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MARGARITA MICHELENA (mexicana, 1917-1998)

«La tristeza terrestre»

Vivo a veces mi muerte. Me recuerdo.


Adivino mi rostro y sé mi nombre.
Y la puerta se abre. Y yo penetro
en mi primera identidad y salgo
de la casa fugaz de mi esqueleto.

Qué difícil volver, con la memoria


de aquella viva muerte que se tuvo.
Qué mirarse a sí mismo,
ya ser desconocido e increíble,
después de ver las fuentes y los prados
de la morada quieta y misteriosa.

Ya se es criatura despojada,
ángel triste y vacío, helada estrella,
vagando por el dédalo sonoro
de una desconocida sangre, por la patria
extrañada de unos ojos,
después de haber pisado un umbral de centellas.

Y las manos, que brotan


como súbitos seres impensados.
Y esta ciudad equívoca del cuerpo
donde somos viajeros extraviados.
Y este volverse a ciegas
a la oculta potencia, al signo visto
que de terrible amor ha enamorado.

Todo ya en la comarca desolada


de los torpes sentidos,
cruzando por acequias estancadas,
por extraños países moribundos
de cabellos y piel, huesos y sangre,
hacia el nombre y el rostro ya sabidos.

Ya no se vive, no, como los otros,


con esta muerte de fulgor probada,
ni es nuestro ya el cadáver que devora
la muerte igual, la muerte que es de todos.

Y no sé si Dios manda
esta dulce visita tenebrosa,
este veneno altísimo y terrible,
o si se escucha el canto de un demonio
detrás de esta nostalgia,
de este volver de nuestra muerte propia.
Pero sé que es morir. De eso se muere,
de jubiloso atisbo fulminante,
de tremenda memoria recobrada.
Y aquel que haya caído
alguna vez desde su propio cuerpo,
como si despertando bruscamente
se despeñara de una torre sorda,
andará hasta la muerte como muerto.

La tristeza terrestre (México, 1954)

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