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América Latina:

Un concepto difuso y en constante revisión.


"La nomenclatura en las Américas ha reflejado muy a menudo, de manera simbólica,
algunas de las aspiraciones de los poderes europeos hacia el nuevo mundo".

–John Phelan, "El origen de la idea de Latinoamérica".

Como zona geográfica, el término “América Latina” se refiere hoy a todo el continente
americano al sur del Río Grande, incluyendo México, América Central, el Caribe y Suramérica. En principio, el
adjetivo ‘latina’ proviene de un legado imperial: designa las partes del nuevo mundo que fueron colonizadas por
naciones de la Europa latina como España, Francia y Portugal. [1] Sin embargo, hay zonas del Caribe, Centro y
Suramérica que fueron dominadas por Inglaterra u Holanda. Del mismo modo, hay partes de Norteamérica en
Canadá y Estados Unidos que sí fueron colonizadas por Francia y España pero no se consideran
latinoamericanas. Además, las poblaciones indígenas, que son muy numerosas en algunos países como
Guatemala, Bolivia, Ecuador, México y Perú, difícilmente pueden considerarse ‘latinas’, y quedan típicamente
excluidas del nombre dado a la región en donde viven. Tampoco es enteramente apropiado el nombre de
‘latinos’ para la considerable presencia de descendientes de africanos y asiáticos en el continente, quienes
tienen una importante influencia cultural. Así que cabe preguntarse cómo y por qué existe esta difusa
denominación.

Para comenzar, es útil recordar que la clasificación geográfica mundial está íntimamente
conectada con una historia de invasiones, intereses económicos y tensiones de poder entre grupos humanos.
Una mirada desde fuera del planeta fácilmente podría percibir la tierra como una sola isla flotando sobre un solo
océano, cuestionando la división convencional del mundo en cinco (o siete) continentes. Así lo mostró el
matemático norteamericano Buckminster Fuller cuando desarrolló, entre 1921 y 1954, la ecuación geométrica
para hacer el primer plano del mundo sin distorsión de las masas terrestres: el mapa Dymaxion.

Mapa Dymaxion

Como anotó Fuller sobre su mapa, “Todos somos astronautas en una pequeña nave espacial llamada Tierra”. El
mapa Dymaxion también ayuda a dejar atrás la percepción desproporcionada que, basada en el plano de
navegación diseñado por Gerhardus Mercator (1569), creó la impresión de que las masas del norte (donde se
encuentran Europa y Norteamérica) eran mucho mayores que las del sur, una ilusión visual que predominó
durante cuatrocientos años y todavía se enseña en muchas escuelas de todo el mundo. [2]
Al ver este mapa parece difícil de creer que
Latinoamérica (desde México hasta la Patagonia) ocupa
9 millones de millas cuadradas, bastante más grande
que Canadá y Estados Unidos combinados, que tienen
7,4 millones de millas cuadradas. Algo similar podría
decirse de las proporciones entre África y Europa al
comparalas con el mapa de Fuller.
Proyección de Mercator (1569)
La proyección de Mercator refleja la historia moderna en varios sentidos. El mapa fue diseñado por un europeo
en el siglo XVI para fines de navegación, igual que el capitalismo se desarrolló en Europa por esa misma época
con base en el comercio y la colonización, y se extendió al resto del mundo. El hecho de que el diseño de un
europeo fuera el mapa generalizado para el planeta, es indicio de la hegemonía comercial y colonizadora de
varias naciones de ese continente. La percepción de Europa como centro de referencia es fácil de observar en
términos comunes como “el hemisferio occidental” (¿al occidente de dónde?), “el Medio Oriente” (¿al oriente de
dónde?), o el “Nuevo Mundo” (¿nuevo para quiénes?). En muchos niveles, el mundo ‘globalizado’ de hoy –así
como las ideas que tenemos sobre él–, fue también ‘diseñado’ por la dinámica expansiva del mercantilismo
europeo. La economía mundial se parece más al mapa de Mercator que al de Fuller. También la actual
distribución de la tierra en zonas geográficas corresponde a los nombres y divisiones que se generalizaron por
los proyectos imperiales de España, Francia e Inglaterra, y es resultado de la expansión europea desde el siglo
XV.

América es producto directo de esta expansión. No hay que olvidar que la expedición de Cristóbal
Colón tenía una motivación fundamentalmente mercantil. Y, como enfatizó el intelectual mexicano Edmundo
O’Gorman, el continente americano se inventó –no se descubrió– a partir de las crónicas europeas, que a
menudo proyectaron sus fantasías de exotismo sobre este territorio nuevo para ellos. Y desde el comienzo fue
el ‘Nuevo Mundo’ espacio de disputas entre naciones europeas en competencia por controlar la tierra, el
comercio y la población de este pedazo del mundo. Una breve historia de cómo se impuso el nombre mismo
para este continente es indicativa de dichas disputas, que nos permiten entender mejor las divisiones de hoy.

Como se sabe, el ‘descubrimiento’ de estas tierras fue accidental, e igualmente accidentado ha sido el
proceso de nombrarlas. Colón pensó que había llegado al continente asiático y durante varias décadas los textos
de la época se refirieron a este territorio como “Las Indias”. En España se mantuvo esta denominación,
modificada como “Las Indias Occidentales”, hasta el siglo XVIII. [3]

Pero la noticia sobre estas tierras llegó a otras partes de Europa a través de las cartas del navegante florentino
Américo Vespucci (Florencia, 1454 – Sevilla, 1512), quien participó en varios viajes de exploración por las costas
de lo que hoy conocemos como Sudamérica. Al regresar del último viaje, Vespucci escribió en 1504 una carta en
la que afirmaba que este territorio era "la cuarta parte del mundo", y añadía: "Yo he descubierto el continente
habitado por más multitud de pueblos y animales que nuestra Europa, Asia o la misma África". Esta carta se
difundió por Europa y, en 1506, el monje alemán Martín Waldseemüller incluyó la información en su libro de
geografía, proponiendo: "otra cuarta parte [del mundo] ha sido descubierta por Americo Vesputio . . . [y] no
veo razón para que no la llamemos América, como la tierra de Americus, por Américo, su inventor". El libro
incluía un mapa en el que apareció por primera vez el nombre del continente y, para 1507, ya se habían hecho
seis ediciones. Así fue como –sin hacer justicia a Cristóbal Colón, que murió ignorado en 1506– comenzó a
popularizarse en Europa el nombre de América, como una manera simbólica de cuestionar la exclusividad de
España sobre los nuevos territorios.

Mapa de Waldseemüller: “ab Americo Inventore ...quasi Americi terram sive Americam ”
De este modo, si bien España tuvo la mayor parte de la autoridad sobre las tierras recién invadidas,
no la tuvo para nombrarlas. Y el acto de nombrar es parte integral del proyecto de dominar. Poco después las
potencias europeas emergentes –primero Portugal y luego Inglaterra, Francia y Holanda– disputaron con el
reino español el derecho a poseer territorios del nuevo continente, que se convirtió en escenario de proyectos
comerciales e imperiales en conflicto. El Caribe, que era la puerta de entrada para casi todas las rutas de
navegación, se fragmentó en pedazos de cada uno de estos reinos. Los franceses e ingleses obtuvieron grandes
zonas en el norte, los portugueses en el sur. Y el resto, un gran territorio desde la Tierra del Fuego hasta
California y La Florida, fue parte del imperio español.

Tres siglos más tarde, el nombre de América adquirió una connotación emancipatoria. Tanto en los
territorios españoles como en las colonias inglesas del norte, los partidarios de la independencia defendieron un
espíritu americanista para oponerse a la Europa imperial. Después de independizarse en 1776, las colonias del
norte adoptaron el nombre de Estados Unidos de América. De manera similar, los nuevos gobernantes de las
colonias que se independizaron de España entre 1810 y 1830 hablaban de “las repúblicas americanas” para
referirse a los países hispanohablantes del continente. En 1815 Simón Bolívar (general de las fuerzas
revolucionarias en Sudamérica) describía así su sueño de unificar a las antiguas colonias españolas: “Yo deseo
más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo por su libertad y gloria” (27).
También en 1847 y 1864 se celebraron en Lima dos “Congresos americanos” para promover la unión entre las
nuevas naciones de habla española.

Sin embargo, una vez consolidadas las nuevas repúblicas, este doble americanismo se hizo cada vez
más conflictivo. Hoy, el nombre de América se disputa entre un país que lo adoptó como propio y el resto de los
países del continente, que han tenido que buscar nombres alternativos. En abril de 1987, el artista chileno
Alfredo Jaar presentó en el tablero electrónico de Times Square, NY, un mapa de Estados Unidos atravesado
con la frase: “This is not America”; la palabra América se expandía luego hasta llenar la pantalla y la “R” se
convertía en un mapa de todo el continente americano. Comenta Peter Winn que esta obra:

was an effort to shock U.S. citizens into realizing that ‘this country has co-opted for itself the name America and
even our everyday language forces us to picture only one dimension of America.’ Many North Americans forget
that we share ‘America’ with thirty-three other sovereign nations and their nearly half a billion people. What
makes the equation of ‘America’ with the United States particularly ironic is that the name first appeared on
sixteenth-century maps identified with South America, whose northeast coast had been explored by Amerigo
Vespucci. (3).

En efecto, la fundación de los Estados Unidos en 1776 creó una ambigüedad para el nombre, que desde
entonces podía referirse a un país o a todo el continente. La solución que encontraron los países angloparlantes
fue obvia: considerar que había dos Américas. [4] En español, muchos intelectuales y políticos prefirieron
hablar de “Los Estados Unidos de Norteamérica”, y continuaron utilizando el sentido original de la palabra
América para designar el continente completo.

La elección misma de su nombre es un indicio del proyecto expansivo de Estados Unidos y su “destino
manifiesto” de ser líder de todo el continente, lo que ha sido motivo de fricciones políticas hasta el día de hoy.
En 1823 el presidente James Monroe declaró con firmeza que ninguna nación americana debería ser objeto de
colonización por ninguna potencia europea, reafirmando el derecho a la independencia de todos los países.
Skidmore y Smith observan que la doctrina Monroe:

became better known for its challenge to an apparent design of the European Holy Alliance to help Spain
reconquer its former colonies. President Monroe firmly declared that ‘the American continents, by the free and
independent condition which they have assumed and maintained, are henceforth not to be considered as
subject for colonization by any European powers.’ Further scriptures warned the Europeans against using
indirect means to extend their political power in the New World. As later punt in a popular slogan, the basic
message was clear: ‘America for the Americans’ (399).
Al mismo tiempo, esta doctrina adjudicaba a los norteamericanos una autoridad moral y paternalista sobre los
demás. En el siglo XX esta autoridad se hizo efectiva para defender los intereses económicos y políticos de
Estados Unidos en contra de la soberanía de otros países del continente. El eslogan popular de la doctrina
Monroe, “América para los americanos”, adquirió entonces un sentido de ironía: ¿cuál de las Américas para
cuáles de los americanos? Era necesario entonces un nombre alternativo para la otra América. Ya en 1896, el
escritor y héroe de la independencia cubana José Martí preveía esta polémica cuando escogió la frase “Nuestra
América” como título para un ensayo suyo, ahora famosísimo, en el que defendía la necesidad de que los países
hispanoamericanos afirmaran su afinidad entre sí y su soberanía frente al Coloso del Norte.

Durante el siglo XIX, la conveniencia de un nombre alternativo que agrupara a las naciones
hispanohablantes independientes respondía también a otros factores. Por un lado, actuar en bloque podría
darles más influencia internacional y su común denominador histórico y lingüístico era obvio. Por otra parte, era
importante mantener una distancia ideológica y política de España, que ya no era una potencia en Europa.
Finalmente, tanto la élite hispanoamericana como la francesa tenían un creciente interés por enfatizar sus
conexiones culturales, políticas y comerciales.

El pensamiento francés propuso un modelo que se convirtió en la base del término “América Latina”. En
1836, el economista político Michel Chevalier publicó en París las crónicas de sus viajes por América, un
continente que, para él, reproducía las divisiones étnicas de Europa: “Las dos ramas, latina y germana, se
reproducen en el Nuevo Mundo. América del Sur es –como la Europa meridional–, católica y latina. La América
del Norte pertenece a una población protestante y anglosajona” (Ardao 161). Muchos intelectuales y políticos
tanto europeos como hispanoamericanos comenzaron a utilizar el adjetivo ‘latina’ para enfatizar las diferencias
de estos países con los Estados Unidos y sus afinidades con la cultura francesa. El colombiano José María Torres
Caicedo, por ejemplo, creó en París una “Liga Latinoamericana” en 1861, y poco después publicó su libro Unión
latinoamericana (1865). En esta y otras publicaciones, Torres Caicedo argumentaba que el adjetivo ‘latina’ era la
mejor “denominación científica” para la América de habla española, portuguesa y francesa. El autor colombiano
también denunciaba en su obra el carácter imperialista del “Destino manifiesto” que el presidente Buchanan
había articulado en 1857.

El gobierno francés, que se disputaba el dominio del mundo con Inglaterra –la otra gran potencia
europea–, estaba encantado con esta idea de la afinidad cultural entre las naciones “latinas” de Europa y de
América, lógicamente bajo el lideraje de Francia: “Solo ella puede prevenir que toda esta familia [latina] quede
sumergida en la doble inundación de germanos o anglosajones y de eslavos”, había dicho Chevalier (Phelan
465). Estos argumentos justificaban el mercado para los productos franceses en los países hispanoamericanos y
el acceso privilegiado de Francia a las materias primas del Nuevo Mundo. También en nombre de estas ideas se
estableció un gobierno francés en México entre 1861 y 1867. Por esos años se publicaba en París La Revue des
Races Latines (Revista de razas latinas), en la que se exaltaba la superioridad “espiritual” de las culturas latinas.
Algunas décadas después, el intelectual uruguayo José Enrique Rodó haría famosa esta idea en un influyente
libro, Ariel (1900), subrayando la importancia de defender la latinidad de los países hispanoamericanos contra el
materialismo de la cultura norteamericana.

Fue de esta manera que la expresión “América Latina”, concebida en París, comenzó a consagrarse en
contraste con la América anglosajona, en afinidad con Francia y distanciada de España. Durante el siglo XX, el
término adquirió cada vez más prestigio para oponerse al intervencionismo estadounidense y para designar el
destino geopolítico común de la región al sur del Río Grande (Canadá tuvo un destino muy diferente). En 1948
el término se utilizó por primera vez para designar un organismo internacional: La Comisión Económica para
América Latina (CEPAL) de las Naciones Unidas. La CEPAL se fundó para estudiar y mejorar las condiciones
económicas de los países americanos que tenían un desarrollo capitalista inferior al de los países del norte.
También en esos años, cuando se dinamizaron los estudios de área en las universidades norteamericanas
después de la Segunda Guerra Mundial, el término “Latin American Studies” se convirtió en el preferido para
designar los países del continente al sur de los Estados Unidos, incluyendo al Caribe angloparlante.

El nombre de América Latina fue creado, pues, por una historia de invasiones, imposiciones y oposiciones.
Igualmente, las regiones que ese nombre designa tienen una historia de lucha por autodefinirse, ya que su
pasado, presente y futuro han estado determinados por una mentalidad foránea, básicamente de origen
europeo y, en el último siglo, norteamericano. Así lo formula Philip Swanson:

The development of Latin American identity subsequently involved an internalization of a fundamentally foreign
sense of self that in many ways persists to the present day. Even the political independence was the result of
the drive of Latin American-born elites who nonetheless prided themselves on the purity of their European
inheritance. Paradoxically, post-independence ‘progress’ was also fuelled by European or, increasingly, North
American values and practices, leading to, for example, the overwhelming economic influence of Britain in the
nineteenth century and the USA in the twentieth century. (1) [5]

Y es esta historia común de colonialismo y dependencia lo que realmente permite agrupar a tantos países y
culturas diferentes bajo el rótulo de “América Latina”. En la arena internacional, la región ha estado condenada
a un destino común subalterno. En la arena doméstica, en todos los países latinoamericanos hay una inmensa
brecha entre un pequeño grupo privilegiado y una mayoría que vive en condiciones económicas muy difíciles.
Hoy, es la región del mundo donde existe la mayor disparidad entre ricos y pobres.

América Latina no es una unidad cultural sino una categoría geopolítica: el grupo de países americanos que
tienen menos poder internacional por sus condiciones económicas o su historia de dependencia. Estudiarlos
como una sola región puede obliterar las profundas diferencias que existen entre tantos países y grupos étnicos.
También puede hacer olvidar la desigualdad de condiciones y poder que existe, por ejemplo, entre Brasil o
Chile, que tienen economías bastante fuertes, y Haití o Nicaragua, cuyos ingresos per cápita están entre los más
bajos del mundo. [6] Al mismo tiempo, pensarse como un solo bloque, enfatizar su destino compartido y
estimular el conocimiento mutuo, puede ayudar a que estos países encuentren soluciones para problemas
comunes entre ellos y tengan mayor influencia en las decisiones internacionales.

Obras citadas
Ardao, Arturo. “Panamericanismo y latinoamericanismo”. América Latina en sus ideas.
Ed. Leopoldo Zea. México: Siglo XXI y UNESCO, 1993. 157-171.
Bolívar, Simón. "Carta de Jamaica". 1815. Zea 17-32.
Fernández Retamar, José. “Nuestra América y el Occidente”. Zea 153-184.
Martí, José. “Nuestra América”. Zea 119-128.
“Nombramiento de América”. Artehistoria online. 25 feb 2003.
http://www.artehistoria.com/historia/contextos/1488.htm
Phelan, John. “El origen de la idea de Latinoamérica”. Zea 461-476.
Skidmore, Thomas and Peter Smith. Modern Latin America. 6th edition.
New York: Oxford UP, 2005.
Swanson, Philip, ed. The Companion to Latin American Studies. London: Arnold, 2003
Winn, Peter. Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean.
Berkeley, CA: U of California P, 1992
Zea, Leopoldo, ed. Fuentes de la cultura latinoamericana.
México: Fondo de Cultura Económica, 1995.

Notas:

[1] “Latino” es adjetivo derivado del nombre ‘latín’, el idioma que hablaban los antiguos romanos. Las zonas de
Europa que recibieron más larga influencia del imperio romano y que hoy hablan lenguas romances (derivadas
del idioma de la antigua Roma), se han llamado ‘países latinos’: Francia, Portugal, España, Italia, y Rumania
(aunque este último es también un país eslavo).

[2] En 1998, la National Geographic adoptó oficialmente la menos distorsionada proyección Winkel-Tripel, que
había sido diseñada por Oswald Winkel en 1921.

[3] Es paradójico que, todavía hoy, las zonas caribeñas donde se habla inglés y a donde primero llegó Colón, se
denominan “West Indies” para diferenciarse del resto del Caribe.
[4] En la mayor parte del mundo (incluyendo a la mayoría de los países europeos), América se considera un
solo continente. Solamente en los países angloparlantes como Estados Unidos e Inglaterra se considera que
Norteamérica y Sudamérica son dos continentes diferentes. Esta división fue la solución geográfica en el mundo
angloparlante para la ambigüedad de los nombres: usar America para referirse al país, y The Americas para
hablar del continente.

[5] Hay que recordar que las historias de Europa occidental y de Estados Unidos también han estado
profundamente influenciadas por su contacto con América Latina y, en ese sentido, la dependencia ha sido
mutua. Así lo observa el intelectual cubano Roberto Fernández Retamar: “Es absurdo . . . hacer la historia de
nuestros países [latinoamericanos] prescindiendo de la historia occidental. Pero ¿se ha visto con bastante
claridad que también es imposible estudiar la historia occidental sin incluir la nuestra?” (303).

[6] En años recientes, algunos grupos, en particular en Brasil y Venezuela, han propuesto la configuración de
una "Comunidad Sudamericana de Naciones", similar a la comunidad europea, para unificar las economías de
los países suramericanos (desde Colombia hasta Argentina). Dice el politólogo de la Universidad de Brasilia Luiz
Alberto Moniz Bandeira, que los países suramericanos combinados tienen "una masa económica mayor que la
de Alemania y muy superior a la suma de México y Canadá", así que "la Comunidad Sudamericana de Naciones
[sería] una potencia mundial" (Clarín, 18 oct 2005).

Población de América Latina

La población de América Latina está compuesta de una gran variedad de culturas y orígenes étnicos. Podemos
ver los siguientes grupos:

Indígenas americanos o amerindios

Son los pueblos originales de América. Forman una parte importante de la población en: México, Guatemala,
Perú Bolivia

Blancos

Son de origen europeo. Forman una gran mayoría en: Cuba, Puerto Rico, Costa Rica, Argentina, Uruguay

Negros

Son de origen africano. Viven principalmente en: Cuba, Panamá, Colombia

Mestizos

Son mezcla de indígena y blanco. Constituyen la mayoría de la población en: México, Honduras, El Salvador,
Nicaragua, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Chile, Paraguay

Mulatos

Son mezcla de negro y blanco. Viven en países como: Cuba, República Dominicana, Venezuela

América Latina, Características del Relieve y su Clima.

Relieve
El relieve y estructura geológica de Latinoamérica presentan grandes contrastes que resultan de la antigüedad y
disposición de las rocas y de la altitud, posición, continuidad y complicación de sus formas principales.

La geología ayuda a explicar la formación y evolución del relieve, y localiza una gran cantidad de recursos de
valor económico para el hombre: minerales, fuentes de energía, aguas subterráneas, etc. Algunos recursos
renovables: suelos, vegetación, aguas superficiales, de una u otra forma están también condicionados
indirectamente por las características de las rocas de la corteza terrestre. De igual manera las instalaciones
humanas están influidas por la composición de los minerales del subsuelo. En las regiones sísmicas de
Latinoamérica y en las regiones formadas por rocas permeables, donde el agua puede convertirse en un bien
escaso, este rasgo es muy importante. Por otra parte, la geología proporciona los materiales de construcción
que el hombre utiliza para condicionar su hábitat.

Las formas del relieve y sus rasgos concomitantes impresionan por la magnificencia de los Andes a través de
7.500 km.; la extensión de las tierras orientales, especialmente de la macrocuenca amazónica, la dislocación de
los relieves centroamericanos y antillanos; la altura el “techo” de América Latina (altiplano de Bolivia); la valiosa
riqueza minera que existe en las montañas antiguas y recientes, y la enorme potencialidad de recursos de las
tierras bajas, todavía en proceso de colonización.

En términos generales, en todas partes los relieves montañosos o accidentados tienden a separar a los países y
son difíciles de transformar por la actividad humana; en cambio, las tierras bajas facilitan la vida de relación y el
poblamiento. En América Latina, esta injerencia de las formas del terreno en las actividades humanas es relativa
y ha dependido de la respuesta de cada pueblo a sus distintas posibilidades históricas. Así por ejemplo, los
Andes, y la altiplanicie mexicana fueron escenarios de brillantes civilizaciones prehispánicas. Del mismo modo,
algunas de las extensas tierras bajas tropicales o templadas, y de las mesetas con adecuada base de recursos,
son excelentemente aprovechadas, como es el caso de la Pampa. Otras aún más vastas, permanecen hasta hoy
día como espacios vacíos o áreas de baja densidad de población, como la cuenca del Amazonas y del Orinoco, y
la Patagonia Austral.

El relieve Latinoamericano se puede diferenciar en diversos esquemas geomorfológicos como: Relieves del Área
Mexicana, América Central y las Antillas, y Suramérica.

Relieves del Área Mexicana; En la parte norte de México se halla la altiplanicie mexicana, que en su parte
extrema es una meseta árida, que es la continuación de las estructuras y formas que caracterizan el sudoeste
de Estados Unidos. Aquí encontramos dos formas importantes del relieve: La Altiplanicie Central y la Sierra
Madre , Oriental y Occidental.

Relieves de América Central y las Antillas; En esta parte de América Latina, la orografía es muy compleja, ya
que representan una transición entre las formas del norte y el sur de América. Destaca sólo la Cordillera
Neovolcánica de Centroamérica, que se extiende hasta las Antillas intermitentemente.

Relieves de Sudamérica; El principal rasgo geomorfológico de este subcontinente, es el gran contraste que
existe entre las tierras altas y recientes de la cordillera de Los Andes, en las cercanías de la costa del Pacífico, y
las formas amplias y más bajas que dominan en la parte oriental. Entre las estructuras morfotectónicas se
pueden contar: El Macizo de Brasil , La Meseta de las Guayanas , La Cordillera de los Andes , y Las Llanuras
Aluviales .

Clima

El desarrollo en latitud, la disposición de las grandes unidades del relieve, y especialmente del sistema andino,
la influencia de las corrientes marinas y de fenómenos atmosféricos constantes como el papel de las altas
presiones y de los vientos alisios o transitorios como los ciclones, determinan una notoria diversidad de climas
en América Latina.

Sin embargo, como la mayor extensión de las tierras queda en la zona intertropical, en gran parte del
subcontinente predominan los climas cálidos como promedio anual superior a los 18º C y con diferentes niveles
de pluviosidad, según presenten o no una estación seca más o menos definida. Esta característica marca una
gran diferencia con América anglosajona, donde predominan los climas templados. Al estudiar la población
mundial se puede analizar las dificultades específicas que plantea el medio ambiente tropical, al poblamiento
permanente y los elementos de fragilidad ligados al clima que afectan la existencia cotidiana de los hombres en
las regiones cálidas y lluviosas.

El relieve andino es un factor importante en la diversidad de los climas meso y sudamericanos, actuando como
una gran divisoria climática la Cordillera de Los Andes, la que separa las influencias determinadas por la
circulación general de los vientos, y condiciona fenómenos tan impresionantes como la diagonal árida que
individualiza climas deficitarios de humedad en latitudes muy distintas. En el mismo medio tropical, la altitud de
los Andes facilita la clasificación de medios climáticos que tiene una importancia fundamental para la
biogeografía y actividades humanas y económicas en los países trasandinos.

Las influencias generales de la circulación atmosférica de baja altitud y de las corrientes marinas de distintas
características térmicas, contribuyen, igualmente, a reforzar o atenuar los rasgos propios de los climas derivados
de la latitud. La correlación entre la corriente de Humboldt y el desierto chileno-peruano, es probablemente el
ejemplo más significativo.

La gama de climas templados prevalece en el Cono Sur Latinoamericano, y condiciona un medio


tradicionalmente favorable a los hechos de ocupación humana. Pero sin duda, los ecosistemas templados y las
actividades controladas en forma estrecha por el clima, como la agricultura, la ganadería y la forestación, son
notablemente complementarias de aquellas que ocurren en América Latina tropical.

En nuestro subcontinente se diferencian esquemáticamente las siguientes gamas climáticas: los climas
tropicales, los climas áridos y semiáridos, los climas templados, y los climas andinos.

Climas Tropicales; se distinguen dos grandes tipos de climas tropicales: el Clima Ecuatorial y El Clima Tropical
con Estación Seca.
Climas Áridos y Semiáridos; se identifican dos zonas áridas típicas en el norte de México, y en la costa del
Pacífico de Sudamérica, entre los 5 y los 30º de Latitud Sur. Se denominan Climas Desérticos y Semidesérticos,
respectivamente.

Climas Templados; Predominan en el cono sur de América Latina, distinguiéndose por lo menos tres variedades:
el Clima Templado Húmedo de la Pampa, Clima Mediterráneo o Templado Cálido, y el Clima Templado Oceánico
.

Climas Andinos ; se superponen longitudinalmente a todas las demás zonas climáticas, y su rasgo esencial
deriva de la influencia de la altitud.

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