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Diferencia y desnudez política: los cuerpos que volvieron de, y retornarán la guerra

Introducción
Algunas comunidades que en su momento coexistieron en medio del conflicto armado colombiano,
desde sus propias configuraciones históricas y culturales; hoy día, tras los infortunados resultados y
las experiencias fallidas de lo pactado en los acuerdos de paz; se han abierto camino hacia la búsqueda
de una diferencia, de una multiplicidad de ellas. Diferencias que puedan producir un cambio, pero no
en ese anquilosado sentido necesariamente opuesto sino, más bien, en el afuera de lo irreemplazable.
Diferencias que emerjan de la búsqueda nacida de lo más hondo y visceral del corazón animal y no
por ello menos humano…demasiado humano; diferencias que emerjan de lo más heteróclito de toda
vitalidad sin que dicha práctica haya dejado de ser por ello menos contigua al pensar. La búsqueda
de estas diferencias, la voluntad de estas comunidades, yace en la fuerza y en el deseo de transformar
el rumbo violento de los actuales cambios, más bien estados, posteriores a los ya mencionados
acuerdos que hasta este momento han nutrido incesantemente la guerra.
Una guerra que desea imponerse cada vez más como campo de inmanencia pasando por encima de la
vida y que se empeña en aniquilar todo lo que sea negación de sí; se trata de un campo que progresa
por la muerte, y cuyo motivo llanamente es eso, progresar y nada más. La guerra es un campo de lo
superfluo y atiborrado, una actividad incapacitante cuya eventual, irónica y aparente oposición o
alternativa, es una paz, una paz producida desde la guerra misma y que no deja de alimentarle. La
guerra es una cruel condición dialéctica presa y orientada, en y hacia sí misma. La paz nacida de la
guerra es, en este sentido, tan solo contrariedad e ilusión aparente, pero nunca, realmente una
diferencia. Es la paz guerrerista del estado, la de la pacificación y el silenciamiento; la paz de los
muertos y, así como si fuera anunciado por el cuervo lúgubre de Poe; no obstante, nunca jamás la paz
de los vivos, nunca jamás… tan solo otro pretexto de la guerra, consagrado a hacerle pervivir desde
la moral más antigua y ruin de occidente.
La búsqueda de una nueva vida, o quizá meramente de la vida, del amor, de la libertad, de la
diferencia; se caracteriza esencialmente por el cambio, por el movimiento, por un desplazamiento que
para unos es voluntario y para otros es forzoso. Pero, ¿quiénes “son” estas comunidades?, ¿acaso y
lo enunciado más arriba podría conducir a pensar que se habla de la tan ya usada, reencauchada y
demacrada figura de la víctima?, ¿se trata pues de contar la misma historia de los vencidos, de los
vulnerables, de los inocentes y los débiles? Salvo por la primera pregunta, quizá la mejor respuesta
para las demás sea un rotundo No, y para responder a la primera debo justificar en primer lugar mi
negativa. En efecto, no deseo centrarme, como ya lo hacen plenamente la sociología o la psicología
social, en el infortunado papel de la víctima; no deseo narrar otra vez el suplicio del cordero degollado,
del cuerpo que espera pacientemente la redención o la devuelta de sus capacidades, después padecer
las trastiendas cruentas del conflicto armado. ¿Qué me motiva a evitar con semejante indolencia a
esta suerte de actores?, fundamentalmente una cosa, que su existencia, que sus horrores y sus
desgracias funestamente sirven de combustible para la destructiva inmanencia de la guerra. Que el
relato y la actual obsesiva visibilidad de la víctima, no reivindica en nada a quienes viven en aquella
condición, sino que, más bien, reivindica todas las fuerzas de la guerra, invoca la inagotable violencia
del estado, justifica la continuación del castigo y la masacre; consolida, justamente, la producción de
más víctimas.
De este modo, ahora sí daré respuesta a ese “quiénes son”. Se trata de pues, de dos comunidades
bastante distintas entre sí, cuyas formas de emparentarse, de conocerse y de involucrarse no fueron
otras que las que la guerra misma propició. Empero, puede decirse, al menos en principio, que su
lugar no ha sido propiamente el de la víctima, tanto como sí puede ser, y lo han ocupado, el lugar del
guerrero, de los fuertes, de los que han estado imbuidos dentro de la guerra combatiéndola,
resistiéndola, encarando con dulzura o temeridad a la fuente misma de esa guerra, el estado. La
primera de estas comunidades es la de los excombatientes de las FARC, cuerpos que, prácticamente
desde siempre, han sido asociados más a quienes perpetran la violencia antes que a quienes se
constituyeron como víctimas, esta co

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