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Franco cortes
N de registro 22406
2013
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El hombre del siglo XVI
André Corvisier
El hábitat
En las ciudades, la casa pobre, baja, se compone a menudo de dos
piezas. La casa burguesa, que sigue siendo estrecha, crece en altura y
alberga varias familias. Se difunde la estratificación vertical de los niveles
sociales: tienda o taller en la planta baja, hogar de amo en la primera
planta y encima las habitaciones para operarios. En el campo, el hábitat
une estrechamente hombres y animales domésticos.
La tierra apisonada, salvo excepciones, constituye el suelo de las casas
rurales. En Paris se continúa cubriendo el suelo de las habitaciones con
paja en invierno y con hierba fresca en verano. Europa conoce la
innovación del vidrio transparente, cuya aplicación en ventanas se
extenderá en el siglo XVII. El postigo macizo sigue presente, sobre todo
en el campo. La calefacción solo existe realmente en los países donde el
invierno es riguroso. En Paris, la gente pobre se calienta gracias al fogón
de ladrillo que sirve de cocina. Los países mediterráneos solo conocen el
brasero.
En la Europa occidental, el lujo del mobiliario consiste en la alta mesa,
cortinas, cubrecamas, cojines y camas. No hay retretes. La iluminación es
durante largo tiempo una necesidad de Estado o un lujo. La indumentaria
no experimenta cambio alguno y la elección de la materia prima esta
determinada por los recursos económicos del territorio.
Las fuentes de energía motriz son inmediatas. La fuerza animal se
emplea más a menudo para transportar que para arrastrar o mover
maquinas. El caballo es aún un animal caro, atributo privado de los
nobles, de los guerreros o de los labradores pudientes en las regiones más
fértiles de cultivar. Gracias al caballo y al dromedario el hombre puede
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acortar las distancias pero no logra vencer el peso. Falto de caminos
adecuados, el acarreo sigue siendo problemático y limitado. Lo único que
se puede transportar a cierta distancia son las mercancías ligeras y
costosas. En tierra, el viento solo impulsa los molinos pero no a los
motores hidráulicos llamados también molinos. Estos se convirtieron en
la principal fuente de energía utilizada por la industria.
La navegación aprovecha únicamente la energía motriz natural (remos
y velas). Pero es un medio de comunicación exclusivamente terrestre:
fluvial y costero. La travesía directa de océanos y mares de cualesquiera
dimensiones constituye entonces una aventura. El dominio de las aguas
comprende canales, irrigación, drenaje, bombas y exclusas.
La alimentación de la mayoría de la Humanidad es esencialmente, o aun
exclusivamente vegetariana. El pan presenta innumerables ventajas.
Puede conservarse; es al mismo tiempo el alimento que resulta más
barato. Europa se distingue por una alimentación rica en carne, a veces en
cantidades excesivas, incluso, según parece y antes de mediados del siglo
XVI en los medios pobres (Fernand Braudel). Los huevos y la leche se
emplean como alimento en todas partes, siendo el queso el producto
lácteo más extendido.
El agua no es sólo la bebida de la plebe. Es preciso contentarse con la
que se tiene a mano, procedente de fuentes, pozos y cisternas. El vino se
conoce en toda Europa y aunque todavía no sea objeto de un consumo
masivo, la ebriedad aumenta. Al lado de la cerveza rubia corriente, de
escaso contenido alcohólico, en la Europa del Norte comienzan a aparecer
cervezas de lujo.
Con frecuencia, las epidemias causan verdaderos estragos en la salud
pública. En realidad, las plagas atacan sobre todo a los pobres, a causa de
su subalimentación y de la promiscuidad en que viven. Pero la
enfermedad más terrible en esta época sigue siendo la peste, que todavía
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no se ha logrado vencer. Es el símbolo de todas las enfermedades del
mundo cristiano. De hecho, existen dos clases de peste: la peste
pulmonar, pandemia que nada es capaz de detener (la Peste Negrade
1347) y la peste bubónica, transmitida por la pulga de la rata. Entre las
principales víctimas, los recién nacidos y las mujeres embarazadas.
La medicina se muestra impotente en la lucha contra la peste y otras
enfermedades cuando no prescribe remedios, vomitivos y sangrías que
debilitan aún más al enfermo. El empirismo popular se muestra quizá más
eficaz. Y probablemente se deba a su inspiración para establecer un dique
contra la sífilis, la desaparición de los baños públicos. Este mismo
empirismo invita a los enfermos a recurrir a los curanderos. La mejor
defensa contra la peste es el aislamiento. Las autoridades municipales
empiezan a organizar seriamente cuarentenas, cordones sanitarios.
Todos los que poseen los medios abandonan las ciudades infectadas y
se refugian en viviendas campestres. Al lado de actos de abnegación
admirables, la peste provoca también deserciones. En mayor proporción
que ninguna otra plaga, actúa psicológicamente, exasperando el egoísmo,
no solo de los individuos, sino de grupos y las clases sociales.
Desencadena verdaderas locuras colectivas. Por regla general, los pobres
quedan encerrados en las ciudades contaminadas, donde se entregan al
pillaje y mueren. A su paso la peste inspira igualmente un arte morboso
(danzas de la muerte). Desarmado así ante la muerte, el hombre puede
oscilar entre el fatalismo y la pasión de vivir, entre la postración y la
acción.
Pero la mayoría de los hombres la vida es demasiado corta, y la duración
de las diversas edades se reduce consiguientemente. El hombre del siglo
XVI llega a adulto y envejece más pronto. En los pueblos menos
resignados la violencia de las pasiones deja entrever la urgencia de vivir.
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El espectáculo cotidiano de la muerte aguijonea sin tregua el apego a la
vida. El que una pareja pierda la mitad de sus hijos en la infancia es algo
habitual. Decentemente, los únicos que pueden afligirse en público son
los padres que pierden a su único hijo, el esperado sostén de la vejez. El
hombre cristiano reviste la muerte de una gran importancia, no tanto por
el hecho de que representa él termino en la vida terrena, sino porque da
acceso a la vida eterna. El hombre se representa el más allá de una manera
muy concreta y vive intensamente esta representación cuando le acude a
la mente. Y la evocación a todos los niveles del más allá hace nacer el
deseo más o menos constante de superarse.
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Raíces de la Modernidad
La peste negra.
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Según Huizinga, uno de los efectos de la Peste Negra fue la irrupción en
el siglo XV del tema de la descomposición del cuerpo en el arte con un
dramatismo que no estaba presente en siglos posteriores. Huizinga se
sorprende de que no se vea que la corrupción misma tiene su término y se
convierte en tierra y en flores y se pregunta si es piadoso un pensamiento
que se detiene de esta manera en el lado terrestre de la muerte.
El sesgo religioso.
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instante, en la agonía. En los siglos XIV y XV se observa un incremento en
el afán de poseer reliquias, de obtener concesión de indulgencias, en una
palabra de procurar medios que de algún modo aseguren una asistencia
espiritual en el momento de dejar esta vida.
El Nominalismo.
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El tema de los universales no surge en el siglo XIV; era una cuestión
sobre la que se venía debatiendo desde el siglo XI. Pero es evidente que
con Ockham se expande un nuevo modo de concebirlo, cobrando una
influencia que se hace sentir hasta nuestros días. Guillermo de Ockham,
partiendo de la afirmación de Santo Tomas de que los universales no
existen fuera de la mente, sostiene que solamente existen en la mente. Por
ello su aserción de que los nombres son meros flatus vocii. Los conceptos,
al decir de Ockham, son nombres que tenemos en cuenta en la mente y
que nos permiten entendernos pero que no guardan ninguna relación con
la realidad. O si la tienen, la razón no puede alcanzarla. Esto implica, en
los nominalistas en general, una subestimación de la fuerza de la razón
humana para aprehender la realidad que se encuentra fuera de la mente,
pudiéndose conocer solamente aquello de lo que se tiene experiencia. De
allí su firme insistencia en que esta no debe ocuparse de las verdades
reveladas, y por consiguiente, marcan una total separación entre razón y
fe contra el intento de Tomas de Aquino de unir ambas en vistas a hacer
una teología como ciencia utilizando los conceptos de Aristóteles. El
nominalismo rechaza cualquier intento de dar una base racional a la fe.
Fe y moral.
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La gran difusión del nominalismo llevó consigo profundas
transformaciones. Por ejemplo, en la moral: si solo hay conocimiento de lo
particular y esto no basta para fundar una norma de carácter universal, si
los conceptos carecen de valor objetivo, ¿Dónde sustentar las normas de
la moralidad? El voluntarismo de Ockham le lleva a afirmar que no existe
ni el bien ni el mal en sí. Es bueno aquello que la voluntad de Dio ha
querido como tal. Él habría podido fijar una ley moral distribuyendo de
otro modo lo que es bueno y lo que no lo es, lo que es justo y lo que es
injusto.
“Toda voluntad puede conformarse a un precepto divino, pero Dios puede ordenar
que una voluntad creada lo odie, por tanto una voluntad creada puede hacer esto.
Además, todo aquello que puede ser un acto moralmente bueno sobre la tierra puede
también serlo en el cielo, pero odiar a Dios puede ser un acto moralmente bueno sobre a
tierra en el caso en que esto hubiera sido mandado por Dios, por lo tanto sería lo
mismo en el cielo.”
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reemplazo, en número y en calidad y las ideas y actitud crítica del
nominalismo hacia la metafísica y la teología racional constituyen las
raíces del mundo moderno.
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El otoño en la Edad Media
J. Huizinga
La imagen de la muerte.
No hay época que haya impreso a todo el mundo la imagen de la muerte
con tan continuada insistencia como el siglo XV. Sin cesar resuena por la
vida la voz del memento morí. También la fe había inculcado pronto y
gravemente la idea continua de la muerte; pero los tratados de piedad de
la Edad Media solo llegaban a manos de aquellos que por su parte se
habían apartado del mundo. Solo desde que se desarrolló la predicación
para el pueblo, con el auge de las órdenes mendicantes, redoblaron las
exhortaciones hasta convertirse en un coro amenazador que resonaban
por el mundo con la vivacidad de una fuga.
Hacia el final de la Edad Media vino a sumarse la palabra del
predicador a un nuevo género de representación plástica, que encontraba
acceso a todos los círculos de la sociedad, especialmente bajo la forma del
grabado en madera. Estos dos medios de expresión, poderosos, pero
macizos y poco flexibles, la predicación y el grabado, podían expresar la
idea de la muerte en una forma muy viva, pero también muy simple y
directa, tosca y estridente. Cuanto había meditado sobre la muerte el
monje de las épocas anteriores se condensó entonces en una imagen
extremadamente primitiva, popular y lapidaria de la muerte, y en esta
forma fue expuesta la idea verbal y plásticamente a la multitud.
Esta imagen de la muerte solo ha podido recoger verdaderamente un
elemento del gran complejo de ideas que se mueve en torno a la muerte: el
elemento de la caducidad de la vida. Es como si el espíritu medieval en su
última época no hubiese sabido contemplar la muerte de otro punto de
vista que el de la caducidad exclusiva.
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¿Dónde han venido a parar todos aquellos que antes llenaban el
mundo con su gloria?
El motivo de la pavorosa consideración de la corrupción de cuanto
había sido algún día la belleza humana.
El motivo de la danza de la muerte, la muerte arrebatando a los
hombres de toda edad y condición.
¿Qué queda de toda belleza y gloria humana? El recuerdo, un nombre.
Pero la melancolía de este pensamiento no basta para satisfacer la
necesidad de horror que se siente ante la muerte. Para ello los hombres de
aquel tiempo se miraban en un espejo, que causa un espanto más visible:
la caducidad en breve término, la corrupción del cadáver.
El espíritu del hombre medieval, enemigo del mundo siempre, se
encontraba a gusto en el polvo y los gusanos. En los tratados religiosos
sobre el menosprecio del mundo estaban conjurados todos los horrores de
la descomposición. Pero la pintura de los detalles de este espectáculo solo
viene más tarde. Solo hacia finales del siglo XIV se apoderan las artes
plásticas de este motivo. Era necesario cierto grado de fuerza expresiva
realista para tratarlo acertadamente en la escultura o la pintura, y esta
fuerza se alcanzó por el 1400. Hasta bien entrado el siglo XVI se ve
representado con abominable diversidad en los sepulcros el cadáver
retorcido y desnudo, corrupto o arrugado, con las manos y pies retorcidos
y la boca entreabierta, con los gusanos pululantes en las entrañas. El
pensamiento gusta de detenerse una y otra vez en esta espantosa visión.
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hallan inseparablemente unidos en aquella expresión de la idea de la
muerte.
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de toda la sugestión terrorífica que traía consigo el carácter espectral de
aquella representación.
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El cadáver que se repite
cuarenta veces, yendo en
busca de los vivos, todavía
no es realmente la muerte,
sino el muerto. Tampoco es
un esqueleto, sino un cuerpo
todavía no completamente
descarnado, con el vientre
rajado y hueco. En la antigua
danza de la muerte, el
bailarín incansable es aun el
mismo vivo, tal como será en
un cercano porvenir, una
atormentadora reduplicación de su persona, su propia imagen vista en un
espejo. Justamente esta advertencia: sois vosotros mismos, es la que
presta ante todo a la danza de la muerte su fuerza terrorífica.
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conocido desde su resurrección (se decía) otra cosa que un mísero horror
a la muerte, ya padecida una vez. Y si el justo no podía menos de temer así
¿en qué medida no debería temer el pecador? La imagen de la agonía era la
primera de las cuatro postrimerías sobre las cuales debía el hombre
meditar continuamente: muerte, juicio, infierno y gloria. En un principio
solo se trataba de representar la muerte corporal. Pero estrechamente
emparentado con el tema de los cuatro novísimos está el ars moriendi,
creación del siglo XV que, lo mismo que la danza de la muerte, tuvo por
medio la imprenta y del grabado en madera un círculo de acción mucho
más amplio que todas las ideas piadosas anteriores. Trataba las
tentaciones, cinco en número, con que el demonio tiende asechanzas al
moribundo:
La duda en la fe;
La desesperación por sus pecados;
La afección a sus bienes terrenos;
La desesperación por su propio padecer; y
La soberbia de la propia virtud.
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Guillermo de Ockham
Guillermo Fraile
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un abstractismo mucho peor que el de aquellos a quienes trataba de
suplantar.
El universal existe solamente en el alma. Pero todas las cosas fuera del
alma son singulares y numéricamente unas.
La ciencia.
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cualquiera de esos tres estados, son los términos de la proposición. La
única diferencia es que los términos hablados o escritos pueden
expresarse en distintas lenguas, mientras que los pensados no pertenecen
a ninguna.
Ockham distingue dos clases de saber: real y racional. Toda ciencia versa
sobre proposiciones, en las cuales se da verdad o falsedad, en cuanto que
afirman o niegan algo de un sujeto. Cuando los conceptos, las palabras o
la escritura <<suponen>> por las cosas exteriores, entonces tenemos la
ciencia real, la cual tiene como término las cosas o los objetos externos,
los cuales se aprehenden sin que a la vez se aprehenda el acto mental por
el cual son percibidos. En cambio, cuando los términos de las
proposiciones <<suponen>> solamente por los mismos conceptos, sin
referencia a objetos exteriores, en ese caso tenemos la ciencia racional.
La abstracción.
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A pesar de su nomenclatura, en realidad Ockham borra toda distinción
esencial entre las funciones de la imaginación y las del entendimiento, así
como entre la imagen y el concepto universal. Atribuye al entendimiento las
funciones de la imaginación, o a la inversa. Su noción de <<concepto>>
equivale a la que los escolásticos anteriores atribuyen a los <<fantasmas>>
de la imaginación. Se trata nada más que de una imagen entitativamente
particular. La <<universalidad>>consiste solamente en la predicabilidad, o
sea, en la facultad de aplicar esa imagen que sustituye a los objetos reales,
a una multitud de objetos particulares semejantes.
Los universales
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depende del grado de distinción entre los individuos. La máxima es la
distinción real, como cosa y cosa, y después van disminuyendo hasta
llegar a la distinción de pura razón. Ockham rechaza de plano la primera
forma de realismo. Si la naturaleza universal no se multiplica en los
individuos, entonces se suma a ellos como otro singular más. Si se
multiplica por diferencias, entonces varia con los individuos, y en cada
uno de ello no está todo, sino en parte, y varia con los individuos. Si el
todo es singular, la parte también deberá ser singular. Por lo tanto no
existe el universal, sino solamente el singular.
Pero hay que distinguir. Tanto la palabra como la escritura son signos
convencionales. Son cosas; y ninguna cosa, por su propia naturaleza, significa
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o supone por otra cosa. Ni el sentido de la palabra ni los rasgos de la
escritura, en cuanto tales, significan nada de suyo. Si significan algo, es
por voluntad o por institución de los hombres, que les han querido dar
ese significado.
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ni nada que modifique el espejo, sino tan solo la propiedad de reflejar las
cosas, así también la mente tiene la propiedad de representar las cosas, y
de esa manera los conceptos no son ni sustancias ni accidentes de
cualidad inherentes en el alma, sino entidades cuya única realidad
consiste en representar los objetos y referirse a ellos como imágenes. Su
entidad consiste solamente en ser conocidos. Son nada más que imágenes,
representaciones, ficciones, que hacen las veces de los objetos. Por lo
tanto, no tienen entidad subjetiva, ni fuera ni dentro del alma, sino
solamente realidad objetiva, en cuanto representaciones.
Antes de haber sido creadas por Dios, las criaturas no tenían ninguna
entidad <<subjetiva>> en la mente divina. De manera semejante, la mente
humana puede fingir entidades que tampoco tienen ninguna realidad
subjetiva, sino puramente objetiva. Esa imagen es entitativamente
singular, pero puede <<suponer>>, aplicarse y predicarse de todos los
objetos singulares semejantes. En esto consiste su universalidad. Pero a
diferencia de las palabras, que son universales por institución de los
hombres, el concepto es universal por naturaleza.
Esa imagen común, universal, puede <<suponer>> por todos los objetos
singulares que representa. Es una representación que corresponde a la
realidad y que representa el objeto conocido tal como éste es en sí mismo.
Los conceptos o imágenes hacen para el entendimiento las veces de
objetos, y es lo que el entendimiento conoce inmediatamente.
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única <<universalidad>> consiste en su capacidad de significación y de
predicación, en cuanto que es predicable de muchos individuos.
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Para que una ciencia sea real, no importa que los términos de una
proposición correspondan o no a cosas fuera del alma o que sólo estén en
el alma, con tal que supongan por cosas que existen fuera.
Los signos sustituyen o hacen las veces de las cosas por ellos
significadas. Es decir que no sólo significan, sino que hacen las veces de la
cosa significada. Hay signos naturales y artificiales. Los primeros son
aquellos que significan determinadas realidades, como el humo es señal
de fuego. Los segundos han sido inventados por los hombres para
significar determinadas cosas. Estos son las palabras o los términos.
Tanto los unos como los otros son en sí mismos singulares. Pero pueden
ser universales, en cuanto que uno mismo puede aplicarse a significar
muchos singulares distintos o semejantes. Pero con una diferencia: el
campo de los signos naturales es muy limitado; en cambio, el de los
conceptos no tiene límites en virtud de la naturaleza propia de nuestro
entendimiento.
Ahora bien, los términos que integran una proposición, si tienen algún
sentido, deben referirse a alguna cosa. La razón es porque esos términos
son signos que representan algo y sustituyen a la cosa representada. En
este sentido emplea Ockham las palabras suppositio, supponere, es decir, en
cuanto que el término significa algo o dice relación a la cosa significada.
El universal es, pues, un signo que <<supone>> por las cosas significadas
y que puede predicarse de muchos singulares. Hay dos clases de universal:
uno natural y otro artificial o convencional. Ambos pueden aplicarse a
significar una multitud de cosas singulares. La diferencia entre ellos
consiste en que el concepto causado en el alma por las cosas exteriores no
significa más que aquello que significa. En cambio, el artificial, sea verbal
o escrito, significa aquello que los hombres han convenido que signifique.
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El universal artificial o convencional es la palabra o el término, la cual es
en sí misma singular, pero, por convención entre los hombres, se le
atribuye una significación o una predicación universal.
El conocimiento de Dios.
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El Estado y la Sociedad
Pere Molas
La nobleza y el poder político.
La relación entre el estamento nobiliario y la monarquía del Antigua
Régimen era ambivalente. El rey podía considerarse el primer noble del
reino (el primus inter pares) y los nobles eran sus principales colaboradores
en la gobernación de sus dominios. Pero, por otra parte, la nobleza nutría
sus ideas que se oponían al desarrollo del poder absoluto del soberano. La
principal dignidad teórica del Occidente europeo, la de Emperador del
Sacro Imperio Germánico, era elegida por un colegio de siete príncipes
electores. El Estado era fundamentalmente una <<república>> nobiliaria, en
la cual el monarca se limitaba a ser cabeza representativa y jefe militar
(pero sin ejército permanente).
En las monarquías de desarrollo autoritario, la nobleza deseaba que el
rey gobernara de acuerdo con el consejo de los grandes vasallos,
aspiración que enlazaba con un sentimiento de tipo constitucionalista, en
el que la nobleza se presentaba como el limite legitimo e histórico al libre
ejercicio del autoritarismo real, línea de pensamiento que reapareció en
los años anteriores a la Revolución Francesa y a la crisis del Antiguo
Régimen político en otros casos, como España.
Un punto de conflicto entre la monarquía moderna y la nobleza se
refería al fenómeno del ennoblecimiento. El rey era quien confería la
condición nobiliaria a quien no la poseía, o quien concedía títulos a
simples caballeros o efectuaba promociones dentro de la jerarquía
nobiliaria, con los consabidos beneficios y privilegios. El ejercicio del
poder real podía alterar el equilibrio interno del grupo aristocrático.
La facultad de ennoblecer y sobre todo de conceder títulos, fue
utilizada con mucha frecuencia en favor de los consejeros reales que no
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pertenecían a las primeras filas de la aristocracia. Algunos de los
principales secretarios de Estado de los reyes de España o Inglaterra en el
siglo XVI alcanzaban con facilidad títulos de conde o marqués, o
conseguían ventajosos matrimonios para sus hijos con familias de la
nobleza titulada. La antigua nobleza de origen militar o feudal
reaccionaba con recelo ante este fenómeno. Por lo menos una parte de
ella, pues otra se apresuraba a enlazar con los nuevos triunfadores.
Los reyes habían cedido a la nobleza poseedora de señoríos el ejercicio
de una parte importante de la autoridad pública. El señorío se distinguía
del <<realengo>> como zona en la cual el primer nivel de autoridad era
ejercido por el señor. Entre los derechos de éste figuraban una serie de
elementos de carácter público conocidos como <<regalías>>. El señor
designaba o confirmaba a las autoridades municipales y a los jueces de
primera instancia. Le correspondían también ciertos monopolios o
privilegios exclusivos y prohibitivos (monopolio del horno y molino,
derechos de transito sobre puentes y barcas, etc.) que en Francia recibían
el equívoco nombre de banalités, que no eran precisamente banales, sino
que derivaban del ejercicio de la autoridad pública llamada ban. También
sucedía que el monarca había cedido o <<enajenado>>, por lo menos
temporalmente, determinados ingresos o rentas reales, como acontecía en
algunos lugares de Castilla con las alcabalas, o impuestos eclesiásticos,
como eran los diezmos, percibidos por la nobleza en buena parte de
Europa.
En sentido inverso, la autoridad señorial podía quedar disminuido por
el derecho que tenían los campesinos de apelar ante los tribunales reales.
El campesinado en general conservó la idea de una apelación mítica al
soberano. Algunos grupos de juristas impulsaron una política de
incorporación de señoríos a la Corona o de revisión de los mismos por
medio de un proceso jurídico, que podía ser pedido por los propios
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habitantes del señorío (lo que podía ser arriesgado y costoso) o
emprendido como una línea política por parte de los ministros reales.
La burocracia como grupo social.
Si aplicamos una clasificación social rígida y estricta, los funcionarios
deberían dividirse entre nobles y plebeyos. El servicio tradicional de la
nobleza militar o de espada tenía una concurrencia en la toga de los
magistrados (oficios de <<pluma>> como secretarías y escribanías,
administración de hacienda, etc.). Las capas superiores de la burocracia,
la gente de toga, procedían de las facultades de leyes. El mundo
universitario de las letras ostentaba, según los países, una cierta
equiparación o equivalencia con algunos de los privilegios y exenciones
de la nobleza. Esta previa valoración de los graduados universitarios
facilitaba el ennoblecimiento de determinados niveles de la jerarquía
administrativa. En Francia se decía que determinados cargos ennoblecían
a su titular, si no siempre inmediatamente, pasados algunos años de
ejercicio, o por lo menos a la siguiente generación.
La nueva realidad del poder político detentado por los funcionarios y
las facilidades de enriquecimiento (gracias a un aceptado nivel de
corrupción) y de ennoblecimiento provocaron el quejoso resentimiento
de la nobleza militar. Hacia 1600, en los países mediterráneos, portavoces
de la nobleza esgrimen el mismo argumento sobre el injusto predominio
que a su parecer han obtenido las letras sobre las armas. A esto se añadía
una reivindicación del poder político que debía corresponder a los
<<militares>>, es decir, a los caballeros, como fruto de su experiencia,
cualidad que faltaba en cambio a los letrados, que eran básicamente
hombres de ciencia teórica. El gobierno y la ciencia de gobernar eran,
según esta línea discursiva, propios de los caballeros de capa y espada.
Esta reivindicación nobiliaria escondía otra línea de realidad. Muchos
letrados eran nobles segundones de nacimiento, que habían estudiado en
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las Universidades y desde ellas habían entrado en la administración o la
magistratura. Los magistrados forman verdaderas dinastías que se
interrelacionan por matrimonio, constituyendo un cierto crisol social en
el que tienden a equilibrarse condiciones sociales originarias no siempre
idénticas. Este proceso favorecía la consideración del cargo público como
un bien susceptible de patrimonialización por parte de su titular.
La tendencia hacia una patrimonialización del cargo público podía
darse como realidad de hecho, sin disposición legal. Así encontramos a
padres e hijos ocupando los cargos de secretarios reales o de cancilleres, a
veces con un cierto intervalo. Pero fue un elemento característico del
Antiguo Régimen político la venalidad de los cargos. Los cargos
públicos se vendieron a todos los niveles de la administración, en especial
en los inferiores y medios correspondientes a la administración municipal
de hacienda y de justicia, castellanías, etc. Se concedían promesas de
sucesión a los hijos ya en vida de sus padres. De esta forma, una parte
importante de la administración pública quedaba privatizada en manos
de particulares que habían adquirido sus cargos a menudo de forma
hereditaria y que los incorporaban a su patrimonio como un bien más.
Para recuperar la libertad de nombrar a los titulares de los cargos, la
Corona hubiera tenido que devolver las cantidades recibidas, lo que
nunca estuvo en disposición de hacer, ya que normalmente los cargos se
vendían debido a necesidades financieras.
La monarquía francesa constituye el ejemplo más desarrollado de la
venalidad de cargos. En ella llegaron a privatizarse sistemáticamente los
cargos de la magistratura superior, e incluso los secretarios de Estado. De
esta forma, los togados constituían un grupo social autónomo y
cohesionado, que a través de los Parlamentos se atribuía diversas
funciones de interpretación constitucional sobre las disposiciones del
gobierno. Para controlar a sus oficiales o funcionarios vitalicios y
hereditarios, la Corona se vio obligada a crear una segunda jerarquía de
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funcionarios revocables, los <<comisarios>>, cuyo ejemplo más claro fueron
los intendentes.
Estado e Iglesia.
Las relaciones entre los monarcas y el poder eclesiástico fueron
complejas y tensas. Aunque las aspiraciones del pontífice a ejercer una
teocracia eran inviables, las luchas religiosas del siglo XVI plantearon
todavía la posibilidad de que el Papa declarara depuesto a un soberano
por hereje. En el orden político internacional, la Paz de Westfalia de
1648, que dio estatus legal no sólo al luteranismo sino al calvinismo,
significó una fuerte disminución del poder de la sede romana.
En los países protestantes, el poder religioso quedaba subordinado al
secular, fuera éste un príncipe o un consejo municipal. En Inglaterra,
quedaba establecida por ley la Supremacía de la Corona sobre el
estamento eclesiástico. El protestantismo tendía a la constitución de
<<iglesias nacionales>>, que coincidieran con los límites políticos y
estuvieran controladas por el poder secular, como la <<iglesia de
Inglaterra>>.
También en los países católicos existía una tendencia a esbozar algo
semejante a una <<Iglesia Nacional>>. Los monarcas consideraban que,
como representantes de Dios, les competían derechos y deberes sobre la
Iglesia, entre ellos el de reformarla. Era difícil delimitar con exactitud las
atribuciones, derechos o regalías de los monarcas en cuestiones religiosas.
Los príncipes siempre defendieron su derecho a examinar si las
disposiciones podían ser obedecidas por el clero de sus Estados.
Mediante concordatos o acuerdos similares establecidos con los
principales soberanos católicos, éstos obtuvieron el derecho de designar a
los titulares de los principales beneficios eclesiásticos y, en el caso de los
monarcas hispánicos, se vio reconocido un derecho de Patronato,
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primero sobre los territorios americanos y asiáticos recientemente
incorporados a la Cristiandad y luego sobre sus dominios europeos. En el
siglo XVIII la ofensiva estatal contra las exenciones del estamento
eclesiástico alcanzó mayor coordinación. Se trataba de que la propiedad
eclesiástica estuviera sujeta al pago de impuestos, de que el Estado
pudiera impedir (en virtud de la regalía) la concentración de bienes en
manos de los clérigos, de intervenir en la dirección de la enseñanza, de la
asistencia social y también de las formas populares de religiosidad, como
eran las cofradías.
Fueron constantes los conflictos de jurisdicción entre autoridades
eclesiásticas y civiles, no ya por causas de índole esencialmente religiosa
(herejías, brujería), sino otras que pueden considerarse mixtas (vida
matrimonial) o francamente civiles. Ciertamente las autoridades
eclesiásticas procuraban dilatar al máximo su jurisdicción y sus
privilegios y exenciones, incluso a los servidores de los clérigos aunque
fueran laicos. Algunas conductas eclesiásticas eran delictivas, pero los
obispos insistían en que los clérigos debían ser juzgados según su propio
fuero privilegiado. Para solventar estas y otras <<cuestiones de
competencia>> se crearon tribunales especiales. También existía la
cuestión del <<derecho de asilo>> ofrecido a todo tipo de delincuentes por
los edificios religiosos, defendidos por su carácter inviolable.
En su conjunto los Estados fueron más hostiles hacia el clero regular,
que por su carácter supranacional era más difícil de controlar. Tanto la
Reforma protestante como el Despotismo Ilustrado del siglo XVIII en
países católicos coincidieron en este punto. En cambio, se consideraba
que obispos y párrocos eran piezas importantes en toda política de
reforma cultural y asimismo de estabilidad social, pero éstos también
podían ser difusores de actitudes de rebelión o resistencia hacia la
intervención del Estado.
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El Estado y las ciudades.
Las ciudades de la modernidad ejercían una función de dominio
económico y político sobre el espacio circundante. Las ciudades se
gobernaban por un complejo sistema de consejos que podía alcanzar una
gran complejidad, pero que podemos reducir a una dualidad entre un
consejo general y un consejo reducido elegido a partir de aquél. En los
países del norte se hallaba al frente del municipio un dignatario
individual, mientras que en los países mediterráneos se tendía a nombrar
un colegio restringido de consejeros, cónsules, etc.
Los consejeros solían renovarse mediante algún tipo de cooptación, La
mayoría de los consejeros solían pertenecer a las oligarquías rentistas. Los
casos socialmente menos flexibles se daban en aquellas ciudades italianas
cuyos consejeros habían declarado la serrata o cierre en algún momento,
especialmente en la época del Renacimiento. El ennoblecimiento de los
principales consejos municipales daba lugar a tensiones sociales entre
nobili y popolari. Las luchas sociales para el control del gobierno municipal
se dieron con distinta intensidad a lo largo de toda la Edad Moderna,
desde las Germanías valencianas a principios del siglo XVI hasta las
ciudades holandesas del siglo XVIII.
Los monarcas intentaron controlar los gobiernos municipales. En
teoría, la autonomía de los municipios derivaba de una concesión real en
forma de privilegio que era regularmente confirmado y a veces ampliado.
En la práctica, los consejos podían autorreclutarse sin que el monarca
pudiera controlarlos. Las monarquías que más se desarrollaron en sentido
absolutista lograron controlar en mayor o menor grado los consejos
rectores de las ciudades. La monarquía inglesa, por ejemplo, sólo
consiguió controlar la confirmación de los privilegios municipales entre
1684 y 1688. La monarquía castellana había controlado a los ciudadanos
38
desde los Reyes Católicos mediante el nombramiento de los
corregidores.
Cierto número de <<ciudades libres>> escapaban a la autoridad directa
de un monarca. En primer lugar, las numerosas <<ciudades imperiales>>
alemanas que no tenían otro superior legal que el Emperador. Al mismo
estatus legal pertenecían las ciudades-estado italianas. En los otros
Estados republicanos, las ciudades gozaban de una amplia autonomía e
incluso dominaban el conjunto del sistema político como sucedía en las
Provincias Unidas y, en buna parte, en los cantones helvéticos. Durante la
Edad Moderna Ginebra no pertenecía a Suiza: desde su emancipación del
duque de Saboya y su consagración como centro del calvinismo. La
población de Ginebra mantuvo hasta finales del siglo XVIII una
estratificación social y política privilegiada. Sólo los <<patricios>>
disfrutaban de derechos políticos y participaban en las asambleas de
gobierno. Los simples <<burgueses>> tenían derechos cívicos, pero no
políticos.
Las ciudades protagonizaron muchos movimientos de rebelión a lo
largo de la modernidad: rebeliones de carácter muy amplio, pero que
tuvieron un importante componente urbano: las Comunidades de
Castilla y las Germanías de Valencia; el fenómeno de la Liga Católica en
Francia y el posterior movimiento de la Fronda.
La oposición municipal al Estado se basaba en un sentimiento
particularista de defensa del propio ordenamiento jurídico, de la
autonomía conseguida en la Edad Media. La posición de las milicias
urbanas de carácter burgués o artesanal era decisiva para determinar el
desarrollo de una revuelta. Si la milicia se mostraba pasiva o titubeante,
las autoridades no podían resistir al movimiento popular. El toque de
campanas movilizaba a la población.
El Estado y los campesinos.
39
La gran masa de la población campesina vivía apartada de la acción de
los agentes estatales por su inclusión en el régimen señorial. Sin embargo,
la figura del rey conservaba para el campesinado una función mítica. El
monarca era por naturaleza, según la opinión popular, un padre
bondadoso restaurador de agravios. El malestar que pudiera experimentar
el pueblo era siempre achacado a los malos ministros, consejeros y
funcionarios que mantenían engañado al monarca y perjudicaban al
pueblo con tributos injustos. Por esta razón, era fundamental conservar el
derecho de apelación al monarca, considerado como natural e inalienable.
Durante la mayor parte de la Edad Moderna el campesinado recibió
muy poco del Estado, y en contrapartida, debió darle mucho en forma de
impuestos y de los temidos alojamientos de tropas. Unos y otros incidían
muy negativamente sobre las frágiles economías campesinas. Los
monarcas, como supremos legisladores, eran quienes sancionaban y
confirmaban los procesos de mejora de la condición campesina. La
servidumbre había sido abolida por los reyes de Francia en las tierras del
dominio real ya en el siglo XIV. Sin embargo, cuatro siglos después
todavía quedaban siervos en algunas comarcas francesas, cuya condición
fue abolida por Luis XVI, pocos años antes de que la Asamblea General
Constituyente proclamara el 4 de agosto de 1789 la supresión de todo tipo
de derechos señoriales. En Cataluña, Fernando el Católico propició en
1486 la llamada Sentencia de Guadalupe, que mantenía el régimen
señorial pero suprimía algunos de sus elementos más inherentes, en
especial la condición servil.
La política agraria se orientó decididamente en sentido reformista hacía
el siglo XVIII. El reformismo apuntaba hacia una agricultura de caracteres
capitalistas, que se enfrentaba a los antiguos usos comunitarios, pero
estimulaba el desarrollo de la propiedad libre. Llegaba a producirse una
convergencia de intereses entre el campesinado rico y el despliegue del
reformismo oficial que aspiraba a construir un nuevo orden, basado en los
40
propietarios rurales, sin distinciones estamentales ni interferencias
señoriales. De esta forma, ya en la última etapa del Antiguo Régimen,
comenzaba a constituirse la sociedad censitaria del siglo XIX.
41
Renacimiento y Humanismo: ideales y valores humanos.
Vázquez de Prada
La problemática conceptual respecto al Renacimiento.
El término Renacimiento representa un modo de conocer la vida y la
cultura, que se desarrolla en Italia en el siglo XV, momento inicial de la
Historia moderna en Europa. El Renacimiento marca la revelación de la
civilización laica, el nacimiento del espíritu moderno en el sentido del
pasado siglo.
Si se extiende la concepción del término a una época, se cae en la
inexactitud de aplicar unas características vitales concretas, propias de
un grupo social determinado, elitista, a todos los hombres que vivieron
entonces en su mayoría al margen en razón de su falta de instrucción.
Evolución de la historiografía sobre el Renacimiento
El término Renacimiento fue acuñado por Michelet, Voigt y
Burckhardt en el siglo XIX. Para éste último autor individualismo y
modernidad eran las claves de la interpretación del Renacimiento. Él creó
el “mito del Renacimiento”, acogido con simpatía por el pensamiento
liberal, que veía en aquel movimiento cultural la liberación de espíritu
humano, la victoria de la luz sobre las tinieblas; en una palabra, el
advenimiento de la tolerancia y del liberalismo, el desarrollo del espíritu
laico, moderno.
De acuerdo con esta tesis, Edad Media y Renacimiento se oponían en
todas sus características, como la escolástica al humanismo, el arte
cristiano de la Edad Media a la nueva tendencia paganizante renacentista
y la masa ignorante medieval, apegada a la tradición, a la lucidez de las
potentes personalidades del Quattrocento. La ruptura entre Edad Media y
Renacimiento debía situarse, a grandes rasgos, a mediados del siglo XV.
42
Según Thode, existían dos aspectos que él destacaba como típicos del
hombre renacentista: el individualismo, que Burckhardt identificaba
como subjetivismo, y el profundo sentido de la Naturaleza, considerado
como “el descubrimiento del hombre y del mundo”. Thode no podía
aceptar la idea de atribuir a la antigüedad clásica una influencia decisiva
en la formación de la cultura renacentista. Más bien consideraba que ésta
había brotado con el ascenso de la clase burguesa; el burgués era un
elemento nuevo en la sociedad medieval, con puntos de vista e intereses
opuestos tanto a los de la sociedad feudal como a los de la jerarquía
eclesiástica. Precisamente el franciscanismo consiguió que estos nuevos
valores fueran aceptados e integrados en la sociedad de la época,
respaldando a aquella clase en desarrollo y contribuyendo a realizar las
reformas necesarias para acogerla, así como a sus ideas.
Por su parte, Haskins pudo probar que no era cierta la opinión de que
los hombres de la Edad Media hubieran desconocido los clásicos y sus
enseñanzas: “la continuidad de la historia rechaza estos contrastes agudos y
violentos entre periodos sucesivos, y la investigaciónmoderna nos muestra una Edad
Media menos oscura y estática, y un Renacimiento menos esplendoroso y menos nuevos
de lo que se había creído en otro tiempo”.
De este modo se llegó a borrar los límites y la antítesis entre Edad
Media y Renacimiento, a desechar el propio concepto de Renacimiento o
a interpretarlo, como Huizinga, como continuación o más bien declive de
la Edad Media. Consideraba los Países Bajos borgoñeses y la Francia
norteña durante los siglos XIV y XV como una cultura en declive, en la
que se manifestaban unas características (lujo y riqueza, pero también
contrastes llamativos entre ricos y pobres, extravagante magnificencia de
la vida de la Corte, concepción del amor, de la moral y de a religión
desequilibradas), resultado de una sociedad caballeresca decadente,
influida por el comienzo del capitalismo y de la urbanización, similares a
43
las que Burckhardt había constatado en el Renacimiento italiano. Por lo
tanto, lo mismo que en esta época histórica, en Borgoña, era una época de
declive, de agonía, el Quattrocento italiano debía ser considerado
igualmente como una cultura esencialmente medieval y decadente
Otra matización importante es la de quienes ven dos renacimientos,
prácticamente simultáneos cronológicamente, pero con manifestaciones
bastante distintas. Según Burdach, a la idea original de un Renacimiento
Italiano, entrañado en el despertar de la Antigüedad latina, añadió la de
que allí, en Italia, este despertar era congruente con la cultura nacional,
en un sentido imposible en otras partes. Por otra parte Brandi sostuvo
que debía llamarse Renacimiento solamente a la cultura italiana, pues en
los demás países no fue aceptada sino en aspectos parciales. Nació así la
idea de un Renacimiento nortealpino, en contraste con el Renacimiento
italiano. El Renacimiento nortealpino, unificado bajo la figura de Erasmo
de Rotterdam, fue principalmente cristiano, y en cierto modo, ayudó a
progresar en la vía de la Reforma. Algunos historiadores alemanes y
protestantes dieron primacía cultural a la Reforma, que vino a eclipsar
casi completamente al Renacimiento.
En Italia, a pesar de la división y rivalidad entre los Estados y
principados existentes, se benefició de una sólida base histórica: la
conciencia de un gran pasado, la “romanidad”, de la que muchos italianos
extraerán una fecunda energía en materia de cultura y arte. El
Renacimiento italiano tiene mucho de “despertar de un sentimiento
nacional”, que se transmitirá a otros países. La admiración por la
Antigüedad en Italia coincide con el entusiasmo por la profundización en
el pasado glorioso.
Mientras en Italia la vuelta hacia la Antigüedad considerada por los
demás italianos como un simple retorno a las tradiciones nacionales
produjo una rápida renovación de las concepciones artísticas e
44
intelectuales, sin que tuviera lugar un cambio, un choque profundo con
las ideas existentes, en el resto de Europa no fue así. Allí las tradiciones
nacionales, muy vivas, eran diferentes, y por lo tanto, ese retorno a los
clásicos encontró una resistencia, tanto más fuerte cuanto aparecían, en
lo político, las primeras manifestaciones nacionalistas. El arte religioso
popular, por ejemplo, opuso seria resistencia, en ciertos países, al
clasismo.
46
Humanismo y Reforma, aunque en este ambiente espiritual de búsqueda
de nuevas vías, incidirán nuevos elementos y apetitos seculares y crearán
un lecho en el que se incuban los movimientos de reforma religiosa.
47
Aunque la verdadera aportación del Humanismo fue su visión
intelectual, no se agota en esta actitud especulativa. Al ser una
cosmovisión, el Humanismo se expresó en todos los lenguajes culturales
(filosofía, arte, música). Una de sus esenciales características es la unidad
del Universo, cuyo contenido conciben como perfecta y compleja
armonía. Entre las virtualidades del hombre estaba el conocimiento de la
Naturaleza y, mediante él, su dominio y mejor aprovechamiento.
El ideal de vida de los humanistas.
El Humanismo conllevaba un arte de vivir. Una manera de vivir en la
que la existencia humana y sus exigencias naturales ocupaban atención
preferente, aunque en modo alguno al margen de las obligaciones
derivadas de las creencias religiosas. La afirmación de la personalidad, el
deseo de poseer riquezas y disfrutar de las satisfacciones que estas podían
proporcionar, el gusto estético, la liberalidad, la cortesía, los buenos
sentimientos, todos estos rasgos humanos merecen especial estima a los
hombres del Renacimiento.
Evidentemente la conciliación de los ideales humanistas de desarrollo
de las virtudes humanas y de las exigencias derivadas del hombre como
ser dependiente, creado por Dios con una finalidad, terrena y
sobrenatural, no resultaría nada fácil en la práctica.
El ideal que propugnaban los humanistas era el del “hombre completo”.
Tanto el estudio como la ocupación en los negocios públicos o en la
administración exigían una dedicación intensa, una especialización. Este
ideal era únicamente accesible al rico ocioso. Los humanistas, cuando
exponían este ideal, eran bien conscientes de que era inalcanzable,
aunque hubiera que perseguirlo. Por supuesto, entra dentro de su
concepción elitista y de selección, y responde a su mentalidad
intelectualista.
48
Los términos fortuna y virtú aparecen con mucha frecuencia en los
escritos de los humanistas italianos. La fortuna o suerte era la imagen de
lo incierto, de lo cambiante.La virtú comprende todas las características
típicamente varoniles como la osadía y la carencia de miedo, el sentido del
honor unido a la integridad y honestidad.Para la mayoría de los
humanistas, la “virtú” era aquello que permitía alcanzar la “fortuna”,
escapándose de esta tierra hacia la vida inmortal, hacia la gloria.
La gloria del individuo se alcanzaba esencialmente por la labor
realizada en beneficio de la ciudad o del Estado al que se pertenecía. Esto
significaba el despertar del nacionalismo, el orgullo por el esplendor y la
belleza de la ciudad donde se había nacido, el conocimiento de su
historia.
El individualismo del Renacimiento no es otra cosa que la
preocupación por el pleno desarrollo de las posibilidades del ser humano.
Los humanistas entendían que este pleno desarrollo del individuo,
solamente podría producirse en conexión y armonía con sus semejantes y
no suponía con el ideal del valor universal de la Humanidad y del entorno
en que cada individuo desplegaba su vida. Antes al contrario, el desarrollo
pleno del individualismo se producía en una tendencia hacia la unión
fraternal, sin desigualdades sustanciales entre los hombres. Claro que
cuando se refieren a sus semejantes, quieren indicar núcleos selectos,
pues los humanistas se consideraban ante todo aristócratas intelectuales,
diferenciados del conjunto de la plebe.
Otros de los rasgos que los humanistas resaltaban fueron la amistad y el
amor. Los lazos de amistad constituían un aspecto esencial de la “virtú”.
El amor entre los hombres se entendía como una parte de un amor
cósmico, global que conducía hacia el amor de Dios. Superaba todo lo
terreno, para encaminarse a la belleza eterna suprema y perfecta. La
49
belleza, en particular la femenina, era igualmente reflejo del pensamiento
divino y debía conducir a quienes la poseían, hacia la hermosura eterna.
En resumen, el Humanismo más puro elaboró una imagen del mundo y
del hombre en la que reinaría la armonía completa y la paz, obtenidas con
el esfuerzo y con la contemplación filosófica. Todas las cosas, incluso las
tensiones sociales, podían integrarse en una unidad, pues las diversas
opiniones no eran sino la fallida expresión de aquella fundamental unidad
que tenía lo humano. La búsqueda de esa unidad y su logro era la tarea
que incumbía a cada individuo. El ciudadano tenía que trabajar para
mantener o restaurar esa unidad en su propia ciudad, sin perder jamás de
vista que la unidad perfecta se halla solamente en Dios.
Las condiciones socioeconómicas y el movimiento cultural.
51
con el apoyo de los grandes dignatarios civiles o eclesiásticos, elevados
por el favor de sus soberanos. El Renacimiento en su vertiente social y
cultural cuajó en las Cortes, en las academias, en los cenáculos y en los
salones. No se explica sin el mecenazgo. Gracias a éste, por otra parte, los
artistas se dispersan por toda Italia y contribuyen a la renovación de las
artes.
52
contemplación irracional de la naturaleza, a la observación de lo concreto,
a la acción práctica. Todo ello ponía insuperables obstáculos al esfuerzo
de abstracción necesario para toda ciencia.
53
El Humanismo en Italia
Vázquez de Prada
55
El contenido de los estudios humanísticos era todo lo concerniente al
lenguaje, pero englobando la literatura y la filosofía, disciplinas que
aportaban lo esencial para la formación del hombre. El contenido
profundo de esta temática, podía convertir al hombre en un ser perfecto.
No se olvidaba la teología ni se consideraba que hubiera perdido
importancia, pero se creía que su estudio no bastaba y era necesario
añadir los conocimientos que proporcionaban los estudios humanos. Y
todo ello de manera conjunta y armónica. Gracias a los “studia
humanitatis” se aseguraría al hombre el descubrimiento de todas sus
riquezas vitales y de todas sus oportunidades.
56
adquiere especial relieve. La expresión, tanto oral como escrita, se
reconoce como elemento importante para el progreso social.
57
La atención hacia el griego se suscitaría algo más tarde, aunque en la
Edad Media no faltaron personas que leían el griego y manejaron los
escritos de los Padres de la Iglesia helena. También Petrarca tuvo una
decisiva influencia en la afición hacia los autores griegos. En una época en
que la metodología del escolasticismo y el latín dominaban el saber, se
atrevió a afirmar, aunque no leía griego, la superioridad de los maestros
helenos.
58
medievales por su rareza. Los humanistas del siglo XVI, desprovistos de
todo prejuicio sobre estos textos antiguos y, también animados por una
insaciable curiosidad, los buscaron con avidez. Príncipes, mercaderes y
ciudadanos acomodados encargaron la búsqueda de tales códices, incluso
en regiones distantes. Todo su afán era incrementar sus bibliotecas,
aunque no fueran capaces de leerlos.
59
Aplicación de la filología como instrumento crítico.
Entre los primeros humanistas, existía un ansia por los textos clásicos
auténticos, lo que dio por resultado que las primitivas traducciones
fueran reemplazadas por otras nuevas y mejores y que empezaran a
aparecer ediciones cuidadas de las obras más celebres, así como de otras
ignoradas hasta entonces. Este retorno a los clásicos estaba condicionado
por el perfeccionamiento de le lengua latina.
61
Este divorcio total que los nominalistas establecían entre fe y razón
tenía graves consecuencias, no sólo en el terreno de la teología, sino en el
pensamiento filosófico y científico. Aunque el nominalismo, al acentuar la
autonomía del campo de la ciencia, pudo favorecer indirectamente lo que
llamamos investigación, este aspecto positivo estuvo frenado por la
afirmación que hacia dicha escuela de todo conocimiento general.
Otra corriente, más fiel a la letra de Aristóteles, era la que partía de los
comentarios del árabe Averroes. Dicha doctrina establecía la separación
total entre la filosofía y la fe; a pesar de las repetidas condenas
eclesiásticas, no dejó de ser enseñada en la Universidad de Padua. El
averroísmo –basado en un determinismo, que apenas dejaba lugar a la
intervención divina y en un cierto materialismo–, continuo enseñándose
en Padua y jugaría un cierto papel intelectual durante el siglo XVI.
Fueron numerosos los humanistas europeos que acudieron a estudiarlo en
aquella prestigiosa y atrevida universidad veneciana.
62
Fue Marsilio Ficino, educado primeramente en el aristotelismo y
estudiante de medicina en Bolonia, el gran difusor de las doctrinas
neoplatónicas. Llamado, hacia 1460, por Cosme de Médicis, le instaló en
una tranquila villa rustica de los alrededores de la ciudad, para que
pudiera dedicarse al estudio de Platón y de los filósofos platónicos. Con
rapidez tradujo las obras completas de Platón, de Plotino y de otros
discípulos. Aparte de esta labor escrita, divulgada entre la élite florentina
y por todo el mundo culto, solía reunir en su residencia a un círculo de
amigos, y discutían, en libre y sencilla conversación, las ideas platónicas.
Esta era la célebre Academia Florentina. Gracias a su extensa
correspondencia con otros humanistas, sus ideas y el platonismo se
expandieron por Europa, convirtiéndolo en la filosofía más influyente del
Renacimiento. Este platonismo es fuertemente eclesiástico, amasado con
materiales aristotélicos y judíos (Cábala).
63
tres vías de conocimiento: la de los sentidos, la de la razón y la de la
contemplación, siendo esta ultima la superior, ya que supera el riesgo de
las apariencias sensibles y del análisis racional, permitiendo con
seguridad alcanzar lo real (el mundo divino).
65
ciudades y los humanistas comenzaron a apreciar el nuevo invento.
Venecia fue el principal centro de ediciones. Los primeros libros se
hicieron todavía con la colaboración de copistas, que rellenaban los libros
con dibujos y títulos. Por otra parte, el nuevo método carecía de la
necesaria flexibilidad y no eran raros, incluso, los manuscritos hechos
sobre libros impresos. Gracias a la imprenta, los humanistas pudieron
ofrecer al público textos antiguos, corregidos y enmendados. La gran
difusión de libros obligaba a los eruditos a esmerarse en la tarea de
reproducción de textos correctos.
66
El Humanismo en el resto de Europa.
Vázquez de Prada
68
estéticas y morales del platonismo de Marsilio Ficino para adentrarse en
la investigación histórica, política y religiosa.
En este último aspecto hay una figura que destaca como el prototipo y
que personificará el pensamiento humanista: Erasmo. El influirá de
manera determinante en el pensamiento de la primera mitad del siglo
XVI.
El Humanismo en Francia.
El Humanismo francés se desarrolló relativamente tarde. Las
inquietudes intelectuales parecían satisfechas con la escolástica
tradicional, mientras el genio francés prefería expresarse en su propia
lengua. París, todavía entonces uno de los primeros centros culturales,
apenas demostraba interés alguno por las novedades intelectuales. La
cuestión que a fines del siglo XV más les afectaba era la disputa entre
nominalistas y realistas. El triunfo de los primeros, que se oponían tanto
al realismo como al platonismo, no dejó apenas resquicio a la penetración
del pensamiento humanista.
Los dos grandes humanistas franceses fueron Jacques Lefévre
d’Etaples (1456 - 1536) y Guillaume Budé (1468 - 1540).
Lefévre d’Etaples se interesó por las teorías de Ficino y Pico
dellaMirándola. Estudió filosofía en París, fue clérigo, pero nunca recibió
las órdenes mayores. Vivirá una existencia casi monástica, de sabio,
consagrado a la erudición clásica primero, y pronto, a la teología, adicto
siempre a la Iglesia, no obstante su audacia critica.
Su gran afición será San Pablo, que en adelante, como para los
precursores de la Reforma, será su guía. Desde 1501 publica
incesantemente: ediciones de las epístolas de San Pablo, estudios sobre
los Libros Santos y la traducción francesa del Nuevo Testamento.
69
Guillaume Budéfue el mejor especialista francés en latín y griego,
defensor infatigable del Humanismo. Su curiosidad científica universal le
llevó a profundos conocimientos en todas las ciencias, desde la teología, la
filosofía, la jurisprudencia, a las matemáticas. Su estudio de metrología
antigua describe el valor de las monedas y medidas de antiguos y su
equivalencia moderna. Esto lo colocó entre los más destacados eruditos
de su tiempo. Secundó con rapidez el proyecto de Francisco I de fundar
un colegio de hombre doctos, germen del posterior “Collègede France”,
institución real que, a diferencia de la Sorbona, acogió los estudios
filológicos y humanísticos, que ya venían impartiéndose en la Corte
(1530). Dirigió también hasta su muerte la Biblioteca de Fontainebleau,
formada sobre la base de la de los Sforza de Milán.
El Humanismo en Inglaterra.
Aunque los estudios teológicos continuaban dominando aún la vida
académica en Oxford y Cambridge, no había dejado de desarrollarse la
afición por algunos aspectos de la cultura humanística, aportada por
eruditos italianos y por ingleses que habían estudiado en Italia. La
enseñanza de la gramática latina se orientó, ya antes del siglo XV, hacia el
Humanismo, y se redactaron los primeros manuales con la intención de
mejorar el estudio del latín clásico. El apoyo de la Corte a la cultura
humanística fue también decisivo. El entusiasmo por el latín culto
penetró allí a través de funcionarios pontificios y eruditos deseosos de gar
el favor cortesano. A finales del siglo XV y comienzos del XVI existía en
Londres, gracias a la presencia de eruditos italianos, un clima intelectual
parecido al de Italia. En Oxford y Cambridge, sin embargo, hasta la
Reforma, predominó el espíritu escolástico.
John Colet (1467 - 1519), teólogo de la corte de Enrique VII, fue influido
por la forma exotérica de Ficino y Pico della Mirándola durante su
estancia en Italia. Allí, Colet aprendió griego, interesándose por el
70
platonismo y estudió a fondo la Biblia y los Santos Padres. A su vuelta en
Inglaterra, ordenado sacerdote, fue profesor en Oxford y allí ejerció una
gran influencia en Erasmo y Moro. Destacado humanista cristiano.
Tomás Moro (1478 - 1536) llegó a ser la figura más destacada del
Humanismo inglés. Erudito por afición, nunca se dedicó a la enseñanza,
ya que su verdadera profesión era la de jurista y político: alto dignatario y
Canciller de Enrique VII. Laico, padre de familia ejemplar, sus excelsas
virtudes humanas, puestas a prueba en el martirio por defender sus
convicciones religiosas, le valieron la canonización por la Iglesia.
Tuvo un profundo conocimiento de los clásicos. El aspecto
neoplatónico del humanismo es lo que más le atraía. Cuando los estudios
griegos parecían correr peligro en Oxford, en manos de teólogos más
conservadores, su oportuna intervención permitió acallar a los
adversarios de los nuevos estudios. Es en la Utopía (1516), deliciosa sátira
de la sociedad y de las ideas de su tiempo, mal interpretada a menudo,
donde el humanismo de Moro aparece más de manifiesto, con un estilo
latino ágil, irónico y atrayente.
El Humanismo en España.
El impacto del Humanismo italiano comenzó a sentirse después de
mediados del siglo XV más por el influjo de los españoles que habían
acudido a universidades de Italia que por eruditos italianos, que vinieron
a enseñar más tarde a la península.
La indiscutible figura humanista española fue Elio Antonio Nebrija
(1444 - 1522). Después de una larga estadía en Italia, donde profundizó el
griego y la nueva filología, en 1475 fue incorporado como profesor en la
universidad de Salamanca. Más tarde el cardenal Cisneros lo llamó a
Alcalá, en 1513, donde desempeñaría la docencia hasta su muerte. Su
enorme producción abarca desde la gramática a la historia, desde la
71
arqueología y la lexicografía al derecho y los estudios sagrados. En 1492
publicó una Gramática Castellana, primera compilación gramatical de una
lengua europea moderna, que tuvo enorme influencia.
Más aún que en Salamanca, fue en la nueva universidad de Alcalá,
fundada por Cisneros en 1508, donde el Humanismo alcanzó gran
desarrollo. Concebida como una institución completa de enseñanza
eclesiástica: elemental, media y superior, Cisneros introdujo un espíritu
abierto: creó cátedras de tomismo, escotismo y nominalismo, pensando en
un fecundo dialogo. La investigación teológica se orientó hacia el estudio
directo de las fuentes, de la Biblia, con la ayuda de las lenguas en que fue
originariamente escrita.
Cisneros opinaba que nadie que no supiera griego podía ser buen
teólogo; y en los estatutos de la Universidad de Alcalá estaba prevista
también la creación de cátedras de hebreo, árabe y siríaco. Alcalá se
convirtió en el primer centro de estudios griegos en España. El cretense
Demetrio Dukas enseñó griego en 1512-1518. La gran ilusión de Cisneros
era la edición de la Biblia en sus lenguas originales. Reunió a un grupo de
eminente eruditos a quienes confió la parte editorial del proyecto. El
primer tomo de la llamada “Biblia Políglota Complutense” constituida por
el Nuevo Testamento, estaba ya impreso en 1514.
El Humanismo en los Países Bajos.
El Humanismo no comenzó a ejercer influencia en los Países Bajos
hasta la segunda mitad del siglo XV. El único brote cultural vigoroso fue
la pedagogía espiritual de la Devotio Moderna. Las dos ramas de este
movimiento (la congregación de San Agustín deWidesheimy los
Hermanos de la Vida Común) aspiraban a realizar en el campo de la
religión lo que el Humanismo estaba haciendo por la cultura. Aunque
influidos por místicos, como San Bernardo, opusieron al formalismo de la
72
escolástica decadente un sano realismo, asentado en la humildad
intelectual y en la ascética personal.
Las escuelas de los Hermanos de la Vida Común que a finales del siglo
XV se habían extendido hasta Alsacia y el sur de Alemania, por su
preocupación por métodos eficientes de enseñanza, contribuyeron al
progreso del Humanismo. En ellas se educaron figuras señeras como
Nicolás de Cusa o Erasmo. Por su parte, la actividad cultural de los
Hermanos no se redujo a la educación, sino también a la producción de
literatura devota y a la transcripción de manuscritos, influidos por el
método de Lorenzo Valla. Se dieron cuenta inmediatamente de la
importancia de la imprenta y fundaron prensas dedicadas a la publicación
de obras de devoción, gramática y textos clásicos.
Entre los humanistas de los Países Bajos destaca Johan Wessel de
Gansfort (1420 - 1489), que, aunque nunca dejó su convicción
nominalista, conoció el griego y el hebreo en Italia admiró a Marsilio
Ficino y fue un teólogo imbuido de misticismo y entusiasta de la Reforma.
El Humanismo en Alemania.
A fines del siglo XV la influencia italiana en el Imperio era bastante
amplia, por obra de eruditos alemanes que habían estudiado en Italia y
por italianos que vinieron a estudiar en las universidades alemanas.
La imprenta en Alemania fue donde adquirió mayor desarrollo hasta
1520 aproximadamente. Entre los numerosos libros editados, si bien la
mayoría trataban temas relacionados con los estudios tradicionales, la
religión o aspectos profesionales, había buen número dedicado a la
literatura clásica y humanista. A comienzos del siglo XVI algunos
editores habían comenzado a relacionarse con núcleos humanistas.
A comienzos del siglo XV las universidades de Viena, Erfurt y
Heidelberg eran las más florecientes, como también Basilea y Leipzig.
73
Como en el resto de Europa, quienes introdujeron los estudios
humanísticos eran eruditos italianos o bien alemanes que habían
estudiado en Italia. Pico della Mirándola, Ficino y Valla gozaron de gran
popularidad y el conocimiento de las lenguas clásicas no pasó de la
gramática y de la retórica.
Los centros humanistas más notables en Alemania, a finales del siglo
XV y comienzos del XVI se formaron, sobre todo en Núremberg,
Augsburgo, Estrasburgo o en sociedades y academias literarias fundadas
por Conrad Celtis en Colonia y en Viena. Estos nuevos centros
humanísticos se dedicaron predominantemente a la arqueología y retórica
latinas. Mayor importancia adquiría la edición de textos antiguos. La
creencia, fomentada por los nuevos estudios, de que el pasado alemán
había sido de excelsa grandeza fue un motivo impulsor del Humanismo
germánico y del nacionalismo alemán.
Erasmo, príncipe de los humanistas.
La gran figura del Humanismo fue Erasmo de Rotterdam, que llena
con su fama el primer tercio del siglo XVI. Fue educado y vivió algún
tiempo con los Hermanos de la Vida Común, en cuyas escuelas aprendió a
dominar la nueva retórica, al tiempo que recibía el impacto de la Devotio
Moderna. Luego entró en la Comunidad de Canónigos de San Agustín,
donde recibió la influencia del Humanismo italiano de la mano de Nicolás
de Cusa y de los Hermanos de la Vida Común, adquiriendo gran
entusiasmo por la Antigüedad. Durante su estancia en el convento se
mostró más preocupado por los estudios que por la perfección interior.
En 1492 fue ordenado sacerdote, pero muy pronto sintió deseos de
abandonar la vida conventual, lo que hizo, de acuerdo con sus superiores.
En 1495 acudió a completar sus estudios a la universidad de París. Sus
inquietudes y falta de asentamiento le llevaron a viajar por toda Europa.
74
Estuvo en Inglaterra: en Oxford y Cambridge. Vivió en Italia y en Flandes.
Al final de su vida residió en Basilea, donde moriría en 1536.
Tras haber estudiado y cultivado la escolástica y la mística en los Países
Bajos y en París, durante su primera estancia en Oxford conoció a John
Colet y Tomás Moro quienes ejercieron una influencia decisiva en su vida
y en sus ideas. A partir de ahora se entregará completamente al
Humanismo, en su vertiente religiosa y moral. De Colet aprendió la
importancia de la nueva exégesis de la Biblia y la necesidad de renovar la
enseñanza de la teología; Tomás Moro influyó en su afición al estudio,
pero sobre todo en su vida, ya que fueron grandes amigos. Es muy posible
que gracias a esta amistad permaneciera en la Iglesia Católica, en
momentos personalmente muy difíciles. En 1500 publica su obra más
importante: Adagios, una colección de ochocientos proverbios antiguos.
En 1502 decidió lo que en adelante consideró la obra de su vida:
demostrar el valor que los clásicos tenían para el estudio de la Biblia, para
profundizar en el conocimiento de la verdadera Fe y doctrina de la Iglesia.
En 1503 publicó el Manual del soldado cristiano, obra que contiene las
reflexiones y vivencias del autor durante su estancia en Inglaterra. En ella
presenta un ideario del laico cristiano y expone sus ideas sobre la
espiritualidad humanista En Oxford comenzó la traducción del Nuevo
Testamento –primero del texto latino– y lo publicó en 1516.
Erasmo será siempre recordado por su inmensa tarea crítica y por su
eficaz contribución a difundir el método filológico. La filología y la teoría
literaria (retorica), indispensables para el conocimiento de los textos y su
significación, no eran para él un fin en sí mismas, sino método esencial
para restaurar la pureza de la doctrina de Cristo, recogida en la Sagrada
Escritura.
75
Encontró su mejor expresión en el Elogio de la locura, su obra más
popular y todavía leída, escrita en 1509 y publicada en 1511. Hasta
entonces, había sido una vieja costumbre el describir, de una manera u
otra, la locura del hombre y del mundo, pero Erasmo hace irrumpir en
escena a la propia locura, para que exprese sus ideas. La crítica, con
ironía, alcanza a todas las personas e instituciones, incluida la Iglesia.
Claro que esta forma de escribir, cuando llegó el momento de definirse
y adoptar una postura en la controversia católicos-protestantes, a la
mayoría les pareció insatisfactoria, por una u otra razón. Cuando antiguas
y sagradas convicciones parecían tambalearse, quienes buscaban
certidumbre, las consideraron inoportunas e insensatas, mientras que
aquellos lanzados a la vía abierta de crítica y revisión total, las calificaron
de cobardía.
Si el humanismo erasmiano, en lo que representa de actitud intelectual,
persistió, se debió a su virtuosismo, a la elegancia del lenguaje y a su
ironía, que por el contenido de sus obras. Erasmo es recordado hoy
gracias a su personalidad y peculiarísima manera de escribir. A menudo
satírico, a veces amable, con más frecuencia amargo, pero raramente
superficial y vulgar, era suave y fuerte al mismo tiempo. No fue un
pensador original ni profundo, pero cautivó la imaginación de los
contemporáneos por su talante intelectual, por el encanto y flexibilidad
de su latín, y por su repugnancia a todo extremismo.
76
Humanismo y Religión.
Vázquez de Prada
Actitud religiosa de los primeros humanistas.
Definido el Humanismo como un movimiento que intentó liberar al
hombre, mediante el descubrimiento de los valores morales e
intelectuales encerrados en la literatura grecolatina y su adaptación a las
nuevas necesidades del tiempo, es evidente que este movimiento cultural
tenía que plantearse seriamente su concepción del hombre, del mundo y
de Dios, y las relaciones entre ellos. Algunos humanistas, al estudiar las
fuentes del pensamiento antiguo, llegan a la conclusión de que la filosofía
platónica es una introducción metodológica a la “verdadera” religión
cristiana: la del Evangelio, la de las Epístolas de San Pablo y de los Padres
de la Iglesia. San Agustín o San Jerónimo habían intentado realizar una
síntesis armoniosa entre la cultura pagana y el cristianismo, sin perder su
propia fe ni sus objetivos piadosos. Esto fue tomado como fuente de
inspiración de la literatura humanista y la pintura religiosa del
Renacimiento.
Partiendo de esta perspectiva, no podía por menos de plantearse un
nuevo tipo de teología, que reemplazara a la de su tiempo. La brillante
tentativa de Tomás de Aquino, que en el siglo XIII había logrado
conciliar la filosofía aristotélica con el cristianismo, no les parecía
definitiva. Los humanistas buscaban una nueva síntesis.
La escolástica había caído en la confusión, pues quienes trataban de
buscar la verdad divina por caminos más sencillos y acomodados a una
visión integral de la vida, consideraban el procedimiento escolástico,
basado en el silogismo, poco adecuado a su propósito. Además, las
escuelas nominalistas habían acentuado su descrédito. Por otra parte, la
77
teología había derivado a discusiones academicistas que habían perdido
todo contacto con las fuentes primarias de la fe.
Ya en los primeros decenios de siglo XV, los humanistas italianos
habían propuesto los fundamentos de una cultura literaria que repudiaba
la escolástica.
Nicolás de Cusa puede considerarse el precursor más inmediato en
este intento: un sistema religioso en el que pudieran integrarse todas las
religiones. Para él, judaísmo, cristianismo y mahometanismo, son
aspectos de una misma vía hacia Dios y llega a contemplar la posibilidad
de unión de iglesias y sectas, no obstante sus grandes divergencias, sobre
la base de verdades comunes, de algunos “artículos fundamentales”. El
irenismo religioso de Cusa anuncia un clima religioso completamente
nuevo, un elevado ideal a cumplir.
79
Afirma que la Escritura es la única base de la religión y, por tanto, su
explicación y difusión, la verdadera misión de la Iglesia. Para ello el
teólogo tenía que poseer una gran cultura, ante todo “letras antiguas”.
Con ayuda de estas, había que leer la Biblia, en busca de un sentido “más
espiritual”.
Al tratar de acentuar la vida interior, la unión con Cristo, estos
humanistas cristianos se desinteresan de algún modo de los ritos y
prácticas, como simples ayudas a la piedad. Pero la teología que
proclaman no es revolucionaria, no tratan de separar la fe de las obras,
aunque se ponen en el camino de ello. En cuanto a la Iglesia, la aceptan
como institución respetable, pero consideran que solamente debe
ejercitar su autoridad en el terreno de lo espiritual, y debe procurar
mantener en su seno a los disidentes.
Según Chaunu, la “lectura humanista” de la Biblia introducía en
algunos de los errores teológicos del protestantismo: la tentación
sacramentaria, la tentación antitrinitaria y la tentación eclesiológica (la
de una estructura profética, basada en el sacerdocio universal, nada
jerarquizada).
Las dos grandes figuras del Humanismo cristiano en su versión
“evangélica” fueron Lefévred’Etaples y Erasmo. Él primero, en 1512,
publica un Comentario sobre las Epístolas de San Pablo, donde tiende a reducir
la importancia de las obras: “La sola fe, más bien que las obras, nos merece la
salvación; las obras nos preparan y purifican; pero la fe nos abre acceso a Dios, quien
únicamente nos justifica y nos absuelve”. Pero no niega la utilidad de tales obras.
Lo que hace es insistir en la necesidad de una fe personal y pura, que tiene
reminiscencias de la “Philosophia Christi” erasmiana.
Erasmo y su influencia religiosa.
80
En el Manual del soldado cristiano, Erasmo se dirigió a los laicos devotos,
para expresar la tesis de que la vida cristiana no es patrimonio exclusivo
de los religiosos, sino que todos los fieles tenían el derecho y el deber de
ocuparse de su perfección espiritual. Desde un principio insiste en que en
Cristo, y sólo en Él, han de centrarse todos y cada uno de los creyentes. El
cristiano debe despegarse de todo lo material, de la gloria o del honor, en
una lucha contra los vicios, los demonios y contra uno mismo. En este
combate continuo, Cristo lucha con nosotros, a nuestro lado. Para vencer
en él, disponemos de dos armas: la oración y la ciencia. La oración eleva
nuestros deseos al cielo; la ciencia nos enseña a rezar bien. Esta ciencia
consiste en el conocimiento profundo de la Escritura y de los escritos de
los Padres de la Iglesia. Una vez despegado del mundo y de sí mismo, el
hombre tiene que estar abierto a Dios, para convertirse en un auténtico
cristiano. Esta es en esencia su “Philosophia Christi”.
Erasmo propugnaba una religión depurada de todo rito y un moralismo
radical. No es la letra del Evangelio la que cuenta, sino el espíritu. Para él
las ceremonias del culto litúrgico son meros actos externos, que en vez de
iluminar tienden a oscurecer la fe cristiana pues llevan a caer en la
superstición de creer más en lo que es carne que en lo que es espíritu, a
incurrir en “judaísmo”. Por esta razón condena el culto a las reliquias y
otras prácticas semejantes.
Para Erasmo el Evangelio era primeramente una filosofía de vida, en
cuanto expresa el divino mensaje, que enseña a los hombres a
comportarse correctamente en su existencia terrena, que es lo que debía
entenderse por verdadera humanidad, por autentico Humanismo. La
única preocupación del cristiano debía ser vivir de acuerdo con las
palabras de Cristo. Con la fe cristiana se alcanzaba la verdadera y plena
libertad, la liberación frente a la letra de la ley (doctrina de la libertad
cristiana).
81
Erasmo rechazó el culto externo; se manifestó contrario a la
Escolástica; ridiculizó el monacato y la forma de vida consagrada; tuvo
una concepción de la Iglesia fundamentalmente invisible, pues la visible
era como un fenómeno temporal y mucho menos importante. Consideró
también que de la masa de opiniones que enseñaba la Iglesia, había que
destacar un pequeño número de dogmas, y que había que suprimir una
serie de observancias, que no tenían fundamento ni en la Escritura ni en
los Padres. En sus obras apenas habla de muchas cuestiones como el status
del Papado, la significación de los Concilios, de los distintos dogmas y de
la mayoría de los sacramentos. Se opuso decididamente al culto a los
santos, a las peregrinaciones y tuvo dudas respecto al culto a la Santísima
Virgen.
Puede que aceptase los dogmas, al menos los fundamentales, pero
estaba convencido de que cualquier discusión sobre ellos conducía a
infructuosos debates y, por tanto, debía ser evitada.
Erasmo, más que un escéptico, era un hombre práctico. Su
interpretación de la fe evidentemente se aparta de la Iglesia, pero nunca
quiso romper con ella ni se sintió fuera de ella. Sin embargo, esta aparente
“neutralidad” la atraería problemas. Muchos católicos estaban
convencidos de que Erasmo había llegado demasiado lejos en las críticas
contra la Iglesia, e incluso le responsabilizaron del movimiento
protestante.
Controversia con Lutero.
Erasmo se afanó por conservar la paz en medio de las violentas
disputas. Su actitud era la de no comprometerse con nada ni con nadie.
Inicialmente Lutero se esforzó de ganarse su apoyo, pero Erasmo se
mostró más precavido. Erasmo, en sus primeros años, le miró con buena
voluntad y elogió sus conocimientos de la Escritura. Inevitablemente
llegó a la situación de tener que oponerse abiertamente al reformador con
82
su obra De Libero Arbitrio (1524) a la que respondió Lutero con De Servo
Arbitrio (1525). En el fondo, Erasmo no podía aceptar la teoría de la “tabla
rasa” de Lutero, que entrañaba el Cisma. Él introdujo en el debate la
noción de desarrollo del dogma, para afirmar, contra los reformadores,
que las verdades de la fe no pueden limitarse solamente a fórmulas
bíblicas. Erasmo deseaba la reforma de la Iglesia, pero con al jerarquía y
por medio de ella; no quería suprimir nada que no fuera reemplazable.
La lealtad de Erasmo hacia la Iglesia es lógica. Una reforma con ruptura
de la Cristiandad tradicional, como lo hacía Lutero, era a sus ojos un
escándalo y locura. Toda la tradición humanista de la que se sentía parte
trataba de aproximar a los hombres y a unirlos, si era posible, en la misma
fe religiosa. Trataba si de reformar la Iglesia, pero la unidad cristiana era
preciosa y había que conservarla a ultranza. Según Leclerc “El error de
Erasmo es haber desestimado el contenido dogmático que separaba a Lutero de la
Iglesia Católica. Más humanista que teólogo, creyó sinceramente que podía arreglarse
todo si se pudiera llegar a un acuerdo común sobre la fe más simple de la Iglesia
primitiva”. En consecuencia se influencia sería ambigua: animaría una
parte de las tentativas legítimas de aproximación y conciliación, pero
favorecería también a aquellos que buscaban la unión en la Iglesia a través
de una reducción progresiva de las esencias dogmáticas.
El Renacimiento
Guillermo Fraile
El Renacimiento es el escenario de una serie de profundas
transformaciones que afectan a todos los aspectos de la cultura en el
orden social, político, económico, científico, artístico, literario y religioso.
A los elementos procedentes de la Edad Media se le suman otros nuevos,
cuyo resultado es una ampliación de horizontes y una profunda
83
transformación en las condiciones de la vida y modo de pensar de los
pueblos europeos.
La grandiosa idea medieval de la Cristiandad, basada en la cooperación
armónica entre dos poderes supremos, el Imperio en lo temporal y el
Pontificado en lo espiritual, se convierte definitivamente en un sueño
irrealizado e irrealizable. Desde el siglo XII el régimen feudal había
entrado en franca decadencia. La pólvora revolucionó el arte de la guerra.
La ciudad prevalece sobre el campo, lo urbano sobre lo rural, las
catedrales sobre las abadías, las lonjas sobre los castillos y las
universidades sobre las escuelas de los monasterios. Las ciudades
aumentan su riqueza con el desarrollo del comercio, y compran o
conquistan privilegios con que se emancipan del dominio de sus antiguos
señores. Frente a la aristocracia de sangre se consolida la burguesía como
una nueva clase social, cuyo influjo se basa en el poder de la riqueza y el
dinero. Comienza a aparecer el Capitalismo, revolucionando las antiguas
estructuras económicas: reyes y emperadores se ven precisados a solicitar
préstamos de grandes banqueros, como los Médicis de Florencia o los
Függer de Augsburgo.
Los pueblos o las <<naciones>> se organizan en Estados, que tienden a
consolidar y estructurar su unidad interior, y en el exterior a conseguir la
autonomía completa respecto de cualquier dependencia civil o
eclesiástica. Se consolidan las monarquías absolutas, prevaleciendo la
centralización del poder sobre la disgregación de la aristocracia y los
señoríos feudales. El principio de jerarquía se sustituye por el del
equilibrio entre las grandes potencias, y el Imperio queda relegado a un
mero papel secundario. A su vez el influjo espiritual de los Papas salió
quebrantado de las luchas contra el poder temporal de los reyes y
emperadores, como es el caso de Bonifacio VIII con Felipe el Hermoso.
84
Desde finales del siglo XV se multiplican vertiginosamente los grandes
descubrimientos geográficos, posibilitados estos por el conocimiento de
la brújula. Cristóbal Colón, navegando hacia oriente en busca de la India
y las islas de las especias, tropezó con un nuevo continente. Siguieron
nuevas navegaciones, descubrimientos y exploraciones en América,
África, Asia y Oceanía. El horizonte geográfico y etnográfico se ensancha
de manera fabulosa con el conocimiento de nuevas tierras, pueblos, razas,
civilizaciones y costumbres.
El descubrimiento del Nuevo Mundo tardó en ejercer influjo en el
orden político y económico. Pero el centro comercial se desplazó de Este a
Oeste, del Mediterráneo al Atlántico. Aumentaron las riquezas, pero la
afluencia de oro y plata desvalorizó la moneda y desequilibró el antiguo
sistema de precios, repercutiendo en la situación de las clases sociales.
Las posibilidades de hacer fortuna rápidamente tientan a muchos,
iniciándose la emigración en masa a las tierras recién descubiertas. Al
mismo tiempo, las guerras incesantes empobrecían a los reyes y los
pueblos europeos.
Europa se convierte en la gran descubridora y exploradora de
territorios desconocidos, y unas veces por procedimientos violentos de
conquista y otras por medios pacíficos de persuasión, impone su propia
cultura durante cuatro siglos en la mayor parte del mundo.
A la ampliación del horizonte terrestre por los descubrimientos
geográficos vino a sumarse otra semejante en el orden cósmico, sugerida
por las teorías astronómicas de Copérnico y Galileo Tanto una como otra
repercuten en la psicología. La audacia de los descubridores y
conquistadores se contagia a los pensadores. De la misma manera que se
descubrían nuevas tierras y nuevos astros, podían también descubrirse
nuevos mundos en el orden del pensamiento.
85
En el aspecto científico, en los centros universitarios oficiales se
prolongan las escuelas filosóficas y teológicas que se formaron a partir del
siglo XIII: tomismo, escotismo, averroísmo. Durante los Siglos XIV y XV
prevalece la corriente nominalista, y aunque decae a principios del XVI,
no será sin que muchas de sus doctrinas más características, y sobre todo
su espíritu y su orientación, se transmitan al racionalismo cartesiano y al
empirismo inglés, prolongando su influjo, más o menos larvado, pero real
y efectivo, en la filosofía moderna hasta Kant y en muchos aspectos hasta
la actualidad.
A las corrientes culturales procedentes de la Edad Media vienen a
sumarse otros factores nuevos. Uno de ellos es el movimiento humanista
que constituye, dentro de su carácter un poco difuso e indefinido, un
nuevo clima espiritual, un ambiente distinto al anterior.
Es también importantísima la revolución que en este tiempo se realiza
en el orden religioso. Sus antecedentes son un poco remotos. Podemos
remontarnos hasta la irrupción de la filosofía griega y musulmana en el
siglo XII, con sus consecuencias en forma de aristotelismo heterodoxo y
averroísmo; las luchas entre las distintas corrientes doctrinales dentro de
la escolástica; los conflictos entre el poder civil y el eclesiástico, la
anarquía de los Estados pontificios, el destierro de Aviñón, el cisma de
Occidente, el conciliarismo y la decadencia interior de la Iglesia.
La recuperación de la cultura antigua abrió el camino para lo que se ha
llamado el <<descubrimiento del hombre>>; es decir, para una
consideración puramente naturalística de la realidad, cada vez más
desligada de los dogmas cristianos y de toda clase de religión positiva.
Una confluencia de factores muy variados dio origen a la revolución
protestante, que brota dentro del campo cristiano como una reacción
contra la corrupción interior y con el pretexto de un retorno a un
cristianismo más puro, íntimo y espiritual, revalorizando la <<palabra de
86
Dios>> frente a las <<opiniones de los hombres>>, prescindiendo de la
pompa exterior de los ritos y ceremonias y desligándose de las trabas del
régimen eclesiástico. Sin embargo, su resultado, en lugar de una verdadera
reforma fue la escisión de la Cristiandad en una multitud de sectas
hostiles, que rompieron la unidad religiosa medieval y acabaron por
disgregar la unidad espiritual de Europa con su secuela de luchas
doctrinales y políticas, muchas veces sangrientas.
Sería un error identificar el Renacimiento con el movimiento
humanista, y mayor aun atribuir al Humanismo el papel de comienzo de
la filosofía moderna, ni en su sentido de recuperación de la cultura clásica
ni siquiera en el más concreto del sentimiento naturalista del
<<descubrimiento de la naturaleza y del hombre. En cualquiera de estos
episodios el Humanismo no pasa de ser un episodio brillante, pero de
alcance muy limitado. La verdadera fuente de la filosofía moderna hay que
buscarla en el desarrollo de las corrientes en que se diversifica la
escolástica del siglo XIII. Por una parte, en las enormes virtualidades
implícitas en el complejo movimiento mal denominado <<Nominalismo>>.
Otro tanto hay que decir del nacimiento de las ciencias naturales en el
siglo XVI, en las cuales no influye el Humanismo, sino que son preparadas
por el interés que entre los nominalistas se manifestó por el estudio de la
física y las matemáticas.
En el ambiente y en el nuevo espíritu que se define en la Europa del
siglo XIV y XV brota un conjunto de corrientes diversas y hasta opuestas,
pero todas confluyen a una profunda mutación en las condiciones de vida
y pensamiento de los siglos posteriores.
Límites cronológicos.
Es difícil señalar la línea divisoria en que termina la Edad Media y
comienza la <<Moderna>>. En las cronologías más restringidas el
Renacimiento abarca un par de siglos, del XIV al XVI, y en algunas
87
naciones se prolonga hasta bien entrado el XVIII. No es posible
establecer una neta demarcación de límites cronológicos ni ideológicos
entre dos épocas estrechamente vinculadas entre sí. No se trata de un
salto brusco. En muchos aspectos, el <<Renacimiento>> es la culminación
de la Edad Media, la etapa final de un largo proceso de desarrollo. Pero al
mismo tiempo entran en función otros factores que abren el comienzo de
una nueva era.
Como acontecimientos destacados por la Historia Universal, suelen
señalarse:
La caída del Imperio Romano de Oriente (1453);
La invención de la Imprenta (1443);
El descubrimiento de América (1492);
La rebelión de Lutero (1517);
La apertura del Concilio de Trento (1545).
De modo particular cada nación vincula su Edad Moderna a algún
suceso de transcendencia. Sin embargo, todas estas fechas coinciden en
no prolongar la Edad Media más allá del siglo XV. Pero ninguna significa
una mutación brusca ni un cambio definitivo en la Historia Universal:
Alemania: advenimiento de la casa de Habsburgo (1438);
Francia: advenimiento de Luis XI (1461);
España: advenimiento de los Reyes Católicos (1474);
Inglaterra: advenimiento de la casa Tudor (1485).
Interpretaciones del Renacimiento.
Prescindiendo de razones de carácter subjetivo, la diversidad de
valoración del Renacimiento proviene en muchos casos de fijarse en
algunas de sus múltiples facetas, desentendiendo la visión de conjunto.
Son muchos, muy diversos y desiguales en valor los aspectos que se
desarrollan en esos dos siglos tumultuosos, en que se fragua la orientación
88
cultural de la Edad Moderna, si bien no es legítimo interpretar el
Renacimiento a la luz de derivaciones posteriores, más o menos latentes
en sus principios.
La apreciación del Renacimiento varía conforme al ángulo de visión en
que nos coloquemos para enfocarlo. Muy bien lo ha dicho Lucien Febvre
que <<no hay un renacimiento sino muchos renacimientos>>. En Italia, el retorno a
la Antigüedad Clásica aparece como una resurrección de su propio
pasado. Pero ese sentimiento no podía darse en otras naciones, antes al
contrario, en algunas contribuye a reforzar el sentimiento nacionalista y
la resistencia a las nuevas corrientes.
Ciertamente que hay algunos elementos comunes, como la estima de la
Antigüedad Clásica, el aprecio de las formas bellas, el individualismo, la
exaltación de la naturaleza humana, etc., pero con ellos se mezclan y
entretejen otros factores peculiares, que le dan una fisonomía distinta en
cada país.
Interpretaciones naturalistas.
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salto brusco, una ruptura con la Edad Media. El naturalismo pagano se
renueva y triunfa sobre el sobrenaturalismo representado por el
cristianismo medieval. En el Renacimiento, el hombre conquista valores
ignorados por la Edad Media. Descubre el mundo, la naturaleza y se
descubre a sí mismo como un valor único, libre y autónomo, acentuando
su individualismo bajo el influjo de los modelos de la Antigüedad Clásica.
Aparece un ideal de vida puramente natural, subjetivo, individual,
prescindiendo de todo elemento suprahumano y emancipándose de toda
traba y norma de carácter religioso, así como de toda relación eclesiástica,
especialmente del catolicismo. Es una exaltación desbordada de la
naturaleza frente al ideal sobrenatural cristiano.
90
primeros historiadores del siglo XIX. La Edad Media aparece como un
largo periodo de formación, fermentación y desarrollo de muchos
elementos –buenos y malos– que determinan el nacimiento de la cultura
<<moderna>>.
El Renacimiento no es una ruptura completa con su pasado inmediato,
ni un salto brusco, ni menos una resurrección, sino el resultado de un
proceso histórico, cuyas raíces más hondas y auténticas hay que buscarlas
en suelo medieval. Puede considerarse como definitivamente establecida
la estrecha vinculación entre Renacimiento y Edad Media, la cual cierra y
termina en un sentido mientras que en otro abre las puertas a los tiempos
modernos.
La continuidad entre Edad Media y Renacimiento debe entenderse en
un sentido de evolución. Algo, o mucho, permanece. Pero también
cambian muchas cosas. Nuevos elementos irrumpen con fuerza
incontenible, ya desde el <<otoño>> de la Edad Media. Los hombres del
Renacimiento tienen conciencia de que hay en ellos algo nuevo que los
separa y distingue de sus inmediatos antecesores de las postrimerías de la
Edad Media. Ven las mismas cosas pero de un modo distinto.
El Renacimiento, incluso en su aspecto literario, filológico y artístico,
significa mucho más que un simple retorno a la Antigüedad Clásica. Sería
excesivo considerarlo como una especie de <<Edad>> interpuesta entre la
Media y la Moderna. Pero tampoco se le puede reducir al menguado papel
de una época de transición entre esas dos edades. Son dos siglos de vida
intensa, tumultuosa, en que se fraguan valores propios, extraordinarios en
el aspecto artístico, político y social, y en que se abren fecundos caminos
en nuevas ramas científicas desconocidas en la Edad Media.
94
Reacción católica. La tesis de Burckhardt provocó una oposición por la
parte de los historiadores católicos en favor del cristianismo tradicional,
fijándose principalmente en Alemania, donde pudieron distinguir dos
humanismos: uno cristiano (Hermanos de la Vida común) y otro de
tendencia anticlerical (Erasmo). En cambio, considera el espíritu del
Renacimiento como un producto sospechoso del Mediterráneo y
especialmente de Italia.
Tantas opiniones diversas pueden coordinarse en unas cuantas
conclusiones:
El Humanismo y el Renacimiento son dos cosas distintas. El
Humanismo es un episodio dentro del Renacimiento, de carácter
predominante literario, filológico y erudito, cuyo interés se centra
sobre todo en la recuperación e imitación de las bellas letras en la
antigüedad.
El Renacimiento es mucho más que una restauración de las bellas
letras. Es un largo periodo de profundas transformaciones en todos
los aspectos sociales, artísticos, políticos e ideológicos. Es una
transición, pero con carácter y valores propios.
Es superfluo insistir en la contraposición entre el Renacimiento y
Edad Media. Son dos épocas distintas, pero entre las que existen
lazos y relaciones más profundas de la que descubre una
consideración superficial. En el aspecto religioso son dos etapas
sucesivas del proceso creciente del naturalismo iniciado en el siglo
XII. Y en filosófico, la continuidad con la Edad Media resulta cada
vez más patente cuando se examinan las raíces remotas de donde
proceden los movimientos ideológicos modernos.
95
El Humanismo
Guillermo Fraile
Etimológicamente, <<humanismo>> proviene de <<humano>>, lo mismo
que sus similares <<humanidad>>, <<humanidades>>, <<humanista>>. La
palabra <<humanitas>> aparece ya en Cicerón. El término humanista se
empleaba corrientemente en los siglos XV y XVI. Pero en cuanto a su
sentido real, el <<humanismo>> se presta a una doble interpretación.
96
Sentido naturalista. En los historiadores de mediados del siglo XIX, la
palabra <<humanista>>adquiere un sentido que sus correlativas
<<humanista>> y <<humanidades>> no habían tenido en el Renacimiento.
Según Michelet, en este tiempo tiene lugar <<el descubrimiento del
hombre y del mundo>>. Burckhardt y Voigt señalan como notas
características del Renacimiento no solamente la recuperación de la
cultura clásica y el cultivo de las letras greco-latinas, sino la exaltación de
la naturalista. Desde entonces se da al <<humanismo>> un sentido
puramente naturalista, derivándolo directamente de la palabra
<<humano>>, haciendo resaltar la contraposición entre el hombre
puramente natural frente al concepto sobrenaturalista cristiano y
medieval. Este concepto tiene un fondo de verdad en cuanto que ya desde
el siglo XIII puede apreciarse el despertar de un nuevo modo de ver las
cosas muy distinto del cristiano y una tendencia a entender la vida y el
hombre en sentido naturalista.
Posteriormente el significado del <<humanismo>> se ha ampliado todavía
más, designando simplemente el modo peculiar de comportarse el hombre
en cuanto tal. <<El Humanismo es un movimiento de espíritu, a la vez estético,
filosófico, científico y religioso, que comenzó en Italia en el siglo XIV, vivió con una
vida desigualmente brillante desde el siglo XV en Francia, España, Países Bajos,
Alemania, Inglaterra, y en otras regiones de Europa, especialmente Hungría y Polonia,
se desarrolló plenamente en el siglo XVI, para agotarse, finalmente en el XVII en una
nueva corriente de pensamiento y de arte. Preparado desde largo tiempo antes por las
corrientes sucesivas de la cultura medieval e intensificado por la difusión y el gusto de
las obras griegas y latinas, se caracteriza por un esfuerzo, a la vez individual y social,
unas veces apasionado y otras crítico, susceptible de revalorizar el hombre y su
dignidad gracias a la penetración directa, real y vivificante de la cultura antigua en la
moderna>>. No se trata de una simple vuelta –imposible– a la antigüedad
greco-romana, sino del desarrollo de principios que venían preparados
97
por muchos siglos de Cristianismo. En el concepto renacentista de la
dignidad del hombre es difícil reconocer el hombre auténticamente
pagano, sino el enriquecido por otros elementos muy superiores y
específicamente cristianos.
Precursores del Humanismo.
98
en orden y paz, en unidad y justicia, garantizadas por un poder supremo.
Así como en el universo reina la unidad, que armoniza sus distintas partes
en un todo, así también debe reinar en la tierra bajo el gobierno único del
Emperador. El Imperio es necesario para lograr la unidad y la paz. Hay
dos esferas distintas de poder: el espiritual, que pertenece al Pontífice; y el
temporal, que corresponde al Emperador. Pero Dante rechaza las teorías
subordinacionistas de la sumisión, tanto del Emperador al Papa como del
Papa al Emperador. Ninguno de ellos recibe su potestad del otro, sino
ambos directamente de Dios. El Emperador no depende del Papa en lo
temporal, sino solamente en lo espiritual.
Dante se complace de resaltar la romanidad de los dos poderes: el del
Imperio, simbolizado en el águila; y el de la Iglesia, en la cruz. Son
independientes uno del otro, pero deben coordinarse en mutua armonía.
La monarquía universal debe garantizar la paz, la justicia y la unidad del
mundo, como sucedió en el Imperio Romano, que fue elegido por Dios
para la misión providencial de preparar el camino al Cristianismo.
Francisco Petrarca: en él aparecen rasgos característicos del
Humanismo. Gran poeta, reunió una valiosa colección de códices,
medallas e inscripciones, que regaló a San Marcos de Florencia. Amante
de las bellas letras, escribió numerosos tratados en contra del Averroísmo
y preparó el camino para el surgimiento del neoplatonismo.
Juan Bocaccio: autor del Decamerón, en donde crítica con desenfado las
costumbres de su tiempo.
Labor de los humanistas.
En poco más de medio siglo (1350-1405) llevaron a cabo la recuperación
de los textos literarios y filosóficos de la Antigüedad. A la ampliación del
horizonte geográfico se suma la del horizonte intelectual con la
recuperación de los grandes monumentos de la cultura clásica. En este
99
aspecto, la labor de los humanistas, aunque no se trata de un comienzo
absoluto, tiene un mérito indiscutible. Si los humanistas tuvieron la
fortuna de <<descubrir>> numerosos códices que yacían, más o menos
olvidados, en las viejas bibliotecas monásticas y catedralicias, fue porque
en la Edad Media hubo monjes que se habían preocupado de copiarlos
con esmerada caligrafía y viñetas.
La Edad Media no ignoró la Antigüedad, y, por lo tanto, su
<<descubrimiento>> no es un hecho exclusivo del Renacimiento. Después
de la invasión de los bárbaros nunca dejaron de cultivarse del todo los
estudios de latinidad, gramática y retórica, herencia de las escuelas
romanas. Toda la Edad Media es una serie continuada de esfuerzos de
recuperación de la Antigüedad, o, si se quiere, una serie de
<<renacimientos>> parciales.
Sin menoscabar el mérito extraordinario de los humanistas en la
recuperación del saber antiguo, su labor, en este aspecto concreto,
representa la última etapa de una vasta serie de esfuerzos que databan de
mil años atrás, es decir, desde el hundimiento mismo de la parte
occidental del Imperio Romano. Los humanistas recorrieron toda Europa
buscando los tesoros literarios de la Antigüedad en las viejas bibliotecas
medievales, comprando, copiando o, si llegaba el caso, saqueando. De esta
manera se formaron las ricas bibliotecas renacentistas y las valiosas
colecciones de códices, joyas, medallas, estatuas y monumentos de la
Antigüedad.
101
Argyropoulos y Jorge de Trebizonda se destacaron por sus eminentes
traducciones.
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realizar sus ediciones de obras griegas y latinas, por cuyo cuidado fueron
apareciendo maravillosas ediciones de los grandes autores de la
Antigüedad.
Mecenas. Papas, prelados y nobles, unas veces por amor al arte y a la ciencia
y otras por necesitar sus servicios para la redacción de documentos en
bello latín, tuvieron la gala de rodearse de artistas y literatos como ornato
más brillante de sus cortes y palacios. Humanistas y artistas se
beneficiaron del mecenazgo de los Médicis de Florencia, de los Gonzaga
de Mantua, los Visconti de Milán, etc.
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corrientes nacionales procedentes de la Edad Media, ya entonces muy
poderosas. Incluso entorpecieron su desarrollo, suplantándolas con una
imitación anacrónica de los modelos latinos. Por fin sobrevino la reacción,
prevaleciendo las lenguas nacionales tanto en el orden literario como en el
científico, quedando el latín relegado a círculos cultos muy reducidos.
Humanismo paganizante.
Los principios del movimiento humanista coinciden con el Cisma de
Occidente, momento crítico en la historia de la Iglesia, que debilitó la
autoridad pontificia, con la corrupción del clero y la relajación de las
disciplinas, con la corrupción de costumbres en las clases elevadas y la
decadencia de la teología escolástica.
El movimiento humanista alcanzó muy pronto un alto grado de
efervescencia. La admiración hacia la antigüedad, la restauración de los
valores culturales clásicos y de las bellas formas literarias y artísticas nada
tenía de reprobable ni anticristiano. Era la culminación de una labor
realizada a lo largo de toda la Edad Media. El cristianismo no es
incompatible con la belleza de las formas ni con las galas de la literatura.
De hecho, esa restauración, fomentada y favorecida por los Papas, a veces
con excesiva benevolencia, dio origen a un floreciente renacimiento
cristiano.
Pero el entusiasmo exagerado por la literatura de la antigüedad
implicaba un peligro. Bajo la belleza de las formas literarias y artísticas
latía un concepto naturalista de la vida opuesto o, por lo menos, ajeno al
cristianismo. Muchos humanistas permanecieron fieles en su fe y su
conducta a los principios del dogma, de la moral y del espíritu cristiano.
Pero en otros, el estudio de las letras clásicas fue acompañado de un
interés en penetrar y asimilar el espíritu de los griegos y romanos, y sirvió
para revelarles un modo de vida puramente naturalista. Algunos se
dejaron fascinar por el espejismo de una antigüedad idealizada, tal como
104
se aparecía a través de la belleza de las formas literarias y artísticas. Es
una imagen superficial, que no responde auténticamente al fondo
tremendamente trágico y pesimista en muchos casos que late en el
desarrollo de la vida real de griegos y romanos. La imagen del mundo
clásico, bella, armoniosa, gozosa y optimista debe dosificarse con otros
ingredientes oscuros y desordenados que la contrapesan terriblemente y
que en realidad prevalecen sobre ella.
El entusiasmo desbordado y un poco irreflexivo hacia los modelos del
paganismo repercutió en menosprecio de los valores cristianos de la Edad
Media. Del cultivo de la forma literaria se pasó a la asimilación del
espíritu pagano en el pensamiento y las costumbres. El ideal cristiano
sobrenatural es sustituido por otro ideal naturalista. Los héroes de la
antigüedad se anteponen a los santos de la Iglesia. Lo que en un principio
había sido un inocente movimiento literario se convirtió en un trastorno
de perspectiva y en una profunda revolución, cuyo resultado fue en
muchos casos una paganización efectiva de costumbres y una actitud
ante la vida, que comienza a sentirse de una manera puramente natural y
autónoma, desligada de toda orientación de orden trascendente
(antropocentrismo).
Sin embargo, más que de naturalismo, se trata de una relajación de
costumbres y de libertad moral y disciplinar. Pocos de los primeros
humanistas dejaron de ser sinceros creyentes en el fondo. En realidad la
mayor parte de estos humanistas fueron menos paganos de lo que ellos
pensaban o deseaban ser. El retorno al paganismo no podía realizarse sino
a costa de la negación del cristianismo, y no es fácil arrancar de golpe
raíces muchas veces seculares, que retoñan con vigor aun mezcladas con
elementos contrarios. Si algunos se dejaron seducir, muchos más fueron
los que supieron mantenerse en un justo equilibrio y armonizar el
Humanismo con su fe cristiana.
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Centros humanistas
Guillermo Fraile
Florencia: Bajo el gobierno de los Médicis, rica familia de comerciantes,
Florencia se convirtió en el primer centro del Renacimiento en Italia.
Cosme I el Viejo y su nieto Lorenzo el Magnífico se propusieron
ennoblecer su ciudad con lo más selecto de las artes y las letras, y la
elevaron al más alto grado de esplendor artístico y literario. Enseñaron
griego varios romano-orientales: Manuel Chrysoloras, Juan Argyropoulos,
Andrónico Callistos, Juan Pannonius, Demetrio Chalcocóndylas, a quien
sucedió Juan Láscaris.
106
destinó para ese fin una parte de la villa Careggi, cerca de Florencia. La
Academia florentina fue un centro de fervor platonizante bajo la dirección
de Marsilio Ficino. No era una institución docente, organizada en forma
de universidad, sino una asociación libre de aficionados a las letras y las
artes. La Academia decayó después de la muerte de Ficino y no volvió a
levantarse ni aun después del retorno de los Médicis en 1512.
Roma: el esplendor de Florencia se eclipsó después de la caída de los
Médicis. Pero el movimiento humanista se extendió rápidamente por
otras muchas universidades italianas. Bonifacio VIII fundó en Roma la
Universidad de la Sapientia (1303). León X estableció más tarde un estudio
para estudios helenísticos. Después del regreso de Aviñón, las artes y las
letras se desarrollaron extraordinariamente bajo la protección de los
Pontífices, que tuvieron como secretarios a numerosos humanistas
eminentes.
Entre estos secretarios podemos mencionar a Flavio Biondo, geógrafo,
arqueólogo e historiador, gran admirador de la Antigüedad; a Lorenzo
Valla, donde se revela claramente el espíritu de antiescolasticismo,
escepticismo, crítica y hasta de racionalismo y naturalismo religioso, que
desde entonces irá en aumento. Él inició la crítica filosófica e histórica y
abrió el camino de la exegesis moderna, que después seguirá Erasmo.
Estimaba a Santo Tomás, pero prefiere la patrística a la teología racional.
Demostró la falsedad de la Donación de Constantino y estableció sobre
bases científicas el estudio de la lengua latina. Viene a ser un manifiesto
del humanismo literario o filológico, en que opone el latín clásico al
corrompido de los escolásticos. Aún después de destruido el poder
temporal de Roma persiste su soberanía espiritual mediante la lengua.
<<Donde reina la lengua de Roma, allí está también el espíritu de Roma>>.
La Academia romana. Fue fundada hacia 1460 por Pomponio Leto. Más que
una asociación paganizante era un grupo de hombres enamorados por las
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grandezas de la antigüedad romana. Pero sus extravagancias e
imprudencias les hicieron sospechosos a Paulo II, el cual abrió proceso
contra ellos en 1488. Se les acusó de herejía, de inmoralidad, de negar la
existencia de Dios y la inmortalidad del alma y de ideas republicanas,
llegando a suponer una conjuración para dar muerte al Pontífice. Fueron
encarcelados en el castillo de Sant’Angelo, y Paulo II disolvió la Academia,
que volvió a abrirse bajo Sixto V. En las catacumbas de Roma se han
encontrado grafitos con nombres de los académicos, que fueron los
primeros en comenzar a frecuentarlas.
Nápoles: Alfonso V el Magnánimo (1394-1458) entró en Nápoles en 1443
a la manera de Emperador romano, en un carro de oro, por una brecha
abierta en la muralla. Echó en olvido, o poco menos, a su reino de Aragón,
convirtiendo su corte napolitana en uno de los centros más brillantes y
fastuosos del Renacimiento. Embelleció la ciudad. Fundó una biblioteca y
una academia, por la que desfilaron los humanistas más eminentes, con
los cuales gastaba al año veinte mil florines.
Bolonia: su universidad, centro famoso de estudio de derecho desde el
siglo XII, había decaído mucho. Nicolás V envió a Bessarión para
reorganizarla en 1440.
Padua: su universidad, rival de Bolonia, fue fundada por Federico II y
protegida por los príncipes de la casa de Carrara hasta que fueron
destronados por Venecia en 1405, que le dio nuevo impulso. El
movimiento humanista comenzó muy pronto con un vigor comparable al
de Florencia y Roma. A pesar de haber sido la sede del averroísmo más
cerrado, florecieron físicos y astrónomos, como Galileo.
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Mantua: Victorino de Feltre enseñó en Padua y hacia 1425 abrió escuela
en Mantua. Es el pedagogo más eminente del Renacimiento. Su ideal era
la formación de sus alumnos conforme a la <<humanitas>> entendida en
sentido cristiano.
El Humanismo en Francia.
El movimiento humanista francés procede, como todos los demás, del
italiano. La afición a las bellas letras no se había extinguido por completo
en Francia. En la segunda mitad del siglo XV se establece una corriente de
intercambio entre Francia e Italia. Pero en el desarrollo del Humanismo
francés se mezclaron otras influencias, cuyos resultados no siempre
fueron satisfactorios desde el punto de vista de la ortodoxia. Podemos
distinguir varias corrientes:
Humanismo Petrarquista
Guillermo Fichet
Humanismo Erasmizante
Lefévre d'Etaples
Humanismo averroísta
Corrientes Francisco Vicomercato
humanistas
francesas Humanismo neoplatonizante
Guillermo Postel
Movimiento de los <<libertinos>>
Francisco Rabelais
Humanismo prestante hugonote
Margarita de Navarra
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las ciudades italianas y de una vida tan distinta de la que ellos llevaban en
la incómoda soledad de sus castillos. Carlos VIII entró en Florencia
(1494) y a su regreso llevó consigo a Juan Láscaris, que enseñó breve
tiempo en Paris. Volvió más tarde con Francisco I y dirigió la formación
de una biblioteca en Fontainebleau. Después de 1515 afluyeron a Francia
arquitectos, pintores, escultores, grabadores y armeros italianos.
Francisco I, a inspiración de Guillermo Budé, fundó en 1530 el Colegio
de Francia, que significó un gran impulso para el movimiento humanista.
Hasta ese tiempo el humanismo francés había seguido en una
orientación más seria que el italiano, y generalmente ortodoxa. Pero bajo
el influjo de los averroístas paduanos comenzó a derivar hacia el
librepensamiento y el naturalismo (libertinos). Las infiltraciones de
averroísmo italiano provocaron una fuerte reacción antiaristotélica por
parte de Lefévre d’Etaples.
El conflicto se agravó con las luchas religiosas entre católicos y
protestantes. Margarita de Navarra, hermana de Francisco I, favoreció a
los protestantes y libertinos; recibió la visita de Calvino. Sabía latín y
griego y alternaba la composición de poesías místicas inspiradas en el
iluminismo platonizante de su protegido, Lefévre d’Etaples.
No es extraño que, ante las derivaciones naturalistas y materialistas del
averroísmo y los <<libertinos>>, la Facultad de Teología de Paris, siempre
fiel a la ortodoxia, mirase con recelo los avances del humanismo. Enrique
II (1547-1559) fue menos favorable a las letras, pero en su reinado se
consolida y extiende el Humanismo.
Buen representante de la tendencia libertina es Francisco Rabelais.
Fue un gran admirador de Erasmo. Como él, sacudió el yugo de las
observancias monásticas y combatió ferozmente la escolástica en un
lenguaje soez y desvergonzado. Su ideal de vida tenía una única regla, que
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consistía en hacer cada uno lo que quisiera. Habla de Jesucristo con
respeto, pero ridiculiza a los eclesiásticos y las ceremonias de culto.
El Humanismo en Inglaterra.
Los principios del Humanismo en Inglaterra pueden señalarse hacia
1485, en que Poggio visitó la isla. La mayor parte de los humanistas
ingleses fueron eclesiásticos y buenos cristianos. No se aprecian
tendencias paganizantes ni espíritu de ruptura con la tradición medieval.
Los principales centros humanistas fueron Oxford y Cambridge.
Oxford: John Colet. Sacerdote, viajó por Italia entablando contacto con
los humanistas, especialmente con Marsilio Ficino, quien lo ganó para el
neoplatonismo. Sus preocupaciones son ante todo de orden religioso. Era
poco favorable al estudio de los autores paganos, considerándolos inútiles
y hasta nocivos. Rechazaba la teología escolástica, y en particular a Santo
Tomas, de quien opinaba que había adulterado la doctrina cristiana con el
aristotelismo. Para hallar el vigor autentico del cristianismo proclamaba
el retorno a las fuentes, al Evangelio y los Santos Padres.
Cambridge: John Fisher. Perteneciente al estamento eclesiástico, llevó a
Erasmo a Cambridge. Combatió el luteranismo y murió mártir en 1535 por
el mismo motivo que Tomás Moro.
Tomás Moro: Canciller de Inglaterra, fue condenado a muerte y
decapitado por oponerse al voto del Parlamento, que declaraba nulo el
matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón y designaba como
sucesora en el trono a la hija del rey con Ana Bolena.
El Humanismo en los Países Bajos.
Los colegios de la Congregación de Hermanos de la Vida Común
contribuyeron poderosamente a la difusión del Humanismo. Su espíritu
(<<devotio moderna>>) responde a una reacción contra la sequedad de la
111
teología nominalista. Es una tendencia mística, afectiva, sentimental, muy
distinta de la especulativa y abstracta de Eckhardt y Tauler. Aspiran a un
procedimiento accesible a todos, en que las especulaciones son
sustituidas por máximas, oraciones y elevaciones.
Erasmo de Rotterdam: se formó en un primer término con los Hermanos
de la Vida Común, los cuales seguían anticuados métodos de enseñanza,
pero daban cabida al Humanismo. Hacia 1487 ingresó en el convento de
canónigos regulares de San Agustín, donde pronunció los votos religiosos
y permaneció cinco años. En un momento de veleidad mística escribió dos
libritos, reflejo de la <<devotio moderna>>. Años más tarde conservará
algún recuerdo de sus experiencias monacales. Poco después se entregó
con ardor al estudio de los clásicos. En la biblioteca conventual pudo leer
sus autores favoritos. Con ellos alternaba la lectura de Poggio y, sobre
todo, de Lorenzo Valla, su predilecto. El estudio de los clásicos era su
única preocupación, sin cuidarse de conciliar sus aficiones con las
observancias monacales. De entonces data su desprecio hacia la
escolástica, que consideraba un formalismo estéril y nunca estudió a
fondo, y la profunda aversión a la vida monástica, que le duró toda la vida.
Más tarde escribirá su Antibarbari, sátira acerba y resentida contra la
ignorancia de los monjes, pero su gestación data de sus tiempos
conventuales. Para Erasmo eran bárbaros todos cuantos no se dedicaban
al estudio de los poetas antiguos. No se limita a manifestar su desprecio
por las observancias monásticas, sino que revela ya un concepto de neto
naturalismo religioso. No obstante, llegó a ordenarse de sacerdote en
1492, pero poco después abandonó los hábitos, dejó de decir misa y la oía
raras veces.
Ese mismo año salió del convento, buscando una forma más libre de
vida. Se trasladó a Paris para adquirir grados de teología. En 1498 estuvo
en Oxford, donde conoció a Tomás Moro y John Colet, el cual le aconsejó
que se dedicara al estudio de la Sagrada Escritura y Santos Padres.
112
Sus propósitos se revelan en el Manual del Soldado Cristiano, publicado en
1504. La teología debe basarse solamente en la Sagrada Escritura. Hay que
prescindir de sutilezas dogmáticas. Ante todo le interesa Cristo, <<como
ejemplo y maestro de la virtud>>. Su ortodoxia es correcta, pero ataca
violentamente las ceremonias del culto, la vida conventual y las
observancias monásticas, como puestas a la <<verdadera piedad>>. El
Cristianismo queda reducido a una simple <<filosofía cristiana>>,
puramente natural. Es un <cristianismo>> cuyas fronteras se amplían de tal
modo, que dentro de ellos caben holgadamente Sócrates, Platón y
Cicerón. El cristianismo viene a quedar reducido a una pura religión
natural simplificada, cuya esencia consiste en un fondo moral y virtuoso.
113
Cuando estalló la rebelión protestante, Erasmo intentó mantenerse en
una neutralidad imposible y en una actitud ambigua, sin comprometerse
con ninguno de los bandos en pugna. Los reformadores, Lutero,
Melanchton, Hutten, Zuinglio, con quienes tantas afinidades ideológicas
le unían, trataron de atraerlo a su partido. Erasmo elogió a Lutero como el
<<hombre destinado a abolir la escolástica, pasto de asnos, para sustituirla por la
poesía, regalo de los dioses>>. Pero las violencias de los reformadores, tan
contrarias a su espíritu de tranquilidad y conciliación, le hicieron
disgustarse con ellos. Pero tampoco quiso combatir la Reforma. Se
imaginó que era posible nada entre dos aguas, guardando la neutralidad
entre ambos partidos. Pronto tuvo que desengañarse, cuando su antiguo y
ofendido amigo Ulrico de Hutten rompió el fuego con una obra injuriosa
contra el. Obligado a decidirse, escribió contra Lutero De libero arbitrio
(1524), a la que éste contestó con el De servo arbitrio. Pero para romper con
Lutero eligió la tesis excesivamente concreta de la libertad del hombre,
dejando a un lado otros muchos temas dogmáticos impugnados por los
protestantes, en que su pensamiento coincidía con ellos más de lo debido.
Incluso en el punto elegido, un examen bien aquilatado revela una actitud
naturalistíca, no conforma del todo a la estricta ortodoxia.
Desde entonces su estrella comenzó a palidecer. Los católicos lo
despreciaron por su indecisión y los protestantes por su cobardía.
Ninguno de los dos partidos consideró suficientemente claros ni
definidos su pensamiento y su actitud, en aquellos momentos de luchas
encarnizadas, en que se debatía el destino religioso de la Cristiandad. Su
sueño era la concordia con todos, prescindiendo de las diferencias
doctrinales, a las que no daba ninguna importancia. Su aspiración era la
paz a toda costa, poniendo sus esperanzas para lograrla en un concilio
universal.
114
La difusión del erasmismo y las sospechas sobre su ortodoxia fueron
causa de la convocación de las Juntas de Valladolid, en las cuales no se
adoptó ninguna resolución definitiva.
115
que constituye el principal encanto de los místicos cristianos. Por debajo
del cristiano se adivina al humanista, predicando un moralismo estético
de los estoicos. Un <<cristianismo>> puramente racional y natural, sino
complicaciones de dogmas suprarracionales, con una piedad elemental,
sin ceremonias de culto, sin sacramentos ni jerarquía, sin ayunos ni
austeridades molestas, en que podían entrar en plano de igualdad la
doctrina de Cristo, reducida a un amplio moralismo, con las enseñanzas
de los filósofos griegos y los poetas paganos. Una teología cristiana
desnuda de silogismos, formalismos y especulaciones estériles.
116
117
Los inicios de la economía moderna.
André Corvisier
Vázquez de Prada
La Agricultura
Hacia el siglo XVI buena parte de las tierras abandonadas en los siglos
XIV y XV fueron nuevamente ocupadas. Pero esta ocupación se hace por
la inversión de capitales en la tierra por gentes ajenas hasta entonces a
ella, siendo un verdadero fenómeno social. Se efectúan roturaciones de
landas o de bosques, desecaciones de lugares pantanosos y cultivo
permanente de tierras que hasta entonces que hasta entonces lo habían
sido de manera intermitente. Las abadías no toman ya parte de esta
expansión sino de modo limitado. Ciertas zonas campesinas se
encuentran a su vez superpobladas. La abundancia de mano de obra
facilita la revalorización de las tierras y permite la instalación de talleres
rurales dependientes de las industrias urbanas. A veces, los señores,
propietarios de la tierra, “rescatan” parcelas de los colonos que las
llevaban en arrendamiento, para concentrarlas y formar extensos
señoríos y mejorados. O bien establecen sistemas más productivos como
la aparcería. Esto solo es posible cuando la situación legal lo permite o las
circunstancias de las explotaciones, como la cercanía a la ciudad, animan
a las inversiones. En otros casos son burgueses o burócratas que, tentados
por la productividad de la tierra, introducen mejoras mediante cultivos
intensivos o nuevos. Donde falta una burguesía rica y activa, los hombres
emigran del campo a la ciudad, en busca de trabajo o caridad.
118
tierra. En los países protestantes se secularizan las propiedades de la
Iglesia, las cuales son objeto de inversiones.
Se invierte también dinero, en algunas regiones, en mejorar la tierra, en
sanear marjales y pantanos. Surgen así nuevos tipos de burgueses, dueños
de tierra, o campesinos enriquecidos, que se convierten en señores de
dominios, a veces con títulos nobiliarios, los cuales con frecuencia se
muestran más exigentes con sus colonos que los antiguos feudales.
Cuando esta burguesía no explota la tierra directamente mediante
jornaleros, la cultiva en aparcería o la entrega en arrendamientos cortos,
que permiten, al renovarse, acomodar la renta al alza de los precios. Estos
nuevos propietarios saben introducir nuevos cultivos, más rentables y
acomodarse al mercado en épocas de escasez.
Esta estructuración rural nueva, explica en muchos casos, la emigración
de campesinos a núcleos urbanos. En Inglaterra el proceso de
restructuración se advierte en la reconversión de tierras cerealicolas en
pastizales. Hasta la mitad del siglo XVI, los precios de la lana subieron
más que los del trigo, lo que incitó a aquellos terratenientes que estaban
en condiciones de poder hacerlo a cercar sus tierras, con la consiguiente
despoblación campesina, para hacer lugar a los rebaños.
En España ocurre que la Mesta, principal asociación de ganaderos
productores de lana merina en Castilla, es decir, ganado trashumante,
consolida sus privilegios sobre el arrendamiento de pastizales en verano
en el sur de España y mediante el privilegio de posesión o primacía en la
reserva de pastos, afirman su importancia, por lo menos hasta 1530. A
partir de entonces comenzara un retroceso de los espacios destinados a
pastizales.
Las ciudades y la subsistencia.
119
Mayor importancia que la población total de los Estados tiene la de las
ciudades, centros de civilización y de expansión económica. Dificultades
de abastecimiento, razones de seguridad (murallas), etc., limitan la
extensión de las ciudades. Aun así, muchas de ellas duplican su población
durante el siglo XVI.
El problema de las subsistencias es la preocupación fundamental de la
población. Pese a los antagonismos, que en las épocas de escasez toman el
aspecto de una lucha por la vida, existen en casi todas partes una
solidaridad profunda, que se afirma por la existencia de prácticas
comunitarias.
La economía rural interesa a toda la sociedad. Con frecuencia los
habitantes de las ciudades trabajan la tierra o proporcionan una mano de
obra extra en la época de la recolección. Dadas las condiciones naturales,
el individualismo agrario resulta casi inconcebible, a no ser en las
proximidades de las grandes ciudades de la Europa occidental o
mediterránea. Todos los hombres, productores o no, señores, burgueses o
campesinos, aceptan, a reserva de hacerlos actuar en su provecho, los usos
comunitarios, sin los cuales la sociedad no podría subsistir. Esos usos
establecen un equilibrio entre la agricultura y ganadería que solo es
susceptible de lentas variaciones. Reglamentan las labores, las siembras,
la alternancia de cultivos y cosechas, siguiendo un orden que varía poco.
Por regla general, los progresos no pueden ser más que colectivos.
La ciudad no puede vivir sin el campo que la rodea, pues de él obtiene
su subsistencia, en forma de cánones (diezmos, derechos señoriales), de
rentas en especie pagadas por los aparceros o de los excedentes que el
campesino debe llevar obligatoriamente al mercado de la ciudad. A la
inversa, los campesinos van a la ciudad a efectuar sus compras, y sobre
todo, en caso de hambre, a mendigar una parte en las distribuciones de
120
víveres que efectúan, cuando pueden, las autoridades municipales y las
abadías.
Las ciudades albergan trabajadores agrícolas y los pueblos cuentan con
artesanos que trabajan para los comerciantes de la ciudad. Más aún, se
intenta conservar al abrigo de las murallas huertos y campos, cuya
utilidad resulta efectiva en caso de sitio y aun rebaños. <<Hay una especie de
solidaridad entre la ciudad y el campo, que nace de una misma obsesión: comer>>.
Puesto que el hombre actúa poco sobre la naturaleza, debe contentarse
con un escaso rendimiento. Siendo tan bajo el nivel de producción, una
mala cosecha supone un duro golpe. Si se reduce a la mitad, no queda para
la alimentación más que una cantidad equivalente a la reservada para la
siembra, es decir, un tercio de lo habitual. Si se reduce aún mas, se corre el
peligro de no poder efectuar la siembra del año siguiente. Dos malas
cosechas consecutivas significan la catástrofe.
A pesar de todo, el hombre intenta mejorar los resultados mediante
abonos. En las llanuras abiertas de la Europa del noroeste, donde se
elabora lentamente la rotación de cultivos trienal, el laboreo se ha
convertido en un arte complicado. El arado trabaja los campos, estrechos
y alargados, de tal modo que se permita el desagüe por las <<orillas>>. Los
principales tipos de arado parecen estar ya bien fijados, así como las áreas
geográficas de su empleo.
El aumento de la producción procede ante todo de la extensión de los
cultivos, a expensas más de los eriales que de los bosques, celosamente
defendidos por soberanos y señores. Por lo tanto, las roturaciones tienen
lugar la mayor parte de las veces en los terrenos de pasto.
Pero en general, la necesidad de alimentar a una población en pleno
desarrollo, obliga a reservar a la producción de granos la mayor parte de
las tierras cultivadas, limitando la producción de otros cultivos y la
121
ganadería. Si algunos países, gracias a su relativa fertilidad y la débil
densidad demográfica tienen abundante grano y pueden exportarlo (Italia
meridional hasta mediados del siglo XVI; Europa oriental); otros, como
Portugal, son ciertamente deficitarios. Para compensar esto o las malas
cosechas, se intenta recurrir a la importación.
En aquellas zonas donde los productos del mar constituyen una
alimentación menos dependiente de la tierra se intenta explotar otros
tipos de cultivos, como en Flandes, que alternando los cereales, se
cultivan las plantas forrajeras, el trébol y el nabo. El lino, que proporciona
a la vez una fibra textil y aceite, está muy difundido. La agricultura es ya
más bien una horticultura.
La Industria.
Si bien los productos agrícolas europeos, en especial el trigo, pueden
dar lugar a un comercio importante, no constituyen un factor decisivo en
la creación de los mercados, la apertura de las rutas y el
perfeccionamiento de los procedimientos comerciales. Las especias de
Oriente, y sobre todo los productos industriales, representan un factor
más importante en la expansión del comercio.
La industria de la madera, vinculada al suelo, da lugar a intercambios
de gran envergadura. La mayor parte de los oficios relacionados con ella
se ejercen en el mismo bosque (leñadores, cortadores de troncos, etc.). El
uso del carbón de madera está muy extendido y constituye un buen
combustible, fácilmente transportable. Por eso se prepara el carbón de
madera en los bosques para alimentar las fraguas y las vidrierías vecinas y
para abastecer de combustible a las ciudades. Los carboneros también
preparan cenizas con leña menuda ya que la ceniza es un producto
indispensable como abono, para la fabricación de vidrio y para la pólvora.
El bosque es también el lugar ideal para los oficios que exigen mucho
combustible (telar, alfarería, calera, vidriería y forja).
122
La madera y los restantes productos del bosque son objetos de un
importante comercio. La mayoría de los carpinteros trabajan en las
ciudades. La madera entra no solo en la construcción de las armazones,
sino también en la de los techos y las paredes en entramado. En madera se
construyen los vehículos y las maquinas, como grúas y tornos de mano. El
desarrollo de la industria naval establece entre puertos y bosques una
corriente regular. Ciertos astilleros, especialmente en Flandes y Holanda,
son grandes consumidores de madera de obra y la importan desde
Escandinavia a través del Báltico.
Por tanto, la madera es la industria lo mismo que el trigo es a la
alimentación: elemento fundamental de consumo, dependiente del suelo,
pero susceptible de cierto comercio.
El resto de las industrias pertenece a las ciudades. Los talleres pueden
estar instalados en el interior de las murallas, a menudo en barrios
especializados, o en los campos vecinos, pero dependiendo de algunos
ciudadanos ricos.
Casi siempre los artesanos se agrupan en corporaciones. Su
organización recibe el nombre de cofradía o gremio y posee el monopolio
del oficio. Ni operarios ni maestros pueden trabajar fuera del gremio y,
para entrar en él, los primeros deben pasar por un aprendizaje y los
segundos presentar una obra maestra. Por otra parte, las condiciones de
acceso no son las mismas para todos los individuos. Se considera legítimo
favorecer a los postulantes que son hijos del cuerpo y de acuerdo con el
grado de sus relaciones con él. Cada organización tiene el poder de
reglamentar su producción: organización de los talleres, condiciones de
trabajo, calidad de los productos. Bajo el arbitraje de las autoridades
municipales o señoriales, cada gremio discute con los gremios vecinos el
precio de compra de las materias primas y el de venta de los productos
123
fabricados. Los oficios urbanos se caracterizan por una reglamentación
minuciosa y rutinaria, que asegura una producción de calidad.
El artesanado es inseparable del comercio. El maestro compras la
materia prima y vende los productos de su taller. La preocupación de
procurarse la una y vender los otros hace que ciertos oficios participen en
el gran comercio. Iguales en principio dentro de la ciudad, los gremios
están en realidad jerarquizados. Hay oficios clave, como la corporación de
pañeros que subordina las demás corporaciones que participan de la
industria de la lana, como los tejedores. Los que las practican son más
bien comerciantes que fabricantes. Las instituciones municipales
reconocen esta jerarquía y distinguen a las corporaciones privilegiadas
reservándoles la administración de la ciudad.
Esta organización avanzada se halla presente en algunas ciudades
italianas, en Inglaterra y en Flandes, lo mismo que ciertos oficios que han
adquirido ya las características del capitalismo comercial, es decir, una
organización en que los comerciantes compran la materia prima, la hacen
manipular por las diversas corporaciones y venden los productos
fabricados. Los maestros de oficio poseen aun los instrumentos de
trabajo, pero ya no son dueños del mercado. Se convierten en artesanos
económicamente dependientes, y en algunos casos ni siquiera les
pertenecen las herramientas.
La industria textil está considerada como la industria piloto. Sus
transformaciones dan ejemplo a las demás. Cierto que no debe
despreciarse el papel de la producción local, ya que en todas partes se cría
la oveja y se hila y teje la lana, pero hay ciertas zonas que, bajo el dominio
del capitalismo comercial, se transforman en grandes productoras de lana
(España e Inglaterra) o de paños y en polos de la actividad económica de
Europa
124
Florencia aparece como la capital del paño. La pañería se encuentra en
manos del arte de la lana, que compra la lana en bruto, el alumbre necesario
para desengrasarla y los tintes indispensables. La lana se prepara en los
almacenes del arte o en ciertos talleres pertenecientes a sus miembros más
poderosos, como los Médicis.
La pañería inglesa es una creación real del siglo XIV, destinada a
liberar a Inglaterra del monopolio que ejercen las “ciudades pañeras” de
Flandes. Triunfa porque se encuentra próxima a la materia prima; porque,
rural desde un principio, escapa a la reglamentación de las antiguas
corporaciones urbanas y porque se orienta hacia la producción de paños
de calidad corriente y de mejor precio, que responden mejor a las
necesidades de una clientela más extensa.
Flandes reacciona a fines del siglo XV siguiendo la misma política. Los
Habsburgo, desconfiando de las antiguas ciudades pañeras, se dedican a
desarrollar los talleres rurales. La nueva industria se instala en Amberes.
El resto de las industrias textiles son en su mayor pare industrias
antiguas, vinculadas a los lugares de producción de la materia prima. Tal
es el caso del lino, producido y trabajado en las zonas húmedas de Italia
del Norte, en el sur de Alemania, en los Países Bálticos, Inglaterra,
Flandes, y también el del cáñamo. La industria de la seda es reciente en
Europa, encontrándose alrededor de Florencia, Milán y Venecia.
Los altos hornos de fuelle, movidos frecuentemente mediante ruedas
hidráulicas, aparecen a principios del siglo XVI. Con ellos, se pueden
obtener hasta 1200 kilos diarios de fundición, que en seguida se
transforman en hierro por martilleo. El combustible empleado es la
madera. La siderurgia sueca adquiere gran reputación gracias a sus
minerales. En Inglaterra y la Alemania renana, la siderurgia está en manos
de los pequeños maestros forjadores.
125
Por el contrario, el cobre da nacimiento a una industria capitalista, a la
que se une el nombre de mercaderes celebres de la época: los Függerde
Augsburgo, que explotan las minas cobre argentífero de la Alta Hungría.
La imprenta ha tomado rápidamente un carácter peculiar. Es
capitalista, porque necesita fondos para la compra del material y porque
la venta de su producción no está siempre asegurada. Es artesana, por el
cuidado que se pone en muchas de sus producciones. Tiene naturaleza del
arte, porque trabaja para las universidades y la gente culta. En fin, está
controlada por las autoridades eclesiásticas y políticas. EL papel
representa la parte más importante de los gastos de edición.
Las rutas.
El mar es favorable para el transporte de mercancías; la tierra, para el
del correo y de los hombres en pequeño número. Los progresos de la
navegación permiten seguir mejor las rutas, marchar contra el viento. Por
el Mediterráneo circulan barcos de vela venecianos, genoveses o
ragusianos. Los transportes terrestres, lejos de ofrecer las mismas
posibilidades, están determinados por la existencia de ríos.
Los caminos tienen la apariencia de pistas más recorridas por las
bestias de cargas que por las carreteras. Cruzar los ríos constituye una
operación difícil, que se soluciona normalmente aprovechando los vados o
mediante barcazas. Fuera de las ciudades, los puentes son raros y frágiles.
A los obstáculos naturales se suman los obstáculos jurídicos, los más
molestos de los cuales no son precisamente las fronteras de los Estados.
En efecto, los Estados-nacionales son todavía muy jóvenes, y sus límites
demasiado complejos para suscitar una voluntad de aislamiento. La
principal dificultad proviene de la multiplicidad de los peajes
establecidos por los señores o de las “barreras” impuestas por las
ciudades.
126
La intervención de los soberanos aporta en ocasiones sus frutos. Las
rutas imperiales facilitan las comunicaciones entre Italia, Alemania y los
Países Bajos. Son relativamente densas en Alemania del Sur. En Francia,
los “grandes caminos” toman poco a poco un aspecto coordinado a escala
del reino. De hecho, solo algunos tramos, los más próximos a escala del
reino. De hecho, solo algunos tramos, los más próximos a ellas como es
lógico, son cuidados de manera regular por las ciudades.
A causa de las dificultades con que tropieza y de la imposibilidad de
llevar grandes cantidades, los transportes son muy costosos y su uso
depende del valor de la mercancía transportada. Únicamente el mar y los
ríos permiten el transporte de mercancías pesadas. Sin embargo, a finales
del siglo XV y principios del XVI, hay cierta mejoría en los transportes. Se
asiste a un “empequeñecimiento del espacio europeo”. Pero sigue siendo
imposible prever el momento de la llegada.
Los mercados
Al iniciarse los tiempos modernos, existe ya una organización
comercial bastante avanzada. El mercado es casi siempre la ciudad, con
sus tiendas, donde el artesano vende los productos que fabrica y los
comerciantes revenden. Consiste sobre todo en la reunión periódica,
generalmente semanal, de muestrarios, a menudo expuestos sobre el
mismo suelo, de todos aquellos que poseen un excedente de producción
para ofrecerlo al consumo local. En ellos se encuentra el trigo, víveres, y,
excepcionalmente, objetos manufacturados, aunque casi siempre estos se
fabrican por pedido. Las autoridades señoriales o municipales
reglamentan en forma estricta el mercado. Hay que asegurar en primer
término la satisfacción de las necesidades locales. Los mercaderes
extranjeros a la comunidad solo son admitidos después de los habitantes.
Según su importancia, las ferias abarcan una región, un conjunto de
regiones o incluso toda Europa. Como son una fuente de riqueza, los reyes
127
las protegen, por ejemplo, concediendo exenciones a las mercancías
destinadas a ellas. Las más celebres de la época son las de Medina del
Campo en Castilla y las de Ginebra, reemplazadas por las de Lyon
gracias a los esfuerzos de Francisco I.
Desde fines del siglo XV existen bolsas de mercancías, que son en
realidad ferias permanentes (Lonjas de Castilla). Tales bolsas exigen la
instalación de importantes almacenes. En ellas se practica cada vez más la
venta sobre muestra. Con la apertura de la nueva Bolsa de Amberes, en
1533, el carácter financiero de estos establecimientos comenzó a
prevalecer sobre su carácter comercial.
La moneda
La organización monetaria se basa en la distinción entre moneda real de
oro, plata o vellón de cobre, y moneda de cuenta. La relación entre
moneda de oro y moneda de plata es fija, generalmente de 12 a 1. Por el
contrario, los reyes modifican a veces la relación entre moneda de cuenta
y moneda real, según los pagos que tienen que efectuar o las entradas de
dinero que esperan. La “mutación de las monedas” es, sin embargo, menos
frecuente que en el siglo XIV. En fin, el soberano modifica a veces el título
de ciertas piezas y retira otras de la circulación, lo que se llama la
depreciación de la moneda. Circulan también un número considerable de
monedas extranjeras: ducados de España, florines de Alemania. Por esta
razón, el poder de los reyes sobre la moneda de sus Estados es muy
limitado. La multiplicidad de las monedas hace aun necesario el cambista,
que las pesa todavía, aunque esta práctica va desapareciendo gracias a la
mejor calidad de las piezas y a la represión feroz de los monederos falsos.
La provisión de oro aumenta en Europa a finales del siglo XV, debido a
la corriente que se establece con el Sudan, ya sea a través del Sahara,
África del Norte, Italia o España, ya sea por el establecimiento de San
Jorge de la Mina, fundado por los portugueses en la costa de Guinea. La
128
abundancia de oro provoca su depreciación con respecto a la plata y una
elevación del precio de la plata devaluada en oro. De ahí la intensificación
de las prospecciones y de la producción de las minas de plata de Austria y
Hungría, facilitadas también por el perfeccionamiento del procedimiento
de amalgamación. Al comienzo del siglo XVI, Alemania ha conquistado
una plaza de elección en el mercado de los metales preciosos. Vienen a
continuación los países que reciben el oro del Sudan: la península Ibérica
e Italia. Esta situación explica la prosperidad de las casas de comercio de
Augsburgo, a cuya cabeza figuran los Függer, hasta la llegada oro de
América que tiene lugar después de 1530.
Claro que el oro y la plata no irrigan enteramente la economía europea,
ya que interviene siempre el atesoramiento en forma de objetos de arte,
menos por parte de la iglesias, dañadas por la guerra y el bandolerismo,
que por la munificencia de las cortes principescas.
El crédito.
Desde el siglo XIII, la moneda no es el único instrumento de cambio en
Europa. El riesgo y las dificultades de transporte del dinero en metálico
hacen aparecer la letra de cambio, e incluso el <<recambio>> que disfraza
un préstamo a interés. Existen aún otras formas de crédito, como el
préstamo con hipoteca o con garantía mobiliaria. La más común es la
renta constituida mediante dinero. Consiste por parte del acreedor en
comprar una parte o la totalidad de la renta de un bien inmobiliario, a
cambio de una suma pagada al contado.
Los empréstitos públicos son autorizados por la Iglesia, pese a producir
interés, porque revierten en el bien común. Quienes manejan el dinero son
los cambistas, que desempeñan a veces el papel de bancos de depósito, y
sobre todo los comerciantes que por medio de la letra de cambio se
inmiscuyen en el tráfico del dinero. Gracias al comercio, se establecen las
grandes bancas florentinas de los Médicis y los Strozzi, las de Zaragoza,
129
Medina del Campo y Barcelona, la de Augsburgo, dominadas por algunas
familias como los Függero los Weltzer, las de Brujas, Amberes y Lyon,
que experimentarían gran desarrollo en el periodo siguiente.
Así pues, al comenzar el siglo XVI, el comercio está dotado ya de la
mayoría de los instrumentos que va a utilizar. Su desarrollo a finales del
siglo XV y hasta aproximadamente 1530 testimonia una expansión
económica sensible, pero relativamente ordenada y mesurada, que no
provoca un alza exagerada de los precios.
La expansión económica de 1520 a 1560.
La expansión continúa a partir de 1520 a un ritmo rápido pero irregular.
Ello se debe a todo un conjunto de factores, como la extensión de las
guerras y las revueltas, la secularización y la puesta en venta de los bienes
de la Iglesia, provocadas por la Reforma.
El alza de precios afecta España desde principios de siglo y repercute
sobre los precios agrícolas. La causa es el aumento de producción de
metales preciosos en proporción superior a los bienes de consumo. Antes
de 1530, la explotación de las minas de plata de la Europa central y la
llegada de una parte de los tesoros americanos son los que provocan este
aumento. Tras la conquista de México (1521) y Perú (1533), continúo el
descubrimiento y explotación de las minas de oro y las minas de plata
(Potosí en 1545), los metales preciosos comenzaron a llegar al Viejo
continente en abundancia.
Con el alza de los precios se extienden las formas más flexibles de
financiación, aunque subsisten las constituciones de renta. Se asiste a una
nueva boga de las rentas en especie. Las rentas en género constituyen
para los burgueses un medio de evitar la depreciación y asegurarse el
abastecimiento en cualquier circunstancia. Les concede igualmente la
posibilidad de revender el trigo y especular.
130
La subida de precios aprovecha a los que pueden vender y origina un
nuevo aumento de las ganancias, que a su vez se invierten con frecuencia
en los negocios. Sin embargo, esta expansión se ve turbada por la crisis
del crédito. La de 1559-1560 afecta a las grandes casas de carácter
patrimonial o familiar, como los Függer y los Médicis.
Los establecimientos europeos de Ultramar tienen una importancia
creciente en la economía europea, ya que proporciona no solo el oro, sino
también diversos productos coloniales como especias, maderas tintóreas
y seda.
Consecuencias de la expansión económica.
Gracias al comercio, nace una Europa económica en el momento mismo
en que se rompe la Europa cristiana y antes de que las naciones ya
formadas alcancen entre sí barreras económicas. Las consecuencias
sociales son igualmente importantes, constituyéndose ciertos esbozos de
clases sociales. Por último, la formación de Estados modernos se realiza
no solo sobre bases políticas, sino también sobre bases económicas.
El sector mediterráneo se abre hacia el Oriente. Esta en relaciones con
el Imperio Otomano, que une países pertenecientes a los Balcanes, Asia
Menor y a África del Norte, y con el Extremo Oriente, de donde vienen las
especias por las Escalas del Levante, las caravanas de Asia Central y la
navegación árabe por el Océano Indico. Una vez abierta por Vasco da
Gama en 1498 la ruta de El Cabo, el comercio de las especias en el
Mediterráneo se derrumba. Sin embargo, los mercaderes venecianos y de
otros puertos mediterráneos reanudan las relaciones con sus asociados
habituales y recuperan su lugar en el mercado de las especias. Venecia,
Génova, Ragusa se hallan a la cabeza de este comercio. Los países
mediterráneos conservan una producción industrial importante: armas y
cañones (Milán), cristalería (Venecia), paños (Florencia), sedería
(Florencia y Génova), y las bancas son numerosas y activas. Con
131
frecuencia poseen excedentes de vino, artículos de lujo e incluso trigo,
pero tienen que abastecer ciudades populosas, sobre todo en Italia.
Venecia es el principal polo del comercio mediterráneo, porque está en
contacto a la vez con el Oriente, a través de las posesiones que la
Serenísima República posee en las costas del Mediterráneo.
El Mar Báltico es el teatro de las actividades de la Liga Hanseática,
organización mercantil que agrupa una cincuentena de ciudades, al frente
de la cual se halla Lübeck, pero el tráfico más intenso se realiza en
Danzig. La Hansa opera entre la Europa del Norte y del Este, de una
parte, y la Europa central y occidental, de otra. Se intercambia materias
primas proporcionadas por la primera: madera, alquitrán, pez, pieles
cueros, cáñamo, trigo, contra materias y objetos procedentes de la
segunda: sal, vinos, especias, paños, armas, papel. Sin embargo, la Hansa
depende de Dinamarca, <<portero del Báltico>>, que percibe los peajes de
Elsinor. Además, esta organización conserva muchas características
medievales, por lo cual no puede impedir la penetración de los
mercaderes de Europa central y occidental.
La actividad de la Europa central se ordena alrededor de las ciudades
de Alemania del sur, sobre todo Augsburgo y Núremberg. Dichas
ciudades están en contacto directo con Venecia y el mundo mediterráneo
a través de los Alpes y el Tirol. Los productos mediterráneos son
distribuidos en toda la Europa continental por las ciudades de la
Alemania del sur. Las principales corrientes conducen hacia los Países
Bajos y Amberes por Frankfurt y Colonia, y hacia el Báltico por Polonia
y Leipzig. Además, las grandes casas comerciales del sur de Alemania
dominan la producción de las minas de hierro, plomo, cobre y plata, que
abundan cerca de los macizos de la Europa central. La metalurgia es
particularmente activa, así como la industria textil en los campos vecinos.
Lyon se beneficia de la unificación de Francia para convertirse en la sede
132
de una de las principales ferias de Europa, y más tarde en un gran centro
bancario e industrial.
A partir de 1530, la vertiente atlántica somete a su dinamismo el resto
de Europa. Ya antes de los grandes descubrimientos, los puertos
atlánticos participaban de una intensa actividad: vinos de Burdeos y
Andalucía, bacalao y arenques del mar del Norte y la Mancha, lanas sin
refinar de Inglaterra y Castilla. La apertura de la ruta de El Cabo, luego la
lenta organización de un comercio atlántico, intervienen después para
asegurar la hegemonía económica. Lisboa y Sevilla se convierten en los
centros del comercio de ultramar. La Casa de Contratación, creada en Sevilla
en 1503 y la Casa da India de Lisboa son organizaciones estatales, a las que
se les concede el monopolio del comercio con las regiones recién
descubiertas. A sus relaciones con Lisboa y Sevilla, Amberes una las que
sostiene con el Báltico y, por vía terrestre, con Lyon, Augsburgo, Venecia
y Florencia. El éxito se debe a su situación geográfica, a la actividad del
interior, a la flexibilidad de sus organizaciones corporativas, liberadas de
ciertas reglas y a su pertenencia al conjunto de posesiones de los
Habsburgo.
Consecuencias sociales y políticas.
Dentro del marco señorial y feudal de la sociedad y del marco
corporativo de la producción, se afirman y se extienden entre los hombres
lazos económicos nuevos: asociaciones entre mercaderes, rentas que unen
deudores y acreedores, formas nuevas de asalariado, con ejemplos de
dislocación entre capital y trabajo. Estas transformaciones hacen crecer la
tensión social entre ricos y pobres. Los predicadores denuncian la usura,
no solo porque condenan sus principios, sino también porque pueden
comprobar sus efectos, en particular en las ciudades más activas. Sin
embargo, puesto que las pérdidas demográficas no han sido
133
completamente reparadas, no existen apenas excedentes de mano de
obra, y ésta conserva su valor.
El lujo de las Cortes y el perfeccionamiento de las armas acrecientan la
acción indirecta de los reyes en la economía. Durante mucho tiempo no se
han atrevido a intervenir en ella sino con fines fiscales: mutación de la
moneda, creación de peajes, de tasas como la gabela. Más tarde, se atreven
a tomar medidas que favorecen a sus súbditos a expensas de los
extranjeros. Las expulsiones de los judíos de Portugal y Castilla se deben
en parte a las mismas preocupaciones. Por último, se les ve asumir el
monopolio de ciertos productos y reservarse su beneficio. Estas medidas
refuerzan la autoridad del Estado, pero la creciente necesidad de dinero
empuja a los soberanos a pedirlo prestado y a ponerse en manos de los
banqueros. Así lo hizo Carlos V, elegido gracias al apoyo de los Függer,
que estará en deuda con ellos toda su vida.
La presión económica afecta incluso a la Iglesia. Los Papas recurren ya a
los buenos oficios de los banqueros, los Médicis, por ejemplo, que
consiguen ver a uno de los suyos en el trono de San Pedro en 1513. Los
prelados comendatarios compran y acumulan obispados y abadiazgos
como si fueran señoríos. Alberto de Brandemburgo1, arzobispo de
Magdeburgo y Halberstadt, se convierte así en arzobispo de Maguncia.
Roma autoriza tan escandalosa acumulación a cambio de la suma de
24.000 ducados, que Alberto de Brandemburgo pide prestados a los
Függer. Para liberarse de la deuda, obtiene del Papa una parte del
producto de la indulgencia predicada en Alemania en 1517 para la
reconstrucción de San Pedro. El Emperador Maximiliano da su
aprobación a cambio del pago de 1000 florines. Es cosa sabida que el
1 Alberto de Brandemburgo también era Gran Maestre de la Orden Teutónica, y por tanto, poseedor de las
posesiones monásticas de la Orden en Prusia. Resulta un claro ejemplo de la corrupción en que estaba sumida la
Iglesia que un arzobispo católico, al surgir la Reforma Protestante, prefiriera convertirse al Luteranismo con tal de
poder secularizar las posesiones de la Orden y convertirse en duque de Prusia, para conservar estos dominios y los
demás que estaban bajo su tutela.
134
escándalo de las indulgencias fue una de las causas de la rebelión de
Lutero.
A través del entrelazado en aumento de los factores económicos con los
sociales, políticos y espirituales, puede medirse el camino recorrido por la
Europa occidental durante el fructuoso periodo de relativa paz que va
desde mediados del siglo XV al segundo cuarto del XVI.
135
136
Raíces históricas del Luteranismo.
García Villoslada
Aviñón y el cisma.
Pasado este caótico periodo, vienen los papas del Renacimiento, que si
en los primeros cincuenta años después del Concilio de Constanza
realizan nobles esfuerzos por la reforma y por la restauración la autoridad
pontifica (contra el conciliarismo), en los cincuenta siguientes, a partir de
Sixto IV (1471) se dejan arrastrar por el espíritu del siglo. Con el
138
esplendor y lujo de su corte, con su mismo mecenazgo artístico y sobre
todo con su intrigante política, con sus ambiciones familiares y sus
guerras, parece como que se olvidan de su misión divina o la supeditan a
sus negocios humanos. De pontífices y pastores de almas se convierten en
príncipes seculares, interesándose más por los asuntos políticos de sus
Estados italianos y por medro de su linaje que por los problemas
religiosos de la catolicidad.
Conciliarismo
139
había de negar la misma autoridad suprema de los concilios, del mismo
modo que la había negado Ockham.
2. Nacionalismo Antirromano.
140
que entre Alemania e Italia ha existido siempre un antagonismo y un
mutuo desprecio, que no excluye la mutua estima.
141
“Gravámenes de la Nación Germánica”
Respuesta de Lutero
144
b) el magisterio supremo del Pontífice de Roma, ya que no debe hacer
otra norma de fe que la Biblia, interpretada subjetivamente por cada
cual; y
c) el derecho del Papa a convocar los Concilios Ecuménicos, ya que
esto es competencia de los príncipes seculares y del pueblo
cristiano.
Ilusiones y desengaños.
Se dirá tal vez que el grito de <<Reforma>>, que resuena desde el Concilio
de Constanza hasta Lutero, más que una protesta contra la inmoralidad
de los eclesiásticos, era una protesta contra el fiscalismo centralizador de
la curia, y que los abusos del fisco romano, o de la Cámara Apostólica, si
influyeron en el advenimiento del protestantismo por la unión intima que
tenían con los Gravámenes de la Nación Germánica. No cabe duda que los
ánimos de michos alemanes se amargaron, llenándose de odio
antirromano por causa de esos gravámenes, que muchas veces no
conocían sino de oídas, y que ellos atribuían a la <<tiranía pontificia>>,
opresora de Alemania, como sí únicamente Alemania tuviera que soportar
aquella carga.
Más que las personas, lo que necesitaba reforma era el régimen fiscal
vigente en la Iglesia desde los tiempos de Avignon. Los conciliares de
Constanza manifestaron su deseo de que el fiscalismo se atenuase y las
reservas papales se redujesen notablemente, y lo exigieron en los
Concordatos que allí se pactaron. La Santa Sede accedió en parte, pero sin
esa fuente de ingresos la vida burocrática de la curia resultaba imposible.
Raíces Teológicas
1. Decadencia de la teología.
La suboscuridad teológica.
148
Esto explica que Lutero, Melanchton y otros Novadores rechazasen
como <<opiniones escolásticas>> muchas doctrinas que eran dogmas de fe o
próximas a serlo, y, en cambio, acusasen a la Iglesia romana de tener como
propias ciertas proposiciones, que solamente eran defendidas por algunos
escolásticos.
Concepto de Iglesia.
149
individuos; la ciencia humana no conoce más que lo individual y sensible.
Esta doctrina la abrazó Lutero de joven y la mantuvo siempre.
150
a Dios sobre todas las cosas; puede también durante toda su vida, aunque
con gran dificultad, resistir a todas las tentaciones, si bien todas ellas en
conjunto son irresistibles, y aunque caiga en algún pecado, puede librarse
de los posteriores sin ayuda de la gracia.
Su agustinismo
Ambiente heterodoxo
151
da la transustanciación; que la libertad humana no existe; que es fatuo
creer en las indulgencias, etc.
El hecho mismo de que toda o casi toda una nación como Bohemia
siguiese en masa a su héroe y reformador Juan Hus, sirvió de ejemplo para
que la nación alemana corriese también multitudinariamente tras Lutero.
Es de notar que la Iglesia existió con anterioridad a los libros del Nuevo
Testamento y las Cartas apostólicas. En aquellos años su fe no podía
basarse en la letra de la Escritura neotestamentaria.
152
La Iglesia, depositaria de la revelación.
153
Tampoco de Ockham se puede asegurar que defendiese un biblicismo
integral y absoluto, porque cuando enseña que la Biblia es la única
autoridad infalible, lo que pretende es negar esa infalibilidad al Pontífice
Romano. Del Concilio universal dice que, es infalible y es superior al
Papa. Pero la autoridad suprema de la Iglesia la sostiene hasta tal punto,
que los mismos evangelistas, si merecen fe, es porque forman parte de la
Iglesia.
Juan Wyclif llevó el biblicismo a una forma extrema. Según él, toda la
revelación está en la Biblia; todas las verdades católicas están allí
contenidas, y a nadie es lícito añadir nada. La Biblia sola basta para el
perfecto régimen de la Iglesia. Nadie, sino la Biblia, merecen entero
crédito y obediencia. Todas las tradiciones humanas y todas las
constituciones y leyes que no se fundan en la Biblia son superfluas e
inicuas.
El biblicismo de Lutero.
Eckhart y Tauler
156
Quizá el más altamente especulativo de los místicos alemanes del
Medioevo fue el maestro Eckhart, por sus doctrinas acerca del alma. Él
sostiene que el alma, transformada por la gracia, se aniquila en Dios y el
mismo Dios se aniquila en el alma; que Dios, en cuanto Creador, nace de
la criatura y en cuanto Divinidad nace de sí mismo y es completado luego
por las criaturas.
157
nada, gran desestima de las obras puramente externas, confianza total en
la misericordia divina, desprecio de los fariseos que confían en sus propias
obras y sólo externamente parecen buenos, deseos ardientes de refugiarse
en el costado de Cristo cuando las tentaciones asaltan el alma, actitud
pasiva ante Dios, que es quien por sí solo nos regenera; menosprecio del
conocimiento racional y analógico de Dios; abandono de sí mismo a la
voluntad de Dios y a sus inescrutables designios.
El anónimo de Frankfurt.
158
El autor anónimo francofurdiense sigue en la línea de Eckhart y de
Tauler, con un concepto altísimo de Dios “el Uno, el Todo, el Perfecto, el
verdadero Ser”, ante el cual todas y cada una de las criaturas son “Nada”;
hay que abandonarse totalmente a Dios, para que nuestra voluntad se una
perfectamente con la divina; donde está el vivir de Cristo, allí esta Cristo;
el que cree en Cristo, cree que su vida es la mejor y más noble de todas; el
alma del hombre tiene dos ojos, el uno mira a la Eternidad, el otro al
Tiempo y a las cosas sensibles, pero ambos no pueden actuar a la vez; si
no hubiera voluntad propia, no habría infierno ni ningún espíritu malo.
159
¿Cómo influyeron en Lutero?
Sin duda que Lutero lo que con más íntimo placer saboreaba de
aquellos místicos tardíomedievales era la necesidad de entregarse
totalmente, fiducialmente a Dios, poniéndose en sus brazos
misericordiosos, esperando de sólo Él la salvación; la riqueza del mundo
interior, la voz del corazón más profunda que la de la razón; las oscuras
pruebas del alma; la escasa valoración de la actividad humana y de las
obras exteriores, así como las pocas alusiones a los sacramentos y a la
jerarquía de la Iglesia.
2. Evangelismo y Paulinismo.
161
Huizinga sostiene que: “La vida de la Cristiandad medieval está, en todas sus
manifestaciones, compenetrada y saturada de ideas religiosas. No hay cosa, no hay
acción, que no esté continuamente puesta en relación con Cristo y con la fe…Pero en tal
atmosfera sobresaturada, la tensión religiosa, la efectiva trascendencia, la liberación
de lo terrestre, no pueden verificarse siempre. Y si la tensión decae, todo lo que estaba
destinado a despertar en el hombre la conciencia de Dios se petrifica convirtiéndose en
una asombrosa banalidad”.
162
de devoción solo valen en cuanto ayudan a la vida interior”. Tanto insistía en la
disposición interna y en el menosprecio de lo ritual, que a veces parecía
negar a los sacramentos su virtualidad, como si únicamente dependiese su
eficacia.
Erasmo escuchó en 1499 sus lecciones sobre San Pablo y quedó desde
entonces ganado para el Paulinismo, con una concepción más
espiritualista de la religión y con el afán de reformar la teología a base de
Escritura y Santos Padres.
163
que contra el dogma, contra los métodos de la escuela más que contra las prácticas o las
formulas de la fe. La vuelta a la Antigüedad cristiana, a la Escritura y a los Padres, un
cristianismo más espiritual, una Iglesia más libre: tales eran las tendencias que habían
constituido el Evangelismo”.
164
perdonado en Jesucristo, con la sola condición de que tengamos fe en Él. (…) Basta la fe
para ser heredero del reino de los cielos.”
Evangelismo español
Evangelismo italiano
Los espirituales italianos, como casi todos los que en otras naciones de
Europa profesaban el evangelismo, vivían un Paulinismo muchas veces
exagerado y unilateral, leyendo las epístolas del Apóstol con ojos
espirituales y devotos más que con mirada agudamente teológica. Les
angustiaba el problema del pecado y de la justificación. Parece como si
sintiesen cierta delectación en reconocerse pecadores, en confesar su
incapacidad e impotencia para el bien, al mismo tiempo que se
complacían en ensalzar la omnipotencia de la gracia y el beneficio de la
redención. Magnificaban con hermosos sentimientos de misericordia de
Jesucristo y exhortaban a poner en él solo toda nuestra confianza. Cosas
excelentes, bien entendidas, solo que muchos de aquellos hombres
interpretaban a San Pablo con el corazón y el sentimiento, y no tan
conforme a la sólida teología, incurriendo en inexactitudes y errores,
como el de pensar que la naturaleza se halla tan corrompida por el pecado
165
original, que nada de cuanto el hombre haga, aunque sea con la gracia,
puede decirse mérito. El solo oír hablar de méritos humanos les horrorizaba.
166
y la justificación dependiesen de nuestras propias obras… Pero yo os digo: Ningún santo
obtuvo la salvación por sus propias obras… La salvación no procede de las obras, sino
de la fe… Cristo el Señor dice: Yo soy vuestra santificación, Yo he destruido los pecados
que lleváis sobre vosotros”.
La doctrina consoladora
168
hubiese tenido que huir lejos de su patria sino quería perecer en la
hoguera. No le faltó a Carlos V voluntad; le faltó poder frente a otros
príncipes y pequeños Estados coaligados contra el Emperador y
favorables al luteranismo. A raíz de su elección imperial tenía las manos
atadas para obrar contra los que le habían otorgado la corona y no
disponía de un ejército fuerte y bien equipado; más adelante, ni siquiera
con victorias tan resonantes como la de Mühlberg le fue posible destruir
la coalición de los príncipes luteranos.
Según Lucien Febvre: <<Los verdaderos dueños de los países germánicos eran los
príncipes y las ciudades>>. Desde la Bulla aurea de Carlos IV (1356) que
regularizó una práctica, iniciada en el siglo precedente, siete eran los
príncipes electores que disponían de la corona a la muerte del Emperador
y casi disfrutaban de la plena soberanía: eran los arzobispos de
Maguncia, Tréveris y Colonia, con el rey de Bohemia, el duque de
Sajonia, el marqués de Brandeburgo y el conde del Palatinado; tres
eclesiásticos y cuatro laicos. Derechos y privilegios levemente inferiores
adquirieron, especialmente bajo Federico III (1440-93), los demás
príncipes, obispos, numerosos abades y abadesas y muchas ciudades que,
habiéndose independizado en los siglos XII y XIII de los señores feudales,
desarrollaron su población y su economía industrial y se hicieron fuertes
contra sus enemigos, asociándose a veces en ligas o confederaciones.
Las ciudades.
171
1487 tenían corporativamente su participación en las Dietas. Los centros
urbanos, aunque de población poco numerosa, se organizaron
perfectamente bajo el aspecto burocrático, judicial, militar y financiero.
El agro
En vivo contraste con el lujo y derroche que cundía entre las clases
superiores, sorprende desagradablemente la miseria de la gente
campesina, amargada por el descontento y aun por el odio contra los
señores. Fermentos revolucionarios se dejan sentir durante todo el siglo
XV en la población agraria. Y es de notar que al agro pertenecían las tres
cuartas partes de los alemanes, que no gozaban jurídicamente de plena
libertad. Por lo común era casi siervos y colonos, que tenían en enfiteusis
hereditaria las tierras de sus señores, los cuales se mostraban a veces muy
172
exigentes en cobrar las rentas y censos, en imponer nuevos tributos y
prestaciones personales, en prohibir la casa y la pesca y en hacer cumplir
otros antiguos derechos feudales.
Tumultos y revoluciones.
173
Complemento de la situación social y parte integrante de ella debe
considerarse la situación eclesiástica. Algunas noticias acerca del estado
en que se hallaba la Iglesia en Alemania, desde los obispos hasta los
últimos clérigos, ayudarán a comprender, si no el origen, al menos el
incremento y la rápida propagación del luteranismo.
De los siete príncipes electores del Imperio, tres eran eclesiásticos: los
arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia. Obispos y abades ejercían
jurisdicción temporal sobre vastos territorios, como señores feudales. Eso
explica tantas ambiciones por obtener semejantes dignidades
eclesiásticas. Por eso las familias nobles dedicaban a la Iglesia alguno de
sus hijos que no fuese el primogénito, heredero natural del señorío
familiar.
174
almas. El absentismo de los pastores fue una de las pestes más dañinas de
la Iglesia antes del Concilio de Trento. Con tales jefes, la Iglesia no estaba
en condiciones para resistir eficazmente la embestida avasalladora del
luteranismo.
El proletariado clerical.
<<Fue la guerra de los campesinos, más que la Bula “Exsurge”, la que contribuyó a
esclarecer la situación. Había entonces ilustres seglares (…) a quienes Lutero, con sus
escritos espirituales, había ganado para sí, y que no se apartaron de él hasta que
leyeron los escritos posteriores y observaron que el resultado final era la herejía y la
revolución eclesiástica>>.
La confusión de las ideas llegó a tanto, que todavía a mediados del siglo
XVI no era fácil discernir si algunos párrocos eran católicos o luteranos;
quizá ni ellos mismos lo sabían, actuando en forma más bien luterana,
bajo la obediencia externa de un obispo o príncipe católico. La ignorancia
teológica se daba la mano, unas veces con el libertinaje, otras con el
176
anhelo de reforma social. Así, no es de maravillar que la masa del pueblo
no se diese cuenta de haber abandonado la religión de sus padres.
177
Conciencia del pecado.
Afán de peregrinar.
178
cotidiana y la vida espiritual de los cristianos, nutrida de la liturgia de la Iglesia, hacen
imposible ese supuesto. Pero la excitación existía. Aquella época estaba psíquicamente
convulsionada y a ratos enferma… Era imposible que los grandes trastornos en el
campo político, eclesiástico y social, y la labor socavadora de los grandes predicadores
de la época, preñada de expectación, no efectuasen una conmoción psíquica>>.
179
El demonio en la vida cotidiana.
La brujería.
180
sospechosas de brujería. En el siglo XV, la persecución se hizo
sistemática.
181
impera. El tema preferido para tratar la figura del diablo es el de las
tentaciones: tentaciones de San Antonio en el desierto y tentaciones de
cualquier hombre en la agonía de la muerte.
El “Ars moriendi”.
La idea de la muerte era otra de las obsesiones del hombre del siglo XV.
Y esta idea, que en el arte románico y en los inicios del gótico se mostraba
serena y apacible, vemos que hacia el 1400 se torna pavorosa y trágica.
Cuerpos desnudos, putrefactos, con los intestinos hirvientes de gusanos,
pies y manos en yerta convulsión, boca abierta con una mueca, o bien
esqueletos de macabra expresión. Ya la literatura ascética del siglo XIII
conoció la fealdad del hombre y el horror de la muerte. Pero solo desde el
siglo XIV lo vemos trasladado a las artes figurativas con gran realismo y
fuerza de expresión. Quizá son los predicadores mendicantes lo que más
se complacen en describir morbosamente las angustias de la agonía y el
terror de la muerte, para incitar a los cristianos a vivir prevenidos en
gracia de Dios.
182
existen clases sociales: no hay ricos y pobres, príncipes y vasallos. No hay
sino hombres morales, todos igualmente sujetos a la muerte.
Profetismo apocalíptico.
183
Al gusto por lo atroz, por lo macabro, por lo maravilloso, se junta la
manía del profetismo. ¿Qué extraño que una sensibilidad tan
superexitada y una imaginación tan grávida de terrores y desgracias
abortasen visiones truculentas y vaticinios de catástrofes? Eran entonces
muchos los que, dotados de conocimientos científicos más o menos serios
y de carácter más o menos excéntrico, observaban el curso de las estrellas
y las posiciones de los planetas para predecir el destino de la Humanidad.
Presentimientos escatológicos.
184
el rojo de la Guerra, el negro del Hambre y el pálido de la Muerte) van sembrando por
toda la tierra la destrucción y el espanto>>.
185
Lutero y el Emperador Carlos V
Nubia Poujade de Lassus
Lutero había hecho públicas sus ideas en el Sacro Imperio Romano
Germánico, que, en esa época, era un conjunto político de principados,
ducados, condados y ciudades que habían conservado su autonomía, su
lengua y sus tradiciones. Conformaba una especie de confederación
europea unida por un vínculo personal al Emperador, a la soberanía de la
familia Habsburgo.
Las tesis del monje agustino encontraron pronta réplica en las
contratesis de Tetzel y en la refutación en Eck que fue el primero en
considerar que eran heréticas. Dada la situación política y social de
Alemania, y los sentimientos espirituales y nacionales, las disputas
tuvieron gran resonancia popular. Intervino el Papado y, en la Dieta2 de
Augsburgo (1518) se trató de que Lutero se retractara, aunque éste no lo
hizo. Además, Lutero contaba ya con la adhesión de importantes nobles,
como el elector Federico de Sajonia. Mientras la Iglesia le iniciaba
proceso eclesiástico, en la controversia de Leipzig, Martin Lutero negó la
autoridad de los Concilios y la jerarquía del Papado. La muerte del
Emperador Maximiliano I otorgó a Lutero una tregua de dos años que
fueron decisivos en el desarrollo del movimiento protestante.
En 1519 era elegido Emperador Carlos de Gante, cuya dignidad imperial
le otorgaba la autoridad moral necesaria para preservar la cohesión de la
Cristiandad, bregar por la paz entre los cristianos y luchar contra el infiel.
La concreción de estas metas resultaría difícil y al final inalcanzable. Para
ese año las ideas luteranas se habían difundido ampliamente gracias a la
imprenta; Lutero supo aprovechar al máximo el clima de una Alemania
2 La Dieta imperial estaba compuesta por tres Cámaras o Colegios electorales, los príncipes espirituales y
temporales y representantes de las ciudades. Se convocaba para discutir las cuestiones relativas al Imperio
(administrativas, impositivas, diplomáticas, bélicas), votaba leyes con la aquiescencia del Emperador, promulgaba
bandos del Imperio en contra de los interesados, etc.
186
que acogía con entusiasmo panfletos cargados de u precoz nacionalismo,
de antirromanismo y de anticlericalismo.
¿Cuál fue la postura de Carlos V ante Lutero? No podemos hablar de
una actitud uniforme a lo largo de todo su reinado, pues ésta fue
cambiando de acuerdo a las situaciones internas y externas. Pasó por
etapas de cautela, de controversias, de negociaciones, de guerra abierta,
hasta culminar con la Paz de Augsburgo en 1555. Según Joseph Pérez:
“Durante más de veinte años todas las acciones de la política imperial estuvieron
encaminadas a allanar las diferencias y a acercar a los dos bandos que dividían a la
Cristiandad”.
Luego de ser coronado en Aquisgrán, al reunirse la Dieta de Worms
(1521), existía la esperanza, tanto en los príncipes como en Lutero y en el
Emperador, de llegar a un acuerdo, de evitar una guerra civil, de restaurar
el orden. Además, el Emperador estaba interesado en atraerse a Inglaterra
y al Papado contra Francia y necesitaba que la Dieta le otorgara los
medios para hacerlo. Sus primeros pasos fueron cautelosos. Frente a la
Iglesia que había excomulgado a Lutero y al pedido de algunas
personalidades que le aconsejaban desterrarlo, optó por seguir el consejo
de quienes le sugerían escuchar a Lutero, interrogarlo, lograr que se
retractase de sus tesis, de sus escritos, ante los miembros de la Dieta.
Lutero no sólo no se retractó, sino que además siguió sosteniendo sus
doctrinas con tenacidad. La Dieta, a través del Edicto de Worms,
declaró a Martin Lutero hereje, condenó sus escritos, ordenó que éstos
fueran quemados, que no se pudieran vender, leer, ni tener; que se
cumplieran las Bulas papales de 1520 y 1521 en todo el Imperio. Además,
intimó al fraile a abandonar la corte otorgándole un salvoconducto por
veinte días, pasados los cuales podría ser apresado y castigado, al igual
que toda persona que le diese amparo, que siguiese o propagase su
doctrina.
187
Al alejarse Lutero de la corte imperial, Federico de Sajonia, previendo
posibles acciones contra su protegido, simulará un rapto y lo alojará en el
castillo de Wartburg. Allí permanecerá por diez meses, luego se instalará
definitivamente en Wittemberg dedicado a escribir, traducir, hacer
conocer sus ideas. Carlos V y Lutero no se verían nunca más.
Por largo tiempo otros asuntos, especialmente las relaciones con
Francia y con el Papado, serían prioritarios para el Emperador. Las
sucesivas Dietas demorarían la aplicación estricta del Edicto de Worms.
Por la Dieta de Spira (1526) se resolvió que hasta la reunión de un
Concilio General cada Estado alemán podía actuar individualmente en la
aplicación del Edicto y cada uno rendiría cuentas de lo actuado ante el
Emperador y su propia conciencia. El Elector de Sajonia y el Landgrave de
Hesse aprovecharían la coyuntura para apoderarse de los bienes
monásticos de sus Estados. El luteranismo seguiría expandiéndose, al
igual que otros grupos protestantes, especialmente los seguidores de
Zwinglio, y generando controversias y conflictos en el Imperio, como la
sublevación de los caballeros y de los campesinos. Ante esta situación
la mayoría católica de la Dieta de Spira de 1529 anuló las concesiones
otorgadas en 1526. Los luteranos protestaron porque la derogación no
había sido votada por todos los integrantes de la asamblea. Al ser
rechazada la protesta, los luteranos se reunieron en Esmalcalda para
discutir si recurrirían a las armas pero depusieron su actitud ante la
posibilidad de discutir el tema en presencia del Emperador en la Dieta a
reunirse en 1530.
Luego de la coronación imperial en Bolonia, los problemas del Imperio
pasaron a primer plano. Carlos V convocó a la Dieta de Augsburgo en
1530 con el objetivo, en el plano religioso, de escuchar las distintas
opiniones, comprender, sosegar y arribar a una solución que asegurase la
unidad y evitase la división definitiva de la Cristiandad. Con ese fin
fueron invitados a concurrir representantes de las sectas evangélicas.
188
Como el Emperador continuaba con su política conciliadora, como su
idea imperial y dinástica estaban unidas a la religión, pero al mismo
tiempo no estaba dispuesto a ceder en las cuestiones referidas al dogma,
para buscar una aproximación, para negociar, era necesario que cada
grupo expusiera en la Dieta la confesión que iba a defender. Los
evangélicos acudieron con la esperanza de lograr una modificación global
de la Iglesia, querían volver al seno de una Iglesia reformada apoyándose
en la autonomía de los Estados. Los seguidores de Zwinglio presentaron
la Confessio Tetrapolitana con sus artículos de fe y Melanchton, basándose
en las obras de Lutero, redactó la Confessio Augustana, tratando de buscar
puntos de acuerdo con Roma. Los católicos, por su parte, no presentaron
un escrito para definir su fe pues estimaban que la postura ortodoxa no
necesitaba explicación y que las sentencias consideradas heréticas se
debían tratar en un Concilio. Además de las doctrinales, otras diferencias
harían difícil llegar a un acuerdo: para el Elector de Sajonia la Dieta
sustituía al Concilio, para el Landgrave de Hesse ésta no podía resolver
nada en materia religiosa.
Las negociaciones se realizaron por separado entre la Curia, el Consejo
de Electores, los príncipes y las ciudades. El Emperador tuvo contacto
informal con Melanchton y con los príncipes. Finalmente se aceptó que la
Confessio fuera leída ante Carlos V, siendo éste el último en dar su
veredicto. Pero, cuando éste se volcó hacia el partido católico y encargo la
redacción de una declaración, la Confutatio confessionis augustanae, que no se
entregaría a los evangélicos para ser refutada, la Dieta entró en crisis. Las
tratativas fracasaron no solo por motivos teológicos, sino también porque
cada partido quería ganar posiciones políticas. Carlos V decidió para
evitar la guerra entre los distintos grupos religiosos solicitar al Papa la
reunión de un Concilio que dilucidara claramente los aspectos
dogmaticos y encarara la Reforma disciplinar de la Iglesia.
189
Por resolución de la Dieta se dio por refutada la Confessio, los
protestantes tendrían un tiempo de reflexión para someterse a las
prescripciones jurídicas del Imperio y a las resoluciones del Concilio.
Aunque Carlos V anunciaba que trataría con dureza a los protestantes y
solicitaba para ello la ayuda militar de los príncipes católicos, debió optar
por la paz, por negociaciones entre mediadores por una serie de factores:
Comenzaban a tomar importancia algunos Estados
confesionalmente neutrales que veían peligrar la paz y la unidad del
Imperio;
El problema turco era acuciante y necesitaba la ayuda de los
protestantes para defender Viena;
Las relaciones con Francia e Inglaterra no eran cordiales;
Necesitaba el apoyo de los príncipes electores para que su hermano
Fernando fuera reconocido como Rey de Romanos y por tanto
heredero del Imperio;
La solución confesional que se buscó en la Dieta no había tenido
éxito y la reunión de un Concilio era una perspectiva lejana.
Seis meses después los protestantes, decididos a pasar a la acción
armada, se unían en la Liga de Esmalcalda comandados por Juan de
Sajonia y Felipe de Hesse. En la batalla de Cappel (1531) las fuerzas de
Zwinglio fueron derrotadas, él mismo moría en la batalla y las ciudades
alemanas que lo apoyaban pasaron a engrosar las fuerzas de la Liga.
Ante el peligro del avance turco sobre lo que quedaba de Hungría,
Carlos tuvo que llegar, en Núremberg (1532), a un acuerdo con los
protestantes: podrían practicar su nueva religión hasta la reunión de un
concilio o junta nacional en la que participarían, se suspenderían los
procesos iniciados contra ellos, mientras tanto brindarían ayuda militar al
Emperador contra Solimán. Antes de abandonar Alemania, Carlos
garantizaba la suspensión de los juicios por la posesión de los bienes
190
eclesiásticos, dejaba en manos de mediadores las resoluciones. El Imperio
adquiría un carácter provisional en el plano jurídico-institucional.
Mientras duró su ausencia los protestantes se expandirían, formarían
alianzas; el Imperio se polarizaría confesionalmente.
Hacia 1536 el Papa Paulo III convocaba a un Concilio a realizarse en
Mantua y el Emperador enviaba al Imperio al vicecanciller, Matías Held,
con el encargo oral de mantener la paz confesional de Núremberg y
posponer el debate religioso hasta la reunión del Concilio. Por
instrucciones secretas, debía interiorizarse de cual era la postura de los
príncipes protestantes con respecto al Concilio, que harían si los
franceses no concurrían y se realizaba lo mismo sin su presencia. Además,
se les pedía que si el Concilio no se reunía debía prolongar la paz o
convocar a una asamblea nacional para asuntos religiosos. Al año
siguiente, el Papa encomendaba a su legado Vergerio, preparar los
espíritus de los alemanes para la reunión del Concilio. Aunque se reunió
con Lutero y ofreció seguridades para que asistieran los teólogos
protestantes, los miembros de la Liga reunidos en Esmalcalda se negaron
a participar y planearon la realización de un sínodo. En esta reunión
Lutero presentó los Veintitrés artículos con los puntos esenciales de su
doctrina. Mientras tanto, Held en lugar de actuar con calma, propiciara
en 1538 la formación de una Liga de príncipes católicos en Núremberg,
que, apoyada por el arzobispo de Magdeburgo y Salzburgo, no encontrará
eco entre los electores, los príncipes de la Iglesia, ni el mismo Papa. Carlos
V, informado por su hermano, aunque no se manifestara contrario a la
Liga católica, aconsejara seguir dilatando el tema.
Los conflictos entre Carlos V, Francisco I, el Papa y los príncipes
protestantes hicieron fracasar esta primera convocatoria a un Concilio
general. Mientras la liga luterana ampliaba su influencia por gran parte de
Alemania, el Emperador, en guerra con Francia y amenazado por los
otomanos, enviara al Imperio al arzobispo Lund, con el fin de mantener la
191
paz, otorgar concesiones religiosas y obtener el apoyo de los príncipes
luteranos contra los turcos. Éste, luego de reunirse con el Landgrave de
Hesse y el Elector de Sajonia, firmara con ellos la Paz de Frankfurt
(1539) por la que se acordaba aplicar lo resuelto en Núremberg para
todos los que adherían a la Confesión de Augsburgo y realizar un debate
religioso en Worms.
Entre 1539 y 1541 se organizaron una serie de debates para tratar los
puntos controvertidos del dogma. Entre otros participaron Melanchton y
Calvino por los protestantes, Nicolás Perrenot por la cancillería imperial,
Eck y Campeggio por los católicos. Resultó imposible llegar a un acuerdo
en temas como la justificación, el valor de los sacramentos, la supremacía
papal. Ante el empeoramiento de las relaciones con Francia, el Emperador
suspendió las reuniones y convocó a la Dieta de Ratisbona (1541). En
ella los príncipes católicos le reprocharon su política religiosa, le
sugirieron restaurar el catolicismo por la fuerza y que fuera el Concilio el
que resolviera los asuntos del dogma. Carlos trató de conciliar las
distintas posiciones nombrando interlocutores de los dos grupos,
buscando que se realizara la reforma de la Iglesia aun sin la curia romana,
pero sus intentos fueron vanos. Al finalizar la Dieta los protestantes
obtenían concesiones limitadas sobre los bienes eclesiásticos y la
suspensión de los juicios. Mientras Fernando buscaba la ayuda de los
príncipes para luchar con los turcos, Carlos ratificaba la liga católica y
comprendía que seria necesaria la fuerza para reducir a los protestantes.
En los años siguientes la resolución de los problemas del Imperio pasa a
ser prioritaria para el Emperador. Luego de someter a Guillermo de
Cléves, Carlos negociaba la paz con Francia y, a fines de 1544, llegaba a un
acuerdo con el Papa: el Emperador investía a Farnesio con el ducado de
Parma y Piacenza y Paulo III convocaba a un Concilio ecuménico a
realizarse al año siguiente en Trento. Poco después, en la Dieta de
192
Worms de 1545, Carlos decidía enfrentar con las armas a los
protestantes.
Como la estación estaba muy avanzada, el Emperador decidía no entrar
en acción, solicitaba al Papa que en adelante tratara de mantener en
secreto sus planes, posponía la cuestión protestante para la próxima
Dieta y convocaba a un nuevo coloquio en Ratisbona.
Tres eran las variantes que podían usarse para resolver el problema
luterano: solucionarlo en el Imperio, por medio del Concilio o por la
guerra. Carlos se decantaría por esta última opción por varios motivos:
Por el fracaso de las negociaciones y de la política conciliadora;
Para obligar a los protestantes a ir al Concilio;
Porque el Papa, que había tenido una postura incierta en la guerra
contra Francia y había cuestionado la religiosidad del Emperador
por las concesiones hechas a los luteranos, se acercaba a él,
convocaba a un Concilio y le ofrecía su ayuda en dinero y
hombres;
Porque el Sometimiento de Guillermo de Cléves demostraba que
era posible domeñar por la fuerza a los príncipes;
Gracias a la Paz de Crépycon Francia y a la tregua negociada con
los turcos, Carlos podía dedicarse de lleno y sin peligro a la
cuestión alemana.
Sin embargo el Emperador demoraba la guerra, no estaba bien armado,
desconfiaba de la fidelidad de sus aliados, buscaba todavía una solución
dentro de Alemania. También existían problemas con la Curia, mientras
ésta quería que el Concilio tratara primero el dogma, Carlos V deseaba
que se abocara a las reformas generales. Al Papa le convenía la guerra pues
mientras el soberano estuviera ocupado no presionaría sobre Trento para
obtener las reformas como las logradas en las Dietas y que no eran
deseadas por Paulo III. Además, la situación en Alemania era muy tensa,
193
tanto entre los protestantes como entre los católicos, pues la política
imperial seguía desarrollándose en dos frentes, en Alemania y en el
Concilio.
Todavía en la Dieta de 1546 en Ratisbona esperaba Carlos que se
produjese un debate religioso que acercase las posiciones y evitase la
guerra. Sin embargo, los protestantes se retiraran de la Dieta al negárseles
más concesiones, entre otras, que los temas religiosos se tratasen en un
sínodo nacional y no en el Concilio. En febrero moría Lutero, luego de
pronosticar nuevos enfrentamientos sangrientos, afirmar su fe en la
doctrina que había predicado, execrar del Concilio reunido en Trento y
sin poder concluir su última obra: Contra el Papado, fundado en Roma por el
diablo.
Mientras tanto, Carlos V, ya decidido al enfrentamiento bélico,
solicitaba el apoyo de los príncipes, prohibía que en una ciudad recién
adherida a la Liga de Esmalcalda, Ravensburgo, se practicase el culto
evangélico, trataba de atraerse a los príncipes luteranos más jóvenes. El
Emperador lograba un aliado importante, Mauricio de Sajonia, que se
comprometía a someterse al Concilio y colaborar para restablecer la paz.
A cambio se le otorgaba un protectorado, la incorporación de algunas
regiones si se conquistaban, el uso moderado de los bienes de la Iglesia,
pero no se le daba el electorado de Sajonia como pretendía. El duque de
Baviera, que deseaba el Palatinado, aseguraba alojamiento, provisiones y
municiones para el ejército imperial, pero no se comprometía demasiado.
Por su parte, las ciudades alto alemanas no aceptaban la leva.
Carlos, para dividir la Liga y evitar que fuera considerado un
enfrentamiento religioso, le daría un matiz político a la guerra al aclarar
que intervendría contra el duque de Sajonia y el Landgrave de Hesse para
que se cumpliera la proscripción imperial contra ellos, para restaurar la
paz general, el orden jurídico y la autoridad del Imperio. Los evangélicos,
194
por su parte, basaran su campaña propagandística afirmando que luchan
contra un extranjero, pues Carlos era de Flandes. Sus fuerzas, unos
50.000 hombres se enfrentaron a las tropas imperiales, unos 35.000
hombres reclutados en España, Italia y el Papado, en Ingolstadt, donde
Carlos V salió victorioso. Los protestantes se retiraron a la Alta Alemania,
dejando que el Emperador restableciera el catolicismo en ciudades como
Colonia. Sin embargo, Carlos no pudo avanzar mucho. El reclutamiento
de hombres se hacía difícil, el invierno se acercaba, el Papa, descontento
con las concesiones religiosas otorgadas, retiraba los hombres que había
enviado y ordenaba, sin informarle al Emperador, el traslado del Concilio
a Bolonia luego que éste fijara el dogma de la justificación.
Recién en la primavera siguiente las fuerzas imperiales, compuestas por
alemanes y españoles, vencerán a la Liga a orillas del río Elba, en la batalla
de Mühlberg (1547). El ejército protestante quedó deshecho, Juan
Federico de Sajonia fue tomado prisionero y renunció a sus territorios y
rango a favor de Mauricio de Sajonia. Poco después se entregaba el
Landgrave de Hesse. Aunque u grupo de consejeros opinaba que por
haberse rebelado contra su señor les correspondía la pena de muerte,
prevaleció el criterio de que si se les ejecutaba crecería el descontento y se
los convertiría en mártires, siendo más difícil tomar las plazas fuertes que
permanecían fieles a los luteranos. Como el castigo debía buscar corregir
el error y los males que habían ocasionado a Alemania, se resolvió
mantenerlos cautivos y que sufrieran la humillación de acompañar al
Emperador en sus desplazamientos por el Imperio. Al capitular la ciudad
de Wittemberg donde estaba enterrado Lutero, Carlos no aceptó la
sugerencia de que se quemara su cuerpo aduciendo que ya se había
encontrado con el juez divino.
El triunfo de Mühlberg fue el momento culminante del poderío de
Carlos V pues sus dominios europeos se extendían desde el Báltico al
Mediterráneo. Sin embargo, el problema luterano no estaba resuelto ya
195
que la resistencia continuaba en algunas regiones germánicas. El
Emperador quería utilizar la victoria para reformar la constitución
política del Imperio en sentido monárquico y solucionar la cuestión
religiosa. Su intención era modificar la relación entre la cabeza y los
Estados imperiales formando una Liga que abarcaría los países alemanes y
austriacos, las posesiones italianas y los Países Bajos. La idea suponía el
afianzamiento de la Casa de Austria, el fortalecimiento del poder central,
transformando la dominación de Carlos en una unión personal y regia.
Recibido con suspicacia por los Estados más grandes, poco a poco fue
creciendo la oposición al proyecto tanto en Alemania como en los Países
Bajos. Ante estas dificultades, planteadas en la Dieta de Augsburgo, el
Emperador dejó de lado este proyecto y tuvo que optar por soluciones
parciales, tales como la creación de reservas para una leva rápida y
reformas en el Tribunal de la Cámara imperial.
Otro problema que se suscitaba en ese momento era el enfrentamiento
con el Papa. Mientras +éste quería que el Concilio sesionara en Bolonia, el
Emperador amenazaba con que continuara en Trento aún sin el Papa.
Carlos estaba decidido a que todos los estados germanos enviaran
representantes al Concilio pero, hasta que éste se expidiese, era necesario
regular provisionalmente la situación de Alemania. Dentro de la Dieta una
comisión formada por teólogos evangélicos y católicos, algunos
simpatizantes de los protestantes con otros de corte imperial, discutía los
términos del acuerdo, ínterin, o regulación provisional. Los católicos
aspiraban poder practicar su religión en todo el Imperio; los protestantes
querían que el Ínterin se aplicase sólo en sus Estados. Finalmente el
Emperador, buscando todavía la conciliación entre los grupos, resolvió
que el reglamento estaría dirigido a los protestantes hasta la resolución de
Trento. El Ínterin de Augsburgo (1548), de corte erasmiano, recogía
algunos aspectos teológicos protestantes, como el matrimonio del clero,
196
comunión bajo las dos especies, misa como sacrificio recordatorio, y
omitía el tema de la justificación por la fe.
Esta solución transitoria no conformo a ninguno de los dos bandos. Los
debates sobre la sucesión imperial entre los miembros de la familia
Habsburgo, unidos a la cuestión religiosa, fueron agudizando la situación
conflictiva del Imperio y minando el poder de Carlos V. A esto hay que
agregar el avance turco sobre Hungría y el francés sobre Metz, Toul y
Verdún, la guerra en el Piamonte entre Francia y el Papa y el
levantamiento de Siena contra el Emperador. La oposición protestante
buscaba desde hacía tiempo una alianza defensiva con Francia y con los
turcos. Mauricio de Sajonia era el negociador, para asegurar sus
posesiones centroeuropeas y conservar el título de Elector, abandonó al
Emperador y se unió a los príncipes protestantes guerreros que en una
rápida campaña lograron hacer huir a Carlos de Innsbruck (1552) ante la
pasividad de la mayoría de los Estados alemanes.
El Concilio, que había reanudado sus sesiones en 1551 con la
participación de los teólogos protestantes, sin llegar a ningún acuerdo
dogmático, entraba nuevamente en receso. La solución conciliar había
resultado un fracaso y Carlos demoraba la reunión de una Dieta como le
solicitaba su hermano Fernando. La Dieta de Augsburgo se reuniría
finalmente en 1555 pero sin la presencia del Emperador que otorgará a su
hermano representación jurídica para actuar en ella. Al inaugurarla
Fernando planteará los dos objetivos fundamentales de deliberación: la
paz territorial y la cuestión religiosa.
¿Qué estableció la Paz de Augsburgo (1555)? En principio que en el
Imperio coexistirían las dos religiones. Se otorgaba el derecho de elegir
culto a los príncipes, a las autoridades, pues éstas eran las que habían
luchado y hecho esfuerzos para defender sus ideas religiosas. Quedaba así
consignado el principio “Cuius regio, Eius religio”(es decir, “A cada
197
región, la religión de su Señor”). Sin embargo, se afirmaba que los
súbditos no podían ser obligados a aceptar la religión de su príncipe, se
abrazaban una confesión distinta a la de éste tenían derecho a emigrar de
su Estado. Aunque se reconocía el derecho a las propiedades
secularizadas por los príncipes eclesiásticos, en el futuro, cuando un
miembro del estamento religioso abandonara la fe católica perdería sus
cargos, beneficios, ingresos y derechos de soberanía sobre los mismos y se
podría nombrar a un católico como sucesor. Como los evangélicos
pretendían conservarlos, Fernando, defendiendo los obispados imperiales,
tuvo que imponérseles haciéndoles ver que si persistían en su postura
quedaría patente lo mucho que les importaban los bienes de la Iglesia.
Con respecto a las propiedades de la Iglesia confiscadas por los nobles, si
bien se sostenía que no les pertenecían, se aclaraba que no serían
acusados ni perseguidos por ello. Se estipulaba que los luteranos podrían
detentar funciones, cargos, servicios públicos y participar de los consejos,
juntas, asambleas relacionadas con su cargo acreditando su honestidad y
juramentándose a servir bien y fielmente al Emperador.
El fracaso de sus proyectos, el agotamiento, los problemas de salud, el
no poder llegar a un acuerdo con los miembros de su familia por la
sucesión imperial motivarían las sucesivas abdicaciones de Carlos V y su
retiro a Yuste. En ese remoto lugar de Extremadura tendrá lugar el último
acto de lucha de Carlos contra el luteranismo. Entre 1557 y 1558 la
Inquisición había detectado en Sevilla y Valladolid focos luteranos en los
que estaban implicados ciertos notables. Ante esta situación Carlos, por
sentirse sin fuerzas ni salud para intervenir personalmente, le solicitó a su
hija, la Regente Juana enviar a los inquisidores para que intervinieran con
rigor tratándolos como a rebeldes pues así no podrían esperar
indulgencia.
Conclusiones.
198
La firma de la Paz de Augsburgo marcaba el punto de inflexión, un
cambio tanto para el Imperio como para Europa. El ideal de Carlos V de
monarquía universal, de un Imperio de paz cristiana había fracasado. La
Cristiandad quedaba escindida, en el caso del Imperio con dos
confesiones religiosas aceptadas. La paz entre cristianos, ahora entre
católicos y evangélicos, no perduraría y Europa se vería conmovida por
una serie de guerras en las que la confesión religiosa ocuparía un lugar
primordial. La autoridad imperial quedaba debilitada y la Casa de
Habsburgo, dividida entre la rama austriaca y la española, mientras que la
unidad europea, se fragmentaba en Estados modernos.
199
Lutero y su pensamiento político.
Silvina Peluc de Suárez
A diferencia de Francia, España o Inglaterra, las cuales se habían
constituido en Estado Nacionales bajo la autoridad de un Rey que
centralizaba el poder, la Alemania del siglo XVI se encontraba dividida en
numerosos Estados bajo la autoridad del Emperador con cargo electivo.
Circunstancias adversas de orden económico, financiero y militar
hicieron que el Emperador Carlos V no se hiciera cargo directamente de
sus dominios alemanes, dejando así libre el camino a los príncipes para
imponer en ellos su voluntad. Éstos eran verdaderos reyes en sus tierras,
con al ventaja de atender sólo sus posesiones, sin preocuparse por lo que
sucedía en los otros territorios. A diferencia del Emperador no debían
seguir ninguna política mundial, sino hacerse fuertes en sus dominios,
aumentando la riqueza de su dinastía.
Fueron estos príncipes los que ayudaron a que se lograra el triunfo de la
nueva religión. Y si bien no todos ellos compartían sus ideales, salían en
su apoyo cuando se trataba de derechos sobre sus súbditos. Su ambición
de ser cada día más potentes, los llevaba a ayudar al Emperador si podían
conseguir mayores privilegios y dominios. Muy atractivos entonces eran
para ellos los bienes eclesiásticos que estaban dentro de sus territorios y
con sólo abrazar la nueva religión podían adueñarse de ellos. Sin duda, el
interés político y económico pesó mucho al momento de enfrentar al
Emperador, más allá de sus convicciones religiosas.
Entre 1520 y 1525 Lutero elaboró una serie de escritos donde expuso su
pensamiento teológico, como así también político y jurídico. Los escritos
de Lutero que nos ilustran sobre su pensamiento político son los
siguientes:
200
I. A la Nobleza de la Nación Alemana. Acerca de la Reforma de la
Condición Cristiana.
Este escrito de Lutero de 1520 responde a su enfrentamiento contra el
Papa. Aquí se explaya contra su autoridad, recoge todas las quejas de los
alemanes contra Roma y propone reformas eclesiásticas que están
cargadas de un matiz político.
Para él, el orden eclesiástico de su época no está capacitado para llevar
adelante los designios del orden cristiano. Por lo tanto insiste en la
naturaleza del sacerdocio universal obtenido por el Bautismo, con lo cual
busca suprimir el estado eclesiástico y en consecuencia todos los
privilegios que él detenta, ampliando así los alcances del poder temporal.
Esta obra tiene como objetivo hacer un llamamiento a la nobleza
alemana, para que tomen todas las medidas pertinentes para terminar con
el enorme poder que Lutero considera que se ha arrogado el Papa para
fortalecer su poder político. Y para esto considera necesario derrumbar
las tres murallas que, él considera, sostienen el poder del Papa y que son:
1) Afirmar la superioridad del poder eclesiástico por sobre el poder
secular;
2) El monopolio por parte del Papa de la exclusiva interpretación de
las Sagradas Escrituras; y
3) La supremacía del Papado sobre los Concilios.
Lutero propone reformar la elección de las autoridades eclesiásticas,
para así terminar con las imposiciones surgidas del derecho canónico
sancionadas por el Papado. Cabe aclarar que todas las reformas que
proponen no corresponden a la concreción de un programa antes
planificado, ya que Lutero jamás tuvo un plan político ni religioso que
pretendiera cumplir.
II. Sobre la autoridad secular: hasta donde se le debe obediencia.
201
La gran lucha contra el Papa llevó a Lutero dar un giro en su
concepción política. Debía sacarle prerrogativas al Papa, dejarlo sin
poder, y para ello nada mejor que instar a la obediencia de la autoridad
secular; una autoridad a la que no se le pusiera límites, una autoridad de
origen divino, a la que había que obedecer así fueran sus leyes injustas y
adversas.
El Príncipe, que antes era una plaga o un mal necesario sólo para los
débiles que lo necesitaban, para a ser “la” autoridad a la cual se debe
obedecer porque es el Estado quien, por su origen divino, tiene el poder y
nadie debe usurpárselo. Ponerse en contra de los gobernantes es ponerse
en contra de Dios porque ellos son sus ministros.
A aquellos cristianos a los que había considerado que debían estar por
encima de las leyes, los obliga a ahora a cumplirlas, y si no están de
acuerdo con ellas, los aconseja a emigrar a otro lugar, pero nunca
rebelarse ante la autoridad.
En este escrito de 1523 Lutero hace una diferencia entre los cristianos,
conocida como su teoría de los dos reinos. Por un lado está aquel al que
pertenecen los verdaderos cristianos a los que no les preocupan las
ataduras exteriores, las aceptan, no las resisten, pues prima en ellos la
verdadera libertad de su interior, su libre espíritu. Lucien Febvre los
denomina como ciudadanos de una “ciudad celeste” ya que son súbditos
dóciles de un Príncipe que posee un poder que nadie le discute.
Por otro lado, están aquellos que, sometidos a las leyes, también poseen
en teoría la libertad interior, pero por no ser verdaderos cristianos, no
están capacitados a utilizarla y por tanto están supeditados a un
despotismo que los regula. Pero a medida que pasan los años, y sobre todo
luego de los acontecimientos de 1525 vemos que esta diferencia de reinos
se diluye cada vez más, todos quedan sujetos a las leyes, a la presión del
medio social.
202
III. Exhortación a la paz. A propósito de los doce artículos del
campesinado de Suabia.
Desde 1522 comenzaron a levantarse en distintos escenarios de
Alemania revoluciones sociales que tomaban como estandarte las ideas de
libertad de Lutero, sin el consentimiento de éste. Muchas de ellas fueron
sofocadas y disueltas por la intervención del reformador, quien no
apoyaba que sus ideas religiosas fueran usadas para un fin terrenal.
Pero en 1525 comenzó la sublevación de los campesinos de Suabia,
acaudillados por Tomás Müntzer, un fanático obsesionado con la idea de
destruir a los impíos, para quien no era posible una reforma religiosa sin
una revolución social. Estos sublevados presentaron sus reivindicaciones
en Doce Artículos y se les unieron artesanos de las ciudades, sacerdotes y
mineros, cayendo muchas ciudades de Alemania en sus manos.
Los campesinos dirigieron sus Doce Artículos a Lutero y éste respondió
con su escrito de la Exhortación a la paz de 1525, donde instaba a príncipes y
campesinos a llegar a un acuerdo. La mayor parte del libro se la dedica a
los campesinos a quienes, si bien comprende, por las cargas que tienen
que soportar, les recrimina su violencia, ya que opina que ninguna
persona que se denomine cristiana tiene derecho a sublevarse, pues se
ésta sublevando directamente contra Dios, ya que la autoridad secular
viene de él.
Estaba en contra de un levantamiento contra los príncipes, porque ellos
no poseen ningún poder sobre las almas, entonces ¿Qué importancia tiene
su tiranía si no ejerce ningún poder sobre la verdadera persona? Lutero
cree que la única libertad que hay que defender es la libertad interior, no
la libertad terrenal que coartan los príncipes, pues esta debe quedar
sujeta a la obediencia de la autoridad de ellos.
203
Pero lo que mayor indignación produjo a Lutero de esta declaración de
los Doce Artículos fue que introdujeran citas bíblicas a los márgenes del
documento, colocadas por “falsos profetas”, quienes querían escudar en el
evangelio un movimiento que se decía, aduce, falsamente cristiano.
IV. Contra las hordas ladronas y asesinas de los campesinos.
Lejos de llegar a un acuerdo, la rebelión se hizo cada vez más sangrienta
y casi toda Alemania fue atacada por campesinos enardecidos. Lutero
tomó partido contra los campesinos, otorgándole cada vez más
prerrogativas a la autoridad civil.
204
que compartían los ideales de los revolucionarios, sino también por los
mismos reformados y por los católicos.
El gran defensor de la libertad del cristiano cedió su libertad al poder
secular. La tan deseada iglesia invisible, se transformó de ahí en más en
una iglesia visible ordenada y dirigida por los príncipes a quienes les
encomendó la tarea de reprimir los abusos y vigilar la predicación del
Evangelio.
205
Lutero y su doctrina.
Elena Comadrán
Antes de presenciar la aparición pública de Martín Lutero, en octubre
de 1517, esgrimiendo su protesta contra los abusos prácticos que se
cometían en la predicación de las indulgencias, es preciso conocer la
evolución de su pensamiento religioso y teológico anterior a las 95 tesis.
Es importante además exponer algunos datos de su vida para poder
comprender las circunstancias en las que se produce su crisis interior, a
raíz de la cual nace la nueva doctrina. Pues como dice Maritain: “Esta
doctrina es hija de su experiencia interior, sus aventuras espirituales y su historia
trágica. Renunciando a vencerse, pero no la santidad, transforma su caso en verdad
teológica y su propio estado en ley universal (…) La doctrina de Lutero no es en sí sino
la universalización de su yo, una protección de su yo en el mundo de las verdades
eternas (…) El luteranismo no es un sistema elaborado por Lutero, es el
desbordamiento de la individualidad de Lutero”.
Lutero nació en Eisleben, en el seno de una familia de origen
campesino, pero su padre tuvo que emigrar a trabajar en las minas de
cobre de Mansfield, en Sajonia, donde llegó a ser un pequeño empresario.
La vida en casa de sus padres fue dura y austera. Estudió artes liberales en
la Universidad de Erfurt de tendencia nominalista. Si bien su padre
quería que continuara estudios de Derecho, repentinamente en 1505 pidió
ingresar en el convento de los agustinos de Erfurt; una experiencia de
terror ante la muerte había decidido su vocación religiosa. En 1507 fue
ordenado sacerdote e inició su tare docente en el propio convento.
En 1508 fue llamado a enseñar filosofía moral en el convento agustino
de Wittemberg y comenzó estudios de teología en la recién fundada
universidad de esta localidad. En 1510-1511 tuvo que realizar un viaje a
Roma mandado por el superior de su orden. De regreso en Wittemberg
206
obtuvo su título de doctor y comenzó a dar clases allí como profesor de
Sagrada Escritura, magisterio que durará hasta su muerte en 1546,
excepto en el paréntesis de 1521-1522 (enfrentamiento con Carlos V en la
Dieta de Worms y refugio en Wartburg, bajo la protección de Federico de
Sajonia).
Lutero era muy consciente de la influencia que ejercían sus escritos en
la lucha en que estaba empeñado. Es por ello que se dedicó a escribir
durante toda su existencia una voluminosa cantidad de libros,
manifiestos, panfletos, etc. Tuvo la invalorable posibilidad de utilizar la
Imprenta, ese “regalo divino”. Pero él no sólo lo veía como un instrumento
para la transmisión del saber sino, y por sobre todas las cosas, como un
medio indispensable para la predicación del evangelio. En este sentido,
sabía captar a la opinión pública editando muchos de sus escritos en un
alemán popular; y escribía en latín cuando su intención era argumentar
frente a sus opositores letrados o cultos.
Antes de 1517, año de su aparición pública debido a la cuestión de las
indulgencias, siendo monje y profesor en la Universidad de Wittemberg,
la mayor parte de su tiempo la dedicó a preparar y escribir las lecciones
que impartían en dicha casa de estudios, estudiando casi exclusivamente
las epístolas de San Pablo, las cuales interpretó de una manera muy
particular y personal.
207
1) A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre el mejoramiento de Estado
cristiano;
2) De la cautividad babilónica de la Iglesia; y
3) De la libertad del cristiano.
La justificación por la Fe.
Lutero llegó a precisar su nueva doctrina en 1515-1516 en sus
explicaciones sobre la epístola de San Pablo a los Romanos. Es en estas
lecciones dictadas en la Universidad de Wittemberg donde ya formula su
concepción del pecado inevitable, de la radical incapacidad del hombre y
del esfuerzo inútil, alegremente compensado por la justicia “justificante”
externa de Dios gracias al feliz encuentro de la fe en Cristo.
Se sumerge en la lectura de la Epístola atribuyéndole al apóstol las
ideas que a él le sugieren sus propias turbaciones y la agitación de su
espíritu. Le parece haber encontrado un arsenal repleto de armas nuevas
contra la justificación por las obras. Lutero se halla, en esta época, en un
periodo de evolución espiritual que lo lleva a contradecirse, puesto que
conserva algunos elementos del dogma católico incompatible ya con sus
nuevas ideas.
Según Lutero, San Pablo enseña el anonadamiento del yo y el abandono
a la acción absoluta y exclusiva de la omnipotencia de Dios. Proclama que
el hombre no es libre para el bien, que todos sus esfuerzos en tal sentido
quedan en pecados, hijos de la concupiscencia que anida en su corazón.
El hombre está verdaderamente corrompido por el pecado original y ésa
es la causa por la cual siente una invencible concupiscencia, raíz de todos
los males. Estos deseos desordenados son considerados por Lutero como
algo más que una tendencia de la naturaleza: son algo pecaminoso en sí
mismo y, por ello traen aparejados la perspectiva inevitable de la
condenación eterna al generar una situación permanente de pecado.
208
El drama de Lutero pasa por querer sobreponerse al peso trágico del
pecado y vencer los desórdenes de la naturaleza. La experiencia de la
concupiscencia, que considera invencible, le atormenta; necesita buscar
un camino para salir de la angustia de sentirse condenado, de creer que
Dios no le ama. Si los esfuerzos del hombre son finalmente vanos ¿Dónde
está la tabla de la salvación? En último término sólo la misericordia
infinita de Dios puede salvar a la criatura y eso Dios lo realiza por medio
de una justificación extrínseca, es decir, atribuyendo al pecador, sin
ningún mérito personal, los frutos de la Pasión de Cristo. Cristo rescata
por sí solo, merced a su sacrificio en la cruz, la indignidad del hombre
librándolo de la condenación eterna. Él ha pagado por nosotros y su
justicia nos resguarda, nos cubre como un manto. La justificación es ajena
a nosotros, los cuales seguimos siendo pecadores. Por lo tanto el hombre
es, al mismo tiempo justo y pecador: es justo porque le han sido remitidos
sus pecados, porque Dios no los castigará; es pecador porque los pecados
perduran, no han sido borrados.
La salvación es obra exclusiva de Cristo, pero su justicia cubre y
ampara sólo al pecador confiado y creyente. Sólo la fe, como acto ciego de
confianza absoluta en Dios, puede salvar y atraer sobre sí la benevolencia
divina. Un pasaje de las Epístolas de San Pablo le sirve de base para el
desarrollo de sus pensamientos: “el justo vive por la fe”. Este descubrimiento
es el que le proporciona la experiencia consoladora que necesita para su
alma atribulada por el pecado. Dios-Padre lo cubriría con los méritos
redentores de Cristo, por lo que, aunque siguiera siendo radicalmente
pecador podría ser justificado por su fe confiada en Jesucristo. Así la
doctrina de la “Justificación sólo por la fe” constituye para Lutero el
punto de partida de su pensamiento teológico.
El hombre y las obras.
209
Resulta difícil lograr una valoración adecuada de Lutero sin considerar
su visión sobre la naturaleza humana, impregnada de un pesimismo
antropológico radical. La naturaleza del hombre está totalmente
corrompida por el pecado, es vicioso e impuro en todo lo que hace, piensa
y dice y es, por tanto, incapaz de contribuir con sus obras a la propia
salvación. La voluntad humana no es libre, no elige por sí misma, entre el
bien y el mal.
Lutero no logra conciliar su fe personal en la omnipotencia divina con
la posibilidad del libre arbitrio, se rebela ante la idea de que la voluntad
humana pudiera limitar en cualquier medida la voluntad divina, causa
absoluta y soberana de todo lo que le sucedía al hombre incluyendo, por
supuesto, su salvación. Lutero niega todo valor a la colaboración del
hombre en el proceso de la justificación, como sí solo Dios obrase en la
criatura, permaneciendo ésta en perfecta pasividad.
Al incluir en su concepción la idea de la aniquilación de las fuerzas de la
voluntad humana concluye considerando al hombre como pecador. Todo
lo que haga bajo la confianza de sus propias fuerzas no es nada más que
pecado; obras que, a pesar de su apariencia hermosa, aunque se presenten
como buenas, en realidad son pecados mortales.
En el encuentro Dios-hombre, éste se desvanece, se aniquila, no
significa nada en absoluto. La acción divina, actuando como cobertura del
pecado y volviendo justo al pecador, es la única protagonista de la
dinámica espiritual. Ante Dios las obras “buenas” del hombre no valen
para nada, por lo que a éste sólo le cabe la posibilidad de prestar su
asentimiento fiducial a la palabra divina.
Como conclusión de lo expuesto puede sostenerse que hay dos
principios fundamentales en la doctrina luterana. En primer lugar, el
pecado es una realidad permanente, puesto que el hombre nace signado
por la concupiscencia, la cual no pude ser anulada ni aún con el bautismo.
210
En segundo lugar, la fe, que implica fundamentalmente confianza en
Cristo permite que el hombre, sin mérito propio, se justifique frente a los
ojos del Salvador.
Sagradas escrituras y libre examen.
La Reforma Protestante planteó la cuestión de la autoridad de la Biblia
y de la Iglesia. Tanto católicos como protestantes reconocen la revelación
de Dios en Jesucristo y sus apóstoles así como al autoridad última y
primordial del Hijo de Dios. Pero ¿Cómo llega hasta nosotros esa
autoridad? ¿Cómo se expresa en nuestra vida histórica y personal? ¿De
que medios nos valemos para conocerla? Según el Catolicismo, la Iglesia,
con su tradición milenaria y su jerarquía divinamente establecida, nos
trae la voz viviente de Jesús. Es ella la que asegura la legitimidad de los
cambios que puedan sufrir los ritos, las prácticas cristianas o las
precisiones en torno al dogma. La autoridad eclesiástica es la encargada
de velar porque no haya innovación que no sea explicación de ideas o el
desarrollo natural de costumbres que ya existían germinalmente en el
Cristianismo desde el principio.
Para el protestantismo, en cambio, no es la Iglesia sino la Biblia la que
asegura el carácter cristiano de las formas que pueda revestir la doctrina o
la vida de la Iglesia, la cual nada tiene que explicar ni agregar al
documento básico que es el Nuevo Testamento. Por el contrario, ella tiene
que juzgarse a sí misma con la norma definitiva de ese documento. La
Escritura es la sola fuente de fe y el solo fundamento de la Iglesia. Pero,
entonces, ¿Quién certifica la verdad y el valor divino de la Biblia, si la
Iglesia no lo hace? La verdad se hace conocer directamente y por sí misma
a nuestras conciencias. La Sagrada Escritura es evidente para todos y
puede ser interpretada por todos los que tengan fe. De aquí se desprende
el principio de la libre interpretación, relacionado también con el
sacerdocio universal.
211
Lutero pretende que el cristiano común logre el entendimiento objetivo
de la Biblia mediante la interpretación individual y solitaria. Sustituye la
vivificación eclesiástica de la Palabra, a través del Magisterio tradicional,
por su vivificación existencial que, en sí misma, resulta subjetiva. Él no
admite más que lo que “siente”, la palabra poseída y hecha carne.
El cristiano como ser espiritual, interno, en su relación directa con el
pecado es un hombre libre, mejor liberado. El factor de esta liberación no
son las acciones, los esfuerzos individuales, sino la palabra de Dios,
predicada por Cristo y tal como se contiene en el Evangelio. Esta palabra
exige al cristiano la fe, y sólo opera cuando éste otorga su confianza a la
promesa divina.
Sacerdocio Universal.
La supremacía absoluta de Jesucristo en la vida cristiana trae aparejado,
en el protestantismo, el rechazo de todo intermediario humano entre Dios
y el alma. Como consecuencia directa de ello se presupone el fin del
sacerdocio tal como lo concibe el catolicismo. Es decir, se niega el sistema
religioso en el cual la comunión del hombre con Dios, con todos los
beneficios divinos inherentes a la vida espiritual, depende de la mediación
de otros hombres consagrados por la autoridad de la Iglesia para realizar
ciertos actos específicamente sagrados (como por ejemplo la
administración de los sacramentos).
Lutero rechaza el orden sacerdotal y toda jerarquía eclesiástica
sustituyéndolas por el sacerdocio universal de los fieles. Ve en el
sacerdocio sacramental una usurpación, por parte de los obispos y
sacerdotes, del que le corresponde a cada uno de los cristianos. Todos los
fieles tienen los poderes sacramentales del sacerdocio. Todo bautizado es
también, con la ayuda de la Escritura y el Espíritu, doctor de la fe.
Solamente para el buen orden de las iglesias se consiente que los pastores
presidan los actos de culto.
212
Acerca de la Iglesia.
La concepción luterana de la Iglesia se funda en la doctrina del
sacerdocio de los fieles. Niega la identidad de la Iglesia de Roma. Toda
concepción de la Iglesia como realidad “visible” y “jurídica” es contradicha
en nombre de la pura interioridad religiosa. Ahora bien, la iglesia
verdadera, realidad espiritual e invisible, tiene sin embargo signos
externos que la manifiestan y avalan. Existen, según Lutero, ciertos signos
de visibilidad: la predicación de la doctrina pura y la administración de
los sacramentos evangélicos. La iglesia es la asamblea de los santos, en la
cual se enseña correctamente el Evangelio y los sacramentos son
administrados con rectitud. Estos criterios teológicos de visibilidad no
son perceptibles más que a los ojos de la fe: la Iglesia invisible se hace
visible, pero gracias a un criterio de fe.
La supremacía de Jesucristo en la vida del creyente tiene por
consecuencia necesaria el rechazo de otros intermediarios o intercesores
entre Dios y el hombre, ya sea la jerarquía eclesiástica, los santos o la
bienaventurada Virgen María. Todos estos tienen tanta necesidad de la
gracia divina como la persona más humilde del mundo, y sólo en Cristo la
pueden encontrar. Él no ha entregado su poder a ninguno, sino que lo
ejerce directamente, por su Espíritu, en la vida de sus seguidores.
La salvación es obra exclusiva de Cristo y la sola fe interior. El
reformador no consiente que nadie, ni los santos, ni el tesoro de gracias de
que dispone la Iglesia, nos ayuden a llevar nuestra carga. El individuo se
queda solo frente a Dios.
El Papado y la primacía de Roma.
De la convicción de que en el Cristianismo no hay dos estados distintos
sino uno solo (sacerdocio universal), resulta evidentemente que la
primacía de la Iglesia de Roma no pude seguir existiendo, ni puede ella
213
sola interpretar rectamente la Sagrada Escritura, ni está justificada ella
sola para convocar un Concilio ecuménico.
Lutero está desde el principio en conflicto con la autoridad eclesiástica.
En sí misma, la Reforma supone una revolución contra la jerarquía por lo
que rápidamente rechaza la autoridad pontificia negando el carácter
divino del Papado.
Sacramentos.
214
El Bautismo es el sacramento de la liberación del cristiano. Lutero
prefiere la inmersión como medio mejor de significar la muerte y
resurrección del hombre viejo. También aceptar el bautismo de los niños
como una práctica antigua y justificable de la Iglesia.
La Penitencia es considerada como una actualización del Bautismo.
Lutero insiste en las conveniencias psicológicas de la confesión.
En verdad, si el Bautismo no borra el pecado original y el hombre
siempre peca ¿Cómo podrían ser perdonados los pecados? Y, menos aún,
el pensar que Dios pudiera delegar en ningún hombre ese poder. Negado
el carácter sacrificial de la misa y el valor sacramental de la Penitencia, el
sacerdocio carece de sentido.
En cuanto a la Eucaristía, Lutero critica tres puntos: la prohibición del
cáliz para los laicos, la doctrina de la transubstanciación y le sacrificio de
la misa. Sostiene que no se les puede negar a los laicos la comunión bajo
las dos especies (pan y vino). Con respecto a la transubstanciación, él no
cree en ningún cambio milagroso de la sustancia del pan y del vino.
Defiende la coexistencia del cuerpo y la sangre junto con los elementos,
así como la presencia real pero sin transformación alguna. Es decir, en la
Eucaristía subsisten el pan y el vino (no sólo los accidentes) juntamente
con el cuerpo y la sangre de Cristo (consubstanciación). Pero hay que
aclarar que Lutero niega la permanencia sacramental: la presencia real se
da solamente durante la celebración eucarística. Por esto último, para el
teólogo alemán, es impensable la adoración del Santísimo Sacramento.
En cuanto a la misma, Lutero rechaza la expresión “sacrificio” para
referirse a la misa, pues niega que se renueve, aunque sea de forma
incruenta, el único e irrepetible sacrificio de Cristo en la cruz. Su aversión
a las ceremonias lo lleva a simplificar la misa, suprimir ritos, introducir la
lengua alemana y evitar toda clase de formalidades.
215
Crítica de las indulgencias.
Con respecto al tema de las indulgencias, las ideas luteranas de la
gracia y la justificación y la falta de méritos de las buenas obras, al negar
todo valor a la satisfacción no dan cabida al tema de las indulgencias. La
indulgencia, según la doctrina católica, es la remisión total o parcial de la
pena temporal debida en justicia por los pecados perdonados –no
totalmente expiados– concebida a cambio de los sufragios de los vivos,
concretados en obras de piedad (confesión, comunión, oración) y en
obras de penitencia (limosnas, peregrinaciones, sacrificios).
Para Lutero es inadmisible predicar como sana doctrina que unos actos
–y uno de ellos puramente externo como es la limosna– pueda salvar
totalmente y que, peor aún, esto pueda hacerlo una persona viviente por
otra difunta.
216
217
La reforma en Ginebra: el Calvinismo.
Vázquez de Prada
Situación político-social en Ginebra.
Ginebra no era propiamente “ciudad libre” ni“ciudad del Imperio”,
como muchas de las pequeñas repúblicas municipales de la
Confederación Helvética y de Alemania. Pertenecía al Imperio ya que
dependía de los duques de Saboya, que eran vasallos del Emperador; pero
también el obispo de la ciudad ejercía cierta jurisdicción, compartida con
los duques, con el título de “Príncipe de Ginebra”.
218
El obispo, privado del apoyo del duque de Saboya, se sintió incapaz de
oponerse a la presión, que de todas partes, sobre todo desde Berna,
ejercían sobre Ginebra para ganarla a la causa de la Reforma. El Gran
Consejo en 1535, permitió predicar libremente a Guillermo Farel,
discípulo de Lefèvre d’Etaples, que además contaba con el apoyo
popular.En 1536 el Consejo General, reunido especialmente para resolver
la cuestión, decidió abolir la misa, implantando oficialmente la Reforma.
Parece que puede datarse su “converse” hacia 1533. El día de Todos los
Santos compuso un discurso en el que exponía explícitamente la doctrina
de la justificación por la fe. El Parlamento ordenó su arresto, por lo cual
Calvino tuvo que huir precipitadamente y refugiarse en Angulema. Allí
debió escribir los primeros capítulos de la Institución Cristiana. Las ideas
fueron madurando en sus frecuentes viajes a Nérac, en Gascuña, corte de
Margarita de Navarra y a Basilea, donde pudo trabar contactos con
conocidos reformadores.
219
predominantes en aquella región suizo-alemana; más bien su teología,
aunque tiene puntos en común con ambas doctrinas, se aparta
sensiblemente de ellas.
220
Worms y Ratisbona), lo que le puso en contacto con destacadas
personalidades del protestantismo alemán.
221
trimestre, para reflexionar sobre su conducta y hacerse mutuas
correcciones.
222
tiempo, es el motor central del régimen. Prepara reglamentos, vigila el
culto, ordena los ayunos y plegarias públicas, juzga los conflictos y
pronuncia sanciones.
Durante los veinte años, hasta su muerte, que Calvino gobernó la Iglesia
de Ginebra (1541-1564), impuso una férrea disciplina. Gracias al
Consistorio, pudo controlar la vida moral y social de la ciudad y a apartar
a todos sus opositores, lo cual le acarreó enfrentamientos con los
magistrados, con la masa del pueblo y con las grandes familias de la
ciudad. Esta lucha tuvo un doble frente: el doctrinal y el moral. Fue
especialmente implacable con quienes se apartaban en algún punto de la
doctrina establecida o no aceptaban las normas morales impuestas a la
comunidad.
223
frecuentes, entre las más notables, la del humanista Sebastián Castellion
en 1544.
El asunto más grave fue el del español Miguel Servet, que criticaba
abiertamente el libro de Calvino. Denunciado por un amigo de Calvino al
tribunal eclesiástico católico de Lyon, fue encerrado en prisión, de la que
consiguió evadirse. Estuvo errante algún tiempo y se atrevió a entrar en
Ginebra, donde fue reconocido, aprisionado y condenado a la hoguera en
1553. Su muerte provocó amplia protesta en Europa, en particular la de
Sebastián de Castellion, uno de los raros defensores de la tolerancia.
224
ciudad: no era un Zuinglio. ¿Quiso instituir una teocracia? De ninguna manera; no
desea que el Estado sea sometido a la Iglesia. Pero, en realidad, había una teocracia
implícita en su concepción de un Estado, que cumple una vocación divina de educación
cristiana bajo la vigilancia de un clero, el único capaz de discernir si cumplía bien esta
misión”.
La doctrina calvinista.
225
elección es la aceptación de la predicación de Cristo y la comunión con El
en la fe y en la Cena. También las obras, como frutos de la llamada.
Calvino consideraba que la Iglesia era una sociedad visible y unida, que
se representa de un modo concreto en la comunidad; pero que no nace del
conjunto de fieles, sino que es fundada desde arriba. La Iglesia,
comunidad de todos los elegidos desde el principio del mundo, es
ciertamente invisible, pero no existe una verdadera fe en ella sin un
aprecio de la Iglesia visible, sin una disposición común en ella. Estos
fieles, que por el bautismo son introducidos en la fe, por su participación
en la Cena, atestiguan su unidad en la verdadera doctrina del amor. Ahora
bien, la Iglesia visible, concreta, ofrece un doble aspecto: universal, que
abarca a las Iglesias esparcidas por todo el mundo, y local. La comunidad
local es la que debe mantener la necesaria unidad respecto a la doctrina,
culto y disciplina.
226
La obra y la doctrina de Calvino.
J. Delumeau
<<De la misma manera, pues, que es necesario creer en la Iglesia que no vemos y que
sólo Dios conoce, también nos está ordenado honrar a la Iglesia visible y mantenernos
en su comunión>>
Calvino luchó para que esta Iglesia visible no solo estuviera separada
del Estado, sino que fuera autónoma respecto a él. Las Ordenanzas
Eclesiásticas de 1541 instituyeron cuatro ministerios:
227
Doctores: tenían que “instruir a los fieles en la sagrada doctrina”. Sin embargo,
cuando las Ordenanzas de 1541 tratan de los “doctores”, se proponen en
realidad organizar “el orden de las escuelas”. Probablemente en aquella época
existía en Ginebra un colegio. Pero Calvino deseaba que fuera
reemplazado por un vasto establecimiento que se encargara de la
enseñanza superior secundaria y que en él se preparara la juventud, “tanto
para el ministerio eclesiástico como para el gobierno civil”. Las Ordenanzas
decidieron que el personal docente sería de la Iglesia y que estaría
fiscalizado por ella y por el Estado.
Consistorio: compuesto por los pastores y sobre todo por los doce
ancianos, laicos nombrados por el magistrado y que llevaban
precisamente el título de comisarios y diputados por la Señoría en el Consistorio.
Su función consistía en “vigilar la vida de cada uno, amonestar amablemente a los
que vieran falta y llevar una vida desordenada y, allí donde hiciera falta, informar a la
compañía, facultada para hacer reprensiones fraternales”. Los ancianos eran
asistidos por agentes que estaban encargados de vigilar a sus
conciudadanos en los diferentes barrios de la ciudad.
Diáconos: tenían como misión “recibir, dispensar y conservar los bienes de los
pobres” y otros “cuidar y curar a los enfermos y administrar la pitanza a los pobres”.
El dinero que administraban los diáconos provenía de la generosidad de
los fieles y del Estado. Los diáconos pertenecían a la Iglesia, pero eran
elegidos y nombrados por el magistrado, quien consultaba previamente
con los pastores.
“El creador es incomprensible ya que su Majestad está oculta muy lejos de todos
nuestros sentidos. Todo lo que pensamos de nosotros mismos no es más que una locura,
y todo lo que de nosotros podamos hablar resulta insustancial”
229
Cualquier tipo de adoración que no dimane de la Revelación es, para el
reformador, error e idolatría. Se lajea, pues, resueltamente del
pensamiento humanista. La Sagrada Escritura constituye el único
mensaje divino a los hombres, fuera de toda autoridad y de toda tradición.
Dios es demasiado grande y demasiado misterioso para que podamos
afirmar de Él algo que Él mismo no nos haya revelado.
Pecado y Predestinación.
230
nosotros “ha sido tan corrompida, que lo que queda es una horrible deformidad”. Lo
mismo que Lutero, Calvino no encuentra expresiones lo bastante fuertes
para calificar la condición del hombre después de la caída.
“El hombre es desde entonces esclavo del pecado, lo que significa que su espíritu esta
tan desvinculado de la justicia de Dios que no conoce, ambiciona, ni hace nada que no
sea maligno, perverso, inicuo o despreciable”
“Los fieles estarán de acuerdo en estas dos cosas a la vez: que, cometiendo una caída
voluntaria, ha sido ésta la causa de su ruina; y que, sin embargo, así había sido
determinado por la admirable resolución de Dios, con el fin de que la ruina voluntaria
de Adán fuera motivo de humildad para todo su linaje”.
Ahora bien, la falta de Adán fue una falta colectiva, porque “Dios había
ordenado que los dones que había entregado en depósito al primer hombre fueran
comunes a él y a los suyos, para conservarlos o para perderlos”. De ahí se sigue que
incluso los niños pequeños son pecadores, lo que ya había afirmado San
Agustín.
231
Los hijos de Adán, atraídos al mal por una fuerza invisible ¿siguen
siendo culpables? Lo mismo que Dios, que sólo puede obrar el bien, es
libre así el hombre pecador, que sin la gracia solo puede obrar el mal, es
libre y responsable. El mal nos atrae, pero nosotros consentimos en él. Es
necesario distinguir entre necesidad y coacción. Estamos fascinados, pero
nuestra voluntad mala y pervertida, acoge y acepta esa fascinación. En
principio, según la justicia, todos los hombres hubieran tenido que ser
condenados. Pero Dios, por misericordia, envió a su hijo a la tierra para
rescatar a algunos. No cabe pensar ahora que la doctrina de la
predestinación haya sido el tema central de la teología calvinista. La
salvación es otorgada a unos y negada a otros.
232
Se ha reprochado a la doctrina de Calvino sobre la predestinación el
hacer “desesperar a las almas por un exceso de rigor, de carácter teológico más que
evangélico”. Pero su autor la hacía desembocar en la misericordia infinita de
Dios. En cualquier caso, que el Evangelio no sea preciado es ya señal de
que Dios se apiada de nosotros. Pero el signo más seguro de nuestra
adopción es recibir “con mansedumbre de corazón la doctrina que se nos predica”.
El creyente que esté unido así a Cristo no tiene por qué dudar de su
elección; esta interiormente seguro de ella. La fe salva. En cuanto a las
buenas obras que hacemos, también pueden ser un signo (secundario) de
nuestra elección, cuando estamos iluminados e inflamados por la fe, ya
que son una emancipación de la <<sabiduría>> divina.
Los sacramentos: bautismo y cena.
233
providencial de predestinación tomado de una vez para siempre sobre
cada uno de nosotros. Se está justificado o no, ante Dios, desde antes de
nacer. Pero a los elegidos y a los que han obtenido la fe, Dios les concede
también, por medio de los dos sacramentos, las fuerzas complementarias
para perseverar y reafirmarse, precisamente al asegurarles que están
predestinados para la salvación.
“Dejad que los niños se acerquen a Mí”. Coincidió con Bucero en ver en la
circuncisión judaica otro bautismo, y a pesar de la diferencia de la
<<ceremonia externa>>, una promesa de salvación.
El bautismo prueba que seguimos conservando la alianza que el
Eterno ha firmado con nosotros. No bautizar a los niños sería una
“ingratitud, un desconocimiento de la misericordia de Dios hacia nosotros y
además, una negligencia en la instrucción de los niños en el temor y la disciplina
de su ley y el conocimiento de su Santo Evangelio”.
234
La concepción calvinista del segundo sacramento, el de la cena, es
particularmente difícil de exponer por tres motivos:
235
El compromiso anglicano
J. Delumeau
El Cisma de Enrique VIII.
236
Ese mismo año se trató en el Parlamento tres tipos de actas. La primera,
el Acta de Supremacía, convertía al rey en “jefe supremo en la tierra de la
Iglesia de Inglaterra”. Recibía el derecho de reprimir las herejías y de
excomulgar, “a pesar de todos los usos, costumbres y leyes extranjeras, y de toda
autoridad extranjera”. La segunda exigía a todo adulto un juramento “a la
única majestad del rey, y no a otra autoridad extranjera”. La tercera calificaba de
“traición” el solo hecho de afirmar que el rey era “cismático, hereje o
tirano”. El clero, los religiosos, magistrados, funcionarios y profesores
aceptaron en general, sin resistencia, prestar juramento al acta de
supremacía. Pero dos erasmistas, Tomás Moro y Juan Fisher, que se
negaron a ello, fueron decapitados en 1535. Fueron suprimidos los
monasterios y sus bienes, devueltos a la Corona. Las rentas de estos
monasterios representaban alrededor de 1/15 de las de todo el país. La
venta de estos “bienes nacionales” creó una aristocracia terrateniente muy
adicta a la Reforma. Los cabildos recobraron el derecho de elegir los
obispos pero su elección se ejercía sobre los candidatos previamente
designados por el rey.
239
jerarquía episcopal. Isabel, por ser mujer, no tomó el título de “jefe supremo
de la Iglesia de Inglaterra” que había llevado Enrique VIII. Se hizo proclamar
simplemente, en 1559, “gobernadora suprema del reino, tanto en lo espiritual como
en lo material”. El Parlamento votó la restauración del Player Book de 1552
y el restablecimiento del Acta de Supremacía. La legislación anticatólica
de 1534 fue puesta nuevamente en vigor. Roma esperó hasta 1570 para
excomulgar a Isabel, lo que le permitió a la reina consagrarse a la
organización de la Iglesia anglicana sin temor a peligros externos.
Todos los obispos que, con una sola excepción, se habían negado a
protestar el juramento de supremacía fueron depuestos y se creó en su
lugar una nueva jerarquía de gran talla espiritual. En la convocación de
1563 los obispos definieron los célebres Treinta y nueve artículos, que debían
ser luego la profesión de fe de la Iglesia oficial. Estos artículos son de clara
inspiración calvinista, aunque el culto conserve ciertas apariencias
católicas. La esencia de los Artículos es: la Sagrada Escritura es la única
base de la fe y la Iglesia romana ha errado no solo en materia litúrgica,
sino también en materia de fe. Los Concilios no son infalibles. Sus
decisiones, para ser validas, deben proceder de la Sagrada Escritura. El
purgatorio, las reliquias, las indulgencias y el culto a las imágenes son
rechazados, así como el empleo del latín en los oficios. Únicamente son
mantenidos dos sacramentos: la cena, que es entendida en el sentido de
Calvino: una comunión real pero espiritual con Cristo. No puede ser un
sacrificio. Sacerdotes y obispos tienen derecho a casarse. Cada Iglesia
particular o nacional puede modificar sus propios ritos. En cambio, el
gobierno real no puede modificar con su sola autoridad la Palabra ni los
sacramentos.
240
Inglaterra y la derrota de la Armada Invencible en 1588 confirmó esta
ruptura definitiva.
241
242
Isabel I y el Parlamento inglés
Isabel I, quien gobernó Inglaterra desde 1558 hasta 1603, era hija de
Enrique VIII y Ana Bolena. Llegó al trono con poco más de 25 años.
Habiendo sido testigo de ejecuciones e intrigas, adquirió una
personalidad fuerte. Consideraba necesario crear un ambiente pacifico
para poder dar curso a las modificaciones iniciadas durante el reinado de
su padre, por lo cual se negó al uso de la fuerza y tal vez también porque,
de hacerlo, esto significaría otorgar excesivos poderes al jefe militar que
se encargase de llevar a cabo la contienda.
243
Se erigió en cabeza del nuevo grupo económico que en esos momentos
surgía en la sociedad de Inglaterra: los grandes terratenientes y aquellas
personas que comenzaron a ostentar inmensas fortunas gracias al
traspaso de los bienes religiosos. La ambición de todos ellos era evitar la
restauración del catolicismo e el reino, para lo cual Cecil jugó un papel
decisivo, influyendo en la separación de Inglaterra del resto de la
Cristiandad y en el reemplazo del culto de la antigua religión, por el de la
nacionalidad inglesa.
Isabel y el Parlamento.
William Cecil fue el mejor agente con el que contó la reina para hacer
cumplir sus pretensiones ya que éste demostró ser un hábil negociador
parlamentario y leal a su soberana, aun cuando en ciertas ocasiones supo
usar al Parlamento para convencer a la reina de cambiar el rumbo de los
acontecimientos de acuerdo con sus intereses personales.
244
En las escasas ocasiones en fue convocado, la reina prefirió sesiones
cortas, impidiendo el nacimiento de un espíritu de cuerpo ni la formación
de partidos. Cuando se realizaban las elecciones de los miembros del
Parlamento se seguía un procedimiento bastante particular, porque la
mayoría de las veces su composición estaba determinada antes de la
convocatoria a tales elecciones. En los condados, los grandes propietarios
eran los beneficiarios de las bancas y contaban con el asentimiento de los
pequeños propietarios. En caso de llegar a rivalidad familiares o
disturbios locales con motivo de una elección reñida, estos conflictos se
solucionaban por medio del fraude o la violencia.
245
era esta institución la que dictaba las leyes y establecía el impuesto.
Cuando los temas que trataban eran sobre la prerrogativa real, el proyecto
de ley debía ser antes presentado a la reina. Además, un proyecto votado
afirmativamente por el Parlamento debía ser anteriormente sancionado
por la reina para tener fuerza de ley.
Según Cahen y Braure: “le habrían hecho falta a la reina consejeros que
comulgasen espiritualmente con esos nuevos hombres, y capaces de indicarle el camino
a seguir. Su destino quiso que no los tuviese”.
247
248
La Inglaterra Isabelina y Escocia.
Vázquez de Prada
Al morir sin herederos María Tudor ascendió al trono ingles Isabel I,
cuyo largo reinado (1558-1603) sentó las bases de la moderna Inglaterra.
Educada en la Corte de su padre, en medio de incesantes complots,
testigo de desgracias y ejecuciones, había adquirido un gran coraje físico y
moral, y a no confiar en nadie.
249
Por tanto, y a pesar de la limitación de las sesiones (13 veces en 44 años de
reinado), Isabel mantuvo viva la institución parlamentaria, y hacia el final
del reinado reconoció ciertos derechos a los diputados: aunque estos
reclamaron el poder discutir libremente todos los problemas,
especialmente los financieros y religiosos. Con todo, las relaciones entre
la reina y el Parlamento pueden considerarse buenas, pues el Parlamento
consideraba a la soberana como el único baluarte ante las presiones
exteriores que amenazaban al reino y las decisiones políticas y religiosas
de Isabel satisfacían los deseos de la mayoría de los diputados.
El rechazo de este cambio por una gran parte del clero católico hizo la
labor de Parker muy difícil, incluso también los protestantes criticaron
que el Player Book de 1552 no era verdaderamente protestante. Por otra
parte, la situación cultural y moral del bajo clero era lamentable. En 1563
se decidió al paso definitivo. Reunió en Londres, en Convocation, al
episcopado y se aceptó una versión revisada y abreviada de los “Cuarenta
y dos artículos de 1553”: son los llamados “Treinta y nueve Artículos”,
que constituyen la carta doctrinal de la Iglesia de Inglaterra. Su
inspiración evidentemente es protestante, con cierto matiz calvinista: se
considera la Biblia como única autoridad en materia de fe; se repudia una
buena parte de la enseñanza católica; se conservaron solamente dos
sacramentos, el Bautismo y la Cena (ésta bajo la concepción calvinista); se
deroga el celibato de los clérigos, y el culto debía ser, obligatoriamente, en
lengua vernácula. A los “Treinta y nueve Artículos” se opusieron tres
grupos: los “puritanos”, algunos presbiterianos y los católicos.
252
que intervinieron don Juan de Austria y Gregorio XIII o Felipe II y el
duque de Guisa.
La oposición puritana.
253
parte, estaba ya identificada con la causa nacional y protestante, sobre
todo después de su excomunión en 1570. Así fue capaz de sujetar a sus
súbditos disidentes y seguir su política religiosa moderada.
254
El desarrollo demográfico y económico, y las transformaciones que
estaba experimentando el campo, afectaron a ciertos sectores sociales, y
provocaron una enorme afluencia de emigrantes pobres a las ciudades,
sobre todo hacia Londres. El gobierno y las autoridades locales
procuraron acogerles, pero también hubieron de reaccionar con
prohibiciones y represiones, ya que la Reforma había suprimido
conventos y hospicios católicos que tenían ese fin. Para ello se creó una
nueva estructura asistencia y hospitalaria que llegó a ser una de las más
avanzadas de la época.
255
La Reforma Católica
Vázquez de Prada
256
Amor Divino”, fundado en Génova en 1497. El más importante de todos
fue el de Roma, fundado hacia 1513, al que pertenecieron San Cayetano de
Tiena y Juan Pedro Caraffa (futuro Paulo IV).
257
en 1528. Seis años más tarde, los llamados capuchinos contaban con unos
quinientos miembros y habían renunciado a la vida eremítica, vista la
necesidad de predicación, lo que implicaba que habían de realizar
estudios.
258
de sus miembros. Su espiritualidad reunía la severa disciplina y el
realismo ascético con la vida de oración y el apostolado. La estructura del
nuevo instituto era rigurosamente monárquica y centralizada; el general,
que era vitalicio, ejercía sus funciones a través de los respectivos
provinciales y rectores. Todos los miembros debían tener una gran
responsabilidad para ser enviados donde se les necesitase. La expansión
de la Compañía fue muy rápida, a pesar de las contradicciones que su
nuevo estilo de vida encontró en algunos sectores eclesiásticos.
259
la gracia divina, pero es libre de aceptarla o rechazarla, y además, durante
toda su vida, puede conservarla, aumentarla o perderla.
260
especies, que se convierten en el cuerpo y en la sangra de Cristo,
rechazada por el conjunto de los protestantes.
261
naturaleza humana, de las pasiones y deseos del corazón, que, según el
calvinismo, debían ser extirpados. Por el contrario, en Trento se ratificó
que los sentimientos y pasiones del hombre pueden ser movilizados en la
vida ordinaria para conseguir fines sobrenaturales. Con ello la Iglesia
proporcionaba al hombre y al mundo un sentido optimista de la vida
terrestre, a pesar de sus dificultades intrínsecas, y abría cauce a toda la
riqueza y esplendor de la cultura barroca.
262
El nacimiento del Estado Moderno.
Vázquez de Prada
¿Se desarrolló un “Estado moderno” en el Renacimiento?
Según Werner Naef, el Estado moderno surge a mediados del siglo XV
cuyo proceso se iría realizando hasta alcanzar un momento decisivo de su
evolución, en el siglo XVII, con la monarquía absoluta.
Para Mousnier y Hartung lo constitutivo del Estado radica en la
autoridad única del monarca y en el sentimiento de los súbditos de
pertenecer a la misma comunidad; y estos elementos, aunque se observan
en algunos países durante el siglo XV, están lejos de ser una norma
generalizada.
Hacia el siglo XV y XVI, desde el punto de vista sentimental y de los
propios intereses, la sociedad europea aún mantenía un apego a su mundo
social más inmediato. La familia era una unidad bien consciente de su
importancia social; el gremio suponía la protección de los intereses
profesionales; la ciudad significaba el recinto donde aparecía definido el
máximo sentido de comunidad. Pero, comienza a despertarse la
conciencia de una solidaridad superior, de una vinculación a la que
llamamos “intereses nacionales”, todavía vagamente sentida y expresadas.
Las corrientes intelectuales, religiosas y políticas concurren para afianzar
ciertas formas institucionales que podemos llamar “Estados modernos”.
La palabra Estado comienza a aparecer en el siglo XVI y, en 1547,
Giovanni della Cosa utilizaría por primera vez la expresión “razón de
Estado”. Maquiavelo exalta al Estado, aunque emplee para referirse a él
distintas y no bien definidas palabras: “naciones” o “provincias”. Lo que
parece claro es que a finales del siglo XV los hombres que viven en una
cierta área geográfica e históricamente delimitada y bajo un mismo
soberano, comienzan, en alguna manera, a sentirse solidarios.
263
En este contexto, la palabra Nación comienza a significar un conjunto
de individuos que habían nacido en un mismo lugar e implica la idea de
bienes compartidos, de deseos y sentimientos que esperaban realizarse
por medio de una dirección competente. No se puede negar tampoco que
exista un sentido de adhesión al soberano, aunque se halle distante; que
se acogen como propios los éxitos militares y las conquistas en el exterior.
El Humanismo y la noción de Estado.
Los humanistas contribuyeron a fundamental el nacionalismo. El
renacer del estudio de la historia antigua sirvió a la causa nacional. La
existencia de un nacionalismo español, francés, alemán o inglés, es un
hecho que puede constatarse fácilmente. Los habitantes de estos países se
reconocen por ciertas características peculiares propias, como el carácter,
las costumbres, la lengua, la forma de vida, que les hacen más próximos.
La existencia de este nacionalismo se manifiesta también en el sentido de
superioridad de cada uno, y, en las críticas y defectos que atribuyen a los
demás.
Las lenguas estatales.
La diversidad lingüística era grande. Pero durante la Edad Media se
habían ido produciendo lentamente, las primeras obras literarias en
lenguas, que al imponerse sobre las otras del país se convertirán en
nacionales. La lengua será un importante factor unificador. Las “iglesias
protestantes”, al rechazar el latín y utilizar una liturgia en lengua
vernácula, contribuirán a cimentar la cohesión entre los habitantes del
país. La necesidad de contratos comerciales y diplomáticos a nivel
internacional, y, sobre todo, la práctica de la administración, facilitarían
el desarrollo de una lengua nacional sobre la diversidad lingüística.
La división de la Cristiandad fue también evidente factor de unidad
nacional. A medida que las diversas confesiones protestantes se fueron
264
extendiendo y asentando en un territorio, favorecían la tarea de
unificación emprendida por sus soberanos. Esto sería particularmente
visible en aquellos países, como en Suecia, en que la independencia
nacional coincide con la implantación de la Reforma Protestante. Las
diferencias y luchas entre iglesias, contribuirían a mantener la cohesión y
el sentimiento nacional.
Los elementos constitutivos del Estado.
El Estado carece todavía de uno de sus elementos esenciales: la
definición de sus fronteras. La noción de frontera (fronteras naturales) no
se manifiesta de forma clara hasta el siglo XVII. Anteriormente lo que
existían eran las marcas, espacios vacíos de ocupación humana. Las
fronteras aparecerán con el desarrollo de la cartografía terrestre, en el
siglo XVII, aunque ciertos países marítimos ya a finales del siglo XV,
conocen sus límites. Las líneas fronterizas se precisaran gracias a las
aduanas, que se generalizan en el siglo XVI.
Pero sobre todo es la guerra la que potencia al Estado. Ante la
necesidad de hacer frente a los gastos bélicos, los Estados se verán
obligados a buscar nuevas fuentes de financiación y con ello, a extender
los tentáculos de la burocracia. Las guerras del Renacimiento provocan
una inflación de los gastos generales, creando nuevos impuestos. El
Estado del Renacimiento es un manipulador del dinero, como lo habían
sido los precedentes. Al desarrollo de los gastos –que facilitara el
creciente capitalismo comercial y financiero– se añadió la venalidad de los
oficios.
Otro instrumento del Estado es la diplomacia, que se convierte en una
“carrera”, con frecuencia privilegio de la alta nobleza.
De hecho, el Estado del Renacimiento innova menos de lo que parece.
Más bien su novedad reside en el hecho de que generaliza, mejora e
265
institucionaliza procedimientos anteriormente usados, como el personal
burocrático, ejércitos, medios bélicos, etc.
266
La monarquía y la centralización del Estado.
La principal fuente del poder real seguía basándose en la religión, en la
idea del respeto a una autoridad emanada de Dios. La desobediencia de
los súbditos a sus soberanos trata de justificarse por la violación, real o
pretendida, de las leyes de Dios. Los reyes son consagrados por la Iglesia y
se les reconoce el papel de protectores de ella en lo temporal.
Además de este apoyo religioso, la autoridad real se afianza en el nuevo
derecho romano, ahora renovado. Aunque siguen existiendo monarquías
semifeudales, Francia, Inglaterra y España tiende a un absolutismo
efectivo; si bien las teorías políticas consideran que el soberano no es
propietario de los súbditos, sino que debe respetar su libertad y sus
bienes, conforme a la ley natural y divina, y gobernar según los usos del
país.
El Estado moderno significa una tendencia hacia la recuperación de
porciones de soberanía perdidas en otros tiempos y además, a enriquecer
su contenido. Si anteriormente el monarca tenía como cometido
fundamental la administración de la justicia y el mantenimiento del
orden, ahora se consideran también obligaciones el mismo bienestar de
sus súbditos, el desarrollo de la cultura y la dirección de la economía.
Un paso esencial para el afianzamiento de la monarquía será e control o
la subordinación de la iglesia territorial, en las cuestiones temporales,
para contar con la fuerza y el prestigio de esta institución. Francisco I de
Francia concluye con el Papa el Concordato de Bolonia en 1516 por el
cual el rey obtiene el derecho de “presentación” a los beneficios
consistoriales (obispos y abades). Los Reyes Católicos habían
conseguido anteriormente el derecho de “suplica” para la elección de los
obispos y el Real Patronato para el recién conquistado Reino de Granada
y Carlos I en 1523 consigue expandirlo a los demás reinos hispánicos. La
Reforma Protestante acentuaría la estrecha unión de Estado e Iglesia.
267
Persistencia de las autonomías medievales.
La monarquía absoluta era un ideal propugnado por los juristas, que
tardaría en plasmarse en la realidad. En el siglo XV coexistía, junto al
profundo respeto de los súbditos hacia el monarca, el vivo deseo de los
cuerpos intermedios (corporaciones, estamentos, ciudades) de mantener
sus antiguos privilegios, que en la práctica establecían un límite a la
autoridad real.
Además, las corporaciones municipales, de oficios y las comunidades
rurales, entre otras, gozaban de una cierta autonomía administrativa. Las
ciudades conservaban, además de las atribuciones usuales del régimen
municipal, funciones de defensa, pues tenían sus propias milicias.
Obligado por los usos existentes, y por la necesidad, ya que el número de
funcionarios reales era corto, el soberano se vio obligado a delegar
responsabilidades en ellas, aunque también procuró intervenir en las
elecciones municipales para colocar en los consejos personas fieles a su
autoridad y funcionarios regios, que como los corregidores en Castilla,
los presidan.
Se hacía también imprescindible la convocatoria de las asambleas de
órdenes. En todas partes estas asambleas trataban de acrecentar su poder,
cuando el soberano solicitaba su ayuda. Ante esto, los monarcas
procuraron espaciar lo más posible sus reuniones con ellas. Aun cuando
los monarcas renacentistas manifiestan una fuerte tendencia a conseguir
la unificación del Estado, actúan, todavía, con procedimientos
medievales, como intereses dinásticos, la política familiar, los caprichos o
impulsos personales, etc.
Repercusiones sociales del afianzamiento del poder monárquico.
El aumento del poder real, que venía a significar mayor eficacia del
Estado, se hizo a costa de la nobleza. La influencia política de este grupo
268
social declinó en Occidente desde finales del siglo XV; pero continuara el
régimen señorial, que confirió a sus señores gran importancia económica
y social. Al hallarse los grandes señores cada vez con menos poder en sus
dominios, se sintieron tentados por los cargos y oficios reales, y
comenzaron a acercarse a la Corte.
En los altos cargos administrativos, los monarcas procuran reemplazar
a los nobles por letrados, que poseían conocimientos técnicos y eran más
útiles y fieles. Los nobles conservaron preferencia en los cargos militares y
en la Corte, aunque no estarán ausentes en los Consejos.
También se buscara aprovechar las aspiraciones de los burgueses hacia
el ennoblecimiento, concediéndoles cartas de nobleza. La burguesía
proporcionaría eficaz ayuda para remediar las finanzas del Estado. Estos
nuevos nobles tardaran en integrarse en la antigua nobleza, pero
mantendrán su fidelidad al rey y a lo largo de las generaciones llegaran a
ocupar importantes cargos en la estructura estatal. El pueblo llano, en
general, no puso trabas al avance de la autoridad real puesto que se
beneficiaba de un mayor orden social y de una justicia más imparcial y
eficaz.
269
Los Estados europeos
André Corvisier
Cristiandad y naciones.
Aumenta la conciencia nacional en el Occidente europeo, a causa no
solo de la vinculación religiosa al soberano, la afirmación de la monarquía
frente a la feudalidad y las luchas en común contra los vecinos, sino
también de los progresos de las lenguas nacionales, favorecidas por la
administración real, e igualmente de la expansión del comercio y de la
difusión de la instrucción gracias a la imprenta. Al traducir la Biblia al
alemán, Lutero no hace más que aprovechar el desarrollo de esta lengua.
No es el Estado, al que entonces se llama República, el que crea la nación.
Al contrario, crece y se transforma con ella hasta convertirse en su
expresión.
270
protestas de Francia e Inglaterra. En fin, aun no se ha negado al Papa el
derecho a condenar a un rey herético (Isabel I por Pío V en 1570).
La monarquía.
271
En todos los países, los súbditos están asociados a la administración,
aunque de manera variable, que corresponde a múltiples privilegios:
272
sus finanzas. En compensación, los protege contra la nobleza y contra el
proletariado industrial. A alguno de ellos le confiere la nobleza, que se
funde con la antigua nobleza de sangre luego de varias generaciones.
Mientras tanto, se mantienen adictos al rey, a quienes deben su elevación
al segundo orden. Continúan proporcionándoles funcionarios. Por su
parte, “la nobleza apenas si puede defenderse de la burguesía, a no ser por el favor
real”. En efecto, como continúa llevando una vida dispendiosa, tiene que
solicitar del rey cargos, puestos de mando, militares, obispados y abadías,
incluso pensiones. Con ello pone en peligro su independencia. Por lo
demás, esto no excluye su participación en las clientelas, puesto que hay
muchos nobles cuya única posibilidad presentar una solicitud al rey
consiste en recurrir a la intervención de un grande del reino.
Tipos de monarquías
273
condestable, que manda el ejército en ausencia del rey, el almirante de
Francia, el Gran Maestre, que dirige la Casa del rey. En la Cancillería
trabajan notarios y los secretarios regios, entre los que destacan los
secretarios de requerimiento. Las ordenes del rey son transmitidas y
ejecutadas sea por los funcionarios, propietarios de su cargo, sea por los
comisarios, encargados de misión, elegidos las mas de las veces entre el
cuerpo de funcionarios. Entre los funcionarios militares, los hay
permanentes, que dan testimonio de la estructura militar del Estado
(gobernadores de provincia o de las ciudades encargados de mantener el
orden, y por tanto, con poderes militares y de <<policía>> es decir, de
administración), y temporales (capitanes comandantes de tropa), Aparte
de las compañías de ordenanza, no existe un ejercito permanente.
274
mercados, etc. Estos derechos, arrendados, son administrados por los
cuatro tesoreros de Francia. Las finanzas extraordinarias son dirigidas
por los cuatro generales de Hacienda, puesto que, para esta cuestión, el
reino se divide en cuatro generalidades.
El impuesto principal, equivalente a los dos tercios de las rentas del rey,
es un impuesto directo, la talla (taille), destinado en principio a la defensa
del reino y que recae sobre todos los plebeyos, salvo cuando se hallan
sometidos al servicio militar. En un principio, la taille había sido votada
por los representantes de la nación, pero el rey la convierte en
permanente y elude el acuerdo de los tres órdenes con respecto a los
incrementos.
La monarquía inglesa.
276
rey. No obstante, las leyes que reciben la sanción del Parlamento se
consideran superiores a las demás actas reales, y el rey no cuenta apenas
con los medios para llevar a cabo una gran política.
La monarquía hispánica.
277
extenderse. Castilla es la pieza clave del Imperio de Carlos V, ya que
posee unas instituciones que permiten el fortalecimiento de la monarquía.
Estas instituciones presentan caracteres bastante comunes: forman
Consejos asistidos por una burocracia numerosa.
278
rebelión. Así queda asegurada la paz en los reinos hispánicos por un largo
periodo, y Castilla puede representar el papel de centro del Imperio de
Carlos V.
La constitución del Imperio había sido fijada por la Bula de oro en 1356.
El personaje llamado a ser Emperador o rey de los romanos, debe ser
nombrado antes de su coronación por siete electores: tres eclesiásticos,
los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, y cuatro seglares: el rey
de Bohemia, el duque de Sajonia, el margrave de Brandemburgo y el conde
palatino del Rin. La Dieta, formada por tres asambleas, de los electores, de
los príncipes y de las ciudades, asiste al Emperador. El arzobispo de
Maguncia preside la Cancillería imperial. Desde 1440 se elige Emperador
dentro de la familia de los Habsburgo.
279
Entre los aproximadamente cuatrocientos principados y ciudades,
destacan los Estados hereditarios de la Casa de Austria, que Carlos V
cede a su hermano Fernando en 1522 y a los cuales se añaden por herencia
en 1526 los reinos de Bohemia y Hungría. Los Estados hereditarios se
benefician de los esfuerzos de Maximiliano y sus sucesores por constituir
un Estado austriaco. Franqueados por los reinos de Bohemia y Hungría,
los Estados hereditarios son el principal punto de apoyo de la política de
los Habsburgo en Alemania y en la Europa central.
280
281
Nicolás Maquiavelo, historiador de su tiempo (1469-1517).
María Isabel Becerra
El período histórico conocido como Renacimiento abarca, dentro de la
Edad Moderna, un primer momento que otros autores denominan de
Edad Moderna Temprana. Lo ubicamos desde mediados del siglo XV
hasta mediados o fines del siglo XVI, siempre teniendo en cuenta que este
tipo de cronología o periodización responde a un objetivo
didáctico, consensuado, y que los extremos de los períodos son siempre
imprecisos pues los cambios en la historia son lentos y
fluctuantes(permanencias y cambios).
282
el perfeccionamiento de la imprenta (1440), que provocó una mayor
circulación de libros y la formación de Bibliotecas y Archivos, que
complementan un ambiente intelectual que transforma los sistemas
educativos;
283
de percibir el pasado el que en el transcurso de los tiempos modernos, corresponde a las
nuevas concepciones de hombre y de la realidad surgidas”.
284
El Humanismo en Italia
285
otros Estados, Francia y España, produciendo invasiones y guerras sobre
su territorio.
-Cambian los temas, que dejan de ser Historias eclesiásticas o vidas de los
santos, para desarrollar Historias políticas de naciones. Se evitan los
cortes cronológicos para dar una visión unitaria de la historia.
287
La Época de los Reyes de Católicos
José Luis Comellas
Castilla era, de los cinco reinos, el más fuerte y el más poblado, pero a
su vez, le faltaba cierto desarrollo tanto en su estructura jurídica y
constitucional que prácticamente no existía como en su política exterior.
El monarca tenía un poder teórico indiscutible pero no estaba bien
definido legalmente. A partir de la paralización de la Reconquista en el
siglo XIII el poder de los reyes fue mermándose como consecuencia de la
disminución del prestigio que la Guerra Santa le otorgaba: el caudillaje
militar.
288
El otro poder floreció en la cuenca del Duero. Aquí prevaleció la
burguesía, la cual dominaba la vida de la ciudad y, por consiguiente, el
gobierno municipal. Conforme se debilitaba la monarquía, el régimen del
municipio tendía a hacerse más fuerte y autónomo, hasta rivalizar en
poder con el del rey y el de los nobles.
289
mucha más agilidad para adaptarse a las necesidades institucionales y a la
dinámica política de los tiempos modernos.
El pleito sucesorio.
290
Dos partidos, uno portuguesista y otro aragonesista, dividieron Castilla
durante los últimos años del reinado de Enrique IV. Fue necesaria una
complicada intriga para llegar a un acuerdo con los aragoneses, a espaldas
del rey. El matrimonio entre Fernando e Isabel se celebró en Valladolid, a
fines de 1469, sin permiso ni conocimiento de Enrique IV, que se
encontraba en Toledo. Aquella boda precipitada y casi clandestina ponía
los cimientos de la moderna España en forma de la futura unión Aragón-
Castilla. Enrique IV, en cuanto conoció lo sucedido, desheredó a su
hermanastra y proclamó sucesora de nuevo a Juana; aunque débil como
siempre, no se atrevió a ir contra el joven matrimonio que siguió
residiendo en la cuenca del Duero, zona donde predominaba la clase
291
media y artesana, en tanto que él se movía por la meseta sur y Andalucía,
donde predominaba la nobleza.
292
Alfonso V de Portugal
Cuenca del
Cuenca del Duero
Gudalquivir
293
todos sus títulos castellanos y optar entre el casamiento con
el príncipe heredero de los reyes Fernando e Isabel, Juan de Aragón y
Castilla, si éste así lo decidía al cumplir los catorce años o recluirse en
un convento, opción por la que optó.
294
Las grandes reformas tuvieron lugar en Castilla. En Aragón el noble
conservó gran poder aunque perdió algunos privilegios medievales.
Fernando el Católico logró algunas reformas de envergadura, tales como
la Sentencia de Guadalupe (1486), por la que se obtenía la redención de
los payeses de remensar, una especie de siervos de la gleba que aún quedaban
en Cataluña., y cuya libertad fue la base de la prospera y tranquila clase
rural catalana; pero no quiso impugnar a fondo el poder nobiliario.
295
acompañada de la unidad religiosa. Esta unidad, en unos tiempos en que
la religión trascendía profundamente a la vida pública y a las
mentalidades colectivas, entrañaba también algo más sutil: lo que
podríamos llamar “unidad moral”.
296
Fueron condenados a muerte centenares de judíos conversos. Las
luchas sangrientas entre “cristianos viejos” y “cristianos nuevos” fueron
cortadas de raíz.
Hay que hacer constar que el poder inquisitorial solo se extendía a los
bautizados y por consiguiente, no tenía potestad sobre los judíos que
conservaban públicamente su religión. De momento, aunque aspiraban a
la unidad religiosa del país, los Reyes dejaron en paz a estas minorías y
relegaron la solución hasta después de terminada la Reconquista.
297
El Estado Moderno
Cortes: institución
semirepresentativa que entra en
decadencia.
La organización económica
Sin una hacienda prospera no es posible un Estado fuerte, como sin una
economía prospera no es posible un país fuerte. El Estado moderno, con
sus complicados servicios, exige más gastos que nunca; y por otra parte,
necesita favorecer la economía particular, sustento insustituible de la
economía oficial.
298
cuidadosamente los precios, las ferias y mercados. Su mayor
preocupación fue favorecer la ganadería (sobre todo la producción de
lana). Una organización peculiar, la Mesta, regulaba la organización de
los rebaños, sus migraciones, sus cañadas o vías de paso. La famosa feria
de Medina del Campo era un centro fundamental de la compraventa de
la riqueza lanera, El Consulado del Mar, establecido por los Reyes en
Burgos (1493), distribuía la mercancía a los puertos Cantábricos donde se
embarcaba rumbo a Francia o Alemania, o especialmente a los Países
Bajos. Los paños de Segovia, por ejemplo, eran de una calidad insuperable.
Esto produjo que se diera preferencia a la ganadería en lugar de la
agricultura, por lo cual se optó por importar cereales de Sicilia, el granero
del mundo mediterráneo.
Moriscos y judíos.
El ejército moderno.
300
La profesionalización regulariza también los cuadros y las unidades
tácticas permanentes: la alferecía (100 hombres), la capitanía (500), la
coronelía (12 compañías), más tarde también el tercio.
La política exterior.
302
La época de las regencias.
303
oligarquía ciudadana. Ello demuestra que la obra de robustecimiento del
poder monárquico-estatal realizada por los Reyes Católicos no estaba
consolidada.
304
Política matrimonial de los Reyes Católicos.
305
Regencia de Cisneros.
306
El Siglo de la expansión hispánica
307
extrapeninsulares, con una administración casi autónoma, sirven de bases
militares donde residen fuertes guarniciones españolas.
Carlos I en España.
308
imperial o de la formación ideológica que le inculcaron, sino también de la
propia naturaleza heterogénea de sus dominios:
309
embarcarse cuanto antes con destino a aquel país. A este efecto no tuvo
más remedio que convocar nuevas Cortes, a fin de reunir la suma
necesaria para el viaje y para hacer frente a los tremendos gastos que se
avecinaban.
310
tienen lugar en la meseta del Duero y en la costa levantina de 1520 a 1522.
Probablemente, seria equivocado no conectar los movimientos de las
Comunidades y Germanías con los producidos anteriormente, y que
señalan, todavía, la pugna entre los tres grandes poderes –realeza, nobleza
y burguesía municipal– que se disputan la primacía en la nueva España.
312
Etapa de guerra abierta: muchas de las protestas carecían ya de
razón de ser y sin embargo, los movimientos más extremistas
comprendieron la necesidad de lanzarse cuanto antes a una acción
armada si no querían ver el fenecimiento. Fue una guerra entre una
Liga de ciudades –la Junta Sagrada– que defienden sus libertades y
privilegios municipales, y las fuerzas leales al rey y a la regencia,
constituidas fundamentalmente por elementos nobiliarios y que van
a garantizar el centralismo y el prevalecimiento del poder
monárquico. El movimiento comunero, al radicalizarse, pierde
apoyo. A fines de 1520 la situación parecía perdida para los
comuneros. Los principales jefes comuneros resistieron hasta el
último momento; cayeron prisioneros y fueron ajusticiados.
Las Germanías de Valencia
Este movimiento tiene una más amplia base social, aunque responde, en
el fondo, a un mecanismo similar. Representan, aparte de una
cristalización del descontento por el mal gobierno y la subida de precios,
la rebelión de la costa, burguesa y mercantil, contra el interior, señorial y
agrícola. Aquí tiene una mayor importancia que en Castilla la
intervención de los gremios y cuyos oficiales fueron los principales jefes
de la revuelta. Los nobles tuvieron que huir, mientras que en Valencia se
constituía la revolucionaria Junta de los Trece. Como los territorios
señoreados por los nobles estaban, por lo general, habitados por
mudéjares, los agermanados quisieron dar a la lucha el carácter de una
guerra santa, bautizándoles en masa.
313
En 1522 Carlos I regresó a España. Fue generoso con los comuneros, a
quienes amnistió en su mayor parte; no con los agermanados, a los que la
nobleza levantina sometió a represalias muy duras. La autoridad real se
reforzó de modo indiscutido. La nobleza recuperó gran parte de su
función dirigente a través de los cargos militares, gubernamentales y
administrativos del Estado, mientras que la burguesía perdió casi
totalmente su inserción en el poder.
La política imperial.
314
Si bien es cierto que el Emperador hacia la década de 1520 se ha
hispanizado en gran medida, tomando ideas, hombres y dinero españoles,
hay que notar que su política casi nunca es una política española, sino una
política imperial, es decir, el prevalecimiento de los intereses del Sacro
Imperio. La política del Emperador no es propiamente española; pero los
ejércitos que ganaron la batalla de Mühlberg o la batalla naval de La
Gravosa estaban en gran parte formados y sufragados por españoles.
315
La invasión de Navarra fue rechazada rápidamente; pero la lucha por el
Milanesado recién se resolvería en la batalla de Pavía (1525) en la cual
cayó prisionero el rey Francisco I en manos de las tropas imperiales.
Aunque se firmó el Tratado de Madrid (1526) en la que España salía
favorecida, Francisco I, tras su liberación, pactó con el Papa Clemente VII
y con el rey inglés Enrique VIII y reanudó las hostilidades. Los imperiales
invadieron los Estados Pontificios, saqueando Roma en 1527 y
rechazaron a los franceses que pretendían invadir Nápoles.
316
Sin embargo, el otro problema de urgencia era la difusión de la doctrina
de Lutero. Condenado en la Dieta de Worms (1520), Lutero se había
escapado de la prisión y predicado por toda Alemania sus ideas de
escisión religiosa. Los luteranos (desde la Dieta de Spira (1529) fueron
llamados protestantes) eran ya millones de alemanas y se extendían
geográficamente sobre más de la mitad del Imperio.
Política mediterránea.
317
Francia por el sur, desde Marsella. En 1538 se firmó la Tregua de Niza,
por la que todo volvía a quedar como al comienzo.
El Concilio de Trento.
3Alegoría del siervo: El siervo (el Hombre) por sí solo es incapaz de vencer a la fiera (el pecado). El príncipe
(Cristo) le cede su espada invencible (la Gracia), pero el siervo ha de luchar (cooperación con las obras) si quiere
vencer (salvarse)
319
La lucha por el Imperio.
320
Sajonia y por Enrique II de Francia, que se alió con los príncipes rebeldes.
La revolución anti imperial parecía tener éxito, cuando hacia ese año
comenzaron a llegar las riquezas provenientes de América, pudiendo
movilizar tropas y ganarse adhesiones. La idea de imperio potencia se
mantenía, pero ya no tomando como base el Sacro Imperio, sino
levantándolo como un puente gigantesco sobre el Atlántico.
321
Los epígonos de la política imperial.
322
La España de Felipe II.
La preocupación espiritual.
325
La paz de Cateau-Cambrésis había asegurado a España la hegemonía
europea, por lo cual Felipe II y sus diplomáticos trataron de mantener el
statu quo imperante. Aquella paz significaba al mismo tiempo un orden
cristiano que Felipe II estaba dispuesto a garantizar por todos los medios.
A la muerte de Paulo IV, el rey hispánico instó a la elección de un Papa
favorable a los intereses de la monarquía, y una vez elegido Pío V (1561)
Felipe solicitó la reanudación del Concilio de Trento. Las sesiones
culminaron a fines de 1563. La doctrina de Iglesia quedaba clarificada en
cánones estrictos, donde no cabían equívocos o interpretaciones
ambiguas.
Por otra parte, España tenía que recuperarse de la crisis económica que
le había producido las guerras contra Francia y los tremendos empresitas
concertados por Carlos V, los cuales había que reembolsar, en su mayoría,
a banqueros italianos. Pero Felipe II, fiel a su programa, decidió
emprender las operaciones contra los piratas berberiscos y contra los
turcos desde 1560, en un despliegue progresivo, conforme la Hacienda lo
fuera permitiendo. Tanto España como el Imperio Otomano fueron
protagonistas de una carrera de armamentos navales nunca antes vista
(ambas potencias pasarán de 60 a 350 galeras aproximadamente en diez
años).
326
La política defensiva (1566-1580)
La batalla de Lepanto.
La crisis económica.
330
Los españoles habrían de comprar así gran parte de los productos que
consumían en el extranjero, con lo cual la plata americana se esfumaba
apenas llegaba al puerto. El principal exportador de plata era el Estado,
con sus continuos empréstitos y sus pagas a los cuerpos de ejércitos
españoles distribuidos por Europa. Hasta 1560 los mercaderes españoles
habían podido competir en el negocio con las Indias, pero desde entonces,
autorizadas por los reyes las <<sacas de dinero>> la economía quedó
invadida en gran parte por el capitalismo cosmopolita. Además, las guerra
de Flandes y el domino inglés en el Canal de la Mancha cortaron la
tradicional ruta de la lana, la más fructífera de las exportaciones
españolas, hundiéndose ciudades como Medina del Campo y Burgos con
su Consulado del Mar. Pero tras la victoria de Lepanto, el Mediterráneo
presencia un transitorio renacimiento comercial, que permite a la
monarquía compensar hasta cierto punto sus pérdidas económicas.
331
precioso americano permitió al fin resarcirse de la <<estrecheza>> de los
años anteriores y aumentar los desembolsos del Estado.
La integración de Portugal.
332
organizada por Guillermo de Orange, la Unión de Utrecht, donde
prevalecían los elementos protestantes, burgueses y flamencos. Al
reconocer en Holanda el principal enemigo puso al mismo tiempo los
cimientos de la moderna nacionalidad belga, pues Bélgica, para subsistir
frente a Holanda necesitaba el apoyo de España. La fidelidad de los belgas
permitió contar con una base segura de operaciones. Una serie de
campañas sistemáticas dirigidas por Farnesio le permitió conquistar toda
la parte flamenca de la Bélgica actual; periodo que culmina en 1585 con la
ocupación de Amberes, centro de la banca mundial.
Entre 1568 y 1572 los corsarios ingleses merodean las costas americanas
(como Drake o Hawkins) obligando a los navíos españoles a viajar en
convoy para evitar sorpresas. También los ingleses comienzan a apoyar a
los rebeldes flamencos, en tanto que Felipe II ayuda a los irlandeses
sublevados contra el dominio británico. Desde 1586 la guerra es ya
abierta.
333
Felipe II estaba decidido a invadir Inglaterra. La lucha por el dominio
de los mares le aconsejaba conjurar el peligro desde su mismo origen y la
muerte de María Estuardo presentaba una ocasión ideal para proclamar
reina de Inglaterra a su hija, la princesa Isabel Clara Eugenia.
335
La crisis fue resuelta con un paso muy hábil de Enrique IV, que se
convirtió al catolicismo. En 1598 se llegó a la Paz de Vervins, por la que
España reconocía a Enrique IV a condición de que mantuviera la religión
católica. Se consiguió el objetivo político, no religioso.
336
El Siglo del Barroco
337
Idealismo y realismo conviven también en la vida popular. Fue
profunda y sincera en una vida desordenada en que la pasión predomina
sobre la templanza. Las costumbres públicas tienden a degradarse al
tiempo que defienden los ideales más puros y generosos. España entera
está llena de hidalgos y de picaros, sin que hidalguía y picardía sean
incompatibles (<<síntesis de lo contrapuesto>>).
338
A las grandes guerras de finales del siglo pasado sucede, durante los
primeros años del siglo XVII, una etapa de paz general en toda Europa.
España, cansada de tantos conflictos y gobernada por un rey indolente,
Felipe III y un ministro cuyo fuerte es la diplomacia, el duque de Lerma,
sigue con gusto la corriente general. La idea de mantener el statu quo
significa, en definitiva, mantener la hegemonía española. Sin embargo,
España se recupera mucho menos que otras potencias europeas, de suerte
que la situación de ventaja aparecería, a partir de 1620, gravemente
comprometida.
El nuevo rey, Felipe III, no era tan incapaz, pero aborrecía la política y
su pereza era casi invencible. Desde el principio abandonó la tarea del
gobierno en manos de su ministro, el duque de Lerma. El valido era hábil,
enredador, desconfiado y nepótico. Se granjeo los más pingues beneficios
y colocó admirablemente todos sus deudos. Fue, en general, buen
diplomático y su mejor virtud era la prudencia, aunque su afán de
revisarlo todo minuciosamente imprimiera a los negocios públicos una
lentitud desesperante. Junto con la lentitud, se echó pronto de ver la
corrupción, el anquilosamiento de la maquinaria del Estado. La
administración comenzaba a perder su eficacia y los cargos públicos
tendían cada vez más a ser objetos de compra.
La crisis de 1609.
340
doce años (1609-1621), reconociendo además de manera oficial a los
rebeldes, es decir, la existencia de Holanda como nación.
341
El eje de la política internacional de Lerma era Italia. Aquí era donde las
apetencias francesas podían crear los máximos conflictos y donde
convenía mantener a toda costa el statu quo. Dos puntos eran esenciales en
este aspecto: uno, la <<quietud de Italia>>, evitar cualquier conflicto que
pueda abonar la intervención de otra potencia en la zona, y otro, la
intervención de la diplomacia española en las sucesiones de los príncipes
o señores italianos, a fin de evitar en aquello Estados no sometidos
directamente a la Corona española la presencia de gobernantes poco
gratos a Madrid.
342
imperiales, mediante la ocupación de la Valtelina, un estrecho paso
estratégico cuyos habitantes, católicos, vivían sometidos a los señores
grisones, protestantes. Por la Valtelina llegaron a tierras germánicas los
tercios españoles que destrozaron a los contingentes de Federico V en la
batalla de la Montaña Blanca. El Imperio seguía en manos de los
católicos y de la Casa de Austria.
343
Olivares y la nueva política.
344
Las guerras obligarían a nuevas exacciones que paralizarían el
comercio exterior.
3. Fomentar el crecimiento demográfico por dos procedimientos:
estimular el desarrollo interno de la población mediante premios de
nupcialidad y natalidad, eximiendo de impuestos a las familias
numerosas, etc., y proceder a la repoblación del territorio mediante
la admisión de inmigrantes (franceses e irlandeses). Todos los
esfuerzos sin embargo, se perdieron con la peste de 1648. Además,
para Olivares, la administración y el gobierno debía estar en manos
de las clases medias y no descuidar las necesidades de las modestas.
4. Era preciso lograr la unificación jurídica de la Península, es decir, el
sometimiento de los demás reinos que integraban la corona española
al mismo régimen jurídico que Castilla.
345
La plenitud del barroco.
346
Durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) se va escalonando en
acciones de magnitud creciente, desde un incidente local como fue la
defenestración de Praga, hasta una gigante contienda europea que no
terminara sino con una de las paces más trascendentales de la Historia
Moderna, la Paz de Westfalia.
La batalla final.
348
En 1640 se produjeron una serie de revoluciones dentro de la propia
monarquía española que rompen la unidad peninsular y están a punto de
acabar con España misma. El esfuerzo exterior no tiene más remedio que
ceder. El conde-duque dimite en 1642. En 1643 los españoles son
derrotados en la batalla de Rocroi y en 1646 en la batalla de Lens, que
conduce a la Paz de Westfalia en 1648, en la que España se ve obligada a
admitir, con la pérdida de su hegemonía en el mundo, la realidad de un
mundo nuevo.
El alzamiento de Cataluña.
La separación de Portugal.
350
Las razones de la separación de Portugal son fáciles de comprender. Los
intentos de fusión que realizaron tanto castellanos como portugueses, los
nacionalismos del Renacimiento irían separando a dos patrias dotadas de
plena personalidad. La unión realizada por Felipe II resultó ya forzada y
era seguro que los portugueses aprovecharían la primera oportunidad
para separarse.
351
La decadencia de España.
La despoblación.
352
Una de las bases de la decadencia fue el descenso de la población. Los
motivos son variados y deben contar en primer lugar la mortalidad
infantil, resultado de las deficientes condiciones de vida; y las epidemias,
sobre todo de cólera, que se ceban con especial predilección sobre las
generaciones del siglo XVII. Además, la expulsión de los moriscos (unos
300.000) compensada en parte con la inmigración de franceses e
irlandeses. A América parecen haber emigrado unos 400.000. La vida
religiosa representaba una cierta merma en la capacidad de procreación,
lo mismo que la guerra.
La ruina económica.
353
extranjeros en España, por el contrabando inglés y holandeses y por la
propia producción americana.
España, sin plata y sin una industria capaz de ganarla, se arruinó sin
remedio: acuñó moneda de cobre, con la consiguiente desvalorización, y
quedó sin recursos para organizar sus ejércitos y su administración. La
decadencia económica se convierte así en uno de los principales factores
del eclipse español de la segunda mitad del siglo XVII.
355
una alianza con Inglaterra y Suecia y preparó una nueva guerra en 1672,
que volvió a ser nociva para la monarquía hispánica.
356
valido, Fernando Valenzuela, aprovechará la situación para convertirse
en consejero para todo del nuevo monarca.
Pero los problemas eran muchos y los medios escasos. Hubo que
recurrir una vez más a la moneda de cobre y ver como subían los precios.
El Estado, lleno de deudas por todas partes, no tenía con que iniciar la
política de reformas, ni siquiera posibilidad de remover una burocracia
viciada. Y además, la preocupación por los asuntos internos hizo que don
Juan José descuidase la guerra con Francia, de modo que las sucesivas
derrotas obligaron a firmar la Paz de Nimega (1678), por la que la
monarquía perdía el Franco Condado. El prestigio de don Juan José se
encontraba en pleno declive cuando murió en 1679.
357
Desde entonces y a lo largo de los veinte años ultimo del siglo, se
adivina una cierta tendencia la mejoría en el comercio. Entre los
medianos políticos de aquellos años destaca el conde de Oropesa. Es un
hombre de reformas, de medidas concretas de sentido realista. Con él se
inicia claramente un tipo de gobierno y de administración que veremos
consagrado de modo definitivo tras el cambio de dinastía.
358
359
Los Reyes Católicos
Joseph Pérez
En 1474, en el momento en que Isabel I subió al trono de Castilla, la
península ibérica estaba dividida en cinco estados: Portugal, Castilla,
Aragón, Navarra y al sureste el Emirato de Granada. A excepción de este
último, los otros cuatro tenían la sensación de pertenecer a la misma área
cultural. En Aragón reinaba una dinastía castellana desde 1412. A pesar de
las diferencias culturales, los reinos cristianos aun conservaban la
nostalgia de la unidad perdida en el 711 ante la invasión musulmana. Este
anhelo era más fuerte en Castilla, puesto que sus reyes se creían legítimos
herederos de la monarquía visigoda y aspiraban reunirla en su cetro. Pero
esa unión, hacia el siglo XV, solo podía hacerse como resultado de
acuerdos dinásticos. En este contexto, Isabel, heredera al trono desde
1468, podía optar por una unión matrimonial con Portugal o con Aragón.
El rey castellano Enrique IV prefería la alianza matrimonial con
Portugal, casando a su hermanastra Isabel con el rey Alfonso V de
Portugal y a su hija Juana con el hijo mayor y heredero del mismo rey. Por
su parte el rey aragonés Juan II también estaba interesado en una futura
alianza matrimonial con Castilla, ya que si su hijo Fernando se casaba con
la heredera castellana, Aragón ocuparía un lugar destacado en Castilla.
Para lograr sus fines Juan II contó con el apoyo del arzobispo de Toledo,
Carrillo, que quería contrarrestar la excesiva influencia de Portugal en
Castilla apoyándose en Aragón.
Isabel optó por Aragón ya que era la mejor forma de llegar al poder,
puesto que el partido portugués era muy fuerte en Castilla y se inclinaba
por la princesa Juana. La boda con Fernando se celebró en 1469 de forma
secreta, siendo presidida por el mismo arzobispo de Toledo.
360
Enrique IV murió en 1474 en Madrid. Isabel, que se encontraba en
Segovia, se proclamó casi de inmediato como <<reina y propietaria>> de
Castilla y a Fernando como <<su esposo legitimo>>. Esta proclamación no
encajó nada bien en Fernando, que no veía con agrado ser relegado a la
categoría de rey consorte, pese a que esta situación se citaba
expresamente en el contrato matrimonial de 1469. Fernando se reunió
rápidamente con Isabel e hizo valer que sus derechos a la corona de
Castilla eran tan serios como los de Isabel, pues descendía en línea directa
de los Trastámara. Isabel no cedió. A diferencia de lo que ocurría en
Aragón, en Castilla las mujeres no estaban excluidas de la sucesión al
trono. Se llegó a una solución en 1475. Isabel fue confirmada en su título
de reina y <<propietaria>> del reino. Fernando también recibió el título de
rey de Castilla. Después de la muerte de Isabel, sus derechos pasarían a
los hijos habidos del matrimonio. La Concordia de Segovia tranquilizó a
los castellanos, que temían una influencia excesiva de Aragón y satisfizo a
Fernando, pues obtuvo por ella poderes de soberano.
361
La Guerra de Sucesión Castellana.
Al proclamarse reina, Isabel obligó a nobles y ciudades a pronunciarse
de inmediato, sin darles tiempo a negociar su adhesión a cambio de
concesiones y fueros. Mientras que la mitad norte de Castilla apoyaba a la
flamante reina, la mitad sur, controlada por la nobleza, se mantuvieron
expectantes o eran claramente hostiles. La nobleza también se dividió,
formándose dos partidos: de un lado estaban los que aceptaban la
instauración de un poder real fuerte, que garantizara el orden social y los
privilegios adquiridos; de otro los que preferían un régimen como el
anterior, en el que la corona debía contar con la nobleza como fuerza
política preponderante. Estos últimos apoyaban a la pequeña princesa
Juana, pues ella seguramente sería dócil y los necesitaría para acceder al
trono y mantenerse en él. Buena prueba de ello fue el cambio de bando del
arzobispo de Toledo. La nación no mostró ningún entusiasmo por Isabel
ni se alzó contra ella ninguna oposición. Sus adversarios aguardaron la
ocasión para pronunciarse.
La señal llegó del extranjero. Aragón había sido leal desde el principio a
los nuevos soberanos, pero entonces se encontraba luchando contra
Francia, que había ocupado la zona del Perpiñán en 1475. Portugal, en
cambio, se alarmó, ya que desde mediados del siglo XV quería aumentar
su influencia en Castilla. Una unión dinástica permitiría formar un
bloque territorial que sería preponderante en la Península y aislaría a
Aragón. Pero el casamiento entre Isabel y Fernando fue un fracaso
diplomático para Alfonso V de Portugal, que se inclinó por declararles la
guerra, casarse con su sobrina, la princesa Juana y apoderarse del trono.
Isabel y Fernando tuvieron que enfrentarse a una guerra civil y una
invasión extranjera. Los dos frentes eran solidarios. Para acabar con los
enemigos del interior tenían que rechazar a los invasores. En 1476 se
produjo la batalla del Toro, en la que Fernando aplastó al ejército
362
portugués. La partida aún no estaba ganada. Fue rechazada una invasión
francesa al País Vasco, que forzó a Luis XI de Francia a abandonar a su
aliado portugués. Tras la batalla de Albuera en 1479 Alfonso V detuvo los
combates y decidió firmar la paz. Mediante el Tratado de Alcazobas-
Toledo Portugal evacuaba los territorios castellanos ocupados durante la
guerra y reconoció a Isabel como reina de Castilla. Alfonso V anuló su
matrimonio con Juana y sugirió que la infanta se casara con el heredero de
Castilla, mientras que la infanta castellana Isabel, hija de la reina
castellana y Fernando de Aragón, se uniría al heredero del trono de
Portugal. La reina Isabel se negó, encerrando a Juana en un convento. La
infanta Isabel, la hija mayor de los Reyes Católicos, fue prometida al rey
de Portugal. Por otra parte, el tratado de Alcazobas fue un intento de
poner fin a las rivalidades de ambas potencias en el Atlántico. Castilla
admitió que el litoral africano y los archipiélagos, excepto Canarias,
formaban parte de la zona de influencia portuguesa. Este tratado fue
precursor del deTordesillas (1494) con el que los portugueses y
castellanos se repartieron el mundo.
Una vez concluida la guerra contra Portugal, parte de los nobles
rebeldes depusieron las armas, pero muchos otros se mantuvieron
hostiles. Contra ellos Isabel y Fernando emplearon dos métodos. Hicieron
que las Cortes de Madrigal (1476) aprobaran la creación de una fuerza
armada La Santa Hermandad, sufragada por las ciudades, cuya finalidad,
en principio, era mantener el orden en el campo contra el bandidaje, pero
esta guardia rural en verdad tenia por misión eliminar cualquier
oposición. Por otro lado, los reyes no dudaron en alentar la hostilidad
hacia el régimen señorial incitando a las poblaciones a sublevarse contra
sus señores, prometiendo que dependerían directamente de la Corona.
La reorganización del Estado.
363
El reinado de los Reyes Católicos no fue un comienzo absoluto; la sola
presencia de los soberanos no bastó para restablecer el orden, la justicia y
la paz social. Con la creación de la Santa Hermandad en plena guerra
civil se dotaron de un instrumento al servicio exclusivo del Estado.
La idea llevaba barajándose varias décadas. Había unos precedentes
medievales en las hermandades, alianzas temporales de ciertas ciudades y
villas para defenderse mutuamente. Enrique IV planeó volver a poner en
marcha la institución, modernizándola. La Santa Hermandad, fundada
en 1476 por las Cortes de Madrigal, tenía por misión mantener el orden:
cada concejo de más de cuarenta familias (unos 200 habitantes) debía
reclutar a dos alcaldes y una brigada de intervención (cuadrilleros). En la
asamblea general de Dueñas, celebrada en 1476, organizó la Santa
Hermandad a escala nacional. El reino se dividió en distritos, unos grupos
móviles (capitanías) reforzaron las brigadas fijas, se creó una diputación
general para administrar el presupuesto y se nombró capitán general al
hermano del rey, Alfonso de Aragón. Si bien esta institución no estaba
destinaba a convertirse en permanente, los reyes, por necesidades bélicas,
prolongaron su existencia hasta 1480, llegando incluso a considerar la
idea de transformarla en un ejército permanente que intervino en la
Guerra de Granada. Pero a la larga las ciudades y villas consideraron
demasiado costoso el mantenimiento de esta milicia. En 1498 fueron
suprimidos los órganos centrales, dejando solo vigente las cuadrillas
locales para velar por el orden público. De esta forma la Santa Hermandad
siguió en vigor hasta finales del siglo XVII.
El mantenimiento del orden fue el paso previo para el restablecimiento
de la autoridad del Estado. Las medidas tomadas en este sentid fueron
aprobadas en 1480 por las Cortes de Toledo. La reorganización de los
poderes decidida en ese momento fue mantenida por los Habsburgo:
principales instituciones creadas por los Reyes Católicos fueron durante
dos siglos las que aseguraron a supremacía del poder real en Castilla.
364
En Valladolid se instaló un alto tribunal de justicia, la Chancillería,
encargada de conocer los procesos civiles y criminales. Tras la toma de
Granada se instaló otra Chancillería en esta ciudad. Los reyes intentaron
recopilar los textos jurídicos dispersos para ofrecer a los jueces y
querellantes unas referencias precisas e indiscutibles. Fue el primer
intento de sustituir la confusión del derecho consuetudinario medieval
por unas reglas más estrictas y uniformes.
Los Concejos permanecieron sometidos a una oligarquía urbana
reducida, los regidores que transmitían su cargo de padres a hijos y se
reservaban los oficios municipales, pero las grandes ciudades perdieron
gran parte de su autonomía al quedar sometidas al control de los
corregidores, representantes del poder real con amplios poderes. El
corregidor presidía las sesiones del cabildo y sancionaba sus
deliberaciones, era juez de primera o segunda instancia e intervenía en la
designación de los procuradores a Cortes. La autoridad del corregidor se
extendía mucho más allá de los límites de la ciudad donde estaba
destinado. En cierto modo era como un gobernador provincial. El reino se
dividió en 64 corregimientos, con el cual el poder real se hizo oír y
respetar en todas partes.
En Consejo Real cambió su composición y sus atribuciones precisas.
Bajo la presidencia de un obispo, lo formaban tres caballeros y una decena
de letrados. Los miembros de la alta nobleza siguieron siendo miembros
de derecho y asistiendo a las sesiones, pero como observadores y con voz
consultiva. Despojados del poder efectivo, poco a poco dejaron de
participar en los trabajos del Consejo, que por deseo de los soberanos se
convirtió en el órgano supremo del gobierno y concentró todos los
poderes, judiciales, administrativos y políticos.
Además, fray Hernando de Talavera emprendió una reforma financiera
de gran alcance. Había que sanear la Hacienda, gravada desde hacía
365
tiempo por las rentas de todo tipo (juros) y gratificaciones pagadas a la
alta nobleza. Una parte de los impuestos iba así a parar a particulares, en
su mayoría grandes señores, que no querían perder sus prerrogativas. Los
reyes lo lograron, no sin concesiones. Cerca de la mitad de los juros fueron
suprimidos. El Estado volvió a poseer rentas, tierras y recursos fiscales. La
aristocracia castellana tuvo que renunciar a cuantiosos beneficios, pero
no se arruinó económicamente, porque poseía de antaño numerosas
propiedades y riquezas. Los Reyes Católicos nunca pretendieron sojuzgar
a la alta nobleza, sino dejarla sin influencia política mediante la red de los
corregidores y la limitación de su papel en el Consejo Real.
También los Reyes Católicos buscaron controlar las Ordenes Militares,
ya que poseían inmensos territorios y riquezas. Fernando, aprovechando
las coyunturas, se hizo elegir sucesivamente Gran Maestre de la Orden
de Santiago, Calatrava y Alcántara, situación que fue confirmada por el
Papa Adriano VI en 1524, ya con Carlos I, que las vinculó a la Corona.
Al principio de su reinado los reyes trataron de apoyarse en las Cortes,
es decir, en las ciudades, para oponerse a los señores y para consagrar con
éxito su concepto de Estado. En este sentido cabe interpretar la asamblea
de Madrigal (1476) y la de Toledo (1479-1480) que permitieron trazar
las líneas maestras de la nueva organización del reino: creación de la
Santa Hermandad, generalización de los corregidores, preeminencia del
Consejo Real y anulación de la influencia política de los nobles. Tras la
victoria contra la nobleza, las Cortes pasaron a un según plano ya que si
bien los reyes necesitaban a las Cortes para acabar con la influencia
política de los nobles, no pensaban compartir el poder con ellas. La
colaboración entre los Reyes Católicos y las Cortes fue circunstancial y
solo fueron convocadas cuando era necesario recaudar nuevos impuestos.
Gracias a los corregidores, que presidían los Concejos, el poder central
disponía de un derecho de fiscalización sobre la designación de
procuradores.
366
367
La doble monarquía.
En 1479 Fernando heredó los Reinos de la Corona de Aragón,
formándose así la doble monarquía castellano-aragonesa, primer paso
hacia la unificación política de la península. No era una unión nacional,
sino una simple unión dinástica. Los Reyes Católicos se acostumbraron a
gobernar en Aragón por delegación, mediante virreyes, con el concurso
del Consejo de Aragón en 1494. En Cataluña Fernando hizo aprobar
entre 1480-1481 sus primeras medidas, llamadas de enmienda. Los
campesinos estaban descontentos de su suerte y deseaban sacudirse el
yugo de la nobleza. En 1486 con la Sentencia de Guadalupe los <<malos
usos>> y sobre todo el más odioso, el <<derecho a maltratar>>, fueron
abolidos. Se concedió a los campesinos la posibilidad de emanciparse
pagando una redención razonable y el derecho a permanecer en las tierras
que trabajaban en unas condiciones interesantes: los arriendos de larga
duración, que podían transmitir a sus herederos.
Para las instituciones Fernando se inspiró, adaptándolas, en las
medidas tomadas en Castilla. Debía reducir la influencia política de las
asambleas locales, limitándola a la administración de los asuntos de
interés común. En 1493 se reorganizó el Consell de Cent, órgano
deliberante la ciudad de Barcelona, dándole preponderancia a la
burguesía. El poder ejecutivo lo ejercían cinco consejeros nombrados por
sorteo. Las reformas introducidas en Zaragoza y Valencia se inspiraron en
principios parecidos. De este modo las instituciones regionales y locales
se convirtieron en simples organismos administrativos y las oligarquías
tradicionales fueron confirmadas y reforzaron su posición.
La Guerra de Granada.
Vencidos Portugal y los enemigos del interior, reorganizada la política,
se diría que Isabel y Fernando dominaban la situación, pero su poder aún
era frágil. La unidad de la doble monarquía era puramente formal, en
368
Castilla la guerra había dejado sus secuelas y una parte de la aristocracia
había encajado mal su pérdida de influencia en el Estado. Había que
encontrar la forma de asociar a Castilla y Aragón en tareas comunes, de
ofrecer a la nobleza un campo de acción y arrastrar a todo el pueblo en
una empresa exaltante. La Guerra de Granada permitiría alcanzar todos
estos objetivos. Sería una cruzada contra el islam de España, el último
episodio de la Reconquista y la ocasión de dar rienda suelta al heroísmo,
el espíritu de aventura y el sentimiento religioso, además de conseguir un
botín.
La conquista del Emirato de Granada duro 10 años, de 1482 a 1492, año
este ultimo de la toma de la capital musulmana. Con este acontecimiento
la Reconquista hubo terminado. El pacto de rendición de Granada
garantizaba a los musulmanes su seguridad personal y la posesión de sus
bienes, la libertad de culto, la libre disposición de las mezquitas, el
respeto a la ley coránica en los procesos entre musulmanes y la garantía
de que no se tomarían medidas contra los renegados. Pero a partir de 1502
las clausulas benévolas cayeron en el olvido, ya que los musulmanes
fueron obligados a convertirse, lo cual planteó un problema que la España
del siglo XVI sería incapaz de resolver: el de los moriscos o descendientes
de los moros.
La unidad religiosa.
La actitud de los Reyes Católicos con respecto a la minoría judía
planteó tres problemas distintos. En primer lugar un problema religioso;
en segundo lugar un problema social, a causa del papel desempeñado por
esta minoría; y por último, un problema político, el del Estado
multiétnico.
Muchos judíos se habían convertido forzadamente al Cristianismo
debido a las constantes persecuciones. Finalizado el peligro, ellos
retornaban secretamente a su culto de origen y otros, más numerosos,
369
conservaron costumbres antiguas en sus vidas diarias. Todos eran
sospechosos ante la masa de los católicos, que les acusaban de judaizar
abiertamente, cuando no de cometer actos litúrgicos más graves. El
bautismo dio a los conversos los mismos derechos civiles que a los
cristianos, y les permitió acceder a puestos que antes tenían vedados.
Todo esto no hizo más que atizar el viejo antisemitismo, que ya no hizo
distinciones entre los que seguían siendo judíos u los conversos. Para
tratar de resolver este problema, los Reyes Católicos crearon un tribunal
especial encargado de velar por la pureza de la fe de los conversos y luego
expulsaron a los que habían seguido practicando el judaísmo.
Los hechos demostraron que las dudas sobre la sinceridad de los
cristianos nuevos muchas veces estaban fundadas. Fue así como surgió la
idea de crear un tribunal especial que investigara los casos dudosos. Con
la bula Exigit sincerae devotionis en 1478 el Papa Sixto IV autorizó a los
Reyes Católicos a nombrar inquisidores en sus reinos. El nuevo tribunal
estaría formado por eclesiásticos, pero dependería estrechamente del
Estado. La Santa Sede delegó así en el poder civil una de sus
prerrogativas, la defensa de la fe y la lucha contra le herejía. Esa era la
originalidad de la Inquisición española y lo que la distinguía de la
Inquisición medieval, encomendada a los obispos. En 1480 los reyes
nombraron a los primeros inquisidores, que no tardaron en concretar su
campo de acción, su organización y su procedimiento.
Su campo de acción era la defensa de la ortodoxia católica y la
extirpación de la <<herética pravedad>>. Al principio se centró en los
judeoconversos, luego en las sectas seudomísticas y los protestantes. La
Inquisición fue la única institución del Antiguo Régimen con
competencias sobre todos los estamentos y en todo el territorio de la
monarquía (incluso en Aragón).
370
La Inquisición estaba dirigida por el Consejo de la Suprema y General
Inquisición, presidido por el inquisidor general. Era uno de los cuerpos
del Estado, del mismo rango que el Consejo Real.
El procedimiento combinaba la eficacia máxima con la mínima
publicidad. Al llegar a una población, los inquisidores publicaban un
edicto de gracia o un edicto de fe. Era la lista de los principales errores a
combatir, los planteamientos heréticos y las actitudes que delataban una
fe débil o sospechosa. Entonces invitaban a los fieles a denunciarse a sí
mismos o a denunciar a los demás. Una vez recogidas las denuncias, unos
teólogos calificadores examinaban los cargos y decidían si había motivo
para encausar. En caso afirmativo el fiscal hacia una demanda de
detención. Los condenados pasaban por una multitud de suplicios si no
confesaban de lo que supuestamente se los acusaba y si eran culpables,
eran conducidos a la hoguera.
La Inquisición estaba destinada a defender la ortodoxia religiosa, pero,
en realidad, fue creada para castigar a los conversos judaizantes. Durante
su larga historia nunca perdió de vista esta meta. La religión garantizaba
la cohesión del cuerpo social, por lo que se consideraba legitimo actuar
contra aquellos que, apartándose del dogma, amenazaban con romperlo.
Las críticas iban dirigidas a los métodos, en particular al secreto del
procedimiento y, sobre todo, a la discriminación que se hacía con los
conversos. La Inquisición solo combatía una forma de herejía (los
judaizantes) y a una sola clase de herejes (de origen judío) y eso
contradecía el principio de universalidad del catolicismo, según el cual
había un solo rebaño y un solo pastor. Además, con la Inquisición se
implantó una forma de totalitarismo moderno. El Estado no se contentó
con exigir a sus súbditos que respetaran la ley y el orden público.
También les impuso una ideología, considerando a priori sospechosos a
quienes no profesaran la religión oficial. Los Reyes Católicos quisieron
acabar con el antisemitismo medieval, y para ello solo se les ocurrió
371
obligar a los conversos a equipararse completamente a los cristianos,
renunciando a todas las costumbres heredadas de su pasado judío. El
antisemitismo desaparecería cuando no se diferenciaran en absoluto de
los cristianos viejos.
La Inquisición sólo persiguió a los cristianos nuevos procedentes del
judaísmo, en la creencia de que su conversión no había sido sincera ni
total. Los que no habían renunciado al judaísmo pudieron seguir
practicando su religión. En 1480 las autoridades se limitaron a poner
nuevamente en vigor algunas disposiciones antiguas, como la obligación
de llevar señales distintivas y vivir en barrios reservados. Pese a estas
discriminaciones, la situación de los judíos no empeoró durante el reinado
de los Reyes Católicos, antes al contrario, pudieron llevar una buena vida
gracias al restablecimiento del orden público.
Pero en 1492 los Reyes Católicos decidieron que todos los judíos debían
abandonar España en un plazo de cuatro meses, porque mientras
quedaran judíos en España, los conversos, en contacto con ellos, nunca
renunciarían a sus antiguas costumbres y tendrían la tentación de
judaizar. El clima de exaltación religiosa posterior a la toma de Granada
hizo el resto.
Se han exagerado las consecuencias que tuvo la expulsión de los judíos
para los reinos hispánicos. No supuso ninguna catástrofe económica,
como mucho un marasmo pasajero de los negocios. Y es que la
importancia de los judíos no era tan grande como se creía, puesto que la
mayoría eran humildes artesanos, vendedores ambulantes y pequeños
prestamistas. Pocos eran los grandes burgueses dedicados al comercio
internacional. En 1492 el fin de la Reconquista estuvo acompañado de
otra reconquista, la de la propia España por la cristiandad europea.
España aspiraba a ser un país como los demás en una cristiandad que
372
desde mucho tiempo no aceptaba en su seno otra religión que no fuera la
católica.
A esto se puede añadir otro motivo: la creación de un Estado moderno
requería la unidad de fe. ¿Era oportuno conservar unas comunidades
judías con un estatuto particular que les permitía administrarse con
arreglo a su propio derecho, al margen de la sociedad cristiana
mayoritaria? Los Reyes Católicos no quisieron conservar, en este aspecto,
la originalidad de la Península Ibérica. El Estado moderno no estaba
dispuesto a reconocer el derecho a la diferencia ni la diferencia de los
derechos a favor de las minorías religiosas. La monarquía de los Reyes
Católicos mostró el camino que seguirían pronto los demás países de
Europa. En todos ellos los príncipes se creyeron autorizados a imponer
una fe a sus súbditos.
La política exterior de los Reyes Católicos.
La toma de Granada no fue sólo el fin de un prolongado esfuerzo de
Reconquista; también fue el punto de partida de una expansión más allá
del Estrecho. El Tratado de Alcazobas-Toledo (1479) había delimitado
las zonas de influencia entre Castilla y Portugal: el Reino de Fez y Guinea
para éste último, el Reino de Tremecén para la primera. Pero las costas del
Sahara, entre el cabo Aguer y el de Bojador, frente a las Canarias, dieron
lugar a muchas reclamaciones. El Tratado de Tordesillas (1494)
reconoció los derechos de España sobre la zona situada al Este de Ceuta.
Se inició entonces una expansión por la cuenca occidental del
Mediterráneo, de Cádiz a Nápoles. En 1494 los castellanos tomaron
Melilla; en 1505 Mazalquivir; en 1509 la plaza fuerte de Orán. En 1510
ocupó Bugía y Trípoli. Antes que correr la misma suerte, Argel prefirió
firmar un acuerdo. Hacia 1515 toda la orilla sur del Mediterráneo, desde
Melilla a Bugía, fue un protectorado de Castilla.
373
Los Reyes Católicos también tenían intereses en Europa,
concretamente en Italia y en los Países Bajos. Fernando concibió el
proyecto de una <<gran alianza occidental>> con Inglaterra y los
Habsburgo de Austria. El acercamiento con Inglaterra tenía un fin
económico. Los dos países negociaron para suprimir las patentes de corso
que autorizaban a los corsarios atacar a los buques mercantes y saquear
sus cargamentos. Se llevaron a cabo alianzas dinásticas: En 1501 la infanta
Catalina se casó con Arturo, heredero al trono inglés, pero a la muerte de
éste último se casó con el futuro Enrique VIII. La hija de esta unión,
María Tudor, se casaría con Felipe II.
Por el lado de Borgoña, la duquesa María, hija de Carlos el Temerario,
último duque de Borgoña, se había casado con un Habsburgo,
Maximiliano de Austria, Emperador del Sacro Imperio. Los Reyes
Católicos y el Imperio tenían un enemigo común, Francia, que amenazaba
las posesiones hispánicas en los Pirineos e Italia y se oponía a la
reconstrucción del ducado de Borgoña. En 1497 un doble matrimonio
selló la alianza entre ambas potencias: Margarita de Austria, hija del
Emperador, se casó con el príncipe Juan, en tanto que Felipe el Hermoso,
otro hijo de Maximiliano, se casaría con la infanta Juana. La muerte súbita
del príncipe Juan convertiría a Juana en heredera del trono de Castilla y
puso el trono hispánico al alcance de la dinastía de los Habsburgo.
Francia, excluida de este sistema de alianzas, trató de asegurar su
supremacía frente a los Reyes Católicos interviniendo en el Rosellón, en
Navarra y en Italia. Fernando el Católico obtuvo la devolución del
Rosellón en 1493 cuando el rey Carlos VIII de Francia se lo devolvió a
condición de que se mantuviera neutral en cualquier disputa que los
franceses participaran, salvo contra el Papa. Carlos VIII invadió el Reino
de Nápoles con éxito reivindicando los derechos de la casa de Anjou.
Como Nápoles teóricamente era un feudo de la Santa Sede, el Papa
Alejandro VI promovió una coalición, la Liga Santa, de la que formaban
374
parte, además del Papa, el Emperador Maximiliano, Milán, Venecia y los
Reinos Hispánicos. Carlos VIII se vio obligado a retirarse.
Luis XII, el sucesor de Carlos VIII, renovó sus pretensiones sobre
Nápoles. Esta vez se enfrentaba directamente a Fernando, que quería
tomar el reino reivindicando también sus derechos como descendiente de
Alfonso el Magnánimo. Aunque se firmó el Tratado Secreto de
Granada en 1500 por el cual ambas potencias se repartirían el reino
pacíficamente, la guerra pronto se desencadenó ya que nunca se llegó a un
acuerdo con los límites. Al mando de las tropas hispánicas se hallaba
Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado <<el Gran Capitán>>. Tras las
batallas de Ceriñola y Garellano (1503) Fernando expulsó a los
franceses, incorporando Nápoles a la corona de Aragón.
Navarra era otro motivo de discordia, ya que en el reino gobernaba una
dinastía vasalla del rey de Francia, los Albret. Se habían intentado
realizar numerosas alianzas matrimoniales que resultaron infructuosas,
por lo que Fernando de Aragón decidió recurrir a la fuerza invadiendo
Navarra en 1512. Una contraofensiva francesa fracasó. Desde el principio
de la invasión Fernando se proclamó rey de Navarra.
El fin de los Trastámara.
A la muerte de Isabel en 1504 la doble monarquía corría el riesgo de
deshacerse, pues tras la muerte del príncipe Juan en 1497 quedó como
heredera la princesa Juana. Pero su salud mental planteaba problemas.
Las Cortes, reunidas en Toro en 1505, reconocieron sus derechos, pero
también comprobaron que era incapaz de gobernar. Nada se oponía, pues,
a que Fernando, en virtud de testamento de Isabel, ejerciera la regencia.
Pero Felipe el Hermoso no estuvo de acuerdo. Como marido de la reina
pretendía gobernar en su nombre. Muchos aristócratas vieron a Felipe
como al hombre que produciría el cambio en los métodos de gobierno y
los cargos políticos, por lo cual decidieron ayudarlo. En 1506 Fernando el
375
Católico, abandonado por la mayoría de los aristócratas, se vio obligado a
ceder el puesto a su yerno. Un año antes se había vuelto a casar con la
sobrina de Luis XII, Germana de Foix.
La coronación de Felipe el Hermoso desencadenó una reacción contra
el régimen anterior. EL nuevo rey destituyó a los viejos servidores de los
Reyes Católicos y los reemplazó por sus leales, pero murió
repentinamente ese mismo año. Los recién vencidos reaccionaron y las
facciones nobiliarias se disputaron el poder en las ciudades. El cardenal
Cisneros se dirigió a Fernando y le pidió que volviera urgentemente a
Castilla, pues era el único capaz de restablecer el orden. Había llegado el
momento de la revancha para el rey de Aragón, que regresó en 1507.
Fernando recuperó el poder tras imponer por la fuerza el orden, en
calidad de regente. Gobernó en nombre de su hija Juana, pero tomó
precauciones, encerrándola en la localidad de Tordesillas. El rey católico
aceptó nombrar al hijo de Juana, el príncipe Carlos de Gante para que a su
muerte ejerciera la regencia. Carlos inauguró en la península una nueva
dinastía, la de los Habsburgo.
376
377
El Conde-Duque de Olivares
Nubia Poujade de Lassus
Concepto de Monarquía.
378
Si la monarquía era la defensora de los fines comunes de todos los
reinos y si esa monarquía no andaba bien, entonces, para Olivares, era
necesario reformarla, para que reino y monarquía resultaran sinónimos.
El providencialismo de Olivares.
379
La divina providencia no solo ayudaba a los españoles, también los
castigaba a través de los reveses en el campo de batalla. Este castigo era
interpretado por Olivares y por el Rey como muestra de indignación
divina por sus pecados. Como penitencia, se debía administrar mejor la
justicia y erradicar completamente la inmoralidad.
El plan de reformas.
380
*Expandir la religión católica y IGLESIA: integrada por
SITUACIÓN extirpar a los enemigos de la personas con vocación.
DE LA Iglesia NOBLEZA: controlada por
MONARQUÍA *El rey aseguraba el equilibrio el rey.
CONSEJOS DE entre los Estamentos PUEBLO: escuchado.
OLIVARES A
FELIPE IV
DEBILIDAD Sujetar todas las
Diversidad de reinos
DE LA regiones al estilo y
sin unidad
MONARQUÍA leyes de Castilla
REINADO DE
FELIPE IV *Creación de erarios.
*Legislacion contra el lujo.
*Estímulo de los matrimonios
REFORMAS *Creación de ejércitos permanentes.
INSTITUIDAS *Creación de escuadras sufragadas por las
POR OLIVARES provincias.
*Reforma municipal.
*Instauración de consulados y compañias
comerciales.
381
responsabilizaron de determinadas áreas de la administración, aunque la
oposición de los Consejos continúo.
382
El destino de las grandes monarquías durante el siglo XVII.
André Corvisier
Vázquez de Prada
La decadencia de la monarquía española.
La mayor parte del siglo XVII pertenece a lo que se llama el <<Siglo de
Oro>> de España. La civilización española brilla con vivo esplendor. El
gobierno español continúa llevando una política imperialista o al menos
se agota en la defensa de las posesiones exteriores, mientras que la
despoblación y el estancamiento económico reducen sus recursos.
Según las valoraciones menos pesimistas, la población hispánica
desciende de ocho millones y medio de habitantes a seis millones y medio
entre 1590 y 1650 por diversas razones: la emigración hacia América; la
expulsión de los moriscos, las devastaciones de la guerra en Cataluña y la
fiscalidad tienen también su influencia.
No obstante, la razón esencial de la despoblación hay que buscarla en la
reiteración de las epidemias. La peste, que se ha hecho endémica en La
Europa mediterránea del siglo XVII, se manifiesta en violentas oleadas.
Sin embargo, la despoblación no afecta a la totalidad de la Península.
Cataluña experimenta un sensible aumento demográfico hasta 1630, pero
las regiones de Murcia, Aragón y Castilla se ven afectadas por la salida de
los moriscos, laboriosa población de artesanos y hortelanos que marchan
a enriquecer África del Norte, especialmente Marruecos. Castilla, base de
la potencia hispánica, deja de ser la reserva de la monarquía.
Los caracteres particulares de la vida económica se acentúan. A pesar
de las diversas medidas prohibiendo a los pastores que las ovejas pasen en
los terrenos cultivados, la Mesta continúa haciendo estragos a expensas de
los cultivos de cereales. La producción de vinos, fuente de exportación,
disminuye después de la expulsión de los moriscos. La industria textil
383
conserva aun el primer puesto, pero la lana se exporta con mayor
frecuencia en bruto que tejida. La industria de la seda se mantiene. Hasta
1640 aproximadamente, el comercio sigue siendo floreciente. Las ferias de
Medina del Campo atraen una parte importante del comercio interior.
Los puertos, donde los franceses y genoveses reemplazan a los flamencos,
permanecen activos, en particular Cádiz, principal centro económico de
la monarquía. Los efectos de la independencia portuguesa (1640) no
parecen catastróficos, pero contribuyen a perfilar la decadencia
económica.
La sociedad española sigue dominada por el alto clero y la alta
nobleza. Esta última se reduce en número y aumenta su riqueza por el
abuso de los mayorazgos, que concentra las herencias en las manos de los
primogénitos. Se ve aumentar el número de sacerdotes miserables, de
monjes errantes, de letrados salidos de las universidades, que pululan
como agentes reales, de hidalgos segundones de familias nobles. La vida
económica se apoya en una burguesía que realiza pocos progresos y un
campesinado donde el número de propietarios decrece mientras que
aumenta el de los jornaleros. En fin, es el apogeo del pícaro,
frecuentemente de origen nobiliario, que manifiesta gran desprecio por el
trabajo manual, prefiriendo una vida de aventuras y mendicidad.
Reinado de Felipe III (1598-1621). Privanza del duque de Lerma.
Cuando Felipe III sucede a su padre, la monarquía hispánica acusaba
los efectos de su declive, patente en la despoblación, en las alteraciones
monetarias y en la decadencia general de la industria y el comercio. Esta
situación vino a ser una obsesión denunciada por los arbitristas o
tratadistas económico-sociales, que ofrecían remedios, las más de las
veces irrealizables, utópicos.
Felipe III había caído bajo el influjo de un aristócrata valenciano, el
duque de Lerma. Hombre de medianas cualidades, bien intencionado,
384
pero indolente, codicioso de dinero y de prebendas para sí y los suyos.
Parece que no tuvo interés en elegir las personas más eficaces, o más bien
se guio por sus preferencias, y elevó al gobierno a personas poco
recomendables por su avaricia. Un gobierno de esa calidad difícilmente
podía enfrentarse a los graves problemas que tenía ante sí, el primero de
ellos, el económico. Una de las tareas esenciales era la de uniformar las
contribuciones fiscales entre todos los territorios de la monarquía, a fin
de descargar un poco a Castilla. Pero aparte de que existían dificultades
planteadas por los propios territorios, el gobierno, por desidia, no
acometió este problema, cuando la paz en el exterior podía haberle
permitido explotar los recursos de sus súbditos. Tampoco consiguió una
mejor distribución de las cargas fiscales en Castilla, donde existían
grandes diferencias entre una nobleza exenta y unos agricultores o
artesanos abrumados por los impuestos. Lerma acudió a expedientes más
cómodos, como la venta de cargos y a la manipulación de la moneda
castellana. En 1599 autorizó la acuñación de moneda de cobre puro.
Contra ello protestaron las Cortes castellanas de 1607 –en el momento en
que la Hacienda declaraba publica bancarrota– y pusieron como
condición a la concesión de subsidios la suspensión de la acuñación de
moneda de cobre. Sin embargo en 1617 se reanudaron las acuñaciones,
comenzando a invadir en el país moneda prácticamente sin valor, con lo
que la inflación fue en aumento, la prima de la plata subió y las
fluctuaciones de los precios colocan a la economía castellana en franca
desventaja tanto respecto a otros reinos de la monarquía como
extranjeros.
La expulsión de los moriscos.
La única medida realizada fue la expulsión de los moriscos, que vino a
simbolizar el fracaso de la política de asimilación. Además, se temía que
los moriscos ayudaran a un eventual desembarco turco en las costas
levantinas. El pueblo les aborrecía por ello, por sus prácticas religiosas y
385
costumbres y por la situación privilegiada que poseían, pues muchos
nobles les protegían ya que eran su fuente de ingresos. Aproximadamente
275.000 moriscos fueron conducidos como un rebaño, hacia fronteras y
puertos, donde la mayoría pasó al norte de África. Como consecuencia de
esta medida, las vegas del río Ebro y sus afluentes quedaron arruinadas y
en Valencia los daños fueron muy grandes, pero en gran parte fueron
mitigados por la política de Lerma, que los transfirió a la burguesía. Un
decreto de 1614 redujo la tasa de interés de los censales al 5%, con lo cual
el peso de las pérdidas recaía sobre los acreedores (miembros de la
burguesía valenciana e instituciones religiosas) que habían prestado su
dinero a la aristocracia bajo la garantía de sus propiedades.
Proceso de desintegración de la Monarquía.
Lerma para nada se preocupó en la progresiva desintegración
constitucional y administrativa de la monarquía. Cataluña, Aragón,
Valencia y Navarra procuraron defender sus privilegios. En 1618, como
consecuencia del bandidaje del que era presa Cataluña, Lerma creó una
junta especial, la llamada “Junta de Reformación” y se pidió al Consejo
de Castilla que elaborase un informe sobre los posibles remedios. Las
críticas contra el cohecho y el desgobierno eran crecientes. El propio
duque de Lerma no pudo escapar a esta dificultad y cayó en desgracia en
1618. Su patronazgo e influencia pasaron al duque de Uceda, su hijo, pero
éste no estaba mejor preparado que su padre para mejorar la situación y
poner en práctica lo que urgía la célebre “consulta” del Consejo de
Castilla de 1619: reducción de impuestos y tributos; una profunda reforma
fiscal, en parte recurriendo a la ayuda financiera de los demás reinos;
moderación en las concesiones de mercedes por el rey; limpiar la Corte de
parásitos. Pero Felipe III enfermó gravemente y murió en 1621.
Reinado de Felipe IV (1621-1665). Valimiento del Conde-Duque de
Olivares.
386
Felipe IV difería de su padre por su ingenio y por su inteligencia, pero
adolecía, como él, de falta de carácter. Por esta razón necesitaba de
alguien que le ayudara en la tarea de gobierno: el Conde-Duque de
Olivares. Cuando Felipe III yacía en su lecho de muerte, Olivares se
apresuró a apoderarse del control del gobierno, desplazando al duque de
Uceda. Olivares fue confirmado en su cargo en 1622, que ocuparía durante
veintidós años hasta 1643.
La política de Olivares y de sus consejeros se basaba en “reducir al
estado en que se hallaba” en tiempos de Felipe II. Ello exigía una profunda
reforma en todos los aspectos del gobierno. Olivares encargó a la
moribunda “Junta de Reforma” el estudio de los medios pertinentes para
llevar a cabo esta transformación. El documento, publicado en 1623,
estaba inspirado en la convicción de que la moral en las costumbres y la
economía estaban muy ligadas y proponía una nueva política social
basada en mayor sobriedad y austeridad:
se preconizaba la reducción de los cargos municipales en los dos
tercios;
la introducción de leyes suntuarias muy estrictas para regular los
excesos en el vestir;
medidas para estimular la industria, la agricultura y el comercio;
una reducción de impuestos.
Pero este plan de austeridad tropezó con la grave corrupción de los
funcionarios de la Corte, lo que provocó, al cabo de tres años, que el plan
fracasara, pues no se había realizado otra cosa que la promulgación de
ciertas leyes suntuarias.
De la reforma fiscal a la centralización administrativa.
Desde 1621, al expirar la Tregua de los Doce Años, la monarquía
hispánica estaba en guerra nuevamente con los Países Bajos y Olivares
387
comprendió la necesidad de una vigorosa política naval. Dio órdenes para
aumentar la Armada del Atlántico hasta un total de 46 barcos; pero esto
suponía duplicar anualmente la suma destinada a su mantenimiento, y el
presupuesto de la Corona se saldaba con déficit anual de cuatro millones
de ducados. Por ello Olivares se aplicó a la reforma fiscal, cuyos
inmediatos objetivos eran:
1) una retribución más justa a la carga tributaria soportada por Castilla;
2) obligar a los demás reinos de la monarquía a contribuir en proporción
más equitativa, de manera que Castilla pudiera ser aligerada del duro
peso que soportaba.
De mayores consecuencias era este segundo punto, que implicaba
modificar la estructura constitucional de la monarquía. Los privilegios de
los reinos de Navarra o de la Corona de Aragón eran tan amplios y sus
Cortes tan poderosas que no parecía fácil introducir un sistema tributario
de recaudación regular en una escala semejante a la de Castilla. El
proyecto de Olivares era realizar la unidad administrativa de la
monarquía y a su vez dar oportunidades, a los no castellanos, de
participar en la misma medida que éstos en el gobierno.
Por el momento pensó en una fórmula de cooperación militar entre las
diversas provincias: la llamada “Unión de Armas”, consistente en la
creación de una reserva común de 140.000 hombres aportados y
mantenidos por todos los Estados de la monarquía; cualquier miembro de
ella que fuese atacado, serian inmediatamente auxiliado. Olivares,
acompañado del rey. Emprendió a finales de 1625 una visita a los Estados
de la Corona de Aragón para presentarles el Plan de la Unión de Armas.
Las Cortes de Aragón, Valencia y Cataluña se mostraron menos
entusiastas, pues hacia veinte años que no se convocaban y las quejas
habían ido aumentando. Los catalanes, especialmente, vieron en este
proyecto un nuevo intento castellano de abolir su condición foral. Aragón
388
y Valencia acordaron contribuir de modo regular a las finanzas de la
Corona; pero ambos reinos se negaron rotundamente a permitir el
reclutamiento de tropas para servir en el extranjero, de manera que el
plan de cooperación militar entre los diversos territorios fracasó.
En 1626 Felipe IV proclamó la Unión de Armas por edicto. Poco antes el
rey había acordado la suspensión de toda nueva acuñación de moneda de
vellón, que llegaba con cierto retraso, pues al estar el país inundado de
mala moneda, el precio de la plata en relación con el vellón había ya
alcanzado el 50%. Estas dos medidas, que aprecian garantizar un
restablecimiento para la economía castellana, fueron acompañadas en
1627 por una declaración de suspensión de pago a los banqueros de la
Corona, que permitían a la real Hacienda salir del paso en sus inmediatos
compromisos bélicos. Pero en el invierno de 1627-1628 la coyuntura
económica castellana empeoró gravemente debido a las malas cosechas y
a la escasez de productos extranjeros, al haberse prohibido desde 1624 las
importaciones holandesas; pero la causa más grave fue la excesiva
acuñación de moneda de vellón. El gobierno, para contener la inflación,
no vio otro medio que un edicto en 1628, por el que devaluaba en un 50%
aquella moneda. Esta medida, que causó graves problemas a los
particulares, permitió un respiro al tesoro real. Combinada con la
suspensión de pagos a los asentistas, hubiera podido servir de punto de
partida para la reforma y recuperación financiera, pues desde el punto de
vista internacional la situación era muy favorable. Pero la ocasión se
perdió con la desafortunada Guerra de Mantua (1628-1631), que obligó a
movilizar importantes recursos económicos.
Olivares, para hacerse con un control más directo del gobierno, fue
poniendo en los Consejos a hombres de su confianza, pero el mecanismo
de los Consejos tropezaba con inercias y resistencias, y acudió a un medio
más expeditivo: el de Juntas restringidas para solucionar los casos más
importantes. La más importante fue la “Junta de Ejecución” creada en
389
1634, que suplantó al Consejo de Estado en sus funciones ejecutivas.
Como las Cortes castellanas ofrecían resistencias, buscó nuevos medios
para aportar recursos al Tesoro, como la confiscación de la mitad de todos
los intereses de “juros” pertenecientes a extranjeros, el embargo de la
plata venida de América, dando “juros” a cambio; la venta de títulos y
cargos; y la resucitación de antiguas obligaciones feudales de la nobleza,
que se vio obligada a reclutar y equipar compañías de infanterías a sus
expensas.
Pero todos estos expedientes llevaron al límite la posibilidad de las
aportaciones de Castilla. Olivares pensaba que era llegada la hora de
acudir a Cataluña y Portugal, considerados como los Estados más ricos de
la Península. En el caso de Portugal, Castilla había hecho un gran esfuerzo
en los años 1634 y 1635 para la recuperación de sus posesiones en Brasil,
que habían ido cayendo en manos holandesas. Los catalanes, por su parte,
se habían negado nuevamente a suministrar donativos. Aunque Olivares
logró arrancar cierta cantidad de dinero a las ciudades de Lisboa y
Barcelona mediante amenazas y maniobras, lo que realmente deseaba era
una ayuda financiera y militar regular que no podía lograr sin acometer
una profunda reforma administrativa.
Portugal había sido gobernado desde su incorporación en 1580 por
virreyes, pero el sistema había resultad inadecuado, y en 1621 fue
sustituido por gobernadores, lo que había provocado descontentos. En
1634 Olivares creyó encontrar la solución nombrando gobernadora a un
miembro de la familia real, a la princesa Margarita de Saboya, a la vez que
infiltraba, bajo el disfraz de consejeros de la princesa, a unos cuantos
castellanos en la administración portuguesa. El plan no tuvo éxito y el
gobierno de Lisboa se dividió en dos bandos opuestos, castellano y
portugués, cuyas constantes disputas hicieron difícil una administración
eficaz, que se sumaron a los serios problemas fiscales que padecía el
gobierno. En 1637 se produjeron disturbios en varias ciudades, apoyadas
390
por el bajo clero, aunque la aristocracia, con el duque de Braganza a la
cabeza, se mantuvo a la expectativa. Las clases altas, aunque fieles a
Madrid, estaban siendo sometidas a pruebas cada vez mayores, pues se
veían privadas de cargos y honores; los comerciantes comenzaron a
pensar que la unión con España había perjudicado su poder económico,
dados los perjuicios que los holandeses les habían causado a las
posesiones ultramarinas portuguesas.
Más grave era la cuestión catalana. El comienzo de la guerra con
Francia, en 1635 potenció enormemente la importancia estratégica de
Cataluña, que protegía el flanco oriental de la península. Olivares se
hallaba en la incómoda posición de tener que hacer la guerra a Francia
desde una provincia de cuya lealtad no podía estar enteramente seguro. Al
mismo tiempo necesitaba de la ayuda de los catalanes para completar los
escasos efectivos de Castilla en hombres, y, sobre todo, en dinero. Con los
ingresos ordinarios y extraordinarios, no se podía cubrir apenas la mitad
del presupuesto. Las reticencias de los catalanes durante la guerra
motivaron al Conde-Duque a ordenar a las autoridades del Principado
que siempre que los intereses de la guerra lo hicieran necesario,
prescindiesen de las constituciones de Cataluña, lo cual enfureció a los
catalanes.
Entretanto, España había sufrido varios reveses. En 1637 los holandeses
recuperaron Breda; en 1638 los franceses se apoderaban de Brisach,
cerrando la “ruta española” de Milán a Bruselas; en 1639 los holandeses
derrotaban a la escuadra española en la batalla de las Dunas,
destruyendo de un golpe una armada que tanto esfuerzo había costado a
Olivares y las posibilidades de reforzar al Cardenal-infante en los Países
Bajos; finalmente, en Brasil, en 1640 la escuadra portuguesa tuvo que
retirarse en derrota ante una escuadra holandesa inferior. Olivares se
mostró decidido a buscar la paz, pero no fue fácil, ya que los holandeses
no querían abandonar sus conquistas en Brasil y Olivares no quiso
391
comprometerse ante Portugal; además, Richelieu estaba dispuesto a
aplastar a su adversario. Pero tampoco parecía posible proseguir la guerra
porque Castilla estaba exhausta y ya no podía suministrar más levas ni
impuestos. Fue entonces cuando Olivares, en parte conducido por la
desesperación, trató de forzar a los catalanes a hostigar a Francia.
Dispuso que el ejército que había participado en la frontera catalano-
francesa se quedara en el Principado, y a su sombra, convocar una nueva
reunión de Cortes, para eliminar algunas trabas constitucionales.
Los levantamientos de Cataluña y Portugal.
Las proyectadas Cortes de 1640 no llegaron a reunirse. Los catalanes no
estaban dispuestos a soportar el alojamiento de un ejército al que
consideraban “extranjero”. Se produjeron choques entre los soldados y la
población civil que el virrey se mostró incapaz de contener. El
campesinado se insurreccionó en todas partes y atacó a los tercios reales,
que se replegaron a la costa, para más tarde entrar en Barcelona. Cuando
estas noticias llegaron a Madrid, Olivares se dio cuenta que se enfrentaba
a una insurrección abierta, y si bien algunos consejeros le animaban a que
aprovechara la ocasión para imponerse por la fuerza, el Conde-Duque,
que temía las repercusiones en Aragón, Valencia y Portugal, y que
valoraba la difícil situación miliar en Europa, prefirió la conciliación. Pero
este cambio de política llegaba demasiado tarde, pues la sublevación de
Cataluña, obra de extremistas, llegó a su punto álgido el 7 de junio de
1640, el día del Corpus, cuando los campesinos de Barcelona se
amotinaron en la ciudad, persiguiendo a los funcionarios reales,
asesinando al virrey cuando trataba de huir por mar y saqueando las
viviendas de los ciudadanos acaudalados. La oleada de anarquía que
envolvió al Principado en el verano de 1640 pudo haberle dado a Olivares
su última oportunidad de recuperar el control de la provincia, pero éste,
en lugar de hacer concesiones a la élite gobernante, anunció su voluntad
de enviar un gran ejército para restaurar la autoridad real y abolir las leyes
392
que tanto la restringían. Los catalanes, en consecuencia, entablaron
negociaciones amistosas con Francia.
La situación se agravó con la insurrección de Portugal. Consiente
Olivares de que no podía estar seguro de Portugal mientras el duque de
Braganza y la alta nobleza portuguesa permanecieran en el país, pensó
que la solución era ordenar a ésta que se incorporara al ejército enviado
contra Cataluña. Pero en el otoño de 1640, con la complicidad de
Richelieu, que envió fondos a los conspiradores de Lisboa, se había
gestado una revolución. Los conspiradores penetraron en el palacio real,
tomaron prisionera a la princesa Margarita y proclamaron rey al duque de
Braganza con el nombre de Juan IV.
Las noticias de la revolución portuguesa obligaron a Olivares a
replantear su política, ya que le era imposible mantenerse en dos frentes
opuestos, por lo que buscó la paz con la alta nobleza castellana, pero el
pueblo proclamó en 1641 que Cataluña se había convertido en una
República independiente, bajo la protección de Francia, pero como los
franceses no estaban satisfechos, admitieron la obediencia de Cataluña al
rey de Francia.
393
Olivares, aunque enfrentado a una guerra exterior y a otra interior, no
quiso rendirse e hizo un esfuerzo desesperado por reunir soldados y
dinero. Pero las dificultades iban en aumento. En el verano de 1641 se
pudo desarticular una conspiración que pretendía hacer de Andalucía un
estado independiente. La situación económica de Castilla era gravísima.
En febrero de 1641 el Conde-Duque había empezado a manipular la
moneda y los precios, en vellón, empezaron a aumentar vertiginosamente
hasta alcanzar el 200% de su valor, antes de que las medidas
deflacionarias de 1642 les hicieran nuevamente descender. Ese mismo año
las fuerzas reales fueron derrotadas en la ciudad catalana de Lérida. Este
fracaso animó a los enemigos de Olivares a presionar al rey para que lo
destituyera, algo que realizó en 1643.
Luis de Haro, primer ministro y la crisis constitucional de la
monarquía.
La caída de Olivares trajo un cambio del sistema de gobierno. Las juntas
fueron abolidas y los Consejos recuperaron su papel. Felipe IV delegó
nuevamente sus responsabilidades en Luis de Haro, sobrino de Olivares,
cuya política se orientó en conseguir la paz sin que la monarquía perdiese
posesiones. En 1648, por el Tratado de Münster, España reconocía la
independencia y soberanía de Holanda; pero la guerra contra Francia y
Cataluña continuaba. Además, en 1648 se conjuró una conspiración en
Aragón, que pretendía separase de la monarquía bajo el acicate de
Mazarino.
En este contexto, los reinos asociados a Castilla por lazos dinásticos,
como se ha visto, temen verse arrastrados al hundimiento que
experimenta el resto. Así se explica, en cierto modo, el sentido
conservador de las revueltas de Cataluña y Portugal, que tratan, si, de
conservar sus instituciones, pero temen ir más allá. Una y otra luchan,
inconscientemente, por su existencia: procuran apartarse de Castilla en
394
un momento en que ésta, exhausta, reclama su colaboración en una
política sin futuro. Esto quedó bien manifestado en la revolución de
Cataluña, donde la nobleza se dejó arrastrar junto a los demás
estamentos, pero pronto comenzó a darse cuenta de que una revolución
que había comenzado para liberar a Cataluña de la opresión de Madrid,
adquiría ciertos tintes de revolución social, que amenazaba someterla a la
voluntad del pueblo. Bajo un gobierno controlado por los franceses, el
Principado quedó dividido por luchas de partidos, antagonismos sociales
y clientelas, y uno tras otros, los nobles se fueron pasando al rey, pues
estimaban que era preferible la autoridad de Felipe IV que las
arbitrariedades de unos cabecillas mediocres que recibían órdenes de
Francia. Luis de Haro tuvo la habilidad de aprovechar las disensiones
internas de Cataluña en un momento en que Francia desviaba su atención
hacia Italia y sufría los avatares de la Fronda. Los débiles ejércitos de
Felipe IV penetraron en el Principado, capturando Barcelona en 1652.
Terminada la guerra con Francia por la Paz de los Pirineos (1659),
Felipe IV trató de recuperar Portugal. Pero el reino luso, a diferencia de
Cataluña, formaba ya una nación unida y coherente cuando se unió a la
monarquía hispánica en 1580. Además, con Juan IV, tenía un sistema de
gobierno sólido y disponía de un Imperio trasatlántico, Francia venía
ayudándola desde los comienzos de la revuelta y en 1642 Portugal llegó a
una alianza con Inglaterra, que se afianzaría en 1661 con el matrimonio
entre Carlos II Estuardo con la infanta portuguesa Catalina. El sucesor
de Juan IV, Alfonso VI, recibió tropas de refuerzo de Francia e Inglaterra,
que derrotaron a los ejércitos españoles invasores. Por el Tratado de
Villaviciosa (1668) Madrid reconoce la independencia de Portugal.
Esplendor cultural de España
En la primera mitad del siglo XVII, al par que declina el poderío de la
monarquía hispánica y su peso político en Europa, su civilización ocupa
395
un primer puesto e irradia su influencia cultural por todo el mundo.
Valores acuñados en España, como el misticismo religioso de Santa
Teresa y San Juan de la Cruz; el sentido del honor, que ahora más que en
las reglas caballerescas se manifiesta en un elevado aprecio de la propia
dignidad –que a veces es más bien orgullo o jactancia– y cala hasta en las
capas sociales inferiores, influyen de manera determinante en toda
Europa.
Las universidades españolas, a pesar de que rechazaban las nuevas
orientaciones utilitarias y racionalistas de la cultura y de la ciencia,
conservaron su gran vitalidad en las disciplinas humanísticas. En la
teología y filosofía, en el derecho y en la historia se hicieron publicaciones
notables. El teatro, la poesía y la novela conocen un esplendor único. El
arte pictórico, después del genio del Greco, alcanza con la escuela de
Ribera, Zurbarán, Murillo y, sobre todo, Velázquez una cima
incomparable.
El realismo, teñido de profunda resignación cristiana, proporcionó al
genio español un agudo sentido de la vida humana, que se expresa en la
novela, el teatro y la pintura. “El Quijote” sería una de las obras más
influyentes en toda Europa.
Admiradas, aunque también odiadas, España y su cultura, se imitan en
todas partes, incluso en el mundo protestante. Al ideal de cortesano
italiano sustituye en el siglo XVII el del hidalgo, caballero español, que
pone en primer lugar el sentido del honor, manifestado con frecuencia en
los duelos.
La primacía de la literatura española se debe a su gran calidad y a los
valores culturales que encarnaba. Pero ha de tenerse en cuenta que el
castellano era la lengua más extendida, ya que se conocía desde los Países
Bajos a Austria e Italia y en los territorios de América.
396
La efímera reconstrucción de Francia bajo Enrique IV.
La monarquía francesa sale de las guerras de religión reforzada en sus
principios. La ley sálica recibe una confirmación manifiesta con el
advenimiento de un primo lejano de Enrique III. Incluso se han precisado
algunos puntos de las leyes fundamentales del reino. El rey debe ser
francés y católico. Enrique IV, que concede la tolerancia religiosa a los
franceses, admite que ésta no existe para el rey. Su mérito personal reside
en haber aportado la prueba de que el rey puede responder a las
necesidades de paz del reino.
Tolerancia del culto calvinista: el Edicto de Nantes.
La primera ocupación de Enrique IV fue restablecer la paz interior,
regulando la cuestión religiosa y recuperando la confianza de las dos
confesiones. El Edicto de Nantes de 1598 restablecía el culto católico en
todo el reino, otorgaba libertad de conciencia a los hugonotes y regulaba
la libertad de culto (privada en la casa de los señores, con alta justicia;
pública en dos ciudades por bailiaje con la excepción de un área de cinco
leguas en torno a Paris). El edicto concedió también un estatuto civil a los
hugonotes semejante al de los católicos: se les permitía libre acceso a
cargos y oficios e igualdad jurídica, asegurada con el establecimiento de
las llamadas “cámaras partidas” en los parlamentos. A estos artículos
generales se añaden artículos secretos, no registrados por los
Parlamentos, y que hacen concesiones tanto a católicos como a
hugonotes. Uno de ellos aseguraba el sostenimiento a los ministros
(pastores, consistorios y sínodos); otro acordaba a los reformados la
posibilidad de reunir sus sínodos y les concedía, por 8 años 151 “plazas de
seguridad” en las que podían mantener guarnición en nombre del rey. No
era la traducción de una idea de tolerancia, sino la expresión de una
necesidad de convivencia.
397
Con todo, el edicto fue recibido con oposición. Los hugonotes
protestaron de que no se les permitía hacer proselitismo. El clero católico
denunció duramente lo que consideraba una actitud equivoca del
soberano; los Parlamentos rehusaron su registro. Enrique IV hubo de
apelar a la fuerza. Entretanto, en 1603 el rey llamó a los jesuitas, que había
sido expulsados en 1594 luego de que uno de sus miembros intentara
asesinar al soberano.
Imposición de la autoridad real.
Las guerras civiles habían aflojado los lazos entre las provincias,
especialmente entre las más poderosas, y el gobierno central. En parte por
medio de la persuasión, en parte haciendo caso omiso a las protestas, se
impuso a los poderes provinciales y redujo en gran medida las libertades
ciudadanas. Recurriendo a medios más bien despóticos, el gobierno
consiguió hacerse financieramente fuerte. Los Grandes fueron apartados
del gobierno y sustituidos por “togados”. Por encima de todos, la voluntad
real, cuando fue preciso, actuó con rigor. Paris, convertida
definitivamente en capital del país, experimenta una gran transformación
urbana. El Consejo y la Cancillería fueron reorganizados. Los
gobernadores, generalmente salidos de la alta nobleza, fueron reducidos a
la obediencia y sus poderes limitados a los asuntos militares. Para ello
Enrique IV utilizó a “comisarios”.
En 1602 se conjuró una conspiración aristocrática encabezada por el
mariscal Biron, gobernador de Borgoña, y del hugonote duque de
Bouillón, apoyados por Carlos Manuel de Saboya. Biron fue ejecutado
después de un escrupuloso proceso ante el Parlamento de Paris.
La reconstrucción económica.
Francia está devastada. Los trabajos del campo se han interrumpido
demasiadas veces, provocando la miseria. El paro causa estragos en las
398
ciudades y desemboca en un recrudecimiento de la mendicidad. Dado que
la población está peor alimentada que a principios de siglo, las epidemias
tienden a veces a convertirse en endemias. Además, el retorno a la paz no
significa inmediatamente el orden. Solo la reconstrucción económica es
capaz de devolver la calma. Tal reconstrucción es bastante rápida por
varias razones. El primer término, las perturbaciones no han atacado
profundamente la vitalidad del país, y el retorno de la paz hace nacer una
buena voluntad general. Enrique IV no tiene más que aplicar las
ordenanzas de sus antecesores como el Edicto sobre los oficios. Además,
cuenta con la ayuda de excelentes consejeros hugonotes: Sully,
superintendente de Hacienda y gran veedor de Francia, y Laffemas,
canciller general de comercio.
Sin cambiar el sistema tradicional, Sully, mediante numerosos
reglamentos obtuvo resultados satisfactorios: persiguió las exenciones
abusivas y se recuperaron rentas alienadas, controló mejor la gestión y se
evitaron fraudes e incautaciones de impuestos. La terminación de la
guerra permitió rebajar la presión fiscal, lo cual sería un alivio sobre las
clases campesinas.
Para incrementar la extensión de los terrenos, el Estado estimula las
empresas de desecación de pantanos. Sully, como gran veedor de Francia,
se esfuerza igualmente por reparar los caminos y por mejorar las vías
acuáticas construyendo canales.
Enrique IV consiguió la sumisión de los cuerpos constituidos. Los
Parlamentos no pudieron presentar “quejas”, sino después de haber
aceptado el registro de las ordenanzas reales. No se convocaron Estados
Generales y las sesiones de los Estados Provinciales se espaciaron o se
redujeron a la mera función de asistir a las demandas del ciudadano. Se
limitó la autonomía municipal, que se había despertado por todas partes.
399
El sector de las manufacturas es donde el gobierno puso un mayor
esfuerzo. Laffemas practicó un auténtico mercantilismo. El despertar de
la actividad económica se manifestó en la reanudación de las corrientes
interiores y exteriores de cambio. Se fundan algunas manufacturas bajo el
patronazgo real: lienzos finos, tapicería, encajes, cueros trabajados, seda.
El comercio exterior recobra cierta importancia de la mano de las
exportaciones de vino y sal. A partir de 1604 la situación del Fisco sufrió
una recaída y hubo de recurrirse a nuevos expedientes (préstamos,
creación de nuevos cargos para ponerlos en venta, etc.) y a aceptar el
derecho de transmisión hereditaria de los cargos públicos, mediante el
pago anual de 1/6 de su rendimiento. Esta medida sería llamada Paulette y
se consideró por los funcionarios, deseosos de asegurar el porvenir de sus
hijos, como una excelente inversión.
El descontento y el asesinato de Enrique IV.
Sin embargo, el descontento no ha desaparecido. La buena reputación
de la hacienda de Sully se debe al reembolso parcial de las deudas y a la
constitución del tesoro de la Bastilla. Pero la carga fiscal ha aumentado
mucho, los rentistas se sienten descontentos a causa de la disminución de
los trimestres de rentas. El rey se ha puesto en las manos de los partisans o
financieros a los que ha arrendado la percepción de numerosos impuestos.
La institución de la Paulette descontenta a la nobleza de espada, que ve
con malos ojos la constitución de la nobleza de toga. El descontento
general despierta las ideas de los monarcómacos, según los cuales está
permitido matar al tirano. El rey, que desea apoyar a los protestantes
frente al Emperador, es asesinado por un antiguo miembro de la Liga
católica.
Regencia de María de Médicis.
Al morir Enrique IV, el heredero Luis tenía 9 años, por lo cual su madre,
María de Médicis, su madre, desempeñaría la regencia de 1610-1617.
400
Indolente y vulgar, seguía siendo muy italiana, hablaba mal el francés y
era muy influenciada por su hermana Leonora Galigai, que la servía
fielmente y el marido de ésta, Carlo Concini. Los Grandes (príncipes de
Condé, de Conti y otros de sangre) apartados del gobierno, volvieron a
sus hábitos de independencia y multiplicaron las reivindicaciones,
indignados al ver la triunfante camarilla de extranjeros. Volvieron a las
provincias donde tenían sus patrimonios y poder para intrigar y mantener
en alerta a sus clientelas. María de Médicis, inquieta procuró calmarles
asignándoles sumas considerables, pero desde 1613, ante la penuria del
Tesoro, estas generosidades se acabaron. Los protestantes, por su parte,
temerosos de la influencia que sobre la reina podían ejercer el Papa y su
entorno italiano, se organizaron de modo militar, apoyándose en las
“plazas de seguridad” que les había concedido Enrique IV. El Tesoro
estaba vacío y las reclamaciones se hacían más intensas, por lo que se
convocó a los Estados Generales. Reunidos en 1614, se perdieron en
disputas con los otros grupos estamentales. Luego de varios meses, los
Estados Generales que habían mostrado su fidelidad al monarca, pero
también su ineficacia como instrumento de gobierno, fueron clausurados.
401
Proclamación de Luis XIII. Conflictos entre la Corte y los Grandes.
En 1614 Luis XIII fue proclamado mayor de edad, a los trece años, pero
su madre y Concini cuidaron bien de no iniciarle en los negocios de
Estado. Los Grandes, decepcionados de la manera de gobernar de la
Regente y de su intención de aproximarse a España, en 1616, decidieron
levantar sus ejércitos privados. Aunque no lograron impedir los
matrimonios españoles (Luis XIII con Ana de Austria, hija de Felipe IV y
el de éste con la hermana de Enrique IV, Margarita de Borbón),
consiguieron que Concini fuera destituido y que Condé y algunos otros
notables entraran a formar parte del Consejo Real. Pero Condé fue
arrestado y enviado a La Bastilla por orden de la Reina Madre, que puso
los asuntos fe gobierno en manos de consejeros de su confianza, incluido
Concini. Los Grandes se levantaron nuevamente en armas; la Reina
Madre les declaro culpables de traición y envió contra ellos tres ejércitos,
comandados por el secretario de Estado de la nueva administración,
Richelieu, reduciendo con éxito a la nobleza.
Sin embargo, hacia 1617 Concini fue arrestado y asesinado y su cadáver
arrastrado por las calles, en medio de la alegría del pueblo; acusada y
condenada de haber embrujado a la Reina, Leonora Galigai fue quemada;
los demás ministros fueron expulsados y María de Médicis, conducida,
con buena escolta, al castillo de Blois.
Luis XIII era un solitario, apasionado por la caza; tenía una profunda
conciencia de su misión y quería que su voluntad y su persona fueran
respetadas, pero puso en esta tarea mejor voluntad que dones. En el
Consejo, los ministros se insultaban ante el rey. El favor de Luynes, no
menos codicioso, provocaba en los demás los mismos celos que
anteriormente Concini. Pronto en 1619-1620 los Grandes volvieron a
levantarse, animados ahora por María de Médicis, pero fueron vencidos
en Normandía. Por la Paz de Montpellier de 1622, confirmó nuevamente
402
el Edicto de Nantes, aunque las plazas de seguridad tomadas a los
hugonotes no les fueron devueltas. Luynes murió de enfermedad en 1621,
ante lo cual María de Médicis aprovechó estas circunstancias para volver
a su puesto en la Corte, imponerse a su hijo y recomendarle a Richelieu,
que entró en el Consejo.
La personalidad de Richelieu y sus directrices políticas.
Armand du Plessis era el tercer hijo de un pequeño noble de Poitou, el
señor de Richelieu. Destinado en principio a la carrera militar, para
conservar en su familia el obispado de Luçon, hubo de ordenarse. Se
doctoró en la Universidad de Paris, fue consagrado obispo, en Roma y
volvió a su diócesis, pero aspiraba a más. Los Estados Generales de 1614 le
brindaron la oportunidad de salir de la oscuridad. Su brillante
intervención que supo halagar a María de Médicis le permitió entrar en la
clientela de la Corte. Concini, que le estimó también, le hizo Secretario
de Estado. Caído en desgracia, juntamente con su protectora, en 1617,
permaneció fiel a ella y por su mediación, obtuvo el cardenalato.
En 1624 María de Médicis volvió al Consejo. Entretanto, al
advenimiento de Richelieu existían dos tendencias en la Corte: la del
partido de los “devotos”, encabezado por el cardenal Berulle y apoyado
por la Reina Madre, que aconsejaba al rey una política favorable a los
intereses de la Iglesia (lucha contra los hugonotes en el interior; alianza
con los Habsburgo en el exterior), y la de los “buenos franceses”, que
recomendaban una política más independiente y realista, inspirada, ante
todo en los intereses del reino. Richelieu estaba más cerca de los
segundos. En su interés por el prestigio de Francia, pareció siempre más
dispuesto a sacrificar las consideraciones religiosas a las políticas. Pero
comprendió bien que antes de seguir una política exterior favorable a
Francia, era preciso poner orden y autoridad en el interior del reino. Se
indignaba, sobre todo, al ver que la nobleza, fundamento del Estado,
403
disipaba sus energías en continuas intrigas y revueltas, o en duelos que
hacía correr inútilmente la sangre.
Pero la nobleza tenía un arraigado hábito de agitación e intriga.
Pensado que el dominio de Richelieu seria efímero, los nobles (incluidos
también los protestantes) continuaron en sus conspiraciones o “cabales”,
centradas en torno al matrimonio de Gastón d’Orleans, hermano del rey,
turbulento, ligero, que al carecer, por entonces Luis XIII de hijos, era
considerado heredero del trono. Luis XIII y Richelieu lo querían casar con
una princesa francesa, pero Gastón rehusó y preparó un complot, que al
final no tuvo éxito.
Sumisión de los hugonotes.
Los jefes hugonotes se inquietaban del afianzamiento de la autoridad
del rey. Richelieu aunque había escrito una obra refutando la doctrina
calvinista, estaba dispuesto a respetar el Edicto de Nantes y, en el
exterior, a pesar de los clamores de los “devotos”, sostenía a los
protestantes de Alemania. Pero no podía admitir el desarrollo de interior
del Estado que amenazaba la autoridad real y le estorbaba actuar en el
exterior. Por entonces estaba tratando de dotar a Francia de una flota
naval y quería contar con el puerto de La Rochelle, uno de los bastiones
hugonotes. Algunos rocheleses animaron a Carlos I de Inglaterra, que
buscaba con una guerra victoriosa atraerse a sus súbditos descontentos, a
ayudarles. La intervención inglesa precipitó la ruptura. En 1627 tropas al
mando del duque de Buckingham desembarcaron en la isla de Re, pero
fue derrotado por el ejército real. Luis XIII y Richelieu rodearon La
Rochelle, aislándola totalmente. Después de una resistencia de varios
meses, en espera de ser liberados por los ingleses y sufriendo duramente
de hambre, hubieron de capitular en 1628. Sus 28.000 habitantes
quedaron reducidos a 5.400 “fantasmas, no personas”. Les fue confirmado
el libre ejercicio de su religión; pero todas las fortificaciones de la villa
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fueron demolidas. También en el Languedoc los protestantes se habían
levantado, pero se les sometió. Esta vez el rey no quiso tratar con sus
súbditos: por el Edicto de Gracia de Alès en 1629, los rebeldes fueron
perdonados-, se confirmó la libertad de culto protestante donde existía,
pero retiró a los hugonotes el derecho a mantener asambleas propias y sus
garantías militares (ejércitos y plazas de seguridad).
“La jornada de los engañados”: Richelieu se impone como primer
ministro.
Entretanto, la situación de Richelieu, entre el rey, que gustaba de
recordarle su dependencia, y María de Médicis, seguida por el “partido
devoto”, que reprochaba a su antiguo protegido su política exterior pro-
protestante, no era nada fácil. Aprovechando el ambiente de revuelta del
invierno de 1629-1630, el “partido devoto”, capitaneado por el
guardasellos Marillac inicia el ataque contra Richelieu. Durante la Guerra
de Mantua, en la cual se oponían franceses contra habsburgueses, se
produjeron serios debates entre los dos bandos: Richelieu, que estaba a
favor de los hugonotes para poder invadir libremente Italia y el de los
“devotos” que opinaba lo contrario. En 1630, con Mantua en manos de los
imperiales, Luis XIII cayó enfermo. María de Médicis y Ana de Austria
trataron de convencerle de que era un castigo divino por dejar de lado los
intereses de la Iglesia, y le presionaron para destituir a Richelieu. El rey
pareció dar la impresión de que estaba dispuesto a aceptarlo todo, lo que
fue aprovechado por los ministros afectos al “partido devoto” para
liquidar la Guerra de Mantua. Animada por este triunfo, María de
Médicis decidió forzar la destitución de su antiguo servidor, al que
acusaba de ingratitud, exigiéndole a su hijo a escoger entre ella o el válido.
Luis XIII, que aborrecía este género de escenas, abandonó la cámara sin
decir nada. Richelieu, creyéndose perdido, pensó en huir, pero el rey le
hizo llamar y le rogó que continuara en su puesto. Fue la llamada
“jornada de los engañados”, pues los cortesanos, que se habían
405
abalanzado a felicitar a María de Médicis, se vieron decepcionados al ver
que Richelieu continuaba; que Marillac fue preso y los demás del grupo
“devoto” fueron encarcelados o confinados en sus propiedades. La Reina
Madre hubo de refugiarse en Holanda, donde murió; Gastón d’Orleans
huyó también.
Fue este día cuando comienza la verdadera política interior y exterior
de Richelieu. En 1631 firmaba el Tratado de Bärwalde con Gustavo
Adolfo de Suecia; en 1632 Gastón d’Orleans volvió a Francia y sostuvo la
rebelión de poderoso conde de Montmorency, pero éste fue vencido y
ejecutado y el hermano del rey nuevamente perdonado.
Obra interior de Richelieu.
Un gran problema para la administración francesa fue la necesidad de
dinero para la preparación del ejército, pago de subsidios a los aliados,
organización de la burocracia. Richelieu no tenía ninguna experiencia ni
competencia financiera y se limitó a “expedientes” habituales: aumento de
la “taille”, alienación de dominios y venta multiplicada de oficios; recurrió
también a empréstitos forzosos. El peso de estas medidas, combinadas
con rachas de malas cosechas, provocó numerosas revueltas campesinas.
Disminuyó el número de miembros del Consejo de Estado y llamó a él a
personas nuevas y de su confianza. Pero el rey y sus ministros convocaban
también a grandes personajes, para consultarles sobre cuestiones
importantes. Esta reunión formaba un Consejo más restringido, llamado
Consejo de Arriba. Los cuatro “secretarios de Estado”, que tenían papel
ejecutivo venían a despachar con él a menudo: cada uno de ellos
administraba una parte de Francia y se ocupaba también de los países
limítrofes. Poco a poco, tanto en los Consejos como en las Cortes
soberanas el papel de la “nobleza de toga” se fue acrecentando: unos eran
comisarios, otros oficiales fijos. Para controlar la administración local, los
retes tenían por costumbre enviar comisarios con misión temporal,
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provistos de poderes extraordinarios. Poco seguro de los gobernadores de
provincias, que procedían de la alta nobleza, de los bailes y senescales,
que heredaban sus cargos o los compraban, Richelieu hizo uso más
intensivo de los comisarios, a los que dotó del título de intendentes, los
cuales procedían de la burguesía. Tenían como misión reunir ejércitos y
sofocar rebeliones, función muy importante para la centralización
administrativa.
Richelieu se apoyó sobre una política secreta cuyos miembros
penetraban en todos los medios sociales; así estaba al corriente de los
menores sucesos y de los asuntos más íntimos, lo que le permitía encerrar
en La Bastilla a sus opositores más atrevidos. Para actuar sobre la opinión
pública, mantuvo escritores a sueldo, que redactaban panfletos anónimos
a favor de sus decisiones.
Durante el asedio de La Rochelle, hubo de alquilar navíos y tripulantes
holandeses, poco decididos a la lucha contra sus correligionarios
protestantes. Ello puso en evidencia la necesidad de contar con una flota
de guerra, Desde 1626, Richelieu emprendió ese objetivo y al final del
reinado, Francia ya era una potencia marítima. El ejército fue
progresivamente mejorado, enviándose intendentes para asegurar el
avituallamiento y sueldo de las ropas y recordar a los oficiales su
disciplina. Además, suscitó la formación de Compañías de Navegación
privilegiadas, como la Compañía de la Nueva Francia, que tendría por
objeto el Canadá.
Richelieu murió en 1642, recomendando Mazarino a Luis XIII.
Moribundo, el rey instituye un Consejo de Regencia que comprende,
además de la reina, a Gastón d’Orleans, lugarteniente general del reino, el
príncipe de Condé, Mazarino, ministro principal, el canciller Séguier y los
ministros de Estado. Las decisiones se tomaran por pluralidad de votos.
El reinado de Luis XIII finaliza el 14 de mayo de 1643. Cinco días más
407
tarde, la victoria de Rocroi aporta a la política de Richelieu un
coronamiento póstumo, pero la guerra continúa y el país está agorado.
La Fronda y el restablecimiento de la autoridad real.
En 1643, la situación de 1610 volvía a repetirse; Luis XIII dejaba a un
heredero de cinco años. Como desconfiaba de su mujer, la española Ana
de Austria, y más aun de su intrigante hermano, Gastón d’Orleans, confió
a una y a otro, respectivamente, la Regencia y la Lugartenencia General
del Reino, pero asistidos de un Consejo, formado en su mayoría por
criaturas de Richelieu, entre ellos Mazarino.
Ana de Austria no tenía ni capacidad ni gusto para la dirección del país.
Alrededor de ella, los príncipes de sangre y los Grandes descendientes de
Enrique IV (Gastón d’Orleans y Condé) eran incapaces de aconsejarla. De
ahí que confiara todo el poder a Mazarino, cuya influencia fue en aumento
gracias a sus éxitos militares y diplomáticos en sus primeros años.
La Regencia fue, como era normal, un periodo de crisis de autoridad.
Los nobles, liberados de la férrea mano de Richelieu, exigían pensiones,
títulos y cargos. Algunos disimulaban sus mezquinas ambiciones bajo un
elevado programa: buscar la reconciliación con la casa de Austria y, con la
ayuda de Carlos I, restablecer el absolutismo en Inglaterra. Esta camarilla,
llamados la Cábala de los Importantes, intentó obtener la deposición de
Mazarino y su sustitución, a cuya cabeza se encontraba el duque de
Beaufort, hijo del duque de Vendóme. La Reina, al conocer la
conspiración, hizo encerrar a Beaufort y exiliar a los otros conspiradores
en 1643.
Pero Mazarino buscó la conciliarse con los Grandes, especialmente con
el clan de los Condé, prodigando las fiestas en la corte (bailes y operas), al
gusto italiano, mientras que en el exterior perseguía una política más
conforme a los intereses de Francia. A pesar de todo, en Paris y en las
408
provincias, la nobleza proseguía en sus hábitos de indisciplina y
libertinaje; los miembros de los Parlamentos y tribunales y los oficiales de
la Hacienda manifestaban su independencia frente a los intendentes y
comisarios reales; surgieron revueltas campesinas en el sur. Todas estas
inquietudes y protestas se acrecientan, exasperadas, por las medidas
financieras a que se vio obligado el gobierno para hacer frente al déficit
creciente.
Los favores prodigados a los Grandes, unidos a los gastos de la guerra,
hacían inviable la situación financiera del Estado. A la muerte de Luis XII,
los ingresos de varios años estaban ya gastados. Fue preciso recurrir a los
detestados “expedientes”: crear y vender nuevos oficios; aumentar aún
más la “taille”; disminuir los réditos de las rentas públicas; imaginar
nuevos impuestos que pesaron especialmente sobre la burguesía de París.
Las finanzas de Francia estuvieron en manos de partisans, que prestaban al
Estado a intereses usurarios y exprimían a los contribuyentes.
Concentrado hasta 1648 en la política exterior Mazarino tuvo que
enfrentarse a rebeliones de primer orden que se extendieron por varias
provincias. Muchos llegaron a temer una revuelta general y aconsejaban al
gobierno buscar la paz exterior para poder reducir los impuestos. Tras
reprimir las revueltas e imponer el orden gracias a los intendentes, los
impuestos comenzaron a llegar regularmente al Tesoro y los financieros
volvieron a anticipar dinero para las tropas. Mazarino se propuso crear
otras fuentes: solicitó permiso a los Parlamentos para disponer del
producto de los ingresos a percibir hasta finales de 1650, elevó el canon de
la Paulette y creó un buen número de nuevos cargos para ponerlos a la
venta al mejor postor. Aun así el gobierno no conseguía pagar
regularmente los salarios a sus oficiales ni satisfacer los intereses de la
deuda pública. En este contexto, era previsible una insurrección más
general y violenta, dirigida contra el omnipotente ministro.
409
Se conoce como “La Fronda” a las confusas turbulencias civiles
provocadas por la oposición al gobierno de 1648 a 1653. La nobleza, el
Parlamento de París y otros de provincias consientes del debilitamiento
del poder, creyeron llegada la ocasión de recobrar aquellas antiguas
prerrogativas políticas que Richelieu y Mazarino les habían ido
sustrayendo. La administración creada por Richelieu a través del
Canciller, de los ministros, secretarios de Estado, y sobre todo, de los
intendentes y comisarios enviados a provincias, chocaba con la
jurisdicción semiindependiente de los grandes nobles en sus gobiernos y
señoríos patrimoniales, y trataba de limitarla. Por su parte, los miembros
de los antiguos tribunales y poseedores de oficios en provincias, se vieron
desplazados por la gran autoridad concedida a los nuevos ministros,
intendentes y comisarios. Unos y otros (nobleza sangre y nobleza de
toga) explotarían la impopularidad de Mazarino y la creciente irritación
del pueblo por la grave crisis de subsistencias, la subida de los precios de
artículos vitales de consumo y los gravosos expedientes financieros
dictados por el privado.
La Fronda de los parlamentarios.
La “primera Fronda” fue un movimiento esencialmente parlamentario
(1648-1649). El Parlamento de Paris además de su papel esencial de hacer
justicia, gozaba tradicionalmente de la prerrogativa de “registrar” las
órdenes y edictos reales, con lo que podía presentar “quejas” al soberano,
si bien éste no tenía obligación de aceptarlas. Impresionados por la
historia del Senado romano, y por los logros del Parlamento inglés, los
magistrados parisinos se creyeron llamados a ejercer también funciones
más elevadas. En Francia, el Parlamento de París era la institución que
debía velar por el resto de las “leyes fundamentales” de la monarquía,
incluso ante el soberano. Los parlamentarios eran hombres de gran valía,
cultos, ilustrados y ricos, aunque vanidosos y de ambición por la cosa
publica. Desde tiempos de Richelieu, los edictos que los respectivos
410
parlamentos deberían registrar, venían siendo sustituidos por decretos
publicados directamente por los ministros en nombre del rey; y cuando
no quedaba más remedio que hacerlos pasar por los parlamentos, acudían
a la coacción o a otras medidas.
El Parlamento de París se había opuesto sistemáticamente a los edictos
financieros, lo que había obligado a la Regente a retirarlos o a
modificarlos. Esta función había dado al Parlamento una gran
popularidad. La chispa de la insurrección parlamentaria se produjo en
abril de 1648, al tratarse de la renovación de la “Paulette”. La monarquía,
necesitada de dinero, quiso que se hiciera a cambio de ceder los
beneficiarios sus salarios de cuatro años. Aun cuando los parlamentarios
no estaban afectados por esta propuesta, el Parlamento hizo causa común
con las otras “cortes soberanas” y sus equivalentes en provincias, cuyos
miembros si se sentían dañados. El Parlamento de Paris se comprometió
ese año a tratar el caso con los altos organismos de gobierno. A pesar de la
prohibición de la reina, lo hizo, y todos estos organismos redactaron unas
“Propositions” en las que pedían al gobierno:
Suprimir los intendentes;
No crear nuevos oficios;
Someter todos los impuestos al Parlamento; y
Renunciar a las comisiones extraordinarias de justicia.
El Parlamento de París, en virtud de esa declaración, se erigía en cuerpo
político. Mazarino, con la euforia de la victoria de Lens sobre las tropas
españolas, hizo proclamar que esta declaración era atentatoria a los
derechos del monarca y ordeno la prisión para los cabecillas del
Parlamento. Los parisienses reaccionaron a favor del Parlamento,
levantando barricadas y cercando durante dos días el Palacio Real,
forzando a la reinaAna de Austria a liberar a los detenidos. Pronto la
ratificación de los Tratados de Westfalia, permitió traer tropas del
411
extranjero. El Parlamento, entonces, insurreccionó Paris. La Corte,
asustada, se retiró de París, mientras hacia asediar la capital por un
ejercito al mando del Príncipe de Condé, Luis de Borbón, el vencedor de
Rocroi. Los parlamentarios, inquietos por la agitación popular provocada,
se apresuraron a buscar la paz. En las Conferencias de Rueil (1649) se
comprometieron a no entrometerse en adelante en asuntos políticos y
atenerse a la administración de justicia, a cambio de un perdón general.
La reina y el joven rey entraron nuevamente en París. Aunque de hecho
nada había sido arreglado, pues el descontento contra el gobierno de
Mazarino persistió.
La Fronda de los príncipes.
A la “Fronda Parlamentaria” sucedió la “Fronda de los Príncipes” que
duró de 1650 a 1651. Deseoso de sustituir el poder de Mazarino, el
Príncipe de Condé, orgulloso de sus victorias en Rocroi y Lens, y héroe
por haber acabado con la insurrección parisiense, abandonó la Corte y se
puso de acuerdo con una serie de nobles intransigentes como su hermano,
el Príncipe de Conti o el mariscal de Turena. La coalición entre estos
agitadores nunca fue solida y los bruscos cambios en la situación, debidos
a las diferencias y rencillas entre ellos mismos, no hacían sino complicar y
prolongar la insurrección. Dentro de estos grandes estaba toda una
clientela de caballeros, que, como los feudales de antaño, se consideraban
ligados más por las obligaciones de protegidos hacia sus patronos que por
sus deberes respecto al rey. Los ejércitos, por entonces, no pertenecían al
rey, sino a los nobles y podían servir tanto en la guerra civil como en la
lucha contra el extranjero; además, la noción de patriotismo no estaba
todavía cristalizada. Condé o Turena no veían ningún inconveniente en
negociar con España, nación, por otra parte, a la que el partido de los
“devotos” consideraba la gran defensora de su religión católica.
412
Las insolencias de Condé exasperaron a Ana de Austria, que en 1650, de
acuerdo con su ministro, hizo detenerle por sorpresa junto con Conti y
otros conspiradores y encerrarlos. Entonces surge la guerra civil; Gastón
d’Orleans, tío del joven rey, eterno conspirador, se puso a la cabeza de los
turbulentos. La anarquía se extendió a todo el país. Mazarino pudo
organizar la resistencia y vencer a los rebeldes. Pero los nobles
descontentos reclamaron la liberación de Condé y el exilio de Mazarino.
Sintiéndose aislado, el privado prefirió renunciar a la lucha: liberó a
Condé y se refugio en Colonia (1651). Los Grandes, divididos por sus
ambiciones, no se entendieron. Condé quería todo el poder para sí. Ana de
Austria, aconsejada por Mazarino, explotaba estas divisiones y
decepciones. La situación llegó a hacerse insostenible para Condé, que
hubo de salir de París. En ese momento se proclamó la mayoría de edad de
Luis XIV, que tenia trece años, medida que puso al rey en la posición de
poder tomar la dirección del Estado por su propia cuenta.
Condé refugiado en Guyena firmó un tratado con España por el que, a
cambio de la entrega de varias plazas fuertes, recibía promesa de ayuda
militar y desencadenó un nuevo episodio de la Fronda (1651-1653). Todo
el sudeste de Francia le siguió y la excesiva prisa de Mazarino por
regresar a Paris a la cabeza de un ejército alemán reagrupo nuevamente en
torno a Condé a numerosos “Grandes” y al Parlamento. La confusión
interior había llegado al extremo. Pero esta guerra arruinaba al país en
provecho de algunos ambiciosos sin programa de gobierno acabó por
cansar a todos, especialmente a la burguesía, que nada podía esperar de la
victoria de los príncipes, y prefería seguir a su rey, tampoco aceptaba los
tratos de Condé y Turena con España.
Ahora Turena, congraciado con el rey, cortó el paso a Condé, que al
frente de un ejército franco-español, había sido nombrado por Felipe IV
generalísimo del ejército de Flandes, intentaba entrar en Paris y le
persiguió hasta la capital, donde se vio un violento e indeciso combate.
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Condé pudo refugiarse en París, donde la población estaba dividida. Pero
las insolencias y dureza de Condé, que organizó una matanza de
“mazarinos” y mantuvo el terror, le enajenaron la voluntad de la alta
burguesía e incluso de los Grandes. Cada cual, de su parte, cansado,
procuraba negociar con la Corte. Mazarino advirtió que era el único
obstáculo para el restablecimiento de la paz interna y tuvo la prudencia
de alejarse nuevamente. Luis XIV y su madre pudieron entrar
triunfalmente en París (1652), concediendo amnistía a los nobles y una
“Declaración” prohibiendo que el Parlamento de París interviniera en
cuestiones políticas o hacendísticas. Ana de Austria llamó entonces a
Mazarino, y los que antes le habían atacado ahora lo gloriaban (1653).
Esta vuelta del cardenal significaba el fin de la Fronda. La autoridad real
salía reforzada de la crisis, ya que se había revelado como la única salía
contra la anarquía y la miseria que los nobles habían instaurado por sus
propios fines egoístas. En adelante, la burguesía y el campesinado
apoyarían con agrado el poder real. Así se explica el poder absoluto de
Luis XIV.
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415
Richelieu, el guardián del poder real.
François Bluche
El prestigio de la monarquía.
Todos somos hasta cierto punto victimas de representaciones
románticas del reinado de Luis XIII: la imagen de un rey sin personalidad
dominado por su Cardenal-Ministro. Aunque Luis XIII no tuviera
prestigio físico y padeciera otras imperfecciones en su personalidad, era
estimado por el pueblo, adorado por los soldados, respetado por el clero,
obedecido por sus nobles. Los franceses sentían que su príncipe era un
gran rey; que a este personaje no le faltaba carácter; que este hombre cruel
era sensible; este dubitativo era capaz de elegir bien; que este jefe de
Estado sin carisma aparente era un excelente servidor de la cosa pública.
Y por encima de todo, era el Rey; el Rey, lugarteniente de Dios, regente de
Francia por derecho divino.
Este carácter de la monarquía francesa, particularmente subrayado bajo
Luis XIV, cuando la autoridad religiosa de Bossuet refuerza las
definiciones de los juristas, es una convicción íntima y una realidad
cotidiana en tiempos de Luis XIII.
Richelieu, que lo sabe todo, conoce lo suficiente de derecho y de
teología como para comprender esta encarnación política del hecho
monárquico. A él, la Iglesia lo ha hecho cardenal; en lectura cristiana, Dios
ha hecho Rey a Luis XIII. Servirlo con devoción, fidelidad y con la propia
vida, es obedecer al Todopoderoso y seguir las exhortaciones de San
Pedro. Pretender compartir del poder con el Rey un poder del cual él es
único depositario, sería como un sacrilegio; sería además, contrario a la
tradición monárquica, al sentido común y a la razón misma ya que reinar de
a dos no es reinar. Joseph Berginhabla de “una lograda cohabitación, un poder
compartido entre Luis XIII y su principal ministro”.
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El Rey y el Cardenal.
Muchos elementos pueden explicar la complicidad que, en medio de
constantes obstáculos, unió a un príncipe y a su ministro a lo largo de 18
años. Ambos tenían cuerpos frágiles y padecían de enfermedades, pero
una voluntad de hierro les permitía soportar el dolor y las privaciones.
Ambos son patriotas por razón, por tradición, por sentimiento.
Comparten un evidente sentido de la patria carnal. Practican sus oficios
no por afición al poder abstracto, sino por un innato sentido del servicio.
No cualquier servicio, sino el servicio a Francia. Al ocuparse del Estado
(cuyo significado amplían, exorcizándolo, domesticándolo,
humanizándolo de modo que Estado, patria y Francia se superpongan y se
confundan), modernizan un gran país, obran en conjunto para arraigar
mejor en el reino capetiano un culto de la lealtad a la Corona que se
transforma en patriotismo. Hay una decena de proyectos que los unen sin
discusiones. Quieren que Francia sea grande, prospera, temida, radiante.
Quieren que la soberanía del príncipe simbolice también la del Estado.
Quieren que la nobleza continúe dominando y dando forma al país, pero
que al mismo tiempo éste al servicio de la monarquía reformadora.
Quieren que, ya que no se puede extinguir la “herejía”, los reformados
obedezcan a las leyes del reino y del Rey. Quieren que los gobernadores
sean ejecutores de la voluntad del gobierno, que quienes llevan toga no
exageren su independencia, que los obispos demuestren celo, que la
Iglesia no abuse de sus legítimos privilegios. Quieren hacer de Francia el
primer país de Europa.
Dado que están de acuerdo en tantos puntos, una colaboración estrecha
es lógica. Basta con que cada uno de los actores ponga lo suyo: que
Richelieu no repita jamás los errores de Concini o de Luynes (darle
lecciones al Rey, quererlo dominar) y que el Rey tenga la suficiente
modestia como para aceptar la superioridad intelectual de su adjunto. En
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el presente caso, la devoción real y su natural consideración hacia un
cardenal-sacerdote tendrán un papel que no es de desdeñar, sobre todo a
la hora de sostener una política exterior llena de paradojas en plena
Reforma Católica.
En cuanto a la política interior, Richelieu proponía:
Terminar de reprimir a los hugonotes tomando sus plazas fuertes;
Arrasar todas las fortalezas y castillos del interior y fortificar las
plazas fronterizas;
Impedir a los parlamentos alegar “una pretendida soberanía”
opuesta al “bien del reino”; y
El Rey debía imponer su autoridad siendo absolutamente obedecido
por los nobles, tanto grandes como pequeños;
En cuanto a la política exterior, el Cardenal-ministro aconsejaba:
Si el Rey la suscribe, será una declaración de guerra amortiguada, el
comienzo de esa famosa “guerra encubierta” contra el abusivo
imperialismo de la casa de Austria. Se debe tener como objetivo perpetuo
detener la marcha del avance de España. Francia debe fortificarse,
protegerse y abrir puertas para poder entrar en todos los Estados de
sus vecinos y para poder protegerlos de la opresión de España
cuando ello haga falta.
Se evitará “precipitar una guerra abierta contra España” pero sin temer
“imponerse por la fuerza en Italia” ni excluir “considerar que Navarra y el
Franco Condado le pertenecen a Francia por estas contiguos a sus límites”.
Una fe, una ley, un Rey.
Vencer a los hugonotes, doblegar a los Grandes, desafiar con éxito a la
temible casa de Austria: el tan famoso programa de Richelieu, presentado
como tal en su Testamento Político, es un resumen cómodo y pedagógico,
418
pero triplemente engañoso. Da por supuesto que el todopoderoso
ministro fue un hombre que siguió un programa, una suerte de ideólogo,
mientras que siempre fue un realista, pragmático. Se omite el hecho de
que el supuesto programa fue formulado a posteriori. En fin, se olvida que,
en este sentido, la voluntad real se había expresado desde el fin del
reinado de Enrique IV, sin esperar a que apareciera el Cardenal.
El supuesto programa ternario de Richelieu no es sino una forma de
ilustrar el axioma del derecho público (y de la filosofía política) de la
Francia capetiana: una fe, una ley, un Rey. Una fe remite a que el Rey es
soberano por derecho divino, lo cual lo obliga a respetar la ley de Dios y la
ley natural. Ello supone, en el ambiente de la Reforma Católica, que debe
ser buen cristiano y, más precisamente, buen católico. La defensa de la
Iglesia y de sus privilegios formaba parte de los juramentos de
consagración de los reyes de Francia. Las nuevas guerras de Religión,
cuyo pretexto fue el viaje de Luis XIII a la localidad de Pau (1620) y su
afirmación solemne de la anexión de Navarra comenzaron mucho antes
del ingreso de Richelieu al Consejo (1624).
419
puede ser limitada ni verdaderamente cuestionada. Ahora bien, en el
mundo de la Reforma Católica había por ese entonces juristas, monarcas
y cancillerías capaces de poner en tela de juicio la independencia de rey de
Francia. Invocando una serie de pretextos religiosos y feudales, se lo decía
inferior al Papa y al Emperador. Pero Enrique IV jamás aceptó esas
razones ni esas pretensiones. Se sabe que se aprestaba a combatir a los
Habsburgo, y que esa política ofensiva fue la causa de su asesinato.
El sitio de La Rochelle.
En apariencia, toda una nación ataca a una ciudad rebelde. En realidad,
se enfrentan el Estado legal, legitimo, católico y monárquico y un “contra-
Estado calvinista”, ese “Estado dentro del Estado” que denunciará
Richelieu en su Testamento político. Es decir, que lo que está en juego
sobrepasa ampliamente el marco de “los sueños independentistas
rocheleses”. Su dimensión es incluso internacional, pues Inglaterra,
Holanda y España desempeñan un papel directo o indirecto.
No puede aceptarse que Richelieu haya sido el que comenzó la lucha
contra los hugonotes pues desde 1620 Luis XIII ha combatido a los
protestantes meridionales. Aunque es devoto, el principal objetivo de su
lucha no es la herejía: combate la indisciplina, la anarquía, la rebelión
endémica o activa y provocadora.
Dos elementos obligarán al Cardenal a entrar en la contienda: la
rebelión abierta de Soubise y de su hermano Rohan, y el hacerse cargo de
la nueva y tan importante gestión de gran maestre de la navegación y el
comercio. La Rochelle pasa al primer plano de sus preocupaciones
cardenalicias. Esa ciudad y sus habitantes no sólo representan el aspecto
más visible del desafío reformado, pues allí suelen celebrarse los sínodos,
sino que La Rochelle ocupa un inmenso lugar en el nuevo dominio
administrativo del principal ministro, al ser el segundo o tercer puerto de
Francia.
420
La ciudad tenía un concejo, la pertenencia al cual confería la nobleza
desde 1373, y cuyas prerrogativas se renovaban en cada reinado. Tenía
libertad de comercio, aun en caso de guerra y aun con comerciantes
enemigos. Ningún rey podía entrar a la ciudad sin jurar “sobre el
Evangelio respetar las libertades y franquicias locales”. Es concebible que
tales ventajas y tradiciones se les hubieran subido a la cabeza a los
rocheleses. Respaldándose en ciertos elementos que justificaban la
autonomía, se habían deslizado gradualmente hacia el deseo o la
necesidad de independencia, siendo casi abiertamente republicanos, pues
prácticamente renegaban de la doctrina del derecho divino del Príncipe y
de la lealtad que le deben a este sus súbditos, tan visibles en la Institución
cristiana de Juan Calvino. Simplemente vivían en una república, hasta en
una democracia.
Hacia 1626 la tensión en torno a la cuestión rochelesa estaba en franco
aumento. Rohan y su hermano Soubise realizaban ataques navales
aislados a las costas francesas, en tanto que los magistrados de la ciudad
presionaban a Carlos I y a su favorito Buckingham para que interviniesen
en defensa de sus libertades y privilegios. Hacia 1627 Inglaterra y Francia
se encontraban a punto de romper relaciones. En agosto de ese año,
preocupados por las diversas obras que los monárquicos realizaban en los
alrededores de la ciudad, los rocheleses decidieron abrir las hostilidades,
pidiéndole a Buckingham que les enviara tropas mientras ellos iniciaban
una eficaz guerra de corso. Así provocado, el duro, cruel, paradójico sitio
de La Rochelle se prolongaría durante treces meses hasta 1628.
¿Por qué paradójico? Los sitiados se dicen fieles súbditos de Su
Majestad (bajo reserva de confirmación de sus muy antiguos privilegios)
y –aunque se defienden– se ven obligados desde el comienzo a pactar con
el extranjero. La expedición de Buckingham, mal dirigida por él mismo,
resultó en un desastre. Entretanto, Luis XIII y Richelieu ordenan al
ejercito real cavar una larga circunvalación para bloquear los accesos
421
terrestres a La Rochelle, en tanto que un protegido del Cardenal, el
arquitecto Clément Métezeau, construye una “obra monumental”, el
famoso dique de piedra seca de 1400 metros, para bloquear el acceso al
puerto. Afortunadamente para los realistas, los ingleses no se apresuran
en armar una segunda flota de asalto. Afortunadamente para los
rocheleses, Olivares –provisoriamente aliado con Francia– tampoco se
apresura demasiado en adjudicarle poderío a su habitual rival.
El acercamiento a Madrid se ha hecho en dos etapas. En 1626, el
Tratado de Monzón ha puesto fin al diferendo franco-español en La
Valtelina. En 1627, mientras las relaciones franco-inglesas se estropeaban,
se concluía un acuerdo franco-español dirigido a incomodar a Inglaterra.
Richelieu no esperaba mucho más al impedir un tratado anglo-español,
que representaría la coalición naval más poderosa del mundo, capaz de
aplastar a Holanda, Dinamarca y Francia.
422
El legado del Cardenal.
Según Michel Carmona Richelieu le aportó al reino al menos seis
valores positivos:
423
6) Las bases de la hegemonía francesa: hacia 1642 están sentados y, aunque
no perfectos, son reales y sólidos. “Richelieu ha forjado un ejército,
una marina, una diplomacia, servicios de informaciones y de
espionaje que le dieron al aparato del Estado, cuya sede es París, un
temible poder en el plano internacional.
En contrapartida, los elementos negativos parecen netamente inferiores
en este balance. La brutalidad de la represión a las revueltas populares ha
dejado huellas profundas. La obra naval del Cardenal resultará frágil y su
obra militar, insuficientes (la manía de poner a la cabeza de un ejército
dos o tres mariscales seguirá siendo una pesada desventaja). Pero el
principal error de Richelieu fue haber tratado como enemigos
irreductibles a Port-Royal y al naciente jansenismo.
424
Inventor de la monarquía administrativa, Richelieu está en el origen
de todo lo que convertirá a la Francia del Rey Sol en un Estado moderno
y, para su época, modelo: la conversión de la nobleza al servicio público, el
juego razonable de las instituciones, la disminución del poder de los
gobernadores, el progreso de los intendentes de provincia, la
meritocracia, la reconciliación entre la toga y la espada, el mecenazgo
juicioso de Estado. Y se podría agregar: la ayuda a la Reforma Católica, la
atención puesta en la buena elección de los obispos, el desarrollo de la
evangelización y la colonización del Canadá, el apoyo a las compañías de
comercio, el esfuerzo marítimo, militar y comercial.
425
La Fronda
Roland Mousnier
La primera y la más importante precondición de La Fronda fue la
guerra. Desde 1614 hasta 1629 Francia fue presa de la guerra civil y a partir
de 1624 y durante las décadas siguientes estuvo implicada en la Guerra de
los Treinta Años. Entre 1624 y 1635 participó indirectamente en esta
guerra apoyando a los enemigos de los Habsburgo mediante dinero y
recursos y se apoderó de fortalezas en Lorena, Alsacia, Suiza y Alemana,
cortando las rutas militares que utilizaba el Gobierno español para
mandar tropas, armas y dinero a los Habsburgo austriacos y a los Países
Bajos españoles. Esto fue lo que se llamó guerre couverte, la <<guerra fría>>.
Pero los Habsburgo derrotaron, uno tras otro a sus enemigos. Después de
la batalla de Nordlingen (1634), Richelieu decidió entrar en guerra
abierta contra los Habsburgo, tanto de España como los de Austria,
dando inicio a la guerre ouverte. La Paz de Westfalia en 1648 no significó
para Francia el fin de la guerra. Mazarino continuó la guerra contra
España hasta la Paz de los Pirineos en 1659. Aunque algunos franceses
pretendían lograr el sueño de conquistar toda la antigua Galia, los
propósitos del Gobierno real se limitaban a mantener a independencia de
Francia, acabando para ello con las pretensiones de hegemonía mundial
de los Habsburgo y asegurándose aquellos territorios necesarios para la
defensa de Francia en caso de invasión.
Pero no todos los franceses comprendieron la política real. Muchos de
ellos, los <<buenos católicos>>, los antiguos Ligueurs miembros de la Liga
Católica y hasta aquellos próximos al rey en la corte, como la madre de
Luis XIII, María de Médicis, apoyaron al <<rey católico>> español. Creían
que la política de los Habsburgo era solo una lucha contra la herejía, un
esfuerzo por restablecer el catolicismo, y culpaban al Consejo real de la
guerra y de las alianzas con los protestantes. Estaban dispuestos a
426
rebelarse u aliarse con España. Como mínimo pedían la paz y se resistían
a un esfuerzo mayor en la guerra. Otros, aun siendo partidarios de la
lucha contra los Habsburgo, creían que el gobierno francés podía haber
firmado ya la paz y que prolongaba la guerra sólo para justificar sus
abusos de poder y malversaciones de dinero.
Estas guerras largas y difíciles requerían de un gran esfuerzo nacional y
representaban una pesada carga para los recursos franceses. El Gobierno
real se vio obligado a adaptarse a la guerra, convirtiéndose en un gobierno
de guerra semejante a una dictadura. Se hizo cada vez más necesario el
obligar a todo el mundo, especialmente a la familia real y a los
funcionarios reales, a obedecer inmediata y totalmente. Se hizo necesario
alentar el patriotismo y una mentalidad militar. Sobre todo era de vital
importancia la manutención de las tropas en el frente. El gobierno
aumentó sustancialmente todo tipo de impuestos. No solo estableció
otros nuevos, sino que incluso impuso algunos a ciudades o corporaciones
tradicionalmente exentas de los tributos ordinarios. De esta forma violó
repetidamente las libertades y privilegios locales y provinciales con el fin
de encontrar dinero; y hasta creó una especie de administración
revolucionaria –compuesta por arrendatarios de impuestos, reforzados
por comisarios reales, intendentes y soldados– que sustituía a los
funcionarios normales en la ejecución del poder real.
Además, este diluvio de contribuciones cayó sobre los franceses en un
momento en que su capacidad de pago había disminuido a causa de la
prolongada recesión económica del siglo XVII. El comercio con la
América española era cada vez menos activo y las importaciones de oro y
plata habían ido disminuyendo año tras año, hasta el punto de que en
1650 estos metales eran muy escasos. El aumento secular de los precios
descendió de ritmo hasta 1630 aproximadamente; de 1630 a 1640 los
precios en general se mantuvieron estancados y después cayeron. Como
427
resultado, tanto los campesinos como los artesanos tenían beneficios
menores y menos dinero con que pagar impuestos.
El siglo XVII fue también un periodo de grandes calamidades
atmosféricas; los inviernos eran muy duros, repercutiendo funestamente
en las cosechas y las fuertes lluvias veraniegas también hacían lo propio.
Las cosechas fueron malas y el precio del pan, el alimento principal, se
mantuvo alto. Según el modelo clásico, de esto se derivaron escasez de
alimentos, epidemias, plagas y una alta tasa de mortalidad. Los coetáneos
designaban todo este conjunto de calamidades con el termino mortalités,
siendo las más graves las que tuvieron lugar entre 1630 y 1632 y 1648 y
1653, en la época de la Fronda.
Esta población hambrienta era presa fácil de las epidemias, como la que
tuvo lugar en 1631. La primera consecuencia de estas epidemias fue la
pérdida de mano de obra productiva: los artesanos y los labradores
morían en mayor proporción que los miembros de otros grupos sociales.
La segunda consecuencia fue la interrupción del comercio. Las personas
acomodadas huyeron a sus casas de campo. Los gobiernos municipales
prohibieron a los forasteros el acceso a las villas o burgos, suspendieron
las ferias y los mercados y rechazaron las mercancías procedentes de otras
regiones. Todos estos hechos provocaron una crisis económica.
Las provincias se empobrecieron a causa del hambre prolongada y de
las epidemias. Después de dos o tres malas cosechas, muchos habitantes
de las parroquias rurales, por lo general minifundistas, se encontraron en
la indigencia. Las casas y las aldeas quedaron desiertas. Una gran parte de
la población se dedicó al vagabundeo. No se cultivaba la tierra. Los
precios bajaban. Los pequeños propietarios vendían sus tierras por una
miseria. Los municipios y las comunidades rurales se entramparon para
poder atender a los enfermos y alimentar a los hambrientos. Apenas
habían terminado las horribles consecuencias de una mortalité cuando ya
428
aparecía otra; y a partir de 1630 Francia sufrió crecientes dificultades
económicas y sociales que a veces alcanzaban proporciones catastróficas.
El resultado fue un permanente estado de inquietud. Los disturbios
eran cada vez más frecuentes y todo parecía maduro para la revuelta. Los
casos de delitos contra las personas aumentaron ante los tribunales
judiciales, figurando entre las victimas recaudadores de tributos,
funcionarios y habitantes de aldeas vecinas acusados de no haber pagado
sus impuestos. Algunos nobles, barones y caballeros fueron arrestados
por estos atentados y por haber incitado a sus campesinos contra los
funcionarios de la Hacienda real. En otros casos encontramos los clásicos
motines para impedir la venta de grano fuera de la provincia o de la
ciudad, para protestar por el alto precio del pan o para saquear las
reservas de grano de la Iglesia. En algunos casos se produjeron motines
espontáneos en contra de los soldados, que podían llegar fácilmente a
convertirse en una revuelta organizada.
Las regiones más afectadas por estos sucesos estaban situadas al Oeste
y al Sur de una divisoria que iba aproximadamente desde Rouen hasta
Ginebra. Al Norte y al Este se encontraban, por lo general, las grandes
haciendas regulares y abiertas; los cultivos en gran escala de los
terratenientes franceses del siglo XVIII; al Oeste y al Sur estaban las
fincas pequeñas, irregulares y cercadas donde se practicaba el cultivo a
pequeña escala. Los campos abiertos existían en las regiones agrarias
organizadas para el comercio del trigo, donde grandes cultivadores con
medios capitalistas cultivaban extensas áreas utilizando servidores,
criados y jornaleros asalariados. Tales cultivadores disponían de medios
suficientes para aguantar malas cosechas y recuperarse después. Estaban
interesados en mantener el orden social y en que los pobres, a los que
daban trabajo y salario, guardaran la disciplina. A pesar de que esta región
sufriera los avatares de la guerra (saqueos), por lo general no participó en
las rebeliones en medida apreciable. Las tensiones y disturbios fueron
429
mayores en las regiones de campos cercados, donde modestos aparceros,
con la ayuda de sus familias cultivaban sus campos de tamaño pequeño o
mediano para su propia subsistencia. Normalmente sus reservas de grano
eran pequeñas y dos malas cosechas les ponían al borde de la ruina. En
estas circunstancias los impuestos reales y los derechos señoriales
fácilmente resultaban demasiado pesados para ellos y les empujaban a la
revuelta. Pero normalmente esas revueltas se dirigían contra los
funcionarios de la Hacienda real; y si quemaban casas o castillos, lo
hacían con los de los funcionarios, no con los de los gentilhombres, es decir,
la nobleza militar local. Sólo rara vez atacaban a gentilhombres
individuales; nunca al sistema señorial. En realidad los gentilhombres a
menudo protegían a sus campesinos de los agentes fiscales del rey.
El poder del monarca y la oposición de los Grandes.
Los miembros de la familia real y de las grandes familias nobles del
reino, los llamados Grandes –los duques, condes, marqueses y barones–
se rebelaron con frecuencia durante el período comprendido entre la
muerte de Enrique IV (1610) y la Fronda (1648). Una serie de
conspiraciones se sucedieron en torno a los príncipes de sangre –en
especial María de Médicis y Gastón d’Orleáns, madre y hermano de
Luis XIII, respectivamente– ya que tanto ellos como sus antagonistas
fomentaban las sublevaciones y contiendas civiles en su enconada lucha
por la influencia y el poder en la corte y en el país.
No cabe negar que las revueltas de los príncipes y los Grandes se
hallaban animadas por intereses egoístas, pero también tenían una base
constitucional. Aunque el Reino de Francia no tenia una Constitución
escrita, si existían una Constitución consuetudinaria compuesta de
edictos reales registrados en los parlamentos y de ciertos hábitos y
costumbres, todo lo cual constituía las llamadas Leyes Fundamentales
del reino: una Constitución de facto. Los príncipes pretendían que estas
430
leyes fundamentales habían sido violadas por el rey y que sus revueltas
eran legítimas por que representaban un intento de restablecer la
Constitución consuetudinaria. Aunque personificado en un rey desde la
época de Hugo Capeto, el Gobierno había sido considerado como asunto
de la familia real en su conjunto. Los reyes reconocían el derecho de los
miembros de sus familias a participar en el Gobierno; y los edictos reales
y sus ordenanzas consignaban en sus preámbulos que el rey había
consultado a su madre, a sus hermanos y a los príncipes de sangre.
Una consecuencia de esta teoría era que, mientras el rey fuera menor de
edad (Luis XIII hasta 1614 y Luis XIV hasta 1651), el Gobierno estaba en
manos de un Consejo presidido por el tío del rey de mayor edad y formado
por los príncipes de la sangre y por otros príncipes y Grandes
personalmente leales a él. Por un edicto de Carlos V de Francia, el rey
alcanzaba la mayoría de edad legal al cumplir los 14 años, a partir de los
cuales sus decisiones personales serían decisiones de gobierno. Nadie
tenía derecho a desobedecer la decisión del rey. Sin embargo, los
tratadistas argumentaban que, aunque legalmente adulto, el rey seguía
siendo menor de edad hasta cumplir por lo menos 21 años; y añadían que
hasta ese momento era de hecho el instrumento de confidentes y
déspotas. Por tanto, los príncipes coincidieron que gasta 1621 (para Luis
XIII) y hasta 1658 (para Luis XIV) ellos deberían haber gobernado en
nombre del rey y como estas circunstancias no se habían cumplido, ellos
pretendían el derecho y el deber de rebelarse.
Además, cuando el rey llegaba a la mayoría de edad, se suponía que
gobernaba por sí solo, actuando personalmente, decidiendo la política
según su criterio y sus órdenes. Sus obligaciones eran, ante todo, pedir
consejo a sus asesores naturales –los príncipes de la sangre, los demás
príncipes, los Grandes– y a todas las personas que habían llegado a ser
consejeros de Estado por razón a sus altos cargos. El rey no podía
constituir su Consejo a su gusto. En segundo lugar, estaba moralmente
431
obligado a conservar los mandatos de Dios, el juramento de su
coronación, que constituía una especie de contrato entre el rey y el pueblo
mediante el cual se comprometía a proteger sus vidas, propiedades,
religión, libertades y privilegios. Estaba obligado a observar las leyes
fundamentales del reino, como la ley Sálica, ya que sin estas leyes no
hubiera podido ser rey. Su prerrogativa real derivaba de las leyes
fundamentales que le precedían, que estaban más allá de su poder y que
constituían la base legal de su monarquía. Finalmente estaba obligado a
observar las ordenanzas de sus predecesores y las suyas propias; y si era
preciso cambiarlas, solo lo podía hacer con el consentimiento de su
Consejo de Estado o de los Estados Generales del reino.
Pero ninguno de los tres primeros Borbones actuaron de esta forma, ya
que dejaron el gobierno en manos de sus créatures, sus favoritos, en
tiempos en que surgían dificultades por doquier. Algunos de estos
<<primeros ministros de Estado>> eran simples aventureros que habían
conseguido de modo fraudulento la confianza del rey o de la reina madre
(Concini); otras veces eran hombre de Estado capaces como Richelieu o
Mazarino, adictos a la persona del rey.
Formalmente el rey gobernaba a través de un Consejo de Estado
compuestos por sus créatures personales o por las créatures de su primer
ministro, todos ellos considerados como favoritos del rey. El rey
nombraba a estos favoritos secretaros de Estado, superintendentes
financieros o cancilleres, que a su vez, sugerían al rey a sus propios
favoritos para ser nombrados comisarios reales, los cuales publicaban las
órdenes reales y obligaban a todos a ejecutarlas. Entre ellos se encontraba
los célebres intendentes, individuos que supervisaban los ejércitos en el
frente y eran enviados a las provincias para someter a todos a la voluntad
real. Una cadena de créatures enteramente adictas a su protector se
432
extendía desde el rey hasta el campesino más humilde, exigiendo la
obediencia de todos.
El lema de todos estos hombres era la razón de Estado. La prosperidad
y grandeza del Estado como condición para el bienestar y la felicidad de
todo el pueblo eran la meta suprema y la ley suprema. Para alcanzar esta
meta el rey y sus ministros eran libres de ignorar las leyes, libertades,
privilegios y derechos existentes. No estaban ni siquiera ligados a sus
promesas o juramentos. Salus pública era la ley suprema; y el rey y sus
ministros eran los únicos que podían juzgar acerca de los medios
adecuados para procurar ese bien común. Y a pesar de que los súbditos
del rey desaprobasen su política, el rey, como lugarteniente de Dios e
inspirado por Él, les obligaba en conciencia a obedecer sus órdenes sin
demora.
Los príncipes y sus tratadistas criticaban severamente esta política y
abogaban por la antigua Constitución consuetudinaria. Al actuar así se
granjeaban la simpatía general de los habitantes del reino, que
consideraban al gobierno como una tiranía. Y la teoría del tiranicidio de
las guerras de religión no había caído en el olvido: cuando el soberano se
convertía en tirano los príncipes y magistrados tenían el deber de
corregirle. Si el rey no cambiaba de proceder, aquéllos tenían el deber de
arrestarlo y destronarlo. Y cualquier ciudadano, guiado por el espíritu de
Dios, podía matarle sin cometer asesinato. Aun aquellos que pensaban
que su deber era obedecer al rey y que admitían la necesidad de la
dictadura en tiempos de guerra, no se sentían plenamente a gusto y
esperaban que las nuevas medidas fueran sólo temporales. Muchos
siguieron a los príncipes creyendo que tenían razón y que era moralmente
necesario renovar la Constitución consuetudinaria.
Cuando los príncipes se rebelaban, utilizaban a sus fieles seguidores.
Una de las bases de esta sociedad era la lealtad personal, la fidelité.
433
Algunas personas se entregaban por completo a un superior, sirviéndoles
con cuanto tenían a su disposición, incluyendo su propia vida. El superior
era su señor, su protector, su patrón. Ellos eran sus leales, sus devotos, sus
créatures, a cambio de protección, favor, confianza, amistad, albergue, un
puesto, promoción social, etc. La base de esta fidelidad era la devoción y
el afecto mutuos y voluntarios, un vinculo personal entre dos hombres.
No era Feudalismo, era una relación social sui generis: fidelidad. Entre los
leales no había sólo nombres –funcionarios civiles o militares– sino
también plebeyos. El propio rey no había podido gobernar sin sus
créatures, las cuales le servían fielmente más a causa de su juramento
especial de fidelidad como señor suyo que porque fuera la cabeza legal del
Estado. Cuando el Estado se derrumbó durante la Fronda, el rey y la
monarquía fueron salvados por las miles de créatures del rey, que le
siguieron siendo fieles. Los príncipes también tenían sus créatures y éstas a
su vez tenían las suyas. Como consecuencia de esta cadena de fidelidades,
cuando los príncipes se rebelaban le seguían miles de personas en todo el
reino y hasta provincias enteras.
Las pretensiones de los funcionarios.
El gobierno de guerra de los favoritos, ministros y comisarios del rey
encontraba la enconada oposición y frecuente revuelta de las
corporaciones burocráticas. Los cuerpos más importantes de la judicatura
ordinaria eran los tribunales de bailliages, los présidiaux5y las cortes
soberanas-parlamentos. También existían tribunales de justicia para
asuntos financieros, que ejercían un poder judicial y administrativo y por
encima de ellos, los tesoreros generales de Francia, que tenían la
consideración de miembros de las cortes soberanas. Todos estos
magistrados tenían la misma concepción de sus deberes: debían fidelidad
al rey, esto es, obediencia, pero también debían respeto a la dignidad de
5 Antiguos tribunales civiles y criminales de primera instancia establecidos por Enrique II en 1561.
434
sus cargos, es decir, respeto a la justicia, a la equidad, a las leyes positivas
y morales y a una especie de equilibrio constitucional entre el rey y sus
súbditos. Por ello, en sus jurisdicciones, debían al pueblo protección
contra el poder absoluto del rey. Estas dos últimas obligaciones eran a
menudo causa de que retrasasen la ejecución de las órdenes reales que a
su juicio no reunían los requisitos de equidad y justicia y solicitasen otras
nuevas. También se sentían obligados a respetas las formas legales que
constituían una protección para los súbditos del rey.
Cuando creían que una orden real estaba equivocada, estos consejeros
del rey tenían el deber y el derecho a presentar una remontrance ante el rey,
señalando de qué forma estas órdenes eran erróneas o capaces de acarrear
consecuencias desafortunadas. Este derecho de apelación conducía a
enmendar o a retirar las órdenes reales, o bien a la confirmación de la
voluntad del rey. Era un deber no solo de los tribunales soberanos, sino de
todas las corporaciones de funcionarios. Las remontrances de los
parlamentos tenían gran peso. Al actuar de esta forma las corporaciones
de funcionarios sólo conseguían retrasar la ejecución de las órdenes
reales; pero los parlamentos podían hacer aún más. Los funcionarios de
los tribunales menores, por ejemplo, podían enviar remontrances nada más
que una vez, y si el rey insistía, tenían que ejecutar las órdenes, pero los
parlamentos podían renovar las advertencias hasta ocho veces, a pesar de
la orden real de ejecución. A menudo los funcionarios, en vez de negarse
directamente a obedecer, esperaban hasta que su demora rayaba en
desobediencia y casi en rebelión. Tales procedimientos no eran aceptables
en tiempo de guerra; y estas diferentes concepciones de la función pública
obligaban al rey a utilizar comisionados especiales, entre los que se
encontraban los intendentes. Aunque a Richelieu no le gustaran, hacia
cumplir la autoridad del rey u movilizaban los recursos para la guerra. El
rey también utilizaba arrendatarios de impuestos, los llamados traitants o
partisans. Los funcionarios reales reaccionaron contra el uso de
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comisionados y traitants por considerarlos una ofensa a su dignidad, una
violación de antiguas ordenanzas y un acto de tiranía.
Además, los actos de rey amenazaban sus intereses materiales y su
influencia social. Los funcionarios eran personas privilegiadas y como
tales estaban exentos de impuestos como la talla. Pero en tiempos de
emergencia, el rey encontró otros medios de hacerles contribuir a los
gastos del Estado. El rey les daba sueldos mayores (gages) y les permitía
cobrar honorarios más altos por sus servicios profesionales, pero les
obligaba a cambio a prestarles grandes capitales. Para poder hacer frente
a estas obligaciones, los funcionarios a menudo se veían obligados a pedir
dinero prestado a altos tipos de interés y a comprometer para ello sus
capitales. Para poner las cosas aún peor, a partir de 1640 el indigente
Gobierno real comenzó a reducir los honorarios y gages de los funcionarios
aunque se les siguió exigiendo las tres cuartas partes de sus honorarios
privados. No es de extrañar que los funcionarios contrajeses grandes
deudas con sus parientes y amigos. Los tesoreros de Francia perdieron la
parte más importante de sus gages y honorarios a partir de 1643. Lo mismo
les ocurrió a casi todos los funcionarios.
El Gobierno también empleaba otros métodos que irritaban
enormemente a los funcionarios antiguos. Creaba nuevos cargos y los
vendía, de forma tal que el número de empleados aumentaba
continuamente. También los parlamentos sufrieron cambios. Sin
embargo, para el tesoro real la más provechosa de estas medidas fue la
creación de un nuevo <<semestre>> para cada parlamento. La operación
consistió en exigir que los <<funcionarios antiguos>> ejerciesen sus tareas
sólo durante seis meses del año y en crear otro grupo de funcionarios,
igual en número al de los antiguos, para los seis meses restantes.
Las consecuencias de estas innovaciones fueron desastrosas para los
funcionarios antiguos. Si las aceptaban, tenían menos juicios que
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tramitar, menos operaciones que realizar y por lo tanto honorarios
menores y menor influencia sobre los súbditos del rey. Tanto su autoridad
como sus ingresos disminuyeron. A menudo compraban los nuevos cargos
al rey y, o bien lograban que los abolieran, o bien los acumulaban a los
suyos propios, recibiendo así los correspondientes gages y honorarios.
Pero de cualquier forma la operación era costosa. A la larga los
funcionarios antiguos no fueron capaces de comprar todos los nuevos
cargos y acabaron por pedir a los parlamentos que no registrasen los
edictos que los creaban. Si los parlamentos se veían obligados por el rey a
registrar los edictos, los funcionarios intentaban entonces impedir la
venta de los cargos mediante amenazas a los compradores en potencia,
asesinando a algunos, negándose a recibir a los nuevos funcionarios o
impidiéndoles el ejercicio de sus funciones. A veces los funcionarios
provocaban la inquietud de la población y hasta llegaron a tomar las
armas.
La acción de los intendentes producía el mismo efecto sobre los
intereses de los funcionarios. A partir de 1635 se les encomendó la misión
de supervisar a éstos, investigar sus actos y conducta, recordarles su
deber, rectificar sus errores e informar al Gobierno la situación en las
provincias. En muchos casos se ordenó a los intendentes ejercer con
carácter permanente todas las tareas normales de los funcionarios (en
especial las de los funcionarios de Hacienda), utilizando a los más leales
como comisionados suyos y dejando sólo la ejecución de las simples
formalidades legales. Los funcionarios perdieron su reputación, su poder
y sus beneficios. Odiaban a los intendentes y pedían su supresión.
La naturaleza hereditaria de los cargos condujo a otros choques entre el
Gobierno y los funcionarios. A partir de 1604 se permitía a cada
funcionario pagar una especie de prima anual de seguro, cifrada en la
sexagésima parte del valor estimado de su cargo. Cuando un funcionario
moría, su familia, no el rey, tenía derecho a quedarse con el cargo. Si no
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era así, la familia podía vender el cargo y guardarse el dinero y el
comprador tenia que ser aceptado por el rey. Esta prima de seguro se
denominaba la Paulette, del nombre del traitant Paulet. La Paulette
garantizaba la herencia del cargo, o al menos el capital en él invertido,
pero solo se concedía por nueve años. Al cabo de este periodo existía el
peligro de que el Gobierno no lo renovara. En busca de seguridad, los
funcionarios intentaban obtener renovaciones. Aprovechándose de la
inseguridad de éstos, el Gobierno pedía a las cortes soberanas que
registrasen nuevos edictos financieros y que exigiesen a todos los
funcionarios que se beneficiaban de la Paulette que hiciesen un fuerte
préstamo al Estado a cambio de la renovación por otros nueve años. A
partir de 1620 el Gobierno dividió y debilitó a los funcionarios al otorgar a
algunas categorías –a los miembros de los tribunales soberanos, por
ejemplo– atractivas condiciones para la Paulette, al mismo tiempo que
perjudicaba a otras categorías.
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lo deseaba. Tras nuevas negociaciones el Gobierno y los funcionarios
llegaron a un acuerdo.
439
supremo, pretendía ser mucho más, ya que todos los poderes del monarca
emanaban de la justicia y originariamente, al decidir la entrada en guerra,
el rey en realidad <<juzgaba>> asuntos de Estado. El Parlamento, al
afirmarse como una continuación, ininterrumpida durante once siglos de
la asamblea general anual de los francos en el Campo de Marte, la cual
deliberaba acerca de los asuntos de Estado y recibía el nombre de
Parlamentum, pretendía poseer ahora la misma autoridad y poder de
aquélla. Afirmaba que las resoluciones del Parlamentum en asuntos de
Estado eran soberanas y que sus propias resoluciones en estas materias
también debían serlo. Pretendía que en tiempos de Carlomagno a la
asamblea solo se reunían los guerreros más destacados y que el
Parlamentum no había comenzado a juzgar disputas entre partes privadas
hasta la época de Luis IX, cuatro siglos después; por lo tanto, su función
como tribunal de justicia era accidental y derivada, mientras que su papel
como Consejo de Estado era fundamental. También alegaba que todo su
poder procedía de la voluntad absoluta de los reyes; que era una
emanación de su poder absoluto y que, ejercida durante siglos por la
voluntad de tantos reyes, su autoridad era la autoridad de la realeza. El
Parlamento de París, siendo el templo de la realeza, no podía ser
desposeído de su autoridad y poder por ningún rey determinado.
Además, las decisiones del rey sólo eran <<la voluntad real del monarca>>, y
no un mero capricho, cuando eran <<recibidas>> por el Parlamento. Las
declaraciones, edictos y ordenanzas reales sólo eran ley una vez
verificadas y registradas por el Parlamento. El rey ejercía la autoridad
suprema, pero esta autoridad era máxima cuando decidía y aprobaba las
leyes sentado en su Parlamento, en un lit de justice (sesión real), que era su
verdadero trono, con la ayuda y el consejo de su tribunal soberano, que
representaba el alma de la realeza, siendo el rey sólo su personificación
sagrada.
Las consecuencias de estas ideas fueron las siguientes:
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El Parlamento podía tener acceso en todo momento a todos los
asuntos de Estado, y el derecho de deliberar y decidir sobre ellos;
El Parlamento podía convocar a los vasallos del rey, a los príncipes
de la sangre, a los pares del reino (tanto eclesiásticos como laicos),
los altos funcionarios de la Corona y los consejeros de Estado,
reconstruyendo así la antigua Curia Regis y el viejo Parlamentum; y
El Parlamento podía convocar a los demás funcionarios reales,
examinar los asuntos de Estado y deliberar acerca de las reformas
del Estado.
441
de la Asamblea y del reino, y expresarla a través de sus decisiones, que
eran la ley.
Por tanto, las teorías políticas propuestas por el Parlamento de París
eran en realidad revolucionarias. Constituyeron la base de una oposición
constante que fácilmente se convirtió en rebelión en 1615 y 1648. Una
acción política de este tipo era muy peligrosa. El pueblo tenia un
profundo respeto al Parlamento por ser el templo de la justicia. Sus
sentencias y juicios gozaban de la máxima autoridad y muchos súbditos
del rey, cuando negaban obediencia al Gobierno o en caso de rebelión, se
sentían justificados por la constante crítica del Parlamento de Paris
contra el Gobierno real. Los parlamentos de las provincias presentaron las
mismas peticiones, compartieron las mismas pretensiones y gozaron de la
misma autoridad en sus jurisdicciones, donde eran venerados como los
<<padres del país>>.
Los abusos fiscales del Gobierno real.
El Gobierno real creó amargos resentimientos al violar las libertades y
privilegios de las provincias. Muchas de ellas conservaban sus cuerpos
representativos, los Estados provinciales, asambleas con diputados de
los tres estamentos. Aún cuando los estados provinciales del centro del
reino habían desaparecido, en las provincias distantes aún se mantenían.
En general sus privilegios se mantenían intactos. Tenían el derecho a
aceptar los impuestos después de discutirlos con los enviados del rey; de
repartir y recaudar tributos a través de sus propios funcionarios; de
proponer y financiar obras publicas tales como carreteras, puentes y
canales; podían presentar peticiones al rey; y de solicitar resoluciones,
edictos y declaraciones reales.
Agobiado por las exigencias financieras de la guerra, el Gobierno real
violaba continuamente los privilegios de los estados provinciales. Los
representantes no podían reunirse por su propia voluntad, sino que
442
tenían que ser convocados por el rey. En algunas provincias el rey reunía
los estados cada vez con menor frecuencia.
A veces el rey intentaba imponer tributos a las provincias, a menudo
designando nuevos funcionarios reales para que se encargaran de su
recaudación. Estos abusos reales produjeron la indignación del pueblo y a
veces unieron a todos los estratos de la población contra el rey. Los
habitantes consideraban la provincia como su <<patria>> y a los miembros
de los estados provinciales como sus protectores y como los <<padres del
país>>.
Lo mismo ocurría con los mismo ocurría con los municipios. La mayoría
de ellos habían recibido privilegios y franquicias de reyes sucesivos; y aun
cuando se trataba de concesiones reales, los habitantes consideraban
sagrados estos derechos. En muchos casos el Gobierno se vio obligado a
limitar algunas de estas franquicias y tales limitaciones condujeron a
menudo a la oposición, rebelión y sublevación de un sector de la
población.
El drama de los gentilhombres.
Una parte de la nobleza, los gentilhombres, a veces procedentes de
familias muy antiguas de la nobleza de sangre, se sentía frustrada por su
posición en el Estado y la sociedad. Ante todo creían que ellos debían
ejercer el poder: el político, el judicial y el administrativo. Pensaban que el
reino había sido creado y cimentado con la espada y la sangre de la
verdadera nobleza, los gentilhombres, y que el reino se seguía
manteniendo gracias a ellos. Sus cualidades provenían de esta sangre. Y su
sangre, su raza, lo mismo que sus servicios, les daban el derecho a mandar.
El clero estaba capacitado para imponer las leyes de la religión, pero era a
la verdadera nobleza la que correspondía imponer las leyes políticas.
Mandar como militares o magistrados era la esencia de la nobleza y de los
gentilhombres.
443
Pero ellos habían sido despojados de su derecho por los plebeyos, el
estado llano. Gracias a la venalidad de los cargos, los simples burgueses,
los viles mercaderes monopolizaban los cargos reales. Los gentilhombres
odiaban la Paulette, a la que consideran como el medio de conservar estos
cargos en manos de los plebeyos. Verdad era que para ejercer los cargos
más importantes como los de las Cortes soberanas o del Consejo real,
los plebeyos tenían que ser elevados a la nobleza de acuerdo con la
Constitución consuetudinaria; pero para los gentilhombres esta nobleza
civil, esta noblesse de robe (nobleza de toga) no era verdadera nobleza, eran
simples burgueses. Pero pretendían estar inmediatamente por debajo del
rey y mandaban al <<pueblo>> como si fuesen los funcionarios del monarca;
y para ellos el <<pueblo>> estaba compuesto por el clero, la nobleza y los
plebeyos. Para los gentilhombres estas pretensiones resultaban
inadmisibles.
Los gentilhombres se quejaban de ser juzgados en causas penales por
estos funcionarios reales. Un simple sacerdote sólo podía ser juzgado por
jueces eclesiásticos; un plebeyo era juzgado por plebeyos. Pero los
gentilhombres eran juzgados por personas que les eran inferiores en
rango social. Querían ser juzgados por otros gentilhombres. Reclamaban
todos los puestos, no sólo los militares sino también las dignidades
judiciales y eclesiásticas. Pedían que por lo menos se les reservase una
tercera parte de estos cargos en los tribunales de justicia.
Los gentilhombres también protestaban de que su inmunidad fiscal
hubiera sido violada. Estaban exentos de las tallas, pero el Gobierno gravó
con impuestos a los arrendatarios de sus tierras, los cuales se vieron en
consecuencia obligados a pedir a los gentilhombres una reducción de la
renta. Además, se veían obligados a pagar impuestos indirectos sobre los
alimentos.
444
Los gentilhombres se lamentaban de que no les estuviese permitido
dedicarse al comercio. Habían tenido siempre el derecho a cultivar
directamente las tierras de sus dominios, con la ayuda de sus domésticos
y servidores, sin por ello perder su noble calidad ni sus privilegios. Pero
los funcionarios de la Hacienda real pretendían que los gentilhombres
cultivaban demasiada tierra y querían someterles a ellos y a sus
domésticos al pago de la talla. Por ello los gentilhombres se sentían
despojados de todos sus derechos, privilegios y libertades; y como
resultado, a menudo se unían a las revueltas de los príncipes de la sangre
y de los grandes del reino.
Un aspecto de la rivalidad entre los gentilhombres y los funcionarios
reales era la lucha permanente en muchas provincias entre el gobernador
y el parlamento local. Los gobernadores eran gentilhombres de ilustre
prosapia y dignidad, propietarios por lo general de extensos dominios
señoriales en las provincias a las que eran enviados, y miembros de alta
graduación en el ejército real. Encargados de ejercer el poder
gubernamental del rey en las provincias, a menudo intentaban por medio
de sus créatures crear principados para ellos mismos. Sus intentos
encontraban la fuerte oposición de los parlamentos, que pretendían ser
los dirigentes, protectores y administradores de las provincias. Estos
choques conducían a menudo a motines y a sublevaciones populares que
ambas partes atizaban.
En su antagonismo hacia los funcionarios de la Hacienda real y el
Consejo real, los gentilhombres incitaban y hasta dirigían a sus
campesinos, con quienes tenían intereses comunes. Los protegían de los
alguaciles y les recomendaban no pagar impuestos. Las cartas de los
intendentes de las provincias al canciller y a los secretarios de Estado
están llenas de quejas contra los gentilhombres y hasta contra los
funcionarios reales que poseían feudos y señoríos en la provincia y que
actuaban del mismo modo que los gentilhombres. Muchos de los motines,
445
revueltas y sublevaciones de los campesinos eran provocados
directamente por los gentilhombres o por sus empleados y criados, y a
veces incluso eran ellos los que las organizaban y dirigían. Todas las
sublevaciones campesinas estaban provocadas indirectamente por los
gentilhombres, los funcionarios reales, los príncipes, la crítica
parlamentaria del Gobierno real y su política, y por la amplia propaganda
contra el gobierno en general.
Conclusión
Príncipes, Grandes, gentilhombres, funcionarios, mercaderes,
artesanos, campesinos, provincias y municipios: todos tenían razones
para recurrir a la revuelta, pero no todos se rebelaron. En definitiva, las
rebeliones y sublevaciones fueron cosa de minorías, puesto que un gran
número de habitantes del reino permanecieron leales al rey y obedientes
al Estado. Tal vez muchos compartiesen las ideas de los rebeldes, pero
terminaron por prevalecer en ellos otros sentimientos, más apegados a la
lealtad al rey que a la realidad material que estaban viviendo.
446
Luis XIV: Política interna de un reinado polémico.
I. EL REY SOL.
447
era necesario que vivieran cerca, primero en Saint Germain, luego en
Versalles.
El pueblo fue legalista, fiel, soportó todo con paciencia por su Rey.
Desde 1675 no se produjeron revueltas campesinas y la de los camisards
449
tuvo motivos religiosos. El pueblo del campo era católico, asistía a
festividades religiosas ya sea para dar gracia o para pedir por su soberano
y por Francia. La revocación del Edicto de Nantes reforzó este fenómeno
que cimentó el patriotismo francés.
451
Para Erlanger se iniciaba si una fase revolucionaria que implicaba un
cambio total, una época de dominio de un hombre sobre un país hasta
lograr la identificación con el otro. La resolución real era tan grave como
un golpe de Estado pues hacia medio siglo que un rey no gobernaba
personalmente. Según Bluche no se puede hablar de golpe de Estado
porque Luis se mantuvo fiel a la tradición monárquica, el sistema de
gobierno era nuevo solo en su dosaje y estilo pero conservó el equilibrio
entre el poder de los hombres y el de los organismos colegiados.Para
comprender la reforma política que encaró Luis XIV al asumir el gobierno
conviene tener en cuenta el legado político que le dejaba Mazarino:
452
Consejo Real recibía distintas denominaciones según quienes lo integren
y los asuntos que se tratasen:
453
Tal vez lo más novedoso del sistema adoptado por Luis sea el
desenvolvimiento del trabajo del soberano, ya que, antes de tomar una
decisión se informaba personalmente a través de sus colaboradores, de
sus jefes de servicio, de técnicos en cada materia a tratar. De este modo el
rey procuraba evitar la arbitrariedad de los funcionarios y el despotismo
ministerial. La monarquía absoluta daba paso a la monarquía
administrativa, en la que el rey ejercía su oficio de rey, participaba en las
reuniones de Consejo, se asesoraba y luego decidía las medidas a adoptar.
454
los arzobispos de Toulouse y París, que se reunía una vez por semana y
decidía la distribución de los beneficios y toda la política religiosa.
455
oficiales y marineros y para eso Colbert se encargará de organizar la
instrucción y la disciplina de los hombres. Del importante papel de la
diplomacia será dirigida directamente por el Rey y por su consejero
Lionne.
456
llevaban a la reunión general un mandato imperativo: los cuadernos
de queja de cada región y de cada orden. Sus reuniones no eran
periódicas, eran convocadas por el Rey y debían debatir sobre los
temas para los cuales se los había convocado. Cada estamento se
reunía por separado y luego de la discusión del tema se procedía a la
votación por orden, el resultado debía llegar al consenso pues sin no
estaban de acuerdo todos se perdía el voto. Posteriormente se
presentaban todos los resultados en la Asamblea General y también
allí para que la resolución fuera favorable se necesitaba que le voto
de los tres órdenes fuera el mismo, en caso contrario no se aprobaba.
Se convocaban para votar nuevos impuestos o para conocer los
deseos del rey.
Estados particulares o provinciales: estaban compuestos por los
tres estamentos, sus miembros no eran electivos ni recibían
delegación de los habitantes, se designaban de acuerdo a la
costumbre. El clero y la nobleza elegían entre sus pares, el tercer
orden estaba sólo representado por habitantes de las ciudades
nombrados por lo general por los funcionarios municipales. Según
las regiones, se reunían cada uno, dos o tres años, por convocatoria
real, eran presididos por el gobernador de la provincia que
representaba al Rey y luego por los intendentes. Se votaba por
estamento y cuando dos de ellos llegaban al consenso. Eran los
representantes de la cosa pública, del interés general del país ante el
rey con el que negociaban los problemas de unidad con la corona,
revisaban las costumbres, presentan las quejas por medidas reales,
etc. Durante el reinado de Luis XIV colaboraron estrechamente con
los intendentes.
Parlamentos: eran tribunales con atribuciones judiciales, políticas y
administrativas. Existían trece en todo el reino pero el más
importante era el Parlamento de París. Para que una ley o edicto
pudiera ser aplicada el Parlamento debía registrarla y sino debía
457
estar la presencia material del rey en la sala parlamentaria. Los
parlamentarios llegaron a ser una verdadera casta, la nobleza
togada, ya que el cargo se obtenía por compra y ennoblecía.
En primer lugar el rey era absoluto, palabra que señalaba más sus
cualidades que al ostentar el poder y cuando se refería a éste entrañaba
integridad e independencia. Su origen se remontaba a las épocas de lucha
entre el Imperio y el Papado para obtener el dominium mundi o gobierno
supremo de la Cristiandad, o bien, se usaba para señalar la autoridad
terrenal exclusiva en sus dominios. Para Jean Bodin, la soberanía era la
potencia absoluta y perpetua de una república, el único nexo de cohesión
social, no estaba limitada ni en poder, ni cargo, ni tiempo determinaba.
Agregaba que el príncipe era soberano, las leyes derivaban de su voluntad,
rendía cuentas solo a Dios, pero al ser la imagen de este estaba sujeto a la
ley divina, a la ley moral y la natural que emana de Dios. Por lo tanto al ser
absoluta, la monarquía era suprema, inapelable, estaba absuelta a rendir
cuentas a sus súbditos, pero eso no significaba que fuera tiránica.
458
En su carácter de soberana la monarquía tenia poder para hacer las leyes.
De estsa soberanía legal se derivaban los poderes del rey, los derechos
reales: dictar leyes, acuñar moneda, nombrar funcionarios y magistrados,
decidir la guerra o la paz, convocar a los estados generales o provinciales,
otorgar privilegios, etc.
460
diversidad impositiva según las regiones, privilegios, costumbres,
idiomas, la lejanía del poder central.
Para Luis el rey debía ser un hombre de acción, marchar por delante de
todos para la gloria propia y del Estado. Para cumplir con sus deberes y
obligaciones el príncipe debía contar con dos armas: su trabajo personal y
un equipo eficaz de colaboradores. Debía estar enterado de todo,
escuchar, pedir que le rindan cuentas. Por eso tenia que saber trabajar en
equipo y saber encomendar las tareas a personas con talento. Gobierno
personal no significaba gobierno en solitario, sino rodearse de los mejores
hombres, de aquellos que estaban cerca del pueblo, que tenían
experiencia en el Estado. Estos hombres eran para él indispensables, pero
era el Rey siempre el que decidía.
461
El Estado era Francia y Francia amaba a su Rey. El príncipe era un
personaje público y los actos de su vida se realizaban en público. El rey
estaba cerca de su gente, estaba presente en cuadros, medallones,
monedas y también en símbolos como modo de alentar la fidelidad y el
patriotismo. El Estado no era una abstracción, cuando el Rey decidía en
nombre del interés del Estado lo hacia en nombre de Francia: reino y
nación, pero sobre todo patria. No se trataba de un Estado en si mismo,
sino de un Estado francés o mejor de un Estado-Francia. La fidelidad
dinástica, la unión del trono, del altar y del pueblo eran imperativos de la
definición de nación, la irradiación personal de la persona de Luis y
especialmente las desventuras de finales del reinado lograron que el
Estado fuera sinónimo de patria y de Francia. El Estado era para Luis la
coraza que protegía a Francia.
IV. EL COLBERTISMO
Para Luis XIV la finalidad de la política nacional era la “Gloria del Rey y
el bien del Estado”, premisa que Colbert convertirá en axioma. Como esa
gloria se basaba especialmente en la suerte de las armas, era necesario
contar con un ejército permanente y moderno y para lograrlo se requerían
fuertes entradas fiscales que se lograrían con un acrecentamiento de la
riqueza.
462
1. Había que controlar las importaciones, dejar penetrar las materias
primas que se necesitaban y establecer tasas disuasivas para
introducir productos terminados, lo que implicaba contar con
aduanas interiores;
2. Favorecer la exportación de productos acabados. Estos suponía
desarrollar la producción interna para satisfacer la demanda
exterior, reducir la demanda interna de productos extranjeros,
acrecentar el intercambio comercial tanto terrestre como marítimo.
463
culto); reducción o supresión de la talla; exención de cargas públicas o
privadas. Las corporaciones de oficios fueron reglamentadas y
controladas para asegurar la calidad.
464
e inglés. A cada una de ellas se le atribuirá un sector geográfico
determinado. La Compañía de las Indias Occidentales (1664-1674) operará en
las islas francesas de América, la Guayana y el Canadá, realizará el
comercio entre Francia, las costas de África y las Antillas; se dedicará al
comercio de esclavos, de índigo, de tabaco, tendrá el monopolio del
refinamiento del azúcar y también su comercialización. Si bien el accionar
de la Compañía enriqueció a muchos armadores franceses no pudo
impedir el contrabando holandés. La de las Indias Orientales (1664)
comerciará con los países del Océano Indico, durará todo el reinado pero
con dificultades pues tuvo que enfrentarse a la oposición de los
holandeses que acaparaban el tráfico de especias. La de Levante (1678)
tendrá a su cargo el comercio mediterráneo, pero ante la presión de los
negociantes marselleses será sustituida por la Compañía del Mar
Mediterráneo (1685) formada por ellos. Las Compañías de Senegal y Guinea
(1685) obtendrán el monopolio de la trata de negros en detrimento de la
de la Indias Occidentales; la Compañía del Norte dedicada al comercio
con el Báltico tendrá una existencia efímera pues no pudo competir con
los holandeses y con la Hansa.
465
El sistema financiero
466
3. Los Países de elección, regiones que elegían a los funcionarios que
percibirían los impuestos.
La talla era un impuesto directo cuyo monto anual era fijado por el Rey
y el Consejo. No lo pagaban ni el clero ni la nobleza. Luis XIV intentó
hacer un reparto más equitativo, suprimió algunas exenciones, trató de
incrementar los aportes de los grandes propietarios. La iniciativa más
importante fue la implementación de la capitación (1695), impuesto que se
pagaba por cabeza e incluía a todos los súbditos, desde el Delfín al último
jornalero. Para aplicarlo primero se realizó un censo y luego se dividió a la
población en veintidós jerarquías que tenían en cuenta: la dignidad, el poder,
la riqueza, la consideración. De acuerdo a esa jerarquía era el monto que se
debía abonar. Como lo recaudado no alcanzaba para sufragar los gastos
de la Guerra de Sucesión de España se estableció, en 1710, un impuesto
fijo sobre las rentas, el décimo. Ese 10% se aplicó sobre los ingresos de los
oficios, los bienes mobiliarios e inmobiliarios, los derechos señoriales, los
cargos, los beneficios comerciales.
Los resultados.
468
Aunque no se creó una nobleza comerciante, sí se permitió que los
concesionarios ennoblecidos pudieran continuar con sus negocios.
Colbert pretendía que los fondos de los particulares fueran sustituyendo
progresivamente a los del Estado para que se llegara a la libertad de
comercio. Pero, la falta de capitales, la resistencia de los mercaderes, el
hecho de que muchos accionistas fueran parisinos, la lejanía, el costo de
las expediciones, la falta de buenos administradores, la escasez de colonos
y barcos para competir con países rivales, frenaron los planes y llevaron al
fracaso de las Compañias. Tampoco los artesanos y obreros demostraron
gran celo por obedecer las directrices del ministro. Sin embargo, las
manufacturas del Estado funcionaron bien aunque el resto no fue rentable
ni durable.
469
La industria francesa en la época de Colbert se enriqueció tanto en la
cantidad como en la calidad de sus productos. Estableció la marca de
fábrica que luego fue instaurada por todos los Estados. El tesoro francés
incrementó sus recursos y esto le permitió a Francia no sólo desarrollar
una activa política exterior, intervenir en sucesivas guerras y consolidar
su hegemonía, son también volcar los beneficios en la construcción de
fortalezas, palacios, edificios públicos, entre los que se contaron
hospitales y hospicios, canales de navegación, rutas terrestres, que dieron
trabajo a buena parte de la población. Además el Estado francés pudo
colonizar parte de América del Norte y de las Antillas; asentarse en la
India, Senegal, Guinea; por el fabuloso incremento de su marina mercante
y de su armada tuvo presencia en todos los mares del mundo. Otros
méritos del Colbert fueron establecer el presupuesto del Estado, realizar
encuestas permanentes para saber cuál era la situación y poder ir
variando las medidas económicas de acuerdo con una política pragmática.
470
UNIDAD DE FE, UNIDAD NACIONAL
472
Cristiandad, cuyo poder provenía de Dios mantuviera un dualismo
religioso en sus Estados.
473
En 1682 se multiplicaron las dragonadas; se aplicó cada vez de forma
más estricta el Edicto de Nantes; se demolieron templos protestantes, se
prohibieron ciertos oficios para los hugonotes, así como las reuniones
fuera de los templos y sin la presencia de pastores. También estableció
que los bienes de aquellos serian confiscados en caso de emigración; se
redujo la reunión de los Consistorios y cuando lo hicieran debían contar
con la presencia de un juez real. Los protestantes perdieron el derecho a
estudiar ciertas carreras como abogacía o a escribir obras de teología.
Todas estas medidas van a favorecer tanto las emigraciones como las
conversiones forzadas y van a respaldar la idea de que, como no hay
protestantes, la legislación a favor de ellos, el Edicto de Nantes, ya no
tiene razón de ser. El Edicto de Fontainebleau de 1685 sancionó la
prohibición del ejercicio público de la religión reformada; obligó a los
pastores a convertirse en dos semanas o a emigrar; vedó al resto de los
fieles el derecho a huir del país y a llevarse sus bienes; se ofreció una
amnistía y la recuperación de sus bienes a aquellos emigrados que
quisieran volver y convertirse y se condenaría con penas severas quienes
no cumplieran el Edicto.
Hubo dos formas de política represiva contra los hugonotes. Por una
parte, las restricciones, la supresión de la libertad de culto, la exclusión de
los empleos, y por otra, la conversión forzada por coacción. Mientras las
primeras eran solicitadas por los católicos devotos, por la Asamblea del
474
Clero, las segundas no. La política religiosa de Luis XIV consistía primero
en convertir, luego revocar, después convencer. Esta política podría
basarse en el método mecanicista de Pascal, difundido entre las elites y
los gobernantes, pues al considerar al hombre formado por distintas
piezas, las autómatas y el espíritu, para convencerlo era necesario primero
pautar su automatismo reglando sus hábitos. Era la lógica del dragón
seguido de la fuerza. Para la justificación teológica al empleo de la fuerza
se recurría a San Agustín.
475
La cuestión jansenista
476
En defensa de las ideas de Arnauld, Blas Pascal publicó Cartas a un
Provincial que fueron condenadas por una Bula Papal. Cuando la Asamblea
del Clero quiso imponer un formulario obligando a los prelados a aceptar
la Bula muchos se negaron a firmarlo y Mazarino no quiso imponerlo por
la fuerza dada la calidad y los altos cargos que ocupaban los jansenistas.
En 1661 la Asamblea confirmó el formulario y un Edicto real estableció
que su firma era obligatoria por toda la jerarquía de eclesiásticos. Aunque
Arnauld tuvo que huir, sus amigos continuaron defendiendo su postura y
él mismo, hasta su muerte, siguió afirmando que sus ideas se basaban en
San Agustín y en los Padres de la Iglesia, no en Calvino ni en Lutero; si
reconoció la ausencia de confianza en las fuerzas humanas y que la
predestinación del creador reconfortaba al hombre.
Ante las nuevas disputas por la firma del formulario, Luis XIV recurrió
a la autoridad pontificia para que se expidiera sobre el tema. Por la Bula
Unigenitus (1713) el Papa se pronunció contra el jansenismo y condenó
477
ciento una proposiciones heréticas de las Reflexiones Morales, obra del
padre Quesnel, jefe del grupo luego de la muerte de Arnauld. Su
aplicación acarreó nuevamente conflictos y dividió al episcopado francés.
En los treinta años transcurridos desde el acuerdo de paz el jansenismo
había ganado terreno especialmente en el Parlamento de París. Esto,
combinado con un galicanismo hostil a toda intervención papal en los
asuntos del clero francés, motivó que esa corte se negara a registrar la
Bula y que Luis XIV recurriera al lecho de justicia para lograrlo. El
documento fue aceptado por doce obispos, pero quince se negaron a
hacerlo y fueron condenados al exilio. Otro motivo de pugna fue la
obligación que tenían los sacerdotes de expedir una papeleta de
aceptación de la Bula para poder impartir los sacramentos.
El Galicanismo
478
El Galicanismo “designa una doctrina, y también una conducta del clero y de la
nobleza francesa, que tiende a afirmar algunos privilegios propios de la Iglesia de
Francia, particularmente a confirmar una cierta independencia de Roma y una cierta
supremacía del rey sobre la Iglesia”. Además afirma la supremacía del Concilio
sobre el Papa.
480
481
VI. LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL REINADO
482
Otro aspecto conflictivo será el referido a los hugonotes. Muchos de
ellos habían violado el Edicto de Fontainebleau, los pastores que no
emigraron seguían predicando, se realizaba el culto de forma clandestina
por lo que fueron duramente perseguidos. Durante la Guerra de Sucesión
de España, el asesinato del abad de Chayla (perseguidor de los
hugonotes) desencadenará, en 1702, la rebelión de los camisards. Los
hábiles jefes hugonotes harán fracasar en principio al ejército real, aunque
más tarde serán reducidos por la vía diplomática.
483
una nueva guerra de gran magnitud. Las remotas hostilidades revelaban
fuertes tensiones latentes: la crispación religiosa en el Imperio, y la mortal
oposición entre Francia y los Habsburgo. Los conflictos estuvieron
localizados, por un lado, en la región renana, por su situación estratégica
para el Imperio, y en el norte de Italia, por otro. Ambas regiones fueron el
campo de batalla entre Francia y España, siendo ésta ultima la que de
momento ganó la contienda gracias al asesinato de Enrique IV en 1610 y
el apoyo del partido devoto que alentaba la regente María de Médicis.
484
situación insostenible y si bien se veía en algunos ministros como algo
degradante e inaceptable negociar con los rebeldes en igualdad de
condiciones, la realidad terminó por imponerse y en 1609 las Provincias
Unidas firmaron una tregua por doce años en calidad de potencia
soberana.
Mientras se firmaba la tregua entre españoles y holandeses, en el
Imperio, las tensiones político-religiosas habían llegado a una situación
límite. Los protestantes –tanto luteranos como calvinistas– ante la
presión católica, impulsada sobre todo por Maximiliano de Baviera y por
el Emperador Rodolfo II, decidieron en 1608 formar la Unión
Evangélica. La formación de esta liga forzó a los católicos a seguir el
mismo ejemplo, constituyendo la Liga Santa en 1609.
En Italia, lo que estaba en litigio, por parte de España, eran sus
dominios en la península y el mantenimiento de la “ruta española” esto es,
el camino por el que las tropas y el dinero español podían llegar desde
España, vía Génova y Milán, hasta Bruselas, y las comunicaciones con la
Alemania de los Habsburgo. Enrique IV había fortificado sus fronteras
orientales con el fin de dificultar el camino español y también buscó la
mejor cooperación posible con los Estados amigos, aprovechando el
sentimiento de repulsión hacia el dominio español.
Los conflictos se localizaron en Monferrato y en la Valtelina, dado que
se encontraban en el comienzo de las comunicaciones desde Lombardía,
clave de la política española en el norte de Italia, hacia Flandes y hacia
Alemania, respectivamente. La Lombardía española estaba flanqueada al
Este por Venecia y Mantua y al Oeste por el Piamonte y Monferrato.
Mantua y Monferrato pertenecían a la casa ducal de los Gonzaga. La
Valtelina era un valle que ofrecía rutas militares, difíciles, pero
practicables desde Milán hacia el Tirol, por el Este, y hacia el Rin, por el
Norte. Era una de las encrucijadas por las que en una y otra dirección
485
pasaban mensajeros, tropas y dinero. Su población, fundamentalmente
católica dependía de las Ligas Grisonas, mayoritariamente protestantes
zwinglianos, y formaba parte de la Confederación Suiza.
El Duque Carlos Manuel de Saboya, pretendiendo convertirse en el
“Libertador de Italia” de la opresión española, decidió ocupar el
Monferrato en 1614, aliándose con Francia y con Venecia. El Duque de
Mantua, aliado de España, solicitó la ayuda de los virreyes españoles que
lograron rechazar con éxito la invasión de Carlos Manuel y obligaron a
éste a devolver lo conquistado al duque de Mantua.
En cuanto a la Valtelina, los intereses conjuntos de Francia y Venecia se
opusieron allí a los de España y Austria. Enrique IV había firmado en 1602
un acuerdo de amistad con las Ligas Grises; pero el gobernador español
del Milanesado ocupó el mismo año ciertos territorios que le
proporcionaba a Lombardía una salida al mar Tirreno, a la vez que mandó
construir algunos fuertes para tener el control de la Valtelina. La revuelta
de Bohemia convertiría en 1618 a la Valtelina es pieza esencial tanto para
España como para Austria, pues aseguraba la posibilidad de ayuda militar
desde Italia al Imperio.
Los orígenes del conflicto. La cuestión bohemia.
Bohemia representa un caso particular dentro del Imperio. Forma un
Estado que comprende Bohemia propiamente dicha, más Moravia, Silesia
y las dos Lusacias, cada una de las cuales tiene su propia dieta. La corona
es electiva, pero desde 1526 la conservan los Habsburgo. La situación
religiosa es compleja porque Bohemia ha quedado excluida de la Paz de
Augsburgo, aunque los católicos constituyen una minoría (en general es
la clase dirigente); más numerosas eran otras dos confesiones religiosas
nacidas de la revolución hussita del siglo XV: la Iglesia utraquista y la
“Unión de los Hermanos”; ambas fundadas en el patriotismo checo
antialemán; finalmente existían comunidades luteranas y calvinistas.
486
La importancia de Bohemia radicaba en su estratégica situación entre
las tierras alemanas y los demás dominios de los Habsburgo (Austria y
Hungría). Por su condición de reyes de Bohemia los Habsburgo figuraban
en el colegio de siete electores imperiales. Pero la administración no era
fácil. El gran canciller, nombrado de por vida por el rey, debía tener en
cuenta las atribuciones de la Dieta, sin el acuerdo de la cual no podía
promulgar leyes constitucionales, imponer gravámenes ni conceder
privilegios. Rodolfo II intentó por medio de su canciller simplificar y
centralizar la administración en manos del monarca y de sus ministros, en
detrimento de la Dieta, provocando descontentos. Más grave aún era la
situación religiosa, ya que Rodolfo II procuraba favorecer el catolicismo
pero la resistencia protestante lo forzó en 1609 a conceder la “Carta de
Majestad”, por la que dejaba libertad completa de conciencia y amplia de
culto a los nobles, con la condición de unirse en una sola Iglesia, la
Confesión Checa. A esta institución se le daba participación en la Dieta y
sus derechos estarían garantizados por “defensores” elegidos por la
misma. Los católicos se sintieron disgustados por dichas concesiones.
Con el Emperador Matías (1612-1619), sucesor de Rodolfo, siguió una
relativa tranquilidad, pues estaba enfermo y trató de eludir el problema.
Como no tenía hijos, designó sucesor a su primo Fernando de Estiria,
ferviente católico. Fernando tuvo la prudencia de confirmar los privilegios
de Bohemia y especialmente la Carta de Majestad. Pero los católicos, que
habían acogido con particular agrado su elección como Rey de Romanos,
se animaron a reducir el culto protestante.
La defenestración de Praga y el estallido del conflicto checo.
En 1617 durante el viaje del Emperador Matías a Hungría para hacer
reconocer a Fernando como su sucesor, un incidente más en la
interpretación de una cláusula de la Carta de Majestad hizo estallar el
conflicto. El Consejo de Regencia, compuesto por siete católicos y tres
protestantes, ordenó la destrucción de dos templos ilegalmente
487
construidos en 1614 al norte de Bohemia. El asunto empeoró cuando en el
invierno de 1617-1618 el Consejo de Regencia estableció censura sobre
libros impresos, prohibió la utilización de subsidios católicos para pagar
a ministros protestantes y negó a los no católicos el desempeño de cargos
públicos. Enojados los protestantes convocaron una asamblea restringida
en 1618 en la que los “defensores de la fe” fueron comisionados para dirigir
una queja al Emperador. Matías, desde Viena, respondió que los
“defensores” se habían sobrepasado en sus derechos y que la asamblea era
ilegal. Algunos miembros radicales de ésta decidieron explotar el
incidente para provocar una ruptura con los Habsburgo, a fin de
preservar sus libertades políticas y religiosas amenazadas. Persuadidos de
que la respuesta real había sido dictada por los lugartenientes que
gobernaban Praga en nombre del rey, subieron al castillo de Hradschin,
mientras la multitud se levantaba en las calles, y arrojados por la ventana
a dos de los funcionarios del Emperador. Aun cuando en la caída no
sufrieron daño de importancia, la “defenestración” se convertiría en acto
simbólico de rebelión contra la voluntad real.
Los sublevados dan a Bohemia una constitución que extiende el poder
de los Estados. Un directorio donde los tres órdenes: señores, nobles,
ciudades, están representados sustituye al Consejo de Regencia. Pero no
se intenta siquiera arrebatar la corona al rey Matías, que por lo demás se
muestra inclinado a negociar. Su muerte en 1619 precipitó los
acontecimientos hacia un rumbo funesto. Fernando de Estiria, su sucesor,
tanto por el prestigio de su dinastía como por la cuestión religiosa, estaba
deseando intervenir. Pero los Estados de Bohemia rehusaron reconocerle
y proclamaron rey al nuevo elector palatino Federico V, príncipe
calvinista y jefe de la Unión Evangélica. A los pocos días la Dieta de
Frankfurt coronaba Emperador a Fernando por unanimidad.
Razones por las cuales la guerra se extendió a toda Europa.
488
En efecto, en su origen, la guerra era una cuestión alemana y su causa
principal el deseo de Fernando II de eliminar el protestantismo en sus
territorios patrimoniales y transformarlos en un Estado centralizado y
católico. Lo mismo pensaba, en la medida posible, del Imperio. Por ello,
los príncipes protestantes y también algunos católicos se sintieron
amenazados o recelosos. Pero los problemas del Imperio tenían incidencia
en toda Europa, dados los múltiples intereses implicados y la fuerte
tensión internacional. En el momento en que comenzaba el conflicto
checo, la tregua de los Doce Años concluiría, reanudándose el conflicto
entre España y las Provincias Unidas. La corte de Madrid se veía también
obligada a intervenir en ayuda del Emperador, primordialmente por
razones estratégicas: mantener las comunicaciones terrestres entre
España e Italia hacia los Países Bajos. Además, la alianza Madrid-Viena,
con una victoria sobre los protestantes, aseguraría nuevamente el
predominio de los Habsburgo en Europa, con toda sus implicaciones
políticas y religiosas, pero también económicas, puesto que
indirectamente, tanto las Provincias Unidas como en el norte del Imperio,
se jugaba el dominio del Báltico.
Estas implicaciones comerciales y religiosas no podían ser ajenas a los
soberanos de Dinamarca y Suecia. Como monarcas luteranos se veían
impulsados en ayudar a sus hermanos de fe; como monarcas ambiciosos –
aunque rivales entre sí– coincidían a oponerse a la influencia del Imperio
sobre el norte de Europa. Francia, por su parte, no intervino directamente
durante los primeros años a causa de sus dificultades interiores
(hugonotes), pero se vio obligada a intervenir para proseguir la lucha a
ultranza contra los Habsburgo. Tanto Richelieu como Mazarino
buscaron asegurar las fronteras francesas frente al poder de España y
evitar que los miembros de la casa de Austria “sean señores absolutos de
Alemania”.
Características de la guerra.
489
Al comienzo de la contienda los ejércitos eran todavía mercenarios
reclutados por sus propios jefes en Alemania, Suiza, Italia y en otras
partes. El único lazo de unión entre ellos era el caudillo que los había
reclutado y bajo cuyo mando combatían; su fortuna estaba ligada a la de
aquél. Estos capitanes, simples aventureros, tenían como problema
fundamental la paga de sus soldados. Por esta razón, al atravesar los
países –amigos o no– practicaron el pillaje, acompañado de los peores
horrores. El armamento de estos mercenarios apenas experimentó
innovaciones. El interés por conservar a sus hombres aconsejó a estos
capitanes aventureros una estrategia conservadora: el asedio a plazas
importantes y el mantener el país ocupado, mientras se observan los
movimientos del enemigo, con la esperanza de agotarlo o que se deshaga
ante las dificultades. Se trató de evitar, en lo posible, la batalla decisiva
que conlleva la destrucción.
La intervención de Suecia, en 1631, cambió profundamente las
condiciones de la guerra. Gustavo Adolfo utilizó mercenarios, pero el
núcleo de su ejército estaba constituido por soldados suecos animados
por un ideal patriótico y una fe luterana, a quienes les era pagado un suelo
regularmente y podía exigírseles una disciplina. Por otra parte, gracias a
los progresos de su industria metalúrgica, el ejército sueco poseía armas
de fuego modernas, dándoles a las tropas una gran movilidad, base
principal de sus éxitos.
El aplastamiento de la revuelta de Bohemia.
Federico V, después de muchas vacilaciones, aceptó la corona de
Bohemia y fue coronado en Praga en 1619. Su situación no era nada segura
ya que el ejército bohemio era mediocre. La Liga Evangélica vacilaba en
comprometerse, mientras que el elector de Sajonia, aunque luterano, se
puso de parte del Emperador con la vaga promesa de la entrega de las dos
Lusacias. Fuera de Alemania, Federico tampoco halló mucha ayuda. Su
490
suegro Jacobo I Estuardo, que estaba en buenas relaciones con España, le
aconsejo abandonar la corona bohemia. En Francia, Luis XIII, que
acababa de casarse con una infanta española, veía sobre todo en la
revuelta de Praga un ataque a la Iglesia Católica; y las Provincias Unidas,
preocupadas por la inminente guerra contra España, estaba
geográficamente muy lejos para ayudarle. Solo el Principado de
Transilvania pudo prestar ayuda eficaz a Federico. Sin embargo, éste
príncipe era inexperto, además de ser un calvinista intransigente que no
conocía la lengua checa y no consiguió conciliarse con sus nuevos
súbditos.
Fernando, por su parte, disponía del apoyo de las tropas españolas, del
príncipe elector de Sajonia y del duque Maximiliano de Baviera. Hacia
1620, mientras los tercios de Ambrosio Spínola entraban en el Bajo
Palatinado, el elector de Sajonia ocupaba Lusacia y las tropas bávaras al
mando del belga Tilly invadían Bohemia por el sur y marchaban sobre
Praga. Los confederados checos, aunque superiores en número, no tenían
mandos expertos. Las tropas católicas vencieron a los bohemios en la
batalla de la Montaña Blanca, tras la cual Federico V huyó de Praga
precipitadamente, siendo acogido en el exilio en territorio del elector de
Brandeburgo.
Tras la batalla, Bohemia y Moravia fueron ocupadas casi sin resistencia.
Entonces Fernando II impuso una dura represión. En Bohemia, además de
perder sus privilegios, especialmente los acordados por la “Carta de
Majestad” en 1621, se creó el Tribunal de excepción que pronunció penas
de muerte, prisiones y confiscaciones de bienes. Se dio una nueva
constitución, por la que el reino quedaba vinculado al patrimonio de los
Habsburgo; la Corona se proclamó hereditaria en esta familia; los Estados
perdieron sus funciones en materias legislativas; y los cargos serian
nombrados por el rey. Además se emprendió una germanización del país.
Pero fue más dura la represión religiosa. En 1621 fue abolida la Carta de
491
Majestad y se decretó al año siguiente la expulsión de los pastores
luteranos. En 1627 un decretó expuso a los checos y moravos en la
alternativa de adherirse al catolicismo o abandonar el país. Muchos de
ellos partieron a la vecina Sajonia. Desde 1520 los jesuitas se habían
instalado nuevamente en Praga, y en unos pocos años Bohemia y Moravia
vuelven, oficialmente al catolicismo.
Fernando II creyó necesario castigar al elector palatino, expulsándolo
en 1621 del Imperio. Federico tuvo que huir a las Provincias Unidas, dado
que los miembros de la Unión Evangélica mostraron su sumisión al
Emperador. El Palatinado fue repartido entre Maximiliano de Baviera y
España. Esto significaba el triunfo católico con el Imperio, pues de los
siete miembros del colegio electoral, los príncipes protestantes quedaban
reducidos de tres a dos.
Los planes conjuntos de Olivares y del Emperador respecto a los
mares del Norte.
Entretanto, desde España, el conde-duque de Olivares planeaba
restablecer en Europa el poder del catolicismo y de la monarquía
hispánica. Primero quiso quebrantar la resistencia de las Provincias
Unidas; después mantener posiciones estratégicas indispensables como la
Valtelina. Uno de sus proyectos, la reconstrucción del poderío marítimo
español, debía realizarse con el apoyo de Viena para poder ocupar el Mar
del Norte y el Báltico, arrebatándoles el comercio a los holandeses.
Los protestantes alemanes, por su parte, terriblemente amenazados por
la entente Madrid-Viena, consiguieron ayuda del exterior: primero fue
Francia, donde Richelieu había tomado conciencia del gran peligro que
representaba la fuerza de los Habsburgo unidos. Sin embargo, ocupado
por los problemas internos causados por los hugonotes, solo pudo
intervenir indirectamente animando a los adversarios de los Habsburgo,
concretamente a Saboya y a Venecia, consiguiendo, por el Tratado de
492
Monzón (1626) la retirada provisional de las tropas españolas de la
Valtelina.
La intervención de Dinamarca.
El campo protestante estaba dividido. Suecia y Dinamarca deseaban si
duda intervenir a su lado, pero se sienten sobre todo preocupadas por su
rivalidad comercial, que las Provincias Unidas atizan a fin de asegurarse
su comercio del mar Báltico. El rey de Dinamarca, príncipe del Imperio
por su ducado de Holstein, obtiene ciertos territorios para su hijo
menor, comarcas que son amenazadas por los avances de las tropas
católicas de Tilly. Además, para prevenir una iniciativa sueca, Cristian IV
concluye una alianza con el círculo de la Baja Sajonia, las Provincias
Unidas e Inglaterra, entonces en guerra con España. El Emperador confía
la leva y la dirección de un ejército a un noble checo, Wallenstein. En
tanto que Tilly derrota a Cristian IV en la batalla de Lutter, Wallenstein
alcanza el mar Báltico y se hace atribuir Mecklemburgo en 1626.
El año 1629 ve el apogeo de Fernando II y de la política de Olivares.
Cristian IV tiene que firmar la Paz de Lübeck, por la cual abandona los
territorios de su hijo menor. Olivares intenta eludir el poderío marítimo
de las Provincias Unidas suscitando las empresas bálticas de Wallenstein.
Pero éste, nombrado por el Emperador <<general de los mares Océano y
Báltico, se enfrenta a los suecos.
La recatolización del Imperio: el “Edicto de Restitución”.
También Fernando II creyó necesario reponer al catolicismo en su
situación de derecho, de acuerdo con los tratados todavía en vigor y que
habían sido conculcados por los protestantes. A seguida de las victorias
imperiales, ya algunos obispos habían iniciado procesos para recuperar
los bienes que la Iglesia había perdido. En 1629 el Emperador promulgó el
“Edicto de Restitución” por el cual los católicos podían reivindicar todos
493
los bienes eclesiásticos que no dependían directamente del Imperio y que
les habían sido arrancados después del Tratado de Passau (1552); todos
los obispados, fundaciones y abadías dependientes directamente del
Imperio, administrados o confiscados por los protestantes después de la
Paz de Augsburgo debían volver a propiedad de los católicos; el jus
reformandi ilimitado debía ser garantizado exclusivamente a los príncipes
imperiales católicos t los calvinistas expresamente excluidos del beneficio
de la paz de religión.
La ocupación de los obispados del norte de Alemania seria causa de
tensiones entre Fernando II y Maximiliano de Baviera. Pero más grave
todavía fue que provocó la formación de un frente unido protestante y
decidió a Gustavo Adolfo a intervenir en Alemania.
Fernando II, con el apoyo del ejército de Wallenstein, estaba dispuesto
a extirpar el protestantismo en Alemania y a transformar la dignidad
imperial en un poder monárquico absoluto y hereditario. Esta política,
solidaria de la de Madrid, se proponía establecer nuevamente en Europa
el dominio universal de la Casa de Austria. De ello fueron tomando
conciencia cada vez más los príncipes alemanes y todos los poderes
europeos, e incluso esta política, suscitó la suspicacia de un cierto
número de príncipes católicos, sobre todo de Maximiliano de Baviera, que
si deseaba el triunfo de la Iglesia católica, no querían que se modificase el
status del Imperio; además veían con inquietud el temible ejercito de
Wallenstein, de unos 100.000 hombres, recorrer toda Alemania con
encargo imperial de aplicar el Edicto pero acometiendo a gravosas
contribuciones o a pillaje igualmente los territorios católicos y
protestantes.
La intervención de Suecia y la guerra encubierta de Francia.
Cuando en 1630 Fernando reúne la Dieta de Ratisbona para poder la
elección de su hijo como Rey de Romanos, tropieza con las intrigas de
494
Richelieu, pues los enviados del cardenal francés no sólo contribuyen a la
negativa de acceder a la demanda del Emperador, sino que le obliga a
deshacerse de Wallenstein y a renunciar a una política ambiciosa.
El imperialismo de los Habsburgo tropieza en 1629-1630 con dos
obstáculos: la toma de posición de Suecia en el Báltico y el despertar de la
política francesa. Tras la derrota de Cristian IV, Gustavo Adolfo tiene las
manos libres para actuar en el norte de Alemania y puede presentarse
como único campeón del protestantismo en el Imperio. Richelieu, por su
parte, negocia con Suecia el Tratado de Barvalde, por el cual, a cambio del
respeto al culto católico, Francia promete sostener un ejército sueco
operando en el Imperio.
Sin embargo, en unos meses la situación en Alemania y los cálculos de
Richelieu se ven trastocados por las victorias de Gustavo Adolfo. Cuando
éste, a la cabeza de un importante ejército, entra en campaña, no puede
contar más que con el apoyo, bastante reticente de Brandemburgo. Los
príncipes protestantes prefieren salvaguardar sus intereses mediante un
acuerdo con Fernando II, ya más moderado. Pero en 1631, el saqueo de
Magdeburgo por el ejército de Tilly conmueve a la opinión protestante y
alía a los príncipes vacilantes con Gustavo Adolfo. En septiembre de ese
mismo año, Gustavo Adolfo obtiene la victoria de Breitenfeld, saludada
como un desquite de la Montaña Blanca. Desconcertado, el Emperador
retira a Wallenstein. Gustavo Adolfo se convierte en el verdadero árbitro
de Europa. Mientras los sajones ocupan Bohemia, se dirige hacia el Rin y
se instala en Maguncia. Sus ejércitos asolan Alsacia, Lorena se ve
amenazada. Dado que el duque de Lorena, Carlos IV, intriga con España y
con Gastón de Orleans, Richelieu hace ocupar algunas de las fortaleces
de este Estado. Entretanto, Wallenstein vuelve a entrar en escena.
Impone al Emperador condiciones que le conceden un papel considerable.
Las operaciones toman el aspecto de un duelo entre dos grandes jefes.
Mientras Gustavo Adolfo derrota a Tilly, ocupa Baviera y entra en
495
Múnich llevando a su lado a Federico V, Wallenstein recobra Bohemia. El
rey sueco se repliega hacia el Norte. Ambos ejércitos se enfrentan en la
batalla de Lutzen (1632) En una refriega confusa y sangrienta,
Wallenstein es derrotado, pero Gustavo Adolfo encuentra la muerte.
Quizá los alemanes hubiesen podido intentar una reconciliación, pero a
las potencias extranjeras no les interesa. España y Suecia activan su
política. Francia y las Provincias Unidas, ya en guerra contra España, no
se inquietan por enfrentarse solos a Madrid. El año 1633 está lleno de
intrigas. El regente de Suecia y Richelieu tratan de retener a los príncipes
alemanes aliados suyos. Por otra parte, el Emperador se inquita por la
política personalista de Wallenstein, que negocia con el Elector de
Sajonia una reconciliación con los alemanes. Se pone secretamente en
contacto con Francia y Suecia. Estas consolidan sus posiciones en el
Imperio. La indecisión de Wallenstein, las sospechas que su actitud
despiertan en el Emperador arruinan la esperanza de restablecer la paz en
Alemania por el sometimiento del Emperador. Destituido por Fernando II
y traicionado por sus lugartenientes, Wallenstein muere asesinado en
1634.
Mientras tanto, apoyados por refuerzos españoles, los imperiales
obtienen sobre los suecos y sajones la victoria de Nordlingen (1634).
Richelieu no puede impedir que el Elector de Sajonia haga la paz con el
Emperador. El tratado se firma en Praga en 1635. En el tratado se
mantenían los términos de la paz de Augsburgo: se convenía un
compromiso con respecto a las restituciones (aceptando el estado de
hecho desde 1627 y durante cuarenta años); se concedía una amnistía
general y se disolvían tanto la Liga de Heilbronn como la Santa Liga. Sin
embargo, la situación es muy distinta a la de 1555, puesto que la paz no
favorece ni a España ni a Francia. Los españoles se refugian en el Rin y se
apoderan del Elector de Tréveris, protegido de Francia. Richelieu
concluye alianzas con Suecia y las Provincias Unidas (1635) y le declaran
496
la guerra a España. La paz alemana con el Emperador no es más factible
que la paz alemana sin él. Y además, la guerra alemana se convierte en una
guerra internacional.
La Guerra Europea.
Europa arde durante largos años (incluida Inglaterra, presa de la guerra
civil a partir de 1642). Los combates se extienden sobre el mar y las
colonias, donde los españoles se enfrentan a los holandeses y, después de
1640, a los portugueses. En este conjunto de conflictos destacan la guerra
entre Suecia y el Emperador y, cada vez en mayor grado, el duelo entre
Francia y España, representadas hasta 1642 por los dos grandes ministros
Richelieu y Olivares.
El imperialismo de los Habsburgo ha evolucionado desde 1630. Se
muestra menos conquistador y más ocupado por consolidar las firmes
posiciones heredadas. Por su parte, Richelieu lleva a Francia a la guerra en
un momento poco favorable, pero que la necesidad le impone. Se trata de
impedir la consolidación del “camino español” en torno a Francia o, lo que
es aun peor (porque, antes de 1638 el heredero de la corona es Gastón de
Orleans, que conspira con los españoles), el retorno a la situación
padecida ya por Francia a finales del siglo XVI.
Los comienzos de la guerra confirman las aprensiones de Richelieu con
respecto al poderío español. Fracasa una ofensiva combinada de las
fuerzas francesas y holandesas en los Países Bajos españoles. En cambio,
los españoles penetran en Francia hasta Compiêgne Y el Emperador
declara la guerra a Luis XIII.
El año 1637 resultó indeciso en el plano militar. El Emperador Fernando
II murió y fue sucedido por su hijo Fernando III, elegido Rey de Romanos
unas semanas antes. El nuevo Emperador siguió la política de su padre,
pero de manera menos enérgica y guardando las distancias respecto a
497
España. La situación de guerra se restablece a partir de 1638. Franceses y
suecos estrechan su alianza y penetran en el Sacro Imperio: los franceses
toman Brisach mientras los suecos ocupan Silesia y el norte de Bohemia y
los holandeses derrotan a los españoles en el mar (1639. Los franceses, que
se han reagrupado al llamamiento de Richelieu, expulsan a los españoles
de Francia y conquistan Arras en 1640.
El duelo franco-español pasa a primer plano. Olivares intenta arrebatar
la Lorena a los franceses y Richelieu el Piamonte-Saboya a la influencia
española. Richelieu tiene que reconquistar Lorena y ocupa Casal y Turín.
Revueltas y conjuraciones proporcionan la ocasión de intervenir en los
asuntos interiores del enemigo. Olivares sostiene a todos los adversarios
de Richelieu, mientras que éste alienta la sublevación de Cataluña, que
solicita la protección de Luis XIII y de Portugal (1640). Los
acontecimientos se vuelven a favor de Francia. Felipe IV retira su favor a
Olivares unos meses después de la muerte de Richelieu. El éxito de la
política francesa se acompaña del éxito de las armas. En 1643 los franceses
vencieron en la batalla de Rocroi al ejército español, dando fin a la
supuesta aura de invencibilidad de los tercios hispánicos.
En el Imperio los acontecimientos son más confusos, más aún porque
las negociaciones no han cesado. Fernando III se muestra más flexible que
su padre. Los suecos fracasan ante Praga pero llegan hasta Moravia. El
Emperador logra arrastrar a Dinamarca a una guerra contra Suecia y
Holanda (1649). La flota danesa es destruida y Francia impone su
mediación. Por el Tratado de Bromsebrô Dinamarca evita el
desmembramiento, pero tienen que ceder ciertas islas a los suecos y
conceder a los holandeses el retorno a peajes más ligeros para su navíos
que pasen el Sund (1645).
Las negociaciones de Westfalia.
498
De 1644 a 1648 el conflicto comprende dos aspectos. Por un lado, a
causa del cansancio, se piensa en la paz. Un congreso internacional se
prepara ya a la muerte de Richelieu. Se inaugura a finales de 1644 en las
vecinas locales de Münster para los Estados católicos (los representantes
del Emperador, los de los príncipes y ciudades del Imperio, del rey de
España, del de Francia, de las Provincias Unidas, de los Cantones suizos y
de varios Estados italianos) y en Osnabruck para los Estados
protestantes (Suecia, los príncipes protestantes y el Emperador), ambas
en la región de Westfalia. Por otro lado, dado que se pretende negociar
en las mejores condiciones posibles, las operaciones militares continúan
en todas partes. Mazarino prosigue la política de Richelieu con miras más
ambiciosas. Interviene activamente en Italia, sosteniendo la sublevación
de Nápoles contra España y proyecta un trueque de los Países Bajos
españoles por Cataluña, lo que inquieta a los aliados holandeses. Pero la
expedición a Nápoles termina en fracaso y los españoles retoman
Cataluña. Alemania sigue siendo el campo de batalla esencial y las ruinas
se acumulan en ella. Franceses y suecos tratan de ocupan los Estados
hereditarios de los Habsburgo, pero tropiezan con las mayores
dificultades para combinar las operaciones de sus ejércitos. Tras la
victoria obtenida en común en la batalla de Zummarshausen, franceses y
suecos avanzan hacia Viena, en tanto que los franceses consiguen frente a
los españoles una nueva victoria en Lens (1648).
La tarea del congreso de Westfalia es doble: restablecer la paz en el
Imperio y definir una nueva Constitutio germánica; restablecer la paz entre
el Emperador, Francia y Suecia. Ésta ultimas prendían el restablecimiento
en el Imperio de la situación religiosa de 1618 (lo que hubiera privado al
Emperador de todas las ventajas adquiridas entre 1619 y 1635) y
reclamaban también como precio de su intervención <<satisfacciones>>
territoriales y garantías para el futuro; Suecia pedía una fuerte
indemnización monetaria. Los Habsburgo procuraron deshacer la
499
coalición formada contra ellos. A este respecto, España firmó la paz
aparte con las Provincias Unidas. Por el Tratado de Münster la
República Holandesa veía reconocida su independencia y se le acordaron
varias ventajas comerciales y territoriales. España, liberada de toda
preocupación por éste lado y contando con al creciente impopularidad de
Mazarino en Francia, decidió continuar la lucha. Por el contra, el
Emperador, presionado por sus aliados alemanes, amenazado en sus
estados patrimoniales y en su misma capital por la doble ofensiva franco-
sueca de 1648, se resignó a abandonar a España y firmó entonces la paz
con Francia y Suecia.
La paz de Westfalia consagró en fracaso de las ambiciones de los
Habsburgo de Viena y la victoria política francesa. En efecto, imponían a
Fernando III el mantenimiento de la división religiosa del Imperio y el
debilitamiento de la autoridad imperial, algo que venía produciéndose
desde finales del siglo XV. No solamente las cláusulas de la paz de
Augsburgo fueron confirmadas, sino que, a instancias del príncipe-elector
de Brandeburgo, los calvinistas compartían en adelante con los luteranos
las ventajas acordadas a éstos en aquella paz. Además, si los príncipes, en
virtud del principio cujus regio, ejus religio mantuvieron el derecho a fijar
oficialmente la religión de su Estado, los habitantes que no estuvieran de
acuerdo podrían permanecer en el país y practicar su culto a título
privado. Además, se invalidaba la aplicación del Edicto de Restitución de
1629.
En nombre de las “libertades germánicas”, Francia y sus aliados
redujeron en cuanto les fue posible los poderes del Emperador,
reforzando en cambio los de los príncipes. Este reforzamiento del poder
de los príncipes instauró en Alemania una “anarquía institucionalizada”.
Se reconocía a los cantones suizos (“Cuerpo Helvético”) el derecho de
plena independencia y se proclamaba la libre circulación por el Rin. Este
nuevo orden establecido en el Imperio se colocaba bajo garantía de las
500
potencias firmantes, en primer lugar, Francia y Suecia, lo que concedía a
éstas el derecho de intervenir en los asuntos alemanes.
En la nueva Constitución germánica, los 350 estados alemanes recibían
supremacía territorial (Landeshoheit), es decir, independencia con la
única restricción de no firmar tratados dirigidos contra el Imperio y
contra el Emperador. Todas las cuestiones financieras, diplomáticas,
bélicas, etc., concernientes al Imperio debían ser aprobados por la Dieta
En particular las religiosas deberían ser acordadas por unanimidad, lo que
exigía largas discusiones entre los diversos credos y la transformación de
la Dieta en institución permanente. Esta Dieta venía a ser una especie de
Senado con el que el Emperador tenía necesariamente que contar.
502
De las revueltas a las revoluciones
Alberto Tenenti
503
Durante el reinado de Isabel las más altas instituciones reales eran el
Consejo Privado y la Cámara Estrellada, además de las Cortes de
justicia y los jueces de paz. El Consejo Privado no tenía ninguna regla
concreta de funcionamiento: al convertirlo después los Estuardo en el
sostén de su gobierno, se acentuó más la dependencia de los asuntos de la
persona del soberano. Hasta 1640 la Cámara de los Comunes mantuvo
una escasa representatividad, que fue ampliándose progresivamente a
partir de la segunda mitad del siglo XVI, y se acentuó la aspiración de los
miembros de la gentry a formar parte de dicha Cámara. De este modo no
solo satisfacían el deseo de aproximarse a la corte y de ascender en su
posición social, sino también de influir en su actividad legislativa.
Formalmente los miembros de los Comunes eran elegidos en los condados
de Inglaterra y Gales; cada condado designaba dos representantes (con
una renta anual de dos libras esterlinas). Poco a poco se fue dibujando
una capacidad orgánica parlamentaria de resistencia o de oposición a la
acción del gobierno.
Los intereses del soberano eran los mismos que los de los terratenientes
(gentry). Esta clase se había enriquecido considerablemente gracias a la
venta de las posesiones eclesiásticas promovida por la Corona tras la
adopción de la Reforma y la constitución de la Iglesia anglicana. Estos
terratenientes llegaron a sustituir en buena parte las baronías feudales y
prosperaron a expensas de los arrendatarios y los asalariados agrícolas. El
gobierno central los necesitaba como miembros de los Comunes para
imponer tasas, como jueces de paz y como lugartenientes para mantener
el orden. A esta clase de gentilhombres se les añadieron otros procedentes
del comercio, de la industria o del campo del derecho. A pesar de que
entre burgueses y nobles existían ciertas divergencias, les unía un común
afán de poseer tierras, como medio de ascender en la escala social.
504
Hacia 1600 se produjo un cambio en la gestión de la propiedad de las
tierras, debido al aumento de los cánones y censos de asentamientos y a
los saneamientos. El desecamiento de los pantanos y la deforestación,
junto con la posterior colocación de cercas para una explotación más
racional de los suelos, privaron en muchos casos a los campesinos de los
derechos de pasto, pesca y recolección en las tierras de cada comunidad,
que eran imprescindibles para su sustento. Ya en el siglo XVI las cercas
(colocadas con la intención de ampliar los pastizales, pero también para
favorecer los intereses de la industria lanera) perjudicaron a una
población agrícola creciente, para la que los terrenos comunes eran
especialmente valiosos. En el siglo XVII los cercados supusieron sobre
todo una explotación más intensa de la tierra, en la que se cultivaba no
solo cereales sino cultivos forrajeros (trébol, nabos). Esto aumentaba la
dependencia de los habitantes de la villa del gentilhombre propietario,
quien muchas veces era también el que les proporcionaba el trabajo.
505
corporaciones locales a partir de 1530. De forma parecida a lo que había
sucedido en el campo, la posición privilegiada de las oligarquías
mercantiles provinciales comenzó a depender también del apoyo del
poder real. En este contexto destacó cada vez más Londres, dotada de una
administración autónoma y provista de entidad jurídica propia. La capital
llegó a tener 200.000 habitantes hacia 1600.
El puritanismo.
506
provocó reacciones inspiradas en la convicción de la autonomía del
creyente. No era del agrado de la gente el autoritarismo real que inducía a
obispos y sacerdotes a seguir al pie de la letra las directrices del gobierno,
aunque los ingleses se habían convertido en los abanderados del frente
anticatólico.
507
número cada vez mayor de no católicos se alejó del anglicanismo. Debido
a la exigencia de pureza de la Iglesia que reivindicaban, estos no
conformistas fueron llamados puritanos, pero el término incluyó a un
conjunto heterogéneo de personas que tenían en común el rechazo a que
la Iglesia estuviera gobernada por el Estado. Además, la discrepancia
religiosa avanzaba de manera paralela a la discrepancia política. Para los
calvinistas, los elegidos se sentían comprometidos a colaborar con Dios en
la tierra a fin de que sus designios pudieran cumplirse. Para los puritanos
ingleses la sociedad ideal era aquella en que los hombres glorificaban a
Dios con la oración y con el trabajo. En la práctica, rechazaban los
ornamentos sacerdotales y las imágenes en las iglesias, reducían el altar a
una mesa de comunión y los sacramentos tenían un valor puramente
simbólico (la autentica comunión consistía en la iluminación del alma
gracias a la presencia divina).
508
actuar en conciencia en materia de usos y costumbres, censuraban la
intervención legal de la Corona en el terreno religioso, llegando a afirmar
incluso que era el Estado el que debía ponerse al servicio de la Iglesia en
vez de instrumentalizarla.
Las medidas que en principio habían sido dirigidas contra los católicos,
hacia 1580 comenzaron a ser dirigidas contra los puritanos, y en 1583 se
creó una High Commission como delegación del Consejo Privado para
investigarlos. Por su parte los puritanos reaccionaron organizando
conferencias clandestinas donde tachaban de diabólicas las estructuras de
la Iglesia anglicana.
509
palabra divina debía permitir a cada uno darse cuenta de la labor que le
correspondía y de realizar su vocación. De ese modo, la teología y ética
calvinistas se prestaron a ser utilizadas con fines sociopolíticos.
510
la política exterior y de disponer libremente de las uniones dinásticas y de
los asuntos de gobierno.
511
pescado. Además, concedió monopolios a diferentes compañías de
comerciales que competían entre sí, provocando fundados recelos entre
los excluidos. Su gobierno prefirió estas compañías que disponían de
patentes reales, mientras que los comerciantes no autorizados acudían al
Parlamento y se entregaban incluso a la piratería. Jacobo I prohibió las
expediciones piratas e hizo saber que las expediciones de contrabando
serian por cuenta y riesgo de quien las organizara.Todas estas actuaciones
obedecían al deseo de defender la economía inglesa y se enmarcaban en
un proyecto de expansión que no supusiera entrar en conflicto con
España.
512
los procesos de desforestación y de cercados a las zonas forestales de la
Corona o a las tierras de señores vinculados a ella, lo que provocó un
conflicto entre los campesinos y los aristócratas, además de generar
desconfianza hacia su persona. Prácticamente privado de recursos del
Parlamento, el monarca se vio obligado a pactar la paz con Francia y a
ceder Canadá en 1629. Entre esta fecha y 1639 Carlos I, que había decidido
no volver a reunir el Parlamento, ejerció un gobierno personal. Estableció
entonces un impuesto de defensa marítima (Ship Money), que se aplicó
primero a las zonas portuarias y después también a las del interior.
Aunque el poderío naval inglés aumentó, el tributo despertó irritación y
resentimiento por no haber sido aprobado por los Comunes, y hubo un
acuerdo casi unánime para no pagarlo.
Los gobiernos de los dos primeros Estuardo habían defendido por todos
los medios los privilegios de las oligarquías locales frente a la expansión
de las iniciativas mercantiles londinenses en los condados. Aunque no de
forma generalizada, fueron los ambientes económicos de la capital los que
proporcionaron después del Parlamento rebelde el apoyo financiero e
incluso militar indispensable. Además, los dos soberanos fueron
especialmente torpes a la hora de manejar los asuntos religiosos. También
en este caso la única institución capaz de aglutinar el descontento y
utilizarlo políticamente resulto ser el Parlamento. Esta institución
constituía una instancia política bastante fluida cuya fuerza era difícil de
medir, aunque tendía a afianzarse cada vez más. La mayoría de sus
miembros se decantaba sin duda por la defensa de los principios
protestantes, pero en el terreno confesional y de las creencias la situación
inglesa era variopinta. Además, no había aun en las cámaras auténticos
partidos coherentes y disciplinados, aunque los Estuardo no conseguían
controlar a los integrantes de las distintas tendencias y solo podían
contar con el apoyo de un grupo de fieles ya poco compacto y en
decadencia.
513
Jacobo I no se apoyó en los squires ni en los burgueses que se sentaban
en las Cámaras, del mismo modo que estos últimos siempre ponían sus
propias reivindicaciones de casta política y económica en lugar de los
intereses del país. Muy pronto se instauró una dialéctica entre el Monarca
y los Comunes: el primero disolvía con demasiada facilidad la asamblea
cuando sus reivindicaciones le parecían excesivas, pero de las nuevas
elecciones salían grupos políticos cada vez menos dóciles al rey, mientras
que los representantes de las clases urbanas iban ganando terreno a costa
de los sectores más vinculados a la tierra y a la monarquía.
514
peligrosa para el país la existencia de la High Commission eclesiástica. Por
otra parte, los parlamentarios escatimaron los créditos militares de la
Corona por temor a su fortalecimiento (hasta 1645 no hubo en Inglaterra
un ejército permanente). Durante el reinado de Carlos I la oposición
parlamentaria fue planteando numerosas exigencias:
515
los Comunes y no había ninguna ley que fijara la periodicidad ni la
duración de las sesiones parlamentarias.
516
de los ministros del culto. También luchó por liberar la Iglesia del influjo
de los laicos y se preocupó de mejorar el nivel de preparación de los
sacerdotes.
517
Estando así las cosas, Carlos I se vio obligado a convocar de nuevo un
Parlamento. Frente a los miembros de los Comunes, los pares que
defendían aún al monarca habían experimentado una pérdida de prestigio
y de influencia (a pesar de ser 160 miembros). Con los Estuardo el
gobierno real se había vinculado mucho más a una aristocracia más bien
parasitaria, que compartía el poder real con la gentry, mientras que las
clases de los yeomen, los comerciantes y los artesanos estaban en ascenso.
Los burgueses disputaban con éxito los mandatos parlamentarios a los
linajes de la antigua nobleza, y la gentry había conseguido que fueran
elegidos sus propios candidatos frente a los de la Corona o de la nobleza.
La composición de los Comunes dio como resultado una mayoría de
gentilhombres del campo, que comprendieron que sus intereses eran
afines a los de los comerciantes. Los trabajadores de los distritos
industriales se aprestaron a militar bajo la bandera del Parlamento, con lo
que la Cámara resultó ser mucho más fuerte que antes frente al soberano.
518
La Revolución Civil y Cromwell.
Alberto Tenenti
520
anulación de la prerrogativa real de elegir sus propios ministros y
consejeros: en adelante el monarca sólo podía nombrar a los
ministros aprobados por el Parlamento y destituirlos únicamente a
petición de la Cámara.
El movimiento radical.
522
Los presbiterianos deseaban en la práctica la organización
calvinista, basada en la rígida estructura de una Iglesia que ya no era
episcopal sino fundada en ministros y ancianos colocados al frente
de cada parroquia.
Los congregacionistas o "independientes" defendían la adhesión
voluntaria a la congregación religiosa de los fieles y la necesidad de
no imponer una doctrina religiosa y una disciplina eclesiástica
uniformes. El congregacionismo pretendía la total independencia de
cada comunidad religiosa. Su principal representante era John
Goodwin, tenaz enemigo de cualquier dogmatismo sectario y
partidario de la total libertad religiosa y política.
525
embargo sus reivindicaciones eran radicales y no se limitaban a la
extensión del derecho de voto sino que llegaban hasta la abolición
de la Cámara de los Lores y de la propia monarquía. A partir de 1646
su programa abordó la demanda de una república democrática y
expresó la protesta contra la erosión de los poderes propios de las
comunidades locales. En el terreno económico propugnaron la
disminución de los impuestos y el aumento de los salarios, además
de la abolición de los monopolios en nombre de la libertad de
comercio. Los niveladores no exigieron la equiparación de las
condiciones económicas ni la abolición de la propiedad privada, ni
mucho menos la comunidad de bienes. Como representantes sobre
todo de las clases urbanas medio-bajas llegaron a tener una
influencia notable entre los suboficiales y soldados del nuevo
ejército puritano organizado por Cromwell e incluso en su Consejo
general.
El regicidio
526
En la primera fase de la guerra civil, entre 1643 y 1644 el partido real y el
Parlamento todavía buscaban un compromiso, ya que la ruptura no les
parecía inevitable. En 1642 Carlos I tuvo la posibilidad de crear una
especie de contraparlamento, la mitad de cuyos miembros serían Lores y
una tercera parte los Comunes que se habían pasado espontáneamente a
su bando. Especialmente los Lores no deseaban una merma excesiva de la
autoridad real que hubiera repercutido también en la Cámara Alta. Fue el
nuevo ejército, constituido a partir de 1644, el que incubó ideas y
tensiones radicales, que la moderación calvinista y el realismo de sus
dirigentes apenas pudo frenar. De este modo, el régimen parlamentario se
orientó a su pesar hacia un gobierno más autoritario y hacia una especie
de dictadura puritana. La necesidad de construir un frente común contra
los partidarios de Carlos I se transformó en la exigencia de organizar un
ejército formado por auténticos puritanos.
527
Aunque demostró ser un calculador e incluso un oportunista,
Cromwell estaba convencido de que era un instrumento del Altísimo, a
cuya voluntad apelaba cuando quería imponer implacablemente la suya
propia. No sometido a la autoridad real, tenía tendencia a dividir la
humanidad, desde una perspectiva calvinista, en elegidos y réprobos.
Supo transmitir a las tropas su fe y la confianza en su misión. Por otra
parte, los soldados que se había alistado en el bando del Parlamento
siempre prefirieron estar a las órdenes de oficiales "devotos", con los que
se entendían mejor. Además, para los puritanos, nacimiento y rango ya no
eran títulos suficientes para conseguir posiciones de mando si a ellos no
se añadía la religiosidad. Los cuerpos del ejército de Cromwell,
alcanzaron así una gran cohesión y disciplina.
528
oficiales de alto rango. Entre éstos dominaban los puritanos, ya fueran
independientes o sectarios, pero también la mayoría de los suboficiales y
de los soldados compartían la misma fe. Con estas fuerzas, Cromwell se
enfrentó al Príncipe Rupert en Naseby (1645) derrotando al ejército del
monarca. Además del apoyo de los católicos irlandeses, el rey Estuardo
procuró inmediatamente obtener también el de los presbiterianos
escoceses; pero estos también fueron derrotados, y además el rey fue
hecho prisionero. Los comisarios parlamentarios ingleses consiguieron
entonces que les entregaran el rey a cambio del pago de 200.000 libras
esterlinas.
529
contra las concesiones otorgadas a los militares, el ejército entró en la
capital y la ocupó en 1647, proponiendo una radical reforma política con
la constitución de un Consejo de Estado. Cromwell y los altos oficiales
defendían el derecho de voto limitado a los terratenientes y a los
miembros de las corporaciones y su opinión prevaleció sobre la de los
representantes de los niveladores, que reclamaban el voto para todos los
ciudadanos, excepto para los asalariados.
530
habían sido calificados de crímenes de alta traición castigados con la
muerte. A Carlos I se le acusó de haber usurpado el poder limitado que le
correspondía, de no haberlo ejercido de conformidad con las leyes y de
haber conculcado los derechos y las libertades de los ciudadanos.
Oliver Cromwell
531
41 miembros elegidos por aun año, que en sus tres cuartas partes
procedían de los Comunes. Todos los adultos mayores de 18 años fueron
obligados a jurar fidelidad al nuevo régimen, mientras que los católicos y
los partidarios del rey fueron perseguidos con confiscaciones y
detenciones.
532
consiguió huir. En Escocia se prohibieron los sínodos generales
presbiterianos, se construyeron fortalezas, se requisaron las armas y se
estableció un Consejo análogo al Consejo de Estado inglés. Tampoco fue
fácil la compañía de Cromwell en Irlanda, caracterizada por crueles
masacres y por la expropiación de las tierras de los católicos. Las tropas
inglesas necesitaron cuatro años (1649-1653) para someter la isla.
Los diputados que quedaban del Rump Parliament fueron dispersados por
las tropas capitaneadas por el propio Cromwell fueron dispersados por
las tropas capitaneadas por el propio Cromwell y la Cámara fue disuelta
en 1653. Sin duda fue un golpe para los ideales republicanos; tanto más
cuanto que el nuevo Parlamento se constituyó sin que hubiera elecciones:
sus miembros fueron propuestos exclusivamente por las sectas religiosas
y seleccionados por los oficiales del ejército. A este Barebones
Parliament se le llamó también Parlamento de los Nombrados. Los Fifth
Monarchy Men tuvieron un papel destacado sobre la mayoría relativamente
moderada. La asamblea decretó la libre elección de los cargos
533
eclesiásticos, la abolición de las prebendas y la validez exclusiva del
matrimonio civil, que de este modo se le arrebataba a la Iglesia. Creó
además un nuevo Consejo de Estado, pero se atrajo la hostilidad de los
militares por su deseo de atribuir la supremacía a los civiles y por sus
críticas a la organización y gastos del ejército. Además de exasperar a los
presbiterianos con sus medidas eclesiásticas, el Barebones Parliament se
hizo impopular por la tendencia extremista de sus leyes y por su
pretensión de influir en la política exterior con sus preferencias
confesionales.
534
anglicanismo, en cambio las sectas gozaron de plena libertad siempre que
no transgredieran las leyes.
535
de los militares, que de hecho lo apoyaron per lo consideraron más bien
un civil, ya que nunca había tenido graduación en sus filas.
536
537
La Gloriosa Revolución
Alberto Tenenti
La Restauración
538
prerrogativa real de violar la ley en ocasiones extraordinarias podía revivir
la doctrina del poder absoluto del soberano, sin embargo, muchos
diputados lo vieron como un mal necesario para evitar agitaciones
sociales. La corriente tory, que no tardaría en constituirse, admitiría que
Carlos II pudiese usar sus propios poderes libremente, a condición de no
entrar en conflicto con los derechos de los otros propietarios, sus
súbditos. La corriente whig, en cambio, consideraría que el monarca debía
usar sus prerrogativas en defensa de los intereses reales del pueblo a
través del Parlamento –es decir, en la práctica sobre todo de acuerdo con
los intereses de la clase dominante.
539
El reinado de Carlos II Estuardo (1660-1685)
En realidad fue la gentry la que obtuvo el poder casi absoluto sobre los
efectivos militares locales y la que gobernó el campo. Los oficiales de esta
milicia sirvieron para vigilar a los republicanos o a quienes fueran
sospechosos de serlo. El Parlamento concedió especial atención a la
marina de guerra, que aseguraba el comercio y la propia riqueza del país.
La hostilidad de los Comunes hacia el ejército siguió manifestándose
claramente, por ejemplo en 1667, cuando los holandeses atacaron Londres,
el Parlamento exigió la desmovilización de las tropas reclutadas
inmediatamente después de firmarse la Paz de Breda con las Provincias
Unidas.
541
acerca de los orígenes de los Comunes. Los tory se inclinaron por la tesis
de que el rey solo debía conservar la facultad de iniciativa legislativa,
mientras que para loswhig la autoridad emanaba del Parlamento y por lo
tanto la ley estaba por encima del soberano, queriendo establecer una
monarquía fuertemente limitada.
La lucha político-religiosa
542
cometidos anteriormente a costa de los anglicanos. Les fueron restituidas
entonces todas las posesiones arrebatadas a la Iglesia del Estado y a la
Corona. Sin embargo, durante la Conmonwelth habían sucedido ciertos
hechos irreversibles. El intento llevado a cabo después de 1660 de
reimplantar una estricta uniformidad anglicana fracasó y los obispos
regresaron, pero sin su antiguo poder. Esto se produjo a pesar de que la
gentry se había puesto de nuevo de parte de la Iglesia oficial. En definitiva,
el monopolio anglicano sobre los protestantes ingleses disminuyó tras las
Restauración y el Parlamento afirmó enérgicamente su propia supremacía
sobre la jerarquía episcopal.
543
La persecución de los disidentes fue intermitente pero severa entre
1662 y 1689. A partir de 1672 su delito se consideró político y fue sustraído
a la jurisdicción eclesiástica. Ese año una Declaración de indulgencia abolió
las leyes penales contra los católicos, pero el rey tuvo que cancelarla en
1673 a fin de obtener del Parlamento los recursos necesarios para la guerra
contra Holanda. El Bill of Test estableció que únicamente los que
comulgaran con la Iglesia del Estado gozarían de todos los derechos de
ciudadanía inglesa. La mirada estaba puesta sobre todo en el católico
duque de York.
John Locke consideraba que las leyes naturales y las leyes científicas
eran comparables con las leyes de Dios, por su carácter inmutable tanto
en el orden físico como en el moral. Era imposible que no existiera un
estado natural, puesto que Dios había puesto a los hombres en las mismas
condiciones y todos tenían derecho a la misma consideración. De ello
deriva que el estado natural tuviera un valor normativo para el presente y
permitía creer en la libertad del individuo, propia de cada uno, en la que el
544
Estado no podía interferir. El ejercicio del poder tiránico, para Locke,
tenía como consecuencia el retorno del poder a la comunidad y la
disolución completa del gobierno constituido. Es decir, existía un
contrato social, un compromiso constante entre las partes que lo habían
firmado, renovable cuando los gobernantes traicionaran la confianza que
en ellos se había depositado. Locke llegó a una teoría de la soberanía y del
derecho de oposición plenamente compatible con la constitución mixta
deseada por los ambientes políticos ingleses, especialmente loswhig. Sin
embargo, estos últimos, durante la Gloriosa Revolución de 1689, no
coincidirían con él en la voluntad de depositar la soberanía última o el
poder constituido en el pueblo y no en el Parlamento.
Las ideas de Locke fueron las que dieron fuerza a los acontecimientos
revolucionarios y a la vez pacíficos de 1688-1689, pues él justificaba la
revolución cuando la libertad de los ciudadanos y la constitución que la
defendía se encontraban seriamente amenazadas. Según Locke, el derecho
divino del rey era ilógico desde un punto de vista racional ya que no era
demostrable que un soberano hubiese sido elegido realmente por Dios. En
consecuencia, había que rechazar por completo la idea de que el poder
ilimitado del rey pudiese ser presentado como un don divino. Si el
monarca violaba los derechos fundamentales y de naturaleza –el derecho
a la vida, a la libertad y a la propiedad privada–, subvirtiendo la
constitución, el pueblo recuperaba plenamente su poder. Al violar la ley el
rey perdía su inmunidad que la misma ley le confería y con ello su
autoridad. De esa manera se propugna la superioridad del poder
legislativo sobre el ejecutivo, que en todos los gobiernos bien constituidos
debe residir en organismos diversos y diferentes.
545
fueron los dos focos del campo en el que maduró el proceso político
creativo que desembocó en la Gloriosa Revolución. Este proceso, que se
hizo en Inglaterra de forma gradual, sancionó positivamente el paso del
protagonismo del fiel ciudadano y del súbdito al hombre libre, hombre
que comprendió su libertad de cree y de oponerse, de conocer
científicamente y de comerciar sin obstáculos. Eran reivindicaciones y
derechos atribuidos al menos implícitamente, sobre todo a las capas más
favorecidas de la sociedad.
La Gloriosa Revolución.
546
Los presbiterianoswhig defendían con sólidos argumentos la doctrina
del régimen “mixto”, según la cual la soberanía residía conjuntamente en
el soberano, los Lores y los Comunes. Hacia 1685 una gran parte de la
clase dirigente creía que el acuerdo entre estos tres componentes era la
esencia del gobierno y de su estabilidad. Los tory y loswhig compartían la
opinión de que los derechos del rey y de los ciudadanos eran
complementarios y no opuestos. Aunque los whig juzgaban que había que
limitar los derechos de la Corona y en algunos caso incluso enfrentarse a
ellos, no excluían al rey del ejercicio del poder. Cuando se perfiló la
posibilidad de la inminente subida al trono de Guillermo de Orange,
loswhig dejaron de invocar la supremacía parlamentaria tal como habían
hecho anteriormente.
547
cargos oficiales. Se celebraron misas romanas públicamente y además
Jacobo II exigió incluso al clero anglicano que desde el pulpito se diese
lectura de su Declaración. El arzobispo de Canterbury, junto con otros seis
obispos, se dirigió al monarca pidiéndole que la orden fuese retirada.
Aunque el rey ordenó que se les persiguiese por sedición, el tribunal ante
el que comparecieron los prelados los absolvió. Anglicanos y no
anglicanos coincidieron en señalar que una Declaración real no podía tener
la misma fuerza que un acto emanado de la voluntad del Parlamento.
548
y la apelación al pueblo. No se deseaba que esta solución abriera el
camino legal a una democracia radical. Loswhig sostuvieron de forma algo
forzada que o se trataba de una deposición del monarca, son de una
transferencia de la corona a su legítima heredera, de acuerdo con la
constitución. Los tory también se alinearon con esta postura cuando
Jacobo II se dio a la fuga, como si la simple huida fuera una abdicación.
549
y traumática, resultó políticamente elaborada y pacífica, además de ser
básicamente funcional.
Guillermo de Orange fue el que realmente llevó las riendas del país,
mucha más que su esposa la reina (cuyos derechos le habían permitido
obtener la corona). Se le reconoció el derecho a dirigir libremente la
política exterior del país, y él –como defensor del frente protestante– no
550
dudó en arrastrar a Inglaterra a una guerra declarada contra las iniciativas
bélicas del católico Luis XIV. Aunque la Mutiny Act de 1689 había
dictaminado que le correspondía al Parlamento establecer la constitución,
la entidad y el funcionamiento del ejército profesional inglés, Guillermo
III reunió en poco tiempo, a causa de las campañas militares que
emprendió, las fuerzas armadas más numerosas que Inglaterra había
tenido jamás, y hasta 1697 las Cámaras no consiguieron que llevara a cabo
una reducción real de las mismas.
551
divino del rey, se abría paso cada vez con más fuerza un racionalismo
dinámico, crítico no sólo frente a las supersticiones sino también frente a
los dogmas fundamentales de la fe cristiana. Hacia finales del siglo XVII
ya se podía hablar de preilustración inglesa, que se había desarrollado
armónicamente tanto en el plano filosófico y científico como en el
religioso, ético y civil.
552
553
El siglo de las reformas
555
En 1706 Felipe V, presionado desde Aragón y Portugal, hubo de
retirarse al norte de España, donde las clases medias y la pequeña
hidalguía le fueron fieles; pero el archiduque no supo aprovechar la
coyuntura. Además, Felipe V contaba con el apoyo de grandes sectores
castellanos: lo demuestran las guerrillas o actos de sabotaje que fueron
objeto las tropas austriacas o inglesas que apoyaban al archiduque. La
batalla de Almansa (1707) rechazó a los invasores hacia la franja
mediterránea, y pareció consagrar definitivamente la soberanía de Felipe
V.
Sin embargo, las nuevas derrotas sufridas en el exterior por los
franceses y la crisis económica de Francia permiten a los aliados un
último intento que, por un momento (1710) volvió a depararles la
posesión de Madrid. Pero el archiduque se había vuelto impopular y no
556
pudo mantenerse. En 1711 toda España, excepto Cataluña y Baleares,
estaban de nuevo en manos de Felipe V. Aunque los franceses, agotados y
los españoles, que bastante tenían con las campañas peninsulares, no
pudieron impedir que las posesiones extrapeninuslares de España
cayeran en manos de los aliados. Proseguían con éxito las operaciones
sobre Cataluña cuando en Utrecht se iniciaron las conversaciones de paz.
La paz de Utrecht
Los tratados de Utrecht, Rastatt y la Barrera suponen el comienzo de
un nuevo capítulo en el panorama geopolítico de Europa. Dentro de este
nuevo panorama, los Borbones consiguieron la meta central de sus
aspiraciones: Felipe V era confirmado como rey de España, con la
condición de que su corona no se uniría nunca con la de Francia. Pero
España era en realidad la gran sacrificada, pues la monarquía perdía todos
sus dominios extrapeninsulares en Europa: Bélgica, Luxemburgo, Milán,
Cerdeña, Nápoles (que pasaban al Imperio) y Sicilia (que pasaba a
Saboya). Y para más, Inglaterra, árbitro y gran aprovechada de la
contienda, se quedaba con dos jirones de territorio español: Menorca y
Gibraltar.
En cambio, Francia, que era la derrotada militarmente, conservaba la
línea del Rhin, aparte de haber colocado a los Borbones en España; esos i,
la gran época de Luis XIV terminaba con la paz de Utrecht; en adelante ya
no cabria espirar a hegemonías continentales: la nueva ley del equilibrio,
como principio inapelable, gobernaría la dinámica de las guerras y las
paces.
La Nueva Planta y las reformas interiores.
La entronización de los Borbones significaba centralismo. Una serie de
ministros emprendieron la tarea de “racionalizar” y unificar jurídicamente
España. La influencia francesa es indudable, aunque también hay que
557
tener en cuenta la tradición castellana manifestada por los gobernantes de
Madrid ya en el siglo XVII. La resistencia de los reinos de la Corona de
Aragón a la soberanía de Felipe V proporcionó a éste un esplendido
pretexto para reducir su constitución política a la misma planta que
Castilla, el sueño frustrado del conde-duque de Olivares.
En 1709 y 1711 se redujeron las leyes e instituciones de Aragón y
Valencia a las de Castilla. Cataluña resistió hasta la ultima hora, incluso
después de firmada la paz de Utrecht. Era impolítico reducirla al patrón
castellano sin motivo, y por otra parte, Felipe V y sus ministros habían
aprendido un poco de experiencia. De aquí que el Decreto de Nueva
Planta, dictado en 1716, no fuera la estricta castellanización de Cataluña,
sino la aplicación de un régimen nuevo, equilibrado y racional, que luego
se impondría en Castilla. Tres figuras se reparten el poder: el Capitán
General, que gobierna asesorado por la Audiencia –la cual no sólo juzga,
sino que aconseja– y el Intendente, del que dependen la administración y la
economía.
Cataluña se vio privada de sus viejos fueros y privilegios, favoreciendo a
la burguesía industrial y mercantil que se encontró con una mayor
libertad en detrimento de la aristocracia terrateniente; al mismo tiempo,
al desaparecer las fronteras entre Castilla y Aragón, el comercio interior
aumentó su volumen y los catalanes pudieron establecerse en Sevilla o
Cádiz para negociar con América, siendo su sumisión jurídica su fuente
de prosperidad económica.
Entre las reformas de tipo general cabe destacar la creación de cuatro
“secretarias de despacho”: Estado (Asuntos Exteriores), Justicia, Guerra
y Marina, primera versión formal de los modernos ministerios. La tarea
del gobierno quedó así compartida, remediándose una de las grandes
fallas del siglo anterior, como era la concentración del ejercicio y trámite
del poder supremo en unas solas manos.
558
Las Audiencias se multiplicaron por toda España, y aparte de su
función judicial cobraron atribuciones de gobierno. Otro organismo
ulterior, las Intendencias, de tipo administrativo, pero también con
ciertas atribuciones políticas, completaría la parcelación del territorio en
unidades territoriales idénticas. A fines del siglo XVIII sería ya frecuente
llamar a las intendencias “provincias”.
La obra de las reformas borbónicas no fue completa. Se proyectaron
muchos planes que nunca llegaron a convertirse en realidad. Las nuevas
instituciones convivieron con las antiguas, que casi nunca fueron
suprimidas. Hubo una considerable clarificación de funciones, y la
administración de España en el siglo XVIII fue ágil, expedita y eficaz.
El periodo de política italiana (1716-1725)
Hacia 1716 cambia la orientación de la política española. Felipe V se
desentiende un poco de Francia y pone su interés principal en Italia. Su
segunda matrimonio con la parmesana Isabel de Farnesio es un índice de
este giro: no precisamente la causa, puesto que es la previa atención a
Italia la que lleva a este matrimonio, no el matrimonio el que hace a Felipe
V fijarse en Italia. El motivo principal hay que buscarlo en el descontento
de Felipe por la pérdida de las posesiones italianas; además, los austriacos
empezaron a explotar Italia como un territorio conquistado. En Nápoles o
en Milán se empezó a pensar en los buenos tiempos de la presencia
española.
559
Julio Alberoni fue de los que convencieron a Felipe V de la conveniencia
de un matrimonio italiano y de una política italiana. Donde Alberoni se
equivocó fue en la suposición de que las potencias no intervendrían en
una guerra general y de que los italianos se levantarían en masa contra la
opresión en cuanto los españoles se plantasen frente a Italia.
Felipe V le confió el poder y la dirección de la empresa. Se firmó un
tratado con Holanda e Inglaterra y se concedieron a ésta algunas ventajas
comerciales en América. Al Papa se le halagaba con la idea de una cruzada
antiturca. Pero el ejército que preparaba el intendente Patiño y la
escuadra que se construía a toda prisa en Barcelona iba a tener una
finalidad muy diversa. En 1717 zarpó la flota y, ante la sorpresa general,
desembarcó en Cerdeña, donde el marqués de Lede se apoderó de la isla
en menos de dos meses. Los sardos recibieron con gusto a los españoles.
El golpe estaba iniciado y había que llevarlo hasta el final antes de que
las potencias europeas reaccionasen. En 1718 partió la segunda escuadra
hacia Sicilia, que fue conquistada en una brillante operación dirigida
también por el marqués de Lede. España estaba mostrando una capacidad
y un poder que nadie podía suponerle, después de su decadencia en el
siglo XVII y de la agotadora guerra de Sucesión.
Entonces las potencias reaccionaron: la flota inglesa atacó a la española
sin previa declaración de guerra y la destrozó frente al cabo Pessaro. Se
formalizó la Cuadruple Alianza (Austria, Francia, Inglaterra y Saboya),
en tanto que franceses e ingleses se disponían a la invasión a España.
Alberoni, con sus sueños ilusorios, quiso formar otra coalición con Rusia
y Suecia y fomentar las rebeliones en Francia e Inglaterra; pero Felipe V
comprendió que era preferible desprenderse del peligroso ministro, y
despachó a Alberoni. Las tropas españolas abandonaron Sicilia y Cerdeña,
bajo la promesa francobritánica de que los ducados de Parma y Toscana
560
serian para el príncipe español don Carlos. Al fue el sentido del Tratado
de Cambray, firmado en 1720.
Las gestiones diplomáticas.
Felipe V sustituye la guerra por la diplomacia. No era fácil conseguir
territorios italianos para los hijos de su segundo matrimonio. Las
promesas de Cambray habían sido demasiado vagas y durante tres años
(1720-1723) los políticos españoles trabajaron para verlas cumplidas.
Felipe V, hombre activo y nervioso, aborrecía los tratos diplomáticos,
pero la reina Isabel de Farnesio, ayudada por expertos políticos, se
encargó de llevarlos adelante. España manejó hábilmente el mal
entendimiento de la Cuádruple Alianza, pues tanto franceses como
británicos tenían roces con el Imperio; así buscando la amistad de las
potencias occidentales, se consiguió la claudicación austriaca. En 1723 el
Imperio reconocía al infante español don Carlos como heredero de los
ducados de Parma. España entraba en la alianza general.
El reinado de Luis I
En 1724, una vez clausurado definitivamente el congreso de Cambray,
abdicó Felipe V del modo más inesperado, tal vez por querer ocupar el
trono francés ante la abdicación de Luis XV. El nuevo rey, Luis I, era un
muchacho de 17 años inexperto y muy infantil de carácter. Cierto que sus
padres, retirados en el palacio de La Granja, procuraban no perder del
todo los hilos de la política. Con todo, parece que en torno al nuevo
monarca se iba dibujando un partido tendente a aislarle de la férula
paterna e imprimir a la política directrices nuevas, menos tendentes a
Italia que al Atlántico y América. Pero la política de Luis I quedó
totalmente inédita. Murió a los siete meses de subir al trono. Felipe V –
contra las leyes, pero de acuerdo con el sentido común– asumió de nuevo
las riendas del poder.
561
El periodo de política española (1725-1748)
El segundo reinado de Felipe V no representa la reanudación de la
política anterior a su abdicación, sino más bien la tendencia insinuada
durante el breve reinado de su hijo. Las miras son ahora mas españolas
que italianizantes, y los ministros son españoles también. Entre ellos
debemos destacar a José Patiño, político, diplomático, administrador,
economista y hombre práctico; José del Campillo, hacendista y
funcionario de alto sentido común, y el marqués de la Ensenada, político
de grandes ambiciones exteriores, organizador del ejército y la escuadra,
pero también un magnifico planificador de la economía, y en particular
del comercio a estilo mercantilista.
España se reconstruye interiormente, mejora sus fuentes de riqueza y
su administración, y vuelve a contar para todo entre las potencias
mundiales. Su política internacional de báscula entre las preocupaciones
atlánticas (América, la marina, el comercio, rivalidad con Inglaterra) y el
revisionismo italiano, procurando sacar partido de la enemistad entre
Francia y el Imperio, para granjearse zonas de influencia en Italia.
Los inicios de la tendencia atlántica.
Hacia 1725 tiene lugar un segundo descubrimiento de América. Desde
mediados del siglo XVII, el continente americano vivía apartado de
España, en el sentido al menos del tráfico marítimo y el intercambio
comercial. El agotamiento de las minas de plata y la relativa autarquía de
la producción americana habían llevado a aquellos resultados. Fueron los
ministros españoles de Felipe V, y en especial Patiño, los que
comprendieron las posibilidades fabulosas del comercio con el Nuevo
Mundo. Aquellos territorios podían producir en cantidad enorme los
artículos “ultramarinos” que no se daban en Europa: café, cacao, tabaco,
azúcar, algodón. Su venta produciría beneficios a los americanos, que al
elevar su nivel adquisitivo procurarían comprar en cantidades crecientes
562
los productos industrializados de Europa. España, manteniendo el viejo
monopolio, pero con unas líneas de canalización más flexibles, podría
servir de intermediario de todo aquel tráfico entre dos mundos.
563
El Mediterráneo. Guerra de Sucesión de Polonia.
La reconciliación con Inglaterra y el enfriamiento de relaciones con el
Imperio, que ni había apoyado a España en Soissons, ni parecía dispuesto
a cumplir sus promesas anteriores sobre Italia, abonaron un espectacular
cambio de política. Felipe V, contrariamente a la solemne rigidez de los
Habsburgo, estaba mostrando un oportunismo no exento de sentido
práctico. A principios de 1729 se concertó el matrimonio del príncipe
heredero Fernando con la portuguesa Bárbara de Braganza, sellando la
reconciliación de ambas naciones. Poco después, en Sevilla, se firmaba el
pacto tripartito entre España, Francia e Inglaterra, unidas en una común
actitud antiaustriaca. Un ejército español, con apoyo británico,
desembarco en Liorna para asegurar os derechos del infante don Carlos a
los ducados italianos. Y Patiño aprovechó el viraje hacia el Mediterráneo
para organizar una expedición antipiratica que se apoderó de las plazas
de Orán y Mazalquivir.
En 1733 empezó la Guerra de Sucesión de Polonia. España no tenía
interés en entronizar en Varsovia a Estanislao Leczinski, cuñado de Luis
XV de Francia; pero ayudando a los franceses podría participar en la
guerra contra Austria, que defendió la candidatura del duque de Sajonia.
Así se firmó en 1734 el primer Pacto de Familia. Un ejército de 40.000
hombres ocupó el Reino de Nápoles en una inteligente operación y poco
después, con el mismo éxito, se produjo el desembarco en Sicilia. En
cambio, Polonia había sido invadida por los austriacos, y Francia
entonces se retiro de la contienda. Así buscó un arreglo (Paz de Viena en
1735), al que España hubo de adherirse. Nápoles y Sicilia pasaban al
príncipe don Carlos; pero se le negaban, en cambio, los ducados de Parma.
Nuevas directrices atlánticas.
En este contexto, los españoles se desentendieron de las querellas
europeas para fijar su política en América, donde ya todos los teóricos
564
ponían la clave del futuro y de la prosperidad de España. En 1738 se creó
el nuevo Virreinato de la Nueva Granada, con capital en Bogotá, que
venía a romper la secular dualidad virreinal de México y Perú, y con la
cual se venía a reconocer la revalorización económica y estratégica de la
zona del Caribe.
Nuevamente la atención en el Atlántico volvió detonar la guerra con
Inglaterra. Fue la que los españoles llamaron Guerra del Asiento y los
ingleses Guerra de la Oreja de Jenkis, por el incidente con que pretendieron
justificar las hostilidades. Los navíos españoles, con su trafico
individualizado, lograron casi siempre burlar la vigilancia británica, El
almirante Vernon saqueó Portobelo, pero sufrió un desastre en Cartagena
de Indias. Lo importante para España fue que las rutas de América
pudieron ser conservadas, y tras la guerra, el tráfico se incrementó.
La Guerra de Sucesión de Austria
La tentación mediterránea, más concretamente italiana, acució por
última vez a Felipe V –más aun a Isabel de Farnesio– con motivo de la
Guerra de Sucesión de Austria, que empezó en 1741. Aquel conflicto podía
permitir una mayor extensión de los intereses españoles en la península
italiana, y de aquí la nueva alianza con Francia –Segundo Pacto de Familia–
con el propósito no solo de conquistar Parma, sino el Milanesado. El mal
entendimiento entre franceses y españoles malogró las operaciones. En
1745 los españoles entraron en Milán.
Pero una vez que la emperatriz María Teresa se vio afianzada en el
trono de Viena y firmó la paz con Prusia, los ejércitos imperiales pudieron
descargar toda su potencia sobre Italia. Los franceses no mostraron
interés en proteger las conquistas españolas y Milán hubo de ser
abandonada casi en el momento en que moría Felipe V. El nuevo rey de
España, Fernando VI no sentía afición a las aventuras italianas y proyectó
565
abandonar la guerra a cambio de alguna compensación por parte de
Inglaterra. Pero los británicos prefirieron conservar la plaza a lograr la
amistas española, y Fernando VI ordenó continuar las hostilidades hasta
una nueva coyuntura. Se recuperó Génova, pero los franceses se
apresuraron a buscar la paz.
Por la Paz de Aquisgrán (1748) el príncipe español Felipe obtuvo los
ducados de Parma Piacenza y Gustalla. Las potencias descubren en este
contexto la importancia de América, que dará paso a una nueva
geopolítica. Hasta entonces la base de las relaciones internacionales había
sido el dogma del “equilibrio europeo”. Desde aquel momento empezaría a
hablarse del equilibrio mundial.
En el juego del equilibrio mundial.
La segunda mitad del siglo XVIII presencia la consagración de las
directrices señaladas por los Borbones. Continúa la política de reformas,
en busca de una correcta ordenación interior y de una administración
eficaz del país; la preocupación económica se mantiene al sustituir el
proteccionismo estatal por el fomento del libre despliegue de la iniciativa
privada. Y en cuanto a la política exterior, a la táctica un poco
bamboleante de Felipe V, que oscilaba continuamente entre el
Mediterráneo y el Atlántico, sucede, durante los reinados de Fernando VI
y Carlos III, una orientación definida hacia ultramar. Cuando a partir de
la paz de Aquisgrán se pasa del concepto de equilibrio europeo al de
equilibrio mundial, el papel de España en el juego de las potencias se
revaloriza de un modo extraordinario, por la sencilla razón de que posee
unos inmensos territorios ultramarinos.
La política de Ensenada y Carvajal
Fernando VI no era un hombre de gran talento pero si tenía las
cualidades necesarias para ser un buen monarca: una intachable rectitud
566
de carácter, un alto sentido de la dignidad real y una mano inteligente
para escoger sus colaboradores. Su política fue la de sus ministros. El
partido europeísta, italianista, que dirigía el marqués de Villadarias, y
que tanta importancia había tenido en tiempos de Felipe V, quedó así
arrinconado por su contrario, cuyo jefe indiscutible era el marqués de la
Ensenada, partidario de una abierta política atlántica y de una atención
primordial a América, aunque ello llevase al enfrentamiento con
Inglaterra. Ensenada, ministro a la vez de Guerra, de Marina e Indias y de
Hacienda, pronto vio elevado al Ministerio de Estado a un eficaz
colaborador, José de Carvajal. Cierto que Carvajal, aunque nunca
enfrentado abiertamente con Ensenada tenía, como diplomático, ideas
distintas. Si Ensenada era partidario de una “paz armada”, Carvajal
prefería una “paz astuta”, basada en la diplomacia, pero tendentes ambas
al mismo fin, la conservación de América, por el mismo procedimiento:
el equilibrio.
Carvajal preconizaba la amistad con Inglaterra, no exactamente por ser
anglófilo, sino por estimar el procedimiento más práctico y barato que el
rearme naval. Ensenada fiaba menos de la lealtad británica y prefería una
política agresiva que, con la ayuda francesa, permitiera hacer frente a
Inglaterra. Fue él quien, como ministro de Marina, aceleró el rearme
naval, hasta hacer de la marina española la segunda del mundo. Pero
Ensenada también fue un excelente hacendista que reorganizó las
finanzas del Estado.
El prudente y lógico Carvajal y el activo Ensenada simbolizan a la
perfección aquella España próspera, tranquila y sin problemas de
mediados de siglo.
La política neutralista
En 1754 murió Carvajal. Casi al mismo tiempo, Ensenada creyó haber
llegado el momento de formalizar la alianza con Francia que siempre
567
había deseado, y escribió en tal sentido al embajador en Paris, paso que le
costó la destitución, por hacer política exterior desde el Ministerio de
Guerra. Así, de modo casi simultaneo, desaparecieron los dos más
importantes estadistas del reinado de Fernando VI. El principal ministro
de los años que siguen es Ricardo Wall, un diplomático de origen
irlandés y más anglófilo que Carvajal. Las directrices de la política
exterior quedaron así un poco descompensadas a favor de Inglaterra.
Cuando estalló la Guerra de los Siete Años, en la que se enfrentaron
Francia e Inglaterra, España declaró su total abstención. Wall fue sólo en
cierto modo heredero de la política de Carvajal. Este preconizaba una
neutralidad positiva que permitiese aplicar sólo un dedo al fiel de la
balanza del equilibrio mundial para decidirlo en un sentido o en otro; el
neutralismo de Wall es, en cambio, inhibicionismo, abstención absoluta,
actitud que restaba valor al papel de España en el concierto internacional.
Los franceses conquistaron Menorca a los ingleses y la ofrecieron a
España a cambio de su apoyo militar; los españoles no aceptaron.
Tampoco tuvieron éxito las gestiones británicas, que ofrecían como
prenda Gibraltar. España se desentendía diplomática y militarmente de la
guerra. Y lo peor era que las posesiones americanas estaban totalmente
desprovistas de medios defensivos en caso de guerra.
Los últimos años del reinado empañan un poco al balance de conjunto.
Fernando VI, que nunca había destacado por su actividad e iniciativa,
degeneró en abulia indisimulable. Los negocios eran conducidos por la
reina, doña Bárbara de Braganza. A su muerte el monarca se hizo más
indiferente que nunca, hasta dar síntomas de autentica anormalidad. A la
débil política exterior de Wall se une la incapaz administración en el
interior del marqués de Valparaíso, que no pudo evitar un aumento de la
deuda del Estado. Cuando murió Fernando VI en 1759, España vivía en
paz dentro y fuera de sus fronteras, pero la situación no era tan boyante y
prometedora como pocos años antes.
568
El nuevo reinado.
El monarca no dejaba hijos. Con lo que niño a heredar el reino su
hermanastro don Carlos, que ya era rey de Nápoles. Carlos III, hombre
más activo y audaz que Fernando VI, aborrecía a los ingleses y era de
antiguo amigo del marqués de la Ensenada. Su llegada a España significó
no sólo la rehabilitación de Ensenada, sino la de su partido y la adopción
de una nueva actitud respecto de la política exterior. En este contexto,
España entró en la guerra a favor de Francia. En un principio, los nuevos
gobernantes intentaron mantener la neutralidad: eso sí, una neutralidad
activa, haciendo intervenir a España en el juego de las potencias,
mediante frecuentes tratos diplomáticos en los que España quiso hacer de
mediador. Fueron los ingleses quienes con más recelo acogieron este
nuevo papel de España. Por otra parte, las hostilidades perjudicaban
notablemente a los intereses españoles en América y causaban daños,
especialmente a la navegación. Francia atendió todas las reclamaciones
españolas en este sentido; no así Inglaterra, que, además de entorpecer las
rutas comerciales españolas, había establecido fortificaciones en el
territorio de Campeche, pese a todas las protestas del virrey de México.
Carlos III y sus ministros, que ya no simpatizaban con Inglaterra,
comprendieron cada vez mejor que el eventual enemigo de aquella guerra
estaba en la Gran Bretaña. Pero los ingleses llevaban las de ganar y la
ruptura del equilibrio francobritánico en América solo hacía perder a
España su ventajoso papel mediador, sino que ponía en grave peligro sus
posesiones ultramarinas.
Cuando los británicos tomaron Quebec, España esgrimió
diplomáticamente la política del equilibrio y al mismo tiempo que
felicitaba al embajador británico, Carlos III le encargó que transmitiera a
Londres su preocupación por la pérdida del equilibrio en América. La
respuesta inglesa fue destemplada y desde aquel momento se hizo
569
inevitable la ruptura de la política de neutralidad. Tal fue el origen del
Tercer Pacto de Familia.
La intervención en la guerra.
El Tercer Pacto de Familia no suponía la inmediata entrada de España
en la guerra, sino una alianza con Francia que solo obligaba a los
españoles bajo determinadas condiciones. Claro está que los ingleses, al
conocer la firma del tratado, declararon la guerra a España. Sin embargo,
España había descuidado su política militar y naval, de suerte que
necesitaba algún tiempo de preparativos. Los ingleses atacaron de golpe
las Antillas y se apoderaron de Cuba; también tuvieron éxito en Filipinas,
aunque aquí la resistencia fue mayor. Pero, tras los malos momentos
iníciales, la situación se equilibró. La guerra estaba decidida –los
franceses habían perdido todas sus posesiones en América– pero los
últimos ataques contra España fracasaron, en tanto que los hispanos
daban señales de recuperación.
Tal fue el siglo que tuvo la Paz de París (1763): victoria de Inglaterra,
desastre de Francia, simple contratiempo de España. Los franceses se
quedaban prácticamente sin territorios en América y en la India, España
perdía la península de Florida y la costa norteamericana hasta el Misisipí,
pero recibía de Francia la Luisiana, que era un buen antemural de México
por el norte; los ingleses evacuaban lo ocupado en Cuba y Filipinas y se
comprometían a destruir los fuertes de Honduras.
El Pacto de Familia, quizá precisamente por la derrota y del afán de
revancha, fue esta vez más duradero. La amistad con Francia se mantuvo
y pocas veces estuvieron tan abiertas las puertas de los Pirineos como
aquellos años. Las consecuencias ideológicas de aquella apertura iban a
ser inmensas.
La Revolución Burguesa
570
Todo el siglo XVIII señala un notable incremento demográfico y una
visible transformación social. Los grandes cambios estructurales del siglo
XVIII se hubieran operado de todas formas, pero al aceptarlos Carlos III y
sus ministros como parte de su propio programa les confieren un sentido
político que revolucionará por completo su significado histórico.
Paralelamente a esta transformación social hay también una
transformación ideológica en todo consecuente con la anterior.
Revolución burguesa y revolución ilustrada son, en su raíz, dos hechos
distintos e independientes pero deben explicarse simultáneamente para
su mejor comprensión.
El sentido de la evolución social.
En el siglo XVIII se endereza definitivamente la curva de la población
de España. Se supera el terrible bache de la centuria anterior y a partir de
aquel momento se producirá un incremento demográfico. A comienzos
del siglo el país no debía pasar de los siete millones de habitantes, para
alcanzar, a finales, cerca de los doce. Pero este crecimiento no es regular
ni uniforme: aumentan mucho más deprisa las ciudades que el campo, la
periferia que el centro.
Pero más interés que la curva de ascenso general encierran las cifras
particulares. La nobleza, a pesar del incremento de la población, decae
bruscamente en la segunda mitad del siglo, aunque en la primera mitad se
calcula que había unos 700.000 nobles. Y lo mismo puede decirse de los
eclesiásticos. Respecto de las clases trabajadoras vemos un aumento
rápido de las urbanas y una disminución progresiva de las campesinas.
La baja de la nobleza obedece a dos causas principales. Por un lado
operan motivos fiscales, porque los funcionarios de Hacienda exigen
pruebas de nobleza a todos los que quieran eximirse del pago de
impuestos. Un control más riguroso hizo ver que muchos de los
supuestos hidalgos no eran capaces de demostrar su condición. En otras
571
ocasiones son los propios interesados quienes renuncian al estamento
nobiliario, por parecerles una categoría inútil o pasada de moda: tenemos
pueblos enteros que renunciaron a la hidalguía o se olvidaron de ella. En
cuanto a los eclesiásticos, el motivo de su disminución puede verse en la
baja de las vocaciones, hecho que en el fondo está íntimamente
relacionado con la evolución de las mentalidades.
¿A dónde fueron a parar los elementos que desertan de las clases
privilegiadas? Los artesanos aumentaron considerablemente su número
en esta época, pero resulta muy difícil imaginar que un noble pase a ser
carpintero o tejedor: el incremento de artesanos hay que relacionarlo más
bien con la baja de los campesinos. Los antiguos nobles –hidalgos por lo
general– continúan siendo medianos o pequeños propietarios, o bien
pasan a ocupar puestos en la administración o en las profesiones liberales.
No cabe duda de que la burguesía, en particular, o la clase media, en
general, van imponiendo el tono a la sociedad del siglo XVIII. Lo que
pierde la nobleza lo ganan las clases medias; y esto es más cierto aun
respecto de las mentalidades que de las estructuras sociales en sí.
El Estado estimula la revolución burguesa.
Desde el primer momento la política de los Borbones tuvo un cierto
matiz social ya que los nuevos monarcas se encontraron con un país
arruinado y quisieron reorganizarlo y revitalizarlo. La nobleza, con sus
privilegios y su inmovilismo, era una rémora; la burguesía, por el
contrario, movilizadora de la riqueza, era la clase ideal para emprender el
desarrollo. Los Borbones no son de suyo burguesófilos, ni tampoco
antinobiliarios; pero procuran barrer estorbos y apoyar a aquellos que
están dispuestos a trabajar y a aportar iniciativas. Una serie de hombres
de origen más o menos modesto, como Patiño, Campillo o Carvajal se
fueron elevando a los más altos puestos del Estado. El mérito y la
572
capacidad personal empezaron a estimarse más que la alcurnia y la
nobleza de sangre.
Carlos III no inventó en absoluto aquel ideario ni aquella política. Lo
que hizo fue darle un carácter más oficial con sus ordenanzas, la
Instrucción Reservada o la creación de la Orden de Carlos III, y, demás,
aceleró el movimiento hasta convertirlo en una verdadera revolución, la
que Rodríguez Casado llama “revolución burguesa”: una revolución
desde arriba, encauzada y programática, pero que entraña, como tal, una
de las transformaciones más activas y trascedentes de España. El
monarca, acompañado de sus colaboradores –Floridablanca,
Campomanes, Jovellanos, Olavide, Cabarrús–, quería una España
ordenada y racional y una sociedad sin privilegios de sangre, donde la
distinción premiase únicamente la capacidad y el mérito. Carlos III
procuró rebajar los privilegios y exenciones de las clases nobiliarias y
realzar a los grupos intelectuales, industriales y mercantiles.
Muchas de las medidas adoptadas por el gobierno de Carlos III en esta
línea tienen un matiz económico: así los decretos de libertad de comercio
y precios, la apertura de puertos, creación del Banco de San Carlos,
primer establecimiento oficial de este tipo en España, etc., pero
encaminadas todas ellas al favorecimiento de la “riqueza en movimiento”,
en manos de la burguesía, más que de la “riqueza en estado” –
propiedades–, en manos de la nobleza. Es más: cuando los hombres del
Despotismo Ilustrado se ocupan de la tierra lo hacen para “movilizarla”,
es decir, para hacerle perder su condición de estancada.
La conjuración contra Esquilache.
Rodríguez Casado prefiere denominarla así, sustituyendo la vieja
expresión de “motín de Esquilache”. Era Esquilache uno de los ministros
traídos de Nápoles por Carlos III. Hombre impetuoso y muy reformista,
creyó poder transformar a España por la vía rápida; quería un país más
573
culto, más limpio, más racional, pero chocando en muchos casos con
costumbres y tradiciones muy arraigadas sobre los españoles. Algunas de
sus medidas, sobre todo las económicas, fueron en alto grado
impopulares, tales como la rebaja de los suelos a los empleados y (de
acuerdo con su teoría de la libertad económica), la supresión de la tasa del
trigo, que, en unos años de prolongada sequia, hizo que el precio del pan
subiera súbitamente.
La medida que exacerbó a las masas fue la orden de cambiar de
indumentaria: en lugar de la capa larga y el sombrero de ala ancha, capa
corta y sombrero de tres picos. No se trata de un capricho de Esquilache,
sino de un medio de evitar los embozamientos, que facilitaban, sobre todo
de noche, toda clase de delitos. Pero aquella orden provocó un incidente
en Madrid que degeneró en un verdadero hecho de masas. Carlos III juzgó
conveniente retirarse a Aranjuez, y desde allí, atendiendo a las exigencias
de los amotinados, tuvo que resignarse a destituir a Esquilache. El rey
regresó a la Corte y se restableció la calma.
El “motín de Esquilache” significa bastante más de lo que aparenta: está
claro que el descontento no iba solo contra el decreto sobre la vestimenta;
el ministro era aborrecido por su condición de extranjero y su carácter
violento. Las medidas económicas, tomadas en un momento de malas
cosechas, fueron contraproducentes y contribuyeron a levantar un clima
de protesta. A la víspera de los sucesos en Madrid se envió a gentes de la
nobleza o del alto clero dar consignas y repartir dinero por los barrios
bajos. Todo hace suponer que el motín fue preparado y que los elementos
instigadores fueron miembros de las clases altas, para conseguir la caída
del ministro reformista y frenar así lo que hoy conocemos como
“revolución burguesa”.
Solo consiguieron echar a los políticos, pero no cavaron con el proyecto.
Carlos III mantendría el mismo camino con distintos colaboradores. Un
574
nuevo equipo gobernante formado esta vez por ministros exclusivamente
españoles como Campomanes, Floridablanca, el conde de Aranda, etc.,
iba a realizar la tarea de las grandes reformas sociales y económicas, quizá
de un modo menos espectacular, pero continuado y profundo.
La expulsión de la Compañía de Jesús.
La conspiración contra Esquilache de 1766 y la expulsión de los jesuitas
en 1767, son dos hechos que aparecen siempre relacionados, ya sea el
primero la causa o simplemente el pretexto del segundo. Es muy probable
que entre los instigadores del motín figurasen algunos jesuitas de Madrid,
aunque no es segura su intervención, ni mucho menos la de la Compañía
de Jesús a pleno. Para explicar su expulsión hay que tener en cuenta que
aquella orden religiosa, con su cuarto voto de obediencia al Pontífice, era
símbolo de la fidelidad a Roma, actitud que chocaba con un Estado
fuertemente regalista, como era el del siglo XVIII. La tesis del regalismo
ha sido esgrimida siempre por los historiadores jesuitas para explicar la
expulsión, pues fueron expulsados de Portugal en 1759 y de Francia en
1762: la decisión de Carlos III en 1767 no fue original.
La tesis del regalismo-antirregalismo no es despreciable, pero aconseja
alinear a su lado otras posibles causas, quizá más fuertes, entre ellas el
factor social. Efectivamente, de los 112 colegios que mantenían en España
la Compañía de Jesús, unos 1000 eran para jóvenes de la aristocracia. La
mayoría de las vocaciones jesuíticas se reclutaban en estos colegios, y la
Compañía misma estaba formada por hombres salidos de las clases
privilegiadas. Las rivalidades estudiantiles de la época –“colegiales”, es
decir, alumnos de colegios nobles, contra “golillas”, o “manteístas”,
universitarios de clase media– encierran un indudable trasfondo social e
incluso ideológico, y trascienden, una vez terminada la carrera, al mundo
profesional y aun al político.
575
El motín de Esquilache fue, seguramente, la primera manifestación
abierta de aquella lucha. El hecho es que el Gobierno de Carlos II aceptó
la declaración de guerra de las clases altas y entre las medidas adoptadas
figura la supresión de su principal fuerza valedora. El decreto de
expulsión obligó a exiliarse a unos 1.660 sacerdotes de la Península y 1.396
de América; sumando legos y escolares, el total pasaba de 5.000.
El absolutismo ilustrado en España.
El lema con que tantas veces se ha definido el Despotismo Ilustrado,
todo por el pueblo, pero sin el pueblo, encierra una idea paternalista y
filantrópica –todo por el pueblo– al lado de otra dirigista y excluyente –pero
sin el pueblo–. Y responde a un concepto del papel del Estado como
encauzador del progreso humano, propio de la mentalidad de los filósofos
del siglo XVIII. Por doquier proliferan los teóricos y los proyectistas; pero
aquellos planes gigantescos de mejora de la humanidad y de sus medios
de vida no pueden realizarse sin un poder tutelar que los hagan suyos y
los convierta en realidades; y este poder no puede ser otro que el del
Estado. El Estado debe ser fuerte, precisamente para poder realizar con
mayor amplitud la obra benefactora. Pero es un Estado que solo se
justifica mediante esa finalidad, y cuando los ideólogos le abandonen se va
a encontrar sin medios dialecticos para defenderse.
El régimen de Carlos III.
Las reformas administrativas de España habían tenido lugar, sobre
todo, durante el reinado de Felipe V. Bajo Carlos III se consagran
definitivamente, en un complejo enrejado de organismos e instituciones,
bien contrapesadas.
En primer lugar se encuentran los cinco ministros de Estado o
Asuntos Exteriores, Gracia y Justicia, Hacienda, Guerra y Marina e
Indias. Los ministros, hombres muy capaces políticamente, son ya los
576
responsables, junto al rey, en la obra de gobierno. Tenemos luego a los
Consejos: de Estado, Castilla, Guerra, Hacienda, Indias, Inquisición. Sólo
los dos primeros conservan su alta preeminencia. EL Consejo de Castilla
tiene funciones judiciales, equivalente a las de un tribunal supremo, y
administrativas: todos los nombramientos de funcionarios habían de
pasar por el Consejo. El de Estado no solo se refiere a los asuntos
exteriores, sino que englobaba toda la gobernación del reino; los
ministros pertenecen a él o a un organismo derivado, la Junta de Estado,
que tiene la mayor importancia en tiempos de Carlos III.
La administración territorial aparece racionalizada con las 12
capitanías generales o Reinos, donde el capitán general ejerce funciones
de gobierno y las 32 intendencias –que a finales del siglo ya suelen
llamarse provincias–, donde el intendente es más que nada un
administrador. Los reinos (circunscripciones de gobierno) obedecen a
una división de acuerdo con la tradición histórica, en tanto que las
provincias o intendencias (circunscripciones administrativas) son de
trazado más arbitrario y obedecen a una finalidad práctica.
El rey era el supremo director de la marcha del Estado. Teóricamente,
todos los poderes estaban concentrados en él. Sin embargo, coartado por
ministerios, consejos, juntas y organismos territoriales y locales, Carlos
III tenía menos libertad de decisión que el presidente de una república
democrática.
Dos partidos principales se disputan durante el reinado la dirección de
los negocios. Uno es el llamado partido golilla que dirige el conde de
Floridablanca, y que pretende acumular el poder en los Ministerios en
detrimento de los Consejos, para lograr así una política más ágil y una
administración regular y centralizada. El otro es el partido aragonés,
llamado así por serlo sus principales miembros, entre ellos su director, el
conde de Aranda, partidario de restituir a la nobleza su perdido papel
577
director, pero con ínfulas progresistas, amigo de la preeminencia de los
Consejos como contrapeso del poder del monarca y ministros y tendente
a la descentralización. Carlos III supo apoyarse en los dos partidos y
complementarlos adecuadamente.
Las doctrinas economistas.
El proyectismo del siglo XVIII se centra fundamentalmente en lo
económico. Hay que encontrar la manera de que el país sea rico, para que
la población también lo sea. Las mismas reformas político-
administrativas, sociales, educativas, etc., se hacen, en el fondo, pensando
en una finalidad económica.
Dentro de todo este afán economista y productivo es fácil distinguir
dos etapas. En la primera mitad del siglo había predominado la corriente
proteccionista. El Estado debía intervenir directamente en el
establecimiento de nuevas fuentes de riqueza, fundando las grandes
<<fabricas nacionales>>. Una severa política fiscal regulaba todo el
comercio exterior a fin de evitar importaciones que pudieran entorpecer
la industria propia, y favoreciendo en lo posible la exportación de
artículos manufacturados.
El proteccionismo deja paso en la segunda mitad del siglo a una
corriente de liberalización. Ahora se piensa que la economía debe
depender del interés privado, porque <<nadie mejor que uno mismo
atiende a sus propios intereses>>. Y entonces lo que se propugna es una
economía individualista, con libertad de trabajo, contratación y precios.
El papel del Estado debe limitarse a <<remover los obstáculos>> que se
oponen a esta prospera libertad, y la mejor ley que se puede dar en este
sentido es la supresión de las leyes antiguas, es decir, de las
reglamentaciones económicas.
578
Es España el individualismo economista tropezaba con dos barreras
importantes. En el campo agrícola, la amortización de la tierra, que
mantenía más del 70% de las propiedades del país bajo un régimen
<<vinculado>>; eran tierras de un convento, de un cabildo, de un título
nobiliario, no de la persona concreta de su detentador, y este concepto
jurídico de la <<vinculación>> impedía que aquellas tierras pudiesen
comprarse o venderse, aunque fueran innecesarias a su poseedor y no se
trabajasen. En el campo industrial, la barrera la constituían los gremios.
Estas instituciones de artesanos, destinadas a la protección de cada grupo
profesional, regulaban las formas de trabajo, las técnicas, los tipos de
producción, los precios. Dentro de este sistema corporativo era imposible
la competencia.
Contra las grandes propiedades amortizadas y contra el sistema
gremial arremeten todos los teóricos de la época (Jovellanos en su Informe
sobre el Expediente de Ley Agraria), cuyas normas se tratarían de seguir
todavía en el siglo XIX. Jovellanos está convencido de que España es un
país rico en potencia y que la clave de su prosperidad esta en un mejor
reparto de la tierra, que haga que las parcelas no sean demasiado grandes
ni demasiado pequeñas. Jovellanos propugna una prosperidad de tipo
medio, una prosperidad en manos de la clase media, de acuerdo con el sentido
de la revolución burguesa.
Las realizaciones
Un análisis detallado de las realizaciones económicas del siglo XVIII
nos muestra que éstas se quedaron muy cortas respecto de los proyectos,
quizá porque se habían proyectado demasiado. El Estado no pudo
canalizar la radical transformación de las estructuras de país, pero se
esmeró en aquellos campos en que podía actuar de forma más directa,
como las obras públicas. Muchas de aquellas obras –puentes, carreteras,
canales– fueron de gran utilidad. Falló en gran parte la reforma agrícola
579
porque las trabas eran demasiado grandes y los interés creados demasiado
fuertes; a lo más que se llegó fue a la prohibición de establecer nuevas
vinculaciones. Se trató de estimular la repoblación con nuevos colonos de
terrenos incultos. Varios ensayos de este tipo se llevaron a cabo en la
España de Carlos III, de los cuales fue el más famoso la repoblación de
Sierra Morena por alemanes católicos, a los que se concedían tierras y
medios para desenvolverse con su trabajo personal.
En el aspecto industrial y comercial el papel del Estado durante el
reinado de Carlos III fue de <<tutela a la libertad>>. Se dieron toda clase de
facilidades, se quitaron impedimentos, se construyeron caminos y se
suprimieron tasas que odian obstaculizar más directamente el desarrollo.
Por otra parte, la coyuntura favorecía el negocio particular. El aumento de
la población hizo crecer el consumo y provocó, por tanto, un alza de
precios. Los productos agrícolas se revalorizaron, con lo que aumentaron
los cultivos. Un incremento más sensible aun se aprecia en la producción
industrial y artesana; aquí hay que tener en cuenta el aumento de la
demanda no solo en la Península, sino también en América. El criollo que
comercia con la metrópoli se enriquece mucho más que en el siglo
anterior con su economía puramente domestica; pero al tiempo que
exporta bienes exóticos (cacao, café, tabaco, azúcar) importa finos
productos manufacturados de la Península (tejidos).
La industria textil alcanzó a fines del siglo un desarrollo muy
considerable, alcanzado muy probablemente el segundo puesto mundial
en producción, después de Gran Bretaña. Creció también la industria
naval, clave del poderío marítimo de la España de entonces, así como la
metalúrgica.
La gran medida comercial del siglo fue el decreto de 1778 que suprimía
el monopolio del tráfico con América, adscripto entonces a Cádiz. Se
abrían puertos en toda la Península y se establecía una amplia libertad de
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comercio durante los primeros años, incluso, sin impuestos o con
aranceles rebajados. El volumen del comercio con América se cuadruplicó.
El negocio fue grande y contribuyó al desarrollo de las clases burguesas
tanto en España como en América.
Los grupos ideológicos.
La mentalidad de la época, con su culto a lo racional y a lo utilitario, es
fruto de la ideología <<ilustrada>>. No hubo, en puridad, una Ilustración
española. España cuenta con pensadores brillantes pero su pensamiento
no se caracteriza precisamente por la originalidad. Las ideas y las
formulas se importan desde el extranjero, por lo general de Francia. Hay,
en la mayoría de los ilustrados españoles, una lucha sorda entre el
esnobismo extranjerizante e innovador y el respeto a las tradiciones y al
sentido profundamente religioso del país.
De aquí que las ideas del radicalismo racionalista encuentren en España
las más variadas reacciones, según sea el peso del elemento tradicional y
del elemento progresista en quien las recibe. Podemos mencionar cuatro
tendencias:
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esnobistas y radicales, son, sin embargo, poco influyentes bajo Carlos
III.
La culminación de la política atlántica.
Los últimos años del reinado de Carlos III presentan una reactivación
de la política atlántica. El control y la defensa de América, el rearme naval,
la preocupación por el comercio trasatlántico y la hostilidad sorda con
Inglaterra eran puntos centrales de aquella política. Las dos tendencias
manifestadas en el reinado de Fernando VI a través de los ministros
Ensenada y Carvajal las heredan, en cierto modo, el ministro de Estado de
Carlos III, Grimaldi y el de la Guerra, conde de Aranda, militarista e
impulsivo. Pero a pesar de estas divergencias la política atlántica de
Carlos III forma un todo coherente y logra, al final del reinado, tomarse el
desquite de la guerra de los Siete Años con una victoria sobre Inglaterra y
la disminución del poderío británico en el Nuevo Mundo.
La política marroquí.
En un momento de auge de la política exterior, la atención se centró en
Marruecos.La nueva mentalidad no era propicia para la creación de un
gran imperio político-militar, ni aun movimiento de expansión religiosa,
pero si al prevalecimiento de los intereses españoles en el norte de África.
Los ministros de Carlos III mostraron una activa política exterior con
Marruecos, que oscila continuamente entre la negociación y la guerra,
para lograr los mercados de la zona tanto como para impedir su caída en
poder de los ingleses. España pretendía la total apertura de los puertos
marroquíes al comercio peninsular, en tanto que el sultán reclamaba
como prenda de aquella concesión las plazas de Ceuta y Melilla.
En 1767 Marruecos se decidió a firmar u tratado comercial favorable a
España, pero la paz no duró mucho, porque en 1773 los marroquíes
atacaron por sorpresa Ceuta, Melilla y el Peñón de Vélez, siempre sin
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resultado. España declaró la guerra a Marruecos como preludio para una
gran expedición, pero el sultán pidió la paz. En 1780 se llegó a un nuevo
acuerdo comercial que implicaba amplias concesiones. Poco después se
estableció la Compañía de Casablanca, financiada por el Banco de San
Carlos, que monopolizó el tráfico con trigo marroquí. España encontraba
si en el norte de África un complemento a su expansión económica.
La zona del Río de la Plata.
Hasta 1763, el centro fundamental de España en América se localizaba
en el seno antillano, pues de allí venían los productos “de lujo” y allí
radicaba también la principal tensión político-militar, porque era aquella
región donde los ingleses solían poner sus ojos y su contrabando.
Pero a partir de la Paz de París el cetro de gravedad se fue desplazando
hacia el sur. Se revalorizaba la zona del Rio de la Plata, rica en cereales,
carne, cueros, productos baratos y a los que los sistemas de navegación
cada vez más rápidos conferían ya ciertas posibilidades de expansión.
Buenos Aires triplicó su población durante el reinado de Carlos III y se
convirtió en un importante emporio comercial.
En 1765 los ingleses ocuparon las Islas Malvinas, posición estratégica
que no había sido fortificada por España. El Gobierno español protestó
alegando el peligro que se ponía en el “equilibrio mundial”, pero Londres
contestó que no reconocía otro derecho que el de la ocupación. La tensión
llegó a ser muy grande, mientras en Madrid discutían los pacifistas de
Grimaldi y los intervencionistas de Aranda.
El gobernador de Buenos Aires, Bucarelli, reconquistó las islas en 1770,
operación que fue desautorizada por Madrid, ante el peligro de un
conflicto general. Pero pronto, mediante negociaciones, se llegó a la
neutralización de las Malvinas y a la retirada de unos y otros. Eso si:
España fomentó la colonización de la Patagonia y la vigilancia de la zona
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del cabo de Hornos. En años sucesivos se plantea la cuestión de la
Colonia del Sacramento, plaza estratégica en la entrada del estuario
platense, que, en la Paz de Paris, España había tenido que ceder a
Portugal. Los colonos portugueses penetraban por el interior del Brasil
hasta territorios de demarcación teóricamente española, con gran alarma
de los virreyes del Perú. Hubo momentos de tensión con Portugal, y otros
de gestiones diplomáticas, en las que Madrid trataba inútilmente de
convencer a Lisboa sobre la conveniencia de una alianza hispano-
portuguesa para la defensa común de sus posesiones ultramarinas frente
al poderío británico, pero los portugueses preferían la alianza con los
británicos.
En 1774, aprovechando la actitud favorable de Francia, Carlos III
concedió el título de virrey al gobernador de Buenos Aires, Cevallos,
cuyas tropas ocuparon Sacramento, Santa Catalina y todos los territorios
reclamados por España. Así nació el Virreinato del Río de la Plata, como
reconocimiento a la gran importancia que había cobrado aquella región.
La guerra de independencia de Estados Unidos.
En 1776 las colonias británicas de Norteamérica declararon su
independencia de la metrópoli. Fue la primera guerra anticolonial de la
Modernidad, al tiempo que la primera revolución violenta de las nuevas
ideas de tipo liberal-democrático contra un Estado del Antiguo Régimen.
Los Estados Unidos carecían de organización, experiencia política y de
una autentica fuerza militar. Lo lógico era que los británicos aplastaran a
la rebelión después de una guerra de larga duración. Los políticos
españoles especularon con una oportuna disminución del poder colonial
británico, pero la presencia de una república anglosajona independiente
en América tampoco era un hecho deseable. Así que los españoles se
limitaron a ayudar a los norteamericanos con dinero y armas, pero sin
excederse en la misión.
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La gran victoria de Washington en Saratoga (1777) motivó a que
Francia reconociera al año siguiente la independencia de los Estados
Unidos, lo que equivalía a entrar en guerra con Gran Bretaña. España se
vio arrastrada a hacer lo mismo poco tiempo después. Una vez en guerra
se proyectó un plan de invasión a Inglaterra, lo cual forzó a casi toda la
flota inglesa a quedarse en Europa, facilitando así el triunfo de los
norteamericanos y de los españoles que, dirigidos por el gobernador
Galvéz ocuparon toda la orilla septentrional del golfo de México,
expulsando a los ingleses de Peñascola y Florida. También fueron
desalojadas las bases británicas en Honduras.
Menos fruto rindió en asedio de Gibraltar, pero se logró la reconquista
de Menorca. La Paz de Versalles, en 1783, señala el máximo poderío
español en América. Los ingleses solo conservaban Canadá y reconocían
la independencia de las 13 colonias norteamericanas. España adquiría
toda la costa mexicana, incluyendo Florida y se reservaba los derechos de
navegación por el Misisipí. Además, España fomentó desde entonces la
colonización de Arizona, Colorado y California. Por aquellos años se
fundó San Francisco.
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