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Matilde Albert en 1983 publica un artículo en el que destaca el feminismo y la escritura femenina
en Puerto Rico, en él señala que “La mujer ha sido y es, en muchos caso, un ciudadano de segunda
clase dentro de nuestra sociedad; por supuesto, esta afirmación, para algunos exagerada, tendrá
más sentido para aquellas personas que hayan cobrado concienca de esta situación, bien por
experiencia personal, bien por experiencia vicaria” (189)
“La igualdad de los sexos (…), constituye la columna vertebral del movimiento feminista: igualdad
en la educación, oportunidades de empleo, salarios equitativos y libertad para cualquier mujer
pueda escoger por sí misma su función en la sociedad”. (189)
Albert señala que “en realidad, el derecho al voto ni en Puerto Rico ni en otros países del mundo
hispánico ha solucionado la disparidad entre los sexos; desgraciadamente, en muchos casos,
debido a la escasa educación de la mujer y a su extrema dependencia, ésta vota según le dicta el
padre o el marido” 190
Pero el problema de la libertad interior de la mujer tiene una segunda vertiente, muchos más
dolora que la primera: la mujer intenta romper con los patrones de comportamiento convenciona
no necesita, por lo general, ser castigada ni por la ley ni por los mecanismos sociales. Ella se ocupa,
mucho más eficientemente que ningún tribunal, de castigarse a sí misma: se siente
aterradoramente culpable. Esto se debe en parte a su educación; al hombtr que se le educa con
miras a la realización pripia, mientras que a ella se la educa con miras a la realización ajena; al
hombre se le educa para que se desenvuelva en el mundo, para que tenga éxito y se realice a sí
mismo como profesional o artista; y a ella, en cambio, se la educa para que enseñe a los hijos a
cómo lograr ese éxito y a las hijas a cómo sacrificarse para que sus hermanos lo alcances. (192)
Quizás sea pertienente recordar aquí que, al hablar de una escritura femenina, me refiero a una
particular manera de expresión que refleja el mundo interior femenino con su peculiar estructura
psíquica y sus elementos diferenciadores. En una sociedad en que la mujer tradicionalmente ha
ocupado un discreto segundo lugar, en la que se ha mitificado su femineidad para mantenerla en
un plano de desigualdad, se comprenderá fácilmmente la dificultad de crear o rescatar en lenguaje
femenino. Si el proceso de represión es característico del ser humano, podremos imaginar cuán
internalizado se encuentra en la mujer, socialmente educada en función de otros (…) 193
Los hermosos versos de Etnaira Rivera: “Después de todo me tengo a mí misma…” viene a ser
como el motivo lírico de una transformación que la escritora puertorriqueña siente como
necesidad vital. (194)