como un objetivo central de la estrategia discursiva, el texto continúa siendo un
producto monológico realizado por el antropólogo en el que los significados propios de
los sujetos pueden no aparecer más que como confirmación de un argumento. Estas y
otras críticas se postulan desde nuevos paradigmas etnográficos que proponen abrir el
género discursivo a las otras voces y exhibir en mayor medida el proceso de factura del
texto etnográfico, como resultante de una negociación permanente entre las partes.
Sería Bronislaw Malinowski junto a Radcliffe Brown quienes, hacia los años 20’,
desarrollarán una metodología coherente y sistematizada, de acuerdo a una teoría social
explicativa. Impugnando el amateurismo en el trabajo de campo, reclaman para los
etnógrafos profesionales, equipados de herramientas científicas, una legítima autoridad.
Ambos vinieron a “epitomizar al profesional científico, descubridor de leyes sociales
rigurosas” (Clifford, 1995, 45) adoptando un rol crucial en la instauración del
cientificismo en la antropología y en el refinamiento de la observación participante como
su método específico para la recolección de datos. Éstos serían recogidos por especialistas
formados en las últimas técnicas de las ciencias en una tarea que fusionara la
investigación empírica con las teorías. Particularmente, sus figuras unificarían la antigua
división entre el trabajador de campo y el teórico, en tanto la recolección de datos estaría
dirigida por ciertas abstracciones teóricas que permitirían alcanzar lo esencial –la cultura,
la estructura social – a través de la observación focalizada de determinadas instituciones.
“Se consuma un nuevo y poderoso género científico y literario, una descripción cultural
sintética basada en la observación participante” (Clifford, 1995, 47). Ésta, bajo el influjo
de esta escuela, recogía algunas de las exigencias ya planteadas por Boas, como el
conocimiento de la lengua, a la vez que se permitía una mayor elaboración teórica en un
doble movimiento de acomodación de los datos a las teorías y viceversa. Uno de los
trabajos clásicos construidos en esta clave es “Los Argonautas del Pacífico Occidental”
de Malinowski.
Bajo el impulso de estos ilustres iniciadores, y la adopción por una importante generación
posterior de investigadores, esta metodología devino hegemónica en la disciplina.
(Biselli, 2002, 5)
(Geertz, 1980, 4)
A su vez, la irrupción de este tipo de metáforas constituye intentos por responder a los
desafíos que presenta la realidad social entendida de una forma distinta, a la luz del
llamado giro lingüístico:
“(...) se trata de una concepción de la vida social como algo que está
organizado en términos de símbolos cuyo significado debemos captar
si queremos comprender esa organización y formular sus principios.
(...) intentos para formular la forma en que este pueblo o aquél, este
período o aquél, esta persona o aquélla tienen sentido para sí mismos,
y, comprendiendo eso, qué podemos comprender nosotros sobre el
orden social, el cambio histórico o el funcionamiento psíquico en
general.”
Uno de los primeros autores en comparar la comprensión de las culturas con la lectura de
textos es Dilthey, quien a su vez es una de las fuentes más importantes de la corriente
hermenéutica. Dilthey se preocupó por el problema de la verstehen afirmando que es
posible la inter-comprensión subjetiva en tanto coexistimos en un mundo compartido. Sin
embargo, el antropólogo se halla en una situación particular al acometer la interpretación
de las culturas, puesto que no pertenece a ella. De modo que es necesario que el etnógrafo
constituya, a través de la participación en la cultura, ese mundo significativo común que
le permitirá el desarrollo de interpretaciones estables (Clifford, 1995).
Mirar las culturas como ensamblados de textos sugiere la comparación del etnógrafo con
el crítico literario. Ambos tendrían la tarea de interpretar los textos constituidos por un
conjunto de significados desordenados e ingobernables, para vislumbrar en ellos algún
tipo de orden que los integre. Lo susceptible de ser textualizado e interpretado por el
antropólogo engloba, no solo lo dicho o lo escrito, sino también la acción —instituciones,
costumbres, rituales, etc. —, que llevarían inscriptas en sí un significado (Geertz, 1980).
En primer lugar, contrariamente a las corrientes cientificistas que vimos, desde estas
posturas emparentadas con la crítica literaria, las construcciones narrativas del relato
etnográfico son problematizadas. En tanto el lenguaje es puesto en el centro y se reconoce
su opacidad, es decir, su capacidad de construir una realidad textual independiente, se
revela que los objetos culturales presentados como objetivos por los antropólogos
positivistas, son productos de procesos autorales creativos. Entonces, la primacía del
sentido visual y las largas descripciones constituirían herramientas destinadas a construir
esa entidad cultural de un modo particular —y tendencioso— y no la transcripción
objetiva de lo que el antropólogo experimenta. Librados de la pretensión de objetividad,
los antropólogos interpretativistas aproximan la etnografía a un ejercicio estético,
entendiendo que la realización de una descripción convincente constituye un valor en sí
mismo. A su vez, las interpretaciones esgrimidas deben persuadir al lector y ser, sobre
todo, interesantes. De allí que, en ocasiones, sus composiciones se asemejen más a los
géneros literarios (biografías, cuentos, novelas, etc.) que a las etnografías tradicionales.
Se observa claramente un desplazamiento desde criterios pretendidamente objetivos hacia
un subjetivismo asumido (en diversos grados según cada autor).
El fuerte influjo que produjo Geertz en antropología, como ilustre exponente del
interpretativismo, e incluso extendiéndose hacia otras disciplinas, lo pone en el centro de
múltiples críticas provenientes de corrientes muy diversas. Lógicamente, los practicantes
de una antropología más convencional, o científica —como la llama Reynoso (1995)—,
atacan los principios epistemológicos interpretativistas y su metodología, que difieren
radicalmente de los suyos. Entre los problemas más resonantes en la teoría de Geertz, se
halla la imposibilidad de la evaluación de las diferentes interpretaciones plausibles sobre
una misma cultura o institución. Esto bloquearía el paso a cualquier verificación
contrastante y, al mismo tiempo, al progreso del conocimiento sobre el objeto en cuestión.
Por otro lado, su metodología no explicita un conjunto de reglas susceptibles de ser
utilizadas por los demás antropólogos; siquiera muestra el camino que lleva de los datos
hasta los significados que les atribuye. Por el contrario, las significaciones que presenta
se fundan primordialmente en el talento autoral y la inspiración estética: virtudes
difícilmente transmitibles a través de un programa (Reynoso, 1995).
Sin embargo, las críticas que nos resultan más interesantes son las que se plantean desde
las entrañas de la misma corriente hermenéutica ya que, incluso compartiendo los
principios generales del programa geertziano, entienden que Geertz exhibe un conjunto
de continuidades respecto a los paradigmas tradicionales, particularmente en el tipo de
autoridad etnográfica que construye, a la vez que contradicciones entre su práctica
concreta y su teoría. Muchas de estas fueron desarrolladas con ocasión del seminario de
Santa Fe (México) en 1980, que algunos entienden como el acontecimiento fundacional
de la antropología posmoderna y cuyas principales exposiciones fueron compendiadas
por Clifford y Marcus en el volumen “Writing Cultures”.
Creemos que una de las críticas más poderosas es la que impugna directamente el carácter
hermenéutico de la práctica de Geertz: en sus escritos no hay comprensión del nativo
desde su propio punto de vista. Así, se aleja de la idea fenomenológica de identificarse
con él, de meterse bajo su piel. (Reynoso, 1995) Sus etnografías exhiben interpretaciones
elaboradas por el antropólogo como observador externo e incluso basadas solo en la
conducta manifiesta de los actores. “Las construcciones de Geertz parecerían no ser más
que proyecciones (o confusiones) de su punto de vista, de su subjetividad, sobre la
pantalla proyectiva de un nativo abstracto.” (Reynoso, 1995, 13)
Según Crapanzano (1980) la etnografía se desarrolla hasta tal punto de este modo que
nunca aparece una relación o un diálogo entre el antropólogo y el indígena, sino que los
sujetos concretos son ocultados tras el colectivo (“los balineses”), al que se le adjudican
características no fundadas —al menos dentro del mismo texto. A su vez, Crapanzano
observa que, si la hermenéutica apunta a la comprensión en los propios términos del
nativo, la idea de una construcción monoglósica de la subjetividad de todo un pueblo o
de significados unánimes resultarían inconducentes. Aquí es posible rastrear las ideas
bajtinianas que observan en las relaciones dialógicas, esto es, en la superposición de
valoraciones, el sustento de las tramas culturales.
En la misma línea apuntan las críticas sobre la práctica geertziana de utilizar símiles
literarios para comprender las situaciones que tienen lugar en la cultura estudiada. En
primer lugar, Reynoso (1995) señala que se trata de una práctica etnocéntrica que
descuida el mismo relativismo cultural que la hermenéutica debiera privilegiar, puesto
que nada garantiza que exista una pieza literaria del mundo occidental que pueda
brindarse como analogía para comprender cada acción o institución de otra cultura —
menos aún en el reducido mundo literario en el que, necesariamente, se puede mover un
autor. Por otro lado, esta práctica puede ser también entendida en el marco de lo que
resalta Crapanzano acerca del afán de Geertz de establecer una relación de complicidad
entre él y los lectores —que supone cultos, occidentales, etc. —que, por supuesto, excluye
a los actores etnografiados, en tanto no son considerados como potenciales lectores y
carecen de esas características.
“En otras palabras, Geertz elicita una lectura singular (o sea, genera
una reseña definitiva) persuadiendo al lector de que él es un guía digno
de confianza a través de una realidad a la que él ha tenido un acceso
privilegiado: él ha sido, después de todo, un testigo de primera mano,
y nadie puede negar que sea un observador experto”
En este sentido, también persiste el estar allí y las descripciones destinadas a probarlo,
aunque, en el caso de Geertz, éstas adquieran un vuelo literario mayor, logrando pasajes
estéticamente atractivos. En este ejercicio adjudica estados psicológicos a los actores,
realiza comparaciones perspicaces y exhibe verdaderas iluminaciones interpretativas,
presentando retratos acabados y, a primera vista, satisfactorios, pero que no hallan sus
fundamentos en el texto, y difícilmente lo hagan en la experiencia.
“(...) esta hermenéutica es fraudulenta: se disipa en favor de una
retórica que impregna un discurso literario infinitamente alejado del
discurso indígena en que dice originarse y al que afirma traducir.
Queda la sospecha entonces, concluye Crapanzano, de que su objetivo
no es el objeto de investigación sino el método, a través del cual sólo
se busca reafirmar, de la manera más convencional, la autoridad del
autor.”
INNOVACIONES EN ETNOGRAFÍA
Llegado este punto en las críticas a quien fuera uno de los más influyentes exponentes del
interpretativismo, hallamos a la etnografía, y al modo en que construye su autoridad, en
una verdadera encrucijada, aguijoneada por el etnocentrismo, la imposición de los puntos
de vista del antropólogo, el monologismo autoral y hasta el abandono del protagonismo
de los sujetos y las culturas estudiadas. En este sentido, es que se plantean los
innovaciones etnográficas como modos de retornar a los sujetos y hacer sonar su voz.
Como horizontes de estas tendencias aparece la conformación de textos en los que se cita
textual y extensamente a los actores con el objetivo de que sus propios sentidos se
impongan sin la intromisión del antropólogo. De allí, el énfasis en representar los
contextos de investigación y las situaciones de diálogo, donde el etnógrafo incluso puede
no aparecer. Yendo más lejos aún, se elaboran volúmenes de autoría colectiva en los que
el antropólogo aparece como uno más junto a actores nativos que exponen su propio punto
de vista, dando como resultado un producto estilísticamente heterogéneo.
La emergencia de estas nuevas prácticas se relaciona con el hecho notable de que las
comunidades estudiadas se constituyen, cada vez en mayor medida, en potenciales
lectores de estos trabajos y, por tanto, en posibles críticos y censores, cuando antes esta
posibilidad era impensada. A su vez se da el caso de que las comunidades editan sus
propios trabajos sobre sí mismos, disputando la hegemonía ostentada por la antropología
respecto de las representaciones sobre sus propios pueblos.
CONCLUSIÓN
Por supuesto que, como observa Clifford (1995), los distintos criterios enunciados operan
en grados diversos en cada etnografía, con una relevancia mayor de uno que de otro, pero
que indudablemente coexisten y hasta se complementan. Acaso ninguno quede obsoleto,
sino que lo único que es vedado a través de estas reflexiones es su uso de forma ingenua
y discrecional.
Quizás no esté de más aclarar que los procesos revisados aquí, y presentados de forma un
tanto sintética, no se suceden de modo simple y esquemático, sino que se trata de
corrientes teóricas complejas, que persisten a la vez que surgen otras, y susceptibles de
ser presentados en mucho mayor detalle, como lo que aquí hemos analizado como
positivismo o cientificismo y hermenéutica.
BIBLIOGRAFÍA
SCAVINO, Dardo. (1999) “La filosofía actual. Pensar sin certezas.” Editorial Paidós.