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KENETO – KANOTH ARK

Hacia el interior del valle del río Virú, cerca de la hacienda


Tomabal, se halla el complejo arqueológico de Keneto. Se trata, al
parecer, de un antiguo santuario formado por dos plazoletas de
piedras, en cuyos centros se erigen magnificentes dos menhires. El
complejo fue descubierto por Rafael Larco Hoyle (según otras
versiones, por Marcel Homet) en 1935. Y desde entonces ha maravillado
y sorprendido a numerosos investigadores, muchos de los cuales
coinciden en que se trata del sitio arqueológico más antiguo de Perú.
Más allá de las plazoletas con sus Menhires, y de los caminos de
piedra, coronan este magno espectáculo una serie de petroglifos del
más variado espectro. Por todas estas razones, y otras muchas
relacionadas con la innegable energía que se percibe en el lugar, fui
invitado por mi camarada Eduardo Arancibia, a conocer la región de
Keneto.

El lugar era todo cuanto me habían prometido; y mucho más. En efecto,


pese al cansancio que teníamos, por las dificultades que tuvimos que
sortear para llegar al lugar, las poderosísimas energías que se
concentran allí, podían percibirse ya desde las cercanías. Una vez
en Keneto, me llamó poderosísimamente la atención la geometría de
las plazoletas y la ubicación, en ella, de los Menhires. Por intuición,
sospeché que podía tratarse de las ruinas de un santuario
ceremonial, pero no adelanté nada. Ya había estado en Tiahuanaco y
Pumapunku y en el cromlechs de Nabta, en Egipto. Y aunque en los dos
primeros pueden hallarse algunas “medidas” (como la raíz de dos que
resulta de la diagonal del Templo de Kalassasaya), no tenía otras
referencias para aventurarme en los cálculos. Temí que en Keneto
fuera lo mismo, sobre todo por la desalineación (¿intencionada?) de
uno de sus Menhires. Pero felizmente no era así. Luego descubriría la
función ceremonial que desempeñaban los Menhires y esto solo ya me
ponía en la pista sobre la envergadura del lugar.

Pero esto se hizo todavía más interesante cuando mi amigo y camarada


Eduardo Arancibia me sugirió que el nombre Keneto podía
corresponder a una palabra en rúnico (en kalataal). Al principio
rechacé tal posibilidad. Pero luego advertí la correspondencia con
las formas rúnicas “Ke-Ka” y “Neth-Neto-Noth”. Así, Keneto podía ser
Kanoth, un enclave que aparece en la Tradición arkhanen como una
de las ciudades de la Tercera Edad (o Edad de la Tercera Luna). Fue
entonces que tomamos el camino de Piedra y nos dirigimos a la zona
de los petroglifos, donde mis camaradas me adelantaron que podían
hallarse mayores evidencias de esta correlación. Particularmente,
algunos petroglifos rúnicos, donde puede distinguirse con nitidez
una runa “Man”; pero más especialmente el petroglifo de una
esvástica. Entonces vino lo mayor. Mientras analizábamos los
pictogramas grabados en las rocas pude notar que no eran éstas, las
rocas, formaciones rocosas habituales. En su mayoría parecían ser
rocas trabajadas con formaciones cuadrangulares específicas, del
mismo tipo que había visto ya en pumapunku y Tiahuanaco. La casi
totalidad de las mismas se hallaban derribadas sobre el cerro, como
si caídas desde lo alto. Pero bajo ellas todavía persistía un muro
rocoso donde las rocas, cuadrangulares todas, en formaciones de
bloque, hallábanse como ensambladas, al estilo de las Pirámides
mayores del complejo de Gizeh. Fue allí que advertí que no podía ser
esto fruto de una natural agrupación rocosa, sino que las mismas
estaban dispuestas de tal forma, porque allí tuvo que haber existido
una ciudad. Ello explica que el camino de Piedras que pasaba por el
Santuario de Menhires se extendiera justo hasta la explanada de
rocas con los petroglifos. Así, en el sitio preciso donde una cantidad
invaluable de arqueólogos sólo habían visto los “petroglifos”,
nosotros hemos descubierto una antigua ciudad. La corroboración de
estas verdades vendría después, cuando nos aplicamos al análisis de
todos los materiales recopilados en nuestra expedición.

Antes de continuar quisiera mencionar a todos los camaradas que


hicimos el viaje a la región de Keneto, en el valle del Virú. El
primero entre ellos Eduardo Arancibia, profesor de física, y
camarada amigo de la Sociedad Arkhanen. Junto a él, el arqueólogo
Jorge Novoa, experto culturas precolombinas del Perú. También nos
acompañó el camarada Luis Valencia y Junto a él, el filólogo
Alejandro Bengoa, experto en lenguas germánicas. Con todos ellos me
adentré en la región de Keneto y descubrimos la que podría ser
Kanoth Ark, el mítico enclave ario-arkhanen de la tercera luna.

Entre los materiales recopilados en nuestra expedición yo quisiera


mencionar que los hay de cuatro tipos: los que constituyen una
evidencia de carácter físico, filológico, arqueológico y
arqueométrico. En el primer tipo resalta el análisis preliminar de
las piedras y las rocas del lugar, incluyendo los Menhires. Desde el
ingreso al valle del Keneto, presidido por dos Menhires que están en
el suelo, puede observarse una explanada de pequeñas piedras, del
tipo laja, de color rojizo, resquebradizas, como si hubiesen sido
expuestas a un calor extremo. Los bloques de rocas que forman lo que
hemos identificado como las ruinas de Kanoth ark exhiben el mismo
color rojizo, por lo que parecen haber estado expuestas al mismo
fenómeno. De otro talante son los Menhires y las rocas que cuadran
las plazoletas ceremoniales de Kanoth. Ellas no muestran la misma
calcinación de las rocas de Keneto, ni de las infinidad de piedras
que tapizan la región. Otro hecho notable es la erosión de las rocas
en Kanoth (Keneto), los que sugieren la hipótesis de una erosión por
efecto del agua lluvia. Los bloques de rocas ensamblados, por su
parte, parecen exhibir, en algunos de sus extremos, una suerte de
derretimiento de las rocas, como si hubieran estado expuestas a un
calor extremo.

En segundo lugar tenemos el análisis filológico de la palabra


Keneto. El lugar debe su nombre al cerro Queneto, que preside
majestuoso la quebrada hacia el valle, desde el occidente. Ignoramos
absolutamente el origen de este nombre, pero sabemos que su data es
antigua. Ahora bien, a diferencia de los otros complejos
arqueológicos hallados en la región, los que en su mayoría vienen
nominados con palabras de indudable origen indígena, Keneto
representa una sonoridad distinta y misteriosa. No se trata de un
nombre indígena (a lo mucho podría tratarse de una voz
indigenizada), sino de una voz muy anterior al poblamiento
americano, la que resalta por su asombroso parecido fonético con la
palabra “Kanoth”, que describe la ciudad de Kanoth ark en los mitos
ario-arkhanen. Volveré sobre esto en la parte final de mi escrito.

En tercer lugar, tenemos la impronta arqueológica, según la cual el


sitio de Keneto tendría una antigüedad, por lo bajo, entre los 5000 y
8000 años antes de nuestra Era Común. Por lo que sería muy anterior
a todas las culturas indígenas conocidas y estudiadas del lugar. No
hay, además, evidencia arqueológica de la presencia indígena, como
en las huacas de Trujillo, o en Chan Chan; o incluso en los mega
asentamientos de Marca Huamachuco o Ouiracocha pampa. El lugar de
Keneto parece ser vírgen e incontaminado, respecto de los pueblos y
culturas que luego habitaron la región (tal incontaminación no
parece apreciarse en Tiahuanaco, Bolivia, desafortunadamente) -
incluso, en lo que dice relación con sus pictogramas y petroglifos.
Lo que vendría a apoyar nuestra hipótesis todavía más fuertemente.

Por último, presento la que es, a mi juicio, por ahora, la evidencia


más patente e incontrarrestable de nuestro hallazgo en Keneto.
Trátase de la impronta “arqueométrica” o las “medidas” del lugar,
particularmente la de las plazoletas sagradas que cuadran los
menhires. Estas se hallan ubicadas mirando respectivamente hacia el
este y occidente de la zona. En una inclinación de 20 grados
considerando el eje Norte-Sur. La plazoleta Este representa un
rectángulo de 43,30 metros de largo por 32,80 metros de ancho. El
menhir de esta plazoleta se halla centricamente alineado respecto de
los lados ubicados al norte y al sur, a unos 15,90 metros; y separado
de la pared occidental a unos 10,40 metros. Desde esa línea hasta la
pared oriental hay exactos 32,80 metros. La plazoleta Oeste
representa un cuadrado de 26,70 metros en cada una de sus paredes,
aunque el lado occidental tiende a deformarse en 20 centímetros
formando un ancho de 26,90 metros. El Menhir está ubicado a unos 13,45
metros respecto de sus paredes norte y sur; y a unos 8,15 metros de su
pared occidental, lo que le aleja de la pared oriental en unos 18,55
metros. En ambos casos, esto es, en las dos plazoletas, si se traza una
diagonal desde el lugar de posicionamiento del Menhir, hasta ambos
extremos de las paredes orientales, obtendremos como resultados las
raíces de 3 y de 5. Y esto no es todo, pues si se traza la diagonal del
cuadrado que forma la plazoleta occidental, obtendremos la raíz de 2;
e igual resultado nos dará el cálculo de la diagonal del cuadrado y
los cuadrados que se forman, en el espacio interior entre el Menhir
y la pared oriental de la Plazoleta Este. Y como si esto no bastara,
desde la posición del Menhir es posible formar el famoso triángulo
de Pitágoras y la proporción aurea, entre el costado occidental de la
plazoleta Este y la diagonal de la misma plazoleta ( en sus dos
direcciones) –la proporción Áurea también aparece en los triángulos
rectángulos que se forman en la ladera occidental de la plazoleta
Oeste. Dicho todo esto, cabe aclarar la importancia de la impronta
arqueométrica para comprender a cabalidad la envergadura del
descubrimiento.

Hasta el presente la casi totalidad de los investigadores y


exploradores –arqueólogos o no– siempre parten, en su análisis de
los vestigios de enclaves antediluvianos –y post diluvianos
también– del prejuicio funcionalista (el que también podría
llamarse, por extensión analógica, “marxista-evolucionista”). Todos
parten del hecho que la humanidad anterior fue infinitamente menos
desarrollada tecnológicamente que la nuestra; y por lo tanto, que sus
edificaciones tenían como función la astronomía, para calcular las
épocas de siembra y de cosecha, etc. Cada vez que llegaban a un enclave
cualquiera sucedía que tenía que tratarse de un centro astronómico.
Así se dijo del Templo de Kalasassaya en Bolivia, de las pirámides en
México y Guatemala; e incluso, en Egipto. Pero todo el mundo ignoró
la arqueometría, probablemente por desconocimiento y falta de
formación iniciática. Estas verdades, guardadas como joyas por la
Tradición, hicieron por vez primera su aparición en la Arqueología
con ocasión de las “medidas” de la Gran Pirámide, en Gizeh. Entonces
se comprobó que su diseño arquitectónico no había sido aleatorio y
que todos los números sagrados se hallaban en ella. El primero de
ellos en ser descubierto fue el número de oro, PHI, en la relación que
une la base del triángulo equilatero del interior de la Pirámide con
su apotema. Luego, en función de lo mismo, vendrían a aparecer los
otros números.

En la Tradición se enseña a reconocer una obra como anterior a la


última luna, por su arqueometría. Cualquiera sea la naturaleza de
esta obra (no sólo arqueológica) si están presentes los patrones
arqueométricos, se trata de una obra de los dioses. En la Tradición
se dice que el cosmos fue creado por Mundelfori con estricto apego a
estos patrones; y que, por lo tanto, cuando se trata de producir una
obra sagrada, el artista debe reproducir, en su creación, los patrones
con los que Mundelfori hizo el mundo. Esos patrones son los números,
que en su etimos más antiguo, están relacionados con “medidas” y
“proporción” (o lo que en griego antiguo llamaríamos “logos” y
“analogos”). La Tradición enseña que fue el sabio Armín (llamado
Hermes entre los griegos y Djuty -o Thoth- entre los egipcios) quien
reveló estos números a los hombres. Se dice que inició enseñándoles
los irracionales de las raíces de 2, 3 y 5… y luego todo el edificio de
los números, entre los que se cuentan el número de oro (llamado la
media y extrema razón por el griego Euclides) y los números sagrados
de Pitágoras, la mónada, la diada, la triada, la tetrada, la tetratkys,
etc. Para un iniciado de la Tradición ése es el factor determinante,
la Arqueometría. No la cerámica, ni los garabatos dibujados en
artefactos de esta naturaleza (todos los cuales, con seguridad, son
posteriores y típicos de los pobladores postreros de esta región del
mundo). Con esa convicción arremetimos en un análisis arqueométrico
del complejo arqueológico de Keneto, particularmente de las
plazoletas antes mencionadas. Y para nuestro asombro, como ya fue
adelantado más arriba, todas las medidas del origen (significado de
la palabra “arqueometría”) estaban presentes en el sagrado
Santuario. Si a ello unimos el nombre del lugar, más el análisis
físico geológico de las piedras y de las rocas y los petroglifos de
runas y esvásticas, queda establecido para nosotros que se halla de
un enclave antediluviano, construido y recreado por una raza de
hombres que no fueron parte de los pueblos indígenas que poblaron
la américa inmediatamente pre-colombina. Quienes fueron los
hombres de esta Raza? Con esta pregunta dejo planteada la inquietud
sobre la Kanoth Ark, que es a nuestro juicio Keneto, e les introduzco
en el tema que desarrollaré en mi próximo artículo.

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