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Por qué es tan importante la filosofía en la educación científica

El siguiente artículo fue escrito por Subrena Smith, profesora asistente de Filosofía en la Universidad

de New Hampshire y traducido por Alejandra Alonso. Puedes leer el artículo original en inglés aquí.

Cada semestre doy cursos sobre la filosofía de la ciencia a alumnos de la Universidad de New Hampshire.

La mayoría de los estudiantes toma mis cursos para cumplir con requerimientos educativos generales,

muchos nunca antes habían tomado una clase de filosofía.

El primer día del semestre, trato de darles una idea de lo que es la filosofía de la ciencia. Comienzo por

explicarles que la filosofía aborda cuestiones que no pueden ser resueltas solo con hechos o datos y que la

filosofía de la ciencia es la aplicación de este enfoque al dominio de las ciencias.

Luego les explico algunos conceptos que serán centrales para el curso: inducción, evidencia y método en

investigación científica. Les digo que la ciencia procede por inducción, la práctica donde se recurre a

observaciones pasadas para sacar conclusiones generales sobre lo que todavía no se ha observado, pero

que los filósofos ven a la inducción como inadecuadamente justificada y, por ende, problemática para la

ciencia. Luego toco el tema de la dificultad para decidir qué evidencia encaja con cada hipótesis de forma

única y porqué hacerlo correctamente es vital para cualquier investigación científica. Les dejo saber que

el “método científico” no es singular y directo y que hay disputas básicas sobre cómo debería ser la

metodología científica. Por último, enfatizo que aunque estas cuestiones sean “filosóficas”, igualmente

tienen consecuencias reales sobre cómo se lleva a cabo la ciencia.

En este punto, me suelen hacer preguntas como: ‘¿Cuáles son sus títulos?’ ‘¿A qué Universidad asistió?’

‘¿Es usted científica?’

Tal vez me hacen estas preguntas porque, como filósofa mujer de origen jamaicano, personifico un grupo

de identidades no familiares, y ellos se sienten curiosos. Estoy segura de que, en parte, ese es el caso,

pero también pienso que hay algo más, porque he observado un patrón similar en un curso de filosofía de

la ciencia impartido por un profesor que encaja mejor en los estereotipos. Como estudiante graduada de

la Universidad Cornell en Nueva York, me desempeñé como docente asistente en un curso sobre

naturaleza humana y evolución. El profesor que lo impartía daba una impresión personal muy diferente a

la mía. Era un hombre blanco, con barba y rondaba los 60 años— la imagen misma de una autoridad

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académica. Pero los estudiantes eran escépticos sobre su visión de la ciencia porque, como algunos

expresaron reprobatoriamente: ‘El no es científico’.

Yo pienso que dichas razones tienen que ver con la preocupación sobre el valor de la filosofía comparada

con el de la ciencia. No me sorprende que algunos de mis alumnos tengan sus dudas sobre si los filósofos

tienen algo útil que decir sobre la ciencia. Son conscientes de que científicos prominentes han afirmado

públicamente que la filosofía es irrelevante para la ciencia, si no absolutamente carente de valor y

anacrónico. Saben que a la educación en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) se le

concede una importancia mucho mayor que a cualquier cosa que las humanidades tengan para ofrecer.

Muchos de los jóvenes que asisten a mis clases piensan que la filosofía es una disciplina poco clara que

solo se preocupa de opiniones, mientras que la ciencia está en el negocio de descubrir hechos, dar

pruebas y diseminar verdades objetivas. Más aún, muchos creen que los científicos pueden responder

preguntas filosóficas, pero los filósofos no tienen nada que hacer ponderando las científicas.

¿Porqué los estudiantes universitarios suelen tratar a la filosofía como totalmente diferente y

subordinada a la ciencia? En mi experiencia, destacan 4 razones.

Una tiene que ver con una falta de conciencia histórica. Los estudiantes universitarios tienden a pensar

que las divisiones departamentales reflejan marcadas divisiones en el mundo y así no pueden apreciar

que la filosofía y la ciencia, así como también la pretendida division entre ellas, son dinámicas creaciones

humanas. Algunas de las materias que ahora se etiquetan como ‘ciencia’ solían tener diferentes títulos.

La física, la más segura de las ciencias, fue alguna vez del ámbito de la ‘filosofía natural’. Y en la facultad

de matemáticas alguna vez estuvo también incluida la música. El alcance de la ciencia se ha reducido y

ampliado a la vez, dependiendo del tiempo, lugar y contexto cultural donde era practicada.

Otra razón tiene que ver con resultados concretos. La ciencia resuelve problemas del mundo real. Nos da

tecnología: cosas que podemos tocar, ver y usar. Nos da vacunas, cultivos OGM y analgésicos. La filosofía

no parece, para el estudiante, tener nada tangible para mostrar. Pero, por el contrario, los tangibles

filsófios son muchos: Los experimentos de pensamientos filosóficos de Albert Einstein hicieron

que Cassini fuera posible. La lógica de Aristóteles es la base de la informática, que nos dio celulares

inteligentes y computadoras. Y el trabajo de los filósofos sobre el problema mente-cuerpo preparó el

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escenario para el surgimiento de la neuropsicología y, por lo tanto, de la tecnología de imágenes

cerebrales. La filosofía siempre ha estado trabajando silenciosamente en el fondo de la ciencia.

Una tercera razón tiene que ver con preocupaciones sobre la verdad, objetividad y sesgos. La ciencia,

insisten los estudiantes, es puramente objetiva, y cualquiera que desafíe esa visión debe estar

confundido, perdido. No se cree que una persona sea objetiva si enfoca su investigación con una serie de

suposiciones de fondo. En su lugar, es ‘ideológica’. Pero todos estamos ‘sesgados’ y nuestros sesgos

alimentan el trabajo creativo de la ciencia. Esta cuestión puede ser difícil de tratar, porque una

concepción ingenua de la objetividad esta fuertemente arraigada en la imagen popular de lo que la

ciencia es. Para abordarlo, invito a los estudiantes a mirar algo que este cerca sin ninguna presuposición.

Luego les pido que me digan qué ven. Hacen una pausa…y luego reconocer que no pueden interpretar sus

experiencias sin basarse en ideas anteriores. Una vez que han notado esto, la idea de que puede ser

apropiado hacer preguntas sobre la objetividad en la ciencia deja de ser tan extraña.

La cuarta fuente de incomodidad para los estudiantes viene de lo que ellos toman por sentado que es la

educación científica. A uno le da la impresión de que piensan que la ciencia se basa principalmente en las

cosas que existen—los “hechos”— y la educación científica en enseñar lo que son estos hechos. No me

conformo a estas expectativas. Pero como filósofa, me preocupa mucho cómo se seleccionan e

interpretan estos hechos, por qué algunos se consideran más importantes que otros, la forma en que los

hechos están inmersos en presuposiciones y así sucesivamente.

Los alumnos responder a menudo a estas preocupaciones afirmando impacientemente que los hechos

son hechos. Pero decir que una cosa es idéntica a sí misma no es decir nada interesante. A lo que se

refieren los estudiantes cuando dicen “los hechos son hechos” es que una vez que tenemos “los hechos”

no hay lugar para interpretaciones o desacuerdos.

¿Por qué pensamos así? No es porque esta sea la forma en que se practica la ciencia, si no que más bien

es la forma en que se enseña normalmente. Hay un intimidate número de datos y procedimientos que los

estudiantes deben dominar si quieren ser científicamente letrados, y solo tienen una limitada cantidad de

tiempo en la que aprenderlos. Los científicos deben diseñar sus cursos para mantenerse al día con el

conocimiento empírico en rápida expansión, y no tienen el placer de dedicar horas de clase a preguntas

que probablemente no están capacitados para abordar. La consecuencia involuntaria es que los

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estudiantes a menudo salen de sus clases sin darse cuenta de que las preguntas filosóficas son relevantes

para la teoría y la práctica científica.

Pero las cosas no tienen que ser de esta manera necesariamente. Si la plataforma educacional correcta se

instala, los filósofos como yo no tendremos que trabajar contra el viento para convencer a los estudiantes

de que tenemos algo importante que decir sobre la ciencia. Para ello necesitamos la asistencia de

nuestros colegas científicos, a quienes los estudiantes ven como los únicos proveedores legítimos de

conocimiento científico. Propongo una división de trabajo explícita. Nuestros colegas científicos deberían

continuar enseñando los fundamentos de la ciencia, pero pueden ayudar al aclarar a sus alumnos que la

ciencia está llena de importantes problemas conceptuales, interpretativos, metodológicos y éticos, que

los filósofos tienen una posición única para abordarlos y que, lejos de ser irrelevantes para la ciencia, las

cuestiones filosóficas se encuentran en su corazón.

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