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de Norberto Aroldi
DECORADO ÚNICO. Sala comedor de un departamento –clase media- el ambiente
es común, sencillo. No hay unidad entre moblaje y ciertos objetos. Heladera,
televisor, combinado mesa familiar, antiguo sillón mecedora, teléfono, etc, etc.
La necesidad escénica requiere cuatro entradas:
1) Primer plano lateral izquierdo (del director): comunica con el exterior.
2) Lateral izquierdo a foro. Comunica con el baño.
3) Foro, hacia lateral derecho: con la cocina.
4) Lateral derecho, segundo plano: con el dormitorio. Y, además, una ventana.
ROSA: (desde la puerta.) Hola (Lo observa desde allí. Serena, inexpresiva.
Luego, avanza hasta la botella de leche. La guarda en la heladera. Siempre accionando lenta y
rutinaria, ordena sobre la silla el saco y la corbata que dejara Julián. Este continua imperturbable
con su atención puesta en el diario. Vuelve a oírse, muy lejana, la sirena de una fábrica.
Rosa se detiene un momento lejos del hombre. Esta en primer plano, de cara al público.
Se propone ser natural, cotidiana, pero algún indicio esboza su secreto. Llega junto a la ventana.
Abre bien las cortinas. Ahora sí un sol espeso y ardiente invade la escena y arruga el semblante
trasnochado de Julián.)
JULIÁN: (Da vuelta una página.) No, pero estás allí.... sentada… mirándome.
ROSA: ( Mira lejos. Lo dice suave, sin tono.) Sí, debe ser.
(Hay un nuevo silencio. Luego, Rosa mira al hombre.) ¿Qué dice?
ROSA: Desde hace un tiempo… en vez de soñar con vos… sueño con el teléfono.
(Se miran con expresión opuesta. Rosa sonríe, como si esperara algo que no llega.)
(Julián retorna al periódico.)
ROSA: (Ella ya no lo mira ni sonríe. Lo dice apenas, sin reproche.) Es lo que digo.
(Otro breve silencio. Rosa vuelve a pasar las hojas de la revista, siempre sin interés.
De pronto dice.) ¡¿No querés que prepare unos mates?!
JULIÁN: ¿Con este calor? ¿Cómo se te ocurre?
ROSA: (Se desinfla o se contiene.) Sí, claro… tenés razón. No me había dado cuenta.
(Cambia.) Bueno, lo que pasa es que… tengo ganas de charlar con vos.
JULIÁN: Sobre.
JULIÁN: (Súbitamente, Julián se incorpora como impulsado por un resorte. Acciona y habla con
cierta violencia. Abre la heladera.)
¡¿Qué pretendés que se me ocurra con este calor?! ¡Es insoportable!
(Saca una botella y bebe agua fresca.) ¡Ni que uno viviera en medio de un incendio!
(Guarda la botella. Anda de un lado a otro. Rosa permanece inmóvil e imperturbable en su lugar.
Julián se detiene y enciende un cigarrillo. El canario canta breve y eufórico.
Julián mira hacia la pequeña jaula con asombro.)
ROSA: (Cambiando los tachitos.) ¿Y qué pretendés? ¿Qué hable para pedir las cosas?
JULIÁN: (Como para sí.) Me da rabia verlo vivir tan campante metido en una jaula.
(Se aparta. Bebe otro trago de agua.)
JULIÁN: (Vuelve a la caminata.) ¡Es lo que digo! Pero no… ¡Que va a llover!
¡Llueve cuando uno menos lo necesita! ¡Todo al revés en este país!
JULIÁN: Pensar que en estos momentos… hay gente tomando fresco en los lugares
más bacanes del mundo. Gente que salta de un lugar a otro del mapa…
como si fuera… una pelotita de pingpong.
¡¿Hay derecho a que yo esté aquí… encerrado… como una rata insolada?!
ROSA: (Se le acerca comprensiva.) ¿Y por qué no pensás un poco que, también en estos
momentos, hay gente trabajando bajo el sol o encerrada en las calderas?
ROSA: Para enterarte de una vez por todas que no sos un mártir ni el último
habitante del planeta.
JULIÁN: ¡Desde luego que no! Pero… podría vivir mejor, ¿no te parece?
ROSA: Y vos ¿quién sos? ¿El inventor de la pelota? ¿Querés jugar solo?
Decime, prócer del desamparo: ¿nunca hacés cola para nada?
No, ya sé que viajás en taxi, pero… quiero decir… ¿no sabés que hay mucha gente
sufriendo en este planeta? El mundo no termina alrededor tuyo.
ROSA: Que todavía no sabés quién sos… realmente. Se te metió en los sesos un
personaje… y por no reconocer que te queda grande… vas a terminar arruinando
tu vida. ¿Hasta cuándo, Julián?
JULIÁN: (Sordo y terco.) Esperá que Lince esté a punto y… ¡vas a ver!
ROSA: (Riendo) ¡Lince a punto! Pero… ¿no te das cuenta que el punto estas
resultando vos? (Ríe) ¡Te vendieron un matungo de calesita!
JULIÁN: Dale, dale, pegá nomás. Ya te vas a arrepentir. (Toma la foto del caballo.)
Lince un matungo… ¡con esa pinta! (Besa la foto.)
JULIÁN: (Un dedo sobre los labios.) Ssshhh. (Julián asume una actitud sospechosa.)
JULIÁN: (apesadumbrado) Sí
JULIÁN: Bueno, es… una enfermedad. Además, anda afiebrado y medio débil.
JULIÁN: Hablo de la olla. Ya ni sé cuántos años hace, pero desde la primera vez
que amanecimos en la misma cama… nunca faltó el pan sobre la mesa. ¿No es así?
ROSA: (siempre sin mirarlo.) Digo: van dieciséis años que vivimos juntos. (Teje)
ROSA: (Tejiendo) Vos menos que nadie. Tenés vocación de gobierno previsional.
Siempre con las valijas listas junto a la puerta de calle.
JULIÁN: Te lo dije desde el primer minuto: entre nosotros nada de libreta ni de
papeles. El que se cansa primero… junta sus pilchas, cambia de rumbo y aquí no
ha pasado nada. ¿No es mejor así?
ROSA: (Tejiendo) Fue por puro interés, sonso. Como vos sos el Agha Khan.
¡Imaginate!
JULIÁN: Tanto no, pero… si te quedaste conmigo no habrá sido por casualidad.
ROSA: No, fue por… curiosidad. Como no sabía qué hacer con mi vida…
me dediqué a averiguar de qué estaba rellena tu pinta.
JULIÁN: Yo ¿qué?
JULIÁN: Está bien. (Se incorpora –toma una manzana.) Ya que insistís, te lo confieso…
(Muerde la manzana.) también yo estoy a tu lado por interés. A veces la mala dura
demasiado, entonces… me empuja el hambre y… vuelvo.
¿Qué voy a hacer? ¡Cuestión de rachas!
JULIÁN: (Como si descubriera algo que no comprende –retorna a la caminata pero inseguro y
lento.) No… nada. Estaba pensando que… (Camina hacia foro –se detiene- queda de espaldas
al público.) ¡Dieciséis años ya! (Se rasca la cabeza.) ¡Parece mentira! (Queda inmóvil en esa
posición –Rosa continua sentada, cerca y de frente al público- el volumen de la melodía continuo
subiendo. La mirada de la mujer se mantiene lejana, nostálgica. Hasta que Julián, bruscamente, gira
y llega junto al teléfono –la melodía se corta de golpe- Julián disca.)
JULIÁN: Hola, ¿Mocho? ¿Cómo estás, viejo? Yo, Julián. Bien, bien. ¿Tus cosas?
Macanudo. Oíme, Mocho: pasame tres lucas al dieciséis, sí, a la cabeza y a los
premios. Eso es. Hola, mirá, Mocho, por las dudas… ponele quinientos pesos al
sesenta y uno. Sí, igual. Gracias, Mocho. Chau, después te veo.
(Cuelga –se incorpora- sabe que Rosa lo está mirando.) Si viene… nos salvamos, Rosa.
ROSA: Todo no. Estas aquí. Quiero decir que salvaste el pellejo.
JULIÁN: ¿Y qué? ¿No me soltaron en seguida, acaso? Este negocio es… así.
Una mala por tres buenas. No hay motivo para desanimarse. Claro que…
(Se miran)… anoche se me fue todo el capital.
JULIÁN: Qué.
JULIÁN: ¡Te lo dije! ¿Para qué la sacaste? Solamente ahorran los cobardes,
los que no se tienen fe. Yo no nací para que cuatro aligerados engorden con mi
sudor y después de doblar el lomo durante toda la vida, me tiren la limosna de la
jubilación. (Rosa sopla y vuelve a tejer.) Pero, oíme, Ñata, ¡Si con un solo golpe grande
pasamos al frente para toda la cosecha! Mirá, sin ir más lejos, la semana que
viene entran una partida de perfume francés. ¿¡Qué me contás?!
ROSA: Que le siento mal olor.
JULIÁN: (Sonríe) ¿Te olvidás de los buenos tiempos? ¿Cuántas veces vivimos como
reyes en los mejores hoteles? ¿Y los coches que cambiábamos? (Ríe)
¿¡Te acordás de aquel chofer japonés que contraté porque hasta nos habíamos
aburrido de manejar?!
ROSA: Sí, como reyes… con la única diferencia que no somos reyes y que algún
día, a este paso, vamos a necesitar para comer un poco de todo ese dinero que
tiramos a manos llenas.
ROSA: (De pie) ¡El departamento no! ¡Es lo único que nos queda!
ROSA: Y la cárcel llena de vivos. (Rosa –sigue tejiendo- pasa un instante –hasta que Julián se
le acerca.) (Observa el tejido con interés.)
ROSA: ¿No lo ves? Hace rato que estoy tejiendo. ¿Recién te das cuenta?
ROSA: (Pone los escarpines sobre su mejilla.) Sí, escarpines chiquitos. (Teje)
ROSA: (Tejiendo –no lo mira.) Bueno… porque… las personas… cuando nacen… tienen los
pies chiquitos. Por lo menos… hasta ahora siempre fue así.
JULIÁN: Sí. Desde hoy que andás dando vueltas para decirme algo, ¿Qué es?
ROSA: (Lo mira con gran serenidad.) Para mí ahijado o ahijada. Da lo mismo. (Teje)
Doña Carmen, la mujer del carnicero, va a tener familia y me pidió que saliera de
madrina. (Lo mira) ¿Por qué? ¿Está mal que acepte?
(Julián se incorpora muy lentamente –quiere desentenderse del asunto. Sabe que quedó pagando.)
JULIÁN: (Se traba.) ¡Qué sé yo! De pronto… te veo tejer escarpines chiquitos y…
ROSA: ¡¿Y qué querés que teja para un recién nacido?! ¡¿Un traje de buzo?!
JULIÁN: ¡Espera! (Siempre riendo la pone frente al espejo.) ¡Mirate! (Rosa queda frente al
espejo, inmóvil y grotesca en su contemplación.) (Julián habla y ríe inaudito en su ternura
despiadada.) ¡¿Te das cuenta lo que serías vos… inflada como un globo?! (Ríe)… (Ríe)
JULIÁN: ¿Y yo?
¿Me ves llevándote del brazo, con cara de enfermo asustado? (Ríe)
JULIÁN: (Ríe y tose) ¡¡¡Abriéndote paso entre la gente… (Mima) como un vigilante!!!
(Ríen los dos) ¡¡¡Y vos… (Mima) caminando en mensualidades… apoyando los pies…
cómo si en lugar de zapatos… tuvieras dos macetas!!!
ROSA: (Riendo) ¡Seriamos un desastre, Julián!
ROSA: (siempre frente al espejo –riendo pero ahora con una extraña expresión.)
¿Sí? ¿Por qué, Julián?
JULIÁN: Rosa… ¿qué te ocurre? (La mujer continua en su lugar. Se cubre el rostro con ambas
manos, pero sigue jadeando nerviosamente. Julián llega a su lado. La toma por los brazos.)
¡Basta, Rosa! (La sacude. Ella prosigue riendo y llorando con el rostro cubierto por sus manos.)
¿Qué tenés, Ñata? ¡Rosa! (La sacude) ¡¿Te has vuelto loca?!
(Lentamente, la mujer va retirando las manos de su rostro. Lo mira triunfal, casi fanática.)
JULIÁN: ¿Dónde? (Rosa toma las manos del hombre y las pone sobre el vientre.)
ROSA: (Muy niña, muy mujer.) ¿Te das cuenta? ¡Y vos que no crees en los milagros!
ROSA: ¿Otra vez como antes? ¡No, Julián! (Va hacia él)
ROSA: ¡No! ¡Yo lo quise siempre! Si hice tu voluntad fue por no perderte.
Siempre me amenazaste con dejarme si te daba un hijo.
ROSA: (Segura, pero serena.) Mira que esta vez… no habrá borrados, Julián.
JULIÁN: (Retorna –la mide) ¿Eso quiere decir que pensás tenerlo?
JULIÁN: ¿Por quién me tomaste? ¿Me creés tan desalmado? ¿Cómo se te ocurre
que yo sería capaz de traer otra víctima inocente a este manicomio? ¿Para qué?
¿Para que sufra y se revuelque entre tanta inmundicia? ¿Con qué necesidad?
¡Mirá como anda el mundo! ¿Calculas cómo estarán las cosas dentro de unos años?
¡Cada vez peor! Ahí tenés el diario; leé las estasdisticas y entérate: todos los
días nacen miles de bocas para el hambre. La superpoblación nos llevará a la
guerra nuclear y, además, el odio racial será cada vez más grande, te estoy
hablando con la realidad.
JULIÁN: (Se contiene.) Rosa, me estás obligando a repetirte lo que te dije siempre:
para mí… el acostarme con una mujer… termina cuando me levanto.
Yo no nací para vivir atado. A nada y a nadie.
(Julián camina hacia la pieza. Rosa lo alcanza.)
JULIÁN: Esta bien; saldremos dos veces por semana, como antes.
ROSA: ¿Celos de alguna muñequita perfumada que se babee por tu pinta de galán
maduro? No. Y no creas que no lo pienso.
Lo pienso y me revuelve el hígado… pero me la aguanto. Porque, al fin de
cuentas, ¿qué me roba? Sí, ¿qué se lleva de vos? Un rato y algunas mentiras.
Yo no te gané por una belleza que nunca tuve. Jamás fui linda y ya no soy una
muchacha. ¿Te crees que no lo sé? ¿Pensás que soy como las que pretenden
escaparle al tiempo escondiéndose en los rebusques de la peluquería? ¡No!
¿Para qué? Además, ¿cómo podría tener complejo de sirvienta si, precisamente
allí está mi triunfo?
El de esperarte a cara limpia, con las uñas sin esmalte y con olor a cocina hasta
el alma. Ese triunfo es mió, Julián, porqué lo gané de puro corazón y no a fuerza
de maquillaje. De vez en cuando, y si te queda tiempo, pensalo.
JULIÁN: ¡Pero hace años que vivo a tu lado! ¡¿Qué es más importante?!
¿Estar… o jugar a la novelita romántica?
ROSA: Entendeme, Julián: una mujer es… algo más que una costumbre.
No es una silla que tenés que encontrar donde la dejaste porque allí estaba antes
de salir. ¡No! Una mujer… necesita… ¿qué debo decirte para que me entiendas?
¿Sabés lo que siente una mujer cuando evita un embarazo?
Asco, Julián, asco por todo… y una vergüenza espantosa… hasta de salir a la
calle. En cambio… cuando… espera un hijo… siente algo maravilloso…
Como si Dios se hiciera chiquito para caber en sus entrañas.
Y la gente no se burla, como vos creés. No, Julián, al contrario.
Porque la gente nunca tiene la mirada tan limpia como cuando ve pasar a una
mujer embarazada. Nada es… ni será jamás más importante y poderoso que eso,
Julián, ni la guerra nuclear; ¿entendés?
ROSA: (Calma pero firme.) Esta vez… no, Julián. Te aseguro que esta vez… perdés.
Te gana el único ser que podía ganarte mi cariño: tu propia sangre.
JULIÁN: (Conciliador) Escuchame, negra… (Le hace una caricia que ella no rechaza ni
percibe.) Tranquilizate y usa los sesos para pensar. (Rosa prosigue inmutable en su labor.)
Bueno, me voy a dormir. (Va hacia puerta N°4) Si me llaman… no estoy para nadie.
(Rosa no lo mira ni contesta –Julián entra silbando en el dormitorio- Rosa interrumpe su labor como
paralizada por un pensamiento. Lentamente, llega frente al espejo. Se observa, casi inexpresiva.
Coloca ambos manos a la altura de su vientre. Permanece un momento así, ausente, como vacía.
El canto breve y afónico del canario la saca de su actitud estática. El canto es muy breve y apagado.
Rosa mira hacia la jaula. “Carlitos” ya no canta. Siempre muy lentamente, la mujer llega hasta el
tejido –lo toma- camina hasta el sillón mecedora –se sienta- teje y se balancea muy suavemente –
mientras lo hace, y con la mirada puesta en el tejido, comienza a cantar, en medio tono, una canción
de cuna.)
ROSA: (Canta)
“Cuando veas el sol… Niño Mío…
Las blancas palomas volando vendrán…
Trayendo en sus picos laurales divinos…
Para hacerte un nido de dicha y de paz…
Duerme en mí… Niño mío…
Mi… niño…
Que muy pronto en mi beso estarás…
JULIÁN: ¿Rosa? (Espera. Luego, avanza lentamente hacia el interior del procenio.
Llama a referencia de la puerta N°4.) Rosa. (Aguarda. Nadie aparece al responde. Julián penetra en
el dormitorio. Retorna casi inmediatamente. Va hacia la puerta N°3. Mira. Hace otro tanto frente a
la puerta N°2. Regresa lentamente hacia el centro de la escena. Su mirada recorre el ambiente con
significativa curiosidad. Agarra un osito. Lo observa detenidamente. Mira los pañales que cuelgan
de una soguita. Sobre la mesa, hay una pequeña calesita. Le llama la atención. Descubre su cuerda.
La hace funcionar. La calesita gira, se ilumina y suena su musiquita de calesita. Julián queda
inmóvil, meditativo. Por la puerta N°1, que quedó entreabierta al entrar Julián, aparece Rosa.
Trae el niño de un brazo y en la otra mano trae la jaula. Apenas entra se detiene al ver a Julián.
Este gira y la mira desde su lugar. Se observan un instante en silencio.
A Julián le cuesta mucho decir sus primeras palabras.)
ROSA: (Pretende ser natural.) Desde luego; para eso tenés llave. (Quedan un par de
segundos inmóviles, sin saber qué hacer. Julián da medio paso en dirección de la mujer.)
ROSA: Bien. (Cruza el procenio. Deja el niño en el cochecito en el lateral opuesto, cerca de la
puerta N°3. Cuelga la jaula cerca de la ventana. Evita el enfrentamiento realizando cualquier labor
casera.) ¿Vos?
JULIÁN: Bien. (Rosa prosigue en lo suyo. Está de espaldas al hombre. Interrumpe apenas su labor
y le pregunta casi de perfil.)
JULIÁN: (No encuentra el tono justo. Balbucea.) Es que… no tengo mucho tiempo. (Breve
silencio. Rosa sigue su labor.) Bueno… vine porque… cuando me fui, no me di cuenta y
me lleve la llave. (Saca la llave de un bolsillo. Rosa le responde sin mirarlo y sin detenerse.)
ROSA: Ah; sí. Dejala sobre la mesa.
(Julián lo hace –otro silencio- Julián la busca con la mirada.)
JULIÁN: Oíme… este… ¿Necesitás… algo? (Rosa interrumpe su quehacer, gira, lo mira,
se le acerca lentamente, segura, dueña de la situación, pero su reproche es más dolorosamente
profundo que agresivo.)
JULIÁN: Hablo en serio. Nunca olvidé... todo esto... quiero decir que durante
todo este tiempo… estuve pensando…
ROSA: ¡Inocente!
JULIÁN: Si hice… lo que hice… fue de acuerdo a mis principios. De modo que…
JULIÁN: No quiero discutir nada, Rosa. Te pregunto que necesitas. Eso es todo.
ROSA: ¿Escribirte yo? ¿De qué estás hablando? ¿Adónde te iba a escribir?
ROSA: Tuve que hacerlo. Quiero una vida nueva para la criatura.
Que comience por respirar aire limpio… en todo. (Rosa inicia otro quehacer.)
JULIÁN: Sí, tenés razón. No me di cuenta. (Julián guarda el cigarrillo. Rosa prosigue su
labor pero lo escucha.) ¿Sabés? Estuve preso. (Ella lo mira.) Sí, esta vez las cosas se
complicaron un poco y tuve que comerme unos cuantos meses.
JULIÁN: Sí, pero… la situación cambió. Ahora el asunto está muy difícil.
ROSA: ¿No ve? ¿Cómo va a progresar este País… sí ya ni siquiera te dejan pasar
un contrabando? ¡No hay derecho, che!
ROSA: Apurado por vivir… como el padre. El tipo no quiso saber nada con la
paciencia; empezó a golpear antes de tiempo y no hubo más remedio que abrirle.
ROSA: (Lo mira.) ¿Yo? Bien. Tal vez… en aquel momento… me sentí demasiado sola.
Pero, después, llegó el ñatito y ya no tuve tiempo para pensar en otra cosa.
(Rosa trabaja. Julián se le va acercando pero sin resolución.)
JULIÁN: (No la mira de frente.) Rosa… yo… te aseguro que… pensé mucho en…
(Levanta la vista y ve que ella la está mirando.)
¿¡Cómo se te ocurrió hacer cambiar el número del teléfono?! Yo te mandé avisar.
Te lo juro. (Se miran.) ¿No me creés?
ROSA: ¿Por qué no habría de creerte? Es una lástima. ¿Calculás cuánto hubiera
dado aquella noche en la maternidad por una sola palabra tuya? (Vuelve a trabajar.)
Y bueno, mi vida fue siempre así, como una ironía. Digo, las cosas me llegan a
destiempo. Antes o después, pero nunca justo. (Sonríe) ¿Qué puedo hacer?
Cuestión de acostumbrarse o reventar. (Rosa agarra algo y hace mutis a la cocina, o sea la
puerta N°3. Julián agarra un juguete. Lo contempla. Rosa retorna.)
ROSA: (Quitándole importancia.) Todo aquello ya pasó, Julián. (Se dispone a planchar.)
¿Qué ganaríamos revolviéndolo?
JULIÁN: ¿Y vos?
ROSA: ¡Yo estoy tocando el cielo con las manos, Julián! (Rosa plancha con optimista
vigor, Julián la observa de soslayo. No puede disimular que esa afirmación le duele.)
JULIÁN: Gracias.
ROSA: La verdad.
Conseguí un puestito en el mercado. Vendo artículos para el hogar. Chucherías.
ROSA: (Se le acerca.) ¿Sabés qué pasa, Julián? Uno… se cree más vivo que los
demás… hasta que la propia vida se encarga de demostrarte lo contrario…
JULIÁN: No.
ROSA: ¿Entonces?
ROSA: ¿Quién?
JULIÁN: Carmelo.
ROSA: No.
ROSA: ¿Quién?
JULIÁN: ¡Carmelo!
ROSA: Lo conozco… pero no estoy metida en sus cosas. ¿A qué viene eso ahora?
ROSA: ¿Todavía no sabés que casi todos los canarios del mundo son amarillos?
ROSA: Sí, me arreglo. (Siempre trabajando) La gente no es tan ruin como creemos a
fuerza de desconfianza. (Julián la mira.) Cuando estaba por nacer el chico, todo el
barrio abandonó el chisme de tu partida y, como quién no quiere la cosa, entró a
formar cola frente a mi puestito.
ROSA: (Lo mira) ¿Viniste para convencer a la criatura que su madre es una
estúpida?
JULIÁN: (La mira –siente su frialdad.) No, ya me voy. (Se traba) También… vine a decirte
que… que… pronto… dentro de unos días… me voy para… para el Brasil.
ROSA: ¿Cómo por? ¡Vas a trabajar! ¿No saliste con la tuya, acaso?
JULIÁN: ¿Eh? Sí. Llevo a Lince para hacerlo correr en San Pablo.
JULIÁN: ¿Quién?
ROSA: ¡Lince!
JULIÁN: No, es que… (Camina) ¡es este frío que me tiene mal! ¡Qué País!
¡Ni que viviéramos en el polo! Esta ciudad maldita ya me tiene harto.
JULIÁN: Ah, sí; claro. (Hay un bache –Rosa sigue en lo suyo pero lo observa de soslayo-
Julián asoma cada vez más inseguro y nervioso.) Bueno, me voy.
ROSA: Con mirarlo solamente. (Ambos caminan hasta el cochecito –miran el sueño del niño-
algo le llama la atención a Julián.)
ROSA: (Lo mira) ¿¡Y con eso qué!? Quiero decir… no se lo puse por vos.
(Va al pretexto de su labor.) Abrí la guía telefónica. Hay miles de Julianes.
Podés negarme tu apellido… ¡pero el nombre no! A mí me gusta Julián y se lo puse.
(Lo mira) ¿Por qué? ¿También eso te molesta?
JULIÁN: (Cortado) No, al contrario. ¿Cómo decís eso? (Rosa va y viene en su trabajo.
Hay un nuevo bache. Julián no sabe qué hacer.) Bueno… me voy.
(Va hacia ella.) Hasta pronto, Rosa. (Julián extiende su mano abierta.)
ROSA: (Trabajando) Perdoname; tengo las manos ocupadas. Que tengas suerte.
Adios. (Rosa queda de espaldas al hombre. Julián muy lentamente, camina hacia la salida.
Se detiene. Rosa se da vuelta y lo ve.) ¿Qué te pasa?
ROSA: ¡Vaya la novedad! Hace años que están más o menos así.
ROSA: No sé.
ROSA: ¿Dientes? (Sonríe) ¿Cómo se te ocurre? ¡Sí recién cumplió tres meses!
ROSA: Sí, no soy sorda. Cerrá esa puerta que hay correntada. Hola. Sí, Juanita.
(Julián cierra la puerta y se queda allí, torpe, inútil.) ¿Ya está listo? ¡Qué suerte!
Creí que no llegábamos. Sí, cómo no, Juanita; en seguida voy. Y gracias. (Cuelga)
(Lo mira) ¿Estás muy apurado?
ROSA: Mirarme al nene un minuto. Voy hasta aquí al lado. Juanita, la modista,
me terminó el trajecito. Claro, no te lo dije: lo bautizamos dentro de un rato.
¿Lo cuidás?
JULIÁN: (Mira al nene –se alarma- grita a referencia de puerta N°1.) ¡Rosa! (Rosa reaparece)
¡Se despertó! ¡Me mira! ¿Qué hago?
JULIÁN: De modo que… también te quedaste con mi nombre. Hacés bien, pibe;
aprovecha ahora que es tu tiempo. Morfá y apoliyá todo lo que puedas…
sin preocuparte por nada. ¿Te gusta la vida, no es cierto? (Le hace un mimo, sonríe.)
¡Seguro! Pero ya me la vas a contar cuando largues el andador y empieces a darte
porrazos por el mundo, ¡vas a ver que linda colección de chichones te traerán los
años! ¿De qué te reís? ¿De mí? No hago más que decirte la verdad, para que
mañana, cuando te des cuenta de todo, no me tires la bronca por haberte traído
al mundo. Yo no tengo nada que ver en esto. ¿Estamos?
¡Si ni siquiera llevas mi apellido! (Se para, camina en torno al coche.)
Mala suerte, pibe; yo no soy como la mayoría. ¿Qué esperabas de mí?
¿Qué saltara de contento como tantos giles? ¿Contento de qué? ¿De tener que
aguantarme tus gritos, tus mañas y tus conciertos nocturnos de llanto?
No, bepi, never. Por eso… me abro de este asunto. (Lo observa, sonríe.)
¿Sabés una cosa? No puedo dejar de reconocerlo: tenés una pinta que se las
trae. Apuntás lindo, potriyo. ¡Te vas a comer cada clásico vos!
Te lo digo yo que de este negocio conozco un rato largo. Y bueno, no podía ser
de otra manera. ¡Ni te imaginás la sangre que corre por tus venas!
¡Qué pedrigree, purrete! ¡Matás! (Lo observa, sonríe, le hace un mimo.)
Claro, que arrugas la ñata para que yo muerda y me quede; ¿no es eso?
¿A mí con ese juego? ¡¿A papá?! ¡Si la pinta y esa simpatía la heredas de mí!
¿Cómo se te ocurre querer hacerme entrar con la trampa que inventé yo mismo?
¡Larga, campeón, no te gastés! Es inútil,pibe; yo… ¡vuelo!
¿Sabés qué vida me espera? ¡La única que vale la pena ser vivida!
¡Viajes, mujeres, copas, bacanaje! Mientras vos te encargás de llenar esta casa
con chillidos y caprichitos. (Va a encender un cigarrillo –el niño llora.)
¿No ves? ¡Si ya ni siquiera me dejás fumar un cigarrillo! (El niño llora más fuerte –
Julián guarda el cigarrillo.) Está bien, lo guardo. (El niño sigue llorando.) ¡Y dale, no llorés!
(El llanto es cada vez más sonoro.) ¡Acabala, ñato! ¿No ves que ya lo guarde?
(Continúa el llanto estridente. Julián se mueve nervioso sin saber que hacer –agita el sonajero, hace
muecas; pero ningún recurso logra hacer callar al chico. Julián se desespera.)
¡Y dale! ¿¡Qué sé yo que querés!? (Sigue el llanto, Julián hace cosas.) Yuuuiuuuuuu!!!
Nene… Juliancito… Da… da… (Julián se esconde.) ¿No ta mach? (Reaparece) ¡Acá tá!
(Repite el juego.) ¿No ta mach? (Reaparece) ¡Acá tá! (El chico continúa llorando –Julián sopla
su impotencia.) (No tiene más remedio que alzarlo. Gira, lo hamaca y repite rítmicamente)
¡Acá tá con su pa-pi-to! ¡Acá tá con su pa-pi-to! (El volumen del llanto va bajando
auspiciosamente –sigue el juego.) ¡Acá tá con su pa-pi-to! (Julián no puede ver que Rosa lo
observa en silencio desde la puerta N°1.) ¡Acá tá con su pa…! (Gira y la ve –queda inmóvil,
ridículo, humano.) Lloraba mucho y… tuve que alzarlo.
(Rosa trae el trajecito que deja sobre la mesa.)
ROSA: Dámelo. (Toma al chico –le hace mimos- el llanto irá desapareciendo.)
Claro, pobrecito, si está todo mojado.
(Comienza a cambiarlo –Julián se limpia las manos con su pañuelo.) ¿Te mojó?
ROSA: (Siempre cambiando al niño.)¡Mejor! Dicen que eso significa que vas a recibir
plata. Por favor… ¿Me alcanzas los pañales? (Señala –Julián se los alcanza.)
Gracias. Haceme la gauchada, si no te incomoda.
JULIÁN: Qué.
JULIÁN: (Caminando hacia el baño.) ¿Cómo se te ocurre? (Mutis puerta N°2. Rosa sigue
cambiando al chico. Julián retorna.)
ROSA: (Lo mira) Precisamente… porque es el único vecino que tiene taxi.
(Siempre atareada) No debo hacerlo esperar. Si se entera su patrón… lo despide.
Como está de servicio…
(Rosa deja al nene en el cochecito. Va de un lado al otro arreglándose ella.)
JULIÁN: Mirá vos, me olvidaba. (Saca algo del bolsillo y retorna.) Las hace un tipo…
allá… adentro. Como no tenía para fasos… le tiré unos pesos y él me dio… esto.
Yo no la quería pero… el tipo insistió. Es… una cadenita con… una cruz.
(Llega junto a la mujer –está detiene su acción -lo mira- Julián esta con la vista puesta en la
cadenita –habla y obra con un extraño pudor, como con vergüenza.)
No vale gran cosa… creo… pero… digo, no sé… si no te parece mal…
ya que estamos… se la dejo al pibe.
(Se miran a los ojos.) Total… yo… ¿para qué la quiero?
ROSA: (Agarra la cadenita y va hasta el coche.) Se la pongo ya. (Lo hace –vuelve a lo suyo.)
ROSA: Igualmente, Julián. (La mujer sigue atareada –Julián camina hacia la salida pero se
detiene a medio metro de la misma. Está de frente al público y de espaldas a Rosa.
Ella tampoco puede verlo puesto que está a foro y de espaldas al hombre.)
JULIÁN: (Inmóvil –sin volverse- su voz cambia radicalmente.) Empujame… Rosa.
(Rosa gira y lo mira desde su lugar. Julián gira lentamente sobre sus talones y, sin avanzar, le dice:)
No sé qué me pasa pero… no puedo irme. (Rosa lo mira en silencio.)
De repente… sentí como si el pibe… me agarraba las piernas. ¿Me explico?
(La mujer baja la vista –permanece inmóvil.) ¡¡¡No te quedes así!!! Decime algo… ¡o echame!
(Rosa no contesta. Con gran serenidad se incorpora –avanza lentamente- aparta una silla.)
JULIÁN: ¿Sigo?
ROSA: ¿Venga?
JULIÁN: Bueno, antes que nada… te adelanto que no estoy arrepentido… ni mucho
menos… ¿Está claro?
JULIAN: (La mira) Bueno, lo estuve pensando. Al fin y al cabo uno no es ningún
negado y… el pibe no tiene la culpa de haber nacido. (Ella le sostiene una fuerte mirada.)
Quiero decir que… si hice un hijo… soy el padre. ¿No te parece?
ROSA: Qué.
ROSA: (Retornando a su arreglo personal.) Está bien. Arreglamos los papeles y, además,
podrás ver al chico cuando se te antoje. No hay ningún problema. ¿Algo más?
ROSA: (Lo mira) ¡Y dale de una vez! ¡Baja de la calesita y desembucha de corrido!
JULIÁN: (Engrana) ¡¡¡La culpa es tuya!!! ¡¡¡Desde que llegué me estas peloteando
contra un arco!!! ¡¡¡Me mirás de una manera que…
ROSA: ¡¡¡Vos sos el que tiene que mirar de otro modo!!! ¡¡¡Sin tanto orgullo!!!
¡Cuando uno viene a pedir algo… comienza por ser más humilde!
(Julián lucha desesperadamente por mantener su personaje.)
ROSA: (Reflexiva) Eso es lo más grave que te pasa, Julián; ni los años ni los golpes
logran hacerte entender que no sos más que los otros.
(Rosa vuelve a su acción –pasa otro silencio.)
JULIÁN: (Sin mirarla –juega con un muñeco.) ¿Hay… alguien más… en tu vida?
JULIÁN: No dije eso… pero… ¿qué tendría de malo que volvieras a enamorarte?
Por otra parte, en una casa siempre hace falta un hombre.
ROSA: El hombre de esta casa fuiste vos. No me diste tu apellido pero yo nunca
olvidé, ni por un momento, que era tu mujer. (Retorna a una acción.)
¿Se acabó lo nuestro? Y bueno, hago de cuenta que enviudé y chau.
JULIÁN: Vine.
ROSA: “Esta vez” ¿Te olvidas cuántas veces fue “esta vez” en dieciséis años?
ROSA: (Luchando consigo mismo.) ¡¿No te das cuenta que ya no me interesa creerte?!
¡¿Cómo tengo que decírtelo?!
JULIÁN: (Junta aire) De acuerdo. (Se apresta) Pero que quede bien claro:
Jamás podrás reprocharme que no trate de hacer algo por… el chico.
ROSA: (Convencida, no ofensiva –lo encara.) Lo único bueno que podes hacer por él…
es irte con tu vida y dejarlo crecer en un hogar limpio, sin humo, sin malhumor y
sin oír hablar siempre de caballos o de quiniela. Haceme caso, Julián, andate.
Así, por lo menos, cuando tu hijo sea un hombre, tendrá algo para agradecerte.
(Julián acusa el impacto de esas palabras –la mira un segundo a los ojos- reacciona bruscamente.)
JULIÁN: Perfectamente. (Se encamina con auténtica resolución hacia la salida –cuando está
por salir lo detiene la voz de Rosa.)
ROSA: ¡¿Qué haces?! (Julián gira y la mira sin comprender.) ¡¿Cómo podes irte así?!
ROSA: ¡Peleá! ¡Defendé lo tuyo! Debajo de este techo está lo único bueno que
hiciste en tu vida y todo cuanto te queda.
¿Cómo podes bajar los brazos y entregarte de esta manera?
¡Pataleá! ¡Mordé si es necesario! ¡¿Qué esperas para romper todo a patadas?!
¡Demostrame que no viví enamorada de un cobarde y que ese hijo que me lo hizo
un hombre… y no un papagayo!
ROSA: (No lo oye.) ¿Tan poco valemos para vos tu hijo y yo… que nos perdés como
si fuéramos un par de zapatos viejos?
JULIÁN: ¡¿Y qué sé yo?! ¡Me estuviste dando con un hacha desde que entré!
¡Con todo lo que dijiste pensé que… como ahora tenés el pibe… yo ya no te
interesaba!
JULIÁN: (La pregunta lo toma de sorpresa.) Bueno, ¿la verdad?... nunca me detuve a
pensarlo. Todo pasó tan rápidamente que… (Rosa retorna una acción pero con mucha
lentitud.) no me di cuenta.
(Avanza otro trecho.) Eso fue lo que no me dejaste decir… o que yo no supe
expresar. Últimamente… veo las cosas con más claridad; quiero decir… que,
a veces, la vida es… ¿cómo te diré?; sí, eso, como el juego del ajedrez:
Uno la ve mejor de afuera que de adentro. ¿Me explico?
Eso me pasó con esta casa y con vos… Al fin de cuentas, después de mi madre,
fuiste el ser que más me soportó.
ROSA: (Lo esquiva) Dejame que no llego. (El juego se seguirá repitiendo.)
ROSA: (Casi sin interrumpir su labor.) ¿Casarme con vos? ¡Ni que estuviera loca!
ROSA: Mirá, Julián: hace lo que quieras con tu vida. Metete en un convento o
embalsámate con gofio. Lo nuestro está terminado; bien muerto; ¡¿entendés?!
(Sigue en su acción.)
JULIÁN: Nada.
ROSA: ¡Acabala!
JULIÁN: No.
ROSA: ¡Dame la llave o… te muerdo! (Rosa intenta morderlo pero no puede contra la fuerza
del hombre –Julián la sujeta fuertemente de las muñecas, inmovilizándola- le habla casi sobre el
rostro.)
JULIÁN: ¿No te das cuenta que no sé rogar? ¡Nunca lo hice pero te juro que vine
dispuesto a suplicarte… si fuera necesario! ¡Quiero implorarte pero… no puedo… o
no sé! ¿No me ves? ¿No me sentís temblar? ¿Cómo podría decirte de un tirón
todo este barullo que recién ahora siento en el alma? No sé qué me pasa, Rosa.
(La va soltando) Es como… si alguien… me hiciera un nudo en la lengua.
(La mira) Ayudame a sacar de mis entrañas… ese hombre sencillo y tierno que
siempre tuve miedo o vergüenza de ser. ¿Sabés?... recién, en los ojos del pibe,
encontré los tuyos… fue como si los viera por primera vez.
JULIÁN: ¿Nunca… te dije que… tenés los mismos ojos de mi madre?
(Se quedan un instante mirándose, inmóviles, eternos. Rosa lo mira como hipnotizada.
Luego, dos bocinazos rompen esa emoción y ese silencio –Rosa estará cerca de la ventana, pero
ahora le cuesta encontrar el tono y el volumen del grito.)
ROSA: (Sonriendo su inmensa ternura) Julián… Julián… seguís creyendo que todo se
arregla con plata.
JULIÁN: ¡Con lo que sea… pero esto tiene que arreglarse ya! ¿Estamos?
Te lo pregunto por última vez: decime que debo hacer para que me creas y lo
hago. ¡Decí! (Se miran en silencio –suena la bocina- Julián va embalado hacia la ventana.)
¡¿Será posible?! (Rosa lo alcanza antes de que llegue al televisor.)
ROSA: Está bien. Antes que nada… hay que vender a Lince.
Aquí, el único mantenido será el pibe. (Llega junto al cochecito.)
JULIÁN: (Sacando la llave) ¿Y eso qué tiene que ver con Lince?
ROSA: ¡Tira del carro o no come! Desde hoy, en esta casa, todo el mundo sudará
su pan honradamente. Dale, abrí de una vez.
ROSA: ¡Qué se acostumbre! Cuando uno nace pobre… (Marca)… por más pinta de
crack que tenga, debe sacudirse el berretín, remangarse y pagar la olla… digo:
Siempre y cuando se tenga una gota de dignidad en la sangre. ¿Estamos?
JULIÁN: (La mira –sonríe.) Estamos. Y no me des más que ya estoy “nocau”. (Abre)
JULIÁN: Esperá.
JULIÁN: (Desde el baño.) ¡Sí, anda! (Julián asoma la cabeza por la puerta N°2, escruta –ve que
Rosa ya se ha ido- sigilosa y sospechosamente, llega hasta la puerta N°1, o sea por donde ha salido
la mujer. Ahora va hacia el teléfono –disca- habla bajo, nervioso.)
JULIÁN: Hola, ¿Mocho? Yo… Julián. ¿Cómo andás? Macanudo. Oíme, viejo…
¿hay tiempo todavía? Haceme la gauchada. (Espera unos segundos.) ¿Va? ¡Fenomeno!
Mirá, poneme una luca al veintiuno de junio… quiero decir: al veintiuno.
Sí, a la cabeza y a los premios y, por las dudas, ponele trescientos pesos al
doce; sí, igual. Fenomeno, Mocho, después te llamo. Gracias, chau.
(Cuelga –uno de los canarios canta breve, sonoro y claro- Julián avanza hacia la jaula y se detiene
junto a ella –sonríe y se rasca el cuello.) ¡¿Qué le vas hacer, Carlitos?!
Yo también volví a la jaula (sonríe filosóficamente como si aun le costara creerlo.)
¡Justo a esta altura del partido!
JULIÁN: (Saliendo) ¡¡¡Voy, Rosa, voy!!! (Mutis Julián por puerta N°1)
(Muy lentamente, las luces irán bajando en resistencia –se oye el sonido del motor que arranca y se
aleja hasta desaparecer- casi inmediatamente, empieza a girar la calesita, iluminándose y sonando la
canción de cuna- junto con la melodía, comienza a cantar el canario. Continúan bajando las luces
hasta que la única luz es la de la calesita girando y sonando. Crecen los trinos del canario.)
TELON