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Mi peor mejor día.

Por Alejandra Waigandt


EXT. Camping de Chos Malal, Neuquén. DÍA
Es temprano. No hace frío. Enrollo la carpa de color naranja. La guardo en una caja de cartón
donde llevo el colchón inflable azul y una turbina para inflarlo desde la toma de energía del
vehículo. Cargo todo en la Kangoo Renault: la caja, la bolsa de dormir, una manta, el sillón de
camping, la cocina anfe, la marmita y mi mochila negra. El resto de mis cosas no necesito
descargarlas: la conservadora eléctrica, una valija con ropa, un bolso con más ropa.

Llevo un bidón de 5 litros en el sector del portón trasero. Me sirvo agua fresca en un vaso de
aluminio y observo las 4 carpas restantes desparramadas entre los árboles. Parece que todos
duermen. El camping está descuidado, pero para descansar sirve.

Cierro la puerta corrediza de la Kangoo, trepo al asiento del conductor y me quedo pensando.
Reviso la billetera. No tengo plata. Acomodo primeras en el mazo de tarjetas la Maestro, la
Serviclub, la Latampass, el DNI, la licencia de conducir y la cédula del vehículo. Saco de la billetera
un montón de tickets de combustible y los meto en la guantera. Arranco. Evado los árboles que
rodean el espacio donde armé la carpa. Conduzco hacia la Ruta 40.

INT. Kangoo, Mendoza. DIA


Cruzo el límite de Neuquén a Mendoza. No veo ningún puesto de seguridad. Tampoco hay gente.
Solo hay un enorme valle delimitado por montañas. Un trecho más adelanto paso Ranquil Norte.
No se ve movimiento de autos ni de gente o animales. Pongo el CD de Gilda y canto a voz de
jarro “Fusite”, total viajo sola.

Se termina el asfalto, ahora voy sobre ripio. Bajo la velocidad y retomo el canto.

ALEJANDRA:

“Fuiste mi vida, fuiste mi pasión, fuiste mi sueño,

Mi mejor canción, todo eso fuiste, pero perdiste”.

Agarro una curva, otra curva, y otra más. En esta última pierdo el control: me abro mucho y
derrapo en las piedras y el polvo de la banquina. Freno y enseguida comprendo el desastre: voy
a volcar. Siento que el vehículo se eleva desde atrás. Pienso: soné. Suelto el volante, me agarro
del asiento, el cinturón de seguridad se me clava en el esternón y las caladeras. Saco los pies de
los pedales y presiono el piso del coche con todas mis fuerzas para hundirme más en el asiento.
Espero el golpe. Entonces un ruido fuerte y metálico me taladra los tímpanos, y un porrazo me
atraviesa el pecho, sacando de mi interior un grito grave y hondo. Veo vidrios que vuelan desde
las ventanillas. Cierro los ojos con fuerza. Estoy viva y doy vueltas. Escucho que recito en mi
mente:

ALEJADNRA:
Qué pare, qué pare, qué pare.

Sin embargo, sigo dando vueltas. No veo nada. No siento nada excepto este ruido fuerte a chapa
abollada.

EXT. Ruta 40. DÍA.


De pronto la kangoo se detiene. Escucho el motor en marcha. Abro los ojos. Apago el motor.
Desabrocho el cinturón y termino parada sobre la ventanilla derecha, que se apoya en la tierra.
En frente tengo el volante y el parabrisas todo astillado. La ventanilla del conductor está sobre
mi cabeza, completamente destruida. Trepo por el asiento del acompañante, golpeo con el
brazo derecho para quitar los pedazos de cristales de la ventanilla. Logro salir al exterior. A la
derecha la pendiente sigue hacia abajo. A la izquierda, la pendiente sube hacia la ruta. Salto al
frente. Miro mis piernas, sólo tengo un cristal clavado en el tobillo y un chorro de sangre que se
mete en la zapatilla. No siento dolor. Me veo el resto del cuerpo, tengo otro pedazo de vidrio
incrustado en el brazo derecho. Tampoco siento dolor. Quito los vidrios de mi cuerpo.

Me salvé, pienso. En ese momento veo la kangoo. La carrocería tiene muchas abolladuras, los
neumáticos reventaron y los vidrios estallaron. Una piedra enorme que sobresale en la
pendiente detuvo la caída del vehículo. Por primera vez siento algo: pánico. Se me aflojan las
piernas y caigo de rodillas. No puedo respirar bien. Miro hacia arriba, hacia la ruta. Mis cosas
están desparramadas por todo el lugar; la valija, la carpa, la conservadora, un paraguas, los cds,
todo salió por las ventanillas rotas.

Estoy histérica. El portón trasero está abierto, me meto adentro para buscar el celular. Es un
caos, pero el bidón de agua sigue atado. Vuelvo a salir. Busco el celular en el pasto, entre las
cosas desparramadas y no lo encuentro. Aparece una señora. Se llama Marta. Desciende hasta
donde me encuentro. La acompaña su marido Víctor. Son de Córdoba. Tomaban fotos más
adelante en la ruta y presenciaron el accidente. Están espantados. Me preguntan si tengo
heridas. Estoy bien, les digo, y sigo buscando mi celular. Marta llega junto a mí.

MARTA:

Quedate tranquila.

ALEJADNRA:

No encuentro mi celular.

MARTA:

Estás en shock querida.

La miro, la abrazo y me pongo a llorar. La señora me abraza también y pregunta si viajo sola.

VÍCTOR:

Hay que tomar fotos para el seguro.

Comienzo a recoger mis cosas. El hijo del matrimonio ayuda a recolectar el desparramo.

Llega un nuevo matrimonio: Raúl e Irma. Él es policía en Ranquil Norte. Ella ama de casa y
tiene una beba en brazos. Se ve preocupada.

IRMA:

¿Cómo estás querida?

ALEJANDRA:

Bien, no me pasó nada.

IRMA:
Hay que llevarte a la salita de Ranquil. Ahora Ud. no siente nada, pero después le van a doler
los golpes.

En ese momento se detienen dos camionetas 4x4 repletas de pasajeros. Son 8 varones, todos
bajan a dar un mano. Se sorprende porque viajo sola. Es que tengo la edad de sus hijas o novias.
Son pescadores de trucha, vienen de Malargüe, aman las travesías. En minutos juntan todas mis
cosas y piden llevarme hasta Ranquil Norte. Soy escoltada por Jorge e Irma. El matrimonio de
Córdoba brinda sus números de celulares porque voy a necesitar las fotos para el seguro,
explican.

INT. Salita comunitaria, Ranquil Norte. DIA.


Los pescadores me dejan en la única salita del pueblo, donde una enfermera me somete a un
chequeo. No hay nadie más en el lugar. Hace pruebas de equilibrio y preguntas sobre golpes en
la cabeza, el cuello, etc. Desinfecta los cortes en el brazo y la pierna. Ofrece un teléfono. Me doy
cuenta que no sé de memoria los números de mis seres queridos. Mario está en Venezuela. Mis
hijastros en Buenos Aires. Mi familia en Entre Ríos. Sólo recuerdo el número de teléfono de línea
de mis padres. No voy a llamarlos… de repente tomo conciencia del vacío que siento. Tal vez mi
alma quedó en la kangoo.

INT. Comisaría. DÍA.


Estoy en la comisaría de Ranquil Norte para declarar. Según Luis voy a necesitar la declaración
para el seguro. Me siento débil. Tengo hambre. El policía pide datos personales como nombre,
DNI, etc. Quiere saber qué estoy haciendo en la zona.

-Estoy de vacaciones.
-Qué le pasó?
-Tuve un accidente.

Ahora el muchacho quiere los datos de la kangoo.

-Señor, tuve un accidente, estoy en shock, así que me voy.

Me levanto y dejo la comisaría.

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