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HISTORIA MODERNA

Franco cortes
N de registro 22406
2013

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El hombre del siglo XVI
André Corvisier
El hábitat
En las ciudades, la casa pobre, baja, se compone a menudo de dos
piezas. La casa burguesa, que sigue siendo estrecha, crece en altura y
alberga varias familias. Se difunde la estratificación vertical de los niveles
sociales: tienda o taller en la planta baja, hogar de amo en la primera
planta y encima las habitaciones para operarios. En el campo, el hábitat
une estrechamente hombres y animales domésticos.
La tierra apisonada, salvo excepciones, constituye el suelo de las casas
rurales. En Paris se continúa cubriendo el suelo de las habitaciones con
paja en invierno y con hierba fresca en verano. Europa conoce la
innovación del vidrio transparente, cuya aplicación en ventanas se
extenderá en el siglo XVII. El postigo macizo sigue presente, sobre todo
en el campo. La calefacción solo existe realmente en los países donde el
invierno es riguroso. En Paris, la gente pobre se calienta gracias al fogón
de ladrillo que sirve de cocina. Los países mediterráneos solo conocen el
brasero.
En la Europa occidental, el lujo del mobiliario consiste en la alta mesa,
cortinas, cubrecamas, cojines y camas. No hay retretes. La iluminación es
durante largo tiempo una necesidad de Estado o un lujo. La indumentaria
no experimenta cambio alguno y la elección de la materia prima esta
determinada por los recursos económicos del territorio.
Las fuentes de energía motriz son inmediatas. La fuerza animal se
emplea más a menudo para transportar que para arrastrar o mover
maquinas. El caballo es aún un animal caro, atributo privado de los
nobles, de los guerreros o de los labradores pudientes en las regiones más
fértiles de cultivar. Gracias al caballo y al dromedario el hombre puede
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acortar las distancias pero no logra vencer el peso. Falto de caminos
adecuados, el acarreo sigue siendo problemático y limitado. Lo único que
se puede transportar a cierta distancia son las mercancías ligeras y
costosas. En tierra, el viento solo impulsa los molinos pero no a los
motores hidráulicos llamados también molinos. Estos se convirtieron en
la principal fuente de energía utilizada por la industria.
La navegación aprovecha únicamente la energía motriz natural (remos
y velas). Pero es un medio de comunicación exclusivamente terrestre:
fluvial y costero. La travesía directa de océanos y mares de cualesquiera
dimensiones constituye entonces una aventura. El dominio de las aguas
comprende canales, irrigación, drenaje, bombas y exclusas.
La alimentación de la mayoría de la Humanidad es esencialmente, o aun
exclusivamente vegetariana. El pan presenta innumerables ventajas.
Puede conservarse; es al mismo tiempo el alimento que resulta más
barato. Europa se distingue por una alimentación rica en carne, a veces en
cantidades excesivas, incluso, según parece y antes de mediados del siglo
XVI en los medios pobres (Fernand Braudel). Los huevos y la leche se
emplean como alimento en todas partes, siendo el queso el producto
lácteo más extendido.
El agua no es sólo la bebida de la plebe. Es preciso contentarse con la
que se tiene a mano, procedente de fuentes, pozos y cisternas. El vino se
conoce en toda Europa y aunque todavía no sea objeto de un consumo
masivo, la ebriedad aumenta. Al lado de la cerveza rubia corriente, de
escaso contenido alcohólico, en la Europa del Norte comienzan a aparecer
cervezas de lujo.
Con frecuencia, las epidemias causan verdaderos estragos en la salud
pública. En realidad, las plagas atacan sobre todo a los pobres, a causa de
su subalimentación y de la promiscuidad en que viven. Pero la
enfermedad más terrible en esta época sigue siendo la peste, que todavía
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no se ha logrado vencer. Es el símbolo de todas las enfermedades del
mundo cristiano. De hecho, existen dos clases de peste: la peste
pulmonar, pandemia que nada es capaz de detener (la Peste Negrade
1347) y la peste bubónica, transmitida por la pulga de la rata. Entre las
principales víctimas, los recién nacidos y las mujeres embarazadas.
La medicina se muestra impotente en la lucha contra la peste y otras
enfermedades cuando no prescribe remedios, vomitivos y sangrías que
debilitan aún más al enfermo. El empirismo popular se muestra quizá más
eficaz. Y probablemente se deba a su inspiración para establecer un dique
contra la sífilis, la desaparición de los baños públicos. Este mismo
empirismo invita a los enfermos a recurrir a los curanderos. La mejor
defensa contra la peste es el aislamiento. Las autoridades municipales
empiezan a organizar seriamente cuarentenas, cordones sanitarios.
Todos los que poseen los medios abandonan las ciudades infectadas y
se refugian en viviendas campestres. Al lado de actos de abnegación
admirables, la peste provoca también deserciones. En mayor proporción
que ninguna otra plaga, actúa psicológicamente, exasperando el egoísmo,
no solo de los individuos, sino de grupos y las clases sociales.
Desencadena verdaderas locuras colectivas. Por regla general, los pobres
quedan encerrados en las ciudades contaminadas, donde se entregan al
pillaje y mueren. A su paso la peste inspira igualmente un arte morboso
(danzas de la muerte). Desarmado así ante la muerte, el hombre puede
oscilar entre el fatalismo y la pasión de vivir, entre la postración y la
acción.
Pero la mayoría de los hombres la vida es demasiado corta, y la duración
de las diversas edades se reduce consiguientemente. El hombre del siglo
XVI llega a adulto y envejece más pronto. En los pueblos menos
resignados la violencia de las pasiones deja entrever la urgencia de vivir.

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El espectáculo cotidiano de la muerte aguijonea sin tregua el apego a la
vida. El que una pareja pierda la mitad de sus hijos en la infancia es algo
habitual. Decentemente, los únicos que pueden afligirse en público son
los padres que pierden a su único hijo, el esperado sostén de la vejez. El
hombre cristiano reviste la muerte de una gran importancia, no tanto por
el hecho de que representa él termino en la vida terrena, sino porque da
acceso a la vida eterna. El hombre se representa el más allá de una manera
muy concreta y vive intensamente esta representación cuando le acude a
la mente. Y la evocación a todos los niveles del más allá hace nacer el
deseo más o menos constante de superarse.

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Raíces de la Modernidad

María Leporí de Pithod

La peste negra.

Según Pierre Chaunu, los hechos ocurridos en 1348 fueron el evento


puro más importante de la Historia, mientras que Heers lo considera el
acontecimiento más importante de la Historia del Occidente cristiano. En
efecto, el desgarro, no solo demográfico, sino también cultural y
demográfico fue tremendo. Y esto agravado en la medida en que la peste
no fue un hecho aislado que afecto a unos poco, ya que la forma pulmonar
que adquirió la enfermedad ocasionó la muerte sin distinción de género,
edad o riqueza. Además, lo grave son los ciclos de retorno de la peste, que
obstaculiza el crecimiento demográfico.

Según parece, su origen se puede rastrear en el encuentro


desafortunado de un integrante de una caravana, extraviado cerca de
Samarcanda, y un roedor, dando comienzo a un ciclo de peste que llevará
a la muerte a centenares de millones de hombres en Asia y Europa. Es
significativa la anécdota del asedio tártaro al enclave genovés de Kaffa en
Crimea: el Kan tártaro ataca Kaffa haciendo catapultar cadáveres
apestados. Aunque el puerto queda en manos genovesas, los efectos de
este anticipo de guerra bacteriológica serán terribles.

Las transformaciones que en diversos órdenes se observan en la época


moderna, cobran una mayor claridad vistas en la perspectiva de este
impacto. Así, la dramatización de la muerte y el temor ante la
incertidumbre de su masiva irrupción, claramente visibles en el arte y en
la liturgia, permiten comprender mejor la angustia psicología que
encontró una salida en la salvación por la fe predicada por Lutero.

El arte y el tema de la muerte.

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Según Huizinga, uno de los efectos de la Peste Negra fue la irrupción en
el siglo XV del tema de la descomposición del cuerpo en el arte con un
dramatismo que no estaba presente en siglos posteriores. Huizinga se
sorprende de que no se vea que la corrupción misma tiene su término y se
convierte en tierra y en flores y se pregunta si es piadoso un pensamiento
que se detiene de esta manera en el lado terrestre de la muerte.

También está el tema de la danza de la muerte. Como observa Huizinga


la parábola de los tres muertos es anterior a la danza de la muerte. En ella
no solamente es llamativa la igualdad ante la muerte sino que la danza la
realizan esqueletos semivivos y si bien la más famosa ha sido la del
cementerio de los Inocentes en Paris, es notable su difusión. Es en
relación con la danza de la muerte que parece que surge en francés el
término macabro, por estar acompañadas las escenas de frases
provenientes del Libro de los Macabeos.

En la escultura funeraria, la estatua yacente, apacible, que parece


simplemente dormir esperando la llamada de la resurrección se ve
desplazada por aquellas figuras que mueren de modo espeluznante.
Nuevamente, al igual que en la danza de la muerte no se trata ni de seres
vivos, ni totalmente muertos, son semivivos o semimuertos; la muerte ha
cobrado vida.

El sesgo religioso.

En una época en la que la religión impregnaba la vida y la muerte, en la


que existía la certeza de que esta vida no era la definitiva, en la que nadie
dudaba que la vida verdadera era la eterna y que ésta implicaba la
salvación o la condenación para siempre, la muerte era algo mucho más
grave que la simple separación o pérdida de seres queridos. No se trata
pues de una cuestión afectiva o simplemente de pánico psicológico, lo que
angustiaba era el temor de no estar debidamente preparado en el último

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instante, en la agonía. En los siglos XIV y XV se observa un incremento en
el afán de poseer reliquias, de obtener concesión de indulgencias, en una
palabra de procurar medios que de algún modo aseguren una asistencia
espiritual en el momento de dejar esta vida.

Hay que tener presente el contexto histórico: conflictos como la Guerra


de los Cien Años, Aviñón y el Cisma, la decadencia de los estudios
teológicos y como consecuencia de todo ello, la confusión doctrinal en el
clero y en el pueblo. De modo tal que la veneración a las reliquias adquirió
tales características supersticiosas y el aspecto de un tráfico comercial.
De allí que no puedan sorprender las críticas que los humanistas
cristianos dirigieron contra las manifestaciones exteriores de la religión.

La peste con sus consecuencias psicológicas dio lugar a la formación de


un clima de inquietud y de angustia; de incertidumbre ante la real
posibilidad de una muerte avasalladora que irrumpe sorpresivamente
llevándose de este mundo un número sorprendente de personas. Pues hay
un umbral de tolerancia ante la muerte colectiva.

Otra cuestión íntimamente vinculada con la peste es la interpretación


del fenómeno como un castigo de Dios. De allí surgirán los movimientos
de los flagelantes y las diversas reacciones místicas, más o menos
heterodoxas y, como contracara, el deseo de goce de los placeres
sensibles. Por otro lado, está el tema de la búsqueda de un culpable a
quien castigar para aplacar la ira divina. Cristo es representado en el arte
arrojando flechas al mundo. Y si bien es cierto que el sentimiento general
de temor y culpabilidad se expresó de diversas formas cabe preguntarse si
puede atribuirse a mera coincidencia que sea entonces cuando estalla la
intolerancia hacia las minorías religiosas (los judíos) o los extranjeros.

El Nominalismo.

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El tema de los universales no surge en el siglo XIV; era una cuestión
sobre la que se venía debatiendo desde el siglo XI. Pero es evidente que
con Ockham se expande un nuevo modo de concebirlo, cobrando una
influencia que se hace sentir hasta nuestros días. Guillermo de Ockham,
partiendo de la afirmación de Santo Tomas de que los universales no
existen fuera de la mente, sostiene que solamente existen en la mente. Por
ello su aserción de que los nombres son meros flatus vocii. Los conceptos,
al decir de Ockham, son nombres que tenemos en cuenta en la mente y
que nos permiten entendernos pero que no guardan ninguna relación con
la realidad. O si la tienen, la razón no puede alcanzarla. Esto implica, en
los nominalistas en general, una subestimación de la fuerza de la razón
humana para aprehender la realidad que se encuentra fuera de la mente,
pudiéndose conocer solamente aquello de lo que se tiene experiencia. De
allí su firme insistencia en que esta no debe ocuparse de las verdades
reveladas, y por consiguiente, marcan una total separación entre razón y
fe contra el intento de Tomas de Aquino de unir ambas en vistas a hacer
una teología como ciencia utilizando los conceptos de Aristóteles. El
nominalismo rechaza cualquier intento de dar una base racional a la fe.

No puede, pues, sorprender la decadencia de los estudios teológicos en


los siglos previos al estallido de la rebelión de Lutero. La corriente de
pensamiento que se extendió por Europa no fue el tomismo sino el
nominalismo, con su fuerte carga crítica hacia la metafísica y la teología.

El nominalismo, al negar a las ideas su valor objetivo niega la


posibilidad de la metafísica que se convierte en lógica formal, en el
estudio de productos mentales. Por su parte, la teología se desliza hacia el
Fideísmo. Se rompe la armonía entre razón y fe. De un lado queda la fe en
las verdades reveladas que se creen porque son reveladas y, por otro, la
razón que solo podrá ocuparse de las cosas concretas y particulares.

Fe y moral.
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La gran difusión del nominalismo llevó consigo profundas
transformaciones. Por ejemplo, en la moral: si solo hay conocimiento de lo
particular y esto no basta para fundar una norma de carácter universal, si
los conceptos carecen de valor objetivo, ¿Dónde sustentar las normas de
la moralidad? El voluntarismo de Ockham le lleva a afirmar que no existe
ni el bien ni el mal en sí. Es bueno aquello que la voluntad de Dio ha
querido como tal. Él habría podido fijar una ley moral distribuyendo de
otro modo lo que es bueno y lo que no lo es, lo que es justo y lo que es
injusto.

El hombre puede conocer la ley moral conociendo la voluntad de Dios


que Él ha querido revelar. El fideísmo desplaza la moral. Si se presentara
algún conflicto entre razón y fe, Ockham y los hombres de su época optan
por la fe.

“Toda voluntad puede conformarse a un precepto divino, pero Dios puede ordenar
que una voluntad creada lo odie, por tanto una voluntad creada puede hacer esto.
Además, todo aquello que puede ser un acto moralmente bueno sobre la tierra puede
también serlo en el cielo, pero odiar a Dios puede ser un acto moralmente bueno sobre a
tierra en el caso en que esto hubiera sido mandado por Dios, por lo tanto sería lo
mismo en el cielo.”

Es evidente que para Ockham los designios de la voluntad de Dios


pueden resultar sorprendentes a la razón humana, pero es solo por el
infinito abismo que existe entre ésta y Dios, abismo imposible de salvar.
Es en este marco de referencia en el que se ubican sin dificultad las ideas
de Lutero y de Calvino. El ambiente psicológico y espiritual originado en
las reacciones ante la peste, la crisis de los estudios teológicos, la pérdida
de prestigio de la autoridad eclesiástica como consecuencia de Aviñón y
el Cisma, la decadencia de las universidades y el vacío producido por la
desaparición de gran cantidad de monjes durante la epidemia y su débil

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reemplazo, en número y en calidad y las ideas y actitud crítica del
nominalismo hacia la metafísica y la teología racional constituyen las
raíces del mundo moderno.

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El otoño en la Edad Media
J. Huizinga
La imagen de la muerte.
No hay época que haya impreso a todo el mundo la imagen de la muerte
con tan continuada insistencia como el siglo XV. Sin cesar resuena por la
vida la voz del memento morí. También la fe había inculcado pronto y
gravemente la idea continua de la muerte; pero los tratados de piedad de
la Edad Media solo llegaban a manos de aquellos que por su parte se
habían apartado del mundo. Solo desde que se desarrolló la predicación
para el pueblo, con el auge de las órdenes mendicantes, redoblaron las
exhortaciones hasta convertirse en un coro amenazador que resonaban
por el mundo con la vivacidad de una fuga.
Hacia el final de la Edad Media vino a sumarse la palabra del
predicador a un nuevo género de representación plástica, que encontraba
acceso a todos los círculos de la sociedad, especialmente bajo la forma del
grabado en madera. Estos dos medios de expresión, poderosos, pero
macizos y poco flexibles, la predicación y el grabado, podían expresar la
idea de la muerte en una forma muy viva, pero también muy simple y
directa, tosca y estridente. Cuanto había meditado sobre la muerte el
monje de las épocas anteriores se condensó entonces en una imagen
extremadamente primitiva, popular y lapidaria de la muerte, y en esta
forma fue expuesta la idea verbal y plásticamente a la multitud.
Esta imagen de la muerte solo ha podido recoger verdaderamente un
elemento del gran complejo de ideas que se mueve en torno a la muerte: el
elemento de la caducidad de la vida. Es como si el espíritu medieval en su
última época no hubiese sabido contemplar la muerte de otro punto de
vista que el de la caducidad exclusiva.

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¿Dónde han venido a parar todos aquellos que antes llenaban el
mundo con su gloria?
El motivo de la pavorosa consideración de la corrupción de cuanto
había sido algún día la belleza humana.
El motivo de la danza de la muerte, la muerte arrebatando a los
hombres de toda edad y condición.
¿Qué queda de toda belleza y gloria humana? El recuerdo, un nombre.
Pero la melancolía de este pensamiento no basta para satisfacer la
necesidad de horror que se siente ante la muerte. Para ello los hombres de
aquel tiempo se miraban en un espejo, que causa un espanto más visible:
la caducidad en breve término, la corrupción del cadáver.
El espíritu del hombre medieval, enemigo del mundo siempre, se
encontraba a gusto en el polvo y los gusanos. En los tratados religiosos
sobre el menosprecio del mundo estaban conjurados todos los horrores de
la descomposición. Pero la pintura de los detalles de este espectáculo solo
viene más tarde. Solo hacia finales del siglo XIV se apoderan las artes
plásticas de este motivo. Era necesario cierto grado de fuerza expresiva
realista para tratarlo acertadamente en la escultura o la pintura, y esta
fuerza se alcanzó por el 1400. Hasta bien entrado el siglo XVI se ve
representado con abominable diversidad en los sepulcros el cadáver
retorcido y desnudo, corrupto o arrugado, con las manos y pies retorcidos
y la boca entreabierta, con los gusanos pululantes en las entrañas. El
pensamiento gusta de detenerse una y otra vez en esta espantosa visión.

¿Es realmente un pensamiento piadoso el que así se hunde en el horror


del aspecto terrenal de la muerte? ¿O es el miedo a la vida, que tan
fuertemente domina a aquella época, el sentimiento de decepción y
desánimo, que quisiera inclinarse a la verdadera entrega de aquel que ha
luchado y vencido, pero que, a pesar de ello, se aferra con todas sus
fuerzas a cuanto es pasión terrena? Todos estos momentos efectivos se

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hallan inseparablemente unidos en aquella expresión de la idea de la
muerte.

El miedo a la vida: negación de la belleza y de la dicha, porque hay


unidos a ella dolores y tormentos. “La belleza del cuerpo está solo en la piel.”

Hay en esta reflexión un espíritu enormemente materialista que no


puede soportar la idea de la caducidad de la belleza, sin dudar de la
belleza misma. Y se observa cómo se lamenta la belleza femenina. Apenas
existe diferencia entre exhortaciones religiosas a pensar en la muerte y en
la caducidad de las cosas terrenas y los lamentos de las antiguas
cortesanas por la decadencia de su belleza, que ya no pueden ofrecer.

La figura de la muerte era conocida hacía siglos en más de una forma


dentro de una representación plástica y literaria. Como caballero
apocalíptico galopando sobre un montón de hombres yacentes en el
suelo, como un esqueleto con una guadaña o con una flecha o un arco,
marchando en un carro tirado por bueyes y finalmente, cabalgado sobre
un buey o sobre una vaca. Pero la fantasía no tenía bastante con la figura
personificada de la muerte sola.

En el siglo XIV aparece el término macabre. Solo mucho después se ha


abstraído de La Danse macabre el objetivo, que ha llegado a tener para
nosotros un matiz significativo tan preciso y peculiar, que podemos
designar con el término macabro la visión entera de la muerte que tenía la
última Edad Media. Hacia el final de este periodo ha sido esta
interpretación un gran pensamiento cultural. Con ella entra en la
representación de la muerte un nuevo elemento de fantasía patética, un
estremecimiento e horror, que surgía de la angustiosa esfera de la
conciencia en que vive el miedo a los espectros y se producen escalofríos
de terror. La idea religiosa, que lo dominaba todo, lo tradujo en seguida en
moral, lo convirtió en un memento mori, haciendo, sin embargo, uso gustoso

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de toda la sugestión terrorífica que traía consigo el carácter espectral de
aquella representación.

En torno a la danza de la muerte se agrupan algunas otras


representaciones en conexión con la muerte e igualmente destinadas a
servir de espanto y de advertencia. La parábola de los tres muertos y de
los tres vivos es anterior en el tiempo a la danza de la muerte. Ya en el
siglo XIII aparece en la literatura francesa: tres jóvenes nobles encuentran
inesperadamente a tres muertos, que provocan repulsión, los cuales les
hablan de su propia grandeza terrena anterior y del cercano fin que les
espera a ellos, los vivos. Las impresionantes figuras del Campo Santo de
Pisa constituyen la representación más antigua del tema en el gran arte.

La representación de los tres muertos y de los tres vivos constituye el


miembro de enlace entre la repulsiva imagen de la corrupción y la idea
plástica en la danza de la muerte: que ante esta todos son iguales.

La danza de la muerte del cementerio de los Inocentes fue la


representación más popular de la muerte que conoció la Edad Media.
Miles de personas se han concentrado día tras día en el singular y
macabro punto de reunión, que era el cementerio de los Inocentes, para
contemplar las sencillas figuras y leer los versos fácilmente
comprensibles, cada estrofa de las cuales concluía con un conocido refrán,
a la vez que se consolaban con la igualdad de todos en la muerte y se
estremecían ante la idea de su fin.

En ninguna parte estaba tan en su lugar aquella muerte parecida a un


mono. Riendo sarcásticamente, con el andar antiguo y tieso de maestro de
baile, invita al Papa, al Emperador, al noble, al jornalero, al monje, al niño,
al loco y a todas las demás clases y condiciones, que la sigan.

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El cadáver que se repite
cuarenta veces, yendo en
busca de los vivos, todavía
no es realmente la muerte,
sino el muerto. Tampoco es
un esqueleto, sino un cuerpo
todavía no completamente
descarnado, con el vientre
rajado y hueco. En la antigua
danza de la muerte, el
bailarín incansable es aun el
mismo vivo, tal como será en
un cercano porvenir, una
atormentadora reduplicación de su persona, su propia imagen vista en un
espejo. Justamente esta advertencia: sois vosotros mismos, es la que
presta ante todo a la danza de la muerte su fuerza terrorífica.

En la primitiva danza de la muerte solo figuraban varones. El designio


de enlazar con la advertencia de la caducidad y la vanidad de las cosas
terrenales, la lección de la igualdad social ante la muerte, traía
naturalmente a primer término a los varones, depositarios de las
funciones y de las dignidades sociales. La danza de la muerte no era solo
una piadosa exhortación, sino también una sátira social, habiendo en los
versos que la acompañaban una leve ironía. Por su parte, en la danza
macabra de las mujeres surge de nuevo y prontamente el elemento
sensual, que ya impregnaba el tema de las lamentaciones por la belleza
que se convierte en podredumbre.

Una imagen faltaba aun en aquella horrífica pintura de la muerte: la de


la hora misma de la muerte. El espanto de esta hora no podía imprimirse
en el espíritu más vivamente que con el recuerdo de Lázaro, que no había

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conocido desde su resurrección (se decía) otra cosa que un mísero horror
a la muerte, ya padecida una vez. Y si el justo no podía menos de temer así
¿en qué medida no debería temer el pecador? La imagen de la agonía era la
primera de las cuatro postrimerías sobre las cuales debía el hombre
meditar continuamente: muerte, juicio, infierno y gloria. En un principio
solo se trataba de representar la muerte corporal. Pero estrechamente
emparentado con el tema de los cuatro novísimos está el ars moriendi,
creación del siglo XV que, lo mismo que la danza de la muerte, tuvo por
medio la imprenta y del grabado en madera un círculo de acción mucho
más amplio que todas las ideas piadosas anteriores. Trataba las
tentaciones, cinco en número, con que el demonio tiende asechanzas al
moribundo:

La duda en la fe;
La desesperación por sus pecados;
La afección a sus bienes terrenos;
La desesperación por su propio padecer; y
La soberbia de la propia virtud.

El pensamiento religioso de la última Edad Media, solo conoce los dos


extremos: la lamentación por la caducidad, por el término del poder, de la
gloria y del placer, por la ruina de la belleza, y el júbilo por el alma salvada
en la bienaventuranza. Todo lo que hay en el medio permanece silenciado.
En el espectáculo demasiado grosero de la danza de la muerte y del
horrífico esqueleto, petrificase el sentimiento.

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Guillermo de Ockham

Guillermo Fraile

Realismo: Frente al <<abstractismo>>, que consideraba el peor defecto de


la filosofía anterior, Ockham se propone adoptar una actitud
radicalmente distinta, retornando al individuo, a la realidad concreta. Su
ontología se basa en dos postulados: solamente existen los individuos
particulares, los cuales se caracterizan por su unidad indivisible,
compacta, que no admite distinciones ni divisiones internas.

A esto responde su actitud frente a las distinciones. Santo Tomás había


admitido una distinción real –entre cosa y cosa– y otra de razón, que
respondía a nuestro modo de concebir distintos aspectos en una misma
cosa. Escoto había intercalado entre ambas su distinción formal, es decir,
real, pero inferior a la numérica, dentro de una misma cosa.

Ockham plantea la cuestión a propósito de los atributos divinos. Dios


es uno. Por lo tanto, ¿Qué valor tienen los atributos de bondad, sabiduría,
potencia, etc., y como se distinguen de la esencia divina? Su respuesta es
rechazar toda distinción, tanto de razón como formal. Para él no existe
más distinción que la real, entre cosa y cosa. Es la única que cabe entre
dos cosas, entre dos conceptos o entre una cosa y un concepto. Su
principio de economía lo lleva a suprimir todas las distinciones, que
considera superfluas. Identifica los atributos con la esencia divina, las
ideas ejemplares con el entendimiento divino, la esencia y la existencia,
los <<grados metafísicos>> del ser con la misma esencia, los accidentes con
la sustancia, de la cual son solo aspectos parciales, o distintos conceptos
de la sustancia, pero no realidades distintas.

Pero la verdad es que, a pesar de sus propósitos <<realistas>>, lo que hace


Ockham es sustituir la ontología por la lógica, llegando a un logicismo y a

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un abstractismo mucho peor que el de aquellos a quienes trataba de
suplantar.

Principio de individualización: Para Ockham todo ser, por el mero


hecho de existir, es singular e individual en virtud de su misma esencia y
no por algo extrínseco y sobreañadido. Las formas, aun cuando estén
unidas a la materia, se distinguen numéricamente entre sí, y con mayor
razón cuando están separadas.

Ockham no encuentra dificultad en la constitución del individuo


singular. Lo difícil para él es explicar la naturaleza del universal. Lo
universal no puede hacerse singular, ni tampoco el singular puede hacerse
universal añadiéndole algún aditamento extrínseco. Cada cosa, sea
singular o universal, tiene su esencia propia y ser correspondiente, al cual
no se le puede añadir nada. Por lo tanto, el singular es singular por sí
mismo.

El universal existe solamente en el alma. Pero todas las cosas fuera del
alma son singulares y numéricamente unas.

La ciencia.

La ciencia consiste en proposiciones necesarias y universales, las cuales


se componen de conceptos o términos, que a su vez son signos de las
cosas. Las proposiciones tienen un triple ser o pueden considerarse de
tres maneras:

1) En la mente: la proposición pensada se compone de conceptos;


2) En la palabra: la proposición hablada se compone de palabras; y
3) En la escritura: la proposición hablada se compone de letras.

Y todas ellas a su vez se descomponen en otros tantos términos


predicables de los individuos. Así, pues, los universales (predicables), en

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cualquiera de esos tres estados, son los términos de la proposición. La
única diferencia es que los términos hablados o escritos pueden
expresarse en distintas lenguas, mientras que los pensados no pertenecen
a ninguna.

Ockham distingue dos clases de saber: real y racional. Toda ciencia versa
sobre proposiciones, en las cuales se da verdad o falsedad, en cuanto que
afirman o niegan algo de un sujeto. Cuando los conceptos, las palabras o
la escritura <<suponen>> por las cosas exteriores, entonces tenemos la
ciencia real, la cual tiene como término las cosas o los objetos externos,
los cuales se aprehenden sin que a la vez se aprehenda el acto mental por
el cual son percibidos. En cambio, cuando los términos de las
proposiciones <<suponen>> solamente por los mismos conceptos, sin
referencia a objetos exteriores, en ese caso tenemos la ciencia racional.

La abstracción.

Ockham habla de <<abstracción>>. Pero no admitiendo distinción


ninguna, real ni de razón, en los objetivos particulares, ni entre el singular
y el universal entitativamente considerados, ni entendimiento agente, su
<<abstracción>> no se refiere a la constitución del universal, sino
simplemente a un modo de considerar los singulares o los conceptos
<<universales>>.

Ockham tiene el propósito de ser <<realista>> en el conocimiento, frente


al <<abstractismo>> que reprochaba a Escoto. Rechaza el entendimiento
agente como inútil, lo mismo que las especies impresas que debería
reproducir. Tanto las sensaciones de los sentidos como los conceptos del
entendimiento se producen natural y espontáneamente en las respectivas
facultades al ponerse en contacto con los objetos. La función del
entendimiento es puramente pasiva ante la acción que sobre él ejercen los
objetos.

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A pesar de su nomenclatura, en realidad Ockham borra toda distinción
esencial entre las funciones de la imaginación y las del entendimiento, así
como entre la imagen y el concepto universal. Atribuye al entendimiento las
funciones de la imaginación, o a la inversa. Su noción de <<concepto>>
equivale a la que los escolásticos anteriores atribuyen a los <<fantasmas>>
de la imaginación. Se trata nada más que de una imagen entitativamente
particular. La <<universalidad>>consiste solamente en la predicabilidad, o
sea, en la facultad de aplicar esa imagen que sustituye a los objetos reales,
a una multitud de objetos particulares semejantes.

En la realidad solo existe el singular, y esto es lo que conocen tanto los


sentidos como el entendimiento.

Ockham distingue entre conocimiento intuitivo y abstractivo. Tanto uno


como el otro versan sobre el objeto singular. La diferencia entre ambos se
refiere a la existencia o no existencia actual del objeto. El conocimiento
intuitivo versa sobre los objetos singulares en sí mismos, aprehendidos
directamente, y, por lo tanto, atestigua su presencia o existencia actual.
Puede ser más o menos claro, más o menos perfecto, e incluso oscuro y
confuso. Su característica consiste en atestiguar la presencia o la
existencia actual de una cosa contingente que impresiona nuestra
facultad cognoscitiva.

El conocimiento abstractivo tiene dos sentidos:

Uno de ellos es que prescinde de la existencia o no existencia actual


de los objetos. Se limita a formar proposiciones sobre las
representaciones de los objetos, tal como están en la mente.
El otro se refiere a la formación del concepto o imagen común,
predicable en muchos singulares. Así como éste es un fictum o un
figmentum, así también la abstracción será una ficción. Aparentemente
estas expresiones suenan lo mismo que las de Santo Tomás. Pero
22
hay que tener en cuenta el concepto occamista de la naturaleza del
universal. El entendimiento no elabora los conceptos, sino que estos
brotan naturalmente en el alma bajo la acción misma del objeto, sin
intervención del entendimiento ni de la voluntad. Así, pues, la
abstracción no afecta al objeto en sí mismo, sino solamente a
nuestro modo o acto de conocerlo.

Los universales

Ockham aborda la cuestión de los universales a propósito de la


distinción entre Dios y las criaturas, preguntándose si entre uno y otras
hay algo en común o alguna realidad que pueda predicarse esencial y
unívocamente de ambos. Para ello considera necesario exponer la noción
de la univocidad y del universal. El universal es común y predicable
unívocamente. ¿Hay alguna realidad que pueda predicarse unívocamente
de Dios y de las criaturas? Ockham, lo mismo que Escoto, carece del
concepto de analogía y no acierta a encontrar un término medio entre ésta
y la univocidad.

Distingue dos manera de considerar el universal: lógica y


ontológicamente, y afirma repetidamente que la consideración de la
naturaleza del universal no le corresponde al lógico, sino al <<metafísico>>.
En el primer aspecto, la teoría de Ockham no ofrece ningunas novedades.
Sin embargo, su actitud equivale a retrotraer el problema al modo como se
comenzó a plantear entre los realistas y los antirrealistas: los universales
¿existen o no como entidades subsistentes, fuera del alma? Y su solución
se inclina netamente al antirrealismo. En este sentido hay que entender su
planteo de la cuestión y la crítica a que somete las distintas actitudes.

Realismo: bajo esta denominación incluye Ockham a todos los que, de


una manera o de otra, conceden al universal existencia o realidad fuera del
alma. Distingue varias clases, en las cuales la realidad del universal

23
depende del grado de distinción entre los individuos. La máxima es la
distinción real, como cosa y cosa, y después van disminuyendo hasta
llegar a la distinción de pura razón. Ockham rechaza de plano la primera
forma de realismo. Si la naturaleza universal no se multiplica en los
individuos, entonces se suma a ellos como otro singular más. Si se
multiplica por diferencias, entonces varia con los individuos, y en cada
uno de ello no está todo, sino en parte, y varia con los individuos. Si el
todo es singular, la parte también deberá ser singular. Por lo tanto no
existe el universal, sino solamente el singular.

Formalismo: tampoco existen los universales formales dentro de las cosas.


No vale argüir por las diferencias o semejanzas que existen entre unos
seres y otros. Ockham responde que se trata de grados entre seres, pero
no distinción dentro de cada uno de esos seres. En los grados de seres no
hay distinción formal dentro de cada uno de los individuos, sino
solamente de los individuos entre sí. El hombre es superior al asno, y el
ángel es superior al hombre. Pero dentro de cada uno de estos seres no
hay distinción formal de grados constitutivos. Cada uno de ellos es un
todo singular.

Distinción de Razón: Ockham no admite la distinción de razón, y, por lo


tanto, tampoco le da cabida en la distinción del universal. El universal no
se distingue del singular con distinción real, ni tampoco de razón. El
universal no existe de ninguna manera fuera del alma. Tan imposible es
que una cosa sea universal fuera del alma como que el hombre sea un
asno.

Las cosas singulares no se predican unas de otras. Solamente se


predican los conceptos, las palabras o los signos convencionales. Tanto la
palabra como el concepto son singulares. Y ambos se predican de las
cosas singulares. Así pues, el universal es extrínseco a las cosas y se
predica de ellas lo mismo que las palabras.
24
Antirrealismo: Pero Ockham no se da por contento y prosigue su crítica
con el propósito de suprimir toda clase de realidad del concepto
universal, tanto fuera como dentro del alma. El universal no existe fuera del
alma, ni como sustancia no como accidente. Pero tampoco existe dentro del
alma como accidente de cualidad. No tiene más que una realidad objetiva,
es decir, que se identifica con la misma alma o con el entendimiento. Es
una ficción cuyo ser consiste solamente en ser percibido. Incluso en el
caso de que el universal existiese fuera, existiría conforme a esa imagen.
No es producido por el entendimiento (por generación), sino causado por
los objetos externos por impresión (abstracción). El proceso de la crítica
de Ockham es el siguiente:

Una vez descartada la realidad de la existencia del universal fuera del


alma, solo resta buscar su realidad dentro de la misma alma. Pero Ockham
confiesa que, así como lo primero era cierto, en esto segundo nos
movemos en el campo de la probabilidad. Fuera del alma solamente existe
lo singular. Pero hay que explicar cómo hay en el alma una realidad que es
predicable.

El universal se define ante todo por la predicabilidad, es decir, por su


posibilidad de aplicación a muchos individuos semejantes. La única
relación del universal a la realidad fuera del alma es la de signo a cosa
significada. La universalidad y la posibilidad de la predicación de un
concepto o de una palabra respecto de muchos individuos se base en la
semejanza que éstos tienen entre sí. Ahora bien, el término universal se
encuentra de tres maneras: en la mente (concepto), en la palabra y en la
escritura. En estos tres estados, el universal es un signo, que significa algo y
que supone por otras realidades.

Pero hay que distinguir. Tanto la palabra como la escritura son signos
convencionales. Son cosas; y ninguna cosa, por su propia naturaleza, significa

25
o supone por otra cosa. Ni el sentido de la palabra ni los rasgos de la
escritura, en cuanto tales, significan nada de suyo. Si significan algo, es
por voluntad o por institución de los hombres, que les han querido dar
ese significado.

Pero hay un universal natural, que es anterior a las palabras y a la


escritura. Este es el concepto, el cual puede expresarse en diferentes
lenguas y con diferentes palabras. ¿Cuál es la naturaleza de este universal,
que solamente se encuentra en el alma? Ockham distingue cinco
opiniones, cualquiera de las cuales le parece preferible a todas las teorías
<<realistas>>. Es evidente que el universal no existe fuera del alma. Pero su
modo de existir en el alma solamente puede determinarse con
probabilidad.

Unos afirman que el universal tiene ser subjetivo en el alma. Es


indudable que los conceptos tienen algo. Ahora bien, si tienen ser
subjetivo, tienen que ser sustancias o accidentes. Desde luego, sustancias
no pueden ser. A lo más podría decirse que son accidentes de cualidad.
Esta división vale para las realidades existentes fuera del alma, pero no es
aplicable a los conceptos. De todos modos, el concepto podría ser una
cualidad existente en el alma. La diferencia consistiría en que la palabra
es un signo artificial o convencional, mientras que el concepto sería un
signo natural. Es decir, que el concepto sería un signo natural, singular,
pero aplicable por predicación a designar muchos individuos particulares
semejantes. Y así habría conceptos más o menos universales, según que se
extiendan a más o menos individuos.

El concepto puede entenderse a la manera de una imagen, la cual no


tiene realidad <<subjetiva>>, no como sustancia ni como accidente, sino
solamente <<objetiva>>, como representación de otra cosa. Así como la
imagen reflejada en el espejo no es ni sustancia, ni accidente de cualidad,

26
ni nada que modifique el espejo, sino tan solo la propiedad de reflejar las
cosas, así también la mente tiene la propiedad de representar las cosas, y
de esa manera los conceptos no son ni sustancias ni accidentes de
cualidad inherentes en el alma, sino entidades cuya única realidad
consiste en representar los objetos y referirse a ellos como imágenes. Su
entidad consiste solamente en ser conocidos. Son nada más que imágenes,
representaciones, ficciones, que hacen las veces de los objetos. Por lo
tanto, no tienen entidad subjetiva, ni fuera ni dentro del alma, sino
solamente realidad objetiva, en cuanto representaciones.

Antes de haber sido creadas por Dios, las criaturas no tenían ninguna
entidad <<subjetiva>> en la mente divina. De manera semejante, la mente
humana puede fingir entidades que tampoco tienen ninguna realidad
subjetiva, sino puramente objetiva. Esa imagen es entitativamente
singular, pero puede <<suponer>>, aplicarse y predicarse de todos los
objetos singulares semejantes. En esto consiste su universalidad. Pero a
diferencia de las palabras, que son universales por institución de los
hombres, el concepto es universal por naturaleza.

Esa imagen común, universal, puede <<suponer>> por todos los objetos
singulares que representa. Es una representación que corresponde a la
realidad y que representa el objeto conocido tal como éste es en sí mismo.
Los conceptos o imágenes hacen para el entendimiento las veces de
objetos, y es lo que el entendimiento conoce inmediatamente.

Elaboración del universal: Ockham rechaza la idea de un entendimiento


agente. Así como la de especies intermedias entre el objeto singular y el
entendimiento. Borra toda diferencia esencial entre la imaginación y el
entendimiento. El concepto no es más que una imagen, una
representación mental del objeto exterior, entitativamente singular. Su

27
única <<universalidad>> consiste en su capacidad de significación y de
predicación, en cuanto que es predicable de muchos individuos.

El proceso de elaboración del concepto es puramente natural,


espontaneo y por intuición. Ockham habla de abstracción, del objeto
singular tal como existe en la realidad. Es una <<ficción>>. Y su producto es
también otra <<ficción>>. Se trata de formar una imagen singular del
singular, que sea aplicable a todos los singulares semejantes. De un objeto
blanco singular, la mente forma una imagen, también singular, de la
blancura; y de esa representación, que hace las veces del objeto, se
predican sus propiedades.

Por esto, para tener conocimiento abstractivo de una cosa es necesario


haber tenido previamente conocimiento intuitivo. Pero lo que se predica
de los singulares no es la cosa ni el concepto en sí mismo, sino solamente
la intención.

La única realidad y la función específica de los universales consiste en


ser representaciones de las cosas y en poderse predicar de cosas
semejantes. Los géneros y las especies no tienen más realidad que la de
signos representativos de varias cosas dotadas de caracteres comunes.

La suposición: Los nominalistas hacen gran hincapié en la teoría de las


<<suposiciones>>, con la intención de excluir del universal toda clase de
realismo. Los nominalistas solamente admiten la existencia real de los
individuos particulares. Por lo tanto, los términos universales solamente
pueden suponer, representar o responder a individuos. De suerte que la
<<universalidad>> viene a reducirse a la función lógica de la predicación
entre los términos. Los términos significan. Las proposiciones suponen. Los
conceptos o las palabras pueden tomarse en sentido activo y responden a
la cosa, que no es otra que el individuo. Son signos que sirven para hacer
venir en conocimiento de aquello que significan y por lo cual <<suponen>>.

28
Para que una ciencia sea real, no importa que los términos de una
proposición correspondan o no a cosas fuera del alma o que sólo estén en
el alma, con tal que supongan por cosas que existen fuera.

Los signos sustituyen o hacen las veces de las cosas por ellos
significadas. Es decir que no sólo significan, sino que hacen las veces de la
cosa significada. Hay signos naturales y artificiales. Los primeros son
aquellos que significan determinadas realidades, como el humo es señal
de fuego. Los segundos han sido inventados por los hombres para
significar determinadas cosas. Estos son las palabras o los términos.

Tanto los unos como los otros son en sí mismos singulares. Pero pueden
ser universales, en cuanto que uno mismo puede aplicarse a significar
muchos singulares distintos o semejantes. Pero con una diferencia: el
campo de los signos naturales es muy limitado; en cambio, el de los
conceptos no tiene límites en virtud de la naturaleza propia de nuestro
entendimiento.

Ahora bien, los términos que integran una proposición, si tienen algún
sentido, deben referirse a alguna cosa. La razón es porque esos términos
son signos que representan algo y sustituyen a la cosa representada. En
este sentido emplea Ockham las palabras suppositio, supponere, es decir, en
cuanto que el término significa algo o dice relación a la cosa significada.

El universal es, pues, un signo que <<supone>> por las cosas significadas
y que puede predicarse de muchos singulares. Hay dos clases de universal:
uno natural y otro artificial o convencional. Ambos pueden aplicarse a
significar una multitud de cosas singulares. La diferencia entre ellos
consiste en que el concepto causado en el alma por las cosas exteriores no
significa más que aquello que significa. En cambio, el artificial, sea verbal
o escrito, significa aquello que los hombres han convenido que signifique.

29
El universal artificial o convencional es la palabra o el término, la cual es
en sí misma singular, pero, por convención entre los hombres, se le
atribuye una significación o una predicación universal.

El conocimiento de Dios.

De Dios no podemos tener ninguna noticia intuitiva, directa, ni por los


sentidos ni por la inteligencia. Por consiguiente, si el conocimiento
abstractivo presupone el intuitivo, entonces sería imposible conocer a
Dios de ninguna manera por medios naturales. Ockham dice que de Dios
no podemos tener ningún conocimiento directo e intuitivo pero Dios
mismo puede infundirnos un conocimiento abstractivo de sí mismo,
prescindiendo del intuitivo, porque Dios puede hacer por sí mismo lo que
hace por medio de las causas segundas.

Es decir, que Dios puede causar en el alma una noción abstractiva de la


divinidad, o sea un concepto, prescindiendo de su existencia. Con lo cual
tendríamos un <<concepto>> de Dios, pero no podríamos afirmar que
existiera en la realidad. ¿Por qué no podría también Dios causar la noción
intuitiva? Desde luego esa noción <<abstractiva>> que Dios puede causar en
el alma, solamente se refiere al primer sentido que hemos indicado, pues
el segundo –predicabilidad universal– es imposible, pues Dios no es un
universal ni puede predicarse de ninguna otra cosa.

Todo esto tiene aplicación inmediata a la validez de las pruebas de la


existencia de Dios. No hay ninguna demostrativa. La existencia de Dios
no es un objeto de demostración, sino de Fe. No puede probarse en virtud
del principio de causalidad, pues no se puede demostrar que el proceso de
las cosas no sea infinito dentro de cada orden.

Cosa parecida sucede con los atributos divinos. En la simplicidad de la


esencia divina no puede darse distinción real, ni formal, ni de razón. Esos
atributos no son más que distintos nombres que damos a una misma cosa.
30
Ni siquiera puede demostrarse la unicidad, sino que sabemos que hay un
solo Dios solamente por la Fe. Esto no impide a Ockham ensalzar la
voluntad soberana de Dios y su omnipotencia, que se extiende a todo
cuanto no implica contradicción, pudiendo hacer por sí mismo todo
cuanto hace por medio de causas segundas. Aunque, ¿Cómo puede
afirmarse la omnipotencia de Dios, si ni siquiera es posible demostrar su
existencia y su unicidad?

Este voluntarismo se refleja en la Moral. No hay cosas buenas ni malas


en sí mismas, sino solamente en virtud de los decretos positivos de la
voluntad divina. Dios, lo mismo que nos manda que le amemos, podía
mandarnos que le odiáramos y ambas cosas son igualmente buenas.

Con todo lo cual penetramos en el terreno de un peligroso


agnosticismo, cuya base es el escepticismo respecto de las fuerzas de la
pura razón. A esto obedece la separación radical que Ockham establece
entre el orden de la fe y el de la filosofía. El orden de las verdades
reveladas solamente se admite por la fe, pero es inaccesible a la razón. Y
por esto el teólogo no puede tomar los artículos de la fe como base para
sus demostraciones racionales, no solo por la desproporción intrínseca
entre los dos órdenes, sobrenatural y natural, sino porque esos artículos
ni siquiera son probables, sino que incluso a muchos sabios les parecen
falsos.

Todo lo cual equivale al repudio absoluto de toda teología racional.


Ockham y otros contemporáneos se refugian en la fe, y en virtud de ella
afirman lo que no creen poder afirmar en virtud de la razón. Descalifican
ésta y remiten a la fe la mayor parte de las cuestiones filosóficas.

31
El Estado y la Sociedad
Pere Molas
La nobleza y el poder político.
La relación entre el estamento nobiliario y la monarquía del Antigua
Régimen era ambivalente. El rey podía considerarse el primer noble del
reino (el primus inter pares) y los nobles eran sus principales colaboradores
en la gobernación de sus dominios. Pero, por otra parte, la nobleza nutría
sus ideas que se oponían al desarrollo del poder absoluto del soberano. La
principal dignidad teórica del Occidente europeo, la de Emperador del
Sacro Imperio Germánico, era elegida por un colegio de siete príncipes
electores. El Estado era fundamentalmente una <<república>> nobiliaria, en
la cual el monarca se limitaba a ser cabeza representativa y jefe militar
(pero sin ejército permanente).
En las monarquías de desarrollo autoritario, la nobleza deseaba que el
rey gobernara de acuerdo con el consejo de los grandes vasallos,
aspiración que enlazaba con un sentimiento de tipo constitucionalista, en
el que la nobleza se presentaba como el limite legitimo e histórico al libre
ejercicio del autoritarismo real, línea de pensamiento que reapareció en
los años anteriores a la Revolución Francesa y a la crisis del Antiguo
Régimen político en otros casos, como España.
Un punto de conflicto entre la monarquía moderna y la nobleza se
refería al fenómeno del ennoblecimiento. El rey era quien confería la
condición nobiliaria a quien no la poseía, o quien concedía títulos a
simples caballeros o efectuaba promociones dentro de la jerarquía
nobiliaria, con los consabidos beneficios y privilegios. El ejercicio del
poder real podía alterar el equilibrio interno del grupo aristocrático.
La facultad de ennoblecer y sobre todo de conceder títulos, fue
utilizada con mucha frecuencia en favor de los consejeros reales que no
32
pertenecían a las primeras filas de la aristocracia. Algunos de los
principales secretarios de Estado de los reyes de España o Inglaterra en el
siglo XVI alcanzaban con facilidad títulos de conde o marqués, o
conseguían ventajosos matrimonios para sus hijos con familias de la
nobleza titulada. La antigua nobleza de origen militar o feudal
reaccionaba con recelo ante este fenómeno. Por lo menos una parte de
ella, pues otra se apresuraba a enlazar con los nuevos triunfadores.
Los reyes habían cedido a la nobleza poseedora de señoríos el ejercicio
de una parte importante de la autoridad pública. El señorío se distinguía
del <<realengo>> como zona en la cual el primer nivel de autoridad era
ejercido por el señor. Entre los derechos de éste figuraban una serie de
elementos de carácter público conocidos como <<regalías>>. El señor
designaba o confirmaba a las autoridades municipales y a los jueces de
primera instancia. Le correspondían también ciertos monopolios o
privilegios exclusivos y prohibitivos (monopolio del horno y molino,
derechos de transito sobre puentes y barcas, etc.) que en Francia recibían
el equívoco nombre de banalités, que no eran precisamente banales, sino
que derivaban del ejercicio de la autoridad pública llamada ban. También
sucedía que el monarca había cedido o <<enajenado>>, por lo menos
temporalmente, determinados ingresos o rentas reales, como acontecía en
algunos lugares de Castilla con las alcabalas, o impuestos eclesiásticos,
como eran los diezmos, percibidos por la nobleza en buena parte de
Europa.
En sentido inverso, la autoridad señorial podía quedar disminuido por
el derecho que tenían los campesinos de apelar ante los tribunales reales.
El campesinado en general conservó la idea de una apelación mítica al
soberano. Algunos grupos de juristas impulsaron una política de
incorporación de señoríos a la Corona o de revisión de los mismos por
medio de un proceso jurídico, que podía ser pedido por los propios

33
habitantes del señorío (lo que podía ser arriesgado y costoso) o
emprendido como una línea política por parte de los ministros reales.
La burocracia como grupo social.
Si aplicamos una clasificación social rígida y estricta, los funcionarios
deberían dividirse entre nobles y plebeyos. El servicio tradicional de la
nobleza militar o de espada tenía una concurrencia en la toga de los
magistrados (oficios de <<pluma>> como secretarías y escribanías,
administración de hacienda, etc.). Las capas superiores de la burocracia,
la gente de toga, procedían de las facultades de leyes. El mundo
universitario de las letras ostentaba, según los países, una cierta
equiparación o equivalencia con algunos de los privilegios y exenciones
de la nobleza. Esta previa valoración de los graduados universitarios
facilitaba el ennoblecimiento de determinados niveles de la jerarquía
administrativa. En Francia se decía que determinados cargos ennoblecían
a su titular, si no siempre inmediatamente, pasados algunos años de
ejercicio, o por lo menos a la siguiente generación.
La nueva realidad del poder político detentado por los funcionarios y
las facilidades de enriquecimiento (gracias a un aceptado nivel de
corrupción) y de ennoblecimiento provocaron el quejoso resentimiento
de la nobleza militar. Hacia 1600, en los países mediterráneos, portavoces
de la nobleza esgrimen el mismo argumento sobre el injusto predominio
que a su parecer han obtenido las letras sobre las armas. A esto se añadía
una reivindicación del poder político que debía corresponder a los
<<militares>>, es decir, a los caballeros, como fruto de su experiencia,
cualidad que faltaba en cambio a los letrados, que eran básicamente
hombres de ciencia teórica. El gobierno y la ciencia de gobernar eran,
según esta línea discursiva, propios de los caballeros de capa y espada.
Esta reivindicación nobiliaria escondía otra línea de realidad. Muchos
letrados eran nobles segundones de nacimiento, que habían estudiado en
34
las Universidades y desde ellas habían entrado en la administración o la
magistratura. Los magistrados forman verdaderas dinastías que se
interrelacionan por matrimonio, constituyendo un cierto crisol social en
el que tienden a equilibrarse condiciones sociales originarias no siempre
idénticas. Este proceso favorecía la consideración del cargo público como
un bien susceptible de patrimonialización por parte de su titular.
La tendencia hacia una patrimonialización del cargo público podía
darse como realidad de hecho, sin disposición legal. Así encontramos a
padres e hijos ocupando los cargos de secretarios reales o de cancilleres, a
veces con un cierto intervalo. Pero fue un elemento característico del
Antiguo Régimen político la venalidad de los cargos. Los cargos
públicos se vendieron a todos los niveles de la administración, en especial
en los inferiores y medios correspondientes a la administración municipal
de hacienda y de justicia, castellanías, etc. Se concedían promesas de
sucesión a los hijos ya en vida de sus padres. De esta forma, una parte
importante de la administración pública quedaba privatizada en manos
de particulares que habían adquirido sus cargos a menudo de forma
hereditaria y que los incorporaban a su patrimonio como un bien más.
Para recuperar la libertad de nombrar a los titulares de los cargos, la
Corona hubiera tenido que devolver las cantidades recibidas, lo que
nunca estuvo en disposición de hacer, ya que normalmente los cargos se
vendían debido a necesidades financieras.
La monarquía francesa constituye el ejemplo más desarrollado de la
venalidad de cargos. En ella llegaron a privatizarse sistemáticamente los
cargos de la magistratura superior, e incluso los secretarios de Estado. De
esta forma, los togados constituían un grupo social autónomo y
cohesionado, que a través de los Parlamentos se atribuía diversas
funciones de interpretación constitucional sobre las disposiciones del
gobierno. Para controlar a sus oficiales o funcionarios vitalicios y
hereditarios, la Corona se vio obligada a crear una segunda jerarquía de
35
funcionarios revocables, los <<comisarios>>, cuyo ejemplo más claro fueron
los intendentes.
Estado e Iglesia.
Las relaciones entre los monarcas y el poder eclesiástico fueron
complejas y tensas. Aunque las aspiraciones del pontífice a ejercer una
teocracia eran inviables, las luchas religiosas del siglo XVI plantearon
todavía la posibilidad de que el Papa declarara depuesto a un soberano
por hereje. En el orden político internacional, la Paz de Westfalia de
1648, que dio estatus legal no sólo al luteranismo sino al calvinismo,
significó una fuerte disminución del poder de la sede romana.
En los países protestantes, el poder religioso quedaba subordinado al
secular, fuera éste un príncipe o un consejo municipal. En Inglaterra,
quedaba establecida por ley la Supremacía de la Corona sobre el
estamento eclesiástico. El protestantismo tendía a la constitución de
<<iglesias nacionales>>, que coincidieran con los límites políticos y
estuvieran controladas por el poder secular, como la <<iglesia de
Inglaterra>>.
También en los países católicos existía una tendencia a esbozar algo
semejante a una <<Iglesia Nacional>>. Los monarcas consideraban que,
como representantes de Dios, les competían derechos y deberes sobre la
Iglesia, entre ellos el de reformarla. Era difícil delimitar con exactitud las
atribuciones, derechos o regalías de los monarcas en cuestiones religiosas.
Los príncipes siempre defendieron su derecho a examinar si las
disposiciones podían ser obedecidas por el clero de sus Estados.
Mediante concordatos o acuerdos similares establecidos con los
principales soberanos católicos, éstos obtuvieron el derecho de designar a
los titulares de los principales beneficios eclesiásticos y, en el caso de los
monarcas hispánicos, se vio reconocido un derecho de Patronato,

36
primero sobre los territorios americanos y asiáticos recientemente
incorporados a la Cristiandad y luego sobre sus dominios europeos. En el
siglo XVIII la ofensiva estatal contra las exenciones del estamento
eclesiástico alcanzó mayor coordinación. Se trataba de que la propiedad
eclesiástica estuviera sujeta al pago de impuestos, de que el Estado
pudiera impedir (en virtud de la regalía) la concentración de bienes en
manos de los clérigos, de intervenir en la dirección de la enseñanza, de la
asistencia social y también de las formas populares de religiosidad, como
eran las cofradías.
Fueron constantes los conflictos de jurisdicción entre autoridades
eclesiásticas y civiles, no ya por causas de índole esencialmente religiosa
(herejías, brujería), sino otras que pueden considerarse mixtas (vida
matrimonial) o francamente civiles. Ciertamente las autoridades
eclesiásticas procuraban dilatar al máximo su jurisdicción y sus
privilegios y exenciones, incluso a los servidores de los clérigos aunque
fueran laicos. Algunas conductas eclesiásticas eran delictivas, pero los
obispos insistían en que los clérigos debían ser juzgados según su propio
fuero privilegiado. Para solventar estas y otras <<cuestiones de
competencia>> se crearon tribunales especiales. También existía la
cuestión del <<derecho de asilo>> ofrecido a todo tipo de delincuentes por
los edificios religiosos, defendidos por su carácter inviolable.
En su conjunto los Estados fueron más hostiles hacia el clero regular,
que por su carácter supranacional era más difícil de controlar. Tanto la
Reforma protestante como el Despotismo Ilustrado del siglo XVIII en
países católicos coincidieron en este punto. En cambio, se consideraba
que obispos y párrocos eran piezas importantes en toda política de
reforma cultural y asimismo de estabilidad social, pero éstos también
podían ser difusores de actitudes de rebelión o resistencia hacia la
intervención del Estado.

37
El Estado y las ciudades.
Las ciudades de la modernidad ejercían una función de dominio
económico y político sobre el espacio circundante. Las ciudades se
gobernaban por un complejo sistema de consejos que podía alcanzar una
gran complejidad, pero que podemos reducir a una dualidad entre un
consejo general y un consejo reducido elegido a partir de aquél. En los
países del norte se hallaba al frente del municipio un dignatario
individual, mientras que en los países mediterráneos se tendía a nombrar
un colegio restringido de consejeros, cónsules, etc.
Los consejeros solían renovarse mediante algún tipo de cooptación, La
mayoría de los consejeros solían pertenecer a las oligarquías rentistas. Los
casos socialmente menos flexibles se daban en aquellas ciudades italianas
cuyos consejeros habían declarado la serrata o cierre en algún momento,
especialmente en la época del Renacimiento. El ennoblecimiento de los
principales consejos municipales daba lugar a tensiones sociales entre
nobili y popolari. Las luchas sociales para el control del gobierno municipal
se dieron con distinta intensidad a lo largo de toda la Edad Moderna,
desde las Germanías valencianas a principios del siglo XVI hasta las
ciudades holandesas del siglo XVIII.
Los monarcas intentaron controlar los gobiernos municipales. En
teoría, la autonomía de los municipios derivaba de una concesión real en
forma de privilegio que era regularmente confirmado y a veces ampliado.
En la práctica, los consejos podían autorreclutarse sin que el monarca
pudiera controlarlos. Las monarquías que más se desarrollaron en sentido
absolutista lograron controlar en mayor o menor grado los consejos
rectores de las ciudades. La monarquía inglesa, por ejemplo, sólo
consiguió controlar la confirmación de los privilegios municipales entre
1684 y 1688. La monarquía castellana había controlado a los ciudadanos

38
desde los Reyes Católicos mediante el nombramiento de los
corregidores.
Cierto número de <<ciudades libres>> escapaban a la autoridad directa
de un monarca. En primer lugar, las numerosas <<ciudades imperiales>>
alemanas que no tenían otro superior legal que el Emperador. Al mismo
estatus legal pertenecían las ciudades-estado italianas. En los otros
Estados republicanos, las ciudades gozaban de una amplia autonomía e
incluso dominaban el conjunto del sistema político como sucedía en las
Provincias Unidas y, en buna parte, en los cantones helvéticos. Durante la
Edad Moderna Ginebra no pertenecía a Suiza: desde su emancipación del
duque de Saboya y su consagración como centro del calvinismo. La
población de Ginebra mantuvo hasta finales del siglo XVIII una
estratificación social y política privilegiada. Sólo los <<patricios>>
disfrutaban de derechos políticos y participaban en las asambleas de
gobierno. Los simples <<burgueses>> tenían derechos cívicos, pero no
políticos.
Las ciudades protagonizaron muchos movimientos de rebelión a lo
largo de la modernidad: rebeliones de carácter muy amplio, pero que
tuvieron un importante componente urbano: las Comunidades de
Castilla y las Germanías de Valencia; el fenómeno de la Liga Católica en
Francia y el posterior movimiento de la Fronda.
La oposición municipal al Estado se basaba en un sentimiento
particularista de defensa del propio ordenamiento jurídico, de la
autonomía conseguida en la Edad Media. La posición de las milicias
urbanas de carácter burgués o artesanal era decisiva para determinar el
desarrollo de una revuelta. Si la milicia se mostraba pasiva o titubeante,
las autoridades no podían resistir al movimiento popular. El toque de
campanas movilizaba a la población.
El Estado y los campesinos.
39
La gran masa de la población campesina vivía apartada de la acción de
los agentes estatales por su inclusión en el régimen señorial. Sin embargo,
la figura del rey conservaba para el campesinado una función mítica. El
monarca era por naturaleza, según la opinión popular, un padre
bondadoso restaurador de agravios. El malestar que pudiera experimentar
el pueblo era siempre achacado a los malos ministros, consejeros y
funcionarios que mantenían engañado al monarca y perjudicaban al
pueblo con tributos injustos. Por esta razón, era fundamental conservar el
derecho de apelación al monarca, considerado como natural e inalienable.
Durante la mayor parte de la Edad Moderna el campesinado recibió
muy poco del Estado, y en contrapartida, debió darle mucho en forma de
impuestos y de los temidos alojamientos de tropas. Unos y otros incidían
muy negativamente sobre las frágiles economías campesinas. Los
monarcas, como supremos legisladores, eran quienes sancionaban y
confirmaban los procesos de mejora de la condición campesina. La
servidumbre había sido abolida por los reyes de Francia en las tierras del
dominio real ya en el siglo XIV. Sin embargo, cuatro siglos después
todavía quedaban siervos en algunas comarcas francesas, cuya condición
fue abolida por Luis XVI, pocos años antes de que la Asamblea General
Constituyente proclamara el 4 de agosto de 1789 la supresión de todo tipo
de derechos señoriales. En Cataluña, Fernando el Católico propició en
1486 la llamada Sentencia de Guadalupe, que mantenía el régimen
señorial pero suprimía algunos de sus elementos más inherentes, en
especial la condición servil.
La política agraria se orientó decididamente en sentido reformista hacía
el siglo XVIII. El reformismo apuntaba hacia una agricultura de caracteres
capitalistas, que se enfrentaba a los antiguos usos comunitarios, pero
estimulaba el desarrollo de la propiedad libre. Llegaba a producirse una
convergencia de intereses entre el campesinado rico y el despliegue del
reformismo oficial que aspiraba a construir un nuevo orden, basado en los
40
propietarios rurales, sin distinciones estamentales ni interferencias
señoriales. De esta forma, ya en la última etapa del Antiguo Régimen,
comenzaba a constituirse la sociedad censitaria del siglo XIX.

41
Renacimiento y Humanismo: ideales y valores humanos.

Vázquez de Prada
La problemática conceptual respecto al Renacimiento.
El término Renacimiento representa un modo de conocer la vida y la
cultura, que se desarrolla en Italia en el siglo XV, momento inicial de la
Historia moderna en Europa. El Renacimiento marca la revelación de la
civilización laica, el nacimiento del espíritu moderno en el sentido del
pasado siglo.
Si se extiende la concepción del término a una época, se cae en la
inexactitud de aplicar unas características vitales concretas, propias de
un grupo social determinado, elitista, a todos los hombres que vivieron
entonces en su mayoría al margen en razón de su falta de instrucción.
Evolución de la historiografía sobre el Renacimiento
El término Renacimiento fue acuñado por Michelet, Voigt y
Burckhardt en el siglo XIX. Para éste último autor individualismo y
modernidad eran las claves de la interpretación del Renacimiento. Él creó
el “mito del Renacimiento”, acogido con simpatía por el pensamiento
liberal, que veía en aquel movimiento cultural la liberación de espíritu
humano, la victoria de la luz sobre las tinieblas; en una palabra, el
advenimiento de la tolerancia y del liberalismo, el desarrollo del espíritu
laico, moderno.
De acuerdo con esta tesis, Edad Media y Renacimiento se oponían en
todas sus características, como la escolástica al humanismo, el arte
cristiano de la Edad Media a la nueva tendencia paganizante renacentista
y la masa ignorante medieval, apegada a la tradición, a la lucidez de las
potentes personalidades del Quattrocento. La ruptura entre Edad Media y
Renacimiento debía situarse, a grandes rasgos, a mediados del siglo XV.

42
Según Thode, existían dos aspectos que él destacaba como típicos del
hombre renacentista: el individualismo, que Burckhardt identificaba
como subjetivismo, y el profundo sentido de la Naturaleza, considerado
como “el descubrimiento del hombre y del mundo”. Thode no podía
aceptar la idea de atribuir a la antigüedad clásica una influencia decisiva
en la formación de la cultura renacentista. Más bien consideraba que ésta
había brotado con el ascenso de la clase burguesa; el burgués era un
elemento nuevo en la sociedad medieval, con puntos de vista e intereses
opuestos tanto a los de la sociedad feudal como a los de la jerarquía
eclesiástica. Precisamente el franciscanismo consiguió que estos nuevos
valores fueran aceptados e integrados en la sociedad de la época,
respaldando a aquella clase en desarrollo y contribuyendo a realizar las
reformas necesarias para acogerla, así como a sus ideas.
Por su parte, Haskins pudo probar que no era cierta la opinión de que
los hombres de la Edad Media hubieran desconocido los clásicos y sus
enseñanzas: “la continuidad de la historia rechaza estos contrastes agudos y
violentos entre periodos sucesivos, y la investigaciónmoderna nos muestra una Edad
Media menos oscura y estática, y un Renacimiento menos esplendoroso y menos nuevos
de lo que se había creído en otro tiempo”.
De este modo se llegó a borrar los límites y la antítesis entre Edad
Media y Renacimiento, a desechar el propio concepto de Renacimiento o
a interpretarlo, como Huizinga, como continuación o más bien declive de
la Edad Media. Consideraba los Países Bajos borgoñeses y la Francia
norteña durante los siglos XIV y XV como una cultura en declive, en la
que se manifestaban unas características (lujo y riqueza, pero también
contrastes llamativos entre ricos y pobres, extravagante magnificencia de
la vida de la Corte, concepción del amor, de la moral y de a religión
desequilibradas), resultado de una sociedad caballeresca decadente,
influida por el comienzo del capitalismo y de la urbanización, similares a

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las que Burckhardt había constatado en el Renacimiento italiano. Por lo
tanto, lo mismo que en esta época histórica, en Borgoña, era una época de
declive, de agonía, el Quattrocento italiano debía ser considerado
igualmente como una cultura esencialmente medieval y decadente
Otra matización importante es la de quienes ven dos renacimientos,
prácticamente simultáneos cronológicamente, pero con manifestaciones
bastante distintas. Según Burdach, a la idea original de un Renacimiento
Italiano, entrañado en el despertar de la Antigüedad latina, añadió la de
que allí, en Italia, este despertar era congruente con la cultura nacional,
en un sentido imposible en otras partes. Por otra parte Brandi sostuvo
que debía llamarse Renacimiento solamente a la cultura italiana, pues en
los demás países no fue aceptada sino en aspectos parciales. Nació así la
idea de un Renacimiento nortealpino, en contraste con el Renacimiento
italiano. El Renacimiento nortealpino, unificado bajo la figura de Erasmo
de Rotterdam, fue principalmente cristiano, y en cierto modo, ayudó a
progresar en la vía de la Reforma. Algunos historiadores alemanes y
protestantes dieron primacía cultural a la Reforma, que vino a eclipsar
casi completamente al Renacimiento.
En Italia, a pesar de la división y rivalidad entre los Estados y
principados existentes, se benefició de una sólida base histórica: la
conciencia de un gran pasado, la “romanidad”, de la que muchos italianos
extraerán una fecunda energía en materia de cultura y arte. El
Renacimiento italiano tiene mucho de “despertar de un sentimiento
nacional”, que se transmitirá a otros países. La admiración por la
Antigüedad en Italia coincide con el entusiasmo por la profundización en
el pasado glorioso.
Mientras en Italia la vuelta hacia la Antigüedad considerada por los
demás italianos como un simple retorno a las tradiciones nacionales
produjo una rápida renovación de las concepciones artísticas e

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intelectuales, sin que tuviera lugar un cambio, un choque profundo con
las ideas existentes, en el resto de Europa no fue así. Allí las tradiciones
nacionales, muy vivas, eran diferentes, y por lo tanto, ese retorno a los
clásicos encontró una resistencia, tanto más fuerte cuanto aparecían, en
lo político, las primeras manifestaciones nacionalistas. El arte religioso
popular, por ejemplo, opuso seria resistencia, en ciertos países, al
clasismo.

Actuales acepciones de los términos Renacimiento y Humanismo

Parece más adecuado aplicar el término Renacimiento exclusivamente


a una época histórica, que se extendería desde mediados del siglo XV a
mediados del XVI. En consecuencia, el término Renacimiento no se
resume sólo en brillantes muestras eruditas literarias y artísticas, sino que
abraza, como cualquier otra etapa histórica, los múltiples aspectos de la
vida, no todos ellos coherentes ni igualmente brillantes.

En cambio, el término Humanismo, acuñado por primera vez por


Voigt, lo aplicamos al movimiento cultural estrictamente hablando, al
núcleo de ideas, sentimientos y valores estéticos que se manifiesta
primariamente en Italia, en el siglo XV y alcanza su punto de madurez en
la primera etapa del XVI.

Esta corriente trató de sustituir el sistema mental de la sociedad


medieval por otro nuevo, en parte extraído de la antigüedad pagana y en
parte basado en los valores cristianos tradicionales. Lo que llamamos
“Humanismo” prende en otras zonas europeas más tarde, donde adquiere,
por las especiales circunstancias sociales y preocupaciones intelectuales,
distintos aspectos. Conservan de común la apelación a la autenticidad
filológica de las fuentes clásicas, como base para sus construcciones
culturales.

La corriente humanista: sus perspectivas.


45
Tal como hoy lo entendemos, el Humanismo es una cosmología, una
nueva visión del mundo y del hombre, que trataba de superar el sistema
ideológico medieval, pero sin romper abiertamente con él. Su
característica fundamental sería situarse en una perspectiva
individualista, de exaltación del hombre, de sus valores y capacidades. El
Humanismo buscaba la afirmación del hombre, su liberación de
servidumbres. En este sentido proponía una visión laica, adecuada al
hombre del mundo que quería vivir su vida intensamente, sin más trabas
que las establecidas por su naturaleza y las leyes divinas.

Para completar el sistema de ideas, del mundo y del hombre adecuado


al hombre laico, los humanistas acudieron al ejemplo y a las enseñanzas
de la Antigüedad, donde ciertamente habían sido ampliamente
cultivados. Esta búsqueda tuvo una dimensión exegética, tanto en el
campo literario como en el artístico, siendo una de las razones del gran
interés por la crítica textual. A través de una mayor autenticidad
filológica y arqueológica, creerán encontrar el verdadero espíritu de los
textos y monumentos clásicos para encontrar el verdadero apoyo en la
lucha por la consecución del ideal humanista. Solamente en este aspecto,
en el que el pensamiento clásico, pagano, estaba en oposición a los
fundamentos de una visión escolástica y de la tradición cristiana, puede
decirse que el Humanismo no fue propiamente cristiano.

Sin embargo, el llamado Humanismo Cristiano puso su empeño en


conciliar el Cristianismo tradicional con el pensamiento humanista. Pero
también es verdad que esta élite intelectual que representa este
movimiento estuvo a veces comprometida en embarazosas situaciones, ya
que su propósito de conciliar la corriente humanista con el Cristianismo
les condujo a un callejón sin salida, a contradicciones e intentos fallidos, y
no logró alcanzar su final objetivo, a pesar de los intentos de Nicolás de
Cusa y Pico della Mirándola. No se puede invocar un nexo directo entre

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Humanismo y Reforma, aunque en este ambiente espiritual de búsqueda
de nuevas vías, incidirán nuevos elementos y apetitos seculares y crearán
un lecho en el que se incuban los movimientos de reforma religiosa.

Los humanistas llegaron a convencerse de que estaban viviendo una


época distinta de la que les había precedido. La Edad Media había
significado una pérdida de conexión con la Antigüedad, un retroceso.
Tenían la convicción de que, al igual que los romanos y los griegos, habían
llegado a descubrir la verdadera naturaleza del hombre y del mundo. En
base a esto construyeron todo un sistema de conocimiento. Entraban en
una etapa renovadora, que les unía al Creador mediante la purificación de
las letras, las artes y la religión. Purificación de las letras y de las artes
para rescatarlas de lo que habían sido los siglos anteriores y acomodarlas
a sus verdaderos sentimientos y de la religión para poner de manifiesto la
verdadera fe cristiana que había sido adulterada en su vivencia.

Los primeros humanistas creyeron que en la Antigüedad estaban los


modelos universales, los valores que, debidamente adaptados a la
civilización cristiana que vivían, eran la versión completa del hombre y
del mundo. Trataron de exaltar lo terreno y encajarlo en la visión cristiana
de la vida, para lo cual creyeron necesario cambiar las estructuras
fundamentales de la época. El mundo reflejado en los vestigios antiguos
era tan vasto y fecundo, que los humanistas se entregaron más a gustar
sus frutos, debidamente depurados, que a producir otros nuevos.
En la base del Humanismo existía una filosofía, pero ésta no estaba
sistemáticamente formulada, ya que no tenían una autentica metodología
del conocimiento. La aspiración del Humanismo era la de una visión
unitaria del saber, en la línea de una integración de las perspectivas
paganas de la antigüedad con el pensamiento cristiano medieval, en un
afán de concordia y comprensión.

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Aunque la verdadera aportación del Humanismo fue su visión
intelectual, no se agota en esta actitud especulativa. Al ser una
cosmovisión, el Humanismo se expresó en todos los lenguajes culturales
(filosofía, arte, música). Una de sus esenciales características es la unidad
del Universo, cuyo contenido conciben como perfecta y compleja
armonía. Entre las virtualidades del hombre estaba el conocimiento de la
Naturaleza y, mediante él, su dominio y mejor aprovechamiento.
El ideal de vida de los humanistas.
El Humanismo conllevaba un arte de vivir. Una manera de vivir en la
que la existencia humana y sus exigencias naturales ocupaban atención
preferente, aunque en modo alguno al margen de las obligaciones
derivadas de las creencias religiosas. La afirmación de la personalidad, el
deseo de poseer riquezas y disfrutar de las satisfacciones que estas podían
proporcionar, el gusto estético, la liberalidad, la cortesía, los buenos
sentimientos, todos estos rasgos humanos merecen especial estima a los
hombres del Renacimiento.
Evidentemente la conciliación de los ideales humanistas de desarrollo
de las virtudes humanas y de las exigencias derivadas del hombre como
ser dependiente, creado por Dios con una finalidad, terrena y
sobrenatural, no resultaría nada fácil en la práctica.
El ideal que propugnaban los humanistas era el del “hombre completo”.
Tanto el estudio como la ocupación en los negocios públicos o en la
administración exigían una dedicación intensa, una especialización. Este
ideal era únicamente accesible al rico ocioso. Los humanistas, cuando
exponían este ideal, eran bien conscientes de que era inalcanzable,
aunque hubiera que perseguirlo. Por supuesto, entra dentro de su
concepción elitista y de selección, y responde a su mentalidad
intelectualista.

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Los términos fortuna y virtú aparecen con mucha frecuencia en los
escritos de los humanistas italianos. La fortuna o suerte era la imagen de
lo incierto, de lo cambiante.La virtú comprende todas las características
típicamente varoniles como la osadía y la carencia de miedo, el sentido del
honor unido a la integridad y honestidad.Para la mayoría de los
humanistas, la “virtú” era aquello que permitía alcanzar la “fortuna”,
escapándose de esta tierra hacia la vida inmortal, hacia la gloria.
La gloria del individuo se alcanzaba esencialmente por la labor
realizada en beneficio de la ciudad o del Estado al que se pertenecía. Esto
significaba el despertar del nacionalismo, el orgullo por el esplendor y la
belleza de la ciudad donde se había nacido, el conocimiento de su
historia.
El individualismo del Renacimiento no es otra cosa que la
preocupación por el pleno desarrollo de las posibilidades del ser humano.
Los humanistas entendían que este pleno desarrollo del individuo,
solamente podría producirse en conexión y armonía con sus semejantes y
no suponía con el ideal del valor universal de la Humanidad y del entorno
en que cada individuo desplegaba su vida. Antes al contrario, el desarrollo
pleno del individualismo se producía en una tendencia hacia la unión
fraternal, sin desigualdades sustanciales entre los hombres. Claro que
cuando se refieren a sus semejantes, quieren indicar núcleos selectos,
pues los humanistas se consideraban ante todo aristócratas intelectuales,
diferenciados del conjunto de la plebe.
Otros de los rasgos que los humanistas resaltaban fueron la amistad y el
amor. Los lazos de amistad constituían un aspecto esencial de la “virtú”.
El amor entre los hombres se entendía como una parte de un amor
cósmico, global que conducía hacia el amor de Dios. Superaba todo lo
terreno, para encaminarse a la belleza eterna suprema y perfecta. La

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belleza, en particular la femenina, era igualmente reflejo del pensamiento
divino y debía conducir a quienes la poseían, hacia la hermosura eterna.
En resumen, el Humanismo más puro elaboró una imagen del mundo y
del hombre en la que reinaría la armonía completa y la paz, obtenidas con
el esfuerzo y con la contemplación filosófica. Todas las cosas, incluso las
tensiones sociales, podían integrarse en una unidad, pues las diversas
opiniones no eran sino la fallida expresión de aquella fundamental unidad
que tenía lo humano. La búsqueda de esa unidad y su logro era la tarea
que incumbía a cada individuo. El ciudadano tenía que trabajar para
mantener o restaurar esa unidad en su propia ciudad, sin perder jamás de
vista que la unidad perfecta se halla solamente en Dios.
Las condiciones socioeconómicas y el movimiento cultural.

El movimiento renacentista se produjo en el ceno de una civilización


urbana y fue obra de una élite social. No se explicaría sin tener en cuenta
el desarrollo de un patriciado y de una burguesía, la disolución del
sistema feudal, la formación de ciudades y repúblicas libres, el progreso
del comercio y de los intercambios, y la colonización del Oriente europeo.

La civilización urbana había alcanzado hacia el siglo XV un cierto


grado de desarrollo técnico, material y espiritual, que se había preparado
de forma oscura y silenciosa. Durante la Edad Media se habían
multiplicado pequeños inventos, en todos los campos, que alcanzarían su
virtualidad ante las nuevas circunstancias. El crecimiento de la población,
con las nuevas necesidades que genera y el desarrollo de núcleos urbanos
estimularon la inventiva y los recursos humanos, no sólo para mejorar la
productividad de los recursos de subsistencia, sino a fin de mejorar las
condiciones de trabajo y de vida. Esto provocó una demanda creciente de
todo tipo de bienes, dando como consecuencia que el dinero, acumulado
por minorías poderosas y activas, circulara con una amplitud hasta
entonces desconocida.
50
Todos estos hechos, de naturaleza económica y social no justifican esa
revigorización de la vida cultural europea, el anisa de saber, el deseo de
cambiar. La actividad cultural o artística de un gran centro urbano no
está necesariamente ligada a su prosperidad económica. Génova, por
ejemplo, apenas conoce corrientes innovadoras en los siglos XV y XVI.
Existía en Italia un clima preparado, que con la llegada de los sabios
procedentes de Constantinopla, tanto con ocasión de los concilios de
Basilea y Constanza, como con la conquista turca del Imperio Romano de
Oriente, se incrementó de manera notable. Ellos trajeron nuevas ideas,
códices y vivencias del mundo clásico, que no había sufrido interrupción
durante lo que llamamos Edad Media.

Difusión del espíritu renacentista desde Italia.

El Renacimiento se difundió primero en las grandes ciudades


comerciales: en Florencia de donde partió el movimiento en el siglo XIV,
junto a los Médicis y otras familias de banqueros y comerciantes; en
Venecia, ciudad rica y próspera regida por una aristocracia mercantil; en
Roma, donde los Papas salidos del patriciado encarnan el prototipo
renacentista; en las cortes ducales de los Sforza de Milán o los Gonzaga
de Mantua, etc.). Más tarde hallará cobijo en las cortes de Europa
occidental, al amparo de soberanos autoritarios; lo mismo que los grandes
hombres de negocio, los príncipes se esfuerzan por proporcionarse todos
los atractivos de la vida cortesana y dignificar sus capitales, por razones
políticas, por cuestiones de prestigio o por la necesidad de atraer
partidarios.

Las letras, las ciencias y las artes se desarrollaron en los círculos de


comerciantes y banqueros enriquecidos en las Cortes de los príncipes,
deseosos de crear y mantener en sus capitales una intensa vida cortesana,
grandes obras de urbanización o edificios monumentales, con los medios
financieros puestos a su alcance por las contribuciones o los empréstitos;

51
con el apoyo de los grandes dignatarios civiles o eclesiásticos, elevados
por el favor de sus soberanos. El Renacimiento en su vertiente social y
cultural cuajó en las Cortes, en las academias, en los cenáculos y en los
salones. No se explica sin el mecenazgo. Gracias a éste, por otra parte, los
artistas se dispersan por toda Italia y contribuyen a la renovación de las
artes.

Mediocridad de las conquistas científicas y técnicas.

Hay algo que sorprende: en el Renacimiento la ciencia no progresó en


grado paralelo al de la creación cultural y artística. Es que faltaban
entonces las condiciones y actitudes mentales precisas, porque los
espíritus estaban fuertemente aferrados a la imagen del Universo
proporcionada por los sabios antiguos. Por otra parte, la reacción de los
neoplatónicos, y sobre todo de los aristotélicos paduanos contra los
nominalistas, que en el siglo XIV había intuido algunos de los métodos
científicos, dejaron en punto muerto aquella evolución. Los paduanos, no
obstante su sentido práctico, por su creencia en la fuerza misteriosa que
encerraban en sí todas las cosas, contribuyeron a desencadenar una
verdadera epidemia de astrología, magia y brujería, y, por tanto, al retraso
del despertar científico.

La contribución del Renacimiento al desarrollo científico vino más bien


de su interés hacia la realidad. Los artistas consideraban que el arte
constituía una rama del saber, respecto a la Naturaleza y al hombre,
contribuyeron, aparte del estudio de la óptica, de la perspectiva y de las
matemáticas, al desarrollo de la observación. El taller del artista puede
considerarse, en cierto modo, como precursor del laboratorio moderno.

Se conocían entonces los instrumentos científicos: el uso de la


matemática y la observación de la naturaleza, pero la faltaba la condición
esencial. La tendencia investigatoria del Renacimiento, conduce a la

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contemplación irracional de la naturaleza, a la observación de lo concreto,
a la acción práctica. Todo ello ponía insuperables obstáculos al esfuerzo
de abstracción necesario para toda ciencia.

El avance más significativo en el campo de la astronomía lo hizo


Nicolás Copérnico quien en 1543 elaboró su tesis del heliocentrismo a
partir de los astrónomos de la Antigüedad y sobre la convicción de la
superior armonía del movimiento circular.

Sin embargo, existen en el Renacimiento algunos trabajos técnicos o de


ingeniería que permitieron soluciones a diversos problemas. Una prueba
de este desarrollo en que en Venecia, desde mediados del siglo XV, las
autoridades conceden “privativas” o “exclusivas” de explotación de
descubrimientos. Estas patentes, que no tratan solamente de defender los
intereses materiales del inventor, significan también un realce del sentido
de servicio social que tal inventor presta a la colectividad y honra, al
mismo tiempo, la creatividad, el genio. En estas patentes hay que ver una
manifestación más del afán humanístico del sentido de la gloria humana.

El desprecio por las artes mecánicas comienza a desaparecer y también


en este aspecto queda quebrantada la autoridad aristotélica y la oposición
formulada por éste entre técnica y ciencia. Estamos en el camino de la
ciencia moderna: sólo de la valoración de los aspectos concretos de la
técnica, puede la ciencia extraer nuevos principios. A su vez, la ciencia
desde la teoría puede elaborar una técnica: la tecnología

Estos inventos son naturalmente utilitarios. Así los progresos de la


confección de armas de fuego y en balística o las maquinas de elevación de
agua.

53
El Humanismo en Italia

Vázquez de Prada

Los principales focos humanistas.

Florencia: La República de Florencia fue el centro más importante del


Humanismo. En la época de Cosme de Médicis (1434-1464) y de
Lorenzo el Magnífico (1469-1492), Florencia vivió su momento de
esplendor. Entonces se desarrolla el llamado “humanismo cívico”, con
Lorenzo Bruni, que profundiza en la historia de la ciudad, Poggio
Bracciolini y Maquiavelo. Se potencian los estudios retóricos con
Lorenzo Valla, que aplica las reglas filológicas a la crítica textual. Se crea
la Academia de Florencia, presidida por Marsilio Ficino. Esta época de
esplendor dura hasta 1498, cuando Carlos VIII de Francia entra en
Florencia y favorece una insurrección contra los Médicis.

Roma: Por decisión de los Papas, Roma había comenzado a convertirse


durante el siglo XV, en centro cultural y artístico, que atrajo a filósofos,
humanistas y artistas, muchos de ellos huidos de Florencia. Alejandro VI
(1492-1503), Julio II (1503-1513) y, sobre todo, León X (1515-1521) harán
de Roma la capital del Renacimiento durante algunos años. Su momento
más brillante fue cuando Julio II ordenó a Brabante la construcción de la
basílica de San Pedro, y llama a Miguel Ángel y Rafael, para decorar el
grandioso templo.

Venecia: Favorecida por la dispersión provocada por el saqueo de Roma


de 1527, Venecia se convertirá en foco artístico y cultural. Esta ciudad,
centro comercial de gran importancia, dominada por el espíritu
pragmático y utilitario de sus ciudadanos, mantuvo estrecha relación con
Oriente, incluso con los turcos. El particularismo, tanto social como
geográfico, quizá puede explicar las especiales características del
Renacimiento veneciano. Su Universidad de Padua se mantuvo fiel al
54
averroísmo y rechazó la influencia neoplatónica. Fue un eminente centro
de la imprenta, con las magníficas ediciones de Aldo Manuccio.

De todas formas, hacia 1530 el Renacimiento italiano parece haber


alcanzado su techo. La creatividad literaria se apaga, el pensamiento y la
expresión plástica caminan hacia la elegancia formal. La influencia
cultural italiana ha desbordado hacia Europa, donde alcanza nuevas cotas
de esplendor. En el humanismo italiano destacan dos aspectos
fundamentales, que tendrán enorme trascendencia en la configuración
intelectual y estética del Renacimiento: la atención a las lenguas clásicas y
a la crítica filológica y la renovación del conocimiento sobre Platón y
Aristóteles.

Los “studia humanitatis”.

Los eruditos y pensadores del Quattrocento creyeron encontrar en la voz


latina “humanitas” la expresión perfecta de sus sentimientos.
“Humanitas” se refería a la actividad integral que el ser humano debía
acometer para llegar a realizarse como individuo. Representaba el
armonioso equilibrio entre las distintas cualidades que debían adornar a
la persona completa. Venía a tener un sentimiento de plenitud humana,
de vivir intensamente la condición de hombre, tanto en su dimensión
física como en la espiritual y la ética.

Pero este ideal no se alcanzaba espontáneamente. Requería penetración


y estudio. Se lograba a través de una formación, los “studia humanitatis”,
que permitirían al hombre conocer lo que podía y debía ser. Este
conocimiento, en gran parte, se adquiría a través del libro y del lenguaje.
Por ello los hombres del Quattrocento aplicaron este término “humanista”
en un sentido restringido, a quien se dedicaba al estudio y a la enseñanza
de las lenguas clásicas.

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El contenido de los estudios humanísticos era todo lo concerniente al
lenguaje, pero englobando la literatura y la filosofía, disciplinas que
aportaban lo esencial para la formación del hombre. El contenido
profundo de esta temática, podía convertir al hombre en un ser perfecto.
No se olvidaba la teología ni se consideraba que hubiera perdido
importancia, pero se creía que su estudio no bastaba y era necesario
añadir los conocimientos que proporcionaban los estudios humanos. Y
todo ello de manera conjunta y armónica. Gracias a los “studia
humanitatis” se aseguraría al hombre el descubrimiento de todas sus
riquezas vitales y de todas sus oportunidades.

Es necesario tener en cuenta que estos estudios, que se desarrollaron


prematuramente en Italia, suponía un cambio profundo de orientación
con respecto a la formación escolástica (especialmente la nominalista)
que consideraba los estudios literarios (es decir, la gramática y la retórica,
las otras dos materias del tradicional “trívium” de la enseñanza
medieval) como disciplinas que más bien fomentaban las pasiones,
pervertían la verdad y no favorecían la inteligencia.

El humanismo italiano se presenta como una reacción a esta forma de


considerar la educación. En el sistema de enseñanza reasumen el valor de
la gramática y de la retórica, debido a que Italia había conocido un
desarrollo social y político, especialmente en el norte y centro de la
península, muy grande. La estratégica situación de la península había
facilitado a los comerciantes italianos el actuar como intermediarios entre
el provechoso comercio oriental y Europa. En el siglo XIV la mayor parte
de Italia abundaba en centros urbanos, la mayoría de los cuales eran
entidades políticamente independientes.

Este desarrollo urbano y la actividad de sus habitantes, explica la


necesidad de nuevas formas de expresión, de unas nuevas formas
culturales. La retórica, como arte de la comunicación entre hombres,

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adquiere especial relieve. La expresión, tanto oral como escrita, se
reconoce como elemento importante para el progreso social.

No es irrelevante que los primeros representantes del humanismo


hayan sido notarios (que preparaban documentos y cartas para una gran
variedad de clientes, incluidos los gobernantes) o legistas y magistrados.
Bruni, magistrado florentino, advirtió perfectamente la importancia de
esta formación en la retórica de los funcionarios públicos. Es también
significativo que la famosa Escuela de Derecho de Bolonia se originara
como academia de retórica, pues estos estudios tenían una gran finalidad
práctica. A medida que la burocracia y las cancillerías de las ciudades se
desarrollan, se acrecienta la necesidad de adquirir un estilo literario
correcto y fluido.

Además, la vida ordinaria de los hombres de la ciudad, contribuyó a


acrecentar el valor de la retórica y, en cambio, a olvidar la importancia de
la lógica formal. El mundo inteligible que la lógica exploraba no era el de
la práctica diaria, sino el reino de la incambiable verdad, cuyo interés se
reducía a los intelectuales, especialmente el clero. Los conocimientos de
las humanidades constituían un fin en sí mismos; servían solamente para
el desarrollo integral del hombre.

Interés por las lenguas clásicas.

Petrarca advirtió tempranamente la importancia de las lenguas clásicas


y manifestó un afán insaciable por reunir códices y textos latinos. Su
biblioteca era la mejor de Europa. Otros humanistas le imitaron en esta
afición. Comenzó así un lento movimiento de reconquista de la herencia
de la Antigüedad, a través de los códices clásicos, de las primeras
excavaciones arqueológicas y de las primeras colección de estatuas,
medallas e inscripciones.

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La atención hacia el griego se suscitaría algo más tarde, aunque en la
Edad Media no faltaron personas que leían el griego y manejaron los
escritos de los Padres de la Iglesia helena. También Petrarca tuvo una
decisiva influencia en la afición hacia los autores griegos. En una época en
que la metodología del escolasticismo y el latín dominaban el saber, se
atrevió a afirmar, aunque no leía griego, la superioridad de los maestros
helenos.

Las primeras clases de griego, en Florencia, fueron impulsadas por


Bocaccio, que facilitó la estancia de Leoncio Pilato, aunque duraron
poco. Más tarde, en 1397, el erudito constantinopolitano Manuel
Crisoloras enseño nuevamente griego en Florencia durante tres años.
Leonardo Bruni y otros comenzaron a traducir al latín los primeros
códices griegos.

El conocimiento de la lengua griega estaba ya bastante extendido en


Florencia en la segunda mitad del siglo XV, recibió un gran impulso
gracias al Concilio ecuménico, cuyo principal propósito fue la
reunificación de las cristiandades oriental y occidental. Al Concilio de
Florencia, celebrado en 1439, vinieron muchos teólogos del Imperio
Romano de Oriente, como Jorge Gemisto Plethon y su discípulo, el
cardenal Juan Bessarión, cuya influencia sería importantísima para la
expansión de la cultura greco-romana. Plethon, entusiasta de la filosofía
platónica, sugirió el proyecto de una Academia, idea que recogió y llevó a
cabo Lorenzo el Magnífico. Finalmente, la caída de Constantinopla en
1453 en poder de los turcos provocó un éxodo de intelectuales hacia Italia,
que, asentados allí, favorecieran la difusión del griego y de la cultura
clásica.

La resurrección del griego estuvo emparejada con la de muchas obras


clásicas, que por ignorarse su lengua, habían permanecido llenas de polvo
en los estantes de las bibliotecas monásticas, valoradas por los monjes

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medievales por su rareza. Los humanistas del siglo XVI, desprovistos de
todo prejuicio sobre estos textos antiguos y, también animados por una
insaciable curiosidad, los buscaron con avidez. Príncipes, mercaderes y
ciudadanos acomodados encargaron la búsqueda de tales códices, incluso
en regiones distantes. Todo su afán era incrementar sus bibliotecas,
aunque no fueran capaces de leerlos.

La biblioteca más caudalosa era la de los Visconti de Milán,


conservada en el castillo de Pavía, que reunía la biblioteca de Petrarca,
hasta que Luis XII la llevó a Francia en 1500 y la instaló en el castillo de
Fontainebleau. Pero ésta y la de los príncipes de Este, en Ferrara o de los
Gonzaga en Mantua eran bibliotecas privadas, que sólo podían consultar
personas privilegiadas. Cosme de Médicis tuvo el honor de inaugurar el
Florencia la primera biblioteca pública. La Biblioteca Vaticana, fundada
por Nicolás V y ampliada durante el papado de Sixto IV, se convirtió en la
más vasta de la época.

Justamente con el latín y el griego, los humanistas tuvieron gran interés


por el hebreo, a fin de conocer el Antiguo Testamento en su idioma
originario. Las obras escritas en hebreo o arameo fueron pronto
codiciadas, excepto el Talmud, por el que se sentía particular desprecio.
Una de ellas era la Cábala, El Zohar o Libro de las Iluminaciones, compilada en
España. En esta obra, el autor trata con su hijo y discípulo de todo lo
divino y humano, de pretendidas enseñanzas, y de la sabiduría esencial de
los judíos, transmitida oralmente por Moisés a los iniciados en el Monte
Sinaí. Esta suposición, aceptada con gran seriedad, ejercía gran atractivo
sobre el pensamiento humanista.

Pico della Mirándola fue un entusiasta de la Cábala, llegando a


argumentar que no hay testimonio más claro de la divinidad de Cristo que
el aportado por el arte mágico y la Cábala.

59
Aplicación de la filología como instrumento crítico.

Entre los primeros humanistas, existía un ansia por los textos clásicos
auténticos, lo que dio por resultado que las primitivas traducciones
fueran reemplazadas por otras nuevas y mejores y que empezaran a
aparecer ediciones cuidadas de las obras más celebres, así como de otras
ignoradas hasta entonces. Este retorno a los clásicos estaba condicionado
por el perfeccionamiento de le lengua latina.

Pero estos primeros humanistas y aficionados a la colección de códices


fueron, en muchos aspectos, muy ingenuos, ya que cuando faltaban partes
en los códices, las completaban copiándolas de otros manuscritos. La gran
figura que introdujo la crítica filológica fue Lorenzo Valla, que se
esforzó por demostrar que el latín que manejaban los escolásticos tenia
escaso parecido con el puro latín. Valla propugnó la imitación de los
clásicos, actitud que jugaría tan gran papel en el pensamiento de los
humanistas. Los clásicos latinos se convertían en un ejemplo a seguir.

Desde la época romana existía un sistema para conseguir una oratoria


más apropiada y un lenguaje más correcto. La retórica y la elocuencia
proporcionaba el conjunto de reglas para dicho sistema. La labor de
Lorenzo Valla se centraría en el estudio de estas disciplinas, y abriría un
inmenso campo para la investigación documental. El mismo pudo
demostrar, aplicando estos métodos, la falsedad de la “donación de
Constantino” y de otros textos tenidos por auténticos.

La aplicación de la crítica textual produjo un importante avance en la


renovación de los diversos conocimientos. Se volvieron a leer textos mal
interpretados (jurídicos o médicos) y se extrajeron novedades. El interés
por la restauración de textos antiguos y la comparación de ellos
favorecieron los estudios clásicos y la perfección del lenguaje.

Las nuevas corrientes filosóficas.


60
La revelación de Platón, cuyos Diálogos habían sido traducidos en 1421
al latín por Leonardo Bruni, y, cuyo estudio directo fue pronto posible
gracias al conocimiento del griego, produjo una reevaluación de las
doctrinas aristotélicas, desde otras perspectivas.

Dos eran las principales escuelas aristotélicas medievales. Una, apoyada


en la lectura espiritualista, era la representada Tomás de Aquino, que en
el siglo XIII, en la Summa Theologica había logrado una perfecta síntesis
entre los conceptos aristotélicos y la doctrina cristiana. Consciente de la
unidad profunda de la verdad, creían en la necesaria concordancia de la fe
(conocimiento revelado) y de la razón (conocimiento elaborado a partir
de lo sensible, por medio de conceptos que sirven para clasificar los
fenómenos). Estableció sutiles relaciones entre el mundo de la apariencia
y el de las esencias (que son reales en cada individuo de una especie, a
través de la diversidad de accidentes) y el de las formas arquetípicas, que
están en Dios. La doctrina tomista afirmaba la posibilidad de elaborar, a
partir de la experiencia, mediante la analogía y la abstracción, un
conocimiento del mundo real: el de sus esencias.

Guillermo de Ockham y sus discípulos, en el siglo XIV, llegaron a


plantearse a posibilidad de todo conocimiento genérico, y, lo que es más
grave, a separar la fe y la razón. Para ellos las verdades de la fe no eran
susceptibles de análisis racional y, por tanto, resultaba vana toda teología
que trate de explicar el contenido de la Revelación. La razón, a partir de
experiencias sensibles, podía elaborar una ciencia puramente
experimental, pero que no debía nada a la Escritura, y que no tenía jamás
seguridad de corresponder a las realidades divinas. Incluso este
conocimiento no puede ser más que individual, ya que los conceptos que
usamos por comodidad para designar las especies no son más que puros
“nombres” (nominalistas), no corresponden, como afirman los tomistas
(o “realistas”) a las esencias.

61
Este divorcio total que los nominalistas establecían entre fe y razón
tenía graves consecuencias, no sólo en el terreno de la teología, sino en el
pensamiento filosófico y científico. Aunque el nominalismo, al acentuar la
autonomía del campo de la ciencia, pudo favorecer indirectamente lo que
llamamos investigación, este aspecto positivo estuvo frenado por la
afirmación que hacia dicha escuela de todo conocimiento general.

El nominalismo, que aparentemente podía aparecer como corriente


progresista, de hecho condujo a la incertidumbre y al desconcierto
doctrinal y moral. No solo abrió el camino a la Reforma, incluso sería el
origen, tanto del positivismo como del idealismo. En el siglo XV era la
doctrina más comúnmente enseñada en las viejas universidades.

Otra corriente, más fiel a la letra de Aristóteles, era la que partía de los
comentarios del árabe Averroes. Dicha doctrina establecía la separación
total entre la filosofía y la fe; a pesar de las repetidas condenas
eclesiásticas, no dejó de ser enseñada en la Universidad de Padua. El
averroísmo –basado en un determinismo, que apenas dejaba lugar a la
intervención divina y en un cierto materialismo–, continuo enseñándose
en Padua y jugaría un cierto papel intelectual durante el siglo XVI.
Fueron numerosos los humanistas europeos que acudieron a estudiarlo en
aquella prestigiosa y atrevida universidad veneciana.

Mucho más entusiasmo suscitó la filosofía de Plantón, que había sido


mucho peor conocida durante la Edad Media. No se trata ya del
platonismo agustiniano ni del misticismo platonizante medieval, sino del
Platón conocido directamente a través de sus propios escritos. Este
entusiasmo fue traído con motivo del Concilio ecuménico de Florencia en
1439, cuando algunos intelectuales del Imperio de Oriente arribaron a
Italia.

62
Fue Marsilio Ficino, educado primeramente en el aristotelismo y
estudiante de medicina en Bolonia, el gran difusor de las doctrinas
neoplatónicas. Llamado, hacia 1460, por Cosme de Médicis, le instaló en
una tranquila villa rustica de los alrededores de la ciudad, para que
pudiera dedicarse al estudio de Platón y de los filósofos platónicos. Con
rapidez tradujo las obras completas de Platón, de Plotino y de otros
discípulos. Aparte de esta labor escrita, divulgada entre la élite florentina
y por todo el mundo culto, solía reunir en su residencia a un círculo de
amigos, y discutían, en libre y sencilla conversación, las ideas platónicas.
Esta era la célebre Academia Florentina. Gracias a su extensa
correspondencia con otros humanistas, sus ideas y el platonismo se
expandieron por Europa, convirtiéndolo en la filosofía más influyente del
Renacimiento. Este platonismo es fuertemente eclesiástico, amasado con
materiales aristotélicos y judíos (Cábala).

Marsilio Ficino trató de probar que toda revelación es,


fundamentalmente una, y lo que era más importante para el punto de
vista laico, que la vida del universo y del hombre, están controladas y
dominada por un “círculo espiritual” continuo, que conduce de Dios al
mundo y de éste a Dios. Según la interpretación neoplatónica de Ficino,
Dios es el Ser del que emanan todos los demás seres, jerarquizados según
su grado de pureza; las almas astrales y los ángeles, puras criaturas
celestes, inmortales y perfectas, aseguran la marcha de las esferas que
componen el Universo incorruptible. Las esencias de las cosas materiales
que pueblan el universo terrestre, son Ideas que residen en Dios y tienen
la necesidad de formas sensibles para existir, pero estas formas no son
más que traducción imperfetas y corruptibles de sus arquetipos divinos.
En el centro del cosmos se halla el hombre; es a la vez alma inmortal,
imagen de Dios y cuerpo material. La vocación humana consiste en pasar
del mundo de las apariencias sensibles, en el cual vive, a la inteligencia de
la Ideas, lo que le dará acceso a Dios. Para esta experiencia se le ofrecen

63
tres vías de conocimiento: la de los sentidos, la de la razón y la de la
contemplación, siendo esta ultima la superior, ya que supera el riesgo de
las apariencias sensibles y del análisis racional, permitiendo con
seguridad alcanzar lo real (el mundo divino).

El hombre es un microcosmos que está organizado y funciona con los


mismos principios que el macrocosmos, el Universo. Ambas realidades, el
universo y el hombre, están construidas de tal modo que sus estratos
menos perfectos son como términos medios hacia los más elevados, hacia
Dios. Por ello cuando el hombre estudia o contempla al Hombre, estudia
el espejo mismo de Dios, su imagen perfecta, y puede alcanzar la
perfección.

La interpretación de Ficino del “circuito espiritual” tuvo también


importantes consecuencias en el mundo de la ciencia y en el sincretismo
religioso o renacentista. Desde esta perspectiva se comprende que no
haya diferencia entre medicina, la magia y la astronomía. Existen más
estrechas relaciones entre el mundo físico y el humano, y ambos están
dependientes de Dios. El “espíritu cósmico” invade todo, también lo
sensible; por tanto, los efluvios, benéficos o maléficos, de los astros,
repercuten en el mundo de los humanos.

Se comprende el éxito de esta filosofía, que permitía al humanista llegar


a un aparente acuerdo con el teólogo, al científico con la metafísica, al
moralista con las flaquezas de la humanidad, y a los hombres y mujeres
del mundo con las “cosas del espíritu”.

El discípulo principal de Marsilio Ficino fue Pico della Mirándola, que


trató de resolver los conflictos planteados por el neoplatonismo frente al
aristotelismo renovado. Para lograrlo, no vaciló en acudir a las teorías
“cabalísticas” y “mágicas”.

Los medios de difusión del Humanismo.


64
La renovación de la enseñanza y la expansión de los nuevos estudios no
se produjeron de manera brusca. Todavía al comenzar el siglo XVI se
ofrecía en las universidades elementos antiguos y nuevos. Aristóteles
seguía siendo el maestro por excelencia, y entre los físicos, las obras de los
filósofos griegos y árabes, usadas durante la Edad Media, no habían
perdido su valor. Pero en estas mismas universidades los humanistas
enseñaban las nuevas disciplinas, alternando con las tradiciones.

Sin embargo, la tarea esencialmente humanística, de discusión e


intercambio, tuvo lugar en las “Academias”. La primera comenzó a
funcionar en Nápoles bajo el generoso mecenazgo de Alfonso V de
Aragón. El prototipo, y la más excelsa, sería la Academia Florentina o
Platónica. Esta academia ejerció enorme influencia en la orientación de
los estudios humanísticos

El nombre de “Academia” se usaba corrientemente en Italia desde 1440,


y en seguida se aplicó este nombre al círculo de los discípulos de
Bessarión y aun los de Argiropulos, calificados protagonistas ambos en el
intento de conciliar a Platón y Aristóteles.

Papel semejante desempeñó en Roma la Academia Romana. El


humanismo romano, alentado primeramente por Nicolás V y continuado
por sus sucesores, Calixto III y Pío II, se caracterizó por su intento de
conciliar las nuevas orientaciones con las ideas tradicionales cristianas. A
este núcleo perteneció Nicolás de Cusa. Algo diferente de las demás
academias italianas fue la de Venecia, presidida por Aldo Manuccio,
interesada, sobre todo, por la impresión de la sobras de los grandes
maestros del helenismo.

La imprenta trajo consigo una revolución en la producción de textos. La


primera imprenta en Italia comenzó a funcionar en Subiaco en 1465 y dos
años más tarde había una en Roma. En seguida se difundieron por toras

65
ciudades y los humanistas comenzaron a apreciar el nuevo invento.
Venecia fue el principal centro de ediciones. Los primeros libros se
hicieron todavía con la colaboración de copistas, que rellenaban los libros
con dibujos y títulos. Por otra parte, el nuevo método carecía de la
necesaria flexibilidad y no eran raros, incluso, los manuscritos hechos
sobre libros impresos. Gracias a la imprenta, los humanistas pudieron
ofrecer al público textos antiguos, corregidos y enmendados. La gran
difusión de libros obligaba a los eruditos a esmerarse en la tarea de
reproducción de textos correctos.

66
El Humanismo en el resto de Europa.

Vázquez de Prada

La expansión del humanismo desde Italia.


La época máxima en Italia duró hasta 1530, cuando las ideas
humanistas ya se habían expandido por toda Europa gracias a los eruditos
italianos llamados por las Cortes y Universidades, a los europeos que
venían a Italia atraídos por este foco de cultura, o merced a la
correspondencia que los humanistas italianos mantenían con sus colegas,
allende los Alpes o el mar.
El Humanismo se extiende a Europa rápidamente en las últimas
décadas del siglo XV. Pronto se conocieron estas ideas por grupos de
intelectuales desde Oxford, Salamanca y París, hasta Viena, Praga y
Cracovia. Alrededor de las universidades, y en las grandes ciudades
mercantiles, se desarrollan los círculos humanistas, que frecuentan,
además de eclesiásticos y universitarios, impresores y artistas,
magistrados, hombres de negocios y funcionarios reales. Los príncipes los
apoyan y patrocinan.
La extensión del Humanismo se hizo, sobre todo, a través de la
enseñanza, pero de una enseñanza renovada. Los humanistas mostraron
especial interés hacia la educación, como consecuencia de su filosofía y de
su deseo de cambiar el mundo. Su creencia absoluta en la perfectibilidad
del hombre y en su bondad natural se traducía en la enorme
responsabilidad atribuida a la tarea del educador y su eficacia para
transformar el mundo. Según una célebre formula de Erasmo (Sobre la
educación de los niños) el medio específico en el que debía desarrollarse el
hombre era el de la cultura, no el de la naturaleza. Lo que no significa que
la formación moral, religiosa e intelectual debe obstaculizar o contradecir
las tendencias naturales e individuales del joven. El ideal pedagógico del
67
humanismo descansa sobre la enseñanza general: intelectual, moral y
física. La educación se veía ante todo como una formación moral.
En Europa la difusión de la imprenta fue lenta. Si en 1455 apenas se
señalan talleres en Maguncia y Estrasburgo, en 1500 se cuentan en 236
ciudades. Pero la imprenta, todavía imperfecta, no logra resultados
importantes hasta bien entrado el siglo XVI. Los focos de edición se
hallaban en ciudades importantes (Venecia, Basilea, París, Amberes), y
habían nacido de la estrecha relación entre humanistas y capitalistas. Se
calculan en unas 35.000 las ediciones realizadas en el siglo XV, con más
de quince millones de ejemplares, de las que un 77% eran en lengua latina.
En cuanto al tema, los más numerosos (45%) eran los religiosos. En el
siglo XVI la primacía de la imprenta, que había pertenecido a Venecia,
pasaría a París y Lyon, y después a Amberes. Aumenta entonces el número
de ediciones religiosas, pero más aún los libros de temas literarios y
clásicos. La obra de Erasmo alcanza ediciones de miles de ejemplares. La
imprenta favoreció al Humanismo mucho menos de lo que se cree, ya que
muchos de los libros editados eran medievales, pues respondían al gusto
de los lectores de la época.
Los humanistas europeos, al igual que los italianos, se vuelven a la
Antigüedad y estudian con apasionamiento las lenguas clásicas y el
hebreo, que les permitirán penetrar en las ideas de aquello antiguos y en
la Biblia. Su principal guía fue Lorenzo Valla y su método filológico. En su
conjunto, y a pesar de las diferencias nacionales, tienen una serie de
características en común: un gran optimismo sobre la naturaleza humana,
aspiración a la perfección en todos los campos, convencimiento de la
eficacia de una educación bien dirigida.
Sin embargo, el Humanismo de Occidente se diferencia del italiano por
su espíritu más realista y crítico. Superan las meras preocupaciones

68
estéticas y morales del platonismo de Marsilio Ficino para adentrarse en
la investigación histórica, política y religiosa.
En este último aspecto hay una figura que destaca como el prototipo y
que personificará el pensamiento humanista: Erasmo. El influirá de
manera determinante en el pensamiento de la primera mitad del siglo
XVI.
El Humanismo en Francia.
El Humanismo francés se desarrolló relativamente tarde. Las
inquietudes intelectuales parecían satisfechas con la escolástica
tradicional, mientras el genio francés prefería expresarse en su propia
lengua. París, todavía entonces uno de los primeros centros culturales,
apenas demostraba interés alguno por las novedades intelectuales. La
cuestión que a fines del siglo XV más les afectaba era la disputa entre
nominalistas y realistas. El triunfo de los primeros, que se oponían tanto
al realismo como al platonismo, no dejó apenas resquicio a la penetración
del pensamiento humanista.
Los dos grandes humanistas franceses fueron Jacques Lefévre
d’Etaples (1456 - 1536) y Guillaume Budé (1468 - 1540).
Lefévre d’Etaples se interesó por las teorías de Ficino y Pico
dellaMirándola. Estudió filosofía en París, fue clérigo, pero nunca recibió
las órdenes mayores. Vivirá una existencia casi monástica, de sabio,
consagrado a la erudición clásica primero, y pronto, a la teología, adicto
siempre a la Iglesia, no obstante su audacia critica.
Su gran afición será San Pablo, que en adelante, como para los
precursores de la Reforma, será su guía. Desde 1501 publica
incesantemente: ediciones de las epístolas de San Pablo, estudios sobre
los Libros Santos y la traducción francesa del Nuevo Testamento.

69
Guillaume Budéfue el mejor especialista francés en latín y griego,
defensor infatigable del Humanismo. Su curiosidad científica universal le
llevó a profundos conocimientos en todas las ciencias, desde la teología, la
filosofía, la jurisprudencia, a las matemáticas. Su estudio de metrología
antigua describe el valor de las monedas y medidas de antiguos y su
equivalencia moderna. Esto lo colocó entre los más destacados eruditos
de su tiempo. Secundó con rapidez el proyecto de Francisco I de fundar
un colegio de hombre doctos, germen del posterior “Collègede France”,
institución real que, a diferencia de la Sorbona, acogió los estudios
filológicos y humanísticos, que ya venían impartiéndose en la Corte
(1530). Dirigió también hasta su muerte la Biblioteca de Fontainebleau,
formada sobre la base de la de los Sforza de Milán.
El Humanismo en Inglaterra.
Aunque los estudios teológicos continuaban dominando aún la vida
académica en Oxford y Cambridge, no había dejado de desarrollarse la
afición por algunos aspectos de la cultura humanística, aportada por
eruditos italianos y por ingleses que habían estudiado en Italia. La
enseñanza de la gramática latina se orientó, ya antes del siglo XV, hacia el
Humanismo, y se redactaron los primeros manuales con la intención de
mejorar el estudio del latín clásico. El apoyo de la Corte a la cultura
humanística fue también decisivo. El entusiasmo por el latín culto
penetró allí a través de funcionarios pontificios y eruditos deseosos de gar
el favor cortesano. A finales del siglo XV y comienzos del XVI existía en
Londres, gracias a la presencia de eruditos italianos, un clima intelectual
parecido al de Italia. En Oxford y Cambridge, sin embargo, hasta la
Reforma, predominó el espíritu escolástico.
John Colet (1467 - 1519), teólogo de la corte de Enrique VII, fue influido
por la forma exotérica de Ficino y Pico della Mirándola durante su
estancia en Italia. Allí, Colet aprendió griego, interesándose por el

70
platonismo y estudió a fondo la Biblia y los Santos Padres. A su vuelta en
Inglaterra, ordenado sacerdote, fue profesor en Oxford y allí ejerció una
gran influencia en Erasmo y Moro. Destacado humanista cristiano.
Tomás Moro (1478 - 1536) llegó a ser la figura más destacada del
Humanismo inglés. Erudito por afición, nunca se dedicó a la enseñanza,
ya que su verdadera profesión era la de jurista y político: alto dignatario y
Canciller de Enrique VII. Laico, padre de familia ejemplar, sus excelsas
virtudes humanas, puestas a prueba en el martirio por defender sus
convicciones religiosas, le valieron la canonización por la Iglesia.
Tuvo un profundo conocimiento de los clásicos. El aspecto
neoplatónico del humanismo es lo que más le atraía. Cuando los estudios
griegos parecían correr peligro en Oxford, en manos de teólogos más
conservadores, su oportuna intervención permitió acallar a los
adversarios de los nuevos estudios. Es en la Utopía (1516), deliciosa sátira
de la sociedad y de las ideas de su tiempo, mal interpretada a menudo,
donde el humanismo de Moro aparece más de manifiesto, con un estilo
latino ágil, irónico y atrayente.
El Humanismo en España.
El impacto del Humanismo italiano comenzó a sentirse después de
mediados del siglo XV más por el influjo de los españoles que habían
acudido a universidades de Italia que por eruditos italianos, que vinieron
a enseñar más tarde a la península.
La indiscutible figura humanista española fue Elio Antonio Nebrija
(1444 - 1522). Después de una larga estadía en Italia, donde profundizó el
griego y la nueva filología, en 1475 fue incorporado como profesor en la
universidad de Salamanca. Más tarde el cardenal Cisneros lo llamó a
Alcalá, en 1513, donde desempeñaría la docencia hasta su muerte. Su
enorme producción abarca desde la gramática a la historia, desde la

71
arqueología y la lexicografía al derecho y los estudios sagrados. En 1492
publicó una Gramática Castellana, primera compilación gramatical de una
lengua europea moderna, que tuvo enorme influencia.
Más aún que en Salamanca, fue en la nueva universidad de Alcalá,
fundada por Cisneros en 1508, donde el Humanismo alcanzó gran
desarrollo. Concebida como una institución completa de enseñanza
eclesiástica: elemental, media y superior, Cisneros introdujo un espíritu
abierto: creó cátedras de tomismo, escotismo y nominalismo, pensando en
un fecundo dialogo. La investigación teológica se orientó hacia el estudio
directo de las fuentes, de la Biblia, con la ayuda de las lenguas en que fue
originariamente escrita.
Cisneros opinaba que nadie que no supiera griego podía ser buen
teólogo; y en los estatutos de la Universidad de Alcalá estaba prevista
también la creación de cátedras de hebreo, árabe y siríaco. Alcalá se
convirtió en el primer centro de estudios griegos en España. El cretense
Demetrio Dukas enseñó griego en 1512-1518. La gran ilusión de Cisneros
era la edición de la Biblia en sus lenguas originales. Reunió a un grupo de
eminente eruditos a quienes confió la parte editorial del proyecto. El
primer tomo de la llamada “Biblia Políglota Complutense” constituida por
el Nuevo Testamento, estaba ya impreso en 1514.
El Humanismo en los Países Bajos.
El Humanismo no comenzó a ejercer influencia en los Países Bajos
hasta la segunda mitad del siglo XV. El único brote cultural vigoroso fue
la pedagogía espiritual de la Devotio Moderna. Las dos ramas de este
movimiento (la congregación de San Agustín deWidesheimy los
Hermanos de la Vida Común) aspiraban a realizar en el campo de la
religión lo que el Humanismo estaba haciendo por la cultura. Aunque
influidos por místicos, como San Bernardo, opusieron al formalismo de la

72
escolástica decadente un sano realismo, asentado en la humildad
intelectual y en la ascética personal.
Las escuelas de los Hermanos de la Vida Común que a finales del siglo
XV se habían extendido hasta Alsacia y el sur de Alemania, por su
preocupación por métodos eficientes de enseñanza, contribuyeron al
progreso del Humanismo. En ellas se educaron figuras señeras como
Nicolás de Cusa o Erasmo. Por su parte, la actividad cultural de los
Hermanos no se redujo a la educación, sino también a la producción de
literatura devota y a la transcripción de manuscritos, influidos por el
método de Lorenzo Valla. Se dieron cuenta inmediatamente de la
importancia de la imprenta y fundaron prensas dedicadas a la publicación
de obras de devoción, gramática y textos clásicos.
Entre los humanistas de los Países Bajos destaca Johan Wessel de
Gansfort (1420 - 1489), que, aunque nunca dejó su convicción
nominalista, conoció el griego y el hebreo en Italia admiró a Marsilio
Ficino y fue un teólogo imbuido de misticismo y entusiasta de la Reforma.
El Humanismo en Alemania.
A fines del siglo XV la influencia italiana en el Imperio era bastante
amplia, por obra de eruditos alemanes que habían estudiado en Italia y
por italianos que vinieron a estudiar en las universidades alemanas.
La imprenta en Alemania fue donde adquirió mayor desarrollo hasta
1520 aproximadamente. Entre los numerosos libros editados, si bien la
mayoría trataban temas relacionados con los estudios tradicionales, la
religión o aspectos profesionales, había buen número dedicado a la
literatura clásica y humanista. A comienzos del siglo XVI algunos
editores habían comenzado a relacionarse con núcleos humanistas.
A comienzos del siglo XV las universidades de Viena, Erfurt y
Heidelberg eran las más florecientes, como también Basilea y Leipzig.
73
Como en el resto de Europa, quienes introdujeron los estudios
humanísticos eran eruditos italianos o bien alemanes que habían
estudiado en Italia. Pico della Mirándola, Ficino y Valla gozaron de gran
popularidad y el conocimiento de las lenguas clásicas no pasó de la
gramática y de la retórica.
Los centros humanistas más notables en Alemania, a finales del siglo
XV y comienzos del XVI se formaron, sobre todo en Núremberg,
Augsburgo, Estrasburgo o en sociedades y academias literarias fundadas
por Conrad Celtis en Colonia y en Viena. Estos nuevos centros
humanísticos se dedicaron predominantemente a la arqueología y retórica
latinas. Mayor importancia adquiría la edición de textos antiguos. La
creencia, fomentada por los nuevos estudios, de que el pasado alemán
había sido de excelsa grandeza fue un motivo impulsor del Humanismo
germánico y del nacionalismo alemán.
Erasmo, príncipe de los humanistas.
La gran figura del Humanismo fue Erasmo de Rotterdam, que llena
con su fama el primer tercio del siglo XVI. Fue educado y vivió algún
tiempo con los Hermanos de la Vida Común, en cuyas escuelas aprendió a
dominar la nueva retórica, al tiempo que recibía el impacto de la Devotio
Moderna. Luego entró en la Comunidad de Canónigos de San Agustín,
donde recibió la influencia del Humanismo italiano de la mano de Nicolás
de Cusa y de los Hermanos de la Vida Común, adquiriendo gran
entusiasmo por la Antigüedad. Durante su estancia en el convento se
mostró más preocupado por los estudios que por la perfección interior.
En 1492 fue ordenado sacerdote, pero muy pronto sintió deseos de
abandonar la vida conventual, lo que hizo, de acuerdo con sus superiores.
En 1495 acudió a completar sus estudios a la universidad de París. Sus
inquietudes y falta de asentamiento le llevaron a viajar por toda Europa.

74
Estuvo en Inglaterra: en Oxford y Cambridge. Vivió en Italia y en Flandes.
Al final de su vida residió en Basilea, donde moriría en 1536.
Tras haber estudiado y cultivado la escolástica y la mística en los Países
Bajos y en París, durante su primera estancia en Oxford conoció a John
Colet y Tomás Moro quienes ejercieron una influencia decisiva en su vida
y en sus ideas. A partir de ahora se entregará completamente al
Humanismo, en su vertiente religiosa y moral. De Colet aprendió la
importancia de la nueva exégesis de la Biblia y la necesidad de renovar la
enseñanza de la teología; Tomás Moro influyó en su afición al estudio,
pero sobre todo en su vida, ya que fueron grandes amigos. Es muy posible
que gracias a esta amistad permaneciera en la Iglesia Católica, en
momentos personalmente muy difíciles. En 1500 publica su obra más
importante: Adagios, una colección de ochocientos proverbios antiguos.
En 1502 decidió lo que en adelante consideró la obra de su vida:
demostrar el valor que los clásicos tenían para el estudio de la Biblia, para
profundizar en el conocimiento de la verdadera Fe y doctrina de la Iglesia.
En 1503 publicó el Manual del soldado cristiano, obra que contiene las
reflexiones y vivencias del autor durante su estancia en Inglaterra. En ella
presenta un ideario del laico cristiano y expone sus ideas sobre la
espiritualidad humanista En Oxford comenzó la traducción del Nuevo
Testamento –primero del texto latino– y lo publicó en 1516.
Erasmo será siempre recordado por su inmensa tarea crítica y por su
eficaz contribución a difundir el método filológico. La filología y la teoría
literaria (retorica), indispensables para el conocimiento de los textos y su
significación, no eran para él un fin en sí mismas, sino método esencial
para restaurar la pureza de la doctrina de Cristo, recogida en la Sagrada
Escritura.

75
Encontró su mejor expresión en el Elogio de la locura, su obra más
popular y todavía leída, escrita en 1509 y publicada en 1511. Hasta
entonces, había sido una vieja costumbre el describir, de una manera u
otra, la locura del hombre y del mundo, pero Erasmo hace irrumpir en
escena a la propia locura, para que exprese sus ideas. La crítica, con
ironía, alcanza a todas las personas e instituciones, incluida la Iglesia.
Claro que esta forma de escribir, cuando llegó el momento de definirse
y adoptar una postura en la controversia católicos-protestantes, a la
mayoría les pareció insatisfactoria, por una u otra razón. Cuando antiguas
y sagradas convicciones parecían tambalearse, quienes buscaban
certidumbre, las consideraron inoportunas e insensatas, mientras que
aquellos lanzados a la vía abierta de crítica y revisión total, las calificaron
de cobardía.
Si el humanismo erasmiano, en lo que representa de actitud intelectual,
persistió, se debió a su virtuosismo, a la elegancia del lenguaje y a su
ironía, que por el contenido de sus obras. Erasmo es recordado hoy
gracias a su personalidad y peculiarísima manera de escribir. A menudo
satírico, a veces amable, con más frecuencia amargo, pero raramente
superficial y vulgar, era suave y fuerte al mismo tiempo. No fue un
pensador original ni profundo, pero cautivó la imaginación de los
contemporáneos por su talante intelectual, por el encanto y flexibilidad
de su latín, y por su repugnancia a todo extremismo.

76
Humanismo y Religión.
Vázquez de Prada
Actitud religiosa de los primeros humanistas.
Definido el Humanismo como un movimiento que intentó liberar al
hombre, mediante el descubrimiento de los valores morales e
intelectuales encerrados en la literatura grecolatina y su adaptación a las
nuevas necesidades del tiempo, es evidente que este movimiento cultural
tenía que plantearse seriamente su concepción del hombre, del mundo y
de Dios, y las relaciones entre ellos. Algunos humanistas, al estudiar las
fuentes del pensamiento antiguo, llegan a la conclusión de que la filosofía
platónica es una introducción metodológica a la “verdadera” religión
cristiana: la del Evangelio, la de las Epístolas de San Pablo y de los Padres
de la Iglesia. San Agustín o San Jerónimo habían intentado realizar una
síntesis armoniosa entre la cultura pagana y el cristianismo, sin perder su
propia fe ni sus objetivos piadosos. Esto fue tomado como fuente de
inspiración de la literatura humanista y la pintura religiosa del
Renacimiento.
Partiendo de esta perspectiva, no podía por menos de plantearse un
nuevo tipo de teología, que reemplazara a la de su tiempo. La brillante
tentativa de Tomás de Aquino, que en el siglo XIII había logrado
conciliar la filosofía aristotélica con el cristianismo, no les parecía
definitiva. Los humanistas buscaban una nueva síntesis.
La escolástica había caído en la confusión, pues quienes trataban de
buscar la verdad divina por caminos más sencillos y acomodados a una
visión integral de la vida, consideraban el procedimiento escolástico,
basado en el silogismo, poco adecuado a su propósito. Además, las
escuelas nominalistas habían acentuado su descrédito. Por otra parte, la

77
teología había derivado a discusiones academicistas que habían perdido
todo contacto con las fuentes primarias de la fe.
Ya en los primeros decenios de siglo XV, los humanistas italianos
habían propuesto los fundamentos de una cultura literaria que repudiaba
la escolástica.
Nicolás de Cusa puede considerarse el precursor más inmediato en
este intento: un sistema religioso en el que pudieran integrarse todas las
religiones. Para él, judaísmo, cristianismo y mahometanismo, son
aspectos de una misma vía hacia Dios y llega a contemplar la posibilidad
de unión de iglesias y sectas, no obstante sus grandes divergencias, sobre
la base de verdades comunes, de algunos “artículos fundamentales”. El
irenismo religioso de Cusa anuncia un clima religioso completamente
nuevo, un elevado ideal a cumplir.

Mucho mayor éxito tendría la Theología platónica de Marsilio Ficino,


donde trató de demostrar que Platón y el neoplatonismo conducían a
Cristo, preparaban, con Moisés, la religión cristiana. Su idea era que la
restauración platónica formaba parte de una apologética; debería servir
para luchar contra la irreligión y el libertinaje de su tiempo. Por esta vía
llega a la misma idea de Cusa: en las religiones y filosofías religiosas no
cristianas hay verdades comunes con el cristianismo. Concluye que toda
religión sincera, aunque imperfecta, puede agradar a Dios, mientras que la
impiedad atrae la cólera y venganzas divinas.
Su discípulo, Pico della Mirándolatrata igualmente de lograr una
síntesis doctrinal. Consideraba que era posible recoger en todas las
filosofías y religiones no cristianas lo que les aproximaba a la religión de
Cristo, y, por este camino, tendía a imaginarse una religión universal, un
cristianismo más flexible y aligerado en su contenido dogmático
fundamental, que reuniría en una, todas las aspiraciones hacia Dios
existentes en aquellas otras.
78
El espíritu sincrético de estos primeros humanistas es difícil de
comprender sin tener en cuenta su contexto y su admiración por la
cultura antigua. Ciertamente era ir un poco lejos el tratar de presentar a
Platón como un perfecto cristiano, algo que fue amonestado por las
autoridades de la Iglesia.
El Humanismo cristiano. El “evangelismo”.
El “Humanismo cristiano” consistía en estudiar los textos hebreos y
griegos de la Escritura con el método crítico que había iniciado Lorenzo
Valla.John Colet se concentró sobre el sentido literal, gramatical e
histórico de los escritos paulinos. Para él, la teología debía fundarse
únicamente en el estudio de las Sagradas Escrituras. En el primer decenio
del siglo XVI puede afirmarse que el Humanismo cristiano estaba
perfectamente constituido. Había nacido de un interés por la exegesis
bíblica y de un anhelo místico y sincrético, basado en el estudio de la
Biblia a la luz de los nuevos métodos y sistemas filológicos. Lo esencial
del Humanismo cristiano consistía en:

 Formulación de un teología más sencilla, más asequible al corazón


del hombre;
 Inclinación hacia una religión interior, capaz de ser entendida, no
sólo por los eclesiásticos, sino también por los laicos; y
 Un deseo de una Iglesia más simple, más purificada, fiel a su
escritura e instituciones antiguas.
Este conjunto de ideas y de preocupación deriva en una actitud llamada
“evangelismo”, porque pone su acento en la necesidad de profundizar en
el Evangelio y ponerlo, en lengua vulgar, al conocimiento de los laicos.
El “evangelismo”, que se centra en un cristianismo purificado y
simplificado, reacciona contra los escolásticos. A los que tacha de
“sofistas” y proclama que la religión es “más una vida que un sistema”.

79
Afirma que la Escritura es la única base de la religión y, por tanto, su
explicación y difusión, la verdadera misión de la Iglesia. Para ello el
teólogo tenía que poseer una gran cultura, ante todo “letras antiguas”.
Con ayuda de estas, había que leer la Biblia, en busca de un sentido “más
espiritual”.
Al tratar de acentuar la vida interior, la unión con Cristo, estos
humanistas cristianos se desinteresan de algún modo de los ritos y
prácticas, como simples ayudas a la piedad. Pero la teología que
proclaman no es revolucionaria, no tratan de separar la fe de las obras,
aunque se ponen en el camino de ello. En cuanto a la Iglesia, la aceptan
como institución respetable, pero consideran que solamente debe
ejercitar su autoridad en el terreno de lo espiritual, y debe procurar
mantener en su seno a los disidentes.
Según Chaunu, la “lectura humanista” de la Biblia introducía en
algunos de los errores teológicos del protestantismo: la tentación
sacramentaria, la tentación antitrinitaria y la tentación eclesiológica (la
de una estructura profética, basada en el sacerdocio universal, nada
jerarquizada).
Las dos grandes figuras del Humanismo cristiano en su versión
“evangélica” fueron Lefévred’Etaples y Erasmo. Él primero, en 1512,
publica un Comentario sobre las Epístolas de San Pablo, donde tiende a reducir
la importancia de las obras: “La sola fe, más bien que las obras, nos merece la
salvación; las obras nos preparan y purifican; pero la fe nos abre acceso a Dios, quien
únicamente nos justifica y nos absuelve”. Pero no niega la utilidad de tales obras.
Lo que hace es insistir en la necesidad de una fe personal y pura, que tiene
reminiscencias de la “Philosophia Christi” erasmiana.
Erasmo y su influencia religiosa.

80
En el Manual del soldado cristiano, Erasmo se dirigió a los laicos devotos,
para expresar la tesis de que la vida cristiana no es patrimonio exclusivo
de los religiosos, sino que todos los fieles tenían el derecho y el deber de
ocuparse de su perfección espiritual. Desde un principio insiste en que en
Cristo, y sólo en Él, han de centrarse todos y cada uno de los creyentes. El
cristiano debe despegarse de todo lo material, de la gloria o del honor, en
una lucha contra los vicios, los demonios y contra uno mismo. En este
combate continuo, Cristo lucha con nosotros, a nuestro lado. Para vencer
en él, disponemos de dos armas: la oración y la ciencia. La oración eleva
nuestros deseos al cielo; la ciencia nos enseña a rezar bien. Esta ciencia
consiste en el conocimiento profundo de la Escritura y de los escritos de
los Padres de la Iglesia. Una vez despegado del mundo y de sí mismo, el
hombre tiene que estar abierto a Dios, para convertirse en un auténtico
cristiano. Esta es en esencia su “Philosophia Christi”.
Erasmo propugnaba una religión depurada de todo rito y un moralismo
radical. No es la letra del Evangelio la que cuenta, sino el espíritu. Para él
las ceremonias del culto litúrgico son meros actos externos, que en vez de
iluminar tienden a oscurecer la fe cristiana pues llevan a caer en la
superstición de creer más en lo que es carne que en lo que es espíritu, a
incurrir en “judaísmo”. Por esta razón condena el culto a las reliquias y
otras prácticas semejantes.
Para Erasmo el Evangelio era primeramente una filosofía de vida, en
cuanto expresa el divino mensaje, que enseña a los hombres a
comportarse correctamente en su existencia terrena, que es lo que debía
entenderse por verdadera humanidad, por autentico Humanismo. La
única preocupación del cristiano debía ser vivir de acuerdo con las
palabras de Cristo. Con la fe cristiana se alcanzaba la verdadera y plena
libertad, la liberación frente a la letra de la ley (doctrina de la libertad
cristiana).

81
Erasmo rechazó el culto externo; se manifestó contrario a la
Escolástica; ridiculizó el monacato y la forma de vida consagrada; tuvo
una concepción de la Iglesia fundamentalmente invisible, pues la visible
era como un fenómeno temporal y mucho menos importante. Consideró
también que de la masa de opiniones que enseñaba la Iglesia, había que
destacar un pequeño número de dogmas, y que había que suprimir una
serie de observancias, que no tenían fundamento ni en la Escritura ni en
los Padres. En sus obras apenas habla de muchas cuestiones como el status
del Papado, la significación de los Concilios, de los distintos dogmas y de
la mayoría de los sacramentos. Se opuso decididamente al culto a los
santos, a las peregrinaciones y tuvo dudas respecto al culto a la Santísima
Virgen.
Puede que aceptase los dogmas, al menos los fundamentales, pero
estaba convencido de que cualquier discusión sobre ellos conducía a
infructuosos debates y, por tanto, debía ser evitada.
Erasmo, más que un escéptico, era un hombre práctico. Su
interpretación de la fe evidentemente se aparta de la Iglesia, pero nunca
quiso romper con ella ni se sintió fuera de ella. Sin embargo, esta aparente
“neutralidad” la atraería problemas. Muchos católicos estaban
convencidos de que Erasmo había llegado demasiado lejos en las críticas
contra la Iglesia, e incluso le responsabilizaron del movimiento
protestante.
Controversia con Lutero.
Erasmo se afanó por conservar la paz en medio de las violentas
disputas. Su actitud era la de no comprometerse con nada ni con nadie.
Inicialmente Lutero se esforzó de ganarse su apoyo, pero Erasmo se
mostró más precavido. Erasmo, en sus primeros años, le miró con buena
voluntad y elogió sus conocimientos de la Escritura. Inevitablemente
llegó a la situación de tener que oponerse abiertamente al reformador con
82
su obra De Libero Arbitrio (1524) a la que respondió Lutero con De Servo
Arbitrio (1525). En el fondo, Erasmo no podía aceptar la teoría de la “tabla
rasa” de Lutero, que entrañaba el Cisma. Él introdujo en el debate la
noción de desarrollo del dogma, para afirmar, contra los reformadores,
que las verdades de la fe no pueden limitarse solamente a fórmulas
bíblicas. Erasmo deseaba la reforma de la Iglesia, pero con al jerarquía y
por medio de ella; no quería suprimir nada que no fuera reemplazable.
La lealtad de Erasmo hacia la Iglesia es lógica. Una reforma con ruptura
de la Cristiandad tradicional, como lo hacía Lutero, era a sus ojos un
escándalo y locura. Toda la tradición humanista de la que se sentía parte
trataba de aproximar a los hombres y a unirlos, si era posible, en la misma
fe religiosa. Trataba si de reformar la Iglesia, pero la unidad cristiana era
preciosa y había que conservarla a ultranza. Según Leclerc “El error de
Erasmo es haber desestimado el contenido dogmático que separaba a Lutero de la
Iglesia Católica. Más humanista que teólogo, creyó sinceramente que podía arreglarse
todo si se pudiera llegar a un acuerdo común sobre la fe más simple de la Iglesia
primitiva”. En consecuencia se influencia sería ambigua: animaría una
parte de las tentativas legítimas de aproximación y conciliación, pero
favorecería también a aquellos que buscaban la unión en la Iglesia a través
de una reducción progresiva de las esencias dogmáticas.
El Renacimiento
Guillermo Fraile
El Renacimiento es el escenario de una serie de profundas
transformaciones que afectan a todos los aspectos de la cultura en el
orden social, político, económico, científico, artístico, literario y religioso.
A los elementos procedentes de la Edad Media se le suman otros nuevos,
cuyo resultado es una ampliación de horizontes y una profunda

83
transformación en las condiciones de la vida y modo de pensar de los
pueblos europeos.
La grandiosa idea medieval de la Cristiandad, basada en la cooperación
armónica entre dos poderes supremos, el Imperio en lo temporal y el
Pontificado en lo espiritual, se convierte definitivamente en un sueño
irrealizado e irrealizable. Desde el siglo XII el régimen feudal había
entrado en franca decadencia. La pólvora revolucionó el arte de la guerra.
La ciudad prevalece sobre el campo, lo urbano sobre lo rural, las
catedrales sobre las abadías, las lonjas sobre los castillos y las
universidades sobre las escuelas de los monasterios. Las ciudades
aumentan su riqueza con el desarrollo del comercio, y compran o
conquistan privilegios con que se emancipan del dominio de sus antiguos
señores. Frente a la aristocracia de sangre se consolida la burguesía como
una nueva clase social, cuyo influjo se basa en el poder de la riqueza y el
dinero. Comienza a aparecer el Capitalismo, revolucionando las antiguas
estructuras económicas: reyes y emperadores se ven precisados a solicitar
préstamos de grandes banqueros, como los Médicis de Florencia o los
Függer de Augsburgo.
Los pueblos o las <<naciones>> se organizan en Estados, que tienden a
consolidar y estructurar su unidad interior, y en el exterior a conseguir la
autonomía completa respecto de cualquier dependencia civil o
eclesiástica. Se consolidan las monarquías absolutas, prevaleciendo la
centralización del poder sobre la disgregación de la aristocracia y los
señoríos feudales. El principio de jerarquía se sustituye por el del
equilibrio entre las grandes potencias, y el Imperio queda relegado a un
mero papel secundario. A su vez el influjo espiritual de los Papas salió
quebrantado de las luchas contra el poder temporal de los reyes y
emperadores, como es el caso de Bonifacio VIII con Felipe el Hermoso.

84
Desde finales del siglo XV se multiplican vertiginosamente los grandes
descubrimientos geográficos, posibilitados estos por el conocimiento de
la brújula. Cristóbal Colón, navegando hacia oriente en busca de la India
y las islas de las especias, tropezó con un nuevo continente. Siguieron
nuevas navegaciones, descubrimientos y exploraciones en América,
África, Asia y Oceanía. El horizonte geográfico y etnográfico se ensancha
de manera fabulosa con el conocimiento de nuevas tierras, pueblos, razas,
civilizaciones y costumbres.
El descubrimiento del Nuevo Mundo tardó en ejercer influjo en el
orden político y económico. Pero el centro comercial se desplazó de Este a
Oeste, del Mediterráneo al Atlántico. Aumentaron las riquezas, pero la
afluencia de oro y plata desvalorizó la moneda y desequilibró el antiguo
sistema de precios, repercutiendo en la situación de las clases sociales.
Las posibilidades de hacer fortuna rápidamente tientan a muchos,
iniciándose la emigración en masa a las tierras recién descubiertas. Al
mismo tiempo, las guerras incesantes empobrecían a los reyes y los
pueblos europeos.
Europa se convierte en la gran descubridora y exploradora de
territorios desconocidos, y unas veces por procedimientos violentos de
conquista y otras por medios pacíficos de persuasión, impone su propia
cultura durante cuatro siglos en la mayor parte del mundo.
A la ampliación del horizonte terrestre por los descubrimientos
geográficos vino a sumarse otra semejante en el orden cósmico, sugerida
por las teorías astronómicas de Copérnico y Galileo Tanto una como otra
repercuten en la psicología. La audacia de los descubridores y
conquistadores se contagia a los pensadores. De la misma manera que se
descubrían nuevas tierras y nuevos astros, podían también descubrirse
nuevos mundos en el orden del pensamiento.

85
En el aspecto científico, en los centros universitarios oficiales se
prolongan las escuelas filosóficas y teológicas que se formaron a partir del
siglo XIII: tomismo, escotismo, averroísmo. Durante los Siglos XIV y XV
prevalece la corriente nominalista, y aunque decae a principios del XVI,
no será sin que muchas de sus doctrinas más características, y sobre todo
su espíritu y su orientación, se transmitan al racionalismo cartesiano y al
empirismo inglés, prolongando su influjo, más o menos larvado, pero real
y efectivo, en la filosofía moderna hasta Kant y en muchos aspectos hasta
la actualidad.
A las corrientes culturales procedentes de la Edad Media vienen a
sumarse otros factores nuevos. Uno de ellos es el movimiento humanista
que constituye, dentro de su carácter un poco difuso e indefinido, un
nuevo clima espiritual, un ambiente distinto al anterior.
Es también importantísima la revolución que en este tiempo se realiza
en el orden religioso. Sus antecedentes son un poco remotos. Podemos
remontarnos hasta la irrupción de la filosofía griega y musulmana en el
siglo XII, con sus consecuencias en forma de aristotelismo heterodoxo y
averroísmo; las luchas entre las distintas corrientes doctrinales dentro de
la escolástica; los conflictos entre el poder civil y el eclesiástico, la
anarquía de los Estados pontificios, el destierro de Aviñón, el cisma de
Occidente, el conciliarismo y la decadencia interior de la Iglesia.
La recuperación de la cultura antigua abrió el camino para lo que se ha
llamado el <<descubrimiento del hombre>>; es decir, para una
consideración puramente naturalística de la realidad, cada vez más
desligada de los dogmas cristianos y de toda clase de religión positiva.
Una confluencia de factores muy variados dio origen a la revolución
protestante, que brota dentro del campo cristiano como una reacción
contra la corrupción interior y con el pretexto de un retorno a un
cristianismo más puro, íntimo y espiritual, revalorizando la <<palabra de

86
Dios>> frente a las <<opiniones de los hombres>>, prescindiendo de la
pompa exterior de los ritos y ceremonias y desligándose de las trabas del
régimen eclesiástico. Sin embargo, su resultado, en lugar de una verdadera
reforma fue la escisión de la Cristiandad en una multitud de sectas
hostiles, que rompieron la unidad religiosa medieval y acabaron por
disgregar la unidad espiritual de Europa con su secuela de luchas
doctrinales y políticas, muchas veces sangrientas.
Sería un error identificar el Renacimiento con el movimiento
humanista, y mayor aun atribuir al Humanismo el papel de comienzo de
la filosofía moderna, ni en su sentido de recuperación de la cultura clásica
ni siquiera en el más concreto del sentimiento naturalista del
<<descubrimiento de la naturaleza y del hombre. En cualquiera de estos
episodios el Humanismo no pasa de ser un episodio brillante, pero de
alcance muy limitado. La verdadera fuente de la filosofía moderna hay que
buscarla en el desarrollo de las corrientes en que se diversifica la
escolástica del siglo XIII. Por una parte, en las enormes virtualidades
implícitas en el complejo movimiento mal denominado <<Nominalismo>>.
Otro tanto hay que decir del nacimiento de las ciencias naturales en el
siglo XVI, en las cuales no influye el Humanismo, sino que son preparadas
por el interés que entre los nominalistas se manifestó por el estudio de la
física y las matemáticas.
En el ambiente y en el nuevo espíritu que se define en la Europa del
siglo XIV y XV brota un conjunto de corrientes diversas y hasta opuestas,
pero todas confluyen a una profunda mutación en las condiciones de vida
y pensamiento de los siglos posteriores.
Límites cronológicos.
Es difícil señalar la línea divisoria en que termina la Edad Media y
comienza la <<Moderna>>. En las cronologías más restringidas el
Renacimiento abarca un par de siglos, del XIV al XVI, y en algunas
87
naciones se prolonga hasta bien entrado el XVIII. No es posible
establecer una neta demarcación de límites cronológicos ni ideológicos
entre dos épocas estrechamente vinculadas entre sí. No se trata de un
salto brusco. En muchos aspectos, el <<Renacimiento>> es la culminación
de la Edad Media, la etapa final de un largo proceso de desarrollo. Pero al
mismo tiempo entran en función otros factores que abren el comienzo de
una nueva era.
Como acontecimientos destacados por la Historia Universal, suelen
señalarse:
La caída del Imperio Romano de Oriente (1453);
La invención de la Imprenta (1443);
El descubrimiento de América (1492);
La rebelión de Lutero (1517);
La apertura del Concilio de Trento (1545).
De modo particular cada nación vincula su Edad Moderna a algún
suceso de transcendencia. Sin embargo, todas estas fechas coinciden en
no prolongar la Edad Media más allá del siglo XV. Pero ninguna significa
una mutación brusca ni un cambio definitivo en la Historia Universal:
Alemania: advenimiento de la casa de Habsburgo (1438);
Francia: advenimiento de Luis XI (1461);
España: advenimiento de los Reyes Católicos (1474);
Inglaterra: advenimiento de la casa Tudor (1485).
Interpretaciones del Renacimiento.
Prescindiendo de razones de carácter subjetivo, la diversidad de
valoración del Renacimiento proviene en muchos casos de fijarse en
algunas de sus múltiples facetas, desentendiendo la visión de conjunto.
Son muchos, muy diversos y desiguales en valor los aspectos que se
desarrollan en esos dos siglos tumultuosos, en que se fragua la orientación
88
cultural de la Edad Moderna, si bien no es legítimo interpretar el
Renacimiento a la luz de derivaciones posteriores, más o menos latentes
en sus principios.
La apreciación del Renacimiento varía conforme al ángulo de visión en
que nos coloquemos para enfocarlo. Muy bien lo ha dicho Lucien Febvre
que <<no hay un renacimiento sino muchos renacimientos>>. En Italia, el retorno a
la Antigüedad Clásica aparece como una resurrección de su propio
pasado. Pero ese sentimiento no podía darse en otras naciones, antes al
contrario, en algunas contribuye a reforzar el sentimiento nacionalista y
la resistencia a las nuevas corrientes.
Ciertamente que hay algunos elementos comunes, como la estima de la
Antigüedad Clásica, el aprecio de las formas bellas, el individualismo, la
exaltación de la naturaleza humana, etc., pero con ellos se mezclan y
entretejen otros factores peculiares, que le dan una fisonomía distinta en
cada país.
Interpretaciones naturalistas.

Hegel (entre otros), interpreta el Renacimiento como una vuelta al


ideal pagano del hombre anterior al cristianismo. El hombre adquiere
conciencia de sí mismo como valor autónomo independiente de toda
norma transcendente a su naturaleza. Es un ideal puramente natural y
humano, reducido a estrujar hasta el máximo el goce de una existencia
efímera sobre la tierra. Sus notas distintivas serían el retorno a la
naturaleza, el sentimiento de la belleza, la exaltación de la fuerza y la
alegría de vivir.

El “descubrimiento del hombre”. Burckhardtno distingue entre Humanismo y


Renacimiento, considerándolos como un movimiento unitario. Solamente
se refiere a Italia, y dentro de ésta a una minoría, fijándose en el aspecto
político, literario y artístico. Presenta el Renacimiento como si fuera un

89
salto brusco, una ruptura con la Edad Media. El naturalismo pagano se
renueva y triunfa sobre el sobrenaturalismo representado por el
cristianismo medieval. En el Renacimiento, el hombre conquista valores
ignorados por la Edad Media. Descubre el mundo, la naturaleza y se
descubre a sí mismo como un valor único, libre y autónomo, acentuando
su individualismo bajo el influjo de los modelos de la Antigüedad Clásica.
Aparece un ideal de vida puramente natural, subjetivo, individual,
prescindiendo de todo elemento suprahumano y emancipándose de toda
traba y norma de carácter religioso, así como de toda relación eclesiástica,
especialmente del catolicismo. Es una exaltación desbordada de la
naturaleza frente al ideal sobrenatural cristiano.

Una actitud semejante adopta Voigt, el cual empela la palabra


<<Humanismo>> para designar el movimiento cultural que se desarrolla
entre los siglos XV y XVI, inspirado en el ideal clásico de la
transformación humana mediante el cultivo de las letras grecolatinas.
Tampoco distingue entre Humanismo y Renacimiento, y se limita a
estudiar el resurgimiento de las bellas letras en Italia. Pero contrapone el
Renacimiento a la Edad Media, atribuyéndole un sentido crítico, laicista y
liberal. Tanto Burckhardt como Voigt carecían en su tiempo de una
información suficiente para interpretar objetivamente el Renacimiento y
la Edad Media, y al enjuiciarlos lo hacen a la luz, ya entonces un poco
anacrónica, de los prejuicios del libre pensamiento y la Ilustración.

Renacimiento y Edad Media.

El Renacimiento tiene dos vertientes. Por una parte es el término y la


culminación de la Edad Media, y por otra el principio y el pórtico de la
Moderna.
Edad Media y Renacimiento son dos cosas distintas. Pero existen entre
ambos relaciones y lazos más profundos de lo que podían suponer los

90
primeros historiadores del siglo XIX. La Edad Media aparece como un
largo periodo de formación, fermentación y desarrollo de muchos
elementos –buenos y malos– que determinan el nacimiento de la cultura
<<moderna>>.
El Renacimiento no es una ruptura completa con su pasado inmediato,
ni un salto brusco, ni menos una resurrección, sino el resultado de un
proceso histórico, cuyas raíces más hondas y auténticas hay que buscarlas
en suelo medieval. Puede considerarse como definitivamente establecida
la estrecha vinculación entre Renacimiento y Edad Media, la cual cierra y
termina en un sentido mientras que en otro abre las puertas a los tiempos
modernos.
La continuidad entre Edad Media y Renacimiento debe entenderse en
un sentido de evolución. Algo, o mucho, permanece. Pero también
cambian muchas cosas. Nuevos elementos irrumpen con fuerza
incontenible, ya desde el <<otoño>> de la Edad Media. Los hombres del
Renacimiento tienen conciencia de que hay en ellos algo nuevo que los
separa y distingue de sus inmediatos antecesores de las postrimerías de la
Edad Media. Ven las mismas cosas pero de un modo distinto.
El Renacimiento, incluso en su aspecto literario, filológico y artístico,
significa mucho más que un simple retorno a la Antigüedad Clásica. Sería
excesivo considerarlo como una especie de <<Edad>> interpuesta entre la
Media y la Moderna. Pero tampoco se le puede reducir al menguado papel
de una época de transición entre esas dos edades. Son dos siglos de vida
intensa, tumultuosa, en que se fraguan valores propios, extraordinarios en
el aspecto artístico, político y social, y en que se abren fecundos caminos
en nuevas ramas científicas desconocidas en la Edad Media.

El Renacimiento como antítesis de la Edad Media. Los historiadores positivistas


y liberales se complacen en contraponer en fácil esquematismo el
Renacimiento a la Edad Media, como si se tratara de dos épocas
91
esencialmente antitéticas, dando al primero el pleno sentido de
<<renacer>>, frente a la muerte, o, por lo menos, al letargo de la segunda. La
Antigüedad Clásica volvía a <<revivir>> después de diez siglos de sopor y
barbarie.
Los humanistas tienen conciencia de que su tiempo significa una
renovación del espíritu clásico. Se propusieron un ideal, no de progreso
hacia el futuro, sino más bien de retroceso hacia el pasado greco-romano,
que consideraban como la meta, ya lograda, de la posible perfección
humana. Padecieron una ilusión histórica al esforzarse por resucitar una
forma fenecida de cultura, pues el tipo de hombre que imaginaron fue un
mito creado por su fantasía, que nunca existió en Grecia ni Roma.
La contraposición se agrava en los historiadores del siglo XIX, que
aplicaron sus recetas retóricas para enfrentar en cómodas antítesis la
época de la razón a la de la fe; la luz de las tinieblas; la civilización a la
barbarie; la ilustración a la ignorancia; el laicismo a la religiosidad; la
exaltación del individualismo a la jerarquía; el antropocentrismo al
teocentrismo; entre otras. La Edad Media habría ignorado el valor de la
persona humana, diluyéndola en la colectividad, mientras el
Renacimiento representaba la exaltación de los valores humanos
individuales.
El Renacimiento significaría una ruptura, un salto bruco, una fractura
histórica respecto a la Edad Media. Renacimiento y Edad Media aparecen
como dos tipos distintos de vida y cultura, inspirados en principios
antitéticos: el medieval, en el dogma cristiano; y el moderno, en el
principio de la libertad, acentuando cada vez más el laicismo, el
alejamiento, la independencia y la hostilidad respecto del cristianismo.
En el Renacimiento, el hombre se rebela contra lo trascendente,
afirmando su indómito individualismo, y el espíritu conquista su plena
libertad con la triunfante afirmación del yo y de la naturaleza, en la cual
92
está inmanente Dios. No basta el factor cristiano ni la influencia de la
Iglesia en la Edad Media para contraponerla al Renacimiento.

El Renacimiento vinculado a la Edad Media. Ya no es posible considerar la Edad


Media en su conjunto como un letargo milenario, ni como una noche
tenebrosa interpuesta entre la Antigüedad y los tiempos modernos. Es un
proceso cultural que no sólo precede, sino prepara el Renacimiento,
donde aparecen aspectos típicos y distintivos del Renacimiento (la
estima de la Antigüedad, el individualismo, el sentimiento heroico, el
aprecio de la belleza y de la naturaleza) que no son nuevas, sino que
tienen antecedentes muy remotos.
El Renacimiento aparece como término y culminación de la Edad
Media, por una parte, y, por otra, como el principio de la Moderna. Es una
época nueva, pero no un comienzo absoluto, sino que en muchos aspectos
venia preparado desde varios siglos atrás. Es el resultado de un conjunto
de factores, muchos de ellos de procedencia medieval, cuyos antecedentes
hay que buscarlos en el efecto producido por la recuperación de la
filosofía griega a partir del siglo XII.
No obstante, el Renacimiento no es una simple continuación de la Edad
Media. A los elementos procedentes de los siglos anteriores se suman
nuevos hechos, nuevos descubrimientos, nuevos sentimientos y nuevas
ideas, que originan violentos contrastes y la sensación de
<<desdoblamiento>> que puede apreciarse en espíritus que se hallan entre
dos fronteras, la del mundo medieval que desaparece y la que inaugura la
cultura moderna.
En el siglo XIX, algunos historiadores protestantes reaccionaron contra
la tesis de Burckhardt, y en lugar de relacionar el Renacimiento con la
Antigüedad pagana, lo vincularon a la Edad Media, buscando en ésta sus
antecedentes inmediatos en el aspecto religioso, pero fijándose sobre todo
en los movimientos heréticos que preparan la rebeldía protestante.
93
La tesis de la continuidad fue iniciada por Thode, según el cual del
siglo XIII procede una corriente popular, mística y antieclesiástica,
enraizada en el Evangelio y la Naturaleza. En ésta, junto con un profundo
sentimiento de la belleza divina reflejada en las cosas como criaturas de
Dios, la estima del mundo y de la vida, y con ello la exaltación de la
personalidad humana, se despierta un nuevo simbolismo que determina la
belleza artística de la palabra. No es una revolución pagana, sino
cristiana, cuya flor es San Francisco de Asís y su fruto Lutero y la reforma
protestante.
Conrado Burdach rechaza la interpretación del Renacimiento en
sentido pagano y lo presenta como un anhelo de renovación, una
revolución espiritual, una aspiración a una nueva forma de vida que mira
más al presente que al pasado. Es un movimiento que puede apreciarse ya
en San Buenaventura, Dante y Petrarca y que desemboca en el
protestantismo.
Tanto la tesis de Thode como la de Burdach pecan de parcialidad. No es
lícito reducir a la Edad Media ni el Renacimiento a una gestación o una
preparación de la revolución protestante. Si bien es cierto que esos
movimientos, más o menos heréticos, se dan en la Edad Media y el
Renacimiento, hay que preguntarse si en su espíritu son propiamente
renacentistas o más bien se producen y desarrollan al margen del
Renacimiento. Es exacto buscar antecedentes medievales al
protestantismo, enlazándolo con el movimiento semiherético de los
<<Espirituales>> y con otros parecidos. Pero el protestantismo es un
episodio parcial dentro del Renacimiento, pero también en ciertos
aspectos su negación más rotunda. Aunque en su preparación
intervinieran algunos humanistas, como Melanchton y el grupo de Erfurt,
no se le puede considerar como una consecuencia del Humanismo.

94
Reacción católica. La tesis de Burckhardt provocó una oposición por la
parte de los historiadores católicos en favor del cristianismo tradicional,
fijándose principalmente en Alemania, donde pudieron distinguir dos
humanismos: uno cristiano (Hermanos de la Vida común) y otro de
tendencia anticlerical (Erasmo). En cambio, considera el espíritu del
Renacimiento como un producto sospechoso del Mediterráneo y
especialmente de Italia.
Tantas opiniones diversas pueden coordinarse en unas cuantas
conclusiones:
El Humanismo y el Renacimiento son dos cosas distintas. El
Humanismo es un episodio dentro del Renacimiento, de carácter
predominante literario, filológico y erudito, cuyo interés se centra
sobre todo en la recuperación e imitación de las bellas letras en la
antigüedad.
El Renacimiento es mucho más que una restauración de las bellas
letras. Es un largo periodo de profundas transformaciones en todos
los aspectos sociales, artísticos, políticos e ideológicos. Es una
transición, pero con carácter y valores propios.
Es superfluo insistir en la contraposición entre el Renacimiento y
Edad Media. Son dos épocas distintas, pero entre las que existen
lazos y relaciones más profundas de la que descubre una
consideración superficial. En el aspecto religioso son dos etapas
sucesivas del proceso creciente del naturalismo iniciado en el siglo
XII. Y en filosófico, la continuidad con la Edad Media resulta cada
vez más patente cuando se examinan las raíces remotas de donde
proceden los movimientos ideológicos modernos.

95
El Humanismo
Guillermo Fraile
Etimológicamente, <<humanismo>> proviene de <<humano>>, lo mismo
que sus similares <<humanidad>>, <<humanidades>>, <<humanista>>. La
palabra <<humanitas>> aparece ya en Cicerón. El término humanista se
empleaba corrientemente en los siglos XV y XVI. Pero en cuanto a su
sentido real, el <<humanismo>> se presta a una doble interpretación.

Sentido filológico y literario. Si la relacionamos con su correlativa


<<humanidades>>, la palabra <<humanismo>> es heredera de los studia
humanitatis de los romanos, que correspondían a las artes liberales. En este
sentido, el humanismo significa ante todo el movimiento de retorno a la
cultura antigua, el cultivo de las <<humanidades>> y la literatura greco-
latina. A la vez, en los primeros humanistas, lleva implícita la
contraposición cristiana entre letras humanas y divinas, es decir, la Sagrada
Escritura y la teología. En este sentido lo entendió Erasmo. El movimiento
de estima hacia la cultura de la Antigüedad comienza con Petrarca en la
corte pontifica de Aviñón, de donde los Papas retornan a Roma en 1377. Se
desarrolla brillantemente en la Italia del siglo XV, y se extiende
rápidamente por Francia, Alemania, Inglaterra, Países Bajos y España en
el XVI.
Pero las <<humanidades>> adquieren muy pronto un sentido más
restringido que el que habían tenido de la Antigüedad romana. No
abarcan el estudio y el cultivo de todas las artes liberales, sino que quedan
reducidas a las disciplinas propias del Trivium medieval, con
preponderancia de la gramática y la retórica sobre la dialéctica. Los
humanistas eran ante todo los gramáticos y filológicos que conocían el
latín y griego y podían saborear las bellezas literarias de la Antigüedad en
sus propios textos.

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Sentido naturalista. En los historiadores de mediados del siglo XIX, la
palabra <<humanista>>adquiere un sentido que sus correlativas
<<humanista>> y <<humanidades>> no habían tenido en el Renacimiento.
Según Michelet, en este tiempo tiene lugar <<el descubrimiento del
hombre y del mundo>>. Burckhardt y Voigt señalan como notas
características del Renacimiento no solamente la recuperación de la
cultura clásica y el cultivo de las letras greco-latinas, sino la exaltación de
la naturalista. Desde entonces se da al <<humanismo>> un sentido
puramente naturalista, derivándolo directamente de la palabra
<<humano>>, haciendo resaltar la contraposición entre el hombre
puramente natural frente al concepto sobrenaturalista cristiano y
medieval. Este concepto tiene un fondo de verdad en cuanto que ya desde
el siglo XIII puede apreciarse el despertar de un nuevo modo de ver las
cosas muy distinto del cristiano y una tendencia a entender la vida y el
hombre en sentido naturalista.
Posteriormente el significado del <<humanismo>> se ha ampliado todavía
más, designando simplemente el modo peculiar de comportarse el hombre
en cuanto tal. <<El Humanismo es un movimiento de espíritu, a la vez estético,
filosófico, científico y religioso, que comenzó en Italia en el siglo XIV, vivió con una
vida desigualmente brillante desde el siglo XV en Francia, España, Países Bajos,
Alemania, Inglaterra, y en otras regiones de Europa, especialmente Hungría y Polonia,
se desarrolló plenamente en el siglo XVI, para agotarse, finalmente en el XVII en una
nueva corriente de pensamiento y de arte. Preparado desde largo tiempo antes por las
corrientes sucesivas de la cultura medieval e intensificado por la difusión y el gusto de
las obras griegas y latinas, se caracteriza por un esfuerzo, a la vez individual y social,
unas veces apasionado y otras crítico, susceptible de revalorizar el hombre y su
dignidad gracias a la penetración directa, real y vivificante de la cultura antigua en la
moderna>>. No se trata de una simple vuelta –imposible– a la antigüedad
greco-romana, sino del desarrollo de principios que venían preparados

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por muchos siglos de Cristianismo. En el concepto renacentista de la
dignidad del hombre es difícil reconocer el hombre auténticamente
pagano, sino el enriquecido por otros elementos muy superiores y
específicamente cristianos.
Precursores del Humanismo.

Dante Alighieri: autor de la Divina Comedia. Más que <<primer hombre


moderno>>, Dante merece ser llamado el <<último hombre medieval>>. En
Petrarca se aprecia ya la proyección hacia el futuro. Dante está todavía
vinculado al pasado, al que pertenece por su formación y su espíritu, si
bien preludia ya una mentalidad y unos tiempos nuevos. Es un ecléctico
que busca en las fuentes más diversas los materiales para su grandiosa
construcción poética. Cita muchos autores griegos y latinos.
Pero sus propósitos rebasan ya la Edad Media. Aspira a una renovación
del hombre y la sociedad mediante el retorno a sus principios. <<El sumo
deseo de cada cosa y el primero dado por la naturaleza es el de volver a su principio>>.
La Iglesia se renovará volviendo a la austeridad primitiva, conforme al
ejemplo de San Francisco y Santo Domingo; y el Estado, retornando a la
idea imperial de Roma, tal como floreció en tiempo de Augusto. Su
intención es ante todo moral, a la manera de los <<Espirituales>>. La Divina
Comedia es una descripción de la lucha entre lo diabólico y lo divino, la
ascensión del alma hacia Dios a través de las dificultades y tentaciones
que le tienden el demonio y el pecado.
Dante procedía de una familia de tradición güelfa, pero militó en el
campo gibelino, que defendía los derechos del Emperador frente a la
soberanía del Papa. Se coloca al lado de los <<Espirituales>>, de Marsilio de
Padua y los legistas reales, frente a Egidio Romano y los decretalistas de
Bonifacio VIII, a quien sitúa en el Infierno. Para remediar la anarquía de
su tiempo aspira a un Imperio o monarquía universal. El mundo debe vivir

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en orden y paz, en unidad y justicia, garantizadas por un poder supremo.
Así como en el universo reina la unidad, que armoniza sus distintas partes
en un todo, así también debe reinar en la tierra bajo el gobierno único del
Emperador. El Imperio es necesario para lograr la unidad y la paz. Hay
dos esferas distintas de poder: el espiritual, que pertenece al Pontífice; y el
temporal, que corresponde al Emperador. Pero Dante rechaza las teorías
subordinacionistas de la sumisión, tanto del Emperador al Papa como del
Papa al Emperador. Ninguno de ellos recibe su potestad del otro, sino
ambos directamente de Dios. El Emperador no depende del Papa en lo
temporal, sino solamente en lo espiritual.
Dante se complace de resaltar la romanidad de los dos poderes: el del
Imperio, simbolizado en el águila; y el de la Iglesia, en la cruz. Son
independientes uno del otro, pero deben coordinarse en mutua armonía.
La monarquía universal debe garantizar la paz, la justicia y la unidad del
mundo, como sucedió en el Imperio Romano, que fue elegido por Dios
para la misión providencial de preparar el camino al Cristianismo.
Francisco Petrarca: en él aparecen rasgos característicos del
Humanismo. Gran poeta, reunió una valiosa colección de códices,
medallas e inscripciones, que regaló a San Marcos de Florencia. Amante
de las bellas letras, escribió numerosos tratados en contra del Averroísmo
y preparó el camino para el surgimiento del neoplatonismo.

Juan Bocaccio: autor del Decamerón, en donde crítica con desenfado las
costumbres de su tiempo.
Labor de los humanistas.
En poco más de medio siglo (1350-1405) llevaron a cabo la recuperación
de los textos literarios y filosóficos de la Antigüedad. A la ampliación del
horizonte geográfico se suma la del horizonte intelectual con la
recuperación de los grandes monumentos de la cultura clásica. En este

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aspecto, la labor de los humanistas, aunque no se trata de un comienzo
absoluto, tiene un mérito indiscutible. Si los humanistas tuvieron la
fortuna de <<descubrir>> numerosos códices que yacían, más o menos
olvidados, en las viejas bibliotecas monásticas y catedralicias, fue porque
en la Edad Media hubo monjes que se habían preocupado de copiarlos
con esmerada caligrafía y viñetas.
La Edad Media no ignoró la Antigüedad, y, por lo tanto, su
<<descubrimiento>> no es un hecho exclusivo del Renacimiento. Después
de la invasión de los bárbaros nunca dejaron de cultivarse del todo los
estudios de latinidad, gramática y retórica, herencia de las escuelas
romanas. Toda la Edad Media es una serie continuada de esfuerzos de
recuperación de la Antigüedad, o, si se quiere, una serie de
<<renacimientos>> parciales.
Sin menoscabar el mérito extraordinario de los humanistas en la
recuperación del saber antiguo, su labor, en este aspecto concreto,
representa la última etapa de una vasta serie de esfuerzos que databan de
mil años atrás, es decir, desde el hundimiento mismo de la parte
occidental del Imperio Romano. Los humanistas recorrieron toda Europa
buscando los tesoros literarios de la Antigüedad en las viejas bibliotecas
medievales, comprando, copiando o, si llegaba el caso, saqueando. De esta
manera se formaron las ricas bibliotecas renacentistas y las valiosas
colecciones de códices, joyas, medallas, estatuas y monumentos de la
Antigüedad.

Literatura latina. Petrarca es el primero en quien se manifiesta el despertar


del espíritu de estima hacia los monumentos literarios de la Antigüedad,
que continua Bocaccio y otros.

Literatura griega. En la recuperación de la literatura griega el Renacimiento


marca un gran avance sobre la Edad Media, en que el griego había llegado
a olvidarse casi por completo. El intercambio cultural con Constantinopla
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comenzó hacia 1400, antes del Concilio de Florencia-Ferrara(1438).
Manuel Chrysoloras, llamado a Florencia, fue el verdadero iniciador del
movimiento y padre de una generación de helenistas. Escribió una
gramática dialogada. Pasó después a Pavía (1400), Milán (1403), Venecia
y Roma. Muchos italianos fueron a Constantinopla a estudiar griego y
regresaron cargados de códices. Después del Concilio de Florencia-
Ferrara muchos eruditos romano-orientales se quedaron en Italia y se
quedaron a enseñar griego y filosofía en diversas ciudades italianas.
El potente movimiento iniciado en Italia se extendió a todas las
naciones europeas –Francia, Alemania, Países Bajos, Inglaterra, España–,
y en todas produjo frutos magníficos de recuperación de la cultura clásica,
de lo cual se beneficiaron amplios sectores de la ciencia. Incluso la
filosofía escolástica, que aparece como la antítesis del movimiento y tuvo
que soportar las críticas de los humanistas, acabó por incorporar muchos
de sus mejores elementos, que fueron uno de los principales factores de su
renovación.

Traducciones. Otro gran mérito de los humanistas fue el esfuerzo que


desplegaron en realizar traducciones exactas y elegantes de obras griegas.
La Edad Media occidental no poseyó las obras de Platón. Los que
iniciaron el neoplatonismo, o más bien el agustinismo, como Petrarca, fue
por motivos literarios o sentimentales, escandalizados ante el
aristotelismo de los averroístas paduanos.
Con el intercambio de eruditos italianos y romano-orientales se
difundió el conocimiento del griego y se emprendió la labor de traducir no
sólo a Platón y Aristóteles, sino otra multitud de obras, que de esta
manera comienzan a conocerse en sus textos auténticos y en su genuina
pureza. Por su parte, los romanos de Oriente realizaron numerosas
versiones de obras griegas al latín. Eruditos como Juan Bessarión, Juan

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Argyropoulos y Jorge de Trebizonda se destacaron por sus eminentes
traducciones.

Literatura cristiana. Los humanistas exageraron los defectos de la


escolástica de su tiempo, con la que, sin embargo, tienen más afinidades
que con la del siglo XIII. Pero no les faltaba razón al tratar de remontarse
a las fuentes auténticas del pensamiento filosófico y cristiano,
descuidadas por los escolásticos en decadencia. En sus trabajos no
solamente hay un fondo de crítica negativa, sino también un deseo
positivo de autenticidad, purificación, simplificación y verdadera reforma.
De este anhelo de retorno a las fuentes no sólo se beneficiaron los autores
profanos, sino también la Sagrada Escritura y los escritores cristianos de
la Antigüedad.

Nuevas Ciencias. Mérito indiscutible fue la renovación y depuración de la


forma literaria, el cuidado del estilo, el buen gusto frente a la barbarie del
latín de las escuelas, el cultivo de las lenguas clásicas y orientales. Muchos
humanistas no se contentaron con buscar códices y publicarlos en
primorosas ediciones, sino que los estudiaron, comparándolos,
confrontándolos, clasificándolos y anotando sus variantes. De esta labor
nacieron varias ciencias nuevas: la filología, la paleografía, la epigrafía, la
arqueología, la numismática, la crítica textual y literaria, la geografía y la
Historia de la antigüedad.

La imprenta. Pocos inventos han aparecido tan oportunamente como el de


Juan Guttemberg entre 1450-1455. Hasta entonces la enseñanza había
sido oral o difundida por los copistas de manuscritos. Pero la imprenta
significó una profunda revolución. El nuevo invento, junto con el grabado
en cobre y madera, permitía la rápida multiplicación de numerosos
ejemplares a precios asequibles, y en manos de los humanistas se
convirtió en un instrumento eficaz para la difusión de la cultura.Los
impresores solicitaron la colaboración de los mejores humanistas para

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realizar sus ediciones de obras griegas y latinas, por cuyo cuidado fueron
apareciendo maravillosas ediciones de los grandes autores de la
Antigüedad.

Bibliotecas. Típicamente renacentista fue la pasión por los libros. Papas,


reyes, universidades, magnates, erigen suntuosas bibliotecas para dar
digno alojamiento a los tesoros literarios rescatados del olvido.

Nuevas universidades. Muestra de la difusión de la cultura es la


multiplicación de centros docentes superiores. Solamente en España se
fundan 20 universidades nuevas entre 1400 y 1500 (Salamanca, Alcalá,
Valladolid).

Mecenas. Papas, prelados y nobles, unas veces por amor al arte y a la ciencia
y otras por necesitar sus servicios para la redacción de documentos en
bello latín, tuvieron la gala de rodearse de artistas y literatos como ornato
más brillante de sus cortes y palacios. Humanistas y artistas se
beneficiaron del mecenazgo de los Médicis de Florencia, de los Gonzaga
de Mantua, los Visconti de Milán, etc.

Asociaciones. El Humanismo, más que en las universidades, se desarrolló en


numerosas asociaciones y academias, con los nombres más pintorescos,
en que se agrupaban los aficionados al arte, a las bellas letras y a la
filosofía. En Florencia existió la Academia Platónica, cuya alma fue
Marsilio Ficino.
El Humanismo fue fomentado por Papas y prelados, y sus
representantes fueron en su mayor parte eclesiásticos o funcionarios al
servicio de la Iglesia. Si de momento el interés se centró ante todo en
cultivo de las bellas letras y la recuperación de los monumentos del saber
antiguo, quedaban establecidas las bases que servirían para abrir nuevos
campos de investigación en otros dominios de la ciencia. Sin embargo, la
mayor parte de los humanistas no supieron apreciar el valor de las

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corrientes nacionales procedentes de la Edad Media, ya entonces muy
poderosas. Incluso entorpecieron su desarrollo, suplantándolas con una
imitación anacrónica de los modelos latinos. Por fin sobrevino la reacción,
prevaleciendo las lenguas nacionales tanto en el orden literario como en el
científico, quedando el latín relegado a círculos cultos muy reducidos.
Humanismo paganizante.
Los principios del movimiento humanista coinciden con el Cisma de
Occidente, momento crítico en la historia de la Iglesia, que debilitó la
autoridad pontificia, con la corrupción del clero y la relajación de las
disciplinas, con la corrupción de costumbres en las clases elevadas y la
decadencia de la teología escolástica.
El movimiento humanista alcanzó muy pronto un alto grado de
efervescencia. La admiración hacia la antigüedad, la restauración de los
valores culturales clásicos y de las bellas formas literarias y artísticas nada
tenía de reprobable ni anticristiano. Era la culminación de una labor
realizada a lo largo de toda la Edad Media. El cristianismo no es
incompatible con la belleza de las formas ni con las galas de la literatura.
De hecho, esa restauración, fomentada y favorecida por los Papas, a veces
con excesiva benevolencia, dio origen a un floreciente renacimiento
cristiano.
Pero el entusiasmo exagerado por la literatura de la antigüedad
implicaba un peligro. Bajo la belleza de las formas literarias y artísticas
latía un concepto naturalista de la vida opuesto o, por lo menos, ajeno al
cristianismo. Muchos humanistas permanecieron fieles en su fe y su
conducta a los principios del dogma, de la moral y del espíritu cristiano.
Pero en otros, el estudio de las letras clásicas fue acompañado de un
interés en penetrar y asimilar el espíritu de los griegos y romanos, y sirvió
para revelarles un modo de vida puramente naturalista. Algunos se
dejaron fascinar por el espejismo de una antigüedad idealizada, tal como

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se aparecía a través de la belleza de las formas literarias y artísticas. Es
una imagen superficial, que no responde auténticamente al fondo
tremendamente trágico y pesimista en muchos casos que late en el
desarrollo de la vida real de griegos y romanos. La imagen del mundo
clásico, bella, armoniosa, gozosa y optimista debe dosificarse con otros
ingredientes oscuros y desordenados que la contrapesan terriblemente y
que en realidad prevalecen sobre ella.
El entusiasmo desbordado y un poco irreflexivo hacia los modelos del
paganismo repercutió en menosprecio de los valores cristianos de la Edad
Media. Del cultivo de la forma literaria se pasó a la asimilación del
espíritu pagano en el pensamiento y las costumbres. El ideal cristiano
sobrenatural es sustituido por otro ideal naturalista. Los héroes de la
antigüedad se anteponen a los santos de la Iglesia. Lo que en un principio
había sido un inocente movimiento literario se convirtió en un trastorno
de perspectiva y en una profunda revolución, cuyo resultado fue en
muchos casos una paganización efectiva de costumbres y una actitud
ante la vida, que comienza a sentirse de una manera puramente natural y
autónoma, desligada de toda orientación de orden trascendente
(antropocentrismo).
Sin embargo, más que de naturalismo, se trata de una relajación de
costumbres y de libertad moral y disciplinar. Pocos de los primeros
humanistas dejaron de ser sinceros creyentes en el fondo. En realidad la
mayor parte de estos humanistas fueron menos paganos de lo que ellos
pensaban o deseaban ser. El retorno al paganismo no podía realizarse sino
a costa de la negación del cristianismo, y no es fácil arrancar de golpe
raíces muchas veces seculares, que retoñan con vigor aun mezcladas con
elementos contrarios. Si algunos se dejaron seducir, muchos más fueron
los que supieron mantenerse en un justo equilibrio y armonizar el
Humanismo con su fe cristiana.

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Centros humanistas
Guillermo Fraile
Florencia: Bajo el gobierno de los Médicis, rica familia de comerciantes,
Florencia se convirtió en el primer centro del Renacimiento en Italia.
Cosme I el Viejo y su nieto Lorenzo el Magnífico se propusieron
ennoblecer su ciudad con lo más selecto de las artes y las letras, y la
elevaron al más alto grado de esplendor artístico y literario. Enseñaron
griego varios romano-orientales: Manuel Chrysoloras, Juan Argyropoulos,
Andrónico Callistos, Juan Pannonius, Demetrio Chalcocóndylas, a quien
sucedió Juan Láscaris.

Cancilleres humanistas. Varios cancilleres florentinos, que a la vez fueron


eminentes humanistas, contribuyeron eficazmente al movimiento
artístico y literario. Entre ellos cabe destacar a Collucio Salutati,
Leonardo Bruni, Poggio Bracciolini (cuyos méritos como erudito,
filólogo y arqueólogo quedan machados por su carácter y su vida) y León
Bautista Alberti. Éste último es una de las figuras más completas y
representativas del Renacimiento: humanista, poeta, jurista, músico,
pintor, arquitecto, matemático, practicaba la esgrima y la equitación. Su
admiración por la antigüedad le inspira un ideal naturalista de la
perfección del hombre, que pone en su desarrollo integral. El hombre es
libre y no está sometido al determinismo de fuerzas superiores. Debe
luchas con energía: <<La fortuna no lo puede todo. No es fácil vencer al que no quiere
ser vencido. La fortuna solamente subyuga al que quiera someterse a ella>>. Las
virtudes activas deben prevalecer sobre las contemplativas. El hombre no
ha nacido para pudrirse tumbado, sino para estar haciendo. La <<virtú>> es
el medio de adquirir eterna fama e inmortal gloria.

La Academia platónica. Plethon sugirió a Cosme de Médicis la idea de


fundar una academia. Pero no se llevó a cabo hasta 1458, en que Cosme

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destinó para ese fin una parte de la villa Careggi, cerca de Florencia. La
Academia florentina fue un centro de fervor platonizante bajo la dirección
de Marsilio Ficino. No era una institución docente, organizada en forma
de universidad, sino una asociación libre de aficionados a las letras y las
artes. La Academia decayó después de la muerte de Ficino y no volvió a
levantarse ni aun después del retorno de los Médicis en 1512.
Roma: el esplendor de Florencia se eclipsó después de la caída de los
Médicis. Pero el movimiento humanista se extendió rápidamente por
otras muchas universidades italianas. Bonifacio VIII fundó en Roma la
Universidad de la Sapientia (1303). León X estableció más tarde un estudio
para estudios helenísticos. Después del regreso de Aviñón, las artes y las
letras se desarrollaron extraordinariamente bajo la protección de los
Pontífices, que tuvieron como secretarios a numerosos humanistas
eminentes.
Entre estos secretarios podemos mencionar a Flavio Biondo, geógrafo,
arqueólogo e historiador, gran admirador de la Antigüedad; a Lorenzo
Valla, donde se revela claramente el espíritu de antiescolasticismo,
escepticismo, crítica y hasta de racionalismo y naturalismo religioso, que
desde entonces irá en aumento. Él inició la crítica filosófica e histórica y
abrió el camino de la exegesis moderna, que después seguirá Erasmo.
Estimaba a Santo Tomás, pero prefiere la patrística a la teología racional.
Demostró la falsedad de la Donación de Constantino y estableció sobre
bases científicas el estudio de la lengua latina. Viene a ser un manifiesto
del humanismo literario o filológico, en que opone el latín clásico al
corrompido de los escolásticos. Aún después de destruido el poder
temporal de Roma persiste su soberanía espiritual mediante la lengua.
<<Donde reina la lengua de Roma, allí está también el espíritu de Roma>>.

La Academia romana. Fue fundada hacia 1460 por Pomponio Leto. Más que
una asociación paganizante era un grupo de hombres enamorados por las

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grandezas de la antigüedad romana. Pero sus extravagancias e
imprudencias les hicieron sospechosos a Paulo II, el cual abrió proceso
contra ellos en 1488. Se les acusó de herejía, de inmoralidad, de negar la
existencia de Dios y la inmortalidad del alma y de ideas republicanas,
llegando a suponer una conjuración para dar muerte al Pontífice. Fueron
encarcelados en el castillo de Sant’Angelo, y Paulo II disolvió la Academia,
que volvió a abrirse bajo Sixto V. En las catacumbas de Roma se han
encontrado grafitos con nombres de los académicos, que fueron los
primeros en comenzar a frecuentarlas.
Nápoles: Alfonso V el Magnánimo (1394-1458) entró en Nápoles en 1443
a la manera de Emperador romano, en un carro de oro, por una brecha
abierta en la muralla. Echó en olvido, o poco menos, a su reino de Aragón,
convirtiendo su corte napolitana en uno de los centros más brillantes y
fastuosos del Renacimiento. Embelleció la ciudad. Fundó una biblioteca y
una academia, por la que desfilaron los humanistas más eminentes, con
los cuales gastaba al año veinte mil florines.
Bolonia: su universidad, centro famoso de estudio de derecho desde el
siglo XII, había decaído mucho. Nicolás V envió a Bessarión para
reorganizarla en 1440.
Padua: su universidad, rival de Bolonia, fue fundada por Federico II y
protegida por los príncipes de la casa de Carrara hasta que fueron
destronados por Venecia en 1405, que le dio nuevo impulso. El
movimiento humanista comenzó muy pronto con un vigor comparable al
de Florencia y Roma. A pesar de haber sido la sede del averroísmo más
cerrado, florecieron físicos y astrónomos, como Galileo.

Venecia: en torno al impresor Aldo Manuccio se formó la Neacademia


(1500) con constituciones redactadas en griego. La imprenta aldina fue un
tiempo “el centro intelectual de Europa”.

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Mantua: Victorino de Feltre enseñó en Padua y hacia 1425 abrió escuela
en Mantua. Es el pedagogo más eminente del Renacimiento. Su ideal era
la formación de sus alumnos conforme a la <<humanitas>> entendida en
sentido cristiano.
El Humanismo en Francia.
El movimiento humanista francés procede, como todos los demás, del
italiano. La afición a las bellas letras no se había extinguido por completo
en Francia. En la segunda mitad del siglo XV se establece una corriente de
intercambio entre Francia e Italia. Pero en el desarrollo del Humanismo
francés se mezclaron otras influencias, cuyos resultados no siempre
fueron satisfactorios desde el punto de vista de la ortodoxia. Podemos
distinguir varias corrientes:
Humanismo Petrarquista
Guillermo Fichet
Humanismo Erasmizante
Lefévre d'Etaples
Humanismo averroísta
Corrientes Francisco Vicomercato
humanistas
francesas Humanismo neoplatonizante
Guillermo Postel
Movimiento de los <<libertinos>>
Francisco Rabelais
Humanismo prestante hugonote
Margarita de Navarra

Ante estas derivaciones, algunas netamente heterodoxas, se comprende


la oposición que el humanismo encontró entre los teólogos de la Sorbona
y la reacción de algunos apologistas bien intencionados, aunque con una
preparación insuficiente.
Las Guerras de Italia contribuyeron a reforzar el movimiento
humanista. Los franceses quedaron deslumbrados ante el refinamiento de

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las ciudades italianas y de una vida tan distinta de la que ellos llevaban en
la incómoda soledad de sus castillos. Carlos VIII entró en Florencia
(1494) y a su regreso llevó consigo a Juan Láscaris, que enseñó breve
tiempo en Paris. Volvió más tarde con Francisco I y dirigió la formación
de una biblioteca en Fontainebleau. Después de 1515 afluyeron a Francia
arquitectos, pintores, escultores, grabadores y armeros italianos.
Francisco I, a inspiración de Guillermo Budé, fundó en 1530 el Colegio
de Francia, que significó un gran impulso para el movimiento humanista.
Hasta ese tiempo el humanismo francés había seguido en una
orientación más seria que el italiano, y generalmente ortodoxa. Pero bajo
el influjo de los averroístas paduanos comenzó a derivar hacia el
librepensamiento y el naturalismo (libertinos). Las infiltraciones de
averroísmo italiano provocaron una fuerte reacción antiaristotélica por
parte de Lefévre d’Etaples.
El conflicto se agravó con las luchas religiosas entre católicos y
protestantes. Margarita de Navarra, hermana de Francisco I, favoreció a
los protestantes y libertinos; recibió la visita de Calvino. Sabía latín y
griego y alternaba la composición de poesías místicas inspiradas en el
iluminismo platonizante de su protegido, Lefévre d’Etaples.
No es extraño que, ante las derivaciones naturalistas y materialistas del
averroísmo y los <<libertinos>>, la Facultad de Teología de Paris, siempre
fiel a la ortodoxia, mirase con recelo los avances del humanismo. Enrique
II (1547-1559) fue menos favorable a las letras, pero en su reinado se
consolida y extiende el Humanismo.
Buen representante de la tendencia libertina es Francisco Rabelais.
Fue un gran admirador de Erasmo. Como él, sacudió el yugo de las
observancias monásticas y combatió ferozmente la escolástica en un
lenguaje soez y desvergonzado. Su ideal de vida tenía una única regla, que

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consistía en hacer cada uno lo que quisiera. Habla de Jesucristo con
respeto, pero ridiculiza a los eclesiásticos y las ceremonias de culto.
El Humanismo en Inglaterra.
Los principios del Humanismo en Inglaterra pueden señalarse hacia
1485, en que Poggio visitó la isla. La mayor parte de los humanistas
ingleses fueron eclesiásticos y buenos cristianos. No se aprecian
tendencias paganizantes ni espíritu de ruptura con la tradición medieval.
Los principales centros humanistas fueron Oxford y Cambridge.
Oxford: John Colet. Sacerdote, viajó por Italia entablando contacto con
los humanistas, especialmente con Marsilio Ficino, quien lo ganó para el
neoplatonismo. Sus preocupaciones son ante todo de orden religioso. Era
poco favorable al estudio de los autores paganos, considerándolos inútiles
y hasta nocivos. Rechazaba la teología escolástica, y en particular a Santo
Tomas, de quien opinaba que había adulterado la doctrina cristiana con el
aristotelismo. Para hallar el vigor autentico del cristianismo proclamaba
el retorno a las fuentes, al Evangelio y los Santos Padres.
Cambridge: John Fisher. Perteneciente al estamento eclesiástico, llevó a
Erasmo a Cambridge. Combatió el luteranismo y murió mártir en 1535 por
el mismo motivo que Tomás Moro.
Tomás Moro: Canciller de Inglaterra, fue condenado a muerte y
decapitado por oponerse al voto del Parlamento, que declaraba nulo el
matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón y designaba como
sucesora en el trono a la hija del rey con Ana Bolena.
El Humanismo en los Países Bajos.
Los colegios de la Congregación de Hermanos de la Vida Común
contribuyeron poderosamente a la difusión del Humanismo. Su espíritu
(<<devotio moderna>>) responde a una reacción contra la sequedad de la

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teología nominalista. Es una tendencia mística, afectiva, sentimental, muy
distinta de la especulativa y abstracta de Eckhardt y Tauler. Aspiran a un
procedimiento accesible a todos, en que las especulaciones son
sustituidas por máximas, oraciones y elevaciones.
Erasmo de Rotterdam: se formó en un primer término con los Hermanos
de la Vida Común, los cuales seguían anticuados métodos de enseñanza,
pero daban cabida al Humanismo. Hacia 1487 ingresó en el convento de
canónigos regulares de San Agustín, donde pronunció los votos religiosos
y permaneció cinco años. En un momento de veleidad mística escribió dos
libritos, reflejo de la <<devotio moderna>>. Años más tarde conservará
algún recuerdo de sus experiencias monacales. Poco después se entregó
con ardor al estudio de los clásicos. En la biblioteca conventual pudo leer
sus autores favoritos. Con ellos alternaba la lectura de Poggio y, sobre
todo, de Lorenzo Valla, su predilecto. El estudio de los clásicos era su
única preocupación, sin cuidarse de conciliar sus aficiones con las
observancias monacales. De entonces data su desprecio hacia la
escolástica, que consideraba un formalismo estéril y nunca estudió a
fondo, y la profunda aversión a la vida monástica, que le duró toda la vida.
Más tarde escribirá su Antibarbari, sátira acerba y resentida contra la
ignorancia de los monjes, pero su gestación data de sus tiempos
conventuales. Para Erasmo eran bárbaros todos cuantos no se dedicaban
al estudio de los poetas antiguos. No se limita a manifestar su desprecio
por las observancias monásticas, sino que revela ya un concepto de neto
naturalismo religioso. No obstante, llegó a ordenarse de sacerdote en
1492, pero poco después abandonó los hábitos, dejó de decir misa y la oía
raras veces.
Ese mismo año salió del convento, buscando una forma más libre de
vida. Se trasladó a Paris para adquirir grados de teología. En 1498 estuvo
en Oxford, donde conoció a Tomás Moro y John Colet, el cual le aconsejó
que se dedicara al estudio de la Sagrada Escritura y Santos Padres.
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Sus propósitos se revelan en el Manual del Soldado Cristiano, publicado en
1504. La teología debe basarse solamente en la Sagrada Escritura. Hay que
prescindir de sutilezas dogmáticas. Ante todo le interesa Cristo, <<como
ejemplo y maestro de la virtud>>. Su ortodoxia es correcta, pero ataca
violentamente las ceremonias del culto, la vida conventual y las
observancias monásticas, como puestas a la <<verdadera piedad>>. El
Cristianismo queda reducido a una simple <<filosofía cristiana>>,
puramente natural. Es un <cristianismo>> cuyas fronteras se amplían de tal
modo, que dentro de ellos caben holgadamente Sócrates, Platón y
Cicerón. El cristianismo viene a quedar reducido a una pura religión
natural simplificada, cuya esencia consiste en un fondo moral y virtuoso.

A fines de 1509 compuso el Elogio de la locura, sátira al modo de Luciano,


en que ninguna clase social se libra de sus aceradas invectivas. De manera
especial se ensaña contra el orgullo y la ciencia ilusoria de los teólogos,
contra la ignorancia y supersticiones de los monjes, contra el fasto de los
obispos, la política tortuosa y la corrupción de los Papas.

El método que expone en la Introducción al Nuevo Testamento consiste ante


todo en conocer la Historia y las tres lenguas de la Biblia. El teólogo debe
manejar la técnica filológica y seguir la autoridad de los Santos Padres,
aunque con libertad y con las necesarias reservas. La Biblia es un libro
sencillo y fácil de entender, con tal que se viten las complicaciones que
introducen los teólogos escolásticos. Es un libro que se dirige a todos, y
para que llegue a todos debe traducirse en lengua vulgar. De la Biblia
brota la <<filosofía cristiana>>m que consiste en un conjunto muy sencillo
de normas morales, semejantes a las de los griegos y latinos, sacadas sobre
todo de los Evangelios y las epístolas de San Pablo (Erasmo estimaba
poco el Antiguo Testamento). Con ello bastaba para una religión del
<<puro espíritu>>, que coincidía con las enseñanzas de los antiguos.

113
Cuando estalló la rebelión protestante, Erasmo intentó mantenerse en
una neutralidad imposible y en una actitud ambigua, sin comprometerse
con ninguno de los bandos en pugna. Los reformadores, Lutero,
Melanchton, Hutten, Zuinglio, con quienes tantas afinidades ideológicas
le unían, trataron de atraerlo a su partido. Erasmo elogió a Lutero como el
<<hombre destinado a abolir la escolástica, pasto de asnos, para sustituirla por la
poesía, regalo de los dioses>>. Pero las violencias de los reformadores, tan
contrarias a su espíritu de tranquilidad y conciliación, le hicieron
disgustarse con ellos. Pero tampoco quiso combatir la Reforma. Se
imaginó que era posible nada entre dos aguas, guardando la neutralidad
entre ambos partidos. Pronto tuvo que desengañarse, cuando su antiguo y
ofendido amigo Ulrico de Hutten rompió el fuego con una obra injuriosa
contra el. Obligado a decidirse, escribió contra Lutero De libero arbitrio
(1524), a la que éste contestó con el De servo arbitrio. Pero para romper con
Lutero eligió la tesis excesivamente concreta de la libertad del hombre,
dejando a un lado otros muchos temas dogmáticos impugnados por los
protestantes, en que su pensamiento coincidía con ellos más de lo debido.
Incluso en el punto elegido, un examen bien aquilatado revela una actitud
naturalistíca, no conforma del todo a la estricta ortodoxia.
Desde entonces su estrella comenzó a palidecer. Los católicos lo
despreciaron por su indecisión y los protestantes por su cobardía.
Ninguno de los dos partidos consideró suficientemente claros ni
definidos su pensamiento y su actitud, en aquellos momentos de luchas
encarnizadas, en que se debatía el destino religioso de la Cristiandad. Su
sueño era la concordia con todos, prescindiendo de las diferencias
doctrinales, a las que no daba ninguna importancia. Su aspiración era la
paz a toda costa, poniendo sus esperanzas para lograrla en un concilio
universal.

114
La difusión del erasmismo y las sospechas sobre su ortodoxia fueron
causa de la convocación de las Juntas de Valladolid, en las cuales no se
adoptó ninguna resolución definitiva.

Erasmo fue ante todo un humanista y un literato, <<un espíritu inquieto y


refinado, difícil para someterse a una disciplina, aficionado a viajar y conocer cosas y
países, con una insaciable curiosidad intelectual>>. Aborrecía a muerte la teología
escolástica. Creía que la restauración de las bellas letras era la panacea
universal para todos los males de su tiempo. Fue un enamorado del nuevo
arte de la imprenta, que calificaba de <<maquina casi divina>>. Por su
enorme influjo sobre la aristocracia intelectual de su tiempo ha sido
comparado a Voltaire. Los humanistas lo colmaron de elogios.
Pero el que trate de penetrar un poco en su pensamiento íntimo tiene
que reconocer con Huizinga que el signo de su espíritu es la ambigüedad
y la duplicidad. Su pensamiento religioso es un enigma. Sería excesivo
dudar de la sinceridad de su fe cristiana, pero no aparece clara la pureza
de su ortodoxia. Su <<filosofía de Cristo>> está más cerca del libre examen
protestante que del catolicismo. Su slogan de <<vuelta a las fuentes>>,
proclamando el retorno a la Biblia, al Evangelio y a los Santos Padres,
haciendo tabla rasa de la labor de los teólogos medievales, es una
modalidad de la ofensiva contra la teología escolástica, convirtiendo la
teología en filología. Su fondo religioso es excesivamente naturalista.
Decía que había más de un santo fuera del calendario de la Iglesia. En la
espiritualidad erasmiana se encuentra algo de la <<devotio moderna>>, que
pudo asimilar en sus primeros años en contacto con los Hermanos de la
Vida Común. Pero ni siquiera en el sentido más amplio de la palabra se le
puede calificar de místico. Su vida fue moderada, bien por virtud o porque
su precaria salud no le permitía excesos. La lectura del Manual del soldado
cristiano deja la impresión de frialdad de un puro ejercicio literario,
carente del estremecimiento íntimo de las cosas intensamente vividas,

115
que constituye el principal encanto de los místicos cristianos. Por debajo
del cristiano se adivina al humanista, predicando un moralismo estético
de los estoicos. Un <<cristianismo>> puramente racional y natural, sino
complicaciones de dogmas suprarracionales, con una piedad elemental,
sin ceremonias de culto, sin sacramentos ni jerarquía, sin ayunos ni
austeridades molestas, en que podían entrar en plano de igualdad la
doctrina de Cristo, reducida a un amplio moralismo, con las enseñanzas
de los filósofos griegos y los poetas paganos. Una teología cristiana
desnuda de silogismos, formalismos y especulaciones estériles.

116
117
Los inicios de la economía moderna.
André Corvisier
Vázquez de Prada

La Agricultura

Hacia el siglo XVI buena parte de las tierras abandonadas en los siglos
XIV y XV fueron nuevamente ocupadas. Pero esta ocupación se hace por
la inversión de capitales en la tierra por gentes ajenas hasta entonces a
ella, siendo un verdadero fenómeno social. Se efectúan roturaciones de
landas o de bosques, desecaciones de lugares pantanosos y cultivo
permanente de tierras que hasta entonces que hasta entonces lo habían
sido de manera intermitente. Las abadías no toman ya parte de esta
expansión sino de modo limitado. Ciertas zonas campesinas se
encuentran a su vez superpobladas. La abundancia de mano de obra
facilita la revalorización de las tierras y permite la instalación de talleres
rurales dependientes de las industrias urbanas. A veces, los señores,
propietarios de la tierra, “rescatan” parcelas de los colonos que las
llevaban en arrendamiento, para concentrarlas y formar extensos
señoríos y mejorados. O bien establecen sistemas más productivos como
la aparcería. Esto solo es posible cuando la situación legal lo permite o las
circunstancias de las explotaciones, como la cercanía a la ciudad, animan
a las inversiones. En otros casos son burgueses o burócratas que, tentados
por la productividad de la tierra, introducen mejoras mediante cultivos
intensivos o nuevos. Donde falta una burguesía rica y activa, los hombres
emigran del campo a la ciudad, en busca de trabajo o caridad.

La coyuntura en alza que estimula la inversión y la mejora de las


condiciones materiales, favorece el progreso de la agricultura europea.
Gentes de ciudad –comerciantes y letrados– invierten sus ganancias en la

118
tierra. En los países protestantes se secularizan las propiedades de la
Iglesia, las cuales son objeto de inversiones.
Se invierte también dinero, en algunas regiones, en mejorar la tierra, en
sanear marjales y pantanos. Surgen así nuevos tipos de burgueses, dueños
de tierra, o campesinos enriquecidos, que se convierten en señores de
dominios, a veces con títulos nobiliarios, los cuales con frecuencia se
muestran más exigentes con sus colonos que los antiguos feudales.
Cuando esta burguesía no explota la tierra directamente mediante
jornaleros, la cultiva en aparcería o la entrega en arrendamientos cortos,
que permiten, al renovarse, acomodar la renta al alza de los precios. Estos
nuevos propietarios saben introducir nuevos cultivos, más rentables y
acomodarse al mercado en épocas de escasez.
Esta estructuración rural nueva, explica en muchos casos, la emigración
de campesinos a núcleos urbanos. En Inglaterra el proceso de
restructuración se advierte en la reconversión de tierras cerealicolas en
pastizales. Hasta la mitad del siglo XVI, los precios de la lana subieron
más que los del trigo, lo que incitó a aquellos terratenientes que estaban
en condiciones de poder hacerlo a cercar sus tierras, con la consiguiente
despoblación campesina, para hacer lugar a los rebaños.
En España ocurre que la Mesta, principal asociación de ganaderos
productores de lana merina en Castilla, es decir, ganado trashumante,
consolida sus privilegios sobre el arrendamiento de pastizales en verano
en el sur de España y mediante el privilegio de posesión o primacía en la
reserva de pastos, afirman su importancia, por lo menos hasta 1530. A
partir de entonces comenzara un retroceso de los espacios destinados a
pastizales.
Las ciudades y la subsistencia.

119
Mayor importancia que la población total de los Estados tiene la de las
ciudades, centros de civilización y de expansión económica. Dificultades
de abastecimiento, razones de seguridad (murallas), etc., limitan la
extensión de las ciudades. Aun así, muchas de ellas duplican su población
durante el siglo XVI.
El problema de las subsistencias es la preocupación fundamental de la
población. Pese a los antagonismos, que en las épocas de escasez toman el
aspecto de una lucha por la vida, existen en casi todas partes una
solidaridad profunda, que se afirma por la existencia de prácticas
comunitarias.
La economía rural interesa a toda la sociedad. Con frecuencia los
habitantes de las ciudades trabajan la tierra o proporcionan una mano de
obra extra en la época de la recolección. Dadas las condiciones naturales,
el individualismo agrario resulta casi inconcebible, a no ser en las
proximidades de las grandes ciudades de la Europa occidental o
mediterránea. Todos los hombres, productores o no, señores, burgueses o
campesinos, aceptan, a reserva de hacerlos actuar en su provecho, los usos
comunitarios, sin los cuales la sociedad no podría subsistir. Esos usos
establecen un equilibrio entre la agricultura y ganadería que solo es
susceptible de lentas variaciones. Reglamentan las labores, las siembras,
la alternancia de cultivos y cosechas, siguiendo un orden que varía poco.
Por regla general, los progresos no pueden ser más que colectivos.
La ciudad no puede vivir sin el campo que la rodea, pues de él obtiene
su subsistencia, en forma de cánones (diezmos, derechos señoriales), de
rentas en especie pagadas por los aparceros o de los excedentes que el
campesino debe llevar obligatoriamente al mercado de la ciudad. A la
inversa, los campesinos van a la ciudad a efectuar sus compras, y sobre
todo, en caso de hambre, a mendigar una parte en las distribuciones de

120
víveres que efectúan, cuando pueden, las autoridades municipales y las
abadías.
Las ciudades albergan trabajadores agrícolas y los pueblos cuentan con
artesanos que trabajan para los comerciantes de la ciudad. Más aún, se
intenta conservar al abrigo de las murallas huertos y campos, cuya
utilidad resulta efectiva en caso de sitio y aun rebaños. <<Hay una especie de
solidaridad entre la ciudad y el campo, que nace de una misma obsesión: comer>>.
Puesto que el hombre actúa poco sobre la naturaleza, debe contentarse
con un escaso rendimiento. Siendo tan bajo el nivel de producción, una
mala cosecha supone un duro golpe. Si se reduce a la mitad, no queda para
la alimentación más que una cantidad equivalente a la reservada para la
siembra, es decir, un tercio de lo habitual. Si se reduce aún mas, se corre el
peligro de no poder efectuar la siembra del año siguiente. Dos malas
cosechas consecutivas significan la catástrofe.
A pesar de todo, el hombre intenta mejorar los resultados mediante
abonos. En las llanuras abiertas de la Europa del noroeste, donde se
elabora lentamente la rotación de cultivos trienal, el laboreo se ha
convertido en un arte complicado. El arado trabaja los campos, estrechos
y alargados, de tal modo que se permita el desagüe por las <<orillas>>. Los
principales tipos de arado parecen estar ya bien fijados, así como las áreas
geográficas de su empleo.
El aumento de la producción procede ante todo de la extensión de los
cultivos, a expensas más de los eriales que de los bosques, celosamente
defendidos por soberanos y señores. Por lo tanto, las roturaciones tienen
lugar la mayor parte de las veces en los terrenos de pasto.
Pero en general, la necesidad de alimentar a una población en pleno
desarrollo, obliga a reservar a la producción de granos la mayor parte de
las tierras cultivadas, limitando la producción de otros cultivos y la

121
ganadería. Si algunos países, gracias a su relativa fertilidad y la débil
densidad demográfica tienen abundante grano y pueden exportarlo (Italia
meridional hasta mediados del siglo XVI; Europa oriental); otros, como
Portugal, son ciertamente deficitarios. Para compensar esto o las malas
cosechas, se intenta recurrir a la importación.
En aquellas zonas donde los productos del mar constituyen una
alimentación menos dependiente de la tierra se intenta explotar otros
tipos de cultivos, como en Flandes, que alternando los cereales, se
cultivan las plantas forrajeras, el trébol y el nabo. El lino, que proporciona
a la vez una fibra textil y aceite, está muy difundido. La agricultura es ya
más bien una horticultura.
La Industria.
Si bien los productos agrícolas europeos, en especial el trigo, pueden
dar lugar a un comercio importante, no constituyen un factor decisivo en
la creación de los mercados, la apertura de las rutas y el
perfeccionamiento de los procedimientos comerciales. Las especias de
Oriente, y sobre todo los productos industriales, representan un factor
más importante en la expansión del comercio.
La industria de la madera, vinculada al suelo, da lugar a intercambios
de gran envergadura. La mayor parte de los oficios relacionados con ella
se ejercen en el mismo bosque (leñadores, cortadores de troncos, etc.). El
uso del carbón de madera está muy extendido y constituye un buen
combustible, fácilmente transportable. Por eso se prepara el carbón de
madera en los bosques para alimentar las fraguas y las vidrierías vecinas y
para abastecer de combustible a las ciudades. Los carboneros también
preparan cenizas con leña menuda ya que la ceniza es un producto
indispensable como abono, para la fabricación de vidrio y para la pólvora.
El bosque es también el lugar ideal para los oficios que exigen mucho
combustible (telar, alfarería, calera, vidriería y forja).
122
La madera y los restantes productos del bosque son objetos de un
importante comercio. La mayoría de los carpinteros trabajan en las
ciudades. La madera entra no solo en la construcción de las armazones,
sino también en la de los techos y las paredes en entramado. En madera se
construyen los vehículos y las maquinas, como grúas y tornos de mano. El
desarrollo de la industria naval establece entre puertos y bosques una
corriente regular. Ciertos astilleros, especialmente en Flandes y Holanda,
son grandes consumidores de madera de obra y la importan desde
Escandinavia a través del Báltico.
Por tanto, la madera es la industria lo mismo que el trigo es a la
alimentación: elemento fundamental de consumo, dependiente del suelo,
pero susceptible de cierto comercio.
El resto de las industrias pertenece a las ciudades. Los talleres pueden
estar instalados en el interior de las murallas, a menudo en barrios
especializados, o en los campos vecinos, pero dependiendo de algunos
ciudadanos ricos.
Casi siempre los artesanos se agrupan en corporaciones. Su
organización recibe el nombre de cofradía o gremio y posee el monopolio
del oficio. Ni operarios ni maestros pueden trabajar fuera del gremio y,
para entrar en él, los primeros deben pasar por un aprendizaje y los
segundos presentar una obra maestra. Por otra parte, las condiciones de
acceso no son las mismas para todos los individuos. Se considera legítimo
favorecer a los postulantes que son hijos del cuerpo y de acuerdo con el
grado de sus relaciones con él. Cada organización tiene el poder de
reglamentar su producción: organización de los talleres, condiciones de
trabajo, calidad de los productos. Bajo el arbitraje de las autoridades
municipales o señoriales, cada gremio discute con los gremios vecinos el
precio de compra de las materias primas y el de venta de los productos

123
fabricados. Los oficios urbanos se caracterizan por una reglamentación
minuciosa y rutinaria, que asegura una producción de calidad.
El artesanado es inseparable del comercio. El maestro compras la
materia prima y vende los productos de su taller. La preocupación de
procurarse la una y vender los otros hace que ciertos oficios participen en
el gran comercio. Iguales en principio dentro de la ciudad, los gremios
están en realidad jerarquizados. Hay oficios clave, como la corporación de
pañeros que subordina las demás corporaciones que participan de la
industria de la lana, como los tejedores. Los que las practican son más
bien comerciantes que fabricantes. Las instituciones municipales
reconocen esta jerarquía y distinguen a las corporaciones privilegiadas
reservándoles la administración de la ciudad.
Esta organización avanzada se halla presente en algunas ciudades
italianas, en Inglaterra y en Flandes, lo mismo que ciertos oficios que han
adquirido ya las características del capitalismo comercial, es decir, una
organización en que los comerciantes compran la materia prima, la hacen
manipular por las diversas corporaciones y venden los productos
fabricados. Los maestros de oficio poseen aun los instrumentos de
trabajo, pero ya no son dueños del mercado. Se convierten en artesanos
económicamente dependientes, y en algunos casos ni siquiera les
pertenecen las herramientas.
La industria textil está considerada como la industria piloto. Sus
transformaciones dan ejemplo a las demás. Cierto que no debe
despreciarse el papel de la producción local, ya que en todas partes se cría
la oveja y se hila y teje la lana, pero hay ciertas zonas que, bajo el dominio
del capitalismo comercial, se transforman en grandes productoras de lana
(España e Inglaterra) o de paños y en polos de la actividad económica de
Europa

124
Florencia aparece como la capital del paño. La pañería se encuentra en
manos del arte de la lana, que compra la lana en bruto, el alumbre necesario
para desengrasarla y los tintes indispensables. La lana se prepara en los
almacenes del arte o en ciertos talleres pertenecientes a sus miembros más
poderosos, como los Médicis.
La pañería inglesa es una creación real del siglo XIV, destinada a
liberar a Inglaterra del monopolio que ejercen las “ciudades pañeras” de
Flandes. Triunfa porque se encuentra próxima a la materia prima; porque,
rural desde un principio, escapa a la reglamentación de las antiguas
corporaciones urbanas y porque se orienta hacia la producción de paños
de calidad corriente y de mejor precio, que responden mejor a las
necesidades de una clientela más extensa.
Flandes reacciona a fines del siglo XV siguiendo la misma política. Los
Habsburgo, desconfiando de las antiguas ciudades pañeras, se dedican a
desarrollar los talleres rurales. La nueva industria se instala en Amberes.
El resto de las industrias textiles son en su mayor pare industrias
antiguas, vinculadas a los lugares de producción de la materia prima. Tal
es el caso del lino, producido y trabajado en las zonas húmedas de Italia
del Norte, en el sur de Alemania, en los Países Bálticos, Inglaterra,
Flandes, y también el del cáñamo. La industria de la seda es reciente en
Europa, encontrándose alrededor de Florencia, Milán y Venecia.
Los altos hornos de fuelle, movidos frecuentemente mediante ruedas
hidráulicas, aparecen a principios del siglo XVI. Con ellos, se pueden
obtener hasta 1200 kilos diarios de fundición, que en seguida se
transforman en hierro por martilleo. El combustible empleado es la
madera. La siderurgia sueca adquiere gran reputación gracias a sus
minerales. En Inglaterra y la Alemania renana, la siderurgia está en manos
de los pequeños maestros forjadores.

125
Por el contrario, el cobre da nacimiento a una industria capitalista, a la
que se une el nombre de mercaderes celebres de la época: los Függerde
Augsburgo, que explotan las minas cobre argentífero de la Alta Hungría.
La imprenta ha tomado rápidamente un carácter peculiar. Es
capitalista, porque necesita fondos para la compra del material y porque
la venta de su producción no está siempre asegurada. Es artesana, por el
cuidado que se pone en muchas de sus producciones. Tiene naturaleza del
arte, porque trabaja para las universidades y la gente culta. En fin, está
controlada por las autoridades eclesiásticas y políticas. EL papel
representa la parte más importante de los gastos de edición.
Las rutas.
El mar es favorable para el transporte de mercancías; la tierra, para el
del correo y de los hombres en pequeño número. Los progresos de la
navegación permiten seguir mejor las rutas, marchar contra el viento. Por
el Mediterráneo circulan barcos de vela venecianos, genoveses o
ragusianos. Los transportes terrestres, lejos de ofrecer las mismas
posibilidades, están determinados por la existencia de ríos.
Los caminos tienen la apariencia de pistas más recorridas por las
bestias de cargas que por las carreteras. Cruzar los ríos constituye una
operación difícil, que se soluciona normalmente aprovechando los vados o
mediante barcazas. Fuera de las ciudades, los puentes son raros y frágiles.
A los obstáculos naturales se suman los obstáculos jurídicos, los más
molestos de los cuales no son precisamente las fronteras de los Estados.
En efecto, los Estados-nacionales son todavía muy jóvenes, y sus límites
demasiado complejos para suscitar una voluntad de aislamiento. La
principal dificultad proviene de la multiplicidad de los peajes
establecidos por los señores o de las “barreras” impuestas por las
ciudades.

126
La intervención de los soberanos aporta en ocasiones sus frutos. Las
rutas imperiales facilitan las comunicaciones entre Italia, Alemania y los
Países Bajos. Son relativamente densas en Alemania del Sur. En Francia,
los “grandes caminos” toman poco a poco un aspecto coordinado a escala
del reino. De hecho, solo algunos tramos, los más próximos a escala del
reino. De hecho, solo algunos tramos, los más próximos a ellas como es
lógico, son cuidados de manera regular por las ciudades.
A causa de las dificultades con que tropieza y de la imposibilidad de
llevar grandes cantidades, los transportes son muy costosos y su uso
depende del valor de la mercancía transportada. Únicamente el mar y los
ríos permiten el transporte de mercancías pesadas. Sin embargo, a finales
del siglo XV y principios del XVI, hay cierta mejoría en los transportes. Se
asiste a un “empequeñecimiento del espacio europeo”. Pero sigue siendo
imposible prever el momento de la llegada.
Los mercados
Al iniciarse los tiempos modernos, existe ya una organización
comercial bastante avanzada. El mercado es casi siempre la ciudad, con
sus tiendas, donde el artesano vende los productos que fabrica y los
comerciantes revenden. Consiste sobre todo en la reunión periódica,
generalmente semanal, de muestrarios, a menudo expuestos sobre el
mismo suelo, de todos aquellos que poseen un excedente de producción
para ofrecerlo al consumo local. En ellos se encuentra el trigo, víveres, y,
excepcionalmente, objetos manufacturados, aunque casi siempre estos se
fabrican por pedido. Las autoridades señoriales o municipales
reglamentan en forma estricta el mercado. Hay que asegurar en primer
término la satisfacción de las necesidades locales. Los mercaderes
extranjeros a la comunidad solo son admitidos después de los habitantes.
Según su importancia, las ferias abarcan una región, un conjunto de
regiones o incluso toda Europa. Como son una fuente de riqueza, los reyes
127
las protegen, por ejemplo, concediendo exenciones a las mercancías
destinadas a ellas. Las más celebres de la época son las de Medina del
Campo en Castilla y las de Ginebra, reemplazadas por las de Lyon
gracias a los esfuerzos de Francisco I.
Desde fines del siglo XV existen bolsas de mercancías, que son en
realidad ferias permanentes (Lonjas de Castilla). Tales bolsas exigen la
instalación de importantes almacenes. En ellas se practica cada vez más la
venta sobre muestra. Con la apertura de la nueva Bolsa de Amberes, en
1533, el carácter financiero de estos establecimientos comenzó a
prevalecer sobre su carácter comercial.
La moneda
La organización monetaria se basa en la distinción entre moneda real de
oro, plata o vellón de cobre, y moneda de cuenta. La relación entre
moneda de oro y moneda de plata es fija, generalmente de 12 a 1. Por el
contrario, los reyes modifican a veces la relación entre moneda de cuenta
y moneda real, según los pagos que tienen que efectuar o las entradas de
dinero que esperan. La “mutación de las monedas” es, sin embargo, menos
frecuente que en el siglo XIV. En fin, el soberano modifica a veces el título
de ciertas piezas y retira otras de la circulación, lo que se llama la
depreciación de la moneda. Circulan también un número considerable de
monedas extranjeras: ducados de España, florines de Alemania. Por esta
razón, el poder de los reyes sobre la moneda de sus Estados es muy
limitado. La multiplicidad de las monedas hace aun necesario el cambista,
que las pesa todavía, aunque esta práctica va desapareciendo gracias a la
mejor calidad de las piezas y a la represión feroz de los monederos falsos.
La provisión de oro aumenta en Europa a finales del siglo XV, debido a
la corriente que se establece con el Sudan, ya sea a través del Sahara,
África del Norte, Italia o España, ya sea por el establecimiento de San
Jorge de la Mina, fundado por los portugueses en la costa de Guinea. La
128
abundancia de oro provoca su depreciación con respecto a la plata y una
elevación del precio de la plata devaluada en oro. De ahí la intensificación
de las prospecciones y de la producción de las minas de plata de Austria y
Hungría, facilitadas también por el perfeccionamiento del procedimiento
de amalgamación. Al comienzo del siglo XVI, Alemania ha conquistado
una plaza de elección en el mercado de los metales preciosos. Vienen a
continuación los países que reciben el oro del Sudan: la península Ibérica
e Italia. Esta situación explica la prosperidad de las casas de comercio de
Augsburgo, a cuya cabeza figuran los Függer, hasta la llegada oro de
América que tiene lugar después de 1530.
Claro que el oro y la plata no irrigan enteramente la economía europea,
ya que interviene siempre el atesoramiento en forma de objetos de arte,
menos por parte de la iglesias, dañadas por la guerra y el bandolerismo,
que por la munificencia de las cortes principescas.
El crédito.
Desde el siglo XIII, la moneda no es el único instrumento de cambio en
Europa. El riesgo y las dificultades de transporte del dinero en metálico
hacen aparecer la letra de cambio, e incluso el <<recambio>> que disfraza
un préstamo a interés. Existen aún otras formas de crédito, como el
préstamo con hipoteca o con garantía mobiliaria. La más común es la
renta constituida mediante dinero. Consiste por parte del acreedor en
comprar una parte o la totalidad de la renta de un bien inmobiliario, a
cambio de una suma pagada al contado.
Los empréstitos públicos son autorizados por la Iglesia, pese a producir
interés, porque revierten en el bien común. Quienes manejan el dinero son
los cambistas, que desempeñan a veces el papel de bancos de depósito, y
sobre todo los comerciantes que por medio de la letra de cambio se
inmiscuyen en el tráfico del dinero. Gracias al comercio, se establecen las
grandes bancas florentinas de los Médicis y los Strozzi, las de Zaragoza,
129
Medina del Campo y Barcelona, la de Augsburgo, dominadas por algunas
familias como los Függero los Weltzer, las de Brujas, Amberes y Lyon,
que experimentarían gran desarrollo en el periodo siguiente.
Así pues, al comenzar el siglo XVI, el comercio está dotado ya de la
mayoría de los instrumentos que va a utilizar. Su desarrollo a finales del
siglo XV y hasta aproximadamente 1530 testimonia una expansión
económica sensible, pero relativamente ordenada y mesurada, que no
provoca un alza exagerada de los precios.
La expansión económica de 1520 a 1560.
La expansión continúa a partir de 1520 a un ritmo rápido pero irregular.
Ello se debe a todo un conjunto de factores, como la extensión de las
guerras y las revueltas, la secularización y la puesta en venta de los bienes
de la Iglesia, provocadas por la Reforma.
El alza de precios afecta España desde principios de siglo y repercute
sobre los precios agrícolas. La causa es el aumento de producción de
metales preciosos en proporción superior a los bienes de consumo. Antes
de 1530, la explotación de las minas de plata de la Europa central y la
llegada de una parte de los tesoros americanos son los que provocan este
aumento. Tras la conquista de México (1521) y Perú (1533), continúo el
descubrimiento y explotación de las minas de oro y las minas de plata
(Potosí en 1545), los metales preciosos comenzaron a llegar al Viejo
continente en abundancia.
Con el alza de los precios se extienden las formas más flexibles de
financiación, aunque subsisten las constituciones de renta. Se asiste a una
nueva boga de las rentas en especie. Las rentas en género constituyen
para los burgueses un medio de evitar la depreciación y asegurarse el
abastecimiento en cualquier circunstancia. Les concede igualmente la
posibilidad de revender el trigo y especular.

130
La subida de precios aprovecha a los que pueden vender y origina un
nuevo aumento de las ganancias, que a su vez se invierten con frecuencia
en los negocios. Sin embargo, esta expansión se ve turbada por la crisis
del crédito. La de 1559-1560 afecta a las grandes casas de carácter
patrimonial o familiar, como los Függer y los Médicis.
Los establecimientos europeos de Ultramar tienen una importancia
creciente en la economía europea, ya que proporciona no solo el oro, sino
también diversos productos coloniales como especias, maderas tintóreas
y seda.
Consecuencias de la expansión económica.
Gracias al comercio, nace una Europa económica en el momento mismo
en que se rompe la Europa cristiana y antes de que las naciones ya
formadas alcancen entre sí barreras económicas. Las consecuencias
sociales son igualmente importantes, constituyéndose ciertos esbozos de
clases sociales. Por último, la formación de Estados modernos se realiza
no solo sobre bases políticas, sino también sobre bases económicas.
El sector mediterráneo se abre hacia el Oriente. Esta en relaciones con
el Imperio Otomano, que une países pertenecientes a los Balcanes, Asia
Menor y a África del Norte, y con el Extremo Oriente, de donde vienen las
especias por las Escalas del Levante, las caravanas de Asia Central y la
navegación árabe por el Océano Indico. Una vez abierta por Vasco da
Gama en 1498 la ruta de El Cabo, el comercio de las especias en el
Mediterráneo se derrumba. Sin embargo, los mercaderes venecianos y de
otros puertos mediterráneos reanudan las relaciones con sus asociados
habituales y recuperan su lugar en el mercado de las especias. Venecia,
Génova, Ragusa se hallan a la cabeza de este comercio. Los países
mediterráneos conservan una producción industrial importante: armas y
cañones (Milán), cristalería (Venecia), paños (Florencia), sedería
(Florencia y Génova), y las bancas son numerosas y activas. Con
131
frecuencia poseen excedentes de vino, artículos de lujo e incluso trigo,
pero tienen que abastecer ciudades populosas, sobre todo en Italia.
Venecia es el principal polo del comercio mediterráneo, porque está en
contacto a la vez con el Oriente, a través de las posesiones que la
Serenísima República posee en las costas del Mediterráneo.
El Mar Báltico es el teatro de las actividades de la Liga Hanseática,
organización mercantil que agrupa una cincuentena de ciudades, al frente
de la cual se halla Lübeck, pero el tráfico más intenso se realiza en
Danzig. La Hansa opera entre la Europa del Norte y del Este, de una
parte, y la Europa central y occidental, de otra. Se intercambia materias
primas proporcionadas por la primera: madera, alquitrán, pez, pieles
cueros, cáñamo, trigo, contra materias y objetos procedentes de la
segunda: sal, vinos, especias, paños, armas, papel. Sin embargo, la Hansa
depende de Dinamarca, <<portero del Báltico>>, que percibe los peajes de
Elsinor. Además, esta organización conserva muchas características
medievales, por lo cual no puede impedir la penetración de los
mercaderes de Europa central y occidental.
La actividad de la Europa central se ordena alrededor de las ciudades
de Alemania del sur, sobre todo Augsburgo y Núremberg. Dichas
ciudades están en contacto directo con Venecia y el mundo mediterráneo
a través de los Alpes y el Tirol. Los productos mediterráneos son
distribuidos en toda la Europa continental por las ciudades de la
Alemania del sur. Las principales corrientes conducen hacia los Países
Bajos y Amberes por Frankfurt y Colonia, y hacia el Báltico por Polonia
y Leipzig. Además, las grandes casas comerciales del sur de Alemania
dominan la producción de las minas de hierro, plomo, cobre y plata, que
abundan cerca de los macizos de la Europa central. La metalurgia es
particularmente activa, así como la industria textil en los campos vecinos.
Lyon se beneficia de la unificación de Francia para convertirse en la sede

132
de una de las principales ferias de Europa, y más tarde en un gran centro
bancario e industrial.
A partir de 1530, la vertiente atlántica somete a su dinamismo el resto
de Europa. Ya antes de los grandes descubrimientos, los puertos
atlánticos participaban de una intensa actividad: vinos de Burdeos y
Andalucía, bacalao y arenques del mar del Norte y la Mancha, lanas sin
refinar de Inglaterra y Castilla. La apertura de la ruta de El Cabo, luego la
lenta organización de un comercio atlántico, intervienen después para
asegurar la hegemonía económica. Lisboa y Sevilla se convierten en los
centros del comercio de ultramar. La Casa de Contratación, creada en Sevilla
en 1503 y la Casa da India de Lisboa son organizaciones estatales, a las que
se les concede el monopolio del comercio con las regiones recién
descubiertas. A sus relaciones con Lisboa y Sevilla, Amberes una las que
sostiene con el Báltico y, por vía terrestre, con Lyon, Augsburgo, Venecia
y Florencia. El éxito se debe a su situación geográfica, a la actividad del
interior, a la flexibilidad de sus organizaciones corporativas, liberadas de
ciertas reglas y a su pertenencia al conjunto de posesiones de los
Habsburgo.
Consecuencias sociales y políticas.
Dentro del marco señorial y feudal de la sociedad y del marco
corporativo de la producción, se afirman y se extienden entre los hombres
lazos económicos nuevos: asociaciones entre mercaderes, rentas que unen
deudores y acreedores, formas nuevas de asalariado, con ejemplos de
dislocación entre capital y trabajo. Estas transformaciones hacen crecer la
tensión social entre ricos y pobres. Los predicadores denuncian la usura,
no solo porque condenan sus principios, sino también porque pueden
comprobar sus efectos, en particular en las ciudades más activas. Sin
embargo, puesto que las pérdidas demográficas no han sido

133
completamente reparadas, no existen apenas excedentes de mano de
obra, y ésta conserva su valor.
El lujo de las Cortes y el perfeccionamiento de las armas acrecientan la
acción indirecta de los reyes en la economía. Durante mucho tiempo no se
han atrevido a intervenir en ella sino con fines fiscales: mutación de la
moneda, creación de peajes, de tasas como la gabela. Más tarde, se atreven
a tomar medidas que favorecen a sus súbditos a expensas de los
extranjeros. Las expulsiones de los judíos de Portugal y Castilla se deben
en parte a las mismas preocupaciones. Por último, se les ve asumir el
monopolio de ciertos productos y reservarse su beneficio. Estas medidas
refuerzan la autoridad del Estado, pero la creciente necesidad de dinero
empuja a los soberanos a pedirlo prestado y a ponerse en manos de los
banqueros. Así lo hizo Carlos V, elegido gracias al apoyo de los Függer,
que estará en deuda con ellos toda su vida.
La presión económica afecta incluso a la Iglesia. Los Papas recurren ya a
los buenos oficios de los banqueros, los Médicis, por ejemplo, que
consiguen ver a uno de los suyos en el trono de San Pedro en 1513. Los
prelados comendatarios compran y acumulan obispados y abadiazgos
como si fueran señoríos. Alberto de Brandemburgo1, arzobispo de
Magdeburgo y Halberstadt, se convierte así en arzobispo de Maguncia.
Roma autoriza tan escandalosa acumulación a cambio de la suma de
24.000 ducados, que Alberto de Brandemburgo pide prestados a los
Függer. Para liberarse de la deuda, obtiene del Papa una parte del
producto de la indulgencia predicada en Alemania en 1517 para la
reconstrucción de San Pedro. El Emperador Maximiliano da su
aprobación a cambio del pago de 1000 florines. Es cosa sabida que el

1 Alberto de Brandemburgo también era Gran Maestre de la Orden Teutónica, y por tanto, poseedor de las

posesiones monásticas de la Orden en Prusia. Resulta un claro ejemplo de la corrupción en que estaba sumida la
Iglesia que un arzobispo católico, al surgir la Reforma Protestante, prefiriera convertirse al Luteranismo con tal de
poder secularizar las posesiones de la Orden y convertirse en duque de Prusia, para conservar estos dominios y los
demás que estaban bajo su tutela.

134
escándalo de las indulgencias fue una de las causas de la rebelión de
Lutero.
A través del entrelazado en aumento de los factores económicos con los
sociales, políticos y espirituales, puede medirse el camino recorrido por la
Europa occidental durante el fructuoso periodo de relativa paz que va
desde mediados del siglo XV al segundo cuarto del XVI.

135
136
Raíces históricas del Luteranismo.

García Villoslada

Raíces de carácter moral y eclesiástico.

1. Debilitamiento de la autoridad pontificia.

Al luteranismo se debió la ruptura de la unidad cristiana de Europa, el


desmoronamiento de aquella sociedad religiosa integrada por las naciones
occidentales bajo la dirección espiritual de la jerarquía eclesiástica y bajo
el magisterio del Romano Pontífice. Según Lortz, todo cuanto en los
siglos precedentes iba debilitando la contextura de ese cuerpo orgánico o
preparaba y facilitaba su disolución, puede decirse causa de la futura
desintegración que se efectuó por el protestantismo.

Es indudable que la decadencia del Papado, con la merma creciente de


su prestigio y de su autoridad espiritual, contribuyó a que la mitad de
aquella Europa cristiana empezase a relajar sus vínculos hasta
desprenderse totalmente.

Aviñón y el cisma.

No hay duda que el prestigio universal de los pontífices romanos se


amengua en los primeros decenios del siglo XIV, desde que Clemente V
pone su sede en Aviñón, a orillas del Ródano. En su residencia aviñonesa,
los sumos pontífices pierden algo de su universalidad católica, porque,
todos se afrancesan, todos son nacidos en Francia y la inmensa mayoría
de los cardenales son franceses; durante setenta años la curia pontificia
está bajo la influencia del rey de Francia y de su política., con enfado y
enojo de otras naciones, mientras que Roma yace en soledad y desamparo,
lo cual irrita a los italianos. Los ingleses, enzarzados en la Guerra de los
Cien Años contra los franceses, miran al Papa francés como enemigo; y los
alemanes se sienten ofendidos por el decidido antigibelismo de esos
137
mismos pontífices, porque han roto el eje <<Imperio-Pontificado>>, en
torno al cual giraba la historia de Europa, sustituyendo al Emperador por
el rey de Francia.

Por otra parte, los papas aviñoneses, con el exagerado fiscalismo de su


curia, hacia la cual confluye, con protesta de los príncipes, el oro y la plata
de las naciones cristianas, y con el centralismo administrativo que se hace
sentir en las reservaciones de los beneficios eclesiásticos, se hacen odiosos
y cobran fama de avarientos y simoniacos, por culpa en gran parte de los
colectores enviados por la Cámara Apostólica. No cabe duda que en el
gobierno de la Iglesia se desvanece lo espiritual, resaltando en cambio lo
económico, con todo lo cual la autoridad del Papa ante los reyes y ante el
pueblo cristiano viene a menos. Centralizando la administración, pensó
Juan XXII levantar su prestigio y poderío: camino poco evangélico que
pronto se demostró errado y contraproducente.

Se rebelaron los Espirituales y Guillermo de Ockham no sólo negó al


Pontífice Romano toda potestad temporal, sino también parte de la
espiritual, no reconociendo su infalibilidad y sometiéndolo al Concilio
general.

Esta decadencia se prolonga y aun se acrecienta durante el Cisma de


Occidente, cuando en la Iglesia se dan simultáneamente dos papas, y a
veces tres, sin que nadie sepa cuál es el verdadero Vicario de Cristo.
Urbano VI y Clemente VIII se excomulgan recíprocamente, incluyendo en
el anatema príncipes y pueblos que obedecen a su rival.

Pasado este caótico periodo, vienen los papas del Renacimiento, que si
en los primeros cincuenta años después del Concilio de Constanza
realizan nobles esfuerzos por la reforma y por la restauración la autoridad
pontifica (contra el conciliarismo), en los cincuenta siguientes, a partir de
Sixto IV (1471) se dejan arrastrar por el espíritu del siglo. Con el

138
esplendor y lujo de su corte, con su mismo mecenazgo artístico y sobre
todo con su intrigante política, con sus ambiciones familiares y sus
guerras, parece como que se olvidan de su misión divina o la supeditan a
sus negocios humanos. De pontífices y pastores de almas se convierten en
príncipes seculares, interesándose más por los asuntos políticos de sus
Estados italianos y por medro de su linaje que por los problemas
religiosos de la catolicidad.

Abuso de los anatemas.

Su prestigio espiritual se oscurece ya que son responsables de la


escandalosa venalidad y del exagerado fiscalismo de la curia. Se hallaron
frecuentemente en guerra con otras potencias católicas, usando la
excomunión cada vez que un príncipe o ciudad se les oponía. El arma de
la excomunión pierde sus filos y se envilece en manos de la autoridad
eclesiástica, que abusa de sus poderes. Por eso Lutero, al recibir la bula de
excomunión, la desprecia y la escarnece públicamente, respondiendo con
insultos y vilipendio al pontífice que declaraba heréticas sus doctrinas.

Conciliarismo

Un factor que influyó en la desobediencia de Lutero a León X fue el


conciliarismo. No solo en la práctica se hacía poca cuenta de la autoridad
del Pontífice Romano, sino que también teóricamente, doctrinalmente, se
rebajaban y cercenaban sus prerrogativas. Alrededor de 1400 empezó a
circular la falsa doctrina –anteriormente defendida por Ockham– del
conciliarismo, según la cual no es el Papa la suprema autoridad, ni el juez
supremo de la Iglesia, sino el Concilio General; por lo tanto, es lícito
apelar de las decisiones de un Papa al tribunal superior de un concilio. Es
esto lo que harán todos los rebeldes a Roma; y el mismo Lutero alegará la
doctrina conciliarista para no someterse al pontífice, aunque muy pronto

139
había de negar la misma autoridad suprema de los concilios, del mismo
modo que la había negado Ockham.

También se puede añadir aquella secta de Fraticelli y de exaltados


<<Espirituales>>, procedentes de la extrema derecha franciscana, hombres
fanáticos, para quienes la suma perfección evangélica se cifraba en la
pobreza absoluta, perjudicó gravemente a la autoridad suprema de la
Iglesia con sus violentas invectivas contra el <<Anticristo>> y el <<Nuevo
Lucifer>>, o sea, contra el Papa y contra la meretriz apocalíptica y la
Babilonia de Roma, a la que habría de suceder otra Iglesia más espiritual.
Y no era solamente el Pontificado el que había bajado en la opinión de la
gente; era todo el clero. De ahí el anticlericalismo que cundía en naciones
como Alemania e Italia.

2. Nacionalismo Antirromano.

El gran peligro para la unidad cristiana no era ya el exceso de la


centralización, sino el nacimiento del principio nacional, que a los reyes
absolutistas les impulsaba a querer dominar a la Iglesia, esclavizándola,
en sus propios países. Alemania, por la debilidad del Emperador, no llegó
a formar una unidad política tan compacta como otras naciones en que
triunfó el absolutismo; y, a pesar de todo, un fuerte sentimiento
nacionalista se despertó en el corazón de muchos alemanes. Acaso nadie
lo sintió tan vivamente como Hutten, el humanista que puso su espada y
su pluma al servicio de la causa luterana.

Algo semejante es lícito descubrir en el movimiento luterano. Acaso sea


poco exacta la expresión de <<nacionalismo alemán>>. No siempre la
oposición era de tipo nacionalista, pero ciertamente los que más
acentuaban su nacionalismo solían ser los más acerbos enemigos de
Roma. Había en el alma germánica un sedimento antirromano, que
recibió muy bien la predicación del nuevo evangelio. No puede negarse

140
que entre Alemania e Italia ha existido siempre un antagonismo y un
mutuo desprecio, que no excluye la mutua estima.

Centralismo y fiscalismo curial.

Si en todas las naciones, desde el siglo XIV se nota el crecer de una


protesta contra el fiscalismo de la curia pontificia, eso sucede quizá con
más persistencia que en otras partes en el Sacro Imperio. Las protestas
alemanas se dirigían contra el régimen beneficial, centralizado en Roma,
más que contra determinados abusos del mismo.

En 1471, dentro del Concilio de Constanza, la Natio Germánica presenta


una audaz reforma, queriendo privar al Papa del derecho a la colación de
los beneficios eclesiásticos, a cobrar las annatas, los servicios comunes y
los expolios, a reservarse las causas en litigio y aun a conceder
indulgencias extraordinarias. Pretendía con eso evitar que la curia
romana invadiese los derechos tradicionales y perjudicase los intereses de
las iglesias germánicas.

El centralismo y fiscalismo de la curia pontificia, con sus reservaciones


en la colación de los diversos beneficios, amargaron el corazón de muchos
políticos y eclesiásticos, o por lo menos les brindaron fácil pretexto y
ocasión para sus recriminaciones.

141
“Gravámenes de la Nación Germánica”

Los agravios o cargas, que provocaban las querellas de los alemanes


contra Roma, se las denominaba Gravámenes de la Nación Germánica. Estos
gravámenes aparecen con relieve principalmente en las Dietas imperiales,
en que Federico III y Maximiliano I exigen a los príncipes, a los obispos y
a las ciudades fuertes contribuciones para las guerras y otras empresas,
mientras que los representantes de los Estados presentan los gravámenes,
quejándose de las grandes sumas de dinero que la curia romana extrae
con su larga lista de tasas onerosas que los alemanes se ven obligados a
pagar.

Cuando Maximiliano I, irritado contra Julio II por haber firmado la paz


con Venecia, trató de combatir al Papa, incluso en el terreno eclesiástico,
llegó a pensar en instituir un legado perpetuo en la Santa Sede en
Alemania que dirimiese todos los procesos eclesiásticos y en suprimir las
annatas y otras tasas y gabelas que se pagaban a la curia.

Mezclando abusos reales de orden disciplinar con otros de tipo


económico, hacían odiosa a la curia papal, y disimulando sus propios
intereses, desfogaban sus íntimos prejuicios y resentimientos germánicos
contra Roma.

Germanismo de los humanistas.

Pero, aunque es verdad que también contra el clero germánico se


protestaba, los gritos de protesta iban contra la avaricia romana. Del más
virulento de los nacionalistas germánicos, de aquel que evocó por primera
vez al antiguo héroe Arminio, vencedor de las legiones romanas en la
batalla de Teutoburgo; del humanista Ulrico de Hutten, que aspiraba al
título de <<Libertador de Germania>>. El nacionalismo antirromano
exacerbado fue el motivo que le impulsó a ponerse de parte del monje de
Wittemberg, no la religión. Y hasta parece que soñó en ser el moderno
142
Arminio, que acaudillase las huestes antirromanas, como sucesor de
Lutero. Pero el verdadero Arminio fue Martin Lutero, que supo utilizar el
sentimiento germánico de Hutten y de millares de compatriotas.

Lutero, el “gran alemán”

“Alemania es la cuna de la Reforma; la doctrina protestante brotó e la mente de un


alemán, el más grande de los alemanes de su tiempo. (…) Por eso, el nombre de Lutero
es para Alemania no sólo el de un varón esclarecido; es el corazón de un periodo de la
vida nacional, el centro de un nuevo mundo de ideas, el compendio de aquella
mentalidad religiosa y moral en que se movió el espíritu alemán, y a cuyas poderosas
influencias ni sus mismos adversarios lograron sustraerse totalmente”.

En su obra A la nobleza cristiana de la Nación Germánica (1520) Lutero


desfogó su resentimiento de alemán contrario a Roma. Así trataba de
identificar su causa con la causa de la nación germánica en un momento
en que sus compatriotas entraban en peligrosa efervescencia.

Eso le creó un “aura popular” en todo el país, sin la cual no hubiera


podido alzarse contra Roma. Pero desde 1519 Lutero se siente el vocero de
una gran nación, irritada contra la Babilonia romana. El temperamento, la
índole psicológica, el carácter, hondamente alemanes, de Lutero, con
todos sus defectos y con todos sus valores, que son los de su raza, le
ayudaron a triunfar en su patria, acaso con el contrapeso de crear un
cristianismo más germánico que universal.

3. ¿Qué parte tuvieron los escándalos y abusos?

Tradicionalmente se consideraba que una de las causas principales del


luteranismo había sido el espectáculo de los escándalos del clero y de los
abusos disciplinares y administrativos de la curia romana. Los
protestantes argumentaban que era tan profunda la decadencia moral de
la Iglesia, que fue necesario que alguien se sublevara, protestando contra
143
la iglesia degenerada y corrompida, que, si llevaba el nombre de Cristo, no
llevaba su espíritu ni la verdadera doctrina del Evangelio. Lutero conocía
bien los abusos que se cometían en Alemania y en su viaje a Roma de 1510-
1511 contempló la depravación de la curia, ante lo cual lanzó su grito de
reforma. Afán de reforma, eso fue el luteranismo. Sin embargo, esta tesis
ya no es sostenible, ya que si bien el luteranismo quería ser un
movimiento esencialmente religioso, la nueva religión vino a suprimir
dogmas y a cambiar las relaciones del alma con Dios, no pudiendo
quedarse solamente en una reforma de escándalos morales y abusos
disciplinares.

Respuesta de Lutero

El hecho de haberse hecho pública la herejía de Lutero en 1517, con


ocasión de la predicación de Tetzel sobre las indulgencias, hizo que la
concepción histórica dirigiera su atención hacia este hecho, pensando que
la protesta luterana se dirigía solamente contra los abusos que en la
predicación se cometían. Esta explicación es demasiado simplista, pues
cuando el reformador publica sus 95 tesis, ya hacía varios años que su
mente se hallaba imbuida de una teología heterodoxa, la cual le había de
conducir a la rebelión, no al espectáculo de los abusos.

Siendo todavía católico, en 1512, escribió un sermón en el que con


acentos de profeta bíblico levantó su voz contra la corrupción dominante
en cuanto a las doctrinas y a la palabra de Dios. El año 1520, ya en
abierta rebeldía, compuso Lutero A la nobleza de la Nación Germánica sobre la
reforma del Estado Cristiano, donde explica las reformas o mejoras que él
juzgaba necesarias en el Cristianismo:

a) la distinción entre laicado y sacerdocio, ya que todos los cristianos


son sacerdotes desde el bautismo;

144
b) el magisterio supremo del Pontífice de Roma, ya que no debe hacer
otra norma de fe que la Biblia, interpretada subjetivamente por cada
cual; y
c) el derecho del Papa a convocar los Concilios Ecuménicos, ya que
esto es competencia de los príncipes seculares y del pueblo
cristiano.

En la destrucción de estos tres muros con que Roma se defiende,


consiste la auténtica Reforma luterana. Todo esto era algo muy diferente
de una reforma moral y disciplinar; era una transformación sustancial de
la Iglesia católica; era un concepto revolucionario del Cristianismo. No se
trataba de corregir los defectos de las personas, sino la naturaleza de la
institución.

No reformación, sino transformación.

Martin Lutero no se levantó para protestar contra la corrupción moral


de Roma ni con el propósito de reformar los abusos de la curia papal; eso
no basta a justificar un cisma; se levantó para anatematizar la doctrina
católica de la justificación, del primado pontificio, de la jerarquía
eclesiástica, del sacrificio de la misa, etc. La reforma implantada por
Lutero no era la reforma que venía soñando desde hacía tiempo la
Cristiandad.

Preciso es conceder que una reforma moral y administrativa era


necesaria; que muchos preceptos canónicos y litúrgicos estaban pidiendo
una simplificación y quizá una total abolición; que en todos los órdenes
de la sociedad y de la Iglesia existía corrupción y escándalos. Pero todo
aquello solo debe contarse como influencias, más que causas, del
ambiente de efervescencia religiosa del siglo XVI.

Los Novadores apetecían otro tipo de reforma. Ellos se apoderaron del


grito casi unánime de la Cristiandad, cambiándole el significado. Al
145
considerarse los portadores de la verdadera reforma, muchos se dejaron
arrastrar por el movimiento, deseando con sinceridad una renovación
moral del clero y una más apta legislación disciplinar, siguiendo
incautamente a los que se arrogaban el título de <<reformadores>>.

Ilusiones y desengaños.

El primero en pasar de la inicial simpatía a la hostilidad franca y


resuelta fue Erasmo, porque fue el primero en ver que lo que se decía
<<Reforma>> iba a parar en <<sedición>>.

Se dirá tal vez que el grito de <<Reforma>>, que resuena desde el Concilio
de Constanza hasta Lutero, más que una protesta contra la inmoralidad
de los eclesiásticos, era una protesta contra el fiscalismo centralizador de
la curia, y que los abusos del fisco romano, o de la Cámara Apostólica, si
influyeron en el advenimiento del protestantismo por la unión intima que
tenían con los Gravámenes de la Nación Germánica. No cabe duda que los
ánimos de michos alemanes se amargaron, llenándose de odio
antirromano por causa de esos gravámenes, que muchas veces no
conocían sino de oídas, y que ellos atribuían a la <<tiranía pontificia>>,
opresora de Alemania, como sí únicamente Alemania tuviera que soportar
aquella carga.

Más que las personas, lo que necesitaba reforma era el régimen fiscal
vigente en la Iglesia desde los tiempos de Avignon. Los conciliares de
Constanza manifestaron su deseo de que el fiscalismo se atenuase y las
reservas papales se redujesen notablemente, y lo exigieron en los
Concordatos que allí se pactaron. La Santa Sede accedió en parte, pero sin
esa fuente de ingresos la vida burocrática de la curia resultaba imposible.

En el ánimo protestante de Lutero no influyó originariamente la


corrupción moral que veía cundir por todas partes ni el cúmulo de abusos
que se atribuían a la curia; sus móviles no fueron extensos, aunque no
146
dejó de utilizarlos a veces en su campaña antirromana. La fuerza central y
motora de sus actividades era interior, de carácter religioso y espiritual,
que no miraba a corregir, sino a crear.

Raíces Teológicas

1. Decadencia de la teología.

Otro factor que influyó en los orígenes del protestantismo y en Lutero


fue la decadencia de la teología, que tras el siglo XIII con Tomás de
Aquino, viene el siglo XIV, de enorme fermentación desintegradora,
activada por pensadores audaces, entre los que destaca Guillermo de
Ockham, padre de la filosofía moderna. La teología se funde en
argumentos filosóficos más que en la Escritura y los Santos Padres. La
lengua decae, siendo criticados los escolásticos por los humanistas, que
son amantes del latín clásico.

El escolasticismo decadente y sus sectas.

La decadencia de la teología en los siglos XIV y XV es incuestionable.


Los teólogos, olvidados de las fuentes y de los más hondos problemas
dogmáticos, pierden el tiempo diputando en agudezas sutiles y sofismas.

Desde que el franciscano ingles Guillermo de Ockham embiste con el


ariete de su nominalismo o conceptualismo, perece la concordia entre los
teólogos, dividiéndose todos en contrarias escuelas y diversos caminos: la
vía antiqua de los reales (tomistas y escotistas) y la vía moderna de los
nominalistas (occamistas), a cuyo lado van los agustinistas y otros.

Los nominalistas repudian la metafísica, negando a las ideas su valor


objetivo, pues no ven en los conceptos generales otra cosa que rótulos que
resumen una serie de experiencias sensibles, transforman la metafísica o
conocimiento de la última realidad de las cosas en lógica formal o en
estudio de los actos mentales; no les interesa lo real –que juzgan
147
incognoscible–, sino lo aparencial, lo sensible y experimentable, cayendo
en el subjetivismo, fuente de muchos errores dogmáticos. Los
nominalistas subestiman la fuerza de la razón humana, no admitiendo
con plena certeza racional –y solo con certidumbre de fe divina–
verdades, tan altas como la unidad e infinidad de Dios, la espiritualidad e
inmortalidad del alma, deslizándose hacia el fideísmo y escepticismo
filosófico. De esta manera rompen la unidad entre la filosofía y la teología,
entre razón y fe. De una parte queda la realidad puramente religiosa, que
es objeto de la fe y objeto de la experiencia mística, y la otra, la
especulación puramente dialéctica y formal. Para los occamistas está
prácticamente excluida una fundamentación lógica y racional de la fe.
Lutero, seguidor de esta escuela, desprecia el conocimiento natural de
Dios y de sus perfecciones.

Unos estudian la teología de un modo formalista, reduciendo casi todo


a cuestiones lógicas; otros, como los seguidores de la Devotio Moderna,
estudian la teología de un modo práctico, cultivando una tendencia
moral, espiritual y mística, pero sin darle bastante fundamento
dogmático, porque confían más en la experiencia vital y psicológica que
en la virtud cognoscitiva de la razón. Esa teología espiritual seguirá
Lutero, buscando la solución de sus problemas íntimos en la consolación
subjetiva, pero tratando al mismo tiempo de fundar sus experiencias
personales en la Sagrada Escritura.

La suboscuridad teológica.

La decadencia de la teología se manifiesta en la incerteza de las


doctrinas, las cuales no se presentaban claras a la mente del teólogo, bien
porque la Iglesia no las habían aun definido, bien porque de ellas se
disputaba temerariamente en todas las escuelas, sin llegar a ninguna
verdad dogmática.

148
Esto explica que Lutero, Melanchton y otros Novadores rechazasen
como <<opiniones escolásticas>> muchas doctrinas que eran dogmas de fe o
próximas a serlo, y, en cambio, acusasen a la Iglesia romana de tener como
propias ciertas proposiciones, que solamente eran defendidas por algunos
escolásticos.

Concepto de Iglesia.

Uno de los conceptos fundamentales que no estaba claro era el


concepto de Iglesia, Primado pontificio, Magisterio eclesiástico. De una
parte los conciliaristas, y de otra los canonistas aduladores del Papa,
habían oscurecido con sus exageraciones las ideas eclesiológicas. Lutero
lamentaba en 1519 que a veces se confundiera la curia de Roma con la
Iglesia romana, e incluso él cayó con frecuencia en tal error.

De todas las escuelas teológicas, quizá ser la nominalista la más


responsable de la decadencia de los siglos XIV y XV, y eso principalmente
por su virtuosismo dialectico, por su recurso continuo a la filosofía
aristotélica, por su afán de novedades y por su crítica demoledora de las
demás doctrinas.

2. El Nominalismo ockhamista de Lutero.

Lutero recibió el nominalismo cuando estudió en Erfurt, de la mano de


sus maestros. Es probable que iniciase en Wittemberg sus estudios
teológicos bajo el signo del nominalismo, aunque sabemos que muy
pronto reaccionó lanzándose al extremo agustinismo. No obstante,
siempre se profesó discípulo de Ockham.

La teoría básica de todos los seguidores de Ockham en filosofía es la


que se refiere al conocimiento; niegan que los conceptos universales fe
géneros, especies, etc., respondan a la realidad; son ficciones de nuestro
entendimiento o términos colectivos para significar un conjunto de

149
individuos; la ciencia humana no conoce más que lo individual y sensible.
Esta doctrina la abrazó Lutero de joven y la mantuvo siempre.

Si en lo concerniente a la inteligencia humana el nominalismo es


pesimista, pues le niega el poder penetrar más allá de lo fenoménico y
aparencial, del mismo modo que niega a la razón el poder demostrar con
certeza la espiritualidad e inmortalidad del alma y aun la existencia,
unidad e infinitud de Dios, únicamente demostrables por la revelación
(fideísmo), por el contrario, en lo concerniente a la voluntad es optimista,
pues Ockham proclama la autodeterminación absoluta del querer, y la
voluntad interviene aun en las operaciones discursivas del entendimiento.

Para Ockham, el voluntarismo divino es tan absoluto que raya la


arbitrariedad. El único límite de la omnipotencia de Dios es la oposición
contradictoria. La potencia absoluta de Dios puede hacer todo cuanto no
incluya contradicción, aunque su potencia ordinaria no hará de hecho son
lo que él mismo arbitrariamente desde la eternidad decretó hacer,
escogiendo un orden determinado. Las leyes morales no se fundan en el
ser, en la santidad y perfección de Dios, sino en su voluntad absoluta. El
nominalismo niega que las acciones sean buenas o malas en sí, por su
propia naturaleza, sino porque Dios quiere que así lo sean.

En consecuencia, los nominalistas sostenían que Dios puede de


potencia absoluta, aunque nunca lo hará (de potencia ordinaria),
condenar al infierno a un hombre justo; del mismo modo que puede
justificar o santificar al pecador, sin una purificación interior y real, por
una simple aceptación, que bastaría para que un acto natural del hombre,
sin gracia actual ni habitual, pasase a la categoría de sobrenatural y
merecedor de la vida eterna.

El hombre no puede por sí mismo obtener la gracia, pero puede


prepararse a recibirla; por sus propias fuerzas naturales es capaz de amar

150
a Dios sobre todas las cosas; puede también durante toda su vida, aunque
con gran dificultad, resistir a todas las tentaciones, si bien todas ellas en
conjunto son irresistibles, y aunque caiga en algún pecado, puede librarse
de los posteriores sin ayuda de la gracia.

Lutero conservó siempre el concepto puramente externo de la


justificación nominalista, aceptando sin dificultad estas doctrinas.

Su agustinismo

Reaccionando contra tales teorías, Lutero se abrazó con un


agustinismo a ultranza, exaltando la absoluta necesidad de la gracia, al
paso que rebajaba y deprimía con negro pesimismo la razón y la voluntad
y todas las facultades de la naturaleza corrompida por el pecado.

Según Ockham, el Papa no es un doctor infalible en materias de fe; es


licito apelar de sus decisiones doctrinales a un tribunal superior, cual es el
concilio ecuménico, el cual tampoco puede decirse siempre infalible en
cuestiones dogmáticas. Miembros del Concilio pueden ser no solamente
obispos y clérigos, sino los laicos, incluso las mujeres.

La insuficiencia de las obras buenas para la salvación es un argumento


que muchos predicadores alemanes del otoño medieval predican con
frecuencia. Lutero debió recibir su formación religioso-monástica en un
ambiente impregnado de esa teología pesimística de tipo agustiniano.

Ambiente heterodoxo

John Wyclif, cuyos escritos fueron pronto conocidos en el Sacro


Imperio, sostenía que la Sagrada Escritura es la única fuente única regla
de fe; que tan solo los predestinados son miembros de la Iglesia, la cual,
por tanto, es invisible; que el Papa no es vicario de Cristo, ni la Iglesia
romana es otra cosa que la sinagoga de Satanás; que en la Eucaristía no se

151
da la transustanciación; que la libertad humana no existe; que es fatuo
creer en las indulgencias, etc.

Decía Wyclif que la verdadera Iglesia no tiene otra cabeza que


Jesucristo. Y repetía Juan Hus que el Papado no es de institución divina,
sino imperial; que la obediencia eclesiástica no es conforma al Evangelio;
que el Papa no puede decirse Vicario de Cristo si no vive como Cristo; que
no ha de someterse a un concilio quien tiene de su parte a la Biblia.

El hecho mismo de que toda o casi toda una nación como Bohemia
siguiese en masa a su héroe y reformador Juan Hus, sirvió de ejemplo para
que la nación alemana corriese también multitudinariamente tras Lutero.

3. Biblicismo integral y absoluto.

Uno de los fundamentos más hondos y definitivos en que se apoyó


Martín Lutero para dar estabilidad teológica a sus experiencias religiosas
fue el biblicismo, que no admite más verdades dogmáticas que las
contenidas expresamente en los libros de la Sagrada Escritura,
interpretados según el criterio y parecer de cada cual, sin ninguna
atención al magisterio eclesiástico ni a la tradición: sola Biblia.

El biblicismo siempre fue defendido y abrazado por todos los teólogos y


por las autoridades supremas de la Iglesia. Siempre se creyó firmemente
que la Escritura, al contener la palabra de Dios, es fuente de la revelación
divina, fuente primaria, más no única y exclusiva, porque la Iglesia, desde
sus orígenes, se sintió depositaria de los misterios (hechos y doctrinas
sobrenaturales) que le reveló y encomendó su divino Fundador, y no
todos esos misterios quedaron consignados en la palabra escrita.

Es de notar que la Iglesia existió con anterioridad a los libros del Nuevo
Testamento y las Cartas apostólicas. En aquellos años su fe no podía
basarse en la letra de la Escritura neotestamentaria.

152
La Iglesia, depositaria de la revelación.

Jesucristo encomendó a su Iglesia primeramente su palabra viva e


inmortal, más tarde –por medio de los apóstoles y evangelistas– también
su palabra escrita, para su posterior difusión. Era tan grande la veneración
que en la Iglesia se tenía ala Biblia, que toda la liturgia apenas era otra
cosa que una oración bíblica y una glosa de la Sagrada Escritura; la Biblia
era el libro básico de la enseñanza teológica en las escuelas. Solamente
cuando la teología se precipitaba hacia la decadencia dejaron los
escolásticos de estudiarla seriamente.

Como resultado de la decadencia teológica y de la escasa autoridad


religiosa del Papa, cuya infalibilidad en cuestiones dogmáticas se negaba
resueltamente, surgió el biblicismo exagerado de algunos teólogos, que no
fiándose de la autoridad pontificia y despreciando la ciencia teológica,
contaminada de aristotelismo, intentaron la búsqueda de otra teología
más pura y más positiva, fundada solamente en la Biblia. Al no admitir la
tradición y el magisterio de la Iglesia, ciertos teólogos comienzan a
formular la teoría del biblicismo absoluto, aunque muchos otros, por
muy audaces que sean, suelen poner alguna restricción, admitiendo la
decisión última de la Iglesia católica.

Marsilio de Padua, Ockham, Wyclif y Hus.

Marsilio de Padua, aunque declara que la única autoridad dogmatica


es la palabra de Dios contenida en los libros de la Sagrada Escritura, única
fuente de verdad, y por más que rechace el supremo magisterio del
Romano Pontífice, reconoce que se dan, controversias sobre el sentido de
los textos sacros; en tales casos tiene que haber un árbitro o juez
supremo, que, no puede ser el Papa, sino la Iglesia universal reunida en
Concilio.

153
Tampoco de Ockham se puede asegurar que defendiese un biblicismo
integral y absoluto, porque cuando enseña que la Biblia es la única
autoridad infalible, lo que pretende es negar esa infalibilidad al Pontífice
Romano. Del Concilio universal dice que, es infalible y es superior al
Papa. Pero la autoridad suprema de la Iglesia la sostiene hasta tal punto,
que los mismos evangelistas, si merecen fe, es porque forman parte de la
Iglesia.

Juan Wyclif llevó el biblicismo a una forma extrema. Según él, toda la
revelación está en la Biblia; todas las verdades católicas están allí
contenidas, y a nadie es lícito añadir nada. La Biblia sola basta para el
perfecto régimen de la Iglesia. Nadie, sino la Biblia, merecen entero
crédito y obediencia. Todas las tradiciones humanas y todas las
constituciones y leyes que no se fundan en la Biblia son superfluas e
inicuas.

Wyclif no habla del Concilio, porque éste no tenía razón de ser en su


concepto de Iglesia, compuesta de solo predestinados. A todos y a cada
uno de los cristianos les basta la Sagrada Escritura. La Iglesia oficial,
visible, que no es la verdadera, puede equivocarse, y más de una vez se ha
equivocado. La Iglesia debe guiarse y seguir la opinión de los teólogos,
que conocen bien la Sagrada Escritura.

La doctrina de Wyclif pude resumirse en estas dos proposiciones:

1. Todo cuanto dicen el Papa y la sedicente Iglesia se ha de condenar, a


menos que lo demuestren con la Sagrada Escritura.
2. La única regla de fe es la Escritura; y todo lo que la Iglesia común
predica y los Santos Padres enseñan y aun los Concilios han
determinado, es despreciable.

Derrotado y casi exterminado el wiclefismo en Inglaterra, no tardó en


propagarse hacia Bohemia, gracias a la predicación de Juan Hus y de sus
154
seguidores. Para él, no hay verdad religiosa que no se encuentre en la
Sagrada Escritura. Esta es la fuente de toda revelación y es por sí
suficientísima para declarar la misma fe.

Que un sano biblicismo, en perfecta armonía con el magisterio


eclesiástico, fue rasgo característico de la Devotio Moderna, tanto en los
Hermanos de la Vida Común como en los canónigos regulares de
Windesheim. De aquellos círculos devotos, que cultivaban con amor la
lectura y meditación de la Sagrada Escritura, se promulgaba que
solamente los libros canónicos tienen autoridad cierta e irrefragable.

Juan de Wessel, partidario de un biblicismo integral, sostenía que no


había que creer ni a los Santos Padres ni a los Concilios generales, sino
tan sólo a la Sagrada Escritura.

El biblicismo de Lutero.

En una primera instancia el biblicismo de Lutero era el tradicional y


ortodoxo: todos los argumentos de los doctores humanos deben ser
sometidos a crítica; solamente ante la palabra de Dios hay que bajar
humildemente la cabeza. Era católico aquel biblicismo, porque no negaba
aun la autoridad suprema de la Iglesia en la interpretación de la Biblia. El
paso decisivo que llevó a Lutero a la heterodoxia tuvo lugar cuando,
diciendo que se apoyaba en la Escritura divina, opuso los textos bíblicos
al magisterio de la Iglesia y a las decisiones pontificias. Este era un
biblicismo integral y absoluto, contrario al biblicismo ortodoxo y
tradicional.

Cuando Roma condena por primera vez las tesis luteranas, el


reformador apela al Concilio ecuménico contra el Papa; cuando Eck le
demuestra que algunas de sus tesis están en oposición con el Concilio de
Constanza, niega la infalibilidad de los concilios. No le queda otro recurso
sino la Biblia, y en ella, o en parte de ella –subjetivamente entendida– se
155
encastillará durante toda la vida, íntimamente persuadido de que sus
propias doctrinas se identifican con la palabra de Dios.

En conclusión, el biblicismo absoluto de Lutero se fue preparando por


los conceptos oscuros e inexactos que en el siglo XV se difundían entre
algunos teólogos acerca de la interpretación auténtica de la Biblia y
acerca de la autoridad del Papa, de los concilios y de la Iglesia. Pero, al fin,
también hay que decir que el biblicismo absoluto de Lutero está marcado
por el subjetivismo. Él es el único intérprete de la Biblia.

Raíces Espirituales y Religiosas

1. Misticismo germánico medieval.

En el misticismo se esconde un cierto elemento protestante. Es un


hecho histórico notable que en el siglo XIV y aun en el siglo XV, florece
en Alemania y en los países limítrofes una gran escuela de mística,
especulativa y práctica, menos conforme a la teología escolástica
decadente. Lutero, que aborrecía a los escolásticos, no podía menos de
amar a algunos de aquellos escritores místicos. No es que fuese un
entusiasta de la mística tradicional; pero no le gustaban los
sentimentalismos, ni las visiones y revelaciones privadas, ni la
terminología nupcial para expresar las relaciones amorosas de Cristo y el
alma. Amaba solamente a aquellos místicos que deprimían y
despreciaban a la razón humana, a los que no se valían de la lógica
aristotélica en sus escritos, a los que daban de la Escritura una
interpretación personal e independiente, a los que ponían al alma en
contacto íntimo con Dios por medio de la humildad y confianza, a los que
reprobaban la observancia farisaica de los preceptos humanos y no
insistían en las maceraciones ascéticas y otras obras exteriores.

Eckhart y Tauler

156
Quizá el más altamente especulativo de los místicos alemanes del
Medioevo fue el maestro Eckhart, por sus doctrinas acerca del alma. Él
sostiene que el alma, transformada por la gracia, se aniquila en Dios y el
mismo Dios se aniquila en el alma; que Dios, en cuanto Creador, nace de
la criatura y en cuanto Divinidad nace de sí mismo y es completado luego
por las criaturas.

Lutero pudo interesarse por algunas expresiones que se refieren a la


justificación y al bien obrar en orden a la salvación, y otras de matiz
quietístico con menosprecio de toda acción externa. De las obras
eckhartianas Lutero pudo haber recibido ciertas influencias por parte de
los discípulos de Eckhart y por algunos gérmenes que flotaban en el
ambiente espiritual germánico.

En cambio, sabemos que conoció y estimó sumamente al otro gran


místico alemán, Juan Tauler, que figurará siempre entre los más altos
representantes de la mística católica. La doctrina de este discípulo de
Eckhart puede decirse plenamente ortodoxa; su finalidad es
eminentemente práctica: desnudar a las almas de toda afición a las
criaturas y encaminarlas a la íntima unión con Dios.

Era Tauler un celoso predicador de Estrasburgo, que pronunciaba sus


sermones o pláticas espirituales en alemán, porque hablando
oratoriamente al pueblo o a comunidades de monjas, no usaba la
terminología precisa y exacta de los teólogos escolásticos, y, además,
porque no se valía de la lengua latina, sino de la vernácula y popular,
cuando ésta aún no había sido pulida y ductilizada para expresar ideas
metafísica.

Lutero aprendió en Tauler a conocer mejor su lengua; pudo aprender


ciertamente en aquellos sermones de alta espiritualidad una piedad
honda y viva, un alto conocimiento de Dios y reconocimiento de la propia

157
nada, gran desestima de las obras puramente externas, confianza total en
la misericordia divina, desprecio de los fariseos que confían en sus propias
obras y sólo externamente parecen buenos, deseos ardientes de refugiarse
en el costado de Cristo cuando las tentaciones asaltan el alma, actitud
pasiva ante Dios, que es quien por sí solo nos regenera; menosprecio del
conocimiento racional y analógico de Dios; abandono de sí mismo a la
voluntad de Dios y a sus inescrutables designios.

Tauler habla de la absoluta resignación con que el hombre debe


abandonarse a la voluntad cívica, aunque ésta sea de arrojarse al infierno
por toda la eternidad, y Lutero lo repite con idénticas palabras.

Lutero forzó la interpretación de ciertos pasajes de Tauler,


infundiéndoles de ciertos pasajes de Tauler, infundiéndoles su propia
alma y mentalidad. Afirma que la naturaleza humana fue “envenenada”
por el pecado original, y, en consecuencia, “nuestra justicia delante de Dios
puede decirse injusticia e impureza” y al hombre caído no le queda sino “su
impotencia, su indignidad y su nada”; mas no pretendía con eso afirmar la
absoluta corrupción intrínseca de la naturaleza en el sentido totalmente
negativo y pesimista que le dio Lutero. Dice Tauler que el hombre caído
nada puede en orden a la vida eterna sin la gracia, y Lutero entiende esa
impotencia como si el hombre estuviese privado incluso del libre albedrío
y como si todas las obras humanas, aun las del justo, fuesen malas e
inútiles, lo cual es categóricamente negado por Tauler.

El anónimo de Frankfurt.

Hay otro místico alemán, completamente ignorado hasta que Lutero lo


descubrió y muy leído desde entonces, si bien no conocemos aun su
nombre. Lutero lo nombró “Teología germánica”, para significar que tal
era la verdadera y genuina teología de los alemanes, a diferencia de la
teología escolástica, racional, propia de los latinos o de la Iglesia romana.

158
El autor anónimo francofurdiense sigue en la línea de Eckhart y de
Tauler, con un concepto altísimo de Dios “el Uno, el Todo, el Perfecto, el
verdadero Ser”, ante el cual todas y cada una de las criaturas son “Nada”;
hay que abandonarse totalmente a Dios, para que nuestra voluntad se una
perfectamente con la divina; donde está el vivir de Cristo, allí esta Cristo;
el que cree en Cristo, cree que su vida es la mejor y más noble de todas; el
alma del hombre tiene dos ojos, el uno mira a la Eternidad, el otro al
Tiempo y a las cosas sensibles, pero ambos no pueden actuar a la vez; si
no hubiera voluntad propia, no habría infierno ni ningún espíritu malo.

159
¿Cómo influyeron en Lutero?

Sin duda que Lutero lo que con más íntimo placer saboreaba de
aquellos místicos tardíomedievales era la necesidad de entregarse
totalmente, fiducialmente a Dios, poniéndose en sus brazos
misericordiosos, esperando de sólo Él la salvación; la riqueza del mundo
interior, la voz del corazón más profunda que la de la razón; las oscuras
pruebas del alma; la escasa valoración de la actividad humana y de las
obras exteriores, así como las pocas alusiones a los sacramentos y a la
jerarquía de la Iglesia.

Tenemos ya a Lutero íntimamente persuadido de que los grandes


místicos germánicos del otoño medieval le prestarán el apoyo de su
autoridad en la elaboración de su doctrina heterodoxa sobre la pasividad
del hombre ante Dios y la inutilidad de las obras en orden a la
justificación y salvación.

Hay otro misticismo muy diferente al germánico, que se manifiesta en


un “sentimiento de intima consolación espiritual”, procedente de la
doctrina luterana de la sola fe en Cristo. Este misticismo consolatorio
merece contarse entre las causas eficaces y efusivas del luteranismo,
porque actúa radicalmente en el alma misma de Lutero y porque influye
en el fanatismo religioso con que muchos abrazan la doctrina luterana.

2. Evangelismo y Paulinismo.

Si el misticismo germánico medieval merece tenerse en cuenta al tratar


de los orígenes del luteranismo, por el apoyo que pudo prestar al
reformador alemán cuando este daba los primeros pasos en la búsqueda
de una teología nueva, diferente de la escolástica, mucho más importante
debe considerarse otro factor histórico de índole religiosa y espiritual,
que influyó no solo en el alma del propio Lutero, sino en la génesis y el
desarrollo de todo el movimiento luterano. El Paulinismo buscaba una
160
religión más interior, con desprecio de las obras exteriores y de los
formulismos farisaicos y al evangelismo que suspiraba por transformar los
sistemas teológicos y las instituciones jurídicas en una corriente de vida
auténticamente cristiana.

Hacia un cristianismo más puro.

El ambiente espiritual europeo estabas preparado para escuchar el


mensaje de Lutero, porque casi todos los cristianos medianamente cultos
se hallaban empachados de palabrería humana y tenían hambre de la pura
palabra de Dios. En los Países Bajos, en Francia, en Inglaterra, en España,
en Italia, grupos selectos de personas añoraban una piedad más sincera y
una teología más positiva. Un difuso sentimentalismo religioso y un
pietismo de carácter ético y subjetivista, originado en parte por la Devotio
Moderna y en parte por el Humanismo –dos corrientes que mezclan sus
aguas en Erasmo– desconfían de los teólogos escolásticos y buscan en el
Evangelio y en San Pablo un cristianismo más puro, más sencillo, más
interior; no un sistema teológico, sino una vida espiritual.

Se deseaba una vuelta al Cristianismo primitivo, genuino y simple, sin


las adherencias que la tradición, la costumbre y la rutina le habían ido
añadiendo, y se hablaba y escribía contra la observancia farisaica de los
ritos externos y de numerosos preceptos, leyes y “constituciones
humanas”. El Manual del Soldado Cristiano de Erasmo es la mejor síntesis de
semejantes ideas y sentimientos.

El fervor de los frailes y predicadores en recomendar tan


insistentemente ciertas prácticas devotas, que el pueblo llegaba a tenerlas
por necesarias para la salvación. En muchas ocasiones no era sino un
efecto de excesiva religiosidad, la cual pasaba de lo sustancial a muchas
nimiedades. El pueblo materializa siempre un poco la religión.

161
Huizinga sostiene que: “La vida de la Cristiandad medieval está, en todas sus
manifestaciones, compenetrada y saturada de ideas religiosas. No hay cosa, no hay
acción, que no esté continuamente puesta en relación con Cristo y con la fe…Pero en tal
atmosfera sobresaturada, la tensión religiosa, la efectiva trascendencia, la liberación
de lo terrestre, no pueden verificarse siempre. Y si la tensión decae, todo lo que estaba
destinado a despertar en el hombre la conciencia de Dios se petrifica convirtiéndose en
una asombrosa banalidad”.

El espíritu reformador del siglo XV no se dirigía tanto contra el carácter


impío o supersticioso de las nuevas prácticas como contra las sobrecargas
de la fe misma. Se multiplicaban las señales de la gracia divina, cada vez
más generosa y benigna. Junto a las bendiciones; de las reliquias se pasaba
a los amuletos; la virtud de la oración se formalizaba en los rosarios y en
los santos.

El teólogo Pedro d’Ailly escribió en 1416 un tratado en el que presenta


un programa completo de reforma, estigmatizando todas las corruptelas y
abusos que se notan en el cuerpo eclesiástico, desde el Papa y los obispos
hasta los frailes y el vulgo. Pues bien, tratando del culto y de la
religiosidad popular, lo que más reprensible le parece es la incesante
proliferación de ceremonias, de preceptos, de ritos litúrgicos prolijos, de
imágenes de santos, de días festivos, de Órdenes mendicantes, etc. Lo cual
viene a significar que aquella religiosidad estaba profusamente recargada
de elementos accesorios.

“Devotio moderna” y Humanismo.

Contra el concepto casi pagano de una religiosidad consistente en


prácticas externas y formalistas no tardó en producirse una enérgica
reacción encabezada por la Devotio Moderna. Según este movimiento, “El
reino de Dios, consiste en la justicia, paz y gozo con el Espíritu Santo, y todos los ritos

162
de devoción solo valen en cuanto ayudan a la vida interior”. Tanto insistía en la
disposición interna y en el menosprecio de lo ritual, que a veces parecía
negar a los sacramentos su virtualidad, como si únicamente dependiese su
eficacia.

Paralelamente a la corriente ética y espiritual de la Devotio moderna fluye


otra radicalmente diversa y aun contraria en su concepto del hombre y del
mundo, la corriente cultural y sapiencial del Humanismo italiano, que
coincide con aquélla en la crítica de las exterioridades, de los ritualismos,
de las especulaciones escolásticas, y podemos decir que también en su
biblicismo, aunque los humanistas aportaban un sentido filológico, del
que carecían los “devotos”.

John Colet, Erasmo y Lefèvre d’Etaples.

De los humanistas de la Academia Florentina, especialmente de


Marsilio Ficino y Pico della Mirándola, depende en gran parte la
espiritualidad crítica y biblicista de John Colet. Sus lecciones sobre la
palabra de Dios, desechando las agudezas de los escolásticos, a quienes
reprendía por haber introducido en la enseñanza y en la predicación
cristiana unas doctrinas abstractas, que de nada sirven para la vida
espiritual.

Erasmo escuchó en 1499 sus lecciones sobre San Pablo y quedó desde
entonces ganado para el Paulinismo, con una concepción más
espiritualista de la religión y con el afán de reformar la teología a base de
Escritura y Santos Padres.

Contra el escolasticismo y contra el fariseísmo de las obras externas


levanta John Colet la bandera del Paulinismo, que Erasmo se encargará de
difundirla por Europa. Ese Paulinismo tenía mucho de común con el
evangelismo, “un movimiento doctrinal, dirigido contra cierta teología mucho más

163
que contra el dogma, contra los métodos de la escuela más que contra las prácticas o las
formulas de la fe. La vuelta a la Antigüedad cristiana, a la Escritura y a los Padres, un
cristianismo más espiritual, una Iglesia más libre: tales eran las tendencias que habían
constituido el Evangelismo”.

Lo que pretendía era desterrar de la teología el dialecticismo de los


escolásticos y hacer triunfar en ella la Sagrada Escritura y los Santos
Padres de la Iglesia, y al mismo tiempo depurar la religión cristiana de
muchas adherencias seculares que estorbaban a la genuina piedad. Quería
presentar la religión como una norma de vida, más bien que como un
conjunto de verdades dogmáticas, y ver en la Iglesia el Cuerpo místico de
Cristo, más bien una institución con leyes y jerarquía. Esa fue la tarea que
se impuso Erasmo cuando publicó en 1503 el Manual del Soldado Cristiano,
verdadero manual de lo que él denominaba “filosofía de Cristo”.

El programa erasmiano se basaba en una reforma de la teología y de la


vida cristiana, menos formulismo religioso y más religión personal. Ha
sido muchas veces acusado Erasmo de moralismo y de poca comprensión
del misterio cristiano, pero no es cierto porque en el Manual enseña que el
Cristianismo se funda en la fe y en la caridad.

Pero a Martin Lutero se le adelanta en ensalzar la justificación por la fe,


al modo paulino Lefèvre d’Etaples. Él exalta la fe, pero una fe activa, que
obra por la caridad, recomendando las obras de mortificación, los cilicios
y disciplinas, los ayunos y abstinencias, pero con tal que no se ponga en
ellas la confianza, sino en Dios solo. Cuando más adelante Lefèvre se pone
al frente del grupo de Meaux, su teología paulina adquiere tintes muy
semejantes a los de Lutero, pues predica que la salvación se debe a las
obras de Cristo Redentor, no a las del hombre; sólo Cristo nos ha de
salvar. “La noche del pecado ha pasado y el día de la gracia está cerca, porque
Jesucristo nos trae la gracia y remisión de todos nuestros pecados. Todo nos es

164
perdonado en Jesucristo, con la sola condición de que tengamos fe en Él. (…) Basta la fe
para ser heredero del reino de los cielos.”

Evangelismo español

También en España desde 1512 cunde una especie de evangelismo que


presenta dos caras notablemente distintas: de una parte, el
alumbradismo (o iluminismo) y de otra, el eramismo. Son muchos los
españoles cultos que se declaran eramistas y muchos también los que
erasmizan sin confesarlo. “El <<iluminismo>> se hace a su vez mucho más
comprensible cuando se le estudia relacionado con el movimiento erasmiano. Las
tendencias de los alumbrados ofrecen analogías evidentes con las de la gran revolución
religiosa que conmueve por entonces a Europa, y que palabras como <<protestantismo>>
o <<reforma>> resumen de manera tan engañosa.”

Evangelismo italiano

Los espirituales italianos, como casi todos los que en otras naciones de
Europa profesaban el evangelismo, vivían un Paulinismo muchas veces
exagerado y unilateral, leyendo las epístolas del Apóstol con ojos
espirituales y devotos más que con mirada agudamente teológica. Les
angustiaba el problema del pecado y de la justificación. Parece como si
sintiesen cierta delectación en reconocerse pecadores, en confesar su
incapacidad e impotencia para el bien, al mismo tiempo que se
complacían en ensalzar la omnipotencia de la gracia y el beneficio de la
redención. Magnificaban con hermosos sentimientos de misericordia de
Jesucristo y exhortaban a poner en él solo toda nuestra confianza. Cosas
excelentes, bien entendidas, solo que muchos de aquellos hombres
interpretaban a San Pablo con el corazón y el sentimiento, y no tan
conforme a la sólida teología, incurriendo en inexactitudes y errores,
como el de pensar que la naturaleza se halla tan corrompida por el pecado

165
original, que nada de cuanto el hombre haga, aunque sea con la gracia,
puede decirse mérito. El solo oír hablar de méritos humanos les horrorizaba.

San Pablo era el maestro supremo, tanto de aquellos reformistas


erasmianos que anhelaban un cristianismo más íntimo, más puro y simple
y menos recargado de obras farisaicas y de ceremonias exteriores, como
de aquellos más espirituales que, desconfiando de sus propias obras, se
abandonaban a la misericordia divina.

Existían en todas partes almas cristianas, ávidas de una religiosidad


más sincera que buscaban nutrimento para su piedad en la lectura
privada del Evangelio y escogían a San Pablo como maestro espiritual.
Despreciaban hasta el exceso la participación del hombre en la obra de la
propia salvación, abandonándose totalmente y en actitud pasiva a Cristo
redentor y misericordioso. Había muchos que estaban ya hartos de tantas
devociones supersticiosas y suspiraban por la devoción esencial y única
de Dios, a Jesucristo, sin muchas ceremonias, ni ritos, ni formulismos, y
sin otra teología que la derivada directamente del Evangelio, eliminando
las superestructuras escolásticas.

3. Explosión Paulinista de Lutero

La salvación está en sólo Cristo y no en nuestras obras. Siempre y en


todo somos pecadores. Pero la fe fiducial en Cristo nos salvará. La Biblia
es la única que debe ser escuchada, no las leyes y constituciones humanas.

Lutero, yendo de camino a la Dieta imperial de Worms, en 1521,


promulgaba: “Y reparad en lo que os digo: Todas vuestras obras no tienen valor
alguno… Cristo ha destruido la muerte para nosotros, de modo que por su obra,
extrínseca a nosotros, y no por nuestras obras propias, somos justificados. Pero la
autoridad del Papa nos ordena otra cosa: ayunos, rezos, abstinencias, para alcanzar la
salvación; si guardamos esos preceptos… Y con eso seduce al pueblo, como si la santidad

166
y la justificación dependiesen de nuestras propias obras… Pero yo os digo: Ningún santo
obtuvo la salvación por sus propias obras… La salvación no procede de las obras, sino
de la fe… Cristo el Señor dice: Yo soy vuestra santificación, Yo he destruido los pecados
que lleváis sobre vosotros”.

El mensaje luterano de consolación de las conciencias atribuladas


llevaba una carga muy fuerte de misticismo, de experiencia religiosa viva
y en cierto modo contagiosa, lo cual influyó mucho en que las nuevas
doctrinas fuesen aceptadas no sólo en Alemania, sino también en otros
países.

La doctrina consoladora

Lutero presenta su doctrina como una experiencia religiosa, como algo


vivencial y cuasimístico, que le iluminó las profundidades del dogma
cristiano, proporcionándole una infinita consolación del alma. Este
misticismo luterano de la justificación por la fe sola reclutó numerosos
adeptos, que decían hallar en esta doctrina una paz interior y una
tranquilidad de conciencia que en vano promete la Iglesia al que recibe
los sacramentos y practica obras de piedad, de obediencia o de
mortificación.

No menos que Lutero insiste Melanchton en la consolación del alma,


como motivo para abrazar la doctrina de la fe sin obras.

Y ese misticismo de honda consolación espiritual se reforzaba


infinitamente con la certeza absoluta de la propia salvación eterna. Aquí
ha de buscarse la causa del ardor sagrado y fanático que caracterizaba a
los primeros novadores y de la eficacia enorme de su proselitismo. Sin este
hondo sentimiento religioso y casi místico, la herejía no hubiera podido
conmover y arrastrar tantas almas.

Raíces políticas, sociales y psicológicas.


167
1. Situación política de Alemania.

Como todas las principales naciones se habían constituido ya en


monarquías absolutas, favorecidas incluso eclesiásticamente por el
Romano Pontífice, vemos que Alemania permanecía fraccionada en una
multiplicidad de Estados, sin un rey de todos los alemanes, porque el
Emperador, desde la época del Interregno (1256-73), puede decirse que no
ejercía verdadera autoridad fuera de los territorios hereditarios de su
familia. Era un príncipe más de tantos como integraban la nación
alemana; era el <<Presidente de las comunidades germánicas>> y, para
mayor debilidad, su presidencia no era hereditaria, sino electiva.

Debilitad del Emperador.

Ranke postulaba que: “Cuando todas las monarquías de Europa se


consolidaban, el Emperador fue expulsado de sus dominios hereditarios y vagó por el
Imperio como un fugitivo; (…) Nunca la alteza del Imperio se redujo a forma tan
despreciable”. Consecuencia de la debilidad política del Emperador era su
penuria económica. Sus ingresos, en el siglo XIV, no pasaban de 13.000
ducados, la mitad de lo que percibían algunos obispos alemanes.

El mismo Lutero, viendo cómo Francia, España e Inglaterra habían


sustituido al Imperio en la política internacional, exclamaba con afligido
acento patriótico: <<Si Alemania tuviese un solo señor, seria invencible. Así lo fue
bajo Enrique I, padre de Otón el Grande. Entonces estuvo bien Alemania y a
continuación gobernaron potentemente los tres Otones>>.

Lo que no advertía Lutero era que si Carlos V hubiese sido un monarca


absoluto, como Francisco I lo era en Francia y Enrique VIII en Inglaterra,
el luteranismo no hubiese triunfado en Alemania; habría sido sofocado y
aplastado en su nacer, porque el Edicto de Worms, que proscribía a
Lutero en el Imperio, se hubiese ejecutado puntualmente, y el reformador

168
hubiese tenido que huir lejos de su patria sino quería perecer en la
hoguera. No le faltó a Carlos V voluntad; le faltó poder frente a otros
príncipes y pequeños Estados coaligados contra el Emperador y
favorables al luteranismo. A raíz de su elección imperial tenía las manos
atadas para obrar contra los que le habían otorgado la corona y no
disponía de un ejército fuerte y bien equipado; más adelante, ni siquiera
con victorias tan resonantes como la de Mühlberg le fue posible destruir
la coalición de los príncipes luteranos.

Poderío de los príncipes.

Según Lucien Febvre: <<Los verdaderos dueños de los países germánicos eran los
príncipes y las ciudades>>. Desde la Bulla aurea de Carlos IV (1356) que
regularizó una práctica, iniciada en el siglo precedente, siete eran los
príncipes electores que disponían de la corona a la muerte del Emperador
y casi disfrutaban de la plena soberanía: eran los arzobispos de
Maguncia, Tréveris y Colonia, con el rey de Bohemia, el duque de
Sajonia, el marqués de Brandeburgo y el conde del Palatinado; tres
eclesiásticos y cuatro laicos. Derechos y privilegios levemente inferiores
adquirieron, especialmente bajo Federico III (1440-93), los demás
príncipes, obispos, numerosos abades y abadesas y muchas ciudades que,
habiéndose independizado en los siglos XII y XIII de los señores feudales,
desarrollaron su población y su economía industrial y se hicieron fuertes
contra sus enemigos, asociándose a veces en ligas o confederaciones.

Los más eminentes príncipes alemanes consiguieron, cada cual en su


territorio o principado hereditario, un poder absoluto, con que imponían
su autoridad aun en materias religiosas. Ampliaban arbitrariamente sus
derechos de patronato, de vigilancia y visitación de monasterios;
imponían tributos sobre los bienes del clero, leyes de desamortización,
impedían o restringían el derecho adquisitivo de los clérigos y limitaban
la jurisdicción espiritual.
169
2. La situación social. Los Caballeros.

Lutero no predicó una revolución social, sino religiosa. No fue el


factor económico, ni la lucha de clases, un elemento de importancia en la
génesis y desarrollo del luteranismo. No hay dificultad en admitir que la
situación socio-económica del Imperio creaba en los ánimos de muchos
una cierta inquietud, insatisfacción e inestabilidad, clima propicio para
cualquier revolución. También se puede afirmar que en ciertos territorios
el pueblo y la burguesía nutrían de odio contra el clero privilegiado e
indigno.

No fueron los campesinos y los oprimidos los que causaron el triunfo de


la nueva religión: fueron los príncipes. En su afán de hacerse cada día más
potentes, <<los grandes señores solamente se sometían al Emperador, ayudándole en
las empresas nacionales, si de ese modo podían conseguir mayores privilegios y
ampliaban sus dominios. Ya se comprende que, espoleados por semejante ambición,
echasen el ojo codiciosamente a los bienes eclesiásticos, que radicaban dentro de sus
territorios o que de cualquier manera se hallaban al alcance de sus manos rapaces. (…)
Con sólo abrazar la nueva religión, que se decía “reformada”, justificaban su rapiña>>.

La situación de los <<Caballeros>>, o de esa clase social de nobleza


inferior que se denominaba <<la Caballería>>, favoreció también al
luteranismo. Nunca dispusieron los Caballeros de grandes territorios
feudales, limitándose su jurisdicción a sus castillos y fortalezas con los
campos adyacentes. Su edad de oro había sido el siglo de los
Hohenstaufen, cuando se les ve combatir denodada y
<<caballerescamente>> en defensa y sostén de la soberanía imperial. En el
siglo XIV entran en decadencia, por su pobreza y porque no tuvieron un
monarca enérgico que los agrupa y los dirigiera hacia un ideal nacional.

Desde la invención de la pólvora y la radical transformación del arte de


la guerra, la caballería cedió mucho a la infantería de los lansquenetes, de
170
forma que hacia 1500 había perdido mucho de su antiguo poder e
influencia. Arruinados, además, por la evolución económica que
depreciaba la propiedad del agro, y no pudiendo ya vivir de los frutos de
sus campos ni del botín de guerra, como en los tiempos pasados, los
Caballeros tenían que ponerse al servicio de señores más poderosos, que
les empleaban en campañas militares, cuando no se dejaban arrastrar por
su odio contra la oligarquía creciente de los magnates y contra la
prosperidad industrial de las ciudades, dedicándose a perturbar el orden
público con actos de bandolerismo y saqueo y saqueo de villas y
monasterios. En ellos pensaba Lutero cuando en 1520 lanzó su manifiesto
A la nobleza de la Nación Germánica.

El más impetuoso y virulento de todos era Ulrico de Hutten. Este


caballero humanista, de noble familia venida a menos, joven vagabundo y
aventurero, poeta coronado por el Emperador Maximiliano, ferviente
patriota y luchador en pro de una revolución antirromana, a la que
pretendía dar un carácter nacional –su germanismo se exacerbó,
justamente con su odio al Papado, durante su estancia en Italia–, prestó a
Lutero y a sus secuaces un acento de germanismo exasperado, que era
recibido con aplauso por sus compatriotas.

Las ciudades.

Al paso que decaía la clase ecuestre y se empobrecía progresivamente,


la población se concentraba activamente en las ciudades. Son las
ciudades, con sus industrias y con su espíritu comercial, las que crean una
nueva sociedad, diversa de la feudal-agraria. La época de Lutero coincide
con los inicios del Capitalismo.

En la vitalidad de las ciudades busca un nuevo apoyo el Emperador, ya


que no lo encontraba fácilmente en los grandes feudatarios ni en el alto
clero. Algunas se convirtieron en pequeños Estados autónomos, y desde

171
1487 tenían corporativamente su participación en las Dietas. Los centros
urbanos, aunque de población poco numerosa, se organizaron
perfectamente bajo el aspecto burocrático, judicial, militar y financiero.

Si las factorías de la Liga Hanseática empezaban a perder su antiguo


esplendor, otras ciudades prosperaban con nuevos y más lejanos
comercios, como el Próximo Oriente (mediante Venecia y Génova) y las
más remotas islas de las Especias (mediante Lisboa). En Augsburgo
radicaban las famosas casas comerciales de los Függer, los Welser y los
Hochstetter. Jacobo Függer principal banquero de la curia romana y de
los Habsburgo, <<rey del comercio europeo>>, tenía en sus manos la
producción minera de Turingia, el Tirol, Carintia y Hungría, y trataba de
acaparar el comercio de los metales en España.

Lutero no podía simpatizar con estos capitalistas, almacenadores de


riquezas, y aunque se ha dicho, con razón, que el reformador se sentía
hombre de la ciudad más que del campo, desaprobaba el concepto de la
productividad del dinero y condenaba el préstamo a interés, base de la
nueva sociedad comercial. La burguesía prestó su apoyo a la revolución
religiosa, al menos en un segundo momento, abriéndole las puertas de las
ciudades.

El agro

En vivo contraste con el lujo y derroche que cundía entre las clases
superiores, sorprende desagradablemente la miseria de la gente
campesina, amargada por el descontento y aun por el odio contra los
señores. Fermentos revolucionarios se dejan sentir durante todo el siglo
XV en la población agraria. Y es de notar que al agro pertenecían las tres
cuartas partes de los alemanes, que no gozaban jurídicamente de plena
libertad. Por lo común era casi siervos y colonos, que tenían en enfiteusis
hereditaria las tierras de sus señores, los cuales se mostraban a veces muy

172
exigentes en cobrar las rentas y censos, en imponer nuevos tributos y
prestaciones personales, en prohibir la casa y la pesca y en hacer cumplir
otros antiguos derechos feudales.

Se ha hablado de cierto patriarcalismo que reinaba todavía en las


relaciones entre los señores y sus súbditos. Estos exponían directamente
a aquellos, o a su cancillería, multitud de deseos, de suplicas o de quejas;
pero eran tantas las demandas, que el despacho de las mismas se hacia
largo y difícil. La solución dependía de la buena o mala voluntad, del
sentido de justicia o de la arbitrariedad del señor territorial.

Los campesinos se sentían oprimidos por la nobleza y el alto clero,


tenían conciencia de la injusticia que pesaba sobre ellos, y acechaban la
ocasión de liberarse de los diezmos y las gabelas, de conquistar por la
fuerza la plena libertad e igualdad ante la ley, tomando las armas y
decapitando a los señores si era necesario. Muchas veces lo hicieron así a
lo largo del siglo XV, siguiendo quizás a un caballero empobrecido o
dejándose arrastrar por el fanatismo de un predicador religioso.

Tumultos y revoluciones.

A lo largo del siglo XV hubieron una serie de revoluciones, como la de


Worms en 1431, donde 3.000 campesinos con banderas y armas se
presentan ante las puertas de la ciudad pidiendo justicia y muerte a los
judíos usureros, que fueron la antesala de la gran revolución social de
1524, acaudillada por el anabaptista Tomás Müntzer, ante la cual Lutero
tomó una actitud ambigua, o, por mejor decir, cambiante; primero de
benevolencia y simpatía, y al fin de sanguinaria represión. <<Los campesinos
entendieron la libertad evangélica predicada por Lutero de una manera más palpable y
brutal de lo que aquel pensaba>>.

La situación del alto clero.

173
Complemento de la situación social y parte integrante de ella debe
considerarse la situación eclesiástica. Algunas noticias acerca del estado
en que se hallaba la Iglesia en Alemania, desde los obispos hasta los
últimos clérigos, ayudarán a comprender, si no el origen, al menos el
incremento y la rápida propagación del luteranismo.

Quizá en ningún país era tan poderosa y opulenta la nobleza


eclesiástica como en el Sacro Imperio, pues mantenía sus antiguos
señoríos feudales. La tercera parte del territorio nacional le pertenecía. En
muchas ciudades y diócesis, como la de Worms, la mayor parte de las
tierras y campos era propiedad de la Iglesia, es decir, de los obispos y
abades. La más importante de las sedes episcopales era la de Maguncia.

De los siete príncipes electores del Imperio, tres eran eclesiásticos: los
arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia. Obispos y abades ejercían
jurisdicción temporal sobre vastos territorios, como señores feudales. Eso
explica tantas ambiciones por obtener semejantes dignidades
eclesiásticas. Por eso las familias nobles dedicaban a la Iglesia alguno de
sus hijos que no fuese el primogénito, heredero natural del señorío
familiar.

Por su parte, los canónigos catedralicios usufructuaban las rentas del


beneficio; vestían trajes lujosos, no el hábito talar, contra las reiteradas
disposiciones de los Concilios; asistían a banquetes profanos y a torneos
caballerescos, y lo mismo que los prelados, conducían una vida de gran
mundanidad, cuando no de escándalo.

Resultado de tal género de vida y de si falta de vocación sacerdotal era


la consuetudinaria violación del celibato, la ambición y codicia, que les
impulsaba a acumular muchas prebendas y beneficios (episcopados,
parroquias, etc.), y como consecuencia natural de esta acumulación, la
imposibilidad de residir en todos los lugares en donde tenían cura de

174
almas. El absentismo de los pastores fue una de las pestes más dañinas de
la Iglesia antes del Concilio de Trento. Con tales jefes, la Iglesia no estaba
en condiciones para resistir eficazmente la embestida avasalladora del
luteranismo.

El proletariado clerical.

El clero inferior, al menos en ciertas zonas, yacía en el mayor abandono,


pobreza, ignorancia y corrupción. El concubinato cundía principalmente
en Sajonia, Franconia, Baviera, Austria y particularmente el Tirol,
Constanza, el Alto Rin y en las grandes ciudades rebosantes de clérigos. Y
esto, aunque la Iglesia, por los Concilios y por los teólogos, lo condenaba
insistentemente.

Donde la moralidad señalaba un índice más bajo solía ser en el clero


rural y en aquella ínfima clase de sacerdotes, denominados <<altaristas>>,
que vivían en las ciudades sin tener otro oficio, fuera del breviario, que el
de servir a un altar, diciendo en él la misa y cobrando la fundación. Esa
enorme masa de sacerdotes que no habían pasado por un seminario ni por
otro instituto de formación clerical –porque entonces no los había– es la
que ha sido designada como <<proletariado eclesiástico>>; convivían con el
pueblo, trabajaban como obreros, artesanos o labradores, participaban de
las costumbres y estaban dispuestos a adherirse a cualquier revolución.

La miseria en que vivían estimulaba su odio hacia el alto clero, que


nadaba en riquezas. La ignorancia los hacia ineptos para la cura de almas.
Y su excesiva numerosidad era causa de que languideciesen en el ocio más
desmoralizador. Sin embargo, el número de altaristas no era tan grande, y
en algunas diferencias, la diferencia entre alto y bajo clero no era tan
fuerte.

En resumidas cuentas, muchos frailes, demasiados clérigos, la mayoría


ociosos e ignorantes. Entre los religiosos se había iniciado una renovación
175
disciplinar y espiritual por medio de las <<Congregaciones de
observancia>>, pero abundan testimonios sobre la relajación de monjes y
monjas en verdad impresionante, porque los conventos a donde no
llegaban las corrientes de reforma seguían empantanados.

No hay duda que la corrupción, ignorancia y resentimiento del clero


inferior fue causa de que muchos sacerdotes se pasasen a las filas de los
luteranos, que predicaban una vida más libre, la abolición del celibato
eclesiástico, la supresión de la confesión auricular obligatoria, la
inutilidad de los ayunos, abstinencias y mortificaciones, la negación de la
jerarquía, etc.

El deseo de mayor libertad y la persuasión de que Lutero no iba contra


los dogmas, sino contra los preceptos de la Iglesia y contra ciertas
costumbres tradicionales, impulsaron a muchos a seguir a los Novadores.
Lo asegura el mismo Melanchton. Quizá ni el mismo Lutero comprendió
en un principio toda la trascendencia y el carácter herético de sus
doctrinas; por eso repitió una y otra vez, en la controversia de las
indulgencias, que no pretendía atacar la autoridad del Papa ni apartarse
de la Iglesia romana.

<<Fue la guerra de los campesinos, más que la Bula “Exsurge”, la que contribuyó a
esclarecer la situación. Había entonces ilustres seglares (…) a quienes Lutero, con sus
escritos espirituales, había ganado para sí, y que no se apartaron de él hasta que
leyeron los escritos posteriores y observaron que el resultado final era la herejía y la
revolución eclesiástica>>.

La confusión de las ideas llegó a tanto, que todavía a mediados del siglo
XVI no era fácil discernir si algunos párrocos eran católicos o luteranos;
quizá ni ellos mismos lo sabían, actuando en forma más bien luterana,
bajo la obediencia externa de un obispo o príncipe católico. La ignorancia
teológica se daba la mano, unas veces con el libertinaje, otras con el

176
anhelo de reforma social. Así, no es de maravillar que la masa del pueblo
no se diese cuenta de haber abandonado la religión de sus padres.

3. Ambiente de angustia y de pavor.

Fruto de la inquietud social que hemos descrito, acrecentada por las


continuas guerras, pestes, hambres y calamidades públicas; consecuencia
también de una profunda religiosidad mal orientada y poco instruida,
fermentaba en los países septentrionales un sentimiento de ansiedad,
congoja, temor; estado de ánimo que tal vez en nadie se reflejará mejor
que en Lutero.

Es curioso que mientras el Renacimiento italiano entonaba suaves


himnos a la alegría de vivir, siguiese Alemania impregnada de tristes
presentimientos. Que la atmósfera espiritual de Alemania estaba cargada
de sombríos sentimientos, no obstante el florecer de la vida en muchas de
sus manifestaciones, se demuestra con una rápida mirada a la literatura
devota, al arte religioso, a los sermones y a las crónicas del tiempo. La
piedad era intensa y exuberante, aunque con excrecencias reprensibles, y
se teñía con frecuencia de colores patéticos. El hombre del otoño
medieval tenía conciencia viva del pecado y anhelaba con toda el alma la
salvación eterna.

177
Conciencia del pecado.

En esta época se pecaba mucho, y como la fe religiosa estaba muy


arraigada, surgía inevitablemente la conciencia inquietante del pecado, la
cual debería llevar al arrepentimiento, a la confesión sacramental, a la paz
con Dios; pero las pasiones eran fuertes y el hombre pecador, intranquilo,
con remordimientos, seguía adelante con su pecado a cuestas, aunque al
final, desea expiar sus culpas con penitencias a veces durísimas.

Entonces se ponían en gracia de Dios, pero conservando viva la


conciencia del pecado. Esta conciencia les encendía el deseo de perdón, la
estima de las indulgencias no siempre bien entendidas, el afán de rezar
determinadas oraciones a determinados santos y en determinadas
circunstancias, con mezcla de superstición.

Afán de peregrinar.

De ahí el correr multitudinario a Roma, a Tierra Santa, a Santiago de


Compostela, a venerar las reliquias indulgenciadas de Aquisgrán, o la
santa túnica de Tréveris. La exaltación del sentimiento religioso era la
causa fundamental de este afán de peregrinar, ocasionado también por la
inquietud y el desasosiego de la época.

<<Esta abundancia de elementos enmarañados da testimonio de una extraña


excitabilidad, tanto más que la conciencia del pecado, y el ansia del perdón, y una
solicitud –que rayaba en angustia– de la salvación del alma, y la penitencia, y la
consideración de las graves penas que padecen los difuntos en el Purgatorio, y el
pensamiento de la propia muerte, dejaban honda marca, no raras veces excesiva, en
aquella religiosidad. Ahora bien: la excitabilidad es una disposición impropia de la
piedad católica. Por eso negaron algunos tal carácter a la religiosidad del pueblo
cristiano medieval. Cierto que la mayoría de los que frecuentaban la iglesia no vivían
ordinariamente con la angustia del pecado y el terror del juicio. La vigorosa vida

178
cotidiana y la vida espiritual de los cristianos, nutrida de la liturgia de la Iglesia, hacen
imposible ese supuesto. Pero la excitación existía. Aquella época estaba psíquicamente
convulsionada y a ratos enferma… Era imposible que los grandes trastornos en el
campo político, eclesiástico y social, y la labor socavadora de los grandes predicadores
de la época, preñada de expectación, no efectuasen una conmoción psíquica>>.

La peste <<incurable>>, la sífilis, que con el nombre de <<mal francés>>


venia de los ejércitos de Nápoles, a partir de 1495, y causaba pánico en
todas partes, por su incurabilidad y porque no perdonaba ni a los
personajes más encumbrados; la guerra que incendiaba los campos,
amontonaba las ruinas en las ciudades, y personificada en el jinete
apocalíptico del Turco saltaba amenazadora las vallas del Imperio; el odio
mortal que hervía en los corazones de los oprimidos contra los opresores;
el hambre de unos y la crueldad inhumana de otros, todo contribuía a
crear una atmosfera de pasión, en la que fácilmente podía desencadenarse
cualquier tempestad.

179
El demonio en la vida cotidiana.

En la psicología angustiosa y en la imaginación visionaria de aquellos


hombres no podía menos de jugar un papel importantes lo demoniaco. En
todos los géneros literarios y artísticos aparece continuamente el diablo
en múltiples formas; tan pronto es un monstruo horrendo y fiero como
una figura chusca de comedia popular. Lutero suele señalar, como armas
contra el diablo, la fe, las palabras de la Sagrada Escritura, y a veces, más
humorísticamente, algún chiste o burla y aquella indecencia sonora, que
es la única música que pone Dante en el Infierno.

La brujería.

¿Cómo librarse de la terrible obsesión del diablo, tan frecuente en


aquellos días? Pactando con él, como las brujas y las hechiceras;
vendiéndole el alma; valiéndose de amuletos, de talismanes y de objetos
sacros, como reliquias, imágenes de santos, conjuros, plegarias, versos
mágicos, fórmulas de encantamiento; o bien –como lo hacían los buenos
cristianos y lo aconsejaban los más doctos eclesiásticos– acudiendo a la
oración, a los sacramentos de la Iglesia, a los sacramentales e incluso a los
exorcismos.

El temor maniático de las brujas era común en Alemania, como en todos


los países del Norte. Se decía que ciertas mujeres pactaban con el diablo, a
fin de obtener poderes sobrenaturales para causar maleficios a los
hombres en la vida, en la salud, en los animales, en los campos; que dichas
mujeres tomaban forma de gatos; que tenían trato sexual con el demonio
(incubus); que los sábados y especialmente el 1 de mayo (Noche de
Walpurgis), se juntaban en los montes para celebrar con el demonio sus
aquelarres. A pesar de los repetidos intentos del Papado por condenar
tales supersticiones, en los países del Norte de Europa cundió, como una
plaga, tal superstición. Y el pueblo pedía la muerte de las personas

180
sospechosas de brujería. En el siglo XV, la persecución se hizo
sistemática.

Actuaban severamente contra las brujas en Alemania dos inquisidores


dominicos, uno de ellos era Enrique Institoris, autor principal del Malleus
Maleficarum; y como tropezasen con la resistencia y protestas de muchos,
acudieron a Inocencio VIII, pidiendo que confirmase sus poderes; así lo
hizo el Papa en su bula Sumis desiderantes affectibus (1484), lo cual significa
que Inocencio VIII, lo mismo que Lutero, Melanchton y Calvino,
participaba de los prejuicios populares de su tiempo.

Lutero habla de las brujas o hechiceras de su tiempo como de cosa


evidente. Su propia madre vivía bajo la influencia o fascinación de una de
ellas, que moraba en una casa próxima. Por encantamiento o maleficio de
una bruja murió en la niñez un hermano menor de Martín. Este recordaba
haber visto de niño varias hechiceras, algunas con cara de demonios.

¡Cuantos miles de victimas inocentes! Lo curioso y sorprendente, y que


muchas veces daba pie al fundamento jurídico de la condena, es que
aquellas pobres e ignorantes mujeres, sometidas a la tortura, confesaban
todo lo que querían sus acusadores.

Era el temor exagerado y patológico al demonio el que movía a aquellos


hombres a ensañarse con las brujas. Los artistas, en cambio, solían
liberarse de la obsesión diabólica por medio de una catarsis sublime:
dejando que su fantasía trasladase a la piedra, al lienzo, a la tabla o a la
lámina de cobre la imagen del diablo en formas espantables, caprichosas o
ridículas.

Lo demoníaco del arte.

Tremendamente sobrecogedora resulta la pintura alemana del siglo XV


y principios del XVI, por causa del elemento demoniaco que en ella

181
impera. El tema preferido para tratar la figura del diablo es el de las
tentaciones: tentaciones de San Antonio en el desierto y tentaciones de
cualquier hombre en la agonía de la muerte.

Analizando las características del <<Otoño del Medioevo>>, Huizinga


resaltó los tonos crudos, los contrastes y el violento pathos de la vida en
aquella sazón histórica en que se podía aspirar a la vez olor de sangre y de
rosas. En la Germania preluterana aparece esta crudeza, tanto en la vida
social como en la religiosa y artística. En las representaciones sacras, a las
que el pueblo era tan aficionado, alternaban escenas de bárbaro
naturalismo con otras de burla y escarnio. No había fronteras entre lo
sagrado y lo profano, entre lo trágico y lo humorístico.

El “Ars moriendi”.

La idea de la muerte era otra de las obsesiones del hombre del siglo XV.
Y esta idea, que en el arte románico y en los inicios del gótico se mostraba
serena y apacible, vemos que hacia el 1400 se torna pavorosa y trágica.
Cuerpos desnudos, putrefactos, con los intestinos hirvientes de gusanos,
pies y manos en yerta convulsión, boca abierta con una mueca, o bien
esqueletos de macabra expresión. Ya la literatura ascética del siglo XIII
conoció la fealdad del hombre y el horror de la muerte. Pero solo desde el
siglo XIV lo vemos trasladado a las artes figurativas con gran realismo y
fuerza de expresión. Quizá son los predicadores mendicantes lo que más
se complacen en describir morbosamente las angustias de la agonía y el
terror de la muerte, para incitar a los cristianos a vivir prevenidos en
gracia de Dios.

Los hombres del otoño medieval miran a la muerte como a un espejo de


desengaños; la muerte demuestra que todo en esta vida es vanidad. Y
miran también a la muerte como a la gran niveladora, porque ante ella no

182
existen clases sociales: no hay ricos y pobres, príncipes y vasallos. No hay
sino hombres morales, todos igualmente sujetos a la muerte.

Este sentido igualitario de la muerte adquiere una forma plástica de la


Danza macabra, o Danza de la muerte. Esta obra literaria y artística, que unas
veces se escribe en versos y otras se pinta, se graba y se esculpe, procede
originariamente de Alemania, y luego salta a los países de Francia o de
Flandes, y <<macabra>> se llamará en adelante esa danza fúnebre de cada
hombre o mujer con el espectro de la muerte.

Por lo mismo que el pensamiento de la muerte no le abandona nunca, el


buen cristiano desea saber como prepararse para el último instante. La
Peste Negra, que tan increíbles estragos produjo en todas las ciudades y
aldeas entre 1348 y 1350, llevándose en muchas partes la mitad de la
población, hizo ver a todos sin excepción la faz horrible de la muerte.
Desde entonces empezaron a correr por toda Europa unos libritos, para
ayuda espiritual y consuelo de los moribundos, que llevaban por título Ars
moriendi.

El sentimiento trágico de la piedad.

Aquellos hombres, que tan angustiosamente sentían la presencia de la


muerte, los temores del diablo y las inquietudes de su tiempo, eran
profundamente cristianos y, <<cuanto menor era la seguridad que la vida les
ofrecía en este mundo, tanto más anhelantes se dirigían sus miradas hacia lo divino>>.

Y es natural que, en aquellas horas de tragedia, lo divino se colorease a


sus ojos con color de sangre. La piedad cristiana busca consuelo a sus
tristezas y dolores en la Pasión y Muerte de Cristo y en la Virgen
dolorosa. Estos temas son los que predican los misioneros populares y los
que traducen en formas artísticas los escultores y pintores.

Profetismo apocalíptico.
183
Al gusto por lo atroz, por lo macabro, por lo maravilloso, se junta la
manía del profetismo. ¿Qué extraño que una sensibilidad tan
superexitada y una imaginación tan grávida de terrores y desgracias
abortasen visiones truculentas y vaticinios de catástrofes? Eran entonces
muchos los que, dotados de conocimientos científicos más o menos serios
y de carácter más o menos excéntrico, observaban el curso de las estrellas
y las posiciones de los planetas para predecir el destino de la Humanidad.

Presentimientos escatológicos.

En este ambiente de milagrería, de ocultismo, de expectación de cosas


maravillosas, y al mismo tiempo de temor, de inquietud, de vaticinios
apocalípticos, parece oírse el anuncio de una revolución inminente, que
castigará las injusticias de los ricos y poderosos y terminará con la venida
de un salvador o con el fin del mundo.

El presentimiento, o mejor, la certeza del próximo fin del mundo


acompañó a Lutero toda la vida. <<El día último –exclamaba en 1520– está a
las puertas>>. <<Hace medio año –decía en 1531– que tengo sueños terribles sobre el
Juicio Final>>. <<En estos últimos tiempos Satán es poderosísimo… y Cristo aparenta
suma debilidad. De donde infiero el próximo advenimiento de Cristo, que sacará su
espada y mostrará otra vez su fuerza contra el Diablo>>.

Pesimismo y melancolía son notas características de Lutero, más no


exclusivas suyas. Las hallamos también en sus discípulos y compañeros
de predicación. <<Lutero es hijo de la angustia germánica, de aquel estado de
angustia y terror que del siglo XV pasó a los primeros decenios del XVI, no obstante
los jocundos esplendores del Renacimiento, y que fue gráficamente expresado por
Alberto Dürer en sus once xilografías apocalípticas, particularmente en la que
representa a los cuatro jinetes, que mostrando cuatro caballos (el blanco de la Justicia,

184
el rojo de la Guerra, el negro del Hambre y el pálido de la Muerte) van sembrando por
toda la tierra la destrucción y el espanto>>.

185
Lutero y el Emperador Carlos V
Nubia Poujade de Lassus
Lutero había hecho públicas sus ideas en el Sacro Imperio Romano
Germánico, que, en esa época, era un conjunto político de principados,
ducados, condados y ciudades que habían conservado su autonomía, su
lengua y sus tradiciones. Conformaba una especie de confederación
europea unida por un vínculo personal al Emperador, a la soberanía de la
familia Habsburgo.
Las tesis del monje agustino encontraron pronta réplica en las
contratesis de Tetzel y en la refutación en Eck que fue el primero en
considerar que eran heréticas. Dada la situación política y social de
Alemania, y los sentimientos espirituales y nacionales, las disputas
tuvieron gran resonancia popular. Intervino el Papado y, en la Dieta2 de
Augsburgo (1518) se trató de que Lutero se retractara, aunque éste no lo
hizo. Además, Lutero contaba ya con la adhesión de importantes nobles,
como el elector Federico de Sajonia. Mientras la Iglesia le iniciaba
proceso eclesiástico, en la controversia de Leipzig, Martin Lutero negó la
autoridad de los Concilios y la jerarquía del Papado. La muerte del
Emperador Maximiliano I otorgó a Lutero una tregua de dos años que
fueron decisivos en el desarrollo del movimiento protestante.
En 1519 era elegido Emperador Carlos de Gante, cuya dignidad imperial
le otorgaba la autoridad moral necesaria para preservar la cohesión de la
Cristiandad, bregar por la paz entre los cristianos y luchar contra el infiel.
La concreción de estas metas resultaría difícil y al final inalcanzable. Para
ese año las ideas luteranas se habían difundido ampliamente gracias a la
imprenta; Lutero supo aprovechar al máximo el clima de una Alemania
2 La Dieta imperial estaba compuesta por tres Cámaras o Colegios electorales, los príncipes espirituales y

temporales y representantes de las ciudades. Se convocaba para discutir las cuestiones relativas al Imperio
(administrativas, impositivas, diplomáticas, bélicas), votaba leyes con la aquiescencia del Emperador, promulgaba
bandos del Imperio en contra de los interesados, etc.

186
que acogía con entusiasmo panfletos cargados de u precoz nacionalismo,
de antirromanismo y de anticlericalismo.
¿Cuál fue la postura de Carlos V ante Lutero? No podemos hablar de
una actitud uniforme a lo largo de todo su reinado, pues ésta fue
cambiando de acuerdo a las situaciones internas y externas. Pasó por
etapas de cautela, de controversias, de negociaciones, de guerra abierta,
hasta culminar con la Paz de Augsburgo en 1555. Según Joseph Pérez:
“Durante más de veinte años todas las acciones de la política imperial estuvieron
encaminadas a allanar las diferencias y a acercar a los dos bandos que dividían a la
Cristiandad”.
Luego de ser coronado en Aquisgrán, al reunirse la Dieta de Worms
(1521), existía la esperanza, tanto en los príncipes como en Lutero y en el
Emperador, de llegar a un acuerdo, de evitar una guerra civil, de restaurar
el orden. Además, el Emperador estaba interesado en atraerse a Inglaterra
y al Papado contra Francia y necesitaba que la Dieta le otorgara los
medios para hacerlo. Sus primeros pasos fueron cautelosos. Frente a la
Iglesia que había excomulgado a Lutero y al pedido de algunas
personalidades que le aconsejaban desterrarlo, optó por seguir el consejo
de quienes le sugerían escuchar a Lutero, interrogarlo, lograr que se
retractase de sus tesis, de sus escritos, ante los miembros de la Dieta.
Lutero no sólo no se retractó, sino que además siguió sosteniendo sus
doctrinas con tenacidad. La Dieta, a través del Edicto de Worms,
declaró a Martin Lutero hereje, condenó sus escritos, ordenó que éstos
fueran quemados, que no se pudieran vender, leer, ni tener; que se
cumplieran las Bulas papales de 1520 y 1521 en todo el Imperio. Además,
intimó al fraile a abandonar la corte otorgándole un salvoconducto por
veinte días, pasados los cuales podría ser apresado y castigado, al igual
que toda persona que le diese amparo, que siguiese o propagase su
doctrina.

187
Al alejarse Lutero de la corte imperial, Federico de Sajonia, previendo
posibles acciones contra su protegido, simulará un rapto y lo alojará en el
castillo de Wartburg. Allí permanecerá por diez meses, luego se instalará
definitivamente en Wittemberg dedicado a escribir, traducir, hacer
conocer sus ideas. Carlos V y Lutero no se verían nunca más.
Por largo tiempo otros asuntos, especialmente las relaciones con
Francia y con el Papado, serían prioritarios para el Emperador. Las
sucesivas Dietas demorarían la aplicación estricta del Edicto de Worms.
Por la Dieta de Spira (1526) se resolvió que hasta la reunión de un
Concilio General cada Estado alemán podía actuar individualmente en la
aplicación del Edicto y cada uno rendiría cuentas de lo actuado ante el
Emperador y su propia conciencia. El Elector de Sajonia y el Landgrave de
Hesse aprovecharían la coyuntura para apoderarse de los bienes
monásticos de sus Estados. El luteranismo seguiría expandiéndose, al
igual que otros grupos protestantes, especialmente los seguidores de
Zwinglio, y generando controversias y conflictos en el Imperio, como la
sublevación de los caballeros y de los campesinos. Ante esta situación
la mayoría católica de la Dieta de Spira de 1529 anuló las concesiones
otorgadas en 1526. Los luteranos protestaron porque la derogación no
había sido votada por todos los integrantes de la asamblea. Al ser
rechazada la protesta, los luteranos se reunieron en Esmalcalda para
discutir si recurrirían a las armas pero depusieron su actitud ante la
posibilidad de discutir el tema en presencia del Emperador en la Dieta a
reunirse en 1530.
Luego de la coronación imperial en Bolonia, los problemas del Imperio
pasaron a primer plano. Carlos V convocó a la Dieta de Augsburgo en
1530 con el objetivo, en el plano religioso, de escuchar las distintas
opiniones, comprender, sosegar y arribar a una solución que asegurase la
unidad y evitase la división definitiva de la Cristiandad. Con ese fin
fueron invitados a concurrir representantes de las sectas evangélicas.
188
Como el Emperador continuaba con su política conciliadora, como su
idea imperial y dinástica estaban unidas a la religión, pero al mismo
tiempo no estaba dispuesto a ceder en las cuestiones referidas al dogma,
para buscar una aproximación, para negociar, era necesario que cada
grupo expusiera en la Dieta la confesión que iba a defender. Los
evangélicos acudieron con la esperanza de lograr una modificación global
de la Iglesia, querían volver al seno de una Iglesia reformada apoyándose
en la autonomía de los Estados. Los seguidores de Zwinglio presentaron
la Confessio Tetrapolitana con sus artículos de fe y Melanchton, basándose
en las obras de Lutero, redactó la Confessio Augustana, tratando de buscar
puntos de acuerdo con Roma. Los católicos, por su parte, no presentaron
un escrito para definir su fe pues estimaban que la postura ortodoxa no
necesitaba explicación y que las sentencias consideradas heréticas se
debían tratar en un Concilio. Además de las doctrinales, otras diferencias
harían difícil llegar a un acuerdo: para el Elector de Sajonia la Dieta
sustituía al Concilio, para el Landgrave de Hesse ésta no podía resolver
nada en materia religiosa.
Las negociaciones se realizaron por separado entre la Curia, el Consejo
de Electores, los príncipes y las ciudades. El Emperador tuvo contacto
informal con Melanchton y con los príncipes. Finalmente se aceptó que la
Confessio fuera leída ante Carlos V, siendo éste el último en dar su
veredicto. Pero, cuando éste se volcó hacia el partido católico y encargo la
redacción de una declaración, la Confutatio confessionis augustanae, que no se
entregaría a los evangélicos para ser refutada, la Dieta entró en crisis. Las
tratativas fracasaron no solo por motivos teológicos, sino también porque
cada partido quería ganar posiciones políticas. Carlos V decidió para
evitar la guerra entre los distintos grupos religiosos solicitar al Papa la
reunión de un Concilio que dilucidara claramente los aspectos
dogmaticos y encarara la Reforma disciplinar de la Iglesia.

189
Por resolución de la Dieta se dio por refutada la Confessio, los
protestantes tendrían un tiempo de reflexión para someterse a las
prescripciones jurídicas del Imperio y a las resoluciones del Concilio.
Aunque Carlos V anunciaba que trataría con dureza a los protestantes y
solicitaba para ello la ayuda militar de los príncipes católicos, debió optar
por la paz, por negociaciones entre mediadores por una serie de factores:
 Comenzaban a tomar importancia algunos Estados
confesionalmente neutrales que veían peligrar la paz y la unidad del
Imperio;
 El problema turco era acuciante y necesitaba la ayuda de los
protestantes para defender Viena;
 Las relaciones con Francia e Inglaterra no eran cordiales;
 Necesitaba el apoyo de los príncipes electores para que su hermano
Fernando fuera reconocido como Rey de Romanos y por tanto
heredero del Imperio;
 La solución confesional que se buscó en la Dieta no había tenido
éxito y la reunión de un Concilio era una perspectiva lejana.
Seis meses después los protestantes, decididos a pasar a la acción
armada, se unían en la Liga de Esmalcalda comandados por Juan de
Sajonia y Felipe de Hesse. En la batalla de Cappel (1531) las fuerzas de
Zwinglio fueron derrotadas, él mismo moría en la batalla y las ciudades
alemanas que lo apoyaban pasaron a engrosar las fuerzas de la Liga.
Ante el peligro del avance turco sobre lo que quedaba de Hungría,
Carlos tuvo que llegar, en Núremberg (1532), a un acuerdo con los
protestantes: podrían practicar su nueva religión hasta la reunión de un
concilio o junta nacional en la que participarían, se suspenderían los
procesos iniciados contra ellos, mientras tanto brindarían ayuda militar al
Emperador contra Solimán. Antes de abandonar Alemania, Carlos
garantizaba la suspensión de los juicios por la posesión de los bienes

190
eclesiásticos, dejaba en manos de mediadores las resoluciones. El Imperio
adquiría un carácter provisional en el plano jurídico-institucional.
Mientras duró su ausencia los protestantes se expandirían, formarían
alianzas; el Imperio se polarizaría confesionalmente.
Hacia 1536 el Papa Paulo III convocaba a un Concilio a realizarse en
Mantua y el Emperador enviaba al Imperio al vicecanciller, Matías Held,
con el encargo oral de mantener la paz confesional de Núremberg y
posponer el debate religioso hasta la reunión del Concilio. Por
instrucciones secretas, debía interiorizarse de cual era la postura de los
príncipes protestantes con respecto al Concilio, que harían si los
franceses no concurrían y se realizaba lo mismo sin su presencia. Además,
se les pedía que si el Concilio no se reunía debía prolongar la paz o
convocar a una asamblea nacional para asuntos religiosos. Al año
siguiente, el Papa encomendaba a su legado Vergerio, preparar los
espíritus de los alemanes para la reunión del Concilio. Aunque se reunió
con Lutero y ofreció seguridades para que asistieran los teólogos
protestantes, los miembros de la Liga reunidos en Esmalcalda se negaron
a participar y planearon la realización de un sínodo. En esta reunión
Lutero presentó los Veintitrés artículos con los puntos esenciales de su
doctrina. Mientras tanto, Held en lugar de actuar con calma, propiciara
en 1538 la formación de una Liga de príncipes católicos en Núremberg,
que, apoyada por el arzobispo de Magdeburgo y Salzburgo, no encontrará
eco entre los electores, los príncipes de la Iglesia, ni el mismo Papa. Carlos
V, informado por su hermano, aunque no se manifestara contrario a la
Liga católica, aconsejara seguir dilatando el tema.
Los conflictos entre Carlos V, Francisco I, el Papa y los príncipes
protestantes hicieron fracasar esta primera convocatoria a un Concilio
general. Mientras la liga luterana ampliaba su influencia por gran parte de
Alemania, el Emperador, en guerra con Francia y amenazado por los
otomanos, enviara al Imperio al arzobispo Lund, con el fin de mantener la
191
paz, otorgar concesiones religiosas y obtener el apoyo de los príncipes
luteranos contra los turcos. Éste, luego de reunirse con el Landgrave de
Hesse y el Elector de Sajonia, firmara con ellos la Paz de Frankfurt
(1539) por la que se acordaba aplicar lo resuelto en Núremberg para
todos los que adherían a la Confesión de Augsburgo y realizar un debate
religioso en Worms.
Entre 1539 y 1541 se organizaron una serie de debates para tratar los
puntos controvertidos del dogma. Entre otros participaron Melanchton y
Calvino por los protestantes, Nicolás Perrenot por la cancillería imperial,
Eck y Campeggio por los católicos. Resultó imposible llegar a un acuerdo
en temas como la justificación, el valor de los sacramentos, la supremacía
papal. Ante el empeoramiento de las relaciones con Francia, el Emperador
suspendió las reuniones y convocó a la Dieta de Ratisbona (1541). En
ella los príncipes católicos le reprocharon su política religiosa, le
sugirieron restaurar el catolicismo por la fuerza y que fuera el Concilio el
que resolviera los asuntos del dogma. Carlos trató de conciliar las
distintas posiciones nombrando interlocutores de los dos grupos,
buscando que se realizara la reforma de la Iglesia aun sin la curia romana,
pero sus intentos fueron vanos. Al finalizar la Dieta los protestantes
obtenían concesiones limitadas sobre los bienes eclesiásticos y la
suspensión de los juicios. Mientras Fernando buscaba la ayuda de los
príncipes para luchar con los turcos, Carlos ratificaba la liga católica y
comprendía que seria necesaria la fuerza para reducir a los protestantes.
En los años siguientes la resolución de los problemas del Imperio pasa a
ser prioritaria para el Emperador. Luego de someter a Guillermo de
Cléves, Carlos negociaba la paz con Francia y, a fines de 1544, llegaba a un
acuerdo con el Papa: el Emperador investía a Farnesio con el ducado de
Parma y Piacenza y Paulo III convocaba a un Concilio ecuménico a
realizarse al año siguiente en Trento. Poco después, en la Dieta de

192
Worms de 1545, Carlos decidía enfrentar con las armas a los
protestantes.
Como la estación estaba muy avanzada, el Emperador decidía no entrar
en acción, solicitaba al Papa que en adelante tratara de mantener en
secreto sus planes, posponía la cuestión protestante para la próxima
Dieta y convocaba a un nuevo coloquio en Ratisbona.
Tres eran las variantes que podían usarse para resolver el problema
luterano: solucionarlo en el Imperio, por medio del Concilio o por la
guerra. Carlos se decantaría por esta última opción por varios motivos:
 Por el fracaso de las negociaciones y de la política conciliadora;
 Para obligar a los protestantes a ir al Concilio;
 Porque el Papa, que había tenido una postura incierta en la guerra
contra Francia y había cuestionado la religiosidad del Emperador
por las concesiones hechas a los luteranos, se acercaba a él,
convocaba a un Concilio y le ofrecía su ayuda en dinero y
hombres;
 Porque el Sometimiento de Guillermo de Cléves demostraba que
era posible domeñar por la fuerza a los príncipes;
 Gracias a la Paz de Crépycon Francia y a la tregua negociada con
los turcos, Carlos podía dedicarse de lleno y sin peligro a la
cuestión alemana.
Sin embargo el Emperador demoraba la guerra, no estaba bien armado,
desconfiaba de la fidelidad de sus aliados, buscaba todavía una solución
dentro de Alemania. También existían problemas con la Curia, mientras
ésta quería que el Concilio tratara primero el dogma, Carlos V deseaba
que se abocara a las reformas generales. Al Papa le convenía la guerra pues
mientras el soberano estuviera ocupado no presionaría sobre Trento para
obtener las reformas como las logradas en las Dietas y que no eran
deseadas por Paulo III. Además, la situación en Alemania era muy tensa,
193
tanto entre los protestantes como entre los católicos, pues la política
imperial seguía desarrollándose en dos frentes, en Alemania y en el
Concilio.
Todavía en la Dieta de 1546 en Ratisbona esperaba Carlos que se
produjese un debate religioso que acercase las posiciones y evitase la
guerra. Sin embargo, los protestantes se retiraran de la Dieta al negárseles
más concesiones, entre otras, que los temas religiosos se tratasen en un
sínodo nacional y no en el Concilio. En febrero moría Lutero, luego de
pronosticar nuevos enfrentamientos sangrientos, afirmar su fe en la
doctrina que había predicado, execrar del Concilio reunido en Trento y
sin poder concluir su última obra: Contra el Papado, fundado en Roma por el
diablo.
Mientras tanto, Carlos V, ya decidido al enfrentamiento bélico,
solicitaba el apoyo de los príncipes, prohibía que en una ciudad recién
adherida a la Liga de Esmalcalda, Ravensburgo, se practicase el culto
evangélico, trataba de atraerse a los príncipes luteranos más jóvenes. El
Emperador lograba un aliado importante, Mauricio de Sajonia, que se
comprometía a someterse al Concilio y colaborar para restablecer la paz.
A cambio se le otorgaba un protectorado, la incorporación de algunas
regiones si se conquistaban, el uso moderado de los bienes de la Iglesia,
pero no se le daba el electorado de Sajonia como pretendía. El duque de
Baviera, que deseaba el Palatinado, aseguraba alojamiento, provisiones y
municiones para el ejército imperial, pero no se comprometía demasiado.
Por su parte, las ciudades alto alemanas no aceptaban la leva.
Carlos, para dividir la Liga y evitar que fuera considerado un
enfrentamiento religioso, le daría un matiz político a la guerra al aclarar
que intervendría contra el duque de Sajonia y el Landgrave de Hesse para
que se cumpliera la proscripción imperial contra ellos, para restaurar la
paz general, el orden jurídico y la autoridad del Imperio. Los evangélicos,

194
por su parte, basaran su campaña propagandística afirmando que luchan
contra un extranjero, pues Carlos era de Flandes. Sus fuerzas, unos
50.000 hombres se enfrentaron a las tropas imperiales, unos 35.000
hombres reclutados en España, Italia y el Papado, en Ingolstadt, donde
Carlos V salió victorioso. Los protestantes se retiraron a la Alta Alemania,
dejando que el Emperador restableciera el catolicismo en ciudades como
Colonia. Sin embargo, Carlos no pudo avanzar mucho. El reclutamiento
de hombres se hacía difícil, el invierno se acercaba, el Papa, descontento
con las concesiones religiosas otorgadas, retiraba los hombres que había
enviado y ordenaba, sin informarle al Emperador, el traslado del Concilio
a Bolonia luego que éste fijara el dogma de la justificación.
Recién en la primavera siguiente las fuerzas imperiales, compuestas por
alemanes y españoles, vencerán a la Liga a orillas del río Elba, en la batalla
de Mühlberg (1547). El ejército protestante quedó deshecho, Juan
Federico de Sajonia fue tomado prisionero y renunció a sus territorios y
rango a favor de Mauricio de Sajonia. Poco después se entregaba el
Landgrave de Hesse. Aunque u grupo de consejeros opinaba que por
haberse rebelado contra su señor les correspondía la pena de muerte,
prevaleció el criterio de que si se les ejecutaba crecería el descontento y se
los convertiría en mártires, siendo más difícil tomar las plazas fuertes que
permanecían fieles a los luteranos. Como el castigo debía buscar corregir
el error y los males que habían ocasionado a Alemania, se resolvió
mantenerlos cautivos y que sufrieran la humillación de acompañar al
Emperador en sus desplazamientos por el Imperio. Al capitular la ciudad
de Wittemberg donde estaba enterrado Lutero, Carlos no aceptó la
sugerencia de que se quemara su cuerpo aduciendo que ya se había
encontrado con el juez divino.
El triunfo de Mühlberg fue el momento culminante del poderío de
Carlos V pues sus dominios europeos se extendían desde el Báltico al
Mediterráneo. Sin embargo, el problema luterano no estaba resuelto ya
195
que la resistencia continuaba en algunas regiones germánicas. El
Emperador quería utilizar la victoria para reformar la constitución
política del Imperio en sentido monárquico y solucionar la cuestión
religiosa. Su intención era modificar la relación entre la cabeza y los
Estados imperiales formando una Liga que abarcaría los países alemanes y
austriacos, las posesiones italianas y los Países Bajos. La idea suponía el
afianzamiento de la Casa de Austria, el fortalecimiento del poder central,
transformando la dominación de Carlos en una unión personal y regia.
Recibido con suspicacia por los Estados más grandes, poco a poco fue
creciendo la oposición al proyecto tanto en Alemania como en los Países
Bajos. Ante estas dificultades, planteadas en la Dieta de Augsburgo, el
Emperador dejó de lado este proyecto y tuvo que optar por soluciones
parciales, tales como la creación de reservas para una leva rápida y
reformas en el Tribunal de la Cámara imperial.
Otro problema que se suscitaba en ese momento era el enfrentamiento
con el Papa. Mientras +éste quería que el Concilio sesionara en Bolonia, el
Emperador amenazaba con que continuara en Trento aún sin el Papa.
Carlos estaba decidido a que todos los estados germanos enviaran
representantes al Concilio pero, hasta que éste se expidiese, era necesario
regular provisionalmente la situación de Alemania. Dentro de la Dieta una
comisión formada por teólogos evangélicos y católicos, algunos
simpatizantes de los protestantes con otros de corte imperial, discutía los
términos del acuerdo, ínterin, o regulación provisional. Los católicos
aspiraban poder practicar su religión en todo el Imperio; los protestantes
querían que el Ínterin se aplicase sólo en sus Estados. Finalmente el
Emperador, buscando todavía la conciliación entre los grupos, resolvió
que el reglamento estaría dirigido a los protestantes hasta la resolución de
Trento. El Ínterin de Augsburgo (1548), de corte erasmiano, recogía
algunos aspectos teológicos protestantes, como el matrimonio del clero,

196
comunión bajo las dos especies, misa como sacrificio recordatorio, y
omitía el tema de la justificación por la fe.
Esta solución transitoria no conformo a ninguno de los dos bandos. Los
debates sobre la sucesión imperial entre los miembros de la familia
Habsburgo, unidos a la cuestión religiosa, fueron agudizando la situación
conflictiva del Imperio y minando el poder de Carlos V. A esto hay que
agregar el avance turco sobre Hungría y el francés sobre Metz, Toul y
Verdún, la guerra en el Piamonte entre Francia y el Papa y el
levantamiento de Siena contra el Emperador. La oposición protestante
buscaba desde hacía tiempo una alianza defensiva con Francia y con los
turcos. Mauricio de Sajonia era el negociador, para asegurar sus
posesiones centroeuropeas y conservar el título de Elector, abandonó al
Emperador y se unió a los príncipes protestantes guerreros que en una
rápida campaña lograron hacer huir a Carlos de Innsbruck (1552) ante la
pasividad de la mayoría de los Estados alemanes.
El Concilio, que había reanudado sus sesiones en 1551 con la
participación de los teólogos protestantes, sin llegar a ningún acuerdo
dogmático, entraba nuevamente en receso. La solución conciliar había
resultado un fracaso y Carlos demoraba la reunión de una Dieta como le
solicitaba su hermano Fernando. La Dieta de Augsburgo se reuniría
finalmente en 1555 pero sin la presencia del Emperador que otorgará a su
hermano representación jurídica para actuar en ella. Al inaugurarla
Fernando planteará los dos objetivos fundamentales de deliberación: la
paz territorial y la cuestión religiosa.
¿Qué estableció la Paz de Augsburgo (1555)? En principio que en el
Imperio coexistirían las dos religiones. Se otorgaba el derecho de elegir
culto a los príncipes, a las autoridades, pues éstas eran las que habían
luchado y hecho esfuerzos para defender sus ideas religiosas. Quedaba así
consignado el principio “Cuius regio, Eius religio”(es decir, “A cada

197
región, la religión de su Señor”). Sin embargo, se afirmaba que los
súbditos no podían ser obligados a aceptar la religión de su príncipe, se
abrazaban una confesión distinta a la de éste tenían derecho a emigrar de
su Estado. Aunque se reconocía el derecho a las propiedades
secularizadas por los príncipes eclesiásticos, en el futuro, cuando un
miembro del estamento religioso abandonara la fe católica perdería sus
cargos, beneficios, ingresos y derechos de soberanía sobre los mismos y se
podría nombrar a un católico como sucesor. Como los evangélicos
pretendían conservarlos, Fernando, defendiendo los obispados imperiales,
tuvo que imponérseles haciéndoles ver que si persistían en su postura
quedaría patente lo mucho que les importaban los bienes de la Iglesia.
Con respecto a las propiedades de la Iglesia confiscadas por los nobles, si
bien se sostenía que no les pertenecían, se aclaraba que no serían
acusados ni perseguidos por ello. Se estipulaba que los luteranos podrían
detentar funciones, cargos, servicios públicos y participar de los consejos,
juntas, asambleas relacionadas con su cargo acreditando su honestidad y
juramentándose a servir bien y fielmente al Emperador.
El fracaso de sus proyectos, el agotamiento, los problemas de salud, el
no poder llegar a un acuerdo con los miembros de su familia por la
sucesión imperial motivarían las sucesivas abdicaciones de Carlos V y su
retiro a Yuste. En ese remoto lugar de Extremadura tendrá lugar el último
acto de lucha de Carlos contra el luteranismo. Entre 1557 y 1558 la
Inquisición había detectado en Sevilla y Valladolid focos luteranos en los
que estaban implicados ciertos notables. Ante esta situación Carlos, por
sentirse sin fuerzas ni salud para intervenir personalmente, le solicitó a su
hija, la Regente Juana enviar a los inquisidores para que intervinieran con
rigor tratándolos como a rebeldes pues así no podrían esperar
indulgencia.
Conclusiones.

198
La firma de la Paz de Augsburgo marcaba el punto de inflexión, un
cambio tanto para el Imperio como para Europa. El ideal de Carlos V de
monarquía universal, de un Imperio de paz cristiana había fracasado. La
Cristiandad quedaba escindida, en el caso del Imperio con dos
confesiones religiosas aceptadas. La paz entre cristianos, ahora entre
católicos y evangélicos, no perduraría y Europa se vería conmovida por
una serie de guerras en las que la confesión religiosa ocuparía un lugar
primordial. La autoridad imperial quedaba debilitada y la Casa de
Habsburgo, dividida entre la rama austriaca y la española, mientras que la
unidad europea, se fragmentaba en Estados modernos.

199
Lutero y su pensamiento político.
Silvina Peluc de Suárez
A diferencia de Francia, España o Inglaterra, las cuales se habían
constituido en Estado Nacionales bajo la autoridad de un Rey que
centralizaba el poder, la Alemania del siglo XVI se encontraba dividida en
numerosos Estados bajo la autoridad del Emperador con cargo electivo.
Circunstancias adversas de orden económico, financiero y militar
hicieron que el Emperador Carlos V no se hiciera cargo directamente de
sus dominios alemanes, dejando así libre el camino a los príncipes para
imponer en ellos su voluntad. Éstos eran verdaderos reyes en sus tierras,
con al ventaja de atender sólo sus posesiones, sin preocuparse por lo que
sucedía en los otros territorios. A diferencia del Emperador no debían
seguir ninguna política mundial, sino hacerse fuertes en sus dominios,
aumentando la riqueza de su dinastía.
Fueron estos príncipes los que ayudaron a que se lograra el triunfo de la
nueva religión. Y si bien no todos ellos compartían sus ideales, salían en
su apoyo cuando se trataba de derechos sobre sus súbditos. Su ambición
de ser cada día más potentes, los llevaba a ayudar al Emperador si podían
conseguir mayores privilegios y dominios. Muy atractivos entonces eran
para ellos los bienes eclesiásticos que estaban dentro de sus territorios y
con sólo abrazar la nueva religión podían adueñarse de ellos. Sin duda, el
interés político y económico pesó mucho al momento de enfrentar al
Emperador, más allá de sus convicciones religiosas.
Entre 1520 y 1525 Lutero elaboró una serie de escritos donde expuso su
pensamiento teológico, como así también político y jurídico. Los escritos
de Lutero que nos ilustran sobre su pensamiento político son los
siguientes:

200
I. A la Nobleza de la Nación Alemana. Acerca de la Reforma de la
Condición Cristiana.
Este escrito de Lutero de 1520 responde a su enfrentamiento contra el
Papa. Aquí se explaya contra su autoridad, recoge todas las quejas de los
alemanes contra Roma y propone reformas eclesiásticas que están
cargadas de un matiz político.
Para él, el orden eclesiástico de su época no está capacitado para llevar
adelante los designios del orden cristiano. Por lo tanto insiste en la
naturaleza del sacerdocio universal obtenido por el Bautismo, con lo cual
busca suprimir el estado eclesiástico y en consecuencia todos los
privilegios que él detenta, ampliando así los alcances del poder temporal.
Esta obra tiene como objetivo hacer un llamamiento a la nobleza
alemana, para que tomen todas las medidas pertinentes para terminar con
el enorme poder que Lutero considera que se ha arrogado el Papa para
fortalecer su poder político. Y para esto considera necesario derrumbar
las tres murallas que, él considera, sostienen el poder del Papa y que son:
1) Afirmar la superioridad del poder eclesiástico por sobre el poder
secular;
2) El monopolio por parte del Papa de la exclusiva interpretación de
las Sagradas Escrituras; y
3) La supremacía del Papado sobre los Concilios.
Lutero propone reformar la elección de las autoridades eclesiásticas,
para así terminar con las imposiciones surgidas del derecho canónico
sancionadas por el Papado. Cabe aclarar que todas las reformas que
proponen no corresponden a la concreción de un programa antes
planificado, ya que Lutero jamás tuvo un plan político ni religioso que
pretendiera cumplir.
II. Sobre la autoridad secular: hasta donde se le debe obediencia.
201
La gran lucha contra el Papa llevó a Lutero dar un giro en su
concepción política. Debía sacarle prerrogativas al Papa, dejarlo sin
poder, y para ello nada mejor que instar a la obediencia de la autoridad
secular; una autoridad a la que no se le pusiera límites, una autoridad de
origen divino, a la que había que obedecer así fueran sus leyes injustas y
adversas.
El Príncipe, que antes era una plaga o un mal necesario sólo para los
débiles que lo necesitaban, para a ser “la” autoridad a la cual se debe
obedecer porque es el Estado quien, por su origen divino, tiene el poder y
nadie debe usurpárselo. Ponerse en contra de los gobernantes es ponerse
en contra de Dios porque ellos son sus ministros.
A aquellos cristianos a los que había considerado que debían estar por
encima de las leyes, los obliga a ahora a cumplirlas, y si no están de
acuerdo con ellas, los aconseja a emigrar a otro lugar, pero nunca
rebelarse ante la autoridad.
En este escrito de 1523 Lutero hace una diferencia entre los cristianos,
conocida como su teoría de los dos reinos. Por un lado está aquel al que
pertenecen los verdaderos cristianos a los que no les preocupan las
ataduras exteriores, las aceptan, no las resisten, pues prima en ellos la
verdadera libertad de su interior, su libre espíritu. Lucien Febvre los
denomina como ciudadanos de una “ciudad celeste” ya que son súbditos
dóciles de un Príncipe que posee un poder que nadie le discute.
Por otro lado, están aquellos que, sometidos a las leyes, también poseen
en teoría la libertad interior, pero por no ser verdaderos cristianos, no
están capacitados a utilizarla y por tanto están supeditados a un
despotismo que los regula. Pero a medida que pasan los años, y sobre todo
luego de los acontecimientos de 1525 vemos que esta diferencia de reinos
se diluye cada vez más, todos quedan sujetos a las leyes, a la presión del
medio social.
202
III. Exhortación a la paz. A propósito de los doce artículos del
campesinado de Suabia.
Desde 1522 comenzaron a levantarse en distintos escenarios de
Alemania revoluciones sociales que tomaban como estandarte las ideas de
libertad de Lutero, sin el consentimiento de éste. Muchas de ellas fueron
sofocadas y disueltas por la intervención del reformador, quien no
apoyaba que sus ideas religiosas fueran usadas para un fin terrenal.
Pero en 1525 comenzó la sublevación de los campesinos de Suabia,
acaudillados por Tomás Müntzer, un fanático obsesionado con la idea de
destruir a los impíos, para quien no era posible una reforma religiosa sin
una revolución social. Estos sublevados presentaron sus reivindicaciones
en Doce Artículos y se les unieron artesanos de las ciudades, sacerdotes y
mineros, cayendo muchas ciudades de Alemania en sus manos.
Los campesinos dirigieron sus Doce Artículos a Lutero y éste respondió
con su escrito de la Exhortación a la paz de 1525, donde instaba a príncipes y
campesinos a llegar a un acuerdo. La mayor parte del libro se la dedica a
los campesinos a quienes, si bien comprende, por las cargas que tienen
que soportar, les recrimina su violencia, ya que opina que ninguna
persona que se denomine cristiana tiene derecho a sublevarse, pues se
ésta sublevando directamente contra Dios, ya que la autoridad secular
viene de él.
Estaba en contra de un levantamiento contra los príncipes, porque ellos
no poseen ningún poder sobre las almas, entonces ¿Qué importancia tiene
su tiranía si no ejerce ningún poder sobre la verdadera persona? Lutero
cree que la única libertad que hay que defender es la libertad interior, no
la libertad terrenal que coartan los príncipes, pues esta debe quedar
sujeta a la obediencia de la autoridad de ellos.

203
Pero lo que mayor indignación produjo a Lutero de esta declaración de
los Doce Artículos fue que introdujeran citas bíblicas a los márgenes del
documento, colocadas por “falsos profetas”, quienes querían escudar en el
evangelio un movimiento que se decía, aduce, falsamente cristiano.
IV. Contra las hordas ladronas y asesinas de los campesinos.
Lejos de llegar a un acuerdo, la rebelión se hizo cada vez más sangrienta
y casi toda Alemania fue atacada por campesinos enardecidos. Lutero
tomó partido contra los campesinos, otorgándole cada vez más
prerrogativas a la autoridad civil.

En su Exhortación a la paz condenaba, según palabras del evangelio, a


todo el que desenvainara la espada, ya que “el que a espada mata, a espada
morirá”. Ahora incita al poder civil a matar, porque el Príncipe ha sido
depositario por Dios de la espada. Es evidente que los hechos acontecidos
con los campesinos le hicieron olvidar las palabras que él mismo expresó
en otros tiempos, con un discurso diferente en relación con el poder civil
y, en particular, sobre los príncipes.
Cabe preguntarse si en los sucesos de Worms no fue el mismo Lutero
un rebelde que se puso a sí mismo fuera de la ley de Dios y del Emperador.
Pues, si no ¿a quienes hay que aplicar sus principios? Y Lutero llega hasta
olvidar su propia doctrina cuando concluye: “Vivimos en tiempos tan
extraordinarios que un Príncipe puede merecer el cielo vertiendo la sangre, mucho más
fácilmente que otros rezando”.
El ejército rebelde, desorganizado y dirigido tal vez por gente
incompetente, fue aplastado y Müntzer fue capturado y ajusticiado. En
conjunto perecieron más de 100.000 campesinos. Estos sucesos marcaron
para siempre la imagen de Lutero y desde 1525 el reformador dejó de ser el
líder al que anteriormente tantos seguían. Fue criticado no sólo por los

204
que compartían los ideales de los revolucionarios, sino también por los
mismos reformados y por los católicos.
El gran defensor de la libertad del cristiano cedió su libertad al poder
secular. La tan deseada iglesia invisible, se transformó de ahí en más en
una iglesia visible ordenada y dirigida por los príncipes a quienes les
encomendó la tarea de reprimir los abusos y vigilar la predicación del
Evangelio.

205
Lutero y su doctrina.
Elena Comadrán
Antes de presenciar la aparición pública de Martín Lutero, en octubre
de 1517, esgrimiendo su protesta contra los abusos prácticos que se
cometían en la predicación de las indulgencias, es preciso conocer la
evolución de su pensamiento religioso y teológico anterior a las 95 tesis.
Es importante además exponer algunos datos de su vida para poder
comprender las circunstancias en las que se produce su crisis interior, a
raíz de la cual nace la nueva doctrina. Pues como dice Maritain: “Esta
doctrina es hija de su experiencia interior, sus aventuras espirituales y su historia
trágica. Renunciando a vencerse, pero no la santidad, transforma su caso en verdad
teológica y su propio estado en ley universal (…) La doctrina de Lutero no es en sí sino
la universalización de su yo, una protección de su yo en el mundo de las verdades
eternas (…) El luteranismo no es un sistema elaborado por Lutero, es el
desbordamiento de la individualidad de Lutero”.
Lutero nació en Eisleben, en el seno de una familia de origen
campesino, pero su padre tuvo que emigrar a trabajar en las minas de
cobre de Mansfield, en Sajonia, donde llegó a ser un pequeño empresario.
La vida en casa de sus padres fue dura y austera. Estudió artes liberales en
la Universidad de Erfurt de tendencia nominalista. Si bien su padre
quería que continuara estudios de Derecho, repentinamente en 1505 pidió
ingresar en el convento de los agustinos de Erfurt; una experiencia de
terror ante la muerte había decidido su vocación religiosa. En 1507 fue
ordenado sacerdote e inició su tare docente en el propio convento.
En 1508 fue llamado a enseñar filosofía moral en el convento agustino
de Wittemberg y comenzó estudios de teología en la recién fundada
universidad de esta localidad. En 1510-1511 tuvo que realizar un viaje a
Roma mandado por el superior de su orden. De regreso en Wittemberg

206
obtuvo su título de doctor y comenzó a dar clases allí como profesor de
Sagrada Escritura, magisterio que durará hasta su muerte en 1546,
excepto en el paréntesis de 1521-1522 (enfrentamiento con Carlos V en la
Dieta de Worms y refugio en Wartburg, bajo la protección de Federico de
Sajonia).
Lutero era muy consciente de la influencia que ejercían sus escritos en
la lucha en que estaba empeñado. Es por ello que se dedicó a escribir
durante toda su existencia una voluminosa cantidad de libros,
manifiestos, panfletos, etc. Tuvo la invalorable posibilidad de utilizar la
Imprenta, ese “regalo divino”. Pero él no sólo lo veía como un instrumento
para la transmisión del saber sino, y por sobre todas las cosas, como un
medio indispensable para la predicación del evangelio. En este sentido,
sabía captar a la opinión pública editando muchos de sus escritos en un
alemán popular; y escribía en latín cuando su intención era argumentar
frente a sus opositores letrados o cultos.
Antes de 1517, año de su aparición pública debido a la cuestión de las
indulgencias, siendo monje y profesor en la Universidad de Wittemberg,
la mayor parte de su tiempo la dedicó a preparar y escribir las lecciones
que impartían en dicha casa de estudios, estudiando casi exclusivamente
las epístolas de San Pablo, las cuales interpretó de una manera muy
particular y personal.

A partir de las 95 tesis contra las indulgencias se sucedieron una serie de


escritos que tenían un contenido más polémico y una finalidad más
batalladora y ofensiva. Entre las obras aparecidas en este tiempo de
disputas y controversias hay que consignar las que se denominan
“escritos programáticos o de reforma” pues el verdadero programa
reformista se delineó casi por completo en este tríptico de 1520:

207
1) A la nobleza cristiana de la nación alemana sobre el mejoramiento de Estado
cristiano;
2) De la cautividad babilónica de la Iglesia; y
3) De la libertad del cristiano.
La justificación por la Fe.
Lutero llegó a precisar su nueva doctrina en 1515-1516 en sus
explicaciones sobre la epístola de San Pablo a los Romanos. Es en estas
lecciones dictadas en la Universidad de Wittemberg donde ya formula su
concepción del pecado inevitable, de la radical incapacidad del hombre y
del esfuerzo inútil, alegremente compensado por la justicia “justificante”
externa de Dios gracias al feliz encuentro de la fe en Cristo.
Se sumerge en la lectura de la Epístola atribuyéndole al apóstol las
ideas que a él le sugieren sus propias turbaciones y la agitación de su
espíritu. Le parece haber encontrado un arsenal repleto de armas nuevas
contra la justificación por las obras. Lutero se halla, en esta época, en un
periodo de evolución espiritual que lo lleva a contradecirse, puesto que
conserva algunos elementos del dogma católico incompatible ya con sus
nuevas ideas.
Según Lutero, San Pablo enseña el anonadamiento del yo y el abandono
a la acción absoluta y exclusiva de la omnipotencia de Dios. Proclama que
el hombre no es libre para el bien, que todos sus esfuerzos en tal sentido
quedan en pecados, hijos de la concupiscencia que anida en su corazón.
El hombre está verdaderamente corrompido por el pecado original y ésa
es la causa por la cual siente una invencible concupiscencia, raíz de todos
los males. Estos deseos desordenados son considerados por Lutero como
algo más que una tendencia de la naturaleza: son algo pecaminoso en sí
mismo y, por ello traen aparejados la perspectiva inevitable de la
condenación eterna al generar una situación permanente de pecado.

208
El drama de Lutero pasa por querer sobreponerse al peso trágico del
pecado y vencer los desórdenes de la naturaleza. La experiencia de la
concupiscencia, que considera invencible, le atormenta; necesita buscar
un camino para salir de la angustia de sentirse condenado, de creer que
Dios no le ama. Si los esfuerzos del hombre son finalmente vanos ¿Dónde
está la tabla de la salvación? En último término sólo la misericordia
infinita de Dios puede salvar a la criatura y eso Dios lo realiza por medio
de una justificación extrínseca, es decir, atribuyendo al pecador, sin
ningún mérito personal, los frutos de la Pasión de Cristo. Cristo rescata
por sí solo, merced a su sacrificio en la cruz, la indignidad del hombre
librándolo de la condenación eterna. Él ha pagado por nosotros y su
justicia nos resguarda, nos cubre como un manto. La justificación es ajena
a nosotros, los cuales seguimos siendo pecadores. Por lo tanto el hombre
es, al mismo tiempo justo y pecador: es justo porque le han sido remitidos
sus pecados, porque Dios no los castigará; es pecador porque los pecados
perduran, no han sido borrados.
La salvación es obra exclusiva de Cristo, pero su justicia cubre y
ampara sólo al pecador confiado y creyente. Sólo la fe, como acto ciego de
confianza absoluta en Dios, puede salvar y atraer sobre sí la benevolencia
divina. Un pasaje de las Epístolas de San Pablo le sirve de base para el
desarrollo de sus pensamientos: “el justo vive por la fe”. Este descubrimiento
es el que le proporciona la experiencia consoladora que necesita para su
alma atribulada por el pecado. Dios-Padre lo cubriría con los méritos
redentores de Cristo, por lo que, aunque siguiera siendo radicalmente
pecador podría ser justificado por su fe confiada en Jesucristo. Así la
doctrina de la “Justificación sólo por la fe” constituye para Lutero el
punto de partida de su pensamiento teológico.
El hombre y las obras.

209
Resulta difícil lograr una valoración adecuada de Lutero sin considerar
su visión sobre la naturaleza humana, impregnada de un pesimismo
antropológico radical. La naturaleza del hombre está totalmente
corrompida por el pecado, es vicioso e impuro en todo lo que hace, piensa
y dice y es, por tanto, incapaz de contribuir con sus obras a la propia
salvación. La voluntad humana no es libre, no elige por sí misma, entre el
bien y el mal.
Lutero no logra conciliar su fe personal en la omnipotencia divina con
la posibilidad del libre arbitrio, se rebela ante la idea de que la voluntad
humana pudiera limitar en cualquier medida la voluntad divina, causa
absoluta y soberana de todo lo que le sucedía al hombre incluyendo, por
supuesto, su salvación. Lutero niega todo valor a la colaboración del
hombre en el proceso de la justificación, como sí solo Dios obrase en la
criatura, permaneciendo ésta en perfecta pasividad.
Al incluir en su concepción la idea de la aniquilación de las fuerzas de la
voluntad humana concluye considerando al hombre como pecador. Todo
lo que haga bajo la confianza de sus propias fuerzas no es nada más que
pecado; obras que, a pesar de su apariencia hermosa, aunque se presenten
como buenas, en realidad son pecados mortales.
En el encuentro Dios-hombre, éste se desvanece, se aniquila, no
significa nada en absoluto. La acción divina, actuando como cobertura del
pecado y volviendo justo al pecador, es la única protagonista de la
dinámica espiritual. Ante Dios las obras “buenas” del hombre no valen
para nada, por lo que a éste sólo le cabe la posibilidad de prestar su
asentimiento fiducial a la palabra divina.
Como conclusión de lo expuesto puede sostenerse que hay dos
principios fundamentales en la doctrina luterana. En primer lugar, el
pecado es una realidad permanente, puesto que el hombre nace signado
por la concupiscencia, la cual no pude ser anulada ni aún con el bautismo.
210
En segundo lugar, la fe, que implica fundamentalmente confianza en
Cristo permite que el hombre, sin mérito propio, se justifique frente a los
ojos del Salvador.
Sagradas escrituras y libre examen.
La Reforma Protestante planteó la cuestión de la autoridad de la Biblia
y de la Iglesia. Tanto católicos como protestantes reconocen la revelación
de Dios en Jesucristo y sus apóstoles así como al autoridad última y
primordial del Hijo de Dios. Pero ¿Cómo llega hasta nosotros esa
autoridad? ¿Cómo se expresa en nuestra vida histórica y personal? ¿De
que medios nos valemos para conocerla? Según el Catolicismo, la Iglesia,
con su tradición milenaria y su jerarquía divinamente establecida, nos
trae la voz viviente de Jesús. Es ella la que asegura la legitimidad de los
cambios que puedan sufrir los ritos, las prácticas cristianas o las
precisiones en torno al dogma. La autoridad eclesiástica es la encargada
de velar porque no haya innovación que no sea explicación de ideas o el
desarrollo natural de costumbres que ya existían germinalmente en el
Cristianismo desde el principio.
Para el protestantismo, en cambio, no es la Iglesia sino la Biblia la que
asegura el carácter cristiano de las formas que pueda revestir la doctrina o
la vida de la Iglesia, la cual nada tiene que explicar ni agregar al
documento básico que es el Nuevo Testamento. Por el contrario, ella tiene
que juzgarse a sí misma con la norma definitiva de ese documento. La
Escritura es la sola fuente de fe y el solo fundamento de la Iglesia. Pero,
entonces, ¿Quién certifica la verdad y el valor divino de la Biblia, si la
Iglesia no lo hace? La verdad se hace conocer directamente y por sí misma
a nuestras conciencias. La Sagrada Escritura es evidente para todos y
puede ser interpretada por todos los que tengan fe. De aquí se desprende
el principio de la libre interpretación, relacionado también con el
sacerdocio universal.

211
Lutero pretende que el cristiano común logre el entendimiento objetivo
de la Biblia mediante la interpretación individual y solitaria. Sustituye la
vivificación eclesiástica de la Palabra, a través del Magisterio tradicional,
por su vivificación existencial que, en sí misma, resulta subjetiva. Él no
admite más que lo que “siente”, la palabra poseída y hecha carne.
El cristiano como ser espiritual, interno, en su relación directa con el
pecado es un hombre libre, mejor liberado. El factor de esta liberación no
son las acciones, los esfuerzos individuales, sino la palabra de Dios,
predicada por Cristo y tal como se contiene en el Evangelio. Esta palabra
exige al cristiano la fe, y sólo opera cuando éste otorga su confianza a la
promesa divina.
Sacerdocio Universal.
La supremacía absoluta de Jesucristo en la vida cristiana trae aparejado,
en el protestantismo, el rechazo de todo intermediario humano entre Dios
y el alma. Como consecuencia directa de ello se presupone el fin del
sacerdocio tal como lo concibe el catolicismo. Es decir, se niega el sistema
religioso en el cual la comunión del hombre con Dios, con todos los
beneficios divinos inherentes a la vida espiritual, depende de la mediación
de otros hombres consagrados por la autoridad de la Iglesia para realizar
ciertos actos específicamente sagrados (como por ejemplo la
administración de los sacramentos).
Lutero rechaza el orden sacerdotal y toda jerarquía eclesiástica
sustituyéndolas por el sacerdocio universal de los fieles. Ve en el
sacerdocio sacramental una usurpación, por parte de los obispos y
sacerdotes, del que le corresponde a cada uno de los cristianos. Todos los
fieles tienen los poderes sacramentales del sacerdocio. Todo bautizado es
también, con la ayuda de la Escritura y el Espíritu, doctor de la fe.
Solamente para el buen orden de las iglesias se consiente que los pastores
presidan los actos de culto.
212
Acerca de la Iglesia.
La concepción luterana de la Iglesia se funda en la doctrina del
sacerdocio de los fieles. Niega la identidad de la Iglesia de Roma. Toda
concepción de la Iglesia como realidad “visible” y “jurídica” es contradicha
en nombre de la pura interioridad religiosa. Ahora bien, la iglesia
verdadera, realidad espiritual e invisible, tiene sin embargo signos
externos que la manifiestan y avalan. Existen, según Lutero, ciertos signos
de visibilidad: la predicación de la doctrina pura y la administración de
los sacramentos evangélicos. La iglesia es la asamblea de los santos, en la
cual se enseña correctamente el Evangelio y los sacramentos son
administrados con rectitud. Estos criterios teológicos de visibilidad no
son perceptibles más que a los ojos de la fe: la Iglesia invisible se hace
visible, pero gracias a un criterio de fe.
La supremacía de Jesucristo en la vida del creyente tiene por
consecuencia necesaria el rechazo de otros intermediarios o intercesores
entre Dios y el hombre, ya sea la jerarquía eclesiástica, los santos o la
bienaventurada Virgen María. Todos estos tienen tanta necesidad de la
gracia divina como la persona más humilde del mundo, y sólo en Cristo la
pueden encontrar. Él no ha entregado su poder a ninguno, sino que lo
ejerce directamente, por su Espíritu, en la vida de sus seguidores.
La salvación es obra exclusiva de Cristo y la sola fe interior. El
reformador no consiente que nadie, ni los santos, ni el tesoro de gracias de
que dispone la Iglesia, nos ayuden a llevar nuestra carga. El individuo se
queda solo frente a Dios.
El Papado y la primacía de Roma.
De la convicción de que en el Cristianismo no hay dos estados distintos
sino uno solo (sacerdocio universal), resulta evidentemente que la
primacía de la Iglesia de Roma no pude seguir existiendo, ni puede ella

213
sola interpretar rectamente la Sagrada Escritura, ni está justificada ella
sola para convocar un Concilio ecuménico.
Lutero está desde el principio en conflicto con la autoridad eclesiástica.
En sí misma, la Reforma supone una revolución contra la jerarquía por lo
que rápidamente rechaza la autoridad pontificia negando el carácter
divino del Papado.
Sacramentos.

En su obra La cautividad babilónica de la Iglesia, Lutero se lanza contra


todo el sistema sacramental católico. Según él, la Iglesia de Roma con el
Papa y sus secuaces, han reducido al pueblo cristiano a un cautiverio que
ha hecho de los sacramentos, cadenas, lazos explotados avaramente por
ellos. En su obra anterior, Manifiesto a la nobleza alemana, trata de demoler la
triple muralla con que, según él, Roma se defiende. Ahora se dedica a
asestar un golpe decisivo a los sacramentos como canales ordinarios por
los cuales se distribuye la gracia (con la que el hombre hace frente a la
concupiscencia), como vías sensibles por las cuales Dios desciende hasta
llegar a nosotros.
Lutero, para su crítica, utiliza un doble criterio. En primer lugar, es
desacertado todo cuanto no está conforme con la doctrina de la
justificación gratuita. En según termino, no se tolera cuanto se opone a la
Escritura, todo aquello que no se presente como explícitamente
instituido por Cristo. La cuestión será corroborar si la aplicación es tan
clara como los principios.
El ataque frontal con el cual Lutero inicia su escrito, se dirige contra el
numero sacramentario establecido por la Iglesia Católica, argumentando
que son solamente tres los sacramentos válidos: el bautismo, la penitencia
y la eucaristía. Por lo tanto, negó el carácter sacramental de la
confirmación, del orden sagrado, el matrimonio y la extremaunción.

214
El Bautismo es el sacramento de la liberación del cristiano. Lutero
prefiere la inmersión como medio mejor de significar la muerte y
resurrección del hombre viejo. También aceptar el bautismo de los niños
como una práctica antigua y justificable de la Iglesia.
La Penitencia es considerada como una actualización del Bautismo.
Lutero insiste en las conveniencias psicológicas de la confesión.
En verdad, si el Bautismo no borra el pecado original y el hombre
siempre peca ¿Cómo podrían ser perdonados los pecados? Y, menos aún,
el pensar que Dios pudiera delegar en ningún hombre ese poder. Negado
el carácter sacrificial de la misa y el valor sacramental de la Penitencia, el
sacerdocio carece de sentido.
En cuanto a la Eucaristía, Lutero critica tres puntos: la prohibición del
cáliz para los laicos, la doctrina de la transubstanciación y le sacrificio de
la misa. Sostiene que no se les puede negar a los laicos la comunión bajo
las dos especies (pan y vino). Con respecto a la transubstanciación, él no
cree en ningún cambio milagroso de la sustancia del pan y del vino.
Defiende la coexistencia del cuerpo y la sangre junto con los elementos,
así como la presencia real pero sin transformación alguna. Es decir, en la
Eucaristía subsisten el pan y el vino (no sólo los accidentes) juntamente
con el cuerpo y la sangre de Cristo (consubstanciación). Pero hay que
aclarar que Lutero niega la permanencia sacramental: la presencia real se
da solamente durante la celebración eucarística. Por esto último, para el
teólogo alemán, es impensable la adoración del Santísimo Sacramento.
En cuanto a la misma, Lutero rechaza la expresión “sacrificio” para
referirse a la misa, pues niega que se renueve, aunque sea de forma
incruenta, el único e irrepetible sacrificio de Cristo en la cruz. Su aversión
a las ceremonias lo lleva a simplificar la misa, suprimir ritos, introducir la
lengua alemana y evitar toda clase de formalidades.

215
Crítica de las indulgencias.
Con respecto al tema de las indulgencias, las ideas luteranas de la
gracia y la justificación y la falta de méritos de las buenas obras, al negar
todo valor a la satisfacción no dan cabida al tema de las indulgencias. La
indulgencia, según la doctrina católica, es la remisión total o parcial de la
pena temporal debida en justicia por los pecados perdonados –no
totalmente expiados– concebida a cambio de los sufragios de los vivos,
concretados en obras de piedad (confesión, comunión, oración) y en
obras de penitencia (limosnas, peregrinaciones, sacrificios).
Para Lutero es inadmisible predicar como sana doctrina que unos actos
–y uno de ellos puramente externo como es la limosna– pueda salvar
totalmente y que, peor aún, esto pueda hacerlo una persona viviente por
otra difunta.

216
217
La reforma en Ginebra: el Calvinismo.
Vázquez de Prada
Situación político-social en Ginebra.
Ginebra no era propiamente “ciudad libre” ni“ciudad del Imperio”,
como muchas de las pequeñas repúblicas municipales de la
Confederación Helvética y de Alemania. Pertenecía al Imperio ya que
dependía de los duques de Saboya, que eran vasallos del Emperador; pero
también el obispo de la ciudad ejercía cierta jurisdicción, compartida con
los duques, con el título de “Príncipe de Ginebra”.

Estaba regida por varios “Consejos”, cuyos miembros se reclutaban


entre los burgueses. Los principales eran un “Pequeño Consejo” y un
“Consejo de los Doscientos”. En algunas circunstancias graves se reunían
el conjunto de los ciudadanos en el “Consejo General”. El poder ejecutivo
correspondía alos“síndicos”, oficiales municipales designados por los
Consejos.Este complicado sistema, que suponía un perfecto
entendimiento entre los tres poderes –duque, obispo y burgueses–
comenzó a deteriorarse a comienzos del reinado de Carlos V, y en el
momento en que surgía la Reforma Luterana. Desde 1518 los burgueses de
Ginebra, descontentos con el absolutismo del duque Carlos III de Saboya,
trataron de independizarse, para lo cual se aproximaron a sus vecinos de
los cantones de Friburgo y Berna. Como las ideas reformadoras, que
entonces comenzaban a extenderse por Suiza, contenían en alguna
manera un sentimiento de libertad y democracia, sirvieron para apoyar
este sentimiento. Contando con la protección de la poderosa Berna,
Ginebra obtuvo, en 1530, un tratado por el que el duque se comprometía a
respetar las franquicias de la ciudad, reconociendo prácticamente su
independencia. En 1535, una guerra entre Berna y Saboya, puso fin,
definitivamente, a la dominación saboyana sobre Ginebra.

218
El obispo, privado del apoyo del duque de Saboya, se sintió incapaz de
oponerse a la presión, que de todas partes, sobre todo desde Berna,
ejercían sobre Ginebra para ganarla a la causa de la Reforma. El Gran
Consejo en 1535, permitió predicar libremente a Guillermo Farel,
discípulo de Lefèvre d’Etaples, que además contaba con el apoyo
popular.En 1536 el Consejo General, reunido especialmente para resolver
la cuestión, decidió abolir la misa, implantando oficialmente la Reforma.

Primera estancia de Calvino en Ginebra.

Juan Calvino (1509-1564) nació en Picardía, en el seno de una familia


burguesa. Estudió, primeramente en Paris y en Bourges. En Orleáns tuvo
estrechas relaciones con un hermano suyo, pasado a la herejía, y, sobre
todo, con los luteranos, que debieron influirle espiritualmente. En 1531, al
morir su padre, el joven Calvino se vio liberado de continuar sus estudios
de derecho, emprendidos por obediencia paterna, y se decidió por las
letras. Por entonces le atraía más el humanismo de Erasmo que el
reformismo de Lutero.

Parece que puede datarse su “converse” hacia 1533. El día de Todos los
Santos compuso un discurso en el que exponía explícitamente la doctrina
de la justificación por la fe. El Parlamento ordenó su arresto, por lo cual
Calvino tuvo que huir precipitadamente y refugiarse en Angulema. Allí
debió escribir los primeros capítulos de la Institución Cristiana. Las ideas
fueron madurando en sus frecuentes viajes a Nérac, en Gascuña, corte de
Margarita de Navarra y a Basilea, donde pudo trabar contactos con
conocidos reformadores.

En Basilea, en 1536 publicó la Institución Cristiana, breve compendio de la


“doctrina evangélica”, a la vez que una defensa de los protestantes
franceses, dedicada al rey Francisco I. En la Institución, Calvino no se
muestra más inclinado al luteranismo que a las doctrinas zuinglianas,

219
predominantes en aquella región suizo-alemana; más bien su teología,
aunque tiene puntos en común con ambas doctrinas, se aparta
sensiblemente de ellas.

Después de haber regresado a su patria, la persecución emprendida por


Francisco I en 1536 contra los reformadores, le decidió a trasladarse
definitivamente a Estrasburgo. La guerra le obligó a dar un rodeo, y al
pasar por Ginebra, es cuando fue retenido por Guillermo Farel para
organizar la iglesia de Ginebra.

Farel y Calvino comenzaron a establecer la comunidad reformada


ginebrina. Calvino, hombre de estudio, tenía cualidades de organizador, y
se encargará de redactar los fundamentos legales. Farel continuara en su
tarea de predicador. En el transcurso de 1536-1537 Calvino redacto una
Disciplina, un Catecismo y una Confesión de fe, que debían acatar todos
los habitantes si no querían ser amonestados.

Pero la rigurosa organización y disciplina preconizadas por Calvino, no


hallaron buena acogida en algunos sectores. Pronto surgió una división
entre los seguidores de Calvino y Farel, y los simpatizantes con la
modalidad litúrgica de Berna. Hubo tensiones y finalmente, ante la
negativa de Calvino a ceder un ápice en sus ideas, el Consejo General, en
el que, desde las nuevas elecciones, predominaban enemigos suyos,
decidió expulsarles de la ciudad en 1538.

Calvino se refugió en Estrasburgo, llamado por Bucero para encargarse


de la dirección espiritual de la comunidad reformada francesa. Allí,
durante su estancia de cuatro años (1538-1541), contrajo matrimonio,
adquirió una basta experiencia pastoral y pudo madurar sus ideas
respecto a la estructura eclesiástica. En estos años participó también en
los coloquios religiosos que se celebraron en Alemania (Frankfurt,

220
Worms y Ratisbona), lo que le puso en contacto con destacadas
personalidades del protestantismo alemán.

El retorno de Calvino y la reorganización de la Iglesia ginebrina.

Entretanto, en Ginebra, las circunstancias habían cambiado ya que


desde finales de 1540 los partidarios de Calvino obtuvieron mayoría en el
Consejo y pidieron el regreso del reformador. Farel le insistió también.
Calvino exigió a las autoridades el restablecimiento de aquella Disciplina
cuyo rechazo le había obligados a marchar. Solo cuando las asambleas
locales la aprobaron Calvino regresó a Ginebra en 1541, residiendo en ella
hasta su muerte en 1564.

Su primera tarea fe la organización de la Iglesia. En ese punto Calvino


difería esencialmente de Lutero. Mientras este puso su énfasis en la
doctrina como fundamento de toda la vida espiritual, y consideraba la
reglamentación eclesial como algo puramente circunstancial, Calvino se
preocupó esencialmente de la organización y disciplina eclesiásticas. Las
Ordenanzas eclesiásticas contienen la reglamentación eclesiástica; el
Catecismo, redactado en forma de preguntas y respuestas, es un resumen
de la doctrina ya expuesta en la “Institución”, y debía explicarse a niños y
adultos cada domingo después del acto del culto dominical.

Las “Ordenanzas eclesiásticas” son un trasunto de la estructura


eclesiástica impuesta por Bucero en Estrasburgo. Cuatro eran los
ministerios básicos: pastores, doctores, ancianos y diáconos.

Los pastores, elegido por sus semejantes y confirmados por el


Magistrado y la comunidad, eran, ante todo, “gobernantes” (jefes y
administradores de la Iglesia), pero tenían también como tarea la
predicación de la palabra de Dios y la administración de los sacramentos.
Ellos se reunían cada semana para el estudio común de la Biblia y, cada

221
trimestre, para reflexionar sobre su conducta y hacerse mutuas
correcciones.

Los doctores estaban encargados de la enseñanza de la juventud de las


escuelas. Considerados como miembros del cuerpo pastoral, eran
escogidos por la comunidad de pastores, y formados para la
interpretación de la escritura.

Los ancianos o presbíteros estaban encargados de la disciplina y la


corrección de las costumbres de la comunidad. Su misión era vigilar el
comportamiento moral y religioso de los miembros de la comunidad y
“amonestar fraternalmente” a los que vivieran en notorio desorden, no
mantuvieran el amor fraterno o manifestar incredulidad, y en su caso,
castigarlos.

Los diáconos se encargaban del cuidado de los enfermos y pobres, y


aseguraban el servicio de hospitales y obras de beneficencia. Ancianos y
pastores eran designados de acuerdo por el Pequeño Consejo de la ciudad
y el “Cuerpo Pastoral”.

Una institución fundamental era el Consistorio, asamblea formada por


los pastores y doce ancianos, elegidos por el Pequeño Consejo, a
propuesta del Cuerpo Pastoral, y confirmados por el Gran Consejo. Era
un tribunal eclesiástico, que se reunía semanalmente bajo la presidencia
de uno de los síndicos de la ciudad, con jurisdicción en materia espiritual.
Los infractores de las normas de vida de la comunidad eran citados al
Consistorio, que en caso de contumacia, podía imponerles la excomunión,
que les excluía de la participación en la Cena. Los contraventores del
orden, a la tercera amonestación, eran entregados a la justicia civil, brazo
secular del Consistorio. Esta institución, así como la estructura de los
ministerios eclesiásticos que son nombrados o ratificados por la
autoridad civil. El Consistorio, asamblea deliberante y tribunal al mismo

222
tiempo, es el motor central del régimen. Prepara reglamentos, vigila el
culto, ordena los ayunos y plegarias públicas, juzga los conflictos y
pronuncia sanciones.

La vida privada no estaba al margen de la inspección de los ancianos,


que en la práctica se fue haciendo más dura. Desde 1546 se dictaron una
serie de reglamentos disciplinares, cada vez más rígidos, que impusieron
una moral estricta: prohibición de jugar públicamente a los naipes o
dados, cierre de tabernas; supresión de bailes y representaciones teatrales,
etc.

Gobierno de Calvino. Sus conflictos con los disidentes.

Durante los veinte años, hasta su muerte, que Calvino gobernó la Iglesia
de Ginebra (1541-1564), impuso una férrea disciplina. Gracias al
Consistorio, pudo controlar la vida moral y social de la ciudad y a apartar
a todos sus opositores, lo cual le acarreó enfrentamientos con los
magistrados, con la masa del pueblo y con las grandes familias de la
ciudad. Esta lucha tuvo un doble frente: el doctrinal y el moral. Fue
especialmente implacable con quienes se apartaban en algún punto de la
doctrina establecida o no aceptaban las normas morales impuestas a la
comunidad.

Ginebra, situada en el cruce de los caminos que conducían a Italia,


Francia y Alemania, y ciudad comercial, y, por tanto abierta, era lugar de
transito de gentes diversas. Entre sus habitantes había amigos de la vida
fácil, enemigos de la disciplina o que profesaban diversos credos
(humanistas, anabaptistas, y sobre todo los que no aceptaban las
doctrinas calvinistas de la predestinación o de la eucaristía). Todos ellos
hubieron de aceptar la austeridad y sobriedad que Calvino fue
imponiendo. Los pecadores y los frívolos fueron castigados o expulsados;
los oponentes hubieron de exiliarse. Las expulsiones fueron bastante

223
frecuentes, entre las más notables, la del humanista Sebastián Castellion
en 1544.

El asunto más grave fue el del español Miguel Servet, que criticaba
abiertamente el libro de Calvino. Denunciado por un amigo de Calvino al
tribunal eclesiástico católico de Lyon, fue encerrado en prisión, de la que
consiguió evadirse. Estuvo errante algún tiempo y se atrevió a entrar en
Ginebra, donde fue reconocido, aprisionado y condenado a la hoguera en
1553. Su muerte provocó amplia protesta en Europa, en particular la de
Sebastián de Castellion, uno de los raros defensores de la tolerancia.

Tras las elecciones de 1554, la posición de Calvino se consolidó y las


autoridades dejaron de discutir las excomuniones dictadas por el
Consistorio. Ginebra se convirtió en uno de los grandes centros
evangélicos, la “Jerusalén” de Europa, que acogió a refugiados franceses y
de otras partes. Ginebra no fue solo lugar de refugio sino metrópoli
espiritual. Calvino, sin contradicción, en sus últimos años, pudo
consagrarse a su obra preferida: la fundación de la Academia Teológica
de Ginebra. En ella quería organizar una enseñanza superior para la
formación de pastores, reclamados en todas partes; allí Calvino enseñó
teología y comentó la Escritura. Acogió a numerosos estudiantes, venidos
de diversos países, que una vez formados como pastores y juristas, partían
para extender la reforma calvinista por toda Europa.

Se ha discutido si el gobierno de Calvino sobre Ginebra fue o no una


teocracia. Los autores calvinistas lo niegan: “El reformador no fue en ella un
sacerdote, mezclándose indebidamente en las cosas del Estado. Había sido llamado a
Ginebra para ocuparse también de ellas. Incluso antes de su regreso definitivo, el
Consejo había previsto ocuparle en la nueva constitución del Estado que preparaba
(…) Era la aplicación del sistema político que prefería el reformador, impulsado por
los acontecimientos. No es que pretendiera llegar a ser dueño, en lo temporal, de la

224
ciudad: no era un Zuinglio. ¿Quiso instituir una teocracia? De ninguna manera; no
desea que el Estado sea sometido a la Iglesia. Pero, en realidad, había una teocracia
implícita en su concepción de un Estado, que cumple una vocación divina de educación
cristiana bajo la vigilancia de un clero, el único capaz de discernir si cumplía bien esta
misión”.

La doctrina calvinista.

Su punto de partida es la aseveración de la imposibilidad de alcanzar


a Dios; lo que el hombre, por sí solo, puede decir sobre El, es “vana
locura”. Dios es trascendente e incomprensible; no podemos conocerle, en
tanto no se nos revele, pues la inteligencia y la naturaleza humanas están
taradas por el pecado original. Pero el señor se nos ha revelado por la
Escritura Santa, que nos es aclarada por el testimonio interior del Espíritu
Santo.

La gloria de Dios soberano es la idea nuclear de la teología calvinista, ya


que es la razón de la creación y de la salvación de los elegidos, así como
también del castigo de los réprobos. La providencia de Dios y su
predestinación, “en virtud de las cuales Dios regala a unos la salvación y a otros la
condenación”, son un misterio impenetrable.

Por predestinación ha de entenderse “el ordenamiento eterno de Dios”


es virtud del cual El decidió lo que, de acuerdo con su voluntad, había de
ser cada individuo. Todos los hombres no son creados con el mismo
destino eterno, de la misma forma que cada individuo ha nacido para
desempeñar uno u otro fin temporal. El querer buscar otra razón que la
complacencia divina en esta predestinación significaría considerar la
voluntad de Dios influida por causas externas. La única razón, por tanto,
de la predestinación, de la certeza de la salvación, es Jesucristo. En El,
Dios ha establecido con nosotros el pacto de la vida. El signo de la

225
elección es la aceptación de la predicación de Cristo y la comunión con El
en la fe y en la Cena. También las obras, como frutos de la llamada.

Calvino consideraba que la Iglesia era una sociedad visible y unida, que
se representa de un modo concreto en la comunidad; pero que no nace del
conjunto de fieles, sino que es fundada desde arriba. La Iglesia,
comunidad de todos los elegidos desde el principio del mundo, es
ciertamente invisible, pero no existe una verdadera fe en ella sin un
aprecio de la Iglesia visible, sin una disposición común en ella. Estos
fieles, que por el bautismo son introducidos en la fe, por su participación
en la Cena, atestiguan su unidad en la verdadera doctrina del amor. Ahora
bien, la Iglesia visible, concreta, ofrece un doble aspecto: universal, que
abarca a las Iglesias esparcidas por todo el mundo, y local. La comunidad
local es la que debe mantener la necesaria unidad respecto a la doctrina,
culto y disciplina.

Calvino admite solamente dos sacramentos: Bautismo, signo de la


alianza con Dios con el fiel, que ha de impartirse a los niños; y la Cena,
conmemoración de la ultima cena del Señor. Calvino adopta en la
doctrina de la Eucaristía una postura intermedia entre Zuinglio y Lutero:
frente a éste, excluye la presencia local y, a diferencia de aquel, afirma la
comunión real con el cuerpo y la sangre de Cristo, sin aceptar su
presencia bajo el pan y el vino. En otras palabras, el pan y el vino son
signos de la comunión real con Cristo de quien los recibe, en virtud del
Espíritu Santo. El creyente que recibe en la Cena el pan y el vino (los
cuales no son ni incluyen a Cristo, pues está glorificado en el Cielo), se
une realmente con la carne vivificadora de Cristo.

226
La obra y la doctrina de Calvino.

J. Delumeau

Las ordenanzas eclesiásticas.

En la primera edición de la Institución Cristiana, Calvino, lo mismo que


Lutero, antes de 1525, enseñaba que la Iglesia es esencialmente invisible;
es la asamblea de los elegidos, cuyos nombres solo Dios conoce. En estas
condiciones, la Iglesia humana visible es simplemente local. Su
organización es puramente eventual. El pastor no es más que el delegado
de los fieles, quienes comparten con él el sacerdocio universal. Las
diferentes iglesias locales son normalmente iguales entre sí. En la edición
de 1560 de la Institución cristiana puede leerse a este respecto.

<<De la misma manera, pues, que es necesario creer en la Iglesia que no vemos y que
sólo Dios conoce, también nos está ordenado honrar a la Iglesia visible y mantenernos
en su comunión>>

Calvino luchó para que esta Iglesia visible no solo estuviera separada
del Estado, sino que fuera autónoma respecto a él. Las Ordenanzas
Eclesiásticas de 1541 instituyeron cuatro ministerios:

Pastores: anunciaban la Palabra, encargándose del catecismo,


administraban los sacramentos –bautismo y comunión– y bendecían los
matrimonios y las sepulturas. El candidato a las funciones de ministro no
podía ser elegido por los pastores de la ciudad sin el acuerdo previo de la
Señoría. Los pastores se reunían cada semana para leer las Escrituras y
dirimir sus dudas doctrinales. En caso de que las diferencias de opinión
fueran graves, se las exponían a los más antiguos o a los Consejos de la
ciudad.

227
Doctores: tenían que “instruir a los fieles en la sagrada doctrina”. Sin embargo,
cuando las Ordenanzas de 1541 tratan de los “doctores”, se proponen en
realidad organizar “el orden de las escuelas”. Probablemente en aquella época
existía en Ginebra un colegio. Pero Calvino deseaba que fuera
reemplazado por un vasto establecimiento que se encargara de la
enseñanza superior secundaria y que en él se preparara la juventud, “tanto
para el ministerio eclesiástico como para el gobierno civil”. Las Ordenanzas
decidieron que el personal docente sería de la Iglesia y que estaría
fiscalizado por ella y por el Estado.

Consistorio: compuesto por los pastores y sobre todo por los doce
ancianos, laicos nombrados por el magistrado y que llevaban
precisamente el título de comisarios y diputados por la Señoría en el Consistorio.
Su función consistía en “vigilar la vida de cada uno, amonestar amablemente a los
que vieran falta y llevar una vida desordenada y, allí donde hiciera falta, informar a la
compañía, facultada para hacer reprensiones fraternales”. Los ancianos eran
asistidos por agentes que estaban encargados de vigilar a sus
conciudadanos en los diferentes barrios de la ciudad.

Diáconos: tenían como misión “recibir, dispensar y conservar los bienes de los
pobres” y otros “cuidar y curar a los enfermos y administrar la pitanza a los pobres”.
El dinero que administraban los diáconos provenía de la generosidad de
los fieles y del Estado. Los diáconos pertenecían a la Iglesia, pero eran
elegidos y nombrados por el magistrado, quien consultaba previamente
con los pastores.

Calvino hubiera deseado la comunión mensual, pero las Ordenanzas


mantuvieron la comunión trimestral. Además de ocuparse de los
matrimonios, de los entierros, de las visitas a los enfermos y a los presos,
las Ordenanzas se ocupaban de la instrucción religiosa de los niños. Estos
debían ser llevados cada domingo ordenadamente a las clases de religión,
228
y no podían ser admitidos a la comunión hasta después de haber superado
un examen de conocimientos religiosos.

Así dio Calvino a la Iglesia de Ginebra una fuerte armazón de la que


creía haber encontrado el diseño en los Hechos de los Apóstoles y en las
Epístolas de San Pablo. Esta Iglesia no era una comunidad libre, sino una
organización obligatoria, en la que debían integrarse todos los habitantes
de la ciudad.

Superioridad de Dios y Revelación.

Calvino afirmaba sobre todo: fuera de la Revelación no hay salvación.


Esta tesis se deriva de su concepción de la superioridad divina. La
distancia entre el Creador y la criatura es inconmensurable. Hay una
diferencia absoluta, entre Dios y el hombre. Cuando trata de Dios, la
teología resulta modesta.

“El creador es incomprensible ya que su Majestad está oculta muy lejos de todos
nuestros sentidos. Todo lo que pensamos de nosotros mismos no es más que una locura,
y todo lo que de nosotros podamos hablar resulta insustancial”

Es, pues, desconocer la incomprensibilidad de Dios, acercarlo a


nosotros por medio de representaciones sensibles. Si, a pesar de todo,
conocemos algo de Dios, es sólo en la medida en que Él no ha querido
permanecer totalmente oculto a los hombres. La escuela en que
aprendemos a entrever algunos aspectos de Dios es la Sagrada Escritura,
es decir, la Revelación. Pero “no se nos ha entregado la Biblia para saciar nuestra
curiosidad o servir a nuestra ambición”. No puede ser comprendida más que
por el que la adora con la fe y con el corazón nuevo. La Sagrada Escritura
es el espejo de Dios, pero es necesaria la fe para ver en él. Ahora bien: la fe
es una gracia gratuita. “Los ministerios de Dios no son comprendidos más que por
aquellos a quienes Él se ofrece”.

229
Cualquier tipo de adoración que no dimane de la Revelación es, para el
reformador, error e idolatría. Se lajea, pues, resueltamente del
pensamiento humanista. La Sagrada Escritura constituye el único
mensaje divino a los hombres, fuera de toda autoridad y de toda tradición.
Dios es demasiado grande y demasiado misterioso para que podamos
afirmar de Él algo que Él mismo no nos haya revelado.

Si Calvino rechazaba, en materia de Revelación, toda autoridad externa


a las Sagradas Escrituras (Papa o tradición), protestaba también con el
mismo vigor contra los <<iluminados>>, los <<sectarios>> y los <<entusiastas>>,
que creen que el Espíritu Santo continua sus revelaciones sobre cada
hombre en particular, independientemente de los textos bíblicos. A esta
concepción dinámica de la Revelación, Calvino opone una concepción
decididamente estática. La Escritura ha dicho todo lo que el hombre debe
saber de Dios.

Pecado y Predestinación.

El verdadero conocimiento de Dios, sólo puede ser alcanzado por medio


de los libros sagrados. Sin embargo ¿existe un conocimiento natural del
Creador? Calvino lo afirma altivamente. Dios se da a conocer directamente
“por una semilla de religión injertada en todos por inspiración secreta” e
indirectamente por las obras de la naturaleza. ¿No se contradice Calvino
consigno mismo? No. Este Dios que el hombre no puede dejar de ver en la
naturaleza, el hombre lo desfigura y lo transforma en ídolo: es la
consecuencia del pecado original, que no sólo ha pervertido nuestra
voluntad, sino que ha debilitado nuestra inteligencia.

En cuanto a esta “semilla de religión” que fue puesta en Adán y que


subsiste en nosotros, “esta tan corrompida que sólo produce frutos perversos”.
Dios ha creado el mundo para la felicidad del hombre, pero el pecado de
Adán ha sido enorme. Por ello la imagen del Creador que llevamos en

230
nosotros “ha sido tan corrompida, que lo que queda es una horrible deformidad”. Lo
mismo que Lutero, Calvino no encuentra expresiones lo bastante fuertes
para calificar la condición del hombre después de la caída.

Ciertamente, incluso después de la caída, la razón y la voluntad no


fueron destruidas totalmente. Si los <<dones naturales>> han sido
corrompidos en el hombre (…) los <<dones sobrenaturales>> han quedado
<<abolidos por completo>>, es decir: “La claridad de la fe, la integridad y rectitud
pertenecen a la vida celestial y a la felicidad eterna”.

“El hombre es desde entonces esclavo del pecado, lo que significa que su espíritu esta
tan desvinculado de la justicia de Dios que no conoce, ambiciona, ni hace nada que no
sea maligno, perverso, inicuo o despreciable”

Pero ¿acaso Dios no consintió el pecado de Adán? Para Calvino la


criatura salida de las manos de Dios era buena pero débil. Entonces ¿toleró
Dios simplemente la caída de Adán? ¿Se limitó a dejarlo obrar? ¿O bien
quiso el pecado del primer hombre? Al principio, Calvino pareció
inclinarse por la primera opinión, pero en su tratado de la Predestinación
(1552) se orientó resueltamente hacia la segunda:

“Los fieles estarán de acuerdo en estas dos cosas a la vez: que, cometiendo una caída
voluntaria, ha sido ésta la causa de su ruina; y que, sin embargo, así había sido
determinado por la admirable resolución de Dios, con el fin de que la ruina voluntaria
de Adán fuera motivo de humildad para todo su linaje”.

Ahora bien, la falta de Adán fue una falta colectiva, porque “Dios había
ordenado que los dones que había entregado en depósito al primer hombre fueran
comunes a él y a los suyos, para conservarlos o para perderlos”. De ahí se sigue que
incluso los niños pequeños son pecadores, lo que ya había afirmado San
Agustín.

231
Los hijos de Adán, atraídos al mal por una fuerza invisible ¿siguen
siendo culpables? Lo mismo que Dios, que sólo puede obrar el bien, es
libre así el hombre pecador, que sin la gracia solo puede obrar el mal, es
libre y responsable. El mal nos atrae, pero nosotros consentimos en él. Es
necesario distinguir entre necesidad y coacción. Estamos fascinados, pero
nuestra voluntad mala y pervertida, acoge y acepta esa fascinación. En
principio, según la justicia, todos los hombres hubieran tenido que ser
condenados. Pero Dios, por misericordia, envió a su hijo a la tierra para
rescatar a algunos. No cabe pensar ahora que la doctrina de la
predestinación haya sido el tema central de la teología calvinista. La
salvación es otorgada a unos y negada a otros.

Es preciso admitir y enseñar la predestinación sin tener en cuenta las


burlas de los <<espíritus rebeldes>>. Rechazar la predestinación, o no
atreverse a enseñarla con el pretexto de que podría turbar a las <<almas
débiles>> es actuar como si se supiese que Dios había omitido “por descuido
predicar lo que puede ser perjudicial a la Iglesia”. No solo Dios por su
<<presencia>> conoce de antemano cual será el destino eterno de cada uno,
sino que lo decide por un acto, por un <<consejo>> irrevocable. Hay así una
doble predestinación, porque Dios “encamina a unos a la vida eterna y a otros
a la condenación. Si se pregunta por qué tiene piedad de unos y deja y abandona a otros,
solo puede responderse que esto sucede así porque Él lo quiere”.

Un decreto soberano de Dios no puede ser desviado ni alterado por el


hombre. La gracia es irresistible: este es uno de los puntos más
importantes de la teología de Calvino. La gracia no solo <<cambia>> la
voluntad del hombre sino que también aporta consigo el don de la
perseverancia. El alma elegida no puede caer definitivamente en el abismo
del pecado.

232
Se ha reprochado a la doctrina de Calvino sobre la predestinación el
hacer “desesperar a las almas por un exceso de rigor, de carácter teológico más que
evangélico”. Pero su autor la hacía desembocar en la misericordia infinita de
Dios. En cualquier caso, que el Evangelio no sea preciado es ya señal de
que Dios se apiada de nosotros. Pero el signo más seguro de nuestra
adopción es recibir “con mansedumbre de corazón la doctrina que se nos predica”.
El creyente que esté unido así a Cristo no tiene por qué dudar de su
elección; esta interiormente seguro de ella. La fe salva. En cuanto a las
buenas obras que hacemos, también pueden ser un signo (secundario) de
nuestra elección, cuando estamos iluminados e inflamados por la fe, ya
que son una emancipación de la <<sabiduría>> divina.
Los sacramentos: bautismo y cena.

Si bien el papel de la Iglesia consiste en dar a conocer la palabra


reveladora de la fe, también debe distribuir los sacramentos que son “otra
ayuda próxima y semejante a la predicación del Evangelio para sostener y confirmar la
fe”. La concepción calvinista en los sacramentos es muy parecida a la
expuesta por Lutero, pero se diferencia, por una parte de la de Zwinglio,
al pretender “que los sacramentos no son testimonios de la gracia de Dios” sino
solo ceremonias conmemorativas, y por otra, de la de los católicos, al creer
estos que los sacramentos, especialmente el bautismo, tienen una fuerza
mágica.

Para Calvino los sacramentos no nos ponen en estado de gracia y no


tienen la virtud de justificarnos inmediatamente a los ojos de Dios. No
nos hacen capaces de <<merecer>> la salvación. Han sido instituidos por el
Señor para confirmar que Dios, en su bondad, nos ha dado la fe y nos
ayuda a fortalecer esta fe. La tesis católica según la cual el creyente puede,
por medio de los sacramentos, obtener o recuperar el estado de gracia no
podía ser admitida por Calvino, puesto que creía en un decreto

233
providencial de predestinación tomado de una vez para siempre sobre
cada uno de nosotros. Se está justificado o no, ante Dios, desde antes de
nacer. Pero a los elegidos y a los que han obtenido la fe, Dios les concede
también, por medio de los dos sacramentos, las fuerzas complementarias
para perseverar y reafirmarse, precisamente al asegurarles que están
predestinados para la salvación.

Calvino reprochó a Zwinglio haber suprimido “lo principal del bautismo, la


promesa de que todos los que crean y hayan sido bautizados se salvaran”; en cambio,
coincide con los sacramentales y los católicos en que, por este
sacramento, nos revestimos con la <<túnica>> de Jesús.

Calvino, al igual que Lutero y Bucero, trató de justificar el bautismo de


los niños. Para la Iglesia romana, dos argumentos militan a favor del
bautismo:

Teológico: hay que limpiar al niño de la mancha del pecado original,


para que sea de nuevo capaz de merecer la salvación.
Histórico: desde sus inicios, la Iglesia primitiva bautizó a los niños.

Pero Lutero, Calvino y Bucero rechazaban la justificación por los


méritos y la tradición. Para el bautismo, Calvino buscó otras
justificaciones en la Escritura:

“Dejad que los niños se acerquen a Mí”. Coincidió con Bucero en ver en la
circuncisión judaica otro bautismo, y a pesar de la diferencia de la
<<ceremonia externa>>, una promesa de salvación.
El bautismo prueba que seguimos conservando la alianza que el
Eterno ha firmado con nosotros. No bautizar a los niños sería una
“ingratitud, un desconocimiento de la misericordia de Dios hacia nosotros y
además, una negligencia en la instrucción de los niños en el temor y la disciplina
de su ley y el conocimiento de su Santo Evangelio”.

234
La concepción calvinista del segundo sacramento, el de la cena, es
particularmente difícil de exponer por tres motivos:

Calvino fue muy sensible a los desacuerdos surgidos entre los


protestantes a propósito de la presencia real.
Calvino permaneció fiel a la cosmogonía medieval que representaba
a Cristo resucitado a la diestra de Dios Padre, tendiendo a situar la
ubicuidad de Jesús en las especies para preservar su materialidad en el
cielo.
Su piedad cristocéntrica exigía la unión salvadora del Cristo y el
hombre: no podía admitir que las palabras de la institución de la
cena fueran simples símbolos.

La concepción calvinista de la cena parece haber sido la siguiente: el


pan y el vino no se transforman en ningún momento en el cuerpo y la
sangre de Cristo. Pero son los instrumentos, los signos y el medio por los
que los fieles comulgan realmente con la sustancia de Cristo. Por
sustancia hay que entender, no propiamente el cuerpo crucificado de
Cristo, sino lo esencial de su naturaleza humana: la espiritualidad y los
dones, la fuerza y las virtudes de Jesús hecho hombre. La comunión no es
una ceremonia simbólica, como para Zwinglio, ni la ingestión material del
cuerpo y la sangre de Cristo, como enseñaba Roma y Lutero, sino la
participación real en la vida y en los beneficios del Dios hombre. Se trata
de una solución de compromiso entre el objetivismo de los católicos y los
luteranos y el simbolismo de Zwinglio.

235
El compromiso anglicano
J. Delumeau
El Cisma de Enrique VIII.

Enrique VIII e Isabel no pueden ser comparados con los grandes


reformadores del siglo XVI. Su obra religiosa, inspirada por el deseo de
subordinar la vida eclesiástica a los intereses del Estado, no hubiera
sobrevivido de no haber estado mal considerado el Papado en las Islas
Británicas desde mucho antes, y si la Iglesia inglesa no hubiera estado
habituada a vivir autónomamente. En 1527, después de diecisiete años de
matrimonio, Enrique VIII quiso hacer anular por Roma su matrimonio
con Catalina de Aragón. Esta era la viuda del hermano del rey, Arturo. La
unión de Enrique VIII y Catalina había sido desgraciada (una sola hija
viva, María Tudor, y cinco niños nacidos muertos). Además, Enrique
estaba enamorado de una dama de honor de la reina, Ana Bolena. Roma
confirmó en 1534 la validez del matrimonio real y excomulgó a Enrique
VIII y a Ana Bolena. Esta última había sido coronada en 1533.

En 1531, la convocación del clero de Canterbury proclamó: “Reconocemos a


Su Majestad como el único protector, único y supremo señor, y, ya que la ley de Cristo
lo permite, jefe supremo de la Iglesia y del clero de Inglaterra”. En 1532, Enrique
VIII prohibió entregar a Roma las rentas de los beneficios eclesiásticos
del reino y desde entonces las percibió él. El clero renunció a su poder
legislativo y abandonó al rey la dirección de la Iglesia. Este “acto de
sumisión” provocó la dimisión de Tomás Moro, que era el Canciller. Al
año siguiente, la apelación a Roma fue suprimida por una ley, y Tomás
Cranmer, incondicional del soberano, nombrado arzobispo de
Canterbury. Este declaró la nulidad del matrimonio del rey en 1533, por lo
que fue excomulgado por Roma en 1534, junto con Enrique VIII y Ana
Bolena.

236
Ese mismo año se trató en el Parlamento tres tipos de actas. La primera,
el Acta de Supremacía, convertía al rey en “jefe supremo en la tierra de la
Iglesia de Inglaterra”. Recibía el derecho de reprimir las herejías y de
excomulgar, “a pesar de todos los usos, costumbres y leyes extranjeras, y de toda
autoridad extranjera”. La segunda exigía a todo adulto un juramento “a la
única majestad del rey, y no a otra autoridad extranjera”. La tercera calificaba de
“traición” el solo hecho de afirmar que el rey era “cismático, hereje o
tirano”. El clero, los religiosos, magistrados, funcionarios y profesores
aceptaron en general, sin resistencia, prestar juramento al acta de
supremacía. Pero dos erasmistas, Tomás Moro y Juan Fisher, que se
negaron a ello, fueron decapitados en 1535. Fueron suprimidos los
monasterios y sus bienes, devueltos a la Corona. Las rentas de estos
monasterios representaban alrededor de 1/15 de las de todo el país. La
venta de estos “bienes nacionales” creó una aristocracia terrateniente muy
adicta a la Reforma. Los cabildos recobraron el derecho de elegir los
obispos pero su elección se ejercía sobre los candidatos previamente
designados por el rey.

Enrique VIII nombró a Tomás Cromwell, un laico, su consejero en


asuntos eclesiásticos. Cromwell conciliaba de manera bastante paradójica
su simpatía por Maquiavelo con sus su influencia luterana. Trató de llevar
al rey hacia el luteranismo. En algún momento, Enrique VIII, que se
aproximó a la Liga de Smalkalda, pareció ir en el sentido deseado por
Cromwell. En 1536 un sínodo ingles presidido por Cromwell adoptó una
Confesión de fe en Diez Artículos que se apartaba de la doctrina romana.
Aunque se conservaban las ceremonias católicas, las imágenes, las
invocaciones a los santos, las oraciones por los muertos y se afirmaba la
transubstanciación, la Sagrada Escritura y los tres primeros símbolos
constituían la autoridad suprema, se proclamaba la justificación por la fe
y solo se conservaban tres sacramentos. Enrique VIII no persistió en sus
ideas proluteranas. A pesar de que en 1537 ordenó que cada iglesia del
237
reino debiera poseer una Biblia inglesa hizo redactar en este mismo año
una nueva profesión de fe (Bishop’s Book) que restablecía los siete
sacramentos. En 1538 prohibió el matrimonio de los clérigos y en 1539
votó el Parlamento el Acta de los Seis Artículos. En el primero se afirmaba la
transubstanciación y castigaba con la hoguera a los que la negara; el
segundo declaraba inútil para los laicos la comunión bajo las dos especies,
el tercero y el cuarto prohibían el matrimonio a los sacerdotes, monjes y
antiguos monjes; los dos últimos mantenían las misas privadas y la
confesión auricular. El Bishop’s Book recomendaba la devoción a la Virgen y
a los santos y prohibía la lectura privada de la Biblia. Cromwell fue
ejecutado en 1540. Las contradictorias iniciativas de Enrique VIII
decepcionaron a todos.

Los reinados de Eduardo VI (1547-1553) y de María Tudor (1553-


1558)

El hijo de Enrique VIII y de Juana Seymour tenía nueva años a la muerte


de su padre. El gobierno fue dirigido sucesivamente por dos “protectores”,
Somerset y Northumberland. El primero tendía hacia un luteranismo
del tipo de Melanchton, y no quería escandalizar a los fieles ni ser
demasiado intolerante. Fueron abolidos los Seis Artículos, se permitió a los
laicos la comunión bajo las dos especies y se autorizó el matrimonio de los
clérigos. Fue mitigada la ley de 1534 sobre la traición: la situación de los
católicos fue sensiblemente mejor; pero la legislación de Enrique VIII
contra los herejes fue anulada y numerosos protestantes del continente
afluyeron a Inglaterra. En 1549 fue impuesto el primer Player Book. Fue
redactado por Cranmer y conservada gran parte de la liturgia tradicional,
pero excluía de la misa toda noción de sacrificio.

Durante el gobierno de Northumberland la influencia de Ginebra se


hizo fuerte. Al joven rey le gustaba la teología y se convirtió en alumno de
Calvino. Cranmer adoptó el calvinismo. La teología de los reformistas
238
suizos apareció netamente en un segundo Player Book de 1552, y en una
nueva Confesión de fe en Cuarenta y dos artículos, que Cranmer sacó a la luz
poco antes que el rey muriera. Eduardo VI, príncipe piadoso y ardiente
defensor de la Reforma, murió en 1553, a los quince años de edad, víctima
de la tuberculosis.

María Tudor, su hermanastra, seguía siendo católica. Al principio


pareció comportarse como una reina tolerante. Poco después de su
entrada en Londres declaró que no quería violentar las conciencias y pidió
a sus súbditos que condenaran “los términos nuevos y diabólicos tales como
papistas y herejes”. Siguiendo sus convicciones personales, la soberana quiso
reconciliar su reino con Roma, y el Parlamento se mostró más dócil en
seguirla en este camino como lo había sido en sentido inverso en los dos
reinados anteriores. En 1555 votó el regreso a la obediencia de Roma. Sin
embargo, siguieron conservando secularizados los bienes de la Iglesia.
Pero las hazañas sacrílegas perpetradas por una minoría de protestantes
fanáticos, obligaron a una severa represión que le valió el sobrenombre de
“María la Sanguinaria”. Cranmer fue ejecutado. Se abrió un abismo entre la
soberana y un pueblo cuyo odio al papismo era ya muy profundo. Muchos
reformados huyeron a Alemania y Suiza, guardando estrechas relaciones
con William Cecil, antiguo secretario de Estado de Eduardo VI que, por
el momento, se hacía pasar por católico. Con la muerte de María Tudor en
1558 se esfumó la última oportunidad de una verdadera reconciliación
entre Roma e Inglaterra.

Consolidación del Anglicanismo en el reinado de Isabel (1558-1603).

Isabel I, hija de Ana Bolena, no era teóloga ni muy religiosa. Se negó a


obedecer al Papa, pero tenía pocas simpatías por ciertos reformados
radicales que se habían refugiado en Ginebra durante el reinado anterior.
Les reprochaba su presbiterianismo y su hostilidad de principio a la

239
jerarquía episcopal. Isabel, por ser mujer, no tomó el título de “jefe supremo
de la Iglesia de Inglaterra” que había llevado Enrique VIII. Se hizo proclamar
simplemente, en 1559, “gobernadora suprema del reino, tanto en lo espiritual como
en lo material”. El Parlamento votó la restauración del Player Book de 1552
y el restablecimiento del Acta de Supremacía. La legislación anticatólica
de 1534 fue puesta nuevamente en vigor. Roma esperó hasta 1570 para
excomulgar a Isabel, lo que le permitió a la reina consagrarse a la
organización de la Iglesia anglicana sin temor a peligros externos.

Todos los obispos que, con una sola excepción, se habían negado a
protestar el juramento de supremacía fueron depuestos y se creó en su
lugar una nueva jerarquía de gran talla espiritual. En la convocación de
1563 los obispos definieron los célebres Treinta y nueve artículos, que debían
ser luego la profesión de fe de la Iglesia oficial. Estos artículos son de clara
inspiración calvinista, aunque el culto conserve ciertas apariencias
católicas. La esencia de los Artículos es: la Sagrada Escritura es la única
base de la fe y la Iglesia romana ha errado no solo en materia litúrgica,
sino también en materia de fe. Los Concilios no son infalibles. Sus
decisiones, para ser validas, deben proceder de la Sagrada Escritura. El
purgatorio, las reliquias, las indulgencias y el culto a las imágenes son
rechazados, así como el empleo del latín en los oficios. Únicamente son
mantenidos dos sacramentos: la cena, que es entendida en el sentido de
Calvino: una comunión real pero espiritual con Cristo. No puede ser un
sacrificio. Sacerdotes y obispos tienen derecho a casarse. Cada Iglesia
particular o nacional puede modificar sus propios ritos. En cambio, el
gobierno real no puede modificar con su sola autoridad la Palabra ni los
sacramentos.

El Papa Pío V en 1570 excomulgó a Isabel y liberó a los ingleses del


deber de obediencia a su reina. La hostilidad al papismo se acentuó en

240
Inglaterra y la derrota de la Armada Invencible en 1588 confirmó esta
ruptura definitiva.

241
242
Isabel I y el Parlamento inglés

Silvina Peluc de Suárez

Isabel I, quien gobernó Inglaterra desde 1558 hasta 1603, era hija de
Enrique VIII y Ana Bolena. Llegó al trono con poco más de 25 años.
Habiendo sido testigo de ejecuciones e intrigas, adquirió una
personalidad fuerte. Consideraba necesario crear un ambiente pacifico
para poder dar curso a las modificaciones iniciadas durante el reinado de
su padre, por lo cual se negó al uso de la fuerza y tal vez también porque,
de hacerlo, esto significaría otorgar excesivos poderes al jefe militar que
se encargase de llevar a cabo la contienda.

No reconoció ningún límite sobre su autoridad más que a Dios y no


admitió ni límites ni derechos de nadie. Hasta sus seres más queridos y
fieles probaron en determinados momentos su dureza. Convencida de que
ella era una monarca absoluta, que tenía que conservar la herencia de su
padre, defendió el trono y lo mantuvo frente a las dificultades y amenazas
que se le presentaron, siendo “ (…) verdaderamente una reina nacional; con ella y
por ella el pueblo ingles fue definitivamente constituido en nación”.

Los colaboradores de Isabel I.

La soberana se rodeó de gente experta en las funciones que les confería


y sobre todo leales a ella. Así logró poder manejar todos sus dominios
mediante hábiles personas que la supieron representar eficazmente,
haciendo cumplir sus designios en todo el reino. Su más cercano
colaborador fue William Cecil. A la asunción de Isabel, éste estaña en la
cumbre de sus facultades. Inteligente, de gran genio político, supo
combinar su férrea voluntad y su gran talento para la intriga, para poder
llevar a cabo su objetivo, que era su enriquecimiento personal.

243
Se erigió en cabeza del nuevo grupo económico que en esos momentos
surgía en la sociedad de Inglaterra: los grandes terratenientes y aquellas
personas que comenzaron a ostentar inmensas fortunas gracias al
traspaso de los bienes religiosos. La ambición de todos ellos era evitar la
restauración del catolicismo e el reino, para lo cual Cecil jugó un papel
decisivo, influyendo en la separación de Inglaterra del resto de la
Cristiandad y en el reemplazo del culto de la antigua religión, por el de la
nacionalidad inglesa.

Isabel y el Parlamento.

Habían desaparecido ahora las causas religiosas que, durante el reinado


de su padre, movieron a una convocatoria frecuente del Parlamento.
Además la reina, movida por su conservadorismo, no tenía intenciones de
realizar grandes modificaciones en este campo. Sumando a esto su
temperamento autoritario, su fana por llevar a cabo una política
absolutista y por lo tanto individualista, y su preferencia por resolver los
temas del gobierno de un modo secreto, podemos entender su poca
afición al Parlamento, que solo fue reunido en 13 ocasiones durante los 45
años de su reinado. Pero Isabel era consciente de que ésta era una
institución fundamental para lograr sus fines, ya que necesitaba afirmar
su legitimidad de reina, tan rechazada por los católicos y el Papa, y,
además, para la política europea del momento, Isabel debía contar con
ayuda económica.

William Cecil fue el mejor agente con el que contó la reina para hacer
cumplir sus pretensiones ya que éste demostró ser un hábil negociador
parlamentario y leal a su soberana, aun cuando en ciertas ocasiones supo
usar al Parlamento para convencer a la reina de cambiar el rumbo de los
acontecimientos de acuerdo con sus intereses personales.

244
En las escasas ocasiones en fue convocado, la reina prefirió sesiones
cortas, impidiendo el nacimiento de un espíritu de cuerpo ni la formación
de partidos. Cuando se realizaban las elecciones de los miembros del
Parlamento se seguía un procedimiento bastante particular, porque la
mayoría de las veces su composición estaba determinada antes de la
convocatoria a tales elecciones. En los condados, los grandes propietarios
eran los beneficiarios de las bancas y contaban con el asentimiento de los
pequeños propietarios. En caso de llegar a rivalidad familiares o
disturbios locales con motivo de una elección reñida, estos conflictos se
solucionaban por medio del fraude o la violencia.

Como en tiempos anteriores, la Corte intentó lograr una mayoría en el


Parlamento. Isabel colaboró con estas pretensiones recomendado a ciertas
personas de su confianza. Así se crearon nuevos distritos, con el
consecuente aumento del número de bancas en los Comunes.

El mecanismo que se llevaba era una verdadera negociación. Los


representantes del burgo que ansiaban un lugar en el Parlamento remitían
su pedido a alguna persona influyente en la Corte o a algún señor del
lugar. Si se concretaba su ambición, se dejaba el beneficio a quien había
hecho esto posible. Así se llegó a ver que algunos señores o prelados
disponían de lugares disponibles en los Comunes que reservaban a sus
amigos, pudiendo intercambiarlos luego por servicios.

Otra muestra del manejo ejercido sobre el Parlamento por parte de la


soberana fue la supresión de las dietas de los miembros, logrando así que
éstos fueran fiscalizados por los electores, y, por otro lado, la obligación
de residencia, por lo que se facilitó el triunfo en los burgos de los legistas
y de los cortesanos, en detrimento de los mercaderes y burgueses.

Durante el reinado de Isabel, la mayoría de los proyectos aprobados por


el Parlamento procedían de la reina o de los Lores, aunque en principio

245
era esta institución la que dictaba las leyes y establecía el impuesto.
Cuando los temas que trataban eran sobre la prerrogativa real, el proyecto
de ley debía ser antes presentado a la reina. Además, un proyecto votado
afirmativamente por el Parlamento debía ser anteriormente sancionado
por la reina para tener fuerza de ley.

Sin embargo, Isabel se consideraba una respetuosa de la libertad de los


miembros del Parlamento, dado que ellos contaban con la prerrogativa de
la libertad de palabra y la inmunidad judicial, aunque hubo numerosos
encarcelamientos de algunos miembros que no cumplieron
evidentemente con lo que la soberana entendía por límites.

El funcionario que tenía la facultad de dirigir las sesiones y velar porque


las mismas se desarrollasen dentro de los límites correspondientes era el
speaker. Y si bien el mismo era elegido por sus colegas, también era
funcionario de la Corona, remunerado y confirmado en su puesto por ella.
O sea que su voluntad era que, tanto dentro y fuera del recinto, se
cumplieran los deseos de la reina.

También ejercían influencia sobre el Parlamento los miembros del


Consejo Privado, ya que intervenían públicamente o intentaban alterar
las decisiones de la Cámara que no se ajustaran a los intereses reales.

Hacia el final del reinado de Isabel la Cámara de los Comunes fue


evolucionando como grupo organizado políticamente y encaminó sus
esfuerzos a conseguir privilegios parlamentarios, una mayor libertad de
palabra y proyectos políticos que los beneficiaran, mostrando desde aquel
momento la personalidad del cuerpo que se hará del todo manifiesta en
tiempos de los Estuardo.

Nunca fue la Cámara de los Comunes un instrumento servil a la


soberana, declarándose contraria a las ideas del Consejo Privado y de
Isabel en reiteradas oportunidades en que se discutían importantes
246
problemas políticos. Sobre todo en las últimas sesiones del reinado se
nota una resistencia constante a ciertos aspectos de la política religiosa,
financiera y económica de la Corona. Se cuestionaron los impuestos que
se cobraban, los subsidios que se les solicitaba al Parlamento y los
monopolios que existían.

Si bien la reina sostuvo fuertemente las riendas de la Corona hasta su


muerte con la misma energía y autoridad, en los últimos años era otra la
gente que la rodeaba. Esta nueva generación no estaba dispuesta ya a
seguir ciegamente a ídolos políticos que decidieran su camino y se
volcaba más por una acción individual. Rechazaba la idea de conseguir
seguridad en sus funciones y en su vida cotidiana a cambio de un
despotismo protector y de una política arbitraria librada a sus propios
intereses.

Según Cahen y Braure: “le habrían hecho falta a la reina consejeros que
comulgasen espiritualmente con esos nuevos hombres, y capaces de indicarle el camino
a seguir. Su destino quiso que no los tuviese”.

247
248
La Inglaterra Isabelina y Escocia.
Vázquez de Prada
Al morir sin herederos María Tudor ascendió al trono ingles Isabel I,
cuyo largo reinado (1558-1603) sentó las bases de la moderna Inglaterra.
Educada en la Corte de su padre, en medio de incesantes complots,
testigo de desgracias y ejecuciones, había adquirido un gran coraje físico y
moral, y a no confiar en nadie.

Bien consiente tanto de sus deberes como de sus prerrogativas de


soberana absoluta, supo mantener su autoridad, conservar el trono y
sobre todo, manejar hábilmente al Parlamento. Gobernó con su Consejo
Privado, que se reunía casi todos los días, formado por personas
prudentes escogidas entre la gentry o pequeña nobleza. Los principales
ministros del Consejo fueron William Cecil y su hijo Robert; Nicolás
Bacon; Robert Dudley; Francis Walsingham y a Robert Devereux.
Empleó también consejeros financieros como al comerciante William
Gresham, y eclesiásticos como a Matías Parker, nombrado arzobispo de
Canterbury.

Isabel afianzó la autoridad real acrecentando los poderes de los jueces


de paz, que representaban a la reina en cada condado y estaban
encargados de mantener el orden, de reclutar a las milicias locales y fijar
los salarios en función de la situación económica, etc. La mayoría de los
jueces de paz fueron desempeñados por personas de la “gentry” elegidos
por la reina.

A pesar del fortalecimiento de la autoridad real y de su popularidad, el


Parlamento, a lo largo del reinado de Isabel, se fue haciendo más
influyente. Ello se explicaría por dos razones: Isabel tenía necesidad de él
para afirmar su legitimidad, discutida y amenazada por los soberanos
católicos y por el Papa; y, en segundo lugar, requería ayudas económicas.

249
Por tanto, y a pesar de la limitación de las sesiones (13 veces en 44 años de
reinado), Isabel mantuvo viva la institución parlamentaria, y hacia el final
del reinado reconoció ciertos derechos a los diputados: aunque estos
reclamaron el poder discutir libremente todos los problemas,
especialmente los financieros y religiosos. Con todo, las relaciones entre
la reina y el Parlamento pueden considerarse buenas, pues el Parlamento
consideraba a la soberana como el único baluarte ante las presiones
exteriores que amenazaban al reino y las decisiones políticas y religiosas
de Isabel satisfacían los deseos de la mayoría de los diputados.

Establecimiento de la Iglesia de Inglaterra. La “vía media isabelina”.

Durante el reinado de María Tudor el episcopado católico había sido


reinstalado y una buena parte del clero continuaba, si no dispuesto a la
obediencia a Roma, al menos a mantener las formas de culto y una
doctrina prácticamente católica. Por otro lado, Isabel había facilitado el
regreso de los emigrados a Suiza, Alemania y los Países Bajos, donde se
habían refugiado ante la persecución de María, y estos traían doctrinas
calvinistas. El calvinismo instalado oficialmente en Escocia ejercía sobre
Inglaterra un gran atractivo. Para mantenerse independiente de presiones
católicas y calvinistas, puso las bases de la organización de la Iglesia
inglesa. En 1559 el Parlamento voto el Acta de Supremacía en la que
Isabel, a diferencia de Enrique VIII (Suprema cabeza de la Iglesia) se
proclamó Gobernadora suprema. Ese mismo año se promulgó una nueva
Acta de Uniformidad, restableciendo el “Player Book” de 1552 con
ciertas modificaciones en sentido conservador, referentes a la liturgia
exterior; la forma zuingliana de la Comunión fue conservada.

De acuerdo con estos dos documentos básicos, se emprendió la


reorganización de la Iglesia. Si en el clero parroquial se manifestó
solamente una minoría de opositores, la casi totalidad de obispos
rehusaron el juramento de obediencia a la reina, y se les remplazó con
250
personas de tendencia calvinista. La sede primada de Canterbury fue
confiada en 1559 a Matías Parker, que desempeñó el cargo con eficacia.
Isabel, después de haber conseguido el juramento del clero, suspendió
durante sus primeros años de reinado las persecuciones contra uno y otro
bando. Sin embargo, para favorecer el culto oficial, impuso multa a los que
de manera permanente o con frecuencia se abstuvieran de aparecer los
domingos en la Iglesia.

El rechazo de este cambio por una gran parte del clero católico hizo la
labor de Parker muy difícil, incluso también los protestantes criticaron
que el Player Book de 1552 no era verdaderamente protestante. Por otra
parte, la situación cultural y moral del bajo clero era lamentable. En 1563
se decidió al paso definitivo. Reunió en Londres, en Convocation, al
episcopado y se aceptó una versión revisada y abreviada de los “Cuarenta
y dos artículos de 1553”: son los llamados “Treinta y nueve Artículos”,
que constituyen la carta doctrinal de la Iglesia de Inglaterra. Su
inspiración evidentemente es protestante, con cierto matiz calvinista: se
considera la Biblia como única autoridad en materia de fe; se repudia una
buena parte de la enseñanza católica; se conservaron solamente dos
sacramentos, el Bautismo y la Cena (ésta bajo la concepción calvinista); se
deroga el celibato de los clérigos, y el culto debía ser, obligatoriamente, en
lengua vernácula. A los “Treinta y nueve Artículos” se opusieron tres
grupos: los “puritanos”, algunos presbiterianos y los católicos.

Relaciones con María Estuardo

El mayor peligro para la estabilidad de Isabel en el trono lo representó


su prima María Estuardo, reina de Escocia y virtual heredera suya.
Aunque católica, al regresar a su reino en 1561 a la muerte de Francisco II
de Francia, se había entendido bien con sus súbditos protestantes
moderados. En 1565 había vuelto a contraer matrimonio con su primo
Enrique Darnley, católico y favorito de la nobleza inglesa del norte de
251
Inglaterra. Los escoceses, descontentos por este matrimonio, asesinaron a
Darnley en 1566 y al volverse a casar María Estuardo, tres meses después,
con Bothwell, el presunto asesino, surgió un levantamiento general que
obligó a María a abdicar en su hijo Jacobo VI, y a refugiarse en Inglaterra,
donde Isabel la mantuvo en prisión vigilada desde 1568.

La presencia de María Estuardo en Inglaterra constituía un serio


peligro para Isabel, precisamente en un momento en que los católicos,
tanto del exterior como del interior, trataban de unir fuerzas para
oponerse al anglicanismo. En el norte, donde dominaban las viejas
familias católicas, consideradas por sus campesinos como jefes soberanos
del país, tramaron en 1569 un levantamiento en el que, aparte del
descontento por el centralismo que William Cecil trataba de imponerles,
influía sobre todo la oposición a los “Treinta y nueve Artículos”. Su plan
era sacar a María Estuardo de prisión, casarla con el duque de Norfolk y
reconocerla como heredera del trono de Inglaterra, lo que permitiría
ulteriormente la restauración del catolicismo. Descubierta la conjura, la
“rebelión de los condes” fue reprimida, confiscándoseles todos sus
dominios, parcelándose para entregarlos o venderlos a servidores fieles a
la reina.

Este acontecimiento interior, la excomunión lanzada por Pío V en 1570,


los proyectos que se preparaban en el extranjero a favor de María
Estuardo, así como la permanente situación de rebeldía de Irlanda,
hicieron cambiar a Isabel de actitud con respecto a los católicos. En
Irlanda, como en los Países Bajos, el catolicismo había cobrado fuerza al
identificarse con la causa nacional, y la conexión de sus dirigentes al
catolicismo europeo podía proporcionarles oportunidades de ayuda
internacional. María Estuardo era una figura que centraba las esperanzas
de los católicos, ingleses y europeos. Fueron numerosos los proyectos de
conspiración interior para el rescate y entronización de la soberana, en los

252
que intervinieron don Juan de Austria y Gregorio XIII o Felipe II y el
duque de Guisa.

En 1583, el astuto secretario Walsingham descubrió una de estas


conspiraciones, lo que hizo que la opinión pública tomara conciencia del
peligro que corría la vida de la soberana y del futuro imprevisible que
tendía el trono. La vida y seguridad de Isabel se convirtieron en esos años
en la principal preocupación de sus ministros y de sus súbditos, que
vieron en su reina la única garantía del mantenimiento de la tranquilidad
y el orden. En los años siguientes, los acontecimientos exteriores, sobre
todo la intervención de Felipe II en Francia y sus contactos con María
Estuardo, y una nueva conspiración, en 1586, precipitaron a que María
fuera procesada en 1586 y ajusticiada en 1587.

La excomunión pontificia, las conspiraciones en torno a María


Estuardo y la victoria naval sobre la Armada Invencible en 1588, estimularon
el patriotismo y la lealtad de los ingleses hacia su soberana, a la vez que
exacerbaron sus sentimientos “antipapistas”. Aunque los ingleses
rechazaban unánimemente al catolicismo, no todos estaban de acuerdo en
aceptar la reorganización religiosa impuesta por Isabel. Lo que se llamaba
“la vida media isabelina” no complacía a muchos. Una vez superado el
peligro católico, Isabel tuvo que extirpar tendencias protestantes
antagónicas en el interior mismo de la Iglesia inglesa.

La oposición puritana.

Los llamados “puritanos” comienzan a manifestarse desde 1560. Este


calificativo deriva de sus deseos de “purificar” a la Iglesia oficial de todo
vestigio de prácticas “papistas”. La oposición puritana era en cierto modo
más peligrosa que la católica, pues querían reformar la Iglesia desde el
interior y contaban con simpatías en los Comunes; pero n tenían apoyo
militar ni efectivos capaces de organizar una revuelta. Isabel, por otra

253
parte, estaba ya identificada con la causa nacional y protestante, sobre
todo después de su excomunión en 1570. Así fue capaz de sujetar a sus
súbditos disidentes y seguir su política religiosa moderada.

Prosperidad económica y florecimiento cultural.

El periodo isabelino se caracterizó por un notable desarrollo económico


de Inglaterra. La evolución de la economía agraria inglesa se manifiesta en
la tendencia a los cercamientos de campos, “enclousures”, de tal manera
que para impedir la excesiva concentración de tierras y los consiguientes
daños sociales hubo que dictar disipaciones; pero estas acciones legales,
que debían ser puestas en practica por los jueces de paz, no resultaron
eficaces ya que ellos mimos estaban interesados en el desarrollo de los
“enclousures”. La agricultura inglesa se benefició de una coyuntura
relativamente favorable, sobre todo para la cría de ovejas, y del rápido
crecimiento de la población, que favorecía la demanda. Se desarrollaron
cultivos especializados (lúpulo, manzanos, huertos). En cuanto a los
cereales, la extensión de superficie cultivada y cierto progreso técnico
lograron asegurar una mayor producción; las cosechas normalmente
cubrían normalmente las necesidades.

Proporcionalmente, fue mayor el desarrollo industrial y comercial,


favorecido por el aumento de la demanda interior y por el relativo declive
de otros centros competidores, como los italianos y flamencos. El alza de
precios y la relativa devaluación monetaria, provocada por dicha alza,
favoreció las exportaciones. Lord Gresham aconsejó a Isabel mantener
una moneda sana y estable, favoreció también el desarrollo capitalista,
incrementando el comercio y la piratería en Europa y América. La
actividad industrial más importante seguía siendo la peñera, controlada
por grandes comerciantes.

254
El desarrollo demográfico y económico, y las transformaciones que
estaba experimentando el campo, afectaron a ciertos sectores sociales, y
provocaron una enorme afluencia de emigrantes pobres a las ciudades,
sobre todo hacia Londres. El gobierno y las autoridades locales
procuraron acogerles, pero también hubieron de reaccionar con
prohibiciones y represiones, ya que la Reforma había suprimido
conventos y hospicios católicos que tenían ese fin. Para ello se creó una
nueva estructura asistencia y hospitalaria que llegó a ser una de las más
avanzadas de la época.

255
La Reforma Católica

Vázquez de Prada

Los movimientos de reforma en la base de la Iglesia.

Mientras Lutero en Wittemberg iniciaba la llamada Reforma


Protestante, en España y en Italia proseguían los intentos de reforma de la
Iglesia, por obra de monarcas, prelados, religiosos y especialmente laicos,
tanto en la cabeza como en los miembros y, dada la estructura jerárquica
de la Iglesia, mientras el Papa no hiciera la suya, poco podía avanzarse en
este sentido.

En España, los Reyes Católicos emprendieron la renovación del


episcopado y del clero y la reforma de las órdenes religiosas. Contaron
para realizarlo con eficaces colaboradores como el cardenal Cisneros, que
reformó los conventos franciscanos y fundó la Universidad de Alcalá, rival
de la de Salamanca, al objeto de promover los estudios bíblicos (fusión del
Humanismo con el tomismo). En estas universidades se formaron los
teólogos que España envió al Concilio de Trento.

En Italia, la renovación religiosa, aun en medio del Renacimiento,


tendría de momento, mayor influencia, por hallarse más cerca de Roma.
La contribución inmediata procedió de pequeños grupos de laicos, entre
los que se contaban algunos sacerdotes, que inspirados en las
tradicionales cofradías medievales, comenzaron una obra de regeneración
espiritual, fundada en la piedad eucarística y en la práctica de la caridad
con pobres y enfermos. Poco a poco estos núcleos renovadores, hallarán
apoyo en la Curia y, de personas ligadas a ellos, surgirán institutos
religiosos nuevos.

Instituciones de este tipo fueron la “Compañía secreta de San


Jerónimo”, establecida en 1494 en Vicenza o la Compañía u “Oratorio del

256
Amor Divino”, fundado en Génova en 1497. El más importante de todos
fue el de Roma, fundado hacia 1513, al que pertenecieron San Cayetano de
Tiena y Juan Pedro Caraffa (futuro Paulo IV).

Los miembros de estas instituciones, que realizaban sus prácticas de


piedad y caridad sin publicidad alguna, de forma intima, influyeron en el
ambiente de renovación espiritual. Algunos acabaron por convertirse en
institutos religiosos propiamente dichos, que revisten en razón de su
objetivo, primariamente apostólico, unas especiales características: no
visten hábito monástico y algunas, incluso, se limitan a la recitación del
oficio en privado. Son las llamadas congregaciones de clérigos regulares:
sacerdotes que abandonan las costumbres monásticas por su
incompatibilidad con la cura de almas, pero eligen la vida religiosa como
medio de garantizar una más alta perfección personal y mayor eficacia en
su apostolado. La primera de estas congregaciones sería la de los teatinos,
fundada en 1524 por San Cayetano de Tiena y Juan Pablo Caraffa, obispo
de esta diócesis. Los teatinos se distinguieron por su estricta pobre y por
su actividad sacerdotal. Los objetivos primitivos de esta institución eran
la santificación personal y el cuidado de los enfermos, pero como la
actividad pastoral estaba muy abandonada y urgía la formación de
sacerdotes, se dedicaron con preferencia a estos ministerios.

El ideal de austeridad animó también la renovación de la orden de San


Francisco, en la Marca de Ancona, donde un franciscano, Matteo de
Bascio, predicador muy popular, decidió vivir en la estricta observancia
del santo fundador. En su entorno se agruparon pronto una serie de
observantes, que contrariamente a las costumbres de las antiguas órdenes
religiosas, llevaban vida eremítica, consagrándose exclusivamente al
trabajo manual y al cuidado de los pobres, desinteresándose de la
formación intelectual. Esta nueva forma de vida religiosa encontró fuerte
resistencia, pero gracias a la ayuda de Caraffa, fue aprobada por la curia

257
en 1528. Seis años más tarde, los llamados capuchinos contaban con unos
quinientos miembros y habían renunciado a la vida eremítica, vista la
necesidad de predicación, lo que implicaba que habían de realizar
estudios.

La más importante de las nuevas congregaciones de clérigos regulares


fue la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola. Nacido en
Guipúzcoa, sirvió en el ejército del virrey de Navarra, siendo gravemente
herido, en 1521, defendiendo la ciudad de Pamplona contra los franceses.
Tras su recuperación, viajo a Jerusalén, donde no se le permitió ejercer su
apostolado, y regresó a su patria con la convicción de que para un mejor
ejercicio de la vida apostólica era conveniente una preparación académica.
A los 33 años comenzó todo el ciclo de estudios, y en 1528, buscando
mayor campo para sus afanes espirituales, acudió a la universidad de
París. En esta ciudad reúne a un grupo de universitarios que hacen voto
de pobreza, castidad y dedicación al apostolado, a ser posible en
Palestina y, si no, en donde lo ordenara el Papa (1534). Como las
circunstancias del momento le hicieron imposible el viaje a Tierra Santa,
Ignacio se ofreció con los suyos al Papa (1537). Por entonces había
madurado ya la idea de fundar un instituto religioso, libre de observancias
de tipo monástico y consagrado enteramente al apostolado. En
septiembre de 1540, Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por la bula
“Regimini militantes Ecclesiae”.

La Compañía era una orden de clérigos regulares, con la finalidad de


promover la vida de perfección de sus miembros y propagar la fe,
mediante la predicación, la práctica de los ejercicios espirituales y la
enseñanza de la doctrina. Además de los tradicionales tres votos, los
jesuitas hacían otro de obediencia al Papa. La Compañía, que se nutrió
de personas distinguidas por su inteligencia y cultura y por sus deseos de
vida santa, concedió gran importancia a la formación filosófica y teológica

258
de sus miembros. Su espiritualidad reunía la severa disciplina y el
realismo ascético con la vida de oración y el apostolado. La estructura del
nuevo instituto era rigurosamente monárquica y centralizada; el general,
que era vitalicio, ejercía sus funciones a través de los respectivos
provinciales y rectores. Todos los miembros debían tener una gran
responsabilidad para ser enviados donde se les necesitase. La expansión
de la Compañía fue muy rápida, a pesar de las contradicciones que su
nuevo estilo de vida encontró en algunos sectores eclesiásticos.

La acción de los jesuitas fue extraordinariamente importante en la


renovación católica, especialmente en el campo de la doctrina y de la
piedad. En los primeros años, los jesuitas se dedicaron a lo que parecía
tarea más urgente: la formación del clero.

La obra e importancia del Concilio

El concilio se vio obligado a una exposición y precisión de la doctrina


católica. La primera cuestión planteada, antes de entrar en definiciones
dogmáticas, fue la de las “fuentes” de la fe. El concilio afirmó que la
revelación divina se apoya sobre la Sagrada Escritura, la cual solamente la
Iglesia tenía autoridad para interpretar de manera segura, y también
sobre la tradición apostólica. Frente a la discriminación, hecha por
Lutero, a partir de Erasmo, de distinguir en la Biblia entre libros
protocanónicos y deuterocanónicos, el concilio se limitó a definir que
todos sus libros estaban igualmente inspirados.

El tema fundamental fue la cuestión de la justificación. Frente a la


postura protestante de que Jesucristo había salvado ya al hombre y que la
justificación consistía en una no imputación legal de los pecados que
coexistían con la corrupción intrínseca del hombre (y que por tanto, la
cooperación de este no era precisa), afirmó que, si bien la fe era necesaria,
no era suficiente para la salvación: el hombre no puede ser justificado sin

259
la gracia divina, pero es libre de aceptarla o rechazarla, y además, durante
toda su vida, puede conservarla, aumentarla o perderla.

En conexión con lo anterior, frente a la afirmación luterana y


zwingliana de que el pecado había anulado la libertad humana, y que la
concupiscencia era continuación del pecado original, el Concilio
diferencia entre pecado y concupiscencia y acentúa la eficacia de la gracia,
que hace posible la observancia de los mandamientos. El Hombre será
juzgado, no sólo por su fe, sino por sus obras, manifestación necesaria de
la fe. Esta es dada por Dios de forma gratuita, pero en su aceptación, y en
la cooperación a ella, el hombre tiene papel decisivo.

Rechazado el individualismo y pesimismo protestantes, se reafirma la


necesaria mediación de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo y organismo
jurídico a la vez, en el cual el elemento místico e invisible coexistente, se
apoya y se expresa en el elemento jurídico, que tiene su fundamento en la
jerarquía establecida por Jesucristo. En este ordenamiento jerárquico, en
el que el episcopado ocupa el primer lugar, los seglares se diferencian
especialmente de los clérigos. Aunque unos y otros participan de la
dignidad común del sacerdocio, fundado en el bautismo, los sacerdotes la
poseen en un grado especial, en virtud del sacramento del Orden. Esta
Iglesia, jurídico-mística, es la custodia e intérprete de la palabra de Dios y
la dispensadora ordinaria de la gracia por medio de los sacramentos.

Se precisaron las características de cada uno de los siete sacramentos.


Entre ellos, la definición del sacramento de la Eucaristía ocupa lugar
relevante. Se afirmó rotundamente que la misa, además de un sacramento,
es un sacrificio, que renueva, realmente, el de Cristo en la cruz; se
confirmó la doctrina de la presencia real de Jesucristo en las especies
sacramentales, rechazada por los sacramentarios, y la
“transubstanciación”, es decir, el cambio de substancia de las dos

260
especies, que se convierten en el cuerpo y en la sangra de Cristo,
rechazada por el conjunto de los protestantes.

No menos importantes fueron los decretos de orden disciplinar. En


primer lugar se rehabilitó la función u oficio eclesiástico, su importancia y
dignidad. El concilio afirmó que obispos, abades y párrocos estaban
llamados, ante todo, a la cura pastoral. Insistió también sobre la
obligación de los obispos de predicar los domingos y los días festivos.

Dentro de la estructura jerárquica de la Iglesia, se precisó la


responsabilidad de los obispos, como cabezas de las diócesis. De ella
derivaba, en primer lugar, la obligación de residencia, y, por otra, la
prohibición de acumular beneficios.

El decreto de reforma de los clérigos, que insistió en la obligación del


celibato, prescribía la fundación de un seminario en cada diócesis.
Señalaba también las condiciones y métodos a seguir en la formación de
los candidatos al sacerdocio y para su ordenación.

Para asegurar la reforma, se recomendaba a los obispos la convocatoria


a sínodos provinciales cada tres años y, anualmente, sínodos diocesanos;
visitas pastorales regulares a su diócesis; y la corrección de abusos en los
nombramientos, cumulo de beneficios. Otros decretos se referían a la
predicación, a la instrucción religiosa del pueblo y la catequesis de los
niños.

Se precisaron también los detalles de la reforma de las órdenes


religiosas y de la vida monástica. Se prohibió la propiedad privada, las
visitas a los conventos de clausura, el sistema de encomiendas y se
establecieron condiciones concretas para la entrada en religión, votos, etc.

Al rechazar la concepción según la cual el pecado original es la


disposición hacia el mal, el concilio evitaba una condenación de la propia

261
naturaleza humana, de las pasiones y deseos del corazón, que, según el
calvinismo, debían ser extirpados. Por el contrario, en Trento se ratificó
que los sentimientos y pasiones del hombre pueden ser movilizados en la
vida ordinaria para conseguir fines sobrenaturales. Con ello la Iglesia
proporcionaba al hombre y al mundo un sentido optimista de la vida
terrestre, a pesar de sus dificultades intrínsecas, y abría cauce a toda la
riqueza y esplendor de la cultura barroca.

La constitución jerárquica de la Iglesia fue reforzada por el concilio.


Ciertamente se adoptó una postura ambigua entre las dos concepciones
opuestas respecto a los derechos de los obispos y no quedó
explícitamente afirmada la primacía de la Santa Sede, pero de hecho todas
las resoluciones fueron sometidas a la aprobación del Papa. Al oponerse a
un protestantismo disgregador de las estructuras eclesiales, la Iglesia se
reafirmó como cuerpo jerárquico. A ello se añadió el reforzamiento, si no
de derecho, al menos de hecho, del poder episcopal.

262
El nacimiento del Estado Moderno.
Vázquez de Prada
¿Se desarrolló un “Estado moderno” en el Renacimiento?
Según Werner Naef, el Estado moderno surge a mediados del siglo XV
cuyo proceso se iría realizando hasta alcanzar un momento decisivo de su
evolución, en el siglo XVII, con la monarquía absoluta.
Para Mousnier y Hartung lo constitutivo del Estado radica en la
autoridad única del monarca y en el sentimiento de los súbditos de
pertenecer a la misma comunidad; y estos elementos, aunque se observan
en algunos países durante el siglo XV, están lejos de ser una norma
generalizada.
Hacia el siglo XV y XVI, desde el punto de vista sentimental y de los
propios intereses, la sociedad europea aún mantenía un apego a su mundo
social más inmediato. La familia era una unidad bien consciente de su
importancia social; el gremio suponía la protección de los intereses
profesionales; la ciudad significaba el recinto donde aparecía definido el
máximo sentido de comunidad. Pero, comienza a despertarse la
conciencia de una solidaridad superior, de una vinculación a la que
llamamos “intereses nacionales”, todavía vagamente sentida y expresadas.
Las corrientes intelectuales, religiosas y políticas concurren para afianzar
ciertas formas institucionales que podemos llamar “Estados modernos”.
La palabra Estado comienza a aparecer en el siglo XVI y, en 1547,
Giovanni della Cosa utilizaría por primera vez la expresión “razón de
Estado”. Maquiavelo exalta al Estado, aunque emplee para referirse a él
distintas y no bien definidas palabras: “naciones” o “provincias”. Lo que
parece claro es que a finales del siglo XV los hombres que viven en una
cierta área geográfica e históricamente delimitada y bajo un mismo
soberano, comienzan, en alguna manera, a sentirse solidarios.
263
En este contexto, la palabra Nación comienza a significar un conjunto
de individuos que habían nacido en un mismo lugar e implica la idea de
bienes compartidos, de deseos y sentimientos que esperaban realizarse
por medio de una dirección competente. No se puede negar tampoco que
exista un sentido de adhesión al soberano, aunque se halle distante; que
se acogen como propios los éxitos militares y las conquistas en el exterior.
El Humanismo y la noción de Estado.
Los humanistas contribuyeron a fundamental el nacionalismo. El
renacer del estudio de la historia antigua sirvió a la causa nacional. La
existencia de un nacionalismo español, francés, alemán o inglés, es un
hecho que puede constatarse fácilmente. Los habitantes de estos países se
reconocen por ciertas características peculiares propias, como el carácter,
las costumbres, la lengua, la forma de vida, que les hacen más próximos.
La existencia de este nacionalismo se manifiesta también en el sentido de
superioridad de cada uno, y, en las críticas y defectos que atribuyen a los
demás.
Las lenguas estatales.
La diversidad lingüística era grande. Pero durante la Edad Media se
habían ido produciendo lentamente, las primeras obras literarias en
lenguas, que al imponerse sobre las otras del país se convertirán en
nacionales. La lengua será un importante factor unificador. Las “iglesias
protestantes”, al rechazar el latín y utilizar una liturgia en lengua
vernácula, contribuirán a cimentar la cohesión entre los habitantes del
país. La necesidad de contratos comerciales y diplomáticos a nivel
internacional, y, sobre todo, la práctica de la administración, facilitarían
el desarrollo de una lengua nacional sobre la diversidad lingüística.
La división de la Cristiandad fue también evidente factor de unidad
nacional. A medida que las diversas confesiones protestantes se fueron

264
extendiendo y asentando en un territorio, favorecían la tarea de
unificación emprendida por sus soberanos. Esto sería particularmente
visible en aquellos países, como en Suecia, en que la independencia
nacional coincide con la implantación de la Reforma Protestante. Las
diferencias y luchas entre iglesias, contribuirían a mantener la cohesión y
el sentimiento nacional.
Los elementos constitutivos del Estado.
El Estado carece todavía de uno de sus elementos esenciales: la
definición de sus fronteras. La noción de frontera (fronteras naturales) no
se manifiesta de forma clara hasta el siglo XVII. Anteriormente lo que
existían eran las marcas, espacios vacíos de ocupación humana. Las
fronteras aparecerán con el desarrollo de la cartografía terrestre, en el
siglo XVII, aunque ciertos países marítimos ya a finales del siglo XV,
conocen sus límites. Las líneas fronterizas se precisaran gracias a las
aduanas, que se generalizan en el siglo XVI.
Pero sobre todo es la guerra la que potencia al Estado. Ante la
necesidad de hacer frente a los gastos bélicos, los Estados se verán
obligados a buscar nuevas fuentes de financiación y con ello, a extender
los tentáculos de la burocracia. Las guerras del Renacimiento provocan
una inflación de los gastos generales, creando nuevos impuestos. El
Estado del Renacimiento es un manipulador del dinero, como lo habían
sido los precedentes. Al desarrollo de los gastos –que facilitara el
creciente capitalismo comercial y financiero– se añadió la venalidad de los
oficios.
Otro instrumento del Estado es la diplomacia, que se convierte en una
“carrera”, con frecuencia privilegio de la alta nobleza.
De hecho, el Estado del Renacimiento innova menos de lo que parece.
Más bien su novedad reside en el hecho de que generaliza, mejora e

265
institucionaliza procedimientos anteriormente usados, como el personal
burocrático, ejércitos, medios bélicos, etc.

266
La monarquía y la centralización del Estado.
La principal fuente del poder real seguía basándose en la religión, en la
idea del respeto a una autoridad emanada de Dios. La desobediencia de
los súbditos a sus soberanos trata de justificarse por la violación, real o
pretendida, de las leyes de Dios. Los reyes son consagrados por la Iglesia y
se les reconoce el papel de protectores de ella en lo temporal.
Además de este apoyo religioso, la autoridad real se afianza en el nuevo
derecho romano, ahora renovado. Aunque siguen existiendo monarquías
semifeudales, Francia, Inglaterra y España tiende a un absolutismo
efectivo; si bien las teorías políticas consideran que el soberano no es
propietario de los súbditos, sino que debe respetar su libertad y sus
bienes, conforme a la ley natural y divina, y gobernar según los usos del
país.
El Estado moderno significa una tendencia hacia la recuperación de
porciones de soberanía perdidas en otros tiempos y además, a enriquecer
su contenido. Si anteriormente el monarca tenía como cometido
fundamental la administración de la justicia y el mantenimiento del
orden, ahora se consideran también obligaciones el mismo bienestar de
sus súbditos, el desarrollo de la cultura y la dirección de la economía.
Un paso esencial para el afianzamiento de la monarquía será e control o
la subordinación de la iglesia territorial, en las cuestiones temporales,
para contar con la fuerza y el prestigio de esta institución. Francisco I de
Francia concluye con el Papa el Concordato de Bolonia en 1516 por el
cual el rey obtiene el derecho de “presentación” a los beneficios
consistoriales (obispos y abades). Los Reyes Católicos habían
conseguido anteriormente el derecho de “suplica” para la elección de los
obispos y el Real Patronato para el recién conquistado Reino de Granada
y Carlos I en 1523 consigue expandirlo a los demás reinos hispánicos. La
Reforma Protestante acentuaría la estrecha unión de Estado e Iglesia.
267
Persistencia de las autonomías medievales.
La monarquía absoluta era un ideal propugnado por los juristas, que
tardaría en plasmarse en la realidad. En el siglo XV coexistía, junto al
profundo respeto de los súbditos hacia el monarca, el vivo deseo de los
cuerpos intermedios (corporaciones, estamentos, ciudades) de mantener
sus antiguos privilegios, que en la práctica establecían un límite a la
autoridad real.
Además, las corporaciones municipales, de oficios y las comunidades
rurales, entre otras, gozaban de una cierta autonomía administrativa. Las
ciudades conservaban, además de las atribuciones usuales del régimen
municipal, funciones de defensa, pues tenían sus propias milicias.
Obligado por los usos existentes, y por la necesidad, ya que el número de
funcionarios reales era corto, el soberano se vio obligado a delegar
responsabilidades en ellas, aunque también procuró intervenir en las
elecciones municipales para colocar en los consejos personas fieles a su
autoridad y funcionarios regios, que como los corregidores en Castilla,
los presidan.
Se hacía también imprescindible la convocatoria de las asambleas de
órdenes. En todas partes estas asambleas trataban de acrecentar su poder,
cuando el soberano solicitaba su ayuda. Ante esto, los monarcas
procuraron espaciar lo más posible sus reuniones con ellas. Aun cuando
los monarcas renacentistas manifiestan una fuerte tendencia a conseguir
la unificación del Estado, actúan, todavía, con procedimientos
medievales, como intereses dinásticos, la política familiar, los caprichos o
impulsos personales, etc.
Repercusiones sociales del afianzamiento del poder monárquico.
El aumento del poder real, que venía a significar mayor eficacia del
Estado, se hizo a costa de la nobleza. La influencia política de este grupo

268
social declinó en Occidente desde finales del siglo XV; pero continuara el
régimen señorial, que confirió a sus señores gran importancia económica
y social. Al hallarse los grandes señores cada vez con menos poder en sus
dominios, se sintieron tentados por los cargos y oficios reales, y
comenzaron a acercarse a la Corte.
En los altos cargos administrativos, los monarcas procuran reemplazar
a los nobles por letrados, que poseían conocimientos técnicos y eran más
útiles y fieles. Los nobles conservaron preferencia en los cargos militares y
en la Corte, aunque no estarán ausentes en los Consejos.
También se buscara aprovechar las aspiraciones de los burgueses hacia
el ennoblecimiento, concediéndoles cartas de nobleza. La burguesía
proporcionaría eficaz ayuda para remediar las finanzas del Estado. Estos
nuevos nobles tardaran en integrarse en la antigua nobleza, pero
mantendrán su fidelidad al rey y a lo largo de las generaciones llegaran a
ocupar importantes cargos en la estructura estatal. El pueblo llano, en
general, no puso trabas al avance de la autoridad real puesto que se
beneficiaba de un mayor orden social y de una justicia más imparcial y
eficaz.

269
Los Estados europeos
André Corvisier
Cristiandad y naciones.
Aumenta la conciencia nacional en el Occidente europeo, a causa no
solo de la vinculación religiosa al soberano, la afirmación de la monarquía
frente a la feudalidad y las luchas en común contra los vecinos, sino
también de los progresos de las lenguas nacionales, favorecidas por la
administración real, e igualmente de la expansión del comercio y de la
difusión de la instrucción gracias a la imprenta. Al traducir la Biblia al
alemán, Lutero no hace más que aprovechar el desarrollo de esta lengua.
No es el Estado, al que entonces se llama República, el que crea la nación.
Al contrario, crece y se transforma con ella hasta convertirse en su
expresión.

Las naciones se afirman unas contra otras, haciendo retroceder poco a


poco la unidad cristiana tan apreciada por la Edad Media. De los dos
poderes tradicionales, el Papa y el Emperador, este último ha perdido
toda autoridad sobre los reyes, salvo el absolutamente eventual y teórico
de crearlos.

Las naciones refuerzan el poder de los reyes frente al Papa. Poder


espiritual y poder temporal aparecen como inseparables. Nadie
contradice el principio fundamental de que la acción de los soberanos
debe inspirarse en la religión, y se trata casi siempre de justificar la
desobediencia por la violación real o pretendida, de las leyes de Dios. Sin
embargo, el Papa ha tenido que moderare sus pretensiones frente a los
reyes. En ciertos casos, conserva el papel de árbitro supremo entre las
naciones. Así, en 1496, Alejandro VI reparte las nuevas tierras entre
españoles y portugueses (Tratado de Tordesillas), lo que suscita las

270
protestas de Francia e Inglaterra. En fin, aun no se ha negado al Papa el
derecho a condenar a un rey herético (Isabel I por Pío V en 1570).

No obstante, los reyes se han liberado de los consejos de la Iglesia en lo


que respecta a los asuntos temporales y buscan la inspiración cristiana de
sus actos en sus consejeros privados. Por otra parte están investidos de un
carácter religioso. Gracias a la consagración, no deben su cetro más que a
Dios.

Todos los reyes son consagrados por la Iglesia de su propio reino,


siguiendo un ritual particular. La consagración no les confiere un orden
religioso, pero cuando ya se ha retirado a los fieles la comunión bajo las
dos especies, ellos conservan por regla general el privilegio. Sus consejeros
les reconocen, normalmente el papel de “obispos externos”, protectores
temporales de la Iglesia.

Dado que los diferentes cleros se integran en sus respectivos marcos


nacionales, los soberanos tratan de substraerlos a la autoridad del Papa,
arrebatarle la nominación de obispos y abades y limitar las llamadas a
Roma y la percepción de diezmos (derecho de Patronato, Carlos V en
1523).

La monarquía.

Además de la religión, las fuentes del poder real se encuentran


generalmente en el derecho feudal, que hace del rey el señor feudal
supremo, y en el derecho romano, que los juristas le aplican con mayor o
menor audiencia y éxito. Existen monarquías que siguen siendo casi
feudales y otras que tienden a un absolutismo efectivo, como Francia y
Castilla. Pero en todas ellas se condena el despotismo al modo oriental. El
soberano no es propietario de sus súbditos. Debe gobernar de acuerdo
con los usos, verdadera constitución consuetudinaria.

271
En todos los países, los súbditos están asociados a la administración,
aunque de manera variable, que corresponde a múltiples privilegios:

1) Privilegios locales de las provincias y las ciudades, concedidos con


ocasión de su anexión al reino o por razones particulares y
confirmados con frecuencia;
2) Asambleas de los ordenes a las cuales debe apelar a menudo el rey
cuando quiere obtener la ayuda financiera de sus súbditos;
3) Autonomía administrativa de cierto número de corporaciones,
corporaciones municipales, corporaciones de oficio, comunidades
rurales, sobre las cuales, dadas las circunstancias y el pequeño
número de sus agentes, el rey se encarga de muchas tareas. En todas
partes las asambleas de las órdenes tratan de acrecentar su papel
cuando el soberano solicita su ayuda financiera. Cuando falta un
poder real fuerte, esto conduce a la constitución de un Estado de
órdenes.

El absolutismo consiste para el soberano en la falta de control sobre su


actuación, no en la ausencia de límites a su autoridad. El príncipe se
presenta como el árbitro supremo entre los órdenes y los cuerpos y tiene
que imponer su voluntad a los más poderosos de entre sus súbditos. Lo
consigue en la medida en que se tiene necesidad de su arbitraje. La
oposición entre los súbditos pueden revestir varias formas: entre clanes,
entre clientelas y entre órdenes. Una clientela agrupa en torno a una
familia poderosa, además de sus vasallos a obligados y criaturas.
Desborda, pues, el marco feudal y toma un aspecto abigarrado. Carece
existencia jurídica. Las clientelas parecen desarrollarse cuando se
debilitan las feudalidades. Forman facciones, tratan de imponerse al rey,
de dirigir su actuación, de conseguir garantías.

La oposición entre nobleza y burguesía más bien aprovecha a los reyes.


El poder real tiene que recurrir a menudo a los burgueses para remediar

272
sus finanzas. En compensación, los protege contra la nobleza y contra el
proletariado industrial. A alguno de ellos le confiere la nobleza, que se
funde con la antigua nobleza de sangre luego de varias generaciones.
Mientras tanto, se mantienen adictos al rey, a quienes deben su elevación
al segundo orden. Continúan proporcionándoles funcionarios. Por su
parte, “la nobleza apenas si puede defenderse de la burguesía, a no ser por el favor
real”. En efecto, como continúa llevando una vida dispendiosa, tiene que
solicitar del rey cargos, puestos de mando, militares, obispados y abadías,
incluso pensiones. Con ello pone en peligro su independencia. Por lo
demás, esto no excluye su participación en las clientelas, puesto que hay
muchos nobles cuya única posibilidad presentar una solicitud al rey
consiste en recurrir a la intervención de un grande del reino.

Tipos de monarquías

La monarquía francesa a comienzos del siglo XVI

Hacia 1492 los dominios reales del rey de Francia se habían


incrementado considerablemente, aunque aún había territorios que
estaban fuera del dominio real del soberano (Flandes y Artois de
Maximiliano de Austria; Calais de Inglaterra; Aviñón del Papado). El
centro del gobierno es la Corte, que sigue al rey en sus desplazamientos.
Comprende la Casa del rey, dedicada al servicio personal del soberano y
cuyos principales órganos son la Cámara, la Capilla, la Caballeriza, etc., y
el Consejo del rey, compuesto por los pares de Francia y los grandes
funcionarios de la Corona, miembros de derecho, y de los grandes
dignatarios requeridos por el rey. Pero a este Consejo, demasiado
numeroso y poco manejable, el rey prefiere los pocos consejeros que
forman el Consejo secreto o Consejo restringido.

Los grandes dignatarios son el Canciller, administrador de la


cancillería y de la justicia y que preside el Consejo en ausencia del rey, el

273
condestable, que manda el ejército en ausencia del rey, el almirante de
Francia, el Gran Maestre, que dirige la Casa del rey. En la Cancillería
trabajan notarios y los secretarios regios, entre los que destacan los
secretarios de requerimiento. Las ordenes del rey son transmitidas y
ejecutadas sea por los funcionarios, propietarios de su cargo, sea por los
comisarios, encargados de misión, elegidos las mas de las veces entre el
cuerpo de funcionarios. Entre los funcionarios militares, los hay
permanentes, que dan testimonio de la estructura militar del Estado
(gobernadores de provincia o de las ciudades encargados de mantener el
orden, y por tanto, con poderes militares y de <<policía>> es decir, de
administración), y temporales (capitanes comandantes de tropa), Aparte
de las compañías de ordenanza, no existe un ejercito permanente.

En la cumbre de la organización judicial, acaba de nacer el Gran


Consejo, instrumento de la justicia persona del rey, especie también de
Tribunal supremo y Tribunal de Conflictos. Vienen después las Cortes
soberanas, esto es, los Parlamentos, las Cámaras de cuentas y los
Tribunales de finanzas, formando cuerpos nacidos de la antigua Curia
regis. Los siete Parlamentos se reparten el reino. El más importante es el
de París, del que los demás acaban de separarse y que conserva todavía
bajo su jurisdicción la mitad del reino.Las Cortes soberanas registran los
edictos que son de su competencia. En esta ocurrencia, los Parlamentos
formulan con frecuencia amonestaciones, que pueden tener un carácter
político. Y en ausencia de los Estados generales, critican especialmente
los edictos fiscales.

La Hacienda se halla en manos de dos administraciones que dirigen las


finanzas ordinarias (dominio) y extraordinarias (impuestos), El dominio
real comprende, además del dominio corporal: bosques reales, rentas de
bienes raíces y derechos sobre el dominio real, el derecho incorporal o
conjunto de derechos percibidos sobre el reino: peajes, tasas sobre ferias y

274
mercados, etc. Estos derechos, arrendados, son administrados por los
cuatro tesoreros de Francia. Las finanzas extraordinarias son dirigidas
por los cuatro generales de Hacienda, puesto que, para esta cuestión, el
reino se divide en cuatro generalidades.

El impuesto principal, equivalente a los dos tercios de las rentas del rey,
es un impuesto directo, la talla (taille), destinado en principio a la defensa
del reino y que recae sobre todos los plebeyos, salvo cuando se hallan
sometidos al servicio militar. En un principio, la taille había sido votada
por los representantes de la nación, pero el rey la convierte en
permanente y elude el acuerdo de los tres órdenes con respecto a los
incrementos.

Con Francisco I y Enrique II se produce un cambio en la manera de


gobernar, sin que se modifiquen los principios (al rey se lo llama
“majestad”, titulo dispensado al Emperador). Y se asiste a una
aproximación de la nación al rey y al reforzamiento de la administración
real. La administración evoluciona en el sentido de una mayor eficacia y
de una relativa uniformidad. Bajo Francisco I se incrementa el papel de los
secretarios en el Consejo del rey. Enrique II les otorga el título de
secretarios de Estado de requerimiento y Hacienda. Francisco I desconfía
de los gobernadores de provincia, grandes personajes que tienden a reunir
en torno suyo a una clientela. En 1542 anula sus poderes y solo en 1545 los
devuelve a los gobernadores de provincias fronterizas.

En 1523 se emprende una reforma financiera. El Tesoro del Estado


centraliza todos los ingresos. El reino se divide en un mayor número de
generalidades. Para evitar transferencias de fondos, una parte del dinero
percibido se dedica a los gastos locales; solo el sobrante va al Tesoro del
Estado. Sin embargo, la necesidad creciente de dinero que tiene el rey le
conduce a recurrir a ciertos expedientes, ventas de cargos y empréstitos,
que no limitan su poder, pero si su libertad de acción.
275
Los soberanos extranjeros envidian al rey de Francia el numero de sus
súbditos, los recursos que le procuran los impuestos, la relativa
uniformidad de la administración real, sorprendente si se tiene en cuenta
la extensión del reino y la diversidad de su población y de las
instituciones locales, y en fin, la relativa docilidad que demuestran los
franceses en la contribución a las cargas de su política.

La monarquía inglesa.

El Reino de Inglaterra comprende Inglaterra y el País de Gales, a los que


se añade teóricamente Irlanda, aunque de hecho, el terreno sometido a la
Corona se reduce a una zona costera al norte de Dublín, donde el rey esta
representado por un lord lugarteniente. Escocia es un reino
independiente. Durante 1485-1529 constituye un periodo de paz interior.
Con Enrique VII (1485-1509) y al comienzo del reinado de Enrique VIII,
la monarquía se muestra modesta y eficaz.

El rey está rodeado del Consejo Privado compuesto de un pequeño


número de altos dignatarios. No dispone de un cuerpo de un cuerpo de
funcionarios como el rey de Francia. En los condados, el sheriff abandona
muchos de sus poderes en manos del juez de paz, gentilhombre que ha
recibido una comisión del rey.

Como el rey de Inglaterra no logra pasarse sin el consentimiento de la


asamblea de los órdenes (Parlamento) para la recaudación de impuestos,
recurre sobre todo a las rentas del dominio real y a los derechos de
aduana. Al precio de sostener una política financiera sana, el poder real no
es incomodado apenas por el Parlamento. Este se compone de los Lores
(más eclesiásticos que laicos) y los Comunes, un cuarto de los cuales son
caballeros electos por los terratenientes libres de los condados; el resto,
burgueses electos por los burgos. El papel principal corresponde a los
Lores, a los que se añade una delegación de los Comunes convocada por el

276
rey. No obstante, las leyes que reciben la sanción del Parlamento se
consideran superiores a las demás actas reales, y el rey no cuenta apenas
con los medios para llevar a cabo una gran política.

La Reforma permite al rey reforzar su autoridad. El Acta de


Supremacía (1534) le hace jefe de la Iglesia anglicana, y la venta de los
bienes monásticos reporta al tesoro real un millón y medio de libras
esterlinas. Los cambios de religión que imponen uno tas otro Enrique VIII
y sus sucesores no tropiezan con la menor resistencia por parte del
Parlamento, y con muy poca por parte del clero. No sucede lo mismo en el
conjunto del reino. Pero el fracaso de las revueltas demuestra la nueva
fuerza que posee el poder real.

La monarquía hispánica.

La monarquía hispánica no se constituye de derecho hasta 1516, cuando


Juana la Loca, ya reina de Castilla desde la muerte de su madre Isabel
(1504), se convierte en reina de Aragón a la muerte de su pare, Fernando.
De hecho, ya desde 1479 ambos reinos tienen soberanos comunes,
Fernando e Isabel, los “Reyes Católicos”, que habían contraído
matrimonio en 1469. Los soberanos acrecientan sus dominios con la
anexión a Castilla del reino musulmán de Granada en 1492, la
recuperación del Rosellón en 1493 y la integración de la parte española
del Reino de Navarra en 1512.

Castilla, Aragón y Navarra forman reinos distintos, separados por


demarcaciones aduaneras. Castilla es el elemento más activo. El reino de
Aragón constituye una federación de tres Estados autónomos: Aragón,
Cataluña y Valencia, a los cuales se añaden las posesiones italianas:
Cerdeña, Sicilia y Nápoles. El advenimiento de Carlos de Habsburgo sitúa
los Países Bajos y el Franco Condado bajo el mismo sistema político que
los reinos hispánicos. Y las posesiones de Castilla en América no dejan de

277
extenderse. Castilla es la pieza clave del Imperio de Carlos V, ya que
posee unas instituciones que permiten el fortalecimiento de la monarquía.
Estas instituciones presentan caracteres bastante comunes: forman
Consejos asistidos por una burocracia numerosa.

El órgano común de gobierno es el Consejo de Estado. Se distingue


asimismo un Consejo real o Consejo de Castilla, el Consejo de Aragón, el Consejo
de Indias, creado en 1524. Dichos Consejos tienen un papel legislativo y
administrativo y son Tribunales supremos de justicia. A partir de 1480 la
autoridad real está representada en las provincias por los corregidores, a la
vez jueces y administradores, que vigilan de modo especial las
corporaciones municipales, dominadas sobre todo por los hidalgos. Por
debajo de ellos se encuentran los alcaldes mayores.

La administración financiera es complicada. Los ingresos se componen


de ingresos ordinarios, tasas sobre las ventas (alcabalas), derechos
aduaneros, tasas sobre los rebaños trashumantes; las rentas de las órdenes
militares; los servicios votados por la asamblea de los órdenes o Cortes, las
remesas de América. Como la misión principal de las Cortes de Castilla
consiste en votar los servicios, los reyes toman la costumbre de no
convocar a ellas más que a los plebeyos. Las Cortes de Aragón conservan
un papel más amplio.

A pesar de la importancia del vagabundeo, reina el orden gracias a la


milicia creada por las ciudades de Castilla y dirigida por el rey, la Santa
Hermandad. No obstante, de 1519 a 1522, la península se vio sacudida por la
rebelión de los Comuneros que luchaban contra una autoridad real
reforzada y que ha pasado a manos de un extranjero y contra una
fiscalidad que dispensa a la nobleza. Los rebeldes se organizan en
comunidades, federadas en una Junta. En ausencia del rey, el regente
Adriano de Utrecht reúne a la nobleza, que le ayuda a aplastar la

278
rebelión. Así queda asegurada la paz en los reinos hispánicos por un largo
periodo, y Castilla puede representar el papel de centro del Imperio de
Carlos V.

El Sacro Imperio y los Habsburgo.

El Sacro Imperio germánico permanece limitado al Oeste por el Escalda


y el Mosa, incluyendo el Franco Condado. Al sur, engloba los Estados
hereditarios de la Casa de Austria, con Trieste, pero los cantones suizos
se separan del Imperio desde 1361. En el Este, las fronteras formadas pro
Austria y el Reino de Bohemia, que comprende Bohemia, Moravia y
Silesia. Al norte, no rebasa el Oder y Prusia, entonces vasalla de Polonia,
no forma parte de él.

La constitución del Imperio había sido fijada por la Bula de oro en 1356.
El personaje llamado a ser Emperador o rey de los romanos, debe ser
nombrado antes de su coronación por siete electores: tres eclesiásticos,
los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, y cuatro seglares: el rey
de Bohemia, el duque de Sajonia, el margrave de Brandemburgo y el conde
palatino del Rin. La Dieta, formada por tres asambleas, de los electores, de
los príncipes y de las ciudades, asiste al Emperador. El arzobispo de
Maguncia preside la Cancillería imperial. Desde 1440 se elige Emperador
dentro de la familia de los Habsburgo.

Maximiliano I (1493-1519) de acuerdo con la Dieta de Worms (1495)


efectúa reformas destinadas a afianzar el orden interior, prohibiendo las
guerras privadas y se crea una Cámara de justicia imperial, que contribuye a
la expansión del derecho romano. Las instituciones se ven minadas por
los avances de la Landeshoheit o soberanía territorial de los príncipes a
expensas de la pequeña nobleza y de las ciudades. La Bula de oro había
reconocido ciertos derechos de regalía a los electores: derecho a acuñar
moneda, a impartir justicia, a recaudar impuestos.

279
Entre los aproximadamente cuatrocientos principados y ciudades,
destacan los Estados hereditarios de la Casa de Austria, que Carlos V
cede a su hermano Fernando en 1522 y a los cuales se añaden por herencia
en 1526 los reinos de Bohemia y Hungría. Los Estados hereditarios se
benefician de los esfuerzos de Maximiliano y sus sucesores por constituir
un Estado austriaco. Franqueados por los reinos de Bohemia y Hungría,
los Estados hereditarios son el principal punto de apoyo de la política de
los Habsburgo en Alemania y en la Europa central.

La Reforma acentúa la decadencia del poder imperial y refuerza la


autoridad de los príncipes. Supone para Alemania una serie de guerras
nada favorables al espíritu nacional, la rebelión de los caballeros en 1523,
después, de 1524 a 1526, la rebelión de los campesinos del Oeste y del Sur,
a los que se unen las ciudades del norte. En ambos casos, Lutero se
pronuncia por el respeto a las autoridades establecidas. A partir de
entonces, al Reforma es una cuestión principalmente entre Estados:
príncipes y ciudades, que, a partir de 1526, se organizan en dos Ligas
opuestas. Carlos V espera restablecer la unidad católica al precio de
diversas concesiones en materia religiosa. Por dos veces se cree al borde
del triunfo. En 1530, aprovechando la división de los reformados en la
Dieta de Augsburgo, obliga a ésta a votar el restablecimiento del
catolicismo. La formación de la Liga de Smalkalda(1531) permite a los
príncipes luteranos resistir por las armas. Tras la victoria de Mühlberg
(1547) Carlos V hace que la Dieta vote el Interim de Augsburgo, que no
satisface a nadie. Los príncipes protestantes obtienen el franco apoyo de
Enrique II, que ocupa Metz, Toul y Verdún. Derrotado ante Metz, Carlos
V tiene que firmar con los príncipes la Paz de Augsburgo (1555) que
consagra la disminución del poder imperial. Cada príncipe se convierte de
hecho en el jefe de la Iglesia dentro de sus Estados y se reconoce la validez
de las secularizaciones efectuadas antes de 1552.

280
281
Nicolás Maquiavelo, historiador de su tiempo (1469-1517).
María Isabel Becerra
El período histórico conocido como Renacimiento abarca, dentro de la
Edad Moderna, un primer momento que otros autores denominan de
Edad Moderna Temprana. Lo ubicamos desde mediados del siglo XV
hasta mediados o fines del siglo XVI, siempre teniendo en cuenta que este
tipo de cronología o periodización responde a un objetivo
didáctico, consensuado, y que los extremos de los períodos son siempre
imprecisos pues los cambios en la historia son lentos y
fluctuantes(permanencias y cambios).

En nuestra materia vamos de mayor a menor, de los más general a lo


más puntual, por eso comenzamos analizando el contexto, la corriente
histórica en la que lo ubicamos y por último la práctica historiográfica del
autor, su vida y su obra.

Contexto del Renacimiento

Durante el Renacimiento se producen cambios y novedades en todos


los sectores de la vida del hombre. Entre los acontecimientos más
importantes podemos citar:

la Caída de Constantinopla en manos de los turcos (1453) con la


consecuencia de la dispersión de los sabios griegos y su llegada a los
principales centros de estudios de la Europa renacentista;

la aparición de un nuevo espíritu de curiosidad debido al interés por


los estudios de la Antigüedad Clásica a quien consideran como el
modelo a imitar y al que se quieren acercar a través de sus fuentes
no por traducciones o por selecciones (sumas). Este interés que
tiene sus antecedentes en Dante, Petrarca o Bocaccio, tiene una
gran influencia en la época y la historiografía en particular;

282
el perfeccionamiento de la imprenta (1440), que provocó una mayor
circulación de libros y la formación de Bibliotecas y Archivos, que
complementan un ambiente intelectual que transforma los sistemas
educativos;

progresos en las ciencias de la naturaleza;

desde el punto de vista político la formación de los Estados


Nacionales, y el aparato administrativo, legal y judicial, que generó
su expansión, en lo geográfico, con los viajes y descubrimientos de
la época, que alcanzaron por primera vez regiones desconocidas, y
atizaron una vez más la curiosidad y aventura de los protagonistas
del período; y

por último, la división religiosa de Europa, cuyas consecuencias


sobrepasan lo propiamente espiritual: guerras, transformaciones
políticas y económicas, cambios y nuevos modelos en los estudios a
todos los niveles, especialmente los universitarios.

La consideración posterior de este período ha variado desde la


contraposición de Edad Media- Renacimiento con la consecuente crítica
de la Edad Media (edad oscura), a los historiadores del Romanticismo
(siglo XIX), quienes fueron más sensatos al valorar con más justicia los
aportes y la originalidad propia de la Edad Media. También se considera a
los siglos XIII y XIV, como precursores del Renacimiento y viceversa, con
lo que se destacan las líneas de continuidad.

El período renacentista, desde finales del siglo XV, inaugura para la


historiografía la convivencia de cuatro grandes corrientes
historiográficas que responden a inquietudes nuevas y diferentes
situaciones problemáticas. En algunos casos originaron planteos y
respuestas historiográficas, y representan “los profundos cambios en los modos

283
de percibir el pasado el que en el transcurso de los tiempos modernos, corresponde a las
nuevas concepciones de hombre y de la realidad surgidas”.

Estas cuatro corrientes son:

Política: Maquiavelo, Guicciardini. Corriente que por ser la que nos


ocupa desarrollaremos en extenso luego.

Corriente Indiana: historiadores de Indias, cronistas oficiales. Su


temática es la del Nuevo Mundo. Interés por la cartografía. Podemos
identificar dos grupos: Historiadores de Indias y los Cronistas
oficiales. Su aporte se concretó en una serie de registro que pueden
ser considerados estudios de tipo demográficos y etnográficos. Sus
limitaciones fueron el idioma y el desconocimiento entre culturas.

Corriente confesional: protestantes o católicos: luchas entre


católicos y protestantes, temas eclesiásticos pero con un matiz
político, (recordemos que la vida entre los hombres de esta época
estaba más integrada, por lo que cualquier tema afectaba a toda la
cosmovisión contemporánea). Ejemplos pueden ser: Centuriones de
Magdeburgo (protestantes) o los escritos del Cardenal Baronio
(católicos), “guerra de los infolios”, según la cual la historia se
convierte en un tribunal para juzgar al contrario, nace una nueva
historia eclesiástica profana, erudita y demostrativa.

Corriente critico- erudita: Jean Bodin. Demuestra interés por lo


erudito, progresos en el método crítico, su aporte fue la búsqueda y
estudio de fuentes primarias, y su preocupación en cuanto a la
crítica: separar lo verdadero de lo falso, la autenticidad (Lorenzo
Valla demostró la falsedad de la “donación de Constantino”),
desarrollo de las ciencias auxiliares, herramienta fundamental en el
trabajo del historiador.

284
El Humanismo en Italia

No pretendemos caracterizar toda la corriente que se llamó


Humanismo en su vertiente Italiana o Pagana, sino solamente consignar
lo que más influyó sobre nuestro autor. No podemos pensar en
Maquiavelo fuera de su realidad, pues fue un hombre eminentemente
pragmático, quien pretendía aprender de la realidad para volcar sus
conocimientos en ella. Pocos historiadores como él están tan fuertemente
influenciados por su contorno histórico-cultural. Es un producto de Italia
y del Renacimiento, es por esto que hemos titulado a nuestro apunte:
Maquiavelo, hombre de su tiempo.

El Humanismo italiano significó en primer lugar un cambio en la


concepción del hombre y de la vida: antropocentrismo, secularización,
individualismo (gozo, lujo), racionalismo, naturalismo, vida urbana,
movimiento de elite, modelos en la Antigüedad clásica (imitación,
inspiración).Es en realidad una época de crisis de conciencia, según el
concepto de Paul Hazard, con el consecuente abandono de la visión
mística y teológica de la vida que tuvo el hombre medieval. Se produce
una laicización general de la cultura.

El otro elemento que vamos a tener en cuenta, es el clima político de la


época. En Europa en general, se vive un proceso político que desembocará
en la formación de los Estados modernos: unificación, administración,
búsqueda de la unidad en la ley, el ejército y la economía podrían ser
algunas notas muy generales. Los principados italianos, quedan al margen
de este proceso, por falta justamente de la figura real, pues los reyes son
los grandes protagonistas, pero en cada uno de sus principados se anhela
esta unidad que fortalece los Estados. Florencia, uno más de este mosaico
de diferentes Estados (Milán, Venecia, los Estados Pontificios, el Reino de
Nápoles, y Florencia) participa de este contexto político contradictorio y
conflictivo. Conflictivo, pues estos territorios, son ambicionados por

285
otros Estados, Francia y España, produciendo invasiones y guerras sobre
su territorio.

Corriente pragmático Política o Política Florentina

-En esta época se abandona la concepción de la trascendencia de la vida


cristiana propia del Medioevo, y aunque sin negar la existencia de Dios ni
dejando de ser un hombre religioso, comienza a separar ciertos ámbitos
de la influencia del pensamiento teocéntrico. La preocupación del
historiador del Renacimiento se vuelca a la vida terrena y privilegia el
estudio de los desarrollos políticos. Se ha producido pues
una secularización en el campo de la Historia.

-El tiempo no es el de Dios, sino inmanente, indefinido se humaniza


(Carbonell)

-El pasado ya no se descifra a través de la mirada de los profetas, sino


como actores de una edad de Oro de la que son protagonistas, dando
lugar a rupturas o una periodización ternaria compuesta por Antigüedad,
Edad Media y tiempos modernos cuyo alborear es el Renacimiento
(Carbonell)

-Cambian los temas, que dejan de ser Historias eclesiásticas o vidas de los
santos, para desarrollar Historias políticas de naciones. Se evitan los
cortes cronológicos para dar una visión unitaria de la historia.

-Es muy importante para el historiador un pleno conocimiento de los


historiadores greco-romanos que serán los modelos a imitar. Los
historiadores dejan a San Agustín o San Gerónimo, por Tucídides, Tácito,
Plutarco, Tito Livio, César o Jenofonte, Suetonio.

-La preocupación por una crítica más severa en cuanto al contenido y la


documentación y el interés por los textos griegos y latinos, conduce a la
elaboración de un método específico el crítico-filológico, aplicado por
286
Lorenzo Valla en la Academia de Florencia gracias al cual se conocerán,
comprenderán y se identificaran la autenticidad de las fuentes. El filólogo
(enamorado del verbo) pronto se hace historiador de la lengua. Valla
escribió un tratado sobre la Elegancia de la Lengua Latina y editó a
Heródoto y Tucídides

-El latín privilegiado es el ciceroniano, el vivo de la Iglesia es tildado de


bárbaro, decadente.

-El pragmatismo político, imitación de la antigüedad (por ejemplo:


Tucídides), los transforman en historiadores preocupados por lo político
o “mejor políticos que recurren a la historia para buscar lecciones políticas”.

287
La Época de los Reyes de Católicos
José Luis Comellas

Hacia 1470 la Península Ibérica se encontraba dividida en cinco reinos:


los estados cristianos de Castilla, Portugal, Aragón y Navarra, sumado al
Emirato de Granada. Esta situación era fruto de la Reconquista, gesta
emprendida por los diversos núcleos políticos cristianos contra el
enemigo musulmán. Hacia el siglo XV la lucha contra los moros
(musulmanes) había sido sustituida por la lucha entre cristianos y no solo
entre ellos mismos, sino entre los estamentos y fuerzas político-sociales
dentro de cada reino.

Castilla era, de los cinco reinos, el más fuerte y el más poblado, pero a
su vez, le faltaba cierto desarrollo tanto en su estructura jurídica y
constitucional que prácticamente no existía como en su política exterior.
El monarca tenía un poder teórico indiscutible pero no estaba bien
definido legalmente. A partir de la paralización de la Reconquista en el
siglo XIII el poder de los reyes fue mermándose como consecuencia de la
disminución del prestigio que la Guerra Santa le otorgaba: el caudillaje
militar.

Dentro de Castilla se levantan dos fuerzas estamentales: por un lado


una nobleza militar asentada fundamentalmente en la cuenca del río
Guadalquivir, cuya oposición hacia el poder real se manifiesta
intermitentemente y durante el reinado de Pedro I el Cruel abiertamente
en una guerra civil en la cual el rey Pedro, que es apoyado por la
burguesía, se enfrenta con Enrique de Trastámara, el cual es impulsado
por la nobleza. Esto dio como resultado, tras el triunfo de Enrique, el
ascenso de la dinastía de los Trastámara al trono, pero la rivalidad
burguesía-nobleza no desapareció.

288
El otro poder floreció en la cuenca del Duero. Aquí prevaleció la
burguesía, la cual dominaba la vida de la ciudad y, por consiguiente, el
gobierno municipal. Conforme se debilitaba la monarquía, el régimen del
municipio tendía a hacerse más fuerte y autónomo, hasta rivalizar en
poder con el del rey y el de los nobles.

Por su parte los reinos de la Corona de Aragón representaban una


realidad geopolítica distinta. Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca eran,
jurídicamente, cuatro reinos distintos, con sus correspondientes
constituciones políticas, que respondían a la persona de un rey. Aquí
había existido una autentica estructura feudal: antiguamente la nobleza
había conquistado una serie de privilegios y derechos que el monarca no
podía quitar. También el poder municipal había tenido cuidado de
asegurar sus fueros (asambleas) y sus usos solemnes. La complejidad
jurídica de las instituciones aragonesas fue levantando así el armazón de
un Estado de contrapesos y garantías. La limitación del poder del
monarca no estaba siempre correspondida por una auténtica libertad
popular. En cuanto a las libertades municipales, es normal que beneficien
sobre todo a las oligarquías urbanas, a aquellos que detenten el grado de
“ciudadanos” y recaigan muchos menos sobre los villanos y clases
modestas.

Lo que en todo caso disfrutan los reinos aragoneses es de una mayor


riqueza jurídico-institucional, que no deja, legalmente hablado, nada al
azar, y todo lo tiene cuidadosamente reglamentado, desde la forma de
celebración de las Cortes hasta la compleja organización de los gremios.
La fuerza de las leyes, los Fueros, usos y costumbres fue tan grande, que
Aragón mantuvo su estructura constitucional durante gran parte de la
Edad Moderna. Castilla, por su carencia de trabas legales fue más fácil
presa del absolutismo real o del centralismo estatal; pero tuvo también

289
mucha más agilidad para adaptarse a las necesidades institucionales y a la
dinámica política de los tiempos modernos.

Los inicios del reinado.

Todo el cuadro de crisis interna y de desorden que presentaban los


reinos de la Península Ibérica, en especial Castilla y Aragón, quedó de
pronto superado por la presencia pacificadora y constructiva de dos
nuevos monarcas: Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla, que casados
con anterioridad al ascenso al trono de esta última, no sólo crean una
nueva entidad política, España, sino que lanzan a sus reinos a una etapa
de vitalidad. El hecho es tanto más llamativo cuanto que Fernando e
Isabel gobiernan juntos y no es fácil en absoluto separar la obra del uno
de la del otro.

El pleito sucesorio.

Isabel, hermanastra del rey de Castilla Enrique IV, fue proclamada


heredera de aquel reino en el tratado de los Toros de Guisando (1468),
forzado por la presión de los grupos nobiliarios, en detrimento de la
supuesta hija del monarca, Juana la Beltraneja. Pero Isabel quedaba
obligada por aquel pacto a no contraer matrimonio sin autorización de su
hermano el rey, que aspiraba a casarla, por razones políticas y
diplomáticas, con el monarca portugués Alfonso V. Este enlace luso-
castellano, aunque contaba con simpatías en la corte y entre los
principales consejeros de Enrique IV, no garantizaban sin embargo, la
unión de Castilla con Portugal, puesto que el reino vecino tenía heredero.
Isabel, pensando en una solución política de más amplia perspectiva o por
motivos personales, prefería casarse con el príncipe aragonés Fernando,
hijo de Juan II de Aragón y heredero al trono.

290
Dos partidos, uno portuguesista y otro aragonesista, dividieron Castilla
durante los últimos años del reinado de Enrique IV. Fue necesaria una
complicada intriga para llegar a un acuerdo con los aragoneses, a espaldas
del rey. El matrimonio entre Fernando e Isabel se celebró en Valladolid, a
fines de 1469, sin permiso ni conocimiento de Enrique IV, que se
encontraba en Toledo. Aquella boda precipitada y casi clandestina ponía
los cimientos de la moderna España en forma de la futura unión Aragón-
Castilla. Enrique IV, en cuanto conoció lo sucedido, desheredó a su
hermanastra y proclamó sucesora de nuevo a Juana; aunque débil como
siempre, no se atrevió a ir contra el joven matrimonio que siguió
residiendo en la cuenca del Duero, zona donde predominaba la clase

291
media y artesana, en tanto que él se movía por la meseta sur y Andalucía,
donde predominaba la nobleza.

La lucha por el trono y la Guerra de Sucesión Castellana.

A fines de 1474 murió Enrique IV. Isabel, a la que sorprendió la noticia


en Segovia, se hizo proclamar inmediatamente reina de Castilla. El hecho
que no encontró oposición inmediata, ya que aquella decisión no dio a
nadie tiempo de pensar y sorprendió incluso a su propio esposo, que en
aquel momento se encontraba en una guerra en Cataluña junto a su padre
Juan II. Fernando llegó, en un futuro, a un pacto parcial llamado
Concordia de Segovia que le confería la participación en el gobierno,
pero no en la administración ni el derecho sucesorio.

Entretanto, una liga de nobles castellanos llegaba a un acuerdo con


Alfonso V de Portugal en el cual se estipulaba el matrimonio de éste con
Juana. El conflicto sucesorio había llegado al punto máximo de su enredo.

Esto significaba un pleito dinástico (Isabel y Juana aspirantes al


trono), una lucha civil (castellanos contra castellanos), una contienda
social (nobleza contra burguesía), un enfrentamiento político (poder
real contra el señorial) y una guerra internacional (Aragón contra
Portugal por imponer a su candidata).

292
Alfonso V de Portugal

Cuenca del
Cuenca del Duero
Gudalquivir

Territorio controlado por la Territorio controlado por los


Nobleza Castellana afin a Juana y principes Isabel y Fernando
Alfonso. Son apoyados por:
*El pueblo
*La Iglesia
*La burguesía
Batalla del Toro
(1476)

Un último interno del portugués fracasó en Albuera (1479), y en


seguida se firmó la paz de Alcazobas-Toledo. El tratado resolvió cinco
cuestiones principales:
 Declaró la paz entre el reino de Portugal y los reinos de Castilla y

Aragón y puso fin a las hostilidades tras la Guerra de Sucesión


Castellana (1475-1479). Alfonso V renunció al trono de Castilla e
Isabel y Fernando renunciaron a cambio al trono de Portugal.
 Repartió los territorios del océano Atlántico entre los dos países.

Portugal mantuvo el control sobre sus posesiones de Guinea, la Mina


de Oro, Madeira, las Azores, Flores yCabo Verde. A Castilla se le
reconoció la soberanía sobre las islas de Canaria.
 Reconoció que el impuesto denominado el quinto real fuese percibido

por Portugal en los puertos castellanos, incluyendo a los barcos que


hubiesen zarpado hacia la Mina de Oro antes de la firma del mismo.
 Reconoció a Portugal la exclusividad de la conquista del Reino de Fez.

 En paralelo se negociaron las Tercerías de Moura, que resolvieron la

cuestión dinástica castellana a través de dos convenios: Juana la


Beltraneja, rival de Isabel por el trono de Castilla, debió renunciar a

293
todos sus títulos castellanos y optar entre el casamiento con
el príncipe heredero de los reyes Fernando e Isabel, Juan de Aragón y
Castilla, si éste así lo decidía al cumplir los catorce años o recluirse en
un convento, opción por la que optó.

Lucha por la Unidad.

La unidad territorial: En 1479 moría Juan II y su hijo Fernando tomaba


posesión de sus Estados, que comprendían, además de Aragón, las islas
Baleares y Sicilia. Castilla y Aragón empezaron a constituir desde
entonces la entidad moral: “España”; a la que pronto vendrían a sumarse
otros dos reinos marginales del norte y sur de la península: Navarra y
Granada. Portugal, el quinto reino de “España”, quedó apartado de
momento en esta integración. Hay que tener en cuenta que esta
unificación de los cuatro reinos operada bajo los Reyes Católicos no
supuso en sentido estricto la unidad política, ni mucho menos la jurídica.
Los reinos siguieron conservando sus peculiaridades, sus leyes privativas,
sus instituciones, sus monedas, sus fronteras.

La unidad política: Como ya hemos visto, dos poderes podían hacer


sombra al poder real: la nobleza y la oligarquía municipal. Los reyes
operaron sin enfrentarse a estos, procuraron apoyarse en uno y en otro;
para reducir el poder del contrario. Utilizaron la victoria en la Guerra de
Sucesión para exigir cuentas a los nobles castellanos y retirarles las
ventajas y prebendas de que indebidamente se habían apropiado. El noble
siguió conservando un enorme poder económico y social, como
terrateniente, como diplomático o militar; pero dejo de ser una especie de
pequeño rey, dueños de “estados” y pequeños ejércitos propios, para
ponerse al servicio del monarca o para vivir tranquilamente de sus rentas.
El modo renacentista de vida tiene su influencia en el monarca.

294
Las grandes reformas tuvieron lugar en Castilla. En Aragón el noble
conservó gran poder aunque perdió algunos privilegios medievales.
Fernando el Católico logró algunas reformas de envergadura, tales como
la Sentencia de Guadalupe (1486), por la que se obtenía la redención de
los payeses de remensar, una especie de siervos de la gleba que aún quedaban
en Cataluña., y cuya libertad fue la base de la prospera y tranquila clase
rural catalana; pero no quiso impugnar a fondo el poder nobiliario.

En cuanto a los municipios, la política de los Reyes Católicos perseguía


sustancialmente el mismo fin: centralización, sumisión al poder supremo.
En Castilla existía ya la figura del corregidor, pero Isabel la consagró
definitivamente. El corregidor era un representante del Rey en el consejo
municipal. No dirigía el Ayuntamiento –esa era labor de los regidores–
pero vigilaba, tutelaba y llegado el caso, castigaba. El papel del corregidor
tiene así dos vertientes: por un lado, fue un factor primordial de
centralización, ahogando mucho o poco la espontaneidad de la vida
municipal; por otro, cercenó el exclusivismo de las oligarquías urbanas y
evitó muchos abusos.

En Aragón no pudo imponerse la figura del corregidor. Con todo,


Fernando trató de cortar con el exclusivismo del patriciado urbano. En
Zaragoza, logró que el nombramiento de los regidores fuese de
competencia del monarca, con lo que desde entonces las cosas marcharon
mucho mejor en la capital, y en Barcelona, luchó denodadamente por
conseguir que todas las clases sociales estuviesen representadas en el
Consell de Cent. La fórmula que después de muchos forcejeos se aceptó fue
la de elevar el número de concellers de 100 a 144, en el cual la burguesía
tenia mayor porcentaje.

La unidad religiosa: Los Reyes Católicos participaban de una idea muy


común a su época: no puede lograrse la unidad política si no viene

295
acompañada de la unidad religiosa. Esta unidad, en unos tiempos en que
la religión trascendía profundamente a la vida pública y a las
mentalidades colectivas, entrañaba también algo más sutil: lo que
podríamos llamar “unidad moral”.

Fernando e Isabel, tanto por motivos puramente religiosos como por


entender que con ello realizaban una obra política, pusieron buen
cuidado en organizar la Iglesia española. La forma de la Iglesia española,
en la que prestó principal colaboración fray Francisco de Cisneros (luego
cardenal), tuvo un doble objetivo: cultural y disciplinar. Las condiciones
morales del clero mejoraron y los obispos dejaron de ser señores feudales
y de aliarse con los bandos nobiliarios, para entender primordialmente a
sus funciones pastorales.

Pero el problema religioso no se limitaba a mejorar la eficacia de la


Iglesia Católica, porque Fernando e Isabel, como sus antecesores, eran
reyes “de las tres religiones”, teniendo súbditos cristianos, judíos y
musulmanes. Los judíos vivían, por lo general, en barrios dentro de las
grandes ciudades, dedicados a la artesanía, al comercio o la usura. Esta
última actividad, parece ser el motivo de la antipatía del pueblo cristiano
(además de las diferencias religiosas) por los abusos cometidos. Desde el
siglo XIV existían luchas callejeras y matanzas. Muchos judíos, por miedo
o por conveniencia, optaron por la conversión al Cristianismo.

Al advenimiento de los Reyes Católicos era ya elevado el número de


conversos, pero estos eran fuente de desconfianza, ya que no eran
conversiones sinceras y muchos seguían practicando la religión judía de
manera oculta. Los Reyes optaron en 1481 solicitar al Papa el
restablecimiento del Tribunal de la Inquisición, esta fue pedida como un
remedio puramente temporal.

296
Fueron condenados a muerte centenares de judíos conversos. Las
luchas sangrientas entre “cristianos viejos” y “cristianos nuevos” fueron
cortadas de raíz.

Hay que hacer constar que el poder inquisitorial solo se extendía a los
bautizados y por consiguiente, no tenía potestad sobre los judíos que
conservaban públicamente su religión. De momento, aunque aspiraban a
la unidad religiosa del país, los Reyes dejaron en paz a estas minorías y
relegaron la solución hasta después de terminada la Reconquista.

297
El Estado Moderno

Corregidores: vigilancia de los


municipios.

Pesquisidores y Veedores: fiscaliza y


ponen orden en determinadas zonas.

Audiencias o Chancillerías: organos


POLÍTICA judiciales de alta apelación
Funcionarios (administra justicia personal)
INTERIOR
ESTADO
MODERNO Profesionalización Consejos: reformados en 1480, dejando de
POLÍTICA del Ejército ser un organismo acesor para nutrise de
EXTERIOR (Artillería e juristas y universitarios burgueses,
Infantería) desglosandose en Salas, que son
integradas por expertos en cada tema.

Cortes: institución
semirepresentativa que entra en
decadencia.

La organización económica

Sin una hacienda prospera no es posible un Estado fuerte, como sin una
economía prospera no es posible un país fuerte. El Estado moderno, con
sus complicados servicios, exige más gastos que nunca; y por otra parte,
necesita favorecer la economía particular, sustento insustituible de la
economía oficial.

En cuanto a la Hacienda, su situación era desastrosa al comenzar el


reinado. La reorganización de las finanzas de Castilla, obra de Alonso de
Quintanilla, redundó en una percepción mejor de las rentas públicas. Los
ingresos fiscales de la Corona de Aragón sufrieron en cambio muchas
menos modificaciones y se mantuvieron sobre sus bases tradicionales: por
supuesto mucho más modestas. Ello fue un factor decisivo en la
castellanización del Estado español.

Los monarcas, en especial Isabel, establecieron una política


proteccionista, alentando la producción y reglamentando

298
cuidadosamente los precios, las ferias y mercados. Su mayor
preocupación fue favorecer la ganadería (sobre todo la producción de
lana). Una organización peculiar, la Mesta, regulaba la organización de
los rebaños, sus migraciones, sus cañadas o vías de paso. La famosa feria
de Medina del Campo era un centro fundamental de la compraventa de
la riqueza lanera, El Consulado del Mar, establecido por los Reyes en
Burgos (1493), distribuía la mercancía a los puertos Cantábricos donde se
embarcaba rumbo a Francia o Alemania, o especialmente a los Países
Bajos. Los paños de Segovia, por ejemplo, eran de una calidad insuperable.
Esto produjo que se diera preferencia a la ganadería en lugar de la
agricultura, por lo cual se optó por importar cereales de Sicilia, el granero
del mundo mediterráneo.

El fin de la Reconquista y sus consecuencias.

Los Reyes Católicos deseaban terminar con la Reconquista para logar


la Unidad territorial, pero lo pospusieron hasta el momento propicio. En
cuanto a los granadinos, su monarca también buscó el conflicto, con el fin
de unir a sus súbditos, que vivían en interminables conflictos civiles.

Los incidentes ocurridos en la parte occidental de frontera entre 1480 y


1481 dieron lugar a la declaración de guerra. La conquista de Granada en
1492 significa al mismo tiempo el fin de la Reconquista y también la
consagración de ejército moderno (compuesto de ahora en más por
regimientos de infantería y artillería).

Moriscos y judíos.

Para organizar la administración del nuevo territorio, los Reyes


Católicos se propusieron respetar las tradiciones indígenas. Con los
mahometanos se intentó una labor de captación que dirigió el primer
arzobispo de Granada, para cristianizar progresivamente aquella
sociedad. Pero más tarde Cisneros impuso la táctica de la “tabla rasa”
299
rompiendo con el tratado con los musulmanes. El nuevo sistema chocó
violentamente con la población ya que se rompía con los tratados de
rendición. Hubo una sublevación en Granada en 1500 y 1502. Tras su
represión, los musulmanes se encerraron en sí mismos y nada quisieron
saber con la convivencia con los cristianos; aunque teóricamente fueron
expulsados todos los no conversos, algunos siguieron viviendo en España
practicando ocultamente la religión islámica. Se convirtieron así en
“moriscos”.

Mayor era el problema de los judíos, por su residencia en las ciudades y


su mayor influjo. Los Reyes no tomaron medidas contra ellos durante de
la Guerra de Granada por prudencia y porque sus préstamos fueron en
ocasiones muy útiles. Pero una vez finalizado el conflicto se buscó por
todos los medios deshacerse de ellos, ordenando su salida en 1492 a los
judíos que no quisieran convertirse en el plazo de cuatro meses.

No es cierto que la expulsión dejo a los reinos peninsulares sin


burguesía; pero es evidente que la debilitó de modo considerable. Y ello
en un momento en que el descubrimiento de América hubiera permitido a
aquellos avisados hombres de negocios capitalizar en España inmensas
riquezas.

El ejército moderno.

La Guerra de Granada reportó también otra consecuencia de


incalculable importancia: la consagración de un ejército de corte
moderno. La regularización de los cuadros y los mandos, el empleo de
nuevas armas y nuevos sistemas tácticos, reportó un avance que hoy se
considera decisivo en la historia de la guerra. Pero la transformación más
importante fue aquella que hizo del militar un profesional. Nace ahora el
soldado, es decir, el combatiente que sirve a sueldo, y que considera a la
milicia como un empleo, por honorable y hasta glorioso que sea.

300
La profesionalización regulariza también los cuadros y las unidades
tácticas permanentes: la alferecía (100 hombres), la capitanía (500), la
coronelía (12 compañías), más tarde también el tercio.

La política exterior.

A partir de 1492 la política de los Reyes Católicos se traslada hacia el


orden exterior. En primer lugar cabe mencionarse la expansión atlántica.
El hecho de que el Nuevo Mundo fuera descubierto por una escuadra
española en 1492 es producto de una serie de circunstancias históricas
fortuitas, como el desarrollo de la marina castellana y la invención de la
carabela. Además, otro factor importante fue la conquista de las Canarias.

La presencia castellana en el archipiélago había comenzado ya en


tiempos de Enrique III, pero finalizó y se organizó durante el reinado de
los Reyes Católicos. Entre 1478 y 1496 se tomó posesión de Gran Canaria,
Tenerife y La Palma.

La política exterior de Castilla tenía al Atlántico –y al Cantábrico, por


donde las lanas merinas llegaban a Flandes–en tanto que la de Aragón
tendía al Mediterráneo y se enfrentaba con Francia, sobre todo a la hora
de disputarse la hegemonía sobre Italia, territorio rico y culto, pero
fragmentado en pequeños Estados que recurrían en sus continuas
disputas a la intervención extranjera.

La intervención española estuvo motivada por las ambiciones de Carlos


VIII de Francia, que soñaba con apoderarse de Nápoles y utilizar el reino
como base para una Cruzada. Por el Tratado de Barcelona (1493)
Aragón recuperaba el Rosellón, a cambio de su neutralidad para que
Francia emprendiera cualquier acción, salvo contra el Papa. Pero cuando
Carlos VIII quiso invadir Nápoles, Fernando recordó su condición de
feudo pontificio. Los franceses se decidieron, de todos modos a la
aventura; pero el rey aragonés organizó una alianza general (el Papa, el
301
Emperador, España y los príncipes italianos), que expulsaron a los
invasores. Nápoles fue devuelto a su rey, primo del aragonés.

El sucesor de Carlos VIII, Luis XII firmaría con Fernando el Católico el


Tratado secreto de Granada (1500) que preveía el reparto del Reino de
Nápoles entre las dos potencias, Francia y España. La ocupación se
verificó en 1501, pero pronto surgieron problemas limítrofes que acabaron
reanudando las hostilidades. Fue cuando se reveló el genio militar de
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que valiéndose de la
superioridad de las armas defensivas sobre las ofensivas, revolucionó
totalmente las tradiciones de la guerra medieval. Tras las victorias de
Ceriñola y Garellano (1502 y 1503) que aseguraron la posesión del
Reino de Nápoles.

302
La época de las regencias.

En 1504 murió Isabel la Católica, lo cual implicó un verdadero conflicto


sucesorio ya que Fernando no era más que un rey consorte; la muerte de
los hijos del matrimonio dejó la herencia del trono a Juana, que estaba
casada con el flamenco Felipe el Hermoso. En este contexto aflora el
conflicto de antaño que disputaba el poder monárquico: la nobleza y la

303
oligarquía ciudadana. Ello demuestra que la obra de robustecimiento del
poder monárquico-estatal realizada por los Reyes Católicos no estaba
consolidada.

Fernando el Católico y Felipe el Hermoso

La reina Isabel murió el 26 de noviembre de 1504, con lo que Fernando


quedó viudo y sin derechos claros al trono castellano. Firmada
la Concordia de Salamanca, en 1505, el gobierno fue conjunto entre su
hija Juana, su esposo Felipe y el propio Fernando. Pero ante discordancias
entre Felipe con Fernando y por la Concordia de Villafáfila, de 1506, éste
último se retiró del poder de Castilla y regresó a Aragón. Así quedó
reinando el matrimonio en Castilla. Sin embargo, esta situación no duró
mucho, pues Felipe murió en 1506.

Tras la muerte de su marido, se declaró a la reina Juana incapacitada


mental y se nombró regente al cardenal Cisneros, que junto a las Cortes
pidió a Fernando que regresara para gobernar Castilla. Fernando regresó
y ocupó en 1507 su segunda regencia formando dúo con Cisneros y
gobernando ambos hasta que Carlos de Gante, hijo de Juana, alcanzase la
mayoría de edad. Durante la regencia de Fernando y Cisneros se
incorporó Navarra al Reino de Castilla y se produjo el nuevo matrimonio
de Fernando con Germana de Foix, antes de cumplirse un año de la
muerte de su anterior esposa, Isabel.

Fernando el Católico murió en 1516 en Madrigalejo, Cáceres, antes de


que Carlos I llegara al trono español. Así quedó como único regente en
Castilla, Cisneros, que murió en el trayecto hacia Asturias para dar la
bienvenida al nuevo rey, Carlos I de España. Paralelamente, en Aragón
quedó como regente el arzobispo de Zaragoza, Alonso de Aragón, hasta la
llegada de Carlos I de España.

304
Política matrimonial de los Reyes Católicos.

305
Regencia de Cisneros.

Los últimos años de la vida de los Reyes Católicos estuvieron


amargados por la cuestión sucesoria. El heredero de la corona era el
príncipe Carlos, archiduque de Flandes, hijo de Felipe el Hermoso y Juana
la Loca. Fernando hubiera deseado tenerlo consigo para educarlo a la
usanza española, pero tanto el Emperador Maximiliano, su abuelo
paterno, como los flamencos se negaban a que el príncipe viniera a España
a educarse.

Fernando murió en 1516, lo sucedió como regente de Castilla el


Cardenal Cisneros, quien acompañó a los Reyes Católicos con las
reformas en la Iglesia Católica, mientras que en Aragón quedó como
regente el arzobispo de Zaragoza, don Alonso de Aragón. Cisneros en
Castilla solo duró dieciocho meses. Señores y ciudades rompían los lazos
de dependencia con el poder central. Para contener los desmanes de la
nobleza creó la Milicia de la Ordenanza. Por su parte, Alonso de Aragón era
mucho menos enérgico, aunque dotado de cierta capacidad diplomática
que le permitió capear el temporal. La nobleza aragonesa creyó haber
llegado el momento de separar sus propios reinos de Castilla, por lo que
Cisneros se apresuró a llamar al príncipe Carlos para que ocupara el
trono. Carlos I desembarcó en Villaviciosa en 1517 recibiendo una España
difícil, pero con su integridad definitivamente a salvo.

306
El Siglo de la expansión hispánica

José Luis Comellas

En 1517 en virtud de un juego de herencias que Fernando e Isabel no


buscaron, la Corona española fue a parar a la Casa de Austria, que habría
de gobernar el país por espacio de doscientos años. España quedó así
vinculada a intereses generales europeos que en parte desvirtuaron el
camino que sus propios intereses le marcaban. Geográficamente, el
imperio de los Austrias tiene tres grandes zonas de actuación, cada cual
con su papel específico dentro de la función del conjunto:

El núcleo formado por los Estados peninsulares, y entre ellos


Castilla, el reino que más fácilmente centralizó el poder real y que
aportó los mayores esfuerzos tanto humanos como económicos. Los
restantes reinos peninsulares –Aragón, Navarra y Portugal–
participaron en el esfuerzo en menor proporción. Castilla fue la
cabeza de un imperio regido por una familia alemana que terminó
castellanizándose hasta la médula.
América cumple una función de abastecimiento. Su conquista fue
bastante rápida, con lo cual sus fabulosas riquezas (especialmente
plata) comenzaron a generar una verdadera revolución en la
economía europea.
Los dominios extrapeninsulares en Europa, aquellos dominios
recibidos por herencias diversas y que recayeron en la Casa de
Austria: los Países Bajos; Artois; Luxemburgo; el Franco Condado de
Borgoña; el Milanesado; el Ducado de Parma; los Reinos de Sicilia y
Nápoles y algunas ciudades del norte de África.

Carlos V no tuvo una visión nacionalista ya que su Imperio era un


conglomerado de Estados cristianos independientes entre sí y ligados tan
solo por su obediencia a un monarca común. Los territorios

307
extrapeninsulares, con una administración casi autónoma, sirven de bases
militares donde residen fuertes guarniciones españolas.

La entronización de la Casa de Austria significó lanzar a España a una


serie interminable de empresas en las que no dirimían específicamente los
intereses españoles y que acabaron por agotar totalmente al país y
conducirlo a una tremenda decadencia. El esfuerzo se notó en el aspecto
demográfico (Castilla perdió cerca de tres millones de habitantes) y en el
económico, al emplearse todos los recursos del país y las riquezas
provenientes de América en las empresas exteriores.

Los Habsburgo fueron unos gobernadores idealistas, caballerescos,


profundamente religiosos y con muy poco sentido práctico en el manejo
de los bienes materiales. Pero esas mismas cualidades fueron también las
específicas de los españoles de la época. El transito del siglo XV al XVI
representa el retroceso de la burguesía y el triunfo de la nobleza, ya que
esta detenta los principales cargos del Estado, la mayor parte de la
riqueza del país y del prestigio moral, de un estilo de vida “noble”,
“hidalgo”, profundamente idealista, que es tomado como modelo.
También todos sus defectos –el quijotismo excesivo, la falta de sentido
práctico, el poco gusto al trabajo, el despilfarro de las posibilidades
económicas– se deben a este sentido <<nobiliario>> o hidalgo de la
existencia.

Carlos I en España.

En septiembre de 1517 el archiduque Carlos de Gante tomó posesión de


sus reinos hispánicos. Tenía un concepto de Imperio como una gran
comunidad de los pueblos cristianos de Occidente responde a una idea
antigua, pero adquiere con él ribetes nuevos y geniales. Aquella
superación de lo nacional la adquirió Carlos no sólo de la tradición

308
imperial o de la formación ideológica que le inculcaron, sino también de la
propia naturaleza heterogénea de sus dominios:

 Maximiliano de Austria: el Sacro Imperio Romano, el archiducado


de Austria con sus territorios anejos (la parte de Hungría que se
había salvado de los turcos);
 María de Borgoña: el Franco Condado de Borgoña;
 Isabel de Castilla: el Reino de Castilla, Granada y los territorios en
América;
 Fernando el Católico: los Reinos de Aragón, Sicilia, Nápoles, las
plazas africanas (Orán, Trípoli, Túnez) y el Milanesado.

Cuando llegó a España Carlos I había traído un aparato de funcionarios


flamencos, que ocuparon varios cargos públicos y hasta obispados;
algunos atesoraron grandes cantidades de dinero y se cometieron muchos
abusos. El hecho de que España se veía gobernada de pronto, no ya por un
rey extranjero, sino por un equipo de gobernantes que en parte era
extranjero también, y que con un molesto sentido de superioridad miraba
a los reinos peninsulares casi como a un país conquistado. Aquí está la
raíz de la aversión con que el nuevo gobierno fue mirado por los españoles
desde el primer momento.

Los consejeros flamencos tenían buen cuidado en evitar que se


reunieran los órganos tradicionales en asesoramiento (las Cortes, los
Consejos), para evitar que las quejas llegaran al monarca. Sin embargo, la
falta de dinero obligó a convocar las Cortes de Valladolid (1518) para
pedir un subsidio. Las Cortes expusieron un programa de españolización
de la Corte y el gobierno. Carlos, que comprendió los motivos de su
impopularidad, prometió atender a las peticiones.

En 1519 Carlos I fue elegido emperador de Alemania, que había sido el


sueño de su vida. Carlos no hacía más que pensar en Alemania y en

309
embarcarse cuanto antes con destino a aquel país. A este efecto no tuvo
más remedio que convocar nuevas Cortes, a fin de reunir la suma
necesaria para el viaje y para hacer frente a los tremendos gastos que se
avecinaban.

En las Cortes de Santiago predominó un ambiente tormentoso. Los


representantes de las ciudades se negaban a conceder el dinero si no eran
antes atendidas sus peticiones; en tanto que los delegados del monarca
exigían el orden inverso. Al fin, los procuradores cedieron a disgusto sin
obtener las peticiones que exigían. El joven emperador nombró regente de
España a un extranjero, Adriano de Utrecht, y embarcó hacia Alemania.

Las revoluciones de 1520.

La etapa de inestabilidad interna que se registra en la Península desde


la muerte de Isabel la Católica culmina con las graves perturbaciones que

310
tienen lugar en la meseta del Duero y en la costa levantina de 1520 a 1522.
Probablemente, seria equivocado no conectar los movimientos de las
Comunidades y Germanías con los producidos anteriormente, y que
señalan, todavía, la pugna entre los tres grandes poderes –realeza, nobleza
y burguesía municipal– que se disputan la primacía en la nueva España.

Está claro que no puede atribuirse a los movimientos de 1520 de un


carácter <<feudalizante>>, en sentido estricto. La nobleza no sólo no
participó en ellos, sino que se opuso activamente a los comuneros y más
aun a los agermanados: fue el factor de la victoria realista. Es cierto que
los comuneros se alzaban en nombre de las libertades y que los
agermanados pedían ser <<libres e iguales>>; pero precisaría aclarar que
libertades concretas se reclamaban y sobre todo, en favor de quien o de
que grupo se las pretendía imponer.

Lo que parece menos discutible es la vinculación de los movimientos a


los elementos de la burguesía urbana y, en el caso de las Comunidades, a
la oligarquía municipal. La gran mayoría de las ciudades que componían
el movimiento pertenecían a la cuenca del Duero, la región típica del
patriciado urbano español. Las peticiones de los comuneros –junta
permanente de municipios, rebaja de impuestos, supresión de
corregidores– revelan también su origen y sus intereses. En determinados
casos, el movimiento de las Comunidades puede ser considerado como
una lucha entre burguesía y nobleza. Según Joseph Pérez, la
responsabilidad del movimiento recayó en la burguesía de producción y a
los gremios, en contra de la burguesía comercial, mas identificada con los
intereses nobiliarios.

No hay que olvidar que el antiguo noble de campo se ha establecido


ahora en la ciudad, ha trocado la rudeza por la cortesanía y el castillo
agreste por el palacio renacentista. Tiene que chocar con la oligarquía
urbana, dueña hasta entonces de los destinos de la ciudad.
311
Pero a su vez, tampoco es fácil demostrar en el movimiento comunero
un carácter netamente popular. Los vasallos se sublevan a veces contra los
nobles, no contra el poder real. Lo que explica su fracaso es, ante todo, su
escasa capacidad de movilización.

Tal parece ser, en términos generales, la situación de fondo. En cuanto a


la situación de superficie, está claro que la fuerza que desencadenó el
movimiento fue el descontento contra la política de Carlos I y sus
consejeros y en última instancia, la indignación provocada por las
irregularidades de las Cortes de Santiago-Coruña. Esta distinción entre
motivos ocasionales y motivos de fondo nos permite separar el
movimiento en dos planos:

El descontento general, que protesta contra el favoritismo


gobernante, los nombramientos de extranjeros, la mala
administración económica, la ausencia del monarca.
La insurrección armada, obra de grupos más minoritarios, en zonas
más restringidas, reclamando peticiones también concretas.

Cronológicamente estos dos planos se yuxtaponen:

Etapa de guerra fría o de protestas: el descontento prolifera en


todos los reinos de Castilla. Se constituyen <<comunidades>> juntas
municipales que no obedecen la autoridad del regente. La forma de
protesta más corriente son los memoriales o manifiestos. Carlos V,
ante las cartas de auxilio que le enviaba el cardenal Adriano de
Utrecht, atiende las peticiones de los comuneros hasta un límite
razonable, prometiendo retornar a la península en cuanto sus
deberes como Emperador se lo permitieran. Despertó grandes
simpatías su determinación de nombrar dos corregentes: el
condestable y el almirante de Castilla. En la regencia trina ya había
mayoría de españoles.

312
Etapa de guerra abierta: muchas de las protestas carecían ya de
razón de ser y sin embargo, los movimientos más extremistas
comprendieron la necesidad de lanzarse cuanto antes a una acción
armada si no querían ver el fenecimiento. Fue una guerra entre una
Liga de ciudades –la Junta Sagrada– que defienden sus libertades y
privilegios municipales, y las fuerzas leales al rey y a la regencia,
constituidas fundamentalmente por elementos nobiliarios y que van
a garantizar el centralismo y el prevalecimiento del poder
monárquico. El movimiento comunero, al radicalizarse, pierde
apoyo. A fines de 1520 la situación parecía perdida para los
comuneros. Los principales jefes comuneros resistieron hasta el
último momento; cayeron prisioneros y fueron ajusticiados.
Las Germanías de Valencia

Este movimiento tiene una más amplia base social, aunque responde, en
el fondo, a un mecanismo similar. Representan, aparte de una
cristalización del descontento por el mal gobierno y la subida de precios,
la rebelión de la costa, burguesa y mercantil, contra el interior, señorial y
agrícola. Aquí tiene una mayor importancia que en Castilla la
intervención de los gremios y cuyos oficiales fueron los principales jefes
de la revuelta. Los nobles tuvieron que huir, mientras que en Valencia se
constituía la revolucionaria Junta de los Trece. Como los territorios
señoreados por los nobles estaban, por lo general, habitados por
mudéjares, los agermanados quisieron dar a la lucha el carácter de una
guerra santa, bautizándoles en masa.

Lo mismo que en el caso de las Comunidades, primero dirigieron los


moderados, para ser después desbordados por los extremistas,
circunstancia que favoreció la represión. Los nobles valencianos
obtuvieron algunos triunfos, pero no pudieron acabar con la revuelta
hasta que, vencidas las Comunidades, recibieron refuerzos de Castilla.

313
En 1522 Carlos I regresó a España. Fue generoso con los comuneros, a
quienes amnistió en su mayor parte; no con los agermanados, a los que la
nobleza levantina sometió a represalias muy duras. La autoridad real se
reforzó de modo indiscutido. La nobleza recuperó gran parte de su
función dirigente a través de los cargos militares, gubernamentales y
administrativos del Estado, mientras que la burguesía perdió casi
totalmente su inserción en el poder.

El Emperador y los españoles.

En 1522 Carlos I se vio obligado a escoger entre Alemania, donde


acababa de nacer el problema protestante y España, donde las revueltas
de las Comunidades y Germanías ponían en peligro su soberanía sobre los
reinos peninsulares. Carlos I decidió colocar España como centro
principal de su imperio mientras que en Alemania triunfaba el
movimiento luterano, con todas sus consecuencias religiosas y políticas.

Al regresar a España, Carlos se casó con una princesa


hispanoportuguesa, Isabel e hizo construir sus residencias habituales en
Granada o en Alcázar de Toledo. Hombres de su confianza fueron
Francisco de los Cobos, secretario hábil e inteligente reformador de los
Consejos; Antonio de Valdés, humanista y fray Antonio de Guevara,
humanista tradicional. Carlos se compenetró con los españoles y de ellos
recibió muchas ideas e iniciativas. Sin embargo, no se sentía español, ya
que él era, ante todo, europeo, ciudadano del ecúmene cristiano
occidental, y nunca tuvo una clara idea de nacionalidad.

A este proceso de acercamiento a España respondieron las clases altas


españolas con un proceso de <<imperialización>>, ya que los Estados
hispánicos estuvieron abiertos a la influencia del Humanismo y del
Renacimiento.

La política imperial.
314
Si bien es cierto que el Emperador hacia la década de 1520 se ha
hispanizado en gran medida, tomando ideas, hombres y dinero españoles,
hay que notar que su política casi nunca es una política española, sino una
política imperial, es decir, el prevalecimiento de los intereses del Sacro
Imperio. La política del Emperador no es propiamente española; pero los
ejércitos que ganaron la batalla de Mühlberg o la batalla naval de La
Gravosa estaban en gran parte formados y sufragados por españoles.

Tres grandes cuestiones absorben continuamente la atención de Carlos


V:

El peligro turco, que bajo Solimán el Magnífico está a punto de


estrangular Europa por tierra y mar. Los otomanos atacan por
doquier los dominios de Carlos I.
Francia, gran potencia del Renacimiento, que se niega a aceptar que
la hegemonía de Europa estuviera en manos de un soberano que
unía bajo sus manos el Sacro Imperio y España. Francia es, de
principio a fin del reinado, el máximo estorbo y la máxima
interferencia en la política imperial de Carlos V.
La Reforma Luterana, que amenaza con escindir trágicamente el
mundo cristiano.

Las primeras guerras con Francia.

Mientras Carlos resolvía las dificultades internas en Castilla, los


franceses invadieron Navarra; entretanto, tropas imperiales invadían
Milán, que estaba ocupado por los galos, reclamándolo como feudo
imperial. Así comenzó una guerra que iba durar una década. Los motivos
son múltiples, especialmente en lo que se refiere a las reivindicaciones
territoriales: pero la causa de fondo es más sencilla, y se explica por la
política hegemónica que pretendía Carlos V, y por el recelo de Francia a
verse rodeada por todas parte de dominios de la Casa de Austria.

315
La invasión de Navarra fue rechazada rápidamente; pero la lucha por el
Milanesado recién se resolvería en la batalla de Pavía (1525) en la cual
cayó prisionero el rey Francisco I en manos de las tropas imperiales.
Aunque se firmó el Tratado de Madrid (1526) en la que España salía
favorecida, Francisco I, tras su liberación, pactó con el Papa Clemente VII
y con el rey inglés Enrique VIII y reanudó las hostilidades. Los imperiales
invadieron los Estados Pontificios, saqueando Roma en 1527 y
rechazaron a los franceses que pretendían invadir Nápoles.

Los grandes gastos ocasionados por la guerra (ejércitos profesionales


que exigían una paga regular) forzaron establecer un tratado: la Paz de
Cambray de 1529 decretó que el Imperio renunciaba a sus pretensiones
sobre Borgoña, mientras que Francia resignaba sus aspiraciones a Italia.

La plenitud de la idea imperial.

En 1530 Carlos V fue coronado solemnemente como Emperador de


Sacro Imperio Romano por Clemente VII. Era la reconciliación entre el
poder temporal y el espiritual y era la definitiva consagración jurídica de
la política imperial de Carlos. La concepción imperial de Carlos V era
bastante compleja: comprendía perfectamente que el Imperio no debía
suprimir los reinos: supone una categoría más alta dentro del
ordenamiento político universal, pero no una dominación efectiva sobre
los territorios, ni mucho menos su posesión. El papel del Emperador es de
arbitraje y concierto, para lograr un justo orden en el mundo, basado en
los principios de la civilización cristiana.

Tras la victoria sobre Francia, Carlos V marchó a socorrer la plaza de


Viene, clave vital del corazón de Europa, asediada por los turcos. Un
ejército español puso en fuga a los turcos y libertó a Viena. Pero Carlos V
soñaba con una campaña de mayor alcance, que expulsara a los otomanos
definitivamente de Europa.

316
Sin embargo, el otro problema de urgencia era la difusión de la doctrina
de Lutero. Condenado en la Dieta de Worms (1520), Lutero se había
escapado de la prisión y predicado por toda Alemania sus ideas de
escisión religiosa. Los luteranos (desde la Dieta de Spira (1529) fueron
llamados protestantes) eran ya millones de alemanas y se extendían
geográficamente sobre más de la mitad del Imperio.

Carlos V no era en absoluto intolerante. En la Dieta de Augsburgo


(1530) creyó poder solucionar el problema sin salir del ámbito alemán ni
de aquella asamblea política, a la que también acudían teólogos y
humanistas. Solo un Concilio podía precisar hasta donde era posible
llegar a concesiones y un acuerdo con los protestantes. Aunque Clemente
VII temía el peligro de que la reunión agravara aún más el Cisma, el nuevo
Papa Paulo III se mostró mucho más propicio a la idea conciliar y
comenzó en 1534 los preparativos, aunque las guerras contra Francia
retrasaron el Concilio por varios años hasta 1545, cuando se convocó el
Concilio de Trento. No obstante, para esa fecha era ya demasiado tarde
para buscar la deseada concordia.

Política mediterránea.

Durante la década de los años 30 se vive en contante conflicto con los


otomanos, que amenazan Viena en 1532, si bien son derrotados. Sin
embargo, la mayor parte de las plazas conquistadas en el norte de África
por Fernando el Católico se perdieron como consecuencia de los ataques
otomanos y de sus aliados, los corsarios berberiscos y él celebre
Barbarroja de Argel.

En 1535 Carlos V en persona recuperó Túnez, pero al cabo los franceses


invadieron el Piamonte y amenazaron Milán. El conflicto duró de 1536 a
1535 y mantuvo el statu quo, pese a las tentativas del Emperador de invadir

317
Francia por el sur, desde Marsella. En 1538 se firmó la Tregua de Niza,
por la que todo volvía a quedar como al comienzo.

Carlos V sacó de la experiencia una provechosa lección que modificó en


parte su concepción imperial. Sin renunciar a su preeminencia política en
Occidente, comprendió que tenía que compartir la iniciativa con la de
otros monarcas, especialmente de Francia. El orden europeo solo podía
lograrse teniendo en cuenta los intereses de todos, y no sólo mediante el
arbitraje imperial.

Dentro de ese orden de ideas, el Emperador trató de formalizar en 1538


una liga antiturca, pero solo Venecia accedió a la Liga, por ver afectadas
sus posesiones en el Mediterráneo Oriental. Aunque se lograron victorias
como Gravosa y Santa Maura, no pudieron ser aprovechadas
eficazmente. En 1541 se puso sitio a Argel, pero el proyecto fue
infructuoso.

La alianza turco-francesa y la invasión a Milán fueron los


desencadenantes de una nueva guerra. Una vez más, la guerra defensiva
triunfaba sobre la ofensiva. En 1543 Carlos V pudo al fin invadir Francia
desde los Países Bajos y llegó a las puertas de París; ero la campaña
terminó sin la conquista de la capital, de suerte que, arruinado por tantos
gastos, prefirió pactar con los franceses. Francisco I estaba tan cansado
como él de guerras estériles y pareció renunciar a disputar al Imperio la
hegemonía continental. La Paz de Crépy (1544) decretó que los
franceses devolvieran Milán y los imperiales todo lo conquistado en el
norte de Francia.

Del Imperio Alemán al Imperio Español.

En 1543 Carlos V retornaba a Alemania para resolver sus problemas,


tanto religiosos como políticos que en vano trataría de resolver; aunque
paradójicamente es en esta etapa de residencia germánica cuando mejor
318
comprende el papel y la fuerza de España como nervio de su Imperio. Así,
Carlos V, al fracasar en su empeño de establecer sobre nuevas bases el
Sacro Imperio, dejaría las puertas abiertas para el establecimiento del
Imperio español.

El Concilio de Trento.

En 1545 mientras el Emperador se enfrentaba al problema alemán,


centenares de teólogos se reunían en la ciudad de Trento para afrontar el
mismo problema en su aspecto religioso. El punto principal a tratar fue el
de la justificación y la salvación del hombre, que era la brecha más
importante que separaba la doctrina católica de la luterana. Finalmente se
impuso la tesis de los españoles: la justificación del hombre por sus obras
mediante la gracia de Dios3.

El Concilio de Trento demostró, por una parte, la eficacia de la reforma


de la Iglesia española emprendida por los Reyes Católicos y Cisneros; y
por otra, su capacidad doctrinal para hacer frente a las más graves
cuestiones.

3Alegoría del siervo: El siervo (el Hombre) por sí solo es incapaz de vencer a la fiera (el pecado). El príncipe
(Cristo) le cede su espada invencible (la Gracia), pero el siervo ha de luchar (cooperación con las obras) si quiere
vencer (salvarse)

319
La lucha por el Imperio.

Los protestantes no acudieron a Trento ni aceptaron los decretos


conciliares, dándole a entender al Emperador que ya no era posible llegar
a un acuerdo entre ambas partes y que solo quedaba el camino de la
fuerza. La guerra contra la Liga de Esmalcalda es una guerra política y
religiosa. La Reforma era para muchos, sobre todo para los nobles y
<<príncipes>> de Alemania un buen pretexto para apoderarse de los bienes
de la Iglesia y mantener sus privilegios feudales. Carlos V, al luchar contra
los nobles de su propio imperio, intenta extirpar el brote del luteranismo,
que aquellos defendían, pero también intenta convertir al Sacro Imperio
en un Estado moderno, centralizando los resortes del poder y rebajando el
influjo, entonces omnipotente, de los grandes señores.

Tras las batallas de Ingolstadt (1546) y Mühlberg (1547) Carlos V


alcanzó la cúspide de su poder, comprendiendo que en los nuevos
tiempos <<modernos>> no era posible el sueño de un Imperio universal sin
fronteras, como el viejo concepto medieval de un imperio revestido solo
de autoridad moral por ser ungido por Dios. Ahora Carlos intuye un
concepto nuevo: el de Gran Potencia. Es decir, un Estado poderoso, no
dominador territorial, pero si virtual, del resto del mundo, al que los
restantes monarcas tendrían que respetar y secundar, no ya por su fuerza
moral, son por su fuerza física.

Carlos V intentó modificar el sistema de sucesión del Imperio, hasta


entonces electivo, para hacerlo hereditario. Sin embargo, tropezó con los
intereses de los príncipes y grandes electores, que no querían perder sus
privilegios. Además, las ciudades alemanas y la Dieta de Augsburgo se
negaron a ser gobernados por españoles.

Para 1551 el Emperador vio fracasar su victoria total sobre los


protestantes al ser traicionado por el príncipe elector Mauricio de

320
Sajonia y por Enrique II de Francia, que se alió con los príncipes rebeldes.
La revolución anti imperial parecía tener éxito, cuando hacia ese año
comenzaron a llegar las riquezas provenientes de América, pudiendo
movilizar tropas y ganarse adhesiones. La idea de imperio potencia se
mantenía, pero ya no tomando como base el Sacro Imperio, sino
levantándolo como un puente gigantesco sobre el Atlántico.

Un gran éxito diplomático consistió en el matrimonio de Felipe II con


María Tudor. Un eje comercial unía Londres-Amberes-Valladolid-Sevilla.
Pero Francia volvió a declararle la guerra al Emperador, una nueva guerra
que tendría iguales resultados que las anteriores.

Carlos V firmó con Francia la Tregua de Vaucelles y no esperó otra


cosa para abdicar. Los reinos hispánicos (con América y las posesiones
italianas) y la herencia borgoñona (Países Bajos y Franco Condado)
pasaban a Felipe II, mientras que su hermano Fernando obtenía el Sacro
Imperio.

321
Los epígonos de la política imperial.

El nuevo monarca, Felipe II, de inmediato salió a enfrentarse con


Francia, pues su matrimonio con María Tudor había quebrado toda
relación con los franceses. Enrique II, al frente de una Francia agotada por
tantas guerras, decidió jugárselo todo en una nueva contienda, esta vez
apoyado por un Papa antiespañol, Paulo IV. La contienda seria la
definitiva.

La invasión a Italia por los franceses resulto en un completo fracaso. El


duque de Alba supo tener en jaque al duque de Guisa, que mandaba a
los invasores; y la campaña terminó con la retirada francesa sin haber
conseguido tomar ni una plaza. Entretanto, el ejército que Felipe II había
organizado en los Países Bajos invadía Francia por el norte. La batalla de
San Quintín redundó en una gran victoria española, y aunque Felipe II
hubiera podido invadir Paris, prefirió retirarse a Bruselas y pedir nuevos
subsidios para la siguiente campaña, que fue la decisiva. La nueva victoria
en la batalla de Gravelinas inclinó a los franceses a la paz. Casi al mismo
tiempo moría María Tudor, sin hijos, y se rompía la vinculación
puramente matrimonial hispano-inglesa. En este contexto, Felipe II
reemplazó la amistad de Inglaterra por la de Francia. Mediante el
Tratado de Cateau-Cambrésis (1559) Felipe II se aseguraba una serie de
plazas en el Artois mientras en los Alpes se restablecía el Estado tapón de
Saboya, para prevenir cualquier futura apetencia francesa sobre Italia.
España y Francia se aliaban contra los infieles y contra los herejes, y
patrocinaban la sesión final del Concilio de Trento. El viudo Felipe II se
casó con una de las hijas de Enrique II, Isabel de Valois, aunque a los
pocos días murió Enrique.

Desaparecidos María Tudor y Enrique II, neutralizado el Sacro Imperio,


vencida Francia y sometida a una larga regencia, la hegemonía hispánica
parecía indiscutible.

322
La España de Felipe II.

El siglo XVI presenta en toda Europa occidental el fortalecimiento del


poder monárquico-estatal y, al mismo tiempo, una notable recuperación
socioeconómica de la gran nobleza. En España, el fracaso de las
revoluciones de 1520 había cortado el despliegue de la burguesía
ciudadana, que desde entonces, y por espacio de dos siglos, cuanta muy
poco como fuerza histórica. Los nobles, en cambio, aumentan su riqueza,
su influjo social y detentan, generalmente los grandes cargos políticos. El
noble preside consejos, manda ejércitos, gobierna virreinatos o grandes
territorios: pero lo hace todo en nombre del rey o del Estado; no es en el
fondo más que un altísimo y respetable funcionario. En lo social,
mantiene su elevada dignidad y su alcurnia de sangre. En lo económico, el
noble disfruta de unos ingresos fabulosos, gracias sobre todo, a lo que
rentan sus extensas propiedades.

Los nobles titulados son en realidad muy pocos. En tiempos de Carlos I


oscilan de 60 a 75. A fines del reinado de Felipe II alcanzan ya el centenar,
como consecuencia de sucesivos ennoblecimientos. Pero la mayoría de los
españoles que se consideran de familia noble no tienen título, y sus
posesiones son más bien escasas. En el siglo XVI se suele distinguir ya
entre el caballeronoble sin título, que vive generalmente en la ciudad y
busca ocupar cargos oficiales y el hidalgo, de tipo más bien rural, pequeño
propietario, más culto que rico, y dotado de un alto sentido del honor y de
fidelidad a los principios en que cree, que le convierten en uno de los
personajes más representativos del siglo de oro.

En la clase media se integran el típico <<burgués>>, el hombre de


negocios o el mercader, pero también el funcionario, el profesional, el
artesano, etc. La expulsión de los judíos y las condiciones económicas
provocadas por la afluencia de plata americana no favorecían en absoluto
el desarrollo de la burguesía. Además, el comercio estaba en manos de
323
italianos o flamencos. Aunque hasta la primera mitad del siglo XVI
España pudo mantener un comercio bastante activo con América, en su
propio beneficio; pero en la época de Felipe II son los comerciantes o
banqueros extrapeninsulares quienes controlan este comercio. A todos
estos factores económicos hay que agregarle un factor psicológico: en el
siglo de oro el trabajo, el negocio, el alto beneficio no están de moda, sino
el honor, la virtud y las hazañas heroicas. Además, muchos burgueses
invierten lo ganado en procura de un título nobiliario o una carta de
hidalguía. La nobleza se incrementa a expensas de una burguesía en
decadencia.

Siete u ocho millones de españoles trabajaban la tierra o en cualquier


taller artesano, o se enrolaban en los ejércitos y flotas. El trabajador
urbano vivía, por lo general, en condiciones más benignas que el
campesino. Pertenecía a un gremio, según su tipo de industria y
compartía proporcionalmente al grado alcanzado los beneficios comunes
del pequeño taller.

La preocupación espiritual.

Una de las primeras preocupaciones de Felipe II fue la referente a la


unidad católica. En tiempos de Carlos I se habían registrado ya algunos
dudosos brotes o influjos luteranos. Pero las corrientes heterodoxas
también venían de una tradición hispánica anterior, obra de moriscos y
judíos mal cristianizados. De ellos viene, sobre todo, el iluminismo. Los
alumbrados predicaban un misticismo quietista e inoperante. El alma,
según su doctrina, debería irse desprendiendo de todas las inclinaciones y
apetencias hasta el punto de no desear nada que no fuera la unión íntima
con Dios. Las ideas de los alumbrados se vinculaban vagamente con los
protestantes en el sentido de negar la utilidad de las obras, o pretender
garantizar la salvación solo por la fe o por la unión con Cristo. En virtud
de acallar este movimiento, la Inquisición aumentó su rigor y vigilancia,
324
reprimiendo con éxito el movimiento. Este hecho dejó en evidencia la
intransigencia que se vivía en los tiempos de Felipe II para con la libertad
de culto y expresión, fundamentalmente contra los protestantes y
calvinistas.

Felipe II y su sistema de gobierno.

Mientras que Carlos V fue todavía, como los monarcas medievales, un


Emperador viajero, que iba a resolver en persona el problema o a dirigir la
batalla contra el enemigo, Felipe II fue un monarca más sedentario,
colocando su despacho en Madrid (capital de la monarquía desde 1561) y
desde este centro lo dirige todo: ejércitos, armadas, aprovisionamientos,
tratados diplomáticos, medidas políticas, administrativas, económicas.
Cada día llegan montañas de papeles: noticias, informes, memoriales,
consultas, peticiones. El rey, rodeado de un creciente ejército de
funcionarios, lo revisa todo y llegado el caso, resuelve. Antes el rey acudía
al problema, ahora el problema acude al rey.

Todo esto significa centralismo y rigor burocrático. Los consejos, en


continua evolución desde su reforma por los Reyes Católicos, se han
multiplicado extraordinariamente. A principios del reinado de Felipe II
son ya 10, luego serán 12. Y podemos distinguir entre consejos
territoriales(Castilla, Aragón, Italia, Flandes, Indias) que entienden en el
gobierno o administración de las distintas partes de la monarquía y los
ministeriales, por ocuparse de un ramo determinado de la cosa pública,
como los actuales Ministerios: tales Consejos de Estado, Hacienda,
Guerra, Ordenes, Inquisición, etc. Todos ellos tienen su sede en Madrid.
En los semisótanos del Alcázar madrileño –las covachuelas– trabajan,
pluma en ristre, un ejército de funcionarios –los covachuelistas– recibiendo,
anotando, copiando, archivando.

Paz entre los cristianos, guerra contra los infieles.

325
La paz de Cateau-Cambrésis había asegurado a España la hegemonía
europea, por lo cual Felipe II y sus diplomáticos trataron de mantener el
statu quo imperante. Aquella paz significaba al mismo tiempo un orden
cristiano que Felipe II estaba dispuesto a garantizar por todos los medios.
A la muerte de Paulo IV, el rey hispánico instó a la elección de un Papa
favorable a los intereses de la monarquía, y una vez elegido Pío V (1561)
Felipe solicitó la reanudación del Concilio de Trento. Las sesiones
culminaron a fines de 1563. La doctrina de Iglesia quedaba clarificada en
cánones estrictos, donde no cabían equívocos o interpretaciones
ambiguas.

Por otra parte, España tenía que recuperarse de la crisis económica que
le había producido las guerras contra Francia y los tremendos empresitas
concertados por Carlos V, los cuales había que reembolsar, en su mayoría,
a banqueros italianos. Pero Felipe II, fiel a su programa, decidió
emprender las operaciones contra los piratas berberiscos y contra los
turcos desde 1560, en un despliegue progresivo, conforme la Hacienda lo
fuera permitiendo. Tanto España como el Imperio Otomano fueron
protagonistas de una carrera de armamentos navales nunca antes vista
(ambas potencias pasarán de 60 a 350 galeras aproximadamente en diez
años).

En 1564 Felipe II conquista el Peñón de Vélez de la Gomera, siendo


esta la primera operación de la Historia dirigida a distancia. En 1565 los
turcos contraatacaron lanzando una poderosa escuadra contra la isla de
Malta, cede de los Caballeros de San Juan. La isla resistió heroicamente,
mientras la pesada pero segura maquinaria española se ponía en
movimiento. Los turcos fueron aplastados y desde entonces España
obtuvo la hegemonía en el Mediterráneo Occidental.

326
La política defensiva (1566-1580)

Hacia 1566 el panorama político español se ensombrece por la


sublevación de los moriscos en Granada y la de los Países Bajos. Además
se recrudece la crisis económica, motivada por la inflación y por las
continuas exigencias fiscales, que no son suficientes para hacer frente a
los tremendos gastos del Estado. Francia e Inglaterra pasan a una política
de oposición hacia España, ante lo cual Felipe II se pone a la defensiva.
Pone a España en guardia, fortalece los resortes del poder, cierra la
Península a todas las influencias externas; se acoraza y se dedica a parar
los golpes.

La rebelión de los moriscos.

En la terminología medieval, mudéjares eran los musulmanes que vivían


en territorio cristiano y moriscos los mudéjares mal convertidos al
Cristianismo. Los mudéjares de Granada habían pasado a ser moriscos a
raíz de las guerras de 1500-1502, en que los Reyes Católicos los habían
puesto en la encrucijada de convertirse o emigrar. Los mudéjares de
Valencia eran moriscos desde que los agermanados, en 1521, los habían
bautizado a la fuerza.

Todos los esfuerzos por asimilarlos al resto de la población española


habían fracasado. En 1525, tras una sublevación, Carlos les había dado un
plazo de 40 años para convertirse y adoptar las mismas indumentarias y
costumbres que el resto de los españoles. Tal plazo se cumplió en 1565.

Los moriscos granadinos –los más numerosos y activos– prefirieron


adelantarse a los acontecimientos y se alzaron en rebelión y si bien el
golpe falló en la ciudad de Granada, pronto se extendió por los
alrededores. Al parecer, los sublevados querían restablecer un reino
musulmán en la Península con el apoyo de los otomanos. Los españoles
contestaron enviando al hermanastro del rey, Juan de Austria, que en una
327
labor sistemática, dura y difícil, pudo ir expugnando la resistencia. Los
moriscos fueron expulsados del reino de Granada y dispersados en
pequeños grupos por el resto de Castilla. Pero ni a ellos ni a los de
Valencia o Aragón se los trató ya de aculturar.

La insurrección de los Países Bajos.

Entre las manifestaciones de descontento que empezaron a insinuarse


en los Países Bajos desde 1561 es preciso distinguir dos planos, el
nobiliario y el popular. Los nobles se oponían a la política centralizadora
que propugnaba Margarita de Parma, mientras el descontento de las
clases populares obedece a motivos económicos o religiosos –la rápida
difusión del luteranismo y el calvinismo–. Las dos rebeliones se mueven
con relativa independencia, aunque su momento crítico coincide en el año
1567: la nobiliaria con la asamblea celebrada en el hotel de Culemburgo y
la popular con el incendio de la catedral de Amberes. La gobernadora
supo contraponer hábilmente a las dos revoluciones y los nobles
interesados en suprimir la revuelta del bajo pueblo, contribuyeron a la
pacificación.

Felipe II decidió intervenir en los Países Bajos enviando al duque de


Alba con un ejército compuesto por lo mejor de los tercios españoles e
investido con amplios poderes. El duque de Alba implantó en Bruselas el
Tribunal de los Tumultos, que funcionó durante seis años y que decretó la
condena de más de 12.000 personas. Sin embargo, el principal cabecilla de
la sedición, Guillermo de Orange, logró huir y trató de encender la
guerra. No le fue posible organizar un levantamiento en los Países Bajos,
señal de que la idea independista no se encontraba aun suficientemente
desarrollada y hubo de recurrir a los mercenarios alemanes, que fueron
destrozados por el ejército español. Parecía que la región se hallaba
pacificada cuando infortunadamente los barcos que conducían la paga de
las tropas se extraviaron por cuestiones climáticas. Para resolver la
328
situación se impuso un nuevo tributo, que aumentó el descontento en la
sociedad y encendió la llama de una dinamita a punto de explotar.

La batalla de Lepanto.

Hacia 1570 Felipe II aprovechó la pacificación interior para


reemprender su política de Cruzada contra el Imperio Otomano. Ese
mismo año, la flota turca se abalanzó sobre el último bastión importante
de los cristianos en el extremo oriental del Mediterráneo: la isla de
Chipre, en manos venecianas. Pio V convoco a una cruzada general,
conformándose una Santa Liga integrada por España, Génova, Venecia, los
Estados Pontificios y los Caballeros de San Juan. Tanto España como
Venecia aportaron la mayor cantidad de hombres y barcos para la causa
cristiana, y un español, don Juan de Austria tendría el mando supremo
de la flota.

En 1571 las flotas adversarias se chocaron a la entrada del golfo de


Lepanto, donde los españoles, merced a su superioridad tecnología,
obtuvieron una aplastante victoria sobre los otomanos (éstos últimos
perdieron 300 galeras y 30.000 hombres. Pero el triunfo no fue
aprovechado convenientemente ya que la estación estaba bastante
avanzada y había fuertes discrepancias entre los aliados.

La crisis de la política filipina.

Si la victoria de Lepanto no pudo ser aprovechada para consagrar la


presencia española en Oriente, ello se debió a un inmediato
recrudecimiento de las preocupaciones europeas en 1572. Una nueva
insurrección de los Países Bajos es alentada por Francia e Inglaterra,
mientras corsarios británicos atacan las rutas comerciales españolas y los
dominios americanos. Si los ingleses apoyaban a los flamencos
sublevados, los españoles hacían lo propio con los irlandeses católicos
descontentos de la soberanía británica.
329
La insurrección de los Países Bajos de 1572 tiene otras características de
la de 1567: tiene un matiz claramente nacionalista y popular que la hace
mucho más penetrante y difícil de dominar. Una patria nueva empezaba a
dibujarse en el espacio flamenco, Holanda, e iba a ser imposible ignorar
este hecho. El duque de Alba, invencible en campo abierto, fue incapaz
de dominar la situación contra la guerrilla y la pequeña subversión local.
Esta vez Felipe II fue con un tono más conciliador. Retiró al duque de
Alba y lo reemplazo por don Luis de Requeséns, con encargo de entablar
negociaciones. Pero esta acción no hizo más que exacerbar los ánimos de
los rebeldes, que se apoderaron de medio país aprovechando que la
corona hispánica pasaba momentos de verdadera angustia en su
Hacienda. Requeséns murió en el momento menos oportuno y don Juan
de Austria, quien lo sucedió en el cargo, tuvo que transigir con la
Pacificación de Gante y el Edicto Perpetuo, por el que se restablecían
todos los privilegios de las provincias flamencas y el ejército español
habría de abandonar el país. Cuando en 1578 murió Juan de Austria, la
presencia española en Flandes se había reducido casi completamente.

La crisis económica.

La abundancia de dinero y la escasez de productos depararon a España


los precios más altos de Europa; y en estas condiciones la industria
española no tenía posibilidad de competencia con la extranjera. Podrían
por supuesto, encontrarse otros móviles al no desarrollismo industrial de
España, entre los que se cuentan su estructura social, carente casi por
completo de burguesía y su propio carácter señorial e idealista, que veía
en el trabajo algo indigno y casi infamante; pero las condiciones
económicas impuestas por la inflación hubieran sido, de todas formas,
muy difíciles de superar con los rudimentarios conocimientos técnicos de
aquellos tiempos.

330
Los españoles habrían de comprar así gran parte de los productos que
consumían en el extranjero, con lo cual la plata americana se esfumaba
apenas llegaba al puerto. El principal exportador de plata era el Estado,
con sus continuos empréstitos y sus pagas a los cuerpos de ejércitos
españoles distribuidos por Europa. Hasta 1560 los mercaderes españoles
habían podido competir en el negocio con las Indias, pero desde entonces,
autorizadas por los reyes las <<sacas de dinero>> la economía quedó
invadida en gran parte por el capitalismo cosmopolita. Además, las guerra
de Flandes y el domino inglés en el Canal de la Mancha cortaron la
tradicional ruta de la lana, la más fructífera de las exportaciones
españolas, hundiéndose ciudades como Medina del Campo y Burgos con
su Consulado del Mar. Pero tras la victoria de Lepanto, el Mediterráneo
presencia un transitorio renacimiento comercial, que permite a la
monarquía compensar hasta cierto punto sus pérdidas económicas.

Hacia 1575, las sucesivas quiebras obligaron a Felipe II a declarar la


suspensión de pagos. Para paliar la crisis se llegó a un acuerdo con los
acreedores, en su mayor parte extranjeros, por lo cual se les concedían
juros (derechos a percibir durante un plazo determinadas rentas del
Estado) para condonar la deuda. El bache pudo ser salvado gracias a un
sistema más ágil de préstamo –los asientos– que permitía colocar el dinero
directamente en cualquier punto del Imperio y sobre todo, a las nuevas
aportaciones de plata americana a partir de 1578.

La política ofensiva (1580-1598)

Hacia 1580 la política de Felipe II toma un viraje espectacular, al estar


dispuesto el monarca a conquistar Francia e Inglaterra; ocupa Portugal y
domina de nuevo el espacio flamenco. La misma ocupación de Portugal
obligó al monarca a defender los caminos de Ultramar y a tratar de
controlar el Atlántico. Y la prodigiosa abundancia de remesas de metal

331
precioso americano permitió al fin resarcirse de la <<estrecheza>> de los
años anteriores y aumentar los desembolsos del Estado.

La integración de Portugal.

La muerte del rey Sebastián en Alcazarquivir (1578) dejaba a Portugal


sin otro heredero que al anciano cardenal don Enrique, y abocado el reino
a un grave problema sucesorio. El heredero más próximo desde el punto
de vista legal era Felipe II, emparentado con la Casa de Avís, pero
muchos lusitanos se oponían a la absorción de su país por otro. El
sentimiento de unidad peninsular se había perdido para siempre.

Felipe II se atrajo a la mayoría de los gobernantes portugueses, así como


a la alta nobleza y a la burguesía de negocios, que esperaban de España la
defensa del imperio ultramarino portugués y la libre entrada de la plata
española, muy necesaria para los negocios coloniales. Pero las clases
medias y bajas, fuertemente nacionalistas, se negaban del todo a la
integración. Cuando murió sin testar el viejo rey Enrique, Felipe II se
lanzó a ocupar Portugal en 1580, en una operación perfecta del duque de
Alba.

La unión ibérica estaba al fin lograda, y con ello la presencia de la


monarquía católica en los cinco continentes; fue entonces cuando empezó
a decirse que en los dominios de Felipe II no se ponía nunca el sol.

Las campañas flamencas.

En 1578 se hizo cargo del gobierno de los Países Bajos el duque


Alejandro Farnesio, buen diplomático y excelente militar, que supo
emplear simultáneamente estas dos cualidades (sumado al dinero enviado
desde Madrid) para modificar en pocos años el panorama flamenco.
Organizó una liga de ciudades, la Unión de Arras, compuesta por los
elementos católicos, valones y señoriales, para oponerse a la liga

332
organizada por Guillermo de Orange, la Unión de Utrecht, donde
prevalecían los elementos protestantes, burgueses y flamencos. Al
reconocer en Holanda el principal enemigo puso al mismo tiempo los
cimientos de la moderna nacionalidad belga, pues Bélgica, para subsistir
frente a Holanda necesitaba el apoyo de España. La fidelidad de los belgas
permitió contar con una base segura de operaciones. Una serie de
campañas sistemáticas dirigidas por Farnesio le permitió conquistar toda
la parte flamenca de la Bélgica actual; periodo que culmina en 1585 con la
ocupación de Amberes, centro de la banca mundial.

La lucha por el océano.

A comienzos del reinado de Felipe II, España e Inglaterra eran aliadas.


A fines del reinado protagonizaron la máxima enemistad que había en el
mapa europeo puesto que:

Religioso: Isabel I de Inglaterra pretendía convertirse en cabeza


política del mundo protestante, en papel simétricamente opuesto al
que desempeñaba Felipe II en el mundo católico.
Económico: Inglaterra quería romper el monopolio que ostentaba
España en la explotación de América. Además, la segunda mitad del
siglo XVI presencia la transformación de Inglaterra en potencia
naval, chocando inevitablemente con España, la hasta entonces
dueña indiscutible de los mares.

Entre 1568 y 1572 los corsarios ingleses merodean las costas americanas
(como Drake o Hawkins) obligando a los navíos españoles a viajar en
convoy para evitar sorpresas. También los ingleses comienzan a apoyar a
los rebeldes flamencos, en tanto que Felipe II ayuda a los irlandeses
sublevados contra el dominio británico. Desde 1586 la guerra es ya
abierta.

333
Felipe II estaba decidido a invadir Inglaterra. La lucha por el dominio
de los mares le aconsejaba conjurar el peligro desde su mismo origen y la
muerte de María Estuardo presentaba una ocasión ideal para proclamar
reina de Inglaterra a su hija, la princesa Isabel Clara Eugenia.

En 1588 zarpó de La Coruña la Armada Invencible, compuesta por 131


barcos de alto porte, enormes y pesados. La misión consistía en tratar de
eludir la escuadra británica hasta haber embarcado a los tercios de
Flandes, y realizar el desembarco cuanto antes. Sin embargo el proyecto
no pudo concretarse. Los altos mandos, bastante inexpertos,
desaprovecharon la oportunidad de barrear la flota inglesa, más frágil
pero más ligera, la cual hostilizó una y otra vez a la distancia a los
españoles, causándoles perdidas parciales de cierta consideración.
Además, las mareas obligaron a los pesados navíos a esperar en otros
puntos de anclaje ante la imposibilidad de alcanzar Flandes. Cuando llegó
el momento propicio para realizar el proyecto, los temporales y los
334
ingleses habían rechazado a la Armada Invencible hacia el Mar del Norte,
donde se perdieron la mitad de los hombres y de los barcos dado que los
altos mandos querían regresar a España dando la vuelta completa a las
islas británicas.

Si bien es cierto que la <<Armada Invencible>> no fue invencible, no


puede señalarse la derrota como el comienzo de la decadencia naval
española ya que las pérdidas fueron prontamente rehechas y la escuadra
española pronto batía a la inglesa a la altura de las Azores. La falta de
política naval por parte de los sucesores de Felipe II haría el resto y en el
siglo XVII se consagraría definitivamente la primacía inglesa en el océano.

La intervención en Francia y el final del reinado.

Después de la paz de Cateau-Cambrésis, Francia hubo de renunciar a


sus pretensiones de hegemonía europea. Hasta 1572 se la ve aceptar las
directrices que España le impone, pero a partir de esa fecha los franceses
vuelven a la acción. Los intentos de enviar un cuerpo de calvinistas en
ayuda de los flamencos fracasó ante un tajante ultimátum de Felipe II;
pero el progreso de aquella secta en el interior de Francia degeneró
pronto en conflictos religiosos que aconsejaron a Felipe II a una
intervención creciente en el país vecino. La crisis llegó a su momento
culminante en 1589, cuando subió al trono de Francia un hugonote,
Enrique IV.

Felipe I dio orden entonces de intervención directa al ejército español.


Francia fue invadida por todas partes. En 1591 Alejandro Farnesio ocupó
Paris. El Norte, Este y Sur de Francia estaban controlados por la Liga
Católica y, a su vez, por Felipe II. Lo que éste pretendía era proclamar
reina de los franceses a Isabel Clara Eugenia pero esta pretensión
tropezaba con la Ley Sálica.

335
La crisis fue resuelta con un paso muy hábil de Enrique IV, que se
convirtió al catolicismo. En 1598 se llegó a la Paz de Vervins, por la que
España reconocía a Enrique IV a condición de que mantuviera la religión
católica. Se consiguió el objetivo político, no religioso.

336
El Siglo del Barroco

José Luis Comellas

El barroquismo se manifiesta por la tendencia a la hipérbole,


desbordando los límites de la moderación y la mesura. El mundo barroco,
contrariamente al renacentista, parece descontento de sí mismo y no
busca el equilibrio como ideal, sino la tensión y la fuerza expresiva. De
aquí también la tendencia a lo <<nuevo>>, a lo <<nunca visto>>, que se
manifiesta en la originalidad de las formas, el recurso a los neologismos, la
idea chocante o la escenografía sorprendente.

En lo político, el barroco es una época de ambiciones imperiales, de


monarquías autoritarias, de complicada y frondosa administración, de
guerras casi continuas en toda Europa y de larguísimos y enrevesados
tratados diplomáticos. En España se consagra el concepto de Estado
misional, esto es, provisto de una misión concreta que realizar en el
mundo, en defensa de la fe y de los valores de la civilización cristiana. A
ello se une una política ambiciosa y generosa a un tiempo, en que se
aprecia a las claras el quijotismo del carácter español y un exacerbado
sentido del honor: de aquí que lo caballeresco –y su personificación, el
caballero o el hidalgo– imprima carácter a la Historia española del siglo
XVII y prevalezca sobre el ideal burgués y el sentido práctico.

El barroco es también una época populista. Junto a la monarquía


autoritaria hay que alinear el peso de la opinión pública, mucho más
fuerte que en el siglo anterior; la reacción popular ante este o aquel hecho,
las <<manifestaciones>>, que puede decirse que nacen en esta época y la
fuerza con que se arraigan y se definen costumbres, formas, elementos
folclóricos. El arte barroco marcha más que ningún otro a remolque de los
gustos del público.

337
Idealismo y realismo conviven también en la vida popular. Fue
profunda y sincera en una vida desordenada en que la pasión predomina
sobre la templanza. Las costumbres públicas tienden a degradarse al
tiempo que defienden los ideales más puros y generosos. España entera
está llena de hidalgos y de picaros, sin que hidalguía y picardía sean
incompatibles (<<síntesis de lo contrapuesto>>).

También en lo administrativo tuvo la mentalidad barroca una decisiva


influencia negativa. En general tiende a sustituirse la idea de servicio por
la de privilegio. La nobleza olvida su papel en el orden estamental
rechazando el cargo de general de un ejército o una embajada
comprometida para dedicarse a vivir de sus rentas y prebendas. El mismo
funcionario deja de ser un servidor de la Corona para sentirse <<colocado>>
en un puesto que asegura su subsistencia o su buena posición. Los cargos
públicos tienden cada vez más a heredarse, creándose verdaderas
dinastías de empleados, con el consiguiente descenso de la capacidad
efectiva de la administración.

Además está el fenómeno político-administrativo del valimiento.


Durante el siglo XVII el rey no gobierna directamente, sino a través de un
valido o privado. El hecho se debe, en parte, a la escasa personalidad y a
la falta de dotes de los monarcas del barroco; pero el valimiento no es solo
español, sino europeo, aunque ninguna parte alcanzara el grado total y
permanente que tuvo en España. Los motivos generales hay que buscarlos
en la enorme complejidad administrativa, en la tecnificación de la
burocracia y los múltiples problemas de Estado, que convierten ahora la
misión de gobernar en una tarea tediosa e insoportable. El rey, por ser
absoluto, puede permitirse el lujo de encargar a otro que gobierne en su
nombre.

La generación pacifista (1598-1621)

338
A las grandes guerras de finales del siglo pasado sucede, durante los
primeros años del siglo XVII, una etapa de paz general en toda Europa.
España, cansada de tantos conflictos y gobernada por un rey indolente,
Felipe III y un ministro cuyo fuerte es la diplomacia, el duque de Lerma,
sigue con gusto la corriente general. La idea de mantener el statu quo
significa, en definitiva, mantener la hegemonía española. Sin embargo,
España se recupera mucho menos que otras potencias europeas, de suerte
que la situación de ventaja aparecería, a partir de 1620, gravemente
comprometida.

Una corte barroca.

El nuevo rey, Felipe III, no era tan incapaz, pero aborrecía la política y
su pereza era casi invencible. Desde el principio abandonó la tarea del
gobierno en manos de su ministro, el duque de Lerma. El valido era hábil,
enredador, desconfiado y nepótico. Se granjeo los más pingues beneficios
y colocó admirablemente todos sus deudos. Fue, en general, buen
diplomático y su mejor virtud era la prudencia, aunque su afán de
revisarlo todo minuciosamente imprimiera a los negocios públicos una
lentitud desesperante. Junto con la lentitud, se echó pronto de ver la
corrupción, el anquilosamiento de la maquinaria del Estado. La
administración comenzaba a perder su eficacia y los cargos públicos
tendían cada vez más a ser objetos de compra.

Mientras, en la vida de la Corte se imponían las formas del barroco:


etiqueta palaciega, fiestas lujosas y solemnes, corridas de toros,
representaciones teatrales, cacerías aparatosas. Felipe III y el duque de
Lerma procuraban halagar a los embajadores de las potencias extranjeras
y ratificaban con grandes solemnidades los tratados de paz, aunque para
ello los dispendios fueran casi tan grandes como los de una guerra. Donde
no se puedo alcanzar la concordia fue en los Países Bajos, gobernados por
Isabel Clara Eugenia. Los holandeses se negaron a reconocer su
339
soberanía, se entabló la guerra y España tuvo que intervenir. Los tercios
españoles comandados por Ambrosio Spínola, obtuvieron algunos éxitos
pero no decisivos.

La crisis de 1609.

Para 1609 el Tesoro español encontró un descubierto de más de 12


millones de ducados que no hubo forma de cubrir ese año, recurriendo a
la concesión de juros o rentas de la Corona. Una nueva bancarrota en 1611
obligó a un segundo arreglo, poniendo las cosas más oscuras todavía. Las
quejas contra la mala administración fueron inmediatas, por lo cual se
procedió a despedir varios altos funcionarios.

Pero en realidad la crisis económica no se limita a un simple fallo en la


administración. En toda Europa, y sobre todo en España, se aprecia un
decisivo cambio de coyuntura: a la fase A (expansión debida a la plata
americana) sucede ahora la fase B, de contracción. Los aportes
argentíferos comienzan a disminuir, siendo reemplazada por la moneda
de cobre. La misma política que aconsejó el pacifismo a ultranza emitió
grandes cantidades de moneda de cobre para contentar a las clases
modestas4.

En el siglo XVI la inflación había estado provocada por la abundancia


de plata y la escasez de productos; pero en el XVII la causa principal es la
depreciación de la moneda.

La crisis económica obligó a pactar en 1609 una tregua en los Países


Bajos. Ambos bandos estaban agotados de un conflicto al que no veía
término y los mismos holandeses presididos por Oldenbarnevelt se
mostraban tan pacifistas como los españoles. Se pactó una Tregua de

4 Ley de Gresham: la moneda mala expulsa a la buena.

340
doce años (1609-1621), reconociendo además de manera oficial a los
rebeldes, es decir, la existencia de Holanda como nación.

La expulsión de los moriscos.

La crisis de 1609 dio motivo a la expulsión de los moriscos, puesto que


habían fallado todos los métodos de “integración”. El pueblo en general
aborrecía a los moriscos y estos habían pasado insensiblemente de
campesinos sumisos y laboriosos a revolucionarios en potencia,
dispuestos a aliarse con cualquier enemigo español. Enrique IV de
Francia, celebraba tratos secretos con los moriscos valencianos. La idea
de la expulsión de aquella masa era popular, excepto entre la alta nobleza
aragonesa, para la que constituía su más útil mano de obra.

Al fin, aprovechando la paz en los Países Bajos, Felipe III y Lerma se


decidieron a adoptar esta medida. En 1609 se decretó la expulsión de los
moriscos valencianos y en el plazo de un año fueron siguiendo los de los
otros reinos peninsulares. La operación se llevó a cabo exitosamente.

La expulsión de la minoría morisca culminó el proceso de la unidad


moral de España, a costa de una nueva y dolorosa amputación, ya que la
expulsión de aquellos 300.000 hombres supuso una nueva baja en la ya
escasa producción agrícola.

Los grandes políticos periféricos.

El asesinato de Enrique IV de Francia permitió al duque de Lerma


erigirse, entre 1610 y 1618, en el árbitro diplomático de Europa. Hombre
dado a los tratados y a las negociaciones amistosas, pudo disponer de
hábiles diplomáticos, que le permitieron gobernar Europa al gusto de
España, en tanto el servicio de espionaje dirigido por Lerma, el mejor
organizado del mundo, le tenía al corriente de los más mínimos detalles o
de las intenciones de las cancillerías europeas.

341
El eje de la política internacional de Lerma era Italia. Aquí era donde las
apetencias francesas podían crear los máximos conflictos y donde
convenía mantener a toda costa el statu quo. Dos puntos eran esenciales en
este aspecto: uno, la <<quietud de Italia>>, evitar cualquier conflicto que
pueda abonar la intervención de otra potencia en la zona, y otro, la
intervención de la diplomacia española en las sucesiones de los príncipes
o señores italianos, a fin de evitar en aquello Estados no sometidos
directamente a la Corona española la presencia de gobernantes poco
gratos a Madrid.

La caída de Lerma. Hacia una política nueva.

La posición del valido empezó a desgastarse lentamente. La molicie, la


lentitud en la resolución de los negocios, los favoritismos e
irregularidades administrativas iban aumentando las críticas y minando
la posición del en otro tiempo omnipotente ministro.

La sustitución coincidió con otra crisis económica y moral. El nuevo


valido, el duque de Uceda, era ya un revisionista y quiso, quizá con mejor
voluntad que talento, evitar los errores de su padre. Se procuró una
administración más honrada y hubo numerosas destituciones. Idea suya
fue el viaje del monarca a Portugal, que tuvo la virtud de calmar muchas
susceptibilidades en aquel reino; y fue una lástima que la enfermedad del
rey obligase a un precipitado regreso a Castilla. También reforzó Uceda la
política de amistad y colaboración con los Austrias de Viena –política que
se conoce como austracismo– y que le llevó a decisiones importantes.

En efecto, en 1618 comenzó la Guerra de los Treinta Años, que en un


principio pareció una pugna intestina entre dos aspirantes al trono
imperial: el católico Fernando II y el luterano Federico V. Uceda estimó
que España debía ayudar a sus primos austriacos. Lo primero que hizo fue
asegurar la comunicación entre los dominios de Italia y los territorios

342
imperiales, mediante la ocupación de la Valtelina, un estrecho paso
estratégico cuyos habitantes, católicos, vivían sometidos a los señores
grisones, protestantes. Por la Valtelina llegaron a tierras germánicas los
tercios españoles que destrozaron a los contingentes de Federico V en la
batalla de la Montaña Blanca. El Imperio seguía en manos de los
católicos y de la Casa de Austria.

El esplendor de la monarquía del Barroco.

En 1621, con la muerte de Felipe III y la subida al poder de Felipe IV y


de su valido, el conde-duque de Olivares, el nuevo sesgo de la política
alcanza su orientación definitiva. En España entra en escena una nueva
generación, activa, grandilocuente, llena de ambiciones imperiales y de
proyectos grandiosos. La lucha por la hegemonía llega a su momento más
dramático, afirmándose como nunca los principios del Estado misional y
realizándose un esfuerzo supremo para mantener la primacía e incluso
afirmarla definitivamente. El país se encamina hacia uno de los momentos
más agónicos y decisivos de su historia.

343
Olivares y la nueva política.

Felipe IV no era un abúlico como su padre, ni se desinteresaba por los


asuntos públicos; al contrario, los problemas del gobierno le quitaban el
sueño. Pero tenía un carácter débil y necesitaba la compañía de un
hombre de carácter fuerte: el conde-duque de Olivares. Sanguíneo,
dominante, ambicioso, tremendamente activo y trabajador, llegó al poder
con vistas a fama y gloria. La gestión de Olivares es honrada, sincera,
volcada sin reservas en pro del bien de España, pero con un quimerismo
excesivo y un sentido de vehemencia que habrían de redundar al cabo en
una catástrofe, tanto interior como exterior.

El programa del nuevo valido quedó reflejado en dos memoriales,


escritos en 1621 y 1625, en los que exponía al rey los cuatro puntos sobre
los que debería centrarse la tarea reformadora:

1. Acometer una amplia remoción administrativa, prescindiendo de los


venales funcionarios del régimen anterior y creando nuevos
organismos. Los principales fueron las Juntas, 16 en total (Ejecución,
Armada, Población, Obras y Bosques, Junta General de Reformación, etc.),
que serían más especializadas que los Consejos y pondrían mano en
los asuntos de mayor interés para el país. Pero las Juntas
complicaron aún más el aparato burocrático y mejoraron, pero solo
en grado modesto, la administración.
2. Estimular la riqueza interior y fomentar el desarrollo económico. El
Estado no podía ser fuerte si el país no era rico. Para ello se tomaron
medidas proteccionistas, favoreciéndose el laboreo de la lana. La
preocupación económica de Olivares no es despreciable y se
adelanta al Colbertismo francés, pero tropezó con la coyuntura
adversa de la disminución del aporte de la plata americana, la poca
población, falta de madurez técnica, capitales e iniciativa privada.

344
Las guerras obligarían a nuevas exacciones que paralizarían el
comercio exterior.
3. Fomentar el crecimiento demográfico por dos procedimientos:
estimular el desarrollo interno de la población mediante premios de
nupcialidad y natalidad, eximiendo de impuestos a las familias
numerosas, etc., y proceder a la repoblación del territorio mediante
la admisión de inmigrantes (franceses e irlandeses). Todos los
esfuerzos sin embargo, se perdieron con la peste de 1648. Además,
para Olivares, la administración y el gobierno debía estar en manos
de las clases medias y no descuidar las necesidades de las modestas.
4. Era preciso lograr la unificación jurídica de la Península, es decir, el
sometimiento de los demás reinos que integraban la corona española
al mismo régimen jurídico que Castilla.

La idea de unificación de España y la igual participación de todos los


españoles en la tarea y la carga común tenía sus rasgos de nobleza; pero el
planteamiento de Olivares partía de unas bases algo simplistas. No
comprendió los principios históricos y constitucionales del foralismo. La
política que el juzgo principio de grandeza para España resultó ser,
precisamente, el principio de la catástrofe.

345
La plenitud del barroco.

Vistos los planes de Olivares, cabe preguntarse no si eran acertados,


sino más bien si era posible llevarlos a la práctica. Quimeristas o no,
representan un intento de renovación, un deperezamiento general que
acompaña los primeros años del reinado de Felipe IV. En cuanto a la
política exterior, finalizada la tregua con los Países Bajos, los holandeses
fueron derrotados por tierra y mar; y cuando los franceses quisieron
invadir Italia volvieron a ser expulsados.

En 1630 comenzó la construcción del palacio del Buen Retiro, Felipe el


Grande, que representa todo un símbolo de la grandiosidad del barroco. El
teatro español de aquel siglo –de Lope de Vega, Calderón, Rojas, Tirso de
Molina o Moreto– representa todo el espíritu barroco de aquel tiempo.

Nos encontramos en el momento del máximo apogeo del barroco. El


pensamiento, la literatura, el arte de España alcanzan su cumbre y su más
peculiar personalidad. No hay, como en el Renacimiento, influencias
italianas o flamencas, sino todo lo contrario: el arte, la literatura, las
modas, la indumentaria, hasta los ritmos de baile españoles se imponían
en toda Europa.

El escalonamiento de la lucha decisiva.

Olivares no fue un innovador en política exterior. Aunque hombre de


genio vivo, gustaba de la diplomacia, y siempre tentaba, antes de lanzarse
a una aventura militar, la solución negociada. Sin embargo, la coyuntura
europea, con nuevos estadistas bastantes belicistas como Richelieu o
Cromwell, le plantean a Olivares una lucha decisiva. España tiene que
aceptarla, para bien o para mal, para seguir ostentando su hegemonía
continental.

346
Durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) se va escalonando en
acciones de magnitud creciente, desde un incidente local como fue la
defenestración de Praga, hasta una gigante contienda europea que no
terminara sino con una de las paces más trascendentales de la Historia
Moderna, la Paz de Westfalia.

Olivares comenzó cauto, pero en 1621, tras la claudicación de la Tregua


de los Doce Años con los Países Bajos, tuvo que iniciar las hostilidades
por el pedido que le hicieron los Consejos de Indias y de Portugal (ya
que los holandeses estaban atacando las rutas comerciales y los territorios
coloniales de Portugal, como el Brasil). La lucha fue exitosa para España,
ya que en 1625 Ambrosio Spínola conquistó Breda.

No obstante, los franceses se lanzaron sobre la Valtelina, con el


objetivo de desalojar a los españoles. Olivares movilizó un ejército de
100.000 hombres que desembarcó en Génova y rechazó a los franceses
más allá de los Alpes. La Paz de Monzón restablecía la situación en Italia.
Mientras tanto, los príncipes protestantes, derrotados en la batalla de la
Montaña Blanca en 1620, lograron la intervención de Cristian IV de
Dinamarca, intervención que sin embargo fue infructuosa.

La lucha por la hegemonía y por una organización político-ideológica


del continente se precipitaba hacia su decisión final. En 1629 Richelieu
persuadió al monarca sueco Gustavo II Adolfo a intervenir en la
contienda. El ejército sueco, dotado por primera vez de uniformes
modernos, armado de fusiles de chispa y entrenado en una técnica
perfecta en que los movimientos eran efectuados con la precisión de una
máquina, gozaba fama de ser invencible. Y en efecto, el empuje sueco se
hizo incontenible desde el primer momento, pues las tropas imperiales al
mando del caudillo católico Wallenstein, fueron incapaces de hacerle
frente. El asesinato de éste último complico aún más el panorama para el
Emperador, obligando a España a acudir en su ayuda. En la batalla de
347
Nordlingen (1634) los españoles derrotaron a los suecos, obligando a los
protestantes a reconocer la Paz de Praga.

La batalla final.

Francia comprendió la necesidad, en este contexto, de intervenir en el


conflicto abiertamente si quería evitar la consagración de la hegemonía de
los Habsburgo en España. Ésta última considero la intervención de los
franceses como una traición a la causa católica; para Francia fue una
decisión política destinada a acabar con el predominio español. Durante
la polémica de 1635escritores y publicistas españoles y franceses intentaron
justificar sus principios políticos antes de ponerse a defenderlos con las
armas.

Los panfletos franceses defienden una nueva concepción del mundo,


basada en el naciente racionalismo y en una visión pragmática de las
cosas; proclaman la razón de Estado, según la cual las naciones no están
sujetas a normas de moral objetivas, sino que cada una debe buscar
aquella política capaz de engrandecerla. Este principio se trata de
conciliar con el de la coexistencia, idea que deriva de la visión pluralista de
Europa, y que defiende el entendimiento dentro de una diversidad de
políticas nacionales.

Los españoles defienden la idea de la Cristiandad, que unifica a


Occidente, no física, pero si moralmente en unos ideales comunes. Queda
así planteada la lucha entre el idealismo y el pragmatismo, entre la unidad
o la diversidad.

En 1635 Francia declaró la guerra a España. Olivares se jugó el todo por


el todo solicitando nuevos donativos para la guerra. Se intentó una
invasión a Francia desde el norte, pero la falta de numerario para pagar al
ejército hizo fracasar las operaciones.

348
En 1640 se produjeron una serie de revoluciones dentro de la propia
monarquía española que rompen la unidad peninsular y están a punto de
acabar con España misma. El esfuerzo exterior no tiene más remedio que
ceder. El conde-duque dimite en 1642. En 1643 los españoles son
derrotados en la batalla de Rocroi y en 1646 en la batalla de Lens, que
conduce a la Paz de Westfalia en 1648, en la que España se ve obligada a
admitir, con la pérdida de su hegemonía en el mundo, la realidad de un
mundo nuevo.

La desintegración de la monarquía hispánica.

En 1640 Castilla, directora y patrocinadora de una política que


rebasaba las posibilidades y las fuerzas de España, sufre una revolución
que tiene mucho que ver con deserción: los reinos periféricos la abandonan.
Portugal y Cataluña en 1640; poco después intentos en Navarra, Aragón,
Sicilia y Nápoles.

Esta revuelta ha sido considerada como una manifestación de la <<crisis


de 1640>> que se registra en varios Estados de Europa, como la Fronda en
Francia, la Revolución de 1640 en Inglaterra o los desórdenes políticos y
sociales en Holanda, que sería reflejo a su vez de la <<crisis de los Estados
del Renacimiento>>. El anquilosamiento burocrático propio del siglo XVII
y el aumento del espíritu criticista darían lugar en todas partes a similares
resultados. El centralismo estatal se convierte en una empresa que, sobre
todo en los reinos periféricos, empezó a ser vista como absurda y
desproporcionada.

El alzamiento de Cataluña.

Según Elliot, los Habsburgo fueron monarcas absolutos en Castilla y


monarcas constitucionales en los reinos de la Corona de Aragón. Las
diferencias se mantuvieron íntegramente, y con ellas la distinta
participación de unos y otros en las tareas de la administración interior y
349
en la dirección y desarrollo de las empresas exteriores. En el siglo XVII se
echa de ver un prurito centralista, del cual Olivares no es más que el
supremo representante: de aquí que los reinos periféricos de la Península
mantuvieron una actitud recelosa ante todo intento de absorción
jurídico-administrativa por parte de Castilla.

En 1629 el conde-duque consiguió que Aragón y Valencia aceptasen la


Unión de Armas, relativo a una participación proporcional de todos los
reinos en el sostenimiento de las fuerzas armadas, pero Cataluña se negó
a secundar la iniciativa. En el Principado, la nobleza del interior y la
burguesía de la costa mostraban intereses contrapuestos y estaban
desunidas, pero se unieron por las circunstancias exteriores. El
descontento de la burguesía obedecía a razones económicas, la depresión
del comercio mediterráneo y las crecientes exacciones del gobierno
central, como el <<quinto>> que quería exigir a los municipios. La nobleza
era celosa de su independencia y se oponía al centralismo y a los
funcionarios.

En 1640, con motivo de la presencia de tropas castellanas e italianas en


Cataluña para la campaña del Rosellón, los catalanes se sublevaron
asaltando el palacio del virrey y asesinándolo.

El llamado Corpus de Sangre causó enorme sensación. Los catalanes


quisieron aprovechar la coyuntura para iniciar un movimiento de
secesión. En Madrid había partidarios del castigo y de las negociaciones.
Al fin se impuso por ambas parte la línea dura. El conde-duque envió un
ejército desde Aragón, que arrolló la resistencia catalana. Ante esto los
catalanes pidieron ayuda a los franceses, que salvaron Barcelona. Los
ejércitos franceses ocuparon el Principado y Luis XIII se tituló conde de
Barcelona.

La separación de Portugal.

350
Las razones de la separación de Portugal son fáciles de comprender. Los
intentos de fusión que realizaron tanto castellanos como portugueses, los
nacionalismos del Renacimiento irían separando a dos patrias dotadas de
plena personalidad. La unión realizada por Felipe II resultó ya forzada y
era seguro que los portugueses aprovecharían la primera oportunidad
para separarse.

Durante un tiempo la plata española favoreció el comercio ultramarino


de Portugal; pero el descenso de los aportes metalíferos y el asalto de
ingleses y holandeses a las posesiones lusitanas, sin que los ejércitos o la
flota del rey de España hiciesen algo por evitarlo, cambiaron la situación.
Desde 1630 el deseo independista de Portugal era ya muy grande. Una
década más tarde tuvo lugar un levantamiento en Lisboa, que ya no hubo
forma de dominar. El duque de Braganza aceptó el título de rey, con el
nombre de Juan IV. Todo Portugal se puso de su lado desde el primer
momento. Los gobernantes de Madrid, agobiados por el problema catalán
y los desastres exteriores, no pudieron intervenir.

Otros movimientos de secesión.

Los movimientos de Cataluña y Portugal produjeron toda una cadena


de intentos separatistas tanto en la Península como en las posesiones de
Italia. Si todos fueron al cabo dominados, ello se debe tanto a la falta de
coordinación como a la carencia de una autentica fuerza capaz de
sustituir con éxito al poder del rey de España. Hacia 1648 la situación
parecía salvada, excepto en los casos de Cataluña y Portugal. Los
movimientos secesionistas habían fracasado en la Península porque la
decisión de los grandes no estaba respaldada por el apoyo popular; en
Italia, porque la radicalización del motín puso en guardia a la nobleza y la
colocó al lado de los españoles. La Monarquía hispánica se salvaba de la
destrucción y recobra su unidad, pero ya nunca habría de recobrarse de la
crisis.

351
La decadencia de España.

Aunque la paz de Westfalia señala el fin de la hegemonía española, la


crisis española se manifiesta desde 1609, con las obras de algunos
tratadistas de esa época. Más que de decadencia, casi podría hablarse de
<<decadencias>>, porque la administración interior se encuentra en plena
descomposición cuando los tercios siguen triunfando; o la derrota militar
llega cuando los escritores y los artistas que expresan la máxima potencia
creadora de España se encuentra en plena floración:

La primera en manifestarse fue la decadencia económica con la


aparición de las bancarrotas periódicas, las crecientes
dificultades de la producción y exportación t el creciente
predominio del capitalismo cosmopolita sobre la economía
mercantil.
En el campo demográfico, el siglo XVI representa todavía un
incremento de la población, pero en el siglo XVII la curva
demográfica se precipita brutalmente,
La decadencia militar es posterior a estos hechos. Hasta 1640
España sigue triunfando hasta Rocroi (1643), cuando cambia la
preponderancia militar y ya en 1660 las derrotas son sucesivas.
Parte de la causa se debe a la carencia de grandes generales, a la
desorganización de las tropas, la no renovación de las tácticas y
hasta a la desmoralización interna; pero el principal motivo fue la
penuria de recursos. Falta de hombres y de dinero para pagarles.
Además, y por encima de todos los signos de decadencia material,
late el desánimo, el colapso moral subsiguiente a la
desmoralización y a la derrota. Al mesianismo optimista de la
generación de 1635, que afirmaba que las batallas de Dios y Dios
no pierde batallas, sucedió el tremendo desengaño de la derrota.

La despoblación.

352
Una de las bases de la decadencia fue el descenso de la población. Los
motivos son variados y deben contar en primer lugar la mortalidad
infantil, resultado de las deficientes condiciones de vida; y las epidemias,
sobre todo de cólera, que se ceban con especial predilección sobre las
generaciones del siglo XVII. Además, la expulsión de los moriscos (unos
300.000) compensada en parte con la inmigración de franceses e
irlandeses. A América parecen haber emigrado unos 400.000. La vida
religiosa representaba una cierta merma en la capacidad de procreación,
lo mismo que la guerra.

La ruina económica.

España, país pobre de recursos, con una estructura social en la que la


burguesía de negocios era casi inexistente y una mentalidad que
predisponía más a las hazañas caballerescas que a las empresas
mercantiles, había dominado políticamente el mundo, pero se había
dejado dominar por el capitalismo extranjero, que se arrogaba casi el
monopolio de los préstamos al Estado y el comercio con América.

La plata americana, aun con sus efectos perniciosos, permitió a los


españoles disponer de dinero en el siglo XVI. Pero en el XVII y de modo
sorprendente, las aportaciones del metal blanco empiezan a disminuir
hasta casi reducirse a la nada. El argumento más repetido es el del
agotamiento de las minas. Otro motivo también razonable es la falta de
mano de obra indígena y la decadencia de la mita, el servicio obligatorio
minero en Perú. Pero ahora se tiende a considerar que la falta de tradición
industrial, la peculiar estructura socioeconómica del país y la
competencia extranjera, dotada de una gama de producción más
abundante y de precios más bajos, retrasaron aquel lógico proceso de
desarrollo y al fin lo llevaron a la decadencia. El descenso de la
producción peninsular fue suplido por la presencia de mercaderes

353
extranjeros en España, por el contrabando inglés y holandeses y por la
propia producción americana.

España, sin plata y sin una industria capaz de ganarla, se arruinó sin
remedio: acuñó moneda de cobre, con la consiguiente desvalorización, y
quedó sin recursos para organizar sus ejércitos y su administración. La
decadencia económica se convierte así en uno de los principales factores
del eclipse español de la segunda mitad del siglo XVII.

Los jalones del renunciamiento.

A la caída de Olivares en 1642 lo sucedió en el valimiento don Luis de


Haro. Más diplomático que militar, hombre un tanto gris, pero de sentido
común, reunía varias de las condiciones que el Gobierno estaba
necesitando en aquellos momentos. Su política iba a ser de paz, pero una
paz beneficiosa a España. Don Luis hizo su composición de ideas,
estableciendo un orden virtual de urgencias: primero recuperar Cataluña,
luego Portugal; después conservar los Países Bajos y si era posible firmar
la paz con Francia.

Tras la Paz de Westfalia, España reconoció la independencia de


Holanda, otorgándole las provincias de Brabante y Limburgo. No se llegó
a un acuerdo con Francia, que exigía el Artois y Bélgica. Pero Haro
comprendió que había llegado la ocasión de recuperar Cataluña ya que
Francia se hallaba envuelta en el drama de la Fronda. Tampoco los
catalanes se sentían satisfechos bajo los franceses. Hacia 1652 se recuperó
Cataluña, pero fue imposible recuperar el Rosellón.

Francia se resignó a perder Cataluña y decidió centrar su atención en el


frente flamenco, obligando al valido a abandonar su idea de recuperar
Portugal. Don Juan José de Austria, venció a los franceses en la batalla
de Valenciennes (1656). Francia pidió la paz pero Haro se negó a ello,
esperando obtener concesiones más provechosas. Sería un grave error, ya
354
que los franceses, aliados a los ingleses, vencerían en la batalla de Las
Dunas a los españoles.

Este evento forzó a pactar la Paz de los Pirineos: Francia obtenía el


Rosellón, así como la mayor parte de la Cerdaña. En el frente norte,
Francia se quedaba con casi todo el Artois, pero Bélgica seguía bajo la
soberanía española. Además, Luis XIV se casaría con la infanta María
Teresa, hija de Luis IV. Westfalia y los Pirineos simbolizan el fin de la
hegemonía española en Europa. Portugal no pudo ser recuperado por el
apoyo que los lusitanos recibieron de Inglaterra y Francia.

El final de la España de los Austria.

Carlos II era, a la muerte de su padre Felipe IV, un niño enclenque de


tres años, cuya vida estuvo varias veces en peligro. La regencia hubo de
ser ejercida por la Reina madre, doña Mariana de Austria, quien sólo se
fiaba de su confesor alemán, el padre Nithard, que gobernó el país en su
lugar. Bajo el valimiento de Nithard el poder quedó por los suelos, ya que
él no era un político. La nobleza se había ido retrayendo del servicio al
Estado y solo recababa privilegios; había perdido sus viejas virtudes de
clase dirigente y no se vislumbraba de momento otra clase o grupo social
capaz de sustituirla. Además Nithard se hizo impopular al suprimir
fiestas y representaciones teatrales y sus medidas económicas, guiadas
por la ética, pero no por la técnica, ahondaron aún más el desastre; no
pudo suprimir, pese a sus leales esfuerzos la venalidad administrativa.

En cuanto a la política exterior, Nithard se dejó arrastrar a una guerra


contra Francia por los Países Bajos que concluirá con la Paz de
Aquisgrán de 1668, que le deparó a Luis XIV un conjunto de plazas en
Flandes. La derrota aumentó más la impopularidad del valido. Don Juan
José de Austria, que tenía una gran reputación, forzó a Nithard a huir del
país. Mientras tanto, una nueva maniobra francesa apartó a España de

355
una alianza con Inglaterra y Suecia y preparó una nueva guerra en 1672,
que volvió a ser nociva para la monarquía hispánica.

El salvador del país.

El reinado de Carlos II es la edad de oro de los arbitristas. Por doquier


pululan panfletistas que pretenden haber encontrado el remedio a los
males del país, o teorías que quieren resolverlo todo de un plumazo. La
mayoría de edad del rey fue recibida con esperanzas, pese a su salud. Su

356
valido, Fernando Valenzuela, aprovechará la situación para convertirse
en consejero para todo del nuevo monarca.

Nuevamente Juan José de Austria volvió a realizar un nuevo


<<pronunciamiento>> que obligó a Valenzuela a partir a Filipinas. Don Juan
José es un representante de la nueva España periférica, que empieza a
sustituir a Castilla como órgano nutricio de hombres y de ideas; es
también moderno en su visión pragmática del gobierno y su preocupación
social y económica. Quiso crear un nuevo sistema de impuestos que
hiciese gravitar las cargas sobre los económicamente más fuertes, aunque
perteneciesen a las clases privilegiadas; en 1679 se creó la Junta de Comercio
y Moneda para estimular el desarrollo económico; se comenzaron a reunir
memoriales sobre los males del país y forma de remediarlos.

Pero los problemas eran muchos y los medios escasos. Hubo que
recurrir una vez más a la moneda de cobre y ver como subían los precios.
El Estado, lleno de deudas por todas partes, no tenía con que iniciar la
política de reformas, ni siquiera posibilidad de remover una burocracia
viciada. Y además, la preocupación por los asuntos internos hizo que don
Juan José descuidase la guerra con Francia, de modo que las sucesivas
derrotas obligaron a firmar la Paz de Nimega (1678), por la que la
monarquía perdía el Franco Condado. El prestigio de don Juan José se
encontraba en pleno declive cuando murió en 1679.

El fin de una época.

En 1680 se produjo una nueva crisis económica, la última y definitiva,


pues la economía española toco fondo ya que no podía bajar más. El
movimiento quedó prácticamente paralizado. Pero precisamente ya no
podía haber otra tendencia que el alza. La peste que también se cobró la
vida de 200.000 españoles, habría de ser también la última.

357
Desde entonces y a lo largo de los veinte años ultimo del siglo, se
adivina una cierta tendencia la mejoría en el comercio. Entre los
medianos políticos de aquellos años destaca el conde de Oropesa. Es un
hombre de reformas, de medidas concretas de sentido realista. Con él se
inicia claramente un tipo de gobierno y de administración que veremos
consagrado de modo definitivo tras el cambio de dinastía.

Efectivamente, Carlos II había llegado hasta la hechicería con tal de


tener un heredero. Sus consejeros le aconsejaron heredarle la corona a un
príncipe independiente y sobrino-nieto suyo, José Fernando de Baviera,
pero su muerte en 1699 obligaron a Carlos II a decidirse entre Francia o el
Imperio. Finalmente, legaría todos sus Estados a Felipe, duque de Anjou,
nieto de Luis XIV y de la española María Teresa. La Casa de Borbón se
entronizaba en España.

358
359
Los Reyes Católicos
Joseph Pérez
En 1474, en el momento en que Isabel I subió al trono de Castilla, la
península ibérica estaba dividida en cinco estados: Portugal, Castilla,
Aragón, Navarra y al sureste el Emirato de Granada. A excepción de este
último, los otros cuatro tenían la sensación de pertenecer a la misma área
cultural. En Aragón reinaba una dinastía castellana desde 1412. A pesar de
las diferencias culturales, los reinos cristianos aun conservaban la
nostalgia de la unidad perdida en el 711 ante la invasión musulmana. Este
anhelo era más fuerte en Castilla, puesto que sus reyes se creían legítimos
herederos de la monarquía visigoda y aspiraban reunirla en su cetro. Pero
esa unión, hacia el siglo XV, solo podía hacerse como resultado de
acuerdos dinásticos. En este contexto, Isabel, heredera al trono desde
1468, podía optar por una unión matrimonial con Portugal o con Aragón.
El rey castellano Enrique IV prefería la alianza matrimonial con
Portugal, casando a su hermanastra Isabel con el rey Alfonso V de
Portugal y a su hija Juana con el hijo mayor y heredero del mismo rey. Por
su parte el rey aragonés Juan II también estaba interesado en una futura
alianza matrimonial con Castilla, ya que si su hijo Fernando se casaba con
la heredera castellana, Aragón ocuparía un lugar destacado en Castilla.
Para lograr sus fines Juan II contó con el apoyo del arzobispo de Toledo,
Carrillo, que quería contrarrestar la excesiva influencia de Portugal en
Castilla apoyándose en Aragón.
Isabel optó por Aragón ya que era la mejor forma de llegar al poder,
puesto que el partido portugués era muy fuerte en Castilla y se inclinaba
por la princesa Juana. La boda con Fernando se celebró en 1469 de forma
secreta, siendo presidida por el mismo arzobispo de Toledo.

360
Enrique IV murió en 1474 en Madrid. Isabel, que se encontraba en
Segovia, se proclamó casi de inmediato como <<reina y propietaria>> de
Castilla y a Fernando como <<su esposo legitimo>>. Esta proclamación no
encajó nada bien en Fernando, que no veía con agrado ser relegado a la
categoría de rey consorte, pese a que esta situación se citaba
expresamente en el contrato matrimonial de 1469. Fernando se reunió
rápidamente con Isabel e hizo valer que sus derechos a la corona de
Castilla eran tan serios como los de Isabel, pues descendía en línea directa
de los Trastámara. Isabel no cedió. A diferencia de lo que ocurría en
Aragón, en Castilla las mujeres no estaban excluidas de la sucesión al
trono. Se llegó a una solución en 1475. Isabel fue confirmada en su título
de reina y <<propietaria>> del reino. Fernando también recibió el título de
rey de Castilla. Después de la muerte de Isabel, sus derechos pasarían a
los hijos habidos del matrimonio. La Concordia de Segovia tranquilizó a
los castellanos, que temían una influencia excesiva de Aragón y satisfizo a
Fernando, pues obtuvo por ella poderes de soberano.

361
La Guerra de Sucesión Castellana.
Al proclamarse reina, Isabel obligó a nobles y ciudades a pronunciarse
de inmediato, sin darles tiempo a negociar su adhesión a cambio de
concesiones y fueros. Mientras que la mitad norte de Castilla apoyaba a la
flamante reina, la mitad sur, controlada por la nobleza, se mantuvieron
expectantes o eran claramente hostiles. La nobleza también se dividió,
formándose dos partidos: de un lado estaban los que aceptaban la
instauración de un poder real fuerte, que garantizara el orden social y los
privilegios adquiridos; de otro los que preferían un régimen como el
anterior, en el que la corona debía contar con la nobleza como fuerza
política preponderante. Estos últimos apoyaban a la pequeña princesa
Juana, pues ella seguramente sería dócil y los necesitaría para acceder al
trono y mantenerse en él. Buena prueba de ello fue el cambio de bando del
arzobispo de Toledo. La nación no mostró ningún entusiasmo por Isabel
ni se alzó contra ella ninguna oposición. Sus adversarios aguardaron la
ocasión para pronunciarse.
La señal llegó del extranjero. Aragón había sido leal desde el principio a
los nuevos soberanos, pero entonces se encontraba luchando contra
Francia, que había ocupado la zona del Perpiñán en 1475. Portugal, en
cambio, se alarmó, ya que desde mediados del siglo XV quería aumentar
su influencia en Castilla. Una unión dinástica permitiría formar un
bloque territorial que sería preponderante en la Península y aislaría a
Aragón. Pero el casamiento entre Isabel y Fernando fue un fracaso
diplomático para Alfonso V de Portugal, que se inclinó por declararles la
guerra, casarse con su sobrina, la princesa Juana y apoderarse del trono.
Isabel y Fernando tuvieron que enfrentarse a una guerra civil y una
invasión extranjera. Los dos frentes eran solidarios. Para acabar con los
enemigos del interior tenían que rechazar a los invasores. En 1476 se
produjo la batalla del Toro, en la que Fernando aplastó al ejército

362
portugués. La partida aún no estaba ganada. Fue rechazada una invasión
francesa al País Vasco, que forzó a Luis XI de Francia a abandonar a su
aliado portugués. Tras la batalla de Albuera en 1479 Alfonso V detuvo los
combates y decidió firmar la paz. Mediante el Tratado de Alcazobas-
Toledo Portugal evacuaba los territorios castellanos ocupados durante la
guerra y reconoció a Isabel como reina de Castilla. Alfonso V anuló su
matrimonio con Juana y sugirió que la infanta se casara con el heredero de
Castilla, mientras que la infanta castellana Isabel, hija de la reina
castellana y Fernando de Aragón, se uniría al heredero del trono de
Portugal. La reina Isabel se negó, encerrando a Juana en un convento. La
infanta Isabel, la hija mayor de los Reyes Católicos, fue prometida al rey
de Portugal. Por otra parte, el tratado de Alcazobas fue un intento de
poner fin a las rivalidades de ambas potencias en el Atlántico. Castilla
admitió que el litoral africano y los archipiélagos, excepto Canarias,
formaban parte de la zona de influencia portuguesa. Este tratado fue
precursor del deTordesillas (1494) con el que los portugueses y
castellanos se repartieron el mundo.
Una vez concluida la guerra contra Portugal, parte de los nobles
rebeldes depusieron las armas, pero muchos otros se mantuvieron
hostiles. Contra ellos Isabel y Fernando emplearon dos métodos. Hicieron
que las Cortes de Madrigal (1476) aprobaran la creación de una fuerza
armada La Santa Hermandad, sufragada por las ciudades, cuya finalidad,
en principio, era mantener el orden en el campo contra el bandidaje, pero
esta guardia rural en verdad tenia por misión eliminar cualquier
oposición. Por otro lado, los reyes no dudaron en alentar la hostilidad
hacia el régimen señorial incitando a las poblaciones a sublevarse contra
sus señores, prometiendo que dependerían directamente de la Corona.
La reorganización del Estado.

363
El reinado de los Reyes Católicos no fue un comienzo absoluto; la sola
presencia de los soberanos no bastó para restablecer el orden, la justicia y
la paz social. Con la creación de la Santa Hermandad en plena guerra
civil se dotaron de un instrumento al servicio exclusivo del Estado.
La idea llevaba barajándose varias décadas. Había unos precedentes
medievales en las hermandades, alianzas temporales de ciertas ciudades y
villas para defenderse mutuamente. Enrique IV planeó volver a poner en
marcha la institución, modernizándola. La Santa Hermandad, fundada
en 1476 por las Cortes de Madrigal, tenía por misión mantener el orden:
cada concejo de más de cuarenta familias (unos 200 habitantes) debía
reclutar a dos alcaldes y una brigada de intervención (cuadrilleros). En la
asamblea general de Dueñas, celebrada en 1476, organizó la Santa
Hermandad a escala nacional. El reino se dividió en distritos, unos grupos
móviles (capitanías) reforzaron las brigadas fijas, se creó una diputación
general para administrar el presupuesto y se nombró capitán general al
hermano del rey, Alfonso de Aragón. Si bien esta institución no estaba
destinaba a convertirse en permanente, los reyes, por necesidades bélicas,
prolongaron su existencia hasta 1480, llegando incluso a considerar la
idea de transformarla en un ejército permanente que intervino en la
Guerra de Granada. Pero a la larga las ciudades y villas consideraron
demasiado costoso el mantenimiento de esta milicia. En 1498 fueron
suprimidos los órganos centrales, dejando solo vigente las cuadrillas
locales para velar por el orden público. De esta forma la Santa Hermandad
siguió en vigor hasta finales del siglo XVII.
El mantenimiento del orden fue el paso previo para el restablecimiento
de la autoridad del Estado. Las medidas tomadas en este sentid fueron
aprobadas en 1480 por las Cortes de Toledo. La reorganización de los
poderes decidida en ese momento fue mantenida por los Habsburgo:
principales instituciones creadas por los Reyes Católicos fueron durante
dos siglos las que aseguraron a supremacía del poder real en Castilla.
364
En Valladolid se instaló un alto tribunal de justicia, la Chancillería,
encargada de conocer los procesos civiles y criminales. Tras la toma de
Granada se instaló otra Chancillería en esta ciudad. Los reyes intentaron
recopilar los textos jurídicos dispersos para ofrecer a los jueces y
querellantes unas referencias precisas e indiscutibles. Fue el primer
intento de sustituir la confusión del derecho consuetudinario medieval
por unas reglas más estrictas y uniformes.
Los Concejos permanecieron sometidos a una oligarquía urbana
reducida, los regidores que transmitían su cargo de padres a hijos y se
reservaban los oficios municipales, pero las grandes ciudades perdieron
gran parte de su autonomía al quedar sometidas al control de los
corregidores, representantes del poder real con amplios poderes. El
corregidor presidía las sesiones del cabildo y sancionaba sus
deliberaciones, era juez de primera o segunda instancia e intervenía en la
designación de los procuradores a Cortes. La autoridad del corregidor se
extendía mucho más allá de los límites de la ciudad donde estaba
destinado. En cierto modo era como un gobernador provincial. El reino se
dividió en 64 corregimientos, con el cual el poder real se hizo oír y
respetar en todas partes.
En Consejo Real cambió su composición y sus atribuciones precisas.
Bajo la presidencia de un obispo, lo formaban tres caballeros y una decena
de letrados. Los miembros de la alta nobleza siguieron siendo miembros
de derecho y asistiendo a las sesiones, pero como observadores y con voz
consultiva. Despojados del poder efectivo, poco a poco dejaron de
participar en los trabajos del Consejo, que por deseo de los soberanos se
convirtió en el órgano supremo del gobierno y concentró todos los
poderes, judiciales, administrativos y políticos.
Además, fray Hernando de Talavera emprendió una reforma financiera
de gran alcance. Había que sanear la Hacienda, gravada desde hacía

365
tiempo por las rentas de todo tipo (juros) y gratificaciones pagadas a la
alta nobleza. Una parte de los impuestos iba así a parar a particulares, en
su mayoría grandes señores, que no querían perder sus prerrogativas. Los
reyes lo lograron, no sin concesiones. Cerca de la mitad de los juros fueron
suprimidos. El Estado volvió a poseer rentas, tierras y recursos fiscales. La
aristocracia castellana tuvo que renunciar a cuantiosos beneficios, pero
no se arruinó económicamente, porque poseía de antaño numerosas
propiedades y riquezas. Los Reyes Católicos nunca pretendieron sojuzgar
a la alta nobleza, sino dejarla sin influencia política mediante la red de los
corregidores y la limitación de su papel en el Consejo Real.
También los Reyes Católicos buscaron controlar las Ordenes Militares,
ya que poseían inmensos territorios y riquezas. Fernando, aprovechando
las coyunturas, se hizo elegir sucesivamente Gran Maestre de la Orden
de Santiago, Calatrava y Alcántara, situación que fue confirmada por el
Papa Adriano VI en 1524, ya con Carlos I, que las vinculó a la Corona.
Al principio de su reinado los reyes trataron de apoyarse en las Cortes,
es decir, en las ciudades, para oponerse a los señores y para consagrar con
éxito su concepto de Estado. En este sentido cabe interpretar la asamblea
de Madrigal (1476) y la de Toledo (1479-1480) que permitieron trazar
las líneas maestras de la nueva organización del reino: creación de la
Santa Hermandad, generalización de los corregidores, preeminencia del
Consejo Real y anulación de la influencia política de los nobles. Tras la
victoria contra la nobleza, las Cortes pasaron a un según plano ya que si
bien los reyes necesitaban a las Cortes para acabar con la influencia
política de los nobles, no pensaban compartir el poder con ellas. La
colaboración entre los Reyes Católicos y las Cortes fue circunstancial y
solo fueron convocadas cuando era necesario recaudar nuevos impuestos.
Gracias a los corregidores, que presidían los Concejos, el poder central
disponía de un derecho de fiscalización sobre la designación de
procuradores.
366
367
La doble monarquía.
En 1479 Fernando heredó los Reinos de la Corona de Aragón,
formándose así la doble monarquía castellano-aragonesa, primer paso
hacia la unificación política de la península. No era una unión nacional,
sino una simple unión dinástica. Los Reyes Católicos se acostumbraron a
gobernar en Aragón por delegación, mediante virreyes, con el concurso
del Consejo de Aragón en 1494. En Cataluña Fernando hizo aprobar
entre 1480-1481 sus primeras medidas, llamadas de enmienda. Los
campesinos estaban descontentos de su suerte y deseaban sacudirse el
yugo de la nobleza. En 1486 con la Sentencia de Guadalupe los <<malos
usos>> y sobre todo el más odioso, el <<derecho a maltratar>>, fueron
abolidos. Se concedió a los campesinos la posibilidad de emanciparse
pagando una redención razonable y el derecho a permanecer en las tierras
que trabajaban en unas condiciones interesantes: los arriendos de larga
duración, que podían transmitir a sus herederos.
Para las instituciones Fernando se inspiró, adaptándolas, en las
medidas tomadas en Castilla. Debía reducir la influencia política de las
asambleas locales, limitándola a la administración de los asuntos de
interés común. En 1493 se reorganizó el Consell de Cent, órgano
deliberante la ciudad de Barcelona, dándole preponderancia a la
burguesía. El poder ejecutivo lo ejercían cinco consejeros nombrados por
sorteo. Las reformas introducidas en Zaragoza y Valencia se inspiraron en
principios parecidos. De este modo las instituciones regionales y locales
se convirtieron en simples organismos administrativos y las oligarquías
tradicionales fueron confirmadas y reforzaron su posición.
La Guerra de Granada.
Vencidos Portugal y los enemigos del interior, reorganizada la política,
se diría que Isabel y Fernando dominaban la situación, pero su poder aún
era frágil. La unidad de la doble monarquía era puramente formal, en
368
Castilla la guerra había dejado sus secuelas y una parte de la aristocracia
había encajado mal su pérdida de influencia en el Estado. Había que
encontrar la forma de asociar a Castilla y Aragón en tareas comunes, de
ofrecer a la nobleza un campo de acción y arrastrar a todo el pueblo en
una empresa exaltante. La Guerra de Granada permitiría alcanzar todos
estos objetivos. Sería una cruzada contra el islam de España, el último
episodio de la Reconquista y la ocasión de dar rienda suelta al heroísmo,
el espíritu de aventura y el sentimiento religioso, además de conseguir un
botín.
La conquista del Emirato de Granada duro 10 años, de 1482 a 1492, año
este ultimo de la toma de la capital musulmana. Con este acontecimiento
la Reconquista hubo terminado. El pacto de rendición de Granada
garantizaba a los musulmanes su seguridad personal y la posesión de sus
bienes, la libertad de culto, la libre disposición de las mezquitas, el
respeto a la ley coránica en los procesos entre musulmanes y la garantía
de que no se tomarían medidas contra los renegados. Pero a partir de 1502
las clausulas benévolas cayeron en el olvido, ya que los musulmanes
fueron obligados a convertirse, lo cual planteó un problema que la España
del siglo XVI sería incapaz de resolver: el de los moriscos o descendientes
de los moros.
La unidad religiosa.
La actitud de los Reyes Católicos con respecto a la minoría judía
planteó tres problemas distintos. En primer lugar un problema religioso;
en segundo lugar un problema social, a causa del papel desempeñado por
esta minoría; y por último, un problema político, el del Estado
multiétnico.
Muchos judíos se habían convertido forzadamente al Cristianismo
debido a las constantes persecuciones. Finalizado el peligro, ellos
retornaban secretamente a su culto de origen y otros, más numerosos,
369
conservaron costumbres antiguas en sus vidas diarias. Todos eran
sospechosos ante la masa de los católicos, que les acusaban de judaizar
abiertamente, cuando no de cometer actos litúrgicos más graves. El
bautismo dio a los conversos los mismos derechos civiles que a los
cristianos, y les permitió acceder a puestos que antes tenían vedados.
Todo esto no hizo más que atizar el viejo antisemitismo, que ya no hizo
distinciones entre los que seguían siendo judíos u los conversos. Para
tratar de resolver este problema, los Reyes Católicos crearon un tribunal
especial encargado de velar por la pureza de la fe de los conversos y luego
expulsaron a los que habían seguido practicando el judaísmo.
Los hechos demostraron que las dudas sobre la sinceridad de los
cristianos nuevos muchas veces estaban fundadas. Fue así como surgió la
idea de crear un tribunal especial que investigara los casos dudosos. Con
la bula Exigit sincerae devotionis en 1478 el Papa Sixto IV autorizó a los
Reyes Católicos a nombrar inquisidores en sus reinos. El nuevo tribunal
estaría formado por eclesiásticos, pero dependería estrechamente del
Estado. La Santa Sede delegó así en el poder civil una de sus
prerrogativas, la defensa de la fe y la lucha contra le herejía. Esa era la
originalidad de la Inquisición española y lo que la distinguía de la
Inquisición medieval, encomendada a los obispos. En 1480 los reyes
nombraron a los primeros inquisidores, que no tardaron en concretar su
campo de acción, su organización y su procedimiento.
Su campo de acción era la defensa de la ortodoxia católica y la
extirpación de la <<herética pravedad>>. Al principio se centró en los
judeoconversos, luego en las sectas seudomísticas y los protestantes. La
Inquisición fue la única institución del Antiguo Régimen con
competencias sobre todos los estamentos y en todo el territorio de la
monarquía (incluso en Aragón).

370
La Inquisición estaba dirigida por el Consejo de la Suprema y General
Inquisición, presidido por el inquisidor general. Era uno de los cuerpos
del Estado, del mismo rango que el Consejo Real.
El procedimiento combinaba la eficacia máxima con la mínima
publicidad. Al llegar a una población, los inquisidores publicaban un
edicto de gracia o un edicto de fe. Era la lista de los principales errores a
combatir, los planteamientos heréticos y las actitudes que delataban una
fe débil o sospechosa. Entonces invitaban a los fieles a denunciarse a sí
mismos o a denunciar a los demás. Una vez recogidas las denuncias, unos
teólogos calificadores examinaban los cargos y decidían si había motivo
para encausar. En caso afirmativo el fiscal hacia una demanda de
detención. Los condenados pasaban por una multitud de suplicios si no
confesaban de lo que supuestamente se los acusaba y si eran culpables,
eran conducidos a la hoguera.
La Inquisición estaba destinada a defender la ortodoxia religiosa, pero,
en realidad, fue creada para castigar a los conversos judaizantes. Durante
su larga historia nunca perdió de vista esta meta. La religión garantizaba
la cohesión del cuerpo social, por lo que se consideraba legitimo actuar
contra aquellos que, apartándose del dogma, amenazaban con romperlo.
Las críticas iban dirigidas a los métodos, en particular al secreto del
procedimiento y, sobre todo, a la discriminación que se hacía con los
conversos. La Inquisición solo combatía una forma de herejía (los
judaizantes) y a una sola clase de herejes (de origen judío) y eso
contradecía el principio de universalidad del catolicismo, según el cual
había un solo rebaño y un solo pastor. Además, con la Inquisición se
implantó una forma de totalitarismo moderno. El Estado no se contentó
con exigir a sus súbditos que respetaran la ley y el orden público.
También les impuso una ideología, considerando a priori sospechosos a
quienes no profesaran la religión oficial. Los Reyes Católicos quisieron
acabar con el antisemitismo medieval, y para ello solo se les ocurrió
371
obligar a los conversos a equipararse completamente a los cristianos,
renunciando a todas las costumbres heredadas de su pasado judío. El
antisemitismo desaparecería cuando no se diferenciaran en absoluto de
los cristianos viejos.
La Inquisición sólo persiguió a los cristianos nuevos procedentes del
judaísmo, en la creencia de que su conversión no había sido sincera ni
total. Los que no habían renunciado al judaísmo pudieron seguir
practicando su religión. En 1480 las autoridades se limitaron a poner
nuevamente en vigor algunas disposiciones antiguas, como la obligación
de llevar señales distintivas y vivir en barrios reservados. Pese a estas
discriminaciones, la situación de los judíos no empeoró durante el reinado
de los Reyes Católicos, antes al contrario, pudieron llevar una buena vida
gracias al restablecimiento del orden público.
Pero en 1492 los Reyes Católicos decidieron que todos los judíos debían
abandonar España en un plazo de cuatro meses, porque mientras
quedaran judíos en España, los conversos, en contacto con ellos, nunca
renunciarían a sus antiguas costumbres y tendrían la tentación de
judaizar. El clima de exaltación religiosa posterior a la toma de Granada
hizo el resto.
Se han exagerado las consecuencias que tuvo la expulsión de los judíos
para los reinos hispánicos. No supuso ninguna catástrofe económica,
como mucho un marasmo pasajero de los negocios. Y es que la
importancia de los judíos no era tan grande como se creía, puesto que la
mayoría eran humildes artesanos, vendedores ambulantes y pequeños
prestamistas. Pocos eran los grandes burgueses dedicados al comercio
internacional. En 1492 el fin de la Reconquista estuvo acompañado de
otra reconquista, la de la propia España por la cristiandad europea.
España aspiraba a ser un país como los demás en una cristiandad que

372
desde mucho tiempo no aceptaba en su seno otra religión que no fuera la
católica.
A esto se puede añadir otro motivo: la creación de un Estado moderno
requería la unidad de fe. ¿Era oportuno conservar unas comunidades
judías con un estatuto particular que les permitía administrarse con
arreglo a su propio derecho, al margen de la sociedad cristiana
mayoritaria? Los Reyes Católicos no quisieron conservar, en este aspecto,
la originalidad de la Península Ibérica. El Estado moderno no estaba
dispuesto a reconocer el derecho a la diferencia ni la diferencia de los
derechos a favor de las minorías religiosas. La monarquía de los Reyes
Católicos mostró el camino que seguirían pronto los demás países de
Europa. En todos ellos los príncipes se creyeron autorizados a imponer
una fe a sus súbditos.
La política exterior de los Reyes Católicos.
La toma de Granada no fue sólo el fin de un prolongado esfuerzo de
Reconquista; también fue el punto de partida de una expansión más allá
del Estrecho. El Tratado de Alcazobas-Toledo (1479) había delimitado
las zonas de influencia entre Castilla y Portugal: el Reino de Fez y Guinea
para éste último, el Reino de Tremecén para la primera. Pero las costas del
Sahara, entre el cabo Aguer y el de Bojador, frente a las Canarias, dieron
lugar a muchas reclamaciones. El Tratado de Tordesillas (1494)
reconoció los derechos de España sobre la zona situada al Este de Ceuta.
Se inició entonces una expansión por la cuenca occidental del
Mediterráneo, de Cádiz a Nápoles. En 1494 los castellanos tomaron
Melilla; en 1505 Mazalquivir; en 1509 la plaza fuerte de Orán. En 1510
ocupó Bugía y Trípoli. Antes que correr la misma suerte, Argel prefirió
firmar un acuerdo. Hacia 1515 toda la orilla sur del Mediterráneo, desde
Melilla a Bugía, fue un protectorado de Castilla.

373
Los Reyes Católicos también tenían intereses en Europa,
concretamente en Italia y en los Países Bajos. Fernando concibió el
proyecto de una <<gran alianza occidental>> con Inglaterra y los
Habsburgo de Austria. El acercamiento con Inglaterra tenía un fin
económico. Los dos países negociaron para suprimir las patentes de corso
que autorizaban a los corsarios atacar a los buques mercantes y saquear
sus cargamentos. Se llevaron a cabo alianzas dinásticas: En 1501 la infanta
Catalina se casó con Arturo, heredero al trono inglés, pero a la muerte de
éste último se casó con el futuro Enrique VIII. La hija de esta unión,
María Tudor, se casaría con Felipe II.
Por el lado de Borgoña, la duquesa María, hija de Carlos el Temerario,
último duque de Borgoña, se había casado con un Habsburgo,
Maximiliano de Austria, Emperador del Sacro Imperio. Los Reyes
Católicos y el Imperio tenían un enemigo común, Francia, que amenazaba
las posesiones hispánicas en los Pirineos e Italia y se oponía a la
reconstrucción del ducado de Borgoña. En 1497 un doble matrimonio
selló la alianza entre ambas potencias: Margarita de Austria, hija del
Emperador, se casó con el príncipe Juan, en tanto que Felipe el Hermoso,
otro hijo de Maximiliano, se casaría con la infanta Juana. La muerte súbita
del príncipe Juan convertiría a Juana en heredera del trono de Castilla y
puso el trono hispánico al alcance de la dinastía de los Habsburgo.
Francia, excluida de este sistema de alianzas, trató de asegurar su
supremacía frente a los Reyes Católicos interviniendo en el Rosellón, en
Navarra y en Italia. Fernando el Católico obtuvo la devolución del
Rosellón en 1493 cuando el rey Carlos VIII de Francia se lo devolvió a
condición de que se mantuviera neutral en cualquier disputa que los
franceses participaran, salvo contra el Papa. Carlos VIII invadió el Reino
de Nápoles con éxito reivindicando los derechos de la casa de Anjou.
Como Nápoles teóricamente era un feudo de la Santa Sede, el Papa
Alejandro VI promovió una coalición, la Liga Santa, de la que formaban
374
parte, además del Papa, el Emperador Maximiliano, Milán, Venecia y los
Reinos Hispánicos. Carlos VIII se vio obligado a retirarse.
Luis XII, el sucesor de Carlos VIII, renovó sus pretensiones sobre
Nápoles. Esta vez se enfrentaba directamente a Fernando, que quería
tomar el reino reivindicando también sus derechos como descendiente de
Alfonso el Magnánimo. Aunque se firmó el Tratado Secreto de
Granada en 1500 por el cual ambas potencias se repartirían el reino
pacíficamente, la guerra pronto se desencadenó ya que nunca se llegó a un
acuerdo con los límites. Al mando de las tropas hispánicas se hallaba
Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado <<el Gran Capitán>>. Tras las
batallas de Ceriñola y Garellano (1503) Fernando expulsó a los
franceses, incorporando Nápoles a la corona de Aragón.
Navarra era otro motivo de discordia, ya que en el reino gobernaba una
dinastía vasalla del rey de Francia, los Albret. Se habían intentado
realizar numerosas alianzas matrimoniales que resultaron infructuosas,
por lo que Fernando de Aragón decidió recurrir a la fuerza invadiendo
Navarra en 1512. Una contraofensiva francesa fracasó. Desde el principio
de la invasión Fernando se proclamó rey de Navarra.
El fin de los Trastámara.
A la muerte de Isabel en 1504 la doble monarquía corría el riesgo de
deshacerse, pues tras la muerte del príncipe Juan en 1497 quedó como
heredera la princesa Juana. Pero su salud mental planteaba problemas.
Las Cortes, reunidas en Toro en 1505, reconocieron sus derechos, pero
también comprobaron que era incapaz de gobernar. Nada se oponía, pues,
a que Fernando, en virtud de testamento de Isabel, ejerciera la regencia.
Pero Felipe el Hermoso no estuvo de acuerdo. Como marido de la reina
pretendía gobernar en su nombre. Muchos aristócratas vieron a Felipe
como al hombre que produciría el cambio en los métodos de gobierno y
los cargos políticos, por lo cual decidieron ayudarlo. En 1506 Fernando el
375
Católico, abandonado por la mayoría de los aristócratas, se vio obligado a
ceder el puesto a su yerno. Un año antes se había vuelto a casar con la
sobrina de Luis XII, Germana de Foix.
La coronación de Felipe el Hermoso desencadenó una reacción contra
el régimen anterior. EL nuevo rey destituyó a los viejos servidores de los
Reyes Católicos y los reemplazó por sus leales, pero murió
repentinamente ese mismo año. Los recién vencidos reaccionaron y las
facciones nobiliarias se disputaron el poder en las ciudades. El cardenal
Cisneros se dirigió a Fernando y le pidió que volviera urgentemente a
Castilla, pues era el único capaz de restablecer el orden. Había llegado el
momento de la revancha para el rey de Aragón, que regresó en 1507.
Fernando recuperó el poder tras imponer por la fuerza el orden, en
calidad de regente. Gobernó en nombre de su hija Juana, pero tomó
precauciones, encerrándola en la localidad de Tordesillas. El rey católico
aceptó nombrar al hijo de Juana, el príncipe Carlos de Gante para que a su
muerte ejerciera la regencia. Carlos inauguró en la península una nueva
dinastía, la de los Habsburgo.

376
377
El Conde-Duque de Olivares
Nubia Poujade de Lassus

En la época de los Reyes Católicos y de Carlos V los pensadores


españoles se referían a Europa y al Orbe Cristiano como sus legítimos
portavoces. “Los reinos de Felipe II, Felipe III y aun Felipe IV constituyen el nudo
dramático en que España tiene un concepto de Europa, su propio concepto de Europa y
lucha en todos los frentes por imponerlo”. Pero el nuevo orden político que se va
gestando en Europa supondrá para España una lucha existencial, pues
España está convencida de ser “un pueblo elegido por la Providencia para
establecer y regir un Imperio Cristiano”, a pesar de los reveses que va sufriendo,
testimonios de la derrota o la decadencia. En el siglo XVII ya no se
disputa la investidura imperial, la primacía entre católicos y protestantes
o la hegemonía europea, sino un concepto de hombre, del mundo, de la
vida.

Concepto de Monarquía.

Para el pensamiento español del 1600 la monarquía española abarcaba


una diversidad de reinos con pasados peculiares, con características
propias. Estos reinos eran las naciones organizadas políticamente,
entendiendo por Nación el conjunto de individuos o de familias que
tenían una comunidad de origen, de costumbres, de lengua, incluso de
unidad geográfica. El conjunto de reinos unidos por una empresa común
formaba la monarquía, a través de la cual desempeñaban su misión
histórica con una unidad de destino, y el monarca era el elemento de
unidad de forma visible en la diversidad y pluralidad de la monarquía.

Olivares no entendía el concepto de Nación, hablaba siempre de reinos.


Veía en las naciones la concreción jurídico-publica de caracteres
diferentes.

378
Si la monarquía era la defensora de los fines comunes de todos los
reinos y si esa monarquía no andaba bien, entonces, para Olivares, era
necesario reformarla, para que reino y monarquía resultaran sinónimos.

¿Cómo iba a hacerlo? Por medio de reformas que terminaran con la


diferenciación legal de los distintos reinos. Iba a tratar de transformar,
con mente innovadora, a la monarquía católica en un Estado uniformado
a la moderna, pero solo en el sentido jurídico externo. En cuanto al fin
trascendental seguiría siendo la defensa del Catolicismo.

El providencialismo de Olivares.

El carácter providencial y mesiánico de la monarquía, heredado de la


tradición medieval, seguía vigente en el siglo XVII. Se pensaba que los
problemas de España se iban a resolver con el auxilio de la divina
providencia, mientras ella permaneciera fiel a su fe católica, caso
contrario debía aceptar su destino. A pesar de la decadencia de las
costumbres, del agotamiento del espíritu idealista, de la frivolidad y la
altivez, España seguía sintiéndose el árbitro del mundo. Castilla estaba
sumida en la pobreza pero aun así hacia frente a los problemas, irradiando
energía.

Cuando llegaban noticias


favorables a las armas españolas
VICTORIAS se realizaban grandes actos de
devoción a los cultos de su
preferencia, recorría santuarios
PROVIDENCIALISMO para agradecer a la Providencia.
ESPAÑOL Y DE
OLIVARES.
Desesperado frente a los fracasos,
por la impopularidad que
DERROTAS practicamente le impedia salir a la
calle, imploraba cada vez con más
fuerza la ayuda divina.

379
La divina providencia no solo ayudaba a los españoles, también los
castigaba a través de los reveses en el campo de batalla. Este castigo era
interpretado por Olivares y por el Rey como muestra de indignación
divina por sus pecados. Como penitencia, se debía administrar mejor la
justicia y erradicar completamente la inmoralidad.

El plan de reformas.

En Olivares se amalgama la herencia de dos tradiciones. Por un lado la


tradición imperial “que creía firmemente en la justicia y, desde luego, la
inevitabilidad de la hegemonía española en el mundo”. Por otra parte era heredero
de la tradición reformista y práctica de los arbitristas.

Para que España pudiera cumplir con su destino imperial, es decir, la


monarquía universal, para que pudiera hacer frente fuera de sus fronteras
a los enemigos del catolicismo y de la Casa de Austria era necesario
unificar la nación, dando un régimen común a los antiguos reinos y
regiones que formaban el cuerpo de la monarquía.

Según Marañon, otro hombre hubiera comprendido que mantener la


hegemonía de los Habsburgo y ser el paladín del catolicismo a toda costa
era ya imposible. “Pero los sueños de imperialismo y de monopolio de la catolicidad
estaban tan ligados a la esencia y razón de ser de la Casa de Austria, que jamás hubiera
podido renunciar quien, como Olivares, era, ante todo, fiel hasta el fanatismo a la
corona; más aun, representante y ejecutor, en mayor medida que el mismo monarca, del
espíritu de los Austrias”.

380
*Expandir la religión católica y IGLESIA: integrada por
SITUACIÓN extirpar a los enemigos de la personas con vocación.
DE LA Iglesia NOBLEZA: controlada por
MONARQUÍA *El rey aseguraba el equilibrio el rey.
CONSEJOS DE entre los Estamentos PUEBLO: escuchado.
OLIVARES A
FELIPE IV
DEBILIDAD Sujetar todas las
Diversidad de reinos
DE LA regiones al estilo y
sin unidad
MONARQUÍA leyes de Castilla

Olivares pensaba en una monarquía supranacional basada en la lealtad


al rey de la nobleza cosmopolita de servicio y cuyos reinos reconocieron
obligaciones entre sí.

*Disminución de la plata que llegaba desde


América.
PROBLEMAS
ECONÓMICOS *Falta de población.
EN CASTILLA *Inexistencia de una industria y un comercio fuerte.
*Préstamos cada vez más costosos.

REINADO DE
FELIPE IV *Creación de erarios.
*Legislacion contra el lujo.
*Estímulo de los matrimonios
REFORMAS *Creación de ejércitos permanentes.
INSTITUIDAS *Creación de escuadras sufragadas por las
POR OLIVARES provincias.
*Reforma municipal.
*Instauración de consulados y compañias
comerciales.

Su plan más ambicioso, la Unión de Armas, cuyo objetivo era


conseguir que los reinos “fueran entre sí cada uno para todos y todos para cada
uno” por medio de un programa común para la defensa, encontró la firme
oposición de los nobles y de las regiones de España que temían que la
intromisión real coartara sus libertades y fueros.

Para hacer frente a los problemas de gobierno, evitar la oposición de los


consejos y acelerar las reformas nombró una serie de juntas que se

381
responsabilizaron de determinadas áreas de la administración, aunque la
oposición de los Consejos continúo.

Si el Rey mantenía su reputación podría llevar a cabo las reformas,


pudiendo contar con lo necesario para costear las guerras. Pero la
oposición interior (las Cortes, la Nobleza y las Ciudades) y exterior, las
sucesivas crisis económicas, el poco apoyo del Emperador, a veces su falta
de decisión o previsión y hasta su mala suerte, más la habilidad de
Richelieu, hicieron fracasar sus proyectos y lo obligaron a retirarse de la
vida pública.

382
El destino de las grandes monarquías durante el siglo XVII.
André Corvisier
Vázquez de Prada
La decadencia de la monarquía española.
La mayor parte del siglo XVII pertenece a lo que se llama el <<Siglo de
Oro>> de España. La civilización española brilla con vivo esplendor. El
gobierno español continúa llevando una política imperialista o al menos
se agota en la defensa de las posesiones exteriores, mientras que la
despoblación y el estancamiento económico reducen sus recursos.
Según las valoraciones menos pesimistas, la población hispánica
desciende de ocho millones y medio de habitantes a seis millones y medio
entre 1590 y 1650 por diversas razones: la emigración hacia América; la
expulsión de los moriscos, las devastaciones de la guerra en Cataluña y la
fiscalidad tienen también su influencia.
No obstante, la razón esencial de la despoblación hay que buscarla en la
reiteración de las epidemias. La peste, que se ha hecho endémica en La
Europa mediterránea del siglo XVII, se manifiesta en violentas oleadas.
Sin embargo, la despoblación no afecta a la totalidad de la Península.
Cataluña experimenta un sensible aumento demográfico hasta 1630, pero
las regiones de Murcia, Aragón y Castilla se ven afectadas por la salida de
los moriscos, laboriosa población de artesanos y hortelanos que marchan
a enriquecer África del Norte, especialmente Marruecos. Castilla, base de
la potencia hispánica, deja de ser la reserva de la monarquía.
Los caracteres particulares de la vida económica se acentúan. A pesar
de las diversas medidas prohibiendo a los pastores que las ovejas pasen en
los terrenos cultivados, la Mesta continúa haciendo estragos a expensas de
los cultivos de cereales. La producción de vinos, fuente de exportación,
disminuye después de la expulsión de los moriscos. La industria textil

383
conserva aun el primer puesto, pero la lana se exporta con mayor
frecuencia en bruto que tejida. La industria de la seda se mantiene. Hasta
1640 aproximadamente, el comercio sigue siendo floreciente. Las ferias de
Medina del Campo atraen una parte importante del comercio interior.
Los puertos, donde los franceses y genoveses reemplazan a los flamencos,
permanecen activos, en particular Cádiz, principal centro económico de
la monarquía. Los efectos de la independencia portuguesa (1640) no
parecen catastróficos, pero contribuyen a perfilar la decadencia
económica.
La sociedad española sigue dominada por el alto clero y la alta
nobleza. Esta última se reduce en número y aumenta su riqueza por el
abuso de los mayorazgos, que concentra las herencias en las manos de los
primogénitos. Se ve aumentar el número de sacerdotes miserables, de
monjes errantes, de letrados salidos de las universidades, que pululan
como agentes reales, de hidalgos segundones de familias nobles. La vida
económica se apoya en una burguesía que realiza pocos progresos y un
campesinado donde el número de propietarios decrece mientras que
aumenta el de los jornaleros. En fin, es el apogeo del pícaro,
frecuentemente de origen nobiliario, que manifiesta gran desprecio por el
trabajo manual, prefiriendo una vida de aventuras y mendicidad.
Reinado de Felipe III (1598-1621). Privanza del duque de Lerma.
Cuando Felipe III sucede a su padre, la monarquía hispánica acusaba
los efectos de su declive, patente en la despoblación, en las alteraciones
monetarias y en la decadencia general de la industria y el comercio. Esta
situación vino a ser una obsesión denunciada por los arbitristas o
tratadistas económico-sociales, que ofrecían remedios, las más de las
veces irrealizables, utópicos.
Felipe III había caído bajo el influjo de un aristócrata valenciano, el
duque de Lerma. Hombre de medianas cualidades, bien intencionado,
384
pero indolente, codicioso de dinero y de prebendas para sí y los suyos.
Parece que no tuvo interés en elegir las personas más eficaces, o más bien
se guio por sus preferencias, y elevó al gobierno a personas poco
recomendables por su avaricia. Un gobierno de esa calidad difícilmente
podía enfrentarse a los graves problemas que tenía ante sí, el primero de
ellos, el económico. Una de las tareas esenciales era la de uniformar las
contribuciones fiscales entre todos los territorios de la monarquía, a fin
de descargar un poco a Castilla. Pero aparte de que existían dificultades
planteadas por los propios territorios, el gobierno, por desidia, no
acometió este problema, cuando la paz en el exterior podía haberle
permitido explotar los recursos de sus súbditos. Tampoco consiguió una
mejor distribución de las cargas fiscales en Castilla, donde existían
grandes diferencias entre una nobleza exenta y unos agricultores o
artesanos abrumados por los impuestos. Lerma acudió a expedientes más
cómodos, como la venta de cargos y a la manipulación de la moneda
castellana. En 1599 autorizó la acuñación de moneda de cobre puro.
Contra ello protestaron las Cortes castellanas de 1607 –en el momento en
que la Hacienda declaraba publica bancarrota– y pusieron como
condición a la concesión de subsidios la suspensión de la acuñación de
moneda de cobre. Sin embargo en 1617 se reanudaron las acuñaciones,
comenzando a invadir en el país moneda prácticamente sin valor, con lo
que la inflación fue en aumento, la prima de la plata subió y las
fluctuaciones de los precios colocan a la economía castellana en franca
desventaja tanto respecto a otros reinos de la monarquía como
extranjeros.
La expulsión de los moriscos.
La única medida realizada fue la expulsión de los moriscos, que vino a
simbolizar el fracaso de la política de asimilación. Además, se temía que
los moriscos ayudaran a un eventual desembarco turco en las costas
levantinas. El pueblo les aborrecía por ello, por sus prácticas religiosas y
385
costumbres y por la situación privilegiada que poseían, pues muchos
nobles les protegían ya que eran su fuente de ingresos. Aproximadamente
275.000 moriscos fueron conducidos como un rebaño, hacia fronteras y
puertos, donde la mayoría pasó al norte de África. Como consecuencia de
esta medida, las vegas del río Ebro y sus afluentes quedaron arruinadas y
en Valencia los daños fueron muy grandes, pero en gran parte fueron
mitigados por la política de Lerma, que los transfirió a la burguesía. Un
decreto de 1614 redujo la tasa de interés de los censales al 5%, con lo cual
el peso de las pérdidas recaía sobre los acreedores (miembros de la
burguesía valenciana e instituciones religiosas) que habían prestado su
dinero a la aristocracia bajo la garantía de sus propiedades.
Proceso de desintegración de la Monarquía.
Lerma para nada se preocupó en la progresiva desintegración
constitucional y administrativa de la monarquía. Cataluña, Aragón,
Valencia y Navarra procuraron defender sus privilegios. En 1618, como
consecuencia del bandidaje del que era presa Cataluña, Lerma creó una
junta especial, la llamada “Junta de Reformación” y se pidió al Consejo
de Castilla que elaborase un informe sobre los posibles remedios. Las
críticas contra el cohecho y el desgobierno eran crecientes. El propio
duque de Lerma no pudo escapar a esta dificultad y cayó en desgracia en
1618. Su patronazgo e influencia pasaron al duque de Uceda, su hijo, pero
éste no estaba mejor preparado que su padre para mejorar la situación y
poner en práctica lo que urgía la célebre “consulta” del Consejo de
Castilla de 1619: reducción de impuestos y tributos; una profunda reforma
fiscal, en parte recurriendo a la ayuda financiera de los demás reinos;
moderación en las concesiones de mercedes por el rey; limpiar la Corte de
parásitos. Pero Felipe III enfermó gravemente y murió en 1621.
Reinado de Felipe IV (1621-1665). Valimiento del Conde-Duque de
Olivares.

386
Felipe IV difería de su padre por su ingenio y por su inteligencia, pero
adolecía, como él, de falta de carácter. Por esta razón necesitaba de
alguien que le ayudara en la tarea de gobierno: el Conde-Duque de
Olivares. Cuando Felipe III yacía en su lecho de muerte, Olivares se
apresuró a apoderarse del control del gobierno, desplazando al duque de
Uceda. Olivares fue confirmado en su cargo en 1622, que ocuparía durante
veintidós años hasta 1643.
La política de Olivares y de sus consejeros se basaba en “reducir al
estado en que se hallaba” en tiempos de Felipe II. Ello exigía una profunda
reforma en todos los aspectos del gobierno. Olivares encargó a la
moribunda “Junta de Reforma” el estudio de los medios pertinentes para
llevar a cabo esta transformación. El documento, publicado en 1623,
estaba inspirado en la convicción de que la moral en las costumbres y la
economía estaban muy ligadas y proponía una nueva política social
basada en mayor sobriedad y austeridad:
 se preconizaba la reducción de los cargos municipales en los dos
tercios;
 la introducción de leyes suntuarias muy estrictas para regular los
excesos en el vestir;
 medidas para estimular la industria, la agricultura y el comercio;
 una reducción de impuestos.
Pero este plan de austeridad tropezó con la grave corrupción de los
funcionarios de la Corte, lo que provocó, al cabo de tres años, que el plan
fracasara, pues no se había realizado otra cosa que la promulgación de
ciertas leyes suntuarias.
De la reforma fiscal a la centralización administrativa.
Desde 1621, al expirar la Tregua de los Doce Años, la monarquía
hispánica estaba en guerra nuevamente con los Países Bajos y Olivares

387
comprendió la necesidad de una vigorosa política naval. Dio órdenes para
aumentar la Armada del Atlántico hasta un total de 46 barcos; pero esto
suponía duplicar anualmente la suma destinada a su mantenimiento, y el
presupuesto de la Corona se saldaba con déficit anual de cuatro millones
de ducados. Por ello Olivares se aplicó a la reforma fiscal, cuyos
inmediatos objetivos eran:
1) una retribución más justa a la carga tributaria soportada por Castilla;
2) obligar a los demás reinos de la monarquía a contribuir en proporción
más equitativa, de manera que Castilla pudiera ser aligerada del duro
peso que soportaba.
De mayores consecuencias era este segundo punto, que implicaba
modificar la estructura constitucional de la monarquía. Los privilegios de
los reinos de Navarra o de la Corona de Aragón eran tan amplios y sus
Cortes tan poderosas que no parecía fácil introducir un sistema tributario
de recaudación regular en una escala semejante a la de Castilla. El
proyecto de Olivares era realizar la unidad administrativa de la
monarquía y a su vez dar oportunidades, a los no castellanos, de
participar en la misma medida que éstos en el gobierno.
Por el momento pensó en una fórmula de cooperación militar entre las
diversas provincias: la llamada “Unión de Armas”, consistente en la
creación de una reserva común de 140.000 hombres aportados y
mantenidos por todos los Estados de la monarquía; cualquier miembro de
ella que fuese atacado, serian inmediatamente auxiliado. Olivares,
acompañado del rey. Emprendió a finales de 1625 una visita a los Estados
de la Corona de Aragón para presentarles el Plan de la Unión de Armas.
Las Cortes de Aragón, Valencia y Cataluña se mostraron menos
entusiastas, pues hacia veinte años que no se convocaban y las quejas
habían ido aumentando. Los catalanes, especialmente, vieron en este
proyecto un nuevo intento castellano de abolir su condición foral. Aragón

388
y Valencia acordaron contribuir de modo regular a las finanzas de la
Corona; pero ambos reinos se negaron rotundamente a permitir el
reclutamiento de tropas para servir en el extranjero, de manera que el
plan de cooperación militar entre los diversos territorios fracasó.
En 1626 Felipe IV proclamó la Unión de Armas por edicto. Poco antes el
rey había acordado la suspensión de toda nueva acuñación de moneda de
vellón, que llegaba con cierto retraso, pues al estar el país inundado de
mala moneda, el precio de la plata en relación con el vellón había ya
alcanzado el 50%. Estas dos medidas, que aprecian garantizar un
restablecimiento para la economía castellana, fueron acompañadas en
1627 por una declaración de suspensión de pago a los banqueros de la
Corona, que permitían a la real Hacienda salir del paso en sus inmediatos
compromisos bélicos. Pero en el invierno de 1627-1628 la coyuntura
económica castellana empeoró gravemente debido a las malas cosechas y
a la escasez de productos extranjeros, al haberse prohibido desde 1624 las
importaciones holandesas; pero la causa más grave fue la excesiva
acuñación de moneda de vellón. El gobierno, para contener la inflación,
no vio otro medio que un edicto en 1628, por el que devaluaba en un 50%
aquella moneda. Esta medida, que causó graves problemas a los
particulares, permitió un respiro al tesoro real. Combinada con la
suspensión de pagos a los asentistas, hubiera podido servir de punto de
partida para la reforma y recuperación financiera, pues desde el punto de
vista internacional la situación era muy favorable. Pero la ocasión se
perdió con la desafortunada Guerra de Mantua (1628-1631), que obligó a
movilizar importantes recursos económicos.
Olivares, para hacerse con un control más directo del gobierno, fue
poniendo en los Consejos a hombres de su confianza, pero el mecanismo
de los Consejos tropezaba con inercias y resistencias, y acudió a un medio
más expeditivo: el de Juntas restringidas para solucionar los casos más
importantes. La más importante fue la “Junta de Ejecución” creada en
389
1634, que suplantó al Consejo de Estado en sus funciones ejecutivas.
Como las Cortes castellanas ofrecían resistencias, buscó nuevos medios
para aportar recursos al Tesoro, como la confiscación de la mitad de todos
los intereses de “juros” pertenecientes a extranjeros, el embargo de la
plata venida de América, dando “juros” a cambio; la venta de títulos y
cargos; y la resucitación de antiguas obligaciones feudales de la nobleza,
que se vio obligada a reclutar y equipar compañías de infanterías a sus
expensas.
Pero todos estos expedientes llevaron al límite la posibilidad de las
aportaciones de Castilla. Olivares pensaba que era llegada la hora de
acudir a Cataluña y Portugal, considerados como los Estados más ricos de
la Península. En el caso de Portugal, Castilla había hecho un gran esfuerzo
en los años 1634 y 1635 para la recuperación de sus posesiones en Brasil,
que habían ido cayendo en manos holandesas. Los catalanes, por su parte,
se habían negado nuevamente a suministrar donativos. Aunque Olivares
logró arrancar cierta cantidad de dinero a las ciudades de Lisboa y
Barcelona mediante amenazas y maniobras, lo que realmente deseaba era
una ayuda financiera y militar regular que no podía lograr sin acometer
una profunda reforma administrativa.
Portugal había sido gobernado desde su incorporación en 1580 por
virreyes, pero el sistema había resultad inadecuado, y en 1621 fue
sustituido por gobernadores, lo que había provocado descontentos. En
1634 Olivares creyó encontrar la solución nombrando gobernadora a un
miembro de la familia real, a la princesa Margarita de Saboya, a la vez que
infiltraba, bajo el disfraz de consejeros de la princesa, a unos cuantos
castellanos en la administración portuguesa. El plan no tuvo éxito y el
gobierno de Lisboa se dividió en dos bandos opuestos, castellano y
portugués, cuyas constantes disputas hicieron difícil una administración
eficaz, que se sumaron a los serios problemas fiscales que padecía el
gobierno. En 1637 se produjeron disturbios en varias ciudades, apoyadas
390
por el bajo clero, aunque la aristocracia, con el duque de Braganza a la
cabeza, se mantuvo a la expectativa. Las clases altas, aunque fieles a
Madrid, estaban siendo sometidas a pruebas cada vez mayores, pues se
veían privadas de cargos y honores; los comerciantes comenzaron a
pensar que la unión con España había perjudicado su poder económico,
dados los perjuicios que los holandeses les habían causado a las
posesiones ultramarinas portuguesas.
Más grave era la cuestión catalana. El comienzo de la guerra con
Francia, en 1635 potenció enormemente la importancia estratégica de
Cataluña, que protegía el flanco oriental de la península. Olivares se
hallaba en la incómoda posición de tener que hacer la guerra a Francia
desde una provincia de cuya lealtad no podía estar enteramente seguro. Al
mismo tiempo necesitaba de la ayuda de los catalanes para completar los
escasos efectivos de Castilla en hombres, y, sobre todo, en dinero. Con los
ingresos ordinarios y extraordinarios, no se podía cubrir apenas la mitad
del presupuesto. Las reticencias de los catalanes durante la guerra
motivaron al Conde-Duque a ordenar a las autoridades del Principado
que siempre que los intereses de la guerra lo hicieran necesario,
prescindiesen de las constituciones de Cataluña, lo cual enfureció a los
catalanes.
Entretanto, España había sufrido varios reveses. En 1637 los holandeses
recuperaron Breda; en 1638 los franceses se apoderaban de Brisach,
cerrando la “ruta española” de Milán a Bruselas; en 1639 los holandeses
derrotaban a la escuadra española en la batalla de las Dunas,
destruyendo de un golpe una armada que tanto esfuerzo había costado a
Olivares y las posibilidades de reforzar al Cardenal-infante en los Países
Bajos; finalmente, en Brasil, en 1640 la escuadra portuguesa tuvo que
retirarse en derrota ante una escuadra holandesa inferior. Olivares se
mostró decidido a buscar la paz, pero no fue fácil, ya que los holandeses
no querían abandonar sus conquistas en Brasil y Olivares no quiso
391
comprometerse ante Portugal; además, Richelieu estaba dispuesto a
aplastar a su adversario. Pero tampoco parecía posible proseguir la guerra
porque Castilla estaba exhausta y ya no podía suministrar más levas ni
impuestos. Fue entonces cuando Olivares, en parte conducido por la
desesperación, trató de forzar a los catalanes a hostigar a Francia.
Dispuso que el ejército que había participado en la frontera catalano-
francesa se quedara en el Principado, y a su sombra, convocar una nueva
reunión de Cortes, para eliminar algunas trabas constitucionales.
Los levantamientos de Cataluña y Portugal.
Las proyectadas Cortes de 1640 no llegaron a reunirse. Los catalanes no
estaban dispuestos a soportar el alojamiento de un ejército al que
consideraban “extranjero”. Se produjeron choques entre los soldados y la
población civil que el virrey se mostró incapaz de contener. El
campesinado se insurreccionó en todas partes y atacó a los tercios reales,
que se replegaron a la costa, para más tarde entrar en Barcelona. Cuando
estas noticias llegaron a Madrid, Olivares se dio cuenta que se enfrentaba
a una insurrección abierta, y si bien algunos consejeros le animaban a que
aprovechara la ocasión para imponerse por la fuerza, el Conde-Duque,
que temía las repercusiones en Aragón, Valencia y Portugal, y que
valoraba la difícil situación miliar en Europa, prefirió la conciliación. Pero
este cambio de política llegaba demasiado tarde, pues la sublevación de
Cataluña, obra de extremistas, llegó a su punto álgido el 7 de junio de
1640, el día del Corpus, cuando los campesinos de Barcelona se
amotinaron en la ciudad, persiguiendo a los funcionarios reales,
asesinando al virrey cuando trataba de huir por mar y saqueando las
viviendas de los ciudadanos acaudalados. La oleada de anarquía que
envolvió al Principado en el verano de 1640 pudo haberle dado a Olivares
su última oportunidad de recuperar el control de la provincia, pero éste,
en lugar de hacer concesiones a la élite gobernante, anunció su voluntad
de enviar un gran ejército para restaurar la autoridad real y abolir las leyes
392
que tanto la restringían. Los catalanes, en consecuencia, entablaron
negociaciones amistosas con Francia.
La situación se agravó con la insurrección de Portugal. Consiente
Olivares de que no podía estar seguro de Portugal mientras el duque de
Braganza y la alta nobleza portuguesa permanecieran en el país, pensó
que la solución era ordenar a ésta que se incorporara al ejército enviado
contra Cataluña. Pero en el otoño de 1640, con la complicidad de
Richelieu, que envió fondos a los conspiradores de Lisboa, se había
gestado una revolución. Los conspiradores penetraron en el palacio real,
tomaron prisionera a la princesa Margarita y proclamaron rey al duque de
Braganza con el nombre de Juan IV.
Las noticias de la revolución portuguesa obligaron a Olivares a
replantear su política, ya que le era imposible mantenerse en dos frentes
opuestos, por lo que buscó la paz con la alta nobleza castellana, pero el
pueblo proclamó en 1641 que Cataluña se había convertido en una
República independiente, bajo la protección de Francia, pero como los
franceses no estaban satisfechos, admitieron la obediencia de Cataluña al
rey de Francia.

Según Elliot, 1640 señala un momento crítico en la vida española, “la


disolución del sistema económico y político del que la monarquía había dependido
tanto tiempo”. Castilla se había ido debilitando por su sistema fiscal y,
sobre todo, por guerras interminables. Olivares quiso restablecer el
equilibrio de la estructura del Estado, al intentar explotar los recursos de
las provincias periféricas, pero lo hizo en un momento en las economías
de Cataluña y Portugal se veían a presiones cada vez mayores y cuando
Castilla no tenía ya bastante fuerza para imponer su voluntad mediante
una afirmación del poder militar.

393
Olivares, aunque enfrentado a una guerra exterior y a otra interior, no
quiso rendirse e hizo un esfuerzo desesperado por reunir soldados y
dinero. Pero las dificultades iban en aumento. En el verano de 1641 se
pudo desarticular una conspiración que pretendía hacer de Andalucía un
estado independiente. La situación económica de Castilla era gravísima.
En febrero de 1641 el Conde-Duque había empezado a manipular la
moneda y los precios, en vellón, empezaron a aumentar vertiginosamente
hasta alcanzar el 200% de su valor, antes de que las medidas
deflacionarias de 1642 les hicieran nuevamente descender. Ese mismo año
las fuerzas reales fueron derrotadas en la ciudad catalana de Lérida. Este
fracaso animó a los enemigos de Olivares a presionar al rey para que lo
destituyera, algo que realizó en 1643.
Luis de Haro, primer ministro y la crisis constitucional de la
monarquía.
La caída de Olivares trajo un cambio del sistema de gobierno. Las juntas
fueron abolidas y los Consejos recuperaron su papel. Felipe IV delegó
nuevamente sus responsabilidades en Luis de Haro, sobrino de Olivares,
cuya política se orientó en conseguir la paz sin que la monarquía perdiese
posesiones. En 1648, por el Tratado de Münster, España reconocía la
independencia y soberanía de Holanda; pero la guerra contra Francia y
Cataluña continuaba. Además, en 1648 se conjuró una conspiración en
Aragón, que pretendía separase de la monarquía bajo el acicate de
Mazarino.
En este contexto, los reinos asociados a Castilla por lazos dinásticos,
como se ha visto, temen verse arrastrados al hundimiento que
experimenta el resto. Así se explica, en cierto modo, el sentido
conservador de las revueltas de Cataluña y Portugal, que tratan, si, de
conservar sus instituciones, pero temen ir más allá. Una y otra luchan,
inconscientemente, por su existencia: procuran apartarse de Castilla en

394
un momento en que ésta, exhausta, reclama su colaboración en una
política sin futuro. Esto quedó bien manifestado en la revolución de
Cataluña, donde la nobleza se dejó arrastrar junto a los demás
estamentos, pero pronto comenzó a darse cuenta de que una revolución
que había comenzado para liberar a Cataluña de la opresión de Madrid,
adquiría ciertos tintes de revolución social, que amenazaba someterla a la
voluntad del pueblo. Bajo un gobierno controlado por los franceses, el
Principado quedó dividido por luchas de partidos, antagonismos sociales
y clientelas, y uno tras otros, los nobles se fueron pasando al rey, pues
estimaban que era preferible la autoridad de Felipe IV que las
arbitrariedades de unos cabecillas mediocres que recibían órdenes de
Francia. Luis de Haro tuvo la habilidad de aprovechar las disensiones
internas de Cataluña en un momento en que Francia desviaba su atención
hacia Italia y sufría los avatares de la Fronda. Los débiles ejércitos de
Felipe IV penetraron en el Principado, capturando Barcelona en 1652.
Terminada la guerra con Francia por la Paz de los Pirineos (1659),
Felipe IV trató de recuperar Portugal. Pero el reino luso, a diferencia de
Cataluña, formaba ya una nación unida y coherente cuando se unió a la
monarquía hispánica en 1580. Además, con Juan IV, tenía un sistema de
gobierno sólido y disponía de un Imperio trasatlántico, Francia venía
ayudándola desde los comienzos de la revuelta y en 1642 Portugal llegó a
una alianza con Inglaterra, que se afianzaría en 1661 con el matrimonio
entre Carlos II Estuardo con la infanta portuguesa Catalina. El sucesor
de Juan IV, Alfonso VI, recibió tropas de refuerzo de Francia e Inglaterra,
que derrotaron a los ejércitos españoles invasores. Por el Tratado de
Villaviciosa (1668) Madrid reconoce la independencia de Portugal.
Esplendor cultural de España
En la primera mitad del siglo XVII, al par que declina el poderío de la
monarquía hispánica y su peso político en Europa, su civilización ocupa

395
un primer puesto e irradia su influencia cultural por todo el mundo.
Valores acuñados en España, como el misticismo religioso de Santa
Teresa y San Juan de la Cruz; el sentido del honor, que ahora más que en
las reglas caballerescas se manifiesta en un elevado aprecio de la propia
dignidad –que a veces es más bien orgullo o jactancia– y cala hasta en las
capas sociales inferiores, influyen de manera determinante en toda
Europa.
Las universidades españolas, a pesar de que rechazaban las nuevas
orientaciones utilitarias y racionalistas de la cultura y de la ciencia,
conservaron su gran vitalidad en las disciplinas humanísticas. En la
teología y filosofía, en el derecho y en la historia se hicieron publicaciones
notables. El teatro, la poesía y la novela conocen un esplendor único. El
arte pictórico, después del genio del Greco, alcanza con la escuela de
Ribera, Zurbarán, Murillo y, sobre todo, Velázquez una cima
incomparable.
El realismo, teñido de profunda resignación cristiana, proporcionó al
genio español un agudo sentido de la vida humana, que se expresa en la
novela, el teatro y la pintura. “El Quijote” sería una de las obras más
influyentes en toda Europa.
Admiradas, aunque también odiadas, España y su cultura, se imitan en
todas partes, incluso en el mundo protestante. Al ideal de cortesano
italiano sustituye en el siglo XVII el del hidalgo, caballero español, que
pone en primer lugar el sentido del honor, manifestado con frecuencia en
los duelos.
La primacía de la literatura española se debe a su gran calidad y a los
valores culturales que encarnaba. Pero ha de tenerse en cuenta que el
castellano era la lengua más extendida, ya que se conocía desde los Países
Bajos a Austria e Italia y en los territorios de América.

396
La efímera reconstrucción de Francia bajo Enrique IV.
La monarquía francesa sale de las guerras de religión reforzada en sus
principios. La ley sálica recibe una confirmación manifiesta con el
advenimiento de un primo lejano de Enrique III. Incluso se han precisado
algunos puntos de las leyes fundamentales del reino. El rey debe ser
francés y católico. Enrique IV, que concede la tolerancia religiosa a los
franceses, admite que ésta no existe para el rey. Su mérito personal reside
en haber aportado la prueba de que el rey puede responder a las
necesidades de paz del reino.
Tolerancia del culto calvinista: el Edicto de Nantes.
La primera ocupación de Enrique IV fue restablecer la paz interior,
regulando la cuestión religiosa y recuperando la confianza de las dos
confesiones. El Edicto de Nantes de 1598 restablecía el culto católico en
todo el reino, otorgaba libertad de conciencia a los hugonotes y regulaba
la libertad de culto (privada en la casa de los señores, con alta justicia;
pública en dos ciudades por bailiaje con la excepción de un área de cinco
leguas en torno a Paris). El edicto concedió también un estatuto civil a los
hugonotes semejante al de los católicos: se les permitía libre acceso a
cargos y oficios e igualdad jurídica, asegurada con el establecimiento de
las llamadas “cámaras partidas” en los parlamentos. A estos artículos
generales se añaden artículos secretos, no registrados por los
Parlamentos, y que hacen concesiones tanto a católicos como a
hugonotes. Uno de ellos aseguraba el sostenimiento a los ministros
(pastores, consistorios y sínodos); otro acordaba a los reformados la
posibilidad de reunir sus sínodos y les concedía, por 8 años 151 “plazas de
seguridad” en las que podían mantener guarnición en nombre del rey. No
era la traducción de una idea de tolerancia, sino la expresión de una
necesidad de convivencia.

397
Con todo, el edicto fue recibido con oposición. Los hugonotes
protestaron de que no se les permitía hacer proselitismo. El clero católico
denunció duramente lo que consideraba una actitud equivoca del
soberano; los Parlamentos rehusaron su registro. Enrique IV hubo de
apelar a la fuerza. Entretanto, en 1603 el rey llamó a los jesuitas, que había
sido expulsados en 1594 luego de que uno de sus miembros intentara
asesinar al soberano.
Imposición de la autoridad real.
Las guerras civiles habían aflojado los lazos entre las provincias,
especialmente entre las más poderosas, y el gobierno central. En parte por
medio de la persuasión, en parte haciendo caso omiso a las protestas, se
impuso a los poderes provinciales y redujo en gran medida las libertades
ciudadanas. Recurriendo a medios más bien despóticos, el gobierno
consiguió hacerse financieramente fuerte. Los Grandes fueron apartados
del gobierno y sustituidos por “togados”. Por encima de todos, la voluntad
real, cuando fue preciso, actuó con rigor. Paris, convertida
definitivamente en capital del país, experimenta una gran transformación
urbana. El Consejo y la Cancillería fueron reorganizados. Los
gobernadores, generalmente salidos de la alta nobleza, fueron reducidos a
la obediencia y sus poderes limitados a los asuntos militares. Para ello
Enrique IV utilizó a “comisarios”.
En 1602 se conjuró una conspiración aristocrática encabezada por el
mariscal Biron, gobernador de Borgoña, y del hugonote duque de
Bouillón, apoyados por Carlos Manuel de Saboya. Biron fue ejecutado
después de un escrupuloso proceso ante el Parlamento de Paris.
La reconstrucción económica.
Francia está devastada. Los trabajos del campo se han interrumpido
demasiadas veces, provocando la miseria. El paro causa estragos en las

398
ciudades y desemboca en un recrudecimiento de la mendicidad. Dado que
la población está peor alimentada que a principios de siglo, las epidemias
tienden a veces a convertirse en endemias. Además, el retorno a la paz no
significa inmediatamente el orden. Solo la reconstrucción económica es
capaz de devolver la calma. Tal reconstrucción es bastante rápida por
varias razones. El primer término, las perturbaciones no han atacado
profundamente la vitalidad del país, y el retorno de la paz hace nacer una
buena voluntad general. Enrique IV no tiene más que aplicar las
ordenanzas de sus antecesores como el Edicto sobre los oficios. Además,
cuenta con la ayuda de excelentes consejeros hugonotes: Sully,
superintendente de Hacienda y gran veedor de Francia, y Laffemas,
canciller general de comercio.
Sin cambiar el sistema tradicional, Sully, mediante numerosos
reglamentos obtuvo resultados satisfactorios: persiguió las exenciones
abusivas y se recuperaron rentas alienadas, controló mejor la gestión y se
evitaron fraudes e incautaciones de impuestos. La terminación de la
guerra permitió rebajar la presión fiscal, lo cual sería un alivio sobre las
clases campesinas.
Para incrementar la extensión de los terrenos, el Estado estimula las
empresas de desecación de pantanos. Sully, como gran veedor de Francia,
se esfuerza igualmente por reparar los caminos y por mejorar las vías
acuáticas construyendo canales.
Enrique IV consiguió la sumisión de los cuerpos constituidos. Los
Parlamentos no pudieron presentar “quejas”, sino después de haber
aceptado el registro de las ordenanzas reales. No se convocaron Estados
Generales y las sesiones de los Estados Provinciales se espaciaron o se
redujeron a la mera función de asistir a las demandas del ciudadano. Se
limitó la autonomía municipal, que se había despertado por todas partes.

399
El sector de las manufacturas es donde el gobierno puso un mayor
esfuerzo. Laffemas practicó un auténtico mercantilismo. El despertar de
la actividad económica se manifestó en la reanudación de las corrientes
interiores y exteriores de cambio. Se fundan algunas manufacturas bajo el
patronazgo real: lienzos finos, tapicería, encajes, cueros trabajados, seda.
El comercio exterior recobra cierta importancia de la mano de las
exportaciones de vino y sal. A partir de 1604 la situación del Fisco sufrió
una recaída y hubo de recurrirse a nuevos expedientes (préstamos,
creación de nuevos cargos para ponerlos en venta, etc.) y a aceptar el
derecho de transmisión hereditaria de los cargos públicos, mediante el
pago anual de 1/6 de su rendimiento. Esta medida sería llamada Paulette y
se consideró por los funcionarios, deseosos de asegurar el porvenir de sus
hijos, como una excelente inversión.
El descontento y el asesinato de Enrique IV.
Sin embargo, el descontento no ha desaparecido. La buena reputación
de la hacienda de Sully se debe al reembolso parcial de las deudas y a la
constitución del tesoro de la Bastilla. Pero la carga fiscal ha aumentado
mucho, los rentistas se sienten descontentos a causa de la disminución de
los trimestres de rentas. El rey se ha puesto en las manos de los partisans o
financieros a los que ha arrendado la percepción de numerosos impuestos.
La institución de la Paulette descontenta a la nobleza de espada, que ve
con malos ojos la constitución de la nobleza de toga. El descontento
general despierta las ideas de los monarcómacos, según los cuales está
permitido matar al tirano. El rey, que desea apoyar a los protestantes
frente al Emperador, es asesinado por un antiguo miembro de la Liga
católica.
Regencia de María de Médicis.
Al morir Enrique IV, el heredero Luis tenía 9 años, por lo cual su madre,
María de Médicis, su madre, desempeñaría la regencia de 1610-1617.
400
Indolente y vulgar, seguía siendo muy italiana, hablaba mal el francés y
era muy influenciada por su hermana Leonora Galigai, que la servía
fielmente y el marido de ésta, Carlo Concini. Los Grandes (príncipes de
Condé, de Conti y otros de sangre) apartados del gobierno, volvieron a
sus hábitos de independencia y multiplicaron las reivindicaciones,
indignados al ver la triunfante camarilla de extranjeros. Volvieron a las
provincias donde tenían sus patrimonios y poder para intrigar y mantener
en alerta a sus clientelas. María de Médicis, inquieta procuró calmarles
asignándoles sumas considerables, pero desde 1613, ante la penuria del
Tesoro, estas generosidades se acabaron. Los protestantes, por su parte,
temerosos de la influencia que sobre la reina podían ejercer el Papa y su
entorno italiano, se organizaron de modo militar, apoyándose en las
“plazas de seguridad” que les había concedido Enrique IV. El Tesoro
estaba vacío y las reclamaciones se hacían más intensas, por lo que se
convocó a los Estados Generales. Reunidos en 1614, se perdieron en
disputas con los otros grupos estamentales. Luego de varios meses, los
Estados Generales que habían mostrado su fidelidad al monarca, pero
también su ineficacia como instrumento de gobierno, fueron clausurados.

401
Proclamación de Luis XIII. Conflictos entre la Corte y los Grandes.
En 1614 Luis XIII fue proclamado mayor de edad, a los trece años, pero
su madre y Concini cuidaron bien de no iniciarle en los negocios de
Estado. Los Grandes, decepcionados de la manera de gobernar de la
Regente y de su intención de aproximarse a España, en 1616, decidieron
levantar sus ejércitos privados. Aunque no lograron impedir los
matrimonios españoles (Luis XIII con Ana de Austria, hija de Felipe IV y
el de éste con la hermana de Enrique IV, Margarita de Borbón),
consiguieron que Concini fuera destituido y que Condé y algunos otros
notables entraran a formar parte del Consejo Real. Pero Condé fue
arrestado y enviado a La Bastilla por orden de la Reina Madre, que puso
los asuntos fe gobierno en manos de consejeros de su confianza, incluido
Concini. Los Grandes se levantaron nuevamente en armas; la Reina
Madre les declaro culpables de traición y envió contra ellos tres ejércitos,
comandados por el secretario de Estado de la nueva administración,
Richelieu, reduciendo con éxito a la nobleza.
Sin embargo, hacia 1617 Concini fue arrestado y asesinado y su cadáver
arrastrado por las calles, en medio de la alegría del pueblo; acusada y
condenada de haber embrujado a la Reina, Leonora Galigai fue quemada;
los demás ministros fueron expulsados y María de Médicis, conducida,
con buena escolta, al castillo de Blois.
Luis XIII era un solitario, apasionado por la caza; tenía una profunda
conciencia de su misión y quería que su voluntad y su persona fueran
respetadas, pero puso en esta tarea mejor voluntad que dones. En el
Consejo, los ministros se insultaban ante el rey. El favor de Luynes, no
menos codicioso, provocaba en los demás los mismos celos que
anteriormente Concini. Pronto en 1619-1620 los Grandes volvieron a
levantarse, animados ahora por María de Médicis, pero fueron vencidos
en Normandía. Por la Paz de Montpellier de 1622, confirmó nuevamente

402
el Edicto de Nantes, aunque las plazas de seguridad tomadas a los
hugonotes no les fueron devueltas. Luynes murió de enfermedad en 1621,
ante lo cual María de Médicis aprovechó estas circunstancias para volver
a su puesto en la Corte, imponerse a su hijo y recomendarle a Richelieu,
que entró en el Consejo.
La personalidad de Richelieu y sus directrices políticas.
Armand du Plessis era el tercer hijo de un pequeño noble de Poitou, el
señor de Richelieu. Destinado en principio a la carrera militar, para
conservar en su familia el obispado de Luçon, hubo de ordenarse. Se
doctoró en la Universidad de Paris, fue consagrado obispo, en Roma y
volvió a su diócesis, pero aspiraba a más. Los Estados Generales de 1614 le
brindaron la oportunidad de salir de la oscuridad. Su brillante
intervención que supo halagar a María de Médicis le permitió entrar en la
clientela de la Corte. Concini, que le estimó también, le hizo Secretario
de Estado. Caído en desgracia, juntamente con su protectora, en 1617,
permaneció fiel a ella y por su mediación, obtuvo el cardenalato.
En 1624 María de Médicis volvió al Consejo. Entretanto, al
advenimiento de Richelieu existían dos tendencias en la Corte: la del
partido de los “devotos”, encabezado por el cardenal Berulle y apoyado
por la Reina Madre, que aconsejaba al rey una política favorable a los
intereses de la Iglesia (lucha contra los hugonotes en el interior; alianza
con los Habsburgo en el exterior), y la de los “buenos franceses”, que
recomendaban una política más independiente y realista, inspirada, ante
todo en los intereses del reino. Richelieu estaba más cerca de los
segundos. En su interés por el prestigio de Francia, pareció siempre más
dispuesto a sacrificar las consideraciones religiosas a las políticas. Pero
comprendió bien que antes de seguir una política exterior favorable a
Francia, era preciso poner orden y autoridad en el interior del reino. Se
indignaba, sobre todo, al ver que la nobleza, fundamento del Estado,

403
disipaba sus energías en continuas intrigas y revueltas, o en duelos que
hacía correr inútilmente la sangre.
Pero la nobleza tenía un arraigado hábito de agitación e intriga.
Pensado que el dominio de Richelieu seria efímero, los nobles (incluidos
también los protestantes) continuaron en sus conspiraciones o “cabales”,
centradas en torno al matrimonio de Gastón d’Orleans, hermano del rey,
turbulento, ligero, que al carecer, por entonces Luis XIII de hijos, era
considerado heredero del trono. Luis XIII y Richelieu lo querían casar con
una princesa francesa, pero Gastón rehusó y preparó un complot, que al
final no tuvo éxito.
Sumisión de los hugonotes.
Los jefes hugonotes se inquietaban del afianzamiento de la autoridad
del rey. Richelieu aunque había escrito una obra refutando la doctrina
calvinista, estaba dispuesto a respetar el Edicto de Nantes y, en el
exterior, a pesar de los clamores de los “devotos”, sostenía a los
protestantes de Alemania. Pero no podía admitir el desarrollo de interior
del Estado que amenazaba la autoridad real y le estorbaba actuar en el
exterior. Por entonces estaba tratando de dotar a Francia de una flota
naval y quería contar con el puerto de La Rochelle, uno de los bastiones
hugonotes. Algunos rocheleses animaron a Carlos I de Inglaterra, que
buscaba con una guerra victoriosa atraerse a sus súbditos descontentos, a
ayudarles. La intervención inglesa precipitó la ruptura. En 1627 tropas al
mando del duque de Buckingham desembarcaron en la isla de Re, pero
fue derrotado por el ejército real. Luis XIII y Richelieu rodearon La
Rochelle, aislándola totalmente. Después de una resistencia de varios
meses, en espera de ser liberados por los ingleses y sufriendo duramente
de hambre, hubieron de capitular en 1628. Sus 28.000 habitantes
quedaron reducidos a 5.400 “fantasmas, no personas”. Les fue confirmado
el libre ejercicio de su religión; pero todas las fortificaciones de la villa

404
fueron demolidas. También en el Languedoc los protestantes se habían
levantado, pero se les sometió. Esta vez el rey no quiso tratar con sus
súbditos: por el Edicto de Gracia de Alès en 1629, los rebeldes fueron
perdonados-, se confirmó la libertad de culto protestante donde existía,
pero retiró a los hugonotes el derecho a mantener asambleas propias y sus
garantías militares (ejércitos y plazas de seguridad).
“La jornada de los engañados”: Richelieu se impone como primer
ministro.
Entretanto, la situación de Richelieu, entre el rey, que gustaba de
recordarle su dependencia, y María de Médicis, seguida por el “partido
devoto”, que reprochaba a su antiguo protegido su política exterior pro-
protestante, no era nada fácil. Aprovechando el ambiente de revuelta del
invierno de 1629-1630, el “partido devoto”, capitaneado por el
guardasellos Marillac inicia el ataque contra Richelieu. Durante la Guerra
de Mantua, en la cual se oponían franceses contra habsburgueses, se
produjeron serios debates entre los dos bandos: Richelieu, que estaba a
favor de los hugonotes para poder invadir libremente Italia y el de los
“devotos” que opinaba lo contrario. En 1630, con Mantua en manos de los
imperiales, Luis XIII cayó enfermo. María de Médicis y Ana de Austria
trataron de convencerle de que era un castigo divino por dejar de lado los
intereses de la Iglesia, y le presionaron para destituir a Richelieu. El rey
pareció dar la impresión de que estaba dispuesto a aceptarlo todo, lo que
fue aprovechado por los ministros afectos al “partido devoto” para
liquidar la Guerra de Mantua. Animada por este triunfo, María de
Médicis decidió forzar la destitución de su antiguo servidor, al que
acusaba de ingratitud, exigiéndole a su hijo a escoger entre ella o el válido.
Luis XIII, que aborrecía este género de escenas, abandonó la cámara sin
decir nada. Richelieu, creyéndose perdido, pensó en huir, pero el rey le
hizo llamar y le rogó que continuara en su puesto. Fue la llamada
“jornada de los engañados”, pues los cortesanos, que se habían
405
abalanzado a felicitar a María de Médicis, se vieron decepcionados al ver
que Richelieu continuaba; que Marillac fue preso y los demás del grupo
“devoto” fueron encarcelados o confinados en sus propiedades. La Reina
Madre hubo de refugiarse en Holanda, donde murió; Gastón d’Orleans
huyó también.
Fue este día cuando comienza la verdadera política interior y exterior
de Richelieu. En 1631 firmaba el Tratado de Bärwalde con Gustavo
Adolfo de Suecia; en 1632 Gastón d’Orleans volvió a Francia y sostuvo la
rebelión de poderoso conde de Montmorency, pero éste fue vencido y
ejecutado y el hermano del rey nuevamente perdonado.
Obra interior de Richelieu.
Un gran problema para la administración francesa fue la necesidad de
dinero para la preparación del ejército, pago de subsidios a los aliados,
organización de la burocracia. Richelieu no tenía ninguna experiencia ni
competencia financiera y se limitó a “expedientes” habituales: aumento de
la “taille”, alienación de dominios y venta multiplicada de oficios; recurrió
también a empréstitos forzosos. El peso de estas medidas, combinadas
con rachas de malas cosechas, provocó numerosas revueltas campesinas.
Disminuyó el número de miembros del Consejo de Estado y llamó a él a
personas nuevas y de su confianza. Pero el rey y sus ministros convocaban
también a grandes personajes, para consultarles sobre cuestiones
importantes. Esta reunión formaba un Consejo más restringido, llamado
Consejo de Arriba. Los cuatro “secretarios de Estado”, que tenían papel
ejecutivo venían a despachar con él a menudo: cada uno de ellos
administraba una parte de Francia y se ocupaba también de los países
limítrofes. Poco a poco, tanto en los Consejos como en las Cortes
soberanas el papel de la “nobleza de toga” se fue acrecentando: unos eran
comisarios, otros oficiales fijos. Para controlar la administración local, los
retes tenían por costumbre enviar comisarios con misión temporal,
406
provistos de poderes extraordinarios. Poco seguro de los gobernadores de
provincias, que procedían de la alta nobleza, de los bailes y senescales,
que heredaban sus cargos o los compraban, Richelieu hizo uso más
intensivo de los comisarios, a los que dotó del título de intendentes, los
cuales procedían de la burguesía. Tenían como misión reunir ejércitos y
sofocar rebeliones, función muy importante para la centralización
administrativa.
Richelieu se apoyó sobre una política secreta cuyos miembros
penetraban en todos los medios sociales; así estaba al corriente de los
menores sucesos y de los asuntos más íntimos, lo que le permitía encerrar
en La Bastilla a sus opositores más atrevidos. Para actuar sobre la opinión
pública, mantuvo escritores a sueldo, que redactaban panfletos anónimos
a favor de sus decisiones.
Durante el asedio de La Rochelle, hubo de alquilar navíos y tripulantes
holandeses, poco decididos a la lucha contra sus correligionarios
protestantes. Ello puso en evidencia la necesidad de contar con una flota
de guerra, Desde 1626, Richelieu emprendió ese objetivo y al final del
reinado, Francia ya era una potencia marítima. El ejército fue
progresivamente mejorado, enviándose intendentes para asegurar el
avituallamiento y sueldo de las ropas y recordar a los oficiales su
disciplina. Además, suscitó la formación de Compañías de Navegación
privilegiadas, como la Compañía de la Nueva Francia, que tendría por
objeto el Canadá.
Richelieu murió en 1642, recomendando Mazarino a Luis XIII.
Moribundo, el rey instituye un Consejo de Regencia que comprende,
además de la reina, a Gastón d’Orleans, lugarteniente general del reino, el
príncipe de Condé, Mazarino, ministro principal, el canciller Séguier y los
ministros de Estado. Las decisiones se tomaran por pluralidad de votos.
El reinado de Luis XIII finaliza el 14 de mayo de 1643. Cinco días más

407
tarde, la victoria de Rocroi aporta a la política de Richelieu un
coronamiento póstumo, pero la guerra continúa y el país está agorado.
La Fronda y el restablecimiento de la autoridad real.
En 1643, la situación de 1610 volvía a repetirse; Luis XIII dejaba a un
heredero de cinco años. Como desconfiaba de su mujer, la española Ana
de Austria, y más aun de su intrigante hermano, Gastón d’Orleans, confió
a una y a otro, respectivamente, la Regencia y la Lugartenencia General
del Reino, pero asistidos de un Consejo, formado en su mayoría por
criaturas de Richelieu, entre ellos Mazarino.
Ana de Austria no tenía ni capacidad ni gusto para la dirección del país.
Alrededor de ella, los príncipes de sangre y los Grandes descendientes de
Enrique IV (Gastón d’Orleans y Condé) eran incapaces de aconsejarla. De
ahí que confiara todo el poder a Mazarino, cuya influencia fue en aumento
gracias a sus éxitos militares y diplomáticos en sus primeros años.
La Regencia fue, como era normal, un periodo de crisis de autoridad.
Los nobles, liberados de la férrea mano de Richelieu, exigían pensiones,
títulos y cargos. Algunos disimulaban sus mezquinas ambiciones bajo un
elevado programa: buscar la reconciliación con la casa de Austria y, con la
ayuda de Carlos I, restablecer el absolutismo en Inglaterra. Esta camarilla,
llamados la Cábala de los Importantes, intentó obtener la deposición de
Mazarino y su sustitución, a cuya cabeza se encontraba el duque de
Beaufort, hijo del duque de Vendóme. La Reina, al conocer la
conspiración, hizo encerrar a Beaufort y exiliar a los otros conspiradores
en 1643.
Pero Mazarino buscó la conciliarse con los Grandes, especialmente con
el clan de los Condé, prodigando las fiestas en la corte (bailes y operas), al
gusto italiano, mientras que en el exterior perseguía una política más
conforme a los intereses de Francia. A pesar de todo, en Paris y en las

408
provincias, la nobleza proseguía en sus hábitos de indisciplina y
libertinaje; los miembros de los Parlamentos y tribunales y los oficiales de
la Hacienda manifestaban su independencia frente a los intendentes y
comisarios reales; surgieron revueltas campesinas en el sur. Todas estas
inquietudes y protestas se acrecientan, exasperadas, por las medidas
financieras a que se vio obligado el gobierno para hacer frente al déficit
creciente.
Los favores prodigados a los Grandes, unidos a los gastos de la guerra,
hacían inviable la situación financiera del Estado. A la muerte de Luis XII,
los ingresos de varios años estaban ya gastados. Fue preciso recurrir a los
detestados “expedientes”: crear y vender nuevos oficios; aumentar aún
más la “taille”; disminuir los réditos de las rentas públicas; imaginar
nuevos impuestos que pesaron especialmente sobre la burguesía de París.
Las finanzas de Francia estuvieron en manos de partisans, que prestaban al
Estado a intereses usurarios y exprimían a los contribuyentes.
Concentrado hasta 1648 en la política exterior Mazarino tuvo que
enfrentarse a rebeliones de primer orden que se extendieron por varias
provincias. Muchos llegaron a temer una revuelta general y aconsejaban al
gobierno buscar la paz exterior para poder reducir los impuestos. Tras
reprimir las revueltas e imponer el orden gracias a los intendentes, los
impuestos comenzaron a llegar regularmente al Tesoro y los financieros
volvieron a anticipar dinero para las tropas. Mazarino se propuso crear
otras fuentes: solicitó permiso a los Parlamentos para disponer del
producto de los ingresos a percibir hasta finales de 1650, elevó el canon de
la Paulette y creó un buen número de nuevos cargos para ponerlos a la
venta al mejor postor. Aun así el gobierno no conseguía pagar
regularmente los salarios a sus oficiales ni satisfacer los intereses de la
deuda pública. En este contexto, era previsible una insurrección más
general y violenta, dirigida contra el omnipotente ministro.

409
Se conoce como “La Fronda” a las confusas turbulencias civiles
provocadas por la oposición al gobierno de 1648 a 1653. La nobleza, el
Parlamento de París y otros de provincias consientes del debilitamiento
del poder, creyeron llegada la ocasión de recobrar aquellas antiguas
prerrogativas políticas que Richelieu y Mazarino les habían ido
sustrayendo. La administración creada por Richelieu a través del
Canciller, de los ministros, secretarios de Estado, y sobre todo, de los
intendentes y comisarios enviados a provincias, chocaba con la
jurisdicción semiindependiente de los grandes nobles en sus gobiernos y
señoríos patrimoniales, y trataba de limitarla. Por su parte, los miembros
de los antiguos tribunales y poseedores de oficios en provincias, se vieron
desplazados por la gran autoridad concedida a los nuevos ministros,
intendentes y comisarios. Unos y otros (nobleza sangre y nobleza de
toga) explotarían la impopularidad de Mazarino y la creciente irritación
del pueblo por la grave crisis de subsistencias, la subida de los precios de
artículos vitales de consumo y los gravosos expedientes financieros
dictados por el privado.
La Fronda de los parlamentarios.
La “primera Fronda” fue un movimiento esencialmente parlamentario
(1648-1649). El Parlamento de Paris además de su papel esencial de hacer
justicia, gozaba tradicionalmente de la prerrogativa de “registrar” las
órdenes y edictos reales, con lo que podía presentar “quejas” al soberano,
si bien éste no tenía obligación de aceptarlas. Impresionados por la
historia del Senado romano, y por los logros del Parlamento inglés, los
magistrados parisinos se creyeron llamados a ejercer también funciones
más elevadas. En Francia, el Parlamento de París era la institución que
debía velar por el resto de las “leyes fundamentales” de la monarquía,
incluso ante el soberano. Los parlamentarios eran hombres de gran valía,
cultos, ilustrados y ricos, aunque vanidosos y de ambición por la cosa
publica. Desde tiempos de Richelieu, los edictos que los respectivos
410
parlamentos deberían registrar, venían siendo sustituidos por decretos
publicados directamente por los ministros en nombre del rey; y cuando
no quedaba más remedio que hacerlos pasar por los parlamentos, acudían
a la coacción o a otras medidas.
El Parlamento de París se había opuesto sistemáticamente a los edictos
financieros, lo que había obligado a la Regente a retirarlos o a
modificarlos. Esta función había dado al Parlamento una gran
popularidad. La chispa de la insurrección parlamentaria se produjo en
abril de 1648, al tratarse de la renovación de la “Paulette”. La monarquía,
necesitada de dinero, quiso que se hiciera a cambio de ceder los
beneficiarios sus salarios de cuatro años. Aun cuando los parlamentarios
no estaban afectados por esta propuesta, el Parlamento hizo causa común
con las otras “cortes soberanas” y sus equivalentes en provincias, cuyos
miembros si se sentían dañados. El Parlamento de Paris se comprometió
ese año a tratar el caso con los altos organismos de gobierno. A pesar de la
prohibición de la reina, lo hizo, y todos estos organismos redactaron unas
“Propositions” en las que pedían al gobierno:
Suprimir los intendentes;
No crear nuevos oficios;
Someter todos los impuestos al Parlamento; y
Renunciar a las comisiones extraordinarias de justicia.
El Parlamento de París, en virtud de esa declaración, se erigía en cuerpo
político. Mazarino, con la euforia de la victoria de Lens sobre las tropas
españolas, hizo proclamar que esta declaración era atentatoria a los
derechos del monarca y ordeno la prisión para los cabecillas del
Parlamento. Los parisienses reaccionaron a favor del Parlamento,
levantando barricadas y cercando durante dos días el Palacio Real,
forzando a la reinaAna de Austria a liberar a los detenidos. Pronto la
ratificación de los Tratados de Westfalia, permitió traer tropas del

411
extranjero. El Parlamento, entonces, insurreccionó Paris. La Corte,
asustada, se retiró de París, mientras hacia asediar la capital por un
ejercito al mando del Príncipe de Condé, Luis de Borbón, el vencedor de
Rocroi. Los parlamentarios, inquietos por la agitación popular provocada,
se apresuraron a buscar la paz. En las Conferencias de Rueil (1649) se
comprometieron a no entrometerse en adelante en asuntos políticos y
atenerse a la administración de justicia, a cambio de un perdón general.
La reina y el joven rey entraron nuevamente en París. Aunque de hecho
nada había sido arreglado, pues el descontento contra el gobierno de
Mazarino persistió.
La Fronda de los príncipes.
A la “Fronda Parlamentaria” sucedió la “Fronda de los Príncipes” que
duró de 1650 a 1651. Deseoso de sustituir el poder de Mazarino, el
Príncipe de Condé, orgulloso de sus victorias en Rocroi y Lens, y héroe
por haber acabado con la insurrección parisiense, abandonó la Corte y se
puso de acuerdo con una serie de nobles intransigentes como su hermano,
el Príncipe de Conti o el mariscal de Turena. La coalición entre estos
agitadores nunca fue solida y los bruscos cambios en la situación, debidos
a las diferencias y rencillas entre ellos mismos, no hacían sino complicar y
prolongar la insurrección. Dentro de estos grandes estaba toda una
clientela de caballeros, que, como los feudales de antaño, se consideraban
ligados más por las obligaciones de protegidos hacia sus patronos que por
sus deberes respecto al rey. Los ejércitos, por entonces, no pertenecían al
rey, sino a los nobles y podían servir tanto en la guerra civil como en la
lucha contra el extranjero; además, la noción de patriotismo no estaba
todavía cristalizada. Condé o Turena no veían ningún inconveniente en
negociar con España, nación, por otra parte, a la que el partido de los
“devotos” consideraba la gran defensora de su religión católica.

412
Las insolencias de Condé exasperaron a Ana de Austria, que en 1650, de
acuerdo con su ministro, hizo detenerle por sorpresa junto con Conti y
otros conspiradores y encerrarlos. Entonces surge la guerra civil; Gastón
d’Orleans, tío del joven rey, eterno conspirador, se puso a la cabeza de los
turbulentos. La anarquía se extendió a todo el país. Mazarino pudo
organizar la resistencia y vencer a los rebeldes. Pero los nobles
descontentos reclamaron la liberación de Condé y el exilio de Mazarino.
Sintiéndose aislado, el privado prefirió renunciar a la lucha: liberó a
Condé y se refugio en Colonia (1651). Los Grandes, divididos por sus
ambiciones, no se entendieron. Condé quería todo el poder para sí. Ana de
Austria, aconsejada por Mazarino, explotaba estas divisiones y
decepciones. La situación llegó a hacerse insostenible para Condé, que
hubo de salir de París. En ese momento se proclamó la mayoría de edad de
Luis XIV, que tenia trece años, medida que puso al rey en la posición de
poder tomar la dirección del Estado por su propia cuenta.
Condé refugiado en Guyena firmó un tratado con España por el que, a
cambio de la entrega de varias plazas fuertes, recibía promesa de ayuda
militar y desencadenó un nuevo episodio de la Fronda (1651-1653). Todo
el sudeste de Francia le siguió y la excesiva prisa de Mazarino por
regresar a Paris a la cabeza de un ejército alemán reagrupo nuevamente en
torno a Condé a numerosos “Grandes” y al Parlamento. La confusión
interior había llegado al extremo. Pero esta guerra arruinaba al país en
provecho de algunos ambiciosos sin programa de gobierno acabó por
cansar a todos, especialmente a la burguesía, que nada podía esperar de la
victoria de los príncipes, y prefería seguir a su rey, tampoco aceptaba los
tratos de Condé y Turena con España.
Ahora Turena, congraciado con el rey, cortó el paso a Condé, que al
frente de un ejército franco-español, había sido nombrado por Felipe IV
generalísimo del ejército de Flandes, intentaba entrar en Paris y le
persiguió hasta la capital, donde se vio un violento e indeciso combate.
413
Condé pudo refugiarse en París, donde la población estaba dividida. Pero
las insolencias y dureza de Condé, que organizó una matanza de
“mazarinos” y mantuvo el terror, le enajenaron la voluntad de la alta
burguesía e incluso de los Grandes. Cada cual, de su parte, cansado,
procuraba negociar con la Corte. Mazarino advirtió que era el único
obstáculo para el restablecimiento de la paz interna y tuvo la prudencia
de alejarse nuevamente. Luis XIV y su madre pudieron entrar
triunfalmente en París (1652), concediendo amnistía a los nobles y una
“Declaración” prohibiendo que el Parlamento de París interviniera en
cuestiones políticas o hacendísticas. Ana de Austria llamó entonces a
Mazarino, y los que antes le habían atacado ahora lo gloriaban (1653).
Esta vuelta del cardenal significaba el fin de la Fronda. La autoridad real
salía reforzada de la crisis, ya que se había revelado como la única salía
contra la anarquía y la miseria que los nobles habían instaurado por sus
propios fines egoístas. En adelante, la burguesía y el campesinado
apoyarían con agrado el poder real. Así se explica el poder absoluto de
Luis XIV.

414
415
Richelieu, el guardián del poder real.
François Bluche
El prestigio de la monarquía.
Todos somos hasta cierto punto victimas de representaciones
románticas del reinado de Luis XIII: la imagen de un rey sin personalidad
dominado por su Cardenal-Ministro. Aunque Luis XIII no tuviera
prestigio físico y padeciera otras imperfecciones en su personalidad, era
estimado por el pueblo, adorado por los soldados, respetado por el clero,
obedecido por sus nobles. Los franceses sentían que su príncipe era un
gran rey; que a este personaje no le faltaba carácter; que este hombre cruel
era sensible; este dubitativo era capaz de elegir bien; que este jefe de
Estado sin carisma aparente era un excelente servidor de la cosa pública.
Y por encima de todo, era el Rey; el Rey, lugarteniente de Dios, regente de
Francia por derecho divino.
Este carácter de la monarquía francesa, particularmente subrayado bajo
Luis XIV, cuando la autoridad religiosa de Bossuet refuerza las
definiciones de los juristas, es una convicción íntima y una realidad
cotidiana en tiempos de Luis XIII.
Richelieu, que lo sabe todo, conoce lo suficiente de derecho y de
teología como para comprender esta encarnación política del hecho
monárquico. A él, la Iglesia lo ha hecho cardenal; en lectura cristiana, Dios
ha hecho Rey a Luis XIII. Servirlo con devoción, fidelidad y con la propia
vida, es obedecer al Todopoderoso y seguir las exhortaciones de San
Pedro. Pretender compartir del poder con el Rey un poder del cual él es
único depositario, sería como un sacrilegio; sería además, contrario a la
tradición monárquica, al sentido común y a la razón misma ya que reinar de
a dos no es reinar. Joseph Berginhabla de “una lograda cohabitación, un poder
compartido entre Luis XIII y su principal ministro”.

416
El Rey y el Cardenal.
Muchos elementos pueden explicar la complicidad que, en medio de
constantes obstáculos, unió a un príncipe y a su ministro a lo largo de 18
años. Ambos tenían cuerpos frágiles y padecían de enfermedades, pero
una voluntad de hierro les permitía soportar el dolor y las privaciones.
Ambos son patriotas por razón, por tradición, por sentimiento.
Comparten un evidente sentido de la patria carnal. Practican sus oficios
no por afición al poder abstracto, sino por un innato sentido del servicio.
No cualquier servicio, sino el servicio a Francia. Al ocuparse del Estado
(cuyo significado amplían, exorcizándolo, domesticándolo,
humanizándolo de modo que Estado, patria y Francia se superpongan y se
confundan), modernizan un gran país, obran en conjunto para arraigar
mejor en el reino capetiano un culto de la lealtad a la Corona que se
transforma en patriotismo. Hay una decena de proyectos que los unen sin
discusiones. Quieren que Francia sea grande, prospera, temida, radiante.
Quieren que la soberanía del príncipe simbolice también la del Estado.
Quieren que la nobleza continúe dominando y dando forma al país, pero
que al mismo tiempo éste al servicio de la monarquía reformadora.
Quieren que, ya que no se puede extinguir la “herejía”, los reformados
obedezcan a las leyes del reino y del Rey. Quieren que los gobernadores
sean ejecutores de la voluntad del gobierno, que quienes llevan toga no
exageren su independencia, que los obispos demuestren celo, que la
Iglesia no abuse de sus legítimos privilegios. Quieren hacer de Francia el
primer país de Europa.
Dado que están de acuerdo en tantos puntos, una colaboración estrecha
es lógica. Basta con que cada uno de los actores ponga lo suyo: que
Richelieu no repita jamás los errores de Concini o de Luynes (darle
lecciones al Rey, quererlo dominar) y que el Rey tenga la suficiente
modestia como para aceptar la superioridad intelectual de su adjunto. En

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el presente caso, la devoción real y su natural consideración hacia un
cardenal-sacerdote tendrán un papel que no es de desdeñar, sobre todo a
la hora de sostener una política exterior llena de paradojas en plena
Reforma Católica.
En cuanto a la política interior, Richelieu proponía:
Terminar de reprimir a los hugonotes tomando sus plazas fuertes;
Arrasar todas las fortalezas y castillos del interior y fortificar las
plazas fronterizas;
Impedir a los parlamentos alegar “una pretendida soberanía”
opuesta al “bien del reino”; y
El Rey debía imponer su autoridad siendo absolutamente obedecido
por los nobles, tanto grandes como pequeños;
En cuanto a la política exterior, el Cardenal-ministro aconsejaba:
Si el Rey la suscribe, será una declaración de guerra amortiguada, el
comienzo de esa famosa “guerra encubierta” contra el abusivo
imperialismo de la casa de Austria. Se debe tener como objetivo perpetuo
detener la marcha del avance de España. Francia debe fortificarse,
protegerse y abrir puertas para poder entrar en todos los Estados de
sus vecinos y para poder protegerlos de la opresión de España
cuando ello haga falta.
Se evitará “precipitar una guerra abierta contra España” pero sin temer
“imponerse por la fuerza en Italia” ni excluir “considerar que Navarra y el
Franco Condado le pertenecen a Francia por estas contiguos a sus límites”.
Una fe, una ley, un Rey.
Vencer a los hugonotes, doblegar a los Grandes, desafiar con éxito a la
temible casa de Austria: el tan famoso programa de Richelieu, presentado
como tal en su Testamento Político, es un resumen cómodo y pedagógico,

418
pero triplemente engañoso. Da por supuesto que el todopoderoso
ministro fue un hombre que siguió un programa, una suerte de ideólogo,
mientras que siempre fue un realista, pragmático. Se omite el hecho de
que el supuesto programa fue formulado a posteriori. En fin, se olvida que,
en este sentido, la voluntad real se había expresado desde el fin del
reinado de Enrique IV, sin esperar a que apareciera el Cardenal.
El supuesto programa ternario de Richelieu no es sino una forma de
ilustrar el axioma del derecho público (y de la filosofía política) de la
Francia capetiana: una fe, una ley, un Rey. Una fe remite a que el Rey es
soberano por derecho divino, lo cual lo obliga a respetar la ley de Dios y la
ley natural. Ello supone, en el ambiente de la Reforma Católica, que debe
ser buen cristiano y, más precisamente, buen católico. La defensa de la
Iglesia y de sus privilegios formaba parte de los juramentos de
consagración de los reyes de Francia. Las nuevas guerras de Religión,
cuyo pretexto fue el viaje de Luis XIII a la localidad de Pau (1620) y su
afirmación solemne de la anexión de Navarra comenzaron mucho antes
del ingreso de Richelieu al Consejo (1624).

Una ley tenía el sentido al mismo tiempo evidente, banal y constrictivo


que se le da hoy a la formula “Estado de derecho”. No hay más que una ley.
Ni los Grandes ni los hugonotes (inclinados a ser republicanos por su
calvinismo) podían sustraerse a las leyes y eso es lo que los monarcas
exigieron siempre. Hasta Concino intentó enfrentarse a las pretensiones
de ambos y María de Médicis tuvo que lidiar intensamente con los
reformados a partir de 1611 y con los Grandes de 1614 a 1617.

Un Rey resumía la soberanía. O más bien aludía a la omnipotencia del


monarca y sus límites. El Rey es ubicado en tercer lugar porque está
sometido a Dios, y porque las leyes del Rey no pueden violar el derecho
divino ni el derecho natural. Pero si bien el Príncipe es soberano, su
autoridad, tanto en el reino como en el concierto de las naciones, no

419
puede ser limitada ni verdaderamente cuestionada. Ahora bien, en el
mundo de la Reforma Católica había por ese entonces juristas, monarcas
y cancillerías capaces de poner en tela de juicio la independencia de rey de
Francia. Invocando una serie de pretextos religiosos y feudales, se lo decía
inferior al Papa y al Emperador. Pero Enrique IV jamás aceptó esas
razones ni esas pretensiones. Se sabe que se aprestaba a combatir a los
Habsburgo, y que esa política ofensiva fue la causa de su asesinato.
El sitio de La Rochelle.
En apariencia, toda una nación ataca a una ciudad rebelde. En realidad,
se enfrentan el Estado legal, legitimo, católico y monárquico y un “contra-
Estado calvinista”, ese “Estado dentro del Estado” que denunciará
Richelieu en su Testamento político. Es decir, que lo que está en juego
sobrepasa ampliamente el marco de “los sueños independentistas
rocheleses”. Su dimensión es incluso internacional, pues Inglaterra,
Holanda y España desempeñan un papel directo o indirecto.
No puede aceptarse que Richelieu haya sido el que comenzó la lucha
contra los hugonotes pues desde 1620 Luis XIII ha combatido a los
protestantes meridionales. Aunque es devoto, el principal objetivo de su
lucha no es la herejía: combate la indisciplina, la anarquía, la rebelión
endémica o activa y provocadora.
Dos elementos obligarán al Cardenal a entrar en la contienda: la
rebelión abierta de Soubise y de su hermano Rohan, y el hacerse cargo de
la nueva y tan importante gestión de gran maestre de la navegación y el
comercio. La Rochelle pasa al primer plano de sus preocupaciones
cardenalicias. Esa ciudad y sus habitantes no sólo representan el aspecto
más visible del desafío reformado, pues allí suelen celebrarse los sínodos,
sino que La Rochelle ocupa un inmenso lugar en el nuevo dominio
administrativo del principal ministro, al ser el segundo o tercer puerto de
Francia.
420
La ciudad tenía un concejo, la pertenencia al cual confería la nobleza
desde 1373, y cuyas prerrogativas se renovaban en cada reinado. Tenía
libertad de comercio, aun en caso de guerra y aun con comerciantes
enemigos. Ningún rey podía entrar a la ciudad sin jurar “sobre el
Evangelio respetar las libertades y franquicias locales”. Es concebible que
tales ventajas y tradiciones se les hubieran subido a la cabeza a los
rocheleses. Respaldándose en ciertos elementos que justificaban la
autonomía, se habían deslizado gradualmente hacia el deseo o la
necesidad de independencia, siendo casi abiertamente republicanos, pues
prácticamente renegaban de la doctrina del derecho divino del Príncipe y
de la lealtad que le deben a este sus súbditos, tan visibles en la Institución
cristiana de Juan Calvino. Simplemente vivían en una república, hasta en
una democracia.
Hacia 1626 la tensión en torno a la cuestión rochelesa estaba en franco
aumento. Rohan y su hermano Soubise realizaban ataques navales
aislados a las costas francesas, en tanto que los magistrados de la ciudad
presionaban a Carlos I y a su favorito Buckingham para que interviniesen
en defensa de sus libertades y privilegios. Hacia 1627 Inglaterra y Francia
se encontraban a punto de romper relaciones. En agosto de ese año,
preocupados por las diversas obras que los monárquicos realizaban en los
alrededores de la ciudad, los rocheleses decidieron abrir las hostilidades,
pidiéndole a Buckingham que les enviara tropas mientras ellos iniciaban
una eficaz guerra de corso. Así provocado, el duro, cruel, paradójico sitio
de La Rochelle se prolongaría durante treces meses hasta 1628.
¿Por qué paradójico? Los sitiados se dicen fieles súbditos de Su
Majestad (bajo reserva de confirmación de sus muy antiguos privilegios)
y –aunque se defienden– se ven obligados desde el comienzo a pactar con
el extranjero. La expedición de Buckingham, mal dirigida por él mismo,
resultó en un desastre. Entretanto, Luis XIII y Richelieu ordenan al
ejercito real cavar una larga circunvalación para bloquear los accesos
421
terrestres a La Rochelle, en tanto que un protegido del Cardenal, el
arquitecto Clément Métezeau, construye una “obra monumental”, el
famoso dique de piedra seca de 1400 metros, para bloquear el acceso al
puerto. Afortunadamente para los realistas, los ingleses no se apresuran
en armar una segunda flota de asalto. Afortunadamente para los
rocheleses, Olivares –provisoriamente aliado con Francia– tampoco se
apresura demasiado en adjudicarle poderío a su habitual rival.
El acercamiento a Madrid se ha hecho en dos etapas. En 1626, el
Tratado de Monzón ha puesto fin al diferendo franco-español en La
Valtelina. En 1627, mientras las relaciones franco-inglesas se estropeaban,
se concluía un acuerdo franco-español dirigido a incomodar a Inglaterra.
Richelieu no esperaba mucho más al impedir un tratado anglo-español,
que representaría la coalición naval más poderosa del mundo, capaz de
aplastar a Holanda, Dinamarca y Francia.

422
El legado del Cardenal.
Según Michel Carmona Richelieu le aportó al reino al menos seis
valores positivos:

1) La independencia: se conquistó en detrimento de la casa de Austria,


cuyos dos polos, Viena y Madrid, encerraban a Francia como un
cepo. Richelieu lo quebró, venciendo tanto a Olivares como a los
imperiales.
2) El cimiento territorial: mayor en 1642 que en 1610, no siempre quedará
garantizado por los tratados (Metz, Toul y Verdún no serán
definitivamente franceses hasta 1648), pero la Francia de Luis XIII
transformó en campo de maniobras el Artois, la Alsacia y el
Rosellón, sin hablar de la desdichada Lorena, constantemente
ocupada.
3) La soberanía: es doble, porque “el Estado es soberano” y “porque la
soberanía del Rey que la encarna es indivisible. Su autoridad se
impone a todos”.
4) La unidad nacional: ha tenido, gracias a los cuidados del Cardenal,
inmensos progresos, en detrimento de nobles abusivos, de los
hugonotes contestatarios, de los funcionarios de cortes soberanas.
Todo contribuyó: el pueblo estaba harto de guerras civiles, el poder
real afirmó su dominio, ora paternal, ora excesivamente constrictivo
y fiscal. Un cierto patriotismo se impondrá de manera incierta pero
decisiva.
5) La tolerancia: virtud y realidad muy rara en esa época, encontró
gracias a Richelieu una nueva forma. Ello no le impidió estimular las
misiones católicas internas y externas, favorecer la conversión de los
hugonotes y al mismo tiempo soñar audazmente con la “unión de las
Iglesias”.

423
6) Las bases de la hegemonía francesa: hacia 1642 están sentados y, aunque
no perfectos, son reales y sólidos. “Richelieu ha forjado un ejército,
una marina, una diplomacia, servicios de informaciones y de
espionaje que le dieron al aparato del Estado, cuya sede es París, un
temible poder en el plano internacional.
En contrapartida, los elementos negativos parecen netamente inferiores
en este balance. La brutalidad de la represión a las revueltas populares ha
dejado huellas profundas. La obra naval del Cardenal resultará frágil y su
obra militar, insuficientes (la manía de poner a la cabeza de un ejército
dos o tres mariscales seguirá siendo una pesada desventaja). Pero el
principal error de Richelieu fue haber tratado como enemigos
irreductibles a Port-Royal y al naciente jansenismo.

En el corto plazo, Richelieu casi venció a la casa de Austria; unificó la


marina; dotó a los ejércitos terrestres de una administración (los
intendentes de ejército y los comisarios de guerra) y de una logística
desconocida hasta entonces. Tras la Paz de Gracia de Alais, instaló la
paz religiosa en el reino durante 30 años. Transformó a Ana de Austria en
una princesa francesa, responsable, leal a su patria de adopción. Preparó
la Regencia haciendo que Luis XIII aprobase a Mazarino.

En el mediano plazo, casi se pueden atribuir a su obra, o al menos a sus


ideas y proyectos, los éxitos del siglo de Luis XIV (aproximadamente de
1655 a 1715). Al legar a Mazarino la monarquía, Richelieu inauguró una
cadena de continuidad ministerial de alto nivel, pues Mazarino a su vez,
inició a Colbert, y éste a su hijo Signelay. Paralelamente, el Cardenal-
Ministro será un ejemplo viviente, una referencia casi obligatoria para los
grandes administradores del reino. Fortaleció a Luis XIV en su
preocupación y hasta obsesión, por un Estado del cual el Rey no es más
que el primer servidor. Tanto en la teoría como en la práctica, enseñó al
Rey y a sus ministros lo que es un gobierno de la razón.

424
Inventor de la monarquía administrativa, Richelieu está en el origen
de todo lo que convertirá a la Francia del Rey Sol en un Estado moderno
y, para su época, modelo: la conversión de la nobleza al servicio público, el
juego razonable de las instituciones, la disminución del poder de los
gobernadores, el progreso de los intendentes de provincia, la
meritocracia, la reconciliación entre la toga y la espada, el mecenazgo
juicioso de Estado. Y se podría agregar: la ayuda a la Reforma Católica, la
atención puesta en la buena elección de los obispos, el desarrollo de la
evangelización y la colonización del Canadá, el apoyo a las compañías de
comercio, el esfuerzo marítimo, militar y comercial.

425
La Fronda
Roland Mousnier
La primera y la más importante precondición de La Fronda fue la
guerra. Desde 1614 hasta 1629 Francia fue presa de la guerra civil y a partir
de 1624 y durante las décadas siguientes estuvo implicada en la Guerra de
los Treinta Años. Entre 1624 y 1635 participó indirectamente en esta
guerra apoyando a los enemigos de los Habsburgo mediante dinero y
recursos y se apoderó de fortalezas en Lorena, Alsacia, Suiza y Alemana,
cortando las rutas militares que utilizaba el Gobierno español para
mandar tropas, armas y dinero a los Habsburgo austriacos y a los Países
Bajos españoles. Esto fue lo que se llamó guerre couverte, la <<guerra fría>>.
Pero los Habsburgo derrotaron, uno tras otro a sus enemigos. Después de
la batalla de Nordlingen (1634), Richelieu decidió entrar en guerra
abierta contra los Habsburgo, tanto de España como los de Austria,
dando inicio a la guerre ouverte. La Paz de Westfalia en 1648 no significó
para Francia el fin de la guerra. Mazarino continuó la guerra contra
España hasta la Paz de los Pirineos en 1659. Aunque algunos franceses
pretendían lograr el sueño de conquistar toda la antigua Galia, los
propósitos del Gobierno real se limitaban a mantener a independencia de
Francia, acabando para ello con las pretensiones de hegemonía mundial
de los Habsburgo y asegurándose aquellos territorios necesarios para la
defensa de Francia en caso de invasión.
Pero no todos los franceses comprendieron la política real. Muchos de
ellos, los <<buenos católicos>>, los antiguos Ligueurs miembros de la Liga
Católica y hasta aquellos próximos al rey en la corte, como la madre de
Luis XIII, María de Médicis, apoyaron al <<rey católico>> español. Creían
que la política de los Habsburgo era solo una lucha contra la herejía, un
esfuerzo por restablecer el catolicismo, y culpaban al Consejo real de la
guerra y de las alianzas con los protestantes. Estaban dispuestos a

426
rebelarse u aliarse con España. Como mínimo pedían la paz y se resistían
a un esfuerzo mayor en la guerra. Otros, aun siendo partidarios de la
lucha contra los Habsburgo, creían que el gobierno francés podía haber
firmado ya la paz y que prolongaba la guerra sólo para justificar sus
abusos de poder y malversaciones de dinero.
Estas guerras largas y difíciles requerían de un gran esfuerzo nacional y
representaban una pesada carga para los recursos franceses. El Gobierno
real se vio obligado a adaptarse a la guerra, convirtiéndose en un gobierno
de guerra semejante a una dictadura. Se hizo cada vez más necesario el
obligar a todo el mundo, especialmente a la familia real y a los
funcionarios reales, a obedecer inmediata y totalmente. Se hizo necesario
alentar el patriotismo y una mentalidad militar. Sobre todo era de vital
importancia la manutención de las tropas en el frente. El gobierno
aumentó sustancialmente todo tipo de impuestos. No solo estableció
otros nuevos, sino que incluso impuso algunos a ciudades o corporaciones
tradicionalmente exentas de los tributos ordinarios. De esta forma violó
repetidamente las libertades y privilegios locales y provinciales con el fin
de encontrar dinero; y hasta creó una especie de administración
revolucionaria –compuesta por arrendatarios de impuestos, reforzados
por comisarios reales, intendentes y soldados– que sustituía a los
funcionarios normales en la ejecución del poder real.
Además, este diluvio de contribuciones cayó sobre los franceses en un
momento en que su capacidad de pago había disminuido a causa de la
prolongada recesión económica del siglo XVII. El comercio con la
América española era cada vez menos activo y las importaciones de oro y
plata habían ido disminuyendo año tras año, hasta el punto de que en
1650 estos metales eran muy escasos. El aumento secular de los precios
descendió de ritmo hasta 1630 aproximadamente; de 1630 a 1640 los
precios en general se mantuvieron estancados y después cayeron. Como

427
resultado, tanto los campesinos como los artesanos tenían beneficios
menores y menos dinero con que pagar impuestos.
El siglo XVII fue también un periodo de grandes calamidades
atmosféricas; los inviernos eran muy duros, repercutiendo funestamente
en las cosechas y las fuertes lluvias veraniegas también hacían lo propio.
Las cosechas fueron malas y el precio del pan, el alimento principal, se
mantuvo alto. Según el modelo clásico, de esto se derivaron escasez de
alimentos, epidemias, plagas y una alta tasa de mortalidad. Los coetáneos
designaban todo este conjunto de calamidades con el termino mortalités,
siendo las más graves las que tuvieron lugar entre 1630 y 1632 y 1648 y
1653, en la época de la Fronda.
Esta población hambrienta era presa fácil de las epidemias, como la que
tuvo lugar en 1631. La primera consecuencia de estas epidemias fue la
pérdida de mano de obra productiva: los artesanos y los labradores
morían en mayor proporción que los miembros de otros grupos sociales.
La segunda consecuencia fue la interrupción del comercio. Las personas
acomodadas huyeron a sus casas de campo. Los gobiernos municipales
prohibieron a los forasteros el acceso a las villas o burgos, suspendieron
las ferias y los mercados y rechazaron las mercancías procedentes de otras
regiones. Todos estos hechos provocaron una crisis económica.
Las provincias se empobrecieron a causa del hambre prolongada y de
las epidemias. Después de dos o tres malas cosechas, muchos habitantes
de las parroquias rurales, por lo general minifundistas, se encontraron en
la indigencia. Las casas y las aldeas quedaron desiertas. Una gran parte de
la población se dedicó al vagabundeo. No se cultivaba la tierra. Los
precios bajaban. Los pequeños propietarios vendían sus tierras por una
miseria. Los municipios y las comunidades rurales se entramparon para
poder atender a los enfermos y alimentar a los hambrientos. Apenas
habían terminado las horribles consecuencias de una mortalité cuando ya

428
aparecía otra; y a partir de 1630 Francia sufrió crecientes dificultades
económicas y sociales que a veces alcanzaban proporciones catastróficas.
El resultado fue un permanente estado de inquietud. Los disturbios
eran cada vez más frecuentes y todo parecía maduro para la revuelta. Los
casos de delitos contra las personas aumentaron ante los tribunales
judiciales, figurando entre las victimas recaudadores de tributos,
funcionarios y habitantes de aldeas vecinas acusados de no haber pagado
sus impuestos. Algunos nobles, barones y caballeros fueron arrestados
por estos atentados y por haber incitado a sus campesinos contra los
funcionarios de la Hacienda real. En otros casos encontramos los clásicos
motines para impedir la venta de grano fuera de la provincia o de la
ciudad, para protestar por el alto precio del pan o para saquear las
reservas de grano de la Iglesia. En algunos casos se produjeron motines
espontáneos en contra de los soldados, que podían llegar fácilmente a
convertirse en una revuelta organizada.
Las regiones más afectadas por estos sucesos estaban situadas al Oeste
y al Sur de una divisoria que iba aproximadamente desde Rouen hasta
Ginebra. Al Norte y al Este se encontraban, por lo general, las grandes
haciendas regulares y abiertas; los cultivos en gran escala de los
terratenientes franceses del siglo XVIII; al Oeste y al Sur estaban las
fincas pequeñas, irregulares y cercadas donde se practicaba el cultivo a
pequeña escala. Los campos abiertos existían en las regiones agrarias
organizadas para el comercio del trigo, donde grandes cultivadores con
medios capitalistas cultivaban extensas áreas utilizando servidores,
criados y jornaleros asalariados. Tales cultivadores disponían de medios
suficientes para aguantar malas cosechas y recuperarse después. Estaban
interesados en mantener el orden social y en que los pobres, a los que
daban trabajo y salario, guardaran la disciplina. A pesar de que esta región
sufriera los avatares de la guerra (saqueos), por lo general no participó en
las rebeliones en medida apreciable. Las tensiones y disturbios fueron
429
mayores en las regiones de campos cercados, donde modestos aparceros,
con la ayuda de sus familias cultivaban sus campos de tamaño pequeño o
mediano para su propia subsistencia. Normalmente sus reservas de grano
eran pequeñas y dos malas cosechas les ponían al borde de la ruina. En
estas circunstancias los impuestos reales y los derechos señoriales
fácilmente resultaban demasiado pesados para ellos y les empujaban a la
revuelta. Pero normalmente esas revueltas se dirigían contra los
funcionarios de la Hacienda real; y si quemaban casas o castillos, lo
hacían con los de los funcionarios, no con los de los gentilhombres, es decir,
la nobleza militar local. Sólo rara vez atacaban a gentilhombres
individuales; nunca al sistema señorial. En realidad los gentilhombres a
menudo protegían a sus campesinos de los agentes fiscales del rey.
El poder del monarca y la oposición de los Grandes.
Los miembros de la familia real y de las grandes familias nobles del
reino, los llamados Grandes –los duques, condes, marqueses y barones–
se rebelaron con frecuencia durante el período comprendido entre la
muerte de Enrique IV (1610) y la Fronda (1648). Una serie de
conspiraciones se sucedieron en torno a los príncipes de sangre –en
especial María de Médicis y Gastón d’Orleáns, madre y hermano de
Luis XIII, respectivamente– ya que tanto ellos como sus antagonistas
fomentaban las sublevaciones y contiendas civiles en su enconada lucha
por la influencia y el poder en la corte y en el país.
No cabe negar que las revueltas de los príncipes y los Grandes se
hallaban animadas por intereses egoístas, pero también tenían una base
constitucional. Aunque el Reino de Francia no tenia una Constitución
escrita, si existían una Constitución consuetudinaria compuesta de
edictos reales registrados en los parlamentos y de ciertos hábitos y
costumbres, todo lo cual constituía las llamadas Leyes Fundamentales
del reino: una Constitución de facto. Los príncipes pretendían que estas

430
leyes fundamentales habían sido violadas por el rey y que sus revueltas
eran legítimas por que representaban un intento de restablecer la
Constitución consuetudinaria. Aunque personificado en un rey desde la
época de Hugo Capeto, el Gobierno había sido considerado como asunto
de la familia real en su conjunto. Los reyes reconocían el derecho de los
miembros de sus familias a participar en el Gobierno; y los edictos reales
y sus ordenanzas consignaban en sus preámbulos que el rey había
consultado a su madre, a sus hermanos y a los príncipes de sangre.
Una consecuencia de esta teoría era que, mientras el rey fuera menor de
edad (Luis XIII hasta 1614 y Luis XIV hasta 1651), el Gobierno estaba en
manos de un Consejo presidido por el tío del rey de mayor edad y formado
por los príncipes de la sangre y por otros príncipes y Grandes
personalmente leales a él. Por un edicto de Carlos V de Francia, el rey
alcanzaba la mayoría de edad legal al cumplir los 14 años, a partir de los
cuales sus decisiones personales serían decisiones de gobierno. Nadie
tenía derecho a desobedecer la decisión del rey. Sin embargo, los
tratadistas argumentaban que, aunque legalmente adulto, el rey seguía
siendo menor de edad hasta cumplir por lo menos 21 años; y añadían que
hasta ese momento era de hecho el instrumento de confidentes y
déspotas. Por tanto, los príncipes coincidieron que gasta 1621 (para Luis
XIII) y hasta 1658 (para Luis XIV) ellos deberían haber gobernado en
nombre del rey y como estas circunstancias no se habían cumplido, ellos
pretendían el derecho y el deber de rebelarse.
Además, cuando el rey llegaba a la mayoría de edad, se suponía que
gobernaba por sí solo, actuando personalmente, decidiendo la política
según su criterio y sus órdenes. Sus obligaciones eran, ante todo, pedir
consejo a sus asesores naturales –los príncipes de la sangre, los demás
príncipes, los Grandes– y a todas las personas que habían llegado a ser
consejeros de Estado por razón a sus altos cargos. El rey no podía
constituir su Consejo a su gusto. En segundo lugar, estaba moralmente
431
obligado a conservar los mandatos de Dios, el juramento de su
coronación, que constituía una especie de contrato entre el rey y el pueblo
mediante el cual se comprometía a proteger sus vidas, propiedades,
religión, libertades y privilegios. Estaba obligado a observar las leyes
fundamentales del reino, como la ley Sálica, ya que sin estas leyes no
hubiera podido ser rey. Su prerrogativa real derivaba de las leyes
fundamentales que le precedían, que estaban más allá de su poder y que
constituían la base legal de su monarquía. Finalmente estaba obligado a
observar las ordenanzas de sus predecesores y las suyas propias; y si era
preciso cambiarlas, solo lo podía hacer con el consentimiento de su
Consejo de Estado o de los Estados Generales del reino.
Pero ninguno de los tres primeros Borbones actuaron de esta forma, ya
que dejaron el gobierno en manos de sus créatures, sus favoritos, en
tiempos en que surgían dificultades por doquier. Algunos de estos
<<primeros ministros de Estado>> eran simples aventureros que habían
conseguido de modo fraudulento la confianza del rey o de la reina madre
(Concini); otras veces eran hombre de Estado capaces como Richelieu o
Mazarino, adictos a la persona del rey.
Formalmente el rey gobernaba a través de un Consejo de Estado
compuestos por sus créatures personales o por las créatures de su primer
ministro, todos ellos considerados como favoritos del rey. El rey
nombraba a estos favoritos secretaros de Estado, superintendentes
financieros o cancilleres, que a su vez, sugerían al rey a sus propios
favoritos para ser nombrados comisarios reales, los cuales publicaban las
órdenes reales y obligaban a todos a ejecutarlas. Entre ellos se encontraba
los célebres intendentes, individuos que supervisaban los ejércitos en el
frente y eran enviados a las provincias para someter a todos a la voluntad
real. Una cadena de créatures enteramente adictas a su protector se

432
extendía desde el rey hasta el campesino más humilde, exigiendo la
obediencia de todos.
El lema de todos estos hombres era la razón de Estado. La prosperidad
y grandeza del Estado como condición para el bienestar y la felicidad de
todo el pueblo eran la meta suprema y la ley suprema. Para alcanzar esta
meta el rey y sus ministros eran libres de ignorar las leyes, libertades,
privilegios y derechos existentes. No estaban ni siquiera ligados a sus
promesas o juramentos. Salus pública era la ley suprema; y el rey y sus
ministros eran los únicos que podían juzgar acerca de los medios
adecuados para procurar ese bien común. Y a pesar de que los súbditos
del rey desaprobasen su política, el rey, como lugarteniente de Dios e
inspirado por Él, les obligaba en conciencia a obedecer sus órdenes sin
demora.
Los príncipes y sus tratadistas criticaban severamente esta política y
abogaban por la antigua Constitución consuetudinaria. Al actuar así se
granjeaban la simpatía general de los habitantes del reino, que
consideraban al gobierno como una tiranía. Y la teoría del tiranicidio de
las guerras de religión no había caído en el olvido: cuando el soberano se
convertía en tirano los príncipes y magistrados tenían el deber de
corregirle. Si el rey no cambiaba de proceder, aquéllos tenían el deber de
arrestarlo y destronarlo. Y cualquier ciudadano, guiado por el espíritu de
Dios, podía matarle sin cometer asesinato. Aun aquellos que pensaban
que su deber era obedecer al rey y que admitían la necesidad de la
dictadura en tiempos de guerra, no se sentían plenamente a gusto y
esperaban que las nuevas medidas fueran sólo temporales. Muchos
siguieron a los príncipes creyendo que tenían razón y que era moralmente
necesario renovar la Constitución consuetudinaria.
Cuando los príncipes se rebelaban, utilizaban a sus fieles seguidores.
Una de las bases de esta sociedad era la lealtad personal, la fidelité.

433
Algunas personas se entregaban por completo a un superior, sirviéndoles
con cuanto tenían a su disposición, incluyendo su propia vida. El superior
era su señor, su protector, su patrón. Ellos eran sus leales, sus devotos, sus
créatures, a cambio de protección, favor, confianza, amistad, albergue, un
puesto, promoción social, etc. La base de esta fidelidad era la devoción y
el afecto mutuos y voluntarios, un vinculo personal entre dos hombres.
No era Feudalismo, era una relación social sui generis: fidelidad. Entre los
leales no había sólo nombres –funcionarios civiles o militares– sino
también plebeyos. El propio rey no había podido gobernar sin sus
créatures, las cuales le servían fielmente más a causa de su juramento
especial de fidelidad como señor suyo que porque fuera la cabeza legal del
Estado. Cuando el Estado se derrumbó durante la Fronda, el rey y la
monarquía fueron salvados por las miles de créatures del rey, que le
siguieron siendo fieles. Los príncipes también tenían sus créatures y éstas a
su vez tenían las suyas. Como consecuencia de esta cadena de fidelidades,
cuando los príncipes se rebelaban le seguían miles de personas en todo el
reino y hasta provincias enteras.
Las pretensiones de los funcionarios.
El gobierno de guerra de los favoritos, ministros y comisarios del rey
encontraba la enconada oposición y frecuente revuelta de las
corporaciones burocráticas. Los cuerpos más importantes de la judicatura
ordinaria eran los tribunales de bailliages, los présidiaux5y las cortes
soberanas-parlamentos. También existían tribunales de justicia para
asuntos financieros, que ejercían un poder judicial y administrativo y por
encima de ellos, los tesoreros generales de Francia, que tenían la
consideración de miembros de las cortes soberanas. Todos estos
magistrados tenían la misma concepción de sus deberes: debían fidelidad
al rey, esto es, obediencia, pero también debían respeto a la dignidad de

5 Antiguos tribunales civiles y criminales de primera instancia establecidos por Enrique II en 1561.

434
sus cargos, es decir, respeto a la justicia, a la equidad, a las leyes positivas
y morales y a una especie de equilibrio constitucional entre el rey y sus
súbditos. Por ello, en sus jurisdicciones, debían al pueblo protección
contra el poder absoluto del rey. Estas dos últimas obligaciones eran a
menudo causa de que retrasasen la ejecución de las órdenes reales que a
su juicio no reunían los requisitos de equidad y justicia y solicitasen otras
nuevas. También se sentían obligados a respetas las formas legales que
constituían una protección para los súbditos del rey.
Cuando creían que una orden real estaba equivocada, estos consejeros
del rey tenían el deber y el derecho a presentar una remontrance ante el rey,
señalando de qué forma estas órdenes eran erróneas o capaces de acarrear
consecuencias desafortunadas. Este derecho de apelación conducía a
enmendar o a retirar las órdenes reales, o bien a la confirmación de la
voluntad del rey. Era un deber no solo de los tribunales soberanos, sino de
todas las corporaciones de funcionarios. Las remontrances de los
parlamentos tenían gran peso. Al actuar de esta forma las corporaciones
de funcionarios sólo conseguían retrasar la ejecución de las órdenes
reales; pero los parlamentos podían hacer aún más. Los funcionarios de
los tribunales menores, por ejemplo, podían enviar remontrances nada más
que una vez, y si el rey insistía, tenían que ejecutar las órdenes, pero los
parlamentos podían renovar las advertencias hasta ocho veces, a pesar de
la orden real de ejecución. A menudo los funcionarios, en vez de negarse
directamente a obedecer, esperaban hasta que su demora rayaba en
desobediencia y casi en rebelión. Tales procedimientos no eran aceptables
en tiempo de guerra; y estas diferentes concepciones de la función pública
obligaban al rey a utilizar comisionados especiales, entre los que se
encontraban los intendentes. Aunque a Richelieu no le gustaran, hacia
cumplir la autoridad del rey u movilizaban los recursos para la guerra. El
rey también utilizaba arrendatarios de impuestos, los llamados traitants o
partisans. Los funcionarios reales reaccionaron contra el uso de
435
comisionados y traitants por considerarlos una ofensa a su dignidad, una
violación de antiguas ordenanzas y un acto de tiranía.
Además, los actos de rey amenazaban sus intereses materiales y su
influencia social. Los funcionarios eran personas privilegiadas y como
tales estaban exentos de impuestos como la talla. Pero en tiempos de
emergencia, el rey encontró otros medios de hacerles contribuir a los
gastos del Estado. El rey les daba sueldos mayores (gages) y les permitía
cobrar honorarios más altos por sus servicios profesionales, pero les
obligaba a cambio a prestarles grandes capitales. Para poder hacer frente
a estas obligaciones, los funcionarios a menudo se veían obligados a pedir
dinero prestado a altos tipos de interés y a comprometer para ello sus
capitales. Para poner las cosas aún peor, a partir de 1640 el indigente
Gobierno real comenzó a reducir los honorarios y gages de los funcionarios
aunque se les siguió exigiendo las tres cuartas partes de sus honorarios
privados. No es de extrañar que los funcionarios contrajeses grandes
deudas con sus parientes y amigos. Los tesoreros de Francia perdieron la
parte más importante de sus gages y honorarios a partir de 1643. Lo mismo
les ocurrió a casi todos los funcionarios.
El Gobierno también empleaba otros métodos que irritaban
enormemente a los funcionarios antiguos. Creaba nuevos cargos y los
vendía, de forma tal que el número de empleados aumentaba
continuamente. También los parlamentos sufrieron cambios. Sin
embargo, para el tesoro real la más provechosa de estas medidas fue la
creación de un nuevo <<semestre>> para cada parlamento. La operación
consistió en exigir que los <<funcionarios antiguos>> ejerciesen sus tareas
sólo durante seis meses del año y en crear otro grupo de funcionarios,
igual en número al de los antiguos, para los seis meses restantes.
Las consecuencias de estas innovaciones fueron desastrosas para los
funcionarios antiguos. Si las aceptaban, tenían menos juicios que

436
tramitar, menos operaciones que realizar y por lo tanto honorarios
menores y menor influencia sobre los súbditos del rey. Tanto su autoridad
como sus ingresos disminuyeron. A menudo compraban los nuevos cargos
al rey y, o bien lograban que los abolieran, o bien los acumulaban a los
suyos propios, recibiendo así los correspondientes gages y honorarios.
Pero de cualquier forma la operación era costosa. A la larga los
funcionarios antiguos no fueron capaces de comprar todos los nuevos
cargos y acabaron por pedir a los parlamentos que no registrasen los
edictos que los creaban. Si los parlamentos se veían obligados por el rey a
registrar los edictos, los funcionarios intentaban entonces impedir la
venta de los cargos mediante amenazas a los compradores en potencia,
asesinando a algunos, negándose a recibir a los nuevos funcionarios o
impidiéndoles el ejercicio de sus funciones. A veces los funcionarios
provocaban la inquietud de la población y hasta llegaron a tomar las
armas.
La acción de los intendentes producía el mismo efecto sobre los
intereses de los funcionarios. A partir de 1635 se les encomendó la misión
de supervisar a éstos, investigar sus actos y conducta, recordarles su
deber, rectificar sus errores e informar al Gobierno la situación en las
provincias. En muchos casos se ordenó a los intendentes ejercer con
carácter permanente todas las tareas normales de los funcionarios (en
especial las de los funcionarios de Hacienda), utilizando a los más leales
como comisionados suyos y dejando sólo la ejecución de las simples
formalidades legales. Los funcionarios perdieron su reputación, su poder
y sus beneficios. Odiaban a los intendentes y pedían su supresión.
La naturaleza hereditaria de los cargos condujo a otros choques entre el
Gobierno y los funcionarios. A partir de 1604 se permitía a cada
funcionario pagar una especie de prima anual de seguro, cifrada en la
sexagésima parte del valor estimado de su cargo. Cuando un funcionario
moría, su familia, no el rey, tenía derecho a quedarse con el cargo. Si no
437
era así, la familia podía vender el cargo y guardarse el dinero y el
comprador tenia que ser aceptado por el rey. Esta prima de seguro se
denominaba la Paulette, del nombre del traitant Paulet. La Paulette
garantizaba la herencia del cargo, o al menos el capital en él invertido,
pero solo se concedía por nueve años. Al cabo de este periodo existía el
peligro de que el Gobierno no lo renovara. En busca de seguridad, los
funcionarios intentaban obtener renovaciones. Aprovechándose de la
inseguridad de éstos, el Gobierno pedía a las cortes soberanas que
registrasen nuevos edictos financieros y que exigiesen a todos los
funcionarios que se beneficiaban de la Paulette que hiciesen un fuerte
préstamo al Estado a cambio de la renovación por otros nueve años. A
partir de 1620 el Gobierno dividió y debilitó a los funcionarios al otorgar a
algunas categorías –a los miembros de los tribunales soberanos, por
ejemplo– atractivas condiciones para la Paulette, al mismo tiempo que
perjudicaba a otras categorías.

La Paulette proporcionaba al Gobierno un medio para presionar


financieramente a los funcionarios, pero también hizo que éstos se
rebelasen, oponiéndose firmemente a los edictos financieros del rey y a
otras cuestiones tales como los beneficios desmedidos de los traitants y
partisans. Siguieron unas negociaciones largas y difíciles entre 1647 y 1648.
El permiso para pagar la Paulette expiró el 31 de diciembre de 1647,
lográndose la negociación: el Gobierno esperó todo lo posible para
conceder la renovación y el Parlamento de Paris opuso la máxima
resistencia con objeto de obtenerla en las mejores condiciones posibles.
Cuando, finalmente el Gobierno otorgó la renovación, lo hizo a un alto
precio. Los funcionarios protestaron y su hostilidad fue en aumento, ante
lo cual el Gobierno suprimió por completo la Paulette alegando que era un
favor real y no un derecho de los funcionarios, que podía retirarse si el rey

438
lo deseaba. Tras nuevas negociaciones el Gobierno y los funcionarios
llegaron a un acuerdo.

Sin embargo, en abril de 1648 el Consejo real otorgó la Paulette pero


suprimió todos los gages durante cuatro años. Sólo el Parlamento de París
obtuvo la Paulette incondicionalmente. Pero, sin embargo, no olvidó de
qué forma el rey había dividido a los funcionarios al favorecer a unos y
perjudicado a otros. Esta vez presentó un sólido frente con los demás
funcionarios. La consecuencia de la Resolución real de abril de 1648 fue la
Resolución de Unión dictado por el Parlamento en mayo, por la cual
creaba la Asamblea de la Cámara de San Luis, comité de todos los
tribunales soberanos de Paris. En respuesta a ello, el Consejo real abolió la
Paulette. Para recuperarla, el Parlamento de París desobedeció las órdenes
verbales del canciller, de la reina y del Consejo real, presentando cada vez
más peticiones extraordinarias en la esperanza de obligar a la corte a
ceder. En julio la reina concedió la Paulette en los mismos términos
estipulados en 1604, muy favorables al Parlamento, pero ya éste no podía
volverse atrás, puesto que temía perder su influencia sobre los
parisienses, cosa que inevitablemente sucedería si se llegaba a saber que el
Parlamento había actuado guiado por sus propios y exclusivos intereses.
Por ello persistió en su rebelión y en las circunstancias del momento esta
oposición parlamentaria condujo a una revuelta general.
El Parlamento de París dio a sus actos una base constitucional. Alegó
que este tribunal de justicia tenia su origen en la antigua Curia Regis de los
reyes Capetos, y que había sido una parte de la asamblea de vasallos
obligados a servir de consejeros al rey. Un grupo de consejeros de esta
Curia Regis habían sido progresivamente elegidos por el rey para que
juzgasen en su nombre, especializándose en asuntos judiciales. Éstos eran
los únicos funcionarios del rey que administraban justicia. Además, el
Parlamento de París, al interpretar y aplicar el papel del rey como juez

439
supremo, pretendía ser mucho más, ya que todos los poderes del monarca
emanaban de la justicia y originariamente, al decidir la entrada en guerra,
el rey en realidad <<juzgaba>> asuntos de Estado. El Parlamento, al
afirmarse como una continuación, ininterrumpida durante once siglos de
la asamblea general anual de los francos en el Campo de Marte, la cual
deliberaba acerca de los asuntos de Estado y recibía el nombre de
Parlamentum, pretendía poseer ahora la misma autoridad y poder de
aquélla. Afirmaba que las resoluciones del Parlamentum en asuntos de
Estado eran soberanas y que sus propias resoluciones en estas materias
también debían serlo. Pretendía que en tiempos de Carlomagno a la
asamblea solo se reunían los guerreros más destacados y que el
Parlamentum no había comenzado a juzgar disputas entre partes privadas
hasta la época de Luis IX, cuatro siglos después; por lo tanto, su función
como tribunal de justicia era accidental y derivada, mientras que su papel
como Consejo de Estado era fundamental. También alegaba que todo su
poder procedía de la voluntad absoluta de los reyes; que era una
emanación de su poder absoluto y que, ejercida durante siglos por la
voluntad de tantos reyes, su autoridad era la autoridad de la realeza. El
Parlamento de París, siendo el templo de la realeza, no podía ser
desposeído de su autoridad y poder por ningún rey determinado.
Además, las decisiones del rey sólo eran <<la voluntad real del monarca>>, y
no un mero capricho, cuando eran <<recibidas>> por el Parlamento. Las
declaraciones, edictos y ordenanzas reales sólo eran ley una vez
verificadas y registradas por el Parlamento. El rey ejercía la autoridad
suprema, pero esta autoridad era máxima cuando decidía y aprobaba las
leyes sentado en su Parlamento, en un lit de justice (sesión real), que era su
verdadero trono, con la ayuda y el consejo de su tribunal soberano, que
representaba el alma de la realeza, siendo el rey sólo su personificación
sagrada.
Las consecuencias de estas ideas fueron las siguientes:
440
El Parlamento podía tener acceso en todo momento a todos los
asuntos de Estado, y el derecho de deliberar y decidir sobre ellos;
El Parlamento podía convocar a los vasallos del rey, a los príncipes
de la sangre, a los pares del reino (tanto eclesiásticos como laicos),
los altos funcionarios de la Corona y los consejeros de Estado,
reconstruyendo así la antigua Curia Regis y el viejo Parlamentum; y
El Parlamento podía convocar a los demás funcionarios reales,
examinar los asuntos de Estado y deliberar acerca de las reformas
del Estado.

El rey utilizaba la ceremonia del lit de justice cuando se sentaba en su


Parlamento para imponer su voluntad y obligar al Parlamento a registrar
sus leyes. Pero el Parlamento de París pidió que en estas ocasiones el rey
sólo pudiese recibir el consejo de los miembros de su Parlamento. Para
impedir cualquier abuso de poder por parte del rey, reclamaron el derecho
a deliberar sobre las leyes y edictos presentados por el soberano, a
votarlas en ausencia del rey e incluso a reexaminar las leyes ya registradas
en el lit de justice. No era necesario convocar los Estados Generales del
reino, porque el propio Parlamento de Paris representaba los tres órdenes:
clero, nobleza y estado llano. En lo que respecta a los parlamentos de
provincias, habían sido instituidos cuando el reino aumento en extensión
y solo con el fin de juzgar conflictos y delitos entre partes privadas. No
podían pretender examinar asuntos de Estado.
En realidad la Constitución consuetudinaria establecía que el rey era la
cabeza y el reino el cuerpo; el parlamento, aun cuando originariamente
había sido un representante del reino, no habría podido existir ni tener
poder sin el rey. La presencia del monarca no era una violación del
Parlamentum, ya que, como cabeza de la asamblea, él tenía que llegar a
conocer, a través del consejo que le ofrecían, la voluntad profunda y real

441
de la Asamblea y del reino, y expresarla a través de sus decisiones, que
eran la ley.
Por tanto, las teorías políticas propuestas por el Parlamento de París
eran en realidad revolucionarias. Constituyeron la base de una oposición
constante que fácilmente se convirtió en rebelión en 1615 y 1648. Una
acción política de este tipo era muy peligrosa. El pueblo tenia un
profundo respeto al Parlamento por ser el templo de la justicia. Sus
sentencias y juicios gozaban de la máxima autoridad y muchos súbditos
del rey, cuando negaban obediencia al Gobierno o en caso de rebelión, se
sentían justificados por la constante crítica del Parlamento de Paris
contra el Gobierno real. Los parlamentos de las provincias presentaron las
mismas peticiones, compartieron las mismas pretensiones y gozaron de la
misma autoridad en sus jurisdicciones, donde eran venerados como los
<<padres del país>>.
Los abusos fiscales del Gobierno real.
El Gobierno real creó amargos resentimientos al violar las libertades y
privilegios de las provincias. Muchas de ellas conservaban sus cuerpos
representativos, los Estados provinciales, asambleas con diputados de
los tres estamentos. Aún cuando los estados provinciales del centro del
reino habían desaparecido, en las provincias distantes aún se mantenían.
En general sus privilegios se mantenían intactos. Tenían el derecho a
aceptar los impuestos después de discutirlos con los enviados del rey; de
repartir y recaudar tributos a través de sus propios funcionarios; de
proponer y financiar obras publicas tales como carreteras, puentes y
canales; podían presentar peticiones al rey; y de solicitar resoluciones,
edictos y declaraciones reales.
Agobiado por las exigencias financieras de la guerra, el Gobierno real
violaba continuamente los privilegios de los estados provinciales. Los
representantes no podían reunirse por su propia voluntad, sino que
442
tenían que ser convocados por el rey. En algunas provincias el rey reunía
los estados cada vez con menor frecuencia.
A veces el rey intentaba imponer tributos a las provincias, a menudo
designando nuevos funcionarios reales para que se encargaran de su
recaudación. Estos abusos reales produjeron la indignación del pueblo y a
veces unieron a todos los estratos de la población contra el rey. Los
habitantes consideraban la provincia como su <<patria>> y a los miembros
de los estados provinciales como sus protectores y como los <<padres del
país>>.
Lo mismo ocurría con los mismo ocurría con los municipios. La mayoría
de ellos habían recibido privilegios y franquicias de reyes sucesivos; y aun
cuando se trataba de concesiones reales, los habitantes consideraban
sagrados estos derechos. En muchos casos el Gobierno se vio obligado a
limitar algunas de estas franquicias y tales limitaciones condujeron a
menudo a la oposición, rebelión y sublevación de un sector de la
población.
El drama de los gentilhombres.
Una parte de la nobleza, los gentilhombres, a veces procedentes de
familias muy antiguas de la nobleza de sangre, se sentía frustrada por su
posición en el Estado y la sociedad. Ante todo creían que ellos debían
ejercer el poder: el político, el judicial y el administrativo. Pensaban que el
reino había sido creado y cimentado con la espada y la sangre de la
verdadera nobleza, los gentilhombres, y que el reino se seguía
manteniendo gracias a ellos. Sus cualidades provenían de esta sangre. Y su
sangre, su raza, lo mismo que sus servicios, les daban el derecho a mandar.
El clero estaba capacitado para imponer las leyes de la religión, pero era a
la verdadera nobleza la que correspondía imponer las leyes políticas.
Mandar como militares o magistrados era la esencia de la nobleza y de los
gentilhombres.
443
Pero ellos habían sido despojados de su derecho por los plebeyos, el
estado llano. Gracias a la venalidad de los cargos, los simples burgueses,
los viles mercaderes monopolizaban los cargos reales. Los gentilhombres
odiaban la Paulette, a la que consideran como el medio de conservar estos
cargos en manos de los plebeyos. Verdad era que para ejercer los cargos
más importantes como los de las Cortes soberanas o del Consejo real,
los plebeyos tenían que ser elevados a la nobleza de acuerdo con la
Constitución consuetudinaria; pero para los gentilhombres esta nobleza
civil, esta noblesse de robe (nobleza de toga) no era verdadera nobleza, eran
simples burgueses. Pero pretendían estar inmediatamente por debajo del
rey y mandaban al <<pueblo>> como si fuesen los funcionarios del monarca;
y para ellos el <<pueblo>> estaba compuesto por el clero, la nobleza y los
plebeyos. Para los gentilhombres estas pretensiones resultaban
inadmisibles.
Los gentilhombres se quejaban de ser juzgados en causas penales por
estos funcionarios reales. Un simple sacerdote sólo podía ser juzgado por
jueces eclesiásticos; un plebeyo era juzgado por plebeyos. Pero los
gentilhombres eran juzgados por personas que les eran inferiores en
rango social. Querían ser juzgados por otros gentilhombres. Reclamaban
todos los puestos, no sólo los militares sino también las dignidades
judiciales y eclesiásticas. Pedían que por lo menos se les reservase una
tercera parte de estos cargos en los tribunales de justicia.
Los gentilhombres también protestaban de que su inmunidad fiscal
hubiera sido violada. Estaban exentos de las tallas, pero el Gobierno gravó
con impuestos a los arrendatarios de sus tierras, los cuales se vieron en
consecuencia obligados a pedir a los gentilhombres una reducción de la
renta. Además, se veían obligados a pagar impuestos indirectos sobre los
alimentos.

444
Los gentilhombres se lamentaban de que no les estuviese permitido
dedicarse al comercio. Habían tenido siempre el derecho a cultivar
directamente las tierras de sus dominios, con la ayuda de sus domésticos
y servidores, sin por ello perder su noble calidad ni sus privilegios. Pero
los funcionarios de la Hacienda real pretendían que los gentilhombres
cultivaban demasiada tierra y querían someterles a ellos y a sus
domésticos al pago de la talla. Por ello los gentilhombres se sentían
despojados de todos sus derechos, privilegios y libertades; y como
resultado, a menudo se unían a las revueltas de los príncipes de la sangre
y de los grandes del reino.
Un aspecto de la rivalidad entre los gentilhombres y los funcionarios
reales era la lucha permanente en muchas provincias entre el gobernador
y el parlamento local. Los gobernadores eran gentilhombres de ilustre
prosapia y dignidad, propietarios por lo general de extensos dominios
señoriales en las provincias a las que eran enviados, y miembros de alta
graduación en el ejército real. Encargados de ejercer el poder
gubernamental del rey en las provincias, a menudo intentaban por medio
de sus créatures crear principados para ellos mismos. Sus intentos
encontraban la fuerte oposición de los parlamentos, que pretendían ser
los dirigentes, protectores y administradores de las provincias. Estos
choques conducían a menudo a motines y a sublevaciones populares que
ambas partes atizaban.
En su antagonismo hacia los funcionarios de la Hacienda real y el
Consejo real, los gentilhombres incitaban y hasta dirigían a sus
campesinos, con quienes tenían intereses comunes. Los protegían de los
alguaciles y les recomendaban no pagar impuestos. Las cartas de los
intendentes de las provincias al canciller y a los secretarios de Estado
están llenas de quejas contra los gentilhombres y hasta contra los
funcionarios reales que poseían feudos y señoríos en la provincia y que
actuaban del mismo modo que los gentilhombres. Muchos de los motines,
445
revueltas y sublevaciones de los campesinos eran provocados
directamente por los gentilhombres o por sus empleados y criados, y a
veces incluso eran ellos los que las organizaban y dirigían. Todas las
sublevaciones campesinas estaban provocadas indirectamente por los
gentilhombres, los funcionarios reales, los príncipes, la crítica
parlamentaria del Gobierno real y su política, y por la amplia propaganda
contra el gobierno en general.
Conclusión
Príncipes, Grandes, gentilhombres, funcionarios, mercaderes,
artesanos, campesinos, provincias y municipios: todos tenían razones
para recurrir a la revuelta, pero no todos se rebelaron. En definitiva, las
rebeliones y sublevaciones fueron cosa de minorías, puesto que un gran
número de habitantes del reino permanecieron leales al rey y obedientes
al Estado. Tal vez muchos compartiesen las ideas de los rebeldes, pero
terminaron por prevalecer en ellos otros sentimientos, más apegados a la
lealtad al rey que a la realidad material que estaban viviendo.

446
Luis XIV: Política interna de un reinado polémico.

Nubia Poujade de Lassus

I. EL REY SOL.

Formación y personalidad del “Bien Amado”.

Hijo de Ana de Austria y de Luis XIII, Luis XIV nació el 5 de septiembre


de 1638. Tuvo un solo hermano, Felipe de Orleans, padre del futuro
Regente de Francia. Su padrino, el cardenal Mazarino, sería el encargado
de velar por su educación y su maestro en el arte de gobernar.

Por lo general se considera que La Fronda influyó poderosamente en su


espíritu porque nunca olvidó a los frondistas, porque adquirió, a raíz de
ella, un gusto profundo y obsesivo por el orden, porque le tomó ojeriza a
Paris. Para Bluche la rebelión tuvo consecuencias más importantes, La
Fronda formó el espíritu del Rey. Durante el movimiento Mazarino lo
inició en los asuntos de Estado y esta experiencia desarrolló más la
inteligencia, la memoria y la voluntad real que cualquier conocimiento
teórico.

Además, Bluche considera que la rebelión emancipó a la monarquía en


lugar de perderla. Luis no ignoró el papel de los Grandes, los vio en su
cruda realidad, a muchos perdonó pero nunca olvidó. Comprendió que la
Fronda era coyuntural pero que la ligereza política de los Grandes era un
hecho estructural, por eso condenó o perdonó a los frondistas
individualmente y con decisión. Sabía que no podría actuar sin la alta
nobleza, pero tampoco exponer la nación a sus caprichos. La solución la
pondría en práctica al asumir el gobierno personal, institucionalizando,
estructurando la Corte, acostumbrando a la nobleza a servir alrededor del
Rey y en las armas con la esperanza de obtener beneficios que no serían
gratuitos ni excesivos, que premiarían los méritos y la fidelidad. Para eso

447
era necesario que vivieran cerca, primero en Saint Germain, luego en
Versalles.

Los emblemas y la propaganda.

Consciente de la dignidad y del trabajo real, Luis XIV buscará un


emblema que represente los deberes del príncipe y que le recuerde
eternamente cumplirlos.Se elige primero al Sol, aunque esta imagen no
era nueva y tampoco era un símbolo pagano sino de la delegación divina
del poder y será utilizado como emblema propagandístico del estado
moderno.

Para Chartier la representación simbólica se suprime en Versalles desde


la década de 1670 y se sustituye se sustituye la alegoría real por “la
representación del rey con sus propios rasgos y en la historia de su reino”. Este
cambio produce tanto en la decoración de la residencia real como en la
imaginería impresa y sirve, acota, como sistema de persuasión política
para hacer reconocer el poder, para generar obediencia. El retrato del rey
se introduce en los textos, en las imágenes, en los almanaques, en los más
diversos objetos de la vida cotidiana.

La propaganda jugará un papel esencial en el reinado y se usará para


exaltar no solo al rey sino también a la monarquía, al Estado, al
patriotismo; para festejar las victorias que enaltecen al monarca y a sus
hombres. Salvo La Fontaine, los grandes escritores gravitarán alrededor
del trono, en muchos casos con adulaciones excesivas. Las pensiones
otorgadas a los intelectuales fomentaran los estudios y las ciencias. Entre
ellos figuraran tanto católicos como protestantes y jansenistas.

Las historias de Francia que aparecen en la época delinearan la imagen


del soberano desde sus antecesores (Carlomagno, Felipe Augusto, San
Luis, Luis IX). El rey es objeto de la Historia, su presencia cimienta el
orden en todos los dominios de la realidad, es el centro de una unidad que
448
muestra, en el presente fugaz, la perennidad de una tradición secular en la
que la monarquía está presente y precede a la figura del soberano.

La opinión pública, si bien no tenía libertad para criticar, es la que


alienta al rey, que es su cómplice. Las relaciones entre el rey y sus
súbditos fueron insuficientes, aunque si hubo consultas y mesura en las
decisiones reales, acuerdos implícitos, instintivos entre el soberano y los
súbditos. La prensa no era libre, sin embargo en Paris circulaban
periódicos extranjeros con artículos críticos y hasta maliciosos. Los libros
estaban sometidos a censura, ya fueran de origen extranjero o francés.
Tampoco los nobles y los miembros del Consejo gozaban de total libertad
de expresión. En cambio, las cámaras de comercio reflejaban los
sentimientos económicos y los Estados provinciales no fueron pasivos,
tenían conciencia política, allí los diputados de los tres órdenes votaban
el don gratuito y se expresaban libremente.

Según Bluche, el rey sabía que pensaban sus súbditos y pedía su


opinión. Por su intuición política quería asegurar el trono a sus
descendientes, pero debía hacerlo en una posición de fuerza, no por
presión de las bases o de hechos externos, buscaba instaurar estructuras
permanentes asociando a su poder a los principales grupos de la sociedad.
El autor considera que cuando hubo opinión pública esta se alimentó de
cuestiones religiosas, no en las políticas. Se ha creído ver en los libertinos
un partido de agnósticos que prepararon el Siglo de las Luces. La
verdadera oposición la habría ejercido el partido devoto. Sus miembros,
Saint-Simón (janzenizante), Beauviller, Chevreuse, Fenelón
(ultramontanos), no tenían un programa ni un pensamiento común, no
estaban ligados al pueblo ni a la Francia profunda sino a la alta clase
social e intelectual.

El pueblo fue legalista, fiel, soportó todo con paciencia por su Rey.
Desde 1675 no se produjeron revueltas campesinas y la de los camisards
449
tuvo motivos religiosos. El pueblo del campo era católico, asistía a
festividades religiosas ya sea para dar gracia o para pedir por su soberano
y por Francia. La revocación del Edicto de Nantes reforzó este fenómeno
que cimentó el patriotismo francés.

La cultura al servicio de la monarquía.

Para alentar la cultura el rey creará grandes fundaciones como la


Academia de Ciencias, el Observatorio, la Academia de Danzas. Perrault
reunirá en la casa Gobelinos a los tapiceros de Paris y de otros lugares del
reino; surgirán las manufacturas reales de Gobelinos, que se transformara
en la fábrica más grande del mundo en tapicería, escultura, joyería,
ebanistería y pintura. También surgirá las Academia de Inscripciones y
Medallas, de Música, el Jardín Real de plantas raras y se enriquecerán las
bibliotecas y las colecciones reales.

Aunque el Rey no iba mucho a Paris, será el promotor y protector de su


embellecimiento, seguridad, salubridad, prosperidad a través de su
ministro de París, Colbert. El grupo Louvre-Tullerías se convertirá en el
palacio más grande del mundo luego de sus reformas. El nuevo Louvre se
transformara en un símbolo del estilo clásico francés, ordenado, noble,
lógico, real pero también humano; se convertirá en una obra de interés
nacional y en palacio de la cultura.

En 1670 el Rey decidió transformar a Paris en una ciudad abierta, para


ello se demolieron las murallas septentrionales y posteriormente las
meridionales, surgiendo de ese modo el boulevard.

Versalles simbolizara el apogeo del Rey Sol. Su construcción revisada y


corregida personalmente por el monarca será el máximo exponente de su
propaganda política, un modelo de naturaleza domesticada y de
urbanismo que será imitado por toda Europa. Según Levron, la razón por
la que Luis XIV construyó su residencia en un lugar apartado, desierto y
450
pantanoso se deba a la necesidad de dejar un legado soberbio de los
Borbones, producto de su propia imaginación, una obra nueva y origina.
Sin olvidar su gusto por la fastuosidad, por la grandeza, por la necesidad
de reducir a la nobleza en su entorno.

Entusiasmado con la belleza salvaje que rodeaba al viejo castillo, desde


1660 compra tierras a su alrededor y comienza a crear los jardines. Luis,
como los “modernos”, era partidario de dominar a la naturaleza y para
hacer habitable la zona tuvo que encarar grandes obras tanto en el terreno
como para lograr agua para el palacio. El palacio serviría para mostrar a
Europa los productos de la industria y del arte francés. Debía ser una
creación continua que aventajase a todo lo visto anteriormente, el imperio
romano seria su modelo e Italia la que enseñara a Francia. Además, de ser
más seguro que Paris, Versalles estaba lo suficientemente cerca de la
capital como para ir o venir rápidamente.

En 1682 la corte y el gobierno se establecieron definitivamente en


Versalles aunque las obras no estaban concluidas. El Palacio alojaba a
unos cuatro mil cortesanos y al núcleo de la administración sujetos a una
estricta etiqueta que, si bien no fue creada, si fue perfeccionada por Luis.
Esto le permitirá mantenerse informado de todo lo que ocurre, obligará a
todos a cumplir una serie de ritos alrededor de su persona y preservara la
paz interna.

II. GOBIERNO PERSONAL.

Luis XIV correspondió a la lealtad de Mazarino y mientras éste vivió no


intervino directamente en los asuntos de gobierno. A su muerte, Luis
entendió que el país necesitaba un amo, un maestro, un padre que pusiera
orden y el 10 de marzo anunció en la Cámara de la Reina Madre, en
presencia de los Consejeros, ministros, príncipes, duques, que había
tomado la resolución de gobernar él mismo el Estado.

451
Para Erlanger se iniciaba si una fase revolucionaria que implicaba un
cambio total, una época de dominio de un hombre sobre un país hasta
lograr la identificación con el otro. La resolución real era tan grave como
un golpe de Estado pues hacia medio siglo que un rey no gobernaba
personalmente. Según Bluche no se puede hablar de golpe de Estado
porque Luis se mantuvo fiel a la tradición monárquica, el sistema de
gobierno era nuevo solo en su dosaje y estilo pero conservó el equilibrio
entre el poder de los hombres y el de los organismos colegiados.Para
comprender la reforma política que encaró Luis XIV al asumir el gobierno
conviene tener en cuenta el legado político que le dejaba Mazarino:

 Sostener la Iglesia, vigilar su conducta y la de sus miembros;


 Tratar a la nobleza con confianza y bondad;
 Mantener a los magistrados dentro de los límites de su deber;
 Disminuir los impuestos;
 Persuadir a todos de que el monarca es el único señor, el único que
dispensa favores y por tanto no debe tener primer ministro;
 Evitar divisiones entre los miembros del Consejo y castigar a
aquellos que tomen iniciativas sin consultarlo; y
 No tolerar en la corte el escándalo ni la impiedad.

Estructuración del nuevo gobierno.

Colaboradores inmediatos: En 1661 quedó estructurado el nuevo


gobierno. El Rey repartió las tareas entre seis departamentos principales,
Cancillería, Superintendencia de finanzas y Cuatro Secretarías de
Estado, presididos por hombres de su confianza. Al principio los tres
hombres sugeridos por Mazarino estuvieron entre estos departamentos.

El Consejo Real: El Rey gobierna con este Consejo. Este órgano lo


asesora, le da su opinión y el Rey decide según el parecer de la mayoría. El

452
Consejo Real recibía distintas denominaciones según quienes lo integren
y los asuntos que se tratasen:

El Consejo Privado, de Estado o de Partes era presidido por el Canciller y


lo integraban los secretarios y Consejero de Estado y los grandes
funcionarios. Le correspondía la alta administración, la justicia
contenciosa o retenida, era una especie de Cámara de Casación o
Consejo de Estado Moderno. Estos consejeros de Estado eran
auxiliares de los grandes ministros, cumpliendo funciones
legislativas. Por lo general realizaban una carrera administrativa, se
reclutaban entre los jóvenes funcionarios de las cortes soberanas y
ascendían hasta convertirse en intendentes de provincia o
comisarios de una generalidad.
El Consejo de Despacho tenía a su cargo la administración interior, las
relaciones con los gobiernos de provincia, examinaba las cuestiones
presentadas por los intendentes. Lo presidia el Rey y lo componían,
el canciller, los secretarios de Estado, el controlador general, los
consejeros a quienes competía el tema a discutir.
El Consejo de Arriba era una especie de Consejo de Ministros, pues
solo sus miembros recibían este título. Para el Rey este pequeño
núcleo de consejeros aseguraba el secreto de los asuntos. Aunque
todos tenían fuerte personalidad y sin duda ejercían influencia sobre
el soberano, la decisión final era del Rey. Los ministros eran de
origen burgués, pero ennoblecidos ya en segundo grado.
El Consejo Real de Finanzas adquirió gran importancia al suprimirse el
cargo de Superintendente de Finanzas. Presidido por el rey, era
dirigido por el Controlador General de Finanzas (Colbert). Se
ocupaba de los ingresos y gastos del Estado, de la moneda, de la
industria, el comercio y fijaba el importe anual de la talla.

453
Tal vez lo más novedoso del sistema adoptado por Luis sea el
desenvolvimiento del trabajo del soberano, ya que, antes de tomar una
decisión se informaba personalmente a través de sus colaboradores, de
sus jefes de servicio, de técnicos en cada materia a tratar. De este modo el
rey procuraba evitar la arbitrariedad de los funcionarios y el despotismo
ministerial. La monarquía absoluta daba paso a la monarquía
administrativa, en la que el rey ejercía su oficio de rey, participaba en las
reuniones de Consejo, se asesoraba y luego decidía las medidas a adoptar.

Otros funcionarios: Aunque el rey gobernaba con un pequeño equipo de


altos funcionarios, éstos contaban con jefes de departamentos y
empleados de distintas categorías. Como el sistema policial de París no
estaba bien organizado Colbert propuso al rey reorganizar la vida
municipal. En 1667 se creó el cargo de Lugarteniente General de Policía de
París, que aunque era un cargo simple tenía rango ministerial y
frecuentemente se reunía directamente con el Rey y conocían muchos
secretos de Estado. El Lugarteniente contaba para controlar la ciudad 48
comisarios, 12 inspectores, muchos espías y 800 hombres para patrullar la
ciudad. Además estaba el Tribunal Chátelet (de Justicia). Algunas
atribuciones del sistema: control de seguridad, espectáculos, casas de
juegos, tabernas, mercados, ferias, limpieza, incendios, cuestiones
edilicias, las epidemias, control de la moral, decencia en las Iglesias,
intervenir en tumultos, controlar las corporaciones, a los extranjeros o
gente de paso por la ciudad, supervisaba las prisiones, etc.

Un papel destacado es el de los Confesores Reales, jesuitas que se


ocupaban de la conciencia real pero que también intervenían en los
nombramientos de los candidatos para beneficios vacantes. El arzobispo
de París era una especie de ministerio invisible de asuntos de la Iglesia
Francesa. Se podría decir que había un Consejo Real de Conciencia, integrado
por el rey, su confesor, el gran capellán de Francia, el obispo de Rennes y

454
los arzobispos de Toulouse y París, que se reunía una vez por semana y
decidía la distribución de los beneficios y toda la política religiosa.

El Estado se fue perfeccionando con la creación de nuevos cargos pero


no llegó a ser rígido ni tentacular. El reparto de funciones y consejos hacia
el Estado funcionará bien. En general Luis se rodeó de funcionarios
competentes, procedentes de la nobleza de toga y de la burguesía. Entre
ellos ocupó un papel destacado Colbert que hizo de la administración una
burocracia monárquica unida, centralizada como no la tenía ningún país.
La sucesión de cargos se daba por familia. De ese modo se formaron
verdaderas dinastías de funcionarios públicos, una casta real ennoblecida,
extraída de la toga, compuesta por servidores leales hereditarios.

Las fuerzas navales y terrestres: El Rey nombraba a los jefes de las


fuerzas armadas terrestres y navales; en la marina a los oficiales de todos
los grados y a los principales del ejército. Siempre quiso ser comandante
de sus fuerzas armadas así que tendía a usar promociones y nominaciones
para atraer a los franceses al servicio, en especial a los nobles. Luis estaba
convencido de que la gloria del rey o de sus armas simbolizaba la gloria de
la nación, de allí el interés por contar con fuerzas armadas que
representaran honrosamente a Francia.

En más de la mitad de los años de su gobierno personal Francia estuvo


en guerra. Le Tellier fue el encargado de reformar las fuerzas terrestres al
principio. Una serie de ordenanzas nacionalizaron y disciplinaron al
ejército. Los asuntos de guerra se distribuyeron en cinco departamentos a
cargo de altos funcionarios. Poco a poco se introdujo el orden jerárquico,
se establecieron reglas para el pago para las tropas regulares, la duración
del reclutamiento y se organizaron los cuerpos según su especialidad. Se
encargaron de reforzar las fronteras inspeccionando las fortificaciones. La
marina fue impulsada por Colbert. Se encargaran de fortificación de
puertos y arsenales, a la construcción de navíos de guerra. Hacían falta

455
oficiales y marineros y para eso Colbert se encargará de organizar la
instrucción y la disciplina de los hombres. Del importante papel de la
diplomacia será dirigida directamente por el Rey y por su consejero
Lionne.

Los intendentes: Los objetivos de los franceses después de la Fronda eran


lograr la unidad, la grandeza, la estabilidad y la coherencia del Reino. El
gobierno efectivo de las provincias quedó en manos del intendente. Este
representante del poder central, supeditado al Rey, estaba encargado de
la percepción y distribución de impuestos, del empleo de los fondos, de la
policía local, de la justicia y los trabajos públicos. Estos funcionarios a
veces fueron resistidos pues acopiaban información para la Corona y
llegaron a intervenir en todos los asuntos de su región. Gracias a ellos el
Rey siempre estaba presente y el Estado no era una abstracción lejana. Su
constante relación con las autoridades centrales, su defensa de intereses
de la región, su habilidad para atraerse a la nobleza provinciana, a los
mercaderes y financistas, los hizo una pieza clave de la monarquía.
Además para colaborar con sus funciones nombraban subdelegados y
oriundos conocedores de la región. Todo esto colaboró a la unidad del
Reino, no a la uniformidad.

Las Cortes Soberanas

Estados Generales:representaban a toda la nación organizada en


órdenes y regiones. Desde el siglo XV eran un cuerpo electivo y
representativo. La elección de sus miembros estaba basada en
principios corporativos y era directa para los miembros del clero y
para los nobles. En cambio, la elección de los miembros del tercer
estado se realizaban en forma indirecta, en varios grados: en las
ciudades la elección se realizaba entre los notables por
corporaciones de oficios y entre los funcionarios municipales. Eran
un cuerpo representativo porque los miembros de cada estamento

456
llevaban a la reunión general un mandato imperativo: los cuadernos
de queja de cada región y de cada orden. Sus reuniones no eran
periódicas, eran convocadas por el Rey y debían debatir sobre los
temas para los cuales se los había convocado. Cada estamento se
reunía por separado y luego de la discusión del tema se procedía a la
votación por orden, el resultado debía llegar al consenso pues sin no
estaban de acuerdo todos se perdía el voto. Posteriormente se
presentaban todos los resultados en la Asamblea General y también
allí para que la resolución fuera favorable se necesitaba que le voto
de los tres órdenes fuera el mismo, en caso contrario no se aprobaba.
Se convocaban para votar nuevos impuestos o para conocer los
deseos del rey.
Estados particulares o provinciales: estaban compuestos por los
tres estamentos, sus miembros no eran electivos ni recibían
delegación de los habitantes, se designaban de acuerdo a la
costumbre. El clero y la nobleza elegían entre sus pares, el tercer
orden estaba sólo representado por habitantes de las ciudades
nombrados por lo general por los funcionarios municipales. Según
las regiones, se reunían cada uno, dos o tres años, por convocatoria
real, eran presididos por el gobernador de la provincia que
representaba al Rey y luego por los intendentes. Se votaba por
estamento y cuando dos de ellos llegaban al consenso. Eran los
representantes de la cosa pública, del interés general del país ante el
rey con el que negociaban los problemas de unidad con la corona,
revisaban las costumbres, presentan las quejas por medidas reales,
etc. Durante el reinado de Luis XIV colaboraron estrechamente con
los intendentes.
Parlamentos: eran tribunales con atribuciones judiciales, políticas y
administrativas. Existían trece en todo el reino pero el más
importante era el Parlamento de París. Para que una ley o edicto
pudiera ser aplicada el Parlamento debía registrarla y sino debía
457
estar la presencia material del rey en la sala parlamentaria. Los
parlamentarios llegaron a ser una verdadera casta, la nobleza
togada, ya que el cargo se obtenía por compra y ennoblecía.

La organización judicial tenía dos vertientes: la justicia retenida y la


delegada. La justicia retenida era la administrada especialmente por el
Rey a través del Consejo Real. La justicia delegada referida al derecho
común era por los Parlamentos a través de distintas Salas y Tribunales
inferiores: presidios, grandes bailíos, senescales, etc. Las causas de
derecho privado y público eran jurisdicción de distintos tribunales:
civiles, comerciales, penales, financieros, de dominio, etc.

III. LA MONARQUÍA ABSOLUTA Y EL CONTRAPESO DE


PODERES.

Caracteres de la monarquía absoluta.

En primer lugar el rey era absoluto, palabra que señalaba más sus
cualidades que al ostentar el poder y cuando se refería a éste entrañaba
integridad e independencia. Su origen se remontaba a las épocas de lucha
entre el Imperio y el Papado para obtener el dominium mundi o gobierno
supremo de la Cristiandad, o bien, se usaba para señalar la autoridad
terrenal exclusiva en sus dominios. Para Jean Bodin, la soberanía era la
potencia absoluta y perpetua de una república, el único nexo de cohesión
social, no estaba limitada ni en poder, ni cargo, ni tiempo determinaba.
Agregaba que el príncipe era soberano, las leyes derivaban de su voluntad,
rendía cuentas solo a Dios, pero al ser la imagen de este estaba sujeto a la
ley divina, a la ley moral y la natural que emana de Dios. Por lo tanto al ser
absoluta, la monarquía era suprema, inapelable, estaba absuelta a rendir
cuentas a sus súbditos, pero eso no significaba que fuera tiránica.

458
En su carácter de soberana la monarquía tenia poder para hacer las leyes.
De estsa soberanía legal se derivaban los poderes del rey, los derechos
reales: dictar leyes, acuñar moneda, nombrar funcionarios y magistrados,
decidir la guerra o la paz, convocar a los estados generales o provinciales,
otorgar privilegios, etc.

La monarquía era paternalista, el rey y sus súbditos formaban un solo


cuerpo místico, eran inseparables. El rey era el padre común que velaba
por sus vasallos, éstos como buenos hijos debían obedecerlo y respetarlo.
Cada francés debía desempeñar una función y hacer su aporte al Estado.
En una sociedad de órdenes como era la francesa, todos eran útiles y
cumplían un rol. Luis decía que el Rey debía ser el padre común de todos
y no favorecer a ningún estamento en detrimento de otro.

La concepción francesa de la monarquía de origen divino estaba muy


presente en el reino. El monarca ostentaba el titulo de Su Majestad
Cristianísima y según Bossuet debía obrar como ministro de Dios, como su
lugarteniente en la tierra. La ceremonia se oficiaba en la catedral de Reims
(porque allí había sido bautizado Clovis). Incluso se le otorgaban poderes
taumatúrgicos.

Los limites de la monarquía.

Aunque la monarquía gozaba de estos poderes estaba sometida a la


razón, no era tiránica, ni arbitraria. Luis entendía que la política podía y
debía se runa actividad racional, que las decisiones no se debían tomar
arbitrariamente sino basadas en una solida información. Si bien el rey no
estaba sometido a las leyes sometidas, estaba limitado por las leyes
divinas, naturales y consuetudinarias. Debía cumplir con las leyes divinas
porque sino la cólera divina podía caer sobre el reino y porque si no lo
hacia los súbditos tenían legitimo derecho a sublevarse. Además debía
rendir cuentas a Dios al final de su vida terrena. No podía violar las leyes
459
fundamentales del reino, que eran anteriores y superiores a las leyes
reales. Las leyes fundamentales del reino eran:

o La Herencia: la corona se heredaba por primogenitura y colateralidad


masculina, aunque el parentesco fuera lejano. La mujer solo podía
ser regente y no era consagrada.
o La indisponibilidad de la corona: el rey no podía ceder la Corona a nadie
porque no le pertenecía, no era dueño de ella, no era un patrimonio
propio. Por lo tanto no podían renunciar a la Corona para que el
trono fuera ocupado por un extranjero.
o La continuidad de la Corona: la monarquía era sucesible, heredaban
instantáneamente los hijos del matrimonio legitimo y de sangre real.
Si el rey era hombre con todas sus debilidades, la realeza eras
inmanente, inmoral, consubstancia a Francia. El rey no moría nunca
(“El rey a muero ¡Viva el Rey!”)
o La catolicidad: el rey debía ser católico, un protestante no podía
ocupar el trono salvo si abjuraba de su religión.
o La inalienabilidad de los dominios de la Corona: el rey son era propietario
de los dominios de la Corona, aunque gozaba de su usufructo no
tenia derecho a ceder territorios ni bienes que fueran propiedad de
la Corona.

Además de los límites antes mencionados, existían una serie de límites


prácticos que actuaban como contrapeso o freno de la monarquía, como las
Cortes Soberanas, los Parlamentos, los Estados Provinciales, etc. El soberano
debía respetar a los gobiernos, derechos y privilegios provinciales y
municipales así como los de la Iglesia francesa. Además, las aspiraciones a
la universidad y al centralismo eran frenadas por los particularismos
regionales: derecho consuetudinario en el norte y escrito-romano en el sur,

460
diversidad impositiva según las regiones, privilegios, costumbres,
idiomas, la lejanía del poder central.

El pensamiento de Luis XIV sobre su función de ser rey.

Para Luis el rey debía ser un hombre de acción, marchar por delante de
todos para la gloria propia y del Estado. Para cumplir con sus deberes y
obligaciones el príncipe debía contar con dos armas: su trabajo personal y
un equipo eficaz de colaboradores. Debía estar enterado de todo,
escuchar, pedir que le rindan cuentas. Por eso tenia que saber trabajar en
equipo y saber encomendar las tareas a personas con talento. Gobierno
personal no significaba gobierno en solitario, sino rodearse de los mejores
hombres, de aquellos que estaban cerca del pueblo, que tenían
experiencia en el Estado. Estos hombres eran para él indispensables, pero
era el Rey siempre el que decidía.

“Yo me voy pero el Estado perdurará”

Actualmente no se considera que Luis haya pronunciado la frase: “El


Estado soy yo”, si es más probable que en sus últimos momentos de vida
haya expresado: “Yo me voy, pero el Estado permanecerá siempre… permanezcan
unidos y de acuerdo: esa es la fuerza de un Estado”. Según Bluche Luis XIV no
creó un estado monstruoso en sentido burocrático, fiscal, judicial, militar,
etc. Tampoco acepta que le reprochen haber impuesto la unidad a una
Francia plural, haber estatizado a la fuerza una administración laxa o
considerarlo como un embrión de socialismo en la organización de la
corte de Versalles, o vituperado por el sistema de intendentes o por su
fiscalismo. Para este autor el Estado en 1715 no era monstruoso, no había
excesiva burocracia; los intendentes fueron, en general, aceptados por la
población porque la protegían de los abusos. Estima que el Estado
obraba, hacia y se controlaba a sí mismo, que ese era el verdadero estilo
administrativo de la monarquía absoluta.

461
El Estado era Francia y Francia amaba a su Rey. El príncipe era un
personaje público y los actos de su vida se realizaban en público. El rey
estaba cerca de su gente, estaba presente en cuadros, medallones,
monedas y también en símbolos como modo de alentar la fidelidad y el
patriotismo. El Estado no era una abstracción, cuando el Rey decidía en
nombre del interés del Estado lo hacia en nombre de Francia: reino y
nación, pero sobre todo patria. No se trataba de un Estado en si mismo,
sino de un Estado francés o mejor de un Estado-Francia. La fidelidad
dinástica, la unión del trono, del altar y del pueblo eran imperativos de la
definición de nación, la irradiación personal de la persona de Luis y
especialmente las desventuras de finales del reinado lograron que el
Estado fuera sinónimo de patria y de Francia. El Estado era para Luis la
coraza que protegía a Francia.

IV. EL COLBERTISMO

Para Luis XIV la finalidad de la política nacional era la “Gloria del Rey y
el bien del Estado”, premisa que Colbert convertirá en axioma. Como esa
gloria se basaba especialmente en la suerte de las armas, era necesario
contar con un ejército permanente y moderno y para lograrlo se requerían
fuertes entradas fiscales que se lograrían con un acrecentamiento de la
riqueza.

Como todos los mercantilistas, Colbert consideraba que la riqueza de


un país depende de la cantidad de metales preciosos que puede acumular.
Como Francia no tenía minas de oro ni de plata, debía aumentar su stock
de minerales en detrimento de otros países, vendiéndoles una parte de la
producción nacional. Para lograr una balanza comercial favorable, era
necesario importar lo menos posible y exportar productos de calidad. De
estas simples constataciones se derivan varias reglas económicas que
tuvieron gran efecto en el comercio:

462
1. Había que controlar las importaciones, dejar penetrar las materias
primas que se necesitaban y establecer tasas disuasivas para
introducir productos terminados, lo que implicaba contar con
aduanas interiores;
2. Favorecer la exportación de productos acabados. Estos suponía
desarrollar la producción interna para satisfacer la demanda
exterior, reducir la demanda interna de productos extranjeros,
acrecentar el intercambio comercial tanto terrestre como marítimo.

El sistema postulaba la intervención del Estado para lograr el progreso


económico: protección aduanera, ayudas y empréstitos, control de la
producción y desarrollo del comercio, y para lograrlo se imponía crear
una administración especial.

Las realizaciones en la producción.

Colbert va a reactivar los oficios jurados, reglamentados, con el fin de


obtener productos de muy buena calidad que puedan rivalizar con las
mercaderías extranjeras. Como los talleres existentes no estaban
adaptados para fabricar productos nuevos y para hacerlo en cantidad,
recurrirá a las empresas manufacturadas reales que, aunque existían, no
estaban lo suficientemente desarrolladas. Además se incentivarán las
empresas privadas que por favor real recibían el título de manufacturas
reales. Por lo general se las dotaba de un estatuto jurídico especial o
privilegio, que les otorgaba el monopolio exclusivo en la elaboración de
determinado producto. Cada producto debía tener una marca especial para
evitar el fraude y la imitación, si esto ocurría y se descubría el infractor
era severamente penado, incluso con servicio en galeras.

Para favorecer la creación de estas empresas e tomaron una serie de


medidas: exención de tasas para la importación de equipamiento;
subvenciones; garantías para los propietarios y su personal (libertad de

463
culto); reducción o supresión de la talla; exención de cargas públicas o
privadas. Las corporaciones de oficios fueron reglamentadas y
controladas para asegurar la calidad.

El control estatal era muy severo. Se ejercerá a través de la elaboración y


aplicación de reglamentos muy estrictos, draconianos para los
fabricantes, casi militares o monásticos para los obreros, y de la creación
de un cuerpo de inspectores de manufacturas que castigaban duramente
el fraude.

¿Qué tipo de producción desarrolló Colbert? La de lujo, la que


consumían los Grandes y que hasta ese momento se importaba, como la
cristalería, la tapicería y la fabricación de armas. Favoreció la producción
agrícola que era necesaria para la elaboración de manufacturas (lana,
cáñamo, lino, tinturas), defendió los bosques para la construcción de
barcos, arrancó viñas en beneficio del trigo necesario para cubrir las
necesidades de las ciudades industriales.

Las mejoras en el comercio.

Para poder comerciar los nuevos productos era necesario en primer


lugar mejorar la marina. Con ese fin se reactivaran o crearán arsenales, se
protegerán los bosques para obtener la madera necesaria para la
construcción de barcos.

En cuanto al comercio interior se perfeccionan las comunicaciones


terrestres y fluviales, se regulariza el curso de los ríos navegables y su
control queda a cargo de un intendente; se construyen los Canales del
Mediodía o Canal de los Dos Mares para unir el Atlántico con el
Mediterráneo; se mejoran los servicios de postas y mensajerías.

Colbert recurrirá a los grupos financieros para crear nuevas compañías


dedicadas al gran comercio marítimo basándose en los modelos holandés

464
e inglés. A cada una de ellas se le atribuirá un sector geográfico
determinado. La Compañía de las Indias Occidentales (1664-1674) operará en
las islas francesas de América, la Guayana y el Canadá, realizará el
comercio entre Francia, las costas de África y las Antillas; se dedicará al
comercio de esclavos, de índigo, de tabaco, tendrá el monopolio del
refinamiento del azúcar y también su comercialización. Si bien el accionar
de la Compañía enriqueció a muchos armadores franceses no pudo
impedir el contrabando holandés. La de las Indias Orientales (1664)
comerciará con los países del Océano Indico, durará todo el reinado pero
con dificultades pues tuvo que enfrentarse a la oposición de los
holandeses que acaparaban el tráfico de especias. La de Levante (1678)
tendrá a su cargo el comercio mediterráneo, pero ante la presión de los
negociantes marselleses será sustituida por la Compañía del Mar
Mediterráneo (1685) formada por ellos. Las Compañías de Senegal y Guinea
(1685) obtendrán el monopolio de la trata de negros en detrimento de la
de la Indias Occidentales; la Compañía del Norte dedicada al comercio
con el Báltico tendrá una existencia efímera pues no pudo competir con
los holandeses y con la Hansa.

Las compañías tenían un estatuto jurídico especial; eran de creación


real, pero estaban formadas por personas privadas unidas por un contrato
de sociedad; gozaban del monopolio comercial, otorgado por el Rey, en el
sector geográfico que se les había asignado.

Con respecto a la política colonial, Francia solo se interesó por los


productos tropicales y el Canadá por su forraje. Las colonias debían vivir
por y para la metrópoli lo que originó el contrabando de otros países.
Canadá se convirtió en una tierra campesina y señorial francesa, en una
provincia con gobernador, obispo, intendente y casas solariegas en las
riberas, con una población esporádica y dispersa en el interior.

465
El sistema financiero

Tanto el Rey como Colbert comprendieron que para reactivar la


economía era necesario ordenar las finanzas públicas, racionalizar los
fondos, clarificar el sistema. El Consejo Real de Finanzas reemplazará al
Superintendente de Finanzas, lo integraran el Rey, Colbert y consejeros
provenientes de la nobleza de espada y de toga. Este cuerpo dará
transparencia al manejo de los fondos del Estado a través de tres libros de
cuentas nacionales: uno de ingresos, otro de gastos y un libro diario que
cada mes se presentaba ante el Consejo para la firma del Rey.
Posteriormente para simplificar la tarea se reducirán a un Gran libro, con
las entradas y los gastos, y al libro diario. En un año se logró que las
cuentas fueran claras y que fueran sometidas a una Sala de Cuentas con lo
que nacía el presupuesto del Estado.

El Estado contaba con dos tipos de ingresos:

1. Los ordinarios provenientes de las rentas de la monarquía, del


dominio real. Este dominio podía ser corporal (tierras, inmuebles) o
incorporal (bienes de los que mueren sin herederos, confiscación de
condados, propiedades eclesiásticas vacantes);
2. El resto de los ingresos provenía de los impuestos.

El sistema impositivo francés era, por razones históricas, diverso y


complejo. Existían tres regiones:

1. Los Países de Estado, regiones que tenían autonomía fiscal; la


Asamblea o Estado provincial era la que regulaba cuánto y cómo se
cobraría el impuesto que solicitaba la corona;
2. Los Países de imposición, regiones conquistadas o anexadas, donde el
Estado fijaba el monto a recaudar y quien lo cobraría;

466
3. Los Países de elección, regiones que elegían a los funcionarios que
percibirían los impuestos.

La talla era un impuesto directo cuyo monto anual era fijado por el Rey
y el Consejo. No lo pagaban ni el clero ni la nobleza. Luis XIV intentó
hacer un reparto más equitativo, suprimió algunas exenciones, trató de
incrementar los aportes de los grandes propietarios. La iniciativa más
importante fue la implementación de la capitación (1695), impuesto que se
pagaba por cabeza e incluía a todos los súbditos, desde el Delfín al último
jornalero. Para aplicarlo primero se realizó un censo y luego se dividió a la
población en veintidós jerarquías que tenían en cuenta: la dignidad, el poder,
la riqueza, la consideración. De acuerdo a esa jerarquía era el monto que se
debía abonar. Como lo recaudado no alcanzaba para sufragar los gastos
de la Guerra de Sucesión de España se estableció, en 1710, un impuesto
fijo sobre las rentas, el décimo. Ese 10% se aplicó sobre los ingresos de los
oficios, los bienes mobiliarios e inmobiliarios, los derechos señoriales, los
cargos, los beneficios comerciales.

Con respecto a los impuestos indirectos diferían según las regiones y


aun dentro de estas. Los más comunes eran: al tráfico, que grababa la
entrada y salida de productos dentro y fuera del reino; las ayudas que se
aplicaban sobre la circulación y venta de determinadas mercaderías (oro,
plata, papel, alcohol, jabón); la gabela que recaía sobre la producción y
consumo de sal, algunas regiones estaban exentas y en otras se pagaba
una tasa alta.

Los resultados.

El sistema mercantilista ha sido criticado especialmente por los


partidarios de la economía de mercado. La poca eficacia de la prohibición
de extraer capitales y metales preciosos del país ha quedado demostrada
por la reiterada emisión de decretos al respecto. En cuanto al crédito
467
público, indispensable para los intercambios, Francia no contó con una
banca hasta 1715. Sin embargo, la aplicación de las medidas propuestas
por Colbert chocó con una serie de dificultades: las guerras contra las
potencias extranjeras, el declive demográfico que fue sensible y provocó
cierta recesión de la agricultura, base económica del reino; un bajón en la
producción artesanal al resentirse la demanda de productos debido a la
recesión; el aumento de la presión fiscal que no favorecía la reactivación.

La revocación del Edicto de Nantes tampoco fue beneficiosa para la


economía francesa. Aceleró el éxodo de protestantes, alrededor de
400.000, que fueron acogidos en el extranjero por su competencia y
capacidades comerciales y provocaron la transferencia de tecnología que
benefició a otros estados. Además produjo el debilitamiento de la
industria y del comercio y una crisis de desconfianza en el mundo de las
finanzas.

Otro aspecto negativo fue la prohibición de encarar actividades


comerciales e industriales que pesaba sobre la nobleza. Aunque se
hicieron algunas excepciones, como las referidas al comercio marítimo, y
aparecieron obras que exaltaban la profesión de comerciante, el temor a
derogar impidió que los nobles intervinieran en la economía francesa.

El resultado fue variable en cuanto a la productividad, pero grandioso y


duradero en beneficio de las ciudades y de las industrias. Si bien el
colbertismo tenia sus contradicciones, oponía el interés de la ciudad al
del campo; favoreció a unas empresas en detrimento de otras, etc.

Algunos elementos contrariaron o deformaron los planes, como la


Guerra de Holanda, el hecho de que los súbditos estuvieran más
interesados en embarcarse en la guerra que en batallas económicas, de
que los negociantes (de Marsella o Nantes, etc.) no se interesaran en las
Compañías y prefirieran ser armados en corso o en sociedades a la carta.

468
Aunque no se creó una nobleza comerciante, sí se permitió que los
concesionarios ennoblecidos pudieran continuar con sus negocios.
Colbert pretendía que los fondos de los particulares fueran sustituyendo
progresivamente a los del Estado para que se llegara a la libertad de
comercio. Pero, la falta de capitales, la resistencia de los mercaderes, el
hecho de que muchos accionistas fueran parisinos, la lejanía, el costo de
las expediciones, la falta de buenos administradores, la escasez de colonos
y barcos para competir con países rivales, frenaron los planes y llevaron al
fracaso de las Compañias. Tampoco los artesanos y obreros demostraron
gran celo por obedecer las directrices del ministro. Sin embargo, las
manufacturas del Estado funcionaron bien aunque el resto no fue rentable
ni durable.

La obra de Colbert hay que analizarla en el contexto histórico en que se


desarrolló. El monopolio mercantilista era el sistema económico que
imperaba en ese momento, con todas sus ventajas y desventajas. España
aplicaba el monopolio con América a través del Sistema de flotas y
galeones y su política variaría recién en el siglo XVIII con las reformas de
Carlos III. La Casa de la India lusitana ejercía el monopolio absoluto
sobre el comercio entre las Indias y Portugal. En Inglaterra el
proteccionismo quedó establecido por el Acta de Navegación de 1651,
aunque ya Isabel I había tomado algunas medidas en este sentido.
Holanda desarrolló un sistema distinto basado en las compañías de
comercio privadas que luego fueron unificadas en la Compañía de las
Indias Orientales que encarnó la función marítima del Estado holandés y
se enfrentó al resto de las naciones no sólo en el plano comercial sino
también en el bélico. Recién a finales del siglo XVII pero especialmente en
el siglo XVIII los países europeos se inclinarán por la fisiocracia y el libre
comercio.

469
La industria francesa en la época de Colbert se enriqueció tanto en la
cantidad como en la calidad de sus productos. Estableció la marca de
fábrica que luego fue instaurada por todos los Estados. El tesoro francés
incrementó sus recursos y esto le permitió a Francia no sólo desarrollar
una activa política exterior, intervenir en sucesivas guerras y consolidar
su hegemonía, son también volcar los beneficios en la construcción de
fortalezas, palacios, edificios públicos, entre los que se contaron
hospitales y hospicios, canales de navegación, rutas terrestres, que dieron
trabajo a buena parte de la población. Además el Estado francés pudo
colonizar parte de América del Norte y de las Antillas; asentarse en la
India, Senegal, Guinea; por el fabuloso incremento de su marina mercante
y de su armada tuvo presencia en todos los mares del mundo. Otros
méritos del Colbert fueron establecer el presupuesto del Estado, realizar
encuestas permanentes para saber cuál era la situación y poder ir
variando las medidas económicas de acuerdo con una política pragmática.

No fue querido por el pueblo, era consciente de su penuria, aunque


redujo la talla no se preocupó mucho por su bienestar, la gloria del Rey y
del Estado estaba por encima de los súbditos. Si bien en los últimos años
del reinado el peso de la Guerra de Sucesión de España se hizo sentir y
ocasionó el endeudamiento del tesoro nacional, normal en periodos de
guerra prolongada, no puede decirse que Francia fuera un país pobre
dentro de los parámetros de la época. Lo prueba la rápida recuperación
económica que se operó en el periodo de la Regencia.

470
UNIDAD DE FE, UNIDAD NACIONAL

Las distintas formas de vivir la religiosidad

En la Francia del siglo XVII y XVIII la vida cristiana fue de gran


intensidad y se vivía de manera cotidiana. La irreligiosidad de las “luces”
afectó a pocos hombres, que la masa de los franceses permaneció aun
cristiana después de la Revolución.

Desde principios del siglo XVII se comenzaron a aplicar las


disposiciones del Concilio de Trento que se materializaron
471
especialmente a través del apostolado. Las predicas itinerantes recibieron
el nombre de misiones que eran realizadas por teatinos, capuchinos,
jesuitas, etc., y se realizaban con gran intensidad para lograr la
reconversión de los hugonotes. El clero secular se contagió de ese espíritu
misionero, imitó a los forasteros y se transformó también en misionero.

La Iglesia francesa era militante, preparada para la batalla para


conquistar nuevas almas y renovar la catolicidad. Esta religiosidad daba
pruebas de su organización. Es el cristianismo ascético y metódico de los
jesuitas el que se impone. Sin embargo, los Reyes muy católicos y sus
ministros persiguieron a las congregaciones y dejaron difundir libremente
escritos anticristianos. La sociedad se descristianizó por la influencia del
espíritu moderno que surge a partir de 1660. Por otro lado está la idea
filosófica de que el hombre debe ser feliz en la tierra y por otro por la
concepción política que afirma la separación de la Iglesia del Estado. Éste
se ocupa del bienestar en la tierra y la religión del más allá. La religión se
va transformando en un asunto individual, el cristiano en un exiliado de
la vida política y social.

Sin embargo, esta profunda religiosidad se manifiesta también en tres


cuestiones que ensombrecerían el reinado de Luis XIV: la revocación del
Edicto de Nantes, el jansenismo y el galicanismo. Las discusiones
teológicas que involucraron a eruditos y teólogos tanto católicos como
hugonotes y jansenistas, si bien fueron una demostración de la calidad
intelectual del clero francés, crearon un clima enrarecido y propiciaron el
descreimiento, el escepticismo, al pretender cada grupo ser el
representante de la verdad absoluta.

La Revocación del Edicto de Nantes.

En el contexto del siglo XVII, la unidad religiosa todavía significaba la


unidad de la Nación. Era inconcebible que el príncipe más poderoso de la

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Cristiandad, cuyo poder provenía de Dios mantuviera un dualismo
religioso en sus Estados.

Diversas circunstancias van a influir para que se vayan tomando


medidas en contra de los hugonotes, que eran unos 800.000 en todo el
reino. La situación sociocultural era una diferencia bastante abismal, ya
que los hugonotes eran instruidos y poseían muchas riquezas, en cambio
los católicos eran pobres, y raramente tenían un catecismo como
instrucción. En la búsqueda de la unidad de fe se destaca de labor
misionera que desarrolló la Iglesia católica aplicando lo establecido en el
Concilio de Trento y buscaba la conversión de los hugonotes. Con ese fin,
los obispos realizaban recorridos pastorales exhortando a la abjuración,
se organizaban misiones en las regiones de población protestante, etc.

Las medidas que afectaban a los reformados se fueron dictando de


manera progresiva. En 1679 se impusieron severas penas contra los
relajados y apostatas; se reglamentaron las abjuraciones; se suprimieron
las Cámaras integradas en partes iguales por miembros de ambos credos.
En 1680 se prohibió a los católicos abjurar de su religión. Poco después se
autorizaban las dragonadas para lograr la conversión masiva de los
reformados. Con ese fin se enviaron tropas de soldados (dragones) y se las
alojó en casas de familias protestantes. Esto motivo una multiplicidad de
abusos que en definitiva, lograba la conversión por la fuerza de las
familias anfitrionas. Además el Rey estableció que los hijos de hugonotes
podían a los siete años optar que religión profesar y que sus padres no
tenían derecho a educarlos en su religión. Los intendentes aplicaron las
medidas y elevaron censos a Versalles demasiado optimistas con respecto
a la cantidad de conversiones. Poco a poco fue creciendo el
convencimiento de que con las medidas restrictivas aumentaban las
conversiones.

473
En 1682 se multiplicaron las dragonadas; se aplicó cada vez de forma
más estricta el Edicto de Nantes; se demolieron templos protestantes, se
prohibieron ciertos oficios para los hugonotes, así como las reuniones
fuera de los templos y sin la presencia de pastores. También estableció
que los bienes de aquellos serian confiscados en caso de emigración; se
redujo la reunión de los Consistorios y cuando lo hicieran debían contar
con la presencia de un juez real. Los protestantes perdieron el derecho a
estudiar ciertas carreras como abogacía o a escribir obras de teología.

Todas estas medidas van a favorecer tanto las emigraciones como las
conversiones forzadas y van a respaldar la idea de que, como no hay
protestantes, la legislación a favor de ellos, el Edicto de Nantes, ya no
tiene razón de ser. El Edicto de Fontainebleau de 1685 sancionó la
prohibición del ejercicio público de la religión reformada; obligó a los
pastores a convertirse en dos semanas o a emigrar; vedó al resto de los
fieles el derecho a huir del país y a llevarse sus bienes; se ofreció una
amnistía y la recuperación de sus bienes a aquellos emigrados que
quisieran volver y convertirse y se condenaría con penas severas quienes
no cumplieran el Edicto.

Los principales responsables del Edicto de Fontainebleau fueron el Rey,


como monarca absoluto, y sus ministros. Sin embargo, también muchas
personas influyeron en la decisión real, como los confesores y
predicadores que sostenían que la doctrina calvinista era herética y
diabólica; también influyeron los obispos y los intendentes en sus
informes sobre las elevadas cifras de conversiones que hicieron que el Rey
pensara que la unidad religiosa era una realidad al alcance de la mano.

Hubo dos formas de política represiva contra los hugonotes. Por una
parte, las restricciones, la supresión de la libertad de culto, la exclusión de
los empleos, y por otra, la conversión forzada por coacción. Mientras las
primeras eran solicitadas por los católicos devotos, por la Asamblea del

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Clero, las segundas no. La política religiosa de Luis XIV consistía primero
en convertir, luego revocar, después convencer. Esta política podría
basarse en el método mecanicista de Pascal, difundido entre las elites y
los gobernantes, pues al considerar al hombre formado por distintas
piezas, las autómatas y el espíritu, para convencerlo era necesario primero
pautar su automatismo reglando sus hábitos. Era la lógica del dragón
seguido de la fuerza. Para la justificación teológica al empleo de la fuerza
se recurría a San Agustín.

Entre las consecuencias del Edicto de Fontainebleau podemos nombrar


la emigración de numerosos industriales, instruidos, activos, ricos, que se
radicaron en países enemigos de Francia y que aportaron sus capitales y
técnicas en contra de ella. Desde el punto de la fe católica implicó
conversiones forzosas, sacrilegios; que muchos nuevos católicos, mal
convertidos, sin la guía de sus pastores se cerraran en sus prejuicios,
dogmas y costumbres. Además a principios del siglo XVIII, en plena
Guerra de Sucesión de España, la revuelta de los camisards complicara la
situación interna y externa y obligará a las autoridades a usar tanto los
métodos persuasivos como la firmeza para lograr la pacificación en 1704.

El Rey, con la revocación, regresó a las reglas tradicionales del derecho


público francés, se logró la unidad religiosa y se estrecharon las relaciones
entre el Rey, los obispos, el clero medio y bajo, la burguesía, el pueblo
todos respondieron frente a la invasión extranjera. Se aseguró la
conformidad de las provincias recién conquistadas como Flandes y el
Franco Condado. Le permitió a Francia contar con los elementos morales
necesarios para luchar por el trono de España para Felipe de Anjou.

Pero las conversiones no fueron reales. De todas formas, no desapareció


del todo el protestantismo pero si se logró la unidad religiosa que tanto se
ansiaba.

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La cuestión jansenista

Las raíces de la oposición real al jansenismo hay que buscarlas por un


lado en la Fronda ya que la mayoría de los Parlamentarios de París eran de
esa tendencia, en la falta de convicción galicana de los jansenistas y, por
otro, en la diferencia entre el idealismo sin compromiso civil de estos y el
pragmatismo tanto de los reyes como de sus cardenales-ministros.

El jansenismo ya había sido condenado en Francia en la época de


Richelieu. Sus adeptos, tanto laicos como clérigos, se reunían en el
monasterio de Port-Royal alrededor de la familia Arnauld; eran personas
de buen nivel intelectual y alta posición social y habían creado pequeñas
escuelas. La doctrina se basaba en las ideas de Jansenio, cuya obra,
publicada después de su muerte (1640), el Agustinus, postulaba que el
pecado original corrompe totalmente la naturaleza humana y la mueve al
pecado; la inclinación del hombre hacia el bien o el mal depende de la
gracia eficaz que es gratuita; niega la libertad humana y se coloca cerca de
la predestinación calvinista. Pone énfasis en las Escrituras, en el culto
íntimo, la vida austera, en la mortificación y en la severa moralidad.

Jansenio se oponía a la casuística jesuita porque estos minimizaban los


efectos del pecado original, consideraban que la gracia era eficaz si
colaboraba con ella la voluntad humana, que el hombre tenía libertad
para elegir. Para los jesuitas cuando el hombre dudaba entre lo que era
licito o no podía escoger un camino que fuera racional y no estuviera
contra los dogmas de la Iglesia.

Este sistema probabilístico era el que denunciaban los jansenistas


porque podía derivar en un relajamiento de las costumbres y allanar las
dificultades en el camino a la salvación.

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En defensa de las ideas de Arnauld, Blas Pascal publicó Cartas a un
Provincial que fueron condenadas por una Bula Papal. Cuando la Asamblea
del Clero quiso imponer un formulario obligando a los prelados a aceptar
la Bula muchos se negaron a firmarlo y Mazarino no quiso imponerlo por
la fuerza dada la calidad y los altos cargos que ocupaban los jansenistas.
En 1661 la Asamblea confirmó el formulario y un Edicto real estableció
que su firma era obligatoria por toda la jerarquía de eclesiásticos. Aunque
Arnauld tuvo que huir, sus amigos continuaron defendiendo su postura y
él mismo, hasta su muerte, siguió afirmando que sus ideas se basaban en
San Agustín y en los Padres de la Iglesia, no en Calvino ni en Lutero; si
reconoció la ausencia de confianza en las fuerzas humanas y que la
predestinación del creador reconfortaba al hombre.

Los amigos de Port-Royal siguieron actuando como una especie de


sociedad semisecreta con ramificaciones en medios eclesiásticos y
laicales. La negativa de algunos obispos a firmar el formulario hizo que el
Rey llegara a una tregua con el jansenismo y que el Papa se aviniera a un
compromiso, logrado en 1669 con la Paz Clementina.

Cuando una Bula papal de 1705 condenó muchas proposiciones


jansenistas, los galicanos movieron a la opinión pública contra Roma en
nombre de las libertades de la Iglesia de Francia. En ese momento es
cuando el jansenismo adquiere un matiz político. Al recrudecer las
controversias, en 1709, el Rey, decidió terminar con el Monasterio de
Port-Royal. Las viejas religiosas que aun vivían en él fueron expulsadas
por una fuerza militar y, al organizar algunos amigos del convento una
especie de peregrinación en su apoyo, Luis XIV ordenó la demolición de
las instalaciones.

Ante las nuevas disputas por la firma del formulario, Luis XIV recurrió
a la autoridad pontificia para que se expidiera sobre el tema. Por la Bula
Unigenitus (1713) el Papa se pronunció contra el jansenismo y condenó
477
ciento una proposiciones heréticas de las Reflexiones Morales, obra del
padre Quesnel, jefe del grupo luego de la muerte de Arnauld. Su
aplicación acarreó nuevamente conflictos y dividió al episcopado francés.
En los treinta años transcurridos desde el acuerdo de paz el jansenismo
había ganado terreno especialmente en el Parlamento de París. Esto,
combinado con un galicanismo hostil a toda intervención papal en los
asuntos del clero francés, motivó que esa corte se negara a registrar la
Bula y que Luis XIV recurriera al lecho de justicia para lograrlo. El
documento fue aceptado por doce obispos, pero quince se negaron a
hacerlo y fueron condenados al exilio. Otro motivo de pugna fue la
obligación que tenían los sacerdotes de expedir una papeleta de
aceptación de la Bula para poder impartir los sacramentos.

Para Meyer la querella jansenista emponzoñó la atmosfera religiosa


pero al mismo tiempo movilizó lo mejor, lo más talentoso de Francia.
Considera que los discípulos de Jansenio eran intransigentes, secos, poco
humanos. Afirma que la doctrina se encarnó en la burguesía y la alta
nobleza de toga parisina, honesta, respetuosa de la palabra de Dios,
impregnada de jurismo y de posiciones irreductibles.

Considera que los jesuitas eran más seductores, amables, buenos


pedagogos, pero también intransigentes. Las querellas entre ambos
grupos le costaron caro a Francia y al catolicismo pero también
produjeron una renovación en la Iglesia de Francia que tuvo un apogeo
intelectual sin precedentes. Posteriormente, la cuestión jansenista
fomentará la animadversión hacia los jesuitas, creará divergencias en el
clero, hará intervenir al poder civil en asuntos de religión, abrirá brechas
en la Iglesia que serán aprovechadas después por los filósofos de la
Ilustración.

El Galicanismo

478
El Galicanismo “designa una doctrina, y también una conducta del clero y de la
nobleza francesa, que tiende a afirmar algunos privilegios propios de la Iglesia de
Francia, particularmente a confirmar una cierta independencia de Roma y una cierta
supremacía del rey sobre la Iglesia”. Además afirma la supremacía del Concilio
sobre el Papa.

El Galicanismo expresa una forma particular de concebir la unidad y la


catolicidad de la Iglesia francesa, componiéndose de tres elementos:
Iglesia galicana, libertades galicanas y galicanismo. La Iglesia del reino de
Francia es una parte del Estado, el clero es el primero de los tres órdenes y
está presente en las distintas instituciones de gobierno. Tiene privilegios,
como poseer su propia asamblea representativa (Asamblea del Clero de
Francia), negocia además con el Rey la participación financiera del clero
en las cargas del Estado.

Las libertades galicanas pueden ser interpretadas de dos maneras. Para


los jurisconsultos son un conjunto de normas antiguas, de franquicias
concedidas por los pontífices a la Iglesia de Francia. Pero en la práctica
fueron un dispositivo de defensa antirromana, pues tendían a limitar la
autoridad del Papa, a proteger a los obispos y al Rey de los abusos
papales. Entre las libertades que protegían a los obispos se pueden
mencionar el no establecimiento de la Inquisición en Francia; que el Papa
no podía ordenar al clero francés ni otorgar dispensas. Con respecto al
Rey, éste no tenia superior temporal, no lo eran ni el Papa ni el
Emperador; los decretos conciliares y bulas papales no podían publicarse
so no eran leyes del Estado o si no eran previamente aceptadas por el Rey
y registradas.

Sin embargo, el Papa intervenía en el nombramiento de los beneficios


eclesiásticos,; instituía a los obispos, que eran nombrados por el Rey pero
luego de un proceso consistorial realizado por el nuncio. También el
Pontífice controlaba las órdenes religiosas, las aprobaba, les acordaba
479
dispensas y privilegios. Todas las instituciones eclesiásticas francesas
tenían un procurador en Roma para tratar sus asuntos.

El Galicanismo era, en definitiva, la reivindicación de las libertades


galicanas, podía ser más o menos moderado y se manifestaba en las
situaciones de crisis, tal como aconteció en 1673, cuando el Luis XIV
decidió, sin consultar a Roma, extender a todos los obispos su derecho de
regalía, es decir, el derecho de percibir las rentas temporales de los
obispados vacantes y nombrar a los beneficiarios. El obispado francés
aceptó el derecho salvo dos obispos que recurrieron al Papa. Inocencio IX
dictó sucesivamente tres medidas para frenar al Rey francés y hasta lo
amenazó con la excomunión. Como el conflicto no se resolvió Luis reunió
en 1681-82 a la Asamblea del Clero, donde se aprobaron cuatro artículos
galicanos que establecían:

1) El Papa ha recibido de Dios solamente el poder espiritual, el Rey


no le debe sumisión en cuestiones temporales;
2) El poder espiritual del Pontífice está sometido a la autoridad de
los Concilios ecuménicos;
3) La Iglesia francesa tiene sus propias reglas y costumbres que el
Papa no puede violar;
4) En cuestiones de fe no basta la infalibilidad papal, toda la Iglesia
debe consentir, confirmar la decisión papal.

Inocencio XI respondió no otorgando la investidura a los nuevos


obispos. La tensa situación continuó a pesar de la Revocación de Nantes,
signo de la fidelidad de la Iglesia francesa, y otros conflictos provocaron la
ruptura de relaciones con Roma. A raíz de la guerra exterior y la asunción
de un nuevo pontífice, Inocencio XII, se llegó a un acuerdo en 1693. El Rey
renunciaba a la subscripción formal pro el clero de los cuatro artículos
galicanos, pero Roma aceptaba la extensión del derecho de regalía del
soberano.

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481
VI. LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL REINADO

El siglo XVIII se iniciaba con la Guerra de Sucesión de España y con


una serie de adversidades climáticas, como el intenso frío de 1709 que
arruinó las cosechas, produjo hambre, migraciones, descontento y
aumento de vagabundos. Estas adversidades tienen su explicación en un
fenómeno conocido como la “pequeña edad glaciar” que duró desde 1687
hasta 1717. La población subalimentada fue presa de las epidemias y de las
carencias.

Ante la prolongación de la guerra surgieron grupos pacifistas que


actuaron hasta dentro del Consejo Real y se prédica llegó a los cuadros
intermedios del ejército. Para estos grupos la conservación de España era
un obstáculo invencible para la paz. En defensa de sus propósitos, Luis
redactó en junio de 1709 una carta a sus súbditos que debía ser difundida
por los gobernadores, intendentes y obispos. En ella explicaba que,
aunque había aceptado ceder en muchos aspectos, ahora le pedían que
abandonara a su nieto y se aliara a la Liga para luchar contra él; a pesar de
saber los sufrimientos del pueblo francés, creía que ellos tampoco
aceptarán unas condiciones tan contradictorias a la justicia y al honor de
los franceses.

El pedido real surtió efecto, los súbditos se movilizaron, la situación


militar mejoró. Se apeló al patriotismo para obtener recursos a través de
un nuevo impuesto, el décimo. El impuesto fue aceptado por los
humildes, disminuyó los privilegios sin dañar a los privilegiados.
Finalmente se arribará a la paz, Felipe renunciara a la corona francesa,
Francia a la unión de las dos monarquías y perderá algunas posesiones en
América, sin embargo, sus dominios coloniales eran más vastos que los de
Inglaterra y tenía sus fronteras naturales aseguradas.

482
Otro aspecto conflictivo será el referido a los hugonotes. Muchos de
ellos habían violado el Edicto de Fontainebleau, los pastores que no
emigraron seguían predicando, se realizaba el culto de forma clandestina
por lo que fueron duramente perseguidos. Durante la Guerra de Sucesión
de España, el asesinato del abad de Chayla (perseguidor de los
hugonotes) desencadenará, en 1702, la rebelión de los camisards. Los
hábiles jefes hugonotes harán fracasar en principio al ejército real, aunque
más tarde serán reducidos por la vía diplomática.

Nuevas adversidades convencerán al Rey de que está siendo castigado


por Dios, ya que entre 1711 y 1712 morirán, entre otros familiares suyos, su
hijo y su nieto. En marzo de 1712, el biznieto de Luis El Grande recibió el
título de Delfín. Sería el futuro Luis XV. Las muertes de los herederos
agobiaron al anciano Rey y preocuparon a la corte pues el duque de Anjou
tenía sólo dos años y en caso de morir Luis XIV, su sobrino Felipe de
Orleáns sería el Regente. A mediados de 1715 la salud de Luis declinó
súbitamente y hacia septiembre fallecería. Lo sucederá su nieto Luis, pero,
hasta su mayoría de edad, gobernará, hasta 1723, un Consejo de Regencia
presidido por Felipe de Orleáns.

La Guerra de los Treinta Años


André Corvisier
Vázquez de Prada

El panorama político europeo hasta 1519.

Desde la muerte de Felipe II en 1598 hasta el estallido de la Guerra de


los Treinta Años en 1618 reinó en Europa un ambiente de relativa
tranquilidad, aunque no exento de pequeños conflictos que presagiaban

483
una nueva guerra de gran magnitud. Las remotas hostilidades revelaban
fuertes tensiones latentes: la crispación religiosa en el Imperio, y la mortal
oposición entre Francia y los Habsburgo. Los conflictos estuvieron
localizados, por un lado, en la región renana, por su situación estratégica
para el Imperio, y en el norte de Italia, por otro. Ambas regiones fueron el
campo de batalla entre Francia y España, siendo ésta ultima la que de
momento ganó la contienda gracias al asesinato de Enrique IV en 1610 y
el apoyo del partido devoto que alentaba la regente María de Médicis.

A la muerte de Felipe II, España seguía en guerra contra Inglaterra y


contra los rebeldes holandeses, aunque los españoles, bajo Felipe III
buscaron llegar a una paz satisfactoria. Respecto a Inglaterra, desde el
fracaso de la Armada Invencible, se había abandonado la idea de invasión
directa, pero se procuró el apoyo a los rebeldes irlandeses, como
contrapartida a la ayuda brindada por los ingleses a los rebeldes de los
Países Bajos. Al advenimiento de Jacobo I Estuardo se logró concertar
una tregua en 1604.
En los Países Bajos, reinaban los archiduques Alberto e Isabel Clara
Eugenia. En 1599, desde España, aprovechando las fuerzas disponibles
tras la firma de la paz con Francia, se decidió pasar a la ofensiva. Si bien
las armas españolas prevalecían con frecuencia sobre las fuerzas rebeldes,
el déficit financiero y los motines de los soldados al no percibir sus pagas
fue la causa principal por la cual España vio fracasar sus tentativas de
doblegar la resistencia rebelde.
Por su parte, la República Holandesa, dirigida por Oldenbarnevelt, que
veía los daños que los embargos de barcos holandeses ocasionaba al
comercio regular con España, no obstante el botín que sus escuadras
lograban en ultramar, hizo una propuesta de paz a España en 1606. Para el
gobierno hispánico la propuesta llegaba muy oportunamente porque el
estado de su Tesoro y de la economía en general habían llegado a una

484
situación insostenible y si bien se veía en algunos ministros como algo
degradante e inaceptable negociar con los rebeldes en igualdad de
condiciones, la realidad terminó por imponerse y en 1609 las Provincias
Unidas firmaron una tregua por doce años en calidad de potencia
soberana.
Mientras se firmaba la tregua entre españoles y holandeses, en el
Imperio, las tensiones político-religiosas habían llegado a una situación
límite. Los protestantes –tanto luteranos como calvinistas– ante la
presión católica, impulsada sobre todo por Maximiliano de Baviera y por
el Emperador Rodolfo II, decidieron en 1608 formar la Unión
Evangélica. La formación de esta liga forzó a los católicos a seguir el
mismo ejemplo, constituyendo la Liga Santa en 1609.
En Italia, lo que estaba en litigio, por parte de España, eran sus
dominios en la península y el mantenimiento de la “ruta española” esto es,
el camino por el que las tropas y el dinero español podían llegar desde
España, vía Génova y Milán, hasta Bruselas, y las comunicaciones con la
Alemania de los Habsburgo. Enrique IV había fortificado sus fronteras
orientales con el fin de dificultar el camino español y también buscó la
mejor cooperación posible con los Estados amigos, aprovechando el
sentimiento de repulsión hacia el dominio español.
Los conflictos se localizaron en Monferrato y en la Valtelina, dado que
se encontraban en el comienzo de las comunicaciones desde Lombardía,
clave de la política española en el norte de Italia, hacia Flandes y hacia
Alemania, respectivamente. La Lombardía española estaba flanqueada al
Este por Venecia y Mantua y al Oeste por el Piamonte y Monferrato.
Mantua y Monferrato pertenecían a la casa ducal de los Gonzaga. La
Valtelina era un valle que ofrecía rutas militares, difíciles, pero
practicables desde Milán hacia el Tirol, por el Este, y hacia el Rin, por el
Norte. Era una de las encrucijadas por las que en una y otra dirección

485
pasaban mensajeros, tropas y dinero. Su población, fundamentalmente
católica dependía de las Ligas Grisonas, mayoritariamente protestantes
zwinglianos, y formaba parte de la Confederación Suiza.
El Duque Carlos Manuel de Saboya, pretendiendo convertirse en el
“Libertador de Italia” de la opresión española, decidió ocupar el
Monferrato en 1614, aliándose con Francia y con Venecia. El Duque de
Mantua, aliado de España, solicitó la ayuda de los virreyes españoles que
lograron rechazar con éxito la invasión de Carlos Manuel y obligaron a
éste a devolver lo conquistado al duque de Mantua.
En cuanto a la Valtelina, los intereses conjuntos de Francia y Venecia se
opusieron allí a los de España y Austria. Enrique IV había firmado en 1602
un acuerdo de amistad con las Ligas Grises; pero el gobernador español
del Milanesado ocupó el mismo año ciertos territorios que le
proporcionaba a Lombardía una salida al mar Tirreno, a la vez que mandó
construir algunos fuertes para tener el control de la Valtelina. La revuelta
de Bohemia convertiría en 1618 a la Valtelina es pieza esencial tanto para
España como para Austria, pues aseguraba la posibilidad de ayuda militar
desde Italia al Imperio.
Los orígenes del conflicto. La cuestión bohemia.
Bohemia representa un caso particular dentro del Imperio. Forma un
Estado que comprende Bohemia propiamente dicha, más Moravia, Silesia
y las dos Lusacias, cada una de las cuales tiene su propia dieta. La corona
es electiva, pero desde 1526 la conservan los Habsburgo. La situación
religiosa es compleja porque Bohemia ha quedado excluida de la Paz de
Augsburgo, aunque los católicos constituyen una minoría (en general es
la clase dirigente); más numerosas eran otras dos confesiones religiosas
nacidas de la revolución hussita del siglo XV: la Iglesia utraquista y la
“Unión de los Hermanos”; ambas fundadas en el patriotismo checo
antialemán; finalmente existían comunidades luteranas y calvinistas.
486
La importancia de Bohemia radicaba en su estratégica situación entre
las tierras alemanas y los demás dominios de los Habsburgo (Austria y
Hungría). Por su condición de reyes de Bohemia los Habsburgo figuraban
en el colegio de siete electores imperiales. Pero la administración no era
fácil. El gran canciller, nombrado de por vida por el rey, debía tener en
cuenta las atribuciones de la Dieta, sin el acuerdo de la cual no podía
promulgar leyes constitucionales, imponer gravámenes ni conceder
privilegios. Rodolfo II intentó por medio de su canciller simplificar y
centralizar la administración en manos del monarca y de sus ministros, en
detrimento de la Dieta, provocando descontentos. Más grave aún era la
situación religiosa, ya que Rodolfo II procuraba favorecer el catolicismo
pero la resistencia protestante lo forzó en 1609 a conceder la “Carta de
Majestad”, por la que dejaba libertad completa de conciencia y amplia de
culto a los nobles, con la condición de unirse en una sola Iglesia, la
Confesión Checa. A esta institución se le daba participación en la Dieta y
sus derechos estarían garantizados por “defensores” elegidos por la
misma. Los católicos se sintieron disgustados por dichas concesiones.
Con el Emperador Matías (1612-1619), sucesor de Rodolfo, siguió una
relativa tranquilidad, pues estaba enfermo y trató de eludir el problema.
Como no tenía hijos, designó sucesor a su primo Fernando de Estiria,
ferviente católico. Fernando tuvo la prudencia de confirmar los privilegios
de Bohemia y especialmente la Carta de Majestad. Pero los católicos, que
habían acogido con particular agrado su elección como Rey de Romanos,
se animaron a reducir el culto protestante.
La defenestración de Praga y el estallido del conflicto checo.
En 1617 durante el viaje del Emperador Matías a Hungría para hacer
reconocer a Fernando como su sucesor, un incidente más en la
interpretación de una cláusula de la Carta de Majestad hizo estallar el
conflicto. El Consejo de Regencia, compuesto por siete católicos y tres
protestantes, ordenó la destrucción de dos templos ilegalmente
487
construidos en 1614 al norte de Bohemia. El asunto empeoró cuando en el
invierno de 1617-1618 el Consejo de Regencia estableció censura sobre
libros impresos, prohibió la utilización de subsidios católicos para pagar
a ministros protestantes y negó a los no católicos el desempeño de cargos
públicos. Enojados los protestantes convocaron una asamblea restringida
en 1618 en la que los “defensores de la fe” fueron comisionados para dirigir
una queja al Emperador. Matías, desde Viena, respondió que los
“defensores” se habían sobrepasado en sus derechos y que la asamblea era
ilegal. Algunos miembros radicales de ésta decidieron explotar el
incidente para provocar una ruptura con los Habsburgo, a fin de
preservar sus libertades políticas y religiosas amenazadas. Persuadidos de
que la respuesta real había sido dictada por los lugartenientes que
gobernaban Praga en nombre del rey, subieron al castillo de Hradschin,
mientras la multitud se levantaba en las calles, y arrojados por la ventana
a dos de los funcionarios del Emperador. Aun cuando en la caída no
sufrieron daño de importancia, la “defenestración” se convertiría en acto
simbólico de rebelión contra la voluntad real.
Los sublevados dan a Bohemia una constitución que extiende el poder
de los Estados. Un directorio donde los tres órdenes: señores, nobles,
ciudades, están representados sustituye al Consejo de Regencia. Pero no
se intenta siquiera arrebatar la corona al rey Matías, que por lo demás se
muestra inclinado a negociar. Su muerte en 1619 precipitó los
acontecimientos hacia un rumbo funesto. Fernando de Estiria, su sucesor,
tanto por el prestigio de su dinastía como por la cuestión religiosa, estaba
deseando intervenir. Pero los Estados de Bohemia rehusaron reconocerle
y proclamaron rey al nuevo elector palatino Federico V, príncipe
calvinista y jefe de la Unión Evangélica. A los pocos días la Dieta de
Frankfurt coronaba Emperador a Fernando por unanimidad.
Razones por las cuales la guerra se extendió a toda Europa.

488
En efecto, en su origen, la guerra era una cuestión alemana y su causa
principal el deseo de Fernando II de eliminar el protestantismo en sus
territorios patrimoniales y transformarlos en un Estado centralizado y
católico. Lo mismo pensaba, en la medida posible, del Imperio. Por ello,
los príncipes protestantes y también algunos católicos se sintieron
amenazados o recelosos. Pero los problemas del Imperio tenían incidencia
en toda Europa, dados los múltiples intereses implicados y la fuerte
tensión internacional. En el momento en que comenzaba el conflicto
checo, la tregua de los Doce Años concluiría, reanudándose el conflicto
entre España y las Provincias Unidas. La corte de Madrid se veía también
obligada a intervenir en ayuda del Emperador, primordialmente por
razones estratégicas: mantener las comunicaciones terrestres entre
España e Italia hacia los Países Bajos. Además, la alianza Madrid-Viena,
con una victoria sobre los protestantes, aseguraría nuevamente el
predominio de los Habsburgo en Europa, con toda sus implicaciones
políticas y religiosas, pero también económicas, puesto que
indirectamente, tanto las Provincias Unidas como en el norte del Imperio,
se jugaba el dominio del Báltico.
Estas implicaciones comerciales y religiosas no podían ser ajenas a los
soberanos de Dinamarca y Suecia. Como monarcas luteranos se veían
impulsados en ayudar a sus hermanos de fe; como monarcas ambiciosos –
aunque rivales entre sí– coincidían a oponerse a la influencia del Imperio
sobre el norte de Europa. Francia, por su parte, no intervino directamente
durante los primeros años a causa de sus dificultades interiores
(hugonotes), pero se vio obligada a intervenir para proseguir la lucha a
ultranza contra los Habsburgo. Tanto Richelieu como Mazarino
buscaron asegurar las fronteras francesas frente al poder de España y
evitar que los miembros de la casa de Austria “sean señores absolutos de
Alemania”.
Características de la guerra.
489
Al comienzo de la contienda los ejércitos eran todavía mercenarios
reclutados por sus propios jefes en Alemania, Suiza, Italia y en otras
partes. El único lazo de unión entre ellos era el caudillo que los había
reclutado y bajo cuyo mando combatían; su fortuna estaba ligada a la de
aquél. Estos capitanes, simples aventureros, tenían como problema
fundamental la paga de sus soldados. Por esta razón, al atravesar los
países –amigos o no– practicaron el pillaje, acompañado de los peores
horrores. El armamento de estos mercenarios apenas experimentó
innovaciones. El interés por conservar a sus hombres aconsejó a estos
capitanes aventureros una estrategia conservadora: el asedio a plazas
importantes y el mantener el país ocupado, mientras se observan los
movimientos del enemigo, con la esperanza de agotarlo o que se deshaga
ante las dificultades. Se trató de evitar, en lo posible, la batalla decisiva
que conlleva la destrucción.
La intervención de Suecia, en 1631, cambió profundamente las
condiciones de la guerra. Gustavo Adolfo utilizó mercenarios, pero el
núcleo de su ejército estaba constituido por soldados suecos animados
por un ideal patriótico y una fe luterana, a quienes les era pagado un suelo
regularmente y podía exigírseles una disciplina. Por otra parte, gracias a
los progresos de su industria metalúrgica, el ejército sueco poseía armas
de fuego modernas, dándoles a las tropas una gran movilidad, base
principal de sus éxitos.
El aplastamiento de la revuelta de Bohemia.
Federico V, después de muchas vacilaciones, aceptó la corona de
Bohemia y fue coronado en Praga en 1619. Su situación no era nada segura
ya que el ejército bohemio era mediocre. La Liga Evangélica vacilaba en
comprometerse, mientras que el elector de Sajonia, aunque luterano, se
puso de parte del Emperador con la vaga promesa de la entrega de las dos
Lusacias. Fuera de Alemania, Federico tampoco halló mucha ayuda. Su

490
suegro Jacobo I Estuardo, que estaba en buenas relaciones con España, le
aconsejo abandonar la corona bohemia. En Francia, Luis XIII, que
acababa de casarse con una infanta española, veía sobre todo en la
revuelta de Praga un ataque a la Iglesia Católica; y las Provincias Unidas,
preocupadas por la inminente guerra contra España, estaba
geográficamente muy lejos para ayudarle. Solo el Principado de
Transilvania pudo prestar ayuda eficaz a Federico. Sin embargo, éste
príncipe era inexperto, además de ser un calvinista intransigente que no
conocía la lengua checa y no consiguió conciliarse con sus nuevos
súbditos.
Fernando, por su parte, disponía del apoyo de las tropas españolas, del
príncipe elector de Sajonia y del duque Maximiliano de Baviera. Hacia
1620, mientras los tercios de Ambrosio Spínola entraban en el Bajo
Palatinado, el elector de Sajonia ocupaba Lusacia y las tropas bávaras al
mando del belga Tilly invadían Bohemia por el sur y marchaban sobre
Praga. Los confederados checos, aunque superiores en número, no tenían
mandos expertos. Las tropas católicas vencieron a los bohemios en la
batalla de la Montaña Blanca, tras la cual Federico V huyó de Praga
precipitadamente, siendo acogido en el exilio en territorio del elector de
Brandeburgo.
Tras la batalla, Bohemia y Moravia fueron ocupadas casi sin resistencia.
Entonces Fernando II impuso una dura represión. En Bohemia, además de
perder sus privilegios, especialmente los acordados por la “Carta de
Majestad” en 1621, se creó el Tribunal de excepción que pronunció penas
de muerte, prisiones y confiscaciones de bienes. Se dio una nueva
constitución, por la que el reino quedaba vinculado al patrimonio de los
Habsburgo; la Corona se proclamó hereditaria en esta familia; los Estados
perdieron sus funciones en materias legislativas; y los cargos serian
nombrados por el rey. Además se emprendió una germanización del país.
Pero fue más dura la represión religiosa. En 1621 fue abolida la Carta de
491
Majestad y se decretó al año siguiente la expulsión de los pastores
luteranos. En 1627 un decretó expuso a los checos y moravos en la
alternativa de adherirse al catolicismo o abandonar el país. Muchos de
ellos partieron a la vecina Sajonia. Desde 1520 los jesuitas se habían
instalado nuevamente en Praga, y en unos pocos años Bohemia y Moravia
vuelven, oficialmente al catolicismo.
Fernando II creyó necesario castigar al elector palatino, expulsándolo
en 1621 del Imperio. Federico tuvo que huir a las Provincias Unidas, dado
que los miembros de la Unión Evangélica mostraron su sumisión al
Emperador. El Palatinado fue repartido entre Maximiliano de Baviera y
España. Esto significaba el triunfo católico con el Imperio, pues de los
siete miembros del colegio electoral, los príncipes protestantes quedaban
reducidos de tres a dos.
Los planes conjuntos de Olivares y del Emperador respecto a los
mares del Norte.
Entretanto, desde España, el conde-duque de Olivares planeaba
restablecer en Europa el poder del catolicismo y de la monarquía
hispánica. Primero quiso quebrantar la resistencia de las Provincias
Unidas; después mantener posiciones estratégicas indispensables como la
Valtelina. Uno de sus proyectos, la reconstrucción del poderío marítimo
español, debía realizarse con el apoyo de Viena para poder ocupar el Mar
del Norte y el Báltico, arrebatándoles el comercio a los holandeses.
Los protestantes alemanes, por su parte, terriblemente amenazados por
la entente Madrid-Viena, consiguieron ayuda del exterior: primero fue
Francia, donde Richelieu había tomado conciencia del gran peligro que
representaba la fuerza de los Habsburgo unidos. Sin embargo, ocupado
por los problemas internos causados por los hugonotes, solo pudo
intervenir indirectamente animando a los adversarios de los Habsburgo,
concretamente a Saboya y a Venecia, consiguiendo, por el Tratado de
492
Monzón (1626) la retirada provisional de las tropas españolas de la
Valtelina.
La intervención de Dinamarca.
El campo protestante estaba dividido. Suecia y Dinamarca deseaban si
duda intervenir a su lado, pero se sienten sobre todo preocupadas por su
rivalidad comercial, que las Provincias Unidas atizan a fin de asegurarse
su comercio del mar Báltico. El rey de Dinamarca, príncipe del Imperio
por su ducado de Holstein, obtiene ciertos territorios para su hijo
menor, comarcas que son amenazadas por los avances de las tropas
católicas de Tilly. Además, para prevenir una iniciativa sueca, Cristian IV
concluye una alianza con el círculo de la Baja Sajonia, las Provincias
Unidas e Inglaterra, entonces en guerra con España. El Emperador confía
la leva y la dirección de un ejército a un noble checo, Wallenstein. En
tanto que Tilly derrota a Cristian IV en la batalla de Lutter, Wallenstein
alcanza el mar Báltico y se hace atribuir Mecklemburgo en 1626.
El año 1629 ve el apogeo de Fernando II y de la política de Olivares.
Cristian IV tiene que firmar la Paz de Lübeck, por la cual abandona los
territorios de su hijo menor. Olivares intenta eludir el poderío marítimo
de las Provincias Unidas suscitando las empresas bálticas de Wallenstein.
Pero éste, nombrado por el Emperador <<general de los mares Océano y
Báltico, se enfrenta a los suecos.
La recatolización del Imperio: el “Edicto de Restitución”.
También Fernando II creyó necesario reponer al catolicismo en su
situación de derecho, de acuerdo con los tratados todavía en vigor y que
habían sido conculcados por los protestantes. A seguida de las victorias
imperiales, ya algunos obispos habían iniciado procesos para recuperar
los bienes que la Iglesia había perdido. En 1629 el Emperador promulgó el
“Edicto de Restitución” por el cual los católicos podían reivindicar todos

493
los bienes eclesiásticos que no dependían directamente del Imperio y que
les habían sido arrancados después del Tratado de Passau (1552); todos
los obispados, fundaciones y abadías dependientes directamente del
Imperio, administrados o confiscados por los protestantes después de la
Paz de Augsburgo debían volver a propiedad de los católicos; el jus
reformandi ilimitado debía ser garantizado exclusivamente a los príncipes
imperiales católicos t los calvinistas expresamente excluidos del beneficio
de la paz de religión.
La ocupación de los obispados del norte de Alemania seria causa de
tensiones entre Fernando II y Maximiliano de Baviera. Pero más grave
todavía fue que provocó la formación de un frente unido protestante y
decidió a Gustavo Adolfo a intervenir en Alemania.
Fernando II, con el apoyo del ejército de Wallenstein, estaba dispuesto
a extirpar el protestantismo en Alemania y a transformar la dignidad
imperial en un poder monárquico absoluto y hereditario. Esta política,
solidaria de la de Madrid, se proponía establecer nuevamente en Europa
el dominio universal de la Casa de Austria. De ello fueron tomando
conciencia cada vez más los príncipes alemanes y todos los poderes
europeos, e incluso esta política, suscitó la suspicacia de un cierto
número de príncipes católicos, sobre todo de Maximiliano de Baviera, que
si deseaba el triunfo de la Iglesia católica, no querían que se modificase el
status del Imperio; además veían con inquietud el temible ejercito de
Wallenstein, de unos 100.000 hombres, recorrer toda Alemania con
encargo imperial de aplicar el Edicto pero acometiendo a gravosas
contribuciones o a pillaje igualmente los territorios católicos y
protestantes.
La intervención de Suecia y la guerra encubierta de Francia.
Cuando en 1630 Fernando reúne la Dieta de Ratisbona para poder la
elección de su hijo como Rey de Romanos, tropieza con las intrigas de
494
Richelieu, pues los enviados del cardenal francés no sólo contribuyen a la
negativa de acceder a la demanda del Emperador, sino que le obliga a
deshacerse de Wallenstein y a renunciar a una política ambiciosa.
El imperialismo de los Habsburgo tropieza en 1629-1630 con dos
obstáculos: la toma de posición de Suecia en el Báltico y el despertar de la
política francesa. Tras la derrota de Cristian IV, Gustavo Adolfo tiene las
manos libres para actuar en el norte de Alemania y puede presentarse
como único campeón del protestantismo en el Imperio. Richelieu, por su
parte, negocia con Suecia el Tratado de Barvalde, por el cual, a cambio del
respeto al culto católico, Francia promete sostener un ejército sueco
operando en el Imperio.
Sin embargo, en unos meses la situación en Alemania y los cálculos de
Richelieu se ven trastocados por las victorias de Gustavo Adolfo. Cuando
éste, a la cabeza de un importante ejército, entra en campaña, no puede
contar más que con el apoyo, bastante reticente de Brandemburgo. Los
príncipes protestantes prefieren salvaguardar sus intereses mediante un
acuerdo con Fernando II, ya más moderado. Pero en 1631, el saqueo de
Magdeburgo por el ejército de Tilly conmueve a la opinión protestante y
alía a los príncipes vacilantes con Gustavo Adolfo. En septiembre de ese
mismo año, Gustavo Adolfo obtiene la victoria de Breitenfeld, saludada
como un desquite de la Montaña Blanca. Desconcertado, el Emperador
retira a Wallenstein. Gustavo Adolfo se convierte en el verdadero árbitro
de Europa. Mientras los sajones ocupan Bohemia, se dirige hacia el Rin y
se instala en Maguncia. Sus ejércitos asolan Alsacia, Lorena se ve
amenazada. Dado que el duque de Lorena, Carlos IV, intriga con España y
con Gastón de Orleans, Richelieu hace ocupar algunas de las fortaleces
de este Estado. Entretanto, Wallenstein vuelve a entrar en escena.
Impone al Emperador condiciones que le conceden un papel considerable.
Las operaciones toman el aspecto de un duelo entre dos grandes jefes.
Mientras Gustavo Adolfo derrota a Tilly, ocupa Baviera y entra en
495
Múnich llevando a su lado a Federico V, Wallenstein recobra Bohemia. El
rey sueco se repliega hacia el Norte. Ambos ejércitos se enfrentan en la
batalla de Lutzen (1632) En una refriega confusa y sangrienta,
Wallenstein es derrotado, pero Gustavo Adolfo encuentra la muerte.
Quizá los alemanes hubiesen podido intentar una reconciliación, pero a
las potencias extranjeras no les interesa. España y Suecia activan su
política. Francia y las Provincias Unidas, ya en guerra contra España, no
se inquietan por enfrentarse solos a Madrid. El año 1633 está lleno de
intrigas. El regente de Suecia y Richelieu tratan de retener a los príncipes
alemanes aliados suyos. Por otra parte, el Emperador se inquita por la
política personalista de Wallenstein, que negocia con el Elector de
Sajonia una reconciliación con los alemanes. Se pone secretamente en
contacto con Francia y Suecia. Estas consolidan sus posiciones en el
Imperio. La indecisión de Wallenstein, las sospechas que su actitud
despiertan en el Emperador arruinan la esperanza de restablecer la paz en
Alemania por el sometimiento del Emperador. Destituido por Fernando II
y traicionado por sus lugartenientes, Wallenstein muere asesinado en
1634.
Mientras tanto, apoyados por refuerzos españoles, los imperiales
obtienen sobre los suecos y sajones la victoria de Nordlingen (1634).
Richelieu no puede impedir que el Elector de Sajonia haga la paz con el
Emperador. El tratado se firma en Praga en 1635. En el tratado se
mantenían los términos de la paz de Augsburgo: se convenía un
compromiso con respecto a las restituciones (aceptando el estado de
hecho desde 1627 y durante cuarenta años); se concedía una amnistía
general y se disolvían tanto la Liga de Heilbronn como la Santa Liga. Sin
embargo, la situación es muy distinta a la de 1555, puesto que la paz no
favorece ni a España ni a Francia. Los españoles se refugian en el Rin y se
apoderan del Elector de Tréveris, protegido de Francia. Richelieu
concluye alianzas con Suecia y las Provincias Unidas (1635) y le declaran
496
la guerra a España. La paz alemana con el Emperador no es más factible
que la paz alemana sin él. Y además, la guerra alemana se convierte en una
guerra internacional.
La Guerra Europea.
Europa arde durante largos años (incluida Inglaterra, presa de la guerra
civil a partir de 1642). Los combates se extienden sobre el mar y las
colonias, donde los españoles se enfrentan a los holandeses y, después de
1640, a los portugueses. En este conjunto de conflictos destacan la guerra
entre Suecia y el Emperador y, cada vez en mayor grado, el duelo entre
Francia y España, representadas hasta 1642 por los dos grandes ministros
Richelieu y Olivares.
El imperialismo de los Habsburgo ha evolucionado desde 1630. Se
muestra menos conquistador y más ocupado por consolidar las firmes
posiciones heredadas. Por su parte, Richelieu lleva a Francia a la guerra en
un momento poco favorable, pero que la necesidad le impone. Se trata de
impedir la consolidación del “camino español” en torno a Francia o, lo que
es aun peor (porque, antes de 1638 el heredero de la corona es Gastón de
Orleans, que conspira con los españoles), el retorno a la situación
padecida ya por Francia a finales del siglo XVI.
Los comienzos de la guerra confirman las aprensiones de Richelieu con
respecto al poderío español. Fracasa una ofensiva combinada de las
fuerzas francesas y holandesas en los Países Bajos españoles. En cambio,
los españoles penetran en Francia hasta Compiêgne Y el Emperador
declara la guerra a Luis XIII.
El año 1637 resultó indeciso en el plano militar. El Emperador Fernando
II murió y fue sucedido por su hijo Fernando III, elegido Rey de Romanos
unas semanas antes. El nuevo Emperador siguió la política de su padre,
pero de manera menos enérgica y guardando las distancias respecto a

497
España. La situación de guerra se restablece a partir de 1638. Franceses y
suecos estrechan su alianza y penetran en el Sacro Imperio: los franceses
toman Brisach mientras los suecos ocupan Silesia y el norte de Bohemia y
los holandeses derrotan a los españoles en el mar (1639. Los franceses, que
se han reagrupado al llamamiento de Richelieu, expulsan a los españoles
de Francia y conquistan Arras en 1640.
El duelo franco-español pasa a primer plano. Olivares intenta arrebatar
la Lorena a los franceses y Richelieu el Piamonte-Saboya a la influencia
española. Richelieu tiene que reconquistar Lorena y ocupa Casal y Turín.
Revueltas y conjuraciones proporcionan la ocasión de intervenir en los
asuntos interiores del enemigo. Olivares sostiene a todos los adversarios
de Richelieu, mientras que éste alienta la sublevación de Cataluña, que
solicita la protección de Luis XIII y de Portugal (1640). Los
acontecimientos se vuelven a favor de Francia. Felipe IV retira su favor a
Olivares unos meses después de la muerte de Richelieu. El éxito de la
política francesa se acompaña del éxito de las armas. En 1643 los franceses
vencieron en la batalla de Rocroi al ejército español, dando fin a la
supuesta aura de invencibilidad de los tercios hispánicos.
En el Imperio los acontecimientos son más confusos, más aún porque
las negociaciones no han cesado. Fernando III se muestra más flexible que
su padre. Los suecos fracasan ante Praga pero llegan hasta Moravia. El
Emperador logra arrastrar a Dinamarca a una guerra contra Suecia y
Holanda (1649). La flota danesa es destruida y Francia impone su
mediación. Por el Tratado de Bromsebrô Dinamarca evita el
desmembramiento, pero tienen que ceder ciertas islas a los suecos y
conceder a los holandeses el retorno a peajes más ligeros para su navíos
que pasen el Sund (1645).
Las negociaciones de Westfalia.

498
De 1644 a 1648 el conflicto comprende dos aspectos. Por un lado, a
causa del cansancio, se piensa en la paz. Un congreso internacional se
prepara ya a la muerte de Richelieu. Se inaugura a finales de 1644 en las
vecinas locales de Münster para los Estados católicos (los representantes
del Emperador, los de los príncipes y ciudades del Imperio, del rey de
España, del de Francia, de las Provincias Unidas, de los Cantones suizos y
de varios Estados italianos) y en Osnabruck para los Estados
protestantes (Suecia, los príncipes protestantes y el Emperador), ambas
en la región de Westfalia. Por otro lado, dado que se pretende negociar
en las mejores condiciones posibles, las operaciones militares continúan
en todas partes. Mazarino prosigue la política de Richelieu con miras más
ambiciosas. Interviene activamente en Italia, sosteniendo la sublevación
de Nápoles contra España y proyecta un trueque de los Países Bajos
españoles por Cataluña, lo que inquieta a los aliados holandeses. Pero la
expedición a Nápoles termina en fracaso y los españoles retoman
Cataluña. Alemania sigue siendo el campo de batalla esencial y las ruinas
se acumulan en ella. Franceses y suecos tratan de ocupan los Estados
hereditarios de los Habsburgo, pero tropiezan con las mayores
dificultades para combinar las operaciones de sus ejércitos. Tras la
victoria obtenida en común en la batalla de Zummarshausen, franceses y
suecos avanzan hacia Viena, en tanto que los franceses consiguen frente a
los españoles una nueva victoria en Lens (1648).
La tarea del congreso de Westfalia es doble: restablecer la paz en el
Imperio y definir una nueva Constitutio germánica; restablecer la paz entre
el Emperador, Francia y Suecia. Ésta ultimas prendían el restablecimiento
en el Imperio de la situación religiosa de 1618 (lo que hubiera privado al
Emperador de todas las ventajas adquiridas entre 1619 y 1635) y
reclamaban también como precio de su intervención <<satisfacciones>>
territoriales y garantías para el futuro; Suecia pedía una fuerte
indemnización monetaria. Los Habsburgo procuraron deshacer la

499
coalición formada contra ellos. A este respecto, España firmó la paz
aparte con las Provincias Unidas. Por el Tratado de Münster la
República Holandesa veía reconocida su independencia y se le acordaron
varias ventajas comerciales y territoriales. España, liberada de toda
preocupación por éste lado y contando con al creciente impopularidad de
Mazarino en Francia, decidió continuar la lucha. Por el contra, el
Emperador, presionado por sus aliados alemanes, amenazado en sus
estados patrimoniales y en su misma capital por la doble ofensiva franco-
sueca de 1648, se resignó a abandonar a España y firmó entonces la paz
con Francia y Suecia.
La paz de Westfalia consagró en fracaso de las ambiciones de los
Habsburgo de Viena y la victoria política francesa. En efecto, imponían a
Fernando III el mantenimiento de la división religiosa del Imperio y el
debilitamiento de la autoridad imperial, algo que venía produciéndose
desde finales del siglo XV. No solamente las cláusulas de la paz de
Augsburgo fueron confirmadas, sino que, a instancias del príncipe-elector
de Brandeburgo, los calvinistas compartían en adelante con los luteranos
las ventajas acordadas a éstos en aquella paz. Además, si los príncipes, en
virtud del principio cujus regio, ejus religio mantuvieron el derecho a fijar
oficialmente la religión de su Estado, los habitantes que no estuvieran de
acuerdo podrían permanecer en el país y practicar su culto a título
privado. Además, se invalidaba la aplicación del Edicto de Restitución de
1629.
En nombre de las “libertades germánicas”, Francia y sus aliados
redujeron en cuanto les fue posible los poderes del Emperador,
reforzando en cambio los de los príncipes. Este reforzamiento del poder
de los príncipes instauró en Alemania una “anarquía institucionalizada”.
Se reconocía a los cantones suizos (“Cuerpo Helvético”) el derecho de
plena independencia y se proclamaba la libre circulación por el Rin. Este
nuevo orden establecido en el Imperio se colocaba bajo garantía de las
500
potencias firmantes, en primer lugar, Francia y Suecia, lo que concedía a
éstas el derecho de intervenir en los asuntos alemanes.
En la nueva Constitución germánica, los 350 estados alemanes recibían
supremacía territorial (Landeshoheit), es decir, independencia con la
única restricción de no firmar tratados dirigidos contra el Imperio y
contra el Emperador. Todas las cuestiones financieras, diplomáticas,
bélicas, etc., concernientes al Imperio debían ser aprobados por la Dieta
En particular las religiosas deberían ser acordadas por unanimidad, lo que
exigía largas discusiones entre los diversos credos y la transformación de
la Dieta en institución permanente. Esta Dieta venía a ser una especie de
Senado con el que el Emperador tenía necesariamente que contar.

En cuanto a las “satisfacciones” territoriales, Francia obtuvo en


Münster el reconocimiento oficial de “protección” sobre los Tres
501
Obispados de Lorena y la cesión, por Fernando III, de la plaza fuerte de
Brisach y de la mayor parte de Alsacia. Con estas concesiones, Francia
quedaba prácticamente dueña de la orilla izquierda del Rin. Los señoríos
alsacianos eran transferidos al rey de Francia con derechos absolutos para
impedir que el rey francés estuviera representado en la Dieta germánica.
Suecia recibió Pomerania oriental y una parte de Pomerania occidental,
con la desembocadura del Oder y el puerto de Stettin; el de Wismar, en
Mecklemburgo y al arzobispado de Bremen y el obispado de Verden. Con
estas concesiones controlaba las bocas de los tres grandes ríos alemanes
(Elba, Oder y Weser). Tales territorios eran cedidos a títulos de feudos
del Imperio, con lo que el rey de Suecia se convertía en príncipe del
Imperio y, por tanto, adquiría derecho a sentarse en la Dieta.
La Paz de Westfalia había salvado una vez más la existencia del
Imperio, aunque quitaba en adelante al Imperio de manera definitiva su
carácter de católico; le convertía en una formación paritaria, en la que los
dos grupos religiosos más importantes, estaban obligados a un mínimo de
tolerancia civil.

502
De las revueltas a las revoluciones

Alberto Tenenti

La situación política y social

Al subir al trono Jacobo I Estuardo en 1603 la aristocracia más antigua


del país había perdido una buena parte de su poder militar, a la vez que su
independencia política y financiera resultaba mermada por la inflación.
Además, a partir de 1530 el derecho a adquirir un blasón nobiliario ya no
dependía de la ascendencia ni de la sangre, sino de otros factores como
una buena reputación, un nivel de vida elevado y la posesión de tierras y
bienes inmuebles de cierta entidad.

La fuerza demográfica de Inglaterra aumentaba constantemente


llegando a finales del siglo XVII a tener cerca de cinco millones y medio
de habitantes. Ya fueren o no anglicanos, aceptaban indiscutiblemente la
soberanía del monarca y la orden de sucesión dinástica establecida. En
1587 el Pacto de Asociación excluyó del trono a quien hubiera instigado
crímenes políticos, es decir, cualquier tipo de restauración católica.

A la muerte de Isabel no estaba muy claro donde residía en última


instancia el fundamento de la soberanía, ya que la política de la soberana
había sido guiada por un despotismo paternalista. Según la teoría
monárquica inglesa del siglo XVI, el rey tenía un poder absoluto, no
limitado por la autoridad de las leyes positivas sino solamente por las
leyes naturales, lo cual se oponía a la que consideraba que la soberanía
residía en la unión rey-Parlamento. Thomas Smith afirmó que “el supremo
y absoluto poder del reino de Inglaterra reside en el Parlamento” pero la autoridad
más alta seguía siendo la del rey, porque estaba capacitada para controlar,
corregir y dirigir a todos los otros miembros del Estado.

503
Durante el reinado de Isabel las más altas instituciones reales eran el
Consejo Privado y la Cámara Estrellada, además de las Cortes de
justicia y los jueces de paz. El Consejo Privado no tenía ninguna regla
concreta de funcionamiento: al convertirlo después los Estuardo en el
sostén de su gobierno, se acentuó más la dependencia de los asuntos de la
persona del soberano. Hasta 1640 la Cámara de los Comunes mantuvo
una escasa representatividad, que fue ampliándose progresivamente a
partir de la segunda mitad del siglo XVI, y se acentuó la aspiración de los
miembros de la gentry a formar parte de dicha Cámara. De este modo no
solo satisfacían el deseo de aproximarse a la corte y de ascender en su
posición social, sino también de influir en su actividad legislativa.
Formalmente los miembros de los Comunes eran elegidos en los condados
de Inglaterra y Gales; cada condado designaba dos representantes (con
una renta anual de dos libras esterlinas). Poco a poco se fue dibujando
una capacidad orgánica parlamentaria de resistencia o de oposición a la
acción del gobierno.

Los intereses del soberano eran los mismos que los de los terratenientes
(gentry). Esta clase se había enriquecido considerablemente gracias a la
venta de las posesiones eclesiásticas promovida por la Corona tras la
adopción de la Reforma y la constitución de la Iglesia anglicana. Estos
terratenientes llegaron a sustituir en buena parte las baronías feudales y
prosperaron a expensas de los arrendatarios y los asalariados agrícolas. El
gobierno central los necesitaba como miembros de los Comunes para
imponer tasas, como jueces de paz y como lugartenientes para mantener
el orden. A esta clase de gentilhombres se les añadieron otros procedentes
del comercio, de la industria o del campo del derecho. A pesar de que
entre burgueses y nobles existían ciertas divergencias, les unía un común
afán de poseer tierras, como medio de ascender en la escala social.

504
Hacia 1600 se produjo un cambio en la gestión de la propiedad de las
tierras, debido al aumento de los cánones y censos de asentamientos y a
los saneamientos. El desecamiento de los pantanos y la deforestación,
junto con la posterior colocación de cercas para una explotación más
racional de los suelos, privaron en muchos casos a los campesinos de los
derechos de pasto, pesca y recolección en las tierras de cada comunidad,
que eran imprescindibles para su sustento. Ya en el siglo XVI las cercas
(colocadas con la intención de ampliar los pastizales, pero también para
favorecer los intereses de la industria lanera) perjudicaron a una
población agrícola creciente, para la que los terrenos comunes eran
especialmente valiosos. En el siglo XVII los cercados supusieron sobre
todo una explotación más intensa de la tierra, en la que se cultivaba no
solo cereales sino cultivos forrajeros (trébol, nabos). Esto aumentaba la
dependencia de los habitantes de la villa del gentilhombre propietario,
quien muchas veces era también el que les proporcionaba el trabajo.

Desde el siglo XVI muchos jóvenes ingleses habían optado por


dedicarse al comercio, generalmente en las filas de los merchants adventurers
(titulares de los derechos de exportación exclusivos sobre los productos
textiles), ya que los impuestos eran relativamente bajos. Se fueron
creando compañías comerciales más o menos importantes hasta llegar a la
creación de la gran Compañía Inglesa de las Indias Orientales en 1599, a
la que se le garantizó al año siguiente el monopolio del comercio más allá
del Cabo de Buena Esperanza. En los dos últimos decenios del siglo XVI
se desarrolló una alianza de piratería entre las ciudades costeras y los
comerciantes de la City.

A lo largo del siglo XVI se había intensificado la integración de las


ciudades inglesas en un único contexto económico casi nacional, con una
notable expansión del comercio urbano, gracias a los operadores
económicos londinenses que ayudaron a desmantelar los privilegios de las

505
corporaciones locales a partir de 1530. De forma parecida a lo que había
sucedido en el campo, la posición privilegiada de las oligarquías
mercantiles provinciales comenzó a depender también del apoyo del
poder real. En este contexto destacó cada vez más Londres, dotada de una
administración autónoma y provista de entidad jurídica propia. La capital
llegó a tener 200.000 habitantes hacia 1600.

Inglaterra constituía un país en pleno florecimiento económico,


acompañado de un cambio social. Entre 1570 y 1640 se convirtió en el
principal productor de carbón de Europa. Por otra parte, las exigencias
del aumento de la producción generaron una creciente división del
trabajo y la intensificación de la función del crédito.

Aunque durante el reinado de Isabel crecieron desmesuradamente la


desocupación y los precios, paralelamente se robusteció una clase media
urbana e industrial. La fase corporativa medieval estaba en su ocaso, y se
intensificaba y diversificaba el consumo que creaba a la nueva clase
obrera. Los propios pares y gentilhombres desempañaron un papel
notable en el desarrollo inicial de la industria textil rural. Los principales
sostenedores del régimen monárquico eran la pequeña nobleza y las
clases medias: ambas eran partidarias de una expansión nacional capaz de
convertir Inglaterra en la potencia protectora de los protestantes frente a
los católicos.

El puritanismo.

Con el Acta de Supremacía de 1559, que afirmaba la función del soberano


como jefe supremo de la Iglesia, Isabel I convirtió la religión anglicana en
un instrumento de gobierno. La gente se acostumbró a la idea de que la
Iglesia y el Estado dependieran de la misma autoridad y al uso de la
lengua nacional en la liturgia. Sin embargo, la interpretación
predominantemente política del protestantismo promovida por Isabel

506
provocó reacciones inspiradas en la convicción de la autonomía del
creyente. No era del agrado de la gente el autoritarismo real que inducía a
obispos y sacerdotes a seguir al pie de la letra las directrices del gobierno,
aunque los ingleses se habían convertido en los abanderados del frente
anticatólico.

En Inglaterra había existido una tradición anticonformista, contraría a


la unión entre Estado e Iglesia. Las estructuras eclesiásticas impuestas
por Enrique VIII habían resultado ser muy poco satisfactorias para
quienes pretendían inspirarse seriamente en el calvinismo. Esta religión
se proponía sin embargo abarcar todos los aspectos de la vida del hombre
a través de un sentimiento de responsabilidad personal. En la práctica,
además, el vocabulario religioso calvinista pudo utilizarse para expresar
abiertamente el rechazo de los aspectos injustos y opresivos que también
existían en la sociedad inglesa. Esto se produjo a pesar de que el derecho
de los súbditos de enfrentarse a la autoridad tiránica o herética encontró
escasos defensores en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVI.

Las dudas de las conciencias anticonformistas se formaban en la lectura


cada vez más extendida de la Biblia. De los gérmenes separatistas
nacieron en el periodo isabelino el congregacionismo (Robert Browne:
defendía la libertad del pulpito y la elección de los predicadores por parte
de la comunidad, igualdad entre sus miembros y la independencia de la
Iglesia respecto del Estado) y, durante el reinado de Jacobo I, el baptismo
(propugnaba el bautismo de los creyentes y se mantenían fieles al
principio arminiano del valor universal del sacrificio de Cristo). Aunque
el anabaptismo había sido objeto de enérgica represión desde 1535, en el
siglo XVII fueron etiquetados de anabaptistas casi todos los no
conformistas.

El calvinismo lo introdujeron los ingleses que emigraron a Holanda o


Ginebra. Precisamente en los últimos años del reinado de Isabel I un

507
número cada vez mayor de no católicos se alejó del anglicanismo. Debido
a la exigencia de pureza de la Iglesia que reivindicaban, estos no
conformistas fueron llamados puritanos, pero el término incluyó a un
conjunto heterogéneo de personas que tenían en común el rechazo a que
la Iglesia estuviera gobernada por el Estado. Además, la discrepancia
religiosa avanzaba de manera paralela a la discrepancia política. Para los
calvinistas, los elegidos se sentían comprometidos a colaborar con Dios en
la tierra a fin de que sus designios pudieran cumplirse. Para los puritanos
ingleses la sociedad ideal era aquella en que los hombres glorificaban a
Dios con la oración y con el trabajo. En la práctica, rechazaban los
ornamentos sacerdotales y las imágenes en las iglesias, reducían el altar a
una mesa de comunión y los sacramentos tenían un valor puramente
simbólico (la autentica comunión consistía en la iluminación del alma
gracias a la presencia divina).

El puritanismo se difundió entre todos los sectores sociales y también


en el campo ingles, defendido sobre todo en los centros mercantiles y por
una parte de la gentry. Aunque la reina combatió enérgicamente el
puritanismo, lo abrazaron sobre todo las clases medias, a cuyos miembros
ayudaba a afirmar su independencia y a adquirir conciencia de un status
propio. Como al menos hasta 1570 se prefirió no atacar a los puritanos
para volcar la hostilidad colectiva sobre los católicos, algunos consejeros
o ministros de Isabel I simpatizaron con los puritanos (Walsingham,
William Cecil). Los puritanos todavía creían que podían purificar la
Iglesia actuando en su seno, en el mismo sentido que el calvinismo, pero
tendieron más a suprimir lo que les separaba con los anglicanos.

El episcopado anglicano se encontró bastante desarmado frente al


creciente número de predicadores puritanos, porque estos oradores
populares que se basaban en la Biblia estaban subvencionados por las
parroquias o por patronos laicos. Además de reclamar la libertad de

508
actuar en conciencia en materia de usos y costumbres, censuraban la
intervención legal de la Corona en el terreno religioso, llegando a afirmar
incluso que era el Estado el que debía ponerse al servicio de la Iglesia en
vez de instrumentalizarla.

El presbiterianismo se distinguía por sus actitudes anticonformistas en


el plano religioso y político y por su tendencia a construir una teocracia
en la que al magistrado le correspondía por derecho una función religiosa.
Por otra parte, los puritanos también pretendían sustituir a los obispos de
los sínodos presbiteriales, además de admitir a los laicos en las funciones
del magisterio sagrado. En cualquier caso, consiguieron introducir entre
los fieles ideales no conformistas y de protesta, en cuyo origen se podían
encontrar exigencias terrenales y mundanas. Sus predicadores
estimularon la necesidad de llevar a cabo una reforma que no se limitara
al ámbito eclesiástico.

Las medidas que en principio habían sido dirigidas contra los católicos,
hacia 1580 comenzaron a ser dirigidas contra los puritanos, y en 1583 se
creó una High Commission como delegación del Consejo Privado para
investigarlos. Por su parte los puritanos reaccionaron organizando
conferencias clandestinas donde tachaban de diabólicas las estructuras de
la Iglesia anglicana.

Los sectores ingleses más proclives al puritanismo fueron la burguesía


media y los comerciantes, porque consideraban que el tipo de moralidad
que predicaban los presbiterianos se centraba en el valor del trabajo y de
la vida sobria. En la medida en que la actividad terrenal adquiría un
significado religioso, la burguesía emprendedora hallaba en él la mejor
justificación para sus iniciativas comerciales. Si el deber puritano era
comprensible para el hombre, sus consecuencias, en vez de ser
proyectadas hacia un futuro desconocido, se encuadraban en un porvenir
que era producto sobre todo del esfuerzo humano. La predicación de la

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palabra divina debía permitir a cada uno darse cuenta de la labor que le
correspondía y de realizar su vocación. De ese modo, la teología y ética
calvinistas se prestaron a ser utilizadas con fines sociopolíticos.

La familia de los puritanos de la época de Jacobo I incluía a los


baptistas y brownianos. Su independentismo y su congregacionismo les
inducían a considerar que el Estado debía fundarse en un contrato
estipulado por sus miembros, no solo por motivos de seguridad y de
bienestar sino sobre todo para garantizar la libertad de conciencia. Por
eso resultaba esencial la función de los predicadores, elegidos y
subvencionados por cada una de las congregaciones. Durante los
Estuardo se hizo más acuciante la exigencia de que se aumentara el
numero de predicadores y de que incluso en cada parroquia, además del
pastor oficial, hubiera al menos uno elegido libremente, lo cual hubiera
significado que cada iglesia se convertiría en una comunidad
independiente, no sometida a ninguna autoridad central y a una línea de
actuación político-religiosa concreta.

Tampoco faltó que el puritanismo afirmara que el derecho procede pura


y simplemente del hecho de ser hombre y ciudadanos. Los pobres fueron
considerados miembros de una misma sociedad cristiana, en las mismas
condiciones que los ricos. No faltó pues un mesianismo puritano y la
ansiosa espera de una transformación inminente

Los primeros Estuardo.

Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Escocia desde 1567, subió al


trono de Inglaterra en 1603. Tenía una concepción política claramente
absolutista, pues según él, el rey estaba por encima de las leyes y podía
suspenderlas e invalidarlas, sin tener que dar cuentas a nadie. Jacobo I se
apropió de la doctrina del derecho divino de la realeza, argumentando que
tenía el derecho de imponer tributos al margen del Parlamento, de dirigir

510
la política exterior y de disponer libremente de las uniones dinásticas y de
los asuntos de gobierno.

La postura de los Estuardo chocaba directamente con las prerrogativas


que el Parlamento ambicionaba que se le reconocieran. Por una parte se
sostenía que la soberanía residía en el rey-solo, por otra parte, se afirmaba
que el poder de legislar se atribuía solamente al rey-en-el-Parlamento. Según
la teoría parlamentaria inglesa de comienzos del siglo XVII, el rey-en-el-
Parlamentocontrolaba y gobernaba la actuación del rey-sólo. El poder de
legislar y de imponer tributos, de legitimar y de juzgar sin apelación sólo
podía corresponder al rey-en-el-Parlamento. Lo que se discutía no era ni la
existencia ni la autoridad del rey, sino los límites y modos de actuación.
El carácter original y ejemplar del desarrollo político inglés reside
precisamente en el hecho de haber conseguido avanzar en una dirección
distinta y equilibrada: la de la monarquía constitucional-parlamentaria.

El drama de los Estuardo consistió en no disponer de los medios ni de


las oportunidades para instaurar un régimen de perfil absolutista y al
mismo tiempo negarse a aceptar el compromiso con el Parlamento. Ni
Jacobo I ni su hijo Carlos I pueden ser considerados tiranos. Autoritarios
por temperamento y desconfiados frente al Parlamento, no consiguieron
llegar a un acuerdo con los elementos más activos de la vida política y
social inglesa de su época.

Un ejemplo de las dificultades fueron las vicisitudes económicas de ese


periodo. Jacobo I fue un soberano mercantilista que impulsó el
encarecimiento de los derechos de importación y la exigencia de reservar
a las empresas nacionales la mayor parte posible de los artículos
consumidos en el país, a fin de reducir los pagos al exterior. Mostró un
auténtico interés por el comercio internacional, la expansión colonial, la
industria colonial, la industria de la pesca y el consumo interno de

511
pescado. Además, concedió monopolios a diferentes compañías de
comerciales que competían entre sí, provocando fundados recelos entre
los excluidos. Su gobierno prefirió estas compañías que disponían de
patentes reales, mientras que los comerciantes no autorizados acudían al
Parlamento y se entregaban incluso a la piratería. Jacobo I prohibió las
expediciones piratas e hizo saber que las expediciones de contrabando
serian por cuenta y riesgo de quien las organizara.Todas estas actuaciones
obedecían al deseo de defender la economía inglesa y se enmarcaban en
un proyecto de expansión que no supusiera entrar en conflicto con
España.

En 1620 Jacobo I firmó un tratado secreto con España, a fin de obtener


recursos que le permitieran depender menos del Parlamento y conseguir
para los negociantes ingleses el derecho de comerciar con las Indias.
Durante su reinado se intensificaron además las ventas de pescado y de
tejidos ingleses en la península ibérica.

Cuando Jacobo I subió al trono, Robert Cecil se había convertido en el


verdadero jefe de los Comunes: el rey lo nombró inmediatamente conde
de Salisbury y lo dejó gobernar hasta su muerte en 1612. Comenzó
entonces el reinado de los favoritos: el primero fue el escocés Robert Carr
y otros como Ralph Winwood.

Carlos I sucedió a su padre en 1625. Convencido de que su autoridad


emanaba del derecho divino, soñó con la grandeza de Inglaterra cuyas
fuerzas navales potenció considerablemente a basa de conceder premios a
los constructores de barcos que superaran las 200 toneladas. Casado con
Enriqueta de Francia, que se rodeó de una corte de extranjeros y de
católicos que exacerbó los recelos de los ambientes ingleses. La confianza
que el monarca depositó en el duque de Buckingham le procuró sobre
todo desaires y serios fracasos, mientras que con su política agrícola se
ganó la simpatía de muchos campesinos y ganaderos. Carlos I extendió

512
los procesos de desforestación y de cercados a las zonas forestales de la
Corona o a las tierras de señores vinculados a ella, lo que provocó un
conflicto entre los campesinos y los aristócratas, además de generar
desconfianza hacia su persona. Prácticamente privado de recursos del
Parlamento, el monarca se vio obligado a pactar la paz con Francia y a
ceder Canadá en 1629. Entre esta fecha y 1639 Carlos I, que había decidido
no volver a reunir el Parlamento, ejerció un gobierno personal. Estableció
entonces un impuesto de defensa marítima (Ship Money), que se aplicó
primero a las zonas portuarias y después también a las del interior.
Aunque el poderío naval inglés aumentó, el tributo despertó irritación y
resentimiento por no haber sido aprobado por los Comunes, y hubo un
acuerdo casi unánime para no pagarlo.

Los gobiernos de los dos primeros Estuardo habían defendido por todos
los medios los privilegios de las oligarquías locales frente a la expansión
de las iniciativas mercantiles londinenses en los condados. Aunque no de
forma generalizada, fueron los ambientes económicos de la capital los que
proporcionaron después del Parlamento rebelde el apoyo financiero e
incluso militar indispensable. Además, los dos soberanos fueron
especialmente torpes a la hora de manejar los asuntos religiosos. También
en este caso la única institución capaz de aglutinar el descontento y
utilizarlo políticamente resulto ser el Parlamento. Esta institución
constituía una instancia política bastante fluida cuya fuerza era difícil de
medir, aunque tendía a afianzarse cada vez más. La mayoría de sus
miembros se decantaba sin duda por la defensa de los principios
protestantes, pero en el terreno confesional y de las creencias la situación
inglesa era variopinta. Además, no había aun en las cámaras auténticos
partidos coherentes y disciplinados, aunque los Estuardo no conseguían
controlar a los integrantes de las distintas tendencias y solo podían
contar con el apoyo de un grupo de fieles ya poco compacto y en
decadencia.

513
Jacobo I no se apoyó en los squires ni en los burgueses que se sentaban
en las Cámaras, del mismo modo que estos últimos siempre ponían sus
propias reivindicaciones de casta política y económica en lugar de los
intereses del país. Muy pronto se instauró una dialéctica entre el Monarca
y los Comunes: el primero disolvía con demasiada facilidad la asamblea
cuando sus reivindicaciones le parecían excesivas, pero de las nuevas
elecciones salían grupos políticos cada vez menos dóciles al rey, mientras
que los representantes de las clases urbanas iban ganando terreno a costa
de los sectores más vinculados a la tierra y a la monarquía.

En 1621 algunas concesiones reales no impidieron que los Comunes


proclamaran su competencia en materia de religión, de Estado y de
defensa del país, además del derecho de los diputados de no ser hechos
prisioneros por el rey. La respuesta de Jacobo I fue encarcelar a algunos
representantes del movimiento de protesta. La nueva Cámara de 1624
propuso que los oficiales de la Corona tuvieran que rendir cuentas ante el
Parlamento, por lo cual los Comunes fueron disueltos de nuevo en marzo
de 1625. Ante estas difíciles circunstancias incluso la Cámara de los Lores,
antes adicta a la Corona, se mostró menos unánime: algunos de sus
miembros, filopuritanos o vinculados a los ambientes marítimos o de la
City, mostraron abiertamente sus reticencias.

Tras haber disuelto un segundo Parlamento en agosto de 1625, Carlos I


se encontró enfrentado al que eligió en 1628. Militaban entre las filas de
los opositores teólogos puritanos, ricos comerciantes, además de
personalidad de la gentry del campo y del mundo de la jurisprudencia.
Desde comienzos del siglo XVII los squires consideraban la conmonlaw -el
conjunto tradicional de normas consuetudinarias- como el fundamento y
la garantía de su independencia frente al poder real en el ejercicio de la
magistratura y hacían de la Cámara de los Comunes su tribuna. Los
defensores de la conmonlaw consideraban además contraria al derecho y

514
peligrosa para el país la existencia de la High Commission eclesiástica. Por
otra parte, los parlamentarios escatimaron los créditos militares de la
Corona por temor a su fortalecimiento (hasta 1645 no hubo en Inglaterra
un ejército permanente). Durante el reinado de Carlos I la oposición
parlamentaria fue planteando numerosas exigencias:

disminuir los gastos de la corte;


abolir la venta de títulos y cargos;
reformar la administración;
ampliar la representación en la vida política;
limitar la autoridad de los obispos; y
purificar la doctrina y el ceremonial anglicano.

Aunque era cuestionado por el Rey, el Parlamento se atribuía el derecho


de presentar propuestas de ley en forma de petición al soberano (cuya
conformidad las hubiera convertido en leyes del Estado). A éste
procedimiento recurrieron los Comunes y la Cámara de los Lores en la
primavera de 1628. Esta Petition of Right condenaba:

cualquier imposición de tributo que no hubiera sido adoptada por el


Parlamento;
los arrestos arbitrarios; y
el alojamiento forzoso de las tropas en las propiedades de los
particulares.

Aunque Carlos I aceptó esta Petition en su conjunto, apenas tuvo efectos


inmediatos, porque el rey siguió encarcelando a algunos miembros de los
Comunes y embargando las mercancías de quienes no pagaban los
tributos impuestos por él sin la autorización parlamentaria. Entonces el
Parlamento fue disuelto en 1629 y no fue convocado de nuevo hasta once
años más tarde. En realidad el soberano no tenía obligación de recurrir a

515
los Comunes y no había ninguna ley que fijara la periodicidad ni la
duración de las sesiones parlamentarias.

Por otro lado, aunque Jacobo I repudiaba la persecución religiosa y era


partidario de una tolerancia bastante amplia, consideraba indispensable
ostentar la primacía episcopal e intervenir personalmente en materia de fe
y culto. A pesar de ser rey de Escocia, se las ingenió para que el
presbiterianismo de aquél país no llegara a Inglaterra. Nombrados por la
Corona, los jefes de la Iglesia Anglicana podían decretar excomuniones
que comportaban la pena de prisión, la pérdida de los derechos políticos e
importantes multas. Desde 1604, el primado de Richard Bancrof (1544-
1610) había tomado medidas jurisdiccionales en el sentido de un
conformismo más rígido y autoritario, en muchos casos con sanción de
excomunión. Esto suscitó la preocupación de los puritanos, aumentando
su irritación a causa de la falta de apoyo del rey al elector palatino, la
constatación de la alianza cada vez más estrecha entre el Estado y la
Iglesia y las posturas tolerantes de carácter arminiano de la jerarquía.

Con el reinado de Carlos I se desarrolló la tendencia a alejar aún más


claramente el anglicanismo de su originaria inspiración calvinista. En
1628 fue nombrado obispo de Londres William Laud, para quien la
solemnidad del culto servía para inspirar a los fieles el respeto a la
divinidad y una vida moral. En 1633 se convirtió en primado de
Canterbury. Este prelado de personalidad compleja, activo y honrado, era
un excelente administrador y un hombre de orden, que sentía mucho
respeto por la jerarquía y la disciplina. De talante moderado, aceptó
posturas arminianas, casi filocatólicas y se convirtió en el hombre de
confianza del monarca. Por lo demás, la configuración cada vez más
autoritaria del gobierno del rey hallaba su correspondencia en una Iglesia
rígidamente jerarquizada. Laud favoreció la intervención de la Iglesia
anglicana en la jurisdicción civil y adoptó medidas para resaltar el papel

516
de los ministros del culto. También luchó por liberar la Iglesia del influjo
de los laicos y se preocupó de mejorar el nivel de preparación de los
sacerdotes.

Algunos aspectos concretos de la actuación de Laud suscitaron una


fuerte reacción en su contra, ya que no había dudado en extremar cada
vez más el rigor de la censura y en controlar a los predicadores,
sancionando con penas cada vez más graves a los transgresores. Se atrajo
sobre todo el odio de los puritanos y de los no conformistas. Además
indujo a Carlos I a imponer la uniformidad religiosa en Escocia y someter
la Iglesia presbiterana al control de la Corona. Desde 1634 Laud dirigió su
actuación hacia dicho país, donde decidió restablecer la preeminencia del
episcopado. Aunque suscitó una fortísima oposición, el canon eclesiástico
anglicano acabó siendo aplicado en 1637 a los escoceses, que se vieron
obligados a someterse al New Player Book inglés.

Sin embargo, la fuerte reacción local ya se estaba concretando en el


Scottish National Covenant, credo político-religioso de la Iglesia escocesa. El
Covenant proclamaba el rechazo de todas las leyes que pretendieran
menoscabar la autoridad religiosa de los predicadores y ministros
calvinistas. Tras la sublevación de 1637, ambas partes incluso llegaron a
preparar la guerra. Ante el juramento colectivo de los escoceses de luchar
contra cualquier innovación eclesiástica de sello anglicano, Carlos I cedió
y abolió el Player Book y el reciente canon para Escocia. Pero cuando el
representante real disolvió la asamblea escocesa, ésta rechazó la
disolución y se proclamó la guerra (“la guerra de los obispos”). En 1640 el
ejército escocés atravesó Tweed, derrotó con facilidad a las tropas reales y
llegó a tomar Newcastle. Carlos I tuvo que aceptar el Tratado de Ripon,
que le obligaba a pagar el salario del ejército escocés y a permitir la
ocupación de los condados de Northumberland y Durhan como garantía.

517
Estando así las cosas, Carlos I se vio obligado a convocar de nuevo un
Parlamento. Frente a los miembros de los Comunes, los pares que
defendían aún al monarca habían experimentado una pérdida de prestigio
y de influencia (a pesar de ser 160 miembros). Con los Estuardo el
gobierno real se había vinculado mucho más a una aristocracia más bien
parasitaria, que compartía el poder real con la gentry, mientras que las
clases de los yeomen, los comerciantes y los artesanos estaban en ascenso.
Los burgueses disputaban con éxito los mandatos parlamentarios a los
linajes de la antigua nobleza, y la gentry había conseguido que fueran
elegidos sus propios candidatos frente a los de la Corona o de la nobleza.
La composición de los Comunes dio como resultado una mayoría de
gentilhombres del campo, que comprendieron que sus intereses eran
afines a los de los comerciantes. Los trabajadores de los distritos
industriales se aprestaron a militar bajo la bandera del Parlamento, con lo
que la Cámara resultó ser mucho más fuerte que antes frente al soberano.

518
La Revolución Civil y Cromwell.

Alberto Tenenti

Antes de firmar el Tratado de Ripon, Carlos I había convocado el


Parlamento pero, irritado una vez más por las reivindicaciones y las
simpatías filopuritanas de sus miembros, el soberano lo disolvió al cabo
de un mes (1640). Había varios factores por los que Carlos I no podía
gobernar como monarca absoluto: desde el rechazo de la gentry que
controlaba el poder local hasta la falta de una sólida burocracia estatal y
de un ejército permanente. Además, los miembros del Parlamento se
sentían irritados por el hecho de que los Estuardo les denegaran incluso el
derecho a la palabra durante las sesiones. También defendían la soberanía
de su asamblea como representante del país. Los puritanos, que se les
habían unido, se mostraban contrarios a la instrumentalización de la
Iglesia anglicana para tener bajo control la vida civil.

El Short Parliament de 1640 se había negado a votar las asignaciones


necesarias para pagar el ejército que debía enfrentarse a los escoceses. A
fines de ese año Carlos I convocó de nuevo a la asamblea que recibiría el
nombre de Long Parliament. Aunque el número de pares que constituían la
Cámara Alta había aumentado hasta 244, el sistema electoral había dado
entrada en los Comunes a una mayoría de gentilhombres, acompañados
de un grupo de hombres de leyes y unos pocos comerciantes acaudalados.
Los pares no sólo representaban el pasado feudal sino también la
propiedad inmobiliaria y fortunas mobiliarias. Hombres de negocios y
empresarios, nobles y financieros de la City, los había tanto en el bando
del rey como en las filas de la oposición, pero desde un punto de vista
político-económico los pares estaban en gran parte de acuerdo con ellos.
La mayoría era bastante puritano, hostil a Laudy a su defensor Strafford,
lord lugarteniente de Irlanda desde 1639 y encargado de reclutar en
aquella isla las tropas necesarias para luchar contra los escoceses. Desde
519
1640 en adelante se asistió a un proceso de colaboración entre Comunes y
Lores mediante la creación de comités mixtos. Se llevó a cabo también
una alianza entre la pequeña y mediana propiedad rural y los prósperos
intereses comerciales.

También apareció un movimiento más popular (constituidos por


radicales religiosos, aprendices y operarios) en Londres, el centro de la
oposición parlamentaria. El control de las finanzas londinenses había
quedado en manos de los líderes de la oposición (John Pym y John
Hampden), se convertiría en uno de los factores determinantes en la
lucha triunfal contra el partido de Carlos I. Sin embargo, la City estaba
dirigida por presbiterianos que buscaban un acuerdo con el monarca. En
1640 un grupo de comerciantes opuestos a los monopolios reales,
encabezó la oposición parlamentaria contra la Corona en un intento de
obtener la libertad de comercio, especialmente con Norteamérica. Sin
embargo, la clase dirigente londinense trató por todos los medios de
evitar que la capital se convirtiera en un campo de batalla y hasta el
populacho estaba en parte a favor del monarca. Aunque Carlos I intentó
dividir a sus adversarios, en 1641 el Parlamento comenzó a adoptar una
serie de disposiciones mal vistas por el rey:
se dispuso que el Parlamento se reuniera al menos cada tres años y
que durante los primeros cincuenta días su actividad no pudiese ser
suspendida ni aplazada (Triennal Act).
se privó a la Corona del derecho de disolver las cámaras.
abolición del tribunal de la Cámara Estrellada;
supresión de la Alta Comisión eclesiástica;
prohibición de imponer castigos corporales o multas por parte de
los tribunales anglicanos inferiores;
liberalización de la prensa;
prohibición de la Ship money;

520
anulación de la prerrogativa real de elegir sus propios ministros y
consejeros: en adelante el monarca sólo podía nombrar a los
ministros aprobados por el Parlamento y destituirlos únicamente a
petición de la Cámara.

Con esta Grand Remontrance parecía configurarse el principio de la


responsabilidad del ejecutivo, que no hallaría su completa y definitiva
formulación hasta después de 1689. Se estaba perfilando así una
redefinición del sistema político inglés, con una nueva perspectiva
constitucional representada por un reparto y un ejercicio común de
poderes concretos. El Parlamento pretendía acabar de una vez por todas
con las arbitrariedades reales y con un régimen concebido como
emanación directa de una autoridad impuesta por gracia divina.

El año 1641 había sido un período de efervescencia social. Los


campesinos de una gran parte de las zonas pantanosas se habían rebelado
en protesta contra los cercados, aunque los Comunes no tenían ninguna
intención de apoyar los desórdenes y la destrucción de las propiedades.
La situación comenzó a precipitarse a principios de 1642 cuando el rey
ordenó el arresto de cinco miembros de la oposición parlamentaria. Como
Londres se sublevó en defensa de los acusados, Carlos I decidió
abandonar la capital para ponerse a la cabeza de sus fuerzas provinciales.
Convencidos también los parlamentarios de la necesidad de un ejército
propio, la Militia Ordinance sustrajo al soberano y entregó al Parlamento el
control y la dirección de las tropas existentes y la capacidad de nombrar
los lores lugartenientes de los condados.

Tal vez una de las causas de la posterior derrota de Carlos I fue la


escasa preparación militar de la aristocracia feudal y caballeresca. Las
tropas del soberano siempre carecieron de auténtica disciplina mientras
que sus adversarios lograron imponerla en su ejército al cabo de dos o tres
años. En el verano de 1642 tanto Carlos I como el Parlamento llamaron a
521
la población a las armas. Los soldados realistas atacaron y saquearon las
viviendas de los puritanos, mientras las tropas parlamentarias asaltaban
las de los papistas. Por otra parte, hasta 1646 en la mayoría de los
condados de Inglaterra y Gales tuvieron lugar enfrentamientos locales
entre guarniciones enfrentadas. El monarca atacó Coventy y Manchester
sin éxito y se enfrentó en batalla al caudillo parlamentario conde de
Essex en Edgehill, con resultado incierto.

Monarquía (Carlos I Estuardo) Parlamento

Muchos defensores entre la alta y Gentilhombres y propietarios.


pequeña nobleza. Militaron en su Apoyo de las ciudades y en las
causa las regiones más pobres y zonas rurales industriales.
menos pobladas del Norte y Oeste.

Disposición de un contingente de Protección de las ciudades: viejas


tropas irlandesas. No poseía murallas, terraplenes y fuertes.
artillería.

El movimiento radical.

Aunque el Parlamento Largo continuó su actividad hasta 1649, a partir de


1644 ya no fue el único protagonista de los acontecimientos. Hacia 1643
las cuestiones constitucionales van quedando relegadas y pasaron a
primer plano las agitaciones sociales, el radicalismo religioso y las
exigencias del nuevo ejército puritano. Desde 1640 ni el presbiterianismo
ni el congregacionismo conseguían suscitar un consenso general, ya que
estaban divididos en cuestiones doctrinales y eclesiásticas, aunque ambas
confesiones se declaraban puritanas.

522
 Los presbiterianos deseaban en la práctica la organización
calvinista, basada en la rígida estructura de una Iglesia que ya no era
episcopal sino fundada en ministros y ancianos colocados al frente
de cada parroquia.
 Los congregacionistas o "independientes" defendían la adhesión
voluntaria a la congregación religiosa de los fieles y la necesidad de
no imponer una doctrina religiosa y una disciplina eclesiástica
uniformes. El congregacionismo pretendía la total independencia de
cada comunidad religiosa. Su principal representante era John
Goodwin, tenaz enemigo de cualquier dogmatismo sectario y
partidario de la total libertad religiosa y política.

Aunque los principales jefes de la oposición parlamentaria en 1640 no


parecían mostrarse favorables a un cambio en la forma de gobierno de la
Iglesia, en diciembre de ese año se presentó a la Cámara una petición
dirigida a abolir el episcopado, que fue aceptada pero no ratificada (Root
and Branch Petition). En 1641 se presentó la propuesta de excluir a los
eclesiásticos de los cargos civiles y de apartar a los obispos de la Cámara
de los Lores: de este modo los ministros anglicanos perderían la facultad
de actuar como jueces y de formar parte del Consejo privado. Mientras en
otoño de aquel año aparecían claros fenómenos de signo iconoclasta
propiciados por los puritanos, los Lores ordenaron el encarcelamiento de
doce obispos. Carlos I seguía resistiéndose a las presiones ejercidas sobre
él para que sancionase la abolición del episcopado, pero en 1642 los Lores
ratificaron la exclusión de los obispos de la Cámara Alta y consiguieron
arrancar la aprobación del rey a ésta medida. La auténtica persecución
contra los ministros anglicanos comenzó a principios de 1643, con
comités de depuración en cada condado e inquisidores fanáticos. Unos
3000 eclesiásticos perdieron sus beneficios y su cargo; muchos otros se
vieron reducidos a la miseria y sus bienes fueron confiscados. Sin
embargo, las presiones de los escoceses para que Inglaterra adoptase el
523
sistema presbiteriano no eran bien acogidas por la mayoría parlamentaria.
Muchos presbiterianos ingleses temían incluso que ese sistema
desembocara en un despotismo clerical.

Si las fricciones y los enfrentamientos religiosos resultaban ser tan


agudos como los político-constitucionales, no tardaron en aparecer
también problemas que afectaban al orden social. En el clima de libertad y
de anarquía religiosa que se había creado florecieron muchas sectas,
extremadamente variadas en sus matices ideológicos y en la audacia de su
actuación: los baptistas y los particular baptists. Tanto unos como otros
tuvieron un papel importante en el ejército de Cromwell y más tarde se
convirtieron en uno de los grupos más influyentes entre los
Independientes. Sin embargo, su doctrina de origen menonita les llevó a
interpretar la vida cristiana como un aprendizaje y la Iglesia como una
sociedad de santos visibles. Fieles a la herencia congregacionista, se
distinguieron de todos los no conformistas por su extraño espíritu
irénico.

Las sectas suscitaron reacciones diversas en distintos ámbitos. Las


teorías revolucionarias y los proyectos de cambio radical de los grupos
extremistas provocaron la desconfianza y la oposición instintiva entre las
filas de los propios puritanos. Realmente no puede decirse que existiera
un movimiento dominante o bien definido y estructurado, sino un magma
efervescente de sectas que se afirmaban en la tensión de la guerra civil y
en el clima de renovación social. Sobre todo entre 1643 y 1647 hubo una
especie de estallido de libertad de consciencia y de asociación, se
pretendió transferir la ética del plano individual al comunitario y en
ocasiones se llevó el igualitarismo hasta la abolición de toda diferencia
social:

 Quinto-monarquistas (Fifth Monarchy Men): constituidos por


militares republicanos, cuyo predicador más famoso fue Feake y su
524
principal representante fue Harrison. Creían reconocer en el clima
de revolución puritana los signos de la inminente instauración de la
Quinta Monarquía, que debía establecer el reino de los "santos".
Aspiraban a la destrucción completa del viejo orden y a la asunción
de todos los poderes por parte de los "santos" que impondrían la
máxima justicia sobre la tierra.

 Separatistas: consideraban el conflicto como una guerra entre


Cristo y el Anticristo, se limitaban a ver en el conflicto como el
preludio de la segunda venida del Salvador. Creyeron que los
verdaderos fieles debían separarse de los demás y constituir una
iglesia formada solamente de "santos".

 Niveladores (levellers) inspirados sobre todo en las ideas de


Lilburne. un puritano radical en cuyas obras defenderá el derecho
de igualdad de todos los hombres. La igualdad se basaba en una ley
natural, que ninguna consideración podía anular, y se alcanzaría un
futuro mejor cuando triunfaran el derecho natural y la ley de la
razón. Los niveladores se convirtieron en teóricos del rechazo a la
opresión, la pobreza y la falta de libertad de las clases inferiores.
Quisieron abolir los diezmos y la pena de prisión por deudas,
precisar los poderes y los límites de la autoridad judicial y exigir que
las leyes estuvieran redactadas en inglés ordinario; además, la
libertad de conciencia y de prensa debían ser intocables. Para los
niveladores el poder emanaba sólo del pueblo, que legítimamente
podía transmitirlo y delegarlo. Al ser el pueblo el depositario de
todos los derechos, la constitución política debía ser sometido a su
aprobación; de ahí la importancia de las elecciones parlamentarias y
la exigencia de reformar el sistema. La igualdad civil exigía el
sufragio universal y el abandono del criterio censual. Los
niveladores gozaban de una buena posición económica y social. Sin

525
embargo sus reivindicaciones eran radicales y no se limitaban a la
extensión del derecho de voto sino que llegaban hasta la abolición
de la Cámara de los Lores y de la propia monarquía. A partir de 1646
su programa abordó la demanda de una república democrática y
expresó la protesta contra la erosión de los poderes propios de las
comunidades locales. En el terreno económico propugnaron la
disminución de los impuestos y el aumento de los salarios, además
de la abolición de los monopolios en nombre de la libertad de
comercio. Los niveladores no exigieron la equiparación de las
condiciones económicas ni la abolición de la propiedad privada, ni
mucho menos la comunidad de bienes. Como representantes sobre
todo de las clases urbanas medio-bajas llegaron a tener una
influencia notable entre los suboficiales y soldados del nuevo
ejército puritano organizado por Cromwell e incluso en su Consejo
general.

 Cavadores (diggers): para ellos, la igualdad originaria de cada una


implicaba el derecho a la propiedad para todos y justificaba la
repartición de los bienes. En 1649 presentaron un proyecto de
explotación colectiva de las tierras no cultivadas y de las incautadas
a la Corona. Su representante, Winstanley, se atrevió a denunciar
que la religión era un engaño y la doctrina del castigo eterno un
embuste, cuya finalidad era mantener la desigualdad sobre la tierra.
Creía en una religiosidad interior, que no sólo era fuente de gracia
sino sobre todo la base de cualquier posible mejora social. En todo
caso Winstanley comprendió perfectamente la relación entre
libertad y justicia económica, o por lo menos entre derecho
originario del hombre y propiedad.

El regicidio

526
En la primera fase de la guerra civil, entre 1643 y 1644 el partido real y el
Parlamento todavía buscaban un compromiso, ya que la ruptura no les
parecía inevitable. En 1642 Carlos I tuvo la posibilidad de crear una
especie de contraparlamento, la mitad de cuyos miembros serían Lores y
una tercera parte los Comunes que se habían pasado espontáneamente a
su bando. Especialmente los Lores no deseaban una merma excesiva de la
autoridad real que hubiera repercutido también en la Cámara Alta. Fue el
nuevo ejército, constituido a partir de 1644, el que incubó ideas y
tensiones radicales, que la moderación calvinista y el realismo de sus
dirigentes apenas pudo frenar. De este modo, el régimen parlamentario se
orientó a su pesar hacia un gobierno más autoritario y hacia una especie
de dictadura puritana. La necesidad de construir un frente común contra
los partidarios de Carlos I se transformó en la exigencia de organizar un
ejército formado por auténticos puritanos.

Ya en 1642 el conde de Essex había esbozado un severo código militar


que disciplinó al ejército. Aunque la mayoría del Parlamento no eran
puritanos rigurosos, sus partidarios más decididos procedían
precisamente de sus filas, sobre todo de los distritos manufactureros de la
industria textil y lanera.

La consolidación política de los independientes puritanos estuvo ligada


sobre todo a la constitución de la guerra civil: además de proporcionarles
instrumentos para la propaganda, creó el terreno propicio para toda clase
de modalidades de rigorismo y de misticismo. Quedó entonces patente
que la noción de la tolerancia era bastante limitada, ya que solo
reconocían el derecho a la existencia a los partidarios de un
protestantismo auténtico (el que ellos practicaban). El hombre que mejor
supo expresar sus tendencias y que los organizó militarmente fue Oliver
Cromwell.

527
Aunque demostró ser un calculador e incluso un oportunista,
Cromwell estaba convencido de que era un instrumento del Altísimo, a
cuya voluntad apelaba cuando quería imponer implacablemente la suya
propia. No sometido a la autoridad real, tenía tendencia a dividir la
humanidad, desde una perspectiva calvinista, en elegidos y réprobos.
Supo transmitir a las tropas su fe y la confianza en su misión. Por otra
parte, los soldados que se había alistado en el bando del Parlamento
siempre prefirieron estar a las órdenes de oficiales "devotos", con los que
se entendían mejor. Además, para los puritanos, nacimiento y rango ya no
eran títulos suficientes para conseguir posiciones de mando si a ellos no
se añadía la religiosidad. Los cuerpos del ejército de Cromwell,
alcanzaron así una gran cohesión y disciplina.

Cromwell cuidó especialmente de su caballería, que tuvo una brillante


actuación en Marston Moor (1644) donde las fuerzas parlamentarias
obtuvieron la victoria gracias a su intervención. La verdadera ascensión
de Cromwell se inició con la batalla de Newbury en el que las tropas
reales fueron de nuevo derrotadas, aunque no de manera rotunda. Carlos I
confiaba en el apoyo de los grandes terratenientes, en su poder y en sus
medios: de ahí que sus tropas estuvieran formadas por aristócratas y
caballeros.

A finales de 1644 los Comunes aceptaron la reforma propuesta por


Cromwell, que se convirtió en lugarteniente general de los condados del
Este. El Parlamento decidió que ningún miembro de las Cámaras pudiera
ejercer funciones civiles o militares durante la guerra. Cromwell
reorganizó su ejército a partir del invierno de 1644-1645; su New Model
Army fue presentada a los Comunes y se le concedió autoridad para
designar a los máximos responsables. Sus tropas fueron excelentemente
equipadas y recibieron una paga regular, a la vez que se modificaba su
procedimiento de reclutamiento y se cambiaba la mayor parte de los

528
oficiales de alto rango. Entre éstos dominaban los puritanos, ya fueran
independientes o sectarios, pero también la mayoría de los suboficiales y
de los soldados compartían la misma fe. Con estas fuerzas, Cromwell se
enfrentó al Príncipe Rupert en Naseby (1645) derrotando al ejército del
monarca. Además del apoyo de los católicos irlandeses, el rey Estuardo
procuró inmediatamente obtener también el de los presbiterianos
escoceses; pero estos también fueron derrotados, y además el rey fue
hecho prisionero. Los comisarios parlamentarios ingleses consiguieron
entonces que les entregaran el rey a cambio del pago de 200.000 libras
esterlinas.

En este contexto, la mayoría parlamentaria quiso licenciar las tropas,


pero la New Model Army intuyó que se había convertido en un factor
político decisivo y no vio con buenos ojos los intentos de desmovilización.
Además, entre sus filas se habían ido abriendo paso ideas radicales y el
puritanismo se había revestido de propósitos revolucionarios, aunque la
mayoría seguía siendo presbiteriana. La manzana de la discordia no era
solamente la posible reducción de los efectivos sino también los
programas niveladores difundidos entre los militares. La New Model Army
no sólo no estaba dispuesta a renunciar a sus privilegios económicos sino
que exigía además garantías y medidas posteriores en favor suyo.
Mientras tanto había organizado su propia representación o Consejo
General, que incluía a los generales y a dos oficiales con dos soldados
representantes de cada regimiento.

Con el pretexto de convertirse en portavoz de los militares, ese Consejo


comenzó a debatir cuestiones políticas y sociales, mientras en 1647 el
Parlamento se decantaba por el uso de la fuerza contra este organismo. En
respuesta, el ejército afirmó en una declaración su derecho a hablar en
nombre del pueblo y reclamó la depuración de las Cámaras y la disolución
del Parlamento. Como los londinenses se rebelaron inmediatamente

529
contra las concesiones otorgadas a los militares, el ejército entró en la
capital y la ocupó en 1647, proponiendo una radical reforma política con
la constitución de un Consejo de Estado. Cromwell y los altos oficiales
defendían el derecho de voto limitado a los terratenientes y a los
miembros de las corporaciones y su opinión prevaleció sobre la de los
representantes de los niveladores, que reclamaban el voto para todos los
ciudadanos, excepto para los asalariados.

Llegados a este punto los acontecimientos, se produjo la huida de


Carlos I a la isla de Whigth (1647). El rey llegó a un acuerdo con los
escoceses y en el transcurso de 1648 intentó pactar con el Parlamento en
contra de la New Model Army. La reacción de Cromwell fue muy efectiva:
se lanzó contra los escoceses, los derrotó en la batalla de Preston (1648)
e instauró un régimen durísimo en Edimburgo. Además, mientras el
ejército victorioso acentuaba sus diferencias con el Parlamento
presbiteriano, Carlos I era capturado de nuevo en noviembre. La aversión
y el desprecio por los parlamentarios adquirieron aquel mismo mes
caracteres más brutales. Se detuvo a 45 miembros de los Comunes y se
impidió el acceso a las sesiones a otros 96, presbiterianos o filorealistas.
Nació así el llamado Rump Parliament o Parlamento Rabadilla.

La postura política de Cromwell aparentaba ser relativamente


moderada y tendente a lograr la paz civil, intentando convencer a Carlos I
de que cediera en los puntos fundamentales. Entretanto, los diputados
que habían quedado, que eran los más radicales, se apresuraron a
constituir un tribunal especial para procesar al soberano, proclamando
que el poder supremo residía en el pueblo. A pesar de que la decisión se
tomó sin la aprobación de la Cámara Alta y de que los catorce lores
supervivientes la rechazaron, a principios de 1649 se constituyó un Alto
Tribunal de Justicia, compuesto por 150 miembros. Se consideró que el
monarca no estaba protegido por ninguna garantía, ya que los actos reales

530
habían sido calificados de crímenes de alta traición castigados con la
muerte. A Carlos I se le acusó de haber usurpado el poder limitado que le
correspondía, de no haberlo ejercido de conformidad con las leyes y de
haber conculcado los derechos y las libertades de los ciudadanos.

Carlos I, argumentando que su dignidad estaba por encima de toda


jurisdicción humana, se negó tres veces a acudir al tribunal para rebatir
las acusaciones que se le imputaban, pero cuando finalmente aceptó, ya
no se le concedió la palabra. El 27 de enero de 1649 el tribunal decidió que
fuese decapitado. Antes de ser condenado a muerte el rey declaro: "Deseo
realmente la libertad del pueblo tanto como cualquier otro, pero debo recordaros que
su libertad consiste en estar sometido a un gobierno... no le corresponde al pueblo
participar en el gobierno: un súbdito y un soberano son cosas distintas".

La decapitación de Carlos I suscitó un sentimiento de horror en el


continente, pero era en sí mismo un acto de incoherencia, aunque el
hecho estaba cargado de significado: por primera vez se demostraba hasta
donde podía llegar un proceso revolucionario en Europa.

Oliver Cromwell

Una vez consumada la decapitación de Carlos I Estuardo, en 1649, se


suprimió la Cámara de los Lores y se proclamó una Conmonwealth. Se
prohibió designar un sucesor de Carlos I y el Parlamento se atribuyó, en
nombre del bien común, la plena y suprema autoridad. La oposición de los
niveladores contra el gobierno oligárquico-puritano fue desarticulada,
pero el nuevo régimen resultaba minoritario e inseguro. La republica se
apoyaba en creencias religiosas bastante enraizadas, pero las fuerzas que
la sostenían eran muy diversas. En 1649 los generales arrebataron el poder
político a sus rivales presbiterianos y suprimieron por la fuerza el
movimiento que simpatizaba con los niveladores. Además, se constituyó
un Consejo de Estado, idéntico al Consejo privado real, compuesto por

531
41 miembros elegidos por aun año, que en sus tres cuartas partes
procedían de los Comunes. Todos los adultos mayores de 18 años fueron
obligados a jurar fidelidad al nuevo régimen, mientras que los católicos y
los partidarios del rey fueron perseguidos con confiscaciones y
detenciones.

Pese a que la religión, durante 1647-1653 tomaba un rumbo más radical,


la gentry seguía conservando su función de guía. Aunque de 1641 a 1649
Carlos I había perdido parte de su apoyo, en la década siguiente casi toda
la aristocracia y varios sectores de la gentry regresaron al campo
monárquico de forma más o menos manifiesta. El republicanismo
puritano, caracterizado por su pragmatismo, era además compatible con
una fórmula de tipo elitista. Su doctrina calvinista de que existía una
masa de pecadores y una minoría de elegidos se adaptaba a las
necesidades de una sociedad oligárquica más que el igualitarismo. Por
otra parte, el predominio económico de Londres se afianzaba a expensas
de los privilegios de las corporaciones locales, favorecido por un
Parlamento que necesitaba imperiosamente los recursos financieros de la
capital (alto coste de manutención del New Model Army). A partir de 1642
las aduanas asumieron la nueva función de favorecer las iniciativas
exportadores de los comerciantes, y en 1643 se impusieron tasas sobre
bienes raíces y sobre consumos varios, mientras la capital permanecía
exenta de tributación.

Tras el regicidio, Cromwell tuvo que ocuparse en primer lugar de


Escocia y de Irlanda. Los escoceses no solo no aceptaron la condena de
Carlos I ni la autoridad de un Parlamento debilitado, sino que se
apresuraron a proclamar rey al hijo del monarca fallecido, Carlos II
Estuardo (como hicieron también los irlandeses). En su expedición
contra Escocia, Cromwell venció al ejército real en la batalla de Dumbar
y luego en la batalla de Worchester en 1651, aunque el nuevo rey

532
consiguió huir. En Escocia se prohibieron los sínodos generales
presbiterianos, se construyeron fortalezas, se requisaron las armas y se
estableció un Consejo análogo al Consejo de Estado inglés. Tampoco fue
fácil la compañía de Cromwell en Irlanda, caracterizada por crueles
masacres y por la expropiación de las tierras de los católicos. Las tropas
inglesas necesitaron cuatro años (1649-1653) para someter la isla.

Estos éxitos militares aumentaron la adhesión al régimen republicano,


cuya principal figura era Cromwell. El caudillo puritano quería constituir
una gran alianza protestante europea dirigida contra la católica España.
La idea de Cromwell fue crear una república comercialmente activa, que
desempeñara en el escenario internacional una función religiosa e
imperial a la vez. La marina republicana fue capaz de movilizar capitales
en una escala sin precedentes, llegando a aumentar la flota de guerra de
Inglaterra hasta los 200 buques en 1653. A pesar de que existieran
divergencias internas entre viejos oficiales republicanos y ex corsarios
reales, se forjó uno de los instrumentos más eficaces de la naciente
supremacía mundial inglesa. En 1650 aparece un primer Board of Trade, al
que se incorporara en 1655 un Trade Committee para llevar a cabo una
función de asesoramiento de los ambientes comerciales.

Los diputados que quedaban del Rump Parliament fueron dispersados por
las tropas capitaneadas por el propio Cromwell fueron dispersados por
las tropas capitaneadas por el propio Cromwell y la Cámara fue disuelta
en 1653. Sin duda fue un golpe para los ideales republicanos; tanto más
cuanto que el nuevo Parlamento se constituyó sin que hubiera elecciones:
sus miembros fueron propuestos exclusivamente por las sectas religiosas
y seleccionados por los oficiales del ejército. A este Barebones
Parliament se le llamó también Parlamento de los Nombrados. Los Fifth
Monarchy Men tuvieron un papel destacado sobre la mayoría relativamente
moderada. La asamblea decretó la libre elección de los cargos

533
eclesiásticos, la abolición de las prebendas y la validez exclusiva del
matrimonio civil, que de este modo se le arrebataba a la Iglesia. Creó
además un nuevo Consejo de Estado, pero se atrajo la hostilidad de los
militares por su deseo de atribuir la supremacía a los civiles y por sus
críticas a la organización y gastos del ejército. Además de exasperar a los
presbiterianos con sus medidas eclesiásticas, el Barebones Parliament se
hizo impopular por la tendencia extremista de sus leyes y por su
pretensión de influir en la política exterior con sus preferencias
confesionales.

Cromwell, que se consideraba el hombre de Dios y de la Providencia,


contribuyó a la disolución de este consejo y a su propia designación como
Lord Protector (mediante el Instrument of Governement de 1653). Para
garantizar un sufragio más amplio, se reformaron las circunscripciones
electorales, procediendo a una redistribución de los escaños más
igualitaria en función del número de habitantes, aunque manteniendo la
base censual. El protector gozaba de amplios poderes: dirigía la política
exterior, con el apoyo de un Consejo de Estado compuesto por 13
miembros, en su mayoría oficiales con cargo vitalicio.

Respecto a las exigencias de las sectas, Cromwell adoptó como


protector una actitud más moderada, aunque siempre ejerciendo una
dictadura más o menos voluntaria y un gobierno personal. Su primer
Parlamento estuvo supervisado por el Consejo de Estado y en la
designación de sus miembros se vieron favorecidos la gentry y los
terratenientes ricos. Se privó de los derechos civiles a los católicos y a
cuantos se habían opuesto a la causa parlamentaria después de 1641 o
habían estado comprometidos con la rebelión irlandesa. Sin embargo
Cromwell, aunque era partidario de una Iglesia de Estado, hizo abolir la
pena de muerte para los que no frecuentaran parroquias, a condición de
que acudieran a cualquier otro lugar de culto y también fue prohibido el

534
anglicanismo, en cambio las sectas gozaron de plena libertad siempre que
no transgredieran las leyes.

Como el protector y el Consejo consideraron que la colaboración del


Parlamento no había sido satisfactoria, lo disolvieron en 1655. Puesto que
el descontento se exteriorizaba con la idea de la restauración monárquica,
los partidos de la monarquía fueron perseguidos. Para dar mayor
autoridad a los mandos superiores del ejército, Cromwell instituyó el
título de general para los comandantes, a quienes otorgó poderes para
actuar como delegados suyos, confiscando, desterrando y deportando a
todos sus opositores. Mientras tanto, se convocó a un nuevo Parlamento,
que se convirtió en un instrumento dócil del lord protector, ya que más de
un centenar de los elegidos fueron rechazados por el Consejo de Estado
por motivos políticos. Así reducido, la asamblea declaró hereditario el
protectorado y otorgó a Cromwell poderes para disponer de una suma
cuantiosa, destinada sobre todo a la manutención del ejército.

Cromwell rechazó la corona real, ofrecida en 1657. Antes de un año, el


protector disolvió también este Parlamento, más que nada porque le
pareció poco fiel y hostil tras la llegada a los Comunes de los miembros
que no habían querido entrar en un primer momento. Cromwell se fue
atribuyendo cada vez más de títulos reales: adoptó la púrpura y añadió un
cetro dorado a su espada como signo de su dignidad, pero murió en 1658.

A la muerte de Cromwell el ejército todavía era muy numeroso. La


importancia numérica de los militares y su permanencia en funciones
políticas clave fueron percibidas muy negativamente por la sociedad
inglesa. No era sólo la gentry a quien disgustaba la existencia de un
ejército permanente, sino que también a la población civil se inventaba
cualquier pretexto para no alojar a las tropas. Este desagrado se hizo
evidente en cuando el hijo de Cromwell, Richard, se convirtió en jefe de
Estado. El poder del joven sucesor se apoyaba sobre todo en la fidelidad

535
de los militares, que de hecho lo apoyaron per lo consideraron más bien
un civil, ya que nunca había tenido graduación en sus filas.

El nuevo Parlamento de Richard Cromwell se reunió en 1659. Tras


haberse manifestado una clara oposición al ejército por parte de ambas
Cámaras parlamentarias, Richard las disolvió cediendo a las presiones de
los militares. Era más que evidente que los oficiales pretendían
inmiscuirse en el ejercicio del poder. Richard, que se inclinaba por el
Parlamento, abdicó de su cargo ese mismo año. Los militares intentaron
prolongar el régimen republicano poniéndose a las órdenes de un Consejo
general de oficiales y elaborando un nuevo proyecto constitucional. Solo
consiguieron expulsar al Rump Parliament que se había instalado en
Westminster.

536
537
La Gloriosa Revolución

Alberto Tenenti

La Restauración

El restablecimiento pacifico del hijo de Carlos I fue la materialización


de un claro reflujo antirrevolucionario, aunque no se tradujo en reacción
propiamente dicha. Carlos II fue proclamado rey tras la muerte de su
padre y recién a comienzos de 1660 un núcleo importante del ejército,
capitaneado en Escocia por el general George Monk, se pronunció en
favor de su retorno al trono inglés. Monk pudo entrar fácilmente en
Londres y apoyó el restablecimiento del Parlamento largo (con la misma
constitución anterior a 1648), que se disolvió y dio paso a nuevas
elecciones. El general considero que esta institución era la depositaria de
la legalidad, pero impuso el reconocimiento de la Cámara de los Lores.
Carlos II supo orientar el rumbo de los acontecimientos a favor suyo
publicando ese mismo año la Declaración de Breda. Aunque se
reafirmaba en la diferencia esencial entre la condición de rey y la de
súbdito, el monarca prometía una amplia amnistía, una gran tolerancia
religiosa y el pago de los atrasos al ejército; sobre los anteriores embargos
de tierra en perjuicio de los partidarios del rey se pronunciaría el
Parlamento que salió de las siguientes elecciones y que resultó ser
mayoritariamente monárquico. Los Lores reconocieron la necesidad de la
monarquía y la legitimidad de Carlos II, y poco después lo hicieron los
Comunes. Entretanto Monk se ocupaba de poner la mitad de los
regimientos y guarniciones bajo el mando de oficiales partidarios del rey.

Carlos II Estuardo retornó al trono sin condiciones, heredando todos


los poderes que tenía su padre excepto los que habían sido abolidos por el
Parlamento largo. Se le reconoció el control y mando de las fuerzas
armadas, así como la dirección de la política exterior. La aceptación de la

538
prerrogativa real de violar la ley en ocasiones extraordinarias podía revivir
la doctrina del poder absoluto del soberano, sin embargo, muchos
diputados lo vieron como un mal necesario para evitar agitaciones
sociales. La corriente tory, que no tardaría en constituirse, admitiría que
Carlos II pudiese usar sus propios poderes libremente, a condición de no
entrar en conflicto con los derechos de los otros propietarios, sus
súbditos. La corriente whig, en cambio, consideraría que el monarca debía
usar sus prerrogativas en defensa de los intereses reales del pueblo a
través del Parlamento –es decir, en la práctica sobre todo de acuerdo con
los intereses de la clase dominante.

Sin duda la alianza que se estableció a partir de 1660 entre Carlos II y la


corriente anglicana y tory proporcionó a la Corona apoyo y una defensa
más sólida de sus prerrogativas y de la sucesión hereditaria. Sin embargo,
al reinstaurarse la menarquia, el problema del control del rey permaneció
sin resolver. De hecho, la Restauración se basó en la premisa de que
Corona y Parlamento podían repartirse el poder amistosamente, sin tener
que depender el uno del otro. El Convention Parliament de 1660 pretendió
proteger a un monarca, investido de nuevo con sus privilegios esenciales
junto con una Cámara Alta y una Cámara Baja confirmadas en su
soberanía. Por esta vía surgió nuevamente la teoría de los <<tres estados>> y
en 1661 el Parlamento adoptó el compromiso de que ninguna Cámara por
su cuenta ni ambas conjuntamente pudiesen legislar sin el
consentimiento del rey. Además se rechazó cualquier tentativa
revolucionaría de alzar las armas contra el soberano y el Consejo privado
dejó de tener el control efectivo sobre el gobierno local y el control de los
tributos pasó a depender estrictamente del Parlamento, que se convirtió
en el centro de lavida política y el órgano que dirigía al poder ejecutivo
ejercido por la Corona, además de erigirse en garantía de las libertades
políticas y privadas.

539
El reinado de Carlos II Estuardo (1660-1685)

Carlos II hubiera querido conservar de la Conmonwealth el


mantenimiento de un ejército permanente. Si no lo consiguió, fue porque
su regreso al trono estuvo motivado por la general hostilidad contra el
ejército y su molesta presencia política. Solo se aceptó la existencia de
una guardia real compuesta por unos miles de hombres, mientras que el
general Monk conservó el mando militar hasta 1670. Los fondos
necesarios para la desmovilización fueron asignados en 1660 y se
proclamó la Disbanding Act, que autorizaba la disolución de las tropas. En
teoría al rey todavía se le permitía reclutar las tropas que quisiera,
siempre que las sostuviera con sus propios fondos, pero Carlos II no
dispuso casi nunca de los recursos necesarios para hacerlo. A cambio
pudo recuperar el control de las milicias provinciales, de las que fue
nombrado comandante. Se nombró un Secretario de Estado para la
Guerra, precisamente para ejercer las prerrogativas reales sobre las
fuerzas militares.

En realidad fue la gentry la que obtuvo el poder casi absoluto sobre los
efectivos militares locales y la que gobernó el campo. Los oficiales de esta
milicia sirvieron para vigilar a los republicanos o a quienes fueran
sospechosos de serlo. El Parlamento concedió especial atención a la
marina de guerra, que aseguraba el comercio y la propia riqueza del país.
La hostilidad de los Comunes hacia el ejército siguió manifestándose
claramente, por ejemplo en 1667, cuando los holandeses atacaron Londres,
el Parlamento exigió la desmovilización de las tropas reclutadas
inmediatamente después de firmarse la Paz de Breda con las Provincias
Unidas.

Mientras el creciente poderío naval permitía a Inglaterra actuar


enérgicamente en los conflictos internacionales, la carencia de tropas de
tierra dificultaba seriamente los intentos de Carlos II de intervenir en el
540
continente. Tanto Cromwell como Carlos II eran conscientes del peligro
que suponían las Provincias Unidas y trataron de guerrear contra ellas,
siendo una lucha casi exclusivamente económica. El Act de Frauds de 1662
estableció que todo barco construido en el exterior y no registrado en
Inglaterra sería considerado extranjero. La Staple Act de 1663 impuso que
todo producto que circulase entre la metrópoli y sus colonias debía
transitar y detenerse en los puertos ingleses. Las guerras navales anglo-
holandesas permitieron, entre otras cosas, ir eliminando progresivamente
la amenaza holandesa en Norteamérica y en las Antillas.

Tanto Carlos II como Luis XIV de Francia consideraban a las


Provincias Unidas como sus más acérrimos enemigos, pero las simpatías
del rey Estuardo por Francia despertaban los recelos de cuantos odiaban
el absolutismo y el papismo. El hermano del rey, el católico duque de
York y el propio Carlos II veían en la alianza con Francia un medio para
permitir la tolerancia en favor de los católicos ingleses y para aumentar el
radio de acción del poder monárquico en Inglaterra. En 1670 Carlos II
firmó el Tratado secreto de Dover con Luis XIV, por el cual prometía su
conversión al catolicismo a cambio de ayuda financiera.

Entre las fuerzas que intervenían en la política interna tras la


restauración monárquica en 1660 se estaban introduciendo factores que
modificarían su provisional equilibrio. Las iniciativas y el
comportamiento del rey contribuyeron a alterar las relaciones que se
habían creado. Los miembros del Parlamento, especialmente la corriente
whig, se oponían al clientelismo interesado de la Corona, a la corrupción
ministerial y a la inserción de funcionarios gubernativos entre sus filas.
Hacia 1670 loswhig aceptaban la nueva legitimidad de la Corona y de los
pares, pero querían impedir que el favoritismo clientelar de la corte
convirtiera las cámaras en un instrumento demasiado dócil respecto al
ejecutivo. Muy significativa resultó la controversia que estalló hacia 1670

541
acerca de los orígenes de los Comunes. Los tory se inclinaron por la tesis
de que el rey solo debía conservar la facultad de iniciativa legislativa,
mientras que para loswhig la autoridad emanaba del Parlamento y por lo
tanto la ley estaba por encima del soberano, queriendo establecer una
monarquía fuertemente limitada.

Sus exigencias prosperaron pronto gracias al desarrollo de los


acontecimientos dinásticos: el conde de Danby, uno de los máximos
representantes de los tory concertó en 1677 el matrimonio entre la hija
mayor del duque de York, María, que se había mantenido fiel al
protestantismo, y el estatúder holandés y calvinista Guillermo de
Orange. Éste, además de ser el dirigente de la resistencia de las Provincias
Unidas contra Luis XIV, era también el principal adversario de las
tendencias filofrancesas de Carlos II y el duque de York.

El debate político constitucional volvió hacia 1681 cuando los


protestantes quisieron excluir de la sucesión al trono al hermano del rey
por ser católico. Pero el gobierno real se valía de los estrechos vínculos
existentes entre la corte, el partido tory y la propia Iglesia anglicana. Los
años 1681-1685 se caracterizaron por una reacción conservadora. Carlos II
dejó de convocar al Parlamento y dio muestras de autoritarismo en el
control de las autonomías locales. A su muerte en 1685 recibió los
sacramentos de la Iglesia romana e inmediatamente le sucedió sin ningún
impedimento su hermano Jacobo II.

La lucha político-religiosa

La Iglesia Anglicana, sobre todo después de la restauración de los


Estuardo, no se libraba de ciertas inclinaciones absolutistas al equiparar
el derecho divino del rey con el de los obispos. Por otra parte, apenas
recuperado su carácter oficial, a partir de 1660 sus dirigentes quisieron
hacer pagar a los presbiterianos y a los independientes los abusos

542
cometidos anteriormente a costa de los anglicanos. Les fueron restituidas
entonces todas las posesiones arrebatadas a la Iglesia del Estado y a la
Corona. Sin embargo, durante la Conmonwelth habían sucedido ciertos
hechos irreversibles. El intento llevado a cabo después de 1660 de
reimplantar una estricta uniformidad anglicana fracasó y los obispos
regresaron, pero sin su antiguo poder. Esto se produjo a pesar de que la
gentry se había puesto de nuevo de parte de la Iglesia oficial. En definitiva,
el monopolio anglicano sobre los protestantes ingleses disminuyó tras las
Restauración y el Parlamento afirmó enérgicamente su propia supremacía
sobre la jerarquía episcopal.

Los obispos reclamaron a partir de entonces un conformismo menos


estricto, pero por la Corporation Act de 1661 fueron excluidos del gobierno
y de la administración por las corporaciones quienes no formaban parte
de la Iglesia anglicana. A pesar de que se habían tomado otras medidas
para reforzar la uniformidad religiosa (Acta de Uniformidad de 1662) estaba
tácitamente reconocida la existencia de comunidades protestantes
separadas. John Locke, en su Ensayo sobre la tolerancia, puso las bases para
una reflexión pragmática sobre la libertad de conciencia. Las sectas ya
habían abandonado la escena política y los puritanos habían perdido su
ímpetu revolucionario.

Mientras los presbiterianos habían comprendido que era indispensable


para su subsistencia el apoyo del gobierno y la aceptación del episcopado,
en el campo siguió dominando el anglicanismo. Los católicos no
constituían una minoría importante desde el punto de vista cuantitativo
(1% de la población) pero afirmaron su propia lealtad política y dejaron
sentir su influencia en una parte de la nobleza y en la corte, donde la
presencia de una reina católica dejaba sentir su peso.

543
La persecución de los disidentes fue intermitente pero severa entre
1662 y 1689. A partir de 1672 su delito se consideró político y fue sustraído
a la jurisdicción eclesiástica. Ese año una Declaración de indulgencia abolió
las leyes penales contra los católicos, pero el rey tuvo que cancelarla en
1673 a fin de obtener del Parlamento los recursos necesarios para la guerra
contra Holanda. El Bill of Test estableció que únicamente los que
comulgaran con la Iglesia del Estado gozarían de todos los derechos de
ciudadanía inglesa. La mirada estaba puesta sobre todo en el católico
duque de York.

Política y religión seguían entrelazándose y constituían uno de los


puntos principales de debate de la convivencia civil inglesa y su
desarrollo. La restauración monárquica había vuelto a poner de moda
ciertas tesis como la de Robert Filmer, que defendía el poder monárquico
y argumentaba que el derecho de sublevación de los súbditos carecía de
todo fundamento, porque jamás se había establecido un contrato
originario y era absurdo pretender lo contrario. Frente a su teoría se
alzaba la de Thomas Hobbes, según la cual los súbditos quedaban libres
de cualquier obligación ante un soberano que no fuese capaz de
garantizarles protección (no existiendo ningún limite al derecho natural
de cada uno a protegerse a sí mismo). Hobbes defendía el absolutismo sin
recurrir al derecho divino del rey, basándose en argumentos puramente
laicos y racionales.

John Locke consideraba que las leyes naturales y las leyes científicas
eran comparables con las leyes de Dios, por su carácter inmutable tanto
en el orden físico como en el moral. Era imposible que no existiera un
estado natural, puesto que Dios había puesto a los hombres en las mismas
condiciones y todos tenían derecho a la misma consideración. De ello
deriva que el estado natural tuviera un valor normativo para el presente y
permitía creer en la libertad del individuo, propia de cada uno, en la que el

544
Estado no podía interferir. El ejercicio del poder tiránico, para Locke,
tenía como consecuencia el retorno del poder a la comunidad y la
disolución completa del gobierno constituido. Es decir, existía un
contrato social, un compromiso constante entre las partes que lo habían
firmado, renovable cuando los gobernantes traicionaran la confianza que
en ellos se había depositado. Locke llegó a una teoría de la soberanía y del
derecho de oposición plenamente compatible con la constitución mixta
deseada por los ambientes políticos ingleses, especialmente loswhig. Sin
embargo, estos últimos, durante la Gloriosa Revolución de 1689, no
coincidirían con él en la voluntad de depositar la soberanía última o el
poder constituido en el pueblo y no en el Parlamento.

Las ideas de Locke fueron las que dieron fuerza a los acontecimientos
revolucionarios y a la vez pacíficos de 1688-1689, pues él justificaba la
revolución cuando la libertad de los ciudadanos y la constitución que la
defendía se encontraban seriamente amenazadas. Según Locke, el derecho
divino del rey era ilógico desde un punto de vista racional ya que no era
demostrable que un soberano hubiese sido elegido realmente por Dios. En
consecuencia, había que rechazar por completo la idea de que el poder
ilimitado del rey pudiese ser presentado como un don divino. Si el
monarca violaba los derechos fundamentales y de naturaleza –el derecho
a la vida, a la libertad y a la propiedad privada–, subvirtiendo la
constitución, el pueblo recuperaba plenamente su poder. Al violar la ley el
rey perdía su inmunidad que la misma ley le confería y con ello su
autoridad. De esa manera se propugna la superioridad del poder
legislativo sobre el ejecutivo, que en todos los gobiernos bien constituidos
debe residir en organismos diversos y diferentes.

Hobbes y Locke constituyen los dos polos de este fecundo


enfrentamiento, del mismo modo que el gobierno y el ambiente de los
Estuardo por un lado y las exigencias del Parlamento y la gentry por otro,

545
fueron los dos focos del campo en el que maduró el proceso político
creativo que desembocó en la Gloriosa Revolución. Este proceso, que se
hizo en Inglaterra de forma gradual, sancionó positivamente el paso del
protagonismo del fiel ciudadano y del súbdito al hombre libre, hombre
que comprendió su libertad de cree y de oponerse, de conocer
científicamente y de comerciar sin obstáculos. Eran reivindicaciones y
derechos atribuidos al menos implícitamente, sobre todo a las capas más
favorecidas de la sociedad.

La Gloriosa Revolución.

La llamada Gloriosa Revolución no fue una ruptura o una revolución


propiamente dicha ni en el terreno social ni en el religioso, sino que
plantea de lleno la cuestión de la posibilidad de una revolución sin
enfrentamientos sangrientos y sin traumas civiles. Este giro positivo fue
posible gracias a la homogeneidad básica del estrato social que lo
sustentó y al mismo tiempo lo dirigió. Loswhig y los tory, que estaban
abiertamente enfrentados, procedían ambos de la alta aristocracia, de la
pequeña nobleza rural y de grupos económicos poderosos. Desde luego,
los tory no sólo eran partidarios de la Corona, sino que preferían un mal
rey a una buena oposición. Sin embargo, el comportamiento de Jacobo II
contribuyó a que muchos se alienaran con loswhig en contra del monarca.
Incluso al partido conservador le pareció poco oportuno que alguien
ejerciera un poder absoluto que invadiera la esfera de la propiedad
privada. Los tory no sólo esperaban que el rey usara su poder ilimitado de
forma relativamente limitada, sino que además en el ejercicio del gobierno
recurriera a la colaboración de sus súbditos más influyentes. Según el
sentir general, el rey ya no era más que uno de los tres “estados” junto con
las dos cámaras: la de Lores y la de los Comunes.

546
Los presbiterianoswhig defendían con sólidos argumentos la doctrina
del régimen “mixto”, según la cual la soberanía residía conjuntamente en
el soberano, los Lores y los Comunes. Hacia 1685 una gran parte de la
clase dirigente creía que el acuerdo entre estos tres componentes era la
esencia del gobierno y de su estabilidad. Los tory y loswhig compartían la
opinión de que los derechos del rey y de los ciudadanos eran
complementarios y no opuestos. Aunque los whig juzgaban que había que
limitar los derechos de la Corona y en algunos caso incluso enfrentarse a
ellos, no excluían al rey del ejercicio del poder. Cuando se perfiló la
posibilidad de la inminente subida al trono de Guillermo de Orange,
loswhig dejaron de invocar la supremacía parlamentaria tal como habían
hecho anteriormente.

Jacobo II decidió continuar por la vía del absolutismo en la que se había


inspirado su predecesor, sobre todo a partir de 1680. Para el nuevo
monarca católico solo un poder real fuerte podía garantizar el estatuto de
las minorías y no dudó en arrogarse la facultad de suspender las leyes
civiles en materia religiosa. El hecho de haber contraído matrimonio con
María de Módena y de haberse rodeado de un circulo filorromano no
podía dejar de chocar con la mayoría protestante. La rebelión de un hijo
ilegitimo de Carlos II, el duque de Monmouth, que desembarcó en
Inglaterra en 1685, había permitido a Jacobo II disponer de unas fuerzas
armadas mucho más numerosas que antes, con la consiguiente
preocupación de los adversarios del absolutismo real. El rey no dudó en
utilizar una gran cantidad de oficiales católicos como magistrados (jueces
de paz), agentes electorales y lugartenientes del ejército.

Jacobo II suspendió mediante la Declaración de indulgencia de 1687 la


aplicación de las leyes penales contra los disidentes, incluidos los
católicos. La medida incluía también la suspensión de la obligación de
prestar juramente de fidelidad por parte del encargado de cubrir los

547
cargos oficiales. Se celebraron misas romanas públicamente y además
Jacobo II exigió incluso al clero anglicano que desde el pulpito se diese
lectura de su Declaración. El arzobispo de Canterbury, junto con otros seis
obispos, se dirigió al monarca pidiéndole que la orden fuese retirada.
Aunque el rey ordenó que se les persiguiese por sedición, el tribunal ante
el que comparecieron los prelados los absolvió. Anglicanos y no
anglicanos coincidieron en señalar que una Declaración real no podía tener
la misma fuerza que un acto emanado de la voluntad del Parlamento.

En este contexto cabe destacar la revocación del Edicto de Nantes por


parte de Luis XIV en 1685 y la consiguiente afluencia de hugonotes, había
hecho que en Inglaterra aumentara la francofobia y el temor de que el
absolutismo de Jacobo II pudiera reforzarse. Estas inquietudes se vieron
reforzadas por la intensa propaganda protestante y antifrancesa del
estatúder Guillermo de Orange, marido de la heredera al trono ingles.

La tensión aumentó en 1688 cuando nació Jacobo Francisco Eduardo


Estuardo, hijo de Jacobo II y María de Módena. El riesgo de que el trono
pudiera permanecer en manos católicas se hizo pronto e inesperadamente
mucho mayor, y la reacción fue enérgica e inmediata. Loswhig y los tory
pidieron a Guillermo de Orange que interviniera en Inglaterra a defensa
de los derechos dinásticos y religiosos de su esposa María Estuardo,
primogénita del rey. El estatúder, preparado para la contienda, no solo
aceptó en 1688 la propuesta, sino que no tardó en desembarcar en la isla
ese mismo año. Aunque la mayoría whig de los Comunes no había negado
que el soberano fuese independiente del Parlamento, en aquella
circunstancia sostuvo que Jacobo II había perdido el derecho a la lealtad
de sus súbditos por haber pretendido subvertir deliberadamente la
constitución. Sin embargo, loswhig consideraron inoportuno admitir con
Locke que la violación de la ley por parte del soberano y su consiguiente
pérdida del derecho al poder comportase la total disolución del gobierno

548
y la apelación al pueblo. No se deseaba que esta solución abriera el
camino legal a una democracia radical. Loswhig sostuvieron de forma algo
forzada que o se trataba de una deposición del monarca, son de una
transferencia de la corona a su legítima heredera, de acuerdo con la
constitución. Los tory también se alinearon con esta postura cuando
Jacobo II se dio a la fuga, como si la simple huida fuera una abdicación.

Tras su desembarco, Guillermo de Orange se dirigió lentamente a


Londres a fin de provocar el máximo de deserciones en las filas enemigas.
Aunque Jacobo II se había llevado consigo casi 30.000 hombres, algunos
de sus principales mandos militares no dudaron en abandonarlo y al cabo
de pocos días cambiaron su lealtad. En 1688 incluso el príncipe Jorge de
Hannover, marido de Ana, la segunda hija de Jacobo II, lo abandonó y el
monarca Estuardo se encontró prácticamente vencido sin haber luchado;
huyó de Londres y fue capturado, pero Guillermo de Orange prefirió
astutamente dejarlo partir hacia Francia. Ta se había abierto una
Convention parlamentaria, destinada a llenar el vacío legal de lo que se
consideró un interregno.

El recién nacido hijo varón de Jacobo II fue ignorado y el trono se


consideró vacante y disponible. A finales de 1688 y principios de 1689 las
dos cámaras reunidas en forma de Convention se atribuyeron el derecho de
regencia, prescindiendo audazmente de la teoría del derecho divino de los
reyes y se introdujo el principio de excluir a los herederos católicos de la
sucesión a la corona inglesa. Se había producido un autentico acuerdo
entre las directivas whig y tory, representantes ambas de las clases
propietarias. El conjunto de las decisiones sobre las que se fundó la
Gloriosa Revolución supusieron el rechazo a separar los derechos
políticos del individuo de la superioridad de las capacidades económicas
realmente dominantes. De este modo la revolución, en vez de ser violenta

549
y traumática, resultó políticamente elaborada y pacífica, además de ser
básicamente funcional.

Hubo dos etapas constitucionales fundamentales: la de la Declaration of


Rights de 1669 y la del Bill of Rights del mismo año. En la primera se creó
una monarquía de poderes limitados y se ofreció la corona a María y a
Guillermo de Orange en calidad de consorte. En la segunda se proclamó la
ilegalidad de mantener un ejército permanente en el reino en época de paz
sin el consentimiento del Parlamento. Al mismo tiempo se abolió el
derecho del soberano a dispensar dela aplicación de las leyes sin la
aprobación de las Cámaras. El Bill of Rights marcó el paso a una monarquía
constitucional, adoptando la teoría del contrato de Locke. Con ello se
sancionó oficialmente el derecho a la libertad de expresión para los
miembros del Parlamento. La antigua igualdad entre la Corona y los otros
dos estates dio paso a la colaboración entre los poderes, reservando al
Parlamento el papel dirigente. La teoría del gobierno “mixto” se había
impuesto a la de la separación de poderes.

Toda la operación se baso en dos premisas: que la autoridades


legislativa estaba repartida entre el rey, los Lores y los Comunes, teniendo
cada uno sus propios derechos y prerrogativas; que además las funciones
ejecutiva y judicial debían estar mejor diferenciadas y repartidas en
instancias diferentes. En 1689 se proclamó el Acta de Tolerancia, que
suprimió los castigos impuestos a quienes no formaran parte de la Iglesia
anglicana (salvo los católicos), siempre que prestasen el debido juramente
de fidelidad a la Corona.

Guillermo de Orange fue el que realmente llevó las riendas del país,
mucha más que su esposa la reina (cuyos derechos le habían permitido
obtener la corona). Se le reconoció el derecho a dirigir libremente la
política exterior del país, y él –como defensor del frente protestante– no

550
dudó en arrastrar a Inglaterra a una guerra declarada contra las iniciativas
bélicas del católico Luis XIV. Aunque la Mutiny Act de 1689 había
dictaminado que le correspondía al Parlamento establecer la constitución,
la entidad y el funcionamiento del ejército profesional inglés, Guillermo
III reunió en poco tiempo, a causa de las campañas militares que
emprendió, las fuerzas armadas más numerosas que Inglaterra había
tenido jamás, y hasta 1697 las Cámaras no consiguieron que llevara a cabo
una reducción real de las mismas.

Guillermo III fue acusado por sus súbditos de preocuparse más de la


alta política europea que de los intereses estrictamente ingleses. El rey no
consiguió ser popular, porque entre otras cosas demostraba tener más
confianza en el entourage holandés que le había acompañado que en los
ingleses. Su reinado estuvo marcado por resultados más notables en el
terreno económico y social. Se abolieron las posesiones feudales, así como
la mayor parte de las colonias <<privadas>> de ultramar y también fueron
desapareciendo los monopolios. Tras haber aceptado el gobierno en 1688
el principio de no injerencia en la propiedad privada, quedó asegurada la
plena libertad a las sociedad capitalistas por acciones. Al mismo tiempo,
los comerciantes llegaron a tener tanta influencia que el elevado coste de
las campañas bélicas se financió mediante una política tarifaria
proteccionista a favor de las industrias inglesas. Otra de las novedades
positivas fue la fundación del Banco de Inglaterra (1694). A partir de
entonces los intereses económicos vieron incrementada aun más su
influencia, ya que ningún grupo político pudo prosperar sin el apoyo de la
City.

Si Jacobo I al inicio de su reinado elegía ministros y favoritos a su


antojo, el Act de Settlement de 1701 garantizó que ningún ministro escapara
a la autoridad de las Cámaras ni pudiese gobernar sin disponer de una
mayoría en el Parlamento. En Inglaterra, que se había liberado del derecho

551
divino del rey, se abría paso cada vez con más fuerza un racionalismo
dinámico, crítico no sólo frente a las supersticiones sino también frente a
los dogmas fundamentales de la fe cristiana. Hacia finales del siglo XVII
ya se podía hablar de preilustración inglesa, que se había desarrollado
armónicamente tanto en el plano filosófico y científico como en el
religioso, ético y civil.

552
553
El siglo de las reformas

José Luis Comellas


El periodo de política francesa (1700-1715)
Felipe V, primer monarca de la Casa de Borbón, llegó a España como un
nuevo “salvador del país”. Educado en Francia y rodeado de un equipo de
funcionarios franceses, su política iba a consistir en implantar en España
los sistemas e instituciones franceses, que daban a esa nación un periodo
de máximo esplendor bajo Luis XIV.
Sin embargo, las potencias extranjeras, y en especial Austria e
Inglaterra, vieron con recelo la entronización de un Borbón en España. A
los pocos meses de la llegada de Felipe de Anjou se vieron el país y el
monarca envueltos en una nueva guerra de sucesión, de suerte que las
reformas no pudieron ser implantas con método: fueron muchas veces
“medidas de tiempo de guerra”, que facilitaron la implantación de
drásticos decretos que de otra forma hubiera sido difícil imponer.
La guerra de Sucesión Española.
El testamento de Carlos II cumplía uno de los sueños dorados de Luis
XIV, que veía así uno de sus nietos en el trono secularmente enemigo de
España, aunque esto suponía también una amenaza para Francia porque
las demás potencias extranjeras no dudarían en enfrentarse a tal
engrandecimiento de los Borbones.
El primero en protestar fue el Sacro Imperio, que esperaba prolongar la
soberanía de los Habsburgo en España por medio de su candidato, el
archiduque Carlos. Una vez conocido el testamento de Carlos II, el
Emperador se mantuvo a la expectativa, en busca de aliados contra
Francia. Una imprudente declaración de Luis XIV, que dio como posible
una futura unión entre España y Francia suscitó la hostilidad de
Inglaterra. Poco después Holanda, Saboya y Portugal se unían a la alianza.
554
Comenzaba así la Guerra de Sucesión, en la que España se veía envuelta
sin buscarla. Dos hombres, Felipe de Anjou y Carlos de Habsburgo se
disputaban los inmensos aunque maltrechos dominios de la monarquía.
Fueron trece años de dura lucha en casi toda Europa occidental; en
ellos se discute la hegemonía europea al mismo tiempo que la corona
española; y los hechos cobran en la Península un carácter de guerra civil,
al aceptar parte de los españoles al archiduque como rey. Su desenlace
puede resumirse en el triunfo de Felipe V en el trono de España y pérdida
de todos sus dominios extrapeninsulares.
Fracasó un intento de invasión desde Portugal, aunque en 1704 el
almirante Rooke se apoderó de Gibraltar. En 1705 los aliados
desembarcaron en Barcelona y pronto encontraron el apoyo de la nobleza
catalana y valenciana; el archiduque encontraba simpatías en grandes
sectores de los reinos de la Corona de Aragón y allí comenzó a gobernar
como Carlos III. Para comprender el hecho es preciso recordar que Felipe
V de Borbón suponía el sometimiento de la nobleza y centralismo
administrativo. Por ello la lucha tuvo cierto tinte social –la burguesía en
cambio, apoyaba al francés– y un carácter foral, por temer los aragoneses
que el centralismo borbónico iba a acabar con sus fueros.

555
En 1706 Felipe V, presionado desde Aragón y Portugal, hubo de
retirarse al norte de España, donde las clases medias y la pequeña
hidalguía le fueron fieles; pero el archiduque no supo aprovechar la
coyuntura. Además, Felipe V contaba con el apoyo de grandes sectores
castellanos: lo demuestran las guerrillas o actos de sabotaje que fueron
objeto las tropas austriacas o inglesas que apoyaban al archiduque. La
batalla de Almansa (1707) rechazó a los invasores hacia la franja
mediterránea, y pareció consagrar definitivamente la soberanía de Felipe
V.
Sin embargo, las nuevas derrotas sufridas en el exterior por los
franceses y la crisis económica de Francia permiten a los aliados un
último intento que, por un momento (1710) volvió a depararles la
posesión de Madrid. Pero el archiduque se había vuelto impopular y no

556
pudo mantenerse. En 1711 toda España, excepto Cataluña y Baleares,
estaban de nuevo en manos de Felipe V. Aunque los franceses, agotados y
los españoles, que bastante tenían con las campañas peninsulares, no
pudieron impedir que las posesiones extrapeninuslares de España
cayeran en manos de los aliados. Proseguían con éxito las operaciones
sobre Cataluña cuando en Utrecht se iniciaron las conversaciones de paz.
La paz de Utrecht
Los tratados de Utrecht, Rastatt y la Barrera suponen el comienzo de
un nuevo capítulo en el panorama geopolítico de Europa. Dentro de este
nuevo panorama, los Borbones consiguieron la meta central de sus
aspiraciones: Felipe V era confirmado como rey de España, con la
condición de que su corona no se uniría nunca con la de Francia. Pero
España era en realidad la gran sacrificada, pues la monarquía perdía todos
sus dominios extrapeninsulares en Europa: Bélgica, Luxemburgo, Milán,
Cerdeña, Nápoles (que pasaban al Imperio) y Sicilia (que pasaba a
Saboya). Y para más, Inglaterra, árbitro y gran aprovechada de la
contienda, se quedaba con dos jirones de territorio español: Menorca y
Gibraltar.
En cambio, Francia, que era la derrotada militarmente, conservaba la
línea del Rhin, aparte de haber colocado a los Borbones en España; esos i,
la gran época de Luis XIV terminaba con la paz de Utrecht; en adelante ya
no cabria espirar a hegemonías continentales: la nueva ley del equilibrio,
como principio inapelable, gobernaría la dinámica de las guerras y las
paces.
La Nueva Planta y las reformas interiores.
La entronización de los Borbones significaba centralismo. Una serie de
ministros emprendieron la tarea de “racionalizar” y unificar jurídicamente
España. La influencia francesa es indudable, aunque también hay que

557
tener en cuenta la tradición castellana manifestada por los gobernantes de
Madrid ya en el siglo XVII. La resistencia de los reinos de la Corona de
Aragón a la soberanía de Felipe V proporcionó a éste un esplendido
pretexto para reducir su constitución política a la misma planta que
Castilla, el sueño frustrado del conde-duque de Olivares.
En 1709 y 1711 se redujeron las leyes e instituciones de Aragón y
Valencia a las de Castilla. Cataluña resistió hasta la ultima hora, incluso
después de firmada la paz de Utrecht. Era impolítico reducirla al patrón
castellano sin motivo, y por otra parte, Felipe V y sus ministros habían
aprendido un poco de experiencia. De aquí que el Decreto de Nueva
Planta, dictado en 1716, no fuera la estricta castellanización de Cataluña,
sino la aplicación de un régimen nuevo, equilibrado y racional, que luego
se impondría en Castilla. Tres figuras se reparten el poder: el Capitán
General, que gobierna asesorado por la Audiencia –la cual no sólo juzga,
sino que aconseja– y el Intendente, del que dependen la administración y la
economía.
Cataluña se vio privada de sus viejos fueros y privilegios, favoreciendo a
la burguesía industrial y mercantil que se encontró con una mayor
libertad en detrimento de la aristocracia terrateniente; al mismo tiempo,
al desaparecer las fronteras entre Castilla y Aragón, el comercio interior
aumentó su volumen y los catalanes pudieron establecerse en Sevilla o
Cádiz para negociar con América, siendo su sumisión jurídica su fuente
de prosperidad económica.
Entre las reformas de tipo general cabe destacar la creación de cuatro
“secretarias de despacho”: Estado (Asuntos Exteriores), Justicia, Guerra
y Marina, primera versión formal de los modernos ministerios. La tarea
del gobierno quedó así compartida, remediándose una de las grandes
fallas del siglo anterior, como era la concentración del ejercicio y trámite
del poder supremo en unas solas manos.

558
Las Audiencias se multiplicaron por toda España, y aparte de su
función judicial cobraron atribuciones de gobierno. Otro organismo
ulterior, las Intendencias, de tipo administrativo, pero también con
ciertas atribuciones políticas, completaría la parcelación del territorio en
unidades territoriales idénticas. A fines del siglo XVIII sería ya frecuente
llamar a las intendencias “provincias”.
La obra de las reformas borbónicas no fue completa. Se proyectaron
muchos planes que nunca llegaron a convertirse en realidad. Las nuevas
instituciones convivieron con las antiguas, que casi nunca fueron
suprimidas. Hubo una considerable clarificación de funciones, y la
administración de España en el siglo XVIII fue ágil, expedita y eficaz.
El periodo de política italiana (1716-1725)
Hacia 1716 cambia la orientación de la política española. Felipe V se
desentiende un poco de Francia y pone su interés principal en Italia. Su
segunda matrimonio con la parmesana Isabel de Farnesio es un índice de
este giro: no precisamente la causa, puesto que es la previa atención a
Italia la que lleva a este matrimonio, no el matrimonio el que hace a Felipe
V fijarse en Italia. El motivo principal hay que buscarlo en el descontento
de Felipe por la pérdida de las posesiones italianas; además, los austriacos
empezaron a explotar Italia como un territorio conquistado. En Nápoles o
en Milán se empezó a pensar en los buenos tiempos de la presencia
española.

La política de Felipe V se basa en la idea central del revisionismo de los


acuerdos de Utrecht. Chocará con una generación pacifista y amiga de
mantener incólume el sagrado “equilibrio”. Por eso los frutos de la
iniciativa del monarca español y sus consejeros van a ser menos brillantes
que lo esperado.
La política de Alberoni

559
Julio Alberoni fue de los que convencieron a Felipe V de la conveniencia
de un matrimonio italiano y de una política italiana. Donde Alberoni se
equivocó fue en la suposición de que las potencias no intervendrían en
una guerra general y de que los italianos se levantarían en masa contra la
opresión en cuanto los españoles se plantasen frente a Italia.
Felipe V le confió el poder y la dirección de la empresa. Se firmó un
tratado con Holanda e Inglaterra y se concedieron a ésta algunas ventajas
comerciales en América. Al Papa se le halagaba con la idea de una cruzada
antiturca. Pero el ejército que preparaba el intendente Patiño y la
escuadra que se construía a toda prisa en Barcelona iba a tener una
finalidad muy diversa. En 1717 zarpó la flota y, ante la sorpresa general,
desembarcó en Cerdeña, donde el marqués de Lede se apoderó de la isla
en menos de dos meses. Los sardos recibieron con gusto a los españoles.
El golpe estaba iniciado y había que llevarlo hasta el final antes de que
las potencias europeas reaccionasen. En 1718 partió la segunda escuadra
hacia Sicilia, que fue conquistada en una brillante operación dirigida
también por el marqués de Lede. España estaba mostrando una capacidad
y un poder que nadie podía suponerle, después de su decadencia en el
siglo XVII y de la agotadora guerra de Sucesión.
Entonces las potencias reaccionaron: la flota inglesa atacó a la española
sin previa declaración de guerra y la destrozó frente al cabo Pessaro. Se
formalizó la Cuadruple Alianza (Austria, Francia, Inglaterra y Saboya),
en tanto que franceses e ingleses se disponían a la invasión a España.
Alberoni, con sus sueños ilusorios, quiso formar otra coalición con Rusia
y Suecia y fomentar las rebeliones en Francia e Inglaterra; pero Felipe V
comprendió que era preferible desprenderse del peligroso ministro, y
despachó a Alberoni. Las tropas españolas abandonaron Sicilia y Cerdeña,
bajo la promesa francobritánica de que los ducados de Parma y Toscana

560
serian para el príncipe español don Carlos. Al fue el sentido del Tratado
de Cambray, firmado en 1720.
Las gestiones diplomáticas.
Felipe V sustituye la guerra por la diplomacia. No era fácil conseguir
territorios italianos para los hijos de su segundo matrimonio. Las
promesas de Cambray habían sido demasiado vagas y durante tres años
(1720-1723) los políticos españoles trabajaron para verlas cumplidas.
Felipe V, hombre activo y nervioso, aborrecía los tratos diplomáticos,
pero la reina Isabel de Farnesio, ayudada por expertos políticos, se
encargó de llevarlos adelante. España manejó hábilmente el mal
entendimiento de la Cuádruple Alianza, pues tanto franceses como
británicos tenían roces con el Imperio; así buscando la amistad de las
potencias occidentales, se consiguió la claudicación austriaca. En 1723 el
Imperio reconocía al infante español don Carlos como heredero de los
ducados de Parma. España entraba en la alianza general.
El reinado de Luis I
En 1724, una vez clausurado definitivamente el congreso de Cambray,
abdicó Felipe V del modo más inesperado, tal vez por querer ocupar el
trono francés ante la abdicación de Luis XV. El nuevo rey, Luis I, era un
muchacho de 17 años inexperto y muy infantil de carácter. Cierto que sus
padres, retirados en el palacio de La Granja, procuraban no perder del
todo los hilos de la política. Con todo, parece que en torno al nuevo
monarca se iba dibujando un partido tendente a aislarle de la férula
paterna e imprimir a la política directrices nuevas, menos tendentes a
Italia que al Atlántico y América. Pero la política de Luis I quedó
totalmente inédita. Murió a los siete meses de subir al trono. Felipe V –
contra las leyes, pero de acuerdo con el sentido común– asumió de nuevo
las riendas del poder.

561
El periodo de política española (1725-1748)
El segundo reinado de Felipe V no representa la reanudación de la
política anterior a su abdicación, sino más bien la tendencia insinuada
durante el breve reinado de su hijo. Las miras son ahora mas españolas
que italianizantes, y los ministros son españoles también. Entre ellos
debemos destacar a José Patiño, político, diplomático, administrador,
economista y hombre práctico; José del Campillo, hacendista y
funcionario de alto sentido común, y el marqués de la Ensenada, político
de grandes ambiciones exteriores, organizador del ejército y la escuadra,
pero también un magnifico planificador de la economía, y en particular
del comercio a estilo mercantilista.
España se reconstruye interiormente, mejora sus fuentes de riqueza y
su administración, y vuelve a contar para todo entre las potencias
mundiales. Su política internacional de báscula entre las preocupaciones
atlánticas (América, la marina, el comercio, rivalidad con Inglaterra) y el
revisionismo italiano, procurando sacar partido de la enemistad entre
Francia y el Imperio, para granjearse zonas de influencia en Italia.
Los inicios de la tendencia atlántica.
Hacia 1725 tiene lugar un segundo descubrimiento de América. Desde
mediados del siglo XVII, el continente americano vivía apartado de
España, en el sentido al menos del tráfico marítimo y el intercambio
comercial. El agotamiento de las minas de plata y la relativa autarquía de
la producción americana habían llevado a aquellos resultados. Fueron los
ministros españoles de Felipe V, y en especial Patiño, los que
comprendieron las posibilidades fabulosas del comercio con el Nuevo
Mundo. Aquellos territorios podían producir en cantidad enorme los
artículos “ultramarinos” que no se daban en Europa: café, cacao, tabaco,
azúcar, algodón. Su venta produciría beneficios a los americanos, que al
elevar su nivel adquisitivo procurarían comprar en cantidades crecientes
562
los productos industrializados de Europa. España, manteniendo el viejo
monopolio, pero con unas líneas de canalización más flexibles, podría
servir de intermediario de todo aquel tráfico entre dos mundos.

En 1725 se fundó la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas de la cual Felipe


V quiso suscribir las primeras acciones. Pronto siguieron otras
compañías, como la de Filipinas o la de Barcelona. En 1726, para mantener
la seguridad de las rutas, se erigieron las tres grandes bases navales de
Ferrol, Cádiz y Cartagena, destinadas a la construcción y
mantenimiento de una poderosa flota de guerra.
La atención al Atlántico y a América provocó automáticamente recelos
de Inglaterra y hasta una guerra (1726-1727). La flota británica, atacada
por la carcoma, no pudo operar en condiciones, y los españoles,
mantuvieron sin entorpecimiento las rutas vitales. Patiño aprestó una
excelente expedición contra Gibraltar, que parecía a punto de caer
cuando las potencias empezaron a tratar en el Congreso de Soissons (1728), al
que España hubo de acudir, bajo pena de quedarse sola. Como
consecuencia de ello cambiarían las directrices políticas por unos años.

563
El Mediterráneo. Guerra de Sucesión de Polonia.
La reconciliación con Inglaterra y el enfriamiento de relaciones con el
Imperio, que ni había apoyado a España en Soissons, ni parecía dispuesto
a cumplir sus promesas anteriores sobre Italia, abonaron un espectacular
cambio de política. Felipe V, contrariamente a la solemne rigidez de los
Habsburgo, estaba mostrando un oportunismo no exento de sentido
práctico. A principios de 1729 se concertó el matrimonio del príncipe
heredero Fernando con la portuguesa Bárbara de Braganza, sellando la
reconciliación de ambas naciones. Poco después, en Sevilla, se firmaba el
pacto tripartito entre España, Francia e Inglaterra, unidas en una común
actitud antiaustriaca. Un ejército español, con apoyo británico,
desembarco en Liorna para asegurar os derechos del infante don Carlos a
los ducados italianos. Y Patiño aprovechó el viraje hacia el Mediterráneo
para organizar una expedición antipiratica que se apoderó de las plazas
de Orán y Mazalquivir.
En 1733 empezó la Guerra de Sucesión de Polonia. España no tenía
interés en entronizar en Varsovia a Estanislao Leczinski, cuñado de Luis
XV de Francia; pero ayudando a los franceses podría participar en la
guerra contra Austria, que defendió la candidatura del duque de Sajonia.
Así se firmó en 1734 el primer Pacto de Familia. Un ejército de 40.000
hombres ocupó el Reino de Nápoles en una inteligente operación y poco
después, con el mismo éxito, se produjo el desembarco en Sicilia. En
cambio, Polonia había sido invadida por los austriacos, y Francia
entonces se retiro de la contienda. Así buscó un arreglo (Paz de Viena en
1735), al que España hubo de adherirse. Nápoles y Sicilia pasaban al
príncipe don Carlos; pero se le negaban, en cambio, los ducados de Parma.
Nuevas directrices atlánticas.
En este contexto, los españoles se desentendieron de las querellas
europeas para fijar su política en América, donde ya todos los teóricos
564
ponían la clave del futuro y de la prosperidad de España. En 1738 se creó
el nuevo Virreinato de la Nueva Granada, con capital en Bogotá, que
venía a romper la secular dualidad virreinal de México y Perú, y con la
cual se venía a reconocer la revalorización económica y estratégica de la
zona del Caribe.
Nuevamente la atención en el Atlántico volvió detonar la guerra con
Inglaterra. Fue la que los españoles llamaron Guerra del Asiento y los
ingleses Guerra de la Oreja de Jenkis, por el incidente con que pretendieron
justificar las hostilidades. Los navíos españoles, con su trafico
individualizado, lograron casi siempre burlar la vigilancia británica, El
almirante Vernon saqueó Portobelo, pero sufrió un desastre en Cartagena
de Indias. Lo importante para España fue que las rutas de América
pudieron ser conservadas, y tras la guerra, el tráfico se incrementó.
La Guerra de Sucesión de Austria
La tentación mediterránea, más concretamente italiana, acució por
última vez a Felipe V –más aun a Isabel de Farnesio– con motivo de la
Guerra de Sucesión de Austria, que empezó en 1741. Aquel conflicto podía
permitir una mayor extensión de los intereses españoles en la península
italiana, y de aquí la nueva alianza con Francia –Segundo Pacto de Familia–
con el propósito no solo de conquistar Parma, sino el Milanesado. El mal
entendimiento entre franceses y españoles malogró las operaciones. En
1745 los españoles entraron en Milán.
Pero una vez que la emperatriz María Teresa se vio afianzada en el
trono de Viena y firmó la paz con Prusia, los ejércitos imperiales pudieron
descargar toda su potencia sobre Italia. Los franceses no mostraron
interés en proteger las conquistas españolas y Milán hubo de ser
abandonada casi en el momento en que moría Felipe V. El nuevo rey de
España, Fernando VI no sentía afición a las aventuras italianas y proyectó

565
abandonar la guerra a cambio de alguna compensación por parte de
Inglaterra. Pero los británicos prefirieron conservar la plaza a lograr la
amistas española, y Fernando VI ordenó continuar las hostilidades hasta
una nueva coyuntura. Se recuperó Génova, pero los franceses se
apresuraron a buscar la paz.
Por la Paz de Aquisgrán (1748) el príncipe español Felipe obtuvo los
ducados de Parma Piacenza y Gustalla. Las potencias descubren en este
contexto la importancia de América, que dará paso a una nueva
geopolítica. Hasta entonces la base de las relaciones internacionales había
sido el dogma del “equilibrio europeo”. Desde aquel momento empezaría a
hablarse del equilibrio mundial.
En el juego del equilibrio mundial.
La segunda mitad del siglo XVIII presencia la consagración de las
directrices señaladas por los Borbones. Continúa la política de reformas,
en busca de una correcta ordenación interior y de una administración
eficaz del país; la preocupación económica se mantiene al sustituir el
proteccionismo estatal por el fomento del libre despliegue de la iniciativa
privada. Y en cuanto a la política exterior, a la táctica un poco
bamboleante de Felipe V, que oscilaba continuamente entre el
Mediterráneo y el Atlántico, sucede, durante los reinados de Fernando VI
y Carlos III, una orientación definida hacia ultramar. Cuando a partir de
la paz de Aquisgrán se pasa del concepto de equilibrio europeo al de
equilibrio mundial, el papel de España en el juego de las potencias se
revaloriza de un modo extraordinario, por la sencilla razón de que posee
unos inmensos territorios ultramarinos.
La política de Ensenada y Carvajal
Fernando VI no era un hombre de gran talento pero si tenía las
cualidades necesarias para ser un buen monarca: una intachable rectitud

566
de carácter, un alto sentido de la dignidad real y una mano inteligente
para escoger sus colaboradores. Su política fue la de sus ministros. El
partido europeísta, italianista, que dirigía el marqués de Villadarias, y
que tanta importancia había tenido en tiempos de Felipe V, quedó así
arrinconado por su contrario, cuyo jefe indiscutible era el marqués de la
Ensenada, partidario de una abierta política atlántica y de una atención
primordial a América, aunque ello llevase al enfrentamiento con
Inglaterra. Ensenada, ministro a la vez de Guerra, de Marina e Indias y de
Hacienda, pronto vio elevado al Ministerio de Estado a un eficaz
colaborador, José de Carvajal. Cierto que Carvajal, aunque nunca
enfrentado abiertamente con Ensenada tenía, como diplomático, ideas
distintas. Si Ensenada era partidario de una “paz armada”, Carvajal
prefería una “paz astuta”, basada en la diplomacia, pero tendentes ambas
al mismo fin, la conservación de América, por el mismo procedimiento:
el equilibrio.
Carvajal preconizaba la amistad con Inglaterra, no exactamente por ser
anglófilo, sino por estimar el procedimiento más práctico y barato que el
rearme naval. Ensenada fiaba menos de la lealtad británica y prefería una
política agresiva que, con la ayuda francesa, permitiera hacer frente a
Inglaterra. Fue él quien, como ministro de Marina, aceleró el rearme
naval, hasta hacer de la marina española la segunda del mundo. Pero
Ensenada también fue un excelente hacendista que reorganizó las
finanzas del Estado.
El prudente y lógico Carvajal y el activo Ensenada simbolizan a la
perfección aquella España próspera, tranquila y sin problemas de
mediados de siglo.
La política neutralista
En 1754 murió Carvajal. Casi al mismo tiempo, Ensenada creyó haber
llegado el momento de formalizar la alianza con Francia que siempre
567
había deseado, y escribió en tal sentido al embajador en Paris, paso que le
costó la destitución, por hacer política exterior desde el Ministerio de
Guerra. Así, de modo casi simultaneo, desaparecieron los dos más
importantes estadistas del reinado de Fernando VI. El principal ministro
de los años que siguen es Ricardo Wall, un diplomático de origen
irlandés y más anglófilo que Carvajal. Las directrices de la política
exterior quedaron así un poco descompensadas a favor de Inglaterra.
Cuando estalló la Guerra de los Siete Años, en la que se enfrentaron
Francia e Inglaterra, España declaró su total abstención. Wall fue sólo en
cierto modo heredero de la política de Carvajal. Este preconizaba una
neutralidad positiva que permitiese aplicar sólo un dedo al fiel de la
balanza del equilibrio mundial para decidirlo en un sentido o en otro; el
neutralismo de Wall es, en cambio, inhibicionismo, abstención absoluta,
actitud que restaba valor al papel de España en el concierto internacional.
Los franceses conquistaron Menorca a los ingleses y la ofrecieron a
España a cambio de su apoyo militar; los españoles no aceptaron.
Tampoco tuvieron éxito las gestiones británicas, que ofrecían como
prenda Gibraltar. España se desentendía diplomática y militarmente de la
guerra. Y lo peor era que las posesiones americanas estaban totalmente
desprovistas de medios defensivos en caso de guerra.
Los últimos años del reinado empañan un poco al balance de conjunto.
Fernando VI, que nunca había destacado por su actividad e iniciativa,
degeneró en abulia indisimulable. Los negocios eran conducidos por la
reina, doña Bárbara de Braganza. A su muerte el monarca se hizo más
indiferente que nunca, hasta dar síntomas de autentica anormalidad. A la
débil política exterior de Wall se une la incapaz administración en el
interior del marqués de Valparaíso, que no pudo evitar un aumento de la
deuda del Estado. Cuando murió Fernando VI en 1759, España vivía en
paz dentro y fuera de sus fronteras, pero la situación no era tan boyante y
prometedora como pocos años antes.
568
El nuevo reinado.
El monarca no dejaba hijos. Con lo que niño a heredar el reino su
hermanastro don Carlos, que ya era rey de Nápoles. Carlos III, hombre
más activo y audaz que Fernando VI, aborrecía a los ingleses y era de
antiguo amigo del marqués de la Ensenada. Su llegada a España significó
no sólo la rehabilitación de Ensenada, sino la de su partido y la adopción
de una nueva actitud respecto de la política exterior. En este contexto,
España entró en la guerra a favor de Francia. En un principio, los nuevos
gobernantes intentaron mantener la neutralidad: eso sí, una neutralidad
activa, haciendo intervenir a España en el juego de las potencias,
mediante frecuentes tratos diplomáticos en los que España quiso hacer de
mediador. Fueron los ingleses quienes con más recelo acogieron este
nuevo papel de España. Por otra parte, las hostilidades perjudicaban
notablemente a los intereses españoles en América y causaban daños,
especialmente a la navegación. Francia atendió todas las reclamaciones
españolas en este sentido; no así Inglaterra, que, además de entorpecer las
rutas comerciales españolas, había establecido fortificaciones en el
territorio de Campeche, pese a todas las protestas del virrey de México.
Carlos III y sus ministros, que ya no simpatizaban con Inglaterra,
comprendieron cada vez mejor que el eventual enemigo de aquella guerra
estaba en la Gran Bretaña. Pero los ingleses llevaban las de ganar y la
ruptura del equilibrio francobritánico en América solo hacía perder a
España su ventajoso papel mediador, sino que ponía en grave peligro sus
posesiones ultramarinas.
Cuando los británicos tomaron Quebec, España esgrimió
diplomáticamente la política del equilibrio y al mismo tiempo que
felicitaba al embajador británico, Carlos III le encargó que transmitiera a
Londres su preocupación por la pérdida del equilibrio en América. La
respuesta inglesa fue destemplada y desde aquel momento se hizo

569
inevitable la ruptura de la política de neutralidad. Tal fue el origen del
Tercer Pacto de Familia.
La intervención en la guerra.
El Tercer Pacto de Familia no suponía la inmediata entrada de España
en la guerra, sino una alianza con Francia que solo obligaba a los
españoles bajo determinadas condiciones. Claro está que los ingleses, al
conocer la firma del tratado, declararon la guerra a España. Sin embargo,
España había descuidado su política militar y naval, de suerte que
necesitaba algún tiempo de preparativos. Los ingleses atacaron de golpe
las Antillas y se apoderaron de Cuba; también tuvieron éxito en Filipinas,
aunque aquí la resistencia fue mayor. Pero, tras los malos momentos
iníciales, la situación se equilibró. La guerra estaba decidida –los
franceses habían perdido todas sus posesiones en América– pero los
últimos ataques contra España fracasaron, en tanto que los hispanos
daban señales de recuperación.
Tal fue el siglo que tuvo la Paz de París (1763): victoria de Inglaterra,
desastre de Francia, simple contratiempo de España. Los franceses se
quedaban prácticamente sin territorios en América y en la India, España
perdía la península de Florida y la costa norteamericana hasta el Misisipí,
pero recibía de Francia la Luisiana, que era un buen antemural de México
por el norte; los ingleses evacuaban lo ocupado en Cuba y Filipinas y se
comprometían a destruir los fuertes de Honduras.
El Pacto de Familia, quizá precisamente por la derrota y del afán de
revancha, fue esta vez más duradero. La amistad con Francia se mantuvo
y pocas veces estuvieron tan abiertas las puertas de los Pirineos como
aquellos años. Las consecuencias ideológicas de aquella apertura iban a
ser inmensas.
La Revolución Burguesa

570
Todo el siglo XVIII señala un notable incremento demográfico y una
visible transformación social. Los grandes cambios estructurales del siglo
XVIII se hubieran operado de todas formas, pero al aceptarlos Carlos III y
sus ministros como parte de su propio programa les confieren un sentido
político que revolucionará por completo su significado histórico.
Paralelamente a esta transformación social hay también una
transformación ideológica en todo consecuente con la anterior.
Revolución burguesa y revolución ilustrada son, en su raíz, dos hechos
distintos e independientes pero deben explicarse simultáneamente para
su mejor comprensión.
El sentido de la evolución social.
En el siglo XVIII se endereza definitivamente la curva de la población
de España. Se supera el terrible bache de la centuria anterior y a partir de
aquel momento se producirá un incremento demográfico. A comienzos
del siglo el país no debía pasar de los siete millones de habitantes, para
alcanzar, a finales, cerca de los doce. Pero este crecimiento no es regular
ni uniforme: aumentan mucho más deprisa las ciudades que el campo, la
periferia que el centro.
Pero más interés que la curva de ascenso general encierran las cifras
particulares. La nobleza, a pesar del incremento de la población, decae
bruscamente en la segunda mitad del siglo, aunque en la primera mitad se
calcula que había unos 700.000 nobles. Y lo mismo puede decirse de los
eclesiásticos. Respecto de las clases trabajadoras vemos un aumento
rápido de las urbanas y una disminución progresiva de las campesinas.
La baja de la nobleza obedece a dos causas principales. Por un lado
operan motivos fiscales, porque los funcionarios de Hacienda exigen
pruebas de nobleza a todos los que quieran eximirse del pago de
impuestos. Un control más riguroso hizo ver que muchos de los
supuestos hidalgos no eran capaces de demostrar su condición. En otras
571
ocasiones son los propios interesados quienes renuncian al estamento
nobiliario, por parecerles una categoría inútil o pasada de moda: tenemos
pueblos enteros que renunciaron a la hidalguía o se olvidaron de ella. En
cuanto a los eclesiásticos, el motivo de su disminución puede verse en la
baja de las vocaciones, hecho que en el fondo está íntimamente
relacionado con la evolución de las mentalidades.
¿A dónde fueron a parar los elementos que desertan de las clases
privilegiadas? Los artesanos aumentaron considerablemente su número
en esta época, pero resulta muy difícil imaginar que un noble pase a ser
carpintero o tejedor: el incremento de artesanos hay que relacionarlo más
bien con la baja de los campesinos. Los antiguos nobles –hidalgos por lo
general– continúan siendo medianos o pequeños propietarios, o bien
pasan a ocupar puestos en la administración o en las profesiones liberales.
No cabe duda de que la burguesía, en particular, o la clase media, en
general, van imponiendo el tono a la sociedad del siglo XVIII. Lo que
pierde la nobleza lo ganan las clases medias; y esto es más cierto aun
respecto de las mentalidades que de las estructuras sociales en sí.
El Estado estimula la revolución burguesa.
Desde el primer momento la política de los Borbones tuvo un cierto
matiz social ya que los nuevos monarcas se encontraron con un país
arruinado y quisieron reorganizarlo y revitalizarlo. La nobleza, con sus
privilegios y su inmovilismo, era una rémora; la burguesía, por el
contrario, movilizadora de la riqueza, era la clase ideal para emprender el
desarrollo. Los Borbones no son de suyo burguesófilos, ni tampoco
antinobiliarios; pero procuran barrer estorbos y apoyar a aquellos que
están dispuestos a trabajar y a aportar iniciativas. Una serie de hombres
de origen más o menos modesto, como Patiño, Campillo o Carvajal se
fueron elevando a los más altos puestos del Estado. El mérito y la

572
capacidad personal empezaron a estimarse más que la alcurnia y la
nobleza de sangre.
Carlos III no inventó en absoluto aquel ideario ni aquella política. Lo
que hizo fue darle un carácter más oficial con sus ordenanzas, la
Instrucción Reservada o la creación de la Orden de Carlos III, y, demás,
aceleró el movimiento hasta convertirlo en una verdadera revolución, la
que Rodríguez Casado llama “revolución burguesa”: una revolución
desde arriba, encauzada y programática, pero que entraña, como tal, una
de las transformaciones más activas y trascedentes de España. El
monarca, acompañado de sus colaboradores –Floridablanca,
Campomanes, Jovellanos, Olavide, Cabarrús–, quería una España
ordenada y racional y una sociedad sin privilegios de sangre, donde la
distinción premiase únicamente la capacidad y el mérito. Carlos III
procuró rebajar los privilegios y exenciones de las clases nobiliarias y
realzar a los grupos intelectuales, industriales y mercantiles.
Muchas de las medidas adoptadas por el gobierno de Carlos III en esta
línea tienen un matiz económico: así los decretos de libertad de comercio
y precios, la apertura de puertos, creación del Banco de San Carlos,
primer establecimiento oficial de este tipo en España, etc., pero
encaminadas todas ellas al favorecimiento de la “riqueza en movimiento”,
en manos de la burguesía, más que de la “riqueza en estado” –
propiedades–, en manos de la nobleza. Es más: cuando los hombres del
Despotismo Ilustrado se ocupan de la tierra lo hacen para “movilizarla”,
es decir, para hacerle perder su condición de estancada.
La conjuración contra Esquilache.
Rodríguez Casado prefiere denominarla así, sustituyendo la vieja
expresión de “motín de Esquilache”. Era Esquilache uno de los ministros
traídos de Nápoles por Carlos III. Hombre impetuoso y muy reformista,
creyó poder transformar a España por la vía rápida; quería un país más
573
culto, más limpio, más racional, pero chocando en muchos casos con
costumbres y tradiciones muy arraigadas sobre los españoles. Algunas de
sus medidas, sobre todo las económicas, fueron en alto grado
impopulares, tales como la rebaja de los suelos a los empleados y (de
acuerdo con su teoría de la libertad económica), la supresión de la tasa del
trigo, que, en unos años de prolongada sequia, hizo que el precio del pan
subiera súbitamente.
La medida que exacerbó a las masas fue la orden de cambiar de
indumentaria: en lugar de la capa larga y el sombrero de ala ancha, capa
corta y sombrero de tres picos. No se trata de un capricho de Esquilache,
sino de un medio de evitar los embozamientos, que facilitaban, sobre todo
de noche, toda clase de delitos. Pero aquella orden provocó un incidente
en Madrid que degeneró en un verdadero hecho de masas. Carlos III juzgó
conveniente retirarse a Aranjuez, y desde allí, atendiendo a las exigencias
de los amotinados, tuvo que resignarse a destituir a Esquilache. El rey
regresó a la Corte y se restableció la calma.
El “motín de Esquilache” significa bastante más de lo que aparenta: está
claro que el descontento no iba solo contra el decreto sobre la vestimenta;
el ministro era aborrecido por su condición de extranjero y su carácter
violento. Las medidas económicas, tomadas en un momento de malas
cosechas, fueron contraproducentes y contribuyeron a levantar un clima
de protesta. A la víspera de los sucesos en Madrid se envió a gentes de la
nobleza o del alto clero dar consignas y repartir dinero por los barrios
bajos. Todo hace suponer que el motín fue preparado y que los elementos
instigadores fueron miembros de las clases altas, para conseguir la caída
del ministro reformista y frenar así lo que hoy conocemos como
“revolución burguesa”.
Solo consiguieron echar a los políticos, pero no cavaron con el proyecto.
Carlos III mantendría el mismo camino con distintos colaboradores. Un

574
nuevo equipo gobernante formado esta vez por ministros exclusivamente
españoles como Campomanes, Floridablanca, el conde de Aranda, etc.,
iba a realizar la tarea de las grandes reformas sociales y económicas, quizá
de un modo menos espectacular, pero continuado y profundo.
La expulsión de la Compañía de Jesús.
La conspiración contra Esquilache de 1766 y la expulsión de los jesuitas
en 1767, son dos hechos que aparecen siempre relacionados, ya sea el
primero la causa o simplemente el pretexto del segundo. Es muy probable
que entre los instigadores del motín figurasen algunos jesuitas de Madrid,
aunque no es segura su intervención, ni mucho menos la de la Compañía
de Jesús a pleno. Para explicar su expulsión hay que tener en cuenta que
aquella orden religiosa, con su cuarto voto de obediencia al Pontífice, era
símbolo de la fidelidad a Roma, actitud que chocaba con un Estado
fuertemente regalista, como era el del siglo XVIII. La tesis del regalismo
ha sido esgrimida siempre por los historiadores jesuitas para explicar la
expulsión, pues fueron expulsados de Portugal en 1759 y de Francia en
1762: la decisión de Carlos III en 1767 no fue original.
La tesis del regalismo-antirregalismo no es despreciable, pero aconseja
alinear a su lado otras posibles causas, quizá más fuertes, entre ellas el
factor social. Efectivamente, de los 112 colegios que mantenían en España
la Compañía de Jesús, unos 1000 eran para jóvenes de la aristocracia. La
mayoría de las vocaciones jesuíticas se reclutaban en estos colegios, y la
Compañía misma estaba formada por hombres salidos de las clases
privilegiadas. Las rivalidades estudiantiles de la época –“colegiales”, es
decir, alumnos de colegios nobles, contra “golillas”, o “manteístas”,
universitarios de clase media– encierran un indudable trasfondo social e
incluso ideológico, y trascienden, una vez terminada la carrera, al mundo
profesional y aun al político.

575
El motín de Esquilache fue, seguramente, la primera manifestación
abierta de aquella lucha. El hecho es que el Gobierno de Carlos II aceptó
la declaración de guerra de las clases altas y entre las medidas adoptadas
figura la supresión de su principal fuerza valedora. El decreto de
expulsión obligó a exiliarse a unos 1.660 sacerdotes de la Península y 1.396
de América; sumando legos y escolares, el total pasaba de 5.000.
El absolutismo ilustrado en España.
El lema con que tantas veces se ha definido el Despotismo Ilustrado,
todo por el pueblo, pero sin el pueblo, encierra una idea paternalista y
filantrópica –todo por el pueblo– al lado de otra dirigista y excluyente –pero
sin el pueblo–. Y responde a un concepto del papel del Estado como
encauzador del progreso humano, propio de la mentalidad de los filósofos
del siglo XVIII. Por doquier proliferan los teóricos y los proyectistas; pero
aquellos planes gigantescos de mejora de la humanidad y de sus medios
de vida no pueden realizarse sin un poder tutelar que los hagan suyos y
los convierta en realidades; y este poder no puede ser otro que el del
Estado. El Estado debe ser fuerte, precisamente para poder realizar con
mayor amplitud la obra benefactora. Pero es un Estado que solo se
justifica mediante esa finalidad, y cuando los ideólogos le abandonen se va
a encontrar sin medios dialecticos para defenderse.
El régimen de Carlos III.
Las reformas administrativas de España habían tenido lugar, sobre
todo, durante el reinado de Felipe V. Bajo Carlos III se consagran
definitivamente, en un complejo enrejado de organismos e instituciones,
bien contrapesadas.
En primer lugar se encuentran los cinco ministros de Estado o
Asuntos Exteriores, Gracia y Justicia, Hacienda, Guerra y Marina e
Indias. Los ministros, hombres muy capaces políticamente, son ya los

576
responsables, junto al rey, en la obra de gobierno. Tenemos luego a los
Consejos: de Estado, Castilla, Guerra, Hacienda, Indias, Inquisición. Sólo
los dos primeros conservan su alta preeminencia. EL Consejo de Castilla
tiene funciones judiciales, equivalente a las de un tribunal supremo, y
administrativas: todos los nombramientos de funcionarios habían de
pasar por el Consejo. El de Estado no solo se refiere a los asuntos
exteriores, sino que englobaba toda la gobernación del reino; los
ministros pertenecen a él o a un organismo derivado, la Junta de Estado,
que tiene la mayor importancia en tiempos de Carlos III.
La administración territorial aparece racionalizada con las 12
capitanías generales o Reinos, donde el capitán general ejerce funciones
de gobierno y las 32 intendencias –que a finales del siglo ya suelen
llamarse provincias–, donde el intendente es más que nada un
administrador. Los reinos (circunscripciones de gobierno) obedecen a
una división de acuerdo con la tradición histórica, en tanto que las
provincias o intendencias (circunscripciones administrativas) son de
trazado más arbitrario y obedecen a una finalidad práctica.
El rey era el supremo director de la marcha del Estado. Teóricamente,
todos los poderes estaban concentrados en él. Sin embargo, coartado por
ministerios, consejos, juntas y organismos territoriales y locales, Carlos
III tenía menos libertad de decisión que el presidente de una república
democrática.
Dos partidos principales se disputan durante el reinado la dirección de
los negocios. Uno es el llamado partido golilla que dirige el conde de
Floridablanca, y que pretende acumular el poder en los Ministerios en
detrimento de los Consejos, para lograr así una política más ágil y una
administración regular y centralizada. El otro es el partido aragonés,
llamado así por serlo sus principales miembros, entre ellos su director, el
conde de Aranda, partidario de restituir a la nobleza su perdido papel

577
director, pero con ínfulas progresistas, amigo de la preeminencia de los
Consejos como contrapeso del poder del monarca y ministros y tendente
a la descentralización. Carlos III supo apoyarse en los dos partidos y
complementarlos adecuadamente.
Las doctrinas economistas.
El proyectismo del siglo XVIII se centra fundamentalmente en lo
económico. Hay que encontrar la manera de que el país sea rico, para que
la población también lo sea. Las mismas reformas político-
administrativas, sociales, educativas, etc., se hacen, en el fondo, pensando
en una finalidad económica.
Dentro de todo este afán economista y productivo es fácil distinguir
dos etapas. En la primera mitad del siglo había predominado la corriente
proteccionista. El Estado debía intervenir directamente en el
establecimiento de nuevas fuentes de riqueza, fundando las grandes
<<fabricas nacionales>>. Una severa política fiscal regulaba todo el
comercio exterior a fin de evitar importaciones que pudieran entorpecer
la industria propia, y favoreciendo en lo posible la exportación de
artículos manufacturados.
El proteccionismo deja paso en la segunda mitad del siglo a una
corriente de liberalización. Ahora se piensa que la economía debe
depender del interés privado, porque <<nadie mejor que uno mismo
atiende a sus propios intereses>>. Y entonces lo que se propugna es una
economía individualista, con libertad de trabajo, contratación y precios.
El papel del Estado debe limitarse a <<remover los obstáculos>> que se
oponen a esta prospera libertad, y la mejor ley que se puede dar en este
sentido es la supresión de las leyes antiguas, es decir, de las
reglamentaciones económicas.

578
Es España el individualismo economista tropezaba con dos barreras
importantes. En el campo agrícola, la amortización de la tierra, que
mantenía más del 70% de las propiedades del país bajo un régimen
<<vinculado>>; eran tierras de un convento, de un cabildo, de un título
nobiliario, no de la persona concreta de su detentador, y este concepto
jurídico de la <<vinculación>> impedía que aquellas tierras pudiesen
comprarse o venderse, aunque fueran innecesarias a su poseedor y no se
trabajasen. En el campo industrial, la barrera la constituían los gremios.
Estas instituciones de artesanos, destinadas a la protección de cada grupo
profesional, regulaban las formas de trabajo, las técnicas, los tipos de
producción, los precios. Dentro de este sistema corporativo era imposible
la competencia.
Contra las grandes propiedades amortizadas y contra el sistema
gremial arremeten todos los teóricos de la época (Jovellanos en su Informe
sobre el Expediente de Ley Agraria), cuyas normas se tratarían de seguir
todavía en el siglo XIX. Jovellanos está convencido de que España es un
país rico en potencia y que la clave de su prosperidad esta en un mejor
reparto de la tierra, que haga que las parcelas no sean demasiado grandes
ni demasiado pequeñas. Jovellanos propugna una prosperidad de tipo
medio, una prosperidad en manos de la clase media, de acuerdo con el sentido
de la revolución burguesa.
Las realizaciones
Un análisis detallado de las realizaciones económicas del siglo XVIII
nos muestra que éstas se quedaron muy cortas respecto de los proyectos,
quizá porque se habían proyectado demasiado. El Estado no pudo
canalizar la radical transformación de las estructuras de país, pero se
esmeró en aquellos campos en que podía actuar de forma más directa,
como las obras públicas. Muchas de aquellas obras –puentes, carreteras,
canales– fueron de gran utilidad. Falló en gran parte la reforma agrícola

579
porque las trabas eran demasiado grandes y los interés creados demasiado
fuertes; a lo más que se llegó fue a la prohibición de establecer nuevas
vinculaciones. Se trató de estimular la repoblación con nuevos colonos de
terrenos incultos. Varios ensayos de este tipo se llevaron a cabo en la
España de Carlos III, de los cuales fue el más famoso la repoblación de
Sierra Morena por alemanes católicos, a los que se concedían tierras y
medios para desenvolverse con su trabajo personal.
En el aspecto industrial y comercial el papel del Estado durante el
reinado de Carlos III fue de <<tutela a la libertad>>. Se dieron toda clase de
facilidades, se quitaron impedimentos, se construyeron caminos y se
suprimieron tasas que odian obstaculizar más directamente el desarrollo.
Por otra parte, la coyuntura favorecía el negocio particular. El aumento de
la población hizo crecer el consumo y provocó, por tanto, un alza de
precios. Los productos agrícolas se revalorizaron, con lo que aumentaron
los cultivos. Un incremento más sensible aun se aprecia en la producción
industrial y artesana; aquí hay que tener en cuenta el aumento de la
demanda no solo en la Península, sino también en América. El criollo que
comercia con la metrópoli se enriquece mucho más que en el siglo
anterior con su economía puramente domestica; pero al tiempo que
exporta bienes exóticos (cacao, café, tabaco, azúcar) importa finos
productos manufacturados de la Península (tejidos).
La industria textil alcanzó a fines del siglo un desarrollo muy
considerable, alcanzado muy probablemente el segundo puesto mundial
en producción, después de Gran Bretaña. Creció también la industria
naval, clave del poderío marítimo de la España de entonces, así como la
metalúrgica.
La gran medida comercial del siglo fue el decreto de 1778 que suprimía
el monopolio del tráfico con América, adscripto entonces a Cádiz. Se
abrían puertos en toda la Península y se establecía una amplia libertad de

580
comercio durante los primeros años, incluso, sin impuestos o con
aranceles rebajados. El volumen del comercio con América se cuadruplicó.
El negocio fue grande y contribuyó al desarrollo de las clases burguesas
tanto en España como en América.
Los grupos ideológicos.
La mentalidad de la época, con su culto a lo racional y a lo utilitario, es
fruto de la ideología <<ilustrada>>. No hubo, en puridad, una Ilustración
española. España cuenta con pensadores brillantes pero su pensamiento
no se caracteriza precisamente por la originalidad. Las ideas y las
formulas se importan desde el extranjero, por lo general de Francia. Hay,
en la mayoría de los ilustrados españoles, una lucha sorda entre el
esnobismo extranjerizante e innovador y el respeto a las tradiciones y al
sentido profundamente religioso del país.
De aquí que las ideas del radicalismo racionalista encuentren en España
las más variadas reacciones, según sea el peso del elemento tradicional y
del elemento progresista en quien las recibe. Podemos mencionar cuatro
tendencias:

 Conservadores: para ellos, toda innovación es peligrosa, porque vienen


a alterar un orden sagrado. Forman un grupo numeroso, pero de
hombres de poco relieve;
 Tradicionales: ellos admiten la convivencia y hasta la necesidad de
reformas, pero sin alterar lo sustancial del ser de España, al que es
preciso guardar fidelidad;
 Cristianos ilustrados: ellos pretenden una síntesis entre tradición e
ilustración, aceptando las novedades para integrarlas en un sentido
cristiano y español.
 Revolucionarios extranjerizantes: en oposición simétrica al primer
grupo, no ven más que defectos en lo antiguo y virtudes en lo nuevo;

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esnobistas y radicales, son, sin embargo, poco influyentes bajo Carlos
III.
La culminación de la política atlántica.
Los últimos años del reinado de Carlos III presentan una reactivación
de la política atlántica. El control y la defensa de América, el rearme naval,
la preocupación por el comercio trasatlántico y la hostilidad sorda con
Inglaterra eran puntos centrales de aquella política. Las dos tendencias
manifestadas en el reinado de Fernando VI a través de los ministros
Ensenada y Carvajal las heredan, en cierto modo, el ministro de Estado de
Carlos III, Grimaldi y el de la Guerra, conde de Aranda, militarista e
impulsivo. Pero a pesar de estas divergencias la política atlántica de
Carlos III forma un todo coherente y logra, al final del reinado, tomarse el
desquite de la guerra de los Siete Años con una victoria sobre Inglaterra y
la disminución del poderío británico en el Nuevo Mundo.
La política marroquí.
En un momento de auge de la política exterior, la atención se centró en
Marruecos.La nueva mentalidad no era propicia para la creación de un
gran imperio político-militar, ni aun movimiento de expansión religiosa,
pero si al prevalecimiento de los intereses españoles en el norte de África.
Los ministros de Carlos III mostraron una activa política exterior con
Marruecos, que oscila continuamente entre la negociación y la guerra,
para lograr los mercados de la zona tanto como para impedir su caída en
poder de los ingleses. España pretendía la total apertura de los puertos
marroquíes al comercio peninsular, en tanto que el sultán reclamaba
como prenda de aquella concesión las plazas de Ceuta y Melilla.
En 1767 Marruecos se decidió a firmar u tratado comercial favorable a
España, pero la paz no duró mucho, porque en 1773 los marroquíes
atacaron por sorpresa Ceuta, Melilla y el Peñón de Vélez, siempre sin

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resultado. España declaró la guerra a Marruecos como preludio para una
gran expedición, pero el sultán pidió la paz. En 1780 se llegó a un nuevo
acuerdo comercial que implicaba amplias concesiones. Poco después se
estableció la Compañía de Casablanca, financiada por el Banco de San
Carlos, que monopolizó el tráfico con trigo marroquí. España encontraba
si en el norte de África un complemento a su expansión económica.
La zona del Río de la Plata.
Hasta 1763, el centro fundamental de España en América se localizaba
en el seno antillano, pues de allí venían los productos “de lujo” y allí
radicaba también la principal tensión político-militar, porque era aquella
región donde los ingleses solían poner sus ojos y su contrabando.
Pero a partir de la Paz de París el cetro de gravedad se fue desplazando
hacia el sur. Se revalorizaba la zona del Rio de la Plata, rica en cereales,
carne, cueros, productos baratos y a los que los sistemas de navegación
cada vez más rápidos conferían ya ciertas posibilidades de expansión.
Buenos Aires triplicó su población durante el reinado de Carlos III y se
convirtió en un importante emporio comercial.
En 1765 los ingleses ocuparon las Islas Malvinas, posición estratégica
que no había sido fortificada por España. El Gobierno español protestó
alegando el peligro que se ponía en el “equilibrio mundial”, pero Londres
contestó que no reconocía otro derecho que el de la ocupación. La tensión
llegó a ser muy grande, mientras en Madrid discutían los pacifistas de
Grimaldi y los intervencionistas de Aranda.
El gobernador de Buenos Aires, Bucarelli, reconquistó las islas en 1770,
operación que fue desautorizada por Madrid, ante el peligro de un
conflicto general. Pero pronto, mediante negociaciones, se llegó a la
neutralización de las Malvinas y a la retirada de unos y otros. Eso si:
España fomentó la colonización de la Patagonia y la vigilancia de la zona

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del cabo de Hornos. En años sucesivos se plantea la cuestión de la
Colonia del Sacramento, plaza estratégica en la entrada del estuario
platense, que, en la Paz de Paris, España había tenido que ceder a
Portugal. Los colonos portugueses penetraban por el interior del Brasil
hasta territorios de demarcación teóricamente española, con gran alarma
de los virreyes del Perú. Hubo momentos de tensión con Portugal, y otros
de gestiones diplomáticas, en las que Madrid trataba inútilmente de
convencer a Lisboa sobre la conveniencia de una alianza hispano-
portuguesa para la defensa común de sus posesiones ultramarinas frente
al poderío británico, pero los portugueses preferían la alianza con los
británicos.
En 1774, aprovechando la actitud favorable de Francia, Carlos III
concedió el título de virrey al gobernador de Buenos Aires, Cevallos,
cuyas tropas ocuparon Sacramento, Santa Catalina y todos los territorios
reclamados por España. Así nació el Virreinato del Río de la Plata, como
reconocimiento a la gran importancia que había cobrado aquella región.
La guerra de independencia de Estados Unidos.
En 1776 las colonias británicas de Norteamérica declararon su
independencia de la metrópoli. Fue la primera guerra anticolonial de la
Modernidad, al tiempo que la primera revolución violenta de las nuevas
ideas de tipo liberal-democrático contra un Estado del Antiguo Régimen.
Los Estados Unidos carecían de organización, experiencia política y de
una autentica fuerza militar. Lo lógico era que los británicos aplastaran a
la rebelión después de una guerra de larga duración. Los políticos
españoles especularon con una oportuna disminución del poder colonial
británico, pero la presencia de una república anglosajona independiente
en América tampoco era un hecho deseable. Así que los españoles se
limitaron a ayudar a los norteamericanos con dinero y armas, pero sin
excederse en la misión.
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La gran victoria de Washington en Saratoga (1777) motivó a que
Francia reconociera al año siguiente la independencia de los Estados
Unidos, lo que equivalía a entrar en guerra con Gran Bretaña. España se
vio arrastrada a hacer lo mismo poco tiempo después. Una vez en guerra
se proyectó un plan de invasión a Inglaterra, lo cual forzó a casi toda la
flota inglesa a quedarse en Europa, facilitando así el triunfo de los
norteamericanos y de los españoles que, dirigidos por el gobernador
Galvéz ocuparon toda la orilla septentrional del golfo de México,
expulsando a los ingleses de Peñascola y Florida. También fueron
desalojadas las bases británicas en Honduras.
Menos fruto rindió en asedio de Gibraltar, pero se logró la reconquista
de Menorca. La Paz de Versalles, en 1783, señala el máximo poderío
español en América. Los ingleses solo conservaban Canadá y reconocían
la independencia de las 13 colonias norteamericanas. España adquiría
toda la costa mexicana, incluyendo Florida y se reservaba los derechos de
navegación por el Misisipí. Además, España fomentó desde entonces la
colonización de Arizona, Colorado y California. Por aquellos años se
fundó San Francisco.

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