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LITERATURA
INFANTIL
Ensayo sobre ética, estética y psicopedagogía de la
literatura infantil.
0
LA LITERATURA INFANTIL
SÉPTIMA EDICIÓN
I.S.B.N. 950-03-8370-5
Séptima edición:
1
IMPRESO EN LA ARGENTINA PRINTED IN
ARGENTINA
A GUSTAVO, CRISTINA Y DANA,
mis hijos,
LAURA, GUSTAVO, GABRIELA y BEATRIZ,
mis nietos, que fueron y siguen siendo mis mejores
maestros.
3
La escuela ha de ser para mí un
cielo en el que cada día se encienda
una estrella más. . .
5
ADVERTENCIA (de la P edición)
Este ensayo sobre literatura infantil no se propone ser una simple "guía
de lecturas". Para ese efecto no me hubiera movido en tal trabajo. Creo
que ni eso es lo que más puede interesar a los escritores, como
orientación, ni a los maestros y estudiantes como permanente lección. Tal
limitación, pues, no entra en mis cálculos. Sé que lo fundamental, lo que se
busca y no se halla, lo que se quiere saber y no se explica en parte alguna,
es el problema en su totalidad: su estética, su ética y la psicopedagogía de
la literatura infantil, limitada a su propia y exclusiva estructura desgajada
del resto del arte al servicio del niño.
Sobre esto, en una visión amplia y de conjunto no hay referencias
concretas. No hay el libro trazado en base a las cuantiosas
documentaciones que existen —si bien dispersas—a las experiencias
realizadas, y con miras a cierto objetivismo —y análisis científico— capaz
de ponernos a cubierto de interpretaciones puramente personales o
tendenciosas, sobre cada uno o todos los asuntos. Oue ése es, sin duda, el
otro peligro de una "guía" de lectura, un poco semejante a todas las guías,
en las cuales, más que primar un severo análisis, puede primar —y en los
casos que conocemos así sucede...— una caprichosa interpretación, de
acuerdo con la ética o la simple gustación personal de cada realizador de
tales guías. Evitar ese peligro y realizar un amplio trabajo de ensayo
previsto, fue nuestro interés.
Conocedor de esta materia por larga y especificada experiencia,
reafirmada y corregida luego en otros ambientes, en los que acrecí este
ejercicio de su conocimiento, especialmente dicté dos años esta
asignatura, mi labor no pretende ser una voz final, definitiva, sobre tales
aspectos, pero sí, reclamar la atención sobre el cuantioso material propio y
ajeno que sirve de cimiento a los conceptos que expongo y defiendo. No es
este trabajo, pues, fruto de ninguna improvisación con miras a un
deleznable objetivo cualquiera. Son muchos años de labor resumida y
puesta al día, en forma científica, tal como la pedagogía actual. Hemos
caminado, pedagógicamente, lo suficiente como para exigir tal condición a
toda obra que pretenda ser didáctica.
Como puede apreciarse por el índice, este ensayo consta de cuatro
capítuldos. En el primero se estudian los aspectos generales de la materia:
el planteo de su existencia (es decir, si existe como tal), las dificultades que
entraña su especialización, su función, la penetrabilidad como método de
superación, sus caracteres diferenciales, el problema de la moral y su
didactismo. Como consecuencia de la necesidad de trazar su didáctica
científicamente, el segundo capítulo estudia los fundamentales aspectos de
la psique del niño, en especial el proceso de su inteligencia, el lenguaje, la
imaginación, la mentira y la fabulación y los juegos, en sus relaciones con
esta clase de nutrición. De este estudio se desprende el capítulo tercero,
que es uno de los debatidos problemas de estos últimos tiempos: el
proceso evolutivo de la mentalidad infantil; las semejanzas y diferencias
mentales de los niños, con las de los adultos primitivos, y el nacimiento y
evolución del principal y primario elemento de su fantasía: los mitos. Y, por
último, un capítulo más extenso, en el que se desarrollan y analizan las
formas esenciales de la expresión literaria que sirven al niño: leyendas,
cuentos, fábulas, relatos, historias, novelas de aventuras, policiales y
sentimentales, clásicos, poesía, teatro infantil y la presentación material de
dicha literatura. Se las estudia en todos los aspectos: su origen, evolución,
formas y función. Algunas, como los cuentos de hadas, las fábulas o la
poesía —que han sido objeto de las más variadas discusiones—, se las
estudia en toda su profundidad, y creemos presentar, en nuestras
afirmaciones, el más exacto juicio aceptado por la moderna enseñanza.
Cada uno de los aspectos tratados, está seriamente documentado con los
pensadores más importantes, en cada caso, y fundamentado con
numerosos y claros ejemplos. Ellos han de servir por sí mismos, como la
mejor guía, para que los maestros sitúen lo conveniente y lo perjudicial.
Ése es el mejor camino, el más lógico, el más imparcial, y creemos, el más
amplio, pues rebasa el simple marco del recetario, cosa que, a veces,
parecería ser lo único que importa a los metodólogos. Nunca así de
mezquino fue nuestro criterio. Con ello se hace, por otra parte, el mejor
homenaje al maestro: no menoscabar con imposiciones formales, muy
restrictivas su juicio en la elección de obras y sí, hacerle conocer los
valores éticos y estéticos de la literatura infantil así como el proceso
psicopedagógico que se ha de seguir para su transmisión. Además, con
este criterio, estamos seguros de salvar la jerarquía y la trascendencia del
tema propuesto.
Y finalmente, debemos decir que la minuciosidad de algunos apartados
—que a veces pudiera quizá hasta pecar por demasiado sutil—, no lleva
otro objeto que el de promover en el ánimo de todos el máximo de respeto
para una psicología tan delicada como es la del niño; teóricamente siempre
reconocida, pero prácticamente, por lo general, siempre atropellada.
7
CAPÍTULO 111
Tal vez hubiera sido prudente el haber analizado nuevas producciones en la materia,
aparecidas con posterioridad a la publicación de esta obra para incorporarlas en lo que tuvieran
de aprovechable. Pero en un balance de lo editado hasta la fecha, nada original —o enriquecedor
— podemos señalar. Algunos trabajos, incluso, han tomado nuestro libro como base de muchos
de sus capítulos. Tal es el caso de La literatura infantil en México, de Blanca Lydia Trejo (México,
1950, edición de la autora), el que, a pesar de la "Nota importante" que figura como pórtico de su
obra, para valorar su esfuerzo —y ante "la carencia absoluta... de Tratados sobre esta materia
que pudieran brindar orientaciones y normas para despejar caminos. Buscando aquí,
preguntando allá, aprovechando a veces, dos líneas de todo un libro...", utiliza no obstante
capítulos enteros de nuestra obra, así como las citas de obras de la misma, las que aparecen
como consultadas por la autora. Esta situación, desleal por otra parte, es muy común con nues-
tros libros, dentro y fuera del país. Por ésta y otras razones de menor peso, nos hemos
concretado en la presente edición solamente, entonces, a revisar y ajustar su contenido, en vista
de nuevas y siempre crecientes experiencias, y de la esperanza en la transformación de la
conciencia docente en éste como en los demás aspectos de la educación.
2
Poesía puertorriqueña, antología para niños, La Habana, 1938. Prólogo de Juan
Ramón Jiménez.
acomodada a la psique infantil. En tal caso, dicha forma expresiva no sería
otra cosa que esa que numerosos escritores dedican a los niños,
especialmente, y que Altamira, desde muchos años atrás, ya la tiene
clasificada como "ñoña, sosa o insípida" 3.
Pero trascendiendo esta misma expresión ñoña, parecería no poder
negarse, por otra parte, la literatura de aquellos escritores que, como
Perrault —el caso más típico que ha de recordarse siempre—, dejaron en
su vida toda ocupación "seria" y se dedicaron a escribir "cuentos para
niños", como así piensan, según sus propias manifestaciones. Las dudas
sobre la existencia de esta forma literaria nos han entrado muchas veces,
sobre todo cuando pensamos que estamos de vuelta de tantas cosas,
como recalca Gabriela Mistral, y entre ellas, también, de lo que ha sido
llamado en distinto tiempo literatura infantil. "Lo que ha sido, es muy largo
—anota—; en poesía, un absurdo que podríamos llamar balbuceo de
docentes, lo primario en vez de lo elemental, el chiste en lugar de gracia, lo
ñoño dado como lo simple. Hay pocas bufonadas como esa poesía a medio
del camino del adoctrinamiento y la espontaneidad" 4. El libro del niño, de
este modo, pocas veces, o mejor casi nunca, ha alcanzado ese ideal que
define Juan Ramón Jiménez. Su libro, casi siempre, ha sido aquel resumen
de abominables cuentos que alguna casa editora publicaba, y que aquí
recibíamos de importación, para martirio del sentido de la vista, en tipos de
letras casi microscópicos: Teveo, Chiquitines, Pulgarcito y otros tales —
escribe un maestro español de hace un cuarto de siglo—; todos idénticos
en insubstancialidad y falta de gusto, o con esa otra literatura truculenta y
malsana de detectives y ladrones, con los Raffles, Fantomas y demás
héroes de la misma ralea. Y ésta es la literatura de la masa. Algunos pocos
pueden saborear el encanto de las obras selectas, como los Cuentos de
Grimm, Corazón o Robinson Crusoe. Otros pocos más se apasionan con
las obras de aventuras de Verne, Salgari, Maine Reid, si no tropiezan y
ahogan su espíritu indefenso en una literatura cursi o pornográfica5: ¿Es
ésta la literatura infantil?
Ahora si nos atenemos a las numerosas declaraciones autobiográficas de
hombres eminentes en arte y literatura, tanto como a las confesiones
corrientes de los propios niños rechazando determinada factura literaria
que lleva membrete "para los niños", parecería que esa forma literaria, con
cuerpo y estructura literaria, no existiera porque la que se pretende apta a
3
R. Altamira y Crevea, Ideario pedagógico, Madrid, 1923.
41
Gabriela Mistral, "El folklore para niños", Revista de Pedagogía, abril de
1935, Madrid.
5
M. Medina Bravo y Luis C. Ramos, "La estética en la escuela", publicación de
la Revista de Pedagogía, Madrid, 1934. pág. 80. Esta cita se encuentra en otros
libros además, como en el de Marcelo Braunschvig, del que haremos referencia.
9
su gusto no llena su apetito intelectual. Son muchos los ejemplos que se
podrían citar en este sentido. No quiero olvidar, entre ellos, el de un niño
que conocí, que cada vez que su padre le ofrecía el regalo de un libro, él le
recordaba: "Sí, pero que no sea para niños..." O el propio caso de la nieta
de Tolstoy, que corre como ejemplo clásico, la que, preguntada si le
gustaba un cuento, entre los más bellos escritos por su abuelo, para los
niños, respondió que sí, pero que le agradaban más los contados por su
nodriza 6.
Lo que existiría, entonces, serían valores, elementos o caracteres
determinados, dentro de la expresión literaria en general, escrita o no para
los niños, que responden a las exigencias de su psique durante su proceso
de conocer y aprender, que se ajustan al paso de su evolución mental, y en
especial al de determinados poderes intelectivos. Ya un viejo libro sobre la
materia, el de Marcelo Braunschvig, anota, justamente, que en cuanto a
libros escritos para uso de los niños, ellos están lejos de satisfacerles
siempre. "Es notable —ha dicho Anatole France— que los niños muestran,
la mayor parte de las veces, una repugnancia extrema a leer libros que se
han hecho para ellos." ¿Y cuál es la causa de este desprecio hacia sus
generosos, cuanto gratuitos, amigos? El mismo autor afirma que se debe a
los dos grandes defectos en que, por lo general, incurren los autores que
se dirigen a los niños: la puerilidad en que caen al aparentar sencillez para
ponerse al nivel de la mentalidad infantil y el tono moralizador con el que
pretenden caracterizar su obra, en la que siempre "se creen obligados a
representar la virtud recompensada y el vicio castigado. Los niños
comprenden confusamente lo que hay de artificial en semejante pintura y
pronto se fastidian"7. Mark Twain entre los muchos escritores que han
tratado este tema, al pasar, se ha burlado con gran finura y muy sobrada
razón, como destaca Altamira, "de la bobada de cuentos morales que
podrían clasificarse «clásicos»."
Como se comprenderá fácilmente, "el mostrar siempre a los niños la
felicidad que acompaña fielmente a la virtud y el infortunio que sigue
infaliblemente al vicio —aspectos que estudiaremos más detenidamente en
su capítulo respectivo—, es darles, desde luego, una idea inexacta de la
vida y prepararles, de este modo, para amargas decepciones", criterio éste
de Braunschvig, por lo demás, que está en la médula de la generalidad de
los conocimientos que la escuela trata de trasmitir a los niños. Pero en su
ineficacia, a fuerza de dogmatizarse en su función, ellos tienen su propio
castigo. A esta seria objeción habría que agregar aún la del pedagogo
6
R. Villar Negre, "Bibliotecas Escolares ¿qué leen nuestros niños?", Revista de
Pedagogía, abril de 1935, Madrid.
7
M. Braunschvig, El arte y el niño, Madrid, 1914, págs. 315 y sigs.
francés Rigaul, quien afirma que presentarle a los niños la virtud "como una
fuente aseguradora de beneficios, como una buena colocación, es
hacérsela amar por sus resultados, no por ella misma y enseñarles el
cálculo en vez de la moral" 8. Los grandes escritores que moralizaron en tal
sentido, como La Fontaine, por ejemplo, lo hicieron con "donaire y malicia"
—advierte la Mistral—, mas la familia pedagógica de La Fontaine se puso a
moralizar con "pesadez fastidiosa". Con esto se perdió la literatura (no creo
que tampoco se haya ganado la moral) porque en la gran familia aludida ha
primado, desde entonces, una moral logrera, a base de ardides, y una
moral para niños, a base de astucia, que "me parece perversa y cuando
menos sin atractivo para nuestra raza generosa"9.
Anatole France, preocupado por este tema, que fue inquietud también de
su país en un momento determinado, y en trance de escribir sobre La
biblioteca de Susana, se pregunta, como cuestión previa, si debemos dar a
los niños obras especialmente escritas para ellos, ya que existe tanto
antecedente de la reacción infantil contra toda obra que trata de
circunscribirse a su mentalidad. La pregunta no carece de un alto sentido
especulativo. Es posible que este afán de aniñamiento que caracteriza toda
obra de tal clase y en la que tiende a dar alguna experiencia sin
trascendencia, ya realizada, ese esfuerzo que el autor hace para entrar en
el mundo infantil, en vez de transportarlo a otro mundo, como dice France,
es la causa que quita toda novedad a la obra que él busca anheloso para
satisfacer su precaria imaginación. Hemos comprobado al igual que el
autor de El libro de mi amigo, cuánto más interesa a los niños siempre un
capítulo de El Quijote, una historia de Shakespeare o de Moliere, un cuento
de Tolstoy o de Homero, que esa literatura condimentada a su paladar. Por
eso mismo no dudamos en ratificar el concepto del maestro francés de que
lo más comprensible para los niños es un genio preclaro, y que las obras
que más le agradan son aquellas "en que se presenten magníficas y
espléndidas creaciones, donde la perfecta ordenación de las partes, forma
un conjunto luminoso, y cuyo estilo es enérgico y razonable" 10.
¿Y entonces, Perrault?, se me preguntaría. ¿Pero es que Perrault es un
escritor típicamente infantil? La crítica literaria, luego de minuciosos análisis
de su obra ha acabado por considerarlo como uno de los grandes maestros
de todos los tiempos. Sería falsa la apreciación si se le considerara un
escritor solamente de niños. En el fondo, Perrault como Defoe o Verne, no
es un escritor de personajes determinados para la infancia, sino que,
exactamente como piensa Arvéle Barine, no es más que un "Homero
8
Ob. cit., pág. 317.
9
Gabriela Mistral, ob. cit.
10
Anatole France, El libro de mi amigo, Madrid, 4? edición, página 220.
11
burgués" que ha recogido la tradición de un tiempo mediante fórmulas ex-
presivas adaptadas a todas las mentalidades, es decir, universales, aunque
dedicadas a la formación de las generaciones futuras. Pero, además, ha
debido proceder así, con estos elementos y con esta especie de
ingenuidad intencionada, por las condiciones en que ha tenido que librar su
batalla expresiva en el tiempo en que vive. No es por una casualidad que
en su misma época La Fontaine prefiera hacer hablar a los animales, antes
que echarse todo un mundo encima, como le sucedió al gran Moliere,
contemporáneo de ambos. Por la misma razón es que los cuentistas "para
niños", como destaca Barine en su muy buen estudio sobre Perrault, tienen
hoy, entre sus lectores, "muchas más cabezas calvas que en el siglo último
y quizá menos cabezas ensortijadas"11. Concepto que ratifica otro escritor
francés refiriéndose por su parte al notable Andersen, cuando afirma que lo
ha leído en la infancia "y todavía lo leemos teniendo la barba gris" 12. Y si
Don Quijote o las historias de Shakespeare o todo Homero, no son por
momentos accesibles al niño, ello se debe en especial a problemas de cul-
tura o erudición, pues ni Cervantes ni Shakespeare ni Homero cuando
escribían sus obras famosas, pensaron en dirigirse a los niños
determinadamente, como lo hizo Perrault.
La riqueza imaginativa de los grandes escritores es, por otra parte, el
mayor argumento en favor de su utilidad a los niños quienes por su
precaria imaginación precisamente han de necesitar de mayor cantidad de
medios; de expresiones que reúnan una máxima suma de experiencia, que
desenvuelvan un drama más totalmente y manejen personajes de
caracteres más concretos. Pero es que tampoco, ningún libro serio, dirigido
al niño, le ha sido solamente a él.
"Hasta el Robinson Crusoe que desde hace un siglo es clásico de la
infancia, anota A. France, iba dirigido a los hombres graves de su tiempo, a
los comerciantes de la City de Londres y a los marinos de Su Majestad. El
autor puso en esa obra todo su arte, su rectitud espiritual, su mucho saber
y su experiencia." Porque todo eso es necesario para entretener a los niños
13
. Todo eso y mucho más, agregamos. Ningún conocimiento que se trate
de inculcarle de una manera abstracta, además, conseguirá interesarle,
porque la facultad de abstracción es profunda, se alcanza con cierta
dificultad y es muy distinta en cada persona. Por eso su espíritu necesitará
el drama, el movimiento de los personajes, la suma de las experiencias
11
Arvéle Barine, "Les contes de Perrault", Revue de Deux Mondes, 1? de
diciembre de 1882, París, pág. 674.
12
Maurice Pellison, H. C. "Andersen et ses contes", Revue Pédagogique, octubre
de 1907, París, pág. 309.
13
Anatole France, ob cit., pág. 222.
populares y todo ello dicho con las más altas formas expresivas y con
innegable elevación de pensamiento.
De modo que, de acuerdo con estas reflexiones, se puede decir que
existe una literatura dirigida a los niños; escrita en un léxico especial, que
pretende consultar sus características psíquicas y responder a sus
exigencias intelectuales y espirituales, pero que esta literatura no es la que
interesa a la edad infantil. Y que hay mucha expresión, dentro de cualquier
literatura, cuya finalidad no fue la de dirigirse especialmente a los niños
para fomentar en ellos determinadas corrientes psíquicas y que, sin
embargo, les interesa más vivamente que esa preferentemente rotulada
"infantil" o la verdaderamente infantil sin rotulación. Gran cantidad de obras
que les son dedicadas especialmente, no les interesarán, pues, nunca, ni
llenarán las más precarias condiciones de su psicología. Y en cambio la
experiencia nos demuestra, como decía France, cuánto le interesan las
obras maestras de la literatura aun a veces sin siquiera estar adaptadas a
su entendimiento, obras que nunca consultaron la psicología infantil, ni
fueron escritas para servir a esos fines que se proponen las esencialmente
de este género, pero que igual lo consultan, porque responden a procesos
más totales en la evolución de la cultura humana, que hemos de estudiar
en su lugar respectivo. Por todo lo cual y a pesar de que piense que los
buenos escritores deben escribir obras que sirvan a los niños, aunque no
piensen en ellos al hacerlo, "tengo poca afición a los especialistas", igual
que el autor de "Abeja"-, no me decido, entre los especialistas, ni por el
hombre ni por la mujer, aunque advierta en éstas una sensibilidad más
aguda para entrar en el interés del niño —a pesar de que no conozco
ningún Perrault o Andersen femenino. . .—, y creo que todas las
recomendaciones a los escritores, sobre cómo escribir para los niños,
serán siempre pocas.
13
la primera literatura infantil sintética como su vida elemental" 14. ¿Es esto
todo? Por su parte, France aconseja no buscar una manera especial
cuando se escribe para los niños, y sí elevar todo lo posible el
pensamiento, perfeccionar cuanto sea dable al estilo, para que "todo viva,
todo aparezca en la narración claro, magnífico, potente. No existe otro
secreto para entusiasmar a los lectores" 15.
Pero a estos conceptos de France, que no creemos el más indicado para
formular preceptivas en tal sentido, agregaremos la emoción que traducen
las palabras de Andersen, que se quemó vivo en la fantasía de sus
cuentos, como destaca Brandes, quien nos aconseja, para mejor conocer a
su compatriota, leer cuentos como El patito feo "quinta esencia" del genio
de este autor. En este cuento se ve "ese apetito de honores que fue el
rasgo dominante de su carácter, ese humor melancólico que ha sido la
señal de su temperamento; ese martirio que, en un sentido, lo trasforma en
poeta; el triunfo, en fin, lleva de la humildad a los honores y a la gloria; y,
por sobre todo, sus dones de observador, la jovialidad de su espíritu, el
abandono de su fantasía victoriosa que le hizo soportar el ser desconocido
e incomprendido por ios necios y por los malos" x. Porque todo esto, que es
su vida, traduce Andersen en sus cuentos. Cuando Andersen nos descubre
su oficio, cuando nos muestra su minucioso trabajo de orfebre, contraste
tan grande frente a la ligereza con que se pretende escribir para los niños,
sentimos toda la santidad de su aptitud. Hablando de su cuento La bija del
Rey del Limo, por ejemplo, dice que es uno de los cuentos a los cuales ha
consagrado el mayor tiempo y cuidado. Puede verse a través de sus
palabras, como con un microscopio, de qué manera el cuento ha sido
concebido, desenvuelto y ha adquirido forma. "La idea propiamente dicha
—narra— me vino de golpe como nos viene una melodía, un aire conocido.
De inmediato conté la historia de una punta a otra, a unos de mis amigos;
en seguida la escribí una primera vez, después una segunda y a la tercera
redacción me di cuenta que partes enteras no tenían ni la claridad ni el
color que se necesitaban. Leí entonces las tradiciones de Islandia que me
trasportaban a tiempos muy antiguos y recibí impresiones por las cuales
me aproximé a la verdad. Leí también algunos relatos modernos de viajes
por el África: el ardor del sol tropical, las particularidades de esos países
me penetraron más y más y pude hablar de ellos mejor. Me aproveché
también de algunos escritos sobre las emigraciones de los pájaros, adquirí
nuevas ideas sobre sus vidas que figuran en ese cuento, y aunque en un
16
M. Pellison, ob. cit., pág. 324.
17
M. Pellison, ob. cit., pág. 324.
M. Godart, "Littérature enfantine", Revue de Pédagogie, noviembre de 1909,
18
pág. 467.
15
nota, toma el tono, el acento, el paso del narrador. El texto que contáis no
es un texto fijo y muerto, sino que lleva consigo el movimiento y el sonido
de la palabra viva. En el conjunto de las frases, a menudo se sucede una
especie de ritmo muy distinto al de la narración escrita que sostiene a la
maravilla la narración oral. Con esto, los rasgos musicales si así se puede
decir, onomatopéyicos, asonantados, repeticiones o refranes se encuentran
a cada instante . .. ¿No es ésta la razón decisiva de su éxito entre los
niños?"19
No olvidemos que Perrault estudia la niñez antes que nada para saber
qué efectos surtían sus relatos en el alma del niño. Y es él mismo quien
nos dice: "Se les ve caer en la tristeza y en el abatimiento en tanto que el
héroe o la heroína están en desgracia y gritar de alegría cuando el tiempo
de su buenaventura llega" 20. Y esto mismo haría el segundo gran
cuentista, Andersen, que llegó a identificarse de tal modo con los niños,
que ellos lo consideraban como uno de los suyos y, ya hombre, seguía
siendo para todos un niño. . . "un niño que mama" como clasificaba
Chasles a Andersen, en una carta dirigida a Brandes 21. Coussangges, a su
vez, nos reafirma este criterio con el ejemplo del canónigo bávaro Cristóbal
Schmidt, autor de innumerables libros, de tendencia religiosa, para niños.
Cuando contaba su Genoveva de Brabante (libro que hizo llorar mucho
también a los niños de nuestra América Latina por la impiedad del terrible
Golo) vio en determinado momento a sus pequeños oyentes estallar en
sollozos. Se le preguntó un día por la razón de la influencia sobre los niños
y respondió: "Ellos mismos me han enseñado sus necesidades. Sus
reacciones me hacen ver los defectos de mis narraciones, y, poco a poco,
entrando en sus vidas y comprendiendo sus maneras de pensar, me he
esforzado en hablar su lengua" 22. En este sentido podríamos abundar en
noticias sobre cuán difícil es el arte de escribir para los niños.
3. FUNCIÓN DE LA LITERATURA INFANTIL
19
M. Pellison, "Charles Perrault et ses contes", Revue de Péda- gogie, diciembre
de 1908, pág. 565.
20
Arvéle Barine, ob. cit., pág. 661.
21
M. Pellison, citando a Brandes en la ob. cit., pág. 316.
22
Jacques de Coussangges, "La Littérature enfantine en Alle- magne", La Revue,
mayo de 1907, pág. 87.
estas cosas extraordinarias (árboles que bailan, piedras que cantan, botas
que caminan) forman su bagaje intelectual predilecto, las concepciones e
ideas sobre las que se detienen con más vivo placer y con insaciable
avidez, y ello por la escasa fantasía que el niño posee. De este modo, el
mundo sobrenatural no tiene para ellos nada de mágico e increíble, sino
que es completamente libre y natural. Todo el mundo que descubren es
tanto o más maravilloso y fantástico, que esos que aparecen en las
historias de las hadas 23. Lo que para nosotros es lo más lógico, para el
mundo del niño resulta extraordinario. En relación con la evolución de sus
sentidos, va siendo el descubrimiento de lo maravilloso que vive, y a
medida que crece, nuevos y continuos mundos van apareciendo para su
imaginación, se van realizando para él. María Montessori, partidaria de la
religión en la escuela, cree, no obstante —y a nuestro juicio erróneamente
— que no se le deben dar al niño ni cuentos ni fábulas, porque ellos no
suponen más que un engaño. En el fondo, no es el niño quien goza con
esas narraciones maravillosas sino nosotros mismos que nos
complacemos en el engaño. Y al niño "no se le debe engañar, porque el
desengaño tarde o temprano llega a su alma, se apodera de ella y deja
para siempre un amargo sedimento de dolor o de indignación contra la
sociedad, según los caracteres"24 escribe Leonor Serrano comentando a la
maestra italiana. El problema está, según ella, en que el niño tiene escasa
imaginación, cosa que ratifican la generalidad de los psicólogos. Su
imaginación es la del pobre y cultivar su imaginación, a base de absurdos,
"es una falta ética, no por tradicional menos culpable" 25, criterio que nos
parece tan simplista como mezquino ya que este problema no puede ser
planteado en términos tan vagos y unilaterales. Porque, además de esta
imaginación insuficiente que el niño tiene, "otra propiedad característica
que debe contribuir a hacerle interpretar y gozar de un modo que no es el
sospechado por nosotros de las fábulas y los cuentos maravillosos, es su
innato antropoformismo. Todas nuestras distinciones doctas y sutiles entre
reino animal, vegetal y mineral, entre cosas animadas e inanimadas, no
existen para el niño; él juzga e interpreta todas las cosas que lo circundan
desde una sola fuente de experiencia, él mismo y las propias sensaciones
inmediatas y directas..."26. Por ello todas las cosas están vivas como él,
basta que se muevan, como veremos al estudiar las etapas de su
inteligencia. De este modo todas las cosas aparecen para el niño como
realizables y ellos son los grandes realizadores. En gran parte, en este
23
Paula Lombroso, La vita áei bambini, Torino, 1923.
Leonor Serrano, La Pedagogía Montessori, Madria, 1915. pág. 147.
24
25
Ob. cit.
26
Paula Lombroso, ob. cit., pág. 142.
17
rasgo reside su ansia por las literaturas inverosímiles: "contándoles cuen-
tos, agrega la socióloga italiana Paula Lombroso, creemos trasportarlos a
un mundo fantástico, inverosímil en el cual no ven los niños más que una
ficción poética e imaginaria, y en lugar de esto, todo aquel mundo
extraordinario de castillos encantados, de golpes de varitas mágicas, de
voces misteriosas, de próvidos animales amaestrados, está para el niño
más cercano a las cosas reales que las fantásticas; su experiencia
personal es tal que las fábulas maravillosas no le parecen más dignas de
maravilla que las cosas y los hechos que lo circundan. Y éste debe ser el
goce más grande que el niño halle en las fábulas"27. Y si él no creyera
totalmente que las cosas prodigiosas pueden suceder, tampoco rechaza
sus posibilidades. Les interesa en el grado que nos interesan las novelas
que son ficciones, aunque no del todo imposibles y que presentan ciertas
coincidencias con nuestras situaciones, sentimientos y aventuras.
Descartar el hecho de tina literatura poética que basa en sus relatos
maravillosos el encanto de la novelación, es no entender la intimidad
espiritual del niño, pues las cosas existen o no, para los niños, en la
medida que sus imaginaciones abiertas a la claridad poética del
conocimiento las acepten como existentes o inexistentes. Así también pro-
cedió el pueblo con la creación de sus leyendas populares, de su trabajo
poético y decantado a través de los tiempos Nunca iremos tan lejos como
va France cuando reacciona tremendamente contra el señor Figuier —que
ha descubierto que las hadas son seres imaginarios y por eso es necesario
desterrarlas— al querer suplantar con sus elementos industriales28 a las
hadas y el cotejo de seres irreales del mundo poético que en determinada
etapa, y necesariamente, forma la base de la realidad infantil. No vamos
tan lejos. En nuestra biblioteca infantil caben también estas lecturas sobre
todo hasta el grado en que el propio niño las condicione a su
temperamento y a su momento adecuado, aquél en el cual éste se sirve de
lo real para entrar en su fantasía, justamente. Mucho me extrañó, en una
rápida encuesta realizada con varios niños con un libro corriente de
cuentos que anda en las manos de éstos, Misia Pepa, que prefirieran el
cuento El Relámpago, que trataba de problemas de mecánica, siendo que
sus edades parecerían demostrar que aún estaban en los de maravillas.
Pero lo comprendí en seguida cuando tomé a uno del grupo y comentando
una fábula de animales... le dije: "¿No te parece fabuloso que hablen los
animales...?" A lo que el niño me contestó: —"Sí, pero ahora ya no
hablan..." Ciertamente, los niños ya estaban en edad en que les hablaba
27
Ob. cit. págs. 144 y 145.
28
Se refiere France al Alfabeto de las maravillas de la industria, de Figuier, uno
de los tantos libros que se escriben "para los niños".
más la mecánica que la fábula, en que tal vez les importara más, a pesar
de France, el Alfabeto de las maravillas de la industria del que es autor el
señor Figuier. Pero porque sabemos bien esto es por lo que
comprendemos que "el menor librito que inspira una idea poética, que
sugiere un dulce sentimiento y conmueve el alma, es infinitamente mejor
para la infancia y para la juventud, que todos los libros atestados de
nociones mecánicas". Por otra parte no existe el engaño que supone
Montessori. El mismo France, muy sabiamente, advierte, a menudo se ha
comprobado ello científicamente, que "el niño sabe muy bien que no se
halla en la vida real esas encantadoras apariciones" y que a veces puede
ser más peligroso para la propia realidad esa "ciencia recreativa que lo
engaña. . . falsamente práctica que no habla ni a la inteligencia ni al
sentimiento" 29.
Ahora bien; tanto una verdadera literatura, como la que pretende serlo,
tiene un cometido múltiple en cuanto a nuestra intención educativa. Creo
que este planteo implica una serie de problemas que nos llevarán a la más
exacta respuesta en cuanto a su eficacia. Por ejemplo: ¿Lo que leyeron
antes los niños es lo mismo que leen en la actualidad? ¿Leen menos, tanto
o más? ¿Busca el niño por sí mismo la lectura o se le condiciona
intencionadamente una determinada nutrición? Y todavía ¿cuál es el fin que
se persigue cuando se desea que el niño lea?
Refiriéndose a la primera pregunta, no sabemos cuánto de valedero
alcanzarán nuestras respuestas. Hace muchos años leí un estudio de
Lefévre a este respecto. En él se analizaba una encuesta hecha a los
maestros sobre la cantidad y la calidad de la lectura de los niños en ese
entonces. Era en 1910. La primera conclusión general demostró que los
niños consagraban mucho menos tiempo a la lectura que antes 30. Desde
entonces acá ¿permanece invariable el problema? Creemos que no. No
hablamos en base a estadísticas, pero los hechos parecen evidentes:
multiplicación de publicaciones y nuevos instrumentos creados para tal
efecto. Los maestros franceses de entonces culpaban de esta nueva
situación al excesivo trabajo de los estudiantes por una parte y a las nuevas
condiciones de la vida social, por otra. "En los medios pudientes, dice
Lefébre comentador, la vida familiar ha sido muerta por los placeres, los
deportes, los viajes, la necesidad de actuar y de exhibirse y el niño ha sido
apresado por el torbellino. En los medios modestos de lucha por el pan
cotidiano no les permite otra lectura que el diario de un franco" 31.
¿Subsisten estas razones en la actualidad? Creemos que sí y agudizadas
29
Anatole France, ob. cit., pág. 123.
30
"Lecture et collégiens", Revue de Pédagogie, diciembre de 1910, pág. 511.
31
s Ob. cit., pág. 507.
19
por los nuevos instrumentos sociales de penetración y mercantilismo, como
el cine, la radío y la televisión, que facilitan el folletín mediante sus relatos
cinematográficos o los episodios radiales y televisivos. En cuanto a lo que
leían en 1910, era ya muy distinto a las lecturas de años atrás. En ese
entonces primaban narraciones de aventuras, historias policiales y ya las
revistas deportivas por sobre lo que podríamos llamar "lo clásico" de la
literatura infantil; en una palabra, "se nota —dice— progresos de un
utilitarismo que carece de grandeza... Existe una regresión del idealismo y
una especie de despoetización de la juventud" 32. En la actualidad no
hemos podido localizar estadísticas ni otras observaciones que las
nuestras, que proyecten luces sobre este asunto. Creemos que los niños
leen más, en general, porque las lecturas son más accesibles a sus
posibilidades. Pero en cuanto a la calidad, evidentemente ha disminuido; se
ha rebajado el nivel de su literatura y en vez de lo clásico, ocupa su lugar lo
que llamamos "lo cursi", sea ello de la clase que fuere: sentimental, policial,
ectétera. La historieta que parece, desde algunos años a esta parte,
dominar el mercado infantil, es quien tiene la palabra en cuanto a su gusto
literario. En 1938, de acuerdo con datos extraídos para la publicidad, el
noventa por ciento de la población de todas las edades y clases sociales en
Montevideo se alimentaba con literatura policial y de aventuras en primer
término y sentimental en segundo. En cuanto al primer grupo, las
colecciones Misterio, Wallace, Mister Reeder, Sexton Blake, y todavía
Arsenio Lupin, dominaban ampliamente el mercado. El segundo grupo
estaba casi totalmente absorbido por las novelas "Delly". Eran tales
producciones la "nueva sensibilidad" en este aspecto literario y una
evidente continuación de aquellas expresiones que iniciaron Conan Doyle
(Sherlock Holmes), Ponson du Terrail (Rocambole) y las numerosas
derivaciones posteriores: Nick Cárter, Lupin, Báffalo Bill, en lo policial y
Carolina Invernizio, Carlota Braeme, etc., en lo sentimental. En los
momentos actuales esta masa infantil devora las historietas de los PifPaf,
Tit-Bits, Billiken, Fenómeno, Patoruzú, Historietas, El Tony, Gorrión,
Rataplán, Figuritas y otros.
Toda esta literatura de la masa, que no es desde luego considerada
como literatura infantil, pero que no podemos abstraer, es producto sin
duda de una nueva concepción social, de nuevas relaciones humanas, en
donde los personajes: ladrón, policía, gángster, etc., han adquirido un
relieve determinado debido al desarrollo de un clima que les ha sido
propicio, el mundo del capitalismo: las finanzas, la bolsa, las industrias, el
comercio; el ansia de dinero y el afán de enriquecerse "de golpe" de los
32
Ob. cit., pág. 511.
individuos; las luchas y competencias en el mercado productivo y en el
tráfico mercantil. Se puede observar, así, que no es porque sí que al
picaro, personaje de fines de siglo xv, en las dos últimas centurias, han
sucedido estos nuevos tipos: bribones, asesinos, ladrones y agentes de
policía criminal. Hay un acondicionamiento, una selección casi impalpable,
que se opera en el gusto de la masa mediante estos preparados sociales y
las razones nuevas de su existencia. La necesidad de esta literatura es,
pues, una consecuencia de determinadas condiciones que no se pueden
escamotear de su realidad. Cuando Ponson du Terrail dio muerte a su
famoso héroe Rocambole, alimento ya de un mundo entero, habitantes de
París organizaron una imponente manifestación para exigir de Terrail la
continuación de la novela. Por cuya razón, Terrail, cuyo éxito no había sido
superado por ningún otro, aún, resucitó moral y físicamente a su personaje
en una serie de nuevos volúmenes. Se admiraba la habilidad de los ladro-
nes, la astucia de los asesinos, con el mismo encanto que se admiraba la
perspicacia de los policías. Cuando todo este mundo de bandidaje y
tropelía económica adquirió una amplitud heroica e imponente en las
bolsas, en los parlamentos y en la prensa, el bribón fue cediendo su
puesto, como héroe de la novela popular, al policía capaz de descubrir
crímenes misteriosos muy complicados... aunque imaginarios. Tampoco
sucede por casualidad que Sherlock Holmes y Nick Cárter, los dos más
interesantes casos con que se inicia esta época para una literatura que iba
a ser dedicada, en gran parte a la infancia, aparezcan en Inglaterra antes
que en ningún otro país. Ni ello es producto de una leca fantasía. "La
imaginación crea lo que la realidad le inspira y no es la fantasía sin razón,
aislada de la vida, sino causas absolutamente reales..." ¿Pero cuál es el
encanto de todo este "cursi" literario que los adultos lo usan "para
descansar" y los niños "para divertirse"? De ello trataremos en el capítulo
correspondiente.
Y por último ¿cuál es el fin que perseguimos en el niño con esta
materia? El de instruirlo, educarlo y divertirlo, cuando no las tres cosas a la
vez. Las obras literarias puramente instructivas le disgustan; suelen ser
rechazadas y difícilmente cumplen su fin; cuando ello sucede es bajo una
tenaz presión. Los libros educativos también suelen llevarnos fácilmente al
equívoco porque los niños perciben de inmediato, anota Cousinet, que las
historias contadas en estos libros no tienen ningún aire de realidad y que
quienes las recomiendan se guardan muy bien de no leerlas nunca, porque
ellas son fabricadas especialmente para "educarlos". ¿Cuáles son,
entonces, las lecturas verdaderamente provechosas para los niños? Sin
duda las de distracción y placer y aunque las anteriores se conserven para
la preparación de los niños, a las últimas es necesario darles un lugar
21
importante porque son las que verdaderamente responden a las
necesidades del niño, y ejercen, o pueden ejercer, una influncia muy feliz
en el desarrollo de su psique
Aparte de estos problemas generales que entraña la función de la
literatura infantil, ella de por sí es la reveladora en el niño de intereses
adormecidos que esperan esa especie de varita mágica para despertar
aspectos de la experiencia que está viviendo; actúa sobre aquellos poderes
del intelecto, como la imaginación o sus sentidos estéticos, que necesitan
el empuje de corrientes exteriores para adquirir todo el desenvolvimiento en
su evolución psíquica. A este trabajo, que se denomina "educación de la
sensibilidad" y que es tan esencial en la vida del niño, debe agregarse el
propósito nato de la asignatura que explica Torner: llevarle a distinguir lo
valioso de lo que no lo es y hacerle gustar de lo primero, es decir, educar el
sentido apreciativo de la belleza que encierra una palabra o una imagen
determinada en función de su concepto.
Además de esto, de la adaptación que debe realizar en su gusto, la
literatura, que no es ni puede ser su único objetivo desde luego, es
necesario proponerse con ella, a la vez que ofrecer un alimento sano a la
imaginación del niño, iniciarlo en el conocimiento de la realidad, como
fundamentan en su propósito diversos autores. Con lo cual y trayendo de
este modo, poco a poco, al niño "del país de la quimera y del ensueño, le
aproximaremos a la vida sin perturbar por eso en manera alguna la
serenidad de sus diez o quince años". De ahí mismo el fundamento de su
cometido tan determinantemente directo como es el suyo y para lo cual ha
de reunir una serie de condiciones que hemos comentado en el capítulo
anterior33.
Y agregúese a todas estas funciones aún la de identificación, por el
goce, que toda lectura que pretenda ser provechosa, debe alcanzar en el
alma del niño, más allá de todo simplismo expresivo o puro retrato físico de
una modalidad de ser y de sentir que el niño siempre está luchando por
trascender. Muchos escritores creen que simplemente con ajustarse a
determinadas prescripciones psicológicas —no siempre las más veraces ni
las más fundamentales—, pueden alcanzar la jerarquía de productores
literarios para el gusto infantil, olvidando en ese su material fácilmente
agotable la observación que hacemos. Nada más erróneo. El niño, por el
propio sentido de la evolución de su experiencia cognoscitiva, necesita ir
trascendiendo de sí mismo y de sus anteriores retratos, paso a paso, a un
progreso que nunca es final y que se caracteriza por la obstinación
insatisfecha de su búsqueda, y por la alegría de su victoria frente a cada
33
Roger Cousinet, Les lectures des enfants, L'Educateur Mo- derne, París, mayo de
1911.
nuevo obstáculo que es el que, precisamente, más favorece ese
crecimiento intelectual. Solamente las literaturas infantiles que entiendan
esta lucha del niño, intencionadamente o sin proponérselo, alcanzarán el
éxito que pretenden como instrumento de cultura, además de instrumento
de diversión.
23
manifestación por excelencia del proceso mental" 35, cosa de la que no
dudamos en absoluto. En consecuencia, para Vaz Ferreira, criterio que
aceptamos, los libros penetrables tienen el fermento de interés del que
carecen los textos, por lo cual su acción es permanente, contrariamente a
la del texto que es momentánea. Un libro de literatura al servicio del niño —
así es como mejor se le estima—, es un libro escolar, es decir, un
instrumento más de trabajo; pero un libro de mala literatura no pasa de ser
un texto, como así lo diferencia Almendros, "una barrera puesta a la
iniciativa del pensamiento infantil"36. Lo importante, entonces, es tener en
cuenta que, si bien existe en alguna literatura no específicamente infantil,
elementos "que no se hallan total y absolutamente en un momento dado, al
alcance de quien debe sufrir su acción, como dice Vaz Ferreira, no importa
una condenación a aquéllos, y, por consiguiente, no constituye por sí sola la
objeción dirimente o de exclusión", sino que "lejos de ser eliminada
totalmente esta materia parcialmente inteligible, destinada a ser penetrada,
constituye el fermento vivo y estimulante de la educación en su forma más
eficaz naturalmente, bien seleccionada y en conveniente proporción" 37.
En nombre de estos principios comprobados o sobreentendidos,
numerosos pedagogos, desde muchos años atrás, no han dudado en
recomendar para los niños el alimento de las grandes obras: Dante,
Cervantes, Shakespeare, Goethe, etc., que, por ser la más alta poesía, son
el conocimiento total. Todas ellas obras que por mucho tiempo fueron
vedadas a los niños, en nombre de la dificultad de sus expresiones para la
captación y mejor provecho de su contenido. Con más frecuencia de la que
se cree, anota una educadora española, los niños nacidos en un ambiente
culto hállanse muy pronto familiarizados con estos maestros, prueba que
las encuentran atractivas y comprensibles. Ellos toman de sus lecturas, "lo
que les conviene y es afín a su naturaleza, para asimilárselo según sus
fuerzas y el alcance de su inteligencia, igual que les ocurre a las personas
mayores. Interpretan los hechos a sus modos; describen puntos de vista
peculiares, prescindiendo de lo que supera su capacidad o no encaja en su
esfera espiritual y todo esto con facilidad maravillosa... Son así los mejores
adaptadores que pudiera soñarse pues dejando la obra en su primitiva y
hermosa integridad, saben acomodarla a sus necesidades" 38.
Lo aconsejable pedagógicamente, en este sentido, es no prohibir a los
niños ninguna lectura que suponga un esfuerzo mayor al casi inconsciente
35
Ob. cit., pág. 42.
36
H. Almendros, Función del libro en el trabajo escolar, Enciclopedia de la
educación, marzo de 1931, Montevideo, pág. 163.
37
Carlos Vaz Ferreira, ob. cit., pág. 84.
38
Magdalena S. Fuentes, Lecturas infantiles, La Escuela Moderna, Madrid,
enero a diciembre de 1916.
que realiza el niño en la lectura corriente. Ratificado en el criterio
precedente que vimos, Vaz Ferreira aconseja, si bien no substituir los tex-
tos, que siempre son útiles porque resumen y ofrecen una visión general de
los asuntos, complementarlos siempre con libros penetrables. Pero, en
ningún caso, prohibir lecturas por las cuales los niños sientan interés, por
creérselas demasiado elevadas a su entendimiento, pues con tal actitud se
crea un muro a la posibilidad de que el niño trascienda más rápidamente
sus etapas, y si esto del tiempo no fuera el interés, diríamos entonces, con
"mayor profundidad". El deseo de alcanzar su superación en la
autoeducación que realiza —la más provechosa—, es lo que le incita
precisamente a usar medios superiores a su propia mentalidad. Es un
juego intelectual de capacitación que se manifiesta obsesionantemente en
el niño. No hay ningún peligro, y hasta es contrario a la propia teoría del
esfuerzo, entonces, el prohibirles ese camino en nombre de cualquier
riguroso escalonamiento prescripto.
La peptonización, tal como ha sido entendida por gran parte de la
educación moderna, en muchos aspectos suele ser un grave perjuicio para
la educación por la restricción que supone a su esfuerzo. Es necesario
evitar, y muy especialmente en esta materia, en donde por lo general priva
la tendencia del "añoñar" al niño, que éste quede inhibido para ampliar sus
horizontes mediante su procedimiento de penetración. Una literatura que
no deje ininteligible cierta zona de su desarrollo a la mente del niño pierde,
en gran parte, su eficacia como emuladora, de la misma manera que toda
literatura que repita su simplismo agotable al examen inmediato que se
efectúe en ella, acaba por hacer artificiales las formas con las que se
propone justamente crear valores perdurables.
De esto se deduce que existe una literatura que es totalmente absorbida
por el niño, y otra en la que él solamente penetra. Si la primera presenta
como ventaja la de adaptarse totalmente a su comprensión —y la
desventaja de cristalizarse por su repetición, que se sistematiza en elemen-
tos idénticos—, la segunda, que exige mayor esfuerzo para su
entendimiento, rompe esa limitación de lo totalmente conocido y lo
transporta a mundos de más alto esfuerzo mental y sensitivo, agregando
nuevos aspectos de un conocimiento, satisfaciendo más ampliamente su
experiencia, y, sobre todo, respondiendo más exactamente a su cometido:
ampliar su campo imaginativo y la multiplicación de sus imágenes. Si hay
una literatura que verdaderamente lleve un contenido cultural ha de ser
esta penetrable. Le importará vivamente porque lo sobrepasará de sí
mismo. Porque no detiene, como una barrera, en ningún instante, su evo-
lución mental, el juego de su pensamiento, y porque le asegura siempre un
mínimo de nuevos conocimientos o goces que presiente. Y como lo
25
importante es que la literatura cumpla su función y no trabe su desarrollo
mental o sensible en ningún momento, toda literatura, pues, debe estar
puesta al alcance de su interés —"¿en su totalidad?, ¿frag-
mentariamente?", ya se verá-—porque lo importante no está ni en la obra
ni en el niño por separado, como opinan Medina Bravo y Ramos, sino,
justamente, en la posibilidad de adecuación entre ambos 39.
41
Ob. cit.
27
o un ratón, una rata es un lacayo. Ulises es un joven o un viejo, Minerva es
una diosa y es mortal, Proteo es todo lo que el niño quiere, un gato habla
como un hombre, botas mágicas se adaptan a todos los pies. Es una
transformación perpetua. Nada es sino lo que parece ser y las cosas sin fin
y los seres pasan de un estado a otro, sin que uno pueda asirse de nada,
sin que nada parezca estable, inmóvil, en este mundo irreal hecho de luz y
de sombra. Después que el niño crece, las percepciones se precisan, el
mundo se inmoviliza, aparece la estabilidad y la diferenciación. Pero
justamente porque el mundo está detenido en formas diversas, no es real, no
opone todavía resistencia a la actividad libre y triunfante del héroe. El
cerebro rueda sin que nadie lo detenga. La bala vuela, las rodillas se
desplazan libremente en las carreras, no hay obstáculos ni peligro. Los
gigantes huyen o mueren, los monstruos ceden; el viajero continúa sin ser
detenida su exploración; los audaces aventureros atraviesan los océanos,
surcan el aire, descienden al centro de la tierra o suben hasta la luna. El
triunfo es seguro. El mundo no resiste, no es más que la materia de nuestro
sueño. Demos un paso más todavía. El niño conoce mejor el mundo, sabe
la duración y la manera como él se opone a nuestro sueño, su solidez con
la cual chocamos. No importa: la astucia, las invenciones científicas, el
poder del dinero, la ayuda de las sociedades ocultas y poderosas
socorrerán a los héroes. La fortuna de un Matías Sandorf lo convierte en el
amo del mundo; un destino feliz conduce a Sherlock Holmes al éxito; los
fenianos innumerables rodean a Rocambole y le dan un poderío invencible.
. ." 42
Y así, de este modo, gradualmente, vemos persistir una característica
que resume las preferencias del niño en relación con su concepción del
mundo. A medida que su concepción se va tornando más intelectual, le
resultará más difícil la elección de su literatura. Pero siempre persistirán
estas dos estructuras que se desenvolverán paralelamente: la visión de un
mundo que no es nunca resistente a una actividad feliz, libre y ayudada por
la suerte para el incuestionable triunfo final.
Esto en cuanto al concepto general de su identidad con la nutrición.
Ahora bien: cuando tratamos en el primer capítulo sobre la existencia o
inexistencia de una literatura infantil, reafirmando un concepto de France,
dijimos que el más bello libro del mundo no conseguirá interesar a un niño
si expresa sus ideas de una manera abstracta, siempre será necesario
para avivar su interés y conseguir su propósito que intervengan otros
elementos en el desarrollo de sus ideas ¿Cuáles son ellos? Antes que
ningún otro, sin duda el carácter imaginativo que posean ya sea en mayor
42
Ob. cit.
o menor grado; traducidos en mitos o apariciones de la antigüedad o en los
monstruos o realidades de la edad moderna; expuesto en cualquier forma
expresiva que sea: leyenda, cuento, fábula, historietas, etc., descripto con
belleza poética o en forma más o menos realista y descarnado de toda
lisonja idiomática; dicho en largas tiradas subjetivas o en pocas y simples
expresiones que completan su expresividad con dibujos o ilustraciones que
más que dicen, sugieren. Esa calidad imaginativa es, en primer término, la
que ha de afirmar el máximo interés de la expresión para el niño. Vida más
imaginativa que real —como veremos en el capítulo en que estudiemos su
imaginación—, la de todas sus primeras etapas, su tiempo de invención
para suplir lo que ignora en relación con la distancia que va del raciocinio a
la comprobación experimental, es tan fundamental como el movimiento
interior de sus relaciones cognoscitivas. Su mundo interior, que se va
forjando de contradicciones para su mentalidad, con su multiplicación de
imágenes, colaborará en el conocimiento que ha de ir necesitando. Y "este
movimiento interior de los niños, sobre todo a cierta edad, anota la
educadora inglesa Mac Millan, consiste en una constante producción y
desfile de imágenes que se proyectan al exterior, pero que forman un
mundo hacia el cual se retira el soñador como un refugio contra la cruda
realidad. .43
He visto muchos niños que se deciden a leer una obra simplemente
porque tiene "un argumento fantástico", como leo en un cuaderno de un
niño de trece años. Otros porque "el país de los gnomos es maravilloso e
irreal" como opina un niño de diez años, a raíz del libro El mundo de los
gnomos de Selma Lagerlóf; o porque es "un cuento muy fantástico" La
tempestad de Shakespeare (doce años), y así sucesivamente. Los niños de
menos edad, sobre este punto son, como se sabe, todavía más concretos y
radicales en cuanto a este aspecto, ya que ellos viven en medio de una
realidad que es fantástica como la propia fantasía de los cuentos. "No
olvidemos jamás, agrega la educadora aludida, que el niño vive su vida
interior, centro para él de toda relación con el exterior a despecho de
cualquier actitud nuestra que pueda contrariar aquella vida" 44, a despecho
de toda cultura sin drama ni invención, agregamos, que pretenda
prevalecer sobre sus invenciones y dramas interiores; a despecho de toda
intención, más o menos falsa, con que tratemos de eludir sus etapas de
desarrollo interior para precipitar su aprendizaje.
Toda exploración en ese drama de proyectarse, tiene en el niño carácter
de drama interno que nunca se termina y que puede ser reproducido en
cualquier momento, como así piensa Margarita Mac Millan. El dramatismo,
43
Margarita Mac Millan, La imaginación infantil, España, 1932.
44
Ob. cit.
29
de este modo, es el segundo rasgo esencial de esa literatura infantil,
dramatismo que refleja el suyo, o que trata de hacerlo, el suyo ideal y
absurdo, la más de las veces, realista y desnudo en otros, pero siempre
importante para centrar toda la atención del niño y obligar una conjunción
de sus imágenes interiores a su alrededor. Ello sucede en su esperanza de
que en este drama que están viviendo sus sentidos, se podrán repetir los
movimientos interiores que hacen el suyo, entonces. El propio Perrault
destaca la alegría o la aflicción de los niños mientras se desarrollaban las
escenas de su narración, al igual que lo hace Schmid, como vimos.
Al preguntar a una niña, ya casi adolescente, y en cuya vida me parecía
que esta fantasía dramática ya no tenía lugar, por qué le interesaba un
cuento inverosímil, me contestó que "porque quisiera que ese mundo y
esos personajes (liebres voladoras, etc.) fueran así...". Cada vez que
averiguaba, en experiencias realizadas en tal sentido por el personaje
conocido que el niño quisiera ser, siempre se me contestó que aquel que
representa el drama. Así, una niña lectora de biografías, se decide siempre
por el biografiado: por Leonardo da Vinci, "porque fue uno de los hombres
más sabios de su tiempo y realizó muchas cosas que he leído"; por
Washington, "porque desde joven le agradó la carrera militar y pudo lograr
independizar a su país de los ingleses"; "es seguro que yo quisiera ser
Jaime I, agrega en otro juicio, porque fue como Julio César célebre por su
audacia y valentía". Otra niña, después de la lectura de La cabana del tío
Tom, prefiere ser el tío Tom "porque fue muy desgraciado, porque sufrió,
porque fue bueno y bondadoso con todos sus amos"; en una palabra,
porque fue el que centró el drama entero, el que realizó la mayor suma de
trabajo dentro de la novela, porque el tío Tom fue el drama mismo. Una
niña que había leído El Príncipe Veliz, de Oscar Wilde, prefería ser la
golondrinita a todos los demás personajes, incluso al propio Príncipe Feliz,
porque "se quedó con el Príncipe en vez de irse con sus compañeras ... y
murió con él", ejemplo una vez más reafirmatorio, ya que si se recuerda
bien, es la pequeña golondrina quien centra el trabajo del cuento y resume
el drama. Esta misma niña, al contestar sobre la parte que más le había
interesado en ese cuento, describía aquélla en la que hacen fundir la
estatua del Príncipe sin que el fuego pudiera consumir su corazón el que
fue arrojado a la basura junto con el cadáver de la golondrina, pero que
habían de ir luego al paraíso. Todavía un ejemplo más: otra niña prefiere,
en una obra de Julio Verne, ser Dick Sand "no para llevar el nombre de un
Capitán de quince años, sino porque Dick era valiente, nunca se dejó
vencer por los peligros, realizó todos los grandes trabajos y supo llevar
hasta el final el buen nombre con que le apodó la señora Weldon". Todos
estos ejemplos, que podríamos multiplicarlos, nos enseñan cuánto el
drama importa al niño como traductor de sus movimientos interiores y
cuánto en él, el niño se siente vivir. Invención y drama son, pues, los dos
pilares esenciales de toda la literatura que sirve a los intereses del niño y
esto en cualquier edad que sea.
Uniendo estos dos elementos de dicha literatura, la técnica del desarrollo
y el lenguaje completan los más fundamentales caracteres de la misma, es
decir, la manera cómo se presenta la invención y el instrumento con el cual
se desarrolla el drama. En la técnica nos es dado admirar la manera cómo
el autor despliega el argumento del hecho ante la avidez del lector, esa
avidez que según la Montessori es lo que confunde y hace creer en la
imaginación infantil, y mediante la cual todo lo realiza porque "sus juveniles
fuerzas están deseosas de ejercicio y de crecimiento", y desenvuelve la
trama de su invención dramatizada que, generalmente, es sencilla y
concreta. En la técnica apreciamos la sobriedad con que el autor distribuye
los detalles imprescindibles, ilusorios o reales, pero que no dejan lugar a
dudas ni crean confusiones en cuanto al desarrollo del asunto; la manera
como se va pre-anunciando las escenas que han de sucederse; la
intervención y características de los personajes; las descripciones, apenas
sombreadas o, por el contrario, muy detalladas, de las escenas en donde
actúan los personajes y se desarrolla el hecho, todos estos detalles que
estudiaremos minuciosamente en sus capítulos correspondientes. Y luego
el lenguaje que se emplea, que es de importancia absoluta para la
gustación de la obra y resume en cierto modo la habilidad del creador.
Es muy general el encontrarse en las documentaciones infantiles que se
relacionan con sus preferencias literarias, el dato de "cómo está escrita" la
obra, en una palabra, sobre el lenguaje que emplea el autor. "Me gustó
porque está escrita muy agradable y sencillamente" es más que una
calificación del asunto, lo sustantivo en cuanto a esa necesidad de un
idioma preciso, sencillo y puro. Y aquí nuevamente, lo del principio: no
significa esto que para ser sencillo el lenguaje haya que trivializarse, no.
Cuanto más depurada sea la expresión, más sencilla pero bella la ento-
nación del lenguaje, más gustará y atraerá al niño a su lectura. En gran
parte de este aspecto radica el secreto de la atracción del niño por las
grandes obras de la literatura. Cuando pregunté cierta vez a una niña por
qué su devoción por la escritora sueca, Lagherlof, me contestó: "Porque
sus obras están escritas de un modo tan sencillo, pero tan bello que hasta
el más pequeño podría comprender todo lo que dice la escritora", cosa que
hasta entonces no me había parecido. En ningún momento su lenguaje es
trivial, bien por el contrario es elevado, levemente poético y muy cuidado
en cuanto a su originalidad idiomática.
31
Estos cuatro elementos son, sin duda alguna, la base de sustentación de
esa literatura cuya denominación infantil aceptamos. Ser capaz de
combinarlos en una forma artística y sabia para realizar, a medida que el
niño la lee, la integración de su propia personalidad es, justamente, lo
difícil. Esto se alcanza —creo que la mayor parte de las veces sin
proponérselo— mediante las condiciones personales del narrador.
6. EL PROBLEMA DE LA MORAL EN LA LITERATURA
Antoniorrobles, ¿Se comió el lobo a Caperucita?, México, 1942, págs. 106 y 107.
46
47
Ob. cit. pág. 107.
48
Ob. cit., pág. 29.
33
Dinamarca, ese gran país, tiene algún pavoroso índice de malvados o
asesinos, porque sus niños hayan leído esas viejas leyendas recogidas por
Andersen y que se nos pretende exagerar hasta el espanto? ¿Qué de
"perverso" o peligroso, puede tener el hecho de que Andersen viviera en un
clima de fantasía y le creyera real en su vida, si ello no es más que
consecuencia natural de su psique con lo cual obtenía sus maravillosos
cuentos?
Hablando específicamente de la moral de esos cuentos se dice, por
ejemplo que en Alí Baba, la suerte de Casim depende de la muerte de su
mujer que le deja una cuantiosa herencia, por cuya razón, adquirió su
importancia, y "que un niño no debe pensar que para ser importante es
necesario que se le muera a uno un pariente con una tienda surtida, ni con
una tienda, ni con una vaca, ni con acciones en una mina"49.
Aparte de lo baladí de la deducción que puede realizar el niño ¿puede
contradecirnos la realidad de que ello no sucede? Lo importante de tales
cuentos es que la moral que se desprende de su desarrollo es la de su
tiempo, que a veces, como este caso, es tan clara, aun para el mismo
ignorante, y tan profundamente lógica —lógica si no humana. . .— en estas
sociedades, que a cinco o diez siglos de su origen sigue siendo una
irrebatible actualidad. 'No debe pensar" (el niño), se dice, pero la realidad
en su torno le muestra que es así cómo sucede. Aceptamos que resulta a
veces horrible para determinadas mentalidades adultas muy sensibles el
verosímil descuartizamiento que se lee en Alí Baba y que el niño jamás lo
cree. Los críticos se aterrorizan de ellos (no sé si se aterrorizan de la
misma manera de los cientos de bárbaros crímenes que suceden por lo
menos en las columnas de los periódicos) y creemos que honradamente.
Sabemos bien quién es y cuál es la preocupación de algunos que se
horrorizan, por ejemplo del noble creador de Botón Rompetacones y
Azulina, al que hemos venido comentando, Antoniorrobles se ha
preocupado por crear para el niño un mundo que, como en el de San
Francisco de Asís, todas las cosas deban y puedan ser hermanas:
"Hermanas tijeras, hermano aeroplano, hermano Alcalde, hermana
lagartija, hermana llave..." ¡Todos hermanos! 50 ¿Pero en este su tan noble
servicio al niño es posible ver, como es el propósito de su literatura, "que
todas las cosas son buenas y amables en la vida"? ¿No es esta actitud
justamente lo falso y contradictorio?
Se aterroriza Antoniorrobles, por ejemplo, de que el lobo haya comido a
Caperucita, cosa que él no cree cierta. Tampoco lo creen los niños. Pero si
hubiera sido cierto ¿es que no hay lobos que sigan comiendo caperucitas,
49
Ob. cit. pág. 62.
Antoniorrobles, Aleluya de Rompetacones, núrn. 1. México.
50
en la actualidad? ¿Alguien es capaz de desmentir el mito popular —no tan
mito, pues. . .— que recogió honradamente Perrault respetando la verdad
dicha por el pueblo? Bien, suprimamos a Caperucita, cuento
insuperablemente bien escrito, obra maestra que ha vencido a los siglos y
a todos los malos escritores de literatura infantil que le han salido al paso.
¿Dejaremos al niño en manos de la falsa composición, mal escrita por
todos los costados, aunque muy llena de buena intención, o" de las
columnas de los periódicos con su manjar diario de crímenes cínicos, de
notas verdaderamente pornográficas o desembozadamente cursis? Está
visto que no ha sido tan "peligrosa" la influencia de Caperucita en el
tiempo... que tampoco se propone convencer a nadie con determinado
ejemplo moral. . . Mucho más peligroso es la otra literatura, la falsa versión,
ésa en la que no se la quiere comer, pero que en verdad se la come.
En cuanto a otros cuentos: ¿qué mal existe —si es que no se quiere
intencionalmente escamotear la verdad de una situación existente— en
que se note el contraste entre "reyes, bodas, princesas, carrozas y
mantos... con los harapos, como así ha sido, año tras año, el cuento
infantil"? 51. ¿O es que justamente se pretende que eso no ocurra dentro de
la experiencia moral que el niño realiza? ¿No resulta de este modo
criticable la crítica de quienes ven en Cenicienta un personaje que muestra
la desigualdad de dos clases como sucede en la de Antoniorrobles? Claro
está que se trataba de la moral de hace tres siglos, dice; pero el niño lee
hoy y se inclina a pensar de este modo: "¡qué horror, lo que le hacían llorar
y dónde le hacían dormir! ¡igual que una criada!" Ahora bien, agrega, ¿es
oportuno que en el corazón del siglo veinte se tenga esa línea divisoria
entre unas mujeres y otras? 52. ¿Pero es que no existe? ¿Puede decir
nadie que porque el fregar sea un oficio (que por mucho que se le quiera
no se le puede amar), la fregona está equiparada (si no ha nacido para tal
cosa como se suponía hace tres siglos y que ahora parece aceptarlos el
comentador) en un solo aspecto a quien paga para tal oficio?
Nosotros, como es necesario comprender, no defendemos ni el crimen ni
el vicio ni la maldad en la literatura infantil. Sabemos que gran parte de la
vieja literatura que los tiempos alcanzan al niño, y que él no obstante
prefiere a las demás, no fue escrita para él, precisamente. También que
esa literatura no traduce esa moral que se quiere imponer, sino una
experiencia que han vivido tales sociedades, el reflejo de hechos y
actitudes, que por tan humanas en su realidad, el tiempo no ha podido
destruir. Por eso la desnudez con que ella se presenta a nuestro
conocimiento no siempre puede resultar muy edificante para una psicología
35
en evolución como es la infantil. Como el propio Antoniorrobles
rechacemos, si no de plano, sí en muchos pasajes o al menos de sus
detalles, que no casan de ningún modo con la hora actual infantilista; al
menos con la que nosotros tenemos por hora exacta, según el meridiano
que pasa por nuestro criterio de ternuri, de limpieza y solidaiidad" 53. Pero
también sabemos que, más allá de toda gazmoñería o prejuicio banal
exagerando determinadas influencias, siempre lo desnudo ética y
estéticamente del cuento original, va a ser menos peligroso y le va a influir
en menor escala, que el mal ropaje que sólo trata de mostrar lo que se
propone... de una literatura infantil compuesta falsamente para los niños.
Es decir donde la pornografía y lo cursi (crímenes por cientos, noveiillas por
miles, historietas por millones), presiona a toda hora y de todos modos
(prensa, cine, radio, televisión; tierra, luz y aire) el alma del niño.
Pero este problema moral no quedaría perfectamente aclarado si no
estableciéramos antes qué es lo que debe leer —más que qué es lo que
puede leer...— el niño, cosa que para algunos autores, Ortega y Gasset por
ejemplo, no debería ser más que el corolario de la noción de vida infantil o
paisaje, ciertamente no utilitario sino deportivo, usando los términos que ha
vulgarizado Ortega y Gasset en su proposición filosófica sobre ese asunto.
Esto quiere decir, pues que el niño tiene un medio natural en el que se
desarrolla y crea "un paisaje pueril" cuya característica fundamental no son
"los objetos reales", sino los "objetos deseables", y aunque un objeto
deseable sea real, el niño lo preferirá por lo primero. En este mundo el niño
libra su mayor lucha a fin de desembarazarse de lo real y quedarse con lo
deseable, esto es, "con las cosas según debían ser" 54. Este criterio ya
modifica fundamentalmente el sentido y la extensión de "lo moral". Pero
continuemos un poco más aún el análisis que realiza el pensador español.
¿Y de dónde salen estos objetos deseables? O de la historia que fabrica
nuestra mente en su afán de conocer la realidad del hecho o de la cosa, o
de la leyenda que construya nuestra fantasía con los valores reales del
objeto o hecho descompuesto, deformado, seleccionado a su gusto,
contesta Ortega y Gasset. Historia o leyenda, de ahí la doble reacción que
llega hasta nosotros. La leyenda puede ser incluso imperceptible pero no
falta nunca y puede ser creada hasta de la propia ciencia. De tales
elementos, cada cual tomará lo que más se acerca a su temperamento, ya
que existen individuos con mayor o menor capacidad para percibir lo uno o
lo otro: o los hiperpoéticos o los hipopoéticos, según su clasificación, es
decir, o ése que advierte sólo la realidad o el que "arranca al mundo su
53
54
Ob. cit., págs. 113 y 114.
J. Ortega y Gasset, Biología y Pedagogía, Madrid, El Espectador.
antifaz de realidades o descubre su otra faz deseable, el que es entonces
muy semejante al niño, heroico creador de leyendas..."
Por eso, todo lo que en torno suyo es como debía ser y lo que no es así,
no lo ve, tanto que "los vicios mismos —¡qué piensa pues de los conceptos
inmorales, como se dice de Piel de asno..., etc.!—, hasta la muerte y el
crimen quedan purificados por su alquimia espiritual y le presentan sólo su
vertiente atractiva", como afirma Ortega redondeando su concepto con un
ejemplo muy ilustrativo que a menudo lo hemos ratificado: "Mi hijo dice,
que tiene una sensibilidad de caballerito de la Tabla Redonda, prefiere sin
embargo entre sus juegos a aquel en que pueda hacer de ladrón. Y es que
su alma sólo deja pasar al ladrón real a aquellas cualidades de efectos
deseables: la audacia, la serenidad, el afán de aventuras. Del mismo modo
la muerte es para los niños una variación del escondite: el hombre se
ausenta para reaparecer en medio de la alegría general. Por eso, en los
cuentos de hadas, la muerte sólo puede ser la carrerilla que se toma para
su resurrección. .."55
De este modo el sentido moral que nos proponemos con una lectura,
cuando ello suceda, varía fundamentalmente si se le mira desde el ángulo
de la concepción infantil, que desde nuestro ángulo. Su moral no existe
como precepto estático y formal, sino que es de un orden activo, no con-
templativo. Por eso la disciplina entiende que su misión debe tender
siempre a la acción, precisamente. Educar un niño desde ese punto de
vista no es sólo y tanto enseñarle sino mejor aún darle la fuerza para
cumplir su fin. "Hacer de esta educación activa, una educación por la
palabra o por el libro o por la lección, añade Cousinet, es llevar al niño,
poco a poco, a creer que la moral es de las cosas que se dicen, no de las
que se hacen" 56.
Esta observación del pedagogo francés tiene el siguiente corolario para
el maestro, a fin de ponerlo en guardia contra esos "bellos anteojos
morales", a través de los cuales puedan ver las demás disciplinas muy bien
adornadas. El inconveniente para la lectura, a ese respecto, ¿y por qué no
el peligro más inminente de estos libros?, es que ellos les parecen irreales,
irreal también la moral, no del dominio de la vida sino solamente de los
libros. Y eso entraña un doble peligro que destaca Cousinet, porque, o bien
"su falsedad disgusta a los niños inteligentes que al propio tiempo
adquieren desprecio contra determinada moral: la moral de la piedad y de
la sensiblería, o bien porque su dulzura insípida encanta a los pequeños y
ellos adquieren el gusto de una calidad edulcorada y de una moralidad que
55
56
Ob. cit. pág. 64.
Roger Cousinet, Les lee tur es des enfants, L'Educateur Mo- derne, París, julio de
1911.
37
se funda en amor al prójimo y en palabras piadosas". Y es el propio
Cousinet quien nos proporciona el ejemplo de M. Lemaítre en su ensayo
por reconstruir el efecto que debieron hacer sobre el Duque de Borgoña,
las fábulas compuestas por su maestro Fenelón. ¿Cuál fue el resultado el
haber provocado reacciones realmente contrarias a las que se pretendían
alcanzar, porque el niño prefiere gustar la gracia de las descripciones y
dejar la moral a un lado "como una rebanada de pan que no tiene más
dulce".
De esta misma manera es cómo los niños gustan de muchas lecturas de
tendencia moral, como las fábulas en general. Casi nunca es la conseja
final la que queda como experiencia del conocimiento en su alma, sino el
simple hecho dramático de la fábula, los vaivenes de la astucia para atacar
o el ingenio para defenderse, y hasta lo doloroso del desenlace en muchos
casos. Por otra parte, en las lecturas morales, especialmente en las
fábulas, el niño no extrae otra cosa que lo que su propia experiencia le
revela, experiencia que gira en torno de cosas deseables como vimos, no
reales como se quieren; en torno de un mundo tal como debía ser y él lo
entiende, y no tal como es y él no lo entiende. Además, para evitar que el
niño lea a escondidas las lecturas que prefiere y no llenar ese cometido
moral que desea, nada mejor que seguir el proceso de un mundo, que es
distinto del nuestro, y que también tiene su moral. En su mundo, las cosas
y los hechos suceden sin esa individualidad que suceden en el nuestro, sin
la resistencia que en el nuestro. En su mundo, la "actividad es
singularmente fácil, puesto que nada la traba y esa misma actividad es
siempre feliz y coronada de éxito"57, lo que nunca puede ser un tan mal
precedente moral, aunque la vida luego le demuestra que no es
exactamente así como suceden las cosas en rigor. Porque si la adoración
al éxito es uno de los mayores atractivos que el niño siente por la lectura,
habría que preguntarse como el maestro francés, si "esta adoración del
éxito no va a convertir en inútil nuestra enseñanza de la moral, de esta
moral en la que todo paciente esfuerzo para vencerse a sí mismo es
resignación y fuerza de soportar el sufrimiento y los descalabros". Sin duda
que si eso sucediera, bien difícil sería la solución del problema. Sabemos
que el niño, de cualquier modo, igualmente satisfará sus apetitos: a nuestra
vista, o la mayor parte de las veces, a escondidas. Los padres de todos los
niños, con su santa, buena e ignorante intención, son como los padres de
Ramón y Cajal, que pensaban que las obras de entretenimiento eran
"como mortal veneno de nuestra insana curiosidad", y que durante "el
período educativo, no debían los jóvenes distraer su imaginación con
57
Ob. cit.
lecturas frivolas"58. Aunque la terrible venganza la iba a realizar el niño, a
hurtadillas, cuando descubriera el tesoro de libros en el desván del vecino
confitero. "—¡Cuántas exquisitas sensaciones de arte me trajeron aquellas
admirables novelas! —exclama—. ¡Qué de interesantes y novísimos tipos
humanos me revelaron! Al fin, aunque por medios ilícitos, trabé conoci-
mientos con grandes creaciones de la fantasía..." 3.
Por todo esto, es necesario entender algunas cosas previas: por ejemplo,
que en general no son las lecturas las que proporcionan la educación
moral, sino la acción y la vida. De este modo, si la influencia familiar y las
disciplinas escolares o sociales cumplen su cometido en el otro sentido, no
hay mucho que temer a los efectos de las lecturas, a menos que ellas sean
rematadamente malas y que sólo ellas, obrando continuamente,
presionando excesivamente sobre la imaginación del niño, resulten la más
fuerte influencia de su vida. En casi ningún caso, además —y sobre ello
insistiremos—, el niño cree que es real el mundo de las historias por donde
ellos no pasean placenteramente Ese mundo es, sin duda, semejante al
que su espíritu percibe, confuso e irreal, pero sin contradicciones y
concebido como verdaderamente real por ellos. Hay en ese mundo un
juego —anota Cousinet— "lo que Balwin llama make believe, el mundo del
pensamiento y del juego no es para los niños el mundo de la acción —
agrega—. Ellos son libres, en el primero; en el segundo, reciben órdenes y
son molestados a cada instante. El pícamelo que pierde el tiempo en la
calle y se dirige negligentemente hacia un almacén para ejecutar una
comisión materna, se mueve, sin duda, en un mundo real, que se opone a
su fantasía y que no cambia fácilmente: tiene la orden de la madre, el
dinero, la compra que hacer. Pero en medio de esta trama de cosas, de
malla muy estrecha, el pensamiento se escapa y se pasea libremente en un
mundo hecho de todo lo que un conocimiento completo o un uso inmediato
no dan una forma definitiva" 59
¿Cuál ha de ser, pues, el criterio final? Pensamos que las lecturas que
están de acuerdo con el desenvolvimiento de la mentalidad infantil y
ofrecen los caracteres que hemos determinado en su capítulo respectivo,
no presentan peligro, porque "esa mentalidad, a cada instante combatida
por lo real y por la acción se debilita cada día, porque el mundo que ella
representa aparece a los niños menos real". Si colaboramos para que se
cumpla el proceso de esta lectura habremos dejado poco espacio para las
malas lecturas, esas de una actividad libre, fácil y feliz y con un viso de
cierta realidad, es decir, con una falsa realidad a la manera realista, y no
tendremos por qué tener cuidado de que peligre la moral que nos preocupa
S. Ramón y Cajal, Mi infancia y juventud, Buenos Aires, 1939, págs. 111 y 112.
58
59
R. Cousinet, ob. cit.
39
salvar. Nos parecen muy ciertas y muy a propósito para este final, las
palabras del gran pedagogo francés, cuyos conceptos hemos glosado en
el correr de este capítulo: "¿Tengo necesidad de insistir para mostrar que
las luchas de Renard y de Ysengrin no ofrecen ningún peligro, y que, por el
contrario, las de un bandido y las de Nick Cárter las presentan muy
graves? Y esto se ve bien, porque el niño siente, sabe, que él puede
convertirse en Cárter o en un bandido, pero jamás en Renard, ni en Bree
Rabbit, ni en Simbad el Marino"60.
7. SOBRE SU DIDÁCTICA: ¿EMPIRISMO O CIENTIFICISMO?
60
afirma que "el relato es peligroso en proporción inversa a la realidad"; nosotros
decimos: "a la falsa realidad a la manera realista", como define Kirpotin a esa
literatura.
heroísmo y abnegación de grandes hombres, y ello, porque "de los doce a
los catorce años las narraciones sobre todo de hechos humanos
abnegados, les despiertan a los escolares extraordinario i n t e r é s " C o n
esta simplicidad, no exenta de cierto buen ojo, tal vez como el del cubero,
reduce el maestro español todo el vasto problema que entraña esta
materia.
Sin duda los primeros narradores no se equivocaron en su sano deseo
de colaborar en la ilustración y moralidad del niño, cuando y en vista de
que no existía tal material que el niño necesitaba se decidieron por las
fuentes más antiguas. Carecieron de originalidad, seguramente, ya que no
se pusieron en gastos de imaginación como opina Godart puesto que se
dedicaron a coleccionar los cuentos populares y señalar con sus
invenciones personales las encantadoras pendas que habían retenido las
memorias de las viejas gentes: "Estos cuentos son, así, supervivencias
instructivas del pasado —dice—. Traducen un instante de la mentalidad del
pueblo y significan un exacto punto de partida para la nutrición intelectual
del niño" 61.
Podría decirse que de este mismo modo empírico también lo resuelve
Braunschvig, que citáramos al principio, al establecer su escala primero
con los periódicos ilustrados, porque siendo la atención del niño, en tal
época, aún débil para enfrascarse en un libro, por corto que sea, el que
siempre le resultará largo, el periódico es la síntesis más adecuada a su
necesidad y gusto. Eso ofrece cierto inconveniente, que destaca
Braunschvig: la pésima factura de esa literatura del periódico, situación
que, como se ve, no ha variado; nosotros diríamos ha empeorado. A partir
de los siete años, aconseja el libro de relatos cortos, ya que la atención del
niño aún no está muy desarrollada y cuyo contenido ha de ser cuentos de
hadas, material eficaz para el desenvolvimiento de su imaginación. A los
nueve años se le proveerá de historias un poco más largas, prefiriendo las
grandes obras a la literatura especialmente escrita "para niños"; de once a
trece años las novelas de aventuras, y de trece a quince, las novelas
cortas, las de narración, las historias de viajes y las obras de vulgarización
científica" 62.
Pedagógicamente, nos hemos preguntado algunas veces, como
Claparéde respecto al "olfato pedagógico", si ese solo empirismo nos
basta. Por momentos parecería que hasta sobrara. En otros casos, en los
más de acuerdo con la evolución que ha experimentado nuestra ciencia
pedagógica, que ello no alcanza. Cuando nos pensamos de niños,
41
respecto a esta etapa funcional de nuestra cultura literaria, vivimos toda
una maravillosa e inacabada historia que comenzaba en la narración de los
humildes servidores de nuestra vida, nuestros primeros rapsodas: peones
de estancia, sirvientes y criados, lavanderas y mozos de reparto. A través
de ellos, simple y ceñidamente las narraciones de leyendas y tradiciones
populares, de las que guardaban más que el contenido social de su
desarrollo una síntesis de su drama, adquirían nuevas y distintas versiones.
Y nos dejaban un perfume de cultura, que nunca ya más pudimos olvidar.
Es del propio profesor Manrique, que citáramos al principio, el recuerdo
feliz de cuando era escolar y acudía "una vez a la semana a la morada de
una anciana del pueblo, archivo de sabiduría popular, que nos narraba a
los niños encantadores cuentos, nos recitaba romances y nos refería
fantásticas historietas deslumbradoras de emoción y de poesía. Aquellos
deliciosos recuerdos han perdurado a través de mi vida, como las
emociones más felices de mi infancia. Ni las lecturas ni los viajes, ni el
cinema, han creado en mi espíritu tanta capacidad de emoción como
aquellas sencillas y maravillosas narraciones escuchadas de labios de la
misteriosa viejecita que, sin saber más que leer y escribir apenas, había
heredado de sus antepasados un rico caudal de cultura popular y gozaba
del don prodigioso de poder transmitirla a sus semejantes" 2.
Así había sido igualmente el camino del primer conocimiento popular y
emocionado que me había llegado. Síntesis de honda experiencia, que
aquellos primeros narradores desgajaban en su esencia. Así también
sucedió con la evolución de romances y cantares de todos los pueblos, así
con los primeros cuentos y mitos, así con los simples hechos históricos de
nuestras guerras civiles que hasta nosotros habían llegado. En general,
cada narrador ofrecía una novedad en su versión. A todos a quienes hemos
preguntado por sus primeros maestros de la emoción, en su vida, nos han
contestado sin vacilar que han sido las gentes más humildes de su
alrededor. Casi la generalidad de los escritores que narran recuerdos de su
infancia, reconocen, asimismo, en estos personajes íntimos los primeros
nutridores de su fantasía.
Hace aún poco tiempo, leía las declaraciones en ese sentido del escritor
Jorge Amado, quien en un rapto de honrosa sinceridad, comentaba que
cuando algún crítico ha sostenido que él ha creado una técnica nueva para
la novela, no ha podido menos que reírse, porque, en verdad la suya "no es
más que la vieja técnica de las negras narradoras que conoció en su
infancia". Es bien sabido cuánta influencia ejercieron en la vida y obra
entera de narrador del extraordinario Gorki estos primeros maestros de su
infancia desgarrada. Él nos narra en muchas de sus páginas, la influencia
de la Cortadorita, la reina Margot Smoury, Lupin, Kalyougny, que no sólo le
proporcionaban los libros que leía, sino que le nutrían de su experiencia y
su realismo. Ellos fueron el principio de un conocimiento y que ya no
terminaría nunca.
A estos primeros maestros, que tan fuertemente se graban en nuestro
sentimiento, siguen más tarde los familiares, abuelos, tíos, padres. Cultos o
ignorantes, no por ello dejan de ejercer su función en nuestro aprendizaje.
A veces, las más, son rústicos narradores que despojan los cuentos de
toda literatura inflada o pedantesca, mezclan sus elementos sin
preocupación: la realidad con el mito, la fábula con el hombre, lo moderno
con lo arcaico, y nos ofrecen experiencias magníficas en tal sentido.
Recuerdo con íntima alegría, la influencia aunque muy corta, que en ese
aspecto ejerció en mi vida mi padre, hombre de poca cultura y menos
palabras en sus narraciones. Sus cuentos estaban llenos de esa
imaginación primaria, eran muy sencillamente dramatizados, dichos con
lenguaje esquemático, a veces tan magro que hasta parecía percibir a
través de su voz el hueso de las palabras. Y esto sobre todo en sus relatos
de animales y aparecidos. Seu Folbarada, uno de los tantos disfraces del
tigre infatigable perseguidor de Don Juan el
Zorro, fue actor auténtico de mis conocedores infantiles. Con él gocé más
de una vez y alcancé a perdonar muchos momentos del genio violento y
brusco de mi padre. Recuerdo que sus narraciones siempre eran sintéticas,
con cierta seria comicidad y un final muy simple, pero tan justo que me
impresionaba vivamente. Yo sentía tan fuertemente sus cuentos populares
que veía claramente los personajes que mi padre movía con su expresiva
ingenuidad. Gusté así mucho más de sus cuentos populares, arreglos y
creaciones de la mentalidad campesina norteña de nuestro país, que de los
muy bien narrados que me hacía mi madre, más sensible y culta. A través
de ella entré en el misterio de Oriente, en Las mil y una noches de la Arabia
feliz; entré en el encantamiento de ese mundo alucinante que ha creado
una sensibilidad tan rica y una imaginación tan amplia como viva.
Y después de esos nuestros maestros, ya en posesión del secreto de la
lectura, esa primera terrible avidez que se empieza a colmar, por lo
general, con los libros que nos son prohibidos a determinadas edades.
Unas veces porque la pedagogía prescribe que tales libros son superiores
a diversos momentos de nuestra evolución mental. Otras, porque una
moral convencional, un cúmulo de intereses muy determinados, nos vedan
la lectura de libros que son los que apetecemos por fundamentales leyes
biológicas o psicológicas. Lo evidentemente cierto es que toda nuestra
cultura en esta materia, viene, así, respondiendo a una situación de
experiencia siempre distinta y siempre nueva. Es posible que esta manera
de nutrirnos garantice la libertad que sentimos para satisfacer totalmente
43
una necesidad que no está condicionada a ninguna elaboración mecánica
o artificial, como podría suceder con un acomodamiento científico.
Comprendo, incluso, que esa asistematización asegura cierta inviolabilidad
personal al deseo de hacerse o rehacerse una personalidad mediante
estímulos muy particulares, según las reacciones que recibe el alma de
cada uno. Pero si empíricamente es posible de este modo ir realizando
nuestra cultura en una forma total y hasta con resultados halagüeños —
aunque desordenadamente—, mucho mejor se realizará ella si se la
acondiciona científicamente. Se nos dirá que faltan antecedentes para
realizar este trabajo. En verdad, hasta el presente, no se han realizado muy
rigurosos estudios para determinar la forma en que se ha de transmitir este
conocimiento de acuerdo con cada una de las etapas psíquicas que vive el
niño. Ni una selección ordenada que responda íntimamente a los intereses
de cada una de esas etapas. Ni siquiera una rigurosa selección en cuanto
a la calidad y a la cantidad que, de este material, necesita el niño en cada
uno de esos períodos, más allá de ese simplismo, un poco específico, de
tantos escritos para niños.
La psicología, en estos últimos años, nos ha puesto a la vista valiosas
contribuciones psicobiológicas sobre la vida del niño las que debemos
respetar y aprovechar. No se trata aquí de saber exactamente, con un
desmedido afán de psicometrismo cuántos gramos y en qué condiciones
de litetatura debemos hacer ingerir al niño, por día o por mes. No es eso lo
que nos proponemos. Nos anima el deseo de poner cierto orden en este
anarquismo empírico a que la tradición y la rutina nos tienen
acostumbrados. Se trata aquí de ajustar racional y científicamente, tanto
como sea posible, sin menoscabar para nada el santo sentido que tiene la
asignatura, esta transmisión de conocimientos, a fin de que se efectúe la
más perfecta adecuación entre el niño y la obra, cosa a la que nos hemos
referido con anterioridad. Que este ajuste se traduzca en un mayor goce
estético para el niño, y, al mismo tiempo, en el conocimiento total, a los
efectos de la experiencia futura, mediante sus propios recursos.
Afirmamos que de la misma manera que es necesario conocer y
considerar el origen y evolución del lenguaje del niño para crear —en
relación a una teoría del menor esfuerzo— los instrumentos que la
capaciten para el aprendizaje de la lectura, decimos también que es
necesario conocer el mecanismo mental y sensitivo del niño, luego de
situar su evolución en las distintas etapas por que atraviesa su psique, para
de este modo saber qué literatura ha de ser la más conveniente (por lo
menos aprovechable o asimilable), y en qué cantidad y oportunidad ha de
servir a sus distintos intereses y tendencias. Sin un conocimiento —por lo
menos sintético— de la evolución de estas tendencias e intereses; del
orden de sus valores en el desarrollo mental; de la manera cómo funciona
su inteligencia en relación a estos intereses y tendencias; del carácter y
evolución de algunos de sus poderes psíquicos, como la imaginación, y
especialmente la creadora; de la función del lenguaje y sus formas
originales, etc., sin tales conocimientos, repetimos, es imposible alcanzar
ese ajuste que nos proponemos en lo que se refiere a la literatura al
servicio del niño. "En una palabra —anota Scheid—, la educación literaria,
para seguir más exactamente el desenvolvimiento natural del niño, deberá
ser especializada, por así decir, según cada una de sus facultades", pues
"la condición esencial de una educación literaria —agrega— consiste en
ser oportuna. El talento del maestro literario se reduce en ser el maestro de
la hora...", para ofrecer el libro justo, preciso. Y no olvidar tampoco, en este
proceso, que "los gustos no son solamente sucesivos, sino también
dependientes. La fuerza con la cual nos regocijamos con Atalía, resulta, por
estrechos encadenamientos, de aquella con la cual nos hemos aplicado a
Cenicienta, de suerte que si somos negligentes para nutrir el espíritu en el
tiempo de las ficciones, será imposible avanzar muy lejos, más tarde, en el
gusto vivo y fino de la propia verosimilitud. . ."63. Y este criterio, a despecho
de quienes sostienen, en la actualidad —como se me dijo en el Palacio del
Libro Infantil, en Moscú— la necesidad de ofrecer todo el espectáculo del
mundo y no sus fracciones. Que la división por edades era artificiosa, etc.,
muchos de cuyos argumentos los vimos, en cierto modo, refutados, en
otras expresiones, por ejemplo, el teatro. En esta disciplina la
discriminación por etapas cuenta, y en qué forma, como veremos en el
capítulo respectivo.
Capítulo I I 1
63
Scheid, ob. cit., pág. 25.
G. Vermeylen, La psicología del niño y del adolescente, Madrid, 1928, págs.
7 a 14.
45
evolución de intereses o tendencias que intervienen en el juego de este
sentido estético. Sabemos que la psicología no ha avanzado en este
campo tanto como para realizar determinaciones concretas en tal sentido, a
pesar de lo cual intentaremos establecer los puntos fundamentales para
ulteriores conexiones. Entendemos, como Torner, que "no es posible
estudiar el desarrollo del sentimiento estético del niño, ni mucho menos
aislar su sentido literario de los demás sentimientos estéticos"2. Esos
sentimientos forman parte de su vida afectiva superior y viven grandemente
de la reelaboración de todos los demás sentimientos que le prestan
contenido y matiz, como así reconoce el maestro español aludido, y deben
ser desentrañados de la armonía de sus sentimientos generales. Por eso
para apreciar debidamente el problema, no es menester un conocimiento
preciso de aquellos rasgos psíquicos que
1
Es posible que este capítulo, en muchas de sus afirmaciones, ya no
responda enteramente al pensamiento actual del autor por razones de
evolución de su proceso ideológico, pero ellas serán, en todo caso,
revisadas en próximas ediciones. (N. del A.)
2
F. M. Torner, ob. cit., pág. 22.
contribuyan a la formación o a la exaltación de tales sentimientos.
Reciente aún la ciencia que se ocupa del niño, lo ha hecho hasta ahora,
por otra parte, de una manera fragmentaria. Para alcanzar su mejor
conocimiento, a pesar de haberlo hecho en esta forma, ha debido pasar
por un período descriptivo y uno experimental, como lo destaca Vermeylen
1
. Si la primera parte de este estudio, la descriptiva, pertenece al pasado, la
segunda, el experimentalismo, está aún en manos del futuro, puesto que
apenas ha iniciado su labor de una manera científica. En la primera fase, a
los observadores que, como Preyer, se han dedicado a señalar
minuciosamente, día por día, las adquisiciones del niño y sus formas de
desarrollo64, han sucedido los teorizadores, •que han tratado de hacer
entrar las observaciones ya hechas y las propias en un cuadro general, con
el interés de establecer reglas fijas65. La segunda fase la inicia Cattell, en
los Estados Unidos, empleando los mental tests en sus estudios
experimentales sobre la inteligencia del niño. Cattell abrió el camino de
nuevas posibilidades. Cientos de pedagogos y psicólogos se dedicaron a
realizar, entonces, toda suerte de estudios que sirvieron para localizar, más
científicamente, la evolución general del psiquismo infantil.
64
Preyer, El alma del niño, cuya primera traducción al español fue hecha por
don Martín Navarro y publicada en Madrid en 1908.
65
Ejemplo es el libro de Baldwin, M.ental devélopment in the child and race,
aparecido en Londres en 1895, trece años después del de Preyer.
De aquella antigua noción del niño como homunculus, entendiendo que
las funciones psíquicas del niño eran cualitativamente las mismas para
cualquier edad, y que sólo se requería graduarlas en una escala —según
se tratase de un niño, de un adolescente o de un adulto—, a la
preocucupación científica actual, sucedió, partiendo sin duda del alerta que
dio Rousseau con su Emilio, toda una amplia evolución. Rousseau afirmó
la necesidad de estudiar al niño, que tenía derecho a ser entendido antes
que ser educado. La experiencia recogió su recomendación, y dijo
entonces su palabra: Berger y Flechsig demostraron que desenvolviéndose
sistemáticamente los sentidos del niño, éste siente, oye y ve mejor, o lo que
es lo mismo, puede conocer mejor lo que le rodea. Luego Feré, por medio
de una serie de expresiones, demuestra que existe una relación
concomitante entre el desenvolvimiento de la inteligencia y la energía de
los movimientos voluntarios, es decir, que el desarrollo de la movilidad
contribuye al desarrollo intelectual66. Y así sucesivamente, paso a paso, y
día a día, continuaron en el tiempo las demostraciones científicas. Una sola
de entre ellas, habría bastado para ratificar la importancia que tiene para el
estudio de las necesidades del niño el exacto conocimiento de su fisiología
y de su psicología. De ahí que, en todos los países, y cada día que pasa,
en una forma más perfecta, en lo que respecta a la cultura general que
necesita el niño, se tienda a subordinar los métodos y los programas de
enseñanza, tanto como la preparación del profesorado y magisterio, al
perfecto conocimiento de las necesidades físicopsíquicas del niño. Ésta es
la razón por la cual hemos querido también ajustar en lo posible, y sin que
ello suponga ninguna mecanización, este trabajo a tales directivas.
Realizado el primer desenvolvimiento del sistema endocrino-simpático
con la única inmigración de las células que todavía eran indiferenciadas, y
organizado ya plenamente este sistema simpático, nutridor, ¿cómo se
efectúa la evolución de su psique dentro del organismo general? ¿En torno
a qué manifestaciones? Empíricamente, ratificado luego por el análisis
científico, ya se había señalado que el desarrollo de la infancia hasta la
pubertad, no era un proceso ni muy continuado ni muy uniforme. Sin
detenerse en las variaciones individuales, específicas, en cada ser, se no-
taba que diferentes funciones de su mecanismo psíquico que aparecían en
el transcurso de su vida, desaparecían luego, para dar paso a otras que las
reemplazaban o completaban. Varias fueron, entonces, las proposiciones
que hicieron los psicólogos para explicar la marcha de estos fenómenos.
Quienes artificiosamente, como Stumpf, dividieron la vida del niño en tres
períodos irrelacionados; uno, en el que el niño no habla; otro, en el que
66
Farías de Vasconcellos, Sección de Paidología y Pedagogía Experimental,
Enciclopedia de la Educación, Montevideo, 1930, pág. 189.
47
habla, y un tercero en en el que va a la escuela, desligados los dos
primeros del último y condicionándolos en su clasificación a distintos cri-
terios. Un poco menos artificiosa, pero tampoco muy correcta, como
advierte Aníbal Ponce, y eso porque no es mucho más lógica que la
anterior, es la clasificación de W. Stern, que considera toda la vida del niño
dividida en dos grandes períodos: uno, en el cual toda su actividad está en
torno del juego y otro, en el cual el niño juega y trabaja 67. Distintos
psicólogos todavía —como Vermeylen, por ejemplo—, combinando a
Decroly y Claparéde, dividen la evolución infantil en tres etapas, según un
elemento idéntico, el interés, y de acuerdo con los que aparecen en cada
una de ellas. La primera infancia, caracterizada por la presencia de
intereses motores, perceptivos y glósicos; la segunda, en que aparecen
intereses concretos y de juego, y la tercera, caracterizada por la presencia
de intereses abstractos y de trabajo.
Pero ni la clasificación de Stern —critica Ponce—, porque el juego no
puede caracterizar un momento de la vida del niño, ya que el "juego es,
precisamente, toda la vida del niño"; ni el trabajo, que es característico de
la vida adulta, pueden servir para este propósito de clasificación. Pero
tampoco, la clasificación de los intereses responde totalmente al sentido
racional de su evolución, nos advierte el psicólogo argentino. Si bien
aceptamos que los intereses ofrecen ya una vertebración más consecuente
con la ciencia, al hacer girar en su eje toda la evolución psíquica del niño —
y esto, más acertadamente que el simple describir funciones inconexas,
como los casos anteriores—, pensamos, como Ponce, que no es quizás, el
interés, el fenómeno más afortunado para con él seguir al niño a través de
sus etapas. El interés, "con prestarse a muchas vaguedades, no nos ilustra
suficientemente sobre el carácter propio del psiquismo infantil puesto que
todos estos intereses son los mismos que encontramos en el adulto" 68.
¿Qué propone Ponce para suplantar esas clasificaciones? Prefiere tomar
la inteligencia y su evolución como un fenómeno más lógico en el niño,
desde su nacimiento hasta los límites de la pubertad. Nosotros habíamos
visto también, en reiteradas observaciones, que los intereses no eran el
fenómeno más adecuado para estudiar la evolución del niño, y habíamos
adoptado, aunque sin un análisis muy riguroso, una división en dos etapas:
antes, y en vías o después del conocimiento, siguiendo el proceso de la
inteligencia, justamente. Ponce plantea el poblema más concretamente.
Para él, la exacta clasificación del desarrollo psíquico del niño, no puede
ser otra que "la clasificación genética de las etapas de su inteligencia".
Estas etapas son cuatro: la primera, la etapa de la maduración, comienzo
67
Aníbal Ponce, Problemas de la psicología infantil, Buenos
68
Aires, 1931, pág. 18.
del desenvolvimiento mental del niño, que es paralelo al del crecimiento
orgánico. Esta etapa está caracterizada, "desde el punto de vista
psicológico, por el predominio de la impulsividad y de la emoción. Este
período alcanza hasta los quince o dieciocho meses. La segunda etapa,
denominada de la técnica, está caracterizada por la "invención de la mano",
y significa para el niño una época mucho más trascendental, incluso que la
del comienzo de la palabra. "El empleo de la mano como instrumento de
análisis, señala el fin de la historia humana" 69. A este período, Ponce le
llama así por la semejanza con esa etapa de la historia de la humanidad.
Prenan, en su Darwin, dice justamente, que "sólo el hombre ha logrado
imprimir su huella en la naturaleza... y todo lo ha hecho en principio y
esencialmente con la mano"2. En esta etapa infantil comienza, en efecto,
de este modo, la conquista de la realidad, "y el mundo va saliendo poco a
poco de la niebla a medida que nosotros actuamos en él. El niño es ahora
y exclusivamente, obrero e ingeniero: técnico antes de ser mago", agrega.
Después de esta importante etapa, comienza la tercera, a la que denomina
egocéntrica. Se extiende desde los tres hasta los siete años, "y el
monólogo es la característica paradoja! de este período". En su trascurso,
la palabra carece de función social y no sirve más que como refuerzo o
suplantación de la acción, alcanzando caracteres propios. Y luego, la ultima
etapa, la que une el niño a la adolescencia, y que Ponce denomina del
pensamiento racional. En ella entra en juego su razón, "tanto como el
simbolismo del concepto... hasta alcanzar, alrededor de los once años, un
dominio casi completo"70. Preferimos esta clasificación a las demás, en el
curso de nuestro trabajo, porque aparte de que nos parece la más lógica,
es la que mejor responde al desenvolvimiento de su mente, factor
principalísimo en la evolución de su psique, y que trataremos en lugar
aparte.
49
desarrolle el niño— hasta los siete u ocho años, fecha en la que Piaget
sitúa la desaparición total de esta etapa infantil. Época tan importante en la
vida del niño nos obliga a caracterizar sus aspectos fundamentales, para
saber, concretamente, luego, cuál ha de ser la más correcta nutrición
cultural que ha de corresponder de aquí en adelante.
En general, en este período, la incertidumbre de su opinión sobre los
diversos asuntos, es notable. "Pasa de una creencia a otra con una
despreocupación que desconcierta. No se trata, sin duda, de que el niño
piense lo contradictorio, sino, más bien, que no siente la necesidad de
unificar las creencias, para eliminar de ellas la incongruencia y el absurdo"
x
. Quiere decir, que será necesario, pues, que toda cultura que vaya
adquiriendo el niño en este tiempo, sirva para irle centrando en torno a su
serie de ideas más o menos concretas y delineando un perfil en su propia
incertidumbre, mediante los elementos que el conocimiento le proporciona.
Toda lectura, por ejemplo, debe proponerse un camino sin variantes muy
bruscas, determinando hacia un fin no muy vago aun dentro de esa
novelación imaginativa, absurda, que ha de servirle en este tiempo.
Si en cuanto a creencia, su mente se manifiesta de esta manera, en
cambio, con relación a la inteligencia presenta la particularidad de que se
ha ido creando una inteligencia práctica, en vista de ponerla al servicio de
sus intereses inmediatos, es decir, en prestarse para solucionar sus difi-
cultades o colaborar en sus experiencias. La mano que le fue llevando al
descubrimiento de cierta seguridad para toda acción, le ha ido creando,
además, una especie de conducta nacida también de la práctica. Tal
carácter es el que le dará rasgo más peculiar a su análisis y a su crítica,
creándole, como consecuencia, una lógica especial que surge, de este
modo, de confusión de elementos que el niño maneja indistintamente. "En
vez de ir de las premisas a las conclusiones, por un lento camino, como va
el adulto, el niño salta de unas a otras, sin pasar por la deducción." De aquí
mismo el carácter que tiene el lenguaje para el niño en esta etapa que
comentamos. No es el suyo, entonces, un lenguaje de función social, por
cuya razón nunca existe adecuación entre las preguntas que se le hacen y
las respuestas que él nos da. En el niño, al revés que en el hombre que
aun en el más soledoso monólogo parece estar discutiendo, parece
dialogar, en el niño, repetimos, la mayor parte de las veces, hasta sus
diálogos parecen monólogos. Y éstos, por momentos, levemente alterados
por extraños elementos, a los que vuelve su atención, en breve espacio de
tiempo, para retornar de nuevo a su especie de desvarío, en el que ni le
importa realizar sus pensamientos, ni comprobar si responden o no a sus
preocupaciones, y sí, sólo, servirse de ellos como de cierto emulativo para
la formación de ideas generales. Algo así como componerse un amanecer,
en el cual las formas todas se empiezan a acentuar sin una hilación que
nos dé la continuidad de un paisaje entero antes de que exista el día
perfectamente claro, y en donde el paisaje esté unido por la razón funcional
de los seres y las cosas.
"Si el pensamiento adulto es siempre socializado, el pensamiento infantil
es, en esta etapa, individual e incomunicable. El contralor que representa la
opinión ajena, falta al pensamiento infantil y por eso cae fácilmente en la
fabulación, en la incoherencia"71. Nada que suponga invención de hipótesis
y crítica de la misma, existe en el pensamiento infantil hasta el final de esta
etapa egocéntrica. Quiere decir, que entre las situaciones que vive en la
realidad y el órgano que posee para explicarla, existe un evidente des-
acuerdo, y es posible que ya, desde este momento, comience la lucha, su
ambición y su angustia, entre la falta de adecuación en tales situaciones y
su deseo de explicarlas mediante su experiencia. Es posible que "la
explicación en el niño, como la explicación en el primitivo —que en ambos
no existió el pensamiento reflexivo—, habría comenzado por una verdadera
invención de las causas", dice Ponce, como medio de satisfacer su
angustia, o, en otro caso, aceptar cualquiera sugestión que se les ocurra.
"En vez de averiguar, el niño prefiere suponer; sin saberlo, defiende así la
propia personalidad, eliminando las inquietudes que le amenazan" 72.
¿Cuáles son las características psicológicas de las tendencias e
intereses de esta segunda infancia del niño, que en el proceso de su
desenvolvimiento representa esta etapa egocéntrica? Para Vermeylen,
sobre la base de las anteriores afirmaciones de Claparéde y Decroly, son
intereses concretos los que distinguen a esta etapa, y ello porque en este
período se inicia la comunicación entre el niño y el medio que le rodea...
aunque él sea el centro de estas relaciones. Su análisis del mundo exterior,
la mayor parte de su vida, será la preocupación que le irá absorbiendo gra-
dualmente. De ahí que sea en este período en el que aparezcan ya las
tendencias educativas. En adelante, el niño será "un ser que aprende."
Curiosidad, observación e imitación, cuyos rasgos esenciales habremos
de trazar sucintamente, son los caminos de su aprendizaje.
La curiosidad, "inclinación de la naturaleza que va delante de la
instrucción" como la definía Fenelón, o mejor, "que va delante del placer",
como han corregido otros, empieza por ser instintiva cuando existe
subordinada a necesidades primordiales de la vida, por ejemplo, en la nutri-
ción. Luego se torna objetiva, es decir que de fisiológica que era, se
convierte en psicológica. El deseo y el temor reemplazan ahora a las
necesidades orgánicas y son quienes le sirven de estímulo. Las primeras
71
Ob. cit., pág. 30.
72
Ob. cit., pág. 33.
51
manifestaciones que aparecen son, pues, defensivas-, es el asombro del
niño ante todo lo nuevo. Después son expansivas, es la atracción a todo lo
que ofrece impresiones nuevas. "Ama lo que brilla, lo que se mueve, lo que
hace ruido", dice Vermeylen. "Acompaña al deseo su gran corte: gritos,
impaciencia, trepidación, la parada y, por fin, la carrera. Se asocia el tacto
en su gran cometido curioso". "Así a los tres o cuatro años, el niño tiende a
superar las comprobaciones inmediatas de sus sentidos", y es cuando "los
objetos y seres adquieren un valor personal desprendido de los intereses
inmediatos del niño"73.
Pero trascurridos los cuatro años, la edad en que el niño empieza a
interesar al maestro, la curiosidad inicia su etapa de colecciones, al parecer
absurdas, pero que le sirve para sorprender las relaciones de las cosas
entre sí y para establecer las semejanzas y diferencias de sus valores, en
medio de sus experiencias al azar. Sucede luego a este período el de los
interrogantes, de tan fundamental importancia para su vida, y en cuyo
tiempo, se puede asegurar, es cuando empieza su verdadero
acumulamiento cognoscitivo. Con él "evita repetir las experiencias hechas
por otro y asegura así el progreso de la especie". Según algunos
psicólogos, el niño preguntón es capaz de realizar trescientas setenta y
seis preguntas en doce horas, es decir, treinta y tres preguntas por hora.
En la primera fase de este proceso inquisitivo, predominan el "qué" y el
"por qué", es decir, el origen y la naturaleza de las cosas; en la segunda
fase, el "cómo", o sea, la relación del hecho a su función. En esta etapa el
curiosismo, es imperativo. No gusta de las vacilaciones, ni de las
alternativas, ni de las falsas salidas a sus preguntas. Quiere alcanzar un
propósito concreto. Satisfacer plenamente su conocimiento sobre algo, con
la menor cantidad de palabras, con la mayor claridad y que traduzca lo más
totalmente que sea posible, la razón de su inquietud. De ahí que aborrezca
las lecciones largas y complicadas, el didactismo sistematizado
dogmáticamente y prefiera las contestaciones al azar que sean concretas.
Por otra parte, siempre está insatisfecho y reacciona hacia el
descubrimiento de las cosas, en una constante excitación. Hasta parece
que, por momentos, perdiera el contralor de su itinerario propuesto. Pero
no sucede tal cosa, en una encadenación sutil, casi impalpable. En algunos
momentos, su asociación es difícil de descubrir, pero por lo general, ella
siempre existe. No se conforma muy fácilmente con tanteos, como creen
73
G. Vermeylen, ob. cit., pág. 167.
Aníbal Ponce, ob. cit., pág. 113.
Este capítulo también entra en el cuestionamiento anteriormente
señalado en relación con el concepto sobre la inteligencia, ya citado.
algunos psicólogos. En algunos casos insiste una y cien veces, en forma
diversa, sobre un mismo asunto, en un día o en días subsiguientes.
Con la observación, sin duda uno de los caracteres más salientes del
niño en esta etapa, realiza en función de sí mismo y para sus fines
inmediatos, su mejor aprendizaje. Se han distinguido rasgos muy definidos
en el proceso de este fenómeno. Por ejemplo, que primero sus
observaciones son variables: el hecho observado es susceptible de nuevas
observaciones, por necesidad de un mejor reconocimiento. Por tal razón,
éstas resultan fragmentarias. El niño no observa sistemáticamente una
cosa, destacando lo principal y luego lo accesorio, sino lo que le hiere
fundamentalmente su interés en un momento dado. Los dibujos que
ejecuta, y a pesar de que sean siempre sintéticos, son los ejemplos más
exactos en este sentido, pues en ellos, el niño realiza caminos de
composición y recomposición al parecer, en gran parte, propios. Cuando
observa, como cuando aprende, en general no suele pasar de la parte al
todo; su síntesis va de la subjetividad a la racionalidad. De ahí que Stern
divida la evolución de esta tendencia educativa en cuatro períodos,
interesándonos en esta etapa los períodos de fragmentación y de acción.
El primario, de los tres a los cuatro años, y durante el cual el niño percibe
elementos del todo, sin poder establecer el valor de su diferencia; este
período de Stern corresponde al de la enumeración de Binet, en el cual una
lámina es enumerada en su contenido, pero sin relacionar la escena. El
segundo, que alcanza hasta el límite de la segunda infancia, corresponde
al de la descripción de Binet, en el cual el niño considera las cosas y los
seres según la utilidad que puedan tener para él, sin desentrañar la acción
que se desenvuelve. Los otros dos restantes, el de relación y el de análisis,
no corresponden al estudio que realizamos en esta etapa.
La imitación tiene gran importancia en su vida y se manifiesta desde los
primeros meses de ella. Colabora fundamentalmente en su expresión,
siendo la mímica lo primero y que mejor se adapta a lo que le rodea. Esta
tendencia educativa tiene, pues, gran importancia dentro de su cultura y
entre los medios de su aprendizaje. Supone esfuerzo y actividad en el niño,
por cuya razón Ponce dice muy bien, que no se imita: se aprende a imitar".
Tiende, esencialmente, "a formar y dirigir actos que no estaban predeter-
minados en la organización del individuo"1, alcanzando este fenómeno su
apogeo de los dos a los tres años. La imitación, como las anteriores
tendencias educativas que hemos estudiado, primero tiene un carácter
instintivo, y se realiza inconscientemente, y luego se torna tendenciosa, de
los diez meses en adelante, alcanzando hasta los veintitantos, es decir,
cuando su relación con el exterior le lleva a interesarse más directamente
por la actividad de los demás. Hasta esta fecha, su imitación ha sido un
53
poco general, sin diferenciación del objeto a mirar. A los cuatro años, sin
embargo, se acepta que el niño selecciona ya muy bien qué es lo que debe
imitar y qué es lo que no debe. Apunta así cierta personalidad, aunque
todavía esté "guiado por sus tendencias primitivas y por un utilitarismo
demasiado inmediato". Después de los seis años, su imitación se torna
razonada-, es cuando predominan los intereses diferidos, y es la etapa del
niño que más interesa a la escuela, porque durante ella es cuando mejor
se aprovecha para educarle. Por esta misma razón es que, entre los
métodos de la dirección del aprendizaje, el imitativo es de tanta importancia
y sirve como un instrumento de innegable valor en las transmisiones del
conocimiento.
3. CARÁCTER Y EVOLUCIÓN DE LA INTELIGENCIA INFANTIL1
75
Erismann y Moers, Psicología del trabajo profesional, Barcelona-Buenos Aires,
2- edición, 1930, pág. 110.
76
Jean Boujarde, L'intelligence et la pensée de l'enfant, París, 1937, pág. 49.
77
J. Piaget, La representación del mundo en el niño, Madrid,
78
1933, pág. 65.
Ob. cit., pág. 133.
55
Importa destacar claramente el origen de estos dos fenómenos porque
ellos, mejor que nada, defenderán luego determinada literatura infantil que
se la ataca por ignorar la intimidad de la psique del niño. Asegura Piaget
que estos dos fenómenos parecen tener en el niño un doble origen: uno de
orden individual, que es el realismo, su confusión del yo y del mundo
exterior que vimos; otro, de orden social, debido a la transposición sobre el
mundo físico de las actitudes que provocan en el niño sus relaciociones
con las personas que le rodean. Lo primero se explicaría por la teoría de la
eficacia que Freud reduce a la satisfacción de un deseo —deseo de creer
—, y que no sería más que una consecuencia del narcisismo, "estado del
desenvolvimiento afectivo en el cual el niño sólo se interesa por su propia
persona, por sus deseos y su pensamiento" 79, concepto que Piaget corrige
de su exageración. Este narcisismo, egocentrismo absoluto, es el que
produce la creencia mágica, sí, pero en tanto que implique ausencia de la
conciencia del yo. El segundo grupo de factores, o sea los de orden social,
lo representan sus padres que son quienes dan inmediata respuesta a sus
deseos o necesidades más fundamentales. La magia es, de este modo,
pues, una etapa presimbólica del pensamiento que es simbólico y cuyos
símbolos son concebidos todavía como participantes de las cosas 8. Todo
lo cual tiende a demostrar que su pensamiento al iniciarse es realista y que
el progreso que realiza en su evolución consiste en irse desembarazando
de ese realismo inicial, poco a poco. Por medio de su egocentrismo lógico,
dice Piaget, tendremos la clave del juicio y raciocinio infantiles; por el
ontológico, conoceremos la realidad y la causalidad del niño, sin lo cual no
comprendiéramos su universo.
La etapa siguiente es la animista, es decir, la etapa en que tiende "a
considerar los cuerpos como vivos e intencionados" y que existe en el niño
más a título de orientación de espíritu que de creencia sistematizada 80,
resultando los niños más pequeños animistas inconscientes. Para Piaget,
este animismo ofrece dos períodos; uno espontáneo, que se extiende hacia
los cuatro o cinco años y es integral o implícito, es decir, que "toda cosa
puede ser momentáneamente asiento de una intención o actividad
consciente" a riesgo de las resistencias que ofrezca el alumno: y otro, de
los cuatro a los seis años, en que el espontáneo está en vías de
desaparición y, por consecuencia, de sistematización intelectual. Tiene por
fundamento "una actitud original de creencia en un continuum de
conciencia. O más bien, no es propiamente el saber y el sentir lo que el
niño presta a las cosas, sino una suerte de voluntad y discernimiento
79
Ob. cit., pág. 151.
80
Ob. cit., pág. 168.
elementales, el mínimo necesario para la realización de las funciones que
la naturaleza ejerce" 81. Freud explica el animismo por una "proyección" al
exterior de percepciones interiores que es un "mecanismo primitivo"; para
Ribot se trata de una "tendencia inexplicada"; para Piaget, cuatro grupos de
causas convergen en el origen del animismo, dos de orden individual y dos
de orden social. Para las del primer orden la indisociación o sea la concep-
ción del mundo, para la conciencia primitiva, "como un continuo a la vez
físico y psíquico" y la introyección mediante la cual el niño "presta a las
cosas determinados sentimientos recíprocos de los que él experimenta con
ellas" s. Por indisociación, el animismo difuso es un antecedente primero de
la conciencia del niño y se mantendrá en ésta hasta no alcanzar la
disociación debida a los progresos del conocimiento en sí mismo. En
cuanto a las de orden social que favorecen la persistencia del animismo
hay también dos grupos: por un lado, "los sentimientos de participación que
el niño debe experimentar frente a frente de su ambiente social"; y por el
otro, "la necesidad moral a que el niño está sometido por la educación".
Sea cual fuere su complejidad, lo cierto es que los factores que con-
dicionan la génesis del animismo infantil son, para los estudiosos del
asunto como Piaget, poco más o menos, los que condicionan la formación
de los sentimientos de participación o de causalidad mágica.
En cuanto al artificialismo, etapa que continúa a las precedentes en el
desenvolvimiento de la inteligencia, en relación con la representación del
mundo, se puede definir como el hecho "de considerar las cosas como el
producto de la fabricación humana más bien que a prestarles a ellas la
actividad fabricadora"x; artificialismo que se ha querido explicar casi
únicamente por la presión de la educación (hay algunos que lo han
sostenido como proviniendo del artificialismo teológico), pero que Piaget
denuncia su complejidad debido a otros factor. Para este autor suceden
cuatro etapas en el desenvolvimiento de este período: una primaria durante
la cual el niño no se plantea todavía el problema del origen, "de la
fabricación" de las cosas y en el que magia, animismo (que es difuso) y
artificialismo se confunden. Una segunda que llama artificialismo
mitológico, durante la cual el niño se preocupa por el origen de las cosas y
en la que precisará su animismo difuso en una serie de mitos. Entre estos
mitos —unas veces "desencadenados" y otros "espontáneos"— y el
artificialismo difuso del primer período, se acepta la misma relación (Levy
Bruhl) que entre "una primera etapa de la mentalidad primitiva en el curso
de la cual las participaciones son simplemente sentidas y vividas y una
segunda etapa, en el curso de la cual las participaciones comienzan a ser
81
Ob. cit., pág. 222.
57
formuladas y dan así nacimiento a los mitos de origen" 2. Etapa en la cual
las cosas le parecen al niño a la vez que vivas, fabricadas: no se interfieren
ni se estorban el artificialismo y el animismo. La tercera etapa es la del
artificialismo técnico en donde el niño empieza a ser apto para comprender
los funcionamientos técnicos sencillos que se apoyan en las leyes de la
naturaleza misma; en que el artificialismo está en baja porque "la
resistencia de las cosas es parcialmente reconocida", ya que a "las leyes
puramente morales que reobraban hasta en la naturaleza, a los ojos del
niño, se sustituye poco a poco un determinismo físico"1; y, finalmente, hacia
los nueve-diez años aparece la cuarta etapa, la del artificialismo
inmanente, en la que la idea de que la naturaleza es fabricada por el
hombre desaparece totalmente, ocupando, "heredando" de este modo la
naturaleza, el poder de fabricante que tenía el hombre. Sus orígenes de-
penden, como en los casos anteriores, de dos grupos de causas: las de
orden individual y las de orden social, siendo estas ultimas, en el
artificialismo —al contrario que en la magia y el animismo—, las más
importantes: "el lazo de dependencia material que el niño siente existir
entre él y sus padres y la deificación espontánea de los padres por el
niño"82. Después de esta etapa de causalidad artificialista, el niño, mediante
un proceso de identificación, alcanza las formas superiores de la
causalidad.
Consecuencia de esta evolución son sin duda los grupos de prácticos,
razonables y soñadores, según que su actividad sea orientada hacia la
acción, hacia el concepto o la abstracción, o hacia la vida interior. En
cuanto al papel e influencia de la educación en estas distinciones se le
supone nulo. No sabemos hasta dónde esto es cierto. Pensamos que la
influencia exterior existe en el menor acto de la vida infantil, y por tanto nos
parece difícil que en esos procesos el niño se pueda sustraer a los efectos
de aquélla. Hay quienes afirman que las formas de inteligencia son nativas
como las formas del temperamento, aunque con esta afirmación no se trate
de descartar la posibilidad de que las influencias generales del medio
puedan acentuar o desviar los rasgos de algunas de ellas. Es posible
pensar que en muchos casos quizá la escuela pueda jugar un papel impor-
tante en su diferenciación. "En el caso especial de la mentalidad
egocéntrica, se pregunta Ponce, ¿la escuela moderna no habrá contribuido
un poco a reforzarla? El deseo de acercarse hasta la mentalidad del niño ¿-
no habrá inducido a rebajar la enseñanza hasta su propio nivel?" 83.
Creemos que eso puede suceder. ¿Cuál es la misión del maestro sino la de
convertir la monte infantil, tanto como sus sentidos, en una mente y
82
Ob. cit., pág. 358.
Aníbal Ponce, La evolución de la inteligencia, Buenos Aires, 1930.
83
sentidos adultos mediante un proceso gradual de evolución? ¿Es
conveniente, por otra parte, conservar al niño en el infantilismo más del
tiempo que naturalmente debe estar?
Los modernos planteos nos han demostrado claramente que su
inteligencia se desarrolla de acuerdo con una sucesión de etapas que el
niño las va viviendo y trascendiendo una por una, y que evitar alguna de
ellas con un salto intempestivo, por pura precipitación utilitaria, es contrario
a la más completa realización del adulto futuro. Sólo será un verdadero
hombre, se dice corrientemente, aquel que ha sido totalmente niño. Por
otra parte el enunciado que recomienda al educador adaptarse totalmente
a la psicología del niño, o el que recomienda ir más allá del propio niño
para lograr todavía un mayor estímulo, no son tan vagos como para que
nos ofrezcan dudas al respecto. No hay ningún temor en aceptar la primera
recomendación. Los intereses de los niños más que satisfacciones totales
a sus necesidades, deben ser, como señala Dewey, puntos de partida de
las potencias en desarrollo espontáneo. Claro está que este criterio en
lugar de inmovilizar el espíritu niño, anota Claparéde, lo dinamiza. Todas
estas cuestiones que el psicólogo aludido ha planteado en cinco o seis
interrogantes fundamentales84, nos aseguran datos precisos en muchos de
los aspectos que aquí nos importan, y en especial en el caso determinado
de nuestro encuentro con una tendencia nociva en el niño, lo que nos pone
en la obligación de tratar de desviarla, mediante conocimientos adecuados,
reemplazando esa nociva por una buena, o como dice Freud en su
lenguaje pansexuallsta, "sublimar las tendencias perversas". Esto, en la
mayor parte de los casos, y sobre todo en esta materia, será nuestra
verdadera función.
59
ser humano, cumple en éste un proceso que puede ser creador siempre
que las condiciones pedagógicas, más que ningunas otras, lo permitan.
Toda persona lleva en sí dones expresivos, de ello no se puede dudar.
Pero esos dones pueden alcanzar originalidad siempre que las condiciones
educativas favorezcan estas posibilidades. Porque, además de esa
expresión corriente que singulariza en general a la especie humana, esa
que hemos llamado "exterior" —que tiene sentido de directa e inmediata
comunicatividad con personas u objetos—, además de ésa, existe la otra
que incluso puede tener raíces subconscientes y que sirve para totalizar,
más que completar, la expresión general de la persona. Esta expresión, no
muy corriente en las personas, es, sin embargo, la que responde a la
intimidad psicológica del hombre y alcanza, por consecuencia, ciertos
rasgos más determinados en el drama de traducirse o de encontrar las
formas de su traducción. Aquella expresión que empieza siendo orgánica
casi exclusivamente (las primeras manifestaciones, del balbuceo en ade-
lante), si sigue el proceso lógico de su propia experiencia, acabará por ser
creadora, se entiende, si no obran en su contra los factores generales de la
presión exterior, entre los cuales, los de la literatura infantil son de los más
tenaces.
Si con la primera expresión el hombre tiende a conectarse con el medio,
a socializar su influencia, con la segunda trata de jerarquizar su persona,
es decir, de desentrañar en el individuo más el medio las más íntimas
posibilidades de particularizar su conocimiento o experiencia. Si el afianza-
miento de una expresión del niño tiene importancia, es porque es capaz de
poner en movimiento "el cauce virgen de las impresiones personales y
vivientes que reposan en el alma de cada ser y que, ordinariamente,
sombrean en la esterilidad o encuentran su expresión en palabras de
formas impersonales", es decir, de formas que no traducen ni su expe
riencia ni su conocimiento ni su actualidad. Y si para los hombres la palabra
resulta un resumen de la dura experiencia de muchos siglos de
estructuraciones, ampliaciones o simplificaciones lógicas, es porque es el
símbolo de más alta alcurnia en la escala zoológica. Una lucha por
poseerlo, identidad misma del niño, será su juego apasionante desde que
inicia su tanteo de vocablos hasta que alcanza "su estilo", esa manera de
decir que es la característica de los que han podido trascender de las
imposiciones formales impersonales.
¿Cuáles son los rasgos esenciales de esa palabra que usa el niño? Casi
uno de los primeros, la aparición en su léxico de elementos totales de
valorización como por ejemplo la imagen. Si antes era el sonido de su casi
exclusiva preocupación, tan pronto sea capaz de representaciones y
todavía "de generalización de representaciones", como dice Meumann,
será la imagen la que le preocupará. Lo que también al principio fue simple
aprehensión de la cosa que continúa, más tarde, siendo una repreentación
con "algo de las cosas", ahora ya estará más allá de las cosas mismas.
Cuando intervienen los elementos psíquicos más complejos, esa
representación que se propone el niño "es como una nueva libre
combinación de elementos libres de anteriores aprehensiones en una
nueva unidad representativa y entonces la llamo fantasía o representación
imaginativa" 86
Es la imagen como un exacto gráfico de nuestra voz interior más íntima y
justa en la traducción de la realidad que queremos expresar. Primero es en
el niño atributo comparativo por necesidad o por simple pobreza de
lenguaje; después se convierte en necesidad expresiva por ser el elemento
que mejor se adapta a su psicología diversa, cambiante y realista, la que le
resulta más fiel para sus traducciones íntimas, para las reacciones
sensoriales de los más íntimos movimientos interiores. El niño sin coerción
expresiva sabe que solamente por la imagen es capaz de dar una
impresión acabada de lo que hiere en profundidad a sus sentidos o a su
razón. Una niñita de cuatro años, observando unos ojos celestes y
húmedos, dijo que le parecían "una uvita pelada", traduciendo así lo más
totalmente posible tal semejanza. Niños diversos han expresado: como
totalizaciones del mayor silencio: "el cielo es la fuente desbordante de
silencio"; del acercamiento insensible de algo: "la noche se acercaba como
un gato"; de la alegría o tristeza que produce un hecho en su alma:
"cuando empiezan a tocar el piano es como si me regalaran una muñeca;
cuando cesan de hacerlo, es como si me la quitaran", etc. ¿Cuáles
expresiones, que no fueran estas imágenes tan exactas, serían capaces de
traducir tan íntima y particular, como umversalmente al mismo tiempo, un
sentimiento bajo formas casi enteramente plásticas, casi totales? Por estas
razones justamente sus imágenes son más gráficas que las del propio
adulto, tienen más materia, a la par que se mueven en un clima de una
aireación lógicamente infantil, incomparable con la de los mayores. Por
esta razón, para el niño, la imagen precisa, que sea capaz de traducir sus
conoceres o experiencias plásticas, será siempre más apetecible que la
palabras directa, esa abstracción repetida, agotable al examen y finalista.
Por otra parte, con el criterio de esta evolución, el niño no hace más que
repetir el movimiento de los pueblos primitivos en la formación de su
poesía, la de su conocimiento. Sus principios son imaginativos. Sus
mejores voces, sus leyendas y mitología, las formas esenciales de sus
cuentos populares, están traducidas en imágenes. Por medio de la imagen,
86
Meumann, Compendio de pedagogía experimental, Barcelona, 1924, pág. 144.
61
además, se alcanza jerarquía expresiva, forma artística de la expresión,
cúspide del arte. No existe arte sin imágenes y la imagen, nos valemos de
la exacta definición de Kirpotin, "es una reproducción condensada,
comulgada, de la realidad" del niño. "El contenido del mundo real se
manifiesta en la imagen"; con lo cual, además de mostrar el más
importante de sus aspectos, su síntesis, nos ofrece su génesis: la propia
realidad. Por eso cuando las sociedades pervierten sus formas estéticas,
se vuelven obscuras en su expresión, abusan del símbolo en sus alegorías
más intrincadas. El símbolo, entonces, ya no es aquella transparente
expresión de los pueblos puros o de las formas populares decantadas, sino
"el peldaño para entrar en lo irreal, en lo místico"; no es un instrumento que
sirve para entender a la realidad, como lo es la imagen, sino un medio que
sirve "de salida" de la realidad precisamente 87.
La imagen aparece en el niño tan pronto como se organiza su lenguaje.
La generalidad de los psicólogos explican la intromisión de ese elemento
en su lenguaje, por pobreza. No descartamos lo que hay de verdadero en
esta afirmación, pero agregamos que además es por necesidad de síntesis
expresiva. Hay una palabra que establece, antes que ninguna otra, la unión
de los conceptos: me refiero al adverbio como, palabra que, más que un
ornamental atributo comparativo, realiza la función de columna
arquitectónica; enraizada al suelo sostiene el techo. Primero por pobreza, si
se quiere, después por costumbre, el uso de este como determina una
relación plástica que es capaz de traducir más fielmente que ninguna otra,
su emoción sensible ante un asunto determinado. En este trance su
expresión es casi totalmente objetiva. Pero sus sucesivas experiencias le
irán transportando a nuevos planos y un buen día este como desaparece
de su lenguaje en su función conexiva, pues el niño ya es capaz de traducir
sus matices interiores sin ella "porque si lo que parece es, explicaba una
niña en el caso de la segunda palabra conexiva {parece), no tengo que
poner parece o como sino es..." Es en estos momentos en los que ya muy
sabiamente, crea, con objetos y animales, entidades humanas, animizadas.
Al uso de: "el mar es como una mesa", sucederán estos paisajes; "todas
las cosas están quietas y el pan dorado posa su chata cabeza sobre la
callada mesa"; es decir, un pan con cabeza chata, una mesa como una
persona callada. O este otro: "tierra arada, de tus ojos brotan verdes
plantas de este trigo. En tu corazón, etc.", o lo que es lo mismo, una tierra
con cuerpo humano, una tierra-persona. Una a una, así, se van sucediendo
en su lenguaje las palabras conexivas, funcionales, hasta que, en
determinado momento, como nos decía aquella niña, el lenguaje es ya no
V. Kirpotin, El realismo socialista, Conferencia de Escritores Soviéticos,
87
63
Para contrarrestar estos desvíos se les colocan sucedáneos: castigos o
recompensas, tóxicos con los más diversos rótulos (entre los cuales
determinada literatura cumple un fin específicamente intencionado), etc. A
medida que el niño crece y se desarrollan sus expresividades, todas estas
causas le obligan a irse recogiendo dentro de su concha frente a un peligro
inminente. El niño es esencialmente púdico y temeroso, por eso ha de
dejar apenas para sus juegos libres, la exaltación de sus imágenes,
muchas veces ya las de imitación, ni siquiera las que se hubiera querido
componer. Escolar más tarde se encuentra con un ambiente, un maestro y
un libro que no son los que ambiciona. Un ambiente coercitivo, áspero y
banal, antes que liberador, amigo y original; un maestro, que las más veces
es carcelero y déspota, dictador antes que presidente, enemigo antes que
camarada, transmisor antes que receptor; un hombre que si se le pregunta
no contesta, que si tiene ganas de contestar no es capaz de hacerse
preguntar; se encuentra con un enemigo; y como necesidad de saber, con
el desencuentro formal y la medida inexorable a su sentido; un libro que es
calco desmejorado de libros de otros países, el que a veces ni siquiera ha
sido adaptado a su medio, a su realidad y a su aspiración. Un libro frío, sin
interés para su imaginación, desprovisto de luz y gracia para sus ojos. Un
libro que nunca será como el que pedían los niños puertorriqueños a Juan
Ramón Jiménez, o aquel que me pidió una niña que fuera "como las alas
del mundo..." y cuyas palabras "las leyesen los colibríes si supiesen leer",
como dice Martí en La Edad de Oro.
De este modo su caracol se sigue cerrando. Cada día que pasa, su
soledad se torna más recóndita, se vuelve más atormentadora la
incomprensión para sus aspiraciones, más negativo para su expresión el
ambiente en el cual se mueve. Si se entrega a algo, por fuerza ha de ser a
lo prohibido, y es casi por reacción, precisamente. Otras veces su nervio-
sismo contenido explota en manías, desórdenes o impulsividades
incorregibles: es la forma lógica de su defensa. Freud ha estudiado cientos
de casos que no son más que producto de estas contenciones. Y la mentira
encuentra su aliada más importante entonces. Su mentira lleva "una
finalidad utilitaria y le sirve para defenderse o atacar", dice Ponce con
acierto88, como estudiaremos más adelante. Miente por necesidad de
ayuda y fabula por deporte: es la tabulación la madre que le alimenta y le
entiende. Cuanto mayores sean sus medios para expresarse y más
limitados los horizontes de sus posibilidades para hacerlo, mayores
perturbaciones generales experimentará su psique, mayor disipación
mostrará en lo que realiza, porque el niño tiene que encontrar, en alguna
88
Aníbal Ponce, Problemas de la psicología infantil, ob. cit., Pág. 132.
forma, una vía de descarga para sus complejos expresivos que no son
menores que ninguno otro. Luego, adolescente, sin un esqueleto que le
vertebre, sin dominar su instrumento de relación, la primera corriente social
le zarandea, las demás lo destrozan. Para lo que debió haber sido en la
vida cuando menos razón y sentimientos equilibrados, no va a tener más
que la máscara, pero ridicula; esa personalidad que le dieran familia,
escuela, sociedad. Debajo de su máscara, de la persona 89, no subsistirá
más que un gran mar de confusión y una turbera de contradicciones y
trivialidades. Y como concepto, nunca sobrepasará del fatalismo que viva, y
no podrá hacerlo por haber perdido la raíz de sus sentimientos que estaban
en el lenguaje, en "su lenguaje", el instrumento total que era capaz de
traducir su mundo, síntesis de la realidad que vive, de la tradición que
gravita sobre él y de las nuevas aspiraciones del individuo que se perfila en
el medio. El lenguaje, que para llegar a ser expresivo, como dice Bally, ha
de tratar "de reflejar doble función" 90. Entender este lenguaje, ser capaz de
aprovechar esta dimensión de la imagen y construir con la base de este
conocimiento sus lecturas, es materia de nuestro trabajo. Por eso no
podíamos prescindir de este capítulo. Entre los caracteres de la literatura
infantil, dijimos que el lenguaje era esencial. Es que en su raíz está
implícita la forma de su drama. Una literatura que no contemple esa verdad
no alcanzará a identificarse con el lector infantil.
Entre todos los aspectos de la psicología del niño, quizá ninguno tan
importante como la imaginación a la cual Brodie, ya en 1859, consideraba
como "una facultad sorprendente —fuente del genio poético—, instrumento
que hace posibles los descubrimientos, etc", y que sirve para caracterizar
tan poderosamente al niño. "En ser esclavo de las propias creaciones
consiste la nota característica de la niñez", dice Margarita Mac Millan 91.
Sobre la importancia que tiene esta actividad en la vida del niño no hay un
solo psicólogo que no esté de acuerdo y son miles los estudios realizados
en tal sentido. Meumann, por ejemplo, la considera a la par de la memoria,
como "la primera actividad con la cual su conciencia elabora los materiales
adquiridos con las representaciones intuitivas y las hace su propia posición
intelectual porque disuelve las conexiones aliadas en las representaciones,
y forma nuevas combinaciones de ellas; anima sus juegos, llena todos los
89
Persona significa originalmente, la máscara (gr. proson) que el actor griego
llevaba en el escenario y que caracterizaba el papel por él desempeñado.
90
Ch. Bally, El lenguaje y la vida, Buenos Aires, 1941, pág. 23. Este libro es de
absoluta y necesaria consulta. Editorial Losada, Buenos Aires.
91
Margarita Mac Millan, ob. cit., pág. 7.
65
objetos que le rodean, todas las personas y sus acciones, con los procesos
de personificación y traslación peculiares al niño; pero mezclándose
también a la fidelidad de su recuerdo en el testimonio de lo experimentado
y aun en las aprensiones de los sentidos, se convierte en pernicioso
manantial de sus errores y de las tan sorprendentes mentiras de los
niños"92. Claparéde, por su parte, afirma que la imaginación desempeña un
papel inmenso en la vida del niño, mezclándose a todas sus ocupaciones.
Con ella "anima las cosas, personifica las letras del alfabeto, se atribuye las
personalidades más diversas y transfigura la realidad hasta ilusionarse a sí
mismo"93.
Si resulta erróneo suponer que infancia equivale a imaginación, porque no
es en ella precisamente cuando más alto
grado alcanza, ni es en la etapa que mejor se desenvuelve, no sucede lo
mismo al pensar que la mayor parte de su vida está ocupada por este
poder psíquico aunque a veces su evolución se retarde por causas
orgánicas o psicológicas, cuando no por el despropósito de la educación
que en vez de dirigir o estimular todo impulso imaginativo del niño, coarta y
destruye cualquier indicio de fantasía en su vida. Es todavía dudoso el
afirmar que los niños tienen por reales los productos de su fantasía.
Parecería que en los muy pequeños esa creencia fuera cierta. Con
Meumann podemos considerar la fantasía como un carácter positivo de la
actividad, definido por los siguientes rasgos: el contenido de la
representación y pensamiento que interesan como tales, el contenido de la
representación que substituye de un modo peculiar a la realidad y a la
actividad de la fantasía que se dirige en cierto modo a resolver anteriores
enlaces de representaciones o ideas y a construir otras por combinación. El
mismo autor, deduciendo de sus anteriores conclusiones, extrae los
caracteres que hacen peculiar a la fantasía infantil, como por ejemplo: "que
la fantasía del niño trabaja más pasivamente y vagando sin plan, que
activamente y con plan; más intuitivamente que de un modo abstracto; más
subjetivamente, sin crítica y de un modo arbitrario, que con subordinación al
juicio crítico, y por eso su fantasía parece ser entonces principalmente viva
y productiva ... El niño es más fantasioso que de fecunda fantasía. La
actividad fantástica es, por ende, más bien reproductiva e imitativa; su
animación del mundo al exterior, las historias que ejecuta con palitos y
muñecos, son repeticiones de anteriores experiencias, principalmente de
acciones y situaciones que ha observado en los adultos" 94.
92
Meumann, ob. cit., págs. 152 y 153.
93
E. Claparéde, ob. cit., 447 y 448.
94
Meumann, ob. cit., págs. 154 y 155.
Para este autor, así, la fantasía del niño posee aquella actividad interior
que él designa con el nombre de reproductiva, pero tiene casi siempre lo
que Wundt llama fantasía combinatoria" y que negaba como existente en
los niños. Si sucediera como piensa Wundt, la misión educadora tan
importante mediante esta condición psíquica, perdería todo su valor y no
serviría para la liberación del espíritu del niño como evidentemente sirve.
Combinar imágenes, representarlas, enlazarlas y refundirlas para obtener
nuevas representaciones, etc., es trabajo que traduce la importancia
pedagógica de esta actividad psíquica del niño. Así lo han entendido las
modernas corrientes educativas fomentando toda acción espontánea en el
niño en el trabajo escolar e impulsando todas sus posibilidades expresivas
con el juego de esta función.
Y todavía habremos de considerar dentro de este problema general de la
imaginación, el importante capítulo de su etapa creadora, esa imaginación
que no se sabe bien a qué edad, ni en qué forma y circunstancias
aparecen en el niño, como se pregunta Ribot en el principio de su capítulo
sobre esta clase de imaginación95. No cabe duda que esta etapa es
trascendental en el niño. Su evolución ofrece cuatro momentos bien
diferenciados que han sido la base de la cual han partido los psicólogos
hacia nuevos horizontes de investigación. El primero, según el autor
francés, consiste en el paso de la imaginación pasiva a la imaginación
creadora, o dicho con las palabras de Queyrat: "estriba en la percepción
ilusoria de las cosas por el niño", como dice en su libro sobre los juegos
infantiles, siguiendo a Ribot96. Un segundo momento que se caracteriza por
la presencia del animismo o animación de todas las cosas, estado cuya
naturaleza Ribot determina mediante el siguente proceso: el primer
elemento de su mente es una idea fija, o más bien, una imagen o un grupo
de imágenes que se apoderan de la conciencia y excluyen todo lo demás;
esta idea tiene por sostén "una realidad que ella encierra" que es la que le
confiere objetividad a la creación imaginaria y la incorpora al mundo
exterior, y, finalmente, un "estado de creencia" de la imagen gracias a los
atributos de la realidad que sirvieron a su animismo 97. Por lo tanto,
ratificando a Dugald Stewart, Ribot deduce que "la imaginación va siempre
acompañada de un acto de creencia, sin que, cuanto más viva sea la
imagen, se crea menos en ella, pues es todo lo contrario lo que ocurre; la
concepción (representación) exige el convencimiento tanto como la
sensación misma"98. Un tercer momento es el de los juegos, los que al
95
Th. Ribot, Ensayo acerca de la imaginación creadora, Madrid, 1901, pág. 117.
96
F. Queyrat, Los juegos en los niños, Madrid, 1928, pág. 8.
97
Tibot, ob. cit., págs. 122 a 124.
98
Ob. cit., pág.125.
67
pasar de los animales a los niños, como creación, ganan en complejidad y
se intelectualizan, son, además de una simple combinación de
movimientos, una combinación de imágenes. Y un cuarto momento, en el
que aparece "la invención novelesca que exige una cultura más refinada,
siendo su creación puramente interior y toda ella compuesta de imágenes",
como explica Ribot99, aptitud ésta que aparece de los tres a los cuatro
años, justamente en la edad en que el niño entra en contacto con el
maestro, la escuela y el libro. Es en dicha edad cuando comienza su gusto
por los cuentos y leyendas, cuyo mecanismo veremos más adelante, los
que le absorben totalmente y los que reclama hasta la saciedad. En
resumen: se puede afirmar con el mismo autor, quien mejor ha estudiado
este problema, que "la imaginación es la facultad soberana y la forma más
alta del desarrollo intelectual; trabaja en dos direcciones: en la primera y
principal crea los juegos, inventa las novelas y extiende el lenguaje; en la
otra dirección, que es secundaria, contiene un germen de pensamiento y
arriesga una explicación quimérica del mundo, que aún no le es dado
concebir según nociones abstractas y las leyes de la naturaleza" 100.
102
A. Ponce, ob. cit., pág. 131.
103
Vermeylen, ob. cit., págs. 313 a 316.
A. Casona, La hora de la fantasía, Boletín 24 del Centro de Divulgación de
104
69
en que el tiempo se quedó quieto de repente y hasta se pararon los relojes
de sol.. . Y lo mismo que contra la geometría de las formas, y las
matemáticas del tiempo, se rebela contra la tiranía de las leyes naturales.
Por eso le interesan las cosas que se mantienen inmóviles en el aire
desafiando la gravitación {La cruz de San Huberto) y las que burlan las
leyes físicas (Las botas de cien leguas), y los seres que aparecen y se
esfuman {hadas, duendes, genios), y las transformaciones mágicas de
hombres y animales {gatos con botas), y la realización milagrosa-religiosa o
profana que desborda las leyes del esfuerzo ordenado: lo mismo el palacio
encantado de Aladino que la tierna resurrección de la hija de Jairo. No
miente el niño. Es la edad de la imaginación, tan entrañablemente insepa-
rable de la infancia que viene a ser en ella como la cuarta dimensión del
alma"105.
La tabulación en cambio no tiene nada que ver con la verdad y es en
absoluto desinteresada. Si con algo se la puede comparar por sus
semejanzas exteriores no puede ser sino con el juego, como
acertadamente dice Ponce, agregando: "la tabulación tiene la apariencia
de un deporte; el niño ensayaría su imaginación jugando a la novela como
ensaya sus músculos jugando a la rayuela o a la mancha" L Como el niño
"carece de recuerdos ricos y ordenados porque carece precisamente de
una vida social capaz de imponerles un orden", tiene que enriquecer con
su fabulación la novela por medio de relatos despreocupados y confusos,
que sirven de pretextos para de este modo ir situando sus recuerdos.
Sus fabulaciones se caracterizan, de esta suerte, por no presentar un
orden muy preciso en sus relatos. Los confunde y altera a menudo, los
invierte o yuxtapone a veces, y, en especial, porque les agrega datos
inventados o irreales que él los toma como verdaderos y sucedidos y les
da una gran importancia en el curso de sus historias. Estos datos sirven
para suplir el ordenamiento de sucesos vividos y hacen su mayor beneficio
de inventario. El mismo escritor adulto nunca está exento de estos
agregados en sus narraciones biográficas, en las que se notan
superabundancia de detalles imaginarios, y que están ahí presentes por
muchas razones, entre las cuales no es ajena siquiera la vanidad,
sirviéndole para completar la mise en scéne de su relato como asuntos
que lo enriquezcan y adornen aunque escapen a la realidad viva. Si es
propio incluso del adulto ¿cómo no serlo del niño que carece de vida social
a que nos hemos referido? Algunos psicólogos han negado y otros han du-
dado de que el niño crea en su propia fabulación. Sin embargo, afirmado
en la fórmula de Baine: "creer es, en efecto, prometer actuar", se puede
105
A. Ponce, ob. cit., pág. 132.
asegurar por lo menos, que si el niño no cree esencialmente en su relato,
vive su ficción con un extraño gusto real como la vive el hombre. ¿No es la
alucinosis estética, tan corriente entre los artistas al punto que Balzac llegó
a tomar por absolutamente cierto algún ofrecimiento que realizara bajo ese
estado —como aquel del caballo amaestrado a Sandeau y sobre el cual le
interrogara ávidamente—, no es una ratificación de esta creencia en
nuestra propia fabulación?
Juego o deporte, la fabulación en el niño, más que otra cosa y desde un
punto de vista rigurosamente científico, "es el producto natural de una
memoria insuficiente que nos muestra en toda su riqueza la mentalidad
aún no socializada del niño y extraña al contralor de los demás, ajena a la
crítica, orgullosa de su mismo aislamiento, la fabulación infantil tiene como
las construcciones de la magia su más honda raíz en el deseo: a ese
parentesco profundo, los magos habían sospechado obscuramente, y todo
el complicado edificio de la magia reposaba para eüos sobre la fe en la
virtud creadora del deseo, que los oráculos de Zoroastro simbolizaban por
un niño de anchos hombros"1. Por ese campo, en especial en su
insatisfacción, ha caminado toda la especulación freudiana.
71
desinteresados de todos 106. Considerados desde el punto de vista de su
función educativa, los juegos, además de tonificar el cuerpo y desarrollar
en general el espíritu, proporcionan nuevas imágenes, agudizan las
facultades de observación y el poder de combinación y ejercen, además,
un gran influjo sobre el carácter, en tanto que son fuentes de
contentamiento y de placer. Estos puntos de vista de Uffelman no están
lejos de los froebelianos creadores de los jardines de infantes, con el objeto
de que en ellos el juego cumpliera justamente su cometido en esta
importante etapa psíquica del niño. El kindergarten resulta así el centro que
organiza y aprovecha en vías de adiestramientos futuros ya que, jugando,
dice Pécaut, "el niño hace el primer ensayo de sus fuerzas intelectuales,
adiestra el ojo y la mano, aprende a nombrar y a imitar las formas y los
colores... Por trabajos especiales, que son verdaderos juegos, el niño logra
la educación de sus sentidos al mismo tiempo que ejercita su iniciativa y su
facultad de invención y adquiere el instinto de la armonía, del orden y de la
regularidad" 1:
Haremos aquí abstracción de los juegos de movimiento con su variada
gama, igualmente de los juegos de los sentidos que se dedican a su
adiestramiento y sirven para colaborar en el desarrollo de la inteligencia, y
daremos importancia a los propiamente clasificados como juegos de
imaginación, que son los relacionados con nuestras actividades literarias y
que, en cierto modo y conforme a las afirmaciones de Ribot, no dejan de
depender de la herencia. Todos los juegos desarrollan y multiplican
imágenes en el niño pero es evidente que existen algunos como éstos que
lo hacen con preferencia a todo otro estímulo. Es en ellos donde se
manifiesta más nítidamente la particularidad expresiva de cada niño y en
donde sus poderes psíquicos adquieren el verdadero vuelo que deben
adquirir. Invención, ilusión, trasfiguración, creación o mejor aún recreación
(es decir, creación de nuevo), son actitudes distintas que vive el niño en su
juego de una manera continua, permanente y total, gracias a su
imaginación creadora. "¿Quién puede decir, escribe Sully, a cuántos juegos
diversos ha servido esta masa pesada y rígida llamada respaldo de canapé,
gracias al espíritu de invención de los niños? ¡Cuántos animales no ha
representado, desde el paciente pollino hasta el caballo salvaje!" 2 Por otra
parte, el niño no se conforma con metamorfosear los objetos que han de
servir a sus intenciones, sino que los anima, les da carácter, personalidad,
habla, sean ellos animales o cosas. Otras veces su imaginación es más
sutil; ni siquiera necesita animar las cosas o animales que le rodean, sino
que crea genios en el aire, juguetes absolutamente ficticios, especies
106
Queyrat, ob. cit., págs. 101 a 105.
Ob. cit. pág. 127.
aladas e inverosímiles. En estas etapas, una de sus actitudes más im-
portantes es la de encarnar a los personajes con los que suele estar en
contacto. No sólo es el inventor de los juegos, el constructor, como alude
Mac Millan, sino que "él mismo es un soldado, un príncipe, un pirata, un
doctor, un predicador" De ahí que forme parte de sus juegos, parte
esencial, la encarnación de los personajes de sus lecturas, en especial en
este período que Hutchison llama de los "intereses especiales".
Nuestro trabajo entonces deberá ser el de proveerlos de elementos
intelectivos necesarios para que, bajo su influjo, se desarrolle
poderosamente su imaginación, se intensifiquen sus juegos y, por
consecuencia, se realice más plenamente su vida infantil. Y si en cualquier
época de su vida, el juego es el más importante estimulante de su
imaginación, en el período en el que ingresa a los Jardines y comienza sus
nuevas relaciones sociales, el juego lo es todavía más porque entonces es
cuando empieza a desenvolverse su espíritu de observación y su imitación,
las dos tendencias educativas más fundamentales de esta época de su
vida. En el kindergarten los juegos son, para este fin, la representación de
algún suceso de la vida diaria, dice a este respecto Queyrat: "Hay que
observar primero, después se imita; son los movimientos del campesino
sembrando, regando, trillando el trigo; las sacudidas del tren con sus
numerosos vagones; los pájaros que salen del nido y vuelven; la rueda del
molino que el agua hace girar... El estudio y el juego llegan a ser una
misma cosa, una discreta y dulce solicitación" 107.
Nada de esto se puede olvidar en el proceso de intimar al niño con la
literatura que le ha de alimentar, fortificar y desarrollar. Todos los
emulativos que coincidan en esta tarea deben ser, pues, conocidos por los
didactas. De la unidad que reine en ese conocimiento y del modo de mejor
utilizarlos va a depender el mejor éxito de la cultura que les transmitimos.
Aun en esta última etapa de su transformación psíquica, en la del
pensamiento racional, desde los siete años en adelante, durante la cual el
simbolismo del concepto comienza a entrar en juego para transformarle y
convertirle en igual del adulto; en este transcurso en que el niño lucha
desesperadamente para no perder su originalidad y convertirse en adulto
en miniatura; en que "trata de crecer por fuera pero conservarse niño por
dentro", como sabiamente me dijo una niña aun en este período, la
literatura debe ser tan cuidadosa en su cometido como en los períodos
anteriores. No es sólo la "inteligencia práctica", como se afirma, la que le va
a dar unidad conceptual a la inteligencia infantil; es, además, la posibilidad
de manejar sus instrumentos en el comercio de sus relaciones sociales, de
107
Queyrat, ob. cit., pág. 40.
73
la mejor y más potente manera posible. La literatura que le sirve para ir
graduando las etapas de esta inteligencia progresiva, es también de sus
instrumentos de lucha y de recobración. Instrumento cuyo uso no debemos
amenguarlo en ningún instante. La evolución de la inteligencia se cumple
inexorablemente. Es inútil exigir un pensamiento abstracto en un niño de
ocho años, pero es evidente que un inteligente manejo de los instrumentos
que utilizamos —en este caso la materia que nos ocupa—, colaborará para
que el niño trascienda más armónicamente, si no más rápidamente, las
etapas de esta vinculación. Su mentalidad sincrética, animista, mágica y
artificialista, especie de caos y transitoria vuelta hacia el pasado de la
especie, es, no obstante, como un resplandor en el que extrañas luces
brillan. Nuestro entendimiento debe ser capaz de verlas y no apagarlas por
oficio de bomberos inexorables, en nombre del adulto que nos preocupa
obtener, sino de ser capaces, incluso, de multiplicarlas. Con ello habremos
conseguido lo que el niño quiere que sea la escuela cuando la sueña a su
gusto, como me lo advertía una niña, cierta vez: "un cielo en el que cada
día se encienda una estrella más..."
Capítulo III
109
Henry Wallon, La mentalité primitive et celle de l'enfant, Revue
Philosophique, París, diciembre de 1928, pág. 83.
110
Ob. cit., pág. 84.
111
Ob. cit., pág. 84.
75
terminan por significar que se puede arribar a que ciertas creencias les son
comunes y que la posibilidad de estas mismas creencias en ambos debe
hacernos suponer condiciones mentales semejantes.
Piaget, no obstante, al estudiar las nociones de causa y de ley en el
niño, en sus conocidas obras, una de las cuales sirve de base a uno de
nuestros capítulos 112, reafirma muchas de las semejanzas de Levy Bruhl,
como hemos podido ver al tratar el desarrollo de la inteligencia en el niño.
En su estudio sobre sus etapas realista, animista y artificialista, vemos
claramente cómo surgen estas semejanzas, muchos de cuyos aspectos,
psicológicamente, los destacaremos a continuación.
Desde un punto de vista estrictamente psíquico, la vida comienza en el
niño —la evolución que ahora nos interesa— mediante la aparición de las
sensaciones, los más simples elementos de esa elaboración psíquica.
Serían ellas las que condicionarían el interés del niño por la literatura, el
gusto que señalará sus preferencias y que irá cambiando a medida que su
estructura psíquica evolucione. Sólo por el gusto —dice Scheid—, que es
una emoción, se comprende el interés puramente literario de una obra. "El
gusto, en donde se conjugan y afinan todas las facultades del espíritu,
participa del crecimiento y de las modificaciones del propio espíritu"113, cosa
que parece cierta. El gusto comienza así, en estas sensaciones, que son
los primeros y verdaderos elementos de la vida real del niño. Pero como
estas sensaciones son, como se sabe, elementos muy simples, condicio-
nan, por tanto, un gusto muy simple y directo, casi exclusivo para los más
inmediatos sentidos, máxime si se tiene en cuenta que los niños son tipos
"de naturaleza unánimemente vibrante". Sus vidas no están, como las
nuestras, "seriadas". Toda idea, en ellos, se convierte en acto, y todo
movimiento, en emoción 114.
Los niños son, así, el tipo justo para entrar en contacto con la literatura
que recoge en notas vigorosas la vida total; sentimiento, imaginación,
acción; esa literatura que se puede transformar en mímica por la actividad
que entraña; que se la puede cantar; que hace ver y sentir, y en donde
cuerpo y alma entran en el campo de su profunda sugestión. Tal es la
poesía primitiva, la primera que más fuertemente puede emocionar al niño.
Sintética a la par que sincrética, características del psiquismo primigenio de
los pueblos primitivos. Sintética, es decir, de percepción global y reducida a
112
Además de La representación del mundo en el niño, Piaget publicó también
La causalidad física en el niño, Madrid, 1934, en cuyo libro estudia la física del
niño y analiza las explicaciones que éste se da no sólo del origen de las cosas,
sino de los detalles de los fenómenos y de la manera cómo se trans forman, así
como de sus movimientos.
113
Scheid, ob. cit., pág. 1.
114
Ob. cit., pág. 2.
Ob. cit., pág. 4.
lo fundamental; sincrética, porque sus razonamientos no son nunca
explícitos, cosa que corresponde, por otra parte, a las demás
características psicológicas de este tiempo: inhabilidad a toda atención
interna más o menos sostenida; incapacidad para separar las sensaciones
que obran sobre él, de conocerlas claramente; incapacidad de emociones
sutiles, "de todo impresionismo y de diletantismo de la sensación",
rehuyendo todo encuentro con estos elementos.
Son así propias para el niño las escenas sobrias, los epítetos fuertes y la
emoción inmediata que proporciona Homero. En esta etapa, el niño tiene el
exacto gusto del primitivo, gusto que Scheid llama clásico, y lo tiene no sólo
por una impotencia de análisis, sino por falta de enriquecimiento de su
espíritu1. Como sus sensaciones son directas, sus emociones han de ser
netas. Y a medida que éstas se desarrollan, la literatura debe ir
proporcionándoles sensaciones cada vez menos sintéticas, menos precisas
y tendiendo siempre hacia lo delicado. En este comienzo, la palabra lleva, o
ha de llevar, en sí misma la sensación, por las propias características de
captación difusa que tiene el niño. Sólo lo excelentemente descartado de
todo aditamento de color o forma o sonoridad, es capaz de interesarle en
esta etapa: en una palabra, la exacta aventura, traducida por la palabra
justa con una emoción auténtica, es lo que puede ser capaz de despertarle
la sensación puramente literaria. Los demás elementos que se encuentran
en la literatura —color, forma, sonoridad—, sólo más tarde irán entrando,
por su orden, en su gusto. Sintetizando, se puede decir que en este
período, en el que priman las sensaciones, el niño parte "de impresiones
ciertamente fuertes, más fogosas que penetrantes; la vivacidad de la
sensación antes que la precisión, la confusión antes que la riqueza.
Necesita, por lo tanto, más que ser iluminado, conmovido. Primero sensible
a la síntesis y al misterio poético, a las evocaciones fuertes y rápidas, a las
palabras enérgicas y simples, podrá ser fino, jamás refinado"1. Su gusto,
muy limitado, permanece siempre sano. Es lector de los escritores que se
interesan por las cosas mismas y no por las sensaciones que ellas
proveen. Su imaginación, en esta primera etapa, no gusta o entiende más
que de oposiciones o extremos. No discierne matices ni claroscuros, y no
es herido nada más que por colores netos y vivos. Para esta etapa,
finalmente, agrega el escritor aludido, le satisface la paleta de Homero:
para ellos, la noche es negra y el cielo es azul.
Si el sincretismo y la síntesis caracterizan un momento determinado de
su evolución, también el animismo, a veces al mismo tiempo, define y
peculiariza —como vimos anteriormente— una larga etapa. Es solamente
el animismo, "profundo procedimiento poético", el que le ha de reafirmar la
imaginación creadora y le ha de dar carácter propio; su rasgo fundamental
77
es el movimiento. Este paso de su espíritu es semejante al que crea los
mitos en el hombre primitivo, como veremos en seguida. Mas, si el niño le
da movimiento a todo, no discierne estos movimientos, y entre ellos
prefiere aquellos que puedan agregar variedad a la rapidez. De ahí es que
en ese momento gusten de los estilos de acciones netas, movidas con
personajes activos y cuyos gestos se tracen en líneas breves y justas. La
evolución de su sentido de la forma, en esta etapa, es todavía más rica y
larga. Y es un dato importante el que los niños alien en sus preferencias las
cosas menudas con las gigantescas, que son la medida de sí mismos o de
sus ideales, que anotara Casona, pero que no le gustan en conjunto 3. Du-
rante un primer tiempo, la imaginación provee espontáneamente los mitos
que combinan los aspectos de las cosas y nuestros pensamientos
personales. El mundo exterior no empieza, pues, a emocionarle, hasta que
no puede transportarlo a su interior. En la edad siguiente, el niño empieza a
percibir el mundo tal como es y trata de congeniarlo con el mito que le es
caro: o bien explicando por el mito el hecho real: ("la luna recorre la ciudad
cuando las gentes olvidan de encender las lámparas"), o ya sosteniendo el
mito de la realidad ("el sol se levanta y se acuesta")115. No son, por tanto,
estos momentos los de ofrecer a los niños verdades psíquicas no
verificables, las que serán deformadas por su animismo.
Un nuevo paso ha de conducir a los niños a las alegorías que establecen
las relaciones entre lo concreto y lo moral. Los cuentos morales, las
parábolas, las fábulas, que son la primera filosofía de los pueblos jóvenes,
son también para los niños, las formas necesarias para las primeras ideas
éticas. ¿Y hacia dónde los conduce este camino en su evolución psíquica?
Para muchos ha sido entendido como un camino hacia la certidumbre,
hacia la adquisición de la verdad. De este modo se afirma que la evolución
del espíritu y de ese gusto a que nos hemos referido, no es más que la
evolución del sentido de la certidumbre, que va desde la ilusión voluntaria,
por la ilusión voluntaria, hasta la afirmación positiva, siguiendo tres etapas
principales: la ficción, la verosimilitud y la verdad. Por ficción ha de
entenderse "la invención de un mundo que no está sometido a las leyes
necesarias y rigurosas de la realidad"2, en el cual el niño se siente libre,
incontrolado; el que le provee como si fuera un hecho auténtico, de formas
e impresiones y le sirve de ejercicio preparatorio. "Es por la belleza del
imposible como el niño puede ejercitarse, para sentir más tarde la belleza
de lo real. Por eso, esta ficción será su primera y más provechosa escuela
literaria. Luego, la evolución natural lo lleva a la necesidad de verosimilitud,
que es "la prolongación de lo real en nuestra imaginación", período de
115
lbid.
vacilaciones para el niño y el adolescente, y de eterna lucha, ya que "lo
posible, para él, no es más que lo que él desea, lo que él sabe, lo que él
es" 116. Y todavía más tarde, la experiencia ensanchará el campo de su
espíritu: lo posible ya no tiene la medida en sí mismo, como antes. Es que
su mente, entonces, empieza a pertenecer al dominio de lo adulto.
Podría anotarse, todavía, como identidades de pensamiento entre el
primitivo y el niño, la posibilidad que tienen ambos de proyectar en el
mundo exterior parte de su personalidad, objetivándola de tal manera, que,
en adelante, ya no será reconocida como formando parte del yo, cosa que
ha observado el doctor Sanchiz Banús, en su estudio sobre la
psicopatología y los cuentos infantiles 117. Por esta razón es posible para
ambos, la existencia de las hadas, de los espíritus, etc. —afirma—. Es
posible ese país encantador de la fantasía, "cuya apariencia es tan absurda
—dice—, y cuyos fenómenos obedecen a ciertos principios de vigencia
eterna en la vida del espíritu". Tal mundo sería, así, "la proyección
ambiental de los propios temores y deseos", los que no se manifiestan
como son, como cosas nacidas dentro del propio espíritu de quien las
siente, sino que, en virtud del transitivismo (facultad por la cual la
personalidad puede descomponerse en fragmentos y proyectarse al mundo
exterior independiente de su matriz, que los considera extraños a ella), se
proyecta sobre la realidad ambiental y adquiere personalidad aparte, como
seres que gozan de una vida propia" 118.
79
precipitación por acabarla lo más pronto posible, reducir su ingenuidad, su
puerilidad, introduciendo en el niño, rápidamente, "la mayor cantidad
posible de hombre".
Toda la pedagogía nueva que ha surgido, precisamente, de quienes
reaccionaron contra este peligro, desde Rousseau en adelante, ha tratado,
por diversos caminos, de llegar a ese mismo fin. El caso de Froebel, que
cita Ortega, a pesar de permitir la invasión del juego en la severidad del
aula escolar, no reafirma los derechos del niño en nuestro sentido, porque
"al fin y al cabo, dice, Froebel usa alteradamente el juego como un
mecanismo para educar al hombre en el niño, pero no porque el juego por
sí mismo —esto es, la niñez por sí misma— le parezca cosa importante" 119.
Lo cierto es que lo adulto está gravitando siempre sobre la infancia,
oprimiéndola y deformándola. Y éste es uno de los grandes errores de
nuestra pedagogía, que tiene una intención manifiestamente utilitarista.
Hasta parece que se abominara del niño como si tal etapa fuera un peligro
para la madurez. Como si se creyera que el hombre es aquél que fue
menos niño. Cuando la verdad es que sólo quien ha sido niño plenamente
es capaz de haber atesorado importantes caudales para la madurez. Pero
no es éste el único peligro que entraña una cultura desaprensiva, en espe-
cial la que se dirige a los sentimientos, en cuanto a la primitiva infancia. No.
Es que ello puede acarrear también profundas perturbaciones psíquicas.
Son bien conocidos los estudios de Freud, quien ha descubierto la génesis
de numerosas enfermedades mentales, de distintas formas de histerismos
—destaca Ortega—, en la explosión anormal que hace luego en el hombre
una niñez deformada. Es que un choque afectivo experimentado en esa
etapa, un sentimiento a punto de desarrollarse y que es inhibido, etc., son
hechos que no desaparecen del psiquismo infantil. Persisten como quistes
cuyas consecuencias no prevemos de inmediato, pero que en un futuro
más o menos lejano explotan en anomalías de la índole más diversa. En
general, la pedagogía de nuestro tiempo, con su frialdad, con su aridez y su
mentado practicismo, tiene todas las características "de una caza del niño",
de un método cruel para vulnerar la infancia y producir hombres que llevan
dentro una puerilidad gangrenada"120. Y todo ello —insiste Ortega—, por
querer suplantar el paisaje natural del niño con el medio que rodea a las
personas mayores, por querer desencariñarlo de las realidades que
construye su sensibilidad.
Lo afectivo, de este modo, juega un papel esencial en el desarrollo
psicológico del niño. Y la máxima virtud de una literatura infantil está en
que actúe sobre los sentimientos, produciendo emociones que se clasifican
119
Ob. cit.
120
Ob. cit.
entre las funciones psíquicas internas más profundas. En cierto modo, claro
está, se puede explicar esta reacción de la pedagogía en contra de la
intervención de los sentimientos en la cutlura. Es que para la filosofía
utilitaria y mecanicista, los sentimientos parecerían carecer de una utilidad
externa, como advierte Ortega y Gasset. Es posible, que sea cierto, porque
cualquier sentimiento es función interna y responde con su eficacia "al
centro íntimo de la vida". Toda reacción a los sentimientos actúa como
corriente eléctrica, al decir del autor de El espectador: "Presentad al niño la
imagen de Hércules echándose al hombro el Toro de Creta, o a Ulises
sonriendo desde la marina mientras el Cíclope aúlla de dolor con el asta
astuta clavada en la frente: en la fontana vital del niño se produciría un
estremecimiento y de él brotará a poco una fluida oleada de cálida, irreal
materia, e inundará el volumen entero de su alma. Es el entusiasmo
ardiente, ráfaga íntima que cruza nuestro paisaje psíquico con todo el
dinamismo exaltador de una primavera momentánea. Las proporciones de
la psique que acaso estaban entumecidas y como solidificadas vuelven a
licuarse y fluir bajo el nuevo calor. Nos parece haber perdido el peso, nos
sentimos capaces de todo, e inertes un momento antes, advertimos con
sorpresa de nosotros una súbita posibilidad de heroísmo" ¿.
Es esta literatura infantil, pues, la que ha de provocar tales reacciones en
el alma infantil. Sea ella realista o fantástica; esté condicionada por
absurdos factores o por motivos familiares, en cualquier caso, ella será
siempre parte integrante del hombre pleno. "No será sólo como un pris-
mático archipiélago al cual retornan los poetas o los niños que jamás han
crecido", según la curiosa, cuando exacta definición de Delattre. Ella
constituirá el cimiento mismo del individuo, y, por ende, el de un pueblo
entero. De ahí la importancia que en algunos países se le ha dado a esta
materia desde un principio. Inglaterra es un ejemplo de cómo se han
preocupado por dotar a sus generaciones de determinados caracteres,
aprovechando su psicología, gracias al influjo de esta materia. Cada una
de las ramas de literatura infantil en ese país ha tendido a la preocupación
de precisar "en un haz armonioso, los múltiples componentes del
temperamento inglés. Se la percibe como en un esquema exacto vuelto a
sus líneas generatrices y a sus ejes esenciales, libre todavía de toda
influencia cosmopolita, típicamente individual y finalmente nacional" 1.
Leyendo esta literatura infantil inglesa —tal vez el país que se ha
empeñado en obtener más provecho con esta enseñanza—, vemos que
ningún aspecto ha fallado en esta preocupación. Tienen para ofrecer al
niño el cuento moral o religioso, que ha configurado la parte más esencial
del temperamento británico; los relatos de aventura y de viajes que les ha
reafirmado el espíritu orgulloso, conquistador, dueño de sí y seguro de su
81
porvenir; las novelas históricas para exaltar religiosamente la grandeza de
su pasado y su culto, exagerado a veces, de la tradición, para afirmar su
patriotismo presente y proyectarlo hacia el futuro; y sus nursery rithmes en
donde las viejas criadas, bien que a hurtadillas aunque muy conscientes,
inflaman la imaginación de los pequeños ingleses con las tradiciones y
leyendas del pasado.
La obra de toda literatura infantil ha de ser la de envolver al niño en una
atmósfera de sentimientos que sean al mismo tiempo que "audaces y
magnánimos, ambiciosos y entusiastas"; apartando de su lado "cuanto
pueda deprimir su confianza en sí mismo y en la vida cósmica, cuanto
siembre en su interior suspicacia y le haga presentir lo equívoco de la
existencia. Por eso yo creo, termina Ortega y Gasset, concepto que
compartimos, que imágenes como la de Hércules y Ulises serán
eternamente escolares. Gozan de una irradiación inmarcesible, generatriz
de inagotables entusiasmos"
3. LOS MITOS, CREACIONES POPULARES, EN LA BASE DE ESTA
LITERATURA INFANTIL
83
los mitos, dice por eso el psicólogo francés, la suministra el espectáculo de
los fenómenos naturales y comprende todos los acontecimientos humanos;
es, en su creación, la imaginación humana. La creación de estos mitos
supone dos momentos: primero la animación de todas las cosas, tal como
vimos sucede en la vida del niño, y luego la calificación. Si para la primera
etapa, el pensamiento por analogía es el que realiza esta función
animadora, es el que crea, psicológicamente hablando, el mito, en el
segundo momento, el de la invención novelesca, ya las entidades diversas
toman cuerpo, aparecen con una historia en que traducen sus aventuras y
se transforman en asunto de novela, etapa esta última que los pueblos de
imaginación pobre no alcanzan a vivirla. El mito no es, sin embargo,
solamente patrimonio de los pueblos antiguos y civilizados. Él sigue
existiendo en todas las épocas, en la imaginación popular, traducido en
leyendas: "La leyenda es al mito lo que la ilusión es a la alucinación".
Para quienes explican el origen de los mitos en base a una teoría distinta
a la antropológica, la historia de la cultura primitiva ha silenciado, además,
un fenómeno muy importante en su creación: la función de los procesos de
trabajo y el conjunto de los fenómenos sociales de la colectividad antigua.
No es sólo el asombro del hombre ante las fuerzas naturales de la tierra,
como se percibe desde las leyendas de los Vedas —de las más antiguas
pero que se han repetido igualmente en los demás pueblos de alguna
imaginación—, en las que se exalta al fuego, al viento, a la tempestad, y se
rinde culto a estas formas sobrehumanas que avasallan al hombre, lo que
traducen los mitos. Es indudable que en el desenvolvimiento que este
asombro, el trabajo del hombre ya aparece más que como una creación,
como una carga. Está presente, antes que en nada, en el modo de
defenderse y atacar estos elementos naturales, en la lucha. De ahí que esa
expresión mitológica sea, en gran parte, transcripciones tan humanas y
vivas en las que, por momentos parece sentirse "el eco del trabajo
realizado para domesticar los animales, el eco de descubrimientos de
hierbas medicinales y de la invención de instrumentos de trabajo", como
dice Gorki. Desde la más remota antigüedad los hombres soñaban con la
posibilidad de volar por los aires. Las leyendas Faetón, de Dédalo y de su
hijo
Icaro, lo mismo que la fábula de "la alfombra voladora" nos lo testimonian.
Soñaban con la posibilidad de moverse rápidamente sobre la tierra (la
fábula de las botas de las siete leguas), y domesticaron el caballo. El deseo
de nadar más rápidamente que la corriente de un río consiguió la invención
de los remos y de las velas; el deseo de matar al enemigo y a las bestias
feroces desde lejos ha sido la razón del invento de la honda, del arco y de
la flecha. Soñaban con la posibilidad de hilar y de tejer en una sola noche
una enorme cantidad de paño, eso fue lo que dio nacimiento a la rueca, uno
de los útiles de trabajo más antiguos, el trabajo primitivo de tejer, y crearon
la fábula de Basilisa la prudente. Se puede citar todavía decenas de
testimonios sobre el espíritu juicioso de las fábulas y mitos antiguos,
decenas de testimonios de la perspicacia del pensamiento imaginado,
hipotético, pero ya tecnológico, de los hombres primitivos, que se elevaban
a hipótesis que nos son contemporáneas, como por ejemplo la utilización de
las fuerzas de rotación de la tierra sobre su eje o la destrucción de los
hielos polares. Todos los mitos y cuentos de la antigüedad parecen
coronarse por el mito de Tántalo: Tántalo está hundido hasta el cuello en el
agua, la sed lo atormenta y no puede aplacarla. Es el hombre antiguo en
medio de los fenómenos del mundo exterior que no ha aprendido a
conocer125.
No son pues las fábulas producto del azar, disparatadas interpretaciones
de la naturaleza, cada vez que se las interpreta por medio de teorías
racionales. Sino que están sostenidas por "un cuidadoso espíritu juicioso".
Ahora bien, ¿cuál es, en verdad, el exacto sentido que quisieron traducir
estos mitos? Quizá su verdadero sentido resida "en la aspiración de los
trabajadores de la antigüedad a aliviar su trabajo, a intensificar su
productividad, a armarse contra los enemigos cuadrúpedos y bípedos; y
también a obrar por conjuraciones, por exorcismos, sobre los elementos de
la naturaleza hostiles a los hombres", como sucede en el caso de las
leyendas bélicas. No escapará a nadie la importancia de estos hechos que
demuestran, por otra parte, "hasta qué punto los hombres tenían fe en la
fuerza y en el verbo (una nueva semejanza con el niño que destacamos, en
este mismo capítulo), y esa fe se explica por la utilidad evidente y
perfectamente real de la palabra que organiza las relaciones sociales y los
procesos de trabajo de los hombres"x. ¿No era tener, acaso, demasiada
confianza en la palabra, el hecho de que se esforzaran por obrar contra los
dioses por medio de sus exorcismos? No olvidemos que la génesis de los
mitos, por mucho tiempo, fue explicada mediante la teoría filosófica de Max
Müller. Los mitos provendrían para éste de una "enfermedad del lenguaje";
las palabras se habrían convertido en cosas con atributos y leyendas
propias... pero es bien natural que esto sucediera porque, como afirma
Gorki, los dioses de la antigüedad vivían en la tierra, eran semejantes a los
hombres y se conducían como ellos: benévolos con los sumisos, hostiles
con los desobedientes. Como los hombres, los dioses eran también
orgullosos, envidiosos, vengativos... es permitido pensar que lo que sirvió
de materia prima a la fabricación de los dioses fue la "aristocracia" de la
págs. 22 y 23.
85
antigüedad. Hércules, "héroe del trabajo", "maestro de todas las artes",
finalmente, fue elevado al rango de Dios y tomó su sitio entre ellos en el
Olimpo. "Dios en el pensamiento de los hombres primitivos no era, así, una
concepción abstracta, un amo fantástico, sino un personaje perfectamente
real, armado de tal o cual instrumento de trabajo; Dios era maestro en tal o
cual oficio, era el maestro y el colaborador de los hombres"2.
¿Qué carácter debían tener, entonces, estos mitos, aceptando que
procedieran de tal origen? No otro que un carácter realista. Y eso se
comprueba fácilmente analizando la imaginación de las antiguas leyendas y
mitos, porque en ellos siempre encontramos como una especie de deseo
de los hombres de aliviar sus tareas, como acabamos de decir. Y este
deseo no iba a ser, como es de suponerse, a causa de un trabajo
imaginario, sino del trabajo físico que debían realizar. Resumiendo; los
mitos son un producto de sana y sabia creación popular. Sintetizan la
experiencia en el trabajo de las sociedades primitivas, o traducen su
incomprensión y su terror frente a las causas físicas que les eran
desconocidas. Tienen un sentido de universalidad en su anonimato y un
carácter realista en su concepción, y, finalmente, son útiles a nuestra
función interna psíquica, porque obran como reactivos para aumentar la
tensión de nuestros más profundos resortes; obran como hormonas
psíquicas, según el preciso término de Ortega y Gasset.
126
J. W. Goethe, Memorias de mi niñez, Buenos Aires, 1951, página 34.
87
previsto de situación tan extraordinaria"127. Yo diría que es solamente el
mito, semirrealista en uno y realista en otro, lo que traducen los dos
personajes. Pero la lucha entre la necesidad de crear una psicología más
que realista, verista, en los niños, y el mito permanente que vemos existe
en el alma del niño, estaba ya iniciada en Inglaterra.
En vano fue que se echara mano del ingenio de inagotables escritores
de literaturas de viajes y aventuras. Así aparecieron por cientos las
narraciones de J. Fenimore Cooper128, el capitán Mayne Reid129, los más
de cincuenta volúmenes de Kingston130, los ochenta y tantos volúmenes de
Ballantyne 131, con descripciones de las colonias, de animales salvajes, con
luchas de indios y piratas, con tramas cautivadoras para el espíritu infantil.
A pesar de todo ello y de las cuantiosas hazañas de pieles rojas en las
praderas de América narradas por cientos de cronistas y escritores,
literatura ésta que alcanzó a ser muy popular en Inglaterra, nada de ello
alcanzó a suplantar a Robinson y a Gulliver. Antes bien, ellos empezaron a
influir en numerosa literatura subsiguiente, creación de notables escritores
como Stevenson, autor de su muy popular, entre los niños ingleses, Isla
del tesoro6. La influencia de Robinson y Gulliver, agrega además
apreciables matices en esa evolución literaria que destaca Delattre. El
héroe solitario, náufrago, que se sobrepone a todos los peligros ya no es
siquiera un hombre, como era Robinson, o lord Antón, de La isla
Felsenburg, en cuyo viaje alrededor del mundo, dice Goethe, "reunía la
dignidad de la verdad con la fantasía del cuento" x; sino que en la obra de
Stevenson, el héroe es un niño, lo que significa un progreso muy
importante. Y los libros en ese sentido se multiplican.
Es que, en el fondo, el niño siempre reaccionará contra todo libro que
pretenda, muy intencionadamente, algo más que deleitarnos. Su empeño
es encontrar en el mito una actividad a su imaginación y "proveerle de
combustible". De ahí la justicia de la manifestación de la nieta de Tolstoi
que anotamos al principio. Es que, a veces, la más ingenua historia de la
vieja criada realiza mucho mejor su cometido que la literatura que lo
pretende en ese sentido. Por eso es que el niño volverá siempre a los
127
Ob. cit., pág. 108.
128
J. Fenimore Cooper (1789-1851), es autor de una serie de volúmenes, entre
los cuales están traducidos al español: El último mohicano, La pradera, El
Robinson
129
americano, El cazador de ciervos, etcétera.
El capitán Mayne Reid (1818-1883) tiene traducidos al español: Los náufragos
del Pandora, Por las llamas del Chaco, En las selvas de Borneo, El gigante
sin cabeza, Los tiradores de rifle, etcétera.
130
De W. H. Kingston (1884-1880), conocemos traducido Salvado del mar,
aunque es autor de numerosos tomos: Peter the Whaler, The Midshipmen, The
three Lieutenants, The three Admiráis, etcétera.
131
Ballantyne, sobrino de los impresores de Walter Scott, es
cuentos de hadas, a las historias antiguas y populares, anónimas, y puede
hacer de su sueño una muy pintoresca realidad. "Tratar de destruir en el
niño esa maravillosa capacidad mítica sería intentar con anticipación
estúpida la más brutal de las mutilaciones. No debe perderla sin usarla
primero, como el renacuajo pierde su cola después de jugar con ella en su
infancia de charca; porque tal vez es necesaria como tantas cosas que
parecen inútiles"132. Por su parte, Scheid agrega que si se quiere ignorar o
combatir su genio mitológico, el niño palpará nuestra ignorancia sobre las
verdades positivas que le presentaremos antes de tiempo. "Nosotros no
habremos destruido su fuerza poética, pero ellos habrán destruido en
nosotros nuestra inocencia. De este modo, si arriesgamos en él,
prematuramente, las primeras nociones de ciencia, ellas pasarán al
enemigo y se convertirán en nociones míticas y largo tiempo después, para
nuestro asombro, se mostrarán todavía bajo el traje extraño con que
supieron revestir el país de su quimera" 1.
Y cuando se reacciona en contra de determinada literatura por temor a
ese exceso de imaginismo como lo hizo Inglaterra, en donde estos cuentos
de animales y cosas fabulosas se dice que no han jugado un papel muy
importante; en donde se cree que ellos extravían la imaginación de los
jóvenes lectores y hasta se señalan las monstruosidades de las
narraciones de animales o las inverosímiles exageradas de los cuentos de
hadas; en donde se reclama una imaginación "más natural" —si es que
esto se puede reclamar—, aun en este pueblo, repetimos, se hace
necesaria la nutrición de la mente y el corazón infantiles con lo antiguo y
maravilloso de siempre, porque todos esos cuentos venidos de la India
mística o del norte tenebroso, como destaca Delattre, introducen a los
niños en el dominio encantador de la maravilla en donde él se siente mejor
que en ningún otro lado. "¿Qué importa que la acción sea uniformemente
melodramática o los caracteres invariables? Hay un perfecto acuerdo entre
la semibruma que vela los cuentos maravillosos, tan antiguos como la
humanidad misma... y el vapor irisado a través del cual el niño percibe
siempre el mundo exterior" 133.
Cuando se reacciona contra esta literatura imaginativa, necesariamente
se ha de buscar suplirla con otros elementos. En la propia Inglaterra fueron
los Nursery Rithmes y las Nursery Tales, en los que sin duda aún "domina
la fantasía, pero mitigada por la veracidad de la experiencia, que esos
cuentos y rimas han adquirido en el curso de los siglos". Y aunque a
menudo, o mejor, casi siempre, el niño no comprende lo que le canta casi
inconscientemente su nodriza, aunque él no tenga "más que el sonido de
132
A. Casona, ob. cit.
133
F. Delattre, ob. cit., pág. 131.
89
las palabras, el parloteo para inflamar todo el campo de su imaginación". El
sentido vago y extraño de la mayoría de los Nursery Rithmes será por otra
parte lo que les encanta. "Venidos del fondo de la antigüedad e
impregnados de folklore, ellos dicen de la ingenuidad de la vieja criada que
en lo recóndito de su alma obscura los guarda como un reflejo de
tradiciones primitivas. Sus pobres sílabas son todavía claras y esta mezcla
de ilusiones quiméricas y de humildes realidades, de maravillas fantásticas
y de realismo familiar, se parecen a esas chozas a las que ilumina siempre,
como un crepúsculo rezagado, el fulgor de las últimas leyendas" Y cuando
no sean ni esas cantigas ni las leyendas las que han de suplir la literatura
imaginativa, será una expresión falsamente realista que se adueñará de su
alma, como sucedió en la propia Inglaterra con esa literatura en cuya base,
ladrones, detectives y aventureros originaron los nuevos tipos de la magia
infantil.
. Capítulo IV
91
como se sabe, los hombres no escribían. Conservaban sus recuerdos a
través de sus tradiciones orales y donde la memoria fallaba, estaba la
imaginación para suplirla, la imaginación que era quien poblaba su mundo
de seres. Fue este momento la etapa infantil de la humanidad. Desde
mucho tiempo ya se ha querido ver en el desarrollo espiritual del niño no
más que una breve recapitulación de la evolución de la humanidad. Ése es
el principio de la famosa ley biogenética de Hackel. El hombre primitivo, en
las horas infantiles del mundo empezó su cultura, su arte, su religión
queriendo explicarse el mundo mediante los milagros del mito "y la
arbitraria belleza de las teogonias".
Las nuevas investigaciones que realizan los estudiosos se han
encaminado a demostrar que el pensamiento del hombre primitivo no debe
haber existido sino en relación con el mundo en que vivía. Y este mundo
debe habérsele manifestado como la acumulación fabulosa de fuerzas
desconocidas y terribles que en medio de su ignorancia no alcanzaba a
comprender, ni era capaz de separar unas de otras en el cuadro de sus
efectos, ni explicar las consecuencias que creaba su atemorizamiento.
Pero los hechos igualmente se sucedían, persistentemente, obligando al
hombre primitivo a buscar las causas y no encontrando para ello más
ayuda que su propio yo. De él sacó estas causas reflejando su propia vida
sobre ese mundo que le rodeaba y animando la naturaleza con estas
narraciones de angustias, alegrías y afanes.
En una palabra, que en la génesis de estas leyendas, como señala van
Gennep, "jamás falta el hecho real"135; y aunque modernamente se tienda a
apelar a tesis como las oníricas para la formación de las creencias, como
G. B. Tylor y las documentaciones de Boas, relacionadas con la fuente
ritual y de sus leyendas de los indios de la Columbia británica (deseos que
excitan su imaginación y facilitan las alucinaciones, ayudadas por
prolongados ayunos, etc.); a pesar de ello, para los semicivilizados no hay
más realidad que la objetiva; a la subjetiva la consideran exactamente
equivalente a la otra, y la creación de las leyendas tiene en general sentido
utilitario.
Hubo incluso un momento en la historia de su civilización que el hombre
no separó su ser de la naturaleza, sino que fundió ésta a su ser y le dio su
propia alma, el "ánima", creando la etapa animista que estudiamos. Con su
propia concepción del mundo imaginó una voluntad, una vida paralela a la
suya en cada cosa o animal que le rodeaba y las puso a vivir como tales
135
A. van Gennep, La formación de las leyendas, Buenos Aires, 1943, pág. 186 y
sigs.
J. L. Sánchez Trincado, Los cuentos en la escuela, Revista de Pedagogía,
Madrid, febrero de 1934.
sacando de esta vida las conclusiones que reclamaban sus necesidades.
Sin duda, entre ellas, de las más urgentes fue la de explicarse el mundo y
los fenómenos que le espantaban. Ésta es la primera preocupación con
valor científico que aparece en el hombre, su primer sentido filosófico.
Tiene que dominar las causas de los fenómenos y con ellos la naturaleza.
Tiene que saber transmitir a las generaciones siguientes esta experiencia
en la forma más simple, concreta y agradable: ahí nace la narración que
crea no sólo la mitología, sino toda la serie de leyendas en las cuales el
universo y sus fuerzas poderosas aparecen corporizadas, animadas,
deificadas, actuando con voluntades semejantes a las necesidades del
hombre primitivo. No es difícil pensar también que ellas tuvieron un origen
como anónimo, colectivo, cuando los primeros hombres, tal vez en sus
ruedos familiares en los remotos fogones de las cacerías, narraban
aventuras del mundo incomprendido y sus hazañas frente a él, como un
sentido de aliciente para los demás, acortando el tiempo, haciendo más
pasajera la rudeza de la vida bárbara y borrando como dice Sánchez
Trincado, los límites de la historia y el cuento, de la narración real y la
fingida, porque sólo así se explica, dice, que de esa llamada fuente
histórica, la tradición oral, surgiesen poemas cosmogónicos tan magníficos,
tan sabios, tan totales1.
Es fundamental anotar que su origen proviene, así, del mundo natural y
que, diversificadas las concepciones de dioses, hadas y personajes
irreales, continúen teniendo en la actualidad de la historia humana un
origen común, en especial en el último milenio, como dice France; que
sean lo mismo las diosas de Homero y las hadas de Perrault que supone
poéticamente, en bella y precisa página, que a través del tiempo, esos
magníficos poemas fueron siendo conservados por nuestras abuelas.
Pueriles, no dejaron de ser encantadores "en los labios de la vieja
hilandera que, azorada, junto al hogar, se los contara a los hijos de sus
hijos. Y cuando las tribus se dispersan —hay que convenir que al parecer
una misma raíz ha unido a la mayor parte de los cuentos tal vez por el
hecho de que las luchas del hombre han tenido un proceso semejante en
todas las partes—, cada grupo imprime nuevos rasgos a la primitiva
concepción. Y si bien los personajes eran los mismos, y las aventuras
también, los narradores agregaban los nuevos datos del ambiente que les
servía de escenario y les había comunicado su experiencia. Y así
sucesivamente. "¿Qué es Mi madre la Oca se pregunta, sino nuestra
antepasada, y la antepasada de nuestras antepasadas, mujeres de
corazón sencillo y de brazo recio, las cuales realizaban su tarea cotidiana
con humilde grandeza, y consumidas por la edad, sin tener —como las
cigarras— carne ni sangre, recordaban todavía en un rincón del hogar, bajo
93
las vigas ahumadas, entre un corro de niños, interminables narraciones que
les hacía imaginar mil cosas? La poesía rústica, la poesía de los campos,
de los bosques y de las fuentes, emanaba fresca y cristalina de los labios
de las viejas desdentadas, como esas aguas cuyos nítidos cristales manan
sin esfuerzo de los manantiales"136. En cuanto al tiempo de su formulación,
así como la preeminencia de unos géneros sobre otros (y sus razones),
preferimos analizarlo en las divisiones sucesivas que realicemos.
Parecería que antes que ninguna otra forma narrativa fuera la leyenda,
en especial las mitológicas, el resumen del asombro y el temor del hombre
frente al mundo y una explicación necesaria de las cosas. La leyenda, así,
no es sino el pensamiento infantil de la humanidad, en su primera etapa,
reflejando el drama humano ante el drama en el que actuaban astros y
meteoros, fuerzas desencadenadas y ocultas. Al principio se creyó ver en
las leyendas mitológicas, por ejemplo, únicamente un juego poético y
misterioso. Pero estudiosos como Müller se encargaron de demostrar el
carácter naturalista de sus concepciones, luego de comparar las diversas
mitologías del mundo y de demostrar cómo todas ellas parten de
fenómenos derivados de la observación del hombre sobre la naturaleza y
del asombro que éstos causaban en la imaginación de eso niños grandes,
los primitivos. Nace, así, pues, la leyenda de la propensión del espíritu
humano a explicar lo maravilloso, lo que no entiende, ante su asombro por
los hechos naturales que desconoce. Por eso la leyenda en su principio no
es más que la historia de las primeras luchas del hombre, de su ignorancia
y de su ansia por desentrañar ese misterio que le rodea y le aprisiona. En
ese entonces, todo era para él causa de leyenda; los trastornos del cielo y
del mar, el movimiento de los astros, las emigraciones de los pueblos tanto
como la de los animales, las conquistas y los viajes, la menuda vida de
todas las criaturas de la tierra, en una palabra, la traducción viva del mundo
físico que encontró en la voz popular el más sólido acogimiento. Realidad,
experiencia, saber, luchas por defenderse, consejos de unos hombres a
otros para saber enfrentarse a la vida, etc. Todo ello es materia de la
leyenda. Por eso los libros más antiguos de este género como los Vedas,
colección de leyendas arias y el Zend-Avesta, de leyendas persas, son
libros que como la Biblia, las leyendas hebraicas posteriores, traducen una
totalidad de experiencia, de ciencia, de conocimiento, que unos hombres
tratan de transmitir a los otros como lección moral para su futuro, como
136
A. France, ob cit., pág. 147.
profecía o como consejos prácticos para una posible felicidad humana.
Son, pues, el fondo fundamental de la cultura de los pueblos; existen en
todos ellos, en algunos apenas si en los recuerdos desarticulados de los
viajeros, como en el caso de los pueblos atrasados; en otros, en una firme
tradición oral que no ha encontrado aún el recopilador anónimo o colectivo
como en el caso de los libros anteriores o en Homero, como en el caso del
pueblo griego; y, en otros, en forma rudimentaria pero ya plasmado en un
libro que es como una especie de ley que se asemeja al libro de los demás
pueblos, como en el caso del Popol Vuh de lo mayas, o El Libro de la
Muerte, de los egipcios.
Queremos tomar aquí el concepto de "leyenda" en su amplia acepción,
aunque los estudiosos traten de precisar y deslindar nítidamente su campo
de las demás narraciones.
Van Gennep, en ese sentido, dice que mientras el mito "sería, en suma,
una leyenda localizada en regiones y tiempos fuera del alcance humano, y
de personajes divinos", en la leyenda, "el lugar se indica con precisión; los
personajes son individuos determinados, tienen sus actos un fundamento
que parece histórico y son de cualidad heroica"; en tanto que el cuento
"sería una maravillosa y novelesca narración sin localizar el lugar de acción
ni individualizar sus personajes, que respondiese a una concepción "infan-
til" del universo y fuere de una "indiferencia moral" absoluta. Como dice la
Gesta Romanorum: "Erat quidam rex in cujus imperio quidam pauper
habitabat..." O bien: "En un reino de la China vivía un príncipe bello como el
día. . ,"137.
Este concepto, así, difiere fundamentalmente de los corrientes, sobre la
leyenda que se leen en las preceptivas comunes, y en las cuales narran
hechos de la invención novelesca del creador; por lo general, está
caracterizada por su final maravilloso; puebla sus discursos con infinidad
de personajes sobrenaturales; y está marcada por un hondo sentido de
fatalidad, de hecho inexorable, que nos traduce bien el carácter estático de
esas primeras sociedades y de las siguientes feudales. Este sentido de
fatalidad es importante en la leyenda porque señala la presencia del
Destino, aquello contra lo cual no puede lucharse y demuestra irrecusable-
mente el pensamiento del hombre dominado por la fuerza de lo que
desconoce. Dan carácter a estas leyendas las luchas del hombre por
estructurar a sus pueblos, como se ve en los libros citados, todos ellos
densos de la historia de los primeros días de sus pueblos, de su
estructuración, de sus usos y costumbres, de sus relaciones sociales y polí-
ticas, de la vida íntima y descripción familiar, en una palabra: cultura, arte,
137
Van Gennep, ob. cit., pág. 28.
95
oficios, industria, comercio. Todo vive, de alguna manera, en estas
leyendas que creó la masa anónima y que los antiguos narradores, en
algunos países rapsodas, en otras, más tarde, juglares y trovadores, etc.,
iban a repetir, depurar, seleccionar y reducir a sus límites precisos, en lo
más fundamental.
Van Gennep precisa aun más los términos, sosteniendo que debe
entenderse por leyenda, "la narración localizada, individualizada, objeto de
fe, y por mito, la leyenda relacionada con el mundo sobrenatural y que se
traduce en actos por ritos" 138. Y si las leyendas mitológicas cumplieron su
fin y alcanzaron tan grande importancia, las históricas no la tuvieron menos
y sirvieron determinadamente ya a la lucha entre los hombres. Las de la
Edad Media, por ejemplo, son las historias de las disputas dinásticas de las
luchas entre los papas y los príncipes y traducen el ansia de los pueblos
por liberarse de las calamidades, las angustias, por convertir su estatismo
en forma activa de vivir.
Todos los países que tienen una participación guerrera en la Edad Media
(Alemania, Italia, Galia, etc.) están llenos de leyendas históricas. En
nuestro idioma, las más antiguas, empiezan con La Gran Conquista de
Ultramar, leyendas de las cruzadas que giran alrededor de la Conquista de
Jerusalén y las hazañas de Godofredo de Bouillon, entre las cuales la del
Caballero del Cisne trata de explicar la complicada genealogía de
Godofredo. Se conoce también la leyenda del Caballero Cifar que es uno
de los antecedentes de los llamados libros de caballería, literatura feudal,
de caballero y escudero, de origen bizantino, que sería uno de los ilustres
antecedentes de la más gloriosa epopeya de la burguesía naciente: el
Quijote de la Mancha.
139
F. Mendoza y Roselló, Retórica y poética o Literatura preventiva, Valencia,
1883, tomo I, pág. 522.
140
H. Giner de los Ríos, Arte literario o Retórica y poética, Madrid, 1891, pág.
169.
97
organización social como consecuencia de su enlace con otras actividades,
materiales éstas. Sobre todo en sus comienzos es un elemento orgánico, y
no, como se creía, una actividad estética superflua, un lujo"
De este modo, el cuento vulgar primitivo es como el resumen de la
historia profana, religiosa y la poesía épica de los pueblos, que se
transmitía oralmente y que más tarde fue recogida no por sus narradores,
la masa anónima, sino por los poetas que lograron su síntesis. De ahí que
aún las preceptivas más idealistas concuerden en afirmar que los primeros
cuentos escritos no fueron precisamente los míticos y maravillosos, sino
"los sucedidos", las anécdotas, pequeños hechos de sujetos particulares
que sirven de base para la reseña futura. De los más antiguos que se
conoce es el de Conón, obra de autor griego que trata de un personaje que
peregrinó por diversos países para tratar de entregar un dinero a su
acreedor, dinero que se lo entregó en un bastón hueco en cuya cavidad
estaba escondido, y que en ningún momento se puede creer sea una
invención sino un hecho acaecido. En idioma español, existen antiguos
libros de cuentos como el de Pedro Alfonso, autor de Disciplina Clericalis,
colección de cuentos orientales inspirados en libros árabes y persas y con
ejemplos morales como son los cuentos "El medio amigo", sobre la
amistad, "El pan", etc.; el Calila e Dimna que Alfonso el Sabio hizo traducir
del árabe y que es una colección de cuentos de origen indio, fuente hasta
el presente de muchos cuentistas modernos. "La rata", historia de una rata
metamorfoseada en mujer, "La jarra", antecedentes de la lechera y el cán-
taro y otros, son cuentos que han servido a nuestra actualidad. El
Sendebar, libro también de origen judío como el anterior que fuera
traducido con el título de Libro de los engaños, compuesto de veintiséis
cuentos unidos entre sí por una ficción parecida a las de Las mil y una
noches, el Conde Lucanor, escrito por el infante Juan Manuel, que consta
de cincuenta cuentos y apólogos de tendencia educadora, en los que
campean diversos géneros y que critica la vida castellana —en especial la
cortesana del 1300—, El libro del Buen Amor, del arcipreste Juan Ruiz, de
sobra conocido; El libro de los gatos, toda la literatura denominada
aljemiada, es decir la de los musulmanes sometidos al poder de los
cristianos cuando hubieron perdido Granada y España quedó libre.
Otra característica que diferencia el cuento de la leyenda es que, a
través del primero, se ve la voluntad y el deseo del hombre interviniendo,
en una forma colectiva, base de la experiencia, a fin de dirigir los
acontecimientos conforme con lo que se considera de beneficio particular o
colectivo. Es decir, que en estos cuentos van implícitas ciertas reglas de
una conducta moral que se trataría de estabilizar para el futuro. Los
cuentos, no obstante, en general fueron adquiriendo determinadas
particularidades, tales como la intervención de la maravilla y los personajes
abstractos, con lo cual dieron fisonomía a una expresión muy determinada
que hízolo pasar también al dominio de los niños. De esta forma nos
ocuparemos de inmediato, y en capítulo aparte, porque es la que más
directamente interesa a nuestro propósito.
Mostramos a través de este estudio que venimos realizando, que este
instrumento expresivo, que responde a un estadio semejante a alguno de
la infancia, sirvió para que los hombres primitivos transmitieran por medio
de imágenes, síntesis de la realidad que vivían, los conceptos que eran su
sustancia experiencia!: que ellos servían de este modo no sólo en la
medida del placer o de la diversión, de goce estético, sino que con ellos se
trataba de transmitir determinados conocimientos y enseñanzas prácticas
para vivir, en las que se traducía el mundo como el hombre suponía había
sido originado. Gracias a ello, entonces, vinimos a saber las primeras
historias de las relaciones humanas y de las luchas del hombre con el
medio; vinimos a saber de los principios de esas luchas en que unos, más
débiles, se defendían de otros, más avasalladores, de ricos y pobres, de
malos y buenos; de cómo la colectividad castigaba al malvado y los
hombres ensoñaban con liberarse de la ignorancia, de la tiranía de las
cosas fatales y cómo fueron estructurando su instrumento de lucha y de
liberación. Podemos extraer todas estas conclusiones de la finalidad e
importancia del cuento que el autor mexicano List Arzubide resume en tres:
primero, para explicar el mundo y la vida, segundo, para trasmitir la
experiencia y los conocimientos, y tercero, para hacer la crítica de la propia
sociedad en que vivían 141. Y si estas críticas tuvieran entonces tal sentido y
finalidad, ¿por qué no tenerlo ahora? Sí, es verdad, lo tienen, pero es que,
además, ahora el cuento sirve para sedimentar aquellos poderes psíquicos
que robustecen la imaginación y crean la verdadera base de equilibrio del
espíritu humano: base en la que realidad y sueño estarán perfectamente
unidos, sin que el sueño engañe el sentido de la realidad, pero sin que la
realidad tampoco alcance a matar el encanto y la belleza de una vida en
que se siente el goce de vivir por la belleza y el encanto del mundo que nos
hemos conseguido formar.
141
G. List Arzubide, Apuntes sobre literatura infantil, México, 1940.
99
como dice muy bien Godart— que ellos nos vienen de un pasado extre-
madamente antiguo, de países muy lejanos, y que algunos de estos relatos
pueden ser, así, tan viejos como la humanidad; que han retenido a través
de los siglos las creencias primitivas, bien que representativas, entre los
cuatro muros de la clase, como las aventuras fabulosas de Pulgarcito, y
que son viejos mitos, de muchos miles de años, tal vez, que se hacen
revivir. "Todas las tradiciones populares que hemos coleccionado para
vuestra alegría —agrega—, no son más que el eco de civilizaciones muy
lejanas, y puede que tal o cual cuento que arrebata vuestras jóvenes
imaginaciones haya sido, en un rincón del mundo, incluso la creación de
algún cerebro primitivo"142.
Poesía muy sumaria la de estos cuentos, hecha con los más fuertes y
primarios sentimientos generales, se afirma, es la que más conviene para
despertar la joven sensibilidad. Poesía de maravillas y de ensueño, en la
que el niño encuentra bajo lo magnifícente que desenvuelve la acción y
entre los personajes tradicionales de la mitología popular, a los seres
verdaderos y a las cosas reales de su vida cotidiana. Y es justamente en
esa yuxtaposición de la maravilla poética y del realismo doméstico —anota
el autor aludido—, en esa mezcla de lo fantástico y de la intimidad familiar,
donde reside el encanto original y sensible de toda esta literatura 143.
Como este problema es complejo, hemos de estudiarlo en una forma
ordenada y total.
II. SU origen
144
G. List Arzubide, Troka el Poderoso, México, 1939.
145
A. Barine, ob. cit., pág. 663.
146
G. List Arzubide, Apuntes.
147
Emile Montegut, Des fées et de leur littérature en France, Revue de Deux
Mondes, 1? de abrü de 1882, pág. 654.
101
Ciertamente, de origen pagano, las hadas, que no forman en la corte de
los ángeles, tampoco se mezclan con la turba de los espíritus del mal ni se
hallan mezcladas "a las sombrías ceremonias del Sabbat", como dice el
propio Montegut, quien agrega: "Ellas tienen en su poder talismanes,
piedras preciosas, adornos y armas encantadas, con las cuales se dignan
hacer dones a sus favoritos; pero jamás han provisto a las brujas de los
mangos de escobas que les sirven de montura, si no del ungüento con el
que se frotan. .. Detestan las noches negras, que son las preferidas por los
espíritus dañinos; eligen para sus días de fiesta y de reunión, para sus
bailes y sus festines las bellas noches alumbradas por una luz plateada,
dulce y pareja. Sus lugares de cita son siempre elegidos con muy buen
gusto: una límpida fuente, un claro que se abre en una pradera, los lugares
de los bosques donde los árboles son más verdeantes y los tapices de
musgo más abandonados y más bellos. Sus costumbres, sin ser
ejemplares, están exentas de acciones negras y criminales. Son maliciosas
sin ser malas, pérfidas sin ser perversas, caprichosas, egoístas; sus
defectos no son, mirando bien, más que los excesos de sus cualidades
porque son afectuosas y sociables y no soportan la soledad más que
cuando no tienen otro remedio. Gustan de amar y ser amadas: he ahí la
fuente de algunas malas acciones que se les reprocha" 1.
El hada es una forma de representación, de acuerdo con su propia
etimología, del destino del hombre, y proceden de la concepción "más
dulce y más trágica, más íntima y más universal de la vida humana", como
afirma France.
Advertimos sin reticencia ni falso pudor, que somos capaces de entender
perfectamente bien al maestro francés; más íntima, porque es la expresión
de lo casi incognoscible del ser humano, misterioso que por serlo talmente,
es más universal, porque se hace común a todo el género temeroso del
mundo; más dulce y más trágica, porque a la par que es de una ternura
infantil, es perfectamente realista, ya que sólo la mente es capaz de crear lo
sobrenatural y darle un destino; trágica, sí, porque nos muestra el terrible
influjo que el miedo tuvo sobre la vida del hombre que concibió estos
primeros protectores y los primeros genios del mal.
148
Ob. cit., pág. 655.
149
Ob. cit., págs. 657 y 658.
103
ejercer una determinada influencia con sus hechos, sus virtudes, sus
defectos?
La importancia que adquirieron estos personajes en algún tiempo
determinado preocupó verdaderamente a los estudiosos, que querían
establecer cuáles eran sus orígenes y cuál el verdadero sentido de su
representación. "Un sabio en etnografía —contesta Montegut hace casi
cien años—, diría que ellas son de raza aria y que pertenecen a la gran
familia de los pueblos indogermánicos; yo me contentaré en decir que
nacieron en Persia, en ese pueblo espiritual, sutil y voluptuoso, el más fino
de Asia... Salieron de esos enjambres de espíritus elementales que hizo
nacer la doctrina de dualismo y obedecieron a los encantamientos y a las
invocaciones de los magos. Ahí pasaron su larga y voluptuosa infancia
jugando en la luz en un aire seco y puro y rodeadas de perfumes cerca de
las casas pintadas y de los quioscos ligeros; después volaron en graciosas
bandadas, como grupos de pájaros viajeros, y se posaron en todos los
países vecinos; o bien, invisibles, se hicieron al camino con los viajeros y
los extranjeros que las llevaron con ellos, sin saberlo, en el pliegue de sus
ropas, en un pliegue de su turbante y las sacudieron en seguida, junto con
el polvo llevado del Irán, en donde se detuvieron..."150.
105
quien ha afirmado que "los cuentos son las derivaciones modernas de la
mitología, y para estudiarlos científicamente, lo primero que se ha de hacer,
es referir cada cuento moderno a la antigua leyenda que lo engendró, y
cada leyenda, al mito de donde proviene" 153.
Sea cual fuere su origen, provengan del mundo que provengan, lo cierto
es que ellas ganaron la voluntad de los más grandes escritores y formaron
en la legión de sus personajes. "Si queréis conocer los hechos y gestos de
las hadas —aclara justamente Montegut—, debéis buscarlas en Ariosto,
Spenser y Shakespeare, sobre todo en este último, que es quien mejor las
ha conocido, las ha visto más de cerca..." s. Tanta importancia adquirieron
en la trasformación de la estructura humana. Cuando fueron revividas o
creadas como criaturas, ciertamente, para sus creadores, no trataron de
traducir más de lo que son, pero eso sí, en su total dimensión. De ahí,
precisamente, su gran vivencia y eternidad.
153
E. Montegut, ob. cit., pág. 660.
¿Sucede este mismo proceso con la función del hada en el niño? Es lo que
se desprenderá de los análisis subsiguientes, que habremos de ir haciendo.
107
mármol blanco y las tejas de oro"156. Porque si algunos niños nos afirmaban
esto a través de sus producciones otros, en cambio, nos declaraban como
una niña de doce años, que "tenía necesidad de saber, sí, pero estaba
triste cuando me decían que no había hadas ni enanitos, y más triste
cuando comprobé que tenían razón. Me enojaba cuando me decían que no
había Reyes Magos, y hasta peleaba, y lejos de sentir alegría, me puse tan
triste, que no tenía ganas de vivir". Un niño de ocho años comprobó, de
pronto, que no existían los Reyes Magos, mediante un ardid bastante
ingenioso pero corriente: exigió a sus padres un lujoso y valioso juguete, en
la seguridad de que su presencia o ausencia en sus zapatos, develaría la
duda que le torturaba. Como hubo que decirle la verdad, antes de la noche
de Reyes, para evitarle un desencanto muy grande, el niño sintió tal
angustia, "que todo eso de los Reyes Magos eran cuentos de los padres
para engañar a los niños, eran todos cuentos". Las hermanas menores del
niño no le creyeron; no obstante, hicieron un "modesto" pedido. ¿Pre-
sentimiento? Al final el niño, desencantado y ya en posesión de la verdad,
escribió su carta y la dejó en los zapatos, al igual que sus hermanas. Crea
o no crea el niño en ello, lo cierto es que la presencia de lo maravilloso es
un elemento presente de capital importancia en los cuentos de hadas y le
dan su carácter fundamental.
Otro de sus rasgos son los personajes que intervienen por lo general
muy pocos y presentando gran unidad, interviniendo a veces niños, no muy
corrientemente, y muy a menudo jóvenes en edad de poder casarse. Su
origen, los caracteres que los distinguen y el modo en que actúan, son
siempre en extremo exagerados. En cuanto a lo primero, o proceden de
una cabaña muy pobre o de un fastuoso palacio encantado. En cuanto a lo
segundo, o son excesivamente buenos o medrosos, o bellos, o
trágicamente feos o perversos y cobardes, o valientes y nobles; o son
enanitos o gigantes, o brujas o princesas, o reyes disfrazados de mendigos,
o mendigos convertidos en reyes y caballeros. Entre las figuras accesorias
o secundarias, están los padres, la madrastra, la abuela, las cortes de los
reyes y los trabajadores, que en algunos cuentos entran como un eco
lejano de la sociedad que sufre y que trabaja. A menudo, también son
personajes los animales que han sido dotados de ánima o los objetos en el
mismo sentido: escobas, pajas, varitas, espejos, lámparas, etc. Lo
fundamental en sus personajes —dice Bühler 1— es "que están tomados
como tipos y por lo general no tienen más que una cualidad sobresaliente
llevada al máximo". Sus cualidades físicas o morales son netas en cada
156
R. Cousinet, ob. cit.
personaje, como dijimos al principio: personifican orgullo, modestia, valor,
cobardía, fealdad, belleza, bondad, maldad. Ni los defectos tal como las
virtudes, son despectivamente considerados, sino muy por el contrario.
Estos caracteres de los personajes se destacan en la trama de sus
acciones y destinos, en donde por lo general triunfa la bondad sobre la
maldad, el valeroso sobre el cobarde, lo bello sobre lo feo, es castigado el
vicio y exaltada la virtud. La manera como son presentadas las
características de los defectos de los personajes ha sido otra de las obje-
ciones que se han hecho a estos cuentos, alegando que los niños, a
menudo, prefieren ser los personajes malos de ellos. Aquí no estamos
contestando nada, sino analizando la estructura de los cuentos de hadas.
Por eso, remitimos al lector a las juiciosas observaciones de Ortega y
Gasset, con que ratificaremos nuestro concepto al respecto157.
Otro elemento a considerar, es el medio, el ambiente en que se
desarrolla la acción de estos cuentos. Es un lugar que nunca está muy
perfecta y largamente detallado, salvo algunas excepciones, sino esbozado
en pocas palabras, dejando entrever ese país de maravillas muy fuera de
todo tiempo y espacio. Ésa es una de las características que trata de tra-
ducir ese término de tan lejana reminiscencia con que se suelen empezar
los cuentos: "En un lugar...", refiriéndose a la geografía, y: "Había una
vez. ..", localizando el tiempo. A través de estos dos elementos se suele
percibir el bosque sombrío y misterioso, los palacios encantados de los
príncipes o las cabañas solitarias y extraviadas. Esa observación no es
siempre —anota el psicólogo alemán— absolutamente exacta, aunque en
general los cuentistas de hadas traten de dar a través de ese ambiente, el
paisaje de irrealidad que pretenden. En Perrault, con quien hemos de
defender el realismo en los cuentos de hadas, las descripciones minuciosas
y veraces suelen existir más de la cuenta, como sucede en su famosa
narración Piel de asno. Barine, es quien destaca esto, que llama "esbozos
naturalistas, que no dejan nada que desear para la veracidad y la precisión
del rasgo", como es "la gran granja de macizo edificio, con innumerables
dependencias, en donde la princesa encuentra un asilo cuando huye de su
padre"158. Como este detalle, muchos otros que alegran el cortijo, que es el
ambiente de este cuento, y que traducen exactamente "la impresión de gus-
toso bienestar que ofrecían ciertas explotaciones agrícolas del viejo tiempo
anterior a la revolución" 159.
Otra de las cosas que se han estudiado como elemento importante de
los cuentos de hadas, son los sucesos que ocurren en ellos, y como por lo
157
Véase en el capítulo I, el apartado núm. 3.
158
A. Barine, ob. cit., pág. 669.
159
- Ob. cit., pág. 670.
109
general, se trata de viejas leyendas, del folklore de los pueblos de los
primeros tiempos —cosa que comentaremos más adelante—, nos importa
afirmar que, sean cuales fueren esos sucesos, ellos siempre tratan de
excitar la imaginación y poner en tensión, que excede los límites de los de
la vida diaria, ciertas cuerdas de la motilidad infantil; que se parecen a
veces a un sueño, y que tienen cualidades adecuadas para despertar y
mantener sujeta la imaginación oscilante y anhelosa de hallar asuntos a
que se acoge la desocupada facultad de pensar y es piedra de toque de la
acción —dice exactamente Bühler 160. En cuanto a la motivación de las
acciones, suele ser muy sencilla, para algunos un tanto caprichosa, para
otros absolutamente lógica y ceñida. Lo que es evidente, es que a menudo
se resuelve de manera brusca, como de golpe; sus premios y castigos son
inmediatos y accesibles a cualquier mentalidad.
Y todavía, en cuanto a la técnica de exponer los cuentos, éstos
presentan, más que una unidad orgánica indesunible en ninguna de sus
partes, una sucesión de actos aislados, casi independientes unos de los
otros, que se van ensartando y que mantienen la atención del oyente por
medios muy simples y directos de estilo: ya anteponiendo profecías,
órdenes o prohibiciones, por ejemplo, antes de ocurrir el suceso, como un
adelanto a lo que va a pasar; o repitiendo estribillos en forma diferente, o
dejando en un párrafo final el interrogante natural del hecho que sucederá
para unir al cuadro siguiente, interrogante que es el emulativo que lo lleva
al niño a .proseguir en su conocimiento.
Aparte de todos estos caracteres, no nos encontramos en los cuentos
infantiles de esa clase, con el esfuerzo para vencer las dificultades. Los
personajes triunfan sin desesperarse, sin vacilar —anota Cousinet—. Esto
todo se cumple tan sencilla y fácilmente, tan maravillosamente "como en un
sueño en el que las diversas percepciones se suceden y se funden como
las olas del mar, cuando bajo nuestras pupilas cerradas, una calabaza se
convierte en una carroza, sin que siquiera haya necesidad de una varita
mágica. La expresión de un deseo es suficiente para que Riquet se torne
bello y la princesa espiritual, y el que un príncipe encantado roza la mano
de la Bella, restituye la vida a todo un pueblo dormido" 1. A eso hay que
agregar una segunda observación: que todos estos relatos suponen, por lo
general, un triunfo, un éxito, éxito que se logra de igual manera. Hércules
entra en el palacio de los dioses, Ulises vuelve a encontrar a su patria y a
su mujer, Cenicienta se casa con el príncipe, etc. En una palabra, que
estos relatos llevan implicados, además, la seguridad de un triunfo logrado
sin dificultad.
160
Bühler, ob cit., pág. 327.
Creemos que aun en la literatura fantástica actual en donde la vieja hada
ha sido sustituida por otros emulativos de sus mismos perfiles, se puede
anotar la presencia de estos mismos elementos. Lo maravilloso está
presente en muchas historietas: o bien traducido si no en varitas mágicas,
en fuerzas hipnóticas (Mandrake, Fu Man Chu, El Mago Zarata, etc.); o en
el poder de la fuerza humana superada en el hombre mismo (El
Superhombre, Lotario, Tarzán); o en el poder de los elementos reales de
las ciencias en todas sus manifestaciones (de la vitaminas: Espinaca; de la
aviación: El Murciélago; del trasformismo estético: Frankenstein; etc.). Los
personajes que intervienen siguen presentando las mismas características
que los anteriores, incluso revelados ya por sus propios nombres: Capitán
Maravillas, Sargento Noble, Llanero Solitario, Detective Perfecto, etc. En
cuanto al número, siguen siendo pocos y teniendo gran unidad de acción;
en cuanto al origen, de la misma manera que los anteriores. Los animales
continúan interviniendo en muchos cuentos: grandes monos, osos, gi-
gantescos cóndores, caballos amaestrados, asnos, loros, siguen existiendo
también los personajes-sujetos: alimentos, ganzúas milagrosas, espejos, y
en casos muy perfeccionados, incluso el hombre de hierro, como en la
historia de Red Romer. El medio en que se desarrollan, tampoco sigue
siendo muy claro: los sucesos que forman sus argumentos siguen siendo,
siempre en algún aspecto, el fondo de la experiencia humana que vive el
hombre actual y que no es de otra sustancia que de la misma que dio lugar
a los mitos y leyendas antiguas. Y, finalmente, las motivaciones de los
sucesos, tanto como de la técnica expositiva, siguen presentando las
mismas características que en los viejos cuentos que hemos analizado.
111
ruiseñor de la canción: cantan mientras tienen el corazón alegre; cuando
envejecen se preocupan, se formalizan y son cavilosos, graves y sabios. . .
Ciertamente, La bella durmiente del bosque es pueril, y por esto puede
compararse a un canto de la Odisea. . . Todo lo que se imagina es real,
imaginar es, así, recrear realidades. La imaginación convierte a un hombre
emocionado en un artista y a un hombre valeroso en un héroe161, pero eso
sí, nunca fuera del mundo de los sentidos y las apetencias reales. Es muy
difícil imaginar algo que no haya tenido por base una imagen real, eso es
imposible. La precaria fantasía del niño pequeño es así, porque sus
sentidos son todavía limitados en sus funciones. Antes que nada, imaginar
es asociar ideas; en el niño, como en el pueblo primitivo —vimos—, y su
proceso en ambos va de lo simple a lo complejo, va de la Odisea al Infierno
de Dante o a la tragedia shakespeariana. Si el niño ve hadas o gnomos o
ángeles, o elementos que tienen alma, no los ve sin realidad ni materia, o
hay engaños en sus sentidos. "Ángeles son niños con alas", dice France
muy bien, y agrega: "Si los griegos veían centauros, sirenas, arpías, etc.,
era porque habían visto anteriormente hombres, caballos, mujeres, peces y
pájaros"162. De aquí esa afirmación, que comparto totalmente: no hay en el
mundo sobrenatural ni un átomo que no exista en el mundo natural; por lo
tanto, no hay peligro en suponer que el niño será engañado por creencias
irreales, y si en último caso lo fuera, sería en un período extremadamente
corto de su vida, tan breve, que ni siquiera ofrece peligro alguno. La
imagen es real, y el cuento imaginativo puede ser perfectamente realista,
como es el cuento de Perrault que veremos.
Pero no quiero desordenar este análisis. Ni los cuentos de Perrault ni los
de Grimm, que son de los primeros que le dan una significación perfecta a
esta literatura "en su origen, fueron inventados por niños ni para niños;
pero son de carácter popular; y al menos, por su tipo y esencia,
corresponden a fases de culturas primitivas, o como suele decirse, la
infancia de los pueblos", y han adquirido su permanencia porque están
entre los elementos de ese saber humano que se decanta para el futuro
como experiencia viva; forman lo que Antonio Machado llama el barro
santo (folklore), que sirve para que amasemos con él nuestra creación
posterior, sana y poderosa, la auténtica que volverá de nuevo recreada por
el pueblo.
161
M. Pellison, Charles Perrault..., ob. cit., pág. 364.
162
E. Montegut, ob. cit., pág. 665.
Un estudio minucioso de la obra de Perrault, como le han hecho algunos
compatriotas suyos, este Perrault que ha alcanzado la más perfecta
síntesis en tal forma literaria, nos permite ver cuánto de real tiene su
imaginismo, cómo son sus cuentos una buena escuela para conocer su
tiempo y qué bien, en verdad, le corresponde al título de "Homero
burgués", que le asigna Barine, que hemos citado. Es tal su realismo, que
algunos, como Sainte-Beuve, han dicho, exagerando tal vez la defensa —y
prodigando la afirmación de Balzac de que no era, o sería, más que el
Secretario de las costumbres de su tiempo—, que éste "no ha sido más
que el secretario", concepto que reafirma nuestro criterio fundamental: la
extracción popular y realista de sus cuentos, y que en nada desmerece su
obra, pues tales secretarios aparecen tan raramente, que Francia,
productora de tantos ingenios, no ha podido conseguir otro como él desde
el siglo XVIII hasta nuestros días... Lo maravilloso —se ha afirmado—,
ocupa en Perrault bien modesto lugar, las hadas son singularmente raras
en sus narraciones. "A veces, lo maravilloso —dice Montegut— no parece
más que a hurtadillas o no está representado más que por un simple
detalle. Es imposible ponerse en menos gasto de lo maravilloso. Perrault,
fiel a los instintos del genio francés, parece haberse propuesto más que
desenvolver la imaginación, divertir la razón. Se estaría tentado de decir, en
efecto, que éstos son exactamente los cuentos que convienen al siglo de
Descartes, si no supiéramos que estos relatos son de origen legendario y
fecha incierta. Un racionalista con vivacidad de imaginación, habría podido
incluso señalarlo. .. Porque los cuentos de Perrault, en verdad, no son más
que fragmentos y documentos dé esa historia poética que tienen todos los
pueblos, pero que no ha sido escrita. Son documentos auténticos y con una
ingenuidad que, si bien modesta, no desmerece el encanto que saben
traducir las creaciones verdaderamente poéticas. Para sus críticos -—
criterio que compartimos—, ellos tienen todas las cualidades que los
conocedores más exigentes requieren a las obras de arte. Su moralidad no
es pedantescamente directa, sino indirecta, y envuelta en su contenido. No
traducen solamente una cosa o hecho, y son, por lo tanto sus aplicaciones
tan diversas, como diversos sean los espíritus de sus lectores. Es decir,
que estos cuentos "son de materia flexible y maleable, como así es la de la
vida humana, y que como la naturaleza, son de figura incesantemente
cambiante bajo su apariencia estática y precisa. Como todas las creaciones
de la vida, ellos tienen su paisaje, su atmósfera varia. El relato es muy
rápido y a menudo minuciosamente circunstancial, sin que nadie haya sido
olvidado, ni el amueblamiento de las casas, ni los trajes, ni las
particularidades físicas o morales de los actores, ni los menores matices de
la acción, y esta exactitud minuciosa conerva a estos cuentos un gran aire
113
de realidad. El autor es como un testigo que obliga a creer en la verdad
general de su testimonio por un detalle imprevisto o por una circunstancia
insignificante que su memoria habría podido olvidar"163. Se ha hecho notar,
muy juiciosamente, que los ratones trasformados en caballos por el Hada
Madrina de Cenicienta, guardan en su metamorfosis su propia ropa gris, y
que la rata que sirve de cochero, conserva su bigote, "uno de los más
bellos que jamás se ha visto"164. De este modo, Perrault, que en su
brevedad parece un poco apurado por llegar al fin del cuento, encuentra,
no obstante, el tiempo necesario "para enseñarnos sobre sus personajes
una cantidad de pequeños hechos característicos, que un escritor,
caminando a pasos más lentos, puede ser que los hubiera olvidado. . ."165.
Su trabajo, así, consiste en metamorfosear a los monstruos y a los
animales, a quienes los salvajes y los campesinos atribuían poderes
mágicos, como en Mi madre la Oca; en hadas "muy grandes damas que
llevan ropa de la buena modista" y hacen reverencias como las "Preciosas"
de la corte de Luis XIV, y esto porque las hadas, en su tiempo, "habían
guardado conciencia de sus antiguas funciones de ministros del viejo
fatum".
Cuando Perrault define los dones de las hadas en el bautizo de la Bella,
por ejemplo, Barine nos afirma que Perrault muestra en este pasaje cómo
los burgueses de la calle Saint-Jacques, hacia el fin del siglo XVIII, se figu-
raban debía ser una princesa cabal. Parte de la narración del bautizo de la
bella, ha sido provisto por el pueblo, pues Perrault tenía pocos escrúpulos
en cuanto al problema de los detalles y en lo de mezclar lo del pueblo con
lo de su imaginación de escritor. De este modo, incluso la técnica de su
narración, se mueve no en un ambiente vago e impreciso, como el que nos
diera como carácter general de los cuentos de hadas, Bühler, y que se va a
repetir más tarde en Andersen. Se mueve en "un pequeño cuadro de
costumbres, familiar y sincero, que lo trae sobre la tierra y lo fija en el
tiempo", como lo harían después, con hombres y bestias, Moliere y La
Fontaine, de tal modo que, "después de los siglos trascurridos, Harpagón,
Maestro Cuervo y Cenicienta, son más reales para nosotros, que todos
esos seres anónimos que atraviesan todos los días nuestros caminos y se
desvanecen prestamente en el olvido"166.
163
Ob. cit., pág. 661
164
Ibid.
165
Ibid.
166
A. Barine, ob. cit., pág. 664.
Pero para tener una idea exacta de lo que decimos y poder estimar, en
todo su valor, estas pequeñas obras maestras de Perrault, necesitamos
estudiar más detenidamente sus personajes. A través de ellos, la moral que
en otros como en el frío Telémaco resulta fastidiosa, poco pesa, no es
inoportuna y hasta, en su papel de fiscalizadora "en gran parte del tiempo,
brilla por su ausencia"167. Propiamente hablando, los personajes de Perrault
"no saben exactamente qué es la moralidad y la inmoralidad. Ellos sí saben
qué cosas son las que se llaman fineza, bondad, malignidad, prudencia,
curiosidad..." Es decir, que en ellos sucede como en toda verdadera obra
de arte, por cuya razón Perrault, en estos cuentos para niños, alcanza la
misma libertad de espíritu que un Shakespeare o un Cervantes 168.
Los héroes que animan sus cuentos no son más que una síntesis de
esas oleadas precipitadas de héroes de los cuentos populares, a que alude
Barine, que vienen de todos los puntos cardinales y muchos de los cuales
"han realizado las cosas más extraordinarias, más difíciles, más propias
para golpear en la imaginación que uno de los héroes de Perrault". Sin
embargo, no son célebres porque Perrault los ha desdeñado o
simplemente ignorado. Pero hay más: Perrault ha hecho posar a los
modelos de su alrededor.
"Ha hecho posar a sus amigos, sus vecinos, al grueso financiero, los
campesinos que ha encontrado en el campo, los principillos que ha
apercibido en sus visitas a Versailles..." 169Por eso casi todos sus
personajes siguen existiendo en la actualidad. ¿Qué es Barba Azul sino
"uno de esos nuevos ricos que florecieron ya bajo Luis XIV, pero cuya raza
ha crecido y se ha multiplicado prodigiosamente en nuestro siglo?
La presencia de la experiencia popular, así, se nota en todos los
momentos de sus cuentos, los que no cierran nunca la posibilidad de que
sea la versión popular incluso la que le dé solución al drama, como en el
caso del propio Barba Azul. Es el pueblo también el que le da el final al
drama de la Cenicienta, personaje escarnecido de todos los días, la
humilde maltratada de siempre. El gato con botas no es más que el criado
picaro e ingenioso que venía de la comedia italiana, sin sentido de las
nociones sobre lo tuyo y lo mío, lo justo y lo injusto y los demás conceptos
morales. Pulgarcito no es otro que una "de esos advenedizos que asaltaron
las plazas bajo el reinado de Luis XIV" y ha nacido, agrega el autor francés,
"en la época en que nuestro mundo era muy duro con los seres deformes
de cuerpo y espíritu (Pulgarcito era enano, enfermizo, etc.), y a menudo
eran quemados y muertos por brujos. Pulgarcito, venciendo al Ogro, no es
167
E. Montegut, ob. cit., pág. 662.
168
Ob. cit., pág. 663.
169
A. Barine, ob. cit., pág. 664.
115
un final solamente para producir el placer en las masas, como en los niños
ese placer de que gigantes muy tontos son vencidos por enanos astutos;
no, sino que es la proyección de un símbolo que en el fin del siglo en que
vive Perrault ya empezaba a adquirir un sentido profético: la necesidad de
fortificar en el débil, en el desvalido, las virtudes que le hicieran capaz para
vencer al poderoso avasallador. Tampoco es porque sí que este Ogro de
Pulgarcito es de raza noble, y que el pueblo lo hizo descender de antiguos
conquistadores, "de caníbales que comían a los prisioneros", como
tampoco es casual la clase de muerte que el propio pueblo le reservó en su
leyenda.
Y si está presente el realismo en la trama y desenlace del cuento, tanto
como los personajes mismos, respetando el sentido profético del pueblo, no
lo está menos en las descripciones que hace en este propio cuento, como
la de la casa del Ogro en la que, "cualquiera que haya penetrado en las
viejas chozas del centro de Francia, con sus pequeñas ventanas oscuras
donde la luz de las puertas expira a pocos pasos del umbral, en donde los
muebles encerados brillan en la sombra y los propios muros han recibido la
pátina armonisa del tiempo", ése reconocería la casa del Ogro170. Y todavía,
en el más fabuloso de sus cuentos, Piel de Asno, ya dijimos al principio de
este estudio, cuánto tenía de realista, qué poca necesidad tenía de inventar
sus descripciones y cómo Piel de Asno, la eterna fregona, es el fin ordinario
de todas las farsas y burlas de la canalla. Con estos personajes, por otra
parte, Perrault introdujo en la literatura la gente humilde, los leñadores, los
molineros, los sirvientes. "Las pequeñas gentes contaban entonces muy
poco en la literatura, dice Barine, y es una de las grandes novedades de
Perrault el haber introducido los zuecos en las salas, al abrigo del manto de
brocato de las hadas"171, por lo cual su obra realista está llena de un
poderoso soplo de humanidad y traduce verdaderas epopeyas populares.
170
Ob. cit., pág. 669.
171
Ob. cit., pág. 671.
que no divertir a los niños, a pesar de lo cual sus cuentos no perdieron ni el
color, ni la gracia ni la sabiduría popular que ellos tienen.
Los hermanos Grimm, un buen día, con el fin de destruir el origen
histórico de las leyendas y fábulas populares, tomaron sus bastones y sus
hatillos y se marcharon a través de su país, deteniéndose y viviendo en las
más humildes posadas; conversando con las gentes en los molinos y
lavaderos públicos, haciéndose solícitos con los ancianos e interesándose
con amor en sus menores palabras, "como un arqueólogo de provincia",
según la expresión de Pellison. Se interesaban así por los más pequeños
detalles de estos aspectos y escribían en la noche, apresuradamente,
antes de dormirse, las tradiciones que apresaban el día, cuenta du Meril172.
Sus cuentos, de esta manera, tienen toda la fuerza y el vigor de muchas
generaciones y en cada una de ellas, de acuerdo con nuevos aspectos de
la vida capaces de modificar incluso el sentido de transmisión futura, los
ofrecen con rasgos que tienen un carácter propio y determinado. No son
así los hermanos Grimm quienes pueden ofrecer mayor resistencia a la
demostración del realismo de estos cuentos. La diferencia entre Perrault,
Grimm y Andersen estriba en que mientras Perrault habla por la
extraordinaria sabiduría de su captación y tiene una rara habilidad para
reproducir el tono y el acento de sus personajes, y los hermanos Grimm las
características que anotamos con anterioridad, es decir, los de recoger
directamente sin observación ni psicología expresiva alguna esa
experiencia, sino directamente, Andersen lleva esas fuentes populares en
su propia alma.
Andersen es hijo del pueblo, sus cuentos son de su substancia. Es
enternecedor oírle narrar los recuerdos de su infancia en tal sentido. "Los
domingos, escribe refiriéndose a su padre que era zapatero y que tenía
una imaginación muy viva con la cual contribuyó mucho a exaltar la de
Hans Christian, él se divertía en construirme unos pequeños teatros;
recortaba los decorados que eran móviles y que podían cambiar a la vista.
Me leía escenas de la comedia de Holberg y de los cuentos de Las mil y
una noches". Después fueron otros familiares suyos quienes completaron
esta influencia del medio, tanto que "lo extraño y lo maravilloso eran, por
así decirlo, el estado que flotaba en el aire que respiró Andersen durante su
infancia" 173. Viviendo siempre contiguo al pueblo, guardó sus cuentos no
sólo en sus oídos sino también en su corazón. Y cuando narra, anota
Pellison, "no es solamente la credulidad y la simplicidad de las pequeñas
gentes, su bondad cordial, su alegría ingenua que él expresa ad vivum,
sino a veces también su rudeza, su irrespetuosidad hacia los poderosos
172
M. Pellison, H. C. Andersen, ob. cit., pág. 317.
173
Ob. cit., pág. 315.
117
(como los personajes de reyes y reinas en La Princesa en el país de los
Guisantes, El camarada de viaje, Los trajes nuevos, El Emperador, El
porquerizo, etc.), su ignorancia de las formalidades sociales; su indiferencia
por la moralidad (como en Pequeño y Gran Claus, en Briquet, la muerte de
la bruja), y la gruesa y áspera sal de su "humor" (en ]uan, el Balourd). En el
cuento popular nadie ha sido más sinceramente, más verdaderamente
pueblo que Andersen"174.
Sé que más en Andersen que en ningún otro cuentista se podría afirmar
la existencia de lo maravilloso. Existe, es verdad, pero no como el elemento
artificial al que se recurre, la "máquina" que usaron los antiguos para
reavivar mundos muertos; en él, lo maravilloso es su propia alma y su
mundo entero, su mundo vivo, producto de su propia vida. "Desde su
infancia lo maravilloso ha sido como una atmósfera natural; a despecho de
sus estudios y de sus maestros, él ha permanecido incapaz de separar la
leyenda de la historia y la fantasía de la realidad" 175. Y eso que se nota en
sus cuentos es lo que da realce a su maravilla, es lo que la legaliza y que
hace que los niños lo prefieran como guía en ese extraño cuán difícil viaje
al País de las Maravillas, y eso también es lo que hace que haya adquirido,
como se dice, "una óptica infantil para describir" y se haya convertido en el
más grande de los animistas: "juegos, plantas, flores, bestias, utensilios,
muebles, juguetes, Andersen los siente iguales, con una personalidad,
como un alma actuante" 176:
Andersen tampoco sobrepuso a su creación el problema moral, directo,
esa instrucción o moraleja. Le preocupó que sus cuentos fueran poéticos,
antes que nada, porque él era un poeta. Que no se parecieran a los que
florecieron en Alemania en el siglo xvin, con Campe y Rochow, en Francia,
con las señoras Leprince de Beamont, y Genlis, en Dinamarca, con
Malbech, en Inglaterra, con numerosos escritores, etc., y ello a pesar de
que dijera, como escribía a Ingelmann, que cuando contaba sus historias a
los niños no se olvidaba de que les debía dar alguna cosa en qué pensar x.
Y si esa moral a que nos referimos, y que a veces se pretende en sus
cuentos, no aparece, es cierto que ellos nos hacen pensar. Son la
experiencia humana una vez más, un siglo más adelante, decantada en
tono y expresión, sin que haya perdido lo conmovedor y edificante que
tienen las cosas del pueblo siempre. Por eso Andersen, el menos realista
de todos, es un poeta por excelencia de la infancia, aunque sea él mismo
quien haya protestado porque se le considerara solamente de la infancia
cuando al final de su vida, y al enseñarle los proyectos de monumentos que
174
Ob. cit., pág. 317.
175
Ob. cit., pág. 319.
176
Ob. cit., pág. 318.
se pensaba erigirle, en todos ellos apareciera siempre su imagen rodeada
de niños: "Es una trivialidad —protesta— el no ver en mí más que el poeta
de la infancia. Mi pensamiento fue el de ser poeta de todas las edades"2,
reacción muy lógica pero que no alcanza para desmerecer la trascendencia
de su verdadera actitud: poeta de los niños.
119
adormece que azuza al niño sentado en el banco. Ningún miedo del
folklore es sano, es decir, del que se recoge por el campo y que en España
ya está recogido en muchos libros; pero cuidado con el argot de la ciudad,
ése si es delicado y feo. Este jaleo de río en el delta, que es el hecho
urbano, revuelve el agua limpia que le viene de lo rural, y, por lo menos,
debe ser colado. Yo me sé de años que se puede pasar del folklore a la
lengua arcaica, de ahí a los clásicos nacionales y de éstos a los latinos, y
sé que la vía que repugna más al niño es la otra, la de su primer comida
sacada de las literaturas de transición, las románticas por ejemplo, y su
tránsito desde ellas a cualquier literatura clásica. Lo que tuerce el gusto,
envicia en lo mediocre agradable y arruina la afección del escolar para lo
grande son las literaturas cursilonas de hace treinta años y las flotantes y
circunstanciales de cualquier tiempo"180.
Y este concepto sobre la calidad de lo folklórico en la base de la literatura
infantil, que hemos querido reproducir en su totalidad, ha sido
perfectamente visto por muchos pedagogos que se han convertido en sus
más decididos defensores. Sus virtudes se extienden, por lo demás, para
todos los rasgos de la vida del niño. Sí, por ejemplo, Lombardo Radice lo
recomendaba para hacer jugar al niño los juegos tradicionales; para
preparar la experiencia y la virtud expresivas en sus cuentos fantásticos;
para despertar el sentimiento por medio de sus novelas üenas de
ingenuidad; para formar el juicio con agudos refranes muy antiguos y muy
modernos repetidos por todas partes181. Y nosotros insistimos, que nunca
como en este elemento alquitarado, cuya materia nos ponen en las manos
los creadores esenciales, se nos ofrecerá un alimento más puro y valioso
que pueda servir de médula para el conocer del niño en sus relaciones con
el mundo al cual ha de entrar saliendo del suyo. Porque este material
creará la identidad, mejor aún, la intimidad, entre su espíritu que se abre
ávidamente como flor y el del mundo que lo recibe con su aire.
121
de verismo o materialismo racionalista, o de ambas cosas a la vez. Nuestra
exposición ha sido suficientemente amplia y clara para llegar a contestar
estas inquietudes en las conclusiones que siguen:
1? — Que si bien en el niño se repite en parte esa situación del primitivo,
en el proceso de su evolución hacia el pensamiento racional, no es tal ni
totalmente como en éste; no se puede comparar en especial por la
brevedad de este tiempo de semejanza en el niño. La etapa de su
imaginismo, que es la más importante, ocupa en su vida nada más que una
pequeña porción de tiempo que no alcanzará para crearle esos tan
profundos trastornos que se pretende. Está perfectamente estudiado por la
pedagogía científica que "la afición a los cuentos ha desaparecido ya,
normalmente, a los diez años, edad en que lo absurdo, increíble e invero-
símil empieza a aparecer como tal a los ojos del niño, edad en la que Binet
y Simón han colocado el test de crítica de frases absurdas, sin duda,
después de haber comprobado por numerosas experiencias que en ella la
lógica característica del niño va cediendo lugar a la lógica propia del adulto"
183
.
2? — Que las condiciones del desenvolvimiento de ambos —el primitivo
y el niño— difieren fundamentalmente porque si bien el primitivo se
desarrolla en un mundo sin otras relaciones y medidas que su propia
ignorancia, por lo cual quedaba irremediablemente en las suyas, el niño
crece y se desarrolla en un mundo que le supera por miles de veces, en
todos los sentidos. De este modo lo que lee o se imagina o crea su fantasía
alrededor de lo inexistente no alcanzará más que a crearle una lejana y
absurda situación que lo único que le proporcionará será el encanto poético
de la leyenda que es ratificada de continuo por el propio espectáculo de la
técnica y de la sabiduría que ha alcanzado el hombre de nuestro tiempo y
que está en la propia evolución del niño.
3? — Que, por lo tanto, ni se falsea su espíritu ni se le inclina a
credulidad, ya que la realidad de su contorno le está demostrando, aun
insensiblemente, que tales cosas no son ciertas. Que es un error
psicológico creer que eso, lo que no es cierto, es lo que ahoga su sentido
crítido cuando, por otra parte, en los demás rasgos de la cultura y la
educación que recibe el niño, existe más que nada una saturación de
sentido crítico que siempre sería suficiente para equilibrar ese peligro que
se anota, si realmente él existiera.
4? — Que, de acuerdo con los numerosos análisis que hemos hecho, la
imaginación del niño requiere excitantes, para cada una de sus etapas, que
respondan a sus exigencias funcionales y actúen, como dice Ortega y
183
Torner, ob cit., pág. 27.
Gasset, como hormonas psíquicas, y que los mitos, las leyendas, las hadas
y demás emulativos maravillosos cumplen esa función en la imaginación
infantil. En efecto, ellos enriquecen sus estímulos; amplían, por
transferencia, las demás facultades o poderes psíquicos, puesto que han
de intervenir activamente en ellos la atención, la memoria, la asociación de
ideas, el juicio, etc., y le sedimentan, con una serie de imágenes, el
conocimiento posterior, le crean la tradición, esas imágenes tradicionales
que sirven, como a los pueblos enteros, de raíz expresiva y conocimiento
posterior.
5? — Que ni la fatalidad ni la imaginación, son actitudes o ejemplos que
puedan quedar irrebatibles para la experiencia del niño en la era presente.
La historia de las nuevas sociedades, en la' democratización de sus
procedimientos provee de continuas posibilidades para que cada uno
pueda alcanzar, mediante su esfuerzo y su lucha, determinado destino
social. El más mísero puede alcanzar el más alto sitial sin la varita mágica,
y si ella existe en algunos poderes que no son precisamente irreales, está
condicionada por factores, valores y elementos fácilmente apreciables y
analizables en sus menores aspectos. La lucha de clases de los hombres
ha cambiado el panorama del mundo. El esfuerzo de las colectividades ha
logrado éxitos insuperados. De este modo, fatalismo y resignación son
términos ya fuera de otro uso que no sea el de determinada intención y en
vías de sojuzgamientos perfectamente logreros, pero que no alcanzarán
más que muy mediano éxito.
6? — Que no es cierto que para el niño la existencia de la máquina de
escribir, por ejemplo, importe más que la de una nube, ni que estará más
ligada a su futuro la primera que la segunda, usando los dos elementos de
los opositores que citáramos. Ese argumento es falso en dos aspectos; en
cuanto a la cosa en sí: la nube siempre será un enigma, aclarada en su
estructura, y su forma cambiante, su carrera por el cielo, la belleza de sus
transformaciones, el sentido de su destino para la vida, etc., para el niño,
será siempre un maravilloso enigma y una fuente de inspiración real o
abstracta, pero innegable, y la máquina de escribir, el objeto doméstico,
palpable, desamable, finito como ansia de sentir su intimidad o su secreto,
será el objeto por sí mismo y en función de sí mismo. Y en cuanto a su des-
tino, la nube seguirá preocupando al niño —en especial al campesino— un
millón de veces más que la máquina de escribir, aunque la máquina de
escribir sea un millón de veces más deseada. Un niño me dijo
concretamente en cuanto a estos dos elementos (la nube y la máquina de
escribir): "que le interesaba más la nube y que le parecía más importante
porque la máquina tenía un oficio limitado, solamente práctico, después del
cual no servía para nada más; en cambio la nube, además de tener ese
123
valor al dar el agua a la tierra, creaba emoción, despertaba belleza y servía
de inspiración a las personas. . . Lo que es muy importante", reafirmó. Y
esto es exacto.
7? — Que también es erróneo pensar que sus angustias y sus
desencuentros con la realidad se crean por lecturas irreales que absorben
en tan limitado espacio de tiempo su atención. Las causas verdaderas de
este desacuerdo tienen otro carácter social y son palpables. No es lo irreal,
sino lo real inalcanzable lo que atormentará al adolescente en su vida. Si él
sabe que lo irreal no existe, que ese mundo inverosímil y que esos objetos
mágicos pertenecen solamente a un clima de ensueño, eso no será nunca
preocupación de su vida. Antes bien, lo real que él ve a otros alcanzar
mientras a él se le escapa de las manos, eso sí será lo que le preocupará.
8? — Que el problema aún se torna más claro cuando analizamos la
relación psicológica que existe entre su imaginación y los cuentos de
maravillas. Por ejemplo: ¿"hasta qué punto penetra en su inteligencia, en
relación con los hechos narrados", lo maravilloso? Es cosa sobre la cual los
psicólogos discrepan, aunque se sabe que el niño sigue ávidamente el
desarrollo de un cuento, como hacían notar Perrault, Andersen y Schmid en
sus memorias y nos lo han repetido infinidad de niños. Una niña nos decía
que cuando terminaba de leer un cuento, miraba hacia los lados y salía
corriendo porque todas las cosas le parecían fantasmas. Estos estados, sin
embargo, parecen más bien transitorios que permanentes y su influencia,
más accidental que efectiva. En tal caso ella no obraría más que como
materia de sueño. Existiría así "cierta analogía entre los cuentos de hadas
y nuestros sueños: el cuento de hadas es en ciertos puntos un tipo de
imaginación artística de ensueños", como dice Bühler 184 y tiene por base el
desarrollo de los centros representativos que es la etapa más importante
en esta literatura.
Por otra parte, esta representación de imágenes inmediatas bien pronto
es insuficiente mediante el cuento de hadas, porque esta narración es de
un gran primitivismo estético y carece en absoluto de matices. Siendo
desconocidos aún para la psicología los límites de las dimensiones que en
la imaginación infantil pueden alcanzar lo enorme y lo pequeño, esto
mismo hace que dichos efectos sobrenaturales no impliquen más que un
pasajero placer imaginativo, con una influencia precaria. En cambio, como
emulativo de la psique son de indiscutible valor, pues el cuento de hadas
"hace uso de la constitución de un complejo de imágenes por el medio
auditivo puesto que ordena en serie las imágenes una tras otra", anota
Bühler, agregando Sully esta expeditiva cita: "hay causas más o menos
184
Bühler, ob. cit., pág. 330.
Ob. cit., pág. 341.
fundadas para suponer que en esta primera época las palabras tienen en sí
un valor como sonido, algo de la realidad objetiva de una impresión
sensorial completa; de manera que, al nombrar una cosa, en cierto modo,
provoca la presencia de la misma. Sea ello lo que fuere, lo cierto, es que
las palabras como transmisoras de las percepciones sensoriales ejercen
poderosa acción excitante sobre la imaginación infantil; porque hacen
surgir, como por magia, imágenes extraordinariamente vivas de lo objetos
nombrados. Esta acción profunda y duradera de las palabras no se
observa nunca más claramente que en la magia de los cuentos de hadas.
Nosotros, los adultos, nos hacemos la ilusión de leer historias; si el niño
pudiera darse cuenta de lo que nosotros llamamos leer, se reiría" 1. Y esto
lo han tenido en cuenta muy bien los narradores de esta clase de cuentos.
Recordemos que Andersen trataba, incluso, de que sus palabras fueran
capaces de traducir el ruido del viento desencadenado. Por otra parte, no
todos los detalles de un cuento son perfectamente retenidos con la misma
fidelidad por el niño. A veces, y esto es un poco caprichoso en cada uno,
los únicos detalles que permanecen en su mente son justamente los
menos maravillosos.
9? — Este problema fue duramente debatido en países como la Unión
Soviética, que ha tratado de fñtrar todo conocimiento de resabios idealistas
o conceptos confusos que no respondan a la ideología de su fñosofía. En
la conferencia del año 1929, en la que se discutió la preparación del
preescolar, se trató del lugar que ocupan los cuentos de hadas en la
educación. La cuestión, dice Pinkevich, se formuló y resolvió de la siguiente
manera, lo que podría dar la pauta para las exigencias aún más objetivas,
realistas o materialistas: "¿Son, en general necesarios los cuentos de
hadas? Sí. Pero los cuentos que surjan de la vida contemporánea; de los
cuentos de hadas que el mismo niño cree..." 185. El autor aludido estudia por
su cuenta este material analizando los argumentos en su contra o en su
favor que son, en general, lo que hemos desarrollado en nuestro examen, y
a pesar de sostener que la mayor parte de tales cuentos sólo pueden obrar
negativamente sobre la mente del niño y muy a menudo resultan
responsables del desarrollo de estados anormales de la fantasía —lo que
vimos no sucede—, no desconoce al mismo tiempo "su gran importancia
para el desarrollo de la imaginación, su adaptación al cerebro infantil y su
capacidad para producir en el lector u oyente un estdo de alto abandono
emocional. De suerte, finaliza, que, sin rechazar terminantemente los
cuentos de hadas, deberíamos darles un nuevo contenido; deberíamos
imprimirles en todo lo posible, un carácter realístico y enlazarlos
185
A. Pinkevich, La nueva educación en la Rusia Soviética, Madrid, 1927, pág.
106.
125
íntimamente con el mundo contemporáneo. Deberían contener menos
prodigios" y maravillas y más suma de fantasía tomada del mundo
circundante. ¿No encierra el mundo de la realidad temas suficientes para
cautivar y retener la imaginación de los niños?"186 Pero este criterio en la
realidad —-1952, época de nuestras reales comprobaciones, en la Unión
Soviética— ha sido más general y explícito, en especial en el teatro (títeres
y representaciones). El teatro para la primera edad infantil utiliza el
elemento fantástico abundantemente: las palabras exorcísticas, que obran
milagros; aguas sobrenaturales a cuyo influjo crecen o desaparecen las
cosas; animales que hablan y se comportan como personas, etc. 187
Creemos que a través de nuestro estudio, demostramos el gran realismo
de la mayor parte de los cuentos de hadas. Si lo que se quiere es verismo,
ellos ya no serán "de hadas". Demostramos también que su substancia es
materia folklórica y está tomada del mundo circundante. Lo único que
compartimos como necesidad es la de ajustados con las realidades y expe-
riencias de nuestras épocas, sin que por ello pierdan ni su carácter
maravilloso ni su entonación poética.
10? — Y si tenemos, finalmente, en cuenta que estos relatos de
maravillas sobre ese realismo de innegable trascendencia, que van a servir
al niño solamente para su faz representativa y que luego en la "edad del
Robinson" volvemos nuevamente al realismo ya menos filtrado, más direc-
to, en donde "el máximo ejercicio del pensamiento crítico y de la voluntad
amplia y orientada a un fin consciente", serán quienes guíen su camino
siguiente, no habrá peligro en que ellos nutran ese período de su vida. Que
es incluso delito el privarles de tal clase de literatura que supone una
mutilación a su maravillosa capacidad mítica, como anotáramos en su
capítulo respectivo. Esto no quiere decir, de ningún modo, que nos
opongamos a la estructuración de un nuevo cuento infantil que tenga por
base la fantasía de la era contemporánea, pero no porque tengamos temor
de que los viejos mitos traicionen la identidad humana del niño en su
devenir, ni creen los fantasmas de su confusión. Sino porque nuevos
tiempos ofrecen necesidades distintas y exigen alimento diverso, aunque
los elementos que provoca puedan resultar los eternos, que por tales, son
los primordiales. Pero rechazamos toda mezcla en cuanto a esta materia,
en donde, a base de un falso realismo o de un frío intelectualismo, mitad
científico y mitad irreal, animando con una grosería que está muy lejos del
gusto depurado del niño, se trate de suplir toda la literatura, que, además
de transmitir conocimientos perdurables, se esfuerza por establecer el
186
Ob. cit., pág. 106 y sigs.
A este respecto, consultar nuestro libro Mi viaje a la U.R.S.S., Montevideo,
187
1952.
perfecto equilibrio entre la realidad y el sueño, entre la verdad y la fantasía
que vive el niño. Rechazamos esa mezcla y exigimos un cuento infantil que
antes que nada, sea verdaderamente un cuento.
127
fuera del cuento y del mito. Sin embargo, esta forma literaria, indirecta en
la exposición de su expresión, de carácter generalmente crítico, de análisis
preciso, y traducción sintética de hechos que resultan tan objetivos como
elocuentes para el entendimiento, tiene tales características por la
necesidad humana de encontrar la forma de transmitir un conocimiento,
una experiencia o una crítica, en forma impersonal, sin herir ni localizar
muy claramente el hecho o el actor. Esto ha inducido a pensar, justamente,
que la fábula nació de la necesidad crítica del hombre contenida por el
poder de la fuerza o de las circunstancias en las épocas bárbaras; que
nació, dice el autor, "bajo el terror, en horas de conculcación y de oprobio,
de desprecio absoluto por la conciencia y el pensamiento ajenos, que la
fábula nació bajo el imperio del absolutismo y el miedo, modalidades de
psicología política inseparables; que bajo la ficción, el poeta comentó la
tiranía, combatió la fuerza, atacó la injusticia, defendió la virtud, abofeteó a
los necios, a los estultos, que, dueños de los destinos del pueblo esclavo,
humillaron la ley, poniendo la justicia de su parte, pervertieron la vida
dándole tormento y ensombrecieron todas las rutas encadenando el
pensamiento"188. Sin poder de expresión, el pueblo, para acusar a los
traidores, se valió de las formas irracionales a las que dieron costumbres y
caracteres humanos. Este mismo concepto fue el que llevó a creerse que
la fábula debe su origen a la esclavitud, cuando se ejemplariza con Esopo
como el creador de la fábula en Grecia. Sería, de este modo, la venganza
del esclavo dotado de talento y de ingenio, teniendo que recurrir al velo de
la ficción o de la simbología, cuando dictaba sus lecciones morales a sus
amos, a su sociedad y la manera además cómo creaba la desconfianza y
la malignidad contra sus explotadores en las diversas clases del pueblo.
Este concepto, directamente relacionado con Esopo, se desnaturaliza
porque la fábula es muy anterior a la esclavitud como institución, y se sabe
que Esopo la trasladó de Oriente a Grecia, como Fedro lo hizo a Roma. Lo
que quiere decir que su origen no ha sido ése crítico que anotamos, más
bien que la esclavitud ha encontrado en él, su gran vehículo.
En resumen, podemos decir que esa forma expresiva nace con los
primeros tiempos del hombre; que por necesidad de la crítica, tiene las
características anotadas; que tuvo creadores tan ilustres como Pelpay,
entre los indios, Esopo entre los griegos, Fedro entre los romanos, Juan
Ruiz, Juan Manuel, Iriarte y Samaniego en España, La Fontaine en
Francia, Borner y Hans Sachs en Alemania, Gay y Dreyden en Inglaterra, y
en nuestra América el pueblo anónimo, dueño de un vastísimo folklore
188
C. T. Gamba, La canción de las cigarras, Anales de Instrucción Primaria,
Montevideo, enero-junio de 1932, pág. 182.
animalista en el que predominan personajes tan importantes como Don
Juan el Zorro, capaces de caracterizar toda la época de nuestra picaresca.
I. La fábula en la enseñanza,
un análisis de rousseau
189
J. J. Rousseau, Emilio, Barcelona, tomo I, pág. 139.
129
"En la rama de un árbol, bien ufano y
contento, con un queso en el pico
estaba el señor cuervo.
¿Quién era el que estaba "ufano y contento"? —pregunta Rousseau, que
continúa la crítica—. ¿El árbol o el cuervo?
¿Cómo ha de entender el niño esta inversión? Es poética, me dirán; fija la
atención en el cuervo que es el sujeto que debe resaltar. Todas las razones
son para mí, no para el niño que sólo debe vivir frases sencillas y
construcciones fáciles y naturales. ¿Qué quiere decir "señor Cuervo"? ¿De
quién es señor un cuervo? Este epíteto se le da por burla. Cuando oiga
llamar señor a uno ¿no se figurará que es el cuervo que se apoderó del
queso? Rara vez se equivocará; pero ésas no son las lecciones que
queréis que tomen vuestros alumnos. ¿Cómo puede un cuervo tener un
queso en el pico sin que se caiga? ¿Comen queso los cuervos? ¿son ésas
las lecciones de historia natural que dáis a vuestros hijos? No salgáis
nunca de la verdad.
¡Qué olor da este queso que desde la rama del árbol penetra hasta la
madriguera del zorro! ¿A éste le gusta el queso? Poco estrago harían en
los corrales, si no frecuentaran más que las lecherías. "¡Muy maestro!"
¿Qué es lo que el zorro enseña? Bien sé que es maestro y doctor en tretas
y que no puede aplicarse epíteto con más facilidad; pero esto lo sé yo, y no
lo sabe el niño. Es preciso que le digáis cuál es la índole natural del zorro,
y cuál la que le atribuyen los fabulistas convencionalmente. ¿Y queréis que
os entienda? Menester fuera para ello una poética del apólogo.
¿Con que hablan los zorros? ¿Y su habla la entienden los cuervos? ¿Qué
has de responder, discreto preceptor, a esta pregunta tan natural del niño?
"A poco más o menos" es un ripio que ni para el niño ni para mí tienen
disculpa.
"¡Mi dueño!" ¿Qué quiere decir dueño? El que tiene esclavos. ¿Con que el
zorro es esclavo del cuervo?
Vaya, que estáis donoso, mono, lindo
en extremo.
¡Con qué arte gradúa el maulero los elogios! Arte perdido para el niño;
"Mono" precedido del verbo "estar", siempre es un elogio; cuando le
antecede "ser" suele ser un improperio. Para Emilio "estar mono", cuando
sea mayor, siempre lo tendrá a mengua: niño, no lo entenderá.
¿Qué son "lisonjas"? ¿Hay quien "las gasta"? ¿Quién "dice lo que no
siente"? ¡Pobre niño, cuántas lecciones de vicio hay que darte, y ninguna
necesitabas! La profesión de veracidad del astuto zorro, es nuevo lazo
tendido al imprudente y vanidoso cuervo; ¿pero tú, cómo has de apreciar
sus artes, o más bien la habilidad del poeta?
131
Lo extraño es que no se le hubiese caído mucho antes por más apretado
que con su "negro pico" lo tuviese.
190
Ob. cit., págs. de 140 a 143. 170
mentira científica que entraña a menudo la fábula. Creemos que más que
en lo moral, en lo científico, el atribuirle sin rigor de veracidad, propiedades,
vicios o defectos, o exagerar virtudes de los animales puede entrañar cierto
peligro para el conocer infantil. Hemos visto libros de lectura que
recomiendan a los niños "no amar al puma", porque el puma es un animal
sanguinario cuando en verdad habría que saber si no son determinadas
condiciones que crean al puma este carácter y una imperiosa necesidad
biológica que le estimula a tal voracidad. Pero un caso típico de este
pseudo cientificismo de las fábulas, es el de La cigarra y la hormiga, de
Samaniego (1745-1801), que Fabre —gran corrector de los poetas muy
imaginativos— ha enmendado con mucho acierto. El asunto de esta fábula
aludido es muy antiguo. Samaniego lo tomó de La Fontaine que vivió en el
siglo XVII (1621-1695), y el escritor francés a su vez lo tomó de Esopo (620-
560 a. de C.), que no se sabe si lo tomó de algún otro, pero que en todo
caso ni conociendo historia natural, ni teniendo vocación por este género
de investigación, "miró en torno, consultó la naturaleza, y esto, en medio de
los rayos ardorosos del verano le contestó desde los olivares, en el canto
de una cigarra; y, desde entonces, la cigarra cargó con la tradición de
haragana e inútil, y de bullanguera y perezosa; la poesía se adueñó de la
leyenda, y con cigarra o sin ella entre sus frondas, todos los países
dispusieron del símbolo "Síntesis: durante veinte siglos la humanidad ha
vivido celebrando la muerte de la inútil cantora. Pero un buen día aparece
el naturalista Fabre191, amoroso de estas pequeñas criaturas, quien
observa y observa. Cuando el calor sofoca y los animales se arrastran
ansiosos por saciar su sed, la cigarra se ríe de la sequía. Con su taladro
barrena las cortezas y mientras succiona las cortezas y se alimenta, canta.
Pero no para aquí su rehabilitación. "Vigilémosla algún tiempo, dice.
Asistiremos tal vez a miserias inesperadas. En efecto, numerosos
sedientos rondan por allí; descubren el pozo, traicionado por un goteo que
se nota en el brocal y acuden al principio con cierta reserva, limitándose a
lamer el licor extravasado. Alrededor de la meliflua picadura, veo que se
apresuran avispas, moscas y, sobre todo, hormigas..." 3 Sí, señor, hormigas,
en cuya "partida de bandidos", como llama Fabre a estos piratas, que se
deslizan por debajo del vientre de la cigarra, que, bondadosa se levanta
sobre sus patas y deja paso libre a los inoportunos", las hormigas son las
más obstinadas de todas. "He visto, agrega, a algunas mordiendo a las
cigarras en las patas; he sorprendido a otras tirándole las puntas del ala;
191
J. H. Fabre, conocido científico provenzal, ha publicado una serie de tomos
con sus Souvenirs entomólogiques, que Felipe Villaverde, extractó y tradujo en
cinco volúmenes de alto interés La vida de los insectos, Costumbres de los
insectos, Maravillas de los insectos, Los auxiliares y Los destructores, publicados
en Madrid, 1920.
133
subiéndosele a la espalda y haciéndole cosquillas en la antena. Una más
audaz se permitió, en presencia mía, tomarle el chupador y esforzarse por
sacárselo. Y de esta manera, el gigante atormentado por aquellos enanos y
agotada la paciencia, acaba por abandonar el pozo. Huye lanzando a los
salteadores un chorro de orina..." el máximo insulto de desprecio a los
salteadores 4.
Y después de veinte siglos, es cuando la cantora, musical y trabajadora
cigarra, ocupa de nuevo, en la ética animalista, el lugar decente que le
corresponde. De donde el conocimiento empírico revelado por la somera
observación no alcanza para construir el verdadero conocimiento que ha
de tener un innegable fondo ético. Y en consecuencia, el arte será
fundamental, "la pequeña partícula de verdad que mejor ha de guiarnos",
como expresa Dubufe 192.
Y como el ejemplo de esta fábula, que es el más clásico aclarado por
Fabre, numerosas otras nos muestran cómo la ligereza científica creó, en
muchos casos, tremendo errores en cuanto a los caracteres de los
animales, sus virtudes o sus defectos, peligros éstos que deben poner en
guardia al maestro en la elección de este material que sirve al niño desde
la más tierna edad.
192
C. T. Gamba, págs. 145 y 146.
En la fábula aludida por Rousseau, sin duda, los niños se burlan del
cuervo y aplauden al zorro; en la de la cigarra, en su antigua versión, por
instinto tal vez los niños suelen tomar el partido de la cigarra que es la
diversión en contra de la hormiga que es el trabajo. En esta fábula, incluso,
los niños satirizan la moral del trabajo de la hormiga que se funda sobre la
base de su destrozo al trabajo del hombre, y en este caso por ahorrar, con
lo cual y en vista de esa moral convencional y contradictoria son muchos
los conceptos erróneos que se anotan: el trabajo a base de robo, el ahorro
a base del trabajo robado, ejemplo de laboriosidad en quien es enemigo
número uno de la alimentación hortelana del hombre, y los problemas de
la sobrevivencia de los animales incapaces de discriminar sobre los proble-
mas anteriores, etcétera.
En la fábula de los dos perros que tenían presas distintas y uno de los
cuales trató de quitar la de su compañero para aumentar la suya,
abandonando provisoriamente la que tenía, por lo cual la perdió y no
consiguió tampoco la que pretendía, no es el castigo de acumulamiento o
la glotonería el concepto moral que desentraña el niño a través de la
fábula, sino el de la resignación —fondo verdadero de la fábula—, o el de
que en los repartos no hay justicia. ¿Quiere decir, acaso, otra cosa este
comentario de un niño de diez años sobre dicha fábula: "hay que
conformarse con lo que le dan, o no dan siempre lo que conforma"? ¿Qué
frutos éticos pueden proporcionar las fábulas a los niños, cuando en el
fondo no son más que dualidades de una misma moral, "preceptos que se
contradicen", como piensa Rousseau? ¿Es porque "en la sociedad son
indispensables dos morales distintas: una en palabra y otra en acciones"
193
, por lo que éstas han subsistido de tal forma hasta nuestros días y a
pesar de la resistencia del niño por aceptarlas?
Pero hay más, cuando se moraliza con donaire, aunque con malicia —y
queremos que se nos entienda totalmente el fondo de este pensamiento. . .
—, como dice Gabriela Mistral refiriéndose a las fábulas de La Fontaine,
hasta desde un punto de vista de determinado arte y de determinadas
características de ese arte, todavía se las puede aceptar. Pero es
necesario convenir que toda moral para niños que se quiera fundar a base
de astucia, de ingenio, de explotación del más inteligente al más torpe, de
luchas de condiciones humanas en una pugna de sutil y perversa
superación, siempre será la peor moral, la más odiosa, la más utilitaria y
logrera. Y será también más equívoca para el niño, cuando éste, por
instinto, no la acepte y prefiera defender el personaje esquilmado de la
fábula, como muy a menudo acontece. Todo esto se agrava aun si estudia-
193
Ob. cit., pág. 145.
Piaget, ob. cit., pág. 235.
135
mos más a fondo las relaciones de los sentimientos infantiles en sus
entendimientos con los animales. El niño posee un sentido epecial para
relacionarse con ellos, aún no bien determinado por la Psicología.
Tenemos cientos de documentos infantiles que nos demuestran un
estado afectivo especial que se crea el niño en relación con los animales.
Por ejemplo, el de un niño que dice, refiriéndose al buey que se ve en el
otoño, en las faenas, "el buey entra a mi alma delicadamente". Otra niña, y
este concepto es generalizado, afirma que los animales tienen alma porque
"si no tuvieran alma no morirían, serían eternos como el hierro y todas las
demás cosas. No tendrían calor, serían fríos, helados, malos; de todo su
ser emanaría su maldad, ese humo negro que envuelve y aleja todo". En
fin, que todavía los estudios de Freud sobre "la vuelta infantil al totemismo"
nos demuestran que el niño "mezcla ciertos animales a su vida moral" y
atribuye "a los animales, ciertos sentimientos que él ha experimentado con
sus padres, es decir, que si el niño comete una falta cree al animal al
corriente de sus faltas, etc.", como anota Piaget1. Por todo lo cual, las
fábulas en las que intervengan animales, más que ninguna otra expresión
literaria, deben ser producto de meditada selección y amplio estudio antes
de dejarlas al alcance de las manos infantiles. Deben reunir un mínimo de
condiciones que las pongan a cubierto de toda confusión interpretativa en
lo que pretendan enseñar. Concepto claro y concreto; sobriedad narrativa
en su desarrollo; lenguaje depurado de toda terminología vaga, abstracta o
inaccesible a la poca cultura y una muy velada proposición moral, la que se
ha de desprender, por sí sola, del propio desarrollo de la fábula, antes de
estar contenida como resumen final.
IV. El material de nuestras fábulas
137
aún no la tenemos. Los ensayos publicados hasta ahora, salvo algunos
pequeños trozos que se pueden citar, como ese entretenido de Zavala
Muñiz, de la carrera entre el ñandú y el sapo, parejeros respectivamente
del Tigre y su sobrino el Zorro 197, y algunas fábulas de Montiel Ballesteros,
los demás carecen de interés. Conocemos algunos capítulos —y la entera
versión oral— de una regocijante historia de Don Juan, el Zorro, de Fran-
cisco Espinóla, el excelente cuentista uruguayo, pero hace años que
esperamos el libro entero; su demora hasta ha incitado a otros escritores,
como a Serafín J. García, a utilizar el tema con el mismo nombre propio
que Espinóla lo ha paseado por las ruedas del café: Aventuras de Juan el
Zorro. Pero a excepción de estos casos señalados, los demás se reducen a
arreglos o interpretaciones groseras, no siempre respetuosas de la
sabiduría popular y desprovistas del gusto poético que tienen. Es de
lamentar que no se haya reunido en un haz la experiencia de nuestro
pueblo a ese respecto, y mucho nos tememos que cuando se quiera hacer,
ya sea tarde por haber desaparecido las fuentes humanas auténticas.
o tal vez el sentido del éxito seguro y ese vencer con esfuerzos poco
valorables que percibe en las aventuras de Mickey, el héroe del
robinsonismo disneiano (Mickey en la Isla del Tesoro, Mickey en el Castillo
139
Malandrín, Mickey y los Siete Fantasmas, etc.), pueden desvalorizar el
sentido en sí del animal, moviéndose tan lógicamente en su medio. Pero
Disney no hace más que traducir inconscientemente su propia sociedad, la
angustia del pueblo de su tiempo presionado por los fantasmas tan
conocidos y las esperanzas que se crean, hasta estos diminutos
personajes para vivir y vencer tales fantasmas, y esto dicho con el menor
gasto de intención de hacer filosofía con este mundo que, si tiene algo de
maravilloso, precisamente, es la infantilidad de que rebosan sus escenas. A
veces, cuando es su intento alcanzar algo de esto, el trabajo solidario,
edificante y alegre es el que une a los que lo realizan, un trabajo que si se
advierte que suele no ser muy angustioso ni servir nunca, crea, por otra
parte, un sentido de saludable constructividad. En su mundo, los animales
siempre tienen un sentido y una función clara y honrada. Mientras un
cerdito trabaja, los otros se divierten; cada animalillo en la sinfonía Blanca
Nieves actúa en su menester muy concretamente; el grillito de Pinocho le
dice al muñeco:
No olvida tampoco, gran estudioso de los niños en sus relaciones con los
animales, las dimensiones que usa la psicología infantil de que abundan
sus escenas. No es porque sí que los cerditos canten sobre el lodo para
ahuyentar el peligro. Ni porque sí que el compañero del inmenso Dumbo
sea el diminuto ratoncito. Disney mueve su gran familia sin animosidad de
complicaciones, simple y sencillamente, como un titiritero que hubiera
alcanzado a descifrar el secreto del hombre para fines ulteriores. Por eso, a
través de sus creaciones, a través de esas personas que traducen sus
géneros en una vasta escala de sentimientos resumidos impecablemente
para nuestra devoción, sus figuras: Mickey, Donald, Pluto, Dumbo, etc., han
adquirido un nuevo sentido en la imaginación del niño, muy distinto a los
que le había proporcionado toda la fábula anterior.
141
Todas estas condiciones que le crea este segundo período, obligan al
niño a recurrir a nuevos alimentos intelectuales que nutren su avidez, de la
misma manera que en los juegos echa mano de aquellos que mejor
respondan a su necesidad. Esta etapa de aventuras y sueños de viajes se
caracteriza, pues, por un despliegue de nuevas fuerzas y elementos que no
estaban presentes en la anterior, período de los cuentos de maravillas y
que corresponden a la misma evolución de lo gráfico en el niño: de un
subjetivismo anterior va hacia un realismo objetivo con el cual, al igual que
en el proceso de sus lecturas, va a cumplir escalas que le llevan desde
imaginar lo real y tratar de apresarlo, tomando los objetos simplemente
como pretextos, hasta el minucioso detallismo verista que caracteriza
algunas de las etapas posteriores de este realismo.
Sin duda esta literatura supera ya en el niño, como función, a los cuentos
de maravillas y se diferencia por varias cosas, entre las cuales la más
importante es la de que esta etapa de robinson está más cerca de la
realidad inmediata que el hada, siendo "hasta extraordinariamente realista"
en cierto modo y en determinado momento, en que se pintan con lujo de
detalles y a veces hasta con cierta exactitud científica los descubrimientos
que permiten al hombre dominar la naturaleza salvaje. Nosotros vimos que,
a pesar de que el cuento de hadas pueda llevar consigo elementos o
valores reales, "el verdadero concepto, al apreciar un cuento de hadas,
deja de lado la cuestión de su posible realidad" 200. No obstante su posición
como auditor es distinta frente a un cuerpo de hadas que a un cuento de
aventuras; mientras en el primero predomina un arte de representación, en
el segundo ya ha perdido esa posición en vista de la necesidad de una
actitud realista.
Estos relatos de aventuras que forman parte del segundo gran caudal de
material de lectura en que Cousinet divide las preferencias infantiles,
siguiendo la trayectoria evolutiva de su percepción, comprenden, o ya
relatos de viajes (Vambery, Cabot, Charcot, etc.) o ya de viajes
extraordinarios (Verne, Wells) o bien ficciones novelescas diversas (Scott,
Salgari, etc.). Pero en todos ellos, aparte del elemento real que interviene y
por lo cual, como vimos, se distinguen en primer término de los cuentos
fantásticos, "los obstáculos opuestos a la marcha del héroe no son más
que obstáculos naturales de los cuales triunfan ya por su inteligencia, ya
por los recursos de invenciones científicas" 2, aunque en el fondo también
ellos expongan, intencionadamente, los éxitos, los triunfos de un héroe y
casi nada más que esto. El propio Cousinet, un tanto radicalmente, afirma
que esos relatos no son más "que la exposición de los medios por los
200
Bühler, ob. cit.. pág. 324.
Ibid.
cuales el héroe ha triunfado a despecho de todas las dificultades. Savage
Landorf vuelve del Tibet y Vambery de Persia. Ellos mismos son viajes
extraordinarios: son relatos de aventuras, pero de aventuras felices. El
profesor y su criado consiguen entrar y salir exitosamente en el Nautilus (J.
Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino); los hijos del Capitán Grant
encuentran a su padre (J. Verne, Los hijos del Capitán Grant); Matías
Sandorf completa hasta el final la obra de su venganza (J. Verne, Matías
Sandorf)-, Ferguson vuelve a Inglaterra en la fecha fijada (J. Verne, La
vuelta al mundo en ochenta días). Lavaréde realiza hasta el final un
extraño testamento (P. d'Ivoi, Los cinco francos de Lavaréde); Bedfort
vuelve a la luna (Wells, Los primeros hombres en la luna); los marcianos
son aniquilados (Wells, La guerra de los mundos). En fin, en las obras de
ficción destinadas a la juventud —completa—, los héroes que son en
general niños se sobreponen a algunas pruebas para encontrar la felicidad
al final del libro"1.
201
Ob. cit., pág. 149.
143
trama de la aventura y esa substancia misteriosa de que nos provee el
peligro y en que se encuentran a menudo los héroes? ¿Es solamente esa
subsistencia, un poco inclasificable, la que en último caso les importa? Una
exacta contestación a estas preguntas sin duda, ha de ser delicada de
hacer. Hay quienes afirman que el niño no ve, al cabo de todos estos
esfuerzos, más que un solo objetivo, el triunfo del héroe, y no retiene de
todos esos trabajos y vicisitudes más que la victoria. Parecería que ello
hasta coincidiera con lo que sucede en la vida real del adulto en donde los
propios triunfadores olvidan el sacrificio que han costado sus éxitos; en
donde toda felicidad lograda parece borrar la frontera de la angustia que
casi siempre existió para su logro. No quiero ir hasta donde van algunos en
ese sentido, cuando afirman que cualquiera sea el cuidado tomado por el
narrador para insistir sobre los esfuerzos del héroe, ese cuidado es inútil: el
niño tiene los ojos puestos en el final y cuando lo alcanza, en compañía de
los personajes del libro, le parece que todo ha pasado con la misma
facilidad que en los cuentos de sueños que él ha leído la víspera y que, en
fin, puesto que Savage Landorf ha salido del Tibet, no ha sido más que un
juego para él eso de volver... 1.
Y no vamos tan lejos, repetimos, porque los niños, en muchos más casos
de los que se piensa, también saben apreciar los esfuerzos y las
incertidumbres de la vida del héroe. Y tanto, que cuando las aventuras son
burdamente tramadas, de tal forma que a las pocas páginas se vislumbra
que el héroe saldrá triunfante de todas las pruebas, muy a menudo los
niños abandonan dicha lectura, porque de inmediato perciben que el héroe
ha de triunfar en todos los lances. Y un héroe que en este segundo período
deje la sensación de cierto triunfo debido más que al esfuerzo, al milagro —
al revés que en la etapa anterior—, deja de interesar a los niños. La
aventura, la hazaña, debe ser convenientemente sazonada de una dosis
de picante esfuerzo, bastante apreciable para que sea capaz de mantener
al niño, durante todo su desarrollo, en la incertidumbre por el destino final
del héroe.
Otra diferencia muy notable todavía entre los cuentos de hadas y estos
nuevos relatos es que en esta etapa robinsoniana la experiencia directa del
hombre y la ciencia (más ésta que la otra), sustituyen el papel de las
invenciones maravillosas. No es difícil ser el amo de las aguas, cuando se
posee el Nautilus, o el amo de los aires, dice muy bien Cousinet 202, cuando
se posee una aeronave como posee Robur, el Conquistador; o cuando, en
otros casos, grandes fortunas ofrecen a un Capitán Nemo o a un Matías
Sandorf los necesarios recursos para llegar a un buen fin de su obra.
202
Ob. cit., pág. 150.
Habría que decir, sin embargo, que gran parte del secreto de Robinson y
de las mejores novelas robinsonianas radica, justamente, en el esfuerzo
personal, en el ingenio del héroe para proveerse de los medios necesarios
para continuar su aventura, cosa ésta que quita, en la opinión de los niños,
todo el carácter de artificialidad y preparación previa para el logro que
propone. Me parece muy exacto el juicio de un niño cuando me afirmó que
"los héroes que siempre ganan, como los que poseen todos los medios
para realizar su aventura, tienen poco interés y a menudo suelen no
interesarme..." Exacto. Y hemos notado más: es cuando los niños ya
prefieren no este falso realismo sino la intervención de la fantasía en el
realismo.
pág. 54 y sigs.
145
tumbres, que sólo la novedad de los personajes y alguna pequeña intriga le
alcanzan el carácter de novedad y de drama que tienen. Ahora bien: ¿es
pernicioso este llamado pseudocientificismo del que reniegan muchos
padres y no menos escritores, como lo hace Anatole France? Es cierto que
Julio Verne, tomemos este ejemplo, no está encuadrado en el exacto
dominio científico, pero no es menos exacto, como destaca Weulersee, que
entre la esfera de lo real y de lo irrealizable se extiende el vasto campo de
las posibilidades del porvenir. "El Nautilus no es una quimera, agrega, una
creación fantástica de la imaginación puesto que todas las naciones tienen
hoy, treinta años después (destacamos que Weulersee escribe esto en
1905) sus sumergibles y submarinos. Sin duda, ninguno de ellos ha
recorrido veinte mil millas bajo el mar, pero ¿quién osara decir que en más
o menos largo tiempo un sumergible perfeccionado no realizará esta
hazaña?" L
Sin duda, si este escritor viviera en la actualidad, habría podido ratificar
estos conceptos con las innumerables grandes hazañas realizadas por la
ciencia moderna, como por ejemplo, desde la vuelta al mundo por el Graff
Zeppelin, el viaje a la estratosfera del globo del profesor Piccard, la
conquista aérea del Polo por la misión soviética, hasta las numerosas
hazañas de records de aviación cumplidas en los últimos años y las
actuales aventuras de la guerra mundial con los nuevos e increíbles
monstruos de acero: tanques, bombarderos en picadas, portaviones,
aviones a chorro y atómicos, cohetes interplanetarios, etc., que realizan
hazañas que escalofriarían la propia imaginación de Verne.
Pero si analizamos un poco menos ligeramente las condiciones de esas
obras pseudo-científicas, tal como lo hace el autor últimamente citado al
estudiar a Julio Verne, encontraremos que en ellas, este caso del Nautilus
precisamente, no se trata de un estudio de las condiciones técnicas de la
navegación submarina, sino de un simple viaje por el fondo del mar. "El
elemento geográfico, por tanto el elemento real, tienen aquí todavía su
gran sitio: el autor nos inicia en misterios de la oceanografía viva, nos
pasea a través de las maravillas de la flora y fauna marítimas". Se puede
incluso aceptar, como lo hace Weulersee, que en ciertos casos, algunas de
sus obras sostienen una hipótesis menos feliz que en la anterior, como
sucede en Un viaje a la luna. Pero aquí también habría que decir en su
descargo "que esta vez la hipótesis del novelista entra en el dominio de los
imposibles en donde la poesía está más en su lugar que un falso aparato
de ciencia: una hada que en una noche de sueño llevara a nuestro
explorador en un rayo de luna, realizaría mejor nuestro empeño... a menos
que la descripción pura y simple de lo que se ve por el telescopio, a través
de la pluma pintoresca de un Flammarion, por ejemplo, no lo consiga
mejor..."204.
Anatole France se opone terminantemente a esta literatura de Verne,
porque dice que el niño "sabe bien que no se hallan en la vida real esas
encantadoras aspiraciones (se refiere a las hadas y a los enanos). Es la
ciencia recreativa la que le engaña; ella es quien siembra errores difíciles
de corregir. Los niños crédulos no dudan porque dice Julio Verne —agrega
— que se puede llegar a la luna dentro de una bala de cañón y que un
organismo pueda sustraerse a las leyes de gravedad". Para France, así,
esta literatura de la noble ciencia no le proveerá a los niños de ningún pro-
vecho, porque es una literatura "falsamente práctica", que no habla "ni a la
inteligencia ni al sentimiento", por eso es preferible volver a las hermosas
leyendas y a todo lo que proporcione la emoción de lo bello
Aunque con un fondo no desprovisto de cierta verdad esta crítica de
France, no es posible dejar de aceptar la novela tipo Verne porque sea un
género esencialmente falso. Es injusto no reconocer en Verne la parte de
sana vulgarización científica que, proponiéndose o no, realiza con su obra,
tanto como en el sentido simple que traduce su filosofía y su moral. En
efecto, ¿qué cuadro puede impresionar más fuertemente a los
adolescentes sobre la pequeñez y variedad de nuestro planeta que la
vuelta al mundo en veinticuatro horas, como se pregunta Weulersee? ¿Y
ese rayo verde, "ese último que lanza el sol cuando desaparece (usamos el
término tal cual está expresado) detrás del horizonte del mar en un cielo
perfectamente límpido; ese rayo que parece tan fácil de asirlo por poco que
se intente y que tantas circunstancias, tantos azares impiden llegar hasta
nosotros, no es, si se sabe entender, un medio de hacernos reflexionar en
la complejidad de todas las cosas, en la dificultad de realizar la
concurrencia de condiciones en apariencia las más difíciles de reunir?" 205.
En cuanto a la moral de sus novelas, cosa de la que se puede decir no
escapa a ningún escritor, ¿no es la suya una moral tendiente a reforzar las
condiciones personales, en especial las de la adolescencia? "El joven que
lee la historia de El capitán de quince años no irá sin duda desprovisto de
tal grado, y también en tan trágicas circunstancias, de cualidades de
iniciativa, de sufrimiento, de intrepidez; habrá adquirido la idea, si no la ha
conseguido como ideal, que procurará alcanzar naturalmente más tarde en
la medida de sus fuerzas y deseos. Igualmente no tendrá mucha
oportunidad a través de ella para destruir las criminales maniobras de un
204
Weulersee, ob. cit., pág. 550. Excusamos decir lo anticuado que resultan
todos estos ejemplos en estos tiempos... en que el hombre camina por la luna
como por su casa.
205
Weulersee, ob. cit., pág. 551.
147
traidor, pero habrá tomado horror a todo lo que sea simulación, mentira,
malevolencia. Esta moral de Julio Verne es muy simplista, muy breve, muy
vulgar, se podría decir: es, como se la ha señalado, la moral del melodrama
popular... " 206, aunque no creemos así tan ligeramente, como cree este
comentador de Verne, que ésta sea la moral que más conviene a los
jóvenes...
Agreguemos a estos rasgos, el de que Verne no es un sentimental más o
menos cursi, y que se manifiesta a través de su obra como un honrado
pacifista. Si bien inspira siempre anhelos de victoria, las ambiciones de su
conquista no son hechos en base de la explotación del género humano, ni
para la acumulación de riquezas de determinado individuo, sino que ellas
tratan de beneficiar a todo el género humano. Por todas estas
generalidades sus obras responden a las necesidades infantiles de esta
etapa robinsoniana.
206
Ob. cit., pág. 552.
pueblos, sus más caros anhelos, esos relatos que ya entran en el dominio
de la realidad histórica, ofrecen, no obstante, un sentido de fantasía en
muchas de sus escenas, que no dejará escapar la figura del personaje de
su marco de leyenda, sin que, por otra parte, lo de real, humano y
esforzado que tiene, mate el propósito de este segundo paso.
Un tercer escalón en esta etapa serían los relatos de viajes y hazañas,
en donde la imaginación infantil pueda nutrirse con la realidad del mundo
que existe y que lo asombra, de tal forma que, por momentos, hasta parece
irreal. En su lectura el niño puede viajar, en una lucha entre el sueño y la
realidad, por entre selvas y montañas, llanuras heladas o praderas
salvajes; vive en contacto con las más raras especies de animales y
plantas, como con los más extraños seres de la tierra. En una palabra, su
imaginación permanece aún en ese mundo de la fantasía, pero esa
fantasía es provista por la realidad. Las dimensiones de los héroes todavía
siguen siendo heroicas, casi mitológicas. Pero el humanismo de la realidad
de sus acciones les acercan a la dimensión de la psicología. Y finalmente,
un último paso, el que sería proporcionado sencillamente por las historias
universales, nacionales o regionales, esas historias que nos ponen en
contacto con los hechos de nuestro tiempo y nos obligan a un análisis
racional.
Ahora bien: ¿toda esta literatura que sirve al niño, ha de llevar en sí
solamente el sentido de producirle goce estético o emocional, o ha de
proponerse también alguna otra finalidad? Para muchos autores, el caso de
Delattre que hemos citado algunas veces anteriormente, toda esta literatura
de aventuras no sirve o no ha de servir más que para la diversión del niño,
para su goce en sí mismo. Para los escritores ingleses, autores de las
tantas obras de este género, por el contrario, ellas deben además
instruirlos, está en su propósito que eso suceda, como habla el propio
Capitán Marryatt, famoso escritor de aventuras infantiles 207. De ahí esa
preocupación que se nota en las obras de dichos escritores para acoplar a
los relatos la justa geografía de la que todos los autores que escriben para
niños tales cuentos suelen tener una notable experiencia. De la misma
manera se puede decir de quienes escriben sobre historia nacional o
universal en ese país, como el caso de Walter Scott, a quien sin duda los
niños aman más que por el historiador que pretende ser, por el gran
narrador en sí que hay en él. Y es justamente Delattre quien nos recuerda
sobre este autor, que "lo que atrae en Quentin Durward, por ejemplo, no es
la atmósfera melancólica, sórdida, desconfiada que flota en torno a Luis XI,
o el esplendor que reina en la corte de su soberbio vasallo Carlos el
207
Bühler, ob. cit., pág. 324.
149
Temerario; y sí la ingenua franqueza del joven arquero, su franqueza con el
Rey que él todavía no conoce, o su susceptibilidad sombría con los
burgueses que le han hecho creer que el río era vadeable... En Ivanhoe,
finalmente, la obra más popular de Scott entre los jóvenes lectores, no es
en ningún momento el duelo íntimo del normando invasor, insolente y
tiránico, y del sajón vencido, refrenando su rabia, lo que les encanta, sino el
melodrama en sí, trágico todavía por la época lejana y oscura en que se
desenvuelve con sus personajes múltiples: el impetuoso Cedrid, el galante
prior Aymer, y el brutal y libertino comandante Brian de Bois, Gilbert,
Rebecca e Isaac los perseguidos, el porquerizo Guarth y el loco Wamba,
Robin Hood y sus felices acompañantes, todos estos héroes activos,
turbulentos, enérgicos, que personifican, a los ojos de los niños, la
grandeza brutal del pasado"208. A pesar de que muchos de sus imitadores
(Kingsley, Henty Langley, etc.) llevan por finalidad instruir y exaltar un
patriotismo con determinada intención, a pesar de ello estas obras
consiguen antes que instruir, deleitar al niño, y de ellas se salvan aquellos
libros que, como Robinson, Las mil y una noches o Gulliver, son cuentos y
novelas de escritores "sin pensamiento lejano ni próximo de los niños",
como afirma la Mistral. A los demás, como el caso del propio Telémaco que
Godart enjuició defendiendo el gusto del Duque de Borgoña que sin duda
hubiera preferido algunos libros "francamente jóvenes como los que se
regala a los niños de hoy día" 209, los niños lo saben catalogar
perfectamente...
Esta etapa se debe proponer, pues, además de ofrecer un alimento sano
a su imaginación y una atracción a su goce estético, iniciarlo
progresivamente en el conocimiento de la realidad. Pero este trabajo debe
ser hecho de tal forma que el niño no sienta nunca lo que realizamos con
ella en su favor.
208
Ob. cit.
209
Godart, ob. cit., pág. 468.
prelógico en seguida, lógico después y finalmente formal, y es "capaz de
trabajar sobre las ideas como tales, de comprender el valor y manejarlas en
vista de una conclusión racional" 210.
Es cuando empiezan a dominar las primordiales nociones abstractas de
tiempo, de espacio, de número, de semejanza y diferencia y de causalidad
que sigue, de la misma manera que el pensamiento, una graduación: la
causalidad empieza siendo pragmática, luego un antecedente precausal y
finalmente, la causalidad. Es éste también el período de los grandes
procesos intelectuales y en el que el niño va penetrando "en el sentido de
las realidades", de una manera cada vez más total y perfecta. Tan complejo
desenvolvimiento psíquico, de este modo, ha de necesitar una nutrición
intelectual más completa, que nadie mejor que la novela en general le
podrá proporcionar. Éste es el género literario que acaparará su atención
total, ya la del tipo que denominamos en un gran rubro cursi (las policiales
y las sentimentales en su gran gama), o ya las literaturas, especialmente
románticas, como mejor cuadra a este período de su anarquismo y
confusión mental y espiritual. Aparte de este tipo de literatura, que es la
básica, le servirá toda otra de ciertas características realistas pero que
tenga un rasgo preponderantemente sentimental, que es el emulativo de
mayor significación de este período.
En efecto, en este lapso el niño comienza su nueva etapa egocéntrica,
una especie de retorno más profundo y total a aquella primera. Si en
aquella primera este su egocentrismo tenía por centro su propia innata
soledad, era más individual, en éste las nuevas relaciones sociales serán
las que le darán el carácter. Será el suyo menos individual frente a los
problemas en general, pero siempre una vuelta a sí mismo, una
reafirmación de sus valores y una necesidad de explicación absolutamente
lógica de sus problemas. De ahí que tratará de buscar en las obras que lea
una traducción no sólo a sus cuestiones personales, un espejo a su alma
atribulada, sino un ejemplo a su actividad fiel, y un camino a través de las
contradicciones que se le plantean insolubles, a cada momento. Una fuerte
dosis romántica alentará sus búsquedas y el héroe en sí —de la misma
manera que sucediera para el romanticismo—, que ahora pasa a primer
plano de su interés, adquirirá para el niño un rasgo definido: su capacidad
de sufrimiento y de experiencia y recursos personales para vencer las
adversidades, problemas éstos que se encuentran en el niño, de aquí en
adelante, con la intervención del elemento que desde este momento
gobernará su psique: el elemento erótico, o mejor sexual, que estaba
ausente en las etapas anteriores.
210
Vermeylen, ob. cit., pág. 261.
151
Desde luego que no podría ser otro género que este novelesco el que
mejor tradujera estas luchas de su psiquismo. En la novela "que es una
narración dramática, en prosa estética, de una acción humana interesante,
generalmente todo acaece de un modo real y positivo, pero de ordinario
verosímil y con determinada extensión, para recreo y enseñanza indirecta
de los lectores...", como así la define la preceptiva211, la novela contiene
todos los elementos para su interés.
En ella están no sólo los elementos caros a las etapas anteriores:
imaginismo y drama en la primera, invención, realismo y verosimilitud, en la
segunda, sino que, además, están los nuevos que importan a la de ésta: la
acción humana de alto interés, la trama de un cuasi realismo, humanismo,
o de una posibilidad real, y el lenguaje estético en el caso de los que
buscan las novelas literarias y la enseñanza indirecta en determinados
aspectos, para quienes buscan la materia de su contenimiento estético, o
simplemente sensual, en el caso de que sea. A través de este género, en el
que "la oposición y la lucha de afectos, el antagonismo de caracteres que
presta interés dramático a las acciones, tienen tal preponderancia" y le dan
ese carácter épico-dramático que ofrece, contribuyendo a "hacerla popular
y a darle una gran influencia en las costumbres" 212, es en donde el niño,
que comienza a lindar en la pubertad, encuentra el mejor espejo de su
inquietud, de su "ambición y angustia", como se ha caracterizado
justamente esta etapa 213.
La novela, por otra parte, es un género posterior en la evolución
creadora de la humanidad. Tiene su origen según explican los retóricos,
tanto en el sentido filosófico como en el histórico. En el primero, porque el
espíritu humano siempre ha tendido a la contemplación de un mundo mejor
en donde se reúnen libremente las aspiraciones del bien, la justicia y la
belleza, y en el segundo porque la novela ha comenzado en los tiempos
remotos en que los hombres debieron narrar sus hazañas para trasmitir
determinadas experiencias a las generaciones posteriores, tal como
sucedió con los demás géneros literarios. La importancia que la novela ha
adquirido para la niñez y la adolescencia es la que ha hecho que hasta
nacieran nuevos géneros en este rótulo, como destaca Giner de los Ríos
en su clasificación, agregando las científicas que él llama "didácticas", tipo
Verne, y las marítimas o de navegación, como el caso de las de Cooper 3.
211
Mendoza y Roselló, ob. cit., pág. 474.
212
Revilla y Alcántara García, Principios de literatura general e historia de la
literatura española, Madrid, 1872, pág. 207.
213
Aníbal Ponce ha publicado su Psicología de la adolescencia, titulada así en la
edición mexicana de 1941, cuyo primer título era: Ambición y angustia de la
adolescencia, Buenos Aires, 1936, "ambición y angustia que consistirá,
precisamente, en trasladar los sueños a la realidad", pág. 64.
11. EL GÉNERO CURSI: NOVELAS POLICIALES Y SENTIMENTALES
pág. 131.
Cousinet, ob. cit., pág. 131.
153
escarabajo de oro" y "Fuiste tú", cuentos de Poe, configuran un género con
la mayor parte de las características de este tipo literario que hoy inunda
los mercados modernos. Y si en Poe —se ha advertido muy bien— faltan
algunas convenciones de este género, la mayoría de ellas ya están
presentes y son las que pasaron "en bloque" a Conan Doyle. Han sido, de
este modo, los Estados Unidos e Inglaterra la cuna de la novela policial,
esta novela de detectives y ladrones, de policías y bandidos, de la que
sucintamente hiciéramos referencia en el capítulo I al tratar de la función de
esta materia.
Para Cousinet, siguiendo las anteriores deducciones, en esta nueva
expresión de la literatura infantil, se notan los mismos rasgos que en las
anteriores: "A excepción de uno solo, todos los pequeños relatos que
forman dos o tres volúmenes que Mr. Conan Doyle ha consagrado a la
gloria de Sherlock Holmes cuentan el triunfo de un policía. No fracasa o se
equivoca. Es necesario que él indague, que busque, sin duda, pero estas
investigaciones están de tal modo expuestas que no se siente el esfuerzo:
hay una gracia feliz, dones propios, un encadenamiento natural y seguro, y
siempre, al final, un éxito que tiene algo de prodigio y que parece un
milagro. No hemos encontrado, por otra parte, otra cosa en los cuentos
fantásticos. Que el buen sastre descubra por la ayuda de las abejas cuál de
las tres princesas dormidas, ha comido la miel (Grimm, Los dos com-
pañeros de viaje), o que Holmes no teniendo ninguna realidad, vida, parece
ayudado por su inteligencia como por una hada que no sería otra que él
mismo y sus fieles deducciones, a las cuales una multitud de elementos
(huellas dejadas, indiscreciones de testigos, etc.), provean de un apoyo
material inatendido y presentándose siempre a propósito, parecen al niño
absolutamente diferentes de los esfuerzos que él mismo debe hacer para
llegar a buen fin una página de escritura sin borrones, un dictado sin faltas,
una buena solución de problemas. Aquí es él mismo quien trabaja; para
Sherlock son los elementos exteriores de una buena hada invisible. No
parece hacer esfuerzo para triunfar: he ahí lo esencial
¿Reside solamente en esta falta de esfuerzo el éxito de tales novelas
que "cansan" a los niños y sirven para hacer "descansar" a los mayores?
¿Tienen algo de real en su fantasía, posible de ser realizado, o qué tienen?
El encanto de estas obras, a nuestro parecer, radica en la expresión
falsamente realista de las mismas, o usando el término de Kirpotin, ya
dicho, estas novelas, "son farsas de la realidad a la manera realista", en las
cuales, personajes con algo de reales y mucho de absurdos (correctísimos
policías, ladrones muy leales y pundonorosos, rameras heroicas y absur-
das ), en una sociedad desnivelada tejen escenas más absurdas, aunque
siempre no tanto como para no crear en el ánimo del lector la sensación de
que todo eso puede suceder un día. La necesidad de que esta literatura
cree determinada psicología en la colectividad es lo que ha influido en la
proliferación de este género de escritores que se cuentan por miles en el
mundo, en especial en los países de más fuerte capitalismo, en los de su
origen y sus similares y cuyas ediciones millonarias hacen el alimento —
junto a la crónica policial, la deportiva, los relatos cinematográficos y los
episodios radiales—, del noventa por ciento de la población de la mayoría
de los países del mundo. Con ello queremos demostrar que, a pesar de
nuestro esfuerzo por crearle una literatura, este género cursi, extraescolar,
en extremo presionante, ha entrado definitivamnte en la órbita de su
experiencia literaria y forma, sin que haya manera de combatirlo, entre sus
elementos nutricios, porque el industrialismo y sus gigantescos medios de
difusión, aseguran su total éxito.
Los que han continuado la obra de Doyle, Leblanc, el creador de Nick
Cárter, Terrail, hasta los modernos autores de las colecciones Misterio,
Wallace, Mister Reeder, etc., han creado nuevos aspectos dentro de esa
expresión, más ingeniosos, aunque con el mismo sentido, oponiendo al pri-
mitivo policía Doyle, un adversario digno de él, tan hábil, tan bien dotado,
tan favorecido por la suerte y con una ventaja para el público: que siempre
es más simpático un ladrón que un policía, por lo que se desprende de
estas novelas.
Sin dudas, las formas ingeniosas y esa "suerte" continua que
ampara (Nick Carter enfermo, sin armas, en
un aposento con cuatro o cinco bandidos que le tienen un enorme rencor,
recibe milagrosamente en la mano un revólver que su fiel ayudante le
envía por la ventana en el extremo de un cordel...) a ladrones y policías,
tienen mucho que ver con el gusto por su lectura, por lo cual mientras los
jóvenes se "cansan" implorando secretamente a los hados la salvación del
que está en peligro, los adultos, que saben que esta salvación está
asegurada de antemano, "descansan", ya que en la vida ellos no tienen
nada asegurado.
Y en las novelas sentimentales, la trama amorosa y el idilio romántico de
la eterna pareja en amores contrariados —módulo invariable de estos
cursis folletones que las jovencitas, en especial, devoran—, forman el
sedimento de esa expresión. También en ellas, un realismo de tal
naturaleza, les da un viso de "posibilidad" de realización para los lectores
que encuentran, en esta trama de contrariedades afectivas y emocionales
el mejor espejo de sus almas conturbadas en esta época en que las
ambiciones y apetencias, en especial sexuales, son tan difíciles de
satisfacer y huyen continuamente de sus manos.
155
Ahora bien: ¿es posible, si no evitar, por lo menos equilibrar en el niño
esta presionante literatura? Sabemos que el niño recurre a ella no sólo por
el hecho de que se le ofrezca fácilmente (en cuanto a su aspecto
económico), sino, además, porque generalmente no encuentra el sustituto.
La literatura para esta edad es sin duda la más escasa, la más difícil de
conformarlo y la que exige de sus autores una elaboración más cuidadosa.
Este período de transición del alma del niño es intrincado, por momentos
oscuro; reacciona en cada uno de manera muy distinta, por lo cual sólo un
libro que se sobreponga a las menudas aristas y condense esta etapa en
gran vuelo alcanza el beneficio de tal edad. A los doce años (la edad en
que Ramón y Cajal, por ejemplo, y uso este caso que es el primero que me
salta a la imaginación, descubrió la literatura que su entrada a la pubertad
andaba olfateando en vano en el desván de su amigo confitero), los libros
que suelen impresionar a los niños, siempre más adecuado que cualquiera
de lo cursi infantil, son los románticos. Alejandro Dumas, padre, en
especial, con Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo; Sue, en
especial, con El judío errante entre las tantas muchas otras de sus obras;
algunos de Fernández y González; Los Mártires, Atala y Chactas y Renée
de Chateaubriand, que aunque inflados y retóricos en su romanticismo,
traducen momentos muy específicos de la infancia lindera en la adoles-
cencia; los de Víctor Hugo, en especial Los miserables, Los trabajadores
del mar, El hombre que ríe, El noventa y tres, Nuestra Señora de París, y
entre los libros americanos, María, de Jorge Isaacs, Juvenilia, de Miguel
Cañé. En poesía los románticos, en especial las Rimas de Bécquer,
Espronceda y Campoamor, fácilmente entendibles son los libros preferidos.
En este período es la literatura romántica, dijimos, en la que trata de
evadirse de la realidad a través de su yo y sus problemas, y describir
matices de hondo subjetivismo, la que mejor impresiona a los niños. Las
confesiones generales de escritores, en esta edad, justamente, responden
a esta literatura.
"Las descripciones brillantes de los bosques vírgenes de América, donde
la vida vegetal desbordante parece ahogar la insignificancia del hombre, en
Atala; los tiernísimos y castos amores de Cimodeca en Los mártires; la
gentil y angelical figura de Graziela; la pasión exaltada en Nuestra Señora
de París; la nobleza, magnanimidad y valor puntilloso de los
inconmensurables D'Artagnan, Porthos y Aramis en Los tres mosqueteros,
y en fin la fría, inexorable y mediata venganza del Conde de Montecristo,
cautiváronme y conmoviéronme de modo extraordinario", dice Cajal, y esto
porque "el adolescente, agrega, adora la hipérbole; cuando pinta, exagera
el color; si narra, amplifica y diluye; admira en los escritores el sentido
enfático, vehemente y declamatorio, y en los políticos las tesis audaces y
radicales"215.
Es en esta época, justamente, cuando los niños leen un libro que no ha
escapado tampoco a nadie y que ha sido, como muchos otros, materia de
discusión, aunque él ha vencido a veces poderosas razones: nos referimos
a Corazón de Edmundo De Amicis. Este curioso libro, que no tiene un
personaje principal que centre el desenvolvimiento de una acción, ni una
intriga que argumente su desarrollo, ni un crimen castigado ni una virtud
recompensada, como han destacado algunos comentadores 216, tiene un
secreto que hace su interés, no obstante. No es solamente el talento de
narrador emotivo que caracteriza a De Amicis: es la cuerda sensible infantil
que habla al niño a través del niño. En Corazón no existe el hombre modelo
ni el niño modelo por sí mismos, sino seres parecidos a los que los niños
tienen a su alrededor y pueden odiar o admirar, seres que son la envidia, el
orgullo, el egoísmo, la perseverancia, el heroísmo, etc. Es decir, anota
Battistelü, que "nada del Corazón de De Amicis era ajeno, lejano, de
aquello que cada lector tenía en el suyo; y que fue por eso como si cada
lector hablase a sí mismo leyendo aquel libro, como si cada uno escribiese
en Enrique su propia historia, por lo que el consentimiento unánime
proclamó a De Amicis, el maestro de todos los niños de Italia, el escritor de
la bondad, el poeta de la escuela" 217.
Es claro que si analizamos un poco más minuciosamente su libro somos
capaces de desentrañar la artificiosidad de muchos de sus aspectos, como
la que presentan algunos de sus personajes (Votini, Nobis, Franti e incluso
"el simpático Derossi"); tipos convencionales creados casi sólo para hacer
resaltar el vicio y la virtud de su exagerado, más que patriotismo,
patrioterismo, de su nacionalismo o italianismo que resulta por momentos
un tanto caricaturesco; de su emotividad, a menudo tan fácil y barata, y
esos efectos que trata de buscar con contraposiciones de sentimientos, de
sus limitados conceptos de patria, de fraternidad, de solidaridad, etc., a
veces demasiado rígidos, en fin, somos capaces de advertir todo ello, pero
también de no desconocer cuánto de humano encierran sus cuentos y las
páginas de su Diario, sin compartir el exagerado concepto del maestro
Alfonso Reyes, en su Calendario 218 sobre este libro, cuando nos habla "de
la criminal voluptuosidad de dolor", porque si bien pensamos que el niño no
tendría que sentir el dolor, al no podérselo evitar, razonablemente, porque
la realidad es más dura que nuestra intención, tampoco tendremos ni que
215
Ramón y Cajal, ob. cit., págs. 113 y 114.
216
E. Cousinet, Un livre pour les enjants, Revue Pédagogique, noviembre de
1887, pág. 407.
217
- V. Battistelli, La literatura infantil moderna, Firenze, 1923, pág. 65.
218
Antoniorrobles, ¿Se comió..., ob. cit., pág. 96.
157
esconderlo ni que reprimirlo ni que exagerarlo. Este topo de los
sentimientos, que existe, ha de vivir su vida con la misma naturalidad que
los demás sentimientos, mientras no se le pueda extinguir de la vida. Toda
otra actitud docente es falsa porque sería escamotear algo que está
palpable en el aire y es producto de este mundo de contradicciones y
desarreglos que vivimos y que más que alegría, para los niños, en especial
para los pobres, es fuente de amarguras y torturas. No puedo olvidar lo que
un niño me decía un día; que "quería quedarse niño para no mezclar su
vida en la miseria de los grandes, ni monotonizarla como le parecía la vida
de los adultos..."
Para algunos, De Amicis hasta "es un jardinero cuidadoso", pero cuyo
jardín "es un invernadero con las variadísimas macetas, admirablemente
atendidas", pero que les falta a las flores "la alegría del Sol sin vidrios: del
Sol, del cielo y del aire", por cuya razón, los "pétalos quedan allí, emo-
cionando y entristeciendo aquel invernadero cerrado; y si entra un niño a
ver las flores, el viejo jardinero se sienta a su lado y le cuenta las historias
de aquellas desgraciadas flores que, pétalo a pétalo, como lágrima a
lágrima van agonizando" 1. No, no está mal hecha la crítica, sobre todo si
se piensa que la literatura infantil debe tender siempre hacia una alegría
verdadera y hacia una bienaventura, aunque, agregamos, que no le haga
perder el sentido vital de una realidad esencial, la que se huele viviendo, la
que está aunque nos irrite y de la que hemos de sacar los elementos
necesarios para superar nuestro propio destino; el destino de nuestra
fraternidad por un más alto entendimiento.
Como el héroe es uno de los rasgos característicos de esta literatura, el
paso previo para entrar en esta novela ha de ser, sin duda la biografía
donde se exalten las grandes figuras humanas: biografías históricas,
científicas, literarias, las que por otra parte serán el mejor lazo de unión
entre la anterior etapa y esta subsiguiente. Facilitar en todo instante la
posibilidad de que el niño se ponga en contacto con tal literatura —es decir
con la "literaria" de la que nos hemos ocupado en esta segunda parte— es
combatir de la mejor manera, de la única manera, la literatura "cursi", el
gran problema de su nutrición en la época más difícil de su evolución como
es esta tercera infancia.
159
posee. Demostramos en nuestros capítulos anteriores, en especial en el
que se refiere al lenguaje, que el niño viene a las primeras relaciones
sociales provisto de un lenguaje que se particulariza por el empleo de la
imagen. Vive y se expresa mediante imágenes. Y que su desencuentro se
debe a que más tarde, la escuela y los demás medios sociales se lo
destrozan. Es mucho más fácil de lo que se cree el conseguir que el niño
guste del idioma figurado. Pero para que esto suceda el educador debe
contar con sensibilidad y pericia para llevarle por el lado más sencillo y
fácil, y más auténtico a la vez, como algunos metodólogos demuestran se
puede hacer221.
Es erróneo pensar, como sucede en algunos autores, que las
capacidades poéticas de los niños son muy medianas y que lo son porque
el niño como poeta es flojo en el descubrir el asunto de mayor interés a
través del poema que ha de componer, que también lo es en el momento
de desarrolio y en la fantasía de su imagen. Nada más falso. HÍT muchas
experiencias modernas en lo que respecta i b expresión del niño que
prueban concluyentemente que 1= poemática de los niños es
extraordinaria en riqueza; que es capaz de traducir los más delicados
matices del espírira humano en sus giros e imágenes exactas y que ni
siquiera carece de originalidad en cuanto a la forma, porque los niños, lo
mismo que los primitivos que pensaban por imágenes y no por
razonamientos, como afirma Wallon, son directos en la traducción de sus
emociones222. Usan una imagen que es la síntesis de la realidad que
perciben, que es el conocimiento mismo y no su dibujo, como ya expre-
samos. La imagen es la propia expresión de la cosa, nos dice esa cosa
mediante ella. Desde luego que aquí nos referimos a la poesía libre, no a la
métrica precisa, razón más que el concepto mismo de cierta poética. Estos
justificativos son los que lo acercan a la poesía como material de su
intimidad cognoscitiva.
En cuanto a su gusto por la poesía, son muy conocidas las experiencias
hechas en tal sentido, desde las que realizara, muchos años atrás, el
profesor Doubress sobre el gusto por el recitado y poesía que tiene el niño,
quien prefiere la poesía. Braunschvig opina que al niño le gusta la poesía,
ante todo porque la retiene sin trabajo; el ritmo es, en efecto, un gran
auxiliar para la memoria; además, porque su oído es agradablemente
mecido por la cadencia de los versos, por la regularidad del número de
221
En la última obra citada se transcribe el exitoso procedi miento de un
maestro que utilizara Platero y yo para hacer entender a los niños el lenguaje de
imágenes, págs. 270 a 272.
222
Recomendamos consultar la obra de nuestra experiencia: 500 poemas de los
niños de la Escuela de Jesualdo, obra aparecida en Claridad, Buenos Aires, 1945, y
también Caracas, Editora de la Universidad Central.
sílabas y por la consonancia de la rima. Lo creo menos sensible a la armo-
nía propiamente dicha de los versos, es decir, a la calidad misma de los
sonidos, agrega.
De todas maneras, aun siendo capaz de apreciar la armonía del verso
tan bien como su ritmo, le detiene precisamente su comprensión sobre el
valor estético de su poesía. Aprecia, en suma, en los versos, únicamente la
forma A pesar de estas razones, no compartimos su criterio de que el niño
permanezca "impenetrable a todo lo que hay de verdaderamente poético
en la poesía", sobre todo cuando el maestro ha logrado superar el
rutinarismo de la mala poesía que es la de su corriente contacto. Pero es
posible que este criterio no sea más que una consecuencia de la des-
preocupación que, hasta hace poco tiempo, mostró la escuela por dicha
clase de conocimiento en la función del aprendizaje y por la ignorancia en
cuanto a las condiciones de la expresión poética infantil.
Sabemos que la poesía fue desterrada de la escuela simplemente por un
criterio utilitarista que primó durante muchos años en la enseñanza. Todo lo
que no respondiera a una estricta necesidad de "preparación para la vida",
no entraba en la responsabilidad y el deber de la escuela. De este modo ni
siquiera se había considerado el problema. Su presencia actualmente en la
función de docente ya no supone complicaciones didácticas, aunque su
carácter sí. Porque el propósito del niño que lee poesía, en especial lírica,
¿tiene la misma finalidad que el que se propone conseguir con ella el
maestro? Parece que para este último la poesía, sobre todo la lírica, debe
entrañar una aproximación cada vez más estrecha entre el niño y el arte,
"el gran pacificador", como le llama Maurice, para que "el niño sea capaz
de participar de la belleza del mundo". Y hacer esto honradamente, no
porque lo hayan hecho los griegos y los latinos, cosa que se puede suponer
es "abusar un poco de la historia y la tradición" como dice 223, sino por
actitud didáctica misma.
Ahora bien; ¿se ha tratado de sacar otro partido de la poesía que no sea
el goce estético en sí que ella proporciona al niño? Es evidente que sí, se
ha tratado que ella produzca más que un goce estético, una utilidad
justamente. Ha sido especialmente la moral la que ha determinado la
elección de las obras poéticas destinadas a la recitación infantil. "Para
obtener la más segura adhesión de los niños a las máximas morales, dice
Charlier, se ha hecho un llamado a la poesía, porque según la expresión de
Montaigne, la sentencia puesta en los numerosos pies de la poesía
"s'eslance bien plus brusquement, et nous fiert d'une plus vive secousse" 2.
223
Georges Maurice, La poésie lyrique a l'école primaire, Ré- vue
Pedagogique, julio-diciembre de 1906, pág. 438.
161
La poesía ha sido llamada, y en buena hora, a la escuela primaria,
porque ella "no había entrado más que por la puerta de servicio como
auxiliar de la. moral, por lo cual, durante muchos años, se ha
desnaturaliado su misión. Tampoco habían ganado los poetas, porque
debido a este utilitarismo exagerado no se les ha visto en su totalidad,
como en el caso de La Fontaine, sino en lo que tiene de didáctico
mostrándose en éste precisamente, el moralista, que no es su fuerte"...
agrega Charlier, dejándose de lado el delicioso narrador y el pintor
paisajista maestro que hay en La Fontaine. Preocupado por desentrañar la
moraleja de la fábula, la mayor parte de las veces, el maestro no descubre
el alma del paisaje y la de los animales que existe en tal poesía y que es lo
que verdaderamente ensancha y eleva el alma del lector, ya que entre las
grandes condiciones de la poesía "la de aumentar la capacidad de sentir y
comprender", no es la menor. Ella es de por sí de un valor educativo intrín-
seco, y si en prosa la palabra evoca imágenes tanto como en la poesía, y si
se reconoce que ésta es superior a la prosa, es necesario dar otra
explicación a su poder educador" 1, sobre todo si se tiene en cuenta los
demás elementos que forman en la preocupación del poeta: el ritmo, la
forma de los versos, la calidad de los sonidos que elige, etc. Así es cómo la
poesía recurre no sólo a la imaginación, sino a muchos más medios
psíquicos, por lo cual, como instrumento educativo, es capaz de superar a
cualquiera otro en manos de maestros hábiles y sensibles.
163
correspondiente veremos cómo se efectúa ese orden de la evolución de su
gustación poética. Aquí nos conformaremos con exponer algunos
conceptos relativos a sus datos exteriores, en general, en cuanto a su
nutrición. Antes que nada, hay muchas poesías que siempre serán
inaccesibles por lo ininteligible —igual que para el adulto— al
entendimiento, al gusto del niño, que con ser primario, en la mayor parte de
su etapa infantil, no deja de ser original.
¿Cuáles podrían ser los principios fundamentales de una antología que
sirviera al gusto de los niños, entonces? Entendemos que es necesario
tener en cuenta, en lo que se refiere a la forma, a algunos aspectos
fundamentales, como por ejemplo el ritmo. No hay que perder de vista que
el niño "es mucho más sensible a la cadencia que a la armonía", anota muy
justamente Braunschvig. La claridad de las imágenes en seguida debe ser
considerada como importante ya que su espíritu no se interesa, dice el
mismo, sino por las descripciones precisas, propias para evocar en él visio-
nes pintorescas y sorprendentes224. No de otra clase es su imagen
expresiva que siempre trata de traducir lo más fielmente un conocimiento
en forma agudamente plástica. Cuando más clara y objetivamente justa sea
su imagen más responderá a su propio sentido lingüístico. En cambio le
disgustará todo tirada retórica, toda nebulosidad o vaguedad o
robustecimiento en la dicción. Se podría agregar en cuanto a la parte formal
de la poesía, la extensión de la misma. Hemos visto que el niño por lo
general rehuye toda poesía larga, toda estrofa demasiado amplia y de
versos largos. Las estrofas que más le interesan son las sintéticas, si se
quiere un tanto monótonas: la copla, el romance, la cuarteta, la lira.
En cuanto al fondo o contenido, como concepto general es ya asunto
más delicado. Hay quienes piensan que es necesario proscribir de su
alcance toda poesía que "contenga análisis demasiado delicados de
sentimientos tenues y fugaces", porque, lo más que le interesa, "es la
representación del hecho". Es cierto que el propio espíritu natural sintético
del niño se torna incapaz de distinguir el fondo de su forma, corrientemente
en literatura, como advierte Scheid, interesándole el fondo sólo cuando él
es claro, rápido y vivo. "Toda cualidad exclusivamente literaria se le escapa;
no percibe las cualidades externas al interés de la narración y no apresa de
ellas más que las que son incorporadas en la propia narración" -. Pero si
bien la representación de un hecho es tal vez lo que más le interesa,
porque es lo que puede percibir en su máxima dimensión, la transmisión de
sentimientos muy claramente hechos, a través de autobiografías, pinturas
de sencillos estados anímicos primarios muy frecuentemente expresados,
224
K. Bucher, Trabajo y ritmo, Madrid, 1914.
etc., se adentran poéticamente en su alma y le crean, con facilidad, estados
emotivos sin duda afectivos. Es evidente que la poesía de las fábulas
alcanza gran favor en su ánimo porque ellas cuentan, pero una poesía que
traduzca sentimientos, tal como hemos referido, tiene, en todos los casos,
el mismo éxito que las fábulas, a pesar de que sean éstas los mayores
sucesos en su iniciación poética.
165
como reza la teoría respectiva en cuanto al juego. Seleccionan así, por
necesidad psicobiológica, los cantos para sus juegos y no aceptan, más
que transitoriamente, el canto que se les confecciona y que creemos tan
adecuados, tan completos y tan instructivos. Y si persistimos en nuestras
letras para sus cantos ha de ser con la expresa condición de que ellos
pasen por su cedazo para adaptarlos absolutamente a su espíritu, a su
intención, casi inconsciente de esa preparación previa para la vida que
llevan en su finalidad. De tal forma cambia su estructura entonces que
resultan poco menos que irreconocibles a través de sus adaptaciones. Son
corrientes los poemas de juegos que expresan actividad o trabajos y en los
cuales los niños realizan algunas de las virtudes que exige este juego
poemado: el desarrollo de una acción. En segundo lugar, estos poemas
cantados en los juegos son expresados en forma muy correcta, sin detalles
vagos ni ornamentaciones exteriores que diluyan la acción directa que
representan. La letra de estos poemas, oor consiguiente, expresa siempre,
de una manera objetiva, la acción y traduce el hecho con gran síntesis,
como por ejemplo, en El Chacarero:
167
Pero que, sin embargo, son todo el juego y no dejan de ser tan
interesantes como sus demás expresiones. En este sentido, pues, tales
expresiones, tal lenguaje —como ha señalado Unamuno— no es más que
juego. El niño juega con el lenguaje, y eso desde la cuna. "Una palabra
nueva excitaba nuestra alegría —dice—, lo mismo que el encuentro de un
nuevo bicho, aunque en general nos burláramos del que afectase hablar
bien... Y luego había lo de inventar lenguajes especiales que sólo dos o
tres amigos entendían." Y además, todavía nos dice en esos sus bellos
recuerdos, "¡qué respeto litúrgico a la palabra que en sí tiene valor!"
Recuerdo un canto que empezaba así:
169
sentido hemos realizado algunas experiencias que ratifican esta
recomendación del antecedente épico a que aludimos. Aun los poemas
más sencillos que expresan estados de alma, como esos que se leen en
Soledades, de Antonio Machado, no son fácilmente gustados y apresados,
aun por los niños de las clases superiores. Hemos leído a los niños un
poema que nos parece sencillo: Recuerdo infantil o el Canto VIII, ese que
dice:
y ninguno de ellos fue fácilmente entendido por los niños. Y la poesía que
detiene la emoción porque el lector queda pendiente de sus razones, es
poesía que no alcanza a provocar los estados que se propone. En cambio
hemos leído de Campos de Castilla, del mismo autor, su famoso romance
La tierra de Alvar-gonzález, y en cada uno de sus capítulos los niños
sentían verdadera emoción. Ni siquiera en aquellos pasajes de más hondo
subjetivismo o de meditación filosófica:
"Cuando el asesino labre será su labor
pesada; antes que un surco en la tierra
tendrá una arruga en su cara"
o en los que quedaban rezagados, siendo lo mismo, en otros poemas:
171
VI. La poesía de los cantos escolares
227
F. Froebel, La educación del hombre, Nueva York, 1899, págs. 204 a 210.
228
Maurice Bouchor, Chants populaires pour les écoles, París, 1908.
cantera inagotable para extraer valioso mineral. En cuanto a la estética de
estas letras, para quienes se dediquen a tal tarea, la hemos estudiado, en
sus principios generales, al tratar las rondas y los juegos infantiles.
¿Qué se ha entendido por teatro infantil? ¿El que escriben los grandes
para que los representen los niños; el que se escribe, adapta o ajusta a los
niños pero que lo representan actores adultos profesionales, o el que crea
el propio niño y él mismo lo representa? Qtra cosa todavía, como
consecuencia: ¿el teatro infantil debe ser representado por profesionales o
por niños? ¿Qué lugar ocupa en la educación estética este instrumento —si
se le acepta como válido— en especial en cuanto a las dramatizaciones
que se realizan en la escuela? Como vemos, más allá en la satírica, cuanto
exacta, definición de Martínez Estrada, que he leído sobre este problema:
"puede afirmarse que en términos generales, por teatro infantil se ha
entendido una clase de espectáculos de costo muy módico que no
interesan a a los mayores... ni a los niños" 229; más allá de este pretendido
teatro infantil de "mediocridad presuntuosa, que quiere disimular su
ineptitud con el pretexto de lo infantil: teatro pueril, no infantil", producto de
escritores sin conciencia, que faltos de imaginación y expresión para
interesar a los adultos, han creído conquistar a los niños —las eternas víc-
timas de toda expresión frustrada...—; más allá de éste, decimos, existe
una expresión teatral que trata de cumplir una función educadora: quiere
dirigirse, a la vez que a sus sentimientos, a su corazón y utilizar en su
propósito todos los elementos capaces de despertar las más diversas
sensaciones. Quiere decir novedades a su imaginación y aclarar realidades
a su mente. Y es —en general, aún no es— o quiere ser un teatro que no
se parezca al adulto y esto es importante.
No se trata de una miniatura del teatro para adultos, ni tampoco de
representaciones esporádicas, de tentativas más
o menos felices o de improvisaciones afortunadas, se dice a este respecto
comentando el más grande y lógico intento de teatro infantil que se ha
hecho en el mundo. No. "El teatro para niños, es, ante todo, un "teatro" en
la más compleja acepción de la palabra. Es decir, que tiene una fisonomía
propia, caracteres peculiares perfectamente definidos, un repertorio
especial que abarca los más diversos géneros: drama, comedia, farsa,
ópera, comedia musical, ballet, espectáculos mixtos deportivos y una
229
Ezequiel Martínez Estrada, Teatro infantil, Boletín de la Universidad de La
Plata, tomo XIX, 1935, núm. 1, pág. 150.
173
legión de actores profesionales formados y educados para interpretar ese
nuevo género que, por su índole especial, requiere artistas de una gran
flexibilidad y que posean las más diversas aptitudes y dones artísticos"230.
No podía ser de otro modo. De la misma forma que los demás aspectos
literarios, también a esta expresión le caben los calificativos que a aquéllas,
y también a sus escritores la advertencia de que en ella no es lo fácil ni lo
ñoño el atributo del éxito: es expresión inasequible a la mediocridad y
ordinariez por las dificultades que habrá que vencer en la complejidad de
su estructura. Cuando, como en los otros casos que vimos, no han sido
esos rasgos, los que lo han caracterizado, ha sido el tono moralista quien lo
ha ahogado; ése del. apologista resumidor de consignas finales —la opción
que se indica—, todo lo cual nos demuestra cuán lejos se ha estado de lo
que es o debe ser este instrumento de goce y aprendizaje.
En consecuencia, aceptada su complejidad, lo primero es dilucidar las
zonas: una cosa es el teatro para los niños hechos por profesionales, otra
la dramatización escolar realizada por los niños, y una tercera la expresión
creadora teatral de los niños. En el primer caso, es el gran teatro a que
hace referencia de la Vega en el párrafo anterior y sobre cuyos
lincamientos volveremos a insistir por creer que es fundamental. En el
segundo, no es más que la interpretación por los niños, la vivencia total de
un texto que ya ofrece cierta movilidad en su desarrollo y el apro-
vechamiento de determinadas aptitudes que ofrecen al niño. Y en el
tercero, es la expresión creadora infantil conjuncionada en varios
elementos, como la palabra, el color y la forma, el ritmo, etc. Es la etapa
que se debe conseguir partiendo justamente de los juegos infantiles.
230
A. Gómez de la Vega, El teatro en la U.R.S.S., México, 1938, pág. 114.
funcionalidad—, son los que sigue en la actualidad este teatro en la
U.R.S.S., y cuya importancia es harto elocuente. "Nuestros espectáculos
varían según la edad de los niños: seis, diez, catorce hasta quince años,
dice. En la actualidad, se escriben obras para los niños de los tres
primeros cursos escolares (de 7 a 9 años); para los de los cursos hasta 7?
año (8, 9 y 10) con los cuales termina su Escuela Normal, es decir,
primaria y secundaria juntas. Para el primer grupo, que corresponde a algo
más que a la primera infancia, se dan obras de carácter fantasista, a fin de
contemplar y colaborar en el desenvolvimiento de su fabulación e
imaginación, y se apela generalmente a la leyenda y al folklore popular; la
segunda etapa trata de satisfacer la apetencia del niño en cuanto al mundo
real y las relaciones de conocimiento, a raíz de la evolución de su
inteligencia. Y en el tercer ciclo, un teatro que responda amplia y
generosamente a los mejores sentimientos morales sociales que se
desarrollan en el joven adolescente." "La capacidad de recepción de los
niños —agrega Satz— se estudia de la manera más minuciosa por el
servicio pedagógico que forma parte del personal de nuestros teatros y
que cuenta con eminentes paidólogos, como el profesor Arpiñe, consejero
especial del teatro que yo dirijo"231.
Quiere decir, pues, que un teatro que pretende acomodarse a la psique
infantil, ha de poseer una base científica que facilite la representación
haciéndola positiva, accesible a la mentalidad de los niños. Para ello,
quienes usan de todos los procedimientos de captación, no descuidan ni un
aspecto: el estudio de la reacción de los espectadores en la sala durante el
espectáculo; el análisis de los comentarios que los niños realizan en sus
cartas y dibujos acerca de las representaciones; las impresiones que
producen los espectáculos en las diversas individualidades infantiles, entre
varones y niñas, entre grandes y pequeños, en las diversas conductas
frente a la exhibición, etc. No escapa a los especialistas atentos ninguna
forma crítica que parta de los pequeños espectadores. De la misma
manera se ha de ajustar, de acuerdo con las etapas de su
desenvolvimiento, más que el desarrollo escénico en sí, el propio clima del
teatro.
Sabemos por otra parte, lo hemos experimentado, que el niño
espectador quiere saber qué cosa pasa en escena; "quiere comprender,
quiere seguir la continuidad de la acción, vivirla con los personajes",
reafirma Natalia Satz. El niño debe comprender, y agregamos con Martínez
Estrada: tras la simple acción dramática debe columbrar una posibilidad de
belleza, de orden, de justicia, que encienda en él una preocupación
231
Ob. cit., pág. 116.
175
inevitable o, por lo menos, una disposición hacia los juicios de valor; debe
ser un alimento para toda su psique y deben ser colaboradores el color, la
música, la luz, las formas, todos los recursos escénicos, en fin, que son "el
vehículo de las ideas del espectáculo" a. Con ello se conseguirá que sus
sentidos no solamente vivan ese segundo de maravillosa trasformación,
sino que, saliendo del teatro, señala como preocupación la Satz, conserven
parte de su beneficio, aprovechen de ese estimulante recibido. "La obra
teatral debe suscitar en ellos el deseo de vencer y sobrepasar en la
realidad lo que los héroes vencen y dominan en la acción escénica. Cada
espectáculo debe ser suficientemente complicado para interesarles..." Es
decir que debe obligarlos a entrar en el asunto por una atención fija en algo
cautivante; debe, en una palabra, ser tan interesante, que guste también al
adulto, como piensa el escritor argentino. Se entiende: dicho teatro,
instrumento valioso, es "un auxiliar del trabajo individual de cada
espectáculo", porque tiene por misión, sobre todo cuando él es entendido
así, no la de formar "observadores", sino la de formar "campeones y
constructores"232.
Pero de ningún modo, éste será un teatro despreocupado por los más
íntimos resortes de producir el goce estético. No. Aun en los casos en los
que él no es más que un instrumento de fina penetración ideológica, en los
que tiene un sentido político, aun en esos casos no se rechaza, como
afirma Satz, la expresión artística, ni el matiz ni el colorido o la gracia; antes
bien, "tendemos, dice, a su máximo refinamiento, pues consideramos
absolutamente errónea la teoría de que un espectáculo que quiere
convencer políticamente debe ser de naturaleza ascética en sus procedi-
mientos artísticos. Nada más lejos de ello. Una de las cosas que atraen al
niño al teatro es el halago de la vista el ímpetu, el movimiento, y el
espectáculo debe ser para él como una fiesta"233. En una palabra, que todo
el gran secreto de su éxito ha de depender del más perfecto conocimiento
que se tenga del espectador. Ésa es la llave de un trabajo que en este siglo
es tan nuevo y completo en la U.R.S.S.
Sin duda los conocidos títeres (el muñeco movido con los dedos) y las
marionetas (movidas con hilos), tan amigos del niño, desempeñan un muy
importante papel en su función de introducir a los pequeños en la
complejidad de la escenificación. Ellos son el principio del teatro. Y lo son
porque el títere es un juguete. Por esa misma razón el niño gusta del circo,
232
Gómez de la Vega, ob. cit., 118.
233
Martínez Estrada, ob. cit., pág. 151.
porque el circo le ofrece muchos juguetes y animales. Ambos son los
elementos de su mayor intimidad, pero el juguete es parte de su propia
vida, lleva algo de su yo, realiza en la etapa del animismo difuso, lo que
Piaget llama introyección, es decir, esa tendencia egocéntrica a creer que
todo gravita alrededor de nosotros y consiste en comunicar a las cosas los
poderes propios para obedecernos, o, si se presenta la ocasión, resistirnos
234
. De ese modo, cuando el niño es quien lo concibe y lo saca del
anonimato de "cosa' en sí, el juguete consuma su actividad, o mejor,
resume esta actividad. De aquí la importancia que existe de no olvidar
estas experiencias para la estructuración de su teatro. En él deben caber
todos los elementos de su intimidad y primero que nadie éste, el simple
títere, el juguete en el que el niño va a vivir la experiencia humana próxima.
Por otra parte, en este primer paso, el propósito del títere es
excelentemente caricaturesco, de simple diversión. Su intención no va más
lejos, por eso ni siquiera ha tratado de vencer las dificultades técnicas que
se le han presentado. La síntesis de este teatro está todavía en la
simplicidad del asunto, en la esquematización del muñeco y en el golpe con
el mazo que es, en definitiva, su símbolo. Ni los mismos geniales títeres de
Obrazsov, con su perfección inquietante o las marionetas checas de Trnka
o las de Podrecca, de complejo sistema y enloquecedora belleza y
humanismo, se han preocupado por ir más lejos, que los simples muñecos
del argentino Javier Villafañe, de La Andariega, con su Caballero de la
mano de fuego, al parecer un camino detenido por la inconsecuencia del
poeta con sus muñecos, o los numerosos que ha creado mi hijo Gustavo,
maestro y titiritero de alma. Hemos visto en una excelente escuela
argentina preparar una serie de piezas, cuentos, romances con un sentido
un poco más profundo que la simple caricatura: me refiero a la escuela de
las hermanas Cossettini de Rosario de Santa Fe Yo mismo pensaba
ofrecerles escenas de Martín Fierro que me parecen extraordinarias para
su escenificación y que ellas lo han hecho con gran acierto haciendo que
los propios niños crearan los muñecos.
Luego de este primer paso (los títeres gustan a todos los niños), en
algunos países, con ellos mismos, se ha tratado de alcanzar con el
"Guignol" en su puro sentido, algo más que esta simple diversión.
Obrazsov ha trascendido esta etapa haciendo intervenir los sentimientos y
alcanzando con ellos un clima de verdadera emoción. El artista ruso es el
creador y fabricante de sus muñecos y el escritor de las letras siempre
originales y minuciosamente escritas. Cada piecita, pequeñas obras
234
Piaget, ob. cit., pág. 233.
1
Olga Cossettini, La Escuela viva, Buenos Aires, Losada, 1942, pág. 166
y sigs.
177
maestras, le lleva meses de prolija preparación, meses para unos breves
minutos... de alegría de los niños en su Teatro Central del Estado de
Muñecas, de Moscú.
Hemos visto su teatro y conversado con Obrazsov, y no creemos que
nada (ni el teatro humano) pueda superar la labor representativa de sus
muñecos. Obrazsov opina que un espectáculo para el niño "no debe ser
puramente imaginativo, al contrario, hay que partir de una firme base de
realidad para mejor desplegar las alas de la fantasía", lo que no hace sino
ratificar nuestras anteriores aseveraciones generales. Pero su fantasía no
se detiene luego. La pieza que vimos, de contenido imaginativo, en torno a
brujos y brujas y una belleza amada por un príncipe, era una síntesis de
realidad y fantasía, de verdad y sueño conmovedores. La duración del
drama es de tres actos, de media hora cada uno y la intensidad y belleza
del desarrollo, subyugantes. Este aspecto, como los demás que se
relacionan con estas etapas, deben ser (como sucede en la U.R.S.S.),
objeto de profundos estudios y revisiones, en cada caso, hasta donde sea
posible. Ni qué decir de los bellísimos filmes creados con muñecos por Jiri
Trnka, algunos, como los en vidrio de su película "Inspiración".
237
Martínez Estrada, ob. cit., pág. 153.
179
utilizarlas muy hábil y completamente. Con ellas se pueden obtener nuevos
matices en el aprendizaje. Los cuentos, leyendas, romances, escenas, etc.,
a dramatizarse de lo que hay ejemplos en muchos libros corrientes deben
ser cuidadosamente elegidos en su tema, bien ajustados en sus diálogos
precisos en su argumento y si es posible eficientemente completados con
plástica y música. El antecedente concreto del juego, tan natural, debe ser
aprovechado para tal efecto, sobre todo si nos damos cuenta que el niño
pasa insensiblemente del juego a la dramatización. Cuanto más natu-
ralmente se consiga este pasaje, más efectiva será la dramatización. Los
niños no deben sentirse nunca actores, y los papeles que se les asignen
han de variar, aunque siempre se han de aprovechar las condiciones
naturales de cada uno. Y este trabajo, como el de toda verdadera cultura
que se realice, mediante la expresión, siempre ha de estar perfectamente
engranado al resto de la labor escolar, ha de formar un todo orgánico y
vivo.
14. LA PRESENTACIÓN MATERIAL DE LA LITERATURA INFANTIL:
ILUSTRACIONES, ETCÉTERA
238
M. de Unamuno, ob. cit., pág. 49.
239
F. Delattre, ob. cit., pág. 140.
181
15. SOBRE LAS "TIRAS" E HISTORIETAS, PELIGROSO ENEMIGO DE LA
AFICIÓN A LA LECTURA DEL NIÑO
183
servicios vitales, etc.), que me plantearon "las dificultades de colocación de
libros para niños" en los mercados del Continente por su escasa demanda
en razón "de lo poco que leen los niños ahora...", a la vez que demandaron
mi opinión sobre lo ultimo.
No queremos desviarnos del objetivo de este apartado en temas
aledaños, que, si esenciales, no pueden ser tratados aquí, como lo que
mencionara en párrafos anteriores. Pero el problema del libro, del lector, de
su lectura, se viene planteando, no sólo en cuanto al niño sino también en
cuanto al adulto, debido a las oscilaciones que se notan en la cantidad de
volúmenes que se editan en unos países y en otros, en los últimos años, y
los nuevos resortes técnicos de comunicación en práctica. Justamente todo
esto se balancea en 1972, el "año internacional del libro".
Los más juiciosos criterios, a nuestro modo de ver, que se vienen
exponiendo sobre la materia, parecen rechazar el pesimismo de quienes
como Marshall MacLuhan en su libro La galaxia Gutenberg, predican o
profetizan la "decadencia del lenguaje escrito y el predominio del lenguaje
visual", y, en consecuencia, la inevitable progresiva desaparición del libro,
nada menos. El bibliotécnico soviético Lev Vladimirov, que ha ocupado y
ocupa altos cargos en la materia en el mundo, analiza el problema sin dejar
afuera ningún elemento, desde luego el propio papel y las dificultades,
cada vez mayores de las bibliotecas, en almacenajes y conservación ante
la creciente millonaria producción de libros. "La causa de todo ello (es
decir, las predicciones catastróficas en cuanto al destino del libro), dice, es
que el cine, la radio, la televisión, los magnetófonos tradicionales y con
video, las microcopias, la electrónica, la cibernética y otros notables
inventos de nuestro siglo están haciendo irrupción en -un terreno donde,
hasta hace muy poco tiempo, el libro reinaba como soberano absoluto.
Cabe recordar que, si bien la necesidad cada vez mayor de información
impone hoy un aumento considerable del número de publicaciones de tipo
tradicional, el "microlibro", perfeccionado mediante la reprografía y la
fotocopia, y el "libro sonoro" se están desarrollando con éxito como
complemento del libro impreso en papel". Pero nada de esto representa —
para Vladimirov— un peligro para el libro. Porque ninguna de las nuevas
técnicas, agrega, "se halla en condiciones de sustituir totalmente al libro
como fuente de información". Porque "la radio y la televisión son
procedimientos de información instantánea; es decir, su acción cesa en el
momento que termina la emisión. El libro es un medio de información
constante, representa una enorme reserva a la que en cualquier momento
se puede recurrir para obtener la cantidad y el tipo de información
realmente necesarias..." Y luego de otros argumentos bastante irrefutables,
termina su artículo transcribiendo el viejo alegato (totalmente compartible)
de Stefan Zweig: "Hasta hoy ninguna fuente de energía ha logrado difundir
una luz semejante a la que a veces emana de un pequeño volumen. Una
fuerza indestructible y en constante renovación, fuera del tiempo, la más
concentrada y en la forma más completa y más variada: eso es el libro.
¿Qué puede la técnica contra semejante fuerza? ¿No es acaso gracias a
los libros como la técnica se perfecciona y difunde? En todas partes el libro
es el ABC de todo saber, el origen esencial de todas las ciencias" 240.
Bien, compartimos, ¿Pero y qué pasa con el lector? ¿Todos los adultos
que saben leer, leen, quieren hacerlo, les interesa hacerlo, necesitan
hacerlo? ¿Se lee ahora más o menos que antes? Etcétera. Otro
colaborador de la misma revista que he citado —y que por vivir el año del
libro se ha orientado hacia los grandes especialistas para evaluar la ma-
teria en todos sus aspectos, a nivel internacional— nos proporciona
algunas estadísticas pequeñas, y tal vez defectuosas, pero al menos
propósitos concretos no despreciables para allegarnos algunas luces al
problema que configuraremos posteriormente. Dice Robert Escarpit241:
"Una encuesta llevada a cabo en Italia en 1962 puso de manifiesto que, de
400 personas pertenecientes a todas las capas sociales, 31 no habían
leído nunca un libro y 129 habían dejado de leerlos, lo cual equivalía a un
40 por ciento de no lectores. Según otra encuesta, en 1964 había en
Hungría un 39,4 por ciento de no lectores en un total de 2.277 personas
interrogadas. Por último, de la encuesta efectuada en Francia en 1967 por
el Instituí Frangais de l'Opinion Publique se desprende que existía un 53
por ciento de no lectores en una muestra de 6.865 personas adultas". La
contrapartida de esta estadística en países desarrollados y culturalmente
superiores en los que las gentes no leen, se advierte en los países
subdesarrollados ("... en donde los progresos en materia de alfabetización
constituyen la medida misma del desarrollo y en los cuales todos los que
saben leer se sienten especialmente impulsados a hacerlo"), "en Paquistán
Oriental en 1963-1964 entre 14 familias de funcionarios del Estado de
todas las categorías, sólo se pudieron descubrir 53 no lectores en un total
de 438 personas de más de 12 años (el 10,9 por ciento). Para Escarpit, por
otra parte, "el no leer no es un fenómeno de la juventud", cosa que
demuestra con algunas estadísticas mínimas y reflexiones sobre los "no
lectores" italianos, de los cuales 129 dijeron que habían perdido la
costumbre de leer, lo que significa que cuando jóvenes leían. Del mismo
modo afirma que "los estudiantes son siempre, con gran diferencia, los
lectores más asiduos de libros".
240
L. Vladimirov, Libros, televisión, electrónica, Unesco, El
Correo, enero de 1972.
241
El hambre de leer, ob. cit.
185
Ahora bien: los maestros saben —sabemos— que los hábitos de lectura
se deben inculcar desde los bancos de la escuela. Es en esa época en la
que los niños adquieren los hábitos de la lectura (Escarpit también
comparte esta afirmación que hemos hecho muchas veces). "Como se ha
destacado con frecuencia —escribe, en el mismo artículo este profesor de
literatura comparada en la Universidad de Burdeos—, el niño que comienza
a frecuentar el libro al iniciar su vida escolar tiende a asociar la práctica de
la lectura con el mundo de la escuela, sobre todo cuando no la encuentra
también en su medio familiar. Si la escolaridad es difícil o poco
satisfactoria, esto puede entrañar una falta de apetencia por la lectura que
se traducirá en un abandono total, una vez terminados los estudios. Es,
pues, extremadamente importante que el libro entre en la vida del niño
antes de la edad escolar y que desde ese momento se inserte en sus
juegos y en sus actividades cotidianas. El hecho de frecuentar los libros
antes de su lectura es una garantía de solidez para ulteriores
adquisiciones. En cuanto termina la escolarización, empiezan a
multiplicarse los obstáculos para la lectura, que son de muy diverso orden.
Cabe sin embargo reducirlos a tres grandes grupos: están, en primer
término, los de tipo físico, psicológico o social que se derivan del propio
lector; en segundo lugar los que nacen de la estructura de producción y
distribución de libros y, por último, aquellos otros que dependen del con-
tenido mismo de la lectura y su finalidad".
Creemos que, a esta altura, debemos decir que el trabajo del maestro y
de la escuela en su afán de crear la aptitud del lector, desde esas primeras
y sugestivas imágenes, que pedimos en el capítulo anterior, estéticamente
cuidadas para despertar en el niño el mayor cúmulo de valores, se ve
contrarrestado, me animaría a decir suciamente, por ese elemento que
hace la cuestión de nuestro análisis: las formas para escolares, la
universidad de la calle comercial y tramposa en los intereses que trata de
crear y alimentar con sus artificios gráfico-plástico-verbales, las tales tirillas,
historietas y etc. Éste es el asalto de la calle sucia a la pedagogía inocente
que trata de sacar a flote una conciencia predispuesta al mensaje de la
lectura.
Digamos, en primer término, que la atención del niño, al encontrarse con
tal clase de "alimento", ya se halla sobresaturada de otras imágenes
mecánicas proporcionadas a sus diversos sentidos por una serie de
vehículos: radio, televisión, cine y la explosión callejera del aviso de toda
forma y sentido, que golpean las veinticuatro horas del día en su cerebro.
Para una actitud mental como la del niño, abierta y generosa a todas las
incitaciones de las imágenes que le detienen, que le sumergen en su
fantasía, poca las más de las veces pero muy bien calculada en cuanto a
los beneficios que esperan obtener, en su fantasía de tipo "comercial': el
crear tal o cual actitud mental, conducta para la acción, etc., en el niño, es
algo más que una industria de este nuestro mundo en que vivimos, que no
pierde un solo minuto de tiempo, una sola espera de atención para lograr
algunos de sus propósitos preconcebidos; le sugestionan con el encanto
fácil y directo de su presentación a través de sus pasos científicamente
elaborados, sus misterios y suspensos, para ir encadenando sus sentidos
todos y sus mecanismos psicológicos (atención, memoria, imaginación,
asociación, etc.) hacia el destino previsto; le repiten la fuerza, la atracción,
del sugestionador, para de este modo ir reforzando un interés en juego en
la intención del creador de la imagen; para este estado mental virgen,
ingenuo, desprevenido, sin pizca de desconfianza hacia tan "agradable"
estimulante, repetimos, la multiplicidad de tales imágenes son el principio
de una inhibición a aceptar luego otro tipo de alimento cultural —o siquiera
de distracción— que no sea proporcionado por esa carga gráfico-plástica
(casi sin palabras), que es más rápida en la formulación de su expresión;
es más agradable por sus modos diversos en que se les presenta (a veces
lo mismo dicho de diez, de cien maneras distintas); es más efectiva para su
asimilación (son todos los sentidos los que intervienen en la operación de
inmersión o anegamiento a que se somete el niño entero, en su carga de
conoceres e información); es más fácil para el niño en relación a su
monótona —muy a menudo— dura tarea de aprender lo que diez lecciones
o cincuenta páginas no lo logran; en fin, que estas ventajas se podrían
aumentar en un análisis con más intención y detalles para justificar el
beneficio de estas dichosas figuras, que saturan día y noche la mente del
niño.
Parecería, de pronto, que hasta lo dicho aquí más bien estuviéramos
haciendo un fervoroso elogio del aprendizaje ideo-visual. Desde luego que
sí, que sabemos los alcances y cuánto vale dicho aprendizaje y enseñanza,
no lo ignoramos y lo recomendamos. Pero con lo que antecede estamos, al
mismo tiempo, preparando la embestida al sentido inhibidor, deformativo,
con el cual niño se prové de los conocimientos. Y eso más allá de la
superflua esquematización que un juego en el que el niño no es más que un
pasivo receptor trata de proporcionarle de contrabando, y que es todo lo
contrario de su necesidad: un influjo de alcance más profundo y duradero
que sólo la lectura puede lograr en el alma y razón del ser en evolución.
Queremos agregar aún, que a esa carga de imágenes que el niño está
recibiendo •—sufriendo dulce e inconscientemente—, se acumlan las
demás: desde que se despierta en la mañana ya está oyendo los noticieros
que sus padres lanzan al aire, mientras se higienizan y desayunan, antes
de partir a sus trabajos (esos padres que a veces es lo único que oyen de lo
187
que sucede en el mundo), que lo siguen oyendo en sus viajes en radios
aditivas; que los siguen recibiendo después a través de ese pequeño gran
cine que está a su mano con sólo dar vuelta un botón, en donde todo lo que
sucede en el mundo, otra vez, con sus comentarios insidiosos y
predeterminados, sus imágenes buscadas para conformar el principio de la
noticia que ha de salir al aire en otro vehículo pero con la misma intención,
forma, destino, proyección, objetivo fijado y revisado por media docena de
"preparadores" de la verdad transmitida, y que el niño puede manipular a su
antojo, casi desde que abre los ojos, sobre todo en los países de plani-
ficación irracional; y todavía las largas tardes corridas de cinematografía, a
veces más de una vez en la semana, con el lujo del tamaño, el color
fulgurante y la repetición abusiva que informan los filmes comerciales,
pornografía en cualquier sentido) para el alma infantil que se abre a los
vientos de la cultura, sin defensa, limpio, transparente, angelical, diríamos.
Toda esta carga insistente de imágenes —repite— se completa luego
con las publicaciones que todo lo traducen en tirillas y cuadritos:
absolutamente todo, y que no hay más que recogerlas de las revistillas, de
tiradas millonarias y de ínfimo precio, en los diarios y revistas generales y
en las publicaciones de más rango y preocupación (en especial comercial,
doscientas páginas, las dos terceras partes de aviso) y, finalmente, en la
multiplicación de libros, libretos, librejos, libruchos, impresos por millones y
millones en ordinarias ediciones para propiciar con su baratura una
audiencia universal de lectores. Y entonces, la palabra ya no cuenta; la
palabra buena o mala, simple o poética. Sólo cuenta la imagen gráfica, en
general de mala factura expresiva realista, o de un "falso realismo a la
manera realista", como hemos repetido a Kirpotin, es decir, no más que
una farsa sobre la realidad. El auge de esta forma visual para entrar en la
cultura más o menos literariamente, ha privado de tal modo en la formación
de las juventudes en los países altamente tecnificados, que no hace mucho
la prensa norteamericana denunciaba que "la mitad de los estudiantes
norteamericanos llega a la universidad sin saber leer ni escribir correcta-
mente" 242. Es decir, ha olvidado la lectura y escritura por desuso, problema
que ya lo había denunciado una publicarán de la UNESCO, años atrás 243,
ya que gran parte de sus aprendizajes a través de tanta técnica creada
mecánicamente, de tanta "lección electrónica" en donde los niños se
abisman, se embeben "y a su manera, aprendiendo, juegan con la
Í N D I C E
Capítulo II
189
3 Los mitos, creaciones populares, en la base de esta literatura infantil
107
4 ¿Se debe o se puede evitar el mito en el alma infantil 112
Capítulo IV
191
1
M. Pellison, ob. cit., pág. 321.
1
Florentino M. Torner, La literatura en la escuela primaria,
México, 1949, pág. 43, y M. Braunschvig, ob. cit., pág. 321.
2
Ob. cit. Por la razón que anota es por la cual Cousinet
1
Gervasio Manrique, La hora de los cuentos en la
escuela, Revista de Pedagogía, Madrid, marzo de 1935.
1
Ob. cit., pág. 20. Y esto, a pesar de que el concepto
"inteligencia" para las doctrinas materialistas dialécticas,
carece de valor científico por la ambigüedad de su sentido:
como "el conjunto de los actos del conocimiento";
significación tan amplia "que queda, no obstante, reducida,
en muchas ocasiones al conocimiento discursivo, al
razonamiento, igualmente opuesto a la intuición y al instinto,
cuando no, como substantivo, a ser espiritual", como señala
Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía.
1
Ob. cit., pág. 31.
1
Ob. cit., pág. 241.
1
Ob. cit., pág. 356.
1
Ob. cit. pág. 148.
1
M. Mac Millan, ob. cit. pág. 53.
2
Ob. cit., pág. 7.
1
J. Ortega y Gasset, ob. cit.
2 Ob. cit.
1
F. Delattre, La littérature enfantine en Angleterre,
Revue Pédagogique, París, agosto de 1907, pág. 150.
1
Ob. cit., pág. 23.
1
F. Delattre, ob. cit., pág. 108.
furtraeders, Ungada, The Coral Island, Martin Ratther, The
Pírate City, The Dog Cursoe, etcétera.
8
Stevenson es autor de la renombrada novela La isla del
tesoro, vertida al español, y numerosas en inglés. Además
de estas citadas, se pueden anotar en este género las obras
del
1
Goethe, ob. cit., pág. 34.
capitán Marryat: La marina mercante, El perro diabólico,
Pedro Simple y El buque fantasma, todas éstas traducidas al
español, y numerosas en inglés; F. A. Burnett, autor de El
Pequeño Lord, y muchos otros autores.
1
Scheid, ob. cit., pág. 10.
1
Van Gennep, ob. cit., pág. 25. Es importante consultar la
obra El cuento popular y otros ensayos, de María Rosa Lida
de Malkiel, Buenos Aires, Editorial Losada.
2 Ob. cit., pág. 657.
2
A. Barine, ob. cit., pág. 662.
3
A esta constelación se la conoce, en francés, como
Le
Chariot, de ahí la alusión al postillón. (N. del Ed.)
2
A. France, ob. cit., pág. 244.
1
Ob. cit., pág. 323.
5
Pueblo entendido como "el conjunto de individuos que
1
C. T. Gamba, ob. cit., pág. 128.
1
France, ob. cit., pág. 226.
1
Delattre, ob. cit., pág. 112.
2
Ed. Charlier, La poésie a lécole élémentaire,
L'Éducateur Moderne, París, mayo de 1912, pág. 211.
1
Braunschvig, ob. cit., pág. 290.
2
Scheid, ob. cit., pág. 222.
1
Miguel de Unamuno, Recuerdos de niñez y mocedad,
Buenos Aires, 1946, págs. 45 y 46.
1
Lázaro Liacho, Palabra de hombre, Buenos Aires, 1934,
pág. 39.
2
Ob. cit., pág. 120.
3
Martínez Estrada, ob. cit., págs. 153 y 154.
193