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La pieza se encuentra estructurada en un acto dividido en trece escenas, las cuales están
distribuidas en dos periodos: antes y después de la construcción de la Misión de Nuestra
Señora de Guadalupe de los Mansos. En ella, el dramaturgo realiza una reelaboración
histórica de lo que sucedió en la región tomando momentos y acontecimientos
específicos. Las primeras siete escenas abordan algunos pasajes sobre la desafortunada
expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, antesala de múltiples entradas al norte
desde 1535 y de la toma posesión de la provincia de Nuevo México a finales del siglo
XVI.
A partir de la escena VIII y hasta el final de la obra, la acción tiene como escenario de
fondo la Misión (desde su fundación en 1659). En este segundo periodo, Pilo Galindo
sitúa el conflicto del texto dramático y expone con crudeza la violencia con la que los
indios mansos fueron sometidos por soldados y frailes, para trabajar o ser convertidos.
La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos lleva este nombre porque
fueron los miembros de esa etnia quienes la construyeron. En la obra, mientras los
indios acarrean material para la construcción, un solado le pega a un niño. Los militares
son sumamente crueles con los mansos; golpean a infantes y adultos por igual: con
varas en la cara, latigazos en la espalda y puntapiés por no acatar alguna orden e incluso
llegan a matarlos a golpes por robar un par de mazorcas. Aunque la acción más atroz
que se propone para la escena son las “perradas”, en las que mastines persiguen,
aterrorizan y matan a los indios solo para divertir al ejército. La muerte de un pequeño
que es destrozado por los animales será parte del detonante de la rebelión por venir.
Aunque algunos frailes no ven con buenos ojos el maltrato infringido por los soldados,
también tratan a los mansos como servidumbre. Siempre y cuando se convirtieran, los
frailes les ofrecen alimento y trabajo; mientras que aquellos que resisten la conversión
son perseguidos y calificados de malos, salvajes, paganos y traidores. El proceso de
evangelización que recrea Galindo es bastante cruel. En la escena XII, “La conversión
de los mansos”, la acotación indica que en el escenario “un número bastante regular de
indos mansos están colgados. Han sido pasados por la horca. Sus cuerpos se mecen
pesados. Otra cantidad de mansos observan atónicos el dantesco espectáculo. Dos
cabezas arrancadas de sus cuerpos se observan en picotas a la vista de todos”.
Mientras que un fraile, sobre el templete de la orca, dice “¡Este es el juicio del mundo,
el castigo de Dios para todos los infieles y para todos los hostiles que se niegan a
abrazar y venerar la santa cruz! ¡Para todos los paganos y rebeldes que prefieren seguir
la idolatría a Satanás!” (84).
La furia de los mansos, como toda obra dramática, fue escrita para ser representada. Sin
embargo presenta un reto para cualquier director que quiera montarla. Me encantaría ver
cómo se resuelven algunas cuestiones técnicas, de escenografía y representación. Por
ejemplo, marcar las diferentes épocas, el número tan alto de personajes que intervienen,
las cabelleras escalpadas, animales devorados, carros de carga y caravanas, perros que
destrozan a un pequeño, los cuerpos de los ahorcados, la construcción de la Misión. En
suma, es una obra maravillosa, que sorprende por la agilidad con la que las escenas se
suceden y van creando un panorama histórico en la mente del espectador; además de
que explora un tema poco llevado al teatro que es la problemática de la evangelización
en la zona norte de nuestro país.
Almendra Ochoa