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Tema 2
Tan sólo seis años después de su entrada en vigor hubo de ser modificada, si bien la Ley
4/99 no consiguió corregir algunos de los problemas técnicos más criticados por la
doctrina, como el complejo sistema de los plazos, que ha dejado de ser uniforme para todo
procedimiento, lo que hace examinar en cada caso concreto la normativa singular
reguladora, o el silencio administrativo, que bajo una apariencia formal de silencio
estimatorio se encuentra plagado de excepciones legales y vías alternativas que convierten
la pretendida regla general en la excepción.
Tal y como señala el Artículo 1º de la propia Ley, ésta es de aplicación a todas las
Administraciones Públicas.
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Sin embargo, el sometimiento pleno de las Administraciones Públicas a la Ley 30/92 tiene
algunas matizaciones:
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de dicho cauce, es decir, del procedimiento aplicable en cada caso. Lo que por una parte,
facilita la flexibilidad de su aplicación, pero puede conducir en la práctica a una diversidad
que genere situaciones de incerteza e inseguridad y rompa con la exigencia, también
consagrada en dicho precepto, de la aplicación de un tratamiento común a los
administrados ante todas las Administraciones públicas.
Pues bien, si la aplicación de la Ley 30/92 (en adelante LPC) a la Administración General
del Estado, a la Administración General de las Comunidades Autónomas y a las Entidades
Locales no suscita mayores problemas, la cuestión se complica cuando se trata de la
Administración Institucional y de otras entidades que aún no formando parte de tal
concepto legal se engloban en el denominado “sector público estatal” y “sector público
autonómico”.
a. Organismos Autónomos.
Sin embargo, por lo que respecta a las Entidades Públicas Empresariales, el Artículo 53.2
declara su sometimiento al Derecho Privado “salvo cuando ejerzan potestades
administrativas”.
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Vemos, por tanto, que el concepto de sector público estatal es más amplio que el de
Administración General e Institucional, pues engloba ambos conceptos e incluye además
otra serie de entes que no forman parte ni de la Administración General ni de la
Administración Institucional. Habrá que estar a la normativa sectorial correspondiente para
determinar el sometimiento de estos entes al Derecho Administrativo, como resulta del
Artículo 4 de la Ley General Presupuestaria. Así, en el caso de las Fundaciones, es la Ley
50/2002, la que establece el sometimiento de las Fundaciones estatales con carácter general
al Derecho Privado, y lo mismo ocurre con las sociedades mercantiles estatales, ya que la
ley 33/2003, de 3 de noviembre, de Patrimonio de las Administraciones Públicas, establece
con carácter general su sometimiento al Derecho privado, salvo en las materias en las que
le sea de aplicación la normativa presupuestaria, contable, de control financiero y de
contratación.
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legislación del Estado, pues junto a las entidades integrantes de uno y otro concepto, la Ley
de Hacienda de la Comunidad de Castilla y León incluye en tal concepto en su Artículo 16
a la Administración General, organismos Autónomos, Entes públicos de Derecho Privado,
empresas públicas, las Fundaciones Públicas, universidades públicas y el resto de entes o
instituciones creadas por la Comunidad o dependientes de ella, y cualesquiera otras
personas jurídicas en las que participe mayoritariamente. Salvando la Administración
General y los organismos autónomos, así como las universidades públicas, que se rigen por
la LPC, los entes públicos de derecho privado sólo se rigen por ella cuando ejerzan
potestades públicas, posibilidad como hemos visto vetada a las empresas públicas, que en
consecuencia no se rigen por la LPC, ni las fundaciones públicas de la comunidad, que
salvo en los aspectos a que se refiere el Artículo 17 de la Ley de Hacienda, en el resto se
rigen por el derecho privado.
CONTENIDO
Estos tres títulos competenciales son los que se trata de ejercitar a través de la Ley
30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común, cuya denominación, por tanto, pese a su
desmesurada extensión, no es suficiente para expresar la totalidad de su contenido, puesto
que guarda silencio en lo tocante a la responsabilidad.
Consta dicha Ley de un Título Preliminar, que trata «Del ámbito de aplicación y principios
generales», y de otros diez Títulos, que, respectivamente, se ocupan «De las
Administraciones Públicas y sus relaciones» (1), «De los órganos de las Administraciones
Públicas» (11), «De los interesados» (111), «De la actividad de las Administraciones
Públicas» (IV), «De las disposiciones y actos administrativos» (V), «De las disposiciones
generales sobre los procedimientos administrativos» (VI), «De la revisión de los actos en
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vía administrativa» (VII), «De las reclamaciones previas al ejercicio de acciones civiles y
laborales» (VIII), «De la potestad sancionadora» (IX) y «De la responsabilidad de las
Administraciones Públicas y de sus autoridades y demás personal a su servicio» (X).
Dichos títulos se desgranan en 146 artículos, y les siguen once Disposiciones Adicionales,
dos Disposiciones Transitorias, una Disposición Derogatoria y una Disposición Final.
El título I aborda las relaciones entre las Administraciones Públicas de carácter directo en
unos casos y, en otros, formalizadas a través de los órganos superiores de Gobierno, a
partir de las premisas de la lealtad constitucional y la colaboración que han de presidir
aquéllas, consustancial al modelo de organización territorial del Estado implantado por la
Constitución.
El título II dedica su capítulo I a regular los principios generales del régimen de los
órganos administrativos, derivados de los principios superiores de indisponibilidad de la
competencia, jerarquía y coordinación, en el marco de lo previsto por el artículo 103 de la
Constitución. Plenamente respetuosa con la potestad de autoorganización de las
Administraciones Públicas, la Ley se limita a regular el núcleo estricto de lo que constituye
la normativa básica de toda organización administrativa, cuya observancia tiene efectos
directos sobre la validez y eficacia de los actos administrativos.
El capítulo III, que recoge las normas generales de abstención y recusación de las
Autoridades y personal de las Administraciones Públicas, es corolario del mandato que la
Constitución acoge en su artículo 103.1 cuando predica que la Administración Pública
sirve, con objetividad, a los intereses legales.
El título III recoge las normas relativas a los interesados, con la amplitud que exige este
concepto.
El título IV, bajo el epígrafe «De la actividad de las Administraciones Públicas», contiene
una trascendente formulación de los derechos de los ciudadanos en los procedimientos
administrativos, además de los que les reconocen la Constitución y las Leyes. De esta
enunciación cabe destacar como innovaciones significativas: La posibilidad de identificar a
las autoridades y funcionarios bajo cuya responsabilidad se tramiten los procedimientos -
rompiendo la tradicional opacidad de la Administración-, el derecho de formular
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Incorpora, a continuación, las normas esenciales sobre el uso de las lenguas oficiales,
regula el acceso a la información de los archivos y registros administrativos, conforme a lo
establecido en el artículo 105.b), de la Constitución, y aborda de manera frontal y decidida
-en contraposición a la timidez de las previsiones de la Ley de Procedimiento
Administrativo de 1958- la instalación en soporte informático de los registros generales,
así como la integración informática de aquéllos con los restantes registros administrativos.
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eficacia sobre el formalismo, sólo cederá cuando exista un interés general prevalente o,
cuando realmente, el derecho cuyo reconocimiento se postula no exista.
El capítulo II regula los requisitos de los actos administrativos, partiendo de los principios
de competencia y legalidad, con expresión de los que requieren motivación, recogiendo su
forma escrita como regla general. (Corregido el 20-X-04)
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7. Principio de congruencia con las peticiones formuladas por los interesados, sin que
en ningún caso pueda la Administración al resolver agravar su situación inicial (art.
89.2).
10. En fin, como complemento y coronación de todos ellos, desde la perspectiva del
legislador, el principio de responsabilidad de las Administraciones públicas y del
personal a su servicio [art. 35j)], del que encontramos manifestaciones,
prácticamente, en cada uno de los trámites procedimentales, en los que aparece una
llamada en la responsabilidad en que incurre el funcionario al que sea imputable su
incumplimiento [arts. 41, 40, 44.2,4& IM, 79.2 y 83.3, por citar sólo unos cuantos
ejemplos.
En el capítulo I se regula la iniciación, que podrá hacerse de oficio o por solicitud de los
interesados.
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El título VII, «Revisión de los actos administrativos», establece una profunda modificación
del sistema de recursos administrativos vigente hasta hoy, atendiendo los más consolidados
planteamientos doctrinales, tanto en lo referente a la simplificación, como a las
posibilidades del establecimiento de sistemas de solución de reclamaciones y recursos
distintos a los tradicionales y cuya implantación se va haciendo frecuente en los países de
nuestro entorno y que ya existen, en algún caso, en nuestro propio ordenamiento.
El Título VIII contiene la regulación de las reclamaciones previas a la vía judicial civil y
laboral.
El título IX regula los principios básicos a que debe someterse el ejercicio de la potestad
sancionadora de la Administración y los correspondientes derechos que de tales principios
se derivan para los ciudadanos extraídos del texto constitucional y de la ya consolidada
jurisprudencia sobre la materia. Entre tales principios destaca el de legalidad o «ratio
democrático» en virtud del cual es el poder legislativo el que debe fijar los límites de la
actividad sancionadora de la Administración y el de tipicidad, manifestación en este
ámbito del de seguridad jurídica, junto a los de presunción de inocencia, información,
defensa, responsabilidad, proporcionalidad, interdicción de la analogía, etc.
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plazo de treinta días, siempre que la valoración del daño y la relación de causalidad entre la
lesión y el funcionamiento normal o anormal del servicio público sean inequívocos.
PRINCIPIOS GENERALES
Es el Artículo 3º de la Ley 30/92, el que recoge los principios generales a los que deben
sujetarse las Administraciones Públicas en sus relaciones. Dicho precepto legal establece
lo siguiente:
4. Cada una de las Administraciones Públicas actúa para el cumplimiento de sus fines
con personalidad jurídica única.
De todos los principios que recoge este Artículo, el más importante y característico en la
actuación de las Administraciones Públicas es el principio de legalidad. Tal principio
implica que la Ley, en el sentido formal del concepto, como producto del poder legislativo,
enmarca la actuación administrativa en general, ya que la Ley o bien opera directamente
sobre la Administración, o bien delimita, condiciona, determina o excluye el ejercicio de la
potestad reglamentaria de la Administración. De este modo, el Reglamento no puede
contravenir lo establecido en una norma con rango con de Ley, ni puede tampoco regular
materias reservadas a ésta (reserva material de Ley). Así, el Artículo 62.2 de la ley 30/92,
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considera nulos de pleno derecho los Reglamentos que vulneren la Constitución, las Leyes,
e incluso disposiciones reglamentarias de rango superior.
No hay pues, en Derecho Español, ningún espacio franco o libre de Ley, en que la
Administración pueda actuar con un poder ajurídico y libre.
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Ha sido Santi Romano quien con más rigor ha definido el concepto de potestad. Tal
concepto se perfila y distingue mediante un contraste con el concepto de derecho subjetivo.
El derecho subjetivo se caracteriza por tener su origen en una relación jurídica concreta,
recae sobre un objeto específico y determinado, consiste en una pretensión concreta, y
corresponde a un deber jurídico atribuible a un sujeto pasivo. La potestad, sin embargo, no
se genera en una relación jurídica, ni en pactos o negocios jurídicos, sino que procede
directamente del ordenamiento. Además, no recae sobre ningún objeto específico, sino que
tiene un carácter genérico, y se refiere a un ámbito de actuación definido en grandes líneas.
No consiste en una pretensión particular, sino en la posibilidad abstracta de producir
efectos jurídicos, de donde eventualmente pueden surgir, como consecuencia de su
ejercicio, relaciones jurídicas particulares. En fin, la potestad supone una sujeción de otros
sujetos, que se ven obligados a soportar en su esfera jurídica los efectos derivados del
ejercicio de la potestad, sujeción que puede ser ventajosa(si se deriva un beneficio) o
desventajosa(si se deriva un gravamen).
Como consecuencia de este origen legal y no negocial, las potestades son irrenunciables,
inalienables e intransmisibles; la Ley, puede, a lo sumo, permitir su delegación o
desconcentración, tal y como señala el Artículo 12 de la Ley 30/92.
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resquicio a juicio subjetivo alguno, de modo que la Administración opera de una manera
automática. El ejercicio de una potestad discrecional, comporta un elemento
sustancialmente diferente: la inclusión en el proceso aplicativo de la Ley de una estimación
subjetiva de la propia administración. En definitiva, la discrecionalidad surge cuando el
ordenamiento atribuye a algún órgano competencia para apreciar lo que sea de interés
público. Ahora bien, ha de tenerse presente que la discrecionalidad sólo puede referirse a
algunos de los elementos de la potestad, no a todos ellos, pues necesariamente existirán
una serie de elementos reglados, a saber, la existencia misma de la potestad, su extensión,
la competencia para actuarla referida a un ente y dentro de él, la atribución a un órgano
concreto y el fin previsto por el legislador con el ejercicio de la potestad.
Ahora bien, como afirma García de Enterría, en cuya obra “Curso de Derecho
Administrativo” se basa la exposición de gran parte de este tema, para comprender con
claridad el concepto de potestad discrecional, es necesario diferenciarlo de los llamados
conceptos jurídicos indeterminados. Los conceptos empleados por las Leyes pueden ser
determinados o indeterminados. Los primeros delimitan el ámbito de realidad al que se
refieren de una manera precisa e inequívoca. Por ejemplo, la mayoría de edad se produce a
los 18 años. Por el contrario, con los conceptos jurídicos indeterminados, la Ley refiere una
esfera de la realidad cuyos límites no aparecen bien definidos en su enunciado, por ejemplo
la buena fé o la falta de probidad. La Ley no define con exactitud tales conceptos porque
no admiten una delimitación o cuantificación precisas, no obstante lo cual, es claro que el
legislador ha querido referirse a un supuesto muy concreto. Y por ello, la aplicación de
tales conceptos no admite más que una solución: o se el concepto o no se da, o hay buena
fe o no la hay, o se ha faltado a la probidad o no se ha faltado…Esto es lo esencial del
concepto jurídico indeterminado, la indeterminación de su enunciado no se traduce en una
indeterminación de las aplicaciones del mismo, pues sólo habrá una solución justa en cada
caso.
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Por último, como quiera que cabe que la Administración, aun actuando conforme a
Derecho, ocasione a los particulares daños que no están obligados a soportar, se establece
una regulación de la responsabilidad administrativa que asegure, mediante la justa
indemnización, el restablecimiento del principio de igualdad ante la ley y, con él, el orden
jurídico perturbado.
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1. La Constitución en este punto ha sido incluso reiterativa. Pues, tras establecer que
los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del
ordenamiento jurídico (art. 9.1) 5 y proclamar que garantiza el principio de
legalidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos (art. 9.3),
declara que el Gobierno ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de
acuerdo con la Constitución y las leyes (art. 97) y que la Administración actúa con
sometimiento pleno a la ley y al Derecho (art. 103.1): expresión ésta
particularmente afortunada, en cuanto expresión de que ese sometimiento es
mucho más profundo que la mera adecuación a la letra de los preceptos legales.
2. A un nivel inferior deben recordarse el artículo 3.1 de la LPC, según el cual «las
Administraciones Públicas sirven con objetividad los intereses generales y actúan
[...] con sometimiento pleno a la Constitución, a la Ley y al Derecho, y el
artículo 6.1 LBRL- Ley de Bases de Régimen Local- que prescribe, asimismo, que
las entidades locales actúan con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho.
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Finalmente, los particulares en los términos establecidos por la ley, tendrán derecho a ser
indemnizados por las Administraciones Públicas correspondientes de toda lesión que
sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre
que sea consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos (arts. 106.2 Const.,
139.1 LPC y 54 LBRL). No se exige, por tanto, para que nazca el derecho a
indemnización, la ilegalidad de la actuación administrativa: basta una relación de
causalidad entre ésta y el daño causado y, naturalmente, la ausencia en el perjudicado del
deber de soportar la lesión'.
Una potestad es, pues, discrecional siempre que el ordenamiento jurídico no establece
cuándo debe ejercitarse, cómo debe ejercitarse y en qué sentido se debe ejercitar. Ello
puede obedecer a una de dos circunstancias: a que no exista una ley que regule los tres
aspectos o momentos citados, o a que, existiendo, en aras de la eficacia administrativa,
permita la discrecionalidad de los tres o alguno de aquéllos.
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DISCRECIONALIDAD Y ARBITRARIEDAD
Para que el ejercicio de una potestad administrativa sea discrecional no es necesario, por
tanto, que sean discrecionales los tres aspectos indicados, bastando con que exista
discrecionalidad respecto de uno de ellos. Lo que sí constituye un requisito imprescindible
para que pueda hablarse de discrecionalidad, y no de arbitrariedad, es que los fines que se
persiguen o hayan de perseguirse por cada potestad estén taxativamente enunciados en el
ordenamiento jurídico. Por ello, advierte M. S. GIANNINI que la potestad discrecional
puede ser libre en todo menos en la elección de los fines que persigue".
Justamente es ésta la vía por donde se realiza lo que podríamos denominar la elevación al
rango de instituto jurídico de la discrecionalidad administrativa. Elevación que constituye,
según recuerda MERIKOSKI, un testimonio de la eterna lucha que existe en el seno de la
Administración entre la eficacia y la seguridad de los ciudadanos `, y que sirve de puente
entre las exigencias de un cierto margen de libertad en ocasiones en manos de la
Administración y los postulados del Estado de Derecho, y, más concretamente, del
principio de legalidad.
Debe destacarse, no obstante lo hasta aquí expuesto, que la discrecionalidad esta sujeta a
control.
Entre tales elementos reglados se encuentra, en primer lugar, conforme acabamos de ver, el
fin a perseguir en la actuación administrativa. Si la Administración ejercita sus potestades
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Pero no es éste el único elemento reglado de toda actuación de los entes públicos. Junto a
él nos hallamos, por lo pronto, con las normas sobre competencia y las de procedimiento
administrativo, que deberán observarse en la emanación y elaboración de los actos de
aquéllos». Así, establece el artículo 53.1 LPC que los actos administrativos se producirán
por el órgano competente ajustándose al procedimiento establecido. Además, desde el
punto de vista formal y al objeto de velar por la observancia del principio de interdicción
de la arbitrariedad [art. 9.3 CE), con la obligación de motivar los acuerdos que se dictan en
el ejercicio de las potestades discrecionales [art. 54.1.e) LPC], y, en fin, con los principios
generales del Derecho, según tuvimos ocasión de poner de manifiesto al estudiarlos.
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3. La asistencia requerida sólo podrá negarse cuando el Ente del que se solicita no
esté facultado para prestarla o cuando, de hacerlo, causara un perjuicio grave a sus
intereses o al cumplimiento de sus propias funciones. La negativa a prestar la
asistencia se comunicará motivadamente a la Administración solicitante.
El Título II, “De los órganos de las Administraciones Públicas”, comienza en su Capítulo
I, titulado “Principios Generales y Competencia”, regulando en los Artículos 11 a 21 los
principios que han de regir la creación de órganos administrativos y el ejercicio de sus
competencias. Esta cuestión será objeto de estudio en el Tema 4, que dedica un epígrafe a
los órganos administrativos, sus principios generales y la competencia. No obstante
incluimos a continuación algunos aspectos importantes de la regulación contenida en tales
Artículos. Así, el Artículo 11 dispone lo siguiente:
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2. Las normas y actos dictados por los órganos de las Administraciones Públicas en el
ejercicio de su propia competencia deberán ser observadas por el resto de los
órganos administrativos, aunque no dependan jerárquicamente entre sí o
pertenezcan a otra Administración.
El Artículo 19, consagra los principios que han de presidir las comunicaciones entre
órganos, disponiendo:
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PRINCIPIO DE CONTRADICCIÓN
b. Los que, sin haber iniciado el procedimiento, tengan derechos que puedan
resultar afectados por la decisión que en el mismo se adopte.
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PRINCIPIO DE CELERIDAD
En esta misma línea, el Artículo 75.1 recoge el principio de celeridad, manifestación del
mismo principio de economía procesal, disponiendo lo siguiente: Artículo 75. Celeridad.
1. Se acordarán en un solo acto todos los trámites que, por su naturaleza, admitan una
impulsión simultánea y no sea obligado su cumplimiento sucesivo…
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PRINCIPIO DE OFICIALIDAD
El Artículo 74.1 de la LPC establece que el procedimiento se impulsará de oficio en todos
sus trámites. Esto significa que la Administración está específicamente obligada a
desarrollar la actividad que sea necesaria para llegar a la decisión final, sin necesidad de
que los particulares deban instarla a ello. Sin embargo, en el ámbito de la jurisdicción civil
rige el principio dispositivo, ya que se entiende que el proceso es cosa de las partes de
quienes depende, en consecuencia, su progresión. Asimismo, el Artículo 78.1 de la LPC
establece que “Los actos de instrucción necesarios para la determinación, conocimiento y
comprobación de los datos en virtud de los cuales deba pronunciarse la resolución, se
realizarán de oficio por el órgano que tramite el procedimiento, sin perjuicio del derecho
de los interesados a proponer aquellas actuaciones que requieran su intervención o
constituyan trámites legal o reglamentariamente establecidos.”
PRINCIPIO DE LEGITIMACIÓN
Salvo en los casos excepcionales en que está expresamente reconocido el carácter público
de la acción, como en materia de Patrimonio Histórico o Urbanismo, la promoción de un
nuevo procedimiento administrativo o la participación en un procedimiento ya en marcha,
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requiere en el particular una cualificación específica, es decir, una especial relación con el
objeto del procedimiento (legitimación). La LPC, siguiendo la línea marcada por el
Artículo 24 de la Constitución y por la jurisprudencia constitucional, ha corregido en este
punto los rigores que contenía la fórmula empleada por la anterior LPA, que exigía a
efectos de legitimación un interés directo, personal y legítimo. El Tribunal Constitucional
en sentencia de 11 de julio de 1983, destacó que la fórmula “intereses legítimos” empleada
por el Artículo 24 de la Constitución era más amplia que la contenida en la LPA, ya que
comprendía y amparaba los intereses indirectos, de modo que a partir de la Constitución,
todo interés individual o social tutelado por el Derecho indirectamente, con ocasión de la
protección del interés general y no configurado como derecho subjetivo, podía y puede
calificarse como interés legítimo, con independencia de que la norma que incide en el
ámbito de dicho interés ocasione a su titular de forma directa un beneficio o un perjuicio.
De acuerdo con ello, tan sólo carecería de legitimación quien ostente un simple interés en
la defensa de la legalidad en su sola condición de miembro de la colectividad social. Esta
jurisprudencia ha sido recogida en la actual redacción del Artículo 31, que debe ser
interpretado, de acuerdo con su propio tenor literal, en el sentido amplio apuntado por el
Tribunal Constitucional. El citado precepto establece lo siguiente:
b. Los que, sin haber iniciado el procedimiento, tengan derechos que puedan
resultar afectados por la decisión que en el mismo se adopte.
PRINCIPIO DE IMPARCIALIDAD
Consagrado en el Artículo 103 de la Constitución, ha tenido su reflejo en el Artículo 3.1
de la LPC, que establece:
PRINCIPIO DE TRANSPARENCIA
Tiene su reflejo legal en los Artículos 35 y 37 de la LPC. Frente a la tradicional opacidad
en la actuación de la Administración Pública, la Ley ha pretendido garantizar, entre otros,
el derecho de acceso de los ciudadanos a los archivos y registros administrativos, con las
limitaciones que se recogen en dichos Artículos. El Artículo 35 dispone lo siguiente:
”Los ciudadanos, en sus relaciones con las Administraciones Públicas, tienen los
siguientes derechos:
c. A obtener copia sellada de los documentos que presenten, aportándola junto con
los originales, así como a la devolución de éstos, salvo cuando los originales deban
obrar en el procedimiento.
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i. A ser tratados, con respeto y deferencia por las autoridades y funcionarios, que
habrán de facilitarles el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de sus
obligaciones.
1. Los ciudadanos tienen derecho a acceder a los registros y a los documentos que,
formando parte de un expediente, obren en los archivos administrativos, cualquiera
que sea la forma de expresión, gráfica, sonora o en imagen o el tipo de soporte
material en que figuren, siempre que tales expedientes correspondan a
procedimientos terminados en la fecha de la solicitud.
3. El acceso a los documentos de carácter nominativo que sin incluir otros datos
pertenecientes a la intimidad de las personas figuren en los procedimientos de
aplicación del Derecho, salvo los de carácter sancionador o disciplinario, y que, en
consideración a su contenido, puedan hacerse valer para el ejercicio de los
derechos de los ciudadanos, podrá ser ejercido, además de por sus titulares, por
terceros que acrediten un interés legítimo y directo.
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4. El ejercicio de los derechos que establecen los apartados anteriores podrá ser
denegado cuando prevalezcan razones de interés público, por intereses de terceros
más dignos de protección o cuando así lo disponga una ley, debiendo, en estos
casos, el órgano competente dictar resolución motivada.
a. Los que contengan información sobre las actuaciones del Gobierno del Estado
o de las Comunidades Autónomas, en el ejercicio de sus competencias
constitucionales no sujetas a Derecho administrativo.
d. Los archivos que sirvan a fines exclusivamente estadísticos dentro del ámbito
de la función estadística pública.
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7. El derecho de acceso será ejercido por los particulares de forma que no se vea
afectada la eficacia del funcionamiento de los servicios públicos debiéndose, a tal
fin, formular petición individualizada de los documentos que se desee consultar,
sin que quepa, salvo para su consideración con carácter potestativo, formular
solicitud genérica sobre una materia o conjunto de materias. No obstante, cuando
los solicitantes sean investigadores que acrediten un interés histórico, científico o
cultural relevante, se podrá autorizar el acceso directo de aquéllos a la consulta de
los expedientes, siempre que quede garantizada debidamente la intimidad de las
personas.
Finalmente la LPC recoge en sus Artículos 127 a 138 los principios de la potestad
sancionadora y del procedimiento sancionador, que serán objeto de estudio pormenorizado
en el Tema 8.
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