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Ya se es criatura despojada,
ángel triste y vacío, helada estrella,
vagando por el dédalo sonoro
de una desconocida sangre, por la patria
extrañada de unos ojos,
después de haber pisado un umbral de centellas.
Y no sé si Dios manda
esta dulce visita tenebrosa,
este veneno altísimo y terrible,
o si se escucha el canto de un demonio
detrás de esta nostalgia,
de este volver de nuestra muerte propia.
Pero sé que es morir. De eso se muere,
de jubiloso atisbo fulminante,
de tremenda memoria recobrada.
Y aquel que haya caído
alguna vez desde su propio cuerpo,
como si despertando bruscamente
se despeñara de una torre sorda,
andará hasta la muerte como muerto.