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Soy de la época que un error “costaba caro”. Ocurriese éste en cualquier momento del
proceso de enseñanza - aprendizaje…temíamos levantar la mano por miedo al equívoco,
pasar al pizarrón y que el ejercicio saliera mal, ser llamados a dar lección o simplemente
dar nuestra opinión y que ésta no fuera la que el docente quisiera escuchar…entre muchas
otras acciones, pues una respuesta no acertada daba lugar a la desacreditación (“tienes un
1(uno)”) o a un llamado de atención, sin mediar explicación. ¿Por qué estaba mal mi
respuesta? ¿Qué me llevó al error? ¿Cuál es el camino correcto? ¿Cómo supero ese
obstáculo?
“Terror es lo que nos produce la simple posibilidad del error. Nos paraliza, nos impide dar
ese paso que nos falta para conseguir lo que queremos. El miedo al error es posiblemente
la principal barrera que tenemos para progresar y desarrollarnos. En caso de no poder
esconderlo, el siguiente paso es buscar un culpable, un responsable.
La consecuencia de todo esto es clara: aquí no se arriesga nadie. No hay creatividad, no
hay innovación. Se prima la solución conocida, el camino trillado: más de lo mismo.” 1
(Lazpita, 2006)
Qué o quién nos tatuó con fuego: “prohibido equivocarse”!? ¿Y con qué propósito?
Recuerdo los miedos y nervios de saber que se aproximaba una evaluación…ya sea ésta
escrita u oral, desde el momento que se anunciaba la misma, comenzaba a preocuparme y
ni que decir cuando llegaba el “gran día”…se apoderaban de mí todos los síntomas de
“ansiedad” descriptos por Lang en 1971, según el cual esta se manifiesta en los sistemas de
respuesta cognitivo, fisiológico y motor (Carpintero, 2000)2 ; un nudo en mi panza y una
orden en mi cabeza: por favor no seas torpe, “evita” el error! Porque uno era consciente de
las consecuencias si ello se llegara a producir (enojo de padres, vergüenza, burla, etc.)
En una evaluación de lengua y literatura o cualquier otra asignatura, si te olvidabas un
acento o lo colocabas donde no correspondía, te “bajaban medio punto” por cada
desacierto: algunos terminaban “debiendo” puntos al docente y obviamente desaprobando
el exámen y por consiguiente el “contenido” evaluado! Pero… ¿Era justo? ¿Que se estaba
cotejando? ¿La habilidad de memorizar reglas de puntuación o el contenido trabajado? El
que “debía puntos” ¿Cómo los “devolvía”? ¿Cómo saber si comprendió lo desarrollado? En
tal caso, como primera observación, sería positivo señalar los errores de puntuación por un
lado y los relacionados con el contenido por el otro, ya que ambos, deben ser tomados
como contenidos de aprendizaje significativos, pero en éste momento cuestiono el cómo…
Y ni que decir de los ejercicios que “restan” puntos por cada respuesta incorrecta… Otra
vez nos penalizan por atrevernos a dar una respuesta! Nuevamente el error es mal visto…
Por suerte para muchos, los exámenes de matemática tenían muy pocas palabras ya que se
limitaban a simples enunciados como: “resuelve”, “desarrolla” o “hallar el valor”, muy
pocos “justifica” y a lo sumo una “situación problemática” ( lamentablemente la situación
aún continúa vigente…).
Por aquella época, no sólo los docentes ejercían presión sobre el alumno, también lo hacían
los padres. Tengo recuerdos de llegar a casa temerosa de mostrar mi “9 (nueve)”, ya que
sabía cuál sería la pregunta de mi papá: ¿En qué te equivocaste?, seguido de un “podría
estar mejor”… y solo tenía en mis manos el error marcado en “rojo” sin comentarios del
por qué ni sugerencias para la superación … y por semanas en mi cabeza circulaba un
torbellino de preguntas: ¿Por qué lo había hecho mal? ¿Todo el razonamiento era
incorrecto? ¿Qué había logrado construir en relación al contenido evaluado? ¿Qué me
faltaba? ¿Qué necesitaba practicar más? Nunca supe el por qué, por eso, hoy vuelven a mi
memoria todas esas experiencias, y desde otro lugar, ahora como docente, me replanteo
muchas cosas en relación a la corrección y a cómo marcamos el error, y cómo puede
repercutir en la psicología de los jóvenes.
Desafortunadamente, en aquella época el discurso del “no error” para alcanzar el éxito, se
fue naturalizando…En ése contexto era más que prudente, persignarse o desear-nos “buena
suerte” antes de cualquier exámen…“buenos augurios” viene de la práctica social de los
oficios de los “Augures”. Estos antiguos sacerdotes romanos tenían la capacidad de
anticipar, predecir el destino a partir de la observación del vuelo de las aves. Tranquilizaba
pensar que alguien podía garantizar nuestras elecciones, ayudarnos a controlar los nervios e
inseguridades y a reducir al mínimo el error…
Hoy al igual que a Saturnino de la Torre (2004) 4:“Nos asaltan múltiples preguntas en
torno a tales planteamientos: ¿Cómo se está definiendo el error para que tenga tales
efectos? Características tan negativas, son propias de la naturaleza del error o más bien
de la consideración de quienes las proponen? Es decir, lo negativo del error ¿está en el
sujeto qué lo comete o en quiénes lo enjuician? ¿Tiene una naturaleza perniciosa en los
aprendizajes, o por el contrario ha de tomarse como un mero síntoma? ¿Qué ocurriría si
aplicáramos el mismo criterio condenatorio y efectos psicológicos, a los errores cometidos
por el niño de 3 años al aprender la lengua materna? ¿Cómo hemos aprendido las
conductas sociales? ¿No tiene sus propios errores cada etapa del desarrollo? ¿Cómo
interpretar los errores habidos en los descubrimientos científicos? El azar está presente en
innumerables descubrimientos, asociado a fallos, errores, equivocaciones, como aliado de
la ciencia. El progreso es deudor del azar, aprovechado, eso sí, por hombres creativos,
abiertos a lo nuevo, aunque no fuera lo que inicialmente buscaban”.
Ciertamente, lo indiscutible es que “Errare humanum est ” por lo tanto ¿Por qué no
aprovecharlo? ¿Por qué verlo como algo negativo, si es parte de la esencia del ser humano?
Cómo se expresa en el párrafo anterior, “el desarrollo del conocimiento científico ha estado
acompañado de errores, según puede constatarse al revisar su evolución histórica. La
identificación y análisis de estos errores ha permitido sustituir un conocimiento
institucionalizado en la sociedad por uno nuevo, el que generalmente se reveló lleno de
fuerza y vigor. La revisión bibliográfica llevada a cabo, en este sentido, nos ha mostrado
que gran parte de los errores que cometen los alumnos en Matemática se remontan a
obstáculos epistemológicos que los propios matemáticos enfrentaron y superaron a través
de siglos de historia.
Al respecto, Godino, Batanero y Font (2003) 5 expresan: Por otro lado, la historia de las
matemáticas muestra que las definiciones, propiedades y teoremas enunciados por
matemáticos famosos también son falibles y están sujetos a evolución. De manera análoga,
el aprendizaje y la enseñanza deben tener en cuenta que es natural que los alumnos tengan
dificultades y cometan errores en su proceso de aprendizaje y que se puede aprender de los
propios errores. (p. 16).” 7
Por lo tanto, su detección debe ser tenida en cuenta para poder actuar hacia la construcción
del conocimiento… El docente los considerará “como instrumento de diagnóstico” para
diseñar actividades que promuevan el ejercicio de la crítica, la reflexión y superación de
dicho obstáculo, garantizando una retroalimentación de calidad…
“Para que el error pueda tomar el papel de indicador, debe asegurarse en la escuela un
clima que permita a los alumnos, expresar sus ideas por más que estas no estén en lo
correcto, desechando en lo absoluto la consecuencia negativa que sancione la
equivocación.
Se hace necesario que el profesor o profesora gestione la organización del aula, en donde
permita un sistema en que los actores intercambien los papeles: los alumnos pueden actuar
como profesores ya que los que tienen éxito pueden aprender de los que no lo tienen, y los
profesores pueden aprender de sus alumnos lógicas de razonamiento erróneas y las
estrategias para superarlas, estrategias que son propuestas y aplicadas por aquellos que
están aprendiendo” (Contreras Povea) 14.
Sin embargo, penalizar el error sólo en el cierre del proceso, hace que los alumnos los
cometan en mayor medida pues se enfrentan por primera vez a ello. Para evitarlo, una
buena estrategia es mostrar junto a la calificación obtenida en las evaluaciones
formativas, la que se hubiese obtenido de haber sido penalizados allí.(…)
¿Cómo salir sin infringir las normas? ¿Evaluar significa “poner una nota”? ¿Son necesarias
e imprescindibles? ¿Cuánto se deja de lado contemplando sólo un número “calificativo”?
Apropósito de ello Inetti (2018) expresa: “Otro aspecto necesario es que el alumno tiene
que saber cómo se lo va a calificar ya sea en una ficha, escrito, parcial, examen, etc., qué
contenidos son los que se van a solicitar y qué se espera de ellos. Una rúbrica puede ser
una buena opción en donde se asocie lo esperado con una nota o un comentario de
felicitación o aliento. En mi opinión es mucho más motivadora la segunda opción que la
primera, pues existen muchos matices en una nota y no siempre se ajustan a las realidades
y necesidades de los alumnos.(…) A su vez, difiere mucho la preparación y forma de
calificar una prueba tradicional, de preguntas y respuestas, a otra de múltiple opción, de
desarrollo temático, que implique interacciones interdisciplinares y creativas o de
presentación oral. Por lo tanto, brindar las herramientas y conocimientos necesarios para
que el “error” sea un aspecto positivo en las diversas formas de “calificación” es
imperante para que cada día los alumnos disfruten y se apropien del proceso de
enseñanza-aprendizaje.”21
Aprendizaje y evaluación son “dos caras de la misma moneda”, e influyen fuertemente el
uno en la otra. Para cambiar el aprendizaje del alumno en la dirección del desarrollo de
competencias auténticas es necesario una enseñanza basada en competencias auténticas,
alineada con una evaluación basada también en competencias auténticas” Monereo
(2009)22 .Pero, por supuesto, en la realidad áulica es difícil buscar el cómo…
“La evaluación debe funcionar para estudiantes y profesores. Elijamos métodos que
marquen una diferencia real en el aprendizaje, y reduzcamos la carga de trabajo de los
docentes en el proceso.” 23 (The Guardian, 2018)
Como plantea Celman (1998) 24, no existen instrumentos de evaluación mejores o peores,
sino que su grado de pertinencia depende de su adecuación al objeto evaluado, a los sujetos
involucrados y a la situación en la que se ubiquen.
El error es sólo la punta del iceberg de un tema candente que tiene raíces profundas…la
práctica docente es la punta del ovillo, ya que estimo que interpelando nuestro quehacer
diario, encontraremos los indicios que nos conduzcan a otras culturas de evaluación…
Esta es hoy nuestra meta… El reto del siglo XXI está planteado: reconocer en el error una
oportunidad de aprendizaje más, consciente, personal, positiva y crítica…vislumbrando un
sendero diferente en las formas de evaluar… Y vos, como educador, ¿Te sumas al desafío?
1 Lazpita, N. (2006) Aprendizaje = riesgo + error. El miedo al error es la principal barrera
para progresar y desarrollarse. lamentonoalimenta.blogspot.com. Disponible en:
http://albertolacalle.com/gestion/aprendizaje-error.htm
2 Carpintero, H. (2000). Notas históricas sobre la ansiedad. Ansiedad y Estrés, 6(1), 1-19.
8 http://www.eligeeducar.cl/soar-tierno-corto-representa-la-perfeccion-lo-significa-
aprender
10 http://files.proclases-ar.webnode.com/200000022-
4132f43249/El%20error%20es%20la%20puerta%20al%20aprendizaje.pdf
11 https://verne.elpais.com/verne/2017/04/08/articulo/1491672366_486317.html
https://elpais.com/cultura/2018/01/03/actualidad/1514978576_244946.html
13 Panizza, M. (2002) "Aproximación al análisis del error desde una concepción
constructivista del aprendizaje" en Los CBC y la enseñanza de la Matemática. AZ editora.
págs. 151 a 161
20 http://www.oei.es/historico/divulgacioncientifica/?Pensar-en-Socrates-al-evaluar
23 The Guardian. (2018)Assessment too often fails to prioritise learning – let’s change that
https://www.theguardian.com/teacher-network/2018/jan/23/assessment-too-often-fails-to-
prioritise-learning-lets-change-that
24 Celman, S. (1998). ¿Es posible mejorar la evaluación y transformarla en herramienta de
conocimiento?. En Camilloni, A., La evaluación de los aprendizajes en el debate didáctico
contemporáneo. Buenos Aires: Paidós.