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LAS CLAVES DE LA ENFERMEDAD.

¿Es posible que la mayor parte de nuestras enfermedades no sean sino


"reactivaciones" de traumas que, aunque no lo recordemos, sufrimos durante el
tiempo en que permanecimos en el vientre de nuestra madre o durante los siete
primeros años de vida? Así lo afirma al menos el investigador español Joaquín
Grau, autor de una revolucionaria técnica terapéutica que nos permite viajar
hacia el pasado, bucear en el fondo de nuestra mente y encontrar los episodios
traumáticos que nos han llevado de adultos a estar enfermos a fin de disolverlos y
curarnos. Con motivo de la publicación de la obra en la que recoge su trabajo
("Tratado Teórico-Práctico de Anatheóresis. Las claves de la
enfermedad") entrevisté a Joaquín Grau en su día, siendo publicada la
conversación en el medio que entonces yo dirigía. Pretender hoy hacer un mejor
resumen de su trabajo me parece, honestamente, imposible. Supondría
obviar aspectos que son fundamentales para entender lo que se expone. Y
la importancia de ello es tal, a mi juicio, que es suficiente razón para que, de
acuerdo con él, la publiquemos íntegramente. Confío en que los lectores que
hubieran podido leerla en aquella ocasión asuman y acepten esta decisión.

Cuando Joaquín Grau me pidió que leyera su último libro no pude sospechar ni por
asomo el enorme alcance de su obra. Cierto es que hace unos años yo mismo
había asistido en calidad de alumno a sus cursos (reciclaje incluido en el bellísimo
pueblo griego de Monemvassia a donde nos llevó a estudiar) y que le presioné
muchas veces para que dejara reflejado por escrito todo el conocimiento
acumulado con sus experiencias terapéuticas pero no es menos cierto que he
quedado perplejo con su lectura. Y es que, en el breve espacio de dos años,
Joaquín Grau no se ha limitado a plasmar sus experiencias y a explicar la terapia
y sus fundamentos sino que ha cimentado y estructurado un auténtico corpus
doctrinal sólido, apoyado por abundante casuística y con una metodología
impecable. Una obra que tiene el fundamento suficiente como para producir un
cataclismo mundial en el ámbito de la Salud y que, por ello mismo, va a provocar
reacciones probablemente virulentas. Aún sorprendido, se lo dije sin rodeos cuando me
entrevisté con él:
-¿Eres consciente de que tu libro agrieta los cimientos del edificio científico que
sustenta el actual paradigma de la Medicina y que si lo que afirmas es cierto, hay
que replantearse, entre otras muchas cosas, todo lo que se refiere al diagnóstico y
tratamiento de los enfermos?

- Soy consciente. Pero mi tesis responde al axioma comúnmente aceptado de que


no existen enfermedades sino enfermos y de que la inmensa mayoría de éstas
responden a problemas que tienen su origen en uno mismo. El cuerpo se limita a
somatizar el problema. La diferencia es que yo he constatado, después de 30 años
de experiencia clínica, que la mayor parte de las enfermedades (si no todas) son
actualizaciones de daños originados cuando el ser humano aún no ha alcanzado los 7
o los 12 años, según los casos (tampoco todo el mundo madura a la misma edad). Y
cuanto afirmo puede ser fácilmente contrastado con la práctica clínica.
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-Me temo que vas a recibir una respuesta gélida, cuando no un ataque virulento,
por gran parte de la clase médica convencional...

- Sé que mis explicaciones serán negadas -si no ignoradas- por aquellos científicos -
cada vez menos, afortunadamente- que siguen encerrados en la seguridad de las
murallas que un día levantaron Newton y Descartes. Comprendo ese miedo -que no es
sólo paradigmático, sino también biológico- porque mi terapia ahonda hasta alcanzar los
más escondidos y dolorosos estratos de la psique. Sé que no he diseñado sólo una
terapia más, sino que explico también que existe otra forma de percibir el mundo y la
vida, otra forma de ser y de estar.

- ¿Y cómo surgió esa nueva visión?

-La comprensión y valoración de que existen distintas formas de percibir (de ver y
sentir la realidad) es el fruto de una constante investigación que inicié en l960 y
eclosionó a principios de la década de los ochenta cuando llegué a la evidencia de
que utilizando unos determinados estados de conciencia, distintos del de vigilia,
así como una dialéctica apropiada a esos estados, era posible obtener una
metodología regresiva altamente terapéutica. Porque la Anatheóresis, nombre con el
que la he bautizado, no es una terapia fundamentada en los procesos de
percepción del hemisferio cerebral izquierdo (que es el plano de conciencia que
utiliza nuestra ciencia mecanicista) sino que tiene sus fundamentos y su
justificación en los procesos de percepción del hemisferio cerebral derecho,
acausal e interiorizador que es el que realmente metaboliza el conocimiento.

-¿Y por qué el término de Anatheóresis?

-Para diferenciarlo de las distintas técnicas hipnóticas y regresivas. ¿Y por qué?, te


dirás. Pues porque la terapia anatheorética es mucho más que todo eso, es todo un
cuerpo doctrinal científico basado en la experiencia clínica, no en
disgresiones mentales y no incluye creencias ni doctrinas. La Anatheóresis es
ciencia. Y si bien es cierto que utilizo, en algunos casos, una estrategia basada en
vidas anteriores, ello tiene una razón puramente escenográfica, no doctrinal.

-En cualquier caso, utilizas en ella las técnicas de relajación ¿Cuál es, pues, la
diferencia básica con la hipnosis y la sofrosis?

- Ya en 1878 el gran neurólogo Jean Martin Charcot explicó que hay distintos grados
de hipnosis y que cada uno de ellos se traduce en una forma de percibir la realidad y, en
consecuencia, de reaccionar ante los estímulos. Por tanto, es un problema de
gradación, pero la relajación es hipnosis como hipnosis es también la sofronización;
lo que las distingue es sólo el grado de profundidad hipnótica. Y la diferencia
básica con la hipnosis profunda es que en ésta el paciente pierde la conciencia (que
es sólo un estado de amnesia) mientras que en la relajación y en la sofrosis no ocurre
así y el paciente permanece consciente. Y en Anatheóresis, además, se le lleva
siempre a un ritmo cerebral determinado (a 4 Hz. de frecuencia) en el umbral de la
pérdida de consciencia pero evitando que ésta se produzca.

- ¿Y por qué realizar la terapia exactamente a esa frecuencia y no a otra?


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- Porque mis investigaciones experimentales me llevaron a comprobar, con los años,


que el ritmo de 4 Hz. era la llave que abría la cámara acorazada del hemisferio cerebral
derecho y permitía vivenciar y diluir los daños acumulados a lo largo de la etapa de
gestación, nacimiento y primeros años de vida de todo ser humano. Constatando,
además, que era sumamente fácil llevar a un paciente a esos 4 Hz., que bastaba casi una
simple relajación profunda. Y te diré que cuando descubrí (hace ya más de veinte años)
la forma de inducir a un paciente a 4 Hz. sin que se durmiera, varios científicos
convencionales me dijeron que eso era imposible ya que esa frecuencia reproducía el
estado hipnagógico y ello suponía, inevitablemente, entrar en el estado de sueño
fisiológico. Ha habido que esperar a que la tecnología pusiera a punto sofisticados
electroestimuladores para que la neurociencia descubriera que, en efecto, estar con altos
trenes de ondas theta básicas no supone necesariamente entrar en el sueño, así como
para descubrir que ésa es la frecuencia cerebral que mejor permite revivir
acontecimientos de la infancia e, incluso, anteriores. En suma, que hoy la neurociencia
ha corroborado lo que hace veinte años ya venía diciendo. En fin, más vale tarde que
nunca.

-Tu método terapéutico descansa, pues, entre otros pilares, en inducir en los
pacientes ese estado de relajación profunda...

-Exacto, pero eso sólo en cuanto al tipo de inducción hipnótica que la Anatheóresis
utiliza; porque no hay que olvidar todo el cuerpo doctrinal (teórico y práctico) que hay
en ella.

-Y cuando hablas de "daños", ¿a qué te refieres exactamente? Sé que utilizas en


el libro una terminología muy explícita pero no quisiera transmitir
demasiados tecnicismos a los lectores en un artículo divulgativo...

- A aquellos hechos emocionalmente dolorosos que todos, en mayor o menor medida,


sufrimos durante nuestra gestación en el seno materno, durante el nacimiento y a
lo largo de los primeros años de infancia y cuya energía retenemos y embalsamos.
Porque esa energía embalsada que no fluye (al igual que todo cuanto se encharca)
acaba por pudrirse y supurando, lo que equivale a unos síndromes que terminan
siempre en somatizaciones, en "enfermedades".

-Y dices que todos los "daños" se originan antes de los 7-12 años y que todo lo que
posteriormente nos enferma es sólo una actualización de esos daños.

- En efecto. Tras muchos años de terapias, pude constatar que todos nuestros daños
suelen tener su origen en el claustro materno y el nacimiento; y que éste es más
traumático cuanto más traumático haya sido el proceso de gestación. Así como que
la biografía infantil (desde el nacimiento hasta los siete o doce años, según los
niños) suele más potenciar traumas anteriores que generar otros nuevos. Luego,
alcanzada la adolescencia, los impactos emocionales no son ya traumáticos por sí
mismos sino que lo son en tanto activan un daño originado en el transcurso de nuestra
vida prenatal, natal y, en grado descendente de intensidad, durante el período
infantil. Si enfermamos pasados esos más o menos doce años, ello se debe a que
todo cúmulo traumático reprimido hasta esa edad (o sea, antes de que surjan en
nosotros los ritmos cerebrales beta maduros) es una carga de profundidad patológica
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que, en estado de latencia, espera (energetizándose más y más) el acto analógico que lo
va a hacer estallar.

-Es decir, que, a tu juicio, cada enfermedad responde a la actualización de un


problema emocional y afectivo concreto.

- Claro. Por eso no podemos decir que se cura la adicción a la heroína sino que se le
devuelve la capacidad de vivir en el mundo a esa persona que intenta una y otra vez
volver al cálido y seguro baño de endorfinas que era el útero de su madre. Como no
se cura la adicción a la cocaína sino que se le devuelve el equilibrio emocional a
una persona cuyo trauma afectivo le impulsa a cruzar todos los Andes de la vida en una
sola noche. Como no se cura una alergia sino a una persona que no traga a su jefe,
a su familia..., o a la que asfixia el ambiente en el que vive, o a la que manifiesta
en la frontera de su piel su rechazo del mundo exterior, o... Como no se cura un sida,
sino a una persona con tantos y tan profundos huecos afectivos que no sólo desea
morir sino también mostrarnos el espantable espectáculo de su agonía.

-La ciencia convencional no acepta esa tesis. Para ella, ni un feto ni un niño muy
pequeño pueden traumatizarse porque aún no son conscientes de su entorno.

-Eso se debe a que la ciencia convencional sigue hoy afirmando que no hay más que una
forma válida de percepción: el estado de vigilia, que es el estado habitual de conciencia.
Y que cualquier otra forma de percibir el entorno no es sino un estado de conciencia
alterado. O sea, una forma "patológica" de procesar la información. Mira, Newton
concibió el universo como la obra de un excelso relojero y Descartes postuló que el
dualismo mente-materia era una realidad absoluta. Pero hoy sabemos que ni el universo
es un mecanismo de relojería ni la mente es ajena a la materia. Eso suponiendo que
exista la materia, porque todo evidencia que sólo hay Conciencia. Y que si las formas de
percepción (o sea, las formas de ver y sentir la Realidad) son innumerables eso se
debe a que los planos de conciencia, las formas de percibir la Conciencia (o las formas
en que la Conciencia se percibe a sí misma) son también innumerables. Dicho de otra
forma: no hay un solo y concreto estado de conciencia válido sino innumerables planos
válidos de realidad. Válidos y reales dentro de su propio plano aunque ninguno de
ellos es la Realidad. Porque para percibir la Realidad (esa realidad que consideramos
absoluta y que solemos denominar Dios) deberíamos ser capaces de alcanzar la
comprensión de la conciencia toda en su única y mandálica plenitud. Y eso es algo
que nuestros órganos de percepción están muy lejos de alcanzar. Debemos
comprender, en suma, que todos los estados de percepción son estados de conciencia,
que no hay un estado real y válido (el llamado estado habitual o de vigilia) y otros
alterados o patológicos (los restantes estados) sino distintas forma (todas ellas válidas)
de acercarnos a la Realidad.
-¿Quieres decir con ello que un feto aún en el seno materno no sólo percibe sino
que recibe impactos emocionales que generarán en él los daños que el día de
mañana somatizará enfermando?

- Exacto. Pero no sólo vivencia cuanto ocurre dentro del claustro materno sino también
cuanto ocurre fuera de él. Una especie de percepción extrauterina. Mira, todo evidencia
que en los primeros meses de gestación el feto posee una conciencia amplísima, casi
ilimitada, que le permite elegir puntos de focalización perceptiva, de forma que puede
percibir lo que sucede incluso fuera del seno materno; capacidad que, poco a poco, mes
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a mes, se va reduciendo conforme la percepción global se va identificando con un


cuerpo (o se va estructurando en forma de cuerpo físico) hasta quedar presa (o fundida)
en él. Perdiendo, así, esa amplia y libre capacidad de percibir desde cualquier ángulo
interno o externo. Se ha comprobado que, en estado anatheorético, los pacientes
vivencian hechos concretos que sucedieron mientras estaban en el vientre de su madre,
hechos que luego se constataron y no pudieron ser, en ningún caso, recuerdo de algo
que les contaron.

-¿Entonces los estados de percepción en el ser humano varían con el tiempo?

- Ciertamente. Y la casuística obtenida hasta ahora nos permite describir la evolución


de esas fases perceptivas. El primer estadio correspondería a la fase inicial embrionaria
en el que el feto tiene una percepción global con predominio de las vivencias
arquetípicas primigenias. Corresponde a un estadio altamente onírico en el que el
embrión estaría totalmente abierto a los impulsos de la madre. El segundo incluye la
época de madurez embrionaria y los inicios de la época fetal en la que el cerebro
muestra una estructura con circunvalaciones y corresponde a una percepción
simbólica ya estructurada mitológicamente. Sigue siendo una percepción sin yo, sin
focalización, abierta a todos los impactos especialmente a los emotivos procedentes
de la madre con la que se mantiene (como en el primer estadio) en una simbiosis
total motivo por el que el bebé inscribe en su sistema nervioso, en sus células, en su
cuerpo todo cuanto emotivamente la madre lleva escrito y cuanto la madre va
"escribiendo" en su mente. El tercer estadio intrauterino de percepción se inicia entre el
cuarto y sexto mes momento en que el bebé posee un cerebro totalmente estructurado
neuralmente y que abarca hasta el nacimiento e, incluso, hasta la época preverbal. En
él la percepción se caracteriza por altos trenes de ondas theta; una percepción, por
tanto, que sigue siendo altamente analógica pero en la que la conciencia muestra ya
una notoria focalización. En este estadio, la simbología arquetípica empieza a teñirse
de connotaciones personales. Así, el arquetipo amor puede ser ya, en este estadio, un
claro sentimiento de abandono, de rechazo, si en anteriores estadios el bebé se ha
sentido no deseado. Finalmente, el cuarto estadio de percepción es el que corresponde
a la época preadolescente fase en la que el niño inicia la difícil conquista del ritmo
beta. Es la fase de formación del yo, la fase en la que el niño se limita ya a
potenciar los daños extrauterinos que pondrán dolor y enfermedad en su vida,
especialmente cuando sea adulto.
- Estados de conciencia cuya existencia puede constatarse e, incluso, "medirse"...

- Cierto. Porque aunque los procesos cerebrales siguen siendo una incógnita para la
ciencia hay algo que sí podemos afirmar: la existencia de cuatro estados básicos de
conciencia que vienen definidos por la frecuencia de las ondas eléctricas cerebrales,
algo que puede comprobarse con un electroencefalógrafo; banda de ritmos que va desde
poco más de la respuesta plana hasta 35 y más hercios.

- En cualquier caso, al comentar el funcionamiento de los dos hemisferios


cerebrales, explicas en el libro que podríamos englobar en un solo grupo los ritmos
subjetivos de conciencia y hablar así sólo de dos grandes bandas de
frecuencia cerebral: la de los llamados ritmos de ondas lentas o bajas (delta,
theta y alfa) y la del llamado ritmo de ondas rápidas o altas: beta.
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- Cierto, porque a fin de cuentas hay (globalmente hablando) dos formas distintas -en
algunos aspectos antagónicas- de procesar la información. Una que corresponde al
hemisferio cerebral derecho (que funciona en la banda de ritmos de ondas lentas) y otra
al hemisferio cerebral izquierdo (que lo hace en el ritmo de ondas rápidas). Lateralidad
demostrada científicamente aunque conviene precisar que, en caso de emergencia, cada
uno de esos dos hemisferios cerebrales puede asumir casi todas las funciones del otro
aunque no las ejercite con la misma perfección. Por otro lado, debo aclarar también que
si bien al hablar de hemisferios cerebrales me refiero a la zona de la corteza cerebral, es
indudable que el complejo reptiliano y el sistema límbico son responsables de muchas
de las funciones (algunas tan trascendentes como la afectividad) que caracterizan al
hemisferio derecho. En cualquier caso, lo que quiero resaltar es el hecho de que nuestro
cerebro está escindido en dos y que cada uno de esos dos hemisferios (o sea, de esos
"dos cerebros") es poco menos que un adversario para el otro porque cada uno ve la
realidad de muy distinta manera hasta el punto de que ignoran que pertenecen a una
misma persona. Y también sabemos ya que el derecho (que rige la parte izquierda del
cuerpo) percibe de forma subjetiva en tanto el izquierdo (que rige la parte derecha)
tiene su característica básica en la capacidad de objetivar, de escindir la realidad entre
un dentro y un fuera, entre yo y el otro.

-Creo que sería oportuno explicarle también al lector, con mayor detalle, las
características básicas de ambos hemisferios. ¿Te parece?

- Me parece. Mira, el hemisferio cerebral izquierdo, por escindir la subjetividad (que es


unidad, globalidad, totalidad) crea la dualidad. Ya no hay una sola totalidad que lo llena
todo sino que pasa a haber un dentro y un fuera, un yo y unos otros. Lógicamente
también una causa y un efecto. Así pues, todo proceso perceptivo de ese hemisferio
cerebral es causal. Hay siempre una causa con su consiguiente efecto. Y de ahí
que nuestra ciencia convencional, que es básicamente la ciencia del hemisferio
cerebral izquierdo (la ciencia newtoniana y cartesiana) deseche y considere
patológica toda información aportada por el hemisferio cerebral derecho. Resulta
fácil comprender que una percepción dual establece sus postulados mediante un
proceso de comparación y contraste entre los opuestos. Y eso es razonar y es
también, siempre, enjuiciar y objetivar. Un enjuiciamiento que, por su
radicalidad bipolar, supone no sólo una conclusión sino también una exclusión.
Porque elegir entre dos extremos presupone, inevitablemente, excluir uno de ellos. Y
excluir es condenar, es echar fuera. Todo juicio, por tanto, comporta considerar algo o
a alguien culpable por el solo hecho de haber considerado algo o a alguien inocente.
Y echar fuera es la forma de ejecutar el castigo. Bien, pues eso es precisamente lo que
hacemos con la enfermedad. Porque somatizarla es intentar echarla fuera de nosotros.
Por tanto, el hemisferio izquierdo es también el que crea la moral, al contrastar lo
que consideramos adecuado con lo que consideramos inadecuado. O sea, entre lo
"bueno" y lo "malo". Sólo que, por tratarse de conceptos, cada persona o etnia
puede juzgar el bien y el mal desde una distinta polaridad. Una polaridad que,
indudablemente, identifica siempre el bien con el propio yo. O sea, bueno es
aquello que es (o, al menos, así lo creo) adecuado para mí. Y malo, lo
contrario. Por eso no es de extrañar que haya casi tantos conceptos de moralidad
como personas y que la moral cambie cuando cambian los conceptos sobre los que se
sustenta. Interpretación moral que consideramos objetiva cuando en realidad ha sido
dictada por las líneas rectoras de la cultura personal y social así como por las
adicciones emotivas profundas que tenemos todos. Y digo todo esto porque es
importante comprender, de cara a la terapia, que "recordar" no es volver a vivir una
experiencia sino llevar a la conciencia la interpretación, no el hecho.
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Porque lo que cura no es "recordar" sino vivenciar de nuevo ese hecho traumático.
En definitiva, la percepción del hemisferio cerebral izquierdo no nos da la Realidad,
sólo una forma de percibirla por mucho que la ciencia convencional la considere la
única forma válida y real de percepción.

-¿Y el hemisferio derecho?

- El hemisferio cerebral derecho, por el contrario, es analógico. Es decir, establece


las relaciones por semejanza. En el mundo de la analogía, por ejemplo, una gota de
agua del Océano es como (y ese "como" ha de entenderse en el sentido de semejante,
no de idéntico) a todo el Océano. El cerebro derecho es intuitivo así que no
escinde, no divide. Antes bien, es siempre impactado por estructuras globales,
holísticas. Pero lo más importante es que es altamente emotivo, que en él se albergan
los sentimientos. De ahí que toda analogía (que carece de abstracciones mentales y de
conceptos) nos llegue siempre viva, con toda su carga de dolor o de gozo, aunque sí
establezca correlaciones simbólicas. Porque las analogías tienen su lenguaje en
las imágenes, símbolos y arquetipos. Y el sueño y la mitología forman parte de
ese lenguaje. Por eso, por el carácter fundamentalmente simbólico de las analogías,
puede establecerse la correlación holística de que la parte es como el todo, que una gota
de agua del Océano es "como" el Océano todo. Lo mismo que puede afirmarse que una
imagen de Cristo puede llevarnos a la comprensión del Cristo vivo. Por otra parte,
el hemisferio derecho es ético, no moral. Y es preciso distinguir claramente
entre esos dos conceptos porque las instituciones (y no sólo las religiosas) suelen
ser proclives a considerar ético lo que sólo es moral. Mira, la auténtica ética está
grabada en la conciencia ontogenética. Es una herencia de nuestra filogénesis
(evolución como especie). Es decir, está dentro de nosotros, no en tablas de piedra
ni en los códigos de tantas instituciones oficializadas. Es importante también saber
que el hemisferio cerebral derecho jamás interpreta sino que muestra siempre hechos
concretos, hechos no que "recuerda" sino que vivencia porque le llegan impactantes,
cargados de emotividad. Por tanto, mientras el hemisferio izquierdo es unidimensional
(lo que le lleva, como hemos visto, al argumento y al concepto de finalidad)
el hemisferio derecho, por el contrario, es holístico, multidimensional. Y,
evidentemente, tampoco es discursivo. Mira, cuando el místico vive a Dios
vivencia un hecho auténticamente holístico. De ahí que esa experiencia resulte
inefable, que no pueda explicarse con palabras. Es decir, el hemisferio derecho tiene
un carácter holístico no unidimensional y no cuantitativo sino cualitativo; porque no
cuantifica ya que no escinde ni contrasta. Sólo muestra, impacta. Y cada uno de esos
impactos es global, completo en sí mismo. No divide, como el hemisferio
izquierdo, sino que integra. Y como al hemisferio derecho la información le
llega como un impacto vivo, como una información holística, es evidente que no
conoce el tiempo. Porque para eso hace falta un proceso dual, analítico y
discursivo como el del hemisferio izquierdo. El hemisferio derecho se mueve en
el espacio y, como en los sueños, hay un escenario... pero la obra que en él se
representa no sigue un orden temporal.
-¿Insinúas que, de alguna forma, la enfermedad es una desarmonía entre los dos
hemisferios cerebrales?

- Exacto. La enfermedad es desarmonía. Y ésta viene generada ya (y ése es el mayor


de los traumas) por la división del cerebro en dos hemisferios. Bueno, en realidad por
no asumir esa lateralización. Porque en lugar de aceptarla, de ser conscientes de ella
y, en consecuencia, intentar armonizarla con una sincronización cerebral lo que
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hacemos es enfrentar el hemisferio izquierdo al hemisferio derecho, intentar no la


integración sino la victoria de uno sobre el otro. Es la guerra de los dos hemisferios.
Y toda guerra (incluidas las que proyectamos al exterior y provocan holocaustos
físicos) es una sola guerra: la de los dos hemisferios cerebrales. Pero la medicina
convencional se niega a aceptar que la etiología de la enfermedad pueda estar fuera de
las ondas beta porque ha sacralizado el hemisferio izquierdo y ajusta su
metodología terapéutica a las características básicas de la percepción causal que,
a entender de esa medicina, es la única percepción válida. Es decir, entienden que
toda enfermedad debe tener una causa que pueda ser objetivada. Lo que,
lógicamente, la lleva a buscar la causa de las enfermedades en algo ajeno a
nosotros mismos y a establecer relaciones causales que puedan ser físicamente
constatables mediante procesos lógicos. Por ejemplo, la medicina convencional
nunca podrá aceptar que una niña con unos pechos desmesurados que es
objeto de burla por esa hipertrofia lance su energía vital contra sus propios pechos y
acabe dañándoselos e, incluso, acabe generando un cáncer de mamas si otros
daños analógicos anteriores alimentan esa actitud castradora. Para la medicina
convencional, que en todo momento debe establecer relaciones observables, la causa de
ese cáncer tan sólo puede ser un crecimiento anormal celular. Lo que equivale a decir
que la causa de ese cáncer es el propio cáncer. Y, así, se combate la enfermedad:
combatiendo su sintomatología como si la sintomatología fuese la enfermedad. Y
la sintomatología es sólo un mensaje del yo a través del cuerpo para hacerle ver que
algo va mal y debe rectificar aquellos aspectos de sí mismo que son causa de la
desarmonía que le está dañando y que son la auténtica causa de la enfermedad. Un
mensaje que la medicina convencional no atiende porque no comprende. Para la
medicina, a pesar de lo que se dice, no hay enfermos sino enfermedades. Y las
tiene todas perfectamente clasificadas como si fueran entes vivos, reales. Y como
es segregadora, analítica, sus conclusiones siempre son: a más gérmenes (que esa
medicina cataloga de patógenos porque siempre tiene que haber un enemigo) más
enfermedad. Mira, hay lesiones que la medicina convencional puede intentar resolver
con eficacia pero hay otro tipo de daños que no. Porque no se puede extirpar una
depresión con un bisturí aun cuando ese bisturí sean psicofármacos, ni pueden
extirparse quirúrgicamente las causas profundas de, por ejemplo, un cáncer, porque las
causas profundas de toda enfermedad no son bacterias ni virus sino los daños de
nuestra biografía oculta que conforman nuestro yo. Y sólo llevando a la luz del
discernimiento (de una comprensión o sincronización cerebral entre ambos hemisferios)
esos cúmulos emocionales, que son muy concretos y personales, que no pueden ser
clasificados ni catalogados mediante preconceptos, sólo entendiendo que la
enfermedad somos nosotros, sólo así, con una terapia de esfuerzo por parte del
enfermo, podremos recuperar la armonía y curarnos.
-¿Cómo podríamos resumir, entonces, la técnica curativa propiamente dicha?

- Bueno, el terapeuta lo que hace es llevar al paciente a un estado anatheorético, es


decir, a una relajación en la que sus ritmos cerebrales se hallan en la banda
de frecuencia de los 4 Hz. Luego, le efectúa una regresión (para entendernos,
viajando mentalmente hacia el pasado) induciéndole a situarse en algún
acontecimiento de su pasado que le resultara especialmente doloroso (y que,
probablemente, a nivel consciente tiene bloqueado). Y, entonces, le hace
vivenciarlo; no visualizarlo sino vivenciarlo con toda su carga emotiva, con toda su
carga energética para liberarla y, simultáneamente, comprenderla gracias al estado
en el que se encuentra con el consciente y el subconsciente simultáneamente
abiertos y trasvasándose información (lo que no es posible en el estado beta, en el
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estado de vigilia). E insisto en que vivenciar es descender a la banda baja de nuestra


metafórica cinta de grabaciones mentales para extraer de ella las cargas
emocionales vivas, de cúmulos de traumas analógicos que mantienen toda la carga
energética emotiva de los hechos concretos, de lo que ocurrió (sin interpretación
alguna) y que, por tanto, fue la auténtica causa del daño. La vivencia es el hecho real
(con toda su energía emocional) que se encuentra por debajo del recuerdo que de
ese hecho hemos formado al compensarlo. Vivenciar, por tanto, no es un ejercicio
que nos permita fantasear; cuando se vivencia sólo puede autoproyectarse el hecho
concreto vivido con toda su realidad energética. Vivenciación que, por un lado,
desbloquea energéticamente al paciente y, por otro, le permite comprender lo que le
originó el trauma y, por ende, disolverlo.

-Centrémonos, en tal caso, en los traumas del nacimiento. ¿Realmente tienen tanta
importancia en la futura vida del recién nacido? En tu obra afirmas que muchas
de las enfermedades que uno actualiza de adulto tiene su origen en un mal parto.
¿Hasta tal punto es determinante?

- Todo nacimiento es traumático en mayor o menor grado. El bebé que se encuentra


flotando en una bañera cargada de endorfinas mecido por el agua, somnoliento, muy
relajado, sin motilidad gastrointestinal, sin respiración, ingrávido, con un sentimiento de
plenitud, de conciencia expandida, en estado de éxtasis, pasa de pronto a sentir en su
carne tensa un abrazo inmovilizador y luego unos terribles empujones a base de
contracciones que terminan llevándolo a través de un oscuro túnel a un mundo que ni
siquiera puede concebir. El bebé, al nacer, es todo sensibilidad, y no sólo se
encuentra con lo desconocido sino que también entra en un (para él) nuevo mundo con
un cuerpo abierto a todas las sensaciones, sin defensas, un cuerpo que es como
llaga viva. No olvidemos que el bebé llega de un lugar en el que la vida se
asienta sobre la suave gravidez de un lecho de agua con luces crepusculares,
con sonidos apagados, sofronizantes... y de pronto se encuentra con luces intensas,
cegadoras, que hieren sus ojos. Y es en ese instante cuando el bebé, que venía de la
penumbra, lanza su primer y más desgarrador grito. Y lo mismo ocurre con los
sonidos porque sus oídos, oídos de un organismo acuático hechos para el murmullo,
que estaban protegidos por el farallón del vientre materno, se tienen que enfrentar a la
brutalidad de bocas que gritan, que ríen felices y opinan con ruidos metálicos, agudos,
hirientes, que ensordecen y le causan un insoportable dolor. Y luego, sin transición, le
lavamos con un agua que él siente siempre fría en su cuerpo ahora más desnudo para, a
continuación, sentir la quemazón del rudo frote de la lija que supone para él una toalla
sobre su piel sin casi epidermis y que hasta ese momento sólo había conocido la
caricia de las mucosas maternas. Tormento que puede prolongarse, dependiendo de
las premuras o no de la comadrona o del tocólogo, al cortar el cordón umbilical del
bebé que debería dejarse intacto en tanto latiera, en tanto estuviera ayudando
todavía a una doble respiración. Sin embargo, se le corta brutalmente ese conducto
vivo y el bebé, que ha sufrido tantas agonías de muerte desde que empezaron las
contracciones, siente por primera vez el oxígeno como un gas corrosivo, ardiente,
que entra en un cuerpo de mucosas vírgenes. Y entonces se agita, se estremece, se
cierra y rechaza, escupe congestionado, agónico, hasta que rompe en un llanto
convulso abriendo una y otra vez la boca, boqueando como un pez sacado del agua.
Luego, con el bebé agarrado por los pies, cabeza abajo, le golpeamos mientras le
mantenemos asomado al vértigo de un vacío aterrador. ¿Cómo puede extrañarnos,
en suma, que ese primer contacto con el mundo externo provoque traumas? Y
encima, a continuación lo encerramos (y hablo de la ropa) en una celda de paredes que
oprimen su cuerpo dejándolo sólo en la cuna sin una mano amorosa a la que agarrarse
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con lo que el bebé, que en todo momento antes ha estado íntimamente unido a otro
cuerpo, a otra vida, está sufriendo el terrible tormento del abandono, de la más
pavorosa de las soledades, sintiendo por primera vez la angustia fría de la segregación.

-Más que un nacimiento pareces estar describiendo un proceso de muerte.

- Y, en realidad, así es porque ese nacimiento a una vida aeróbica supone la muerte en
otra, anaeróbica. Además, la descripción podría todavía dramatizarse más si tenemos
en cuenta que un útero hostil (enfermedad de la madre, hijo no deseado, peligro de
aborto, y otras muchas emociones tóxicas) son origen de un mal tránsito vaginal y de
un peor nacimiento. Son los casos, entre otros, de los nacidos por cesárea,
carentes de orientación espacial y carentes de la necesaria frotación vaginal de
su piel para activarla; de los nacidos de nalgas, que no ven la luz del otro mundo,
que van por un canal asfixiante de tinieblas sin fin; de los nacidos con fórceps
condenados a una brutal opresión craneal; de los que han sido forzados a nacer
mediante partos inducidos en todo momento en desarmonía con la matriz natal;
de los nacidos con el cordón umbilical en torno al cuello psicológicamente
ahorcados, con la cabeza escindida del cuerpo; de los nacidos siendo gemelos, quizás
hermanados en la pugna por sobrevivir o quizás combatientes (victoriosos o
derrotados) de una guerra territorial... Me parece que no es necesario seguir. Basta lo
explicado para comprender que los patrones de daños del nacimiento son las matrices
básicas con las que escribimos los textos de casi todas nuestras enfermedades.

-Luego con la Anatheóresis se puede tratar cualquier enfermedad desde un cáncer


a un caso de drogadicción...

- Con Anatheóresis se puede tratar cualquier enfermedad. Y no digo que lo cura todo
sino que todo puede intentarse siempre que el paciente esté dispuesto a ello. A fin
de cuentas se trata sólo de establecer una adecuada comunicación. Primero entre
el terapeuta y el paciente, luego del paciente consigo mismo y, posteriormente, con
los demás. Mira, la enfermedad no es más que una manifestación de las
emociones patológicas. Por eso en Anatheóresis no se curan enfermedades sino a
enfermos. Como no se cura un cáncer sino a una persona normalmente sumida en
el más profundo sentimiento de abandono, tan segregada que ni su enfermedad
puede establecer comunicación (contagio) con los demás.

-¿Y hasta qué punto es efectiva la terapia?

- La Anatheóresis está avalada por un altísimo porcentaje de curaciones en casos que no


pudo resolver la medicina convencional. Y esto (de lo que pueden dar
testimonio numerosos profesionales de la salud, entre ellos médicos y psicólogos que
practican la terapia) bastaría ya para acreditarla. Además, la teoría en que se sustenta
está siendo ahora respaldada por los últimos descubrimientos de la neurociencia y
por las más recientes tesis de la Psicología Transpersonal.
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-Tengo entendido que el principal fracaso de la terapia está en los errores


cometidos por los terapeutas al ejercitarla. ¿Es así?

- En efecto, por eso he establecido unas normas muy claras para el tratamiento. Porque
el terapeuta nunca debe conducir al paciente durante la sesión hacia un objetivo
predeterminado; debe, como mucho, inducir, nunca conducir. Porque es el paciente
quien sabe qué le ocurre y cómo resolverlo. Otro error es hacerle simplemente visualizar
la experiencia que causó el daño: el paciente debe vivenciarla de nuevo porque si no
hay abreacción catártica no hay comprensión anatheorética (con trasvase de
información entre hemisferios) Y si no hay comprensión anatheorética no hay curación.
Otro error común es, en los casos en que se conoce cuál es el origen del problema, el
daño que lo originó en la fase embrionaria, natal o infantil, intentar disolverlo
explicándoselo al paciente en estado beta, en estado de vigilia. Los daños traumáticos
sólo se disuelven cuando el paciente vivencia de nuevo los hechos concretos que los
han motivado porque el mero hecho de vivenciarlos hace que los comprenda y, en
ese momento, la energía patológica se disipa en forma de abreacción catártica.

-En cualquier caso, son muchas las personas que rechazan este tipo de terapias
porque presuponen aceptar una serie de creencias que chocan con sus
convicciones.

- Eso es verdad con las demás terapias pero no con la Anatheóresis. Yo reitero hasta la
saciedad (y no siempre consigo que se me haga caso) que en Anatheóresis el
terapeuta no está confesando al paciente. No asume culpas ni pecados. Y, mucho
menos, absuelve. En Anatheóresis el terapeuta debe limitarse a sacar a la luz de la
comprensión profunda lo que daña al paciente. Eso es todo. De ahí que sea tan
necesario que el terapeuta esté libre de creencias dogmáticas. Todo dogma es una
muralla que limita nuestra expansión. Todo dogma es la fosilización de una parte de
nuestra personalidad. Todo dogma, en definitiva, es la expresión de que estamos
enfermos.
-Eso me hace recordar que, al inicio de nuestra charla, comentaste que llevar al
paciente a supuestas vidas pasadas es, en tu método terapéutico, algo que se hace
sólo como estrategia, que tiene una pura razón escenográfica. ¿Supone eso que
rechazas la posibilidad de la reencarnación?

- En absoluto. Pero para hablar de ese tema primero tendríamos que ponernos de
acuerdo en qué entendemos por reencarnación ya que hay muchas doctrinas al respecto
y ello nos llevaría demasiado tiempo. En todo caso, el que las enfermedades en esta
existencia sean el efecto del supuesto karma generado en otra u otras vidas anteriores no
deja de ser una creencia no demostrada que además permite a ciertos
terapeutas justificar (supongo que de buena fe) sus fracasos con determinados
pacientes escudándose en que hay enfermedades kármicas, o sea, enfermedades
que son una especie de castigo que nadie puede ni debe resolver. Mira, mi
experiencia me dice que toda historia de vida anterior narrada en estado de hipnosis
(no importa en qué grado de profundidad) es o bien una analogía muy concreta de un
daño real ocurrido al paciente en esta vida o bien una proyección generalizada y
dramatizada (una especie de mitología personal) de la afectividad enferma y
dolorida que aqueja al paciente. Lo que ocurre es que los terapeutas reencarnacionistas
por el simple hecho de basar su terapia en la creencia de que los daños proceden
siempre de vidas anteriores llevan al paciente sólo y directamente a vidas anteriores.
Naturalmente, se encuentran con dramatizaciones analógicas que responden
(simbólicamente) al daño real. Pero ellos no buscan el daño ocurrido en esta vida que
esas analogías enmascaran. Por el contrario, dan a las mismas el carácter de hechos
reales sólo que ocurridos en otras vidas. Y así, creen haber resuelto el problema y
llegado a la causa original cuando lo único que han hecho ha sido atrapar una
sombra. En todo caso, la Anatheóresis no tiene como finalidad demostrar la
veracidad o no de la supervivencia del hombre en cualquiera de sus formas y
por eso no duda durante la terapia en utilizar como estrategia el llevar al paciente
a una supuesta vida anterior si eso le permite narrar simbólicamente el
problema oculto en el subconsciente.

JOSE ANTONIO CAMPOY.

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