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“Menos humos y más fuego”.

Quizás este verso perdido en la letra de una canción


del grupo indie Vetusta Moral oculte detrás toda una poética del arte, y no sólo
contemporáneo sino desde los inicios, desde las pinturas prehistóricas, en las que el
humo y el fuego eran parte fundamental, con aquellas lámparas de tuétano que
iluminaban a unos hombres capaces de pintar y representar el mundo con aquella
deficiente iluminación, con tan sólo un poco de fuego y con bastante humo que sin
duda acabó impregnando las rocas y formando parte de su obra.

Vanessa García, SSagar, ha seguido ese mismo camino, ha pasado de las


representaciones de animales en las paredes de las cuevas que tanto le emocionan y
le invitan a crear, a incluir ese fuego que está en el origen del desarrollo de la
humanidad. Es precisamente esa evolución la que se plasma en la nueva colección de
la artista ovetense, “Fuego” que avanza en los “Orígenes”, su anterior muestra, como
avanzan los hombres que buscan un futuro.

Pinturas, fibra de vidrio, candados, cadenas, plásticos, cemento, yeso y hasta una
junta de lavadora. Todo se integra en unas obras que van hacia el más puro de los
informalismos, que caminan, por comparar, hacia Antoni Tàpies, que al igual que
ahora hace Ssagar trabajaba el lienzo colocado en horizontal sobre dos caballetes. Ese
informalismo matérico y gestual en lo que lo de menos es la obra sino sus
componentes, en el que se buscan formas y texturas más allá de los significantes.

Y Ssagar ha emprendido ese camino sin saber el final. Ha ido recogiendo todo lo que
tenía a mano para crear sus obras. Y en esta ocasión ha decidido dejarlo allí todo,
todas esas materias. Como ejemplo nos sirve que si bien en obras anteriores utilizaba
plásticos para crear efectos ahora los usa para crear texturas, relieves y formas que
además no se quedan en su estado natural sino que al tratarlos directamente con
fuego pasan a formar parte del cuadro, se fusionan con la pintura creando nuevos
colores, formas y pigmentos que no están en la paleta del artista.

Nunca ha tenido miedo la artista a destrozar su obra, porque quien no se arriesga no


logra resultados. Y no ha dudado ahora en coger un soplete para quemar el lienzo y
ver como la llama devora la pintura, cómo se come el cuadro, cómo lo agujerea hasta
tomar la forma deseada, no por la pintora sino por los propios elementos que
componen la obra. De nuevo esa expresividad matérica, esa querencia a que el fuego
haga reaccionar el resto de materiales, sirve para evitar la abstracción pictórica, para
alejarse de los significantes. Cierto que en alguna de las obras de la colección aparecen
signos o palabras pero son la excepción que confirma la ausencia de necesidad de
estructurar los elementos que componen el cuadro, que se trata de un trabajo donde
la improvisación y el azar tienen más peso que la premeditación.

Ssagar se deja dominar por los elementos, juega con ellos. Ella los dispone sobre el
lienzo y luego deja que sean ellos los que se conviertan en arte. Es en realidad tan sólo
una observadora de su propio proceso creativo. El óleo y el barniz reaccionan con el
fuego, toman vida, se mueve, respiran y se agotan hasta que el agua decide que todo
ha terminado. Son obras primigenias, de agua y fuego, de las llamas que dan vida y del
líquido que pone fin a ese baile de máscaras de la combustión de los elementos.

Explora la expresividad de la materia igual que hicieron Tàpies o Guinovart en la


Cataluña de los años 50. Ssagar ha llegado al mismo destino por distintos caminos. Si
los informalistas de la segunda mitad del siglo XX reaccionaban a la Segunda Guerra
Mundial y al existencialismo francés, con todas las peculiaridades en las influencias
que esas corrientes pudieron tener en una España cerrada a todas las tendencias,
SSagar reaciona contra sí misma, contra su obra anterior. Salta del arte prehistórico a
la vanguardia sin la necesidad de plantearse el viaje, dejándose llevar por los mismos
elementos que encontraron los artistas de las cuevas, la piedra, el polvo, los pigmentos
naturales, el agua, el fuego…

Y así se va creando prácticamente sola, podríamos decir que por combustión inducida
pero que tiene mucho de espontánea, una colección en la que Ssagar da una vuelta de
tuerca más y se la juega al blanco, al rojo y al negro. Un blanco que se ensucia, se
quema, se deteriora hasta llegar al ocre de las cuevas originarias, hasta crear paisajes
que recuerdan los mundos más antiguos, las montañas volcánicas o los cráteres
lunares.

El proceso de creación tiene más de impulsivo que de reflexivo, de experimentación


previa, de ver qué es lo que ocurre y como van naciendo una serie de cuadros que son
casi esculturas, de nuevo aquí los bajorelieves de Tàpies. Informalismo abstracto en el
estado más puro, el de la abstracción no sólo estética sino ética al dejarse llevar, al no
ser el actor principal, no ser omnipotente sino partícipe de algo más natural como
observar la evolución de la materia.

DAVID ORIHUELA, PERIODISTA DE LA NUEVA ESPAÑA

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