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Llevo un bidón de 5 litros en el sector del portón trasero. Me sirvo agua fresca en un vaso de
aluminio y observo las 4 carpas restantes desparramadas entre los árboles. Parece que todos
duermen. El camping está descuidado, pero para descansar sirve.
Cierro la puerta corrediza de la Kangoo, trepo al asiento del conductor y me quedo pensando.
Reviso la billetera. No tengo plata. Acomodo primeras en el mazo de tarjetas la Maestro, la
Serviclub, la Latampass, el DNI, la licencia de conducir y la cédula del vehículo. Saco de la billetera
un montón de tickets de combustible y los meto en la guantera. Arranco. Evado los árboles que
rodean el espacio donde armé la carpa. Conduzco hacia la Ruta 40.
Se termina el asfalto, ahora voy sobre ripio. Bajo la velocidad y retomo el canto.
ALEJANDRA:
Agarro una curva, otra curva, y otra más. En esta última pierdo el control: me abro mucho y
derrapo en las piedras y el polvo de la banquina. Freno y enseguida comprendo el desastre: voy
a volcar. Siento que el vehículo se eleva desde atrás. Pienso: soné. Suelto el volante, me agarro
del asiento, el cinturón de seguridad se me clava en el esternón y las caladeras. Saco los pies de
los pedales y presiono el piso del coche con todas mis fuerzas para hundirme más en el asiento.
Espero el golpe. Entonces un ruido fuerte y metálico me taladra los tímpanos, y un porrazo me
atraviesa el pecho, sacando de mi interior un grito grave y hondo. Veo vidrios que vuelan desde
las ventanillas. Cierro los ojos con fuerza. Estoy viva y doy vueltas. Escucho que recito en mi
mente:
ALEJADNRA:
Qué pare, qué pare, qué pare.
Sin embargo, sigo dando vueltas. No veo nada. No siento nada excepto este ruido fuerte a chapa
abollada.
Me salvé, pienso. En ese momento veo la kangoo. La carrocería tiene muchas abolladuras, los
neumáticos reventaron y los vidrios estallaron. Una piedra enorme que sobresale en la
pendiente detuvo la caída del vehículo. Por primera vez siento algo: pánico. Se me aflojan las
piernas y caigo de rodillas. No puedo respirar bien. Miro hacia arriba, hacia la ruta. Mis cosas
están desparramadas por todo el lugar; la valija, la carpa, la conservadora, un paraguas, los cds,
todo salió por las ventanillas rotas.
Estoy histérica. El portón trasero está abierto, me meto adentro para buscar el celular. Es un
caos, pero el bidón de agua sigue atado. Vuelvo a salir. Busco el celular en el pasto, entre las
cosas desparramadas y no lo encuentro. Aparece una señora. Se llama Marta. Desciende hasta
donde me encuentro. La acompaña su marido Víctor. Son de Córdoba. Tomaban fotos más
adelante en la ruta y presenciaron el accidente. Están espantados. Me preguntan si tengo
heridas. Estoy bien, les digo, y sigo buscando mi celular. Marta llega junto a mí.
MARTA:
Quedate tranquila.
ALEJADNRA:
No encuentro mi celular.
MARTA:
La miro, la abrazo y me pongo a llorar. La señora me abraza también y pregunta si viajo sola.
VÍCTOR:
Comienzo a recoger mis cosas. El hijo del matrimonio ayuda a recolectar el desparramo.
Llega un nuevo matrimonio: Raúl e Irma. Él es policía en Ranquil Norte. Ella ama de casa y
tiene una beba en brazos. Se ve preocupada.
IRMA:
ALEJANDRA:
IRMA:
Hay que llevarte a la salita de Ranquil. Ahora Ud. no siente nada, pero después le van a doler
los golpes.
En ese momento se detienen dos camionetas 4x4 repletas de pasajeros. Son 8 varones, todos
bajan a dar un mano. Se sorprende porque viajo sola. Es que tengo la edad de sus hijas o novias.
Son pescadores de trucha, vienen de Malargüe, aman las travesías. En minutos juntan todas mis
cosas y piden llevarme hasta Ranquil Norte. Soy escoltada por Jorge e Irma. El matrimonio de
Córdoba brinda sus números de celulares porque voy a necesitar las fotos para el seguro,
explican.
-Estoy de vacaciones.
-Qué le pasó?
-Tuve un accidente.