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ARQUEOLOGÍA PREHISTÓRICA

UNIDAD V

Colomer i Solsona, Laia 1996 Contenidors ceràmics i processament d’aliments a la


prehistòria. Cota Zero, 12: 47-60

Introducción
Los registros e interpretaciones arqueológicas han considerado la cerámica
como una delimitadora cultural y/o sociopolítica. Hay un amplio abanico de teorías
arqueológicas que han abordado el estudio de la cerámica prehistórica, pero pocas son
las veces en que se han visto las vasijas cerámicas sencillamente como un instrumento
para las distintas operaciones necesarias para el procesamiento, la distribución, el
consumo y el almacenaje de productos alimentarios. Sean cuales sean las razones, lo
cierto es que la arqueología no se ha interesado suficientemente por el tema de la
relación entre cerámica y alimentos, y menos aun la ha considerado un factor para
entender acontecimientos (pre)históricos. A veces se ha considerado que hablar de este
tema producía una especie de anecdotario de “gastronomía prehistórica” Pero no ha
sido ese el caso, ya que se ha hablado de alimentos en términos de economías
depredadoras o productoras: la importancia de la domesticación de plantas y animales,
por ejemplo, mientras que el debate se ha situado en considerar qué sucede con los
alimentos desde que son trasladados a un poblado hasta que son consumidos por sus
habitantes. Se debe estudiar cómo esta “materia prima” alimentaria se convierte en un
producto susceptible de ser consumido, es decir, se convierte definitivamente en
“alimento”, y cuáles son las técnicas y las características de esta producción culinaria.
De hecho, la observación no es superflua, ya que gran parte de los productos ingeridos
por los seres humanos necesitan de un procesamiento (entiéndase preparados y
cocidos) para hacerlos aptos. Aptos no solamente para el consumo, sino también para
el almacenamiento, la preservación y, sobre todo, el transporte de estos productos.
En esta transformación de los alimentos no entran en juego solamente las
tradiciones culinarias, sino principalmente conocimientos, técnicas e instrumentos para
su ejecución. Cocciones, gratinados, ahumados, horneados y secado de los alimentos
son algunas de las técnicas, mientras que los molinos, morteros, recipientes cerámicos,
de mimbre y otros enseres culinarios de madera, hueso, metal o piedra son los
instrumentos. Evidencias de estos artefactos son relativamente comunes en ámbitos
arqueológicos, pero parece que interpretarlos específicamente como instrumentos para
el procesamiento cotidiano de los alimentos durante la prehistoria ha resultado más
difícil.
En todo caso, hoy este tipo de análisis resulta factible. Los estudios recientes
sobre paleodietas o la determinación del contenido en la cerámica ha abocado la
investigación arqueológica hacia ese campo y han surgido los primeros estudios donde
se enfatiza la influencia que tendría el mismo procesamiento de alimentos en la
explotación de los recursos alimentarios, más que la domesticación de las plantas (p.e.
Stahl 1989). Es el momento, entonces, de hacer una reflexión en torno al trabajo y el
conocimiento técnico en relación al procesamiento de alimentos para el consumo
humano, a partir de aquellos artefactos directamente relacionados con las tareas
culinarias. La cerámica es uno de estos artefactos, y seguramente uno de los más
importantes. El interés de este artículo radica, entonces, en hacer una primera
reflexión en torno a este tema. Tomando como objeto de estudio la cerámica, veremos

1
la importancia que tiene este artefacto para la producción culinaria, hasta el punto que
hemos podido llegar a considerar que no solamente el número de productos
susceptibles de ser consumido aumentó con el uso de la cerámica, sino que también la
cerámica como un instrumento para el procesamiento de comidas incidió claramente en
los beneficios dietéticos de los alimentos. Finalmente, el presente artículo quiere hacer
mención de las técnicas analíticas al alcance de la arqueología actual para hacer un
estudio que relacione cerámica y procesamiento de alimentos.

Cocinar sin recipientes


Dentro de la cultura culinaria occidental la noción de cocinar sin recipientes es
inimaginable. Sin ollas, cacerolas, sartenes o pucheros no podemos preparar las sopas,
los asados o los estofados. Ningún proceso culinario que necesite hervir los alimentos
puede hacerse sin un contenedor que prevenga el vuelco del líquido contenido, y al
mismo tiempo que facilite el calentamiento. Sin un soporte material apropiado estos
utensilios no se pueden colocar sobre el fuego, y no pueden ser un instrumento
apropiado para cocinar. De hecho, actualmente una gran parte de la cocina de todo el
mundo está vinculada estrechamente con las facilidades que aportan los recipientes de
cerámica o, en su caso, de aluminio.
Aun así, la presencia de contenedores cerámicos es muy posterior al
procesamiento de alimentos. Mientras la cerámica tiene la primera datación
radiocarbónica en torno al 12000 BP en Japón, el procesamiento de alimentos puede ser
considerado aun más antiguo que la aparición del fuego. Con todo, hoy sabemos que
muchos de los productos recolectados no son consumibles sin que el fuego los haya
transformado (Liener et. Al. 1980). La cuestión es, entonces, preguntarse qué sucedió
en el período de tiempo en que el hombre cocinaba alimentos sin la ayuda de
contenedores cerámicos. Para poder imaginar ese momento se debe considerar, en
primer lugar, si es posible cocinar sin recipientes o bien si es posible cocinar con
contenedores que no sean los cerámicos.
Hay documentación etnográfica y arqueológica de sociedades en que la cultura
culinaria transforma calóricamente los alimentos sin necesitar recipientes cerámicos.
Hay notas etnográficas del uso de contenedores de madera por parte de las comunidades
indias de América del Norte (Driver y Massey, 1957), mientras que en algunas
comunidades del sudeste asiático los tallos de bambú eran los únicos contenedores
conocidos para cocinar alimentos o para transportar agua (Skeat y Blanden 1966). Más
interesante es el caso de las comunidades polinesias, donde aun hoy la cocina
tradicional prepara los alimentos sin el uso de ningún tipo de contenedor cerámico o
metálico1. Aunque desde el arribo europeo se tiene conocimiento otra vez de estos

1
Si bien hoy la cocina tradicional polinesia se caracteriza por la ausencia de recipientes de cerámica, no
fue así en el pasado. Entre ca. 2000 y 1800 cal BC el llamado “Complejo cultural Lapita” (cerámica de
decoración dentada, con gran cantidad de desgrasante y cocida a bajas temperaturas) ocupó ampliamente
todas las islas del Océano Pacífico. Entre el ca. 300 y el 600 cal AD la cerámica Lapita desapareció
completamente de la Polinesia oriental, mientras que en Occidente evolucionó hacia otras formas y
decoraciones. La presencia de cerámicas en esta remota parte del mundo se ha interpretado comúnmente
por efecto de un intensivo comercio, relacionado con la colonización de estas islas por los melanesios y
micronesios. En cambio, es más difícil la evaluación sobre el final de la presencia de la gente Lapita en la
zona. La hipótesis más argumentada es la que considera que el fin de la cerámica Lapita en el Pacífico
Oriental estuvo relacionado con la ruptura del comercio marítimo y la imposibilidad de continuar esta
tecnología artesanal in situ por falta de materia prima, concretamente, arcilla (Claridge 1984).
Sorprendentemente, la desaparición de la cerámica Lapita no comprometió la aparición de otros tipos
morfológicos o decorativos, al mismo tiempo que su función no fue tampoco sustituida por otra materia

2
utensilios, toda una rica tradición culinaria polinesia persistió en la preparación de
alimentos exclusivamente mediante el uso de hornos, se abstuvo de utilizar
contenedores y puso la comida directamente sobre el fuego. Toda la vajilla empleada
está hecha a base de artefactos vegetales: tazones hechos de cáscaras de coco o de
conchas, cestas de hojas de palmera y contenedores tallados en cepas de árboles son los
soportes para el desmenuzamiento y la mezcla de los productos vegetales. A diferencia
de otras partes del mundo, la ausencia de cerámica como un instrumento culinario ha
hecho que se desarrollara todo un proceso de transformación de los alimentos basado (y
aquí radica su particularidad) no en la ebullición, sino en el horneado. Los hornos no
son nada más que hoyos excavados en la arena, de dimensiones variables según la
cantidad de alimentos que se han de procesar o “comensales que se han de alimentar”.
Los alimentos, mezclados y en forma de masa homogénea o de “torta” son cocidos
gracias a la presencia dentro de los hornos de piedras previamente calentadas con fuego
vivo. Se trata, en definitiva, de una tecnología culinaria sin el contacto directo de la
llama, pero si del producto alimentario con la fuente calórica (en este caso, piedras
previamente calentadas). Este procedimiento, entonces, necesita materiales vegetales de
fácil cocción y consistentes (no líquidos) que faciliten su cocción en un horno. Los
productos vegetales son altamente fibrosos y con contenidos bajos de agua como son los
tubérculos (taro, yams y cassavas) o frutas muy pulposas como son las propias de la
polinesia (Colmes y Colmes 1992; Leach 1992; Pollock 1992). Esta cualidad es
incompatible, por ejemplo, con los cereales y las leguminosas, que necesitan una
cuidada ebullición para hacerlos digeribles2.
Es muy posible que procesos similares de transformación de los alimentos sin
ebullición del agua y los productos que contienen fuesen seguidos por gran parte de las
comunidades prehistóricas antes de la aparición de la cerámica. Se ha sugerido que la
cocción de los alimentos fue hecha durante la prehistoria con recipientes de piedra, cal o
piel, donde el agua era calentada mediante la introducción de piedras calientes. De
hacho, la documentación arqueológica de estos procedimientos es bien reconocida hoy.
Kingery, Vandiver y Prickett (1988) mencionan que no es errado considerar que
algunos de los contenedores de cal y yeso (vaiselle blanche), documentados para el
PPNB del Próximo Oriente a lo largo del séptimo milenio, fuesen empleados en este
sentido. Ikawa-Smith (1976), por su parte, relaciona la presencia de cantos rodados
afectados por el fuego, presentes en muchos yacimientos precerámicos de Japón, con el
calentamiento de líquidos en recipientes de madera o de piedra, antes de la aparición de
las primeras cerámicas. Por su parte, Sassaman (1995) detalla la existencia de técnicas
de cocción mediante el uso de piedras calentadas por las comunidades indígenas del sur
este de América del Norte y como éstas fueron también progresivamente sustituidas por
la cerámica. Finalmente, Gorman (1971) notifica que en el asentamiento mesolítico de
Spirit Cave (Sumatra, Indonesia) había fragmentos carbonizados de troncos de bambú
que debían servir para el procesamiento de alimentos (de entre 10 y 14 cm de diámetro).
El autor los relaciona directamente con contenedores que se ubicaban dentro del fuego:
la gran presencia de huesos trozados, de espinas de pescado, de diversos tipos de
semillas, restos de frutos secos, caracoles, etc. hace creer que los recipientes de bambú
podían ser el instrumento para cocinar conjuntamente todos los alimentos.

prima. Simplemente, la cerámica desapareció al mismo tiempo que otras técnicas culinarias fueron
desarrolladas (sobre el tema ver Kirch y Hunt 1988; Irwin 1981; Yen 1975; Smith 1995).
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No debe ser coincidencia, en este sentido, que donde hay desde la antigüedad cultivo de cereales
(concretamente arroz) es en las islas más occidentales de la Micronesia (islas Marianas, Guam y Palau),
donde también hay una arraigada tradición en cerámica (Barau 1963).

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A pesar de la existencia de estas evidencias culinarias, el uso de piedras calientes
dentro de contenedores orgánicos o líticos para el procesamiento de alimentos no puede
equiparse con la relacionada con el uso de contenedores cerámicos: nunca se alcanza el
punto de ebullición del agua. Las cualidades térmicas de materiales como el bambú o la
piedra son muy escasas, razón por la cual la técnica y los resultados obtenidos son
también completamente diferentes de los que se pueden obtener con la cerámica. Se
trata, en cualquier caso, de materiales perecibles y consumibles por el fuego o la
despareja conducción calórica. Ryder (1966), como resultado de la experimentación
etnoarqueológica, concluyó que es imposible hervir alimentos empleando contenedores
hechos con pieles de animales y suspendidos directamente sobre el fuego. En ninguna
de las circunstancias probadas por el autor se alcanzaban temperaturas superiores a los
50ºC al fondo del contenedor de piel y cerca de 10ºC en la superficie del agua, mientras
que una temperatura más o menos homogénea de 40ºC no se alcanzó hasta pasada una
hora de experimentación. Después de tres horas de adición constante de combustible se
vio que se estaba perdiendo más agua de la que se hervía. El mismo tipo de resultados
culinarios ha proporcionado la experimentación de cocinar mediante la introducción en
los contenedores de piedras calentadas previamente al fuego. Si bien este
procedimiento se asume como el paso inmediato antes del uso directo de la cerámica
sobre el fuego, los resultados culinarios son del mismo tipo que las experimentaciones
conducidas por Ryder.
Si la ebullición de líquidos en un contenedor lítico, de yeso, de juncos, de
madera, etc, es muy dificultosa, es comprensible considerar que el proceso de cocción,
seguido antes de la aparición de la cerámica fue predominantemente el asado directo de
los alimentos sobre “parrillas” o el horneado, como se hace con los tubérculos en las
islas del Pacífico Sur. Tubérculos, raíces y carnes son, entonces, los alimentos más
adecuados para ser procesados siguiendo estos procedimientos. Verduras, granos y
crustáceos, o bien se comen crudos o se cocinan directamente al fuego (a la brasa) con
el peligro de perder la mayor parte de sus contenidos alimentarios por efectos de la
deshidratación. En cualquier caso, cocinar alimentos vegetales no es imposible, pero si
dificultoso y de poco éxito, si además no se considera que el margen dietético y la
diversidad gastronómica con esta tecnología culinaria son muy reducidos.

Cocinar con cerámica


A la hora de evaluar la innovación que supone el uso de la cerámica como un
instrumento para la manipulación y el procesamiento de los alimentos, debemos situar
la discusión en dos aspectos: uno de carácter técnico y otro de tipo dietético.
Muy especialmente a partir de los trabajos de Childe, la aparición de la cerámica
se ha presentado como un fenómeno innovador, como el invento, la aparición de un
nuevo instrumento cuya novedad recae en la transformación de una materia prima en un
instrumento: del barro a la cerámica. Hoy estamos en posición de relativizar esta
afirmación, o al menos de matizarla. De hecho, antes de la existencia de los
contenedores cerámicos hay una larga evidencia arqueológica de productos fruto de la
manipulación del barro que, en algunos casos, podemos llamar sin dudas como
productos cerámicos: figurinas modeladas y cocidas como las de Dolni Vestonice, entre
otros ejemplos. Es por ese motivo que, de la misma manera que se puede establecer
mejor la diferencia entre economías productoras y transformadoras de cereales
silvestres, cabe también la misma matización entre la existencia de productos cerámicos
y la aparición de contenedores cerámicos. Posiblemente, a la larga se deberá aceptar
que la verdadera “innovación” no recae en la transformación del barro en cerámica, sino
en la presencia generalizada de contenedores cerámicos para usos cotidianos.

4
La manipulación del barro era bien conocida en cada una de las zonas de aparición de
los contenedores cerámicos. La documentación arqueológica ha evidenciado la
presencia de figurinas de arcilla y de cerámica, así como otros elementos más de
carácter arquitectónico. Mallaart (1965) anotó la evidencia de figurinas de arcilla, la
presencia de ladrillos de arcilla y de suelos hechos de arcilla y yeso en las comunidades
acerámicas de Hacilar, de la misma manera que hogares, suelos, paredes, figurinas
cocidas y un gran número de piedras afectadas por el fuego son del todo comunes en las
primeras comunidades agrícolas acerámicas del Levante desde 10000BP (Bar-Yosef y
Belfer-Cohen 1989).
El caso más emblemático es el de la Venus de Dolni Vestonice (Moravia, Rca.
Checa), encontrada en 1924 en una de las zonas donde se han encontrado más objetos
cerámicos correspondientes al Paleolítico Final. Un total de 10000 fragmentos, junto
con los restos de dos posibles paredes de dos hogares empleados presumiblemente
como un horno, donde se encontraron 2300 fragmentos de figurinas de arcilla (Dolni
Vestonice I y II; Pavlov I y II; Petrkovice y Predmosti), con dataciones entre el 28000 y
el 24000 BP. Los primeros análisis llevados a cabo apuntaban que las figurinas eran
fruto de la mezcla de aserrín calcinado de huesos o de marfil junto con grasa de mamut,
una mezcla que no necesitaba ser cocinada. Los análisis hoy conducidos por Vandiver,
Soffer, Klima y Svoboda (1990) han mostrado que, si bien a vista macroscópica se
observa la presencia de inclusiones de huesos y otros elementos orgánicos, estos no
forman parte de la materia prima con la que fueron construidas las piezas. Las figurinas
fueron elaboradas con arcilla local convenientemente preparada, esculpidas mediante la
adición de pequeños fragmentos de arcilla y acabadas de pulir con la ayuda de
herramientas microlíticas. Posteriormente, fueron cocidas a temperaturas de unos 500-
800ºC. El estudio recalca el hecho de que, en cualquier caso, se trata de producción
cerámica, si por eso entendemos un control tecnológico de los materiales y del
procedimiento cerámico, aunque la técnica de manufactura no es nada resolutiva (99%
de las figurinas se rompían durante la manufactura o cocción), su presencia no se
explica por casualidades pirotécnicas.
Si para Moravia aceptamos la manipulación de la arcilla, hay otras evidencias
arqueológicas del Próximo Oriente que hacen considerar que el conocimiento
pirotécnico necesario para el advenimiento de la cerámica era bastante conocido antes
de su aparición. La transformación del yeso y de la cal en cal viva se presenta en el
registro arqueológico unos 4000 años antes de la presencia de las primeras cerámicas,
aun tratándose de una tecnología más sofisticada. La confección de cal necesita, entre
otras circunstancias, hornos cerrados a 900ºC funcionando a pleno rendimiento, durante
un promedio de tres días (Kingery, Vandiver y Prickett 1988). Es por este motivo que
podemos considerar que los elementos arquitectónicos (suelos y paredes), las esculturas
y las vaiselles blanches de cal y yeso del Próximo Oriente pertenecientes al Neolítico
acerámico forman parte de una “cultura” tecnológica altamente desarrollada y de más
entidad que la que presentará la cerámica durante sus inicios3.
Por este motivo, si la pirotecnología y la manipulación de la arcilla eran
conocidos antes de la aparición de los objetos cerámicos, cómo es que aparecieron y,
una vez presentes, cómo es que su uso se difundió en tan poco tiempo? Probablemente
la respuesta se encuentra precisamente en su propio uso, y no en la técnica que pudo
usarse para su confección. Respecto de cualquier otro receptáculo, la cerámica tiene la
idoneidad de contener “mejor” y sin dudas antes que ningún otro producto perecible
(incluso del yeso) proporciona una cocción idónea. Es en este sentido que podemos
3
Kingery, Vandiver y Prickett (1988) mencionan, asimismo, la presencia de yeso de cal hacia el 12000
BC como un elemento de sujeción para mangos de microlitos en Lagama North VIII.

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decir que la aparición de la cerámica no fue una innovación, sino posiblemente un paso
más dentro de la combinatoria de diferentes elementos. Es decir, la práctica de una
maleabilidad específica que resultó en la confección de contenedores, la aplicación
funcional que tuvieron y los óptimos resultados probablemente fueron las razones de su
éxito. La óptima funcionalidad culinaria de los objetos cerámicos es el carácter que los
diferencia del resto de los contenedores, y esta es una propiedad única de la arcilla
cocida.
En términos artesanales, la cualidad de la arcilla como un elemento constructivo
procede de dos particularidades físicas únicas: la maleabilidad, es decir, la capacidad de
ser transformada con la adición de agua; y la posibilidad de conservar la forma
adquirida a través de la aplicación de temperaturas superiores a los 600ºC. En términos
de funcionalidad, la cualidad de la cerámica surgida de la manipulación anterior es que
ni el agua ni el fuego pueden volver a alterar la forma y composición. El resultado es
un nuevo material cuya funcionalidad es medida por la porosidad, la permeabilidad y la
resistencia al choque térmico. La cerámica puede ubicarse dentro de fuentes calóricas
sin que el contenedor sufra ninguna alteración. Sin verse afectada, la porosidad
conduce el calor de un costado al otro de la pared y permite el calentamiento de los
alimentos contenidos. Así entonces, la contención de líquidos y su cocción es una de
las ventajas prioritarias de la cerámica respecto de cualquier otro objeto manufacturado.
Ya hemos visto antes que la cocción de alimentos puede realizarse sin la ayuda
de vasijas cerámicas. Pero su uso proporciona un incremento del repertorio de
productos susceptibles de ser consumidos, especialmente en cuanto a los alimentos
vegetales, y se amplía así el espectro dietético y nutricional. Los cambios en la eficacia
de la preparación de las comidas, como consecuencia del uso de contenedores
cerámicos, incluso pueden haber predispuesto a ciertas poblaciones humanas hacia una
intensificación en el consumo de este tipo de alimentos y hacia su progresivo cultivo.
La posibilidad de cocinar los alimentos a 100ºC durante un tiempo conveniente
va a hacer posible convertir en comestibles muchos de los granos, leguminosas,
tubérculos y frutas silvestres a los que tenía acceso, ya que un gran número de estos
productos son, en grados diferentes, tóxicos para el consumo humano. Las plantas,
como cualquier otro ser viviente, presenta diferentes tipos de defensas ante los
predadores. La mayoría de las plantas se protegen mediante substancias químicas, las
cuales producen una respuesta tóxica en los organismos que las ingieren4. Para
neutralizar estas toxinas, es decir, convertir estos alimentos en productos comestibles,
en términos de gusto y nutricionalidad, deben hervirse a una temperatura de alrededor
de 100ºC aproximadamente de 20 a 60 minutos5. Cocinar los alimentos produce un
cambio químico en su composición que permite que sean más fácilmente digeribles por
el cuerpo humano y, al mismo tiempo, produce un gusto más agradable al paladar
humano (Liener et.al 1980). Por otro lado, no solamente la cocción facilitó la
preservación de los alimentos, sino que también permitió eliminar aquellas toxinas en
forma de hongos que aparecían a causa de los deficientes sellados de los productos

4
La neutralización de las toxinas vegetales puede producirse también por mecanismos biológicos. Bien
conocido es el caso de la adaptación cultural-genética a la digestibilidad de la leche o del gluten, una
habilidad nutricional que no presentan todas las comunidades humanas por razones precisamente de
hábitos alimentarios.
5
El libro editado por Liener (1980) proporciona un exhaustivo estudio de la toxicidad de los alimentos
mencionados, así como de las enfermedades ocasionables si se consumiesen sin un procesamiento
calórico apropiado. El repertorio de enfermedades mencionadas incluye desde la simple imposibilidad de
absorción del producto por el cuerpo (diarrea y vómitos) hasta la parálisis muscular y respiratoria,
lesiones neurológicas o, ocasionalmente, la muerte. Un resumen en forma de cuadro es presentado por
Arnold (1985: 129-134).

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almacenados (p.e. Fusarium sp. entre los cereales). El último elemento para valorar la
importancia de los contenedores cerámicos para el procesamiento alimentario, dentro de
las primeras etapas de cultivo de vegetales, viene del mismo registro arqueológico.
Parece constatarse una correlación entre la presencia de objetos cerámicos y el
incremento progresivo de plantas cuya toxicidad disminuye sustancialmente gracias al
hervor: cebada, trigo, sorgo, arvejas, habas, lentejas, arroz, papas, etc. En este sentido,
parecería darse el hecho de que la potencialización de la digestibilidad y la nutritividad
vegetales ayudó a incrementar la supervivencia de economías que cada vez dependían
más de la agricultura, o lo que sería más apropiado decir, facilitó que estas economías
pudiesen depender más adecuadamente de los productos agrícolas. El caso más
paradigmático es el de América central y el impulso del maíz con la introducción de la
cerámica.
No solo en términos alimentarios la posibilidad de cocinar alimentos presenta
ventajas, sino también dentro del campo de la medicina y la salud: la infusión de plantas
y la preparación de brebajes. También se ha señalado que el hervor de los alimentos
proporcionó una novedad frente a dietas anteriores: la provisión de alimentos “blandos”,
lo cual permitió alimentar mejor a los niños, incluso antes del destete (Sillent y Smith
1984), así como a personas mayores (Reid 1984), lo que provocó, a efectos del
incremento poblacional, un aumento sustancial de las expectativas de vida6. La
presencia de alimentos “blandos” ha sido percibida también en los estudios de
microtrazas de uso existentes en las denticiones humanas: la ausencia de marcas
extremadamente fuertes han sido interpretadas como la constatación de nuevos hábitos
alimentarios, o al menos de procesado de alimentos, hacia el 8300-7000 BP (Molleson
et al 1993).
En definitiva, y en términos de cultura culinaria, la aparición de vajillas
cerámicas procuró de forma más efectiva, hasta en aquellos momentos, que se
combinasen diversos alimentos y se ampliasen las cualidades dietéticas, sabrosas y
nutricionales, pero, al mismo tiempo, incrementó el espectro de alimentos consumibles
y procuró las primeras inclusiones de brebajes e infusiones medicinales, procurando
mejoras en la alimentación y en la salud (expectativas de vida) para sectores
importantes de la población, como el infantil.
Estos son aspectos importantes a tener en cuenta a la hora de estudiar la
cerámica arqueológica. Sin dudas la cerámica como objeto de uso cotidiano procuró un
gran número de ventajas para la población humana en términos de alimentación. Una
pequeña aproximación a esta circunstancia, en lo que hace al caso del advenimiento del
Neolítico, nos ayudará a entender esta relación entre contenedores cerámicos y
procesamiento de alimentos.

Sociedades neolíticas y objetos cerámicos


Posiblemente, la aparición de la cerámica tenga mucho que ver más con temas
culinarios que con productos agrícolas, como se ha podido ver hasta ahora. De hecho,
los enlaces entre cerámica y sedentarismo, economías productoras y excedentarias con
productos para almacenar, no son del todo claros si se observa en detalle el registro
arqueológico en todo el mundo. El caso más emblemático lo proporciona precisamente
la datación más antigua que hoy tenemos para la aparición de los objetos cerámicos. La
cueva Fukui, correspondiente a la cultura Jomon del Japón, ha proporcionado cerámicas
con una antigüedad de 12700+500 BP y 12400+350 BP (Akazawa 1986). Dentro del

6
Sería, entonces, interesante también tener en cuenta esta variable de los efectos del procesamiento de
alimentos sobre la salud y las esperanzas de vida a la hora de hacer las lecturas arqueológicas sobre el
mentado incremento de la población durante la “revolución neolítica”.

7
Jomon inicial, otras dataciones confirman esta cronología antigua, al mismo tiempo que
definen uno de los caracteres más remarcables de la cultura Jomon a lo largo de sus diez
mil años: cerámica de uso culinario para una economía fuertemente arraigada en la caza
de pequeños mamíferos y aves, y la recolección de un amplio espectro de alimentos,
entre los cuales destacan los marítimos, principalmente crustáceos, y los frutos secos.
Para Aikens (1995) es indiscutible la relación que hay entre la aparición de la cerámica
como un instrumento utilitario para el procesamiento de alimentos, y el incremento de
la explotación de crustáceos que se da a lo largo de todo el período Jomon; pero en
ningún caso se puede relacionar con la aparición de los cultivos arroceros no adoptados
plenamente hasta el 300BC (Akazawa 1986). Frente a la evidencia arqueológica que
proporciona el archipiélago japonés, Aikens no duda en afirmar la antigüedad en el
conocimiento de las propiedades físicas de la cerámica, y de hecho la novedad radicó en
la necesidad social y medioambiental que se creó para cocinar y almacenar alimentos.
La aparición de la cerámica en el ámbito nordafricano es también anterior a su
aparición en el Próximo Oriente. Tanto en la zona sud-sahariana como en el valle
central del Nilo, las dataciones radiocarbónicas se sitúan alrededor del décimo milenio.
De la misma manera que en Japón el registro arqueológico sugiere que la cerámica fue
usada en primer lugar por grupos seminómadas de cazadores-recolectores, los cuales ya
empleaban antes de la aparición de la cerámica molinos de mano para mucha de las
frutas y gramíneas como el sorgo o legumináceas (Close 1995).
En los dos casos anteriores, el binomio “adopción de economías productoras-
sedentarias” no es un precedente imprescindible para la aparición de la cerámica. En
cambio, los primeros objetos cerámicos del sud-oeste asiático parece que se sitúan en
ámbitos de agricultura incipiente (los tradicionales neolíticos precerámicos precedidos
por el incremento progresivo de cereales domesticados frente a los silvestres), pero
dentro de comunidades con una larga tradición en conocimiento y manipulación de
barro cocido y cal (figurinas, ornamentos, vaiselles blanches, elementos arquitectónicos
y hasta recipientes de barro). El desarrollo de la cerámica en la zona del Próximo
Oriente tuvo lugar dentro de un incipiente tipo de vida agrícola, cuyo carácter agrícola
no queda muy claro. Por esta razón hemos de proveernos de un cuidado registro
paleoecológico, paralelo al de la aparición de la cerámica, que nos permita abordar la
importancia de estos artefactos en relación al procesamiento de cereales silvestres y
domesticados. En todo caso, para toda esta área hay ciertos elementos homogéneos que
se deben considerar. En primer lugar, todas las evidencias arqueológicas apuntan a una
aparición sincrónica de la cerámica alrededor del 8000BP. Los yacimientos más
antiguos son los de la zona de las montañas Zagros (Çatal Hüyük, Çayönü y Gritille).
En todos los casos, se trata de vasijas de pequeñas y medianas dimensiones, de
manufactura pobre, mal cocidas, predominantemente sin decorar y en muchos casos con
marcas de hollín en las paredes. Todo el advenimiento de las vasijas cerámicas va
marcado por la transición del llamado Neolítico incipiente al Neolítico final. Un cambio
que presenta diversos aspectos: en términos socioeconómicos supone la transición de
economías de amplio espectro con cultivos incipientes en procesos de domesticación a
comunidades plenamente dedicadas a la producción agrícola y ganadera; un cambio que
en términos de repertorio de artefactos supone, por ejemplo, la sustitución de las
vaiselles blanches por cerámicas para el almacenamiento de productos, y, finalmente,
un cambio que también parece que comporta modificaciones en el procesamiento
culinario, como es el caso del yacimiento de Abu Hureyra (Moore 1995).
Las primeras dataciones del continente americano se sitúan hacia el 6980+80 BP
en el yacimiento de Taperinha (Brasil), mientras que en el área nor-colombiana los
primeros hallazgos cerámicos corresponden al 6000 BP. En ambos casos, se trata

8
también de poblaciones semisedentarias dedicadas a la recolección y sin indicios de
actividades agrarias. Contrariamente, en Mesoamérica las primeras vasijas son más
recientes: 3500 BP y 4500 BP, respectivamente (Hoopes 1994), y dentro de lo que
algunos investigadores denominan “invención independiente”. Como el registro
arqueológico no muestra la presencia de ejemplares exógenos o similares, se considera
que la adopción de la cerámica fue el resultado de la transferencia de un conocimiento
técnico más que de los artefactos. En este sentido, la razón de la adopción recae en la
facilidad proporcionada por la vasija para el procesamiento de los nuevos cultivos
(maíz) que se estaban desarrollando en el área (Crown y Wills 1995, Sassaman 1995,
Hoopes 1995).
Los orígenes de las vasijas cerámicas presentan una gran variedad de
circunstancias, razón por la cual generalizar una razón universal es muy difícil y, hasta
cierto punto, erróneo. El registro presentado aquí muestra una especial relación entre la
presencia de vasijas y un incipiente y progresivo procesamiento y consumo de
productos vegetales, específicamente gramíneas y legumbres. La progresiva tendencia
hacia un mejor consumo y producción de productos agrícolas parece una situación
favorecida por las posibilidades de cocinar de las vasijas cerámicas. Economías de
amplio espectro, más o menos transicional, son el contexto donde los contenedores
tuvieron sus primeros éxitos, mientras que las ventajas proporcionadas por éstos para las
respectivas culturas gastronómicas podría entenderse como la base predispositiva para
la aceleración del uso de plantas en proceso de domesticación.
Observar la intensidad en la relación entre vasijas cerámicas y alimentación no
solamente puede resultar interesante para investigar las sociedades neolíticas, sino para
comprender el rol de estos artefactos a lo largo de la prehistoria. Sin negar otras
funcionalidades más de carácter sociopolítico, la vasija cerámica es un instrumento cuya
función potencial es procesar y/o contener materias primas o transformadas. Y es en
este primer grado de posibles usos sociales del artefacto donde es interesante ubicar en
primer lugar el estudio arqueológico.

Arqueología de una vasija cerámica


Ubicada la cerámica dentro del mundo de los alimentos, sería interesante
mencionar cuáles son los mecanismos que nos permiten hacer esta misma relación en
arqueología. He mencionado con anterioridad que no siempre ha sido ésta una de las
investigaciones abordadas por la disciplina, pero dar un giro de este tipo a la
investigación no necesariamente pasa por hacer un uso especulativo de la etnografía.
Las mismas herramientas analíticas de la arqueología nos pueden encaminar. Antes de
empezar una investigación en este sentido, hay ciertas premisas que puedo comentar.
En primer lugar, las cerámicas confeccionadas son un reflejo material de la elección de
las formas, las medidas, las técnicas de manufactura y la cocción a disposición del/de la
ceramista. En segundo lugar, esta elección artesanal viene marcada por los intereses
cotidianos de una comunidad humana hacia las vasijas cerámicas, es decir, la eficacia y
la efectividad de la funcionalidad de las vasijas, por ejemplo, para el procesamiento, la
cocción y el almacenaje de alimentos. Y, finalmente, esta elección viene marcada por la
selección de materias primas que los/las ceramistas hacen entre las más próximas al
yacimiento y que, si es posible, modifican según su conveniencia.
Bajo estas premisas, es posible considerar la existencia de ciertos “marcadores”
arqueológicos que anotan el contacto entre las cerámicas y sus usos alimentarios: de un
lado, la morfología y la medida de las vasijas; del otro, la determinación de usos
potenciales según las características de las pastas arcillosas, y, finalmente, indicadores

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observables o detectables del uso real que se hizo de las vasijas, es decir, trazas físicas
de uso, hollines de cocción y análisis de residuos orgánicos.
La relación más recurrente que aparece en la bibliografía arqueológica es que
hay entre la forma y la función. El primer paso ha empleado el nombre de formas
cerámicas familiares actuales para denominar vasijas prehistóricas, o bien denominarlas
por la función que se les asigna ya que se parecen a las escudillas que actualmente
utilizamos. Este uso de la analogía para designar vasijas ha llevado inconcientemente a
asumir funcionalidades de las cerámicas sin argumentos contrastables. Vale decir,
también, que a veces estas denominaciones han dado lugar también a confusiones por el
hecho de asignar a formas similares términos diferentes (a veces hablamos de ánforas,
otras de grandes jarras, de grandes urnas), e inconscientemente asumimos también
funcionalidades particularizadas. Por este motivo la importancia de la relación forma-
función no es el resultado de una sola variable, por ejemplo forma globular, sino
también de su medida, por ejemplo el alto. De esta manera el cuenco y la olla pueden
ser diferenciados. Ahora bien, la definición de una forma se establece más
cuidadosamente cuando las medidas están relacionadas, es decir, a partir de índices de
relación, por ejemplo entre alturas y diámetros. Mediante estos índices podemos
delimitar dimensionalmente platos, vasos, cuencos, jarras, tinajas… (Gardin 1976, Rice
1987, Shepard 1965, Henrickson 1990, entre otros muchos ejemplos). La realización de
esta denominación formal parte de la base que ciertas formas se adaptan
irremediablemente al uso que se le hace: la presencia de picos, asas, aberturas amplias o
cerradas denotan, por ejemplo, el procedimiento con que los líquidos son volcados,
guardados o revueltos (Henrickson y McDonald 1983).
Si queremos hacer un estudio sobre la función de las vasijas cerámicas como
contenedores, deberemos abordar el estudio morfométrico de las vasijas desde la
tridimensionalidad. Dentro del campo de las medidas se deberá tomar una tercera
variable: el volumen; la única que, al final y en última instancia, hace eco de la cerámica
como un instrumento para la contención de alimentos. Es posible, así, hablar también
de capacidades y poder inferir el número de comensales o de almacenamiento de largo o
corto término, por ejemplo. La realización de un estudio volumétrico de las cerámicas
algáricas del yacimiento Gatas (Turre, Almería) ha facilitado la determinación de tres
áreas con actividades diferenciadas. La estipulación de las capacidades de las vasijas
del yacimiento, ha permitido observar la presencia de cinco grupos volumétricos: 0.461,
2.261, 8.381, 35.641 y 53.341. La contextualización de estas agrupaciones, dentro de
las estructuras habitacionales del yacimiento ha permitido al fin inferir la existencia de
espacios de actividades diferenciadas en razón de pautas de asociación de ciertas vasijas
que presentan normativizada su capacidad. En primer lugar, tendríamos un espacio
denominado “área de consumo de alimentos” definido por la presencia mayoritaria de
vajillas domésticas de pequeña capacidad, nunca superior a los 5 litros. En el
yacimiento se constituirían áreas donde la actividad más importante es el consumo y/o
la distribución de productos alimentarios o materias primas. En segundo lugar, se han
definido “áreas de procesamiento alimentario” destinadas probablemente al
procesamiento y almacenamiento de provisiones, con funciones de despensa y
consumo. Son estancias donde la frecuencia relativa más importante corresponde a
capacidades medianas, sobre todo alrededor de los 8 litros. Finalmente, se denominó
“área de almacenamiento especializado” a una de las casas presentes en el yacimiento
que presentaba únicamente recipientes de gran capacidad: una mediana volumétrica de
48 litros, y el caso excepcional de 105,1 litros (Colomer 1995).
La creación de tipos morfométricos y volumétricos para un yacimiento
arqueológico no solo sirve para mejorar la nomenclatura con la que se denominan las

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vasijas, sino para poder comprender la existencia, si es posible, del grado de
estandarización de las vasijas dentro del repertorio cerámico de una comunidad
prehistórica. El grado de estandarización es un elemento importante a la hora de
realizar el enlace de que hablábamos antes entre forma y función, ya que nos muestra el
grado en que una comunidad ha especializado las formas en relación con su uso. El
estudio de Henrickson y McDonald (1983) menciona que existe cierta universalización
de las formas y las medidas de las cerámicas con relación a su función. Por ejemplo, las
escudillas empleadas para la distribución individual o familiar de alimentos cocinados
acostumbran a ser cuencos abiertos de base plana, normalmente decorados, y con
dimensiones de unos 6/8 cm de altura y 10/23 cm de diámetro. El estudio de estos
autores explicita la existencia de ciertos parámetros métricos y formales de relevancia a
la hora de definir usos potenciales de las vajillas, como son las alturas, los diámetros
máximos, el índice de diámetro máximo/altura y el carácter de la obertura de la boca de
la vasija, y proponen las estandarizaciones métrico-formales formuladas para ellas como
una receta para determinar usos potenciales de las vasijas arqueológicas.
Sin embargo, no es solo la forma y el volumen de las piezas las que determinan
la idoneidad de las vasijas para cada tipo de uso. El diseño de una vasija que va a ser
empleada para una función concreta comienza, en la mayoría de los casos, con la
elección y/o manipulación de las materias primas. La relación entre la función de las
vasijas y sus propiedades físicas puede ser analizada a partir de la observación de cuatro
aspectos básicos: resistencia a la presión mecánica, propiedades térmicas,
permeabilidad/porosidad, y tratamiento y acabado de las superficies de las vasijas.
Entre estas cualidades se debe considerar, como las más importantes para las vasijas
relacionadas con las actividades culinarias, la resistencia al choque térmico y la
permeabilidad y la porosidad. Por permeabilidad se entiende la capacidad de
penetración de líquidos de un costado a otro de la pared de la vasija, mientras que la
porosidad hace referencia a la presencia de poros que permiten la circulación de
líquidos por la pared sin traspasarla. La relación que hay entre estas dos circunstancias
es importante a la hora de valorar la funcionalidad de las vasijas: paredes altamente
permeables harán perder líquido en ebullición, mientras que una buena circulación
calórica a lo largo de las porosidades de la pared externa facilitarán el calentamiento de
los productos al interior, al mismo tiempo que reducirán la presión térmica a que está
sujeta la vasija a lo largo de su “vida” utilitaria.
El caso etnográfico presentado por María B. Annis (1984) sobre los frascos de
agua de Oristano (Cerdeña) es un buen ejemplo de la importancia de las materias primas
en relación a la funcionalidad de la cerámica. Por razones hidrográficas, las duras aguas
de Oristano necesitaban ser “endulzadas”, es decir, debían hacerlas más digeribles para
el consumo humano. Esta función la proveían apropiadamente las jarras cerámicas
hechas en la misma población de Oristano: la calidad de las arcillas blancas sin barnizar
permitían, por evaporación, un traspaso iónico de las paredes de la cerámica que
liberaba de sales duras el agua que restaba, haciéndola más gustosa y fresca al paladar,
una cualidad bien reconocida para todo cántaro de agua. La desaparición de los
artesanos de Oristano hizo necesario comprar vasijas en otras poblaciones de la isla,
concretamente en Assemini, 120km al sur. Se encargaron copias de las formas propias
de Oristano (para mantener la tradición), mientras que, a causa de tradiciones de
manufactura distintas para cada región de la isla, los barros y los acabados empleados
ahora eran bien diferentes: barros rojos libres de desgrasantes que las hiciesen porosas y
la aplicación de una capa de barniz externo que las hacía impermeables. Actualmente
los nuevos frascos no pierden agua ni las piezas presentan el particular musgo blanco en
la pared exterior por efecto de la deposición de las sales, propio de las anteriores vasijas,

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pero eso supone también que no se produce adecuada “purificación” del agua. Las
vasijas presentan ahora y antes la misma forma: arqueológicamente no podríamos decir
que ha habido un cambio sustancial en ese sentido. Pero las cerámicas perdieron su
valor de uso dentro de la comunidad de Oristano; no servían con eficacia para la misma
finalidad. De hecho, la aceptación popular de las vasijas venidas de Assemini no se
produjo hasta que llegó a Orista el agua potable y “el endulzamiento” ya no fue
necesario.
Los análisis morfométricos y de composición de las pastas para la determinación
de las funcionalidades de las vasijas cerámicas prehistóricas basan sus conclusiones en
la inferencia, es decir, en el hecho de que ciertas características físicas de las cerámicas
responden óptimamente a ciertas funciones de las vasijas. Si bien esta expectativa no es
errónea, actualmente se están llevando a término investigaciones relacionadas son solo
con la potencialidad de la función, sino directamente con el uso que tuvieron las vasijas
prehistóricas. Como sucedió en su momento con las herramientas líticas, la
investigación arqueológica ha explorado el campo de la alteración sufrida por las vasijas
a causa de su uso. La determinación de los usos reales de las cerámicas se está llevando
a cabo con la “lectura”, por un lado, de las trazas físicas dejadas por las acciones que
rodearon el uso de las cerámicas en su momento, y por otro, de los análisis de los
residuos orgánicos de los alimentos contenidos que aun perviven.
La investigación de los usos y las funciones de las cerámicas prehistóricas se
hace a través de la determinación de los contenidos que permanecen en las vasijas, es
decir, el análisis de los residuos orgánicos presentes en los fragmentos arqueológicos.
Desde el momento en que las cerámicas fueron empleadas para la contención de
productos o su procesamiento, restos de estos alimentos pueden estar presentes, ya sea
en forma de restos carbonizados o bien en forma de residuos orgánicos microquímicos
absorbidos por las paredes de las vasijas (Heron y Evershed 1993). La determinación
de estos elementos es posible gracias a la bioquímica, y su resultado aporta información
no solamente de los organismos orgánicos producto del procesamiento o
almacenamiento de alimentos, sino que también nos informa del tipo de tratamientos
artesanales efectuados a las paredes de la cerámica durante su manufactura para sellar
permeabilidad (por ejemplo: aceites, leches, mieles, ceras, resinas, etc,) (Heron y
Pollard 1988).
Cackette et al. (1987) desarrollaron el análisis y la detección de grados
diferenciados de concentración de fósforos en las tierras internas y externas de las
vasijas, concentraciones que debían responder a la presencia de residuos orgánicos, pero
sin especificar el carácter. Si la muestra para analizar está formada por restos orgánicos
carbonizados, un análisis de isótopos estables pueden determinar cuidadosamente solo
el tipo de alimento vegetal presente en la vasija (Oudemans y Boon 1991). En todo
caso, se trata de muestras de residuos orgánicos de carácter amorfo, y por lo tanto, en
número susceptible de ser analizado depende en gran medida del grado de conservación
que proporciona el yacimiento. Ahora bien, el afinamiento de los procedimientos
analíticos ha permitido ampliar los tipos de muestra a residuos orgánicos moleculares
presentes en las cerámicas, haciendo que cualquier fragmento cerámico sea susceptible
de ser analizado. Los análisis más cuidadosos los han proporcionado las técnicas
cromatográficas: la cromatomatografía de gas (GC) y la cromatografía de
gas/espectrometría de masas (GC/MS). Durante el uso de la cerámica, los componentes
bioquímicos proteínicos, lípidos y carbonatos de los alimentos fueron absorbidos por las
paredes de la vasija permaneciendo en sus porosidades. Los ácidos grasos son los
únicos que perduran sin alterarse con el paso del tiempo, con la particularidad de que

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cada combinación de ácidos grasos que se extrae es particular de una especie de planta o
animal (Patrick et al 1985, Evershed et al 1990; Skibo 1992, Evershed et al 1994)7.
Aunque el análisis de las moléculas bioquímicas aporta una información
apreciable sobre el carácter de los residuos orgánicos, su diagnóstico en términos de
cultura culinaria es limitado o, al menos, se deben saber apreciar los límites de la
información. Por un lado, permite determinar la presencia de alimentos, pero sobre todo
de los últimos residuos orgánicos absorbidos. Por tanto, no se puede precisar si las
cerámicas fueron empleadas para diversos usos o fueron contenedores de un variado
número de productos alimentarios. Por otro lado, tampoco se puede precisar el tipo de
“menú prehistórico”, es decir, el número exacto de ingredientes ni el procedimiento de
mezcla existente para cada procesamiento alimentario. Aun así, vale decir a su favor
que este no es tampoco el propósito del análisis de residuos orgánicos. No pretenden
hacer más reconstrucciones dietéticas que las que pueden aportar la paleoecología o la
paleoantropología. Ahora bien, su aplicación dentro de los estudios que hacen
referencia a la funcionalidad de las vasijas cerámicas es muy importante, ya que permite
discriminar entre funcionalidades potenciales y usos reales, y consideradas junto a otros
elementos informativos procedentes de la investigación arqueológica, este tipo de
análisis pueden ayudarnos a definir mejor el ámbito de actuación de la cerámica como
un artefacto social.

Conclusiones
Investigaciones referentes a la cerámica prehistórica y el procesamiento de
alimentos son producto de un interés cada vez más generalizado hacia la dieta
alimentaria en el pasado. De a poco se ha ido armando un conocimiento completo de lo
que es el procesamiento alimentario y su importancia para las sociedades humanas. Una
larga cadena productiva que incluye diversos pasos: acceso a los recursos, explotación y
modificación de los recursos naturales (tierra, ganado y agua); organización social de
esta explotación que incluye el control de la producción y de la distribución de sus
productos o alimentos sin procesar; organización social del procesamiento de los
alimentos (control, procesamiento y distribución), y finalmente, elaboración y
mantenimiento de las herramientas de equipamiento agrícola, ganadero y doméstico
necesarios para llevar a término las tareas mencionadas anteriormente.
Dentro de la arqueología ha habido una tendencia a enfatizar los primeros de
estos aspectos, los más ligados a lo que tradicionalmente se ha llamado “productividad”,
en la medida que parece que tenemos a disposición todo de parámetros “medibles” de
incremento o abatimiento socioeconómicos, para abarcar así la evolución de las
sociedades o el devenir de la historia. Por este motivo (y otros más), ha habido un
interés especial en la manipulación y manejo de los recursos naturales alimentarios,
mientras que se ha obviado la manipulación y manejo del procesamiento de estos
recursos para convertirlos en alimentos. Cuando, en definitiva, son caras de una misma
moneda.
La razón de este artículo no es tanto comprender el porqué de este mutismo (ha
sido, y es aun, tarea de otros escritos), sino presentar la importancia de una de las
artefactualidades dentro del funcionamiento de esta cadena alimentaria, es decir, remitir

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Las cualidades de indisolubilidad en el agua de los lípidos han hecho que pudiesen ser recuperados y
analizados, mientras que se espera que el carácter polar de los componentes proteínicos y de los
carbohidratos los hiciese más susceptibles a ser degradados a lo largo del tiempo o afectados por
contaminaciones posdepositacionales. Aun así, recientemente parece que se está abriendo un nuevo
campo para el análisis de componentes proteínicos procedentes de colágeno animal, presente en forma de
gelatina (Evershed y Tuross 1996).

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los estudios de cerámica sobre las vasijas domésticas a sus usos originarios. Estudios
para determinar funcionalidades potenciales y usos reales de las cerámicas nos
ayudarán. Y los primeros resultados comienzan a destacar, como hemos visto
anteriormente, con el ejemplo de la relación de la cerámica con la agricultura: el enlace
real entre estos dos aspectos de la producción humana es visto mucho más reforzado si
situamos en el centro el rol del contenedor cerámico y el procesamiento alimentario en
términos dietético-gastronómicos. Dilucidar el detalle de la aparición, es decir, si fue
primero la cerámica o la agricultura, posiblemente seguirá siendo una discusión sin fin,
o será circunstancial de cada caso regional. Pero eso no impide que la introducción del
elemento mejora del procedimiento alimentario con la cerámica dé un giro apropiado al
tema, ya que la resitua, al mismo tiempo que ubica la discusión en otro ámbito de
investigación y la dimensiona.
Profundizar en producciones alimentarias hoy es posible desde la cerámica.
Instrumentos analíticos como las caracterizaciones físicas de las pastas cerámicas para
dibujar funcionalidades potenciales, la delimitación de las mismas cerámicas mediante
la evaluación potencial de las capacidades de los contenedores, y finalmente la
determinación de los contenidos orgánicos de estos contenedores son ya caminos
abiertos dentro de la investigación arqueológica.

Trad. Dra. María José Ots

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